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Las causas por las que Atila optó entonces por dirigir sus saqueos sobre Occidente no son
claras: tal vez porque estaba encontrando mayores dificultades en Oriente y porque el ejemplo
vándalo le hizo pensar en fundar un reino que incluyera territorios imperiales muy extensos,
haciendo entrar bajo su cetro a los visigodos de Tolosa. Sin embargo, el ataque frontal sobre la
Galia lanzado por el enorme ejército de Atila encontró cruel respuesta en la batalla de los
Campos Catalaúnicos del 20 de junio del 451.
La rota de Atila también se conoce con el nombre de "batalla de las naciones”, pues el ejército
romano que combatió en ella basaba una buena parte de su poder en las tropas federadas de los
visigodos de Tolosa, comandadas por su rey Teodorico I (418-451), que murió en el combate.
Sin embargo, el fin del peligro de los hunos no desaparecía sino con la muerte de Atila en el
453, puesto que en el 452 habría intentado una peligrosa invasión en Italia.
1.4.4. La liquidación del poder imperial (454-476)
La victoria sobre Atila había puesto al descubierto las bases del poder imperial en Occidente:
éste se basaba esencialmente en las alianzas personales y dinásticas que los emperadores y
generales romanos fueran capaces de mantener con los reyes bárbaros asentados en las Galias y
con la poderosa nobleza hispano-gala. En esos momentos ambas cosas habían descansado en
Ecio y en el legitimismo teodosiano que representaba Valentiniano III.
Intrigas cortesanas acabaron violentamente con el primero en el 454 y con el segundo en el 455.
A partir de entonces las cosas tomarían un rumbo muy distinto: de consolidación definitiva de
los reinos germánicos y de desaparición del poder central del Imperio. En las Españas y las
Galias esta última tendencia se reforzaría tras el fracaso de Ávito (455-456) como emperador.
Era éste un senador galo perteneciente al mismo grupo nobiliario que la desaparecida dinastía,
que contó con el apoyo de los federados visigodos de Tolosa, pero que fracasó ante la oposición
de buena parte de la nobleza senatorial romana y del ejército de Italia, que comenzaba a estar
dominado por un suboficial de Ecio, el suevovisigodo Ricimiro (456-472). Sería precisamente
éste el responsable de la deposición y muerte de Mayoriano (457-465).
Era éste un militar romano elevado a la púrpura por el propio Ricimiro, y que por última vez
habría intentado una restauración del poder imperial fuera de Italia. Pero, tras restablecer el
dominio en la Galia mediterránea y en las zonas mediterráneas hispánicas, fracasó en su intento
de atacar al Reino vándalo con una expedición marítima desde Cartagena (460).
El final de Mayoriano supuso prácticamente el de toda esperanza de restauración del poder
imperial en las Galias y las Españas, pues éste habría sido el último emperador en contar con el
apoyo de la nobleza senatorial de ambas, vinculada anteriormente con la casa de Teodosio. A
partir de entonces los miembros de ésta o intentarían una aventura de práctica independencia del
Imperio, como fue el caso de Egidio (481-465) y su hijo Siagrio (465-487) en la Galia
septentrional, o comenzaron a reconocer el dominio de los visigodos de Tolosa como la mejor
forma de defender sus intereses.
Así los reyes visigodos Teodorico II (453-466) y su hermano y sucesor Eurico (466-484)
lograron extender su efectiva área de dominio a la Provenza y hasta el Loira en las Galias;
mientras en la península Ibérica lograrían constituir a partir del 456 un eje estratégico de poder
entre Barcelona-Toledo-Mérida-Sevilla y, en la submeseta norte, obligando a la Monarquía
sueva a reconocer su superioridad, impidiéndole cualquier posible extensión hacia el este y el
sur.
Mientras tanto lo que quedaba de gobierno imperial central se fue reduciendo cada vez más a la
sola península Italiana, y a merced de los generales del ejército de maniobras en ella
estacionado, compuesto cada vez más por soldados de origen bárbaro unidos a aquellos por
lazos de fidelidad de tipo germánico ("séquitos militares").
