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La invención del objeto a

Jean Allouch
Traducción del francés por Nora Pasternac

Cómo inventó Lacan el objeto a minúscula


P o r extraño que pueda parecer, a pesar del peso, actualmente de decenas de kilos de
glosas lacanianas, de introducciones a Lacan y otros tantos diccionarios que supues­
tamente facilitan su acceso (aunque de hecho embrollan las pistas), al menos que yo
sepa, nadie ha señalado de manera precisa en qué consistió la invención del objeto a
minúscula, cómo fue producida tal invención, o en qué momento exacto tuvo lugar.1

El “veinte” perdido de la palabra cerrada

Lacan inventa el a minúscula. En vista de su extrañeza, se ha de decir primero alguna


palabra sobre lo que sería ese objeto. En lugar de x horas de curso que se impondrían,
pero que, tratándose de un objeto que está fuera del territorio de la mercancía, tal
vez no serían convenientes, veamos una expresión susceptible de indicar de qué se
trata. Viene del español de México, donde se dice con bastante frecuencia, a menudo
como una exclamación: "¡me cayó el veinte!”. Para decirlo de otra manera en la misma
lengua (pero también para dejar para más tarde la difícil traducción), la expresión
correspondería a algo así como “me di cuenta bruscamente", como en un relámpago
de iluminación. En España se diría "caí en la cuenta de que... ", donde se encuentra el
verbo caer, de la expresión mexicana. En este empleo, ese caer tiene equivalentes en
francés (uno “cae” [tombe] sobre una idea o una idea se le “cae” en la cabeza) así

' A propósito de este asunto no se podría aconsejar el artículo de André Creen, “L’objet (a)
de J. Lacan, sa logique et la théorie freudienne”, Cahiers pour l’analyse, N° 3, mayo de
1966. Se trata de un ejemplo de lo que se hizo muy a menudo a partir de allí: parafrasear
una apertura de caminos para el cual una de cuyas características estilísticas ahora demos­
tradas es que no soporta la paráfrasis, que en ella el objeto se ausenta como tal.

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como en alemán (el Einfall freudiano asocia también la idea que sobreviene y la
caída). Un equivalente argentino sería "se me prendió el foco", fórmula que tiene la
ventaja de subrayar que es mi foco, mi fogón —mi cabeza, mi cerebro— el que habría
comenzado a incendiarse (y no yo el que lo hubiera encendido; una neutralidad que
está más marcada todavía si se observa que es, textualmente, no mi foco, sino el foco
el que se iluminó... con respecto a mí, por lo tanto, se sobreentiende, el mío).2De la
misma manera, en “me cayó el veinte", un cierto objeto, una monedita de veinte
céntimos, centavos de peso, cayó “a”, es decir, “de” mí, de mi bolsillo, de mi cuerpo;
es ella, la pequeña pieza, el sujeto gramatical de la frase, si no exactamente el agente
de la acción. Justamente, con me cayó el veinte parecería que la monedita y yo estu­
viésemos aprisionados, cada uno a su manera, en una misma acción, una acción en la
cual no cabe siquiera precisar cuál es su agente.3De tal manera esto es así que no creo
que sea falsa, ni tampoco abusiva, la relativa equivocación que tuve cuando me dije­
ron esta expresión por primera vez, una de esas interesantes equivocaciones debidas
a la infamiliaridad (Unheimlichkeit), que se pueden cometer en una lengua extranjera
y que sin embargo es frecuentada. En efecto, yo entendía, sin duda ayudado por el
contexto, algo así como “Je me suis fait remonter les bretelles”, o “Je me suis fait
moucher1’, o “...river mon clou” (expresiones todas que significan: recibir una recrimi­
nación, un regaño, una reprimenda, una regañiza, una bronca). Se trataría más exac­
tamente de algo como “¡eureka!”, o “¡pero por supuesto, claro, eso es!”; y podemos
imaginar sin dificultad a un Champollion mexicano gritar con alegría, en el instante
en que supo que había descifrado los jeroglíficos: “me cayó el veinte". El misunder­
standing acentuaba la parte del Otro en la palabra, incluso tendía a hacer de ese Otro,
si no el agente, al menos el instrumento de la acción, del cierre de la palabra, de la
palabra... propiamente hablando... resuelta; pero el solo hecho de que en la expre­
sión, “yo” [moí\ no sea más que alguien a quien le ocurre algo —la monedita cae de
mí— es suficiente para marcar que al fin de cuentas, mal que le pese a una lingüística
tan indigente como sumaria, no existe “yo” [je] dueño de la palabra,4 y que por el
contrario la palabra misma, por sí misma, se cierra —o no se cierra, en cuyo caso
“yo” [je] puede todavía ilusionarse con que tiene el dominio.

2 Un gran agradecimiento a Marcelo Pasternac quien me dio estas indicaciones al ser consul­
tado.
3 De la misma manera que el habla popular que analizamos aquí, el “se dice” de Marguerite
Duras, forma acabada de la subjetivación, inflige una ruda y definitiva corrección a las
observaciones de un Martin Heidegger, según las cuales el “se”, en tanto es el “no yo”,
constituye la figura misma de la inautenticidad.
4 Un lingüista nos propone la más radical demostración: Jean Claude Milner, “Le materiel de
l'oubli”, Usages de l ’oubli, Seuil, París, 1988 [Usos del olvido, Nueva Visión, Buenos Aires,
1989].

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Notemos aquí que la sexualidad está, también ella, predominantemente en neutro.


Es intempestivo, a propósito del acto sexual, decir “yo gozo”, o incluso “yo hago el
amor”. El goce corporal en cuestión no parece tener gran cosa que ver con un yo,
como nos lo enseña el hecho de que las desdichas de esta sexualidad —impotencia,
frigidez y tutti quanti— están ligadas por una parte a la ilusión, si no es a la creencia,
de que yo cojo, y vienen a indicar, en el real del síntoma, que tal no es precisamente
el caso.
Tratándose de la neutralidad de la palabra, no se puede dejar de convocar, por
supuesto, a Michel Foucault que cita el famoso “¿Qué importa quién habla?” de Beckett
al principio y luego al final de su conferencia “¿Qué es un autor?”
Pero ¿cómo están ligados, o desligados, la palabra así puesta en su lugar y ese
objeto de que se trata en "me cayó el veinte" ? Para responder, preguntemos: ¿de
dónde viene esta fórmula que literalmente se leería en francés: “le vingt (m ’) est
tombé"? Y bien, no, no es una historia de ruleta, en la que el jugador gana treinta y
seis veces su apuesta cuando jugó el número 20 y el 20... cae; la palabra que se cierra
no está ligada a una ganancia, sino a una pérdida, a un caer, como ya lo ha manifes­
tado nuestra pequeña encuesta translengua. Se trata de una historia de teléfonos
públicos, los cuales, en México, antes de que las tarjetas telefónicas o de crédito
fueran silenciosamente, insidiosamente, regularmente y obstinadamente tragadas
por las máquinas, funcionaban con una pieza de veinte centavos, céntimos de peso.
Una suma no despreciable para algunos de aquellos que telefoneaban desde allí y no
disponían de teléfonos privados. El que hacía un llamado así debía entonces poner
sus veinte céntimos en la caja y después marcar el número deseado. En el instante en
que el interlocutor descolgaba, un ruido característico anunciaba al hablante que la
máquina se había tragado realmente sus veinte centavos. Las cosas podían plantear­
se como el fin de una loca esperanza: “¿Y si yo fuera a recuperar mis veinte centavos
en lugar de ver(me)los comidos?". Bueno, no; desde el momento en que comienza la
conversación, se terminó, se perdió, “me cayó el veinte". Notablemente, la significa­
ción de la expresión coloca esta caída al final del acto de habla: un “eureka”, un
brusco “darse cuenta de que (o del hecho que)” es una conclusión y no una pregunta,
un término puesto a una pregunta. La expresión opera entonces un cortocircuito,
puesto que ese objeto que es perdido al comienzo, en el instante en que la palabra se
entabla, lo es también al final, en el momento del eureka, del acuerdo, de la caída
final de la tensión.

5 Michel Foucault, “Qu’est que un auteur?”, Bulletin de la Société française de philosophie,


1969, versión retomada en Littoral, N° 9, dedicado a La discursivité, Erès, Toulouse, 1983.
Se encontrará una versión crítica de este texto (con las modificaciones incluidas en la
versión de la Universidad de Buffalo) en Dits et écrits, T. I, Gallimard, París, 1994, pp. 789­
821.

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Tal es el objeto a minúscula de Lacan, un objeto perdido de entrada para el cual toda
palabra que se cierra realiza su pérdida. “Todo está cocinado” —dice el indianista
Charles Malamud a propósito del pensamiento que estudia— sólo se trata de recocinar”.6
Que Lacan haya producido ese objeto, nadie lo discute.

La invención del objeto a minúscula

El momento de esta invención no es cualquier momento. Como para una buena


cantidad de verdaderas innovaciones teóricas, ésta se produce sobre un fondo de
perturbación. El norte se perdió, hasta los fundamentos de la problemática, que pare­
cían, también ellos, vacilar. Todo esto en... L'angoisse [La angustia] (seminario de
1962-63). Tanto y a tal punto que si sólo hubiera que conservar en total una sola
sesión de los seminarios de Lacan, en mi opinión debería ser ésta, del 9 de enero de
1963, incluido el pasaje al acto de Lacan (como realmente debemos designarlo), cuya
huella registra la estenotipia en el seno de páginas tan indispensables como mal
arregladas, repletas de tachaduras, subrayados intempestivos, correcciones manua­
les hechas por Lacan, de comentarios de alumnos, de errores diversos. Si fuera nece­
sario, en esas páginas, reducir todavía más el material a dos o tres líneas, entonces
elegiríamos éstas, que marcan nada menos que el paso más importante franqueado
por Lacan desde la invención del ternario simbólico imaginario real en 1953.7

En crisis

Para presentarla, partamos entonces del alocamiento, de la vacilación del camino


abierto de Lacan. La crisis es situable no en tal o cual de los rincones de su enseñan­
za, sino que la concierne en su conjunto. Hay varios signos patentes de ello en
L’angoisse.
■ En las fórmulas por las cuales Lacan trataba en esa época de escribir la división
del sujeto quedaba ambiguo el término de “otro”, que unas veces era objeto, resto de
la división del sujeto, y otras imagen, el otro del espejo. Esta ambigüedad fue tal que
Lacan mismo no retrocedió, contra su propia álgebra, contra el grafo, al escribir i(a) el
objeto de la fantasía, aquel con el cual el sujeto tachado mantiene una relación de
“punzón”, el cuño en forma de rombo.

6 Charles Malamud, Cuire le monde. Rite et pensée dans l ’Inde ancienne, La Découverte,
París, 1 989, p. 65.
7 Sobre el carácter nodal de la invención del ternario simbólico imaginario real, así como
sobre los límites de esta invención, límites que Lacan explora él mismo en sus últimas
aperturas, me permito remitir al lector de estas líneas a mi libro Freud, et puis Lacan, EPEL,
París, 1 993. [Edición en español: Freud y después Lacan, Edelp, Buenos Aires, 1 994].

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■ Otro signo de la grave crisis que sufre el camino que abriera Lacan en ese fin del
año 1962: nuestra impotencia para decidir, todavía hoy, en la transcripción de ese
seminario, en muchas de sus apariciones, entre “Otro” y “otro”. Sin duda, para un
establecimiento crítico de esos pasajes, sería mejor actualmente, en lugar de forzar
las cosas allí donde las soluciones se escurren, decidirse a escribir en francés con una
palabra inventada —por ejemplo, la palabra “otre", que tiene la ventaja de una estric­
ta homofonía— esta imposibilidad de distinguir pequeño y gran otre, pues una impo­
sibilidad que marca los límites de una distinción conceptual revela de esta manera
que sufre un fuerte cuestionamiento.
Y bien, a partir de ese 9 de enero de 1963... se acabó. Como objeto, a minúscula no
tendrá más nada que ver con el pequeño otro. Éste es el paso mayor, decisivo, crucial.
Está contenido en una frase muy simple, con consecuencias al mismo tiempo inme­
diatas, numerosas, explícitas, capitales también, y perfectamente localizables en su
estatus de consecuencia como lo veremos en una última parte de esta presentación.
Al comienzo de esta sesión, Lacan llega rápidamente a recordar su tesis según la
cual la angustia es un momento en que el objeto a minúscula viene al Heim, a “la casa
del hombre’’,8 lugar de una ausencia cuyo lugar está marcado, en el esquema del
florero invertido,9 por el cuello del recipiente en el lugar del Otro, es decir, en el
espejo-plano del Otro. Esta teoría de la angustia se verifica clínicamente, sobre todo
con la fina observación de que no es la ausencia de seno lo que angustia, sino su
presencia taponando el agujero del Heim en el Otro, y lo mismo ocurre con la mirada,
la voz, etc. Lacan habla entonces textualmente de:

[...] algo que designaré de entrada primero con la letra (a) que ustedes ven aquí
ocupar un lugar principal por encima del perfil del florero.10

Ese “de entrada” parece, por lo menos, extraño... Por una parte, esta designación
no data de ese día; por otra parte, anuncia la frase decisiva que estoy trayendo aquí
paso a paso.
Es necesario así (falsamente) literalizar “de entrada” porque hay algo que no fun­
ciona, o ya no más, en la construcción misma de Lacan. ¿Qué es?
¿De qué antinomia de la razón ternaria (S.I.R) dependían los signos que acabamos
de señalar? De ésta: se volvió imposible persistir en llamar “pequeño otro” 1) al

8 J. Lacan, L ’angoisse, seminario inédito, sesión del 5 de diciembre de 1 962,


9 Se encuentra una presentación de este esquema en el texto “Remarque sur le rapport de
Daniel Lagache”, J. Lacan, Écrits, Seuil, París, 1996. [Observación sobre el informe de
Daniel Lagache", Escritos, Siglo XXI, México, 1984, pp. 627-664]. La retoma del esquema
óptico en L’angoisse está precisamente haciendo perimir ciertos puntos importantes al
comienzo de los años 1 960.
10 J. Lacan, L’angoisse, sesión del 9 de enero de 1 963, p.3.

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florero en el Otro y 2) al ramo de flores que está en la boca del florero, el objeto cuya
presencia en el Heim provoca la angustia. Es tanto más difícil cuanto que Lacan justa­
mente encontró, vía Karl Abraham, lo siguiente desde el seminario Le transfert [La
transferencia]: que este objeto parcial es precisamente un resto que escapa al juego de
la libido reversible entre i(a) e i’(a). A menos que se acepte la más grande confusión, la
letra “a” no puede designar entonces a la vez, en su álgebra, al otro y a lo que,
esencialmente, escapa al otro —incluso si ocurre que el otro lo tiene en el cuello—.
Un factor positivo esencial, que va a contribuir a disipar finalmente esta ambigüe­
dad, viene de la topología, ciencia no (geo)métrica de las superficies. Desde el se­
minario L’identification [La identificación], el año anterior a L’angoisse, Lacan sabe
distinguir dos tipos diferentes de objetos, los objetos especulares (tienen una ima­
gen en el espejo) y los que no lo son. De allí a poner en relación esos dos tipos de
objetos con los dos pequeños otros que, hasta allí, son, no “confundidos” pero, en su
no distinción terminológica, mantenidos entre sí en un lazo que sigue siendo confu­
so, no hay más que un paso que será justamente franqueado de manera definitiva
ese 9 de enero de 1963. Se trata precisamente del mismo paso por el cual Lacan
inventa el objeto a minúscula (su invención más importante, dirá él más tarde). Pero
lo importante es saber también cómo lo inventa ese día.
Hemos notado un primer punto de alocamiento del álgebra lacaniana, legible so­
bre el esquema del ramo de flores dado vuelta. Hay un segundo, hay una segunda
incidencia de esos dos pequeños otros, no

El esquema del ramo de flores invertido en “Observación sobre el informe de Daniel Lagache”
Escritos, op. cit., p. 660.

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I (A) X
El grafo del deseo en "Subversion del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano"
Escritos, op. cit., p. 797.

menos enloquecedor, sobre el grafo esta vez.11 De ninguna manera se pueden plegar
uno sobre el otro los dos pisos que justamente el grafo distingue como dependientes
respectivamente del simbólico y del imaginario (el piso del medio y el de arriba).
Ahora bien, si se inscribe i(a) en el lugar del “a minúscula” de la fantasía, cuando i(a)
está, como se debe, localizado en el piso del imaginario, se anula el desplegamiento
de esos dos pisos, cosa que pone al grafo en el suelo, y eso destruye al mismo tiempo
la distinción paradigmática del simbólico y del imaginario. Aunque Lacan trata inútil­
mente de hacerlo en una sesión anterior,12 no puede ya ignorar que eso no funciona.
He aquí entonces dos maternas mayores en muy mal estado: el grafo y el esquema
del florero invertido. Lacan tiene explícitamente en mente el hecho de que va a tener
que revisar su ejercicio. Y por otra parte, desde hace semanas, le dan la lata. Por
ejemplo, el 28 de noviembre de 1962, comienza su sesión diciendo que le reclaman

" Cfr. entre otros textos que presentan este grafo, “Subversión del sujeto y dialéctica del
deseo”, Escritos, op. cit., p. 797.
12 J. Lacan, L’angoisse, sesión del 21 de noviembre de 1962, p.17.

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que articule mejor el “Estadio del espejo” y el “Informe de Roma”, lo que equivale a
decir, con el espíritu un poco simplificador de los que lo interrogan, el imaginario y
el simbólico. Aquí está entonces el texto del 9 de enero:

Es claro que esto [entiendan: los problemas que acaban de ser recordados] supone
un paso más en la situación de precisión de lo que entendemos con este objeto (a).
Quiero decir que a este objeto lo designamos (a) justam ente [entiendan: un eco de
la observación que acaba de ser hecha sobre la letra a], Observo q u e esta notación
algebraica tiene su función.

¡Vaya! Todo está dicho. Esta última frase, tan simple, es el punto pivote después de
diez años de enseñanza apoyada sobre SIR, para todo lo que será la continuación
de esta enseñanza.

El paso decisivo

Ciertamente la frase puede parecer a la vez demasiado simple y opaca, incluso para
aquellos que recuerdan que, en Letra por letra, a propósito de Hans yo tuve que
señalar que, según Lacan estudiando ese caso histórico, la formalización es el asunto
clínicamente decisivo. Sigamos entonces la explicación que da Lacan de esta última
observación. Se trata de la continuación inmediata del texto citado:

[La notación algebraica] es como un hilo destinado a permitirnos reconocer, bajo


las diversas incidencias en que se nos aparece, su identidad. Su notación es
algebraica: (a); justam ente para responder a esa finalidad de localización pura [yo
subrayo] de la identidad, habiendo sido planteado ya por nosotros que la señaliza­
ción por medio de una palabra, por un significante, es siempre, y no podría ser más
que m etafórica, es decir, que de alguna manera deja fuera de la significación indu­
cida por su introducción la función del propio significante.

La aserción según la cual la letra “a” es del álgebra, realiza entonces —no retroce­
damos ante la palabra— una depuración. La invocación de la metáfora viene aquí a
marcar la distancia que existe entre la palabra y la cosa, el hecho de que el lenguaje,
como lo estableció definitivamente Ferdinand de Saussure, no es una nomenclatura.
En el paso franqueado aquí, no se trata de poner un término a esta irremediable
distancia entre palabras y cosas; por el contrario, se tratará de ratificarla, de encerrar­
la. ¿De qué manera? Dejando caer radicalmente el valor metafórico de la letra “a” es

13 Jean Allouch, Lettre pour lettre, Erès, Toulouse, 1984, p. 106 [Letra por Letra. Traducir,
transcribir, transliterar, Edelp, Buenos Aires, 199B, p. 98].

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decir la remisión de esta letra al pequeño otro. Dicho de manera diferente, al obser­
var que a minúscula es del álgebra, Lacan opera un corte, un clivaje entre la significa­
ción de esta letra (su remisión metonímica a un pequeño otro especular, ya que la
letra “a" es la primera de la palabra “autre”) y su función de designación (del objeto
no especularizable). Hay clivaje entre la significación del significante y la función del
significante como tal. El significante en efecto constituye, al designarlo, un objeto en
su identidad, pero al precio de no tener que significar más nada en absoluto.
Como para remachar más su clavo, Lacan agrega (será el fin de nuestras citas):

El término bueno, aunque engendre la significación de lo bueno no es bueno por sí


mismo, lejos de ello, porque engendra, y al mismo tiempo, el mal.

A decir verdad, esta última frase es una de ésas en que Lacan corrigió a la
estenotipista, la cual había escrito:

El término puente, aunque engendre la significación del puente, no es puente por sí


mismo, porque engendra, y al mismo tiem po, [coma, o punto, y nada más]

Como la frase de la estenotipia al parecer no está acabada, y como Lacan agregó “el
mal” con su blanca manita, como además es poco probable que Lacan haya dicho “no
es puente por sí mismo”,14 cosa que suena mal en francés (a pesar de su “gongorismo”
se espera leer “no es un puente por sí mismo”), mientras que “no es bueno” no choca
a la oreja, por todo esto propongo poner a cuenta de la estenotipista la aparición de
ese “puente” (si es que debamos leer así las letras tachadas por la escritura manuscri­
ta de “bueno”). Ciertamente, esto no nos libera de esa tachadura, pero, por el momen­
to, nos será suficiente con tratar el término “otro” como lo son aquí ese “puente” o
ese “bueno” para concluir que así como el término “bueno” no es bueno (ni el térmi­
no “puente” un puente), de la misma manera la letra “a” no es el otro. He aquí enton­
ces el corte constituyente del objeto a minúscula como tal.

14 Uno esperaría: "no es un puente por sí mismo”, o mejor: “no es por sí mismo un puente”.

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Y Lacan une inmediatamente el gesto a la palabra y a la escritura. El cross-cap, más


precisamente la inscripción, la realización de un cierto corte sobre este objeto le ha
permitido aislar allí el objeto a minúscula, y tenemos a Lacan que da a sus auditores
ese objeto a minúscula realizado en cartón. La fórmula de ese don es por otra parte
“surrealista” a más no poder. Les dice a los que lo escuchan, en su pasaje al acto:

La parte residual, hela aquí. La construí para ustedes, la hago circular. Tiene su pe­
queño interés porque, déjenme decirles, esto es (a). Se los doy a ustedes como una
hostia, pues a continuación ustedes se servirán de ella; a minúscula está hecho así.15

Este pasaje al acto es importante. Forma parte de la invención del objeto a minús­
cula. Pero, ¿de qué manera? Pero, ¿por qué es como llamado por la algebraica inven­
ción? En todo caso, ¿por qué va junto con ella?
Resumamos o condensemos lo dicho: un corte, producido por un significante
puro es, él mismo, constituyente del objeto a minúscula en tanto que desecho, que
objeto caído, separado, perdido. Evocábamos la invención del ternario SIR; ya se ve:
en enero de 1963 la producción del objeto a minúscula la redobla y por lo tanto la
confirma. En efecto, es necesario que el simbólico sea distinto del imaginario para
que ese significante, definido mucho más drásticamente que el de los lingüistas
intervenga como corte.
La literalización, la formalización es entonces el paso decisivo. Lacan, en su inter­
pretación del sueño de la inyección aplicada a Irma, da esta misma función a la
fórmula química. Ese trazo es, por lo tanto, tres veces mayor: en la invención del
análisis (ese sueño es llamado inaugural por Freud mismo), en la de RSI y en la del
objeto a minúscula.
Queda un resto de esta producción formal de un resto. El pasaje al acto es de
entrada el indicio presente de que otro modo de transmisión está enjuego, diferente
del puramente formal de las ciencias exactas. Aunque en las ciencias exactas tam­
bién, Lacan lo observaba, no se podría prescindir absolutamente de la palabra para
presentar los juegos puramente formales de las letras minúsculas.

