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Henry Ford, una vocación bien definida

Henry Ford, el magnate del automóvil, nació en una humilde granja de los
Estados Unidos. Cuando de niño venía de la escuela, su sitio favorito era estar
junto al fuego de la cocina. Y allí se pasaba horas
y horas entretenido en desarmar un reloj y en
armarlo otra vez. Quería ser relojero.

Siendo adolescente, empezó a hacer toda clase


de experimentos de física, por eso, no consentía
que se tirara nada a la basura, ni siquiera un
cuchillo, ni una lata de conservas.
En una ocasión, construyó una represa con el fin
de probar la fuerza del agua, pero la hizo tan
sólida que los campos vecinos se anegaron y el padre tuvo que pagar una
buena suma de dinero. Su madre decía, toda apenada: "Es un excéntrico,
cualquier día saldrá fabricando una máquina".
Henry Ford cobró gran afición a la mecánica. Se metió por todos los talleres
y buscaba que le explicaran el funcionamiento de las máquinas y motores.
Cuando iba a la ciudad, acompañado de su padre, era para él un día de
fiesta detenerse en los comercios y ver en sus escaparates la maquinaria que
se ofrecía en venta.
Un día, oyeron un estrépito horroroso en la carretera: salieron los
vecinos, entre ellos Henry Ford, y vieron todos un automóvil en que el
conductor tuvo que moderar la marcha para no espantar los caballos.
Entonces apenas había automóviles. El muchacho se acercó al conductor
y comenzó a hacerle mil preguntas. Aquél no tuvo más remedio que
contestar explicándole todo el mecanismo del automóvil. Henry Ford,
entonces, se fabricó un coche de madera, y por motor puso una lata vacía.
Cuando cumplió los dieciséis años quiso ir a trabajar a Detroit. El padre
quería que fuera granjero como él, pero el muchacho, obstinado, quería
estudiar Ingeniería en una de las fábricas de Detroit. Se colocó en un taller y
trabajó con tal diligencia y entusiasmo que parecía ser el dueño del
negocio. Cuando regresaba a la casa de huéspedes se quedaba
estudiando hasta la madrugada libros de ingeniería mecánica.
Quedó sin colocación. Y un día entró en un taller pidiendo trabajo. El dueño
le dijo que no tenía trabajo para él. En aquel instante el jefe del taller estaba
entregado al arreglo de un viejo motor. Henry Ford echó una ojeada al
motor, lo observó bien y comenzó al instante a arreglarlo y el viejo motor
funcionó de maravilla. El dueño tomó a Ford como especialista de motores,
pagándole 45 dólares.
Ford contrajo matrimonio y se fue con su esposa
a vivir a Detroit. En las horas libres se encerraba
en un cobertizo y trabajaba haciendo
experimentos hasta la madrugada. Por fin, una
noche en que llovía torrencialmente, le hizo a su
esposa levantarse de la cama y le dijo que
viniera con un paraguas. Fueron los dos al
cobertizo. Tenía un motor de dos cilindros. La
señora Ford estaba emocionada. La puerta se abrió y salió el coche a la
calle y partió. Los vecinos empezaron a reírse. Al cabo de un rato Ford
regresó con el coche. Marido y mujer se abrazaron emocionados. Habían
triunfado.
Un poco más tarde. Henry Ford fundó una sociedad para explotar la
industria del automóvil en la ciudad de Detroit. El primer año vendió 1,700
coches. En 1914 fabricó 300,000 automóviles. Y en 1915 realizó el sueño de
su niñez: fabricar tractores para la agricultura.
Henry Ford traía, desde niño una vocación clara y fija: la mecánica, la
ingeniería y, por tanto, se veía lo que iba a ser: un mecánico genial y un
hombre emprendedor de la industria del automóvil. Cuando Ford murió era
uno de los más poderosos magnates del automóvil.

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