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Manuscrito encontrado en 2111

Horacio González

(el comienzo corresponde a una página perdida) …y es así que el presidente


Kirchner estaba por terminar su segundo mandato en 2011, con comprensibles
conmociones respecto a su sucesión. Sorpresivamente nos invitó a conversar en la Casa
Rosada, cuyas modernas oficinas se habían inaugurado en el Sector Norte de Puerto
Madero, mientras que el viejo edificio de Plaza de Mayo mantenía solo usos
ceremoniales y museísticos. El presidente quería hablar de algunas de sus perplejidades.
Decidimos concurrir a su despacho, pidiendo reserva sobre la entrevista, pues no
deseábamos que perjudicase nuestro libro Formas y estilos de las campañas electorales
argentinas (1986-2011), un meditado escrito publicado por el Laboratorio social para
el avance popular donde habíamos planteado que la ausencia de alternativas con
verdadera fuerza cultural dejaba la definición sobre las diferencia entre los candidatos
en manos de operadores publicitarios y expertos en tecnologías discursivas.
Al comienzo, y mientras lánguidamente desde ese piso veinte gubernamental
veíamos la cansina actividad portuaria, el presidente aludió a la reciente comprobación
–emanada de fuentes independientes- de que los recursos petrolíferos del país estaban
casi exhaustos. El hecho teñiría sus palabras de inusual gravedad, si bien se habían
acelerado los estudios sobre las alternativas energéticas. El algún momento debimos
decir que cuando se aceptó fácilmente que los modos políticos se separaran tan
enormemente de las herencias narrativas clásicas, las sociedades podrían vaciarse
culturalmente, de un modo tan trágico como los hechos referidos a la agonía petrolífera
que había que remediar. El rostro del presidente se mantuvo grave.
El Tercer Congreso Social de la Militancia, realizado en las remozadas
instalaciones del Teatro Colón –allí habían tenido lugar los actos centrales del
Bicentenario con la presencia de Joseph Stiglitz, de un demasiado previsible José
Saramago y de otro obvio predicador de rectas visones de la política, Jürgen Habermas,
al que no se le escuchó nítidamente su alegato en torno a un “patriotismo
constitucional”, mientras el país asistía a otro concierto de un creíble pero poco
renovado Silvio Rodríguez -, no había logrado encontrar la clave para el destino del
peronismo. Sin embargo, se había hallado un desconocido texto del general Perón en
Madrid –extrañamente estaba en poder de un viejo mozo del Bar Chicote, en la Calle de
Alcalá, donde el general solía concurrir- en el que si bien se descartaba una mera
transfusión del peronismo hacia una social-democracia latinoamericana, tampoco se
insistía necesariamente en mantener el partido justicialista. Ese documento de Perón
citaba curiosamente a Henry Thoreau y a Saint Simon –sin duda el nombre de éste
último era más lógico-, y una prueba espectográfica de Instituto Juan Perón de
Documentación e Información Histórica, lo había dado por verdadero. A su vez,
antiguos militantes del Partido Justicialista llamaron a no dejarse ganar por el
sentimiento de que la “correcta doctrina” se iba a dirimir con “pruebas científicas”.
Lo cierto es que el presidente Kirchner no había conseguido colocar los adobes
del viejo peronismo en cauces que al mismo tiempo que se lo reconociera en su historia,
lo pusiese en rumbos libres, más bien tenues, algo así como un “amplio legado difuso”.
Este concepto lo había vertido el propio presidente y a casi setenta años de octubre del
45, se levantaron no pocas voces críticas. Había imaginado Kirchner una corriente de
ideas humanista-situacionista, que enfocara creativamente la gravísima cuestión de la
crónica penuria aún perceptible en grandes sectores de la población, y si bien hacía
tiempo que se había logrado –como se decía- “el índice de un dígito de pobreza”, creaba
malestar la realidad diaria de las vidas golpeadas y despojadas de derechos, lo que
seguía mostrando el cuadro de una renuente desigualdad social. El presidente llamaba a
combinar políticas sociales de urgencia con nuevos estilos de tratamiento de problemas
locales, de autogestión y fundación de poderes democráticos específicos para cada
momento y lugar. Había hecho ese salto sutil en su propia conciencia política y no había
agradado con ello a las derechas que seguían atribuyéndole decisiones discrecionales,
pero por diversos temas, su izquierda “nacional-popular” le había dirigido también
variadas insinuaciones críticas.
En esos días, la Comisión Nacional de Protección del Acuífero Guaraní
(Conaproacuiraní, que con ese administrativo pero inquietante nombre funcionaba en el
segundo piso del histórico Palacio de Correos, ahora sede del Ministerio de Cultura y
Bienes Inalienables de la Nación) había rechazado el nuevo acuerdo que el propio
Gobierno sugería con la compañía europea Gibraltar-Aguas de Europa, con lo que se
había creado una tácita disensión en las filas gobernantes, muy parecida –según el
académico francés Philliphe Pignat, autor de L´Argentine sans mitologie- al debate
sobre las concesiones petrolíferas a la empresa Californian, en 1955. En aquel momento
Perón deseaba esa concesión pero sugería que ciertos diputados oficialistas la criticaran
en el Congreso, y Kirchner se habría visto tomado por una disyuntiva similar. De una
manera u otra, el fantasma del peronismo, al que en el lenguaje real se había dejado
atrás, persistía en ciertos nudos dramáticos a los que cíclicamente se enfrentaba el país.
Rápidamente Kirchner repasó ante nosotros estos temas con preocupación y a
nuestra vez intervinimos cautelosamente para decir que el camino era el que por fin
había tomado al promediar su segundo mandato, con gestos de su parte dirigidos hacia
las sensibilidades críticas, hacia la innovación tecnológica autónoma, hacia la vida
intelectual emancipada y hacia la mejor oposición atinadamente escéptica– tomando sus
temas más razonados y demostrando que era posible escuchar más allá de la crítica de
personalismo que, justa o no, resonó con fuerza hacia el final de su primer año de
mandato. A propósito, figuras como Claudio Lozano, Fernando Solanas y Martín
Sabatella –el primero como Senador por Capital, el segundo como ganador del Festival
de Cartagena con su último film La tierra asolada y el tercero como Senador provincial
por el partido PEHS (Partido Ecológico Humanista Social)-, habían formado una suerte
de ámbito crítico e independiente de consulta con el compromiso de que el gobierno
redoblase su llamado a un nuevo diálogo con las culturas alternativas, a modo de
concretar definitivamente las impostergables medidas de lo que se había anunciado,
como las del “Plan de Incorporación Social contra el Hambre”.
En cierto momento, levantándose de su escritorio al tiempo que una niebla
melancólica cubría el puerto de Buenos Aires, el presidente nos dijo: “los obstáculos
siempre nos fueron conocidos, ahora debemos conocer mejor nuestras pasiones, pues
sin ellas…” (se interrumpe el manuscrito, puede consultárselo en la Nueva Biblioteca
Nacional Virtual de las Repúblicas Sudamericanas)

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