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Artículo publicado en el libro “Otras Caras de la deuda - Propuestas para la acción”, Editorial

Nueva Sociedad, Caracas (2001)

La increíble y triste historia de América Latina


y su perversa deuda externa *

**
Alberto Acosta
3.11.2000

"Y las letanías de las instrucciones de la abuela a Eréndira para poner en orden la carpa: hervir la
infusión del agua, lavar la muda sucia de los indios para tener algo más que descontarles, planchar toda la
ropa para dormir con la conciencia tranquila, dormir despacio para no cansarse, poner su alimento al
avestruz, prender las velas y regar las tumbas, son muy parecidas -en circunstancias diferentes- a la
retahila del Fondo Monetario Internacional para poner en orden la economía: suprimir el déficit fiscal,
rebajar los salarios reales y disminuir las importaciones, para tener algo más que descontar; aumentar las
exportaciones para poder pagar más a los bancos acreedores; crecer despacio para no cansarse y, sobre
todo, pagar toda la deuda para dormir con la conciencia tranquila".

Alfredo Eric Calcagno, 1988

Antes de adentrarnos en una breve lectura de la historia de la deuda externa de


América Latina, reconozcamos que esta deuda es, en todo momento, la expresión más
visible de una evolución que va mucho más allá del simple campo financiero y aún
económico. Por eso no cabe afirmar simplemente que la deuda externa y su manejo
hayan ocasionado las repetidas crisis económicas en la región. La deuda en sí es otra
manifestación de las crisis del propio sistema capitalista. Y como tal se sucede
cíclicamente, con una serie de elementos nuevos y otros que ya se repitieron en épocas
anteriores: a mediados de la década de los 20, a principios de los años 70 o en los años
90 durante el siglo XIX; o durante la famosa depresión de los años 30 o en los años 80 y
90 ya en el siglo XX. Epocas en las cuales la deuda no simplemente fue un problema
financiero, sino que desempeñó un papel importante como palanca para imponer la
voluntad de los países acreedores sobre los deudores. Imposición que revistió diversos
caracteres, inclusive violentos.

En este proceso incidieron las inapropiadas y en ocasiones corruptas prácticas


bancarias en su relación con los deudores, a más, por supuesto, del irresponsable uso
que muchas veces hicieron éstos de los créditos contratados. El mercado financiero
mostró, por igual, un comportamiento pendular y hasta procíclico: los préstamos
abundantes y hasta precipitados se daban en función de los excesos de fondos y, luego,
cuando vislumbraban dificultades, se procedía a recortar los créditos de una manera

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El título de este artículo se inspira en el cuento del colombiano Gabriel García Márquez: "La increíble y triste historia
de la cándida Erendira y su abuela desalmada", en la cual una niña debe pagar a su abuela una deuda que no existió
realmente, vendiendo su cuerpo. Relación que inspiró uno de los trabajos más destacados sobre el tema de la deuda
externa, elaborado por Alfredo Eric Calcagno (1988).
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Ecuatoriano. Economista. Profesor visitante de varias universidades. Consultor del Instituto Latinoamericano de
Investigaciones Sociales (ILDIS) de la Fundación Friedrich Ebert. Las opiniones de este artículo representan la posición
del autor y no comprometen a las entidades donde trabaja.
Dirección: Alberto Acosta, Calama 354, Quito-Ecuador. E-mail: alacosta@hoy.net alacosta48@yahoo.com
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drástica. En este contexto hay que ubicar estos flujos y reflujos de recursos financieros
con las fluctuaciones de los precios de los productos primarios, que constituyen el
grueso de las exportaciones de América Latina. Y aquí también cabe las rígidas políticas
proteccionistas de los países acreedores, que afectaron las exportaciones de los
deudores.

Vistas así las cosas, los problemas derivados de la deuda externa, subsistentes en
los albores del siglo XXI, no son nuevos en la historia latinoamericana. Desde los
primeros empréstitos extranjeros, contratados a principios del siglo XIX, hasta la actual
deuda, las economías de la región han atravesado por una serie de períodos recurrentes
de auge y crisis, estrechamente vinculados a los ciclos de las economías capitalistas
centrales. Este proceso, que fue cobrando fuerza en la medida que se consolidaba y
difundía el sistema capitalista y la integración sumisa de la región al comercio mundial,
afianzó la dependencia de las economías latinoamericanas.

Sin embargo, esta relación con el mercado internacional no tuvo siempre las
mismas repercusiones en todas las economías de la región. Su impacto varió en función
de la significación de cada país en la división internacional del trabajo; esta apreciación
es importante para comprender las diversas situaciones registradas en cada uno de los
países de la región, diversidad que no aflora en toda su riqueza en estas líneas por las
limitaciones de espacio impuestas a un trabajo de esta naturaleza.

El elevado costo de la Independencia

Para lograr su Independencia de España, los pueblos latinoamericanos requerían


de armamento, equipos, uniformes y muchos otros pertrechos bélicos que debían
adquirir en el exterior. Estas compras se realizaron con préstamos contratados en
Europa desde la primera década del siglo XIX, habida cuenta de que no se consiguió el
respaldo buscado en los Estados Unidos (EEUU), los mismos que mantenían una
supuesta neutralidad en el conflicto. Los EEUU no sólo que no apoyaron la
emancipación de las colonias del sur, sino que procuraron retrasarla, comprometiéndose
a entregar suministros a los españoles hasta cuando su poderío pudiera competir con el
imperio británico.

Así, ante la total insuficiencia de recursos financieros propios, hubo que recurrir a
la contratación de créditos en el viejo continente, particularmente en países como Gran
Bretaña, que tenían, además, claros intereses comerciales para debilitar la presencia
española en América Latina. De esta manera, los préstamos conseguidos legitimaron a
las nacientes repúblicas, aún antes de ser reconocidas políticamente. Intereses
económicos -comerciales y financieros- se engarzaron con los intereses políticos de
algunos países europeos.

Banqueros y comerciantes de Londres, apoyados por políticos y diplomáticos,


por agentes e inversionistas, que habían logrado suplantar a Amsterdam como centro
financiero mundial durante las guerras napoleónicas, encontraron en América Latina
una serie de posibilidades para extraer riqueza directamente, sin intermediación de
España. Minas de oro y plata, extracción de perlas y, sobre todo, el comercio para sus
manufacturas eran los principales atractivos. Gran Bretaña no sólo colocó, a través de
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prestamistas inescrupulosos, sus recursos financieros en condiciones ventajosas, sino
que, a través de los créditos, abrió mercados a sus productos al tiempo que incrementó
su influencia política a costa del control de las economías de los países deudores. Estos,
a su vez, tuvieron que subordinar sus economías y aún su vida política al pago de
onerosas deudas.

Los acreedores tenían varios intereses en estas operaciones, en tanto avizoraban


ganancias jugosas por el lado de las comisiones para la emisión y venta de bonos, a más
de las utilidades que obtenían con la especulación de los mismos. El negocio se
completaba con las operaciones comerciales de venta de armas y material bélico, que no
tenían inconveniente en realizarlas con patriotas o realistas, si era preciso.

Los préstamos sirvieron para una primera apertura del mercado latinoamericano.
Posteriormente, a lo largo de más de siglo y medio, en especial al finalizar el milenio,
con el manejo de la deuda externa y los programas de ajuste y estabilización inherentes
a las renegociaciones de la misma, se busca igual objetivo: apertura de los mercados en
función de una reformulación capitalista global de la división internacional del trabajo.
Los empréstitos, además, se mantienen como un mecanismo para asegurar la tasa de
ganancia del capital; por lo que su flujo depende de la situación económica de los países
centrales, antes que de las necesidades de los países subdesarrollados y dependientes.

En un inicio el arreglo de la deuda externa estuvo manejado por personas


inexpertas. Tampoco faltaron las infaltables confusiones por las limitaciones de las
comunicaciones de la época. Pero luego se harían presentes casi exclusivamente la
corrupción y la codicia desenfrenada. Lo que es peor, desde aquellos lejanos años hasta
la fecha, los renegociadores de la deuda siempre trataron el tema en forma misteriosa y
al margen de la opinión pública, insensibles a buscar soluciones que antepongan el
interés nacional a las pretensiones de los acreedores o a las suyas propias.

