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LA ORACIÓN DE JESUS

Íntimamente unida a su misión.


Jesús ora con frecuencia: a solas y en el monte (Mt 14,23), aparte (Lc 9,18), incluso
cuando todo el mundo lo busca” (Mc 1, 37).
Su oración está en conexión con los acontecimientos. Por eso los evangelios, los
sinópticos sobre todo, nos presentan la vida de Jesús como enmarcada en clima de
oración. Su vida pública se inicia con una oración, en el Bautismo (Lc 3,21; Mt 3, 13-
17; Mc 9, 1-11), el cual es interpretado como la toma de conciencia de Jesús sobre su
misión. Y de igual manera, la vida de Jesús termina con una oración (Mt 27, 46; Mc
15,34; Lc 23,46), expresada diversamente como reacción de angustia o de esperanza
pero, en definitiva, como relación explícita con su Padre.
Jesús aparece orando en los momentos claves de su misión: en su bautismo, como ya
hemos dicho; antes de la elección de los Doce (Lc 6,12) en la transfiguración (Lc 9,29),
antes de enseñar el Padrenuestro (Lc 11,1), antes de la curación del niño epiléptico (Mc
9,29), antes de la Eucaristía (Jn 17), antes de entrar en la pasión (Mt 26,36ss) y en la
cruz (Mt 27,46). Todos ellos son momentos en que Jesús tiene que tomar decisiones
importantes.
En su oración, Jesús piensa en los demás. Ora por Pedro (Lc 22,32), por la fe de sus
discípulos (Jn 17, oración sacerdotal), por sus verdugos (Lc 23,34); ora por personas
concretas.
Acude a la oración en ocasiones históricas y nos dice que en determinadas ocasiones es
necesario orar. Como cuando afirma que hay cierta clase de demonios que no se
expulsan sin la oración (Mc 9,29), o cuando relaciona la oraciòn con la convicción de la
fe (Mc 11,22-25: si alguien le dice a esa montaña: Quítate de ahí…).
La oración de Jesús aunque está ligada íntimamente a su misión y en relación siempre
con los acontecimientos, aparece varias veces como retiro de su actividad pública. Esto
no significa, como se nota por el contexto de los evangelios, la sacralización de ciertos
lugares, ni la separación de la oración por un lado y de la acción por otro. En varias
ocasiones se le ve yendo al monte a hacer oración, o retirándose al huerto, o en el
desierto (Mc 1,35; 6, 46; Lc 6,12).
En resumen, la oración es algo habitual en Jesús. Lo vemos en una frase de Lc 5,15: “Su
fama se extendía cada vez más y una numerosa multitud afluía para oírlo y ser curados
de sus enfermedades, pero él se retiraba a los lugares solitarios”.

Es la referencia integral de su ser al Padre.


El Padre aparece como el centro más íntimo de la existencia de Jesús. La totalidad de su
vida es recibida del Padre y retorna al Padre. Por eso, toda su vida explicita
constantemente esta íntima unión suya con el Padre; toda su vida es oración, alabanza,
ofrenda y gloria al Padre. Por eso también, la oración de Jesús es en él algo espontáneo,
que brota naturalmente de su vida (Lc 10,21).
Para Jesús no hay formas definidas, estereotipadas y fijas, de oración. Ora como su
pueblo y con su pueblo, empleando la alabanza común, los salmos por ejemplo (Sal 21
en la cruz) o las bendiciones de la mesa que suelen hacer los judíos piadosos (Mt 14,19
y par.; 15,36; 26,26 y par.). Se junta a orar con su pueblo en la sinagoga (Lc 4,16),
observa el culto sin absolutizarlo.
Por la oración, Jesús se relaciona con el Padre que se muestra en su obrar salvífico. Es
relación con la obra del Padre y esa misma obra, que el Padre le ha encomendado
realizar, da gloria. Es oración que enmarca la santificación de su Nombre en la tierra, el
anhelo del Reino, la aceptación y búsqueda de su voluntad, la indigencia nuestra y el
pan cotidiano, la radical condición falible del ser humano, la reconciliación de la familia
de los hijos de Dios dispersos, el riesgo de la vida, el mal.

