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COMENTARIO DE TEXTO

Las palabras
El enorme caudal de palabras que desde la mañana a la noche vierten los políticos, los
jerarcas eclesiásticos, los líderes de opinión y cualquier pelanas de lengua larga con un
micrófono en la mano, constituye una selva oscura e intrincada en la que uno debe abrirse
paso a machete a lo largo del día para no perecer asfixiado. Lo llamamos información,
pero nunca como hoy este derecho inalienable ha causado en los ciudadanos tanta
angustia y confusión. Las noticias se han convertido en pócimas inoculadas con una dosis
de veneno y falsedad a partes iguales. Cualquiera que haya pasado algún tiempo en la
selva virgen sabe que la jungla está llena de sonidos que llegan de todos lados y de
ninguno. El hervor convulso que emiten las noticias a través de la radio, la televisión, las
redes y plataformas es semejante al bullicio que producen en la selva los insectos en
busca de alimento, las aves de todos los colores que cantan para seducir a la pareja, los
orgasmos de las alimañas cuando copulan, las fieras mientras persiguen y devoran a la
presa, los monos que ríen y gritan sin ningún significado. Y Tarzán si le da por hacer
gárgaras. En la selva algunas serpientes venenosas también saben tocar el arpa. Las
palabras son vibraciones del aire que se originan en diversas partes del cuerpo de quien
las pronuncia. Las palabras que el ciudadano subalterno se ve obligado a oír cada día
como un castigo en la jauría de los medios, todas llevan su sello de origen, de modo que
no es difícil discernir cuándo un político te habla desde el cerebro, el hígado o los
genitales, o si un líder de opinión lo hace desde la mente, el corazón, el estómago o el
intestino ciego. Una vez liberadas, a muchas palabras se las lleva el viento, pero las hay
que matan cuando se disparan como balas y algunas forman un dogal alrededor del
cuello de su dueño y acaban por estrangularlo.

Manuel Vicent, 31 de enero de 2021

1. Indica las ideas del texto y explica su organización.


2. Tema y resumen.
3. Comentario crítico.
COMENTARIO DE TEXTO

Las sombras

Ningún atleta es capaz de saltar ni un centímetro más allá de su propia sombra. Esta es la
primera lección que imparte la vida. Por muy poderosa que sea la zancada que la
ambición te obligue a dar, nunca lograrás sobrepasar la línea de sombra que tu cuerpo
proyecta. Puede que, de joven, cuando todos los sueños parecen posibles, llegues a
imaginar que un día lograrás librarte de ese negativo de tu imagen que te sigue como un
fantasma oscuro adondequiera que vayas. Hasta aquí no más, esta es tu medida, más
allá de tu sombra solo está el abismo, parece advertirte ese fantasma. Pero la sombra no
solo obedece a leyes físicas. También es un atributo moral que uno proyecta desde el
espíritu. Y así como hay artistas, escritores, políticos y gente anónima que rompen el
principio de Arquímedes, puesto que desalojan mucho más de lo que pesan, del mismo
modo, los hay que arrojan una sombra desmesurada, que no se corresponde con la
dimensión real de su persona. ¿Qué es la vida? Sombras nada más, dice la canción.
También lo dice Platón en el mito de la caverna en la que permanecemos encadenados
frente a un muro donde se reflejan las confusas imágenes proyectadas por la luz que llega
del exterior. De esos fantasmas nos alimentamos. Existen tipos con muy mala sombra.
Son esa clase de individuos en apariencia bondadosos e inofensivos quienes al cruzar de
noche por un callejón la sombra los delata, ya que la luz de las farolas proyecta su figura
puntiaguda en la pared en forma de vampiro; en cambio, existen otras personas alegres,
felices y anárquicas que dilatan en el aire una sombra verde y luminosa hasta el punto
que uno bajo su amparo podría dormir la siesta en una hamaca. Que la sombra no te
mate, he aquí la cuestión, como es el caso de tantos seres hambrientos de gloria, que un
día intentaron saltar más allá de su sombra y se despeñaron en el vacío.

