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dotar de sentido al lenguaje. Una conocida frase de Derrida trata de recapitular esta
argumentación: “no hay nada fuera del texto”. Con esto, según parece, Derrida quiere decir que el
lenguaje no apunta a un concepto real; antes bien, el sentido del lenguaje es meramente
arbitrario, pues el significado de las palabras depende de otras palabras.
Estos argumentos marean. En un inicio, pareciera que Derrida parte de algo obvio (la arbitrariedad
de los signos); pero después, nos conduce a la conclusión de que no hay algo que podamos llamar
“significado” y que, por ende, la distinción entre enunciados inteligibles y enunciados ininteligibles
es ilusa. Vale considerar las implicaciones de todo esto. Si Derrida está en lo cierto (y, para
empezar, Derrida se opondría a la idea de que él, o quien sea, pueda estar en lo cierto, pues lo
“cierto” no existe), entonces todo vale, y a la vez, todo enunciado carece de significado y
correspondencia con la realidad (de nuevo, la realidad no existiría propiamente). Daría lo mismo
intentar curar el cáncer con quimioterapia (vale agregar, Derrida murió de cáncer y se sometió a la
medicina científica) que intentar curarlo con exorcismos; después de todo, fuera del discurso del
médico o del exorcista no hay un significado, una base sólida en la realidad a la cual apunten sus
palabras. Pero, el asunto va más allá: daría lo mismo convenir que el racismo debe erradicarse,
que convenir que los negros son unos estúpidos malolientes; después de todo, ni el discurso
racista ni el discurso anti-racista apuntan a algo real fuera de su propio sistema de signos