Si en aquellos años la Gran Colombia -Colombia, Ecuador y Venezuela- tuvo un


"genio del mal" con Francisco Antonio Zea, también lo tuvieron los chilenos con
Antonio José de Irisarri y los peruanos con Juan García del Río y James Paroissien, y
los mexicanos con Borja Mignoni. Estos plenipotenciarios oficiales se aliaron con
verdaderos aventureros del mundo de los negocios, en el cual los préstamos adquirieron
una suerte de automatismo propio, en tanto los delegados oficiales ya no pudieron
seguir controlando la trayectoria financiera, al tiempo que eran víctimas de los
banqueros y sus intermediarios. Uno de los casos más notorios fue el de Gregor
MacGregor, que fuera oficial del ejército patriota colombiano: este aventurero escocés,
que se dedicó después por muchos años a la piratería en el Caribe, negoció en 1820 un
tratado con los indios miskitos en Nicaragua, obteniendo el nombramiento honorífico de
"príncipe de Poyais", que le sirvió para estafar, a su retorno a Londres, en 1822, a
nombre de este imaginario principado. MacGregor, que regresó hasta con un gran
chambelán para presentarse en la corte británica, vendió tierras de "su país" y colocó
cerca de 200 mil libras esterlinas en bonos de un empréstito para Poyais; tal era el nivel
de corrupción, así como la especulación y las expectativas que se habían creado en el
mundo financiero londinense. Más tarde, ya en la década de los 70 del siglo pasado,
entre muchos otros casos de estafa internacional, podemos recordar aquel intento para
colocar bonos destinados a la construcción de un ferrocarril, cuyos vagones debían
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transportar "buques oceánicos" de 1.200 toneladas cada uno de una costa a otra de
Honduras.

Razón tenía Simón Bolívar para aborrecer "más las deudas que a los españoles".

La inserción en el mercado mundial a través de la deuda externa

Las nacientes repúblicas se constituyeron en plena crisis económica del sistema


capitalista, heredando las pesadas cargas de la colonia y, también, de largas y costosas
guerras independentistas, financiadas con deuda. Esta fue el mecanismo de integración
de América Latina en el mercado mundial que sirvió orgánicamente a los intereses del
capital internacional, que comenzaba en esa época a funcionar con una lógica más
totalizadora.

Sobre todo Gran Bretaña y poco después los mismos EEUU comenzaron a
afianzar su presencia comercial asegurándose la libre navegación marítima y fluvial,
para tener acceso a los diversos mercados de la región, negociando, simultáneamente, la
imposición de la cláusula de nación más favorecida, para aprovecharse de todas las
ventajas comerciales que permitieran la explotación de las riquezas de las nacientes
repúblicas latinoamericanas y su integración al comercio internacional. Muchas veces
esta cláusula de la nación más favorecida fue el precio para el reconocimiento político
por parte de las grandes potencias. Luego, poco a poco, se fue engrosando el flujo de
capitales con inversionistas franceses y alemanes.

Algunos préstamos iniciales se destinaron al impulso a la infraestructura, en


especial para beneficio de los terratenientes. Pero, paulatinamente, se contrataron
nuevos créditos para satisfacer los reclamos derivados de anteriores préstamos: desde un
primer momento las renegociaciones se orientaron a contratar nuevas deudas para pagar
los vencimientos de las anteriores obligaciones. Por otro lado, el destino de los recursos
contratados en condiciones onerosas, no siempre fue el esperado, puesto que en no
pocas oportunidades, se produjo una utilización inadecuada y muchas veces dolosa que
incrementó el peso de la deuda externa, sin haber obtenido beneficio alguno. Gran parte
de estas operaciones crediticias se realizaron en abierta complicidad con los
representantes nacionales, que participaban activamente en los negocios especulativos
de compra-venta de bonos de la deuda. Esos préstamos externos, también, eran
importantes para el financiamiento fiscal en países que no conseguían los recursos
suficientes por la vía de los ingresos aduaneros o a través de otras rentas.

Desde comienzos del siglo XIX fueron varios los compromisos financieros
adquiridos en Londres, París, Hamburgo, Amsterdam y Rotterdam. En Gran Bretaña, de
1822 a 1825, se emitieron bonos por más de 20 millones de libras esterlinas, en 12
emisiones, destinadas a la Gran Colombia (6,75 millones), México (6,4), Brasil (3,2),
Perú (1,8), Argentina (1,0), Chile (1,0) y Centroamérica (0,16). A estos créditos se los
conoció como "deuda inglesa", porque, años más tarde, en la capital británica se
constituyó el Consejo de Tenedores de Bonos -a más de los comités británicos existían
asociaciones alemanas y francesas que participaban en las discusiones-, organización
que, por sus objetivos e inclusive por su forma de actuar, puede ser considerada como
un germen de las que en la actualidad agrupan a los acreedores internacionales: Club de
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París para los gobiernos acreedores o los "comités de gestión" para la banca privada
internacional.

En esa época, el eje de acumulación se asentaba en la propiedad de tierras y minas


en manos de las elites dominantes: burguesía criolla en formación, casi idéntica con los
representantes del Imperio español. Eran familias que habían iniciado el proceso de
acumulación originaria en tiempos de la colonia y que se beneficiaban de la apropiación
de las propiedades indígenas. La base de la acumulación, tal como en los largos siglos
coloniales, se completaba con la explotación de la mano de obra y la exportación
agropecuaria y minera, que luego de la Independencia comenzó a desenvolverse sin las
anteriores trabas impuestas por la corona española. Fueron años en los que se consolidó
un esquema consumista europeizante en los grupos dominantes, lo cual contribuyó a
profundizar las interrelaciones económicas y la misma dependencia.

La deuda externa fue parte de un proceso bastante amplio de europeización de las


nacientes repúblicas de la región, tal como sucedió en otras partes del mundo: Egipto, el
Imperio Otomano, Persia, Túnez y Marruecos, para citar un par de ejemplos. En muchos
casos, los préstamos precedieron a la intervención colonialista directa (Túnez y
Marruecos) o fueron parte de los esquemas de neocolonización, como sucedió en
América Latina.

Un largo y tortuoso proceso de renegociaciones de la deuda externa

Los continuos arreglos y renegociaciones -de limitada duración por ser


atentatorios contra los intereses nacionales y por la reiterada imposibilidad de
cumplimiento-, y las múltiples suspensiones de pago dada la permanente carencia de
recursos financieros, hicieron de la deuda externa un escollo casi permanente en la vida
económica y política de estos pueblos, poniendo en riesgo su existencia como países
independientes. Esta situación, que nos permite afirmar que estamos frente a una "deuda
eterna", se vio más agravada aún por la desidia de ciertos gobernantes, la indiferencia
de otros y, en no pocas ocasiones, por el descarado y cómplice manejo que algunos
hicieron de la deuda. Esta deuda, con sus intereses acumulados, entorpeció aún más el
desarrollo y fue el origen de muchos de los males financieros que se sufrieron por
mucho tiempo en América Latina.

Las economías latinoamericanas, incorporadas a la reproducción internacional del


capital, por la penetración, la expansión y la competencia de los diversos intereses
mercantiles, determinados por las potencias capitalistas de principios del siglo pasado,
ya habían entrado en crisis en 1825-26, luego de un prematuro período de auge. Crisis
que condujo a las primeras moratorias en Argentina, Chile, México, Perú, la Gran
Colombia, la Federación de Centroamérica.

Años después, superadas las mayores dificultades de la recesión, se fue


estructurando un nuevo ciclo de crecimiento económico desde 1860 hasta principios de
los años 70. Período de crecimiento económico regional, que, sin embargo, no benefició
por igual a todas las economías de la región, puesto que sólo algunas ofrecían
oportunidades interesantes como receptoras de capitales foráneos, sea en forma de
préstamos o de inversiones directas. La contratación de nuevos créditos varió
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sustancialmente entre los países latinoamericanos, puesto que no todos presentaban
productos atractivos para el mercado mundial, como fue el guano del Perú. Entre 1850 y
1875, Brasil consiguió 8 créditos; Argentina, Chile y Perú 7; Honduras 4; Costa Rica 3;
el resto 1 o 2 préstamos, por un monto total de 141 millones de libras esterlinas.
Recursos que fueron destinados al gasto militar (usado muchas veces en sangrientas
guerras civiles y, por supuesto, para el sostenimiento de un sinnúmero de gobiernos
dictatoriales y despóticos), a obras públicas, al consumo suntuario de las elites
dominantes (casi siempre aliadas de los intereses transnacionales) o, en gran medida, a
la refinanciación de antiguas deudas. No nos olvidemos que hasta la guerra fratricida
contra el Paraguay (1864-1870), llevada a cabo por la Triple Alianza (Argentina, Brasil
y Uruguay), respaldada por la Gran Bretaña, se financió con deuda externa. El conflicto
entre Ecuador y Perú, en 1859, también tuvo entre sus antecedentes la deuda externa: el
gobierno peruano se opuso a la entrega de tierras en la Amazonia a tenedores de bonos
por parte del Ecuador, por considerarlas peruanas.