Entre ellos ejerció un indiscutido predominio Ricimiro, hasta su muerte en el 472. Las mismas
debilidades militares de éste y la necesidad de reconquistar la vital África motivó su
acercamiento al gobierno de Constantinopla, aceptando apoyar como emperador al oriental
Antemio (467-472). Pero el fracaso de la gran expedición constantinopolitana contra los
vándalos (467) y la firma de una paz perpetua entre éstos y el nuevo emperador oriental Zenón
(474-491), supuso la deposición y muerte de Antemio.
El inmediato fallecimiento de Ricimiro hizo que otros intentaran heredar su posición
hegemónica en el ejército imperial y en Italia. Entre estos destacaría el general romano Orestes,
que en el 475 colocó en el trono imperial a su propio hijo, el todavía niño Rómulo, llamado
Augústulo despectivamente por su contemporáneos.
Pero se trataba de un ejército debilitado, más dividido e indisciplinado ante las dificultades del
gobierno para satisfacer sus demandas salariales. Por eso unas facciones del mismo buscarían el
apoyo del gobierno de Constantinopla, aceptando emperadores nombrados por aquel, como
Julio Nepote (474-480). Mentras otras buscarían el del rey burgundio Gundovado, eligiendo a
emperadores fantasmales como Olibrio (472) y Clicerio (473-480).
Cuando en el 476 el general Odoacro, de origen esciro, mató a Orestes, depuso a su hijo y envió
las insignias imperiales al emperador de Constantinopla, Zenón, casi nadie pensó que algo
nuevo había sucedido. Sin embargo, el ejército itálico en que se apoyó Odoacro se encontraba
compuesto casi de tropas de origen bárbaro; y éstas le habían elegido como rey suyo con el fin
de que, constituyéndose una nueva “monarquía militar” a la manera de otras germánicas,
solucionara también de igual modo su problema económico y social: asignando a sus jefes y
oficiales unas tierras sobre las que recaudar sus impuestos fiscales y sus rentas dominicales,
exactamente como con anterioridad se había procedido al constituirse los reinos federados de
visigodos y burgundios.
Por lo demás, en Occidente nadie se preocupó mucho de esta desaparición de facto del gobierno
imperial en Galia y del acto de fuerza de Odoacro. Salvo tal vez el rey visigodo Eurico que trató
en vano de apoyar militarmente el gobierno del oriental ausente Julio Nepote; a cambio de ello
este último debió reconocerle poco antes su completo dominio sobre el sur y centro de las
Galias y sobre la España oriental. Con ello se completaba el final del Imperio en Europa
occidental.
Lo que para entonces no obedecía a algún rey germánico eran núcleos aislados y periféricos
gobernados por aristocracias locales, generalmente urbanas; aunque la mayoría de estas habían
optado ya por reconocer a los nuevos reinos romano-germánicos, como hiciera Sidonio Apolinar
y sus amigos de la Auverna en el 477.
2. Reinos romano-germánicos — (siglos IV-VIII)
2.1. La Europa merovingia
2.1.1. El origen de los merovingios
La situación existente en las Galias en el momento de la desaparición definitiva del gobierno
imperial en Occidente era heterogénea, aunque en gran parte obedecía a la fundamental
distinción entre una Galia septentrional y otra meridional. Además, uno de los resultados de la
ruptura de la frontera del Rin había sido que el gran río se convirtiera no en frontera, sino en eje
de un espacio sociopolítico en el que se incluían los territorios septentrionales de la antigua
Galia romana. Este acontecimiento, que venía a borrar en parte quinientos años de historia,
había sido la consecuencia de las invasiones francas.
