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Una política
(Una poética del psicoanálisis)
Freud. Empecemos por Freud, antes de volver a él, antes de ir más allá.
Creador del psicoanálisis –una revolución–, se valió de lecturas literarias y
filosóficas para inventar una escritura cercana a lo ensayístico. Concibió una
práctica mientras la escribía. Elevó palabras provenientes de la política o
ligadas a ella, como resistencia, represión, defensa, censura, lucha, conflicto, a
conceptos teóricos y herramientas de trabajo, creando un nuevo discurso. Sacó
al “médico”, analista decimos hoy, del lugar de espectador de “la locura” y la
enfermedad, le retiró el poder de la manipulación, por empezar del cuerpo de la
histérica, y del campo de la hipnosis y la sugestión; sacó al sufrimiento del
mundo del espectáculo, lo volvió texto, mensaje, escritura, algo a escuchar-
leer, e interpretar o develar, no a extirpar, controlar o erradicar. Enlazó palabra
a intimidad. Indagó los modos en los que se forjan las escrituras sintomáticas
en esa materia hecha de discurso y de cuerpo. Y buceando en esas escrituras
aprendió y enseñó (en simultaneo) a leerlas.
Ese “descubrimiento”, fue el puntapié para la invención-construcción de un
método, sostenido en la asociación libre y la atención flotante, el par que
instauró un modo de hablar y un modo de escuchar y de escucharse. Libre, hay
que puntualizar, como el modo privilegiado de reconstruir los caminos de la
sobredeterminación psíquica. Entonces libre no es sinónimo de indeterminado.
Libre: en la medida en que se renuncia al ejercicio de un poder, y en la medida
en que el saber no existe a priori, aún cuando tengamos hipótesis.
Freud, indudable lector de Spinoza, sostuvo la pregunta por la causalidad
psíquica. No hay resolución sintomática sin pregunta por la causalidad. O la
hay, y en ocasiones muy rápidamente remiten los síntomas, y ello elude o
detiene la pregunta por las causas. Un proceso psicoanalítico fecundo, al
menos para mí, es aquel que encontró buenas preguntas, tanto más que el que
intentó dar rápidamente con las respuestas “adecuadas”. Una vez más, causas
que se enlazan a potencia. Causas condenadas a trabajo permanente de
reescritura, y sabemos que la escritura (y el análisis) es mucho más método y
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estilo, salvo que se ritualice, y agonice, en el ejercicio de una técnica1. Me
interesa ampliar esta última cuestión a partir de las palabras de un poeta:
Seamus Heaney, que diferencia técnica de artificio2, y entonces podría decir,
en todo caso, que se trata –también para el psicoanálisis- de preservar la
técnica del riesgo de volverse artificio: procedimiento o ejercicio que a fuerza
de repetirse y ritualizarse pierde su condición de experiencia.
El psicoanálisis es –entonces– un método: ético poético político. No es una
pedagogía ni una didáctica. No es un protocolo ni tampoco –mucho menos hoy,
en esas batallas estamos– una práctica (hetero)normativa. Es un método en el
que hay asimetría pero no ejercicio de poder, abstinencia pero no neutralidad, y
que propone revisar las servidumbres, “vasallajes” es el término que utilizó
Freud. Tanto intrapsíquicas como intersubjetivas. El conflicto es base y motor
del aparato psíquico y de la vida psíquica. Y –podemos agregar e insistir– de la
vida social y colectiva (¿hay vida psíquica, por empezar, sin vida colectiva?). El
psicoanálisis recibe a la crisis, no le rehúye ni reprime, la aprovecha, la trabaja,
la considera terreno fértil. El psicoanálisis pone, y se pone, en crisis, en el
mejor de los casos3.
Una política del síntoma y del sueño. ¿A qué nos referimos? A esas figuras
de lo inalienable, persistencias de lo no colonizable (le conciernen al sujeto,
aunque sigan siendo presencia y testimonio de su existencia extranjera). La
práctica psicoanalítica no apela al encierro, no es adoctrinamiento, no es
dominación. En suma, no es una propuesta de adaptación. La cura
psicoanalítica no es pastoral, no predica, no tiene que ver con convencer ni
encarrilar, ni con producir “confesiones”, ni veneraciones. Ello no ha evitado, ni
evita, que se pervierta en ejército o iglesia (formas paradigmáticas en las que
redonda que compartimos en la AAPPG el 30 de agosto de 2019, cuyo título fue “Política del
síntoma”, y de diversas conversaciones con él.
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Freud pensó a las masas, y desde ellas al yo).4 Ellos también son destinos
posibles del psicoanálisis… y de las “escuelas” psicoanalíticas. El destino
teológico del psicoanálisis, y el campo de los vasallajes de los propios
psicoanalistas.
El psicoanálisis no vive, ni amplia su porvenir, por sus instituciones sino por
su potencia enorme e incalculable a priori, en cada microscópica experiencia
entre dos o más sujetos, que se reúnen a hablar sobre una vida, sus vínculos,
sufrimientos y deseos. El psicoanálisis extrae de lo más personal su alcance
político. Podemos afirmar que lo personal es político5. Micropolítico.
