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Hasta ahora, el hombre estudió el pasado para

arrojar luz sobre el presente. Yo he dado la vuelta al espejo del tiempo,


convencido de
que una imagen coherente del futuro puede darnos valiosas perspectivas
sobre el día
de hoy. Si no empleamos el futuro como instrumento intelectual, nos será
cada vez
más difícil comprender nuestros problemas personales y públicos. En las
páginas
siguientes, empleo deliberadamente este instrumento para mostrar lo que
puede
conseguirse con él.
Por último —y esto no es menos importante—, el libro tiende a cambiar al
lector,
en un sentido sutil pero importante. Por razones que veremos claramente en
las
páginas que siguen, la mayoría de nosotros tendremos que adoptar una
nueva
posición frente al futuro, una nueva y aguda percepción del papel que éste
desempeña
en el presente, si queremos enfrentarnos con éxito a los rápidos cambios.
Este libro
va encaminado a aumentar la conciencia del futuro del lector. El grado en
que éste,
después de terminada la lectura de este libro, reflexione, especule o trate de
prever los
acontecimientos futuros nos dará la medida de su eficacia.
Sentados estos fines, precisa hacer varias reservas. Una de éstas se refiere a
la
fugacidad de los hechos. Cualquier reportero experimentado sabe lo que es
trabajar
sobre un suceso de rabiosa actualidad, que cambia de forma y de
significado incluso
antes de que se acabe de imprimir el relato. Hoy día, todo el mundo es un
suceso de
rabiosa actualidad. Por consiguiente, es inevitable que, en un libro escrito
en varios
años, algunos hechos hayan quedado anticuados entre el momento de
estudiarlos y
escribirlos y el de su publicación. El profesor que estaba en la Universidad
A ha
pasado a la Universidad B. El político identificado con la postura X ha
adoptado la Y.
Aunque, durante su redacción, me esforcé concienzudamente en mantener
al día
El «shock» del futuro, alguno de los hechos estudiados ha perdido
forzosamente
actualidad. (Desde luego, esto ocurre en muchos libros, aunque sus autores
prefieren
no hablar de ello). Sin embargo, esta pérdida de actualidad de los datos
tiene aquí una
importancia especial, pues constituye una prueba de la tesis mantenida en el
libro
sobre la rapidez del cambio. A los escritores les resulta cada vez más difícil
seguir el
paso de la realidad. Todavía no hemos aprendido a concebir, estudiar,
escribir y
publicar en «tiempo real». Por consiguiente, los lectores deben tener más en
cuenta el
tema general que los detalles.
Otra reserva se refiere al tiempo futuro del verbo «ocurrir». Ningún
futurólogo
serio se atreve a hacer «predicciones». Esto queda para los oráculos de la
televisión y
los astrólogos de los periódicos. Nadie que tenga alguna idea de la
complejidad de la
previsión puede alardear de un conocimiento absoluto del mañana. Es lo
que dice un
proverbio deliciosamente irónico atribuido a los chinos: «Profetizar es
sumamente
difícil… sobre todo con respecto al futuro».
Esto significa que cualquier declaración sobre el futuro debería, en rigor, ir
acompañada de una serie de síes o de peros.

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