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El Torreón del Viento

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El Torreón del Viento

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Contenido
Capítulo 1: Fragmentos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
Capítulo 2: La Niña . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51
Capítulo 3: Escritos Antiguos . . . . . . . . . . . . 92
Capítulo 4: Øbelemm . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 147
Capítulo 5: W2-93 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 307
Capítulo 6: Ütal'ha . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 338
Capítulo 7: Nacedero en el Torreón . . . . . . 360

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El Torreón del Viento

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Capítulo 1
Fragmentos
¿Qué le preguntaría a una estrella?
Envuelta entre susurros angostos y una leve
fuerza proveniente de una oscuridad, infinita a mis
ojos sumergidos con presión al cansancio, los cuales
se escapaban de mi control paulatinamente. Rodea-
da de miles de estrellas, por unos segundos me sen-
tí como una bailarina, actuando en el centro de una
gran sala de espejos mágicos. Con cada movimiento
de pierna, una luz se veía reflejada en un espejo y
se repartía por miles. En aquella oscuridad, los mo-
vimientos reproducidos por miles, eran muy leja-
nas y blancas luminarias. Éstas últimas con picos de

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El Torreón del Viento

potencia y pureza que eliminaban su tono grisáceo.


De la mano con los fragmentos cósmicos, los cuales
me guiaban el camino a la nada, esferas deformes
salían y se alejaban hacia un punto de manera uni-
forme de mi ser, con fragmentos de mi propia vida
arrebatados. Huían en la dirección contraria al ori-
gen de aquella fuerza, hacia una oscuridad infinita
más clara. Envuelta en una extraña sensación de
arrastre y caída. Absorta por el dolor y oleadas
constantes de un frío, que sin miedo y con total fa-
cilidad, penetraban con intensidad mi ser de cuer-
po y alma.

Caía, sin más. Caía aumentando todas las


sensaciones revueltas. Caía bajo un leve y tenue
foco lejano, cuyo núcleo se hacía cada vez más dé-
bil. Carmesí. La insignia de aquel núcleo, era de tal
tono cubierto por un mosaico deforme. Con cada
segundo eterno que transcurría en aquel infierno
vacío y oscuro, los susurros se alejaban de mi alcan-
ce sonoro, el cual realizaba un cierre forzoso ais-
lándome de todo mientras formaba parte, poco a
poco, del todo.

Desprendiéndome de fragmentos de vida


envueltos en esferas deformes, decoradas con cada
vez más potencia del reflejo carmesí, salían de
prácticamente todo mi débil cuerpo unas curiosas
hileras de humo con rumbo fijado. Por las zonas

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más dolorosas que martirizaban mi mente, las cua-


les me hacían sentir completamente fragmentada,
cual plato de porcelana habiendo caído de tal forma
que ningún pedazo se desprendiese del todo exáni-
me. Hileras de humo dilatadas sin fin, adoptando
por envidia, un tono carmesí más intenso y sin fil-
tro alguno. Llegó el momento. La última esfera re-
nunció a mí con rabia, las hileras se volvieron más
débiles en su largo rastro, llevándose consigo mis
pensamientos, para consiguiente todo mi dolor. El
frío dejó de abrazarme, y siendo lo único que logré
sentir, se despidió con un beso suave de pura escar-
cha en la comisura de mis labios. Fue entonces
cuando mis ojos se durmieron definitivamente, y
para mi sorpresa, una última esfera se desprendió
de mí con timidez. Esta vez, más pequeña y frágil
que el resto. Esta vez, saliente del ojo derecho.

Dejé de ser... dejé de sentir... Dejé de sentir-


me acabada, olvidada por mí misma, para sentirme
atorada por un temor que no lograba comprender.
Un temor que me hacía rabiar de venganza. La os-
cura y vacía envoltura se deshizo tras el estallido de
las estrellas, esparcidas de pronto por doquier.
Aquella extraña fuerza dejó de arrastrarme para co-
menzar a presionar todo mi cuerpo, mi mente, ha-
cia un punto más profundo que mi alma. El mismo
foco carmesí, esta vez sin filtro, decoraba mi en-

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El Torreón del Viento

torno con un constante parpadeo acompañado por


una molesta y punzante melodía.

A pesar de la fuerza aguda de aquella melo-


día, ésta apenas lograba captar mi atención, pues
estaba dirigida con temor hacia un enorme mons-
truo de rojo. Un cúmulo de llamas destrozando y
desfigurando todo aquello que lograba alcanzar. El
tamaño y la rabia del monstruo de rojo, junto a sus
cuernos negros ascendentes, apenas lograba visuali-
zar los detalles de aquella cámara, ni asignarle
una... función. Acostada contra unas placas de me-
tal, cubierta de heridas y quemaduras leves en su
mayoría, empapada en sudor con una extraña sen-
sación de escarcha que me abrazaba por completo,
sentía ciertos calambres por el cuerpo. Me aferraba
a la vida como mis puños se aferraban al metal, so-
portando la fuerza externa y la presión aplastante.
Observando al enemigo ardiente por un lado, con
miles de filamentos de todos los tamaños a mis es-
paldas tras una pantalla de vidrio quebrada. Bajo
los constantes temblores de aquella cámara, obtuve
la ligera valentía de ponerme en pie con dificultad
y dolor.

Me tambaleaba apoyándome en el lado iz-


quierdo contra la pared metálica, dejaba un leve
rastro de sangre debido al arrastre. Seguí un par de
pasos más, manteniendo la distancia con el mons-

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truo de ignición que radiaba con rabia por doquier,


hasta perder todo apoyo y alcanzar la esquina. Acto
seguido, perdiendo todo equilibrio y fuerzas, caí
presa de la debilidad y la asfixia. Atorada y envuel-
ta por el denso humo oscuro, el calor sofocante y la
presión aplastante, caí rendida. Hincada de rodillas
bajo la mirada desafiante del miedo y la rabia, mis
manos sangrientas palpaban con nervio un suelo
quemado, ensuciado y golpeado. Sentía que se me
acababa el tiempo, y consigo mis esperanzas.

Con la mirada perdida a un infinito confuso,


un elemento se me presentó de reojo a mi izquier-
da, con la apariencia y la presencia de un atisbo de
luz, de esperanza. Tal era, que no pude evitar dejar
escapar una pequeña y agridulce mueca. Dicho ele-
mento, se presentó como un objeto curioso partido
en uno o más fragmentos. Un amuleto, forjado a
partir de un material oscuro y resistente. Adaptado
a una forma poligonal, el amuleto contenía múlti-
ples surcos surgidos de un sólo punto hasta los már-
genes del fragmento. La dirección y forma del con-
junto de los surcos, parecía formar las largas y del-
gadas patas de una araña, cuyo torso contenía el
origen de dichos surcos. A pesar de la rotura, se po-
día concluir que dicho torso, tomaba la forma per-
fecta para colocar una pequeña esfera. Una esfera
desaparecida. Aunque no era la única. Agarrando

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El Torreón del Viento

con fuerza aquel pedazo de amuleto, manteniéndo-


lo en mi pecho, intenté alzar la mirada hacia aquel
haz de esperanza que me había entregado la pre-
sencia.

Lo intentaba, cada vez con más esfuerzo, la


presión que cargaba sobre mi cuerpo y mente, se
hacía cada vez más fuerte a la par. Logré advertir el
muñón de una extremidad recién extraída a la
fuerza. Con pena y resentimiento, la extremidad
vecina agarraba la pérdida izquierda, dejando al
descubierto entre muchas cicatrices, un sello mar-
cado a fuego y tinta en la muñeca. (Parecía un aro
atrapando una esfera compacta, con múltiples man-
chas agrietadas. Me resultaba extrañamente fami-
liar). En un último intento por descubrir el rostro
de aquel sujeto, un inmenso y potente estallido de
luz proveniente del amuleto que guardaba con an-
sia entre mis manos, todo se volvió blanco. Me sen-
tía como en los últimos segundos de aquella oscuri-
dad infinita. Sin fuerzas externas, sin dolor, sin
pena, sin nada a lo que aferrarme en una nada ab-
soluta, pero pura. No comprendía porqué, lo único
que lograba sentir, era una dulce paz. Tenía la sen-
sación de no conocer aquella paz, pero habérmela
encontrado en más de una ocasión.

Con un simple parpadeo, la nada blanca se


tornó negra y confusa. Con otro parpadeo, pