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Jean Allouch
Traducción del francés por Nora Pasternac
' A propósito de este asunto no se podría aconsejar el artículo de André Creen, “L’objet (a)
de J. Lacan, sa logique et la théorie freudienne”, Cahiers pour l’analyse, N° 3, mayo de
1966. Se trata de un ejemplo de lo que se hizo muy a menudo a partir de allí: parafrasear
una apertura de caminos para el cual una de cuyas características estilísticas ahora demos
tradas es que no soporta la paráfrasis, que en ella el objeto se ausenta como tal.
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como en alemán (el Einfall freudiano asocia también la idea que sobreviene y la
caída). Un equivalente argentino sería "se me prendió el foco", fórmula que tiene la
ventaja de subrayar que es mi foco, mi fogón —mi cabeza, mi cerebro— el que habría
comenzado a incendiarse (y no yo el que lo hubiera encendido; una neutralidad que
está más marcada todavía si se observa que es, textualmente, no mi foco, sino el foco
el que se iluminó... con respecto a mí, por lo tanto, se sobreentiende, el mío).2De la
misma manera, en “me cayó el veinte", un cierto objeto, una monedita de veinte
céntimos, centavos de peso, cayó “a”, es decir, “de” mí, de mi bolsillo, de mi cuerpo;
es ella, la pequeña pieza, el sujeto gramatical de la frase, si no exactamente el agente
de la acción. Justamente, con me cayó el veinte parecería que la monedita y yo estu
viésemos aprisionados, cada uno a su manera, en una misma acción, una acción en la
cual no cabe siquiera precisar cuál es su agente.3De tal manera esto es así que no creo
que sea falsa, ni tampoco abusiva, la relativa equivocación que tuve cuando me dije
ron esta expresión por primera vez, una de esas interesantes equivocaciones debidas
a la infamiliaridad (Unheimlichkeit), que se pueden cometer en una lengua extranjera
y que sin embargo es frecuentada. En efecto, yo entendía, sin duda ayudado por el
contexto, algo así como “Je me suis fait remonter les bretelles”, o “Je me suis fait
moucher1’, o “...river mon clou” (expresiones todas que significan: recibir una recrimi
nación, un regaño, una reprimenda, una regañiza, una bronca). Se trataría más exac
tamente de algo como “¡eureka!”, o “¡pero por supuesto, claro, eso es!”; y podemos
imaginar sin dificultad a un Champollion mexicano gritar con alegría, en el instante
en que supo que había descifrado los jeroglíficos: “me cayó el veinte". El misunder
standing acentuaba la parte del Otro en la palabra, incluso tendía a hacer de ese Otro,
si no el agente, al menos el instrumento de la acción, del cierre de la palabra, de la
palabra... propiamente hablando... resuelta; pero el solo hecho de que en la expre
sión, “yo” [moí\ no sea más que alguien a quien le ocurre algo —la monedita cae de
mí— es suficiente para marcar que al fin de cuentas, mal que le pese a una lingüística
tan indigente como sumaria, no existe “yo” [je] dueño de la palabra,4 y que por el
contrario la palabra misma, por sí misma, se cierra —o no se cierra, en cuyo caso
“yo” [je] puede todavía ilusionarse con que tiene el dominio.
2 Un gran agradecimiento a Marcelo Pasternac quien me dio estas indicaciones al ser consul
tado.
3 De la misma manera que el habla popular que analizamos aquí, el “se dice” de Marguerite
Duras, forma acabada de la subjetivación, inflige una ruda y definitiva corrección a las
observaciones de un Martin Heidegger, según las cuales el “se”, en tanto es el “no yo”,
constituye la figura misma de la inautenticidad.
4 Un lingüista nos propone la más radical demostración: Jean Claude Milner, “Le materiel de
l'oubli”, Usages de l ’oubli, Seuil, París, 1988 [Usos del olvido, Nueva Visión, Buenos Aires,
1989].
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W / v e C n te s -------------------- ------------- La invención del objeto a
Tal es el objeto a minúscula de Lacan, un objeto perdido de entrada para el cual toda
palabra que se cierra realiza su pérdida. “Todo está cocinado” —dice el indianista
Charles Malamud a propósito del pensamiento que estudia— sólo se trata de recocinar”.6
Que Lacan haya producido ese objeto, nadie lo discute.
En crisis
6 Charles Malamud, Cuire le monde. Rite et pensée dans l ’Inde ancienne, La Découverte,
París, 1 989, p. 65.
7 Sobre el carácter nodal de la invención del ternario simbólico imaginario real, así como
sobre los límites de esta invención, límites que Lacan explora él mismo en sus últimas
aperturas, me permito remitir al lector de estas líneas a mi libro Freud, et puis Lacan, EPEL,
París, 1 993. [Edición en español: Freud y después Lacan, Edelp, Buenos Aires, 1 994].
■ Otro signo de la grave crisis que sufre el camino que abriera Lacan en ese fin del
año 1962: nuestra impotencia para decidir, todavía hoy, en la transcripción de ese
seminario, en muchas de sus apariciones, entre “Otro” y “otro”. Sin duda, para un
establecimiento crítico de esos pasajes, sería mejor actualmente, en lugar de forzar
las cosas allí donde las soluciones se escurren, decidirse a escribir en francés con una
palabra inventada —por ejemplo, la palabra “otre", que tiene la ventaja de una estric
ta homofonía— esta imposibilidad de distinguir pequeño y gran otre, pues una impo
sibilidad que marca los límites de una distinción conceptual revela de esta manera
que sufre un fuerte cuestionamiento.
Y bien, a partir de ese 9 de enero de 1963... se acabó. Como objeto, a minúscula no
tendrá más nada que ver con el pequeño otro. Éste es el paso mayor, decisivo, crucial.
Está contenido en una frase muy simple, con consecuencias al mismo tiempo inme
diatas, numerosas, explícitas, capitales también, y perfectamente localizables en su
estatus de consecuencia como lo veremos en una última parte de esta presentación.
Al comienzo de esta sesión, Lacan llega rápidamente a recordar su tesis según la
cual la angustia es un momento en que el objeto a minúscula viene al Heim, a “la casa
del hombre’’,8 lugar de una ausencia cuyo lugar está marcado, en el esquema del
florero invertido,9 por el cuello del recipiente en el lugar del Otro, es decir, en el
espejo-plano del Otro. Esta teoría de la angustia se verifica clínicamente, sobre todo
con la fina observación de que no es la ausencia de seno lo que angustia, sino su
presencia taponando el agujero del Heim en el Otro, y lo mismo ocurre con la mirada,
la voz, etc. Lacan habla entonces textualmente de:
[...] algo que designaré de entrada primero con la letra (a) que ustedes ven aquí
ocupar un lugar principal por encima del perfil del florero.10
Ese “de entrada” parece, por lo menos, extraño... Por una parte, esta designación
no data de ese día; por otra parte, anuncia la frase decisiva que estoy trayendo aquí
paso a paso.
Es necesario así (falsamente) literalizar “de entrada” porque hay algo que no fun
ciona, o ya no más, en la construcción misma de Lacan. ¿Qué es?
¿De qué antinomia de la razón ternaria (S.I.R) dependían los signos que acabamos
de señalar? De ésta: se volvió imposible persistir en llamar “pequeño otro” 1) al
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florero en el Otro y 2) al ramo de flores que está en la boca del florero, el objeto cuya
presencia en el Heim provoca la angustia. Es tanto más difícil cuanto que Lacan justa
mente encontró, vía Karl Abraham, lo siguiente desde el seminario Le transfert [La
transferencia]: que este objeto parcial es precisamente un resto que escapa al juego de
la libido reversible entre i(a) e i’(a). A menos que se acepte la más grande confusión, la
letra “a” no puede designar entonces a la vez, en su álgebra, al otro y a lo que,
esencialmente, escapa al otro —incluso si ocurre que el otro lo tiene en el cuello—.