Freud mismo pensaba que el síntoma no es necesariamente indicador o
condición de enfermedad. Sabemos que será en ocasiones el prólogo de una
crisis, la convocatoria a una conversación, a un trabajo de pensamiento, o a
una mirada que aloje, o una forma de supervivencia psíquica, de restituir
libertad, de reintroducir aspectos expulsados, sepultados; de conservar un
enigma.
¿No es acaso siempre todo fenómeno humano, una formación de compromiso,
un retorno de algún aspecto del pasado, la movilización de ciertas huellas aún
cuando ocurran cosas inéditas? El síntoma es trabajo psíquico, una cierta
respuesta, un cierto pedido. Mensaje. Aún cuando la mayoría de las veces no
se presente ligado a palabras. Aún cuando se actúe o se muestre. Mensaje que
se constituye a partir de alguien que lo lee, en transferencia. Esa lectura, tantas
veces, será el prólogo de la transferencia, posibilitando un trabajo analítico.
El síntoma es mensaje, pero no oráculo, no es destino. Es retorno de lo
reprimido pero también es creación. Ser capaces de “leer” síntomas implicaría
poder desviarnos de los saberes instituidos, recortar esa lectura del discurso
médico, religioso, académico, jurídico o escolar, de cualquier orden
hegemónico y normativizante, o incluso del ‘sentido común’. No hay lectura
universal. Leer y escribir es extraer de un enigma su potencia, sin agotarlo.
El psicoanálisis sigue teniendo esa especificidad. Es, por excelencia, una
práctica humana subjetivante. Artesanal, intransferible y singular, es un trabajo
4Cf.Freud, S.(1921).Psicología de las masas y análisis del yo. Vol. XXI . En Obras Completas.
Buenos Aires: Amorrortu,1991.
5Carol Hanisch es la autora de esa frase según algunas versiones, hay otras que sostienen que
su autoría es colectiva. Esa frase, sin dudas ya está extendida, se ha vuelto un lema del
movimiento feminista, y encuentra tantísimos usos.
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no estandarizado ni estandarizable. Imprevisible en cuanto a los caminos que
tomará y los efectos de los que será causa. Ocasión para un pensamiento que
amplía sus confines y posibilidades.
La verdad se construye, por lo menos, de a dos. Verdad del deseo
inconsciente, de los deseos inconscientes –me gusta más en plural– que no es
una verdad trascendente ni esencial, sino una verdad que se pone en juego en
tanto hay un otro que escucha. Se trata de una verdad que cambia a lo largo
del tiempo, susceptible de ser resignificada y hasta reinventada. Verdad
histórica, no eterna ni inmutable. La verdad es de quien la trabaja, no un bien
que se posee, mucho menos es propiedad del analista, ni existe a priori como
un tesoro escondido a descubrir.
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Montaigne fue quien originariamente sostuvo que no hay camino de
conocimiento que no implique la necesidad de narrar algo propio. Sus
Ensayos8 fueron precisamente eso: contar la propia vida o experiencia como
modo de fundar allí y legitimar un método para conocer. El coraje de narrar. Un
ensayo es la posibilidad de narrar una transformación, un devenir, o un pasaje.
Cada pensador, cada auténtico pensador, emprende de algún modo “la
invención de lo propio”. Dar lugar a lo más propio, decimos hoy, requiere un
acto de invención-ficción.
La escucha analítica retoma ese particular juego: sostener-practicar-afirmar
un juicio, suspendiendo el juicio, a la vez. El par asociación libre-atención
flotante sigue la pista de ese camino filosófico.
¿Qué es ese relato que, a través de la invención-ficción, va en busca del
mayor apego posible a la verdad y autenticidad de una experiencia, que se
intenta ajustar al curso incesante de las cosas? Sabemos que la verdad es
singular y cambiante, no absoluta ni definitiva. Tampoco es algo abstracto. La
narración de lo singular es la mejor manera de dar cuenta de una práctica.
Especialmente de la nuestra. Narrar es una manera privilegiada de conservar,
sostener y pensar una experiencia. Es la manera de sostenerla, para que
alumbre9.
Lo que posibilita afirmar juicios es la propia experiencia, no simplemente un
razonamiento desencarnado. Camino de conocimiento–opuesto a la primacía
de la razón y la ilustración– que se sostiene en la autoridad de la experiencia:
decisivo para la filosofía moderna (y para el psicoanálisis). Puede ocuparse de
cualquier asunto, no únicamente de lo solemne. No hay temas, ni tampoco
caminos privilegiados. El yo narrador de Montaigne, y sobre el que se configura
una experiencia, y un modo de conocerla, también es un yo “malformado”,
“desparejo”, no idéntico a sí mismo, capaz de manifestaciones plurales,
incompleto, cuya unidad no es más que un artificio. No hay “esencia”, hay
devenir y extravío, y necesidad de narrarlo. Entre lo que sí hay total fidelidad
es entre la obra y el autor. En cuanto a la cercanía o proximidad de todo ello
con el psicoanálisis, me parece interesante insistir en que el método del que se
8Cf. De Montaigne, M. (1580). Ensayos Completos. Tomos I y II. Buenos Aires: Hispanamérica,
1984.
