Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
**
Alberto Acosta
3.11.2000
"Y las letanías de las instrucciones de la abuela a Eréndira para poner en orden la carpa: hervir la
infusión del agua, lavar la muda sucia de los indios para tener algo más que descontarles, planchar toda la
ropa para dormir con la conciencia tranquila, dormir despacio para no cansarse, poner su alimento al
avestruz, prender las velas y regar las tumbas, son muy parecidas -en circunstancias diferentes- a la
retahila del Fondo Monetario Internacional para poner en orden la economía: suprimir el déficit fiscal,
rebajar los salarios reales y disminuir las importaciones, para tener algo más que descontar; aumentar las
exportaciones para poder pagar más a los bancos acreedores; crecer despacio para no cansarse y, sobre
todo, pagar toda la deuda para dormir con la conciencia tranquila".
*
El título de este artículo se inspira en el cuento del colombiano Gabriel García Márquez: "La increíble y triste historia
de la cándida Erendira y su abuela desalmada", en la cual una niña debe pagar a su abuela una deuda que no existió
realmente, vendiendo su cuerpo. Relación que inspiró uno de los trabajos más destacados sobre el tema de la deuda
externa, elaborado por Alfredo Eric Calcagno (1988).
**
Ecuatoriano. Economista. Profesor visitante de varias universidades. Consultor del Instituto Latinoamericano de
Investigaciones Sociales (ILDIS) de la Fundación Friedrich Ebert. Las opiniones de este artículo representan la posición
del autor y no comprometen a las entidades donde trabaja.
Dirección: Alberto Acosta, Calama 354, Quito-Ecuador. E-mail: alacosta@hoy.net alacosta48@yahoo.com
1
drástica. En este contexto hay que ubicar estos flujos y reflujos de recursos financieros
con las fluctuaciones de los precios de los productos primarios, que constituyen el
grueso de las exportaciones de América Latina. Y aquí también cabe las rígidas políticas
proteccionistas de los países acreedores, que afectaron las exportaciones de los
deudores.
Vistas así las cosas, los problemas derivados de la deuda externa, subsistentes en
los albores del siglo XXI, no son nuevos en la historia latinoamericana. Desde los
primeros empréstitos extranjeros, contratados a principios del siglo XIX, hasta la actual
deuda, las economías de la región han atravesado por una serie de períodos recurrentes
de auge y crisis, estrechamente vinculados a los ciclos de las economías capitalistas
centrales. Este proceso, que fue cobrando fuerza en la medida que se consolidaba y
difundía el sistema capitalista y la integración sumisa de la región al comercio mundial,
afianzó la dependencia de las economías latinoamericanas.
Sin embargo, esta relación con el mercado internacional no tuvo siempre las
mismas repercusiones en todas las economías de la región. Su impacto varió en función
de la significación de cada país en la división internacional del trabajo; esta apreciación
es importante para comprender las diversas situaciones registradas en cada uno de los
países de la región, diversidad que no aflora en toda su riqueza en estas líneas por las
limitaciones de espacio impuestas a un trabajo de esta naturaleza.
Así, ante la total insuficiencia de recursos financieros propios, hubo que recurrir a
la contratación de créditos en el viejo continente, particularmente en países como Gran
Bretaña, que tenían, además, claros intereses comerciales para debilitar la presencia
española en América Latina. De esta manera, los préstamos conseguidos legitimaron a
las nacientes repúblicas, aún antes de ser reconocidas políticamente. Intereses
económicos -comerciales y financieros- se engarzaron con los intereses políticos de
algunos países europeos.
Los préstamos sirvieron para una primera apertura del mercado latinoamericano.
Posteriormente, a lo largo de más de siglo y medio, en especial al finalizar el milenio,
con el manejo de la deuda externa y los programas de ajuste y estabilización inherentes
a las renegociaciones de la misma, se busca igual objetivo: apertura de los mercados en
función de una reformulación capitalista global de la división internacional del trabajo.