En aquella época se estaba frente a un "redescubrimiento" de América Latina para


el capital internacional, que culminaría su ciclo en la crisis de 1873, que condujo a una
nueva moratoria en muchos países de la región; mientras que otros países, como
Ecuador, no habían logrado un acuerdo satisfactorio con los acreedores desde sus
Independencia. Pocos años más tarde, la región se vería enfrentada nuevamente a
problemas financieros con la crisis de los años 90 al finalizar el siglo XIX.

Este proceso de ciclos de auge seguidos por épocas de crisis vinculadas a la


problemática de la deuda externa se convirtió en una suerte de círculo vicioso en
América Latina. Una situación explicable por el estilo de crecimiento económico
imperante en la región, que ha obligado permanentemente a recurrir a los mercados
financieros internacionales para suplir las necesidades de financiamiento, ocasionadas,
fundamentalmente, por la exacción crónica de recursos: deterioro de los términos de
intercambio, intereses usurarios de los propios créditos foráneos, remisión de utilidades
y repatriación de capitales de las inversiones extranjeras directas, fuga de capitales.

El afán de los acreedores y sus emisarios por recuperar algo de la creciente deuda
encontró campo propicio en la propensión de los gobernantes latinoamericanos y sus
familias al peculado y al tráfico de influencias, llegando incluso a presentar y discutir
propuestas cada vez más descabelladas, audaces y atentatorias contra la soberanía
nacional. El mismo territorio y sus recursos naturales, por las limitaciones de conseguir
otras rentas más provechosas, se habían convertido en potencial moneda de pago de la
deuda externa. Aún cuando no se generalizó este tipo de transacción, si se registraron
varios y sonados casos de concesiones para la explotación de servicios públicos, de
recursos naturales y hasta de entrega de territorios.

En ocasiones, como aconteció en Colombia y México, por ejemplo, se ordenó que


el pago de la deuda se hiciera con todos los valores recaudados por la venta o el
arriendo de las tierras baldías de propiedad del Estado. A más de la emisión de bonos en
varios países, en otros como Paraguay, Costa Rica y Perú los acreedores cambiaron los
bonos por propiedades estatales. En el Ecuador se quiso vincular la entrega de territorios
a las tasas de interés en función del número de colonos que se enviaran; tampoco
faltaron sucesivos intentos de usurpación de las Islas Galápagos por parte de los EEUU.
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En otras oportunidades, los reclamos de los acreedores fueron respaldados abiertamente
con las armas, como sucedió con la invasión anglo-francesa-española a México en 1862,
el despojo a México de casi dos millones de kilómetros cuadrados -Texas, Nuevo
México y California- en las décadas de 1840-50 por parte de los EEUU, el bombardeo
de los puertos venezolanos en 1903, por parte de una flota anglo-germano-italiana (con
aprobación yanki), el secuestro por parte de marines yanquis de las aduanas de la
República Dominicana en 1907 y de Haití en 1917. Aún la fallida intentona española
para reconquistar América Latina en 1846, inspirada por un frustrado ex-gobernante
ecuatoriano (el primer presidente de Ecuador, Juan José Flores), se financió también por
parte de los acreedores, quienes estaban dispuestos a apoyar un nuevo sojuzgamiento de
América Latina para recuperar sus préstamos, con los cuales ayudaron a liberarla...

El financiamiento de los ferrocarriles apareció como un negocio lucrativo para el


capital internacional, en tanto los banqueros obtenían réditos con los préstamos y la
colocación de bonos, los comerciantes y fabricantes con el suministro de material
ferroviario y servicios de ingeniería; todos vinculados a las elites nativas, las cuales, de
una u otra forma, pugnaban por acelerar la integración de las economías
latinoamericanas al mercado mundial. En el Perú, para mencionar uno de los casos más
notables, con un contrato firmado con la Corporación Grace en 1890, se concesionó la
administración de las líneas férreas a los acreedores por 66 años, la operación de las
naves del lago Titicaca, los derechos para explotar las minas del Cerro de Pasco, dos
millones de hectáreas de tierras públicas y un pago anual de 80 mil libras esterlinas
durante 30 años. En Argentina, en donde también se hipotecaron las aduanas para el
servicio de la deuda, se capitalizó la deuda a cambio de la entrega del ferrocarril y el
servicio del agua corriente.

Entonces gran parte de la deuda externa de los países latinoamericanos tenía la


forma de bonos u obligaciones distribuidos entre numerosos acreedores individuales en
Europa. A más del Consejo de Tenedores en Londres, no existían respaldos
institucionalizados como los actuales -Fondo Monetario Internacional (FMI) y Banco
Mundial- para organizar y representar unitariamente los intereses de los acreedores ni
para diseñar procesos de renegociación de los vencimientos, por lo que, en muchas
oportunidades, esos intereses estaban representados por los diplomáticos extranjeros
acreditados en el país, quienes, en forma desembozada, reclamaban el servicio de la
deuda y sugerían los mecanismos para tal fin: por ejemplo, solicitando la entrega de los
ingresos aduaneros para pagar por lo menos los intereses.

Cabe recordar que, poco a poco, los EEUU, a través de sus representantes
diplomáticos, primero, y luego con el concurso de sus fuerzas armadas, empezaron a
desempeñar un papel más importante en la región.

Desde esas primeras décadas de vida republicana nunca se logró unificar las
posiciones de los países deudores. Y todavía al inicio del siglo XXI no es posible poner
en marcha un club o comité de deudores, mientras que los acreedores, al tiempo de
mantener a los deudores divididos, han sostenido esquemas de renegociación conjunta.
Razón tenía Simón Bolívar cuando afirmaba que "siempre los tiranos se han ligado y los
libres jamás. ¡desgraciada condición humana!".

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La gran depresión y la moratoria de la deuda

Hasta la década de los 30, los países de la región intentaron sostener el servicio de
las deudas contraidas. La deuda externa, originada o no en la deuda de la
Independencia, seguía pesando. Las moratorias, que se sucedieron en todo ese largo
período, casi siempre fueron actos desesperados ante la recurrente incapacidad de pago,
motivada por los lapsos de crisis externa. En pocas ocasiones se llegó a adoptar una
moratoria con claro contenido político, como en 1896 por parte de Eloy Alfaro durante
la Revolución Liberal ecuatoriana.

De todas maneras, se puede afirmar que la historia de las relaciones financieras de


América Latina con los mercados internacionales es una historia de moratorias. Luego
de agotar todos los medios posibles para sostener el servicio de las deudas,
prácticamente todos los países de la región, más de una vez, tuvieron que incurrir en
este tipo de medida, generalmente contra su voluntad.

Así, con la gran depresión, que afectó a todo el planeta, fueron muchas las
naciones que se vieron en la imposibilidad de seguir cumpliendo con los compromisos
externos. No había ni recursos, ni una institucionalidad internacional para abordar estas
situaciones o para ofrecer créditos de corto plazo, que habrían servido para amainar el
temporal. Bolivia empezó la cadena de moratorias, el 1 de enero de 1931. En marzo del
mismo año, el Perú; en agosto, el Brasil y luego siguieron casi todos los países de la
región: Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, El Salvador, Guatemala, México,
Panamá, Paraguay, Uruguay... Un "vendabal barrió la calle de los bancos de Manhattan
sur" cuando América Latina dijo no a la deuda. Argentina y la República Dominicana
suspendieron parcialmente los pagos. Sólo las deudas de Haití y Nicaragua no fueron
suspendidas, en tanto los bancos norteamericanos, en forma directa, a través de sus
marines, habían organizado "eficientes" mecanismos para el cobro. Otros países
europeos también declararon su incapacidad de pago: Yugoslavia, Alemania, Rumania,
Polonia y Bulgaria. En 1932 y 1933 entraron en moratoria con los EEUU varios países
de Europa occidental, entre otros Alemania que suspendió definitivamente los pagos
hasta lograr un renegociación muy ventajosa luego de la Segunda Guerra Mundial.

La gran depresión, por un lado, y la moratoria aceptada por EEUU para las deudas
europeas, por otro, contribuyeron a que no se produjera una reacción dura contra los
países latinoamericanos. La respuesta fue más bien de carácter técnico, se enviaron
misiones para reorganizar las economías de la región, como la presidida por el profesor
Edwin Kemmerer de la Universidad de Princenton.

