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Ética personalista

La estructura moral de la persona

Profesora

Dra. Nieves Gómez Álvarez

Presenta

Mtra. Ruth Ramos Barragán

Junio 7, 2022.
Índice
Pág.

1. Ética personalista 3

2. Estructura moral de la persona 4

a. El dinamismo ético 4

b. Lo bueno como la acción que perfecciona integralmente a la persona 5

c. El valor como el bien con capacidad de motivación. 6

d. La norma moral como formalización consciente de la acción que

perfecciona a la persona. La norma personalista 6

e. Aspectos universales y personales de la norma moral 7

f. Los códigos morales. La ley natural 8

g. Conclusiones 9

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1. Ética personalista

La pregunta por el bien acompaña a la humanidad desde que es capaz de cuestionarse


sobre sus propias acciones. Y a lo largo de la historia del pensamiento se han articulado
diversas respuestas a ello, siempre cada una de ellas acompañada o precedida por la respuesta
a ¿qué es el hombre? Ya que es indispensable esta consideración para establecer el
fundamento de la visión ética, de otro modo la desvinculación de lo ético de la persona puede
y lo hace sin duda llevar a respuestas equivocadas y fuera de la realidad.

Lo ético sólo puede estar en el ámbito de las decisiones libres de la persona. De otra
forma sólo estaría, si la libertad no tuviera incidencia en la “elección” incluida en los actos,
destinado a cumplir las leyes de la naturaleza y no habría diferencia alguna entre el mineral
que se sujeta inexorablemente a estas y la persona. Aún sin desearlo podría ponerla en un
lugar de objeto de las leyes y no de sujeto libre.

Por otro lado, una visión en la que el ser humano no se sujeta en absoluto a las leyes
de la realidad lo pondría por encima de ella y tampoco correspondería a las notas esenciales
que somos capaces de observar y conocer con la razón.

La discusión contemporánea sobre la ética llega incluso a la posibilidad de negar su


estatus científico, reduciéndole, siguiendo a las bases positivistas a un ámbito no solo
individual sino particular de donde no es posible ni siquiera inferir normas comunes, es cada
uno desde su “conciencia particular” que establece la bondad o maldad de los actos propios
no desde una razón desplegada sino la mera experiencia sensible de los hechos. Wojtyla
(2005) lo indica así: “El positivismo no es capaz de hacerse otro tipo de preguntas. Es decir,
no puede hacer la pregunta propia de la ética: ¿qué es bueno, que es malo y por qué?, y se
abstiene programáticamente de hacerlo?”

El personalismo, sin ser la ética necesariamente la única búsqueda en la que empeña,


es capaz de darle un fundamento antropológico y si recurrimos también al planteamiento
desarrollado por Burgos (2018) al respecto de la Experiencia integral un fundamento
epistemológico.

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Lo ético es personal y supone la experiencia, no individual, sino personal desde su
unicidad e irrepetibilidad, pero al mismo tiempo participa en ella la razón, capaz de
aprehender la universalidad de las nociones, que en el ámbito de lo ético le permite reconocer
lo bueno y lo malo más allá de la experiencia de moralidad singular.

2. Estructura moral de la persona

En esta parte trataremos de profundizar en la noción de la estructura moral de la persona,


tomando como referentes a exponentes de la visión ética personalista, como Von Hildebrand,
Wojtyla y el mismo Juan Manuel Burgos. Así como la visión personalista significa un giro
en la consideración antropológica, esta se verá reflejada en la ética necesariamente, no hay
posibilidad de que se susciten cambios en una sin cambio en la otra.

a. El dinamismo ético

Frente a la disgregación de la ética que hemos apuntado anteriormente surge la


necesidad de hacer un reconocimiento del lugar que efectivamente le corresponde a lo ético
en el escenario de la comprensión de lo humano, Wojtyla en su abordaje de la ética clarifica
que aunque la visión fenoménica de lo ético aporta cierto acercamiento a ello, debe
establecerse en la relación correspondiente con el fenómeno antropológico superando la
posible reducción al fenómeno empirista y recurre a la noción de experiencia:

La moralidad emerge como experiencia. Por ello, la solución que ofrece Wojtyla a la
situación de disgregación epistemológica contemporánea parte de la base de recuperar
el fundamento experiencial de la ética ampliando la perspectiva empirista. Esta
recuperación involucra, asimismo, explicar los datos de experiencia, es decir,
reducirlos (reductio in propium genus) para así individuar las razones adecuadas
y últimas del hecho dado en la experiencia (Guerra, 2006)

De aquí es relevante la observación de la experiencia no como un mero hecho o


fenómeno que se da en la persona quedando esta como un mero acto pasivo, sino la
experiencia personal que implica a la persona en su integralidad y lo supone como agente de
la acción moral.

