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TACIANO (nac. ca.

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Llamado Taciano el asirio, nació en Asiria (Asiria Eufratesiana), es uno de los apologistas gnóstico
cristianos. Educado en la tradición griega se convirtió al cristianismo en Roma, al parecer por la in-
fluencia de San Justino. Desde entonces atacó la filosofía griega en defensa de la filosofía bárbara,
es decir, de la sabiduría de los libros santos de los judíos y de los cristianos. Taciano consideró que
esta sabiduría es inmensamente superior a la griega, y anterior a ella. Es santa, moral, bella,
perfecta en comparación con el carácter pecaminoso, inmoral y descortés.

En la concepción del Hijo y del Espíritu Santo, Taciano no siempre concuerda con la ortodoxia
cristiana que se dio después; el hijo está íntimamente ligado al Padre, y este ha actuado luego por
sí mismo creando al mundo y al hombre mismo; al Espíritu Santo no parece atribuirle ninguna
personalidad distinta. Taciano expone con mucha decisión su fe en la resurrección del cuerpo.

De sus obras sólo dos se conservan. Una, que al parecer era la más importante de todas y que se
puede reconstruir con las traducciones que tenemos, es el Diatessaron; se trata de una concordia
de los cuatro evangelios, hecha con objeto de presentarlos en un solo relato continuo; parece que
fue muy utilizado, incluso en la liturgia, durante un largo tiempo; su traducción al latín fue
posiblemente la primera versión latina del Evangelio.

La otra obra es el Discurso contra los griegos, una apología que, más que una defensa frente a los
paganos, es un ataque virulento y desmesurado contra todo lo griego, al que añade la exposición
de algunos puntos de la religión cristiana: Dios, el Logos, el pecado original, los demonios y su
actividad, la posibilidad de que el hombre se haga inmortal si sabe rechazar completamente la
materia, el misterio de la encarnación, la conducta de los cristianos; la religión cristiana, dice, es la
más antigua de todas, pues Moisés es anterior a cualquier pensador griego.

Diatessaron

1. El Verbo y su generación.

Dios era en el principio, y el Principio, según hemos recibido de nuestra, tradición, es la potencia
del Verbo. Porque el Señor del universo, que es por sí mismo el mantenedor de todo, en cuanto
que la creación no había sido hecha todavía, estaba solo; pero en cuanto que residía en él toda la
potencia de las cosas visibles e invisibles, sustentaba por sí mismo todas las cosas por medio de su
potencia racional. Por voluntad de su simplicidad procede el Verbo: y este Verbo, que no salta al
vacío, se convierte en la obra primogénita del Padre.

Sabemos que él es el principio del mundo, y se produjo por participación, no por división. Porque
lo que se divide de otro, queda separado de ello; pero lo que es participado, distinguiéndose en
cuanto a la dispensación (o economía) no deja más pobre a aquello de donde se toma. Porque, así
como de una sola antorcha se encienden muchos fuegos, y la primera antorcha no queda
disminuida en su luz por haberse encendido de ella muchas antorchas, así también, el Logos que
procede de la potencia del Padre no dejó sin razón al que le había engendrado. Yo mismo, ahora
estoy hablando, y vosotros me escucháis: y está claro que no porque mi palabra pase a vosotros
me quedo yo sin palabra al conversar, sino que al proferir yo mi voz estoy poniendo orden en la
materia desordenada que está en vosotros. Y a la manera como el Verbo, engendrado en el
principio, engendró a su vez él mismo para sí nuestra creación, creando la materia, así también yo,
reengendrado a imitación del Verbo y habiendo alcanzado la comprensión de la verdad, intento
poner un orden en la materia de la que yo mismo participo. Porque la materia no está sin principio,
como Dios, ni tiene un poder igual al de Dios siendo sin principio, sino que ha sido creada. y no por
otro ha sido creada fuera del que la produjo como creador de todas las cosas 1.

