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Para que la prueba tenga validez se requiere que sea llevada al proceso con los
requisitos procesales establecidos en la ley; el segundo exige que se utilicen medios
moralmente lícitos y por quien tenga legitimación para aducirla. Es el complemento
indispensable de los cuatro anteriores y rige por igual en los procesos civil, penal y de
cualquiera otra naturaleza. Las formalidades son de tiempo, modo y lugar, y se
diferencian según la clase de proceso y el sistema oral o escrito, inquisitivo o
dispositivo, consagrado para cada uno. El segundo aspecto consiste, como dice SILVA
MELERO, en que debe obtenerse la prueba "por los modos legítimos y las vías
derechas", excluyendo las calificadas de "fuentes impuras de prueba"; se contempla la
moralidad, la licitud y la procedencia de la prueba. Este principio implica que la prueba
esté revestida de requisitos extrínsecos o intrínsecos. Los primeros se refieren a las
circunstancias de tiempo, modo y lugar; los segundos contemplan principalmente la
ausencia de vicios, como dolo, error, violencia, y de inmoralidad en el medio mismo,
como sería la reconstrucción total de un delito sexual o de una unión extramatrimonial
para establecer la concepción; procuran que con ella se busque en realidad el
convencimiento del juez sobre hechos que interesan al proceso, y no lesionar el
patrimonio moral o económico de la parte contraria, como ocurriría con la exhibición de
escritos sobre escabrosos secretos familiares que en nada influyan sobre el litigio.