La obra apela a la multimaterialidad. Está realizada en acero, vidrio laminado y
materiales varios y mide 6 x 7 x 2,80 m. La elección de los materiales es coherente con la relación que establece la obra con la arquitectura. En este sentido, todos los materiales elegidos pertenecen al ámbito de la construcción y están trabajados de forma análoga, ya que, si bien los fines de la obra son artísticos, su estructura recibe un tratamiento propio de la construcción de unidades funcionales: proporción, ángulos, ubicación de las aberturas. Esta fusión entre arte y construcción arquitectónica influye asimismo en la textura de los materiales. El uso de la materialidad busca guardar una relación con las unidades, tal como si las mismas fueran a ser utilizadas con fines funcionales, no artísticos. Esto se observa en el material de las paredes, que, si bien es originalmente rugoso, se ve alisado, en los metales que se observan pulidos y de material antioxidante, en el vidrio laminado que es perfectamente liso. El monumento está emplazado al aire libre, sobre el césped del Parque de la Memoria. El Parque es un espacio público de catorce hectáreas de extensión, ubicado en la franja costera del Río de la Plata, en la Costanera Norte de la Ciudad de Buenos Aires. El Monumento y las restantes obras se encuentran dispersos a lo ancho del Parque, rodeados de una amplia zona verde, así como de zonas cementicias, entre ellas senderos que conducen a los monumentos. Las obras no se encuentran delimitadas ni cercadas. La interacción entre las personas que visitan el Parque y la obra es de contacto directo. De hecho, en muchos casos, las obras se encuentran intervenidas. Por otro lado, y en relación a las dimensiones, las obras en general se observan con un sentido de proporción en relación al entorno de emplazamiento, por contar el Parque con una vasta extensión. En cuanto a su escala relativa con lo representado, la obra guarda una relación realista y simétrica. Finalmente, guarda una dimensión monumental en relación a su dimensión relativa a lo humano. El Monumento al Escape no posee plataforma de exhibición, ni altar, ni cercamiento que delimite su área, por tanto se entiende que carece de marco. El Parque de la Memoria-Monumento a las Víctimas del Terrorismo de Estado se constituye en un espacio de memoria y homenaje a las víctimas de la última dictadura militar argentina, así como en un espacio de reflexión crítica de la ciudadanía. Es en la intersección de ambos criterios que se monta el Monumento al Escape, así como el resto de las esculturas exhibidas en el Parque. De un lado del Parque, la Av. Costanera Rafael Obligado, que bordea la Ciudad en su zona costera-norte; del otro lado, el Río de la Plata que ejerce todo su peso simbólico sobre el Parque y las obras allí emplazadas por ser el destino final de muchas de las víctimas del terrorismo estatal en el marco de los denominados “vuelos de la muerte”. Las referencias histórico-políticas-sociales del Parque, así como su emplazamiento junto al Río de la Plata, operan sobre la obra e influyen en su lectura. Sin embargo, esto es válido para todas las obras que acompañan la exhibición permanente. Lo particular de la operación del contexto sobre el Monumento al Escape específicamente, es que su emplazamiento al aire libre interviene de un modo muy especial, ya que es lo que permite el juego de la entrada-salida a las unidades, el ingreso de la luz exterior (si se lo mira desde el interior), y el contraste de la oscuridad interna (observando desde afuera); la luz natural es la que logra finalmente la sensación de la posibilidad de escape, de salida, y en definitiva, de libertad, logradas en esta obra gracias a su interacción con la intemperie. La obra de Oppenheim consta de tres estructuras arquitectónicas, al estilo de celdas, montadas entre sí guardando una forma poligonal: dos estructuras constituyen la “base”, mientras que la tercera se ubica en la “cima”. Todas las estructuras tienen un techo de vidrio laminado de color rojo y se encuentran abiertas en su base. Cada unidad apunta su base en distintas direcciones. Tanto por las características de los materiales utilizados, como por las unidades finalmente constituidas, la obra se torna rígida, angulosa y geométrica. Sin embargo, pese a su rigidez, el montaje y distribución de las unidades entre sí aportan movimiento y dinamismo a la composición final. Asimismo, el hecho de que las unidades no tengan piso, y se dispongan abiertas hacia distintas latitudes, permitiendo el acceso al “interior” de la obra, opera en el mismo sentido de movilidad, al tiempo que contrarresta el sentimiento de opresión al que la misma obra apela en cuanto al elemento representado y su peso significativo. Por otro lado, a excepción del rojo de los techos (y el azul de las pequeñas ventanillas de las puertas internas), los colores son mortecinos, y la composición no genera vibración en este sentido. Nuevamente, y en un modo similar a lo que ocurre con la tensión entre rigidez-dinamismo, las aperturas que apuntan a distintos sectores del Parque, e incluso al cielo, así como las aberturas de las bases, permiten el ingreso de luz, que se filtra a su vez en el tono de color rojo de los vidrios y rompe de este modo con la primera impresión de oscuridad y languidez. Al estar frente al Monumento al Escape, y más aún al “penetrar” en el mismo, las tensiones que se ponen en juego en relación a los aspectos formales de la obra (rigidez-dinamismo, languidez-vibración, luz-oscuridad), se traducen en tensiones respecto a los efectos que produce. En una primera mirada, la monumentalidad de la obra por un lado, y el interior de las estructuras por el otro, generan una sensación muy fuerte de inhibición, opresión y encierro. Sin embargo, luego de darle varias vueltas y observar sus múltiples perspectivas, se aprecia una estructura completamente abierta. Lo que a simple vista parecen unidades compartimentadas, son en realidad una gran unidad global que se comunica entre sí y con el exterior. La oscuridad retrocede ante la luz natural que ingresa a las “celdas” por distintos puntos. Finalmente, al observar desde el interior por las ventanas, se alcanza a ver el césped, más lejos la silueta de lxs hijxs de Matilde Herrera, en la obra de Roberto Aizenberg, y más allá el cielo, y la oscuridad y el encierro se repliegan, tensionados por la luz y el afuera que penetra al adentro.