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Roberto Rodríguez-Gómez
“Universidad y mercado de trabajo”

Capítulo en: Muñoz García, Humberto &


Rodríguez-Gómez, Roberto (coords.). La
universidad mexicana a debate, México,
UNAM, 1995, pp. 57-63.

ISBN: 968-36-4798-7

El documento de políticas para el cambio y el desarrollo en la educación


superior, dado a conocer por la UNESCO este año, propone una serie de
lineamientos para la renovación del sistema de educación superior a nivel
mundial. Señala que las respuestas de la educación superior en un mundo
que se transforma deben guiarse por tres criterios que determinan su
jerarquía y funcionamiento local, nacional e internacional: pertinencia,
calidad e internacionalización.1
El tema de la pertinencia social de la formación universitaria
comprende varios asuntos. En primer lugar, alude a la necesidad de
democratizar el acceso a la enseñanza superior ampliando las
oportunidades de participación durante las distintas fases de la vida. En
segundo lugar, remite a las relaciones entre el sistema educativo superior
y las instituciones y procesos sociales, en especial a los vínculos con el
mundo del trabajo.

Dinámica del mercado de trabajo urbano


Uno de los sectores más castigados por la estrategia macroeconómica del
Estado en estos últimos años ha sido el mercado de trabajo. Todos los
indicadores sobre su dinámica expresan un decaimiento de las
oportunidades de acceso a las actividades remuneradas.
Las políticas de reducción del gasto público y la privatización de
empresas paraestatales dejaron en manos del sector privado la

1
UNESCO, Documento de política para el cambio y el desarrollo en la educación
superior. París, 1995.
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movilización de inversiones para la creación de puestos de trabajo. Como


resultado se desarrolló una tendencia de redistribución del capital, que
implico una mayor concentración de la propiedad y su integración vertical
en un reducido grupo de empresarios; la reprivatización bancaria actuó en
el mismo sentido. Asimismo, la firma del TLC y el esquema de
competitividad internacional propuesto, si bien alentó la producción para
la exportación y abrió canales para la inversión extranjera, propició
también formas de competencia que marginaron a empresas medianas y
pequeñas, lo que se tradujo, a partir de 1992-1993 en el cierre de
establecimientos y en una oleada de despidos.
En este contexto, un importante número de productores nacionales
se vieron obligados a asociarse con firmas extranjeras –bajo el esquema
de alianzas estratégicas- como filiales, franquicias, distribuidores y
concesionarios, con la finalidad de enfrentar la competencia en el
mercado local. Como se sabe, aunque el volumen de inversión extranjera
se intensifico en los primeros años noventa, la misma se canalizo
principalmente al mercado bursátil, más que sobre la infraestructura
productiva.
Por estas razones, el sector manufacturero fue el que padeció con
mayor intensidad el impacto del cambio de modelo. Según datos del
INEGI, entre 1989 y 1994 el empleo en este sector decreció a un ritmo de
aproximadamente uno por ciento anual, lo que significó el despido de casi
120 mil trabajadores al año en promedio, la mayoría obreros.2 Con base
en estos datos, se calcula una pérdida de 17 por ciento de la ocupación
industrial en el periodo. La tendencia es general en todas la ramas del
sector, sin embargo, algunas de ellas se han visto más afectadas; por
ejemplo, se estima que la industria textil perdió en el periodo más de 50
por ciento de su base laboral.3
En el sector comercial se produjo una cierta reanimación con
motivo de la liberalización del intercambio; en especial en 1994 las
importaciones crecieron por encima del promedio de años anteriores,
debido a la subvaluación del peso y a las reformas arancelarias en el
marco del TLC. No obstante, la devaluación de 1994 desactivó

2
Alejandro García G., “El desempleo manufacturero”, La Jornada Laboral, 31 de
agosto de 1995, pág. 3.
3
Eduardo Margain. El TLC y la crisis del neoliberalismo mexicano, México, UNAM
(Centro de Investigaciones sobre América del Norte), 1995, pág. 226.
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severamente la actividad comercial, con la consiguiente secuela de


desempleo en este mercado laboral.4
El sector informal, mercado que agrupa una extensa gama de
actividades de comercio, servicios y manufacturas al margen de
regulaciones fiscales, se consolido como fuente de trabajo durante los
ochenta, representando la única alternativa para absorber el déficit
creciente de nuevos puestos de trabajo, y amortiguando el impacto de los
despidos. Con base en fuentes oficiales, se calcula que en la actualidad
casi un tercio de la PEA ocupada corresponde a actividades de esta
índole.5 No obstante, en este último año los niveles de deterioro de la
capacidad adquisitiva del salario, y por tanto de las posibilidades de
realización de las mercancías que se intercambian en este mercado, junto
con la exacerbación del nivel de conflictividad en el comercio informal,
vaticinan la inminente crisis del sector.
La estadística oficial clasifica como desempleo abierto al número
de personas en localidades urbanas que no trabajó por lo menos una hora
en la semana anterior a la encuesta, y que además no buscó empleo. Con
base en ese indicador se estima que el promedio de desempleo abierto
entre 1990 y 1994 fue del orden de tres por ciento, con variaciones de un
punto porcentual. En los últimos meses la cifra reporta es superior a 6.5
por ciento, lo que significa una importante disminución de los niveles de
ocupación, acompañada de un proceso de contracción económica general.
En suma, el empleo en el sector productivo y de servicios, las
actividades por cuenta propia y la ocupación en el sector informal
manifiestan síntomas de una crisis profunda, cuya recuperación parece
improbable a corto plazo.6