Manuel Vicent, 21 de febrero de 2021

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2. Tema y resumen.
3. Comentario crítico.
COMENTARIO DE TEXTO

Horizonte

Si durante una travesía por mar te sorprende una borrasca y empiezas a marearte, he
aquí algunos consejos que deberías seguir para no echar la papilla por la borda: trata de
olvidar el oleaje y el propio barco en el que navegas; levanta la mirada, fíjala en un punto
del horizonte y concentra en ese punto tu mente imaginando mares en calma, bahías
azules y playas doradas. ¿Quién no tiene en su memoria un puerto feliz donde
refugiarse? Aquel mar de la infancia contigo desnudo a pleno sol con el gorro de tela
blanco construyendo un castillo en la arena; el mar de la niñez en el que te sentiste héroe
al desafiar las olas por primera vez; el mar de la adolescencia y la bicicleta que te llevaba
a la playa y a todos los mares del sur que señalabas con el dedo en el atlas; el mar de los
20 años, cuando descubriste que la isla del tesoro era aquella terraza donde ella te
esperaba con el pelo empapado al salir del agua. Si en una travesía la tempestad levanta
una mar arbolada, en plena zozobra primero temerás morirte y luego aun peor, temerás
no morirte, como se advierte en los libros de navegación. En ese caso también el patrón
del barco podría marearse. Lo sabrás si en lugar de dar las órdenes tajantes e inapelables
en presente de indicativo, comienza a darlas en subjuntivo: habría que ponerse el
salvavidas, sería bueno hacer dos rizos en la mayor. Este episodio es similar a la congoja,
al vómito y a la confusión que produce la pandemia. En este caso sirve el mismo consejo:
no atiendas al oleaje de cifras de muertos, a la curva de contagios, a las órdenes
condicionales que te dan los políticos, fija la mirada en el futuro, concentra tu pensamiento
en los días felices que en tu imaginación están todavía por llegar en otros veranos.
¿Quién no es capaz de levantar los ojos sobre la extensión de tantos féretros y ver una
radiante salida del sol en el horizonte?

Manuel Vicent, 14 de febrero de 2021

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COMENTARIO DE TEXTO

Las mujeres

Las primeras deidades fueron todas femeninas. Eran maternidades de anchas caderas,
vientre abultado y dos fuentes nutricias brotando del pecho. Así aparecen representadas
en los primitivos ídolos africanos, en las terracotas cretenses y etruscas. En cambio, en el
Olimpo, las diosas y ninfas ya estaban sometidas al acoso machista y caprichoso de
Zeus. Fueron mujeres las primeras hechiceras que en la religión animista intermediaban
con las fuerzas oscuras de la naturaleza. La hembra es la médium genuina, una innata
sacerdotisa, puesto que todos hemos llegado a este mundo atravesando su cuerpo. En
cambio, la Iglesia católica no ha logrado sacudirse de encima la profunda neurosis que le
provoca el cuerpo femenino hasta el punto de erradicarle el sexo a la madre de Dios y de
convertir el celibato eclesiástico en un albañal de pederastia. Fueron mujeres las que,
mientras los hombres se dedicaban a cazar bisontes y venados, se limitaban a recrearlos
en las paredes de la gruta. En cambio, lejos de ser consideradas las primeras artistas,
autoras de la pintura rupestre, solo el desnudo femenino ha constituido como modelo una
voluptuosa obsesión en la historia del arte. Fueron mujeres las que en el Neolítico
comenzaron a guisar, y desde entonces a lo largo de 10.000 años no han abandonado la
cocina. En cambio, son hombres los que han acaparado la cultura culinaria mientras las
mujeres han sido relegadas a servir la mesa y a fregar los platos. Fueron mujeres las que
desde la noche de los tiempos no han hecho sino hilar, coser y bordar, pero son los
modistos quienes dictaminan cómo hay que vestir. Pese a que desde el Neolítico está
luchando por su liberación, la mujer es esa criatura absolutamente resistente que por muy
torpe, infeliz e inútil, sano o enfermo, inteligente o idiota que sea el hombre, ella siempre
estará a su lado para enseñarle a vivir.

Manuel Vicent, 7 de marzo de 2021

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