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Jorge Barceló
Universidad de la República
Facultad de Psicología
2003
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EL ANÁLISIS CLÍNICO EN CIENCIAS HUMANAS 2
Eugène Enriquez3
2
Traducción de A. Benedetti
3
Eugéne Enriquez: Profesor Emérito de la Université de Paris VII, Co-Director del Laboratorio
de Cambio Social de dicha Universidad, Co-Redactor de la Revista Internacional de
Psicosociología, autor de numerosos libros y artículos, Fundador y Miembro directivo del
Comité Internacional en Sociología Clínica.
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qué he nacido, qué pasa con el deseo de mis padres frente a mí, cómo he sido
procreado?
Las sociedades (las culturas) humanas se hacen la misma pregunta. ¿Por qué
razones se ha constituido esta sociedad? ¿Qué ha precedido a su nacimiento?
¿Qué es lo que le permite mantenerse? Cada sociedad ha encontrado su
respuesta, que es siempre la misma, a pesar de que se presenta en formas
múltiples: en el origen, un gran ancestro, un Tótem, Dioses o un Dios único han
querido crear seres humanos que vivan en una forma social definida. Así la
religión, dicho de otra manera, aquello que nos une al cosmos y a los otros
seres humanos, tiene por función calmar la ansiedad social y favorecer la vida
en común.
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paranoica o introvertida-extrovertida, o incluso, nerviosa, sentimental, colérica)
no nos encierra en determinaciones de las que no podemos salir. Estaremos,
entonces, encasillados definitivamente y a merced de disectores que
"analizarán" nuestras conductas y personalidad, concebidas como inmutables o
susceptibles de poco cambio. Los tests psicotécnicos, la grafología, los tests de
personalidad, así como los tarots de hoy, y la astrología (me acuerdo de un
empresario que me decía: "yo estoy maldito por ser de Tauro, ya que ninguna
empresa solicita ni quiere reclutar una persona nacida en tal signo"), son
instrumentos -cuya fiabilidad es naturalmente cuestionable- de conocimiento
neutro, distanciado del ser humano que puede sentirse, con derecho, reificado.
Tal constatación no puede más que plantear al análisis clínico como la única
aproximación, no objetivante y respetuosa del objeto estudiado, con el cual se
establecen relaciones de transferencia y de contratransferencia, digna de ser
utilizada en las ciencias humanas.
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para vivir, de conservar una parte de heteronomía en la medida que pertenece
a un grupo social que le dicta, a él también, sus propias normas).
Dejo en este punto las citas. Podría haber citado centenas de ejemplos. Todos
muestran que las investigaciones psicológicas sobre los niños (con la ayuda de
tests, sugestión, manipulación, transferencia y las técnicas psicoanalíticas
activas) si toman en cuenta su especificidad, tienen todas como proyecto no
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respetar al niño en su alteridad ni favorecer su autonomía, sino por el contrario,
guiarlo estrechamente, transformarlo con el fin de hacer de él un ser dócil.
Naturalmente, no se trata de "tirar al bebé con el agua del baño". Lo que trato
de decir es que toda aproximación, por más cuidadosa del otro que pueda ser,
puede desembocar, a veces, en resultados paradojales o incluso perversos.
No hay que olvidar que fue Freud quien, en "Psicología de masas y análisis del
yo" (1921), escribió el texto inaugural de la psicosociología clínica, ciencia de
los grupos, las organizaciones e instituciones. Más allá que, tanto Freud como
su obra, han tenido gran amplitud e importancia, no se ha registrado que esa
obra se basa (trascendiéndola) en los trabajos de Gustave Le Bon, en
particular "La psicología de masas". Le Bon fue el primero que estudió lo que
denomina "el alma colectiva", analizó su funcionamiento, mostró las
características emotivas. Escribe: "la masa es impulsiva, móvil, irritable,
extraordinariamente sugestionable y crédula, no soporta ninguna demora entre
su deseo y la realización de aquello que desea." Aunque podemos pensar que
tales afirmaciones (o aún otras: "las masas son siempre femeninas"), no quita
que fue Le Bon el primer autor que desarrolló una visión clínica de la sociedad,
inspeccionó los intersticios inexplorados, escrutó lo que se trama en las zonas
sombrías y puso en evidencia la capacidad de fascinar o seducir de los
políticos, capacidad indispensable para atraer a las masas y hacerlas adherir a
las causas más nobles tanto como a las más aberrantes.
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Le Bon, como lo ha mostrado S. Moscovici, ha tenido una influencia enorme
(disimulada por largo tiempo) sobre los teóricos y en particular sobre los
militares y políticos. "Grandes espíritus", como Horkheimer y Ardoino, le han
rendido homenaje: "Después de la experiencia de los últimos decenios, hay
que reconocer que las afirmaciones de Le Bon han sido confirmadas en un
grado sorprendente, al menos de manera superficial, en las condiciones de la
civilización tecnológica moderna, en la que uno hubiera esperado que las
masas fuesen más esclarecidas."
Los clínicos deben ser invitados a la modestia. Ellos pueden, así como los
partidarios de las aproximaciones objetivas, reificar el mundo y los seres, aún
cuando su proyecto es explícitamente de otra naturaleza.
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la "banalidad del mal", eso que han demostrado, cada uno a su manera, H.
Arendt y S. Milgram.
Pero no hay que dejarse llevar y ver en la vida sólo las zonas sombrías, la
violencia de las pulsiones, la voluntad de dominio y la objetivación de los otros.
El sentimiento trágico de la vida debe ser acompañado por la idea de que el
mundo es pensable, y que es posible un orden razonable. Las "luces de la
razón" permiten deshacerse (al menos por un tiempo) de los monstruos. Es por
eso que, en lugar de oponer continuamente los métodos clínicos y los métodos
objetivos, será interesante ver en qué medida se excluyen, pero también en
qué medida pueden ayudarse recíprocamente. Las aproximaciones que se
dicen neutras favorecen la explicación (explicar quiere decir etimológicamente
desplegar), es decir, cuando ello es posible, la búsqueda de causas múltiples y
no de una única causa (la investigación causal dejó en el olvido -por lo menos
podemos esperarlo- a la causalidad en "última instancia", apela a la
multicausalidad, la sobredeterminación y la causalidad circular), y cuando esto
se vuelve muy difícil, la elaboración de leyes o de regularidades.
Podemos, entonces, tener una idea más clara de la posición que debemos
tener para no sucumbir en la tentación de dominio, y en el fantasma de la
omnipotencia intelectual, sea cual sea la aproximación que utilicemos (aunque,
a pesar de las posibilidades de manipulación que eso significa, doy de todas
maneras mi preferencia a la aproximación clínica).
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pérdida de las certezas y aceptar confrontarse al objeto perdido y no
retornable, mostrarse capaz de vivir cerca del objeto de angustia y tomar a
cargo la herencia infantil. La sublimación implica, para cada uno, el
reconocimiento de su propia extranjeridad. El sujeto se da cuenta, entonces. de
que él no se conoce, que no puede dominarse a sí mismo y menos a los otros
por el hecho de trabajar los procesos inconscientes, y que no puede evitar la
angustia provocada (una vez que el trabajo de duelo ha podido llegar a los
objetos-sujetos amados y desaparecidos) por la búsqueda de nuevos objetos
de implicación y apoyo. Sin embargo, existe una compensación: si bien se
siente extraño o extranjero, debe transformar ese vacío profundo en él -a
condición de no zozobrar- en deseo y voluntad de creación. Aristóteles planteó
ya la cuestión cuando escribía: ¿por qué todo ser de excepción es
melancólico?
Este trabajo, como he señalado, no se puede hacer solo. El otro está siempre
presente. El lenguaje nos invita a la intercomunicación, y así a pensar nuestro
propio pensamiento, teniendo en cuenta la actividad "espiritual" del otro y los
cuestionamientos que se presentan sobre nuestro discurso, y las razones de su
creación.