Así quiere que sea nuestra oración


Ante todo, una oración centrada en la inquietud y deseo de su Reino que, lejos de
llevarnos a disminuir nuestra entrega, nos comprometa en la misión (Mt 9,38: que envíe
obreros a la mies).
Una oración que exprese la totalidad de mi persona: la centralidad de Dios en mi vida,
mi confianza filial e intimidad con él: Abbá.
Una oración en y desde la historia, sobre todo en momentos de dificultad. Una oración
que mueve e ilumina decisiones enmarcadas plenamente dentro del querer del Padre.
Todas la demás prescripciones sobre la oración que encontramos en el Evangelio, se
encuentran en el Padre nuestro
- orar con certeza de ser escuchados (Mt 18,19: si dos de Uds. se ponen de
acuerdo para pedir… lo conseguirán, se lo aseguro – Mc 11,23: si no vacila en
su corazón… le será concedido).
- oración en clima de interioridad, basándose en la presencia de Dios que ve en lo
escondido (Mt 6, 6)
- orar siempre en unión fraterna (Mt 18, 19: si dos de ustedes…)
- orar siempre, con constancia, sin desfallecer (Lc 18,17)
- oración vigilante (Lc 21, 36)
- oración como expresión constante del deseo más profundo (Jn 4 el agua viva)
- oración operativa (Mt 6, 7ss – no hablar mucho)

Los frutos de la oración son el aumento de fe, esperanza y amor. Las formas concretas
podrán variar, incluso es bueno variar hasta encontrar el modo. Oración es la totalidad
de la vida puesta explícitamente en relación de profundidad con Dios, con la conciencia
de que esa relación constituye el sentido profundo de mi vida. Rom 12, 1: Ofrezcan sus
personas como hostia viva, agradable… ese es vuestro culto espiritual. Jn 4: ni en este
templo ni en Jerusalén… adorarán en espíritu y verdad.
Digamos en fin que la oración siempre es cristocéntrica. Debe acabar en la Cabeza del
cuerpo, en el Mediador. Buscar ese contacto, esa presencia, esa “diafanía” de Cristo en
todo.

Sentido de lo gratuito
Aunque en la oración se pide y suplica, la oración no es propiamente un “medio” y no
hay que preguntarse si sirve o para qué sirve. ¿Acaso nos planteamos estas cuestiones
en materia de amor y de amistad? La oración es mi amor en acto, es de ese orden y ese
es su valor. Orar es amar a alguien: a Dios, a Cristo, a los hermanos; amarlos es orar.
Así fue como Jesús vivió la oración.

Por eso Jesús nos dice que debemos orar sin interrupción. El querer a alguien no se
interrumpe. En el evangelio de Jn, Jesús habla de agua viva, que fluye, de paz que
perdura y de una alegría completa que nadie nos podrá quitar. Pablo, por su parte, habla
del Espíritu que ora en nosotros con gemidos inefables… San Agustín, comentando el
Salmo 37: “mis anhelos están siempre ante tu presencia”, dice: “¿Acaso podemos
interrumpir el deseo? Tu deseo es tu oración. Si dejas de desear, dejas de orar”, Y
modernos autores profundizan en la oración como el “tiempo del deseo”. Muchas veces
nos ocurrirá entrar en la oración simplemente para repetirle al Señor nuestro deseo
interior o simplemente para decirle: Señor, no sé orar, sólo sé que no sé orar. Enséñame,
como enseñaste a tus discípulos…

Las mediaciones
No creemos espontáneamente en las buenas noticias, no nos inclinamos
espontáneamente a tomar en serio la amistad, el trato personal con Dios. Por eso, para
que nuestras vidas sean evangélicas, para que Dios sea realimente en el centro, hay que
reservar un tiempo para acoger el don de lo alto, para expresar y avivar nuestra
pertenencia a él, nuestro amor a él.
¿Cuál debe ser la duración de esta oración explícita y formal que para los jesuitas según
nuestro Instituto es nota esencial de nuestra vocación? La respuesta a esta pregunta nos
la da la misma oración que hacemos y la acción que mantenemos, que revelará sus
cualidades y sus lagunas. Estas respuestas variarán según los tiempos y etapas de la vida
espiritual.

