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REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS

El poder de la Iglesia. Una representación arquitectural en el Barroco Español *


Concepción de la Peña Velasco
(Universidad de Murcia)

1. La transmisión de la idea de poder en la arquitectura


El uso y la construcción del espacio en el Barroco tienen un enorme componente sacro, mítico
y cultural. La configuración de los edificios, las calles, las imágenes, el perfil propio de la ciudad
ostentan un sentido simbólico y forman parte de los grandes y en ocasiones contradictorios procesos
de disciplina social e individual que forjan la aparición y consolidación del hombre contrarreformista.
No se trata de un uso uniforme, sino de un espacio de conflicto, de afirmación competitiva de las
distintas instancias que se reclamaban intérpretes de la fe triunfante en Trento. La multiplicidad de
factores, intereses, ambiciones, instituciones y personas que compiten por este estatus hizo del arte
barroco punto de confluencia de discursos que interpretaban y proclamaban la presencia de Dios en
el mundo y la necesidad mística del combate por su causa. El arte de la Iglesia Católica, desde sus
múltiples pliegues y órdenes, sería expresión de las diversas sociedades que albergaba la enorme
monarquía española. De Amberes a Manila, de Zacatecas a Nápoles o Valladolid, la arquitectura
estable o efímera, la música y las artes figurativas no sólo proclamaban una Iglesia victoriosa, sino
el poder que como tal debía corresponderle.
La arquitectura religiosa es determinante para la identidad histórica y el patrimonio cultural y
artístico de los enclaves urbanos. Sus valores estéticos y riqueza visual repercuten en la imagen que
el vecino y visitante se forjan de sus dirigentes o del clero que mandó fabricar las obras. De la
representatividad que asumieron ciertos edificios y de la persistencia de su carácter preeminente es
testimonio el hecho de que hayan sido buscados como sedes por las instituciones más
representativas en los siglos XIX y XX.
Hablar del poder en arquitectura implica analizarla como hecho fenomenológico; considerar
el uso del lenguaje artístico cómo transmisor ideológico o la elección de los materiales por su valor o
por su simbolismo[1]; indagar cuáles son las estrategias para conseguir los objetivos; estudiar qué
la distingue o identifica como perteneciente a una tipología, a una institución o estirpe familiar;
ahondar en la interferencia entre lo eclesiástico y lo laico; etc.[2]. La significación del edificio debido
a la función que cumple, su emplazamiento y conexión con el entorno construido o natural, su
conformación, dimensiones y destino, entre otras cosas, movieron a los dueños y patrocinadores en
mayor o menor grado aportando caudales y dejando memoria de sus actuaciones por medio de
inscripciones que revelaban los nombres de quienes participaron en la construcción y de los
gobernantes del momento. Si las armas e insignias del Ayuntamiento, cabildo de la catedral,
prelado, orden religiosa o cofradía vinculaban el edificio a la corporación a la que pertenecía,
manifestaban patronazgo o colaboración económica, las lápidas con sus leyendas daban cuenta de
las personas.
Entre las artes, la arquitectura es la que proporciona cobijo al hombre. La funcionalidad es,
por tanto, una de las aspiraciones prioritarias. Pero como la doble cara de una moneda, inseparable
y unida a ella está la forma y, específicamente, el aspecto del edificio al exterior, reflejado
fundamentalmente en las fachadas –con distinción de la principal-, pero también mediante las
torres, espadañas, cúpula o monumentalidad y conformación volumétrica del complejo construido
[1].

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Se cuida la faz del edificio por ser la parte visible que forja una opinión en quien la
contempla, quizás la única que se adquiera sobre el mismo, ya que a veces sólo cabe el rol del
observador pues la intimidad se esconde tras unos muros que prohíben el acceso. El templo y el
edificio público no poseen las connotaciones de privacidad y, consecuentemente, el aspecto interior
se atiende.
Hay edificios que constituyen un paradigma por causas diversas y marcan pautas a seguir: la
catedral[3], como cabeza de todos los templos, o entre los edificios públicos las Casas Consistoriales
o aquéllas en las que se administraba justicia. En cualquiera de ellos, los escudos indican propiedad,
patronato o vocean la generosidad de las personas que contribuyeron a la edificación, reparo o
adorno[4].
Concluir obras inacabadas muchas veces no atrajo la atención de las clases dirigentes.
Castillo de Bobadilla en Política para Corregidores y Señores de Vasallos en tiempos de paz y de
guerra -publicado por vez primera en 1597- aconsejaba finalizar proyectos antes que iniciarlos,
emulando a los emperadores romanos que prefirieron dejar inscritos los nombres de sus antecesores
y obviar los suyos[5]. La crítica a tales actitudes fue reiterada dirigiéndose, además, a los
obispos[6].
Frente a las divisiones de los reinos, municipales u otras administrativas, para las cuestiones
eclesiásticas los territorios diocesanos y de órdenes militares y religiosas eran ámbitos de poder para
cada uno de ellos. Por otro lado, la presencia del edificio de la Inquisición en aquellas ciudades que
eran sedes de tales tribunales debía despertar sentimientos de temor, aunque muchas veces la
institución hubiera ocupado espacios que con anterioridad habían tenido otros usos[7]. Si en
dominios episcopales velaba el obispo por el estado de las parroquias, en el caso de las órdenes
militares, las visitas periódicas de la Encomienda dieron cuenta de la situación de los templos y de
las obras a acometer, teniendo lugar el traslado de artistas de unos reinos a otros pertenecientes a
la misma Encomienda, lo que propició el intercambio de ideas, influencias y proyectos. Las sedes