En esos años, además, los créditos estaban distribuidos con bastante amplitud,
tanto entre los bancos como entre los tenedores de bonos, lo cual neutralizó una
posición más dura y concertada por parte de los acreedores. No existía la concentración
de la deuda en grandes centros financieros o en consorcios de bancos sindicalizados; los
acreedores, en definitiva, estaban mal organizados, a diferencia de los que sucedería en
la siguiente crisis de la deuda, 50 años más tarde. Tampoco existían entidades
internacionales -como el FMI o el Banco Mundial- encargadas de coordinar los flujos
financieros y los sistemas monetarios.

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La posibilidad de una masiva recompra de bonos en el mercado secundario
facilitó también una salida al problema; una opción que fue utilizada ya en el siglo
pasado: aquí se destaca la operación que realizó Bolivia en 1886 o la que efectuó el
Ecuador en 1898. En forma autónoma, a diferencia de lo que sucedió al finalizar el siglo
XX, muchos países lograron recuperar entre el 15 y el 50% de sus bonos morosos,
aprovechándose de su baja cotización. Chile, en esos años, fue uno de los que más
provecho sacó de esta situación, disponiendo de rubros específicos de sus ingresos
fiscales para constituir un fondo que le permitió al Estado enfrentar la recompra.

Como era de esperar, las sucesivas moratorias ayudaron a reducir los graves
problemas provocados por el extrangulamiento externo. Es más, se considera que
sirvieron para allanar el camino hacia la recuperación de las economías de la región,
sobre todo al reducir la dependencia financiera externa.

Con la Segunda Guerra Mundial y gracias a la aplicación de políticas económicas


orientadas a fortalecer el mercado interno, los EEUU lograron remontar las graves
secuelas de la gran depresión. Muchos países latinoamericanos, en esas décadas,
consiguieron fortalecer sus aparatos productivos domésticos con procesos de
industrialización más o menos exitosos: Argentina, Brasil, Colombia, Chile o México.
Estos y también los otros países más pequeños sacaron ventajas de la demanda bélica y
posteriormente de la situación de recuperación de las economías industrializadas
durante la postguerra.

En este contexto comenzaron a funcionar dos organizaciones internacionales: FMI


y Banco Mundial, que jugarían un papel cada vez más determinante en el diseño y
aplicación de políticas económicas, inicialmente ligadas a la entrega masiva de créditos
a los países latinoamericanos y, posteriormente, a complejos procesos de negociación de
las deudas de dichas economías.

En este punto habría recordar el trato diferenciado que han recibido los países más
ricos y algunos países subdesarrollados por razones de geopolítica imperial. Tengamos
en mente el histórico convenio, suscrito en Londres el 27 de febrero de 1953, con el cual
Alemania alcanzó oficialmente un descuento de su deuda anterior -derivada directa o
indirectamente de las dos guerras mundiales que desató- de hasta 75 %, así como la
drástica reducción de las tasas de interés, que fueron establecidas entre 0 y 5%. Este
país obtuvo, también, un amplio período de gracia para iniciar los pagos de intereses y
capital de determinadas deudas; la ampliación de los plazos para los pagos previstos; y,
por último, la forma de calcular el servicio se estableció en función de la capacidad de
la economía alemana, la cual se vinculó con el avance del proceso de reconstrucción de
ese país. El servicio de esta deuda, en concreto, estaba supeditado al excedente de
exportaciones garantizado por los acreedores, así la relación servicio/exportaciones
alcanzó su valor más alto en 1959: 4,2 por ciento, situación más que envidiable para un
país como el Ecuador, que ha destinado, en varios años, más del 30% de sus
exportaciones a dicho servicio. Posteriormente, en 1971 Indonesia, al igual que
Alemania, se benefició de un acuerdo similar; algo que se repitió años después con
Polonia, para facilitar su recuperación luego de concluido el régimen comunista en los años

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80, y Egipto, para asegurar su lealtad durante la gigantesca operación bélica en contra del
Irak en 1991.

Como complemento a lo anterior recordamos también el repudio de la deuda


externa del estado de Missisipi en los EEUU, que dura hasta ahora desde 1852, luego de
un referéndum en el cual la población de dicho estado se opuso al pago de la deuda...

Un alegre proceso de endeudamiento externo

La década de los 70 marcó un momento de ruptura en el sistema mundial y de


surguimiento de nuevas formas de relación en la división internacional del trabajo,
cuando se consolidó la mundialización del capitalismo. La expansión de las
disponibilidades financieras a nivel internacional surgió con los masivos desbalances
económicos provocados en los EEUU por efectos de su guerra imperial en Indochina y,
sobre todo, por su pugna comercial con las otras potencias. Esta situación, que ya se
venía gestando de años atrás, tuvo su partida oficial de nacimiento con la eliminación
(unilateral) de la convertibilidad del dólar en oro (agosto de 1971) por parte del
gobierno norteamericano, a raíz de la evidente debilidad de su moneda como un activo
de reserva internacional.

En estas condiciones el creciente flujo de recursos financieros destinados hacia los


países subdesarrollados tendría como telón de fondo un incremento sin precedentes de
la liquidez internacional, que no encontraba una rentabilidad adecuada en los centros,
por la recesión de finales de los años 60 e inicios de los 70. Esta disponibilidad de
recursos creció aceleradamente con el "reciclaje" de los petrodólares a partir de 1974; el
incremento de los precios del crudo agudizó el problema, pero no lo generó.

En estas circunstancias, cuando existía una sobreoferta de recursos financieros,


disminuyó la rigurosidad en la concesión de los créditos por parte de la banca y se
produjo una priorización de las formas financiero-comerciales por sobre las productivas.
Los bancos ofrecían y aún obligaban, directa o indirectamente, a los países
subdesarrollados a aceptar préstamos, muchos de los cuales ni siquiera eran
indispensables. Eso sí, sin dejar de obtener en todo momento grandes ganancias. El
endeudamiento externo de los países de la región respondía a los intereses de la banca
internacional, y no sólo a las necesidades de los países que se endeudaban.

Además, la banca privada, que actuó en forma consciente y muchas veces


coordinada otorgando “préstamos sindicados”, tuvo prácticas no sólo inapropiadas, sino
muchas veces imprudentes o abiertamente corruptas: pensemos en los créditos
innecesarios que banqueros internacionales obligaron a contratar a varios países
subdesarrollados (Brasil, por ejemplo), en la multiplicidad de préstamos sin “objeto
lícito”, en los préstamos que se obligó a contratar a empresas públicas y que luego
fueron destinados a otros usos, en aquellos créditos entregados a empresas privadas sin
garantía gubernamental y que luego fueron transformados en deuda pública –la
"sucretización" de la deuda externa privada en el Ecuador, que luego se extendería en
muchos otros países de la región- por presión de los acreedores, a la cabeza los
organismos multilaterales: Banco Mundial y FMI.
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En la época de la “inflación” de los créditos, existió una pésima administración de
los créditos por parte de los acreedores en su desesperación por prestar, cuando los
recursos financieros les sobraban o no encontraban una ubicación productiva en el
Norte. Muchas veces recurrieron a comisiones y spreads cuestionables jurídicamente.
En suma, la banca prestó en forma precipitada cuando tenía exceso de fondos y luego
encareció de manera drástica los créditos o aún los frenó cuando vislumbró dificultades.
Además, los grandes bancos prefirieron colaborar con gobiernos despóticos y corruptos,
como sucedió en Indonesia o Brasil para recordar apenas dos países de una lista muy
larga.

Junto a los bancos asoma una multitud de compañías extranjeras, muchas de ellas
transnacionales, que participaron activamente en la danza de los millones, vendiendo
incluso tecnologías obsoletas. Hay casos paradigmáticos de empresas internacionales
que con tal de vender sus productos propiciaban cualquier locura: la construcción de
una planta termonuclear por un valor de 2.500 millones de dólares en las Filipinas sobre
terreno sísmico y que por sus rajaduras no puede generar electricidad, por ejemplo. En
esta línea de actos donde la corresponsablidad de los acreedores es indiscutible, a más
de la inocultable corrupción, cabe la fábrica de papel de Santiago de Cao en el Perú, que
no pudo funcionar por no tener suficiente agua, o el inconcluso tren eléctrico de Lima;
la refinería de estaño de Karachipampa en Bolivia, la cual, por estar ubicada a 4.000
metros de altura, no tiene suficiente oxígeno para operar, la procesadora de basura para
Guayaquil, que nunca se instaló; la acería ACEPAR en Paraguay, que no funciona
desde su culminación hace más de 14 años; o, la imprenta del Ministerio de Educación
de Quito, instalada en 1991, más 12 años después de haber sido comprada (y que aún no
funciona), cuando el país de origen ya no existía: la República Democrática Alemana.
Muchos proyectos resultaron improductivos: grandes elefantes blancos, a pesar de
contar con la costosa asesoría de empresas extranjeras y la supervisión de los
organismos multilaterales, pero permanecen como un pasivo oficial a ser pagado por los
países pobres. Y en otros tantos proyectos su costo final fue muy superior al
inicialmente presupuestado. La venta de armas es otra muestra de esta complicidad.