Los empréstitos, además, se mantienen como un mecanismo para asegurar la tasa de
ganancia del capital; por lo que su flujo depende de la situación económica de los países
centrales, antes que de las necesidades de los países subdesarrollados y dependientes.
Razón tenía Simón Bolívar para aborrecer "más las deudas que a los españoles".
Sobre todo Gran Bretaña y poco después los mismos EEUU comenzaron a
afianzar su presencia comercial asegurándose la libre navegación marítima y fluvial,
para tener acceso a los diversos mercados de la región, negociando, simultáneamente, la
imposición de la cláusula de nación más favorecida, para aprovecharse de todas las
ventajas comerciales que permitieran la explotación de las riquezas de las nacientes
repúblicas latinoamericanas y su integración al comercio internacional. Muchas veces
esta cláusula de la nación más favorecida fue el precio para el reconocimiento político
por parte de las grandes potencias. Luego, poco a poco, se fue engrosando el flujo de
capitales con inversionistas franceses y alemanes.
Desde comienzos del siglo XIX fueron varios los compromisos financieros
adquiridos en Londres, París, Hamburgo, Amsterdam y Rotterdam. En Gran Bretaña, de
1822 a 1825, se emitieron bonos por más de 20 millones de libras esterlinas, en 12
emisiones, destinadas a la Gran Colombia (6,75 millones), México (6,4), Brasil (3,2),
Perú (1,8), Argentina (1,0), Chile (1,0) y Centroamérica (0,16). A estos créditos se los
conoció como "deuda inglesa", porque, años más tarde, en la capital británica se
constituyó el Consejo de Tenedores de Bonos -a más de los comités británicos existían
asociaciones alemanas y francesas que participaban en las discusiones-, organización
que, por sus objetivos e inclusive por su forma de actuar, puede ser considerada como
un germen de las que en la actualidad agrupan a los acreedores internacionales: Club de
4
París para los gobiernos acreedores o los "comités de gestión" para la banca privada
internacional.
El afán de los acreedores y sus emisarios por recuperar algo de la creciente deuda
encontró campo propicio en la propensión de los gobernantes latinoamericanos y sus
familias al peculado y al tráfico de influencias, llegando incluso a presentar y discutir
propuestas cada vez más descabelladas, audaces y atentatorias contra la soberanía
nacional. El mismo territorio y sus recursos naturales, por las limitaciones de conseguir
otras rentas más provechosas, se habían convertido en potencial moneda de pago de la
deuda externa. Aún cuando no se generalizó este tipo de transacción, si se registraron
varios y sonados casos de concesiones para la explotación de servicios públicos, de
recursos naturales y hasta de entrega de territorios.
Cabe recordar que, poco a poco, los EEUU, a través de sus representantes
diplomáticos, primero, y luego con el concurso de sus fuerzas armadas, empezaron a
desempeñar un papel más importante en la región.
Desde esas primeras décadas de vida republicana nunca se logró unificar las
posiciones de los países deudores. Y todavía al inicio del siglo XXI no es posible poner
en marcha un club o comité de deudores, mientras que los acreedores, al tiempo de
mantener a los deudores divididos, han sostenido esquemas de renegociación conjunta.
Razón tenía Simón Bolívar cuando afirmaba que "siempre los tiranos se han ligado y los
libres jamás. ¡desgraciada condición humana!".
7
La gran depresión y la moratoria de la deuda
Hasta la década de los 30, los países de la región intentaron sostener el servicio de
las deudas contraidas. La deuda externa, originada o no en la deuda de la
Independencia, seguía pesando. Las moratorias, que se sucedieron en todo ese largo
período, casi siempre fueron actos desesperados ante la recurrente incapacidad de pago,
motivada por los lapsos de crisis externa. En pocas ocasiones se llegó a adoptar una
moratoria con claro contenido político, como en 1896 por parte de Eloy Alfaro durante
la Revolución Liberal ecuatoriana.