Los jóvenes y el empleo


México es un país de jóvenes. Según el XI Censo General de Población y
Vivienda, en 1990 casi una tercera parte de la población total tenía entre

4
Carlos A. Heredia y Mary E. Purcell. “La polarización de la sociedad mexicana. Una
visión desde la base de las políticas de ajuste económico del Banco Mundial”, Este país,
núm. 54, 1995, pág. 5.
5
INEGI. Sistema de cuentas nacionales de México. Edición 1994.
6
Héctor Larios, presidente del Consejo Coordinador Empresarial afirmó en días pasados
que, aun creciendo el PIB con un ritmo de 8 por ciento anual, la satisfacción del rezago
en empleo demoraría por lo menos 15 años (La Jornada, 14 de septiembre de 1995, pág.
46).
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15 y 19 años. En las zonas urbanas la proporción es mayor debido a la


disminución de la tasa de fecundidad en época reciente.7
De acuerdo al censo, el porcentaje de analfabetas de esta edad es
marginal (cinco por ciento en el país, 2.5 por ciento en las zonas urbanas);
casi 80 por ciento a nivel nacional cuenta al menos con estudios
completos de primaria, y más del 60 por ciento con instrucción post-
primaria.8
En 1990, 45.5 por ciento de los jóvenes se encontraba realizando
alguna actividad remunerada, la mitad de ellos en el sector de servicios, lo
cual contrasta con el dato de 1970 en que una tercera parte correspondía
al sector, y de 1980 en que poco menos del 40 por ciento de la PEA
juvenil formaba parte del mismo. Una amplia franja de esta población ha
sido desplazada hacia ocupaciones relacionadas con el subempleo y la
informalidad, dado que el segmento de jóvenes es particularmente
vulnerable a las oscilaciones del mercado de trabajo. El déficit en la
creación de nuevas plaza –que se estima superior a dos millones de
empleos en los años noventa- repercute directamente en este sector de la
población.9
Paradójicamente, la población joven urbana se encuentra, en
virtud de su nivel de escolaridad, en condiciones adecuadas para
integrarse al mundo del trabajo, pero en vista de la dinámica del empleo,
frente a serios obstáculos para esperar una incorporación satisfactoria.
Por otra parte, de los cuatro millones de mexicanos que declararon
en el Censo de 1990 contar con algún grado de instrucción superior, casi
la mitad tenía menos de 30 años, y en los últimos cinco años se han
incorporado a este nivel de enseñanza algo más de un millón de nuevos
estudiantes.10 En el curso de la década han estado egresando de las
universidades un promedio de 130 mil jóvenes por año. Estos datos
dimensionan el tamaño de la oferta de profesionistas: el mercado de
trabajo profesional tendría que ofrecer más de cien mil nuevas plazas por
año además de preservar las que actualmente existen, sólo para acoger al
contingente esperado.

7
INEGI. Los jóvenes en México, 1993.
8
Humberto Muñoz García y María Herlinda Suárez Zozaya. Perfil educativo de la
población mexicana, México, INEGI y UNAM, 1995.
9
Heredia y Purcell, Op. cit., pág. 5.
10
ANUIES. Anuario Estadístico 1994, pág. 15.
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Universidad y empleo
En rigor las universidades no están en condiciones de solucionar por sí
solas los problemas de empleo de sus egresados. Hace tiempo que el
título universitario dejó de ser la apuesta segura en la búsqueda de trabajo
remunerativo. Sin embargo, los jóvenes siguen tocando con insistencia las
puertas de las instituciones de enseñanza superior. Además la experiencia
histórica demuestra que la base del progreso y el desarrollo de las
naciones está formada por un sólido sistema educativo que incluye, por
supuesto, un sistema universitario y tecnológico capaz de proveer los
cuadros que requiere la modernización de la producción y la gestión.
En estas condiciones, las universidades se sitúan ante la
encrucijada de satisfacer demandas sociales encontradas: ¿Se debe
reanimar la expansión aún frente a la evidencia de que el mercado
profesional difícilmente podrá absorber los resultados de la misma? ¿Cuál
es, en todo caso, la responsabilidad social de la universidad en esta
transición? Son éstas preguntas que ameritan una profunda reflexión; sin
embargo, a manera de reflexión final acotaría algunos puntos que me
parecen importantes en la discusión sobre el tema.
1. La contracción del empleo formal e informal y la cancelación de
oportunidades laborales para la población joven ha provocado sobre-
demanda hacia las instituciones de enseñanza superior. Dejar de
atenderla alimentaria los niveles de descontento y frustración que ya
son palpables en este segmento de la sociedad. El riesgo está a la
vista.

2. Si bien escapa a las instituciones universitarias la posibilidad de


garantizar empleos a sus egresados, toca a la educación superior
contribuir a la configuración de un mercado de trabajo profesional
más flexible y que brinde más y mejores oportunidades a los
graduados. Diversificar y redimensionar la oferta de capacitación
profesional, mejorar la calidad de la enseñanza y auspiciar la
formación permanente, diseñar alternativas para atender una demanda
en constante crecimiento, orientar a los universitarios hacia el trabajo
y la producción, en vez del empleo asalariado como única alternativa,
son entre otras posibilidades de acción, tareas que las universidades
habrá de asumir para romper los círculos viciosos que prevalecen.
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3. No sobra decir, por último, que en momentos de incertidumbre la


apuesta por la educación ha sido invariablemente una inversión
productiva. La construcción de un futuro de bienestar económico y
democracia requiere el concurso de hombres y mujeres con
capacidades e información suficientes para afrontar los riesgos por
venir.

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