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Los frutos de la oración son el aumento de fe, esperanza y amor. Las formas concretas
podrán variar, incluso es bueno variar hasta encontrar el modo. Oración es la totalidad
de la vida puesta explícitamente en relación de profundidad con Dios, con la conciencia
de que esa relación constituye el sentido profundo de mi vida. Rom 12, 1: Ofrezcan sus
personas como hostia viva, agradable… ese es vuestro culto espiritual. Jn 4: ni en este
templo ni en Jerusalén… adorarán en espíritu y verdad.
Digamos en fin que la oración siempre es cristocéntrica. Debe acabar en la Cabeza del
cuerpo, en el Mediador. Buscar ese contacto, esa presencia, esa “diafanía” de Cristo en
todo.
Sentido de lo gratuito
Aunque en la oración se pide y suplica, la oración no es propiamente un “medio” y no
hay que preguntarse si sirve o para qué sirve. ¿Acaso nos planteamos estas cuestiones
en materia de amor y de amistad? La oración es mi amor en acto, es de ese orden y ese
es su valor. Orar es amar a alguien: a Dios, a Cristo, a los hermanos; amarlos es orar.
Así fue como Jesús vivió la oración.
Por eso Jesús nos dice que debemos orar sin interrupción. El querer a alguien no se
interrumpe. En el evangelio de Jn, Jesús habla de agua viva, que fluye, de paz que
perdura y de una alegría completa que nadie nos podrá quitar. Pablo, por su parte, habla
del Espíritu que ora en nosotros con gemidos inefables… San Agustín, comentando el
Salmo 37: “mis anhelos están siempre ante tu presencia”, dice: “¿Acaso podemos
interrumpir el deseo? Tu deseo es tu oración. Si dejas de desear, dejas de orar”, Y
modernos autores profundizan en la oración como el “tiempo del deseo”. Muchas veces
nos ocurrirá entrar en la oración simplemente para repetirle al Señor nuestro deseo
interior o simplemente para decirle: Señor, no sé orar, sólo sé que no sé orar. Enséñame,
como enseñaste a tus discípulos…
Las mediaciones
No creemos espontáneamente en las buenas noticias, no nos inclinamos
espontáneamente a tomar en serio la amistad, el trato personal con Dios. Por eso, para
que nuestras vidas sean evangélicas, para que Dios sea realimente en el centro, hay que
reservar un tiempo para acoger el don de lo alto, para expresar y avivar nuestra
pertenencia a él, nuestro amor a él.
¿Cuál debe ser la duración de esta oración explícita y formal que para los jesuitas según
nuestro Instituto es nota esencial de nuestra vocación? La respuesta a esta pregunta nos
la da la misma oración que hacemos y la acción que mantenemos, que revelará sus
cualidades y sus lagunas. Estas respuestas variarán según los tiempos y etapas de la vida
espiritual.
Así mismo, tenemos que desconfiar de una fidelidad a la oración que nos haga el
mezquino servicio de enorgullecernos secretamente por nuestro esfuerzo. También
tenemos que desconfiar de todos esos buenos pretextos que nos inventamos para
tranquilizarnos de la falta de oración en nuestra vida.
Lo importante no es actuar por meros motivos de disciplina, sino por fidelidad a la
gracia y, como decía el P. Arrupe, por el convencimiento que tenemos de la prioridad de
la oración en la vida del jesuita. Esta fidelidad a la gracia y a nuestra vocación,
apreciada con toda lealtad, me hará ver que sí es posible parar un momento cada día y
orar con mayor intensidad y más largo tiempo en ocasiones, en virtud justamente de la
acción que queremos cumplir con confiada disponibilidad.
Lo esencial es permanecer a la escucha de Dios. Sería grave no imponerse un tiempo
prolongado de oración silenciosa y profunda cuando se siente que es el Señor quien me
lo está sugiriendo, o cuando el trabajo se me torna más exigente o estoy atravieso un
momento difícil o se me presenta un gran sufrimiento. Esto sería más grave que
simplemente no cumplir un horario tradicional de oración.
La oración metódica, sobre todo en la etapa de la formación del jesuita, hará que brote
la oración espontánea en la medida en que ésta pueda siempre vivirse como una gracia,
como un don que Dios da a quien él quiere, y no como una conquista humana. A su vez,
la oración espontánea hará que volvamos una vez y otra vez a la escuela de la oración, a
los métodos, a las mediaciones, en simplicidad de corazón.
“La oración y la soledad sin medios exteriores para ayudar a las ánimas, son propias de
las religiones monásticas, de los ermitaños, pero no de nuestro Instituto. Quien quiere
soledad y sola oración, a quien le agrada el rincón y huir de los hombres y del trato con
ellos para aprovecharlos, no es para nuestra vocación; para ese tal hay cartujos…, cuya
vocación es ésa. La nuestra más nos pide que ayudarnos a nosotros y la gracia de
nuestra vocación nos ayuda a esto” (Pláticas en Alcalá – Comment in Inst. p. 324).
“Ninguno se piense que en la Compañía le ayuda Dios para sí solo” (Annot. In Examen,
Mon. Nat. IV, 651).