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Hoy por hoy en el mundo de la ciencia, el tema de la interdisciplina se ha vuelto lugar común.

La
interdisciplina “es un campo de estudio que cruza los límites tradicionales entre varias disciplinas
académicas, o entre varias escuelas de pensamiento, por el surgimiento de nuevas necesidades o del
desarrollo de nuevos enfoques teóricos o técnicos” (Wikipedia).
La interdisciplina es esencialmente una transgresión. Esta acción se realiza a contracorriente de la
especialización y aboga por la integración, no la fragmentación, del conocimiento, y constituye una
de las principales tesis del llamado pensamiento complejo. En su monumental obra La estructura de
las revoluciones cient í ficas, Thomas Kuhn fundamentó la idea de que el conocimiento científico
avanza como una sucesión de paradigmas que van mutando a lo largo del tiempo. Un estado de
“ciencia normal” presenta anomalías, en seguida entra en crisis, hasta que su paradigma es
sustituido por uno nuevo. Hoy la ciencia vive una crisis y un cambio de paradigma.
La interdisciplina obedece a la necesidad de articular conocimientos más integradores o generales
tras muchas décadas de especialización, es decir, del dominio de las monodisciplinas. La
interdisciplina es hoy pregonada por las principales contracorrientes científicas tales como el
pensamiento complejo (E. Morin, 1990, y F. Capra, 1998), los sistemas complejos (R. García,
1996), la complejidad ambiental (E. Leff, 2000), la ciencia posnormal (Funtowicz y Ravetz, 1993),
las epistemologías del sur (De Sousa Santos, 2000), la ciencia acción participativa, etcétera.

Debemos a C. S. Holling (1930-2019) una reflexión iluminadora sobre la


interdisciplinariedad en su tratamiento sobre las dos visiones que han puesto a la ciencia en
plena transición. En un ensayo seminal sobre los dos enfoques de la ecología, Holling
(1998) deja claramente definidas las dos visiones que hoy enmarcan el trabajo de los
científicos contemporáneos. Por un lado está el enfoque analítico, que él denomina la
“ciencia de las partes”, y por el otro el enfoque integrador, al que llama la “ciencia de la
integración de las partes”.

El primero aporta los ladrillos y el segundo el diseño arquitectónico. El primero es analítico


y esencialmente experimental, reduccionista y monodisciplinario. Normalmente trabaja a
una sola escala. El segundo enfoque es intregrador, sistémico, multiescalar,
fundamentalmente interdisciplinario y capaz de combinar múltiples fuentes de evidencias.
Integra la incertidumbre y la sorpresa como parte de las posibles respuestas.

Holling establece este brillante principio: “Tanto la ciencia de las partes como la ciencia de
la integración de las partes son esenciales para la comprensión y la acción. Aquellos
investigadores que se sientan más cómodos trabajando en sólo uno de los dos enfoques
tienen, sin embargo, la responsabilidad de aceptar y comprender la existencia del otro. De
lo contrario se corre el peligro de que la ciencia de las partes caiga en la trampa de ofrecer
respuestas precisas a preguntas equivocadas, y la ciencia de la integración de las partes a
formular respuestas sin sentido a preguntas correctas”.

El apotegma anterior abre una nueva perspectiva: la de la “orquestación del conocimiento”.


Y aquí la ciencia termina transitando hacia una metáfora que recuerda la estructura y
función de una orquesta sinfónica, donde es el ensamble de cada uno de los sonidos
provenientes de toda una gama de instrumentos, tocados por toda una variedad de músicos,
los que logren generar una obra musical bajo un marco ordenador diseñado por el autor de
la obra y bajo la batuta de un director.
Dos ejemplos notables de esta nueva fase de la ciencia son: el IPCC (International Program
on Climate Change), fundado en 1988 por Naciones Unidas, y la Base de Datos sobre la
Desigualdad Global, creada en 2011 en París, Francia. El IPCC se dedica a facilitar
evaluaciones integrales del estado de los conocimientos científicos, técnicos y
socioeconómicos sobre el cambio climático, sus causas, posibles repercusiones y estrategias
de respuesta, y a ponerlas de forma lo más accesible posible a la opinión pública, y
especialmente a quienes toman decisiones. A la fecha, el IPCC ha generado cinco reportes
en la que han participado varios miles de investigadores. El sexto reporte que será
publicado a finales de 2022 incluye tres equipos de trabajo en los que colaboran unos 800
investigadores de unos 70 países (https://www.ipcc.ch/languages-2/spanish/). El
Laboratorio de la Desigualdad, por su parte, encabezado por Thomas Piketty, en el que
trabajan unos 100 investigadores de 80 países (ver Piketty, 2021, Una breve historia de la
igualdad), se dedica a analizar con base en datos estadísticos la historia de las
desigualdades entre 1780 y el presente. Dos casos de la nueva era del conocimiento, de la
ciencia como sinfonía.