Consecuencias

Habría cuatro invenciones mayores de Lacan, ni una más. Cuatro pasos decisivos,
cosa que es mucho para un “doctrinario” (él se calificó de esta manera a sí mismo),
como ya lo indica el hecho de que en Buda no hubo, en total, más que dos:

15 J. Lacan, L’angoisse, sesión del 9 de enero de 196B, p. 29.


16 Jean Allouch, Érotique de deuil au temps de la mort sèche, EPEL, París, 1 995, p. 102 y ss.
[Erótica del duelo en el tiempo de la muerte seca, Edelp, Buenos Aires, 1 996, p. 11 8 y ss.]

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1. el descubrimiento de que como el deseo provoca el sufrimiento, para


terminar con éste, hay que renunciar a aquél;
2. el descubrimiento de la vía mediana (rechazo del ascetism o estricto).

En Lacan, los cuatro pasos habrían sido los siguientes (casi todos fechables prácti­
camente al segundo):
1. La invención del estadio del espejo (1936).
2. La invención del ternario SIR (8 de julio de 1953).
3. La invención del objeto a minúscula (9 de enero de 1963), en disparidad
con relación a las otras tres, en tanto consecuencia de ciframientos, aunque
es en sí misma un ciframiento.
4. La invención de la cadena borromea (1973).

Mencionemos ahora un cierto número de las consecuencias inmediatas de la in­


vención del objeto a minúscula, pues esas consecuencias son otros tantos indicios
de que un acontecimiento teórico ha tenido realmente lugar ese 9 de enero de 1963.
Agregadas unas a otras, esas consecuencias dan pruebas de la existencia del aconte­
cimiento de que se trata, un poco como se ha probado la existencia de Dios por la
incomprensible presencia de la idea de infinito en el espíritu humano, es decir limi­
tado: era necesario que existiese un ser él mismo infinito para haber puesto esta idea
de infinito en semejante espíritu limitado.

I - Consecuencia sobre el duelo

El 23 de enero de 1963, el seminario se adentra en una reformulación de la problemá­


tica del duelo que muestra que hay un antes y un después del 9 de enero. En efecto,
del duelo se habló el 28 de noviembre precedente. ¿Qué decía entonces sobre él
Lacan? Situaba la “identificación regresiva” del duelo descrito por Freud (al menos
presentada como tal por Lacan) como la identificación con el objeto; ejemplarmente,
la de Hamlet a Ofelia. Al ver a Ofelia sacrificada, muerta, Hamlet entra en un “furor
del alma femenina”. En este furor, Hamlet acepta todo, incluso luchar contra su pro­
pia imagen especular, a saber, Laertes:

Tenem os aquí la distancia, la diferencia que hay entre dos clases de identificación
imaginaria, la que hay con (a) i(a), imagen especular tal como nos es dada en el
momento de la escena dentro de la escena [en efecto, poco antes Lacan había iden­
tificado a Hamlet con Luciano, el crim inal de la obra], la identificación más m iste­
riosa, cuyo enigma com ienza a ser desarrollado allí, con algo distinto, el objeto, el
objeto de deseo como tal [...] [entiendan: Ofelia]. [Este objeto] es reintegrado a la

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escena por la vía de la identificación justamente, en la medida en que, como objeto,


llega a desaparecer [...] por esta vía se coloca la vuelta de Hamlet [,..]17

Esta distinción de “dos tipos de identificaciones imaginarias" aparece como de las


más problemáticas después del 9 de enero de 1963, puesto que sólo un objeto
enantiomorfo puede prestarse a semejante identificación y que el objeto a minús­
cula, tal como lo realiza la topología, no ofrece esta posibilidad. Por lo tanto, se
puede esperar un efectivo y notable cambio de paisaje teórico entre ese 28 de no­
viembre de 1962 y el 23 de enero de 1963. Y en efecto:
■ En noviembre, con una forma que sigue siendo vaga, a minúscula está enjuego
en la identificación imaginaria al Luciano de la pantomima (Hamlet, III, 2) (la vacila­
ción “(a)/i(a)”, que no se sabe si es de Lacan o de la estenotipista, es significativa
desde todo punto de vista). Tan es así que, dependiendo de la misma vaguedad sobre
lo que hay que entender por a minúscula (¿imagen u objeto?), en ese momento Lacan
distingue muy mal esta identificación de otra identificación, ésta también imaginaria
—a la que él mismo llama también misteriosa, enigmática— con Ofelia perdida.
■ El 23 de enero (atención: la distancia doctrinal sigue siendo escasa, incluso si es
clara y distintiva), ya no se trata de dos identificaciones imaginarias, sino del movi­
miento regresivo que, en el duelo, hace virar al amor en identificación.19Ahora bien,
en el amor, la función de objeto a minúscula, bajo su nombre de agalma, fue aislada
por Lacan, y eso poco antes de L’angoisse, en el seminario Le transfer...: “se es aman-
20
te con lo que no se tiene”. Si “lo que no se tiene” es también “lo que no se tiene más”,
por haber pasado de una posición de eromenósauna posición de erastés1(justamente por
haber perdido esta agalma), mientras que la identificación al objeto perdido del

17 J. Lacan, L'angoisse, sesión del 28 de noviembre de 1 962, pp. 1 7-1 8.


18 “Se dice que dos figuras asimétricas, que son imágenes una de la otra en un espejo son
enantiomorfas", Martin Gardner, L’univers ambidextre, les miroirs de l’espace-temps, Seuil,
Paris, 1985.
,9 Ese mismo problema será también tratado el 30 de enero de 1963 (pp. 21-22 de la sesión):
“Estamos de duelo por alguien de quien podemos decirnos: ‘Yo era su falta’ [...] nosotros
no sabíamos que llenábamos esta función de estar en el lugar de su falta. Lo que damos en
el amor es esencialmente lo que no tenemos; y cuando lo que no tenemos vuelve a noso­
tros, seguramente hay regresión [¿concesión a Freud?], y al mismo tiempo revelación de
aquello en lo que le hemos faltado a la persona como para representar esa falta. Pero aquí,
en razón del carácter irreductible del desconocimiento que concierne a esta falta, este
desconocimiento simplemente se invierte, <es> decir, que esta función que teníamos de
ser su falta, creemos poder traducirla ahora en el hecho de que le habíamos faltado, en
tanto que era justamente en eso que le éramos preciados e indispensables”.
20 J. Lacan, L'angoisse, sesión del 23 de enero de 1963, p.8. Las citas siguientes están exac­
tamente conectadas con ésta.
21 Sobre esta pareja amorosa, se consultará con gran provecho, el libro de Claude Caíame,
L ’Eros dans la Grèce antique, Belin, París, 1 996.