Un factor positivo esencial, que va a contribuir a disipar finalmente esta ambigüe
dad, viene de la topología, ciencia no (geo)métrica de las superficies. Desde el se
minario L’identification [La identificación], el año anterior a L’angoisse, Lacan sabe
distinguir dos tipos diferentes de objetos, los objetos especulares (tienen una ima
gen en el espejo) y los que no lo son. De allí a poner en relación esos dos tipos de
objetos con los dos pequeños otros que, hasta allí, son, no “confundidos” pero, en su
no distinción terminológica, mantenidos entre sí en un lazo que sigue siendo confu
so, no hay más que un paso que será justamente franqueado de manera definitiva
ese 9 de enero de 1963. Se trata precisamente del mismo paso por el cual Lacan
inventa el objeto a minúscula (su invención más importante, dirá él más tarde). Pero
lo importante es saber también cómo lo inventa ese día.
Hemos notado un primer punto de alocamiento del álgebra lacaniana, legible so
bre el esquema del ramo de flores dado vuelta. Hay un segundo, hay una segunda
incidencia de esos dos pequeños otros, no
El esquema del ramo de flores invertido en “Observación sobre el informe de Daniel Lagache”
Escritos, op. cit., p. 660.
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I (A) X
El grafo del deseo en "Subversion del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano"
Escritos, op. cit., p. 797.
menos enloquecedor, sobre el grafo esta vez.11 De ninguna manera se pueden plegar
uno sobre el otro los dos pisos que justamente el grafo distingue como dependientes
respectivamente del simbólico y del imaginario (el piso del medio y el de arriba).
Ahora bien, si se inscribe i(a) en el lugar del “a minúscula” de la fantasía, cuando i(a)
está, como se debe, localizado en el piso del imaginario, se anula el desplegamiento
de esos dos pisos, cosa que pone al grafo en el suelo, y eso destruye al mismo tiempo
la distinción paradigmática del simbólico y del imaginario. Aunque Lacan trata inútil
mente de hacerlo en una sesión anterior,12 no puede ya ignorar que eso no funciona.
He aquí entonces dos maternas mayores en muy mal estado: el grafo y el esquema
del florero invertido. Lacan tiene explícitamente en mente el hecho de que va a tener
que revisar su ejercicio. Y por otra parte, desde hace semanas, le dan la lata. Por
ejemplo, el 28 de noviembre de 1962, comienza su sesión diciendo que le reclaman
" Cfr. entre otros textos que presentan este grafo, “Subversión del sujeto y dialéctica del
deseo”, Escritos, op. cit., p. 797.
12 J. Lacan, L’angoisse, sesión del 21 de noviembre de 1962, p.17.
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que articule mejor el “Estadio del espejo” y el “Informe de Roma”, lo que equivale a
decir, con el espíritu un poco simplificador de los que lo interrogan, el imaginario y
el simbólico. Aquí está entonces el texto del 9 de enero:
Es claro que esto [entiendan: los problemas que acaban de ser recordados] supone
un paso más en la situación de precisión de lo que entendemos con este objeto (a).
Quiero decir que a este objeto lo designamos (a) justam ente [entiendan: un eco de
la observación que acaba de ser hecha sobre la letra a], Observo q u e esta notación
algebraica tiene su función.
¡Vaya! Todo está dicho. Esta última frase, tan simple, es el punto pivote después de
diez años de enseñanza apoyada sobre SIR, para todo lo que será la continuación
de esta enseñanza.
El paso decisivo
Ciertamente la frase puede parecer a la vez demasiado simple y opaca, incluso para
aquellos que recuerdan que, en Letra por letra, a propósito de Hans yo tuve que
señalar que, según Lacan estudiando ese caso histórico, la formalización es el asunto
clínicamente decisivo. Sigamos entonces la explicación que da Lacan de esta última
observación. Se trata de la continuación inmediata del texto citado:
La aserción según la cual la letra “a” es del álgebra, realiza entonces —no retroce
damos ante la palabra— una depuración. La invocación de la metáfora viene aquí a
marcar la distancia que existe entre la palabra y la cosa, el hecho de que el lenguaje,
como lo estableció definitivamente Ferdinand de Saussure, no es una nomenclatura.