Así, con la gran depresión, que afectó a todo el planeta, fueron muchas las
naciones que se vieron en la imposibilidad de seguir cumpliendo con los compromisos
externos. No había ni recursos, ni una institucionalidad internacional para abordar estas
situaciones o para ofrecer créditos de corto plazo, que habrían servido para amainar el
temporal. Bolivia empezó la cadena de moratorias, el 1 de enero de 1931. En marzo del
mismo año, el Perú; en agosto, el Brasil y luego siguieron casi todos los países de la
región: Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, El Salvador, Guatemala, México,
Panamá, Paraguay, Uruguay... Un "vendabal barrió la calle de los bancos de Manhattan
sur" cuando América Latina dijo no a la deuda. Argentina y la República Dominicana
suspendieron parcialmente los pagos. Sólo las deudas de Haití y Nicaragua no fueron
suspendidas, en tanto los bancos norteamericanos, en forma directa, a través de sus
marines, habían organizado "eficientes" mecanismos para el cobro. Otros países
europeos también declararon su incapacidad de pago: Yugoslavia, Alemania, Rumania,
Polonia y Bulgaria. En 1932 y 1933 entraron en moratoria con los EEUU varios países
de Europa occidental, entre otros Alemania que suspendió definitivamente los pagos
hasta lograr un renegociación muy ventajosa luego de la Segunda Guerra Mundial.
La gran depresión, por un lado, y la moratoria aceptada por EEUU para las deudas
europeas, por otro, contribuyeron a que no se produjera una reacción dura contra los
países latinoamericanos. La respuesta fue más bien de carácter técnico, se enviaron
misiones para reorganizar las economías de la región, como la presidida por el profesor
Edwin Kemmerer de la Universidad de Princenton.
En esos años, además, los créditos estaban distribuidos con bastante amplitud,
tanto entre los bancos como entre los tenedores de bonos, lo cual neutralizó una
posición más dura y concertada por parte de los acreedores. No existía la concentración
de la deuda en grandes centros financieros o en consorcios de bancos sindicalizados; los
acreedores, en definitiva, estaban mal organizados, a diferencia de los que sucedería en
la siguiente crisis de la deuda, 50 años más tarde. Tampoco existían entidades
internacionales -como el FMI o el Banco Mundial- encargadas de coordinar los flujos
financieros y los sistemas monetarios.
8
La posibilidad de una masiva recompra de bonos en el mercado secundario
facilitó también una salida al problema; una opción que fue utilizada ya en el siglo
pasado: aquí se destaca la operación que realizó Bolivia en 1886 o la que efectuó el
Ecuador en 1898. En forma autónoma, a diferencia de lo que sucedió al finalizar el siglo
XX, muchos países lograron recuperar entre el 15 y el 50% de sus bonos morosos,
aprovechándose de su baja cotización. Chile, en esos años, fue uno de los que más
provecho sacó de esta situación, disponiendo de rubros específicos de sus ingresos
fiscales para constituir un fondo que le permitió al Estado enfrentar la recompra.
Como era de esperar, las sucesivas moratorias ayudaron a reducir los graves
problemas provocados por el extrangulamiento externo. Es más, se considera que
sirvieron para allanar el camino hacia la recuperación de las economías de la región,
sobre todo al reducir la dependencia financiera externa.
En este punto habría recordar el trato diferenciado que han recibido los países más
ricos y algunos países subdesarrollados por razones de geopolítica imperial. Tengamos
en mente el histórico convenio, suscrito en Londres el 27 de febrero de 1953, con el cual
Alemania alcanzó oficialmente un descuento de su deuda anterior -derivada directa o
indirectamente de las dos guerras mundiales que desató- de hasta 75 %, así como la
drástica reducción de las tasas de interés, que fueron establecidas entre 0 y 5%. Este
país obtuvo, también, un amplio período de gracia para iniciar los pagos de intereses y
capital de determinadas deudas; la ampliación de los plazos para los pagos previstos; y,
por último, la forma de calcular el servicio se estableció en función de la capacidad de
la economía alemana, la cual se vinculó con el avance del proceso de reconstrucción de
ese país. El servicio de esta deuda, en concreto, estaba supeditado al excedente de
exportaciones garantizado por los acreedores, así la relación servicio/exportaciones
alcanzó su valor más alto en 1959: 4,2 por ciento, situación más que envidiable para un
país como el Ecuador, que ha destinado, en varios años, más del 30% de sus
exportaciones a dicho servicio. Posteriormente, en 1971 Indonesia, al igual que
Alemania, se benefició de un acuerdo similar; algo que se repitió años después con
Polonia, para facilitar su recuperación luego de concluido el régimen comunista en los años
9
80, y Egipto, para asegurar su lealtad durante la gigantesca operación bélica en contra del
Irak en 1991.