9Cf. Ricardo Piglia cita a Celine y dice que “la experiencia es una lámpara que sólo alumbra a
quien la sostiene”. Piglia, R. (2010). Blanco nocturno. Buenos Aires: Editorial Anagrama, 2010.
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da cuenta se sostiene en lo que se narra o propone, pero sobretodo en cómo
se lo narra. La escritura es parte clave del método. Allí se construye.
Ensayo y narración se dan la mano. La narración que se adentra en la lectura
y en el pensamiento, la narración que hace de la lectura huella para el propio
camino de pensamiento: eso es un ensayo. Y es –a mi entender– la forma más
interesante de trazar política con la escritura, política de construcción y
transmisión de nuestra práctica. En ello radica la vigencia de la política
freudiana.
A fin de cuentas, necesitamos escribir lo que leemos, tanto en los libros,
como en nuestra práctica diaria. En primera persona, aun cuando hablamos de
otros. Tanto en el campo de lo singular como en lo colectivo, Tanto en el
interior del espacio analítico, como cuando escribimos y narramos lo que allí
ocurre: nunca leemos ni escribimos solos. Siempre es con otros. Pero leer, en
suma y afortunadamente, si nos lleva a escribir, otorga y devuelve derechos –y
responsabilidad– de autor. La resistencia a la autoría, es –quisiera proponer–
opuesta a la “autorización”. Somos autores de la propia lectura, de la propia
práctica, porque la escribimos. Esa lectura –que no una operación de
traducción– interpreta y construye sentidos, los escribe precisamente. Narrar es
no dar por hecho o cerrado el sentido, es permitir imaginarlo. Yo diría que ello
es válido para el lector, por supuesto, pero también para el mismo escritor…
La moraleja y el panfleto son más bien versiones de la obediencia y la
pedagogía, de los dispositivos de aplicación de saberes definidos a priori. Sin
embargo, no faltan en algunas escrituras en nuestro mismo campo. Hay
escritos psicoanalíticos que son precisamente “enseñanzas” que se deducen
de algo, una lección que aporta sobre lo que se considera legítimo o bueno, o
que es la corroboración de lo ya pensado por otro. Es también una formación
“moralizante”. El narrador en las moralejas es la tercera persona, porque se
habla desde afuera… aún cuando se hable de algo aparentemente propio.
En cuanto al panfleto, hace “bajada de línea”, es escritura que se propone
convencer, adoctrinar, confirmar o legitimar una pertenencia a una institución o
a un lenguaje particular. Es política servil y obediente a algún poder, y allí nos
encontramos con la escritura que “trabaja para la corona”, que por supuesto es
la que recauda. Demostración de lo ya sabido, de lo que se establece y
pregona como “legítimo psicoanálisis”, nombre de alguna elite.
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Políticas de lectura. Olvidos, represiones, persistencias y omisiones
10Cf. Carpintero, E. y Vainer, A. (2004-2005). Las huellas de la memoria. Tomos I y II. Buenos
Aires: Editorial Topía, 2004-2005.
11Sigue siendo un trabajo y un desafío pendiente lograr llevar un aspecto de esa revuelta a la
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experiencia, creación, acto, escritura. Siempre es leer mal, siempre supone una
mala lectura.12 Leer, cuando esa lectura se inscribe en nosotros, nos lleva a
escribir. Por ejemplo, tomemos a Edipo. Primer lector de enigmas13, por lo
menos “lector” originario para el psicoanálisis: un lector que empieza a
investigar un crimen y descubre lo criminal en su propia constitución, en lo más
íntimo, de su subjetividad. Pensar hoy la vigencia del Complejo de Edipo (para
mí: campo organizador de identificaciones, conflictos y deseos) es poder llevar
adelante una lectura que no se pervierta en moraleja, y que sepa leer mal,
profanar14, también.
El psicoanálisis, en suma, es un método, una práctica, una clínica específica,
en la que ética y poética se ordenan alrededor de una política. El psicoanálisis,
lo sepamos o no, también es –desde sus orígenes hasta hoy– una política. La
deuda con las herencias se salda no con fidelidad (o literalidad) a la teoría, sino
a su política. Que está viva.
Lila M. Feldman
12Cf. Muller, Eduardo (2010), La angustia de las influencias, Biblioteca virtual: Buenos
Aires.Disponible enhttp://coldepsicoanalistas.com.ar/la-angustia-de-las-influencias/
13Piglia, R. (2015).La forma inicial. Conversaciones en Princeton. Eterna Cadencia Editora.
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