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episcopales o cabeza de territorios de órdenes eran enclaves donde el poder se expresaba también
mediante la arquitectura.
Más de medio centenar de obispados, además de los arzobispados, extendían el mapa
eclesiástico por España, con paradojas como la de Madrid que no era sede episcopal u otros que
tuvieron importancia cuando se fundaron en la Edad Media pero por entonces su influencia había
disminuido. La obligatoriedad de la presencia del obispo en su diócesis de al menos seis meses al
año dispuesta en el Concilio de Trento, repercutió sobre el conocimiento de su territorio y permitió
emprender determinadas realizaciones que se vieron respaldadas por las cuantiosas rentas
procedentes de fuentes diversas. El mecenazgo eclesiástico en el caso de los prelados y miembros
del cabildo fue notable en el acometimiento de obras, dotación y decoro de las catedrales, como
grandes templos que eran emblema de la diócesis. Se efectuó una destacada labor de
acondicionamiento o construcción de nueva planta de palacios arzobispales y episcopales con los
atributos que identificaban la dignidad. En Murcia, junto a este edificio se erigió la cárcel eclesiástica
con los grilletes anunciadores de su destino.
Experiencias, tipologías, usos y técnicas se difundieron en un afán de emular ejemplares
paradigmáticos. El maestro mayor constituía un rango diferenciador y por ende su influencia se
extendió en razón de sus peritajes y de que proporcionase proyectos para parroquias del territorio
episcopal. A veces podía haber un maestro mayor de la catedral y otro del obispado o de una obra
concreta.
Pastorales de obispos insistieron en ciertos aspectos artísticos, bien en la forma de vestir a
las imágenes de piedad o en disposiciones sobre el culto o sobre la arquitectura[8]. Posiciones
dominantes en materia artística y específicamente en arquitectura ostentaron La Corte y las
capitales de reinos y sedes episcopales en las que se asentaron multitud de órdenes religiosas
pertenecientes a sus respectivas provincias, compitiendo por detentar su espacio de dominio y de
influencia. Conscientes de las desigualdades sociales, procuraron atraer la vinculación de las élites,
la liberalidad de los ricos y el fervor de los pobres. Fueron especialmente sobresalientes los casos de
urbes que constituían las cabezas de la provincia de comunidades religiosas y, consecuentemente,
en ellas se tomaban las decisiones y se hallaban sus más destacados conjuntos monásticos, cuando
no el de mayor entidad. Para emplazar conventos, se requerían licencias de las ciudades con voto en
Cortes porque así se prevenía en uno de los Capítulos de Millones, además de las exigidas a sus
correspondientes comunidades religiosas, a los prelados y a las ciudades o villas en la que se
establecían.

2. La sacralización de la ciudad
La sacralización del espacio urbano constituye un capítulo fundamental para el estudio de las
ciudades. El discurrir diario estuvo directamente relacionado con la ordenación de los barrios
alrededor de las parroquias y con las funciones desempeñadas en cada uno de ellos. La extensión de
lo sagrado fuera del ámbito que le era propio tuvo lugar por causas diversas entre las que cabe
recordar las procesiones de Semana Santa y del Corpus; las reiteradas rogativas que se efectuaron
en demanda de ayuda frente a las inclemencias climáticas o por sucesos acontecidos o bien como
acción de gracias por los beneficios recibidos; el desplazamiento de las esculturas de los patronos
desde sus santuarios a otros templos o el traslado de otras imágenes por motivos diversos
(beatificaciones, canonizaciones, día de la festividad o nueva ejecución); el peregrinaje de reliquias
por donaciones o debido a su taumaturgia, como las de San Gregorio Ostiense; la colocación de
imágenes marianas y de santos junto a ríos en demanda de auxilio contra la fuerza de las aguas o
emplazadas sobre las puertas que jalonaban las murallas para preservar contra males visibles e
invisibles; la construcción de altares en rincones del callejero o de triunfos frecuentemente con
Inmaculadas -dogma por cuya concesión perseveraron los monarcas españoles- u otras
advocaciones, por devoción o como voto tras sufrir terremotos o epidemias; etc. Incluso los edificios
públicos incorporaron en sus muros externos o estancias interiores imágenes religiosas. Las Salas
Capitulares de los Concejos estuvieron presididas por Inmaculadas u otras esculturas de devoción y

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tenían oratorios que solían aislarse mediante puertas, permitiendo el doble uso del recinto para
fines políticos y piadosos.
Las relaciones entre el poder eclesiástico y laico fueron controvertidas. En los documentos de
la época, se multiplican las alusiones manifestando que los concejos hicieron voto de asistencia a
determinadas funciones religiosas y cooperaron a la decencia, culto y veneración de templos
conventuales, alegando el mucho fruto que recibían de su evangélica doctrina. Las noticias sobre los
más prosaicos sucesos permanecen esparcidas en los acuerdos municipales sobre estas cuestiones.
Se ofreció patronato a regidores en agradecimiento por su colaboración en el momento de la
fundación, por las gestiones realizadas, por los donativos o por la compra de capillas. Pasado el
tiempo, se desencadenaron pleitos que dejaron libre o no a la comunidad religiosa para designar a
otro benefactor. En ocasiones, fueron los cabildos eclesiástico y secular los que compartieron tal
honor, fijando sus armas en templos y conventos. Si bien, todo ello conllevaba pagos que a veces no
podían asumir y buscaron excusas evasivas a la contribución, señalando que su vinculación había
sido por vía de limosna o por otras causas. Los benefactores -patronos o no-, además de por sus
escudos heráldicos o por inscripciones que delataban su contribución, quedaban recompensados al
incorporar los santos de su nombre en altares y portadas.
Con todo, los concejos nunca perdieron el dominio directo y el control sobre la red urbana[9].
La cesión de ermitas para que se instalasen órdenes fue una costumbre extendida, además de los
aguinaldos, gracia de solares o de agua para el riego, franquezas y ayudas concedidas para la
finalización de templos y conventos, pensiones de censo sobre Casas de Comedias, limosnas de
nieve, suministro de materiales de derribo o préstamo de herramientas y andamios con la obligación
de restituirlos al finalizar lo emprendido o antes si se necesitaban, licencias para corrida de toros a
cofradías y comunidades religiosas con beneficios destinados a la fabricación de algún retablo u otras
obras, etc. A veces peticiones similares fueron denegadas por causas diversas; por ejemplo, a
principios del siglo XVIII se alegaba el estado en que se hallaba la monarquía y las muchas
prevenciones que se estaban haciendo para la defensa de los reinos y costas del mar con motivo de
la Guerra de Sucesión, habiéndose suspendido la fiesta de toros en Madrid y otras ciudades. En
épocas de carestía, sólo se concedieron aportaciones puntuales. Desde tiempo inmemorial, la
autoridad municipal concurrió a la colocación del Sacramento en los templos de nueva planta y
asistió a canonizaciones y fiestas[10].
Acontecimientos religiosos o profanos, festivos o fúnebres eran celebrados con carros sacados
por los diferentes gremios con la tarasca y los gigantes, asumiendo la arquitectura efímera una
importancia fundamental en el Barroco[11]. Cofradías y hermandades aspiraron a poseer un
espacio propio que a veces era una gran capilla con entidad de templo, para que sus imágenes e
insignias estuvieran con la mayor reverencia y veneración.
Ciertas decisiones municipales pesaron sobre las limosnas recibidas por las diferentes
comunidades religiosas y parroquias. Por ejemplo, los cambios en la ubicación de mercados si los
templos estaban próximos mermaban la concurrencia de devotos. Por otro lado, hubo peticiones a
los Ayuntamientos para que ayudasen a mantener la intimidad y clausura de los conventos ante
ciertas construcciones limítrofes, alegando que eran perjudiciales para el recogimiento y
aprovechamiento espiritual, amén de privar de luz en determinados casos. Las quejas de párrocos
para cerrar porches o callejones sin salida en los que se “cometían pecados” llevaron a realizar
actuaciones concretas en el parcelario[12]. En Murcia se procuró solucionar el escándalo que
originaban los compradores con motivo de la concurrencia a los mercados públicos los jueves
festivos como el Corpus, Jueves Santo y la Ascensión, al acceder a las iglesias con las mercancías y
sin la reverencia, así como los vendedores que acudían con sus géneros o faltaban al precepto de la
asistencia a Misa, tal y como se quejaba un regidor en 1732. El Concejo hizo un altar junto al
puente de piedra bajo la advocación de la Virgen de los Peligros. Así logró que se celebrase la
liturgia al aire libre en los días de fiesta[13].
Los perseguidos por la justicia encontraron asilo en catedrales y parroquias. Tales derechos
estuvieron contemplados en disposiciones legales desde la antigüedad. En las Siete Partidas se