El origen de los francos es una de las cuestiones más debatidas entre los estudiosos. A diferencia
de las grandes estirpes de los germanos orientales, los eruditos de tiempos de las invasiones no
tenían claro el origen de los francos. A finales del siglo VI, Gregorio de Tours, el primer
sistematizador de la historia franca, los hizo venir de Panonia, para así relacionarlos con San
Martín, el patrono celestial de su diócesis; y medio siglo después, Fredegario convirtió a sus
reyes en descendientes directos del mítico Príamo de Troya, siguiendo una tradición culta que
deseaba subrayar los lazos entre éstos y Roma. Lo cierto es que su nombre —que significa “los
hombres libres"— expresa a las claras que su etnogénesis se produjo a partir de grupos étnicos
fragmentados. Como otras grandes estirpes de los germanos occidentales, la etnogénesis franca
no se produjo con el surgimiento de una "Monarquía militar”, sino mediante la formación de
una liga que agrupaba a diversas “soberanías señoriales”. Su coagulación se haría en la región
del bajo Rin no antes de finales del siglo III, cuando por vez primera aparecen mencionados en
las fuentes clásicas como un pueblo de vocación marinera, tal vez como consecuencia de la
progresión sajona hacia el oeste. Allí acabaría por englobar a toda una serie de etnias
transrenanas, cuyos nombres pudieron conservarse en algunos de los grupos de la nueva liga
franca (camavos, catuarios, brúcteros, salios, usipetes, tencteros, tubantes y ampsivarios). Más
retardatarios que otros grupos germanos, el desarrollo entre los francos de una progresista
aristocracia guerrera, basada en sus séquitos armados, sólo sería una realidad ya bien entrado el
siglo IV, habiendo tenido en ello mucho que ver los contactos cada vez más estrechos con los
romanos, como aliados y reclutas para el ejército. Sin embargo, el surgimiento de una realeza
nacional sería un fenómeno muy tardío, ya en el siglo V, no lográndose imponer hasta
Clodoveo, a claras instancias romanas y de los germanos orientales.
La progresión de los diversos grupos francos al oeste del Rin se recrudeció a partir de la
desaparición de Ecio. En 456 Maguncia cayó en su poder, y en 459 Colonia; y a partir de esta
última se inició el poblamiento franco por los valles del Mosa y el Mosela, cuya conquista se
pudo dar por finalizada en el 475. Sería precisamente aquí donde se constituyera lo que en las
fuentes del siglo V se conoce como Francia Rinensis. Era ésta una región de denso poblamiento
franco, lo que produciría un retroceso de la frontera lingüística entre el latín y el germano,
donde surgirían pequeñas “monarquías militares” producto del Landnahme, entre las que
destacaría la que tenía por centro la antigua ciudad de Colonia. Más allá de Maguncia el
asentamiento franco tocaba con el de los alamanes, que a partir del 450 habían inundado
Alsacia.
Al sur del Loira, los visigodos de Tolosa habían completado su dominación hasta las costas
atlánticas y mediterráneas, lindando por el este con el Reino burgundio, dueño del valle del
Ródano y del Saona. Por el contrario, era bastante más compleja la situación existente entre el
Mosa, el Somme y el Loira. Aquí, con centro en Soissons, se había intentado, como vimos, una
solución coyuntural por parte de la aristocracia provincial sobre los restos del ejército imperial
de la Galia, y bajo el mando del jefe de éste, Egidio, y de su hijo y sucesor Siagrio. Mientras
otras aristocracias urbanas locales intentaban también una vía autónoma constituyendo efímeras
ligas, como podía ser la del antiguo Tractus Armoricanus, en las tierras atlánticas entre el Loira
y el Sena. Pero, sin duda, se trataba de soluciones de compromiso y coyunturales, que habrían
de desaparecer ante la progresión de grupos de francos salios, comandados por diversos reyes
—en realidad, jefes de "soberanías señoriales”, en gran parte relacionados familiarmente entre sí
al decirse descendientes de un antepasado común, Meroveo, enraizado con tradiciones míticas
paganas y seguramente originario de las tierras francas más orientales hacia el Elba.