Así mismo, tenemos que desconfiar de una fidelidad a la oración que nos haga el
mezquino servicio de enorgullecernos secretamente por nuestro esfuerzo. También
tenemos que desconfiar de todos esos buenos pretextos que nos inventamos para
tranquilizarnos de la falta de oración en nuestra vida.
Lo importante no es actuar por meros motivos de disciplina, sino por fidelidad a la
gracia y, como decía el P. Arrupe, por el convencimiento que tenemos de la prioridad de
la oración en la vida del jesuita. Esta fidelidad a la gracia y a nuestra vocación,
apreciada con toda lealtad, me hará ver que sí es posible parar un momento cada día y
orar con mayor intensidad y más largo tiempo en ocasiones, en virtud justamente de la
acción que queremos cumplir con confiada disponibilidad.
Lo esencial es permanecer a la escucha de Dios. Sería grave no imponerse un tiempo
prolongado de oración silenciosa y profunda cuando se siente que es el Señor quien me
lo está sugiriendo, o cuando el trabajo se me torna más exigente o estoy atravieso un
momento difícil o se me presenta un gran sufrimiento. Esto sería más grave que
simplemente no cumplir un horario tradicional de oración.

La oración ha de evangelizar mi corazón, acercarlo al prójimo, unificar mi persona,


hacerme crecer en Cristo hasta tener sus mismos sentimientos y criterios, su modo de
proceder.

La oración metódica, sobre todo en la etapa de la formación del jesuita, hará que brote
la oración espontánea en la medida en que ésta pueda siempre vivirse como una gracia,
como un don que Dios da a quien él quiere, y no como una conquista humana. A su vez,
la oración espontánea hará que volvamos una vez y otra vez a la escuela de la oración, a
los métodos, a las mediaciones, en simplicidad de corazón.

No nacemos contemplativos en la acción; la vida puede hacer de nosotros otra cosa,


pero no contemplativos… Nuestro riesgo es el activismo, el no tener tiempo para nadie.
Contemplativos en la acción es una gracia y la gracia siempre implica obediencia.
Decía Nadal, que es quien acuñó la frase:
“Este tipo de oración, que tan excepcionalmente consiguió N.P. Ignacio por gran
privilegio de Dios, le hacía además sentir la presencia de Dios y el sabor de las cosas
espirituales en toas las cosas, en cuanto hacía, en cuanto conversaba, siendo
contemplativo en la acción, lo que él explicaba diciendo que hay que hallar a Dios en
todas las cosas” Annotat. In Examen, MHSJ, Mon. Nat., IV, 651).
Criterios de Jerónimo Nadal sobre la Oración del Jesuita

“El sentimiento de la oración y afecto de ella que inclina a recogimiento y soledad no


necesaria, no parece ser propia de la Compañía, sino aquel que inclina al ejercicio de su
vocación y ministerio y, especialmente, a la obediencia perfecta según nuestro Instituto”
(Mon. Nat. IV, 673).

“La oración y la soledad sin medios exteriores para ayudar a las ánimas, son propias de
las religiones monásticas, de los ermitaños, pero no de nuestro Instituto. Quien quiere
soledad y sola oración, a quien le agrada el rincón y huir de los hombres y del trato con
ellos para aprovecharlos, no es para nuestra vocación; para ese tal hay cartujos…, cuya
vocación es ésa. La nuestra más nos pide que ayudarnos a nosotros y la gracia de
nuestra vocación nos ayuda a esto” (Pláticas en Alcalá – Comment in Inst. p. 324).

“Ninguno se piense que en la Compañía le ayuda Dios para sí solo” (Annot. In Examen,
Mon. Nat. IV, 651).

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