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Teoría Analítica del Derecho (Marcial Pons, 2021)

Jorge L. Rodríguez

(Extracto sobre Metaética)

Entre los estudios dedicados al discurso moral es preciso diferenciar tres distintos niveles
de análisis: el de la ética descriptiva, el de la ética normativa y el de la metaética. Ocurre
que cuando se discute sobre problemas morales como, por ejemplo, ¿está justificada la
eutanasia?, o ¿constituye un deber moral el abstenerse de comer carne?, hay al menos tres
diferentes tipos de cuestiones sobre las que puede reflexionarse: cuestiones descriptivas
relativas a qué es lo que cada una de las partes en la controversia sostiene; cuestiones
normativas acerca de cuál de las partes en la discusión tiene la razón y porqué, y cuestiones
de segundo orden acerca de qué es lo que están haciendo las partes cuando discuten sobre
problemas morales. Las primeras constituyen el objeto de la ética descriptiva, las segundas
corresponden a la ética normativa, en tanto que las terceras conforman el dominio de la
metaética.
La ética descriptiva estudia las convicciones, actitudes y prácticas morales sostenidas de
hecho en un cierto tiempo y lugar, ya sea por una persona o por un determinado grupo
social. Por tal motivo, también se la denomina ética sociológica, dado que podría
considerársela como un acápite de la sociología. No intenta justificar posturas morales ni
tampoco evaluar críticamente las prácticas y convicciones que estudia, sino solamente
informar sobre ellas desde el punto de vista de un observador externo no comprometido.
La ética normativa, por su parte, es la rama central de la filosofía moral y constituye una
reflexión sustantiva acerca cuál es la solución que corresponde dar a un problema moral.
Quien se sitúa eneste plano asume el rol de un participante en la controversia moral, adopta
el punto de vista interno respecto de un cierto sistema moral, e intenta determinar qué
principios morales pueden justificarse desde esa óptica, qué es moralmente bueno o
correcto y porqué. Una teoría de ética normativa es un intento de justificar un conjunto
coherente de principios o normas morales.

Cabe remarcar que en ética normativa no solo se discute acerca de qué es lo moralmente
bueno o correcto sino, además, por qué lo es. Por ello, las diferentes teorías de ética
normativa pueden clasificarse de acuerdo con la respuesta que se ofrezca a esto último. Así,
por poner algunos ejemplos, un utilitarista de actos sostendría que lo que hace moralmente
buena a una acción es que ella contribuye a la mayor felicidad del mayor número de
personas; un utilitarista de reglas, en cambio, sostendría que lo que hace moralmente buena
a una acción es que ella es requerida por una regla cuya observancia general contribuye a la
mayor felicidad del mayor número de personas; un kantiano, por su parte, diría que lo que
hace moralmente correcta a una acción es que la negativa
universal a llevarla a cabo generaría cierta clase de inconsistencia.
En cuanto a la metaética, que es lo que aquí nos concierne, ella como se dijo consiste en
una reflexión de segundo grado acerca de la ética normativa. Se trata del nivel de máxima
abstracción de los estudios sobre el discurso moral y se ocupa de cuestiones semánticas,
ontológicas, epistémicas,lógicas, fenomenológicas y psicológicas en torno a la moral.
Entre ellas es posible mencionar las siguientes: a) cuestiones semánticas, tales como si la
función del discurso moral consiste en afirmar hechos o posee en realidad una función
diferente; b) cuestiones ontológicas, tales como si existen hechos o propiedades morales y,
en caso afirmativo, como serían tales hechos o propiedades; c) cuestiones epistémicas, tales
como si existe el conocimiento moral y, en caso afirmativo, cómo podemos saber si los
juicios morales son verdaderos o falsos; d) cuestiones lógicas, tales como si pueden
verificarse relaciones lógicas entre los juicios morales; e) cuestiones fenomenológicas, tales
como de qué manera se representan las cualidades morales en la experiencia de quienes
formulan juicios morales, y f) cuestiones psicológicas, tales como cuál es la conexión, si es
que existe alguna, entre formular un juicio moral y estar motivado para hacer lo que él
prescribe.

Sobre la base de las diferentes respuestas que se ofrezcan a preguntas como esas -cuya
enumeración por cierto no pretende ser exhaustiva- es posible clasificar las posturas
metaéticas. Simplificando un mapa bastante más complejo, una primera división que puede
establecerse es entre las posiciones cognoscitivistas y las no cognoscitivistas. Si alguien
sostiene que la pena de muerte es injusta ¿qué tipo de estado psicológico está expresando?
Los teóricos cognoscitivistas sostendrían que los juicios morales expresan creencias de los
individuos, las cuales pueden resultar verdaderas o falsas. Los no cognoscitivistas, en
cambio, consideran que los juicios morales expresan estados no cognoscitivos, como las
preferencias, las emociones o los deseos, los que no son susceptibles de verdad o falsedad.
Cabe aclarar que si bien puede ser verdadera o falsa la afirmación de que María desea ir al
cine, de eso no se sigue en absoluto que el deseo de María sea en sí mismo verdadero o
falso.