Entre estos últimos reyezuelos francos destacó el de Tournai, Childerico (c. 463-481), que
Gregorio de Tours supuso hijo del mítico Meroveo. Childerico supo presentarse como defensor
de los intereses de una buena parte de las aristocracias locales galorromanas, concediéndoles su
apoyo militar contra enemigos externos, como los visigodos, a cambio de la entrega de lo que
quedaba de la organización fiscal tardorromana. Su riquísimo enterramiento, descubierto en
1653, indica una curiosa mezcla de elementos de tradición romana como otros germánicos
todavía muy anclados en el paganismo, como sería el enterramiento ritual de caballos. Sería la
continuidad de esta política la que convertiría en auténtico poder hegemónico de las Galias y en
rey de todos los grupos francos a su hijo y sucesor Clovis-Clodoveo (481-511).
2.1.2 Clodoveo
No obstante la importancia epocal de su reinado y lo mucho que se ha escrito sobre Clodoveo,
lo cierto es que no son pocos los puntos oscuros que todavía subsisten, especialmente para los
primeros veinte años de su reinado. Además, nuestra principal fuente, Gregorio de Tours, está
viciada por su intento de mostrar a Clodoveo como el prototipo del rey católico en el que
debieran mirarse sus sucesores. Lo cierto es que el poder y prestigio del rey se basaron en las
tempranas victorias conseguidas sobre los poderes locales romanos existentes entre el Mosa y el
Loira, con la decisiva derrota de Siagrio en 486, y en una inteligente política de alianzas
matrimoniales con otras monarquías, casando a su hermana Audefleda con el poderoso
Teodorico el Amalo, y contrayendo él mismo matrimonio con una princesa burgundia, Clotilde.
Acabó así por asentar su supremacía sobre los restantes reyezuelos francos, que o
desaparecieron o entraron en una posición de subordinación.
La guerra civil estallada en el seno de la dinastía burgundia permitió a Clodoveo convertir a los
burgundios en sus aliados (501), separándolos de los visigodos, con la familia de cuyo rey
Alarico se encontraban unidos por antiguos y modernos lazos de sangre. Una inteligente
propaganda romanófila y católica y los intereses de la aristocracia provincial de la región del
Loira le permitieron al merovingio emprender una exitosa guerra contra los visigodos de Tolosa
(496-498 y 507). La aplastante victoria militar conseguida por Clodoveo en Vouillé (507), con la
muerte del rey godo Alarico II, entregó casi todos los territorios galos del Reino de Tolosa en
manos de Clodoveo y sus aliados burgundios. Si los visigodos no desaparecieron entonces de la
Historia y pudieron conservar una franja de terreno en la costa mediterránea, la Septimania o
Narbonense, eso sería gracias al apoyo militar de sus poderosos parientes los ostrogodos de
Italia y de su rey, Teodorico el Grande, que quiso salvar la Monarquía visigoda para su nieto, el
joven hijo de Alarico II, Amalarico. Poco tiempo después, Clodoveo recibiría del emperador de
Constantinopla un signo de reconocimiento, designándole tal vez cónsul honorario; lo que vino
a cimentar su alianza con la tradicionalista nobleza galorromana, liderada ahora por sus obispos.
A su muerte, Clodoveo dejaba un enorme pero heterogéneo reino, que englobaba la muy romana
Aquitania, pero también los territorios germánicos o germanizados que tenían al Rin por eje.
2.1.3. Los hijos de Clodoveo y el reparto del reino
Según Gregorio de Tours, al morir Clodoveo dividió su reino entre sus hijos en cuatro partes
iguales; partes del reino franco que además no constituían territorios continuos, sino que se
entremezclaban unas con otras. Extraño procedimiento explicable porque cada parte incluía una
porción del antiguo reino familiar anterior al 486, y otra de cada una de las anexiones
conseguidas por Clodoveo con posterioridad. Con ello se aseguraba también una herencia para
los hijos habidos de Clotilde, independientemente del mayor, Teuderico, que procedía de un
linaje materno distinto.