Estamos viviendo el pináculo o la cresta de la corrupción en el mundo. El uso y abuso del poder
político y económico, del conocimiento o de la posición jerárquica. La lista incluye empresarios,
magnates, banqueros, empleados públicos, presidentes y primeros ministros, reyes, príncipes y
princesas, sacerdotes, obispos y arzobispos, diplomáticos, rectores, gente de deportes, arte y ciencia
y un largo etcétera. Este fenómeno coincide con la máxima concentración de riqueza en la historia
representada por las ganancias de las corporaciones automovilísticas, petroleras, carboníferas,
nucleares, mineras, alimentarias, farmacéuticas, químicas, agroquímicas, biotecnológicas,
cementeras, turísticas, metalúrgicas, de telecomunicaciones, armamentísticas y demás. Para llegar a
ello el poder corporativo fue poniendo a su servicio el conocimiento científico y técnico de cada
rama y ello supuso la creación de un ejército de investigadores especializados, capaces de atender
eficientemente fracciones del conocimiento, sin poner en duda sus implicaciones éticas ni sus
riesgos para la humanidad o el entorno planetario. Esta tecnociencia con investigadores obedientes
fue lograda por la imposición de un dogma: “todo conocimiento científico y técnico es moralmente
bueno, pues sólo hay una Ciencia, inmaculada y al servicio del desarrollo, la paz y la humanidad”.
En las últimas décadas las corporaciones no sólo consolidaron sus propios cuerpos de ciencia y
tecnología, sino que fueron penetrando, cooptando y poniendo a su servicio la ciencia realizada
desde las universidades y tecnológicos públicos y privados y las instituciones gubernamentales

C
omo lo mostramos en nuestra entrega anterior (https://www.jornada.com.mx/2022/
09/20/opinion/017a2pol), estamos ya en una nueva era del conocimiento integrado e
integrador. Hoy la ciencia vive una crisis y un cambio de paradigma, donde la
interdisciplina que obedece a la necesidad de articular conocimientos más integradores o
generales tras muchas décadas de especialización, se ha convertido en una práctica común
de las exploraciones científicas. Pero este impulso contra la fragmentación del
conocimiento que es exclusivo de la ciencia ha dado un paso más, y ahora busca abarcar
también al arte, a la filosofía y a las humanidades. Es lo que se conoce como
transdisciplina.
La transdisciplina busca armar proyectos para solucionar problemas en los que
participen científicos y técnicos, artistas, filósofos (incluyendo teólogos) y los afectados
mismos, con sus propios saberes y experiencias. Se trata de acciones multiactorales y
multiculturales. Se trata de trascender los límites de la ciencia, es decir, considerarla una
manera más, no la única, de aprehender la realidad, y de generar un conocimiento
emergente que implique a toda una gama de actores. Su origen formal se remonta a la
llamada Carta de la Transdisciplinariedad (Convento de Arrábida, Portugal, 1994), que
emitió un conjunto de principios fundamentales y un contrato moral que todo signatario
hizo consigo mismo, fuera de toda coacción jurídica e institucional. La declaración fue
signada por 60 intelectuales, entre los que destacan Edgar Morin y Basarab Nicolescu, e
incluyó seis supuestos y 14 artículos cuya clarividencia merece mucho ser conocida
(ver: https://www.academia.edu/29980127/ Carta_de_la_transdisciplinariedad). Algunos de
sus preceptos más brillantes, considerando que fueron formulados hace casi 30 años, son
los siguientes:

“La proliferación actual de las disciplinas académicas y no-académicas conducen a un


crecimiento exponencial del saber que hace imposible toda mirada global del ser humano…
Sólo una inteligencia que dé cuenta de la dimensión planetaria de los conflictos actuales
podrá hacer frente a la complejidad de nuestro mundo y al desafío contemporáneo de la
autodestrucción material y espiritual de nuestra especie… La vida está seriamente
amenazada por una tecnociencia triunfante, que sólo obedece a la lógica horrorosa de la
eficacia por la eficacia… El crecimiento de los saberes, sin precedente en la historia,
aumenta la desigualdad entre aquellos que los poseen y los que carecen de ellos,
engendrando así desigualdades crecientes en el seno de los pueblos y entre las naciones de
nuestro planeta”.