La necesidad de este dinamismo en la realización de la existencia personal es


innegable, no hay forma en la que cada ser humano en el uso de razón pueda sustraerse del
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cuestionamiento sobre la moralidad de su propia acción, las respuestas sin duda pueden tomar
diversas vertientes, como los diferentes enfoques éticos lo constatan. Pero en general se
reconoce la necesidad de una estructura normativa, que resulta reconocible y posible de
seguir, a diferencia de la visión kantiana del Imperativo categórico, que supone una respuesta
ineludible, el personalismo apunta la obligatoriedad de la pregunta, pero no de la respuesta.

Sin esta consideración estaríamos incapacitados para afirmar la libertad personal


como elemento fundante e intrínseco del acto moral.

La participación de la conciencia y la consciencia personales en este proceso de


cuestionamiento ponen de manifiesto a través de las preguntas ¿qué estoy haciendo? ¿lo que
estoy haciendo es bueno? que la acción humana no está bajo el dominio de una
heteronormatividad pura, hay una participación personalísima en este dinamismo. En
consecuencia, la responsabilidad también personal de la acción es posible.

b. Lo bueno como la acción que perfecciona integralmente a la persona

Si tomamos como referencia de la experiencia moral la noción de experiencia integral


propuesta por el personalismo, la acción moralmente buena, es la persona en su integridad la
que se ve inmersa en la acción y toda ella se ve afectada de algún modo. En consecuencia, si
la acción es en efecto buena, ese bien impactará en todas las dimensiones de la persona, le
perfeccionará, no de la misma medida a cada dimensión sino proporcionalmente a la que
prioritariamente se ha desplegado en dicha acción. Y esto tendría que afirmarse también en
el sentido contrario la acción moralmente mala le desintegra.

Entonces resulta relevante frente a esto dicho establecer si todos los bienes y acciones
buenas pueden considerarse en un mismo orden jerárquico, y por tanto si todos perfeccionan
a la persona en la misma medida. Pareciera evidente que no es así, pero es mejor clarificarlo.
Los bienes útiles o instrumentales cuya capacidad de perfeccionamiento de la persona es
limitada, directamente interviene en la dimensión corpórea de la persona, particularmente
como medio y sólo en la dimensión subjetiva puede desarrollarse un perfeccionamiento de
orden espiritual, caso similar con los bienes deleitables.

El bien que es propio de la persona el bien honesto, lo es en razón de su dignidad y


superación de la condición de utilidad, “lo honesto y lo útil coinciden en el objeto, pero se

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distinguen por la razón, ya que una cosa se considera honesta en cuanto que posee una
excelencia digna de honor debido a su belleza espiritual” ST. 11-11, q. 145 a. 3 co.

c. El valor como el bien con capacidad de motivación

Es interesante el planteamiento sobre el valor como la razón de motivación de un bien


para la persona, y resulta hasta cierto punto necesario porque si hablamos de la participación
integra de la persona en la acción moral, la afectividad debe participar de un modo específico
y el valor parece en efecto, responder a ello. Aunque como apunta Wojtyla “Es difícil, de
todos modos, admitir que la especificidad misma de la moralidad pueda ser sólo sentida, sin
ser, al mismo tiempo, comprendida”. (Mi visión del hombre, 2005, pág. 352)

Esta distinción se hace relevante frente a las corrientes contemporáneas que en


algunos casos llevan al extremo la consideración de que el valor por sí mismo fundamenta la
moralidad de la acción, dejando de lado la objetividad de la moralidad que es alcanzada por
la vía de la razón, siendo esta última la que permite la superación de establecimiento de una
moral singular y profundamente relativista, dando paso a un fundamento de la moralidad que
aparezca con una solidez tal que responda a lo humano independientemente de las
particularidades pero no las excluya absolutamente.

Así el camino ético parece ir integrando la totalidad de lo humano.

d. La norma moral como formalización consciente de la acción que


perfecciona a la persona. La norma personalista

Tomando en cuenta todo lo anterior la norma moral se va configurando no como una


imposición externa, que, sin considerar a la persona real y concreta, su entorno y
circunstancia, le dice descarnadamente qué ha de hacer para “ser” bueno. Lo cual puede, y
de hecho lo vemos así en el mundo contemporáneo, no le resulta “atractivo” y le habla poco
de por qué lo bueno además le es conveniente en sus distintas dimensiones.