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duelo freudiano se explica: es una identificación que, por vía regresiva, encontraría
el objeto que no se tiene más. Pero si este objeto es realmente a minúscula, y no el
pequeño otro, esta identificación será “con el ser” de este objeto, no con la imagen
del otro como objeto perdido. Y Lacan pone inmediatamente los puntos sobre las íes
(la observación se refiere al caso del deudo que se identifica regresivamente):

En esta regresión, en la que (a) sigue siendo lo que es —instrum ento— es con lo
que se es que se puede, si puedo decir, tener o no.

Se es amante con este instrumento: un a minúscula encontrado en el otro como


Alcibíades lo localizaba en Sócrates. La identificación regresiva de duelo le conserva
a ese a minúscula su función de instrumento. Pero este instrumento se ha convertido
en el ser del sujeto cuando antes era su falta a ser.
Se ve entonces, en este lugar del duelo, hasta qué punto fue capital la distinción
topológica de dos tipos de objetos, y sobre todo cómo disipa ciertas molestas ambi­
güedades de la sesión del 28 de noviembre en lo concerniente al duelo.
Ese viraje que concierne a la identificación regresiva del duelo va por otra parte a
la par con otro, y no menos crucial, cambio que nos limitaremos aquí a señalar sin
comentarlo. En noviembre de 1962, el objeto de deseo era Ofelia, tomada en tanto
que objeto hacia el cual se dirigía el deseo, como el objeto de la “intención deseante”
—diremos nosotros, sólo durante el tiempo de hacernos escuchar—, dicho de otro
modo, como objeto fenomenológico, como objeto por delante del deseo; en enero de
1963 se tratará, en la identificación regresiva, del objeto causa de deseo, del objeto
por detrás del deseo, del objeto, en tanto faltante, que hace desear y no que se desea.

II - Consecuencia sobre el autoerotismo

Otro indicio del cambio que se ha operado por el corte instaurador del objeto a
minúscula: una definición lacaniana absolutamente inédita del autoerotismo va a
seguir inmediatamente a esas observaciones sobre el duelo ese 23 de enero. El
autoerotismo es “desorden de los a minúscula”, es decir “falta de sí”; en efecto, ese sí
será dado con la identificación imaginaria del estadio del espejo, identificación que
debe la pregnancia constituyente de la imagen a a minúscula. (Lacan no dice que el

22 Este análisis confirma la observación de mi estudio sobre la Erótica del duelo, según la cual
el duelo convierte salvajemente al deudo en un erastés —mientras que la identificación
regresiva lo establecería o restablecería como eromenós—. Por ello, tendría un efecto apa­
ciguador; realizaría, aunque fuera en una ilusión, el hecho de que el deudo no ha perdido
todo puesto que recuperaría no el objeto perdido que lo enluta, sino el objeto cuya pérdida
lo hacía amante de ese objeto que ha perdido.

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autoerotismo tal como él acaba de reposicionarlo no merezca ya casi su nombre; es


más bien un aloerotismo —sin duda juzgaba que introducía bastante “trastorno”
como para además escandalizar a los creyentes y a los “fans" de Freud—).
¿Se entrevé la importancia de lo que se juega allí? Semejante definición paradojal
del autoerotismo es impensable en el marco de la doctrina freudiana. En efecto,
ésta se atribuye, en el punto de partida, como axiomáticamente, la existencia de
un sujeto psicológico o de un aparato psíquico. No es sólo la concepción de un
sujeto psicológico lo que cae aquí, es también el hecho de que a ese sujeto psico­
lógico se le había dado valor, estatus de axioma, planteando una existencia: existe
tal sujeto.
Por la vía de la instalación del ternario SIR en 1953, y ahora por la invención del
objeto a minúscula, la del estadio del espejo de 1936 continúa causando estragos en
la metapsicología. Esta subversión de la idea de autoerotismo es por otra parte tam­
bién (como las dos invenciones que acabamos de recordar) una consecuencia de otro
abordaje de las psicosis; éstas, en efecto, no se dejan engañar sobre ese punto de un
sujeto primario y ordenador de la experiencia: cuando es el otro el que tira de los
hilos, ¿cómo osar pretender que el sujeto psicológico es primero?
Pero también son las primerísimas consecuencias del nacimiento de a minúscula
las que nos importan. De hecho, algunas de las consecuencias de esta invención
están ya allí ese 9 de enero de 1963, precisas, construidas, rigurosas.
Inmediatamente después de la invención topo-algebraica de a minúscula sigue, en
el texto de esta sesión, el desprendimiento de un campo que se puede decir que es el
de la objetalidad, diferente del de la objetividad científica en tanto que la estética
trascendental le habría dado sus coordenadas. Y no asombrará la mención aquí, por
parte de Lacan, del hecho que reivindica haber introducido lo que él llama entonces
su “división” real, simbólico, imaginario. Ni tampoco la evocación del no menos
inaugural estadio del espejo.

Ill- De dos clases muy diferentes de objetos

Habiendo convocado esos datos basales, Lacan puede apoyarse sobre lo que llamaré su
“circuncisión” de a minúscula para distinguir claramente ahora dos tipos de objetos.
Es así como el materna i(a) cambia de valor desde el momento en que van a ser
separados el objeto a minúscula, objeto sin imagen especular y el pequeño otro que
debe ser colocado en la clase de los objetos enantiomorfos. Así el materna i(a) debe
ser leído en lo sucesivo de otra manera, a pesar de que se escribe siempre de la
misma manera. Ya no se leerá más i de (a): “imagen del otro”, sino i: “imagen del
otro”, de (a): “sostenida, en su fulgor, por el objeto a minúscula”. Esta nueva lectura
es otra formulación de la invención del objeto a minúscula.

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Las sucesivas reparticiones de los rasgos en una y otra categoría de objetos se


imponen casi por sí mismas, un poco como en el bridge se puede a veces hacer muy
rápidamente toda una serie de bazas desde el momento en que una baza esencial ha
sido lograda.
Evidentemente lo que retiene el interés de Lacan son las situaciones donde
habría pasaje de un estatus al otro de un “mismo" objeto, sobre todo por el hecho de
que esas situaciones confirman, hasta por sus rarezas, que hay en efecto dos catego­
rías diferentes de objetos. Lacan menciona el Unheimlichkeit, donde la mirada ya no
está sostenida por la imagen especular, o no se sostiene más en esta imagen, a causa
de lo cual hay pasaje de la imagen especular a la del doble, con sentimiento de
extrañeza y con angustia.

[...] he aquí el punto donde algo ocurre y para lo cual creo que por la articulación
que damos a esta función de a minúscula podemos m ostrar su generalidad, su
función, su presencia en todo el campo fenom énico [...]

Ese viraje de la imagen especular al doble permite entonces una primera distribu­
ción: hay el objeto intercambiable, comunicable, y el objeto privado, incomunicable,
“correlativo de la fantasía”, agrega Lacan, sin explicarse más sobre ello por el mo­
mento.
El otro caso de pasaje extraño, o de pasaje a lo extraño, y que hoy adquiere toda su
dimensión si se piensa en los asuntos de donación de órganos, concierne al “te lo voy
a cortar" de la madre castradora. Muy lacaniano en esto, Lacan, lejos de asustarse
toma la amenaza en el hilo de su propia lógica, prosiguiendo con el gesto hasta sus
últimas consecuencias. ¿Adonde estaría, pregunta, el objeto de que se trata, una vez
cortado? Respuesta: ese falo tronchado se habrá convertido en un objeto común,
intercambiable. Hay extrañeza desde el momento en que, tomado así, esta manera de
hacer un utensilio del objeto en cuestión infringiría su estatus. Se convierte en un
objeto fenomenológico (nuevo rasgo), desplazable (otro rasgo), o también en un ob­
jeto de reparto (otro rasgo más).

[...] hay dos clases de objetos, los que pueden com partirse, los que no se puede.
Los que no se puede, cuando los veo a pesar de todo correr en ese territorio del
reparto, con los otros objetos, cuyo estatus reposa enteramente en la com petencia
(esta com petencia ambigua que es a la vez rivalidad, pero tam bién acuerdo), son
los objetos cotizables, los objetos de intercam bio... pero hay <otros> —y si he
puesto de relieve al falo es, por supuesto, porque es el más ilustre con respecto al
hecho de la castración—, ustedes saben, otros que ustedes conocen, los equivalentes
más conocidos de ese falo, los que lo preceden, el cíbalo, el pezón [...] cuando entran
[...] en ese cam po donde no tien en qué hacer, el campo del reparto, cuando

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aparecen allí, la angustia nos señala la particularidad de su estatus, de esos objetos


anteriores a la constitución del estatus del objeto común, del objeto comunicable,
del objeto socializado, de esto se trata en el objeto a minúscula.

Establezcamos entonces la lista de los rasgos diferenciales:

Objeto a minúscula Objeto fenomenológico

no especularizable especularizable
no intercambiable intercambiable
no comunicable comunicable
no común común
no repartible repartible
no utensilio utensilio
no desplazable desplazable
no cotizable cotizable
no socializado socializado
correlativo de la fantasía no correlativo de la fantasía
anterior al objeto común posterior al objeto a
en relación con la pérdida sin relación inmediata con la pérdida

IV - Un catálogo que se volvió posible

Una confirmación esencial, patognomónica, del hecho que Lacan está abriendo el
camino en ese lugar para una distinción sostenible es la consecuencia siguiente: en lo
sucesivo se vuelve posible constituir un catálogo de los objetos a minúscula. En
efecto, si hay posibilidad efectiva de clasificar, de inscribir un objeto dado cualquie­
ra dentro (o fuera) de esa lista que se llama un catálogo, es porque, como lo observa
23
J. Goody, hay un rasgo distintivo que funciona, que opera, que marcha hasta el
punto en que toda ambigüedad que se presente pueda ser disipada; un rasgo de tal
tipo es que uno no se pregunta más (ejemplo elegido por Goody) si el tomate es una
fruta o una legumbre. Comenzar a establecer el catálogo de los objetos a minúscula,
como Lacan lo hace al comienzo, mencionando tres de esos objetos a minúscula
(pezón, escíbalo, falo), diciendo luego que habría cinco en todo caso, es demostrar en
acto que en lo sucesivo, dado un objeto cualquiera, se dispone de un criterio preciso,
susceptible de decirnos si se trata o no de un objeto a minúscula.
Ciertamente había ya, en el psicoanálisis, algo así como una lista más o menos

23 El análisis de la función de la lista tal como la destaca J. Goody en La raison graphique, Minuit,
París, 1979, es retomada por Jean Allouch en Letra por letra, op. cit., pp. 89-90.

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fácilmente realizable de los objetos pulsionales. El 12 de diciembre de 1962 todavía,


Lacan había hablado de los “primeros objetos, los que han sido localizados en la
estructura de la pulsión”, y mencionó el seno y el escíbalo. Sin embargo, algo queda­
ba muy mal determinado en la lista de los objetos pulsionales en ese momento —tal
vez también porque Freud enseñaba que el objeto era, entre los rasgos de definición
de la pulsión, el más independiente de la pulsión—.
■ Si nos referimos a la sucesión oral anal genital, la lista de los objetos pulsionales
se resume en tres. Sin embargo, colocados juntos son un poco heterogéneos en su
estatus, puesto que el falo recuperaría en su provecho las investiduras que, por esa
razón misma, se llaman “pregenitales” y a la vez, recíprocamente, puesto que esos
investimientos han sido reconocidos en la experiencia analítica como ya fálicos.
■ Si, en cambio, se amplía, como lo hacía Freud, el registro de las pulsiones, se
deberá agregar otros objetos a la lista de los tres (como la mirada para la pulsión
escotofílica). Pero habrá casos en los que no se sabrá muy bien de qué objeto se trata,
por ejemplo, cuando se habla de la pulsión sádica. ¿Cuál es el objeto de la pulsión de
dominio (Bemächtigunstrieb)? ¿Qué objetos diferentes tienen las pulsiones agresivas
(Aggressionstrieb) y de destrucción (Destruktionstrieb)? En resumen, antes de la in­
vención del objeto a minúscula, esta lista de los objetos pulsionales no se sostiene
muy bien, y ese 12 de diciembre de 1962 Lacan trata de darle una cierta coherencia
diciendo que no se trata de

que un desecho que designa la única cosa que es importante, a saber, el lugar, el
lugar de un vacío adonde vendrán [corrección manual de “xoux viendrenx], yo se lo
m ostraré, a situarse otros objetos mucho más interesantes [¡sic!] que ustedes cono­
cen ya por otra parte, pero que no saben colocar.

