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sino más bien se orientaba hacia la obesidad. En este caso, el ideal de belleza sería relativo al
contexto: en las sociedades occidentales pasadas, no existían los niveles de nutrición actuales, y
las mujeres obesas eran consideradas bellas precisamente porque exhibían mejor nutrición. Pero,
en una sociedad con plenitud de calorías, el ideal de la belleza se ha desplazado hacia la mujer
delgada, pues exhibe mayor condición atlética.
Y, de la misma manera, bajo el relativismo estético, puesto que no hay patrones universales de
belleza, no existe un suelo firme para comparar jerárquicamente a las producciones artísticas. Una
novela de Proust no es ni mejor ni peor que un mito azande; una pintura como Las meninas, de
Velásquez no evoca más belleza que una pintura medieval sin perspectiva. La belleza, al final, es
supuestamente relativa a su contexto, y en cuanto tal, no existen patrones universales, objetivos y
absolutos respecto a lo bello.
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Es comprensible por qué a mi estudiante le resulta tan atractivo afirmar que Dios existe y no
existe, y que al final de cuentas, la verdad respecto a la existencia de Dios es relativa al contexto
del cual surja la proposición en cuestión. Oponerse a la existencia de verdades absolutas es una
actitud irreverente; después de todo, los grandes sistemas dogmáticos han defendido a capa y
espada verdades absolutas, y a partir de esa intransigencia, han promovido el odio entre los
hombres.
Pero, a decir verdad, el relativismo es tan antiguo como la misma filosofía. La palabra ‘sofista’ es
conocida por filósofos y no filósofos: habitualmente, denota a algún charlatán que trata de
convencer o persuadir, sin ni siquiera él mismo creer en lo que presenta.