La norma moral desde la perspectiva personalista incluye elementos de la realidad


objetiva, y de la realidad subjetiva que no se reduce a una subjetividad afectiva, pero que sin
duda le incluye, la inteligencia de la persona tiene un lugar fundamental en el reconocimiento
de la norma universal y su aplicación a la acción concreta.

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El juicio, acto especifico de la inteligencia le permite bajo una forma este
conocimiento a) el conocido como sindéresis que se actualiza al juzgar la moralidad del acto
concreto, son juicios particulares y b) los juicios universales de los que es capaz la
inteligencia como una manifestación de mayor plenitud no sólo operacional sino esencial.

Tales juicios no se refieren ya a la moralidad de una acción concreta, sino que tienen
por sujeto un tipo o clase general de actos. Un conjunto ordenado y sistemático de
juicios morales universales se denomina sistema o doctrina moral” (Sánchez-
Migallón, 1998)

En este sentido este sistema no le es ajeno a la persona por el contrario se le revela en


la realidad y se estructura en su interioridad, donde se hace consciente de él y de lo que
significa, su propia posibilidad de perfeccionamiento. En cada juicio que la persona realiza
es capaz de caer en cuenta de que tal acción o tal otra es buena o no lo es y, dado que el objeto
de la inteligencia es la verdad, la operación del juicio permite “la objetivación (y la
concreción) de la verdad sobre el bien” (Wojtyla, El hombre y su destino, 2005, pág. 261)

e. Aspectos universales y personales de la norma moral

La fundamentación de la norma moral entonces podemos encontrarla a través del


ejercicio del juicio, pero es relevante decir que no es en una mera idea de perfección de lo
humano, sino que es de hecho de la misma observación de la realidad concreta de la vivencia
ética en las personas reales que esto surge. No es entonces la doctrina moral o el camino ético
un ejercicio meramente teórico, por el contrario, es en la observación de la existencia de otros
que particularmente han podido responder verdaderamente a la pregunta sobre la bondad de
sus propios actos.

Paradigmáticos ejemplos podemos encontrar que se convierten en referencia y aún


más parte del proceso fundamental de la ética, que con su la consistencia de su conducta en
el bien muestran que la decisión por el bien responde al descubrimiento interior del valor
intrínseco de la persona, de sí mismos y de los otros.

La vida ejemplar, indica un camino que otros libremente pueden seguir y, por sus
características y consecuencias volverse incluso atractivas, podríamos atrevernos a decir que
se encuentran en el punto que permite unir la doctrina y la concreción de la vida moral,

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volviéndose observable y deseable. No hay una necesidad de que tal doctrina sea impuesta a
nadie, sería contario tal hecho a la naturaleza de la doctrina moral una acción de este tipo.

Pero… considerando que como hemos dicho la acción moral no se reduce a una sola
de las dimensiones de la persona, sino que, supone todas ellas, la trascendencia debe ser
incluida en la dinámica ética pero ya que no puede aún realizarse en ella, ¿cuál puede ser su
relación en la existencia humana?

Considerando dos tipos de trascendencia, una horizontal y una vertical, hemos de


afirmar que la consecución del bien a través de la elección libre, del movimiento propio de
la voluntad, hace que la persona se trascienda a sí misma en pos de ese bien, y siguiendo la
teoría de la felicidad humana como el proceso en el que la persona se va realizando a sí misma
en plenitud, la acción moral contribuye.

Sin embargo, bajo la óptica de la posibilidad e incluso necesidad de la trascendencia


al absoluto, al Bien absoluto, como la perfecta realización personal, la relevancia de todo el
universo de lo ético se evidencia, no puede alcanzarse tal trascendencia sin un recorrido que
suponga y en el que se experimente en plenitud la libertad y por tanto la moralidad.

f. Los códigos morales. La ley natural.

La persona requiere ayudas, referentes en general para toda su acción y la moralidad


no podría ser la excepción. La educación es el proceso por el cual la persona adquiere el
conocimiento y la experiencia para poder convertirse en alguien diestro en cualquier materia
y disciplina, la educación moral podemos decir recibirla de los otros como ya hemos
planteado a partir del ejemplo.