Durante este festín crediticio, los organismos internacionales -como el Banco


Mundial, el FMI y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID)- apoyaron
decididamente la contratación de créditos por parte del mundo subdesarrollado, hasta
entonces relativamente marginado del mercado financiero. Esa era la mejor salida frente
a la crisis recesiva en los países centrales. Además, estos organismos alentaban la
contratación de créditos externos: el BID, para mencionar un caso, indicaba en 1983 (ya
en plena crisis), que el precio promedio del petróleo en los años ochenta llegaría a los
50,- dólares por barril y en los noventa a 80,- dólares por barril: mensaje que forzaba el
endeudamiento agresivo de gobiernos irresponsables en el caso de los países
exportadores de crudo y que aupaba grandes inversiones energéticas no petroleras en los
importadores. En este ambiente, los gobiernos y los grupos dominantes en los países
periféricos encontraron la oportunidad propicia para satisfacer, aunque sea parcial y
temporalmente, su crónico déficit de financiamiento. Azuzado por los dos lados, este
proceso devino en un agresivo y alegre endeudamiento, el cual, como sabemos, no

11
condujo a una adecuada utilización de los recursos contratados. Otra causa que explica
la agudización de la crisis.

Posteriormente, ya en plena crisis, estos organismos -con funcionarios subsidiados


por los cuatro costados- asumieron el papel de cobradores y ajustadores de las
economías que ellos contribuyeron a endeudar.

No se puede ocultar, de ninguna manera, que el problema se complicó dentro de


los países subdesarrollados. En un análisis más detallado, sería preciso diferenciar entre
los pueblos y sus gobiernos, muchos de ellos dictatoriales, los cuales, en la década de
los 70, se sumaron entusiastamente al proceso de endeudamiento inducido
internacionalmente y que les permitía mantener los patrones de acumulación y sus
privilegios sin alterar las estructuras internas. Los elevados montos de la deuda y su
deficiente utilización se comprenden, también, por las inversiones sobredimensionadas,
el establecimiento y la consolidación de patrones de vida consumistas de reducidos
grupos de la población, las masivas compras de armas, la corrupción, la transferencia al
exterior de recursos financieros por parte de agentes económicos nacionales -no solo de
las empresas extranjeras- y, por supuesto, el creciente pago de intereses de los créditos a
la banca internacional, que exacerbaría la situación a principios de los años 80. No
sorprende, pues, que los pueblos latinoamericanos hayan sido los menos beneficiados
con este endeudamiento acelerado.

Así las cosas, la brecha de divisas es explicable por la salida masiva de recursos
(fuga de capitales, servicio de la propia deuda o transferencias de utilidades y regalías),
así como por el ineficiente uso de los factores de producción y por la inexistencia de
patrones de consumo ajustados a la realidades nacionales, que no permitieron el
establecimiento de un proceso de acumulación endógeno. El deterioro de los términos
de intercambio, por ejemplo las bajas ocasionales de la cotización de petróleo, fue
también cubierto con deuda externa, aprovechando la disponibilidad de recursos en los
mercados financieros internacionales. Por otro lado, los créditos externos sustituyeron el
logro de niveles más elevados de ahorro interno, al postergar reformas tributarias
progresivas que habrían logrado mejorar la presión fiscal y, al mismo tiempo, podían
haber contribuido a mejorar los niveles de equidad. Por otro lado, muchos de los
capitales contratados en los mercados internacionales cerraron temporalmente las
brechas fiscales e incrementaron el consumo antes que la inversión.

La gran crisis de la deuda externa a fines del siglo XX

Al terminar los años 70 e iniciar los 80, las dificultades económicas


internacionales empezaron a agudizarse, toda vez que los desbalances de la principal
economía del mundo, la norteamericana, presionaron sobre las relaciones comerciales y
financieras mundiales. Desequilibrios que obligaron a un reajuste en dicha economía, lo
que motivó el incremento de las tasas de interés y la disminución de los créditos hacia
los países subdesarrollados.

Nuevamente el detonante de la crisis latinoamericana estuvo en los EEUU: su


política económica restrictiva, conocida como el "reaganomics", a partir de 1981, tornó
completamente inmanejable la deuda externa de los países subdesarrollados.
12
Washington buscaba reducir los enormes déficit de su economía, tratando de consolidar
su superioridad militar sobre la Unión Soviétiva y su liderazgo económico sobre los
otros países industrializados. En la práctica, con una suerte de perverso keynesianismo,
se produjo un incremento masivo del gasto en armas -"la guerra de las galaxias"-, que
no pudo ser equilibrado con la restricción del gasto en áreas sociales. Como corolario,
sus desequilibrios siguieron en aumento y los EEUU se convirtieron en la principal
economía deudora del mundo y en una aspiradora que succionó capitales de América
Latina. Este reflujo benefició también a los otros países industrializados, que ya habían
superado la fase recesiva y que, por tanto, podían integrar cada vez más recursos en sus
actividades productivas domésticas.

Como resultado de la política monetaria restrictiva en los EEUU, se experimentó


una acelerada alza de las tasas de interés en el mercado internacional, lo cual obligó a
los países subdesarrollados endeudados a ajustar sus economías para sostener la
creciente cantidad de recursos necesarios para servir la deuda. Ajustes que exigieron, en
primera instancia, una masiva reducción de las importaciones, al tiempo que
paulatinamente se realizaban cambios para abrir las economías endeudadas en función
de las necesidades del capital financiero internacional.

Los países latinoamericanos, transformados en exportadores netos de dólares,


recurrieron a sucesivas renegociaciones de su deuda externa con la banca internacional,
con la consiguiente imposición de condicionalidades de los organismos multilaterales,
que ahora actuaban de cobradores...

Recordemos también que, en 1982, como parte de la misma estrategia de


reordenamiento del poder mundial, los precios del petróleo y de otras materias primas
empezaron a debilitarse en los mercados internacionales. En especial, se procuraba
reducir su valor para disminuir la brecha externa de la economía norteamericana. Y, en
este ámbito, también como parte de este esfuerzo para ordenar las estructuras de poder,
los EEUU apoyaron a Gran Bretaña en la guerra de las Malvinas, lo cual, también,
afectó el ambiente financiero internacional.

Este fue, en resumen, el telón de fondo del estallido del problema de la deuda, que
se produjo a raíz de la suspensión de pagos de México en agosto de 1982.

A partir de entonces la situación se volvió en extremo crítica. Las


renegociaciones, que se sucedieron y que fueron apoyadas y dirigidas por los
organismos mutilaterales, trajeron consigo sucesivos programas de estabilización y de
ajuste, tanto para garantizar el servicio de la deuda, como para proceder al ordenamiento
de las economías subdesarrolladas, en el marco de lo que se conocería poco más tarde
como "Consenso de Washington": estrategia neoliberal que imputa la causa de la crisis
de la deuda a los gobiernos latinoamericanos y a sus políticas económicas,
particularmente a los esfuerzos de industrialización vía sustitución de importaciones,
que contaban con una participación activa -en ningún caso totalizadora- del Estado y
que priorizaban el mercado interno, sin llegar a ser, en ningún momento, una propuesta
autárquica.

13
América Latina se hundió paulatina y conscientemente en una profunda recesión.
A pesar de lo cual, hay que destacar que el esfuerzo realizado fue descomunal, en
condiciones internas sumamente difíciles y enfrentando un mercado mundial cruzado
por proteccionismos de diversa índole y por la caída de los precios de las materias
primas. La región financió una tremenda sangría de recursos: el servicio de la deuda
externa alcanzó un monto neto negativo estimado en unos 238 mil millones de dólares
en la década de los 80 (más de tres veces superior al monto real del Plan Marshall); la
fuga de capitales habría estado en ordenes de magnitud que pueden fluctuar entre los
100 mil y 300 mil millones dólares (dependiendo de su definición y en muchos países
superior al monto del endeudamiento foráneo) y el deterioro de los términos de
intercambio en alrededor de 250 mil millones de dólares. En esta sumatoria de recursos
destinados a financiar las necesidades derivadas de la revolución tecnológica en marcha
en los países industrializados, habría que añadir la repatriación de capitales y las
remesas de utilidades de las inversiones extranjeras (superiores a los capitales
invertidos), el pago de regalías y otros derechos tecnológicos, la sangría de "cerebros" y
de mano de obra extraídos sistemáticamente de los países del Sur. Un punto aparte
merecen los costos provocados por el neoproteccionismo de los países del Norte.