Junto a los bancos asoma una multitud de compañías extranjeras, muchas de ellas
transnacionales, que participaron activamente en la danza de los millones, vendiendo
incluso tecnologías obsoletas. Hay casos paradigmáticos de empresas internacionales
que con tal de vender sus productos propiciaban cualquier locura: la construcción de
una planta termonuclear por un valor de 2.500 millones de dólares en las Filipinas sobre
terreno sísmico y que por sus rajaduras no puede generar electricidad, por ejemplo. En
esta línea de actos donde la corresponsablidad de los acreedores es indiscutible, a más
de la inocultable corrupción, cabe la fábrica de papel de Santiago de Cao en el Perú, que
no pudo funcionar por no tener suficiente agua, o el inconcluso tren eléctrico de Lima;
la refinería de estaño de Karachipampa en Bolivia, la cual, por estar ubicada a 4.000
metros de altura, no tiene suficiente oxígeno para operar, la procesadora de basura para
Guayaquil, que nunca se instaló; la acería ACEPAR en Paraguay, que no funciona
desde su culminación hace más de 14 años; o, la imprenta del Ministerio de Educación
de Quito, instalada en 1991, más 12 años después de haber sido comprada (y que aún no
funciona), cuando el país de origen ya no existía: la República Democrática Alemana.
Muchos proyectos resultaron improductivos: grandes elefantes blancos, a pesar de
contar con la costosa asesoría de empresas extranjeras y la supervisión de los
organismos multilaterales, pero permanecen como un pasivo oficial a ser pagado por los
países pobres. Y en otros tantos proyectos su costo final fue muy superior al
inicialmente presupuestado. La venta de armas es otra muestra de esta complicidad.
11
condujo a una adecuada utilización de los recursos contratados. Otra causa que explica
la agudización de la crisis.
Así las cosas, la brecha de divisas es explicable por la salida masiva de recursos
(fuga de capitales, servicio de la propia deuda o transferencias de utilidades y regalías),
así como por el ineficiente uso de los factores de producción y por la inexistencia de
patrones de consumo ajustados a la realidades nacionales, que no permitieron el
establecimiento de un proceso de acumulación endógeno. El deterioro de los términos
de intercambio, por ejemplo las bajas ocasionales de la cotización de petróleo, fue
también cubierto con deuda externa, aprovechando la disponibilidad de recursos en los
mercados financieros internacionales. Por otro lado, los créditos externos sustituyeron el
logro de niveles más elevados de ahorro interno, al postergar reformas tributarias
progresivas que habrían logrado mejorar la presión fiscal y, al mismo tiempo, podían
haber contribuido a mejorar los niveles de equidad. Por otro lado, muchos de los
capitales contratados en los mercados internacionales cerraron temporalmente las
brechas fiscales e incrementaron el consumo antes que la inversión.
Este fue, en resumen, el telón de fondo del estallido del problema de la deuda, que
se produjo a raíz de la suspensión de pagos de México en agosto de 1982.
13
América Latina se hundió paulatina y conscientemente en una profunda recesión.