Pero la capacidad de orden y sistematización que el género humano posee, requiere


el establecimiento de este orden y que el aprendizaje y la educación moral no quede sujeto a
la posibilidad de observar de primera mano la ejemplaridad de algunas personas, sino que
pueda normalizarse y codificarse, a fin de que pueda ser transmitida y se genere una
pedagogía de lo moral.

La ley natural y las leyes y normas que de ella se derivan se pueden articular de tal
forma que pueden cumplir el cometido arriba mencionado, indicar a la persona en lo

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individual y en lo común, de forma comprensible y ordenada la mejor forma de experimentar
la vida moral.

En su texto Los derechos del hombre y la ley natural, Maritain lo expone de la


siguiente forma:

“…un orden o una disposición que la razón humana puede descubrir, y según la cual
debe obrar la voluntad humana para acordarse a los fines necesarios del ser humano.
La ley no escrita, o el derecho natural, no es otra cosa que esto… El conocimiento
que de esa ley tiene nuestra conciencia moral es, sin duda, aún imperfecto, y es
probable que se desarrolle y afirme en tanto dure la humanidad” (Maritain, 1942)

Toda ley positiva con respecto a la jurisdicción que le es correspondiente, entonces,


debería seguir en principio a la ley natural, que es su precedente ontológico. Por desgracia la
modernidad al empeñarse en romper con la visión cristiana no alcanzo a distinguir con
claridad que aun estableciendo una distancia e incluso una ruptura con el cristianismo no
tenía que romper con la ley natural que incluso desde la consideración de la no existencia de
Dios o su desconexión relacional con el universo de lo humano, esta Ley se sostiene por sí
misma, fundada en la realidad, particularmente en la realidad de libertad humana, punto que
por cierto dice la modernidad, estar salvaguardando.

El mundo contemporáneo ha ido más allá, ya no es la libertad que supone la razón


humana, el criterio autócrata de bien, que no autónomo, que ya en sí supone diversas
problemáticas; es ahora una “libertad” que responde fundamentalmente a la experiencia
afectiva de la persona, dejando de muchas formas fuera de la dinámica de la acción humana
la moralidad y por tanto la bondad/ verdad de las cosas y las acciones, sino que queda
reducido a un querer que siendo ciertamente parte del acto moral la afectividad, no es ahí
donde se define la moralidad del acto, o también puede quedar aún más reducido al deseo
que se ubica en la dimensión más distante del espíritu, la orgánico corpórea.

Las leyes que, frente a estos reduccionismos, se hacen necesarias son las que con
claridad desvelan a la conciencia humana los criterios que en ella misma puede encontrar,
pero la pedagogía de la ley podría allanar el recorrido del camino ético.

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g. Conclusiones

Tener la oportunidad de observar con una mayor cercanía la propuesta personalista


particularmente de la ética va cerrando el círculo de este pensamiento, porque efectivamente
puede encontrarse una consistencia entre los diversos enfoques personalistas en cuanto a las
disciplinas filosóficas y autores, ambos dan muestra del giro personalista impactándoles. No
puede apreciarse en plenitud una propuesta ética personalista plena sin antes pasar por la
comprensión de la antropología y la epistemología, disciplinas desde donde se establecen las
bases para una mejor comprensión.

Y hoy más que nunca en un mundo que se torna cada vez más antiracional y
particularmente anticristiano, cultural y religiosamente, se hace ineludible el esfuerzo por
recuperar para la humanidad la verdad sobre sí misma y establecerla en categorías que la
aborden y muestren de la mejor forma posible, tal que sea accesible y amable por el bien de
la persona.

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Aquino, T. d. (01 de 09 de 2012). Suma Teológica. Recuperado el 07 de 06 de 2022, de Suma
Teológica: https://hjg.com.ar/sumat/c/c145.html

Burgos, J. M. (2018). La vía de la experiencia o la salida del laberinto. Madrid: Rialp.

Guerra, R. (2006). Repensar la vida moral. Experiencia moral, teoría de la moralidad y antropología
normativa en la filosofía de Karol Wojtyla. Tópicos, 83-102.

Maritain, J. (1942). Los derechos del hombre y la ley natural.

Sánchez-Migallón, S. (1998). Un esbozo de ética filosófica. Pamplona: EUNSA.

Wojtyla, K. (2005). El hombre y su destino. Madrid: Palabra.

Wojtyla, K. (2005). Mi visión del hombre. Madrid: Palabra.

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