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26 de mayo de 2020
El mundo de la cuarentena de la covid-42
Después de las luces azules del cilindro desinfectante llegan las luces rojas, las
cazadoras. Se usan para atrapar rebeldes y sobre todo protestantes, aquellos que
quieren liberarnos, los que creen que nuestro destino es injusto. Hacen reuniones
secretas, se dice; diseñan trajes para burlar a las cazadoras. El covid-42 ataca los
órganos vitales y la única solución, la única cura, son los transplantes; los inmunes
somos los donantes. Los inmunes somos poquísimos y muy valiosos. Todo puede
clonarse, claro, la comida y los animales y las personas, pero no pueden
clonarnos a nosotros ni a nuestros órganos. Los investigadores no saben por qué
y trabajan sin descanso y sin resultados. Los protestantes creen que se trata de
intervención divina, de un milagro, y que es nuestro derecho vivir en el mundo: no
tenemos por qué ser la reserva orgánica de la inmensa mayoría que se enferma. A
veces hackean las redes; hace cinco años un grupo intentó ingresar al Edificio
Cuatro. Ahora ya casi no hay protestantes activos. De todos modos, los rayos
rojos recorren la ciudad cada noche: detectan los movimientos físicos no
controlados. Las luces rojas son tan hermosas como el cilindro pero mucho más
emocionantes. Se meten en rincones, iluminan sombras movedizas, se deslizan
como gotas en una pared húmeda. A veces la ciudad parece arder y otras bailar.