A pesar de lo cual, hay que destacar que el esfuerzo realizado fue descomunal, en
condiciones internas sumamente difíciles y enfrentando un mercado mundial cruzado
por proteccionismos de diversa índole y por la caída de los precios de las materias
primas. La región financió una tremenda sangría de recursos: el servicio de la deuda
externa alcanzó un monto neto negativo estimado en unos 238 mil millones de dólares
en la década de los 80 (más de tres veces superior al monto real del Plan Marshall); la
fuga de capitales habría estado en ordenes de magnitud que pueden fluctuar entre los
100 mil y 300 mil millones dólares (dependiendo de su definición y en muchos países
superior al monto del endeudamiento foráneo) y el deterioro de los términos de
intercambio en alrededor de 250 mil millones de dólares. En esta sumatoria de recursos
destinados a financiar las necesidades derivadas de la revolución tecnológica en marcha
en los países industrializados, habría que añadir la repatriación de capitales y las
remesas de utilidades de las inversiones extranjeras (superiores a los capitales
invertidos), el pago de regalías y otros derechos tecnológicos, la sangría de "cerebros" y
de mano de obra extraídos sistemáticamente de los países del Sur. Un punto aparte
merecen los costos provocados por el neoproteccionismo de los países del Norte.
En este listado de reclamos ecológicos, a los cuales habría que añadir el tema de la
deuda social, hay que incorporar la expoliación colonial.
14
Justamente en los años 80, en los cuales América Latina se transformó en un
continente exportador de dólares, la deuda externa, a pesar del volumen enorme del
servicio neto realizado, continuó creciendo: había adquirido vida propia por el
automatismo de las finanzas internacionales, tal como se observa en el siguiente cuadro.
De 1970 a 1975 la deuda creció en 181%, mientras que en los cinco años siguientes -
1975-1980- el salto fue espectacular: 467%; para luego, como consecuencia de la crisis,
declinar en su marcha ascendente a un 69% de 1980 a 1985, a un 15% de 1985 a 1990.
La deuda volvería a incrementarse como consecuencia del reflujo de capitales
experimentado a partir de 1990: así, en 1995, aumentó en un 38%. De 1990 a 1998 el
incremento fue de un 58%, valores inferiores a los conseguidos entre 1970 y 1980,
cuando se produjo el proceso de mayor endeudamiento externo.
1955 4 58
1960 6 69
1965 9 87
1970 16 112
1975 45 124
1980 228 243
1982 332 330
1985 386 419
1990 442 362
1995 608 228
1997 645 196
1998 698 209
Fuente: CEPAL
Por otro lado, los gobiernos deudores fueron, una vez más, incapaces de diseñar
una salida común para suspender o renegociar en bloque el servicio de dicha deuda. La
salida más conveniente habría sido el logro de un amplio acuerdo político concertado
con las naciones acreedoras. En esos momentos una posición conjunta de los países
latinoamericanos pudo apurar una solución política amplia y duradera, puesto que los
bancos internacionales estaban también abocados a una situación sumamente angustiosa
por el excesivo grado de exposición que tenían sus acreencias con los países
subdesarrollados, sobre todo con los latinoamericanos. Dicha incapacidad para
encontrar un salida conjunta ratifica una suerte de complicidad histórica existente entre
los responsables de los gobiernos latinoamericanos y los intereses de la banca
internacional. Además, influyeron las presiones y amenazas que ejerció el capital
financiero, en especial a través del gobierno norteamericano y de los organismos
multilaterales, que frenaron cualquier intento para conformar un club de deudores. Sin
necesidad de recurrir al uso de la fuerza de las armas, como épocas anteriores, "el gran
garrote", con un creciente peso ideológico y con abiertas amenazas de embargos y
juicios, defendió en todo momento al capital financiero internacional...