Hoy casi tres décadas después, la transdisciplina aparece cada vez con más frecuencia
de manera implícita o explícita, pues muchas iniciativas y proyectos que son de carácter
transdiciplinario se desarrollan sin saberlo. Hoy existen revistas sobre el tema y se han
realizado ya varios encuentros internacionales. Entre los autores que han escrito sobre el
tema se pueden citar a M. Max-Neef, Tomás Rodríguez-Villasante y especialmente a B.
Nicolescu, quien ha escrito un Manifiesto por la Transdisciplina. Termino este breve
artículo citando a ese último autor en su visión optimista sobre el papel del conocimiento:

“Por primera vez en su historia, la humanidad tiene la posibilidad de autodestruirse,


completamente, sin ninguna posibilidad de regreso. Esta autodestrucción potencial de la
especie humana tiene una triple dimensión: material, biológica y espiritual.
Paradójicamente, todo está listo para nuestra autodestrucción, pero a la vez todo está
también en su lugar para una mutación positiva, comparable a las grandes vueltas de la
historia. El desafío de autodestrucción tiene su contrapartida de esperanza, de
autonacimiento. El desafío planetario de la muerte tiene su contrapartida en una conciencia
visionaria, transpersonal y planetaria, que se nutre del crecimiento fabuloso del saber. Los
investigadores transdisciplinarios aparecen cada vez más como encausadores de la
esperanza ”.
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oy por hoy en el mundo de la ciencia, el tema de la interdisciplina se ha vuelto lugar


común. La interdisciplina es un campo de estudio que cruza los límites tradicionales entre
varias disciplinas académicas, o entre varias escuelas de pensamiento, por el surgimiento de
nuevas necesidades o del desarrollo de nuevos enfoques teóricos o técnicos (Wikipedia). La
interdisciplina es esencialmente una transgresión. Esta acción se realiza a contracorriente de
la especialización y aboga por la integración, no la fragmentación, del conocimiento, y
constituye una de las principales tesis del llamado pensamiento complejo. En su
monumental obra La estructura de las revoluciones cient í ficas, Thomas Kuhn fundamentó
la idea de que el conocimiento científico avanza como una sucesión de paradigmas que van
mutando a lo largo del tiempo. Un estado de ciencia normal presenta anomalías, en seguida
entra en crisis, hasta que su paradigma es sustituido por uno nuevo. Hoy la ciencia vive una
crisis y un cambio de paradigma. La interdisciplina obedece a la necesidad de articular
conocimientos más integradores o generales tras muchas décadas de especialización, es
decir, del dominio de las monodisciplinas. La interdisciplina es hoy pregonada por las
principales contracorrientes científicas tales como el pensamiento complejo (E. Morin,
1990, y F. Capra, 1998), los sistemas complejos (R. García, 1996), la complejidad
ambiental (E. Leff, 2000), la ciencia posnormal (Funtowicz y Ravetz, 1993), las
epistemologías del sur (De Sousa Santos, 2000), la ciencia acción participativa, etcétera.

Debemos a C. S. Holling (1930-2019) una reflexión iluminadora sobre la


interdisciplinariedad en su tratamiento sobre las dos visiones que han puesto a la ciencia en
plena transición. En un ensayo seminal sobre los dos enfoques de la ecología, Holling
(1998) deja claramente definidas las dos visiones que hoy enmarcan el trabajo de los
científicos contemporáneos. Por un lado está el enfoque analítico, que él denomina
la ciencia de las partes, y por el otro el enfoque integrador, al que llama la ciencia de la
integración de las partes. El primero aporta los ladrillos y el segundo el diseño
arquitectónico. El primero es analítico y esencialmente experimental, reduccionista y
monodisciplinario. Normalmente trabaja a una sola escala. El segundo enfoque es
intregrador, sistémico, multiescalar, fundamentalmente interdisciplinario y capaz de
combinar múltiples fuentes de evidencias. Integra la incertidumbre y la sorpresa como parte
de las posibles respuestas.

Holling establece este brillante principio: Tanto la ciencia de las partes como la ciencia
de la integración de las partes son esenciales para la comprensión y la acción. Aquellos
investigadores que se sientan más cómodos trabajando en sólo uno de los dos enfoques
tienen, sin embargo, la responsabilidad de aceptar y comprender la existencia del otro. De
lo contrario se corre el peligro de que la ciencia de las partes caiga en la trampa de ofrecer
respuestas precisas a preguntas equivocadas, y la ciencia de la integración de las partes a
formular respuestas sin sentido a preguntas correctas.

El apotegma anterior abre una nueva perspectiva: la de la orquestación del


conocimiento. Y aquí la ciencia termina transitando hacia una metáfora que recuerda la
estructura y función de una orquesta sinfónica, donde es el ensamble de cada uno de los
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músicos, los que logren generar una obra musical bajo un marco ordenador diseñado por el
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Dos ejemplos notables de esta nueva fase de la ciencia son: el IPCC (International
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sobre la Desigualdad Global, creada en 2011 en París, Francia. El IPCC se dedica a facilitar
evaluaciones integrales del estado de los conocimientos científicos, técnicos y
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en la que han participado varios miles de investigadores. El sexto reporte que será
publicado a finales de 2022 incluye tres equipos de trabajo en los que colaboran unos 800
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trabajan unos 100 investigadores de 80 países (ver Piketty, 2021, Una breve historia de la
igualdad), se dedica a analizar con base en datos estadísticos la historia de las
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