En este listado, merecen un tratamiento especial la deuda ecológica, en la cual los


deudores son los países ricos y los acreedores los pobres. Esta deuda, que se originó con
la expoliación colonial -la tala masiva de los bosques naturales, por ejemplo-, se
proyecta tanto en el "intercambio ecológicamente desigual", como en la "ocupación del
espacio ambiental" por parte del estilo de vida depredador de los países industrializados.
Además, hay que incorporar las presiones provocadas sobre el medio ambiente a través
de las exportaciones de recursos naturales -normalmente mal pagadas y que tampoco
asumen la pérdida de la biodiversidad, para mencionar otro ejemplo- provenientes de
los países subdesarrollados, exacerbadas últimamente por los crecientes requerimientos
que se derivan del servicio de la deuda externa y de la propuesta aperturista a ultranza.
Propuesta que, al estimular al máximo las exportaciones, ha devenido en promotora y
aceleradora de los monocultivos, del uso incontrolado de agrotóxicos, de la
deforestación masiva, de la mayor e indiscriminada presión sobre los recursos naturales.
Adicionalmente, desde la lógica fiscal de los programas de ajuste estructural y de las
políticas de estabilización se han reducido sustantivamente las escasas inversiones
destinadas a aquellos proyectos de protección y aún de restauración ecológica que serían
indispensables para reducir la sobre-explotación de la oferta ambiental. Y la deuda
ecológica crece, también, desde otra vertiente interrelacionada con la anterior, en la
medida que los países más ricos han superado largamente sus equilibrios ambientales
nacionales, al transferir directa o indirectamente "polución" (residuos o emisiones) a
otras regiones sin asumir pago alguno. Todo enmarcado en un ambiente donde se
precisa asumir la creciente internacionalización de las externalidades, como otro de los
factores que complica aún más la "globalización". Por eso bien podríamos afirmar que
no solo hay un intercambio comercial y financieramente desigual, sino que también se
registra un intercambio ecológicamente desequilibrado y desequilibrador.

En este listado de reclamos ecológicos, a los cuales habría que añadir el tema de la
deuda social, hay que incorporar la expoliación colonial.

14
Justamente en los años 80, en los cuales América Latina se transformó en un
continente exportador de dólares, la deuda externa, a pesar del volumen enorme del
servicio neto realizado, continuó creciendo: había adquirido vida propia por el
automatismo de las finanzas internacionales, tal como se observa en el siguiente cuadro.
De 1970 a 1975 la deuda creció en 181%, mientras que en los cinco años siguientes -
1975-1980- el salto fue espectacular: 467%; para luego, como consecuencia de la crisis,
declinar en su marcha ascendente a un 69% de 1980 a 1985, a un 15% de 1985 a 1990.
La deuda volvería a incrementarse como consecuencia del reflujo de capitales
experimentado a partir de 1990: así, en 1995, aumentó en un 38%. De 1990 a 1998 el
incremento fue de un 58%, valores inferiores a los conseguidos entre 1970 y 1980,
cuando se produjo el proceso de mayor endeudamiento externo.

Evolución del saldo de la deuda externa y relación deuda/exportaciones de


América Latina

Años saldo de la deuda deuda /exportaciones


miles de en porcentaje
millones de dólares

1955 4 58
1960 6 69
1965 9 87
1970 16 112
1975 45 124
1980 228 243
1982 332 330
1985 386 419
1990 442 362
1995 608 228
1997 645 196
1998 698 209

Fuente: CEPAL

Por otro lado, los gobiernos deudores fueron, una vez más, incapaces de diseñar
una salida común para suspender o renegociar en bloque el servicio de dicha deuda. La
salida más conveniente habría sido el logro de un amplio acuerdo político concertado
con las naciones acreedoras. En esos momentos una posición conjunta de los países
latinoamericanos pudo apurar una solución política amplia y duradera, puesto que los
bancos internacionales estaban también abocados a una situación sumamente angustiosa
por el excesivo grado de exposición que tenían sus acreencias con los países
subdesarrollados, sobre todo con los latinoamericanos. Dicha incapacidad para
encontrar un salida conjunta ratifica una suerte de complicidad histórica existente entre
los responsables de los gobiernos latinoamericanos y los intereses de la banca
internacional. Además, influyeron las presiones y amenazas que ejerció el capital
financiero, en especial a través del gobierno norteamericano y de los organismos
multilaterales, que frenaron cualquier intento para conformar un club de deudores. Sin
necesidad de recurrir al uso de la fuerza de las armas, como épocas anteriores, "el gran
garrote", con un creciente peso ideológico y con abiertas amenazas de embargos y
juicios, defendió en todo momento al capital financiero internacional...
15
Así las cosas, manteniendo el enfoque tradicional -ajuste más renegociación- basado
en la equivocada expectativa de que una recuperación de la economía norteamericana
arrastre a las economías latinoamericanas, se abrió la puerta a una serie de soluciones. Con el
Plan Baker, en 1985, se reconoció la necesidad del crecimiento económico para salir del
atolladero, crecimiento a ser conseguido con una nueva y obligada inyección de recursos
financieros. Ante el fracaso de este empeño, se continuó con la búsqueda de cobros parciales
a través de los mecanismos de mercado ("menú de opciones", en especial desde 1987),
acompañados con la tácita aceptación económica de la incobrabilidad (formación de reservas
bancarias). Desde el campo político se insistió, al aceptar la imposibilidad de recuperar el
valor nominal de la deuda, y se buscó un cambio de deudas viejas por deudas nuevas, dentro
de lo que se conoce como el Plan Brady, a partir de 1989; Plan que, además, favorece la
capitalización de deuda, otro mecanismo para favorecer las privatizaciones. Poco más tarde y
como parte de la integración continental propuesta por los EEUU, se presentó en 1990 la
Iniciativa para las Américas, propuesta que integraba por primera vez la necesidad de dar un
tratamiento especial a la deuda oficial.

En esta línea de tibias respuestas a las demandas de los deudores se inscribe,


desde 1996, una iniciativa del FMI y del Banco Mundial destinada a restablecer la
viabilidad financiera de los países más pobres, siempre que estos países tengan
antecedentes considerados como positivos por dichos organismos en la adopción de
políticas de ajuste macroeconómico y de reformas estructurales. Con esta iniciativa se
dio vida al Programa para los Países Pobres Altamente Endeudados (HIPC: Heavily
Indebted Poor Countries), el cual, como muchas de las propuestas aplicadas, se perfila
como insuficientes y tardío; más han sido las pomposas declaraciones de los gobiernos
más ricos, el HIPC, que sus resultados: otro engaño más en larga cadena de la deuda
"eterna".

Nuevas formas de simple ingeniería financiera se perfilan luego de la moratoria en


que incurrió Ecuador en la segunda mitad del año 1999. En dicho país, en agosto del
2000 se abrió una nueva posibilidad con el canje de los Bonos Brady y Eurobonos por
Bonos Global. Esta opción, nuevamente orientada por los intereses de los acreedores, y
que por supuesto no apunta a resolver los problemas de fondo del sobreendeudamiento
externo, podría ser un mecanismo para reducir las tensiones que esta situación provoca
nuevamente en muchas economías.

Aquí cabe una mención de la crisis del Ecuador, el primer país que, forzado por su
incapacidad de pago y por la tozudez de los acreedores, tuvo que suspender el servicio
de su deuda comercial. Recordemos que, en 1998, este país pagó más del 27% de sus
exportaciones por concepto de deuda externa, registró un déficit comercial de casi 7%
del PIB y de más del 10% del PIB en la cuenta corriente de la balanza de pagos; en
1999 experimentó una caída de 8% del PIB y del 9,8% en términos del ingreso per
cápita; con un servicio de la deuda que superó el 75% de los ingresos fiscales. La salida
de esta crisis se planteó a través de la dolarización oficial de la economía en enero del
2000, la cual presionó para un rápido e inconveniente arreglo de la deuda con el fin de
tener asegurada la posibilidad de contratar nueva deuda externa, que en poco tiempo
será indispensable. Lejos de ser la dolarización una pócima mágica para resolver todos
16
los problemas, como se ha llegado a afirmar en muchos foros internacionales, los
desequilibrios fiscales o externos estarán presentes en la economía ecuatoriana, que los
financiará con nueva deuda externa: con un esquema de tipo de cambio rígido o
irrevocable, como lo es la dolarización, se produce una suerte de adicción al
endeudamiento externo; esto se observa en aquellas economías atrapadas en la
dolarización o en la convertibilidad, tal como se experimenta en Panamá y Argentina.
La dolarización, eso si, es una herramienta que obligará al Ecuador a completar el ajuste
neoliberal en el campo de las privatizaciones, a profundizar la flexibilización laboral y
la reforma fiscal, las únicas asignaturas realmente pendientes, pues este país ha
“cumplido” en gran medida con la apertura comercial, la liberalización financiera y, en
especial, la apertura de la cuenta de capitales.