15
Así las cosas, manteniendo el enfoque tradicional -ajuste más renegociación- basado
en la equivocada expectativa de que una recuperación de la economía norteamericana
arrastre a las economías latinoamericanas, se abrió la puerta a una serie de soluciones. Con el
Plan Baker, en 1985, se reconoció la necesidad del crecimiento económico para salir del
atolladero, crecimiento a ser conseguido con una nueva y obligada inyección de recursos
financieros. Ante el fracaso de este empeño, se continuó con la búsqueda de cobros parciales
a través de los mecanismos de mercado ("menú de opciones", en especial desde 1987),
acompañados con la tácita aceptación económica de la incobrabilidad (formación de reservas
bancarias). Desde el campo político se insistió, al aceptar la imposibilidad de recuperar el
valor nominal de la deuda, y se buscó un cambio de deudas viejas por deudas nuevas, dentro
de lo que se conoce como el Plan Brady, a partir de 1989; Plan que, además, favorece la
capitalización de deuda, otro mecanismo para favorecer las privatizaciones. Poco más tarde y
como parte de la integración continental propuesta por los EEUU, se presentó en 1990 la
Iniciativa para las Américas, propuesta que integraba por primera vez la necesidad de dar un
tratamiento especial a la deuda oficial.
Aquí cabe una mención de la crisis del Ecuador, el primer país que, forzado por su
incapacidad de pago y por la tozudez de los acreedores, tuvo que suspender el servicio
de su deuda comercial. Recordemos que, en 1998, este país pagó más del 27% de sus
exportaciones por concepto de deuda externa, registró un déficit comercial de casi 7%
del PIB y de más del 10% del PIB en la cuenta corriente de la balanza de pagos; en
1999 experimentó una caída de 8% del PIB y del 9,8% en términos del ingreso per
cápita; con un servicio de la deuda que superó el 75% de los ingresos fiscales. La salida
de esta crisis se planteó a través de la dolarización oficial de la economía en enero del
2000, la cual presionó para un rápido e inconveniente arreglo de la deuda con el fin de
tener asegurada la posibilidad de contratar nueva deuda externa, que en poco tiempo
será indispensable. Lejos de ser la dolarización una pócima mágica para resolver todos
16
los problemas, como se ha llegado a afirmar en muchos foros internacionales, los
desequilibrios fiscales o externos estarán presentes en la economía ecuatoriana, que los
financiará con nueva deuda externa: con un esquema de tipo de cambio rígido o
irrevocable, como lo es la dolarización, se produce una suerte de adicción al
endeudamiento externo; esto se observa en aquellas economías atrapadas en la
dolarización o en la convertibilidad, tal como se experimenta en Panamá y Argentina.
La dolarización, eso si, es una herramienta que obligará al Ecuador a completar el ajuste
neoliberal en el campo de las privatizaciones, a profundizar la flexibilización laboral y
la reforma fiscal, las únicas asignaturas realmente pendientes, pues este país ha
“cumplido” en gran medida con la apertura comercial, la liberalización financiera y, en
especial, la apertura de la cuenta de capitales.
Insistamos, el interés último del manejo de la deuda, sin dejar de exigir su pago,
fue y sigue siendo promover una reinserción sumisa de las economías latinoamericanas
en el mercado mundial. Lo cual se manifiesta en una mayor internacionalización del
mercado de capitales, en una masiva liberalización financiera doméstica, en una
extrema flexibilización laboral, en un debilitamiento del Estado nacional y, sobre todo,
en una modernizada forma de reprimarización de las economías endeudadas.
17
como acreedores de dicha deuda, al ser tenedores de papeles de la deuda de sus países. Y en
este escenario no han faltado propuestas supuestamente innovadoras tendientes a canjear
deuda por inversiones sociales, con las cuales muchos gobierno, a través de su frente
social, con un amplio despliegue publicitario y con remozadas prácticas clientelares, se
aseguraron respaldos de los grupos más empobrecidos de la sociedad, al tiempo que
doblegaban la resistencia de amplios sectores organizados, para así poder radicalizar el
ajuste neoliberal, especialmente las privatizaciones.