El 16 de enero de 1963, o sea ocho días después de la invención de a minúscula y


un mes después de la frase citada aquí arriba, Lacan, según su fórmula un poco
rocambolesca, “entra en el catálogo de la serie de esos objetos”. Lo hace en los térmi­
nos siguientes:

[...] pues no es verdad, si ustedes creen que pueden saber la función del seno
materno, o la del escíbalo, saben bien qué oscuridad queda en el espíritu de uste­
des en lo que concierne al falo, y cuando se trate del objeto que viene inmediata­
mente después, se lo revelo a pesar de todo, como para dar a la curiosidad de
ustedes un alimento, es decir el ojo [corrección de la estenotipia: él] en tanto tal, us­
tedes ya no saben más, pero para nada.

24 J. Lacan, L'angoisse, sesión del 12 de diciembre de 1962, p. 28.


25 J. Lacan, ibid, sesión del 16 de enero de 1963, pp. 14-1 5.

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A partir de la invención del objeto a minúscula no solamente habrá una lista de


objetos a minúscula que además está cerrada, sino que esos objetos enlistados serán
inscribibles sobre un grafo. Ese grafo atesta que hay entre ellos ciertas relaciones. He
aquí ese grafo con su forma de V invertida. Hubiera sido inconcebible solamente
sobre la base de una lista vaga de objetos pulsionales y es una prueba de carácter
heurístico, en el plano clínico, de la invención de a minúscula:

3 falo

2 anal da
1 oral » SUPERYÓ

A este grafo se lo puede llamar “grafo de los pisos del objeto", puesto que es la
palabra misma que Lacan utiliza varias veces.26 El 19de junio de 1 9 6 3 ,Lacan termina
incluso numerando los pisos de este grafo, indicando así dos cosas:
■ que se trata en efecto de un grafo; como tal, orientado.
■ que ese grafo trae consigo un punto de inflexión en el nivel de la cima, pues
como el —cp tiene un estatus especial en tanto a minúscula. De tal manera que se
puede también, usando un juego de palabras de Lacan, llamar a ese grafo, homólogo
en su forma del grafo del deseo, el “grafo de hacer el amorir”,27 a morir de risa,
evidentemente.
El problema cifrado de esta manera nos importa porque es, indisociablemente, el
de “hacer el amorir” y el del análisis. ¿Por qué esta comunidad de problemáticas
cuando se trata de dos cuestiones sin embargo diferentes? Porque el a minúscula
fálico es el estadio en que se opera la disyunción del deseo y del goce (sesión del 19
de junio de 1963); ahora bien, esto es precisamente el asunto del análisis como
ejercicio del deseo.
Se ve aquí el alcance de la observación concerniente a la notación algebraica, la
letra como tal. Ha abierto la posibilidad de decir a la vez que en esta lista de objetos
se trata cada vez de a minúscula, y que no se trata jamás de a minúscula, como lo
muestra, por ejemplo, la sesión de ese seminario consagrada al excremento, donde la

26 J. Lacan, ibid, sesión del 1 5 de mayo de 1 963, donde no se trata todavía (p.l) más que de
una “lista”; del 22 de mayo, donde se trata (p.l) de “pisos objetales”; del 1 2 de junio, en
donde se trata (p.29) “de los cinco pisos, si puedo expresarme así, de la constitución de a
en esta relación de S con A [...]", del 19 de junio (desde la p.l ) donde los pisos son numera­
dos en tanto estadios, diferentes como tales de los estadios abrahámicos. Esta sesión trae
consigo un esquema (el grafo del objeto) a propósito del cual no se puede dejar de convo­
car, en su forma misma, el grafo del deseo.
27 J. Lacan, ibid, sesión del 29 de mayo de 1963, p. 1 7.
28 Cfr. Littoral, N° 27-28, Exercices du désir, Erès, Toulouse, 1 989.

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función de la pérdida es referida no al excremento sino al falo, donde la pérdida del


excremento es considerada a veces como muy problemática sólo por el hecho de que
29
se trata entonces del falo y no del excremento.

V - Consecuencia sobre la relación sexual

Una de las consecuencias mayores de la invención del objeto a minúscula concierne


a la teoría del “hacer el amorir”, dicho de otro modo, la cogida, término hoy
doctrinalmente menos cargado que el de “relación sexual”. Como los precedentes,
esta consecuencia está inmediatamente presente, en acción. Pero esta acción queda
como a mínima, y sólo lo que sigue le dará su pleno despliegue. El estudio de las
etapas de esta continuación no podría inscribirse en los límites atribuidos a este
texto.

Conclusión

Concluyamos más bien en forma de resumen. La invención por Lacan del objeto a
minúscula el 9 de enero de 1963 vino a resolver (por lo menos provisionalmente) una
grave crisis que atravesaba su apertura de caminos, amenazada por contradicción
interna. La amenaza era real. Salir de ella fue el resultado de un acto de formalización,
pero sostenido por un pasaje al acto que decía sus límites desde el punto de vista de
la transmisión del psicoanálisis. Que ese día haya ocurrido uno de los raros aconteci­
mientos esenciales del recorrido de Jacques Lacan, lo prueban las consecuencias que
él mismo extrajo de ello casi inmediatamente.

29 Sobre la función específica del falo, cfr. las sesiones del 29 de mayo, pp. 6 y 17, pp. 2 y 3

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