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INSTITUTO DE EDUCACIÓN SUPERIOR

TECNOLÓGICO PÚBLICO TÚPAC AMARU DEL CUSCO

GUÍA OFICIAL DE TURISMO

TRABAJO MONOGRAFICO

PLATERIA Y HERALDICA EN LA CIUDAD DEL CUSCO

UNIDAD DIDÁCTICA: Historia del arte Colonial y Virreinal

DOCENTE: Fredy Mario Segura Chara

INTEGRANTES:

Joshua Carrillo Pillco

Jhojan Leon Rodriguez

Cristian Tturo Chaisa

SEMESTRE ACADÉMICO: 2021-IV

CUSCO- PERÚ
INTRODUCCION
ASPECTOS GENERALES
Dentro de la historia del ser humano en la cual este comenzó a
interactuar con organizaciones sociales complejas tubo la
necesidad de pertenecer a ciertos grupos sociales y por ello la
creación de símbolos especiales que los caractericen entre ellos los
tótems o la adoración dentro de un grupo social específico como el
caso de la “venus de willendorf” que era la representación plástica
de la belleza femenina y la que esta representaba la fertilidad , aun
con estos antecedentes históricos los seres humanos siempre
vivimos buscando algún tipo de distinción o rasgo este es el caso de
algunas marcas o tipo de simbología que queda plasmada por
objetos, animales ,cosas, figuras atribuidas a ciertos grupos
sociales como es el caso de ciertas familias a las que se les
atribuye estos tipos de animales o objetos y que se les da una
significante especial que caracteriza a ese grupo social ;
generalmente esto se ve reflejado en como esta familias ven
reflejado estas representaciones en objetos bélicos como es el cas
de las armas .
Las armerías son una clase especial de los emblemas o, si se
prefiere, del lenguaje simbólico. De ello se colige que la Semiología
o Semiótica, es decir la ciencia que estudia los signos en el seno de
la vida social, se nos presenta como el primer marco teórico en el
que poder ubicar la Heráldica correctamente.
En todas las épocas se han utilizado los emblemas como signos de
distinción, porque el afán de diferenciación, y los rangos y las
jerarquías, —entre individuos, familias, profesiones y oficios,
cargos, jurisdicciones, dignidades, territorios y reinos—, han sido
una necesidad sentida por la mayoría de los seres humanos a lo
largo de los siglos-
El uso de estos se ve reflejado por que se usaron para identificar a
los caballeros de las huestes en los campos de batallas en Europa
occidental estos generalmente estaban puestos dentro de las
armaduras o en los cascos y se popularizaron por la evolución el
arte de la guerra y la indumentaria militar, teniendo los primeros
registros de testimonio heráldicos que aparecieron en Aragón.
El nacimiento de la Heráldica coincide con el desarrollo de la épica
de los cantares de gesta, que reflejaban una nueva sensibilidad
literaria y el ambiente refinado y ceremonioso del amor cortés. En
las narraciones del llamado círculo artúrico no faltan episodios
protagonizados por caballeros que exhiben orgullosos sus escudos
de armas.
Aunque al principio los emblemas heráldicos se pintaban
únicamente sobre los escudos defensivos, muy pronto lucieron
también en las gualdrapas de los caballos, así como en edificios y
sepulturas, en sellos, joyeles y muy variados objetos decorativos,
haciéndose hereditarios en determinadas familias. La Heráldica
cumplió entonces su función de reconocimiento interno y externo
del linaje, uniendo su suerte a la de esta peculiar estructura social.

INICIOS DE LA HERALDICA
En esta primera etapa del sistema heráldico solo las personas
físicas eran susceptibles de poseer un emblema de este tipo, no las
personas jurídicas o colectivas y menos los entes territoriales,
fuesen ciudades, señoríos o principados, que carecieran de
soberano o titular correspondiente. En el siglo XIV puede advertirse
el inicio de una lenta y progresiva tendencia desde las armerías
personales a las de dignidad, de modo que empezarán a
identificarse, en algunos casos, con el territorio en el que una
determinada autoridad ejerce su influencia o dominio. Esta
evolución acabará suponiendo la despersonalización de los
emblemas heráldicos, que se harán más abstractos y por ello
susceptibles de convertirse en símbolo común de los habitantes de
una región, país o reino.
Por lo que se refiere a la heráldica eclesiástica, las primitivas armas
de esta clase corresponden a los blasones de la familia del prelado,
puesto que los monasterios, abadías, catedrales, casas de religiosos,
etc., no adoptan escudo de armas, de forma habitual, hasta
principios del siglo XV.
En esta misma centuria, los sellos concejiles de burgos, villas y
ciudades, así como los de las corporaciones de oficios y
hermandades, cuyo contenido gráfico se adaptó a las formas
heráldicas gentilicias ya existentes, aportarían un valioso legado al
sistema emblemático, reforzándolo.
La Heráldica, por tanto, se sirvió de alegorías y símbolos diversos, de
signos religiosos, de representaciones de la Caballería y de las
Ordenes Militares, pero también de cifras, dibujos y criptogramas de
carácter profano procedentes de muy variadas agrupaciones y
actividades humanas, de tal modo que en el siglo XVI era ya el
sistema emblemático por excelencia, conocido y utilizado no solo por
nobles y guerreros sino por multitud de personas, linajes, municipios,
comarcas, feudos y reinos en todo el ámbito europeo De este modo
la Heráldica promovió significados nuevos y referentes distintos de
los mecanismos de semantización ancestrales, con una fuerza
creadora y unas connotaciones estéticas que rivalizaban con otros
códigos semióticos, al situar en escena algunos elementos que
superaban a la palabra, la escritura y el lenguaje gestual en
capacidad comunicativa. Las armerías complementaban lo que otros
discursos institucionales y sociales no eran capaces de transmitir.
El sistema heráldico, así descrito, —una de las creaciones culturales
mejor elaboradas de la Edad Media—, constituye un sistema
emblemático más, junto a otros, como el jeroglífico o el totémico o los
pictogramas y los ideogramas; sin embargo, destaca entre todos
ellos por su gran perfección y desarrollo, que se corresponden con
su difusión y continuidad a lo largo de los siglos
Una diferencia esencial caracteriza a los emblemas heráldicos. Los
signos distintivos de otros grupos suelen aparecer vinculados a un
solo tipo de soporte material, del que son inseparables, y por ello su
posesión está limitada a determinada clase de titulares y su uso a
concretas ocasiones. Por el contrario, los emblemas heráldicos muy
pronto evidenciaron ser susceptibles de cambio de soportes,
dotándose de flexibilidad para adaptarse a aplicaciones diversas:
pinturas, dibujos, sellos de placa,
labras, esculturas, cerámica, muebles, tapices, libros,
encuadernaciones, monedas y medallas, bordados, ex libris,
orfebrería y artes suntuarias, etc. En ellas adquirirán sentidos y
significaciones nuevas que deben ser consideradas parte del sistema
emblemático. La Heráldica aparece por eso cambiante, en una
evolución continua que implica una permanente adaptación a las
circunstancias y el entorno, evitando así quedar petrificadaen el
tiempo y apartada de la realidad presente.