Adicionalmente, la crisis y las políticas aplicadas para enfrentarla, no pueden ser vistas
simplemente a través de sus evoluciones más o menos negativas para la mayoría de la
población. El neoliberalismo, que encontró en la crisis de la deuda el terreno propicio para su
aplicación, en tanto ahondó la tendencia de reprimarización y desindustrialización del
aparato productivo nacional, no puede ser asumido como un fracaso. Muy por el contrario,
las economías latinoamericanas caminaron -quizás no todo lo que esperaban los defensores
de la ideología neoliberal- hacia una mayor concentración de la riqueza en pocas manos,
tanto como hacia la apertura comercial y de la cuenta de capitales, la desregulación de los
mercados, la liberalización financiera doméstica, la flexibilización laboral y la privatización:
objetivos visibles de este modelo, que promueve un proceso de marcada desnacionalización
del desarrollo. Ahora tenemos economías mucho más dominadas por el capital financiero
internacional y orientadas radicalmente hacia el mercado exterior. Estos elementos, que se
refuerzan entre sí, han aumentado las desigualdades en la sociedad y, una vez más, han
bloqueado el proceso de desarrollo.
En este contexto, aún cuando el leitmotiv era aumentar a como de lugar las
exportaciones, los países de la región experimentaron un incremento mucho mayor de las
importaciones que de sus ventas externas. En una aproximación más de detalle, se puede
observar que las importaciones provenientes de los países de la Organización de
Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), en la que intervienen las economías más
ricas del mundo, crecieron mucho más rápido que las ventas externas de la región. Esto nos
demuestra que las políticas económicas aplicadas en América Latina, a la sombra de las
renegociaciones de la deuda externa, han contribuido a establecer una nueva modalidad de
acumulación propicia para dichas importaciones y que, además, los países latinoamericanos,
sobre todo hasta 1989, han sido una fuente importante de financiamiento para los cambios
que se procesaban en los países industrializados. Todo esto como parte de una reinserción
mucho más sumisa de las economías latinoamericanas en el mercado mundial.
18
En estas condiciones, durante la primera mitad de los años 90, los déficits del
balance comercial, agudizados también por el deterioro de los términos de intercambio
de algunos productos de exportación básicos, se compensaron con el incremento de los
flujos financieros externos. Este creciente desbalance entre exportaciones e
importaciones, acompañado de un nuevo endeudamiento externo nos condujo a una
variante de la "enfermedad holandesa", esta vez provocada por el ingreso masivo de
capitales privados.
Los ajustes estructurales sirvieron para atraer inversiones, sobre todo por las
múltiples ventajas que se ofrecieron y ofrecen todavía a los capitales extranjeros (o
nacionales repatriados) para la privatización de las empresas estatales; la subvaloración
de los precios de venta de estas empresas (deterioradas casi en forma planificada y a las
cuales muchas veces se les obligó a contratar créditos externos para financiar proyectos
fuera de su órbita empresarial) fue y es un aliciente para provocar inversiones
provenientes del exterior. Adicionalmente, uno de los mecanismos más utilizados en
este proceso de privatizaciones, fue el de la conversión de deuda en capital, como otra
ventaja adicional para los potenciales compradores.
En este escenario, los cambios registrados a nivel técnico y legal en los mercados
financieros internacionales, que condujeron a la disminución de los costos financieros y
a la introducción de novedosos esquemas de reaseguro, crearon nuevas condiciones para
una mayor movilidad de los capitales. Estos cambios también aportaron para que dichos
recursos se ubiquen con gran rapidez en algunos mercados emergentes, aprovechando
las transformaciones que experimenta la economía mundial. Adicionalmente, las
posibilidades creadas por los avances tecnológicos en el campo de las
telecomunicaciones y de la computación sustentan un esquema de mayor interrelación y
flexibilidad entre todos los mercados financieros mundiales.
Esta liberalización habría que ubicarla en un contexto más amplio, con el fin de
comprender mejor los entretelones de una crisis que también está vinculada con severos
problemas de sobrecapacidad productiva y sobreacumulación, en tanto ella asoma como un
producto de la globalización capitalista, esto es de la extensión e intensificación de las
contradicciones del sistema capitalista a gran escala. Sistema que, en su fase "global",
valoriza, en particular, las transacciones financieras e inmobiliarias, no tanto la producción, y
menos aún la generación de empleo y el mejoramiento de las condiciones de vida de las
masas. Sistema que provoca una colosal concentración de la riqueza; otra de las causas de la
crisis, en tanto las masivas utilidades alcanzadas se canalizaron a nuevas y lucrativas
operaciones financiaras, así como a un consumo cada vez más conspicuo de las elites
mundiales.