2. La resurrección de los cuerpos y la inmortalidad del alma.

Creemos que habrá la resurrección de los cuerpos después de la consumación del universo, no
como opinan los estoicos, según los cuales las mismas cosas nacen y perecen de acuerdo con unos
ciclos periódicos sin ninguna utilidad, sino que una sola vez cuando hayan llegado a su término los
tiempos en que vivimos, se dará la perfecta restauración de solos los hombres en orden al juicio. Y
no nos juzgarán Minos o Radamanto, antes de cuya muerte, según las fábulas, ninguna de las
almas era juzgada, sino que se constituirá en juez el mismo Dios que nos ha creado. No nos
importa que nos tengáis por fabuladores o charlatanes, porque creamos esta doctrina. Porque, así
como yo no existía antes de mi nacimiento y no sabía quién era, sino que sólo existía la sustancia
de mi materia carnal, pero una vez nacido he venido a creer que existo en virtud de mi nacimiento,
aunque antes no existiera, así también, de la misma manera, yo, que he existido, y que por la
muerte dejaré de existir otra vez y desapareceré de la vista, volveré a existir de nuevo, por un
proceso semejante a aquel por el que no existiendo antes comencé a existir. Y aunque el fuego
haga desaparecer mi carne, el universo recibe la materia evaporada; y si soy consumido en los ríos
o en los mares, o soy devorado por las fieras, quedo depositado en los depósitos del que es un rico
señor. El pobre que no cree en Dios no conoce estos depósitos; pero el Dios soberano, cuando
quiera, restablecerá en su condición original aquella sustancia que sólo para él es visible 2.

Nuestra alma, no es por sí misma inmortal, sino mortal. Pero es también capaz de la inmortalidad.
Si no conoce la verdad, muere y se disuelve con el cuerpo, pero resucita luego juntamente con el
cuerpo en la consumación del mundo, para recibir como castigo una muerte inmortal. Por el
contrario, si ha alcanzado el conocimiento de Dios, no muere por más que por el momento se
disuelva (con el cuerpo). En efecto, por sí misma el alma es tinieblas, y no hay nada luminoso en
ella, que es, sin duda, lo que significa aquello: «Las tinieblas no aprehenden la luz» (Jn 1, 5).
Porque no es el alma por sí misma la que salva al espíritu, sino la que es salvada por él. Y la luz
aprehendió a las tinieblas, en el sentido de que el Verbo es la luz de Dios, mientras que las tinieblas
son el alma ignorante. Por esto, cuando vive sola, se inclina hacia abajo hacia la materia y muere
con la carne; pero cuando alcanza la unión con el Espíritu de Dios ya no se encuentra sin ayuda,
sino que puede levantarse a las regiones hacia donde le conduce el Espíritu. Porque la morada del
Espíritu está en lo alto, pero el origen del alma es de abajo. En un principio, el Espíritu era
compañero del alma: pero ésta no quiso seguir al espíritu, y éste la abandonó. Mas ella, que
conservaba, como un resplandor del poder del espíritu, y que separada de él ya no podía
contemplar lo perfecto, andaba en busca de Dios, y se modeló extraviada muchos dioses,
siguiendo a los demonios embusteros. Por otra parte, el Espíritu de Dios no está en todos los
hombres, sino sólo con algunos que viven justamente, en cuya alma se hace presente y con la cual
se abraza y por cuyo medio, con predicciones, anuncia a las demás almas lo que está escondido.
Las que obedecen a la sabiduría, atraen a sí mismas el espíritu que les es congénito; pero las que
no obedecen y rechazan al que es servidor del Dios que ha subido, lejos de mostrarse como
religiosas se muestran más bien como almas que hacen la guerra a Dios 3.

3. Los cristianos y el emperador.

¿Por qué os empeñáis, oh griegos, en que, como en lucha de pugilato, choquen las instituciones
del Estado contra nosotros? Si no quiero seguir las costumbres de ciertas gentes, ¿por qué he de
ser odiado como el ser más abominable? El emperador manda pagar tributos, y yo estoy dispuesto
a hacerlo. Mi amo quiere que le esté sujeto y le sirva, y yo reconozco esta servidumbre. Porque, en
efecto, al hombre se le ha de honrar humanamente, pero temer sólo se ha de temer a Dios, que no
es visible a los ojos humanos ni es por arte alguna comprensible. Sólo si se me manda negar a Dios
no estoy dispuesto a obedecer, sino que antes sufriré la muerte, para no declararme mentiroso y
desagradecido 4.

Discurso contra los griegos

Ataque a la filosofía griega

¿Qué habéis producido que merezca respeto, con vuestra filosofía? ¿Quién de entre los que pasan
por los más notables estuvo exento de arrogancia? Diógenes, que con la fanfarronada de su tonel
ostentaba su independencia, se comió un pulpo crudo y, atacado de un cólico, murió de
intemperancia; Aristipo, paseándose con su manto de púrpura, se entregaba a la disolución con
apariencias de gravedad; Platón, con toda su filosofía, fue vendido por Dionisio a causa de su
glotonería. Y Aristóteles, que puso neciamente límite a la providencia y definió la felicidad por las
cosas de que él gustaba, adulaba muy paletamente al muchacho loco de Alejandro, quien, muy
aristotélicamente, por cierto, metió en una jaula a un amigo suyo por no haberle querido adorar, y
lo llevaba por todas partes como a un oso o un leopardo. Por lo menos, obedecía muy
puntualmente a los preceptos de su maestro, mostrando su valor y su virtud en los banquetes, y
atravesando con su lanza al más íntimo y más querido de sus amigos, llorando luego y negándose a
tomar alimento por simulación de tristeza, a fin de no atraerse el odio de los suyos.

Pudiera también reírme de los que hasta ahora siguen las doctrinas de Aristóteles, quienes,
afirmando que las cosas más acá de la luna carecen de providencia, no obstante estar ellos más
cercanos a la tierra que la luna y más bajos que el curso de ésta, ellos proveen a lo que la
providencia no alcanza; porque los que no tienen belleza, ni riqueza, ni fuerza corporal, ni nobleza
de origen, no tienen tampoco, según Aristóteles, felicidad. Pues filosofen en hora buena tales
gentes.
(2; BAC 116, 574-575)

El Dios de los cristianos

¿Por qué tenéis empeño, oh griegos, en que, como en una lucha de pugilato, choquen contra
nosotros las leyes del Estado? Y si yo no quiero someterme a las costumbres de ciertas gentes,
¿por qué he de ser aborrecido como el ser más abominable? El emperador manda que se le
paguen tributos y yo estoy dispuesto a pagarlos; mi amo me ordena que le esté sujeto y le sirva y
yo reconozco mi servidumbre. Porque al hombre se le ha de honrar humanamente: pero temer,
sólo hay que temer a Dios, que no es visible por ojos humanos ni por arte alguna comprensible.
Sólo si se me manda negar a Dios, no estoy dispuesto a obedecer, sino que moriré antes, para no
ser condenado por embustero e ingrato.

Nuestro Dios no tiene principio en el tiempo, siendo Él solo sin principio y, a par, principio de todo
el universo. Dios es espíritu, pero no el que penetra por la materia, sino el creador de los espíritus
materiales y de las formas de la materia misma; invisible e intangible. Él es padre de las cosas
sensibles y visibles. Por su creación le conocemos, y lo invisible de su poder, por sus criaturas lo
comprendemos. La obra que por amor mío fue por Él hecha, no la quiero adoran El sol y la luna
fueron hechos por causa nuestra; luego, ¿cómo voy a adorar a los que están a mi servicio? ¿Y cómo
voy a declarar por dioses a la leña y a las piedras? Porque al mismo espíritu que penetra la materia,
siendo como es inferior al espíritu divino, y asimilado como está a la materia, no se le debe honrar
a par del Dios perfecto. Tampoco debemos pretender ganar por regalos al Dios que no tiene
nombre; pues el que de nada necesita, no debe ser por nosotros rebajado a la condición de un
menesteroso.

(4; BAC 116, 577-578)

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