En el paso franqueado aquí, no se trata de poner un término a esta irremediable
distancia entre palabras y cosas; por el contrario, se tratará de ratificarla, de encerrar
la. ¿De qué manera? Dejando caer radicalmente el valor metafórico de la letra “a” es
13 Jean Allouch, Lettre pour lettre, Erès, Toulouse, 1984, p. 106 [Letra por Letra. Traducir,
transcribir, transliterar, Edelp, Buenos Aires, 199B, p. 98].
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li CXU4Í*
La invención del objeto a
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decir la remisión de esta letra al pequeño otro. Dicho de manera diferente, al obser
var que a minúscula es del álgebra, Lacan opera un corte, un clivaje entre la significa
ción de esta letra (su remisión metonímica a un pequeño otro especular, ya que la
letra “a" es la primera de la palabra “autre”) y su función de designación (del objeto
no especularizable). Hay clivaje entre la significación del significante y la función del
significante como tal. El significante en efecto constituye, al designarlo, un objeto en
su identidad, pero al precio de no tener que significar más nada en absoluto.
Como para remachar más su clavo, Lacan agrega (será el fin de nuestras citas):
A decir verdad, esta última frase es una de ésas en que Lacan corrigió a la
estenotipista, la cual había escrito:
Como la frase de la estenotipia al parecer no está acabada, y como Lacan agregó “el
mal” con su blanca manita, como además es poco probable que Lacan haya dicho “no
es puente por sí mismo”,14 cosa que suena mal en francés (a pesar de su “gongorismo”
se espera leer “no es un puente por sí mismo”), mientras que “no es bueno” no choca
a la oreja, por todo esto propongo poner a cuenta de la estenotipista la aparición de
ese “puente” (si es que debamos leer así las letras tachadas por la escritura manuscri
ta de “bueno”). Ciertamente, esto no nos libera de esa tachadura, pero, por el momen
to, nos será suficiente con tratar el término “otro” como lo son aquí ese “puente” o
ese “bueno” para concluir que así como el término “bueno” no es bueno (ni el térmi
no “puente” un puente), de la misma manera la letra “a” no es el otro. He aquí enton
ces el corte constituyente del objeto a minúscula como tal.
14 Uno esperaría: "no es un puente por sí mismo”, o mejor: “no es por sí mismo un puente”.
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La parte residual, hela aquí. La construí para ustedes, la hago circular. Tiene su pe
queño interés porque, déjenme decirles, esto es (a). Se los doy a ustedes como una
hostia, pues a continuación ustedes se servirán de ella; a minúscula está hecho así.15
Este pasaje al acto es importante. Forma parte de la invención del objeto a minús
cula. Pero, ¿de qué manera? Pero, ¿por qué es como llamado por la algebraica inven
ción? En todo caso, ¿por qué va junto con ella?
Resumamos o condensemos lo dicho: un corte, producido por un significante
puro es, él mismo, constituyente del objeto a minúscula en tanto que desecho, que
objeto caído, separado, perdido. Evocábamos la invención del ternario SIR; ya se ve:
en enero de 1963 la producción del objeto a minúscula la redobla y por lo tanto la
confirma. En efecto, es necesario que el simbólico sea distinto del imaginario para
que ese significante, definido mucho más drásticamente que el de los lingüistas
intervenga como corte.
La literalización, la formalización es entonces el paso decisivo. Lacan, en su inter
pretación del sueño de la inyección aplicada a Irma, da esta misma función a la
fórmula química. Ese trazo es, por lo tanto, tres veces mayor: en la invención del
análisis (ese sueño es llamado inaugural por Freud mismo), en la de RSI y en la del
objeto a minúscula.