Así las cosas, luego de haber constatado las diversas opciones que se han desarrollados
desde los acreedores para enfrentar el sobre endeudamiento externo de los países periféricos,
podemos constatar que los problemas derivados de dicho endeudamiento tienen algunas
características nuevas, pero que, en el fondo, reflejan muchas de las contradicciones y
dificultades anteriores.
BIBLIOGRAFIA
De la amplísima literatura disponible sobre la deuda externa de América Latina proponemos una
selección mínima, que permitiría a los interesados conocer con mayor detalle sus orígenes y evolución:
- Acosta, Alberto; "La deuda eterna - Una historia de la deuda externa ecuatoriana", Colección Ensayo, LIBRESA,
cuarta edición, 1994.
- Calcagno, Alfredo Eric; "La perversa deuda - Radiografía de dos deudas perversas con víctimas diferentes: la de
Eréndira con su abuela desalmada y la de América Latina con la banca internacional", Editorial Legasa, Buenos
Aires, 1988.
- Estay Reyno, Jaime; "Pasado y presente de la deuda externa de América Latina", Instituto de Investigaciones
Económicas de la Universidad Autónoma de Puebla, México, 1996.
- García Menéndez, José Ramón; "Política económica y deuda externa en América Latina", Universidad de Santiago
de Compostela e iepala Editorial, Madrid, 1989.
- Hinkelammert, Franz J.; "La deuda externa de América Latina-El automatismo de la deuda", Colección Análisis,
Costa Rica, 1988.
- Marichal, Carlos; "Historia de la deuda externa de América Latina", Alianza Editorial, Madrid, 1988.
- Ocampo, José Antonio y Lora, Eduardo; "Colombia y la deuda externa-De la moratoria de los treintas a la
encrucijada de los ochentas", Tercer Mundo Editores, Fedesarrollo, Bogotá, 1989.
- Roddick, Jacqueline; "El negocio de la deuda externa-América Latina y los bancos internacionales", El Ancora
Editores, Bogotá, 1990.
- Sistema Económico Latinoamericano (SELA); "Experiencias unilaterales en materia de deuda externa", Serie
Estudios sobre Relaciones Económicas, ere/21, Caracas, julio 1989.
- Toussaint, Eric; "Deuda externa en el Tercer Mundo: las finanzas contra los pueblos", Editorial Nueva Sociedad,
Caracas, 1998.
21
- Ugarteche, Oscar; "El Estado Deudor-Economía política de la deuda: Perú y Bolivia 1968-1984", Instituto de
Estudios Peruanos, Lima, 1986.
- Vitale, Luis; "Historia de la deuda externa latinoamericana y entretelones del endeudamiento externo argentino",
Sudamericana-Planeta, Buenos Aires, 1986.
Síntesis
Los problemas derivados de la deuda externa subsistentes en los albores del siglo XXI
no son nuevos en la historia latinoamericana. Desde los primeros préstamos, contratados
a principios del siglo XIX, hasta la actual deuda externa, las economías de la región han
atravesado por una serie de períodos recurrentes de auge y crisis, estrechamente
vinculados al movimiento cíclico característico en el funcionamiento del sistema
capitalista. Este proceso, que fue cobrando fuerza en la medida que se consolidaba y
difundía el sistema capitalista y la integración sumisa de la región al comercio mundial,
afianzó la dependencia de las economías latinoamericanas. Y este mismo proceso, en el
cual no deben estar ausentes términos tales como corrupción, despilfarro y usura,
explica el papel que cumple la deuda externa para asegurar la participación de América
Latina en la actual división globalizante del trabajo mundial.
22