Insistamos, el interés último del manejo de la deuda, sin dejar de exigir su pago,
fue y sigue siendo promover una reinserción sumisa de las economías latinoamericanas
en el mercado mundial. Lo cual se manifiesta en una mayor internacionalización del
mercado de capitales, en una masiva liberalización financiera doméstica, en una
extrema flexibilización laboral, en un debilitamiento del Estado nacional y, sobre todo,
en una modernizada forma de reprimarización de las economías endeudadas.

El proceso tradicional de renegociaciones, adobado con una que otra acción


apegada a la lógica del mercado secundario de papeles de deuda, como fue el canje de
deuda por capital o por naturaleza o para inversiones sociales, sirvió para resolver el
problema financiero inicial. Este, de no mediar estos procesos de renegociación, pudo
haberse convertido en un colapso financiero para la banca internacional. Banca que, en
consecuencia, salió de la trampa, pudo capitalizarse y reunir importantes reservas, sin
dejar de obtener significativas utilidades en dichos negocios y aún a través de conseguir
de sus gobiernos ventajas fiscales vinculadas al manejo de los créditos ofrecidos a los
países pobres. Este manejo de la deuda dio resultados positivos también para los países
acreedores al facilitarles capear el temporal, así como para el FMI y el Banco Mundial
que salieron fortalecidos como entes rectores de la política económica de los países
subdesarrollados.
El riesgo de una conmoción financiera generalizada se desvaneció gracias al sacrificio
de los países subdesarrollados. Estos, en consecuencia, afrontaron una de las peores
crisis de su historia. Pero, no es posible afirmar y generalizar que fue una década
perdida para todos. Mientras la pobreza y la marginalidad afectaron cada vez más a la
mayoría de la población, sectores reducidos de la población se beneficiaron de la propia
crisis y sus ajustes. Para entender los beneficios obtenidos por estos grupos privilegiados -
siempre aliados de los intereses transnacionales- en medio de la crisis, y directamente por el
manejo de la deuda, basta con recordar los mencionados procesos de "estatización" de las
deudas externas privadas en casi todos los países de la región. Proceso que benefició a
empresas nacionales y extranjeras, y que se dio sin averiguar el uso de los recursos, la
posible disponibilidad de fondos en el exterior, la existencia o no de la deuda... Los deudores
privados recibieron, además, una serie de garantías cambiarias y financieras, transformando
este mecanismo en uno de los mayores subsidios entregados al sector privado y en otro
factor inflacionario. Adicionalmente, en muchos países se abrió la puerta a la conversión de
deuda para capitalizar empresas o para asumir pasivos del sector privado, particularmente de
la banca. Para colmo, muchos de los beneficiarios de estas operaciones han ganado, también,

17
como acreedores de dicha deuda, al ser tenedores de papeles de la deuda de sus países. Y en
este escenario no han faltado propuestas supuestamente innovadoras tendientes a canjear
deuda por inversiones sociales, con las cuales muchos gobierno, a través de su frente
social, con un amplio despliegue publicitario y con remozadas prácticas clientelares, se
aseguraron respaldos de los grupos más empobrecidos de la sociedad, al tiempo que
doblegaban la resistencia de amplios sectores organizados, para así poder radicalizar el
ajuste neoliberal, especialmente las privatizaciones.

Adicionalmente, la crisis y las políticas aplicadas para enfrentarla, no pueden ser vistas
simplemente a través de sus evoluciones más o menos negativas para la mayoría de la
población. El neoliberalismo, que encontró en la crisis de la deuda el terreno propicio para su
aplicación, en tanto ahondó la tendencia de reprimarización y desindustrialización del
aparato productivo nacional, no puede ser asumido como un fracaso. Muy por el contrario,
las economías latinoamericanas caminaron -quizás no todo lo que esperaban los defensores
de la ideología neoliberal- hacia una mayor concentración de la riqueza en pocas manos,
tanto como hacia la apertura comercial y de la cuenta de capitales, la desregulación de los
mercados, la liberalización financiera doméstica, la flexibilización laboral y la privatización:
objetivos visibles de este modelo, que promueve un proceso de marcada desnacionalización
del desarrollo. Ahora tenemos economías mucho más dominadas por el capital financiero
internacional y orientadas radicalmente hacia el mercado exterior. Estos elementos, que se
refuerzan entre sí, han aumentado las desigualdades en la sociedad y, una vez más, han
bloqueado el proceso de desarrollo.

De lo que parecía el fin de la crisis, a un renacimiento del problema

Después de una década de altos rendimientos de las colocaciones financieras, la


marcada caída de la tasa internacional de interés denominada en esa moneda, desde
principios de los años 90, incentivó a los inversionistas a reasignar parte de su cartera en
dólares especialmente fuera de los EEUU y también de Europa. Con una rebaja de las
tasas de interés, el gobierno norteamericano buscaba reactivar su aparato productivo. En
estas condiciones, ante la caída relativa de los rendimientos en los mercados financiero
e inmobiliario, así como de la tasa de ganancia de las empresas en los EEUU y en otras
economías centrales, muchos inversionistas comenzaron a buscar nuevas opciones y las
encontraron en mercados emergentes del mundo subdesarrollado.

En este contexto, aún cuando el leitmotiv era aumentar a como de lugar las
exportaciones, los países de la región experimentaron un incremento mucho mayor de las
importaciones que de sus ventas externas. En una aproximación más de detalle, se puede
observar que las importaciones provenientes de los países de la Organización de
Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), en la que intervienen las economías más
ricas del mundo, crecieron mucho más rápido que las ventas externas de la región. Esto nos
demuestra que las políticas económicas aplicadas en América Latina, a la sombra de las
renegociaciones de la deuda externa, han contribuido a establecer una nueva modalidad de
acumulación propicia para dichas importaciones y que, además, los países latinoamericanos,
sobre todo hasta 1989, han sido una fuente importante de financiamiento para los cambios
que se procesaban en los países industrializados. Todo esto como parte de una reinserción
mucho más sumisa de las economías latinoamericanas en el mercado mundial.

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En estas condiciones, durante la primera mitad de los años 90, los déficits del
balance comercial, agudizados también por el deterioro de los términos de intercambio
de algunos productos de exportación básicos, se compensaron con el incremento de los
flujos financieros externos. Este creciente desbalance entre exportaciones e
importaciones, acompañado de un nuevo endeudamiento externo nos condujo a una
variante de la "enfermedad holandesa", esta vez provocada por el ingreso masivo de
capitales privados.

Los altos rendimientos ofrecidos por las economías latinoamericanas,


incentivados por una serie de mecanismos de promoción y protegidos en muchos casos
por un sistema cambiario que sobrevalúa las monedas nacionales como ancla de los
esquemas de estabilización y de ajuste, se constituyeron en un atractivo para capitales
de otras regiones; este anclaje cambiario, sostenido con tasas de interés altas y volátiles,
incentivó la especulación financiera en detrimento de la producción. Además, el riesgo-
país bajó a medida que mejoraba la solvencia de los países endeudados en dólares como
consecuencia del descenso de las tasas de interés internacionales y de la mayor oferta de
fondos, que reducía los riesgos de devaluación. Los ajustes estructurales también
aportaron en la creación de las condiciones propicias para el retorno de capitales
internacionales, pero no los provocaron y tampoco fueron la única razón que los motivó.

Los ajustes estructurales sirvieron para atraer inversiones, sobre todo por las
múltiples ventajas que se ofrecieron y ofrecen todavía a los capitales extranjeros (o
nacionales repatriados) para la privatización de las empresas estatales; la subvaloración
de los precios de venta de estas empresas (deterioradas casi en forma planificada y a las
cuales muchas veces se les obligó a contratar créditos externos para financiar proyectos
fuera de su órbita empresarial) fue y es un aliciente para provocar inversiones
provenientes del exterior. Adicionalmente, uno de los mecanismos más utilizados en
este proceso de privatizaciones, fue el de la conversión de deuda en capital, como otra
ventaja adicional para los potenciales compradores.