Los cognoscitivistas sostienen que los juicios morales describen o informan sobre algo
relativamente independiente de nosotros, algo que podemos conocer, mientras que los no
cognoscitivistas niegan tal cosa puesto que estiman que los juicios morales carecerían de
contenido cognoscitivo. Un punto en el que la diferencia entre la adopción de una postura
cognoscitivista y una no cognoscitivista se pone particularmente de manifiesto es en el
diverso modo en que se explican los desacuerdos morales.
En el caso del cognoscitivismo, una disputa moral con posiciones enfrentadas reflejaría un
desacuerdo en nuestras creencias, por lo que en ciertos casos esas discrepancias podrían ser
superadas mediando información adicional que permita determinar quién tiene razón y
quién se equivoca.
Por contraste, para el no cognoscitivismo en una disputa moral no habría una parte que está
en lo correcto y otra que se equivoca: ella no reflejaría un desacuerdo de creencias sino de
actitudes distintas entre las partes involucradas.

Dentro del cognoscitivismo pueden diferenciarse posturas más fuertes y otras más débiles.
Aunque todas concuerdan en que los juicios morales son susceptibles de ser evaluados
como verdaderos o falsos, el cognoscitivismo fuerte sostiene, en tanto que el
cognoscitivismo débil rechaza, que su verdad o falsedad se determine en función del
conocimiento de hechos o propiedades morales.
Dentro del cognoscitivismo fuerte es posible, a su vez, distinguir posturas naturalistas y no
naturalistas. Para los naturalistas, lo que determina la verdad o falsedad de los juicios
morales es un hecho natural, esto es, aquello que constituye el objeto de estudio de las
ciencias naturales o la psicología. Un ejemplo de postura naturalista sería el utilitarismo
que, en términos generales, sostiene que lo que hace moralmente buena a una acción es su
contribución a la mayor felicidad del mayor número de personas.
Dentro de las posiciones cognoscitivistas naturalistas, algunos teóricos, como Nicholas
Sturgeon o David Brink, sostienen que las propiedades morales se identifican con
propiedades naturales irreducibles. Otros, en cambio, como Richard Brand o Peter Railton,
consideran que las propiedades morales, si bien no se identifican con propiedades naturales,
son reducibles a ellas.
Dado que tanto unos como otros consideran que los hechos y propiedades morales
realmente existen, y que su existencia es independiente de las opiniones humanas, ambas
posiciones pueden calificarse como realistas morales.
También dentro del realismo encontramos posturas no naturalistas, de acuerdo con las
cuales las propiedades morales no se reputan idénticas ni tampoco reducibles a propiedades
naturales, porque ninguna propiedad natural podría captar enteramente un significado
normativo. Por ejemplo, G.E. Moore considera que las propiedades morales son
propiedades no naturales, simples e inanalizables. Versiones más recientes de esta
concepción realista se encuentran en las obras de John McDowell y David Wiggins.

Existen también posiciones cognoscitivistas que rechazan el realismo moral, como es el


caso de John Mackie. Para Mackie, los juicios morales son susceptibles de verdad o
falsedad y, si fueran verdaderos, nos darían acceso a hechos morales. Sin embargo, los
juicios morales son de hecho siempre falsos porque no existen hechos o propiedades
morales que los hagan verdaderos.
Carecemos de una explicación epistémica adecuada de cómo podríamos acceder al
conocimiento de tales hechos o propiedades, y si existieran, tendrían un carácter
ontológicamente muy extraño, puesto que deberían ser tales que su mera aprehensión por
parte de un agente resultase suficiente como para motivarlo a actuar. La conclusión de
Mackie es que el discurso moral importaría incurrir en un error radical.

El cognoscitivismo débil, por su parte, si bien admite que los juicios morales son
susceptibles de verdad o falsedad, rechaza que su verdad o falsedad sea el resultado de
nuestro conocimiento de hechos o propiedades morales independientes de nosotros. Por
eso, estas posturas también rechazan el realismo moral, no porque estimen que no hay
hechos o propiedades morales, sino porque consideran que no son independientes de
nuestras opiniones. Aquí podría encuadrarse el pensamiento de Crispin Wright, quien
sostiene que nuestros mejores juicios morales determinan la extensión de los predicados
morales, en lugar de basarse en una facultad que nos permita acceder al conocimiento de
algo independiente de nosotros.

En el campo no cognoscitivista se postulan diferentes candidatos para ocupar el lugar de las


creencias de las posturas cognoscitivistas. Una primera alternativa es el emotivismo,
defendido por autores como Alfred Ayer y Charles Stevenson. Ayer consideraba que los
juicios morales expresaban emociones o sentimientos de aprobación y desaprobación. De
modo bastante similar, para Stevenson el significado de los juicios morales sería complejo,
ya que además de un cierto contenido descriptivo tendrían también un significado emotivo,
es decir, expresarían y provocarían actitudes de aprobación y desaprobación. Un juicio
moral del tipo ‘La pena de muerte es injusta significaría algo parecido a ‘Yo desapruebo la
pena de muerte; ¡desapruébala tú también!’.

Una segunda alternativa está dada por el prescriptivismo, defendido por Richard Hare, para
quien un juicio moral como ‘La pena de muerte es injusta’ significaría básicamente ‘No se
debe penar con la muerte’. Más específicamente, Hare sostenía que los juicios morales
expresan implícitamente imperativos o prescripciones, pero además que esas prescripciones
comprometían a extenderlas a todos los que se encontraran en similares circunstancias, de
modo que interpreta a los juicios morales como prescripciones universalizables.

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