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especificaba qué hombres podía amparar la Iglesia y de qué manera. El ámbito del espacio sagrado
se extendía más allá de los límites del templo, acotándose de manera diversa y muchas veces
mediante cadenas o rejas que fueron derribadas en muchas ocasiones en el siglo XIX.
La vía dolorosa que siguió Jesús camino del Calvario se rememoró en el ámbito urbano
marcando las estaciones por medio de ermitas, capillas y pasos que establecían un itinerario para
satisfacer la piedad. En los enclaves que lo permitían se aprovecharon las zonas escarpadas y tales
iniciativas estuvieron muy vinculadas a la orden franciscana. Hubo peticiones donosas a los
Ayuntamientos relacionadas con todo ello; por ejemplo, solicitud de licencias para plantar alamedas
por parte de comunidades religiosas alegando que al beneficio espiritual se añadiría con ello la
amenidad, conveniencia y el fomento de la devoción que el ardiente sol mermaba.
Las cruces podían emplazarse para rememorar la santidad del lugar. En Trento se dieron
disposiciones para que en los espacios religiosos reutilizados con usos laicos quedara memoria de su
anterior función mediante la colocación de monumentos. Eso ocurrió en una plaza junto a la
catedral de Murcia, donde una cruz recordaba que allí estuvo la capilla mayor de un templo anterior
con dimensiones diferentes[14].
Para los autos de fe inquisitoriales se tomaba el ámbito urbano, tal y como reflejan algunos
cuadros del siglo XVII en los que aparece la ceremonia que tuvo lugar en la Plaza de San Francisco
de Sevilla en 1660 o en la Plaza Mayor de Madrid en presencia de Carlos II en 1680[15]. El Santo
Oficio de la Santa y General Inquisición, preservador de la ortodoxia e instrumento de control,
manifestaba con ello su poder. Diego Mateo Zapata, uno de los médicos y científicos más avanzados
de su tiempo, costeó en Murcia la parroquia de nueva planta de San Nicolás en la que recibió las
aguas bautismales y deseaba ser enterrado, tras haber sido inculpado de judaísmo y seguido un
largo proceso desde 1691 hasta 1725 acusado de ser observante de la Ley de Moisés. Tal iniciativa
se ha puesto en relación con una posible expiación y para recobrar su imagen de hombre piadoso
que frecuentaba la confesión y comunión, como manifestaban testigos frente a otros que declaraban
que era público en Murcia que había sido penitenciado por judío y preso en las cárceles secretas de
La Corte[16].
Hubo tensiones por el cobro de arbitrios, pues la Iglesia alegó estar siempre exenta del
tributo que se impusiera sin autorización eclesiástica en las obras precisas al beneficio público,
aunque en alguna ocasión se demostró que habían contribuido. Curioso fue lo acontecido a un
carpintero en 1739 en Murcia. A cambio de su trabajo por la realización de un puente de madera
sobre el río Segura, cobró durante cuatro meses peaje por caballería mayor y menor y por carruaje
que transitase por el mismo, siendo excomulgado cuando intentó que el clero le pagase[17].

3. La arquitectura al servicio de la religión


3.1. Retórica y simbolismo
Sermonarios, libros de devoción, tratados de arquitectura y escritos diversos están repletos de
alusiones al simbolismo de las construcciones religiosas. Metáforas y comparaciones de variada
índole se multiplican refiriéndose a Cristo como luz gozosa; a la Virgen como edificio místico, como
trono de Dios o como templo, palacio o casa de Cristo; a los apóstoles como pilares y como las doce
puertas de la Jerusalén Celestial; a los padres de la Iglesia y evangelistas como columnas; a la
fachada del templo como la Puerta del Cielo o a éste como la Jerusalén Celestial o templo de
Salomón, amén de otros simbolismos ocultos en la forma y en la ciencia de los números y
proporciones[18]. El carácter del edificio sacro se identificaba por los elementos que lo definían en
su estructura y aspecto y en algunos tratados sobre arquitectura se aludía a las teorías fisonómicas,
tan relevantes para los pintores y escultores.
La opción de la planta central o basilical reflejaba respectivamente connotaciones rituales o
de congregación de fieles, retomando ancestrales simbolismos de la forma circular, de cruz griega o
cuadrada que se asoció a lugares sagrados, baptisterios y ámbitos ligados a lo funerario o a enclaves
en los que los primeros cristianos habían sufrido martirio. En la segunda, era prioritario proveer
espacios para la reunión y la cruz latina vinculaba directamente con la muerte y el cuerpo de Cristo

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y la Redención de la humanidad.
Muy repetida fue la consideración de Dios como primer arquitecto del Universo -“Soberano
Arquitecto, que fabrico los cielos, y la tierra, fundando su hermosa fábrica con superiores reglas de
número, peso y medida”, en palabras de Briguz y Bru[19]-. Paralelamente los escultores conectaban
los orígenes de su arte con Dios que modeló a Adán -aunque había quien rebatía que una cosa era el
modelado y otra la estatuaria- y los pintores señalaban que Dios había separado las luces de las
sombras con anterioridad a la creación del hombre y, por tanto, su disciplina era más antigua y
argumentaban su superioridad cuando se expresaban sobre el parangón de las artes[20].
El ritual de colocación de la primera piedra en un edificio público también se amparaba bajo la
protección de la Iglesia. Se efectuaba conforme prevenía el ceremonial romano sobre la función de
bendición, reflejando una vez más hasta qué punto la conexión entre ambos poderes era difícil de
disociar[21]. A ello hay que agregar la inclusión de medallas y cruces en los cimientos con un
sentido protector. Se documentan otras solemnidades con rezos, cánticos y fuegos artificiales cuando
las obras se encontraban a medio o se finalizaban. Respecto a los edificios pertenecientes al
estamento eclesiástico, a las catedrales, colegiatas, parroquias, conventos y colegios, ermitas,
seminarios y oratorios, se agregaban pozos de nieve, almacenes y otras construcciones para usos
diversos. Además, los oratorios en las viviendas, edificios de beneficencia y hospitales demuestran la
función social de la Iglesia y su extensión fuera del ámbito estrictamente religioso.

3.2. El templo como alcázar de la religión


Los templos son, en palabras de Núñez de Cepeda, “fortaleças levantadas contra el poder de
las huestes infernales; Armerías del cielo; Puertos de seguridad en las borrascas”[22]; como
también lugares sagrados en los que se da culto a Dios y Él asiste de un modo especial[23]. El
exterior representa la iglesia militante y el interior la triunfante[24]. En las Instrucciones, San
Carlos Borromeo alude al referirse a la construcción de un templo a la elección del sitio, a la forma,
a la fachada, al pío ornato y a la magnitud conveniente a la santidad del lugar[25]. La riqueza
volumétrica o las dimensiones de lo monumental a lo grácil tienen su sentido en este organismo
jerárquico.
Las catedrales de nueva planta como las de Guadix o Cádiz [2]

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competían con las de fábrica gótica o renacentista que anteponían grandes imafrontes
barrocos que proporcionaban una imagen acorde a las corrientes estilísticas del momento como
Gerona, Granada, Málaga, Jaén, Murcia [3]

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o Santiago de Compostela, entre otras, donde el juego de las escalinatas constituía un valor
añadido en algún caso[26].
La fachada principal y el retablo mayor se erigieron como los dos grandes reclamos visuales,
uno destinado a la ciudad y el otro al fiel[27]. Las fachadas con la majestad necesaria
proporcionaban la imagen portadora de los significados que se deseaban transmitir. En el caso de las
catedrales constituyen un manifiesto de la apoteosis de la diócesis por su arquitectura e iconografía
o por ambas, adquiriendo unas connotaciones propias en función de su titularidad, historia y
tradición. Se procuró que se orientaran hacia Poniente, frente al sacerdote y los fieles que se
dirigían a Oriente porque Cristo es luz y clavado en la cruz con el rostro a Occidente daba “a
entender que muriendo por el hombre, había puesto a las espaldas, la culpa que cometió, para no
acordarse jamás”[28]. A veces, la contraportada fue objeto de un tratamiento destacado,
reclamando la atención como en Murcia[29] y poniéndose en diálogo con el trascoro, como segundo
frontispicio de gran relevancia en las catedrales y colegiatas españolas, que interrumpía la visión del
altar mayor[30].
Las cúpulas [4]

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y las torres eran y son jalones de referencia verticales que eran vistos desde la lejanía. Éstas
dieron cobijo a los elementos sonoros y en ellas se pusieron luminarias en festividades para mayor
solemnidad y obsequio de los santos. Campanas y órganos fueron las dos voces con las que la Iglesia
penetró a través de la música en la fibra íntima del hombre y extendió su dominio en el espacio
exterior e interior marcando las horas del día, los tránsitos importantes de la vida y de la muerte y
los momentos solemnes de la liturgia, la fiesta y otros acontecimientos. El reloj municipal se valió
en ocasiones de la torre parroquial para que ésta lo acogiese, bien en el mismo cuerpo de campanas
o bien en un nivel superior, aunque en otros casos se situó en la fachada de los ayuntamientos o en
una torre independiente. Hay anécdotas que revelan hasta qué punto el sonido de júbilo o de dolor
se intentó acallar.
La cruz se alzó victoriosa sobre cúpulas y torres señalando el recinto sagrado[31]. Muchas
veces se elevó sobre una veleta y se agregaron insignias de la orden religiosa a la que pertenecía el
templo o los atributos del santo titular. Proclamaban el triunfo de la Iglesia y la santidad del lugar,
eran elementos de identificación y pertenencia y protegían contra los males que llegaban del Cielo.
También los conjuratorios en las torres constituían el lugar en el que se hacían los rituales para
evitar plagas, tormentas, rayos y obtener los beneficios requeridos[32].
El decoro del templo era tarea fundamental del artista y la ocupación más digna de las artes,
en opinión del Marqués de Ureña[33]. En el interior, el simbolismo y el recurso de la luz -que varió
de los claroscuros barrocos a la mitigación posterior y que encontró toda su apoteosis en los
transparentes especialmente el de la catedral de Toledo[34]-, las velas en la consideración del uso
de la luminaria en honor de Dios y como señal de adoración[35], la magnificencia los ajuares
litúrgicos[36], las telas que adornaban en determinados momentos la arquitectura, las flores, el
incienso y la música subyugaban los sentidos.
El presbiterio era el lugar más noble y se situaba el final de la vía sacra o espacio-camino
conformado en el interior del templo. Su valor hegemónico se enfatizaba con el retablo mayor. En
estos escenarios sacros -que podían albergar reliquias, con la suntuosidad del oro y los espejos que
reflejaban y creaban confusión-, se potenciaba con una gran calle central la visión focal de grandes

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tabernáculos como tronos para acoger la Eucaristía -cuyo desarrollo hay que poner en relación con
la Reforma Protestante que negaba la transubstanciación-, así como de la imagen titular y, a veces,
de camarines como aposentos de esculturas con historias de hallazgos milagrosos y leyendas
míticas[37].
El retablo presentaba rasgos de índole teatral con cortinajes, tramoyas que hacían que
ángeles llevasen la custodia a manos del sacerdote u otros recursos propios del arte escénico[38].
Fue un instrumento propagandístico al servicio del poder. En los templos de órdenes religiosas, se
incorporaron en la arquitectura en madera los astros brillantes de su religión, como se señalaba en
la época, constituyendo su firme fundamento y sirviendo de ejemplo al fiel que pedía su protección e
imitaba sus virtudes [5][39].

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Los gloriosos patriarcas y fundadores ocupaban un lugar de excepción y particularmente


significativos por su oriundez hispana fueron San Pedro Nolasco, mercedario, y San Ignacio de
Loyola, jesuita –sobre su casa natal se construyó un monumental conjunto arquitectónico barroco-.
También cabe recordar a otros reformadores como Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz[40].
Considerando la resonancia que suponía el uso del retablo mayor para hacer exaltación triunfante
de la orden, éste solía estar sobrecargado de mensajes, puesto que al ciclo dedicado al titular de la
iglesia se agregaba el de la orden –si es que no coincidían-, con una parafernalia mayor en muchos
casos que en las parroquias que no necesitan de todo el aparato retórico y encomiástico[41]. La

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posesión de una imagen mariana milagrosa redundaba en la repercusión de la orden en la sociedad


del momento, siendo un fenómeno altamente complejo, especialmente en ámbitos rurales. En
consecuencia, se procuró asegurar la continuidad de la devoción sacando tales esculturas en
rogativa e insistiendo en los milagros acontecidos.
Las capillas se jerarquizaban partiendo de la mayor, estableciéndose recorridos dentro del
templo, destacando las de la Comunión o del Sagrario y las del Baptisterio. Las rejas como elemento
de división marcaban la propiedad del patrono que tenía derecho a sepultura gentilicia, a fijar sus
escudos, a usar o poner tribunas y a veces a incorporar sus retratos con la obligación de mantener
el culto y concurrir a los reparos. Se podían especificar otros detalles como la posibilidad de colocar
sillas, alfombras o guardar la llave que permitía el acceso a panteones. Con la nueva legislación
sobre cementerios expedida a finales del siglo XVIII, se desatendieron las capillas y, en ocasiones,
pasaron a pertenecer a las fábricas de los templos. Las sacristías, a veces situadas en el cuerpo
inferior de las torres, fueron espacios de gran importancia.
Canceles, confesonarios, cajonerías en sacristías, sillerías de coros -que se ordenaban en dos
filas con la silla mayor del prelado en el centro[42]-, monumentos de Jueves Santo y otros objetos
del mobiliario litúrgico constituían otros resortes que reflejaban el poder de la Iglesia en unos
templos que eran lugares de acogida de catafalcos reales y túmulos.

4. Frailes y santos arquitectos


Los frailes arquitectos adquirieron en el Barroco una importancia singular, sus conocimientos
eran reconocidos y se respetaba sus opiniones como sucedía en los gremios con los veedores o los
maestros más antiguos. A la capacidad manual que demostraron muchos artífices, se unió en el caso
del clero su formación teórica. No fueron sólo arquitectos, hubo matemáticos que resolvieron
cuestiones de difícil solución en la práctica edificatoria, que entrañaban gran esfuerzo e incluso
incapacidad para quienes se habían nutrido casi exclusivamente de las enseñanzas del taller. Lo
liberal y lo mecánico quedaban así asociados; el ingenio y la manualidad comportaban un quehacer
complementario que sumaba la capacidad de unos y otros.
Tratados de arquitectura de gran relevancia fueron escritos por religiosos de órdenes
diversas: Caramuel, que fue obispo en Italia; Ricci; Fray Lorenzo de San Nicolás; Tosca; Fray Miguel
Agustín y extranjeros cuyos textos tuvieron gran difusión en España, como el Padre Pozzo o Guarino
Guarini, entre otros muchos[43].
Profesores de las más variadas materias en los colegios de sus religiones fueron llamados por
concejos y otras instituciones para opinar sobre complejas intervenciones hidráulicas, de
cimentación, fortificaciones o estabilidad o para elegir el proyecto más adecuado entre los
presentados. Arquitectos y matemáticos acudieron a ciudades o villas donde eran reclamados por
sus órdenes y a veces por otras rivales para pronunciarse o colaborar con mayor o menor intensidad
en la realización de las obras. Maestros, oficiales y aprendices de alarife, cantero, carpintero,
herreros o de los más variados quehaceres artísticos se integraron en el taller que efectuaba el
trabajo diario. Les ahorraban caudales a sus comunidades y controlaban para éstas al maestro que
dirigía el taller, supervisando la calidad de los materiales, el ritmo de las actuaciones y el respeto a
las condiciones del contrato y al proyecto aprobado[44].
La hagiografía recoge la presencia de varios santos arquitectos, pero también otros de fábula
que recibieron designios divinos para llevar a cabo realizaciones prodigiosas e indestructibles. Briguz
y Bru dedicó Escuela de Arquitectura Civil a San Benito el Joven (Benedicto de Aviñón), quien
-según contaba- construyó un puente con una capilla sobre el tajamar después de que un ángel se
le apareciese y se lo encomendase[45]. Atributos, metáforas y milagros relacionaban a santos
diversos con la arquitectura: San Pedro, piedra angular de la Iglesia; Santo Tomás que erigió un
palacio en el Cielo; Santa Bárbara que logró abrir una tercera ventana en la torre en la que fue
encerrada; San Luis que propició la construcción de la Sainte Chapelle; además de San Blas, San
Esteban, San Marino, los Cuatro Santos Coronados y otros y sin olvidar a la Trinidad cuyo símbolo
-el triángulo- fue insignia vinculada a la arquitectura o La ascensión, porque los albañiles se

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elevaban hacia el Cielo conforme avanzaban las obras[46]. Algunos gremios de alarifes se pusieron
bajo su protección, aunque en otras ocasiones eligieron otra como el Ángel de la Guarda. Además, el
templo fue atributo de fundadores de órdenes, de doctores y de otros santos considerados soportes
espirituales de la Iglesia.
Las buenas relaciones de ciertos clérigos con La Corte o con las élites propiciaron encargos a
los más famosos artistas, quienes facilitaron proyectos, se trasladaron a realizar las obras o las
enviaron en caso de piezas de pequeño tamaño. Los ejemplos son numerosos. En la escritura
suscrita en 1692 entre el convento de San Esteban de Salamanca y José de Churriguera se
declaraba lo siguiente: “...por cuanto de orden del reverendísimo Padre Maestro fray Pedro de
Matilla, confesor de su Majestad, religioso de esta sagrada religión y por resolución suya este
convento le ha tomado también de hacer el retablo de la capilla mayor de este convento para lo cual
su reverendísima tiene hecho trato con José de Churriguera, profesor del arte de arquitectura y
trazador de las obras reales del rey nuestro señor”[47].
En síntesis, el poder de la Iglesia se manifestó de manera compleja de muchos y variados
modos, encontrando en la arquitectura religiosa una de sus expresiones más lúcidas. Las
dimensiones de los edificios, la disposición y simbolismo de su planta y policromía, la elección de los
materiales y órdenes arquitectónicos vinculados a la advocación o al carácter con el que se dotaba a
la construcción, las insignias como expresión de ideas, la iconografía y la heráldica desempeñaron
una función en la casa y Reino de Dios en la tierra, confluyendo lo sagrado y lo profano en la ciudad
y en sus edificios en un enmarañado conjunto en el que se enlazaban lo divino y lo humano.

* Una versión de este trabajo ha sido publicada en El poder. Análisis del discurso político español e
hispanoamericano, de Miguel Metzeltin y Margit Thir (Editores), Cinderella Applicata, Band 6, 3 Eidechsen &
Instituto Cervantes, Viena, 2004, págs. 141-160.
[1] RIVAS CARMONA, J. Arquitectura y policromía. Los mármoles del Barroco andaluz. Córdoba, 1990.
[2] ELSEN, A.E. La arquitectura como símbolo de poder. Barcelona, 1975; DOCZI, G. El poder de los límites,
proporciones armónicas de la naturaleza, el arte y la arquitectura. Buenos Aires, 1996; MUÑOZ RODRÍGUEZ, M.
“La arquitectura como expresión de poder”. En: Homenaje al profesor Martín González, Valladolid, 1995, pp.
205-212.
[3] HERNÁNDEZ ALBALADEJO, E. “Nobilis, Pulcra, Dives. La catedral como espacio sagrado”. En: Huellas.
Catálogo de la Exposición. Catedral de Murcia, Murcia, 2002, pp. 88-108.
[4]En el caso de la iglesia de Nuestra Señora de Gracia del hospital de San Juan de Dios de Murcia, concurrieron
una serie de circunstancias especiales que hicieron que se estudiase qué dimensiones debían tener y cómo de
debían distribuir los escudos del cabildo catedralicio como patrono, de la orden religiosa a quien se cedió el
templo, del obispo, del Concejo y del racionero entero José Marín y Lamas, ya que gracias a su munificencia se
erigió un templo de nueva planta, en la consideración de que “el obsequio, o muestra de gratitud por los
beneficios recibidos no funda derecho de patronato”. (Véase el documento fechado en 1782 y contenido en
nuestro estudio Murcia. Escudos del Archivo Municipal de Murcia. Murcia, 1992, pp. 223-227 y Archivo de la
Catedral de Murcia, Actas Capitulares, 19 Enero 1782, f. 11 y 1 Febrero 1782, f. 23 v.
[5] Censuraba el parecer de los corregidores que creían que ello acrecentaba la honra de su inventor y no la
suya (Recogido por GUTIÉRREZ-CORTINES CORRAL, C. “El valor de la antigüedad y del patrimonio en la obra de
Castillo de Bobadilla”. En: Actas del X Congreso del C.E.H.A. Los Clasicismos en el Arte Español, Madrid, 1994,
pp. 561-566).
[6] En los años treinta del siglo XVIII, se lamentaban precisamente en Murcia de una actitud similar tenida por
los obispos a la hora de acometer construcciones iniciadas y en particular la torre de la catedral, al suponer que
la gloria se la llevaban sus antecesores [HERMOSINO (?)], Apuntes de Murcia, c. 1736, ms. conservado en el
Archivo Municipal de Murcia, sig. 1-J-3. Véase nuestro estudio “Breve noticia en lo material de la Santa Iglesia
de Cartagena, fragmento de un manuscrito del siglo XVIII”. En: RAMALLO ASENSIO, G. (ed.) El Comportamiento
de las Catedrales Españolas. Del Barroco a los Historicismos. Murcia, 2003, pp. 585-595, cita p. 587.
[7] GONZÁLEZ DE CALDAS, V. El poder y su imagen. La Inquisición Real. Sevilla, 2001.
[8] Por ejemplo, cabe recordar la Carta Pastoral del Ilustrísimo Señor Don Josef Tormo, obispo de Orihuela,
para que en adelante los Templos, y Altares de su Diocesi (sic) se edifiquen conforme à las reglas que prescribe
el arte, valiendose de los materiales mas proporcionados para su mayor hermosura, y permanencia: como
tambien para que en las sagradas funciones, y festividades de todo el año se modere y arregle el uso de la cera
á lo dispuesto por la Santa Iglesia, y recordado zelosamente por nuestro pio y Católico Monarca (que Dios
guarde) en Carta del Excelentisimo Señor Conde de Floridablanca, su primer Secretario de Estado, fecha en San
Lorenzo el Real à veinte y nueve de Noviembre de mil setecientos y setenta y siete. Murcia, 1778.
[9] BERNARDO ARES, J.M. de. El Poder Municipal y la Organización Política de la Sociedad. Córdoba, 1998.
[10] El ceremonial seguido en la festividad de traslación y colocación de la Eucaristía podía acontecer un sábado

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y la dedicación un domingo, requiriendo la presencia del obispo u otra jerarquía eclesiástica. A las horas fijadas y
con el vestido e insignias correspondientes, las autoridades civiles y religiosas se trasladaban en procesión en
coche o andando según la proximidad del templo y se distribuían según el protocolo establecido, previniendo
para el obispo un sitial en el altar mayor. Los miembros del cabildo se colocaban según orden y antigüedad.
Hubo disposiciones que afectaron al predicador, a las campanas de las parroquias que acompañaban el toque de
las catedralicias, a los cánticos, al reparto de velas, al ritual de entrada y salida con indicación de la puerta que
se debía usar y a la finalización con el acompañamiento que la comitiva debía hacer al obispo hasta donde se
estipulase, etc.
[11] BONET CORREA, A. Fiesta, poder y arquitectura. Aproximaciones al barroco español. Madrid, 1990;
MÍNGUEZ V. Art i arquitectura efímera a la Valencia del segle XVIII. Valencia, 1990; ALLO MANERO, M.D.
Exequias de la casa de Austria en España, Italia e Hispanoamérica. [Microforma], Zaragoza, 1991.
[12] PEÑAFIEL RAMÓN, A. Mentalidad y religiosidad popular murciana en la primera mitad del siglo XVIII.
Murcia, 1988.
[13] Los concejos mediaron en variados conflictos, como del acontecido en 1733 en Murcia por la venta de pieles
de las tenidas para su consumo que hicieron los conventos religiosos ante la protesta de los fabricantes de
paños.
[14] Sobre su sentido véase nuestro estudio “La cruz barroca de la Plaza de las Cadenas en Murcia y su
desplazamiento al amparo de la torre de la catedral en 1823”. En: Litera scripta in honorem Prof. Lope Pascual
Martínez. Murcia, 2002, pp. 807-835.
[15] GONZÁLEZ DE CALDAS, V. “Nuevas imágenes del Santo Oficio: el auto de fe”. En: ALCALÁ, A. (ed.).
Inquisición española y mentalidad inquisitorial. Barcelona, 1984, pp. 246-255; CABALLERO GÓMEZ, M.V. “El Auto
de Fe de 1680. Un lienzo para Francisco Rizi”, Revista de la Inquisición. 3, 1994, pp. 69-140. En Hispanoamérica,
véase CURIEL, G. y RUBIAL, A. “Los espejos de lo propio: Ritos públicos y usos privados en la Pintura Virreinal”.
En: CURIEL, G.; RAMÍREZ, F.; RUBIAL, A. y VELÁZQUEZ, A. Pintura y vida cotidiana en México 1650-1950.
México, 1999, pp. 49-153, cita p. 58.
[16] PARDO ZAPATA, J. El médico en la palestra. Diego Mateo Zapata y la ciencia moderna en España.
Valladolid, 2004; VILAR RAMÍREZ, J.B. “ Zapata y San Nicolás de Murcia”, Murgetana. XXXVII, 1971, pp. 47-73 y
RIVAS CARMONA, J. La parroquia de San Nicolás de Murcia. Murcia, 1999.
[17] Véase nuestro libro El Puente Viejo de Murcia. Murcia, 2001, p. 344.
[18] VILLALPANDO, J.B. El templo de Salomón. Comentarios a la profecía de Ezequiel. Trad. del latín J.L. Oliver
Domingo, edic. al cuidado de J.A. Ramírez. Madrid, 1991.Sobre las medidas del templo son de gran interés las
opiniones del debatido Simón García en su Compendio de arquitectura y simetría de los templos (BONET
CORREA, A. Figuras, modelos e imágenes en los tratadistas españoles. Madrid, 1993, pp. 179-189).
[19] En una consideración más específica, se recordaba utilizando citas bíblicas que Dios proporcionó a Moisés el
diseño del tabernáculo y a David el del templo para que se lo entregase a Salomón y que el Espíritu Santo
inspiró la traza del templo de Salomón (BRIGUZ Y BRU, A.G. Escuela de Arquitectura Civil en que se contienen
los órdenes de la arquitectura, la distribución de los planos de templos, y casas y el conocimiento de materiales.
Valencia, 1738, prólogo, s.p.; BÉRCHEZ, J. y MARÍAS, J. “Fra Juan Andrés Ricci de Guevara e la sua architettura
teologica”. Annali di Architettura, 14, 2002, pp. 251-279 y FRAY LORENZO DE SAN NICOLÁS. Arte y uso de
arquitectura. Reprod. fac. de la edic. de Madrid de 1796, Zaragoza, 1989).
[20] VARCHI, B. Lección sobre la primacía de las artes. Estudio preliminar C. Belda Navarro. Valencia, 1993.
[21] También la bendición se efectuaba al concluir las obras. Por ejemplo cuando se acababa una nueva mansión
la oración rezaba así: “para que dentro de las paredes de esta casa habiten tus Angeles de luz, y la guarden á
ella y á sus habitantes” (VILLANUEVA, J.L., Dominicas, Ferias y Fiestas movibles del año christiano de España.
VI. Las Misas Votivas. Madrid, 1803, p. 324).
[22] Recogido por BERNAT VESTARINI, A. y CULL, J.T. Enciclopedia de emblemas españoles ilustrados. Madrid,
1999, p. 254, n. 490.
[23] FRAY ANTONIO ANDRÉS. Quaresma. II, Valencia, 1771, pp. 156-157.
[24]DÁVILA FERNÁNDEZ, M. P. Los sermones y el arte. Valladolid, 1980, p. 208.
[25] CARLOS BORROMEO. Instrucciones de la fábrica y del ajuar eclesiásticos. México, 1985, p. 8. De gran
interés fueron las recomendaciones de Aliaga en la diócesis valentina en 1631 (PINGARRÓN, F. Arquitectura
Religiosa del siglo XVII en la ciudad de Valencia. Valencia, 1998, pp. 555 y ss.).
[26] RAMALLO ASENSIO, G. “El rostro barroco de las catedrales españolas”, Cuadernos Dieciochistas. I, 2000,
pp. 313-347.
[27] PEÑA VELASCO, C. de la y HERNÁNDEZ ALBALADEJO, E. “De la fachada al retablo. Un recorrido por los
templos murcianos del siglo XVIII”, Imafronte. 10, 1994-1996, pp. 69-94. NICOLÁS GÓMEZ, D. “Arquitectura y
templo cristiano”. En: Huellas... op. cit. , pp. 308-330.
[28] MURILLO, D. Discursos predicables sobre todos los Evangelios que canta la Iglesia, en las festividades de
Christo Nuestro Redemptor. Zaragoza, 1607 (recogido por DÁVILA FERNÁNDEZ, M. P. op. cit., p. 102).
[29] HERNÁNDEZ ALBALADEJO, E. La fachada de la catedral de Murcia. Murcia, 1990.
[30] RIVAS CARMONA, J. Los trascoros de las catedrales españolas: estudio de una tipología arquitectónica.
Murcia, 1994.
[31] Véase nuestro artículo Sublimium Ingeniorum Crux. En: Huellas... op. cit., pp. 518-533.
[32] BELDA NAVARRO, C. “Signatio nubium. Conjuros y campanas, ritual y magia en la Catedral de Murcia”. En:
Homenaje al Profesor Antonio de Hoyos. Murcia, 1995, pp. 49-63.
[33] Se censuraba que los medios de la Iglesia no se aplicasen como debía ser: “Es digno de la mayor lástima,
que la Religión no aproveche el caudal que tiene dentro de su propia casa, y que la ciudad sepulte sus dádivas, ó
las malbarate en obras que no merecen verse en el recinto del Santuario” (MARQUÉS DE UREÑA. Reflexiones
Sobre la arquitectura, ornato y música del templo. Madrid, 1785, pp. IV, VIII).

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[34] PRADOS GARCÍA, J.M. “Las trazas del transparente y otros dibujos de Narciso Tomé para la catedral de
Toledo”, Archivo Español de Arte. XLIX, 196, 1976, pp. 387-416.
[35] GONZÁLEZ VILLAR, J. Tratado de la sagrada luminaria en forma de disertación, en que se demuestra la
antigüedad, y piedad de las velas y lámparas encendidas a honra de Dios, y en obsequio de las santas imágenes
y reliquias. Madrid, 1798.
[36] Serían testimonio del poder económico de la Iglesia y de sus benefactores. Sobre la prosperidad y los
recursos de la Iglesia española a finales del Barroco, véase CALLAHAN, W.J. Iglesia, poder y sociedad en
España, 1750-1874. Madrid, 1989, pp. 45 y ss.
[37] TOVAR MARTÍN, V. “Espacios de devoción en el Barroco español. Arquitecturas de finalidad persuasiva”. En:
Figuras e imágenes del Barroco. Estudios sobre el barroco español y sobre la obra de Alonso Cano. Madrid,
1999, pp. 143-168.
[38] RODRÍGUEZ G. DE CEBALLOS, A. “Espacio sacro teatralizado: el influjo de las técnicas escénicas en el
retablo barroco”. En: En torno al teatro del Siglo de Oro. Almería, 1992, pp. 137-151.
[39] Las imágenes debían inspirar devoción y, como señalaba Interián de Ayala, sin que su representación
contuviese error “contrario á la Fé, ó á las buenas costumbres, ni pernicioso para los hombres”, aunque
declaraba que era lícito “pintar algunas cosas, que excitan la piedad, aunque no sean tomadas claramente del
Evangelio, ni de la Sagrada Escritura” (INTERIÁN DE AYALA, J. El pintor christiano, y erudito, ó tratado de los
errores que suelen cometerse freqüentemente en pintar, y esculpir las Imágenes Sagradas. I. Madrid, 1782, pp.
63, 82).
[40] Además de otros como Juan de Ribera –que fue beatificado concluyendo el siglo XVIII-.
[41] MARTÍN GONZÁLEZ, J.J. El Retablo Barroco en España. Madrid, 1993.
[42] NAVASCUES PALACIO, P. Teoría del coro en las catedrales españolas. Madrid, 1998.
[43] WIEBENSON, D. (ed.). Los tratados de arquitectura. De Alberti a Ledoux. Edic. española a cargo de J.A.
Ramírez, Madrid, 1988; BONET CORREA, A. Figuras..., op. cit.; LEÓN TELLO, F.J. y SANZ SANZ, M. V. Estética y
teoría de la arquitectura en los tratados españoles del siglo XVIII. Madrid, 1994.
[44] En otros casos como talla o dorado de retablos pertenecientes a órdenes religiosas y aunque la tarea
recayese en cualquier otro artista, el nombre de estos religiosos figuraba en las escrituras de obligación para
hacer peritajes durante la realización o al concluir los trabajos, comprobando que lo efectuado se ajustaba a lo
establecido previamente y a las reglas de la buena arquitectura, que no había minoría respecto a lo pactado y
en las mejorías del proyecto se podían discutir los guantes o el pago añadido a lo que se había agregado fuera
de lo convenido. A los maestros que no tenían vecindad en la localidad, frecuentemente les proporcionaron
alojamiento en el convento –cama y ropa limpia-, pero no en los femeninos. A veces se estipuló un trato similar
a un criado y a oficiales y aprendices, detallándose el alimento que les darían y la rebaja que haría el artífice, al
evitarse gastos en la vivienda y manutención. Los sacerdotes tenían prerrogativas y no es extraño encontrar en
los documentos renuncias a no apelar a determinados privilegios -como el que tenían las personas consagradas
de que no se embargasen sus bienes por deudas- o las monjas a las leyes que protegían a las mujeres de
manera que no pidieran la anulación de los efectos de un contrato, eximiéndose de la obligación de cumplir el
compromiso cuando no les interesara.
[45] “A la edad de doze años una voz del cielo os hizo pasar de la vida de Pastorcillo, a la profesión de arquitecto
milagroso”, demostrando que podía trasladar un sillar que ni treinta hombres habrían podido mover (BRIGUZ Y
BRU, A.G. op. cit., p. 2). BELDA NAVARRO, C. “Santos de fábula. Fantasías hagiográficas en el arte, la oratoria y
el teatro”, Murgetana. 100, 1999, pp. 157-183.
[46] RÉAU, L. Iconografía del arte cristiano. Iconografía de los Santos. t. 2, v.5, Barcelona, 1998, p. 446-447.
[47] Se ha actualizado la ortografía del documento (Recogido por RODRÍGUEZ G. DE CEBALLOS, A., La Iglesia y
el Convento de San Esteban de Salamanca. Estudio documentado de su construcción. Salamanca, 1987, p. 175).
Quiero agradecer al profesor Ruiz Ibáñez sus interesantes sugerencias.

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