Entre 523 y 534, los hijos de Clodoveo completaban la expansión franca en las Galias con la
conquista del Reino burgundio, aprovechando una crisis dinástica en éste, y con la anexión de la
Provenza ostrogoda y de la Auvernia galorromana, que habían apoyado la independencia
burgundia. Por su parte, Teuderico (511-533), con la colaboración de su hijo Teudeberto I (533-
548), había extendido la hegemonía franca hacia el este, incluyendo a frisios, sajones y
turingios, cuyo importante reino, aliado de los ostrogodos, fue destruido. Al dominar ahora las
regiones alpinas, los Merovingios se hacían con una plataforma para influir en la política
italiana. En estas circunstancias, nada tiene de extraño que Teudeberto I mostrase ciertas
aspiraciones imperializantes, como serían sus acuñaciones de moneda de oro con su propio
nombre.
2.1.4. La época de Gregorio de Tours...
Tras el fallecimiento de Teudeberto I, y del último hijo de Clodoveo, Clotario I (511-561), los
Reinos francos entraron en una época de confusión. Gracias a la colorista y moralizante
narración de Gregorio de Tours, conocemos bastantes de los aspectos más sangrientos del
período, varios de ellos surgidos en la alcoba por la proliferación de matrimonios de tradición
germánica (Friedlehen) contraídos por los Merovingios. Pero aunque Gregorio fue un
contemporáneo de los hechos, no cabe duda de que su relato en absoluto es imparcial, habiendo
contribuido bastante a la mala imagen de los soberanos merovingios en la Historiografía
posterior. Un problema no menor lo constituyó la falta de fronteras bien definidas entre los
varios reinos (Teilreiche), al basarse éstos no tanto en partes equitativas de territorio como en
iguales fuentes de ingresos fiscales, lo que produjo un intrincado reparto de Aquitania entre los
más antiguos reinos septentrionales de Neustria y Austrasia. La desaparición de algunas ramas
de la dinastía y las rivalidades entre príncipes llevaron a sucesivos repartos que trataban de
restaurar el primitivo realizado a la muerte de Clodoveo. Entre estos intentos de restablecer el
equilibrio sobresale el de 581, al morir Clotario, el último hijo de Clodoveo. En todo caso, no
cabe duda de que el período de guerras civiles que se abrió entonces entre los diversos Reinos
merovingios —que un tanto anacrónicamente se denominan en la historiografía moderna
Neustria, Austrasia y Borgoña— se debió en buena parte a la imposibilidad de liberar el
esfuerzo bélico hacia aventuras exteriores, consiguiendo nuevos territorios con los que
beneficiar a una naciente nobleza, así como a las incertidumbres que en el seno de ésta suponía
cada sucesión real. Esto último derivaba de la no reglamentación precisa de la herencia en el
seno de la dinastía y de los diversos orígenes maternos, con sus respectivos apoyos nobiliarios,
de los varios príncipes aspirantes. Lo primero surgía de la existencia de vecinos poderosos,
como fueron el Reino visigodo, los bizantinos y los longobardos, y de la independencia
conseguida por sajones y turingios (639). Este cruce de intereses exteriores, con las ambiciones
de los varios monarcas francos y de distintos grupos nobiliarios, francos y también
galorromanos, se demostraría con motivo de la guerra civil visigoda entre Leovigildo y su hijo y
usurpador Hermenegildo (579-585), casado con Ingunda, una hija de Sigiberto de Austrasia y la
princesa goda Brunequilda, así como en el intento de Gundovaldo (582-585), un supuesto hijo
de Clotario I, de erigirse en rey en Borgoña y Provenza con el apoyo de diversos grupos
nobiliarios, especialmente en Austrasia, y el económico de Bizancio. La guerra civil fue
especialmente virulenta entre los cuatro hijos y herederos de Clotario hasta la muerte del más
poderoso de ellos, Sigiberto de Austrasia (561-578). Aunque una situación de conflicto
continuaría como consecuencia de encontrarse el Reino neustrio de Chilperico I (561-584)
rodeado por las posesiones de los demás, y las mismas tendencias autonomistas existentes entre
la nobleza de Austrasia y Borgoña, bien encarnadas en la reina regente, la princesa visigoda
Brunequilda. Solo sería tras la derrota y trágica muerte de ésta en el 613 cuando se conseguiría
una estabilidad bajo el reinado unificador de Clotario II (584-629), el hijo de Chilperico.