Queda un resto de esta producción formal de un resto. El pasaje al acto es de
entrada el indicio presente de que otro modo de transmisión está enjuego, diferente
del puramente formal de las ciencias exactas. Aunque en las ciencias exactas tam
bién, Lacan lo observaba, no se podría prescindir absolutamente de la palabra para
presentar los juegos puramente formales de las letras minúsculas.
Consecuencias
Habría cuatro invenciones mayores de Lacan, ni una más. Cuatro pasos decisivos,
cosa que es mucho para un “doctrinario” (él se calificó de esta manera a sí mismo),
como ya lo indica el hecho de que en Buda no hubo, en total, más que dos:
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En Lacan, los cuatro pasos habrían sido los siguientes (casi todos fechables prácti
camente al segundo):
1. La invención del estadio del espejo (1936).
2. La invención del ternario SIR (8 de julio de 1953).
3. La invención del objeto a minúscula (9 de enero de 1963), en disparidad
con relación a las otras tres, en tanto consecuencia de ciframientos, aunque
es en sí misma un ciframiento.
4. La invención de la cadena borromea (1973).
Tenem os aquí la distancia, la diferencia que hay entre dos clases de identificación
imaginaria, la que hay con (a) i(a), imagen especular tal como nos es dada en el
momento de la escena dentro de la escena [en efecto, poco antes Lacan había iden
tificado a Hamlet con Luciano, el crim inal de la obra], la identificación más m iste
riosa, cuyo enigma com ienza a ser desarrollado allí, con algo distinto, el objeto, el
objeto de deseo como tal [...] [entiendan: Ofelia]. [Este objeto] es reintegrado a la
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duelo freudiano se explica: es una identificación que, por vía regresiva, encontraría
el objeto que no se tiene más. Pero si este objeto es realmente a minúscula, y no el
pequeño otro, esta identificación será “con el ser” de este objeto, no con la imagen
del otro como objeto perdido. Y Lacan pone inmediatamente los puntos sobre las íes
(la observación se refiere al caso del deudo que se identifica regresivamente):
En esta regresión, en la que (a) sigue siendo lo que es —instrum ento— es con lo
que se es que se puede, si puedo decir, tener o no.
Otro indicio del cambio que se ha operado por el corte instaurador del objeto a
minúscula: una definición lacaniana absolutamente inédita del autoerotismo va a
seguir inmediatamente a esas observaciones sobre el duelo ese 23 de enero. El
autoerotismo es “desorden de los a minúscula”, es decir “falta de sí”; en efecto, ese sí
será dado con la identificación imaginaria del estadio del espejo, identificación que
debe la pregnancia constituyente de la imagen a a minúscula. (Lacan no dice que el
22 Este análisis confirma la observación de mi estudio sobre la Erótica del duelo, según la cual
el duelo convierte salvajemente al deudo en un erastés —mientras que la identificación
regresiva lo establecería o restablecería como eromenós—. Por ello, tendría un efecto apa
ciguador; realizaría, aunque fuera en una ilusión, el hecho de que el deudo no ha perdido
todo puesto que recuperaría no el objeto perdido que lo enluta, sino el objeto cuya pérdida
lo hacía amante de ese objeto que ha perdido.
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Habiendo convocado esos datos basales, Lacan puede apoyarse sobre lo que llamaré su
“circuncisión” de a minúscula para distinguir claramente ahora dos tipos de objetos.
Es así como el materna i(a) cambia de valor desde el momento en que van a ser
separados el objeto a minúscula, objeto sin imagen especular y el pequeño otro que
debe ser colocado en la clase de los objetos enantiomorfos. Así el materna i(a) debe
ser leído en lo sucesivo de otra manera, a pesar de que se escribe siempre de la
misma manera. Ya no se leerá más i de (a): “imagen del otro”, sino i: “imagen del
otro”, de (a): “sostenida, en su fulgor, por el objeto a minúscula”. Esta nueva lectura
es otra formulación de la invención del objeto a minúscula.