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Toda aproximación en las ciencias humanas, que no cede el prestigio de la
"intelectualidad" pero sí al de la espiritualidad, pone en escena a un teórico
investigador-práctico que se comporta a la vez como homo sapiens, poniendo
orden en el mundo, y como homo demens (aceptando en sí el exceso, la
desmesura, el furor, la existencia de las pasiones y preservándolas como
actuantes en los otros y en el universo). Pero ese investigador (adoptando ese
término para abreviar) es también homo estheticus, homo ludens y homo viator.
Algunas palabras para precisar mi pensamiento:
Homo estheticus, lo es porque quiere crear formas que sean bellas para mirar y
respirar, ya sea que esas formas tomen el aspecto de una obra de arte, un
objeto científico y una relación apasionada (el clínico debe estar en condición
de amar y de favorecer el amor entre las personas, amor recíproco donde las
palabras se llaman, conjugan y responden, amor que, como decía Freud, "aleja
cada día la guerra", amor que es el fundamento mismo de su trabajo, ya que es
imposible aportar su apoyo al otro si no hay algún amor presente). Cada vez
que se está en el origen de un objeto maravilloso, uno no puede más que
sentirse afortunado, aun cuando sepa, en su fuero interior, que la tarea está
siempre por recomenzar.
Homo ludens, debe ser para ayudar a la gente a aprender a desprenderse del
deleite morboso, de una dramatización ombliguista (el drama no es la tragedia,
es justamente su caricatura) a la cual se dejan llevar los pacientes (sujetos
individuales o colectivos) que creen, falsamente, que analizándose
continuamente, "arrancándose las tripas", empuñarán la voz de la verdad. Si
bien el cuestionamiento, lo hemos visto, es indispensable, el cuestionamiento
permanente hace creer que la culpabilidad alimentada por la "miserable
acumulación de pequeños secretos (A. Malraux) es el bien a cubrir y a
mantener. Conocemos todos esos análisis interminables, donde analista y
paciente hacen desaparecer la vida bajo el análisis.
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Homo viator ya que, como Ulises el navegante astuto, sabe utilizar los vientos
contrarios (las resistencias de las personas) para hacer llegar su barco a buen
puerto. Su rol no es sólo desplazarse (mediante el análisis de su
contratransferencia) sino también, y sobretodo, llevar a sus clientes a
desplazarse en el espacio de su propia vida, jugar nuevos roles, renovar sus
compromisos, cambiar, si es necesario, los objetos de su implicación, querer
cambiar el mundo instituido en el cual se encuentran, aún cuando el impacto de
su acción sea débil o irrisorio. El movimiento es la vida misma, con la condición
-naturalmente- de que se trata de un viaje donde el ser puede ser sorprendido,
tomado, arrebatado por la percepción de lo irreductiblemente nuevo y
transformarse con su contacto.
Quiero terminar con una nota muy trágica. Hay situaciones sociales globales en
las que no podemos intervenir, y que merecen sin embargo que nos ocupemos.
Freud vio bien el problema en el "Malestar en la civilización". Escribió en 1929:
"¿la mayor parte de las civilizaciones o épocas culturales -incluso quizás toda
la sociedad- no se vuelven neuróticas bajo la influencia de los esfuerzos de la
civilización misma?". Y agregaba, modestamente, "en lo referente a la
aplicación terapéutica de nuestro conocimiento, ¿para qué serviría el análisis
más penetrante de la neurosis social, si nadie tendrá la autoridad necesaria
para imponer a la colectividad la terapéutica querida?."
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De todas maneras, este análisis se volverá cada vez más indispensable.
Algunos ya han construido algunas bases. Su esfuerzo debe ser seguido. Es
gracias a ellos que podemos describir los síntomas, detectar el resurgimiento
de la violencia y quizás oponernos a ella. La psicosociología y la sociología
clínica nos ayudarán, entonces, a vivir no en la sumisión sino en la autonomía,
a auto-organizarnos, a superarnos. Es a esta tarea que los invito, dado que se
trata de todos nosotros, de nuestro destino y nuestra aptitud para pensar,
sentir, actuar, amar, gozar. ¿Qué sería la vida si se excluyera de ella todas
estas facultades?
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