Esta realidad demuestra que los procesos de privatización y el "achicamiento" del


Estado están estrechamente vinculados al manejo de la deuda externa. Los ingresos
provenientes de las privatizaciones, además, fueron utilizados para financiar un monto
nada despreciable del servicio de dicha deuda, tal como lo son las políticas de
austeridad fiscal, que terminaron por debilitar al Estado desarrollista.

En este escenario, los cambios registrados a nivel técnico y legal en los mercados
financieros internacionales, que condujeron a la disminución de los costos financieros y
a la introducción de novedosos esquemas de reaseguro, crearon nuevas condiciones para
una mayor movilidad de los capitales. Estos cambios también aportaron para que dichos
recursos se ubiquen con gran rapidez en algunos mercados emergentes, aprovechando
las transformaciones que experimenta la economía mundial. Adicionalmente, las
posibilidades creadas por los avances tecnológicos en el campo de las
telecomunicaciones y de la computación sustentan un esquema de mayor interrelación y
flexibilidad entre todos los mercados financieros mundiales.

En este complejo entorno, los Estados latinoamericanos descuidaron el control y


orientación de los flujos de capitales, lanzándose, por el contrario, en una competencia
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cerrada e inorgánica para atraerlos. Aunque estos prefirieron los países más grandes o
con mayores recursos naturales: Argentina, Brasil, Chile, México y Venezuela.

Si se revisa la evolución de esta prolongada crisis de la deuda externa, se puede


identificar que, más allá de una cierta recuperación de la relación de la deuda externa
con las exportaciones, el problema básico subsistía aún antes de la crisis financiera
internacional desatada inicialmente en 1995 en México, y que luego cobró vigor en
Asia, a mediados de 1997, antes de extenderse a Rusia y América Latina, en particular al
Brasil y al Ecuador. La relación del endeudamiento con las exportaciones y el PIB
registra un nuevo deterioro; adicionalmente, el servicio de la deuda presiona cada vez
más en las cuentas fiscales, en algunos casos representa casi la mitad del Presupuesto
del Estado. Otro punto crítico se centra en el nuevo crecimiento acelerado del
endeudamiento externo privado, fomentado por un ambiente que alienta los negocios
financieros sobre los productivos.

El meollo de la nueva crisis financiera internacional radica en la liberalización de los


mercados, particularmente del financiero. Liberalidad que se convirtió en la receta de uso
múltiple para el desarrollo de los países pobres o para la transformación inmediata al
capitalismo de los antiguos países "comunistas".

Esta liberalización habría que ubicarla en un contexto más amplio, con el fin de
comprender mejor los entretelones de una crisis que también está vinculada con severos
problemas de sobrecapacidad productiva y sobreacumulación, en tanto ella asoma como un
producto de la globalización capitalista, esto es de la extensión e intensificación de las
contradicciones del sistema capitalista a gran escala. Sistema que, en su fase "global",
valoriza, en particular, las transacciones financieras e inmobiliarias, no tanto la producción, y
menos aún la generación de empleo y el mejoramiento de las condiciones de vida de las
masas. Sistema que provoca una colosal concentración de la riqueza; otra de las causas de la
crisis, en tanto las masivas utilidades alcanzadas se canalizaron a nuevas y lucrativas
operaciones financiaras, así como a un consumo cada vez más conspicuo de las elites
mundiales.

Así las cosas, luego de haber constatado las diversas opciones que se han desarrollados
desde los acreedores para enfrentar el sobre endeudamiento externo de los países periféricos,
podemos constatar que los problemas derivados de dicho endeudamiento tienen algunas
características nuevas, pero que, en el fondo, reflejan muchas de las contradicciones y
dificultades anteriores.

Y todo empezó con una deuda que sí se pagó

La deuda de la Independencia demoró mucho en ser cancelada, en algunos casos


más de siglo y medio. Esta deuda se transformó en una deuda de la dependencia, quizás
por efectos hereditarios de una antigua maldición que se inició hace casi 500 años, con
el rescate del inca Atahualpa. Para conseguir su libertad y consiente de la desmedida
codicia de los españoles, el monarca inca ofreció un millonario rescate a sus captores.
Su libertad quiso comprar con plata y oro, que comenzaron a fluir por los caminos del
imperio: dioses y adornos de oro macizo y pedrerías, reproducciones en tamaño natural,
y figuras humanas y animales de pura plata, la misma cuna y las andas de oro del inca,
20
que fueron convertidos en barras. De acuerdo a la información disponible en los
Archivos de Sevilla, solamente por el saqueo de oro y plata llegado a Europa
procedente de América Latina, se registra un volumen 185 mil kilos de oro y 16
millones de kilos de plata, entre 1503 y 1660. Recursos que llevados a valor presente
representarían una cantidad muy superior al valor total de la deuda externa de toda
América Latina. Valor que no cubre los enormes sufrimientos que soportaron y
soportan aún los pueblos y nacionalidades indígenas desde la colonización europea.

Y a pesar de que hace casi medio milenio se satisfizo la ambición de los


conquistadores y que se pagó la deuda acordada para salvar la vida del inca, que había
cumplido con su palabra, estando preso en Cajamarca, en 1533, con un torniquete de
hierro rompieron los europeos la nuca de Atahualpa, luego de que cumplieron su tarea
evangelizadora, bautizándole con nombre cristiano.

BIBLIOGRAFIA
De la amplísima literatura disponible sobre la deuda externa de América Latina proponemos una
selección mínima, que permitiría a los interesados conocer con mayor detalle sus orígenes y evolución:

- Acosta, Alberto; "La deuda eterna - Una historia de la deuda externa ecuatoriana", Colección Ensayo, LIBRESA,
cuarta edición, 1994.

- Calcagno, Alfredo Eric; "La perversa deuda - Radiografía de dos deudas perversas con víctimas diferentes: la de
Eréndira con su abuela desalmada y la de América Latina con la banca internacional", Editorial Legasa, Buenos
Aires, 1988.

- Estay Reyno, Jaime; "Pasado y presente de la deuda externa de América Latina", Instituto de Investigaciones
Económicas de la Universidad Autónoma de Puebla, México, 1996.

- García Menéndez, José Ramón; "Política económica y deuda externa en América Latina", Universidad de Santiago
de Compostela e iepala Editorial, Madrid, 1989.

- Hinkelammert, Franz J.; "La deuda externa de América Latina-El automatismo de la deuda", Colección Análisis,
Costa Rica, 1988.

- Marichal, Carlos; "Historia de la deuda externa de América Latina", Alianza Editorial, Madrid, 1988.

- Ocampo, José Antonio y Lora, Eduardo; "Colombia y la deuda externa-De la moratoria de los treintas a la
encrucijada de los ochentas", Tercer Mundo Editores, Fedesarrollo, Bogotá, 1989.

- Roddick, Jacqueline; "El negocio de la deuda externa-América Latina y los bancos internacionales", El Ancora
Editores, Bogotá, 1990.

- Sistema Económico Latinoamericano (SELA); "Experiencias unilaterales en materia de deuda externa", Serie
Estudios sobre Relaciones Económicas, ere/21, Caracas, julio 1989.

- Toussaint, Eric; "Deuda externa en el Tercer Mundo: las finanzas contra los pueblos", Editorial Nueva Sociedad,
Caracas, 1998.

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- Ugarteche, Oscar; "El Estado Deudor-Economía política de la deuda: Perú y Bolivia 1968-1984", Instituto de
Estudios Peruanos, Lima, 1986.

- Vitale, Luis; "Historia de la deuda externa latinoamericana y entretelones del endeudamiento externo argentino",
Sudamericana-Planeta, Buenos Aires, 1986.

Síntesis

Los problemas derivados de la deuda externa subsistentes en los albores del siglo XXI
no son nuevos en la historia latinoamericana. Desde los primeros préstamos, contratados
a principios del siglo XIX, hasta la actual deuda externa, las economías de la región han
atravesado por una serie de períodos recurrentes de auge y crisis, estrechamente
vinculados al movimiento cíclico característico en el funcionamiento del sistema
capitalista. Este proceso, que fue cobrando fuerza en la medida que se consolidaba y
difundía el sistema capitalista y la integración sumisa de la región al comercio mundial,
afianzó la dependencia de las economías latinoamericanas. Y este mismo proceso, en el
cual no deben estar ausentes términos tales como corrupción, despilfarro y usura,
explica el papel que cumple la deuda externa para asegurar la participación de América
Latina en la actual división globalizante del trabajo mundial.

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