[...] he aquí el punto donde algo ocurre y para lo cual creo que por la articulación
que damos a esta función de a minúscula podemos m ostrar su generalidad, su
función, su presencia en todo el campo fenom énico [...]
Ese viraje de la imagen especular al doble permite entonces una primera distribu
ción: hay el objeto intercambiable, comunicable, y el objeto privado, incomunicable,
“correlativo de la fantasía”, agrega Lacan, sin explicarse más sobre ello por el mo
mento.
El otro caso de pasaje extraño, o de pasaje a lo extraño, y que hoy adquiere toda su
dimensión si se piensa en los asuntos de donación de órganos, concierne al “te lo voy
a cortar" de la madre castradora. Muy lacaniano en esto, Lacan, lejos de asustarse
toma la amenaza en el hilo de su propia lógica, prosiguiendo con el gesto hasta sus
últimas consecuencias. ¿Adonde estaría, pregunta, el objeto de que se trata, una vez
cortado? Respuesta: ese falo tronchado se habrá convertido en un objeto común,
intercambiable. Hay extrañeza desde el momento en que, tomado así, esta manera de
hacer un utensilio del objeto en cuestión infringiría su estatus. Se convierte en un
objeto fenomenológico (nuevo rasgo), desplazable (otro rasgo), o también en un ob
jeto de reparto (otro rasgo más).
[...] hay dos clases de objetos, los que pueden com partirse, los que no se puede.
Los que no se puede, cuando los veo a pesar de todo correr en ese territorio del
reparto, con los otros objetos, cuyo estatus reposa enteramente en la com petencia
(esta com petencia ambigua que es a la vez rivalidad, pero tam bién acuerdo), son
los objetos cotizables, los objetos de intercam bio... pero hay <otros> —y si he
puesto de relieve al falo es, por supuesto, porque es el más ilustre con respecto al
hecho de la castración—, ustedes saben, otros que ustedes conocen, los equivalentes
más conocidos de ese falo, los que lo preceden, el cíbalo, el pezón [...] cuando entran
[...] en ese cam po donde no tien en qué hacer, el campo del reparto, cuando
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no especularizable especularizable
no intercambiable intercambiable
no comunicable comunicable
no común común
no repartible repartible
no utensilio utensilio
no desplazable desplazable
no cotizable cotizable
no socializado socializado
correlativo de la fantasía no correlativo de la fantasía
anterior al objeto común posterior al objeto a
en relación con la pérdida sin relación inmediata con la pérdida
Una confirmación esencial, patognomónica, del hecho que Lacan está abriendo el
camino en ese lugar para una distinción sostenible es la consecuencia siguiente: en lo
sucesivo se vuelve posible constituir un catálogo de los objetos a minúscula. En
efecto, si hay posibilidad efectiva de clasificar, de inscribir un objeto dado cualquie
ra dentro (o fuera) de esa lista que se llama un catálogo, es porque, como lo observa
23
J. Goody, hay un rasgo distintivo que funciona, que opera, que marcha hasta el
punto en que toda ambigüedad que se presente pueda ser disipada; un rasgo de tal
tipo es que uno no se pregunta más (ejemplo elegido por Goody) si el tomate es una
fruta o una legumbre. Comenzar a establecer el catálogo de los objetos a minúscula,
como Lacan lo hace al comienzo, mencionando tres de esos objetos a minúscula
(pezón, escíbalo, falo), diciendo luego que habría cinco en todo caso, es demostrar en
acto que en lo sucesivo, dado un objeto cualquiera, se dispone de un criterio preciso,
susceptible de decirnos si se trata o no de un objeto a minúscula.
Ciertamente había ya, en el psicoanálisis, algo así como una lista más o menos
23 El análisis de la función de la lista tal como la destaca J. Goody en La raison graphique, Minuit,
París, 1979, es retomada por Jean Allouch en Letra por letra, op. cit., pp. 89-90.
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que un desecho que designa la única cosa que es importante, a saber, el lugar, el
lugar de un vacío adonde vendrán [corrección manual de “xoux viendrenx], yo se lo
m ostraré, a situarse otros objetos mucho más interesantes [¡sic!] que ustedes cono
cen ya por otra parte, pero que no saben colocar.
[...] pues no es verdad, si ustedes creen que pueden saber la función del seno
materno, o la del escíbalo, saben bien qué oscuridad queda en el espíritu de uste
des en lo que concierne al falo, y cuando se trate del objeto que viene inmediata
mente después, se lo revelo a pesar de todo, como para dar a la curiosidad de
ustedes un alimento, es decir el ojo [corrección de la estenotipia: él] en tanto tal, us
tedes ya no saben más, pero para nada.
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3 falo
2 anal da
1 oral » SUPERYÓ
A este grafo se lo puede llamar “grafo de los pisos del objeto", puesto que es la
palabra misma que Lacan utiliza varias veces.26 El 19de junio de 1 9 6 3 ,Lacan termina
incluso numerando los pisos de este grafo, indicando así dos cosas:
■ que se trata en efecto de un grafo; como tal, orientado.
■ que ese grafo trae consigo un punto de inflexión en el nivel de la cima, pues
como el —cp tiene un estatus especial en tanto a minúscula. De tal manera que se
puede también, usando un juego de palabras de Lacan, llamar a ese grafo, homólogo
en su forma del grafo del deseo, el “grafo de hacer el amorir”,27 a morir de risa,
evidentemente.
El problema cifrado de esta manera nos importa porque es, indisociablemente, el
de “hacer el amorir” y el del análisis. ¿Por qué esta comunidad de problemáticas
cuando se trata de dos cuestiones sin embargo diferentes? Porque el a minúscula
fálico es el estadio en que se opera la disyunción del deseo y del goce (sesión del 19
de junio de 1963); ahora bien, esto es precisamente el asunto del análisis como
ejercicio del deseo.
Se ve aquí el alcance de la observación concerniente a la notación algebraica, la
letra como tal. Ha abierto la posibilidad de decir a la vez que en esta lista de objetos
se trata cada vez de a minúscula, y que no se trata jamás de a minúscula, como lo
muestra, por ejemplo, la sesión de ese seminario consagrada al excremento, donde la
26 J. Lacan, ibid, sesión del 1 5 de mayo de 1 963, donde no se trata todavía (p.l) más que de
una “lista”; del 22 de mayo, donde se trata (p.l) de “pisos objetales”; del 1 2 de junio, en
donde se trata (p.29) “de los cinco pisos, si puedo expresarme así, de la constitución de a
en esta relación de S con A [...]", del 19 de junio (desde la p.l ) donde los pisos son numera
dos en tanto estadios, diferentes como tales de los estadios abrahámicos. Esta sesión trae
consigo un esquema (el grafo del objeto) a propósito del cual no se puede dejar de convo
car, en su forma misma, el grafo del deseo.
27 J. Lacan, ibid, sesión del 29 de mayo de 1963, p. 1 7.
28 Cfr. Littoral, N° 27-28, Exercices du désir, Erès, Toulouse, 1 989.
Conclusión
Concluyamos más bien en forma de resumen. La invención por Lacan del objeto a
minúscula el 9 de enero de 1963 vino a resolver (por lo menos provisionalmente) una
grave crisis que atravesaba su apertura de caminos, amenazada por contradicción
interna. La amenaza era real. Salir de ella fue el resultado de un acto de formalización,
pero sostenido por un pasaje al acto que decía sus límites desde el punto de vista de
la transmisión del psicoanálisis. Que ese día haya ocurrido uno de los raros aconteci
mientos esenciales del recorrido de Jacques Lacan, lo prueban las consecuencias que
él mismo extrajo de ello casi inmediatamente.
29 Sobre la función específica del falo, cfr. las sesiones del 29 de mayo, pp. 6 y 17, pp. 2 y 3