Otra característica de los emblemas heráldicos estriba en su


finalidad principal que no es otra que la de ser exhibidos frente a
terceros e identificar a sus portadores. En ellos se incorpora
siempre, en mayor o menor medida, un valor añadido: el
ornamental, que paralelamente inspira también la existencia y la
evolución de las representaciones. Ambas acciones, emitir una
significación y conseguir un ornato, asociadas según fórmulas muy
diversas, son siempre los cauces por los que las armerías actúan
de lazo transmisor entre quienes las ordenan o poseen y quienes
las contemplan; son, en definitiva, los motivos de su existencia. La
raíz misma del fenómeno exige no solo una contemplación pasiva,
sino una aceptación y comprensión por los demás de aquellas
representaciones plásticas exhibidas. Por eso, en el desarrollo y
eficacia de la Heráldica como instrumento de comunicación y de
transmisión de valores y mitologemas, intervienen no sólo los
propios poseedores de las armerías, sino también las personas
receptoras del lenguaje visual, cuya participación resulta
imprescindible para que su uso arraigue y perdure en la sociedad.
Dicho todo esto, debe aceptarse sin reparos la sistematicidad de la
Heráldica, entendida como conjunto de signos entre los cuales se
pueden establecer relaciones. Sabemos que todo signo lingüístico
tiene dos caras, el significante o parte material del signo y el
significado o imagen mental que el significante proyecta. El escudo
heráldico, como significante, es un diseño gráfico, un objeto
artístico, una forma icónica con líneas y colores; como significado
es la representación de un linaje, de una ciudad, de un Estado o de
una corporación. El significante es comúnmente concebido como el
material o la forma física del signo, es algo que puede ser percibido
por alguno de los sentidos del hombre. El significado, por contra, es
una construcción ideológica, el concepto o referente que el
significante representa. Un individuo no puede entender un signo
sin apelar a un sistema aprendido socialmente que da sentido a
dicha percepción. De este modo, las armerías nos hablan en la
medida que una tradición nos ha enseñado a leerlas. Además, las
armerías sugieren más que expresan y permiten ser interpretadas
en diversos órdenes o planos de la realidad. Estos diferentes
sentidos interpretativos no se excluyen, sino que se integran en la
armonía de un mismo conocimiento sistémico.
Si bien la Heráldica se instaló como un sistema de comunicación
integral, como un modelo perfecto y acabado de referencias
semióticas, el primitivo origen o atribución de los escudos de armas,
en la mayoría de los casos, fue puramente caprichoso. Surgieron de
una manera libre y al perfeccionarse su uso fue cuando quedaron
sujetos a unas reglas de diseño y a unos protocolos de concesión.
En cierto modo, la Heráldica constituyó un experimento con los
signos. Su objetivo era alterar los modos clásicos de relación entre
los diferentes circuitos de semiotización, difundirlos en aquellos
grupos que hasta el momento habían permanecido distanciados de
su influencia, y con todo ello asegurar el control de la producción
emblemática a los especialistas, es decir, a los heraldos, reyes de
armas, farautes y persevantes, oficios que tras un proceso de
institucionalización llegarían a adquirir relevantes cometidos
palatinos y diplomáticos, asegurando su participación en los ritos de
legitimación en los cuales se condensaba el imaginario caballeresco
y el ideario de la monarquía cristiana, —coronaciones,
proclamaciones y funerales regios, ceremonias de armar caballeros,
justas y torneos, concesión de órdenes de caballería y divisas, etc.
—, para centrarse en una etapa más tardía casi exclusivamente en
la expedición y registro de certificaciones de genealogía, nobleza y
armas
Lamentablemente, durante centurias las obras dedicadas a los
emblemas heráldicos se alejaron de los usos reales de la época.
Son textos encorsetados, que discurren sobre abstracciones
teóricas o fetichismos legales, orillando por completo la realidad
pasada y presente. Los autores pretendían exponer cómo debía ser
el sistema heráldico según su discutible y particular criterio; no
cómo realmente era, ni mucho menos por qué era así, que son los
interrogantes que verdaderamente han de interesar al historiador.
Con las naturales diferencias, todas las obras posteriores
mantienen esta obsesión didáctica están dirigidas más a enseñar un
uso pretendidamente correcto del sistema heráldico que a exponer
propiamente cómo se habían formado y evolucionado las armerías.
Este proceso de configuración de un corpus heráldico desligado de
la realidad y no dependiente de ésta concluirá en los tratadistas de
la ciencia del blasón y en los reyes de armas del siglo XIX, cuyos
tópicos y extravagancias resumen todos los dislates formulados por
sus predecesores, dejando a salvo unas pocas excepciones, desde
el siglo XIV. La orientación arcaizante en el estudio de las armerías
familiares, lejos de corregirse, se consolida en la España isabelina,
impulsada por el interés que el romanticismo historicista despierta
hacia la antigüedad medieval, coincidiendo, curiosamente, con la
consagración definitiva de las armas nacionales tras la Revolución
de 1868, en que las armas del soberano dejan de representarle en
exclusiva para identificar a la nación misma, con lo que puede
considerarse culminado el proceso que conduce de la Heráldica
individual a la colectiva Contribuyeron sin duda a esta degeneración
heráldica el rebuscamiento de los memoriales nobiliarios y las
fabulaciones de muchas de las certificaciones expedidas por dichos
reyes de armas. En ambos casos, para ensalzar la nobleza de
familias con pretensiones y orígenes no demasiado lustrosos, se
recurría a urdir las más inverosímiles genealogías y a la explicación
de los escudos como recuerdo de hechos portentosos y no menos
increíbles. Porque todas las armerías, se pensaba, debían tener un
origen de esta clase; en sus figuras y esmaltes se había de leer una
acción heroica, como se suponía reflejaban las armas de los reyes
de Aragón y de Navarra, según las conocidas leyendas, entonces
generalmente admitidas.

HERALDICA EN EL PERU :

 En el Perú y en España, sólo los miembros de la clase


noble tenían derecho a llevar escudos de armas. Los reyes
premiaban a las personas que llevaron a cabo un acto
heroico, hicieron un logro notable, o tenían una posición
prominente en el gobierno mediante la concesión de un
título nobiliario y el derecho a usar un escudo de armas.
Estas subvenciones fueron documentadas y pueden incluir:
Registros de censos (censos). Los censos fueron
compilados a menudo para determinar quienes estaban
exentos de los impuestos comuneros y de la conscripción
militar, dos beneficios del estado de Hidalgo. Estos
registros de censos están generalmente disponibles en los
ayuntamientos locales.
 Informes Genealógicos (Informaciones genealógicas) y la
pureza de los informes de sangre (Limpiezas de sangre).
Estos informes sirven como prueba de nobleza para que el
hidalgo pudiera ingresar a una orden fraternal noble u
obtener un cargo en el gobierno. Estos informes están
disponibles en los archivos municipales de España y
Portugal, así como en los archivos de las principales
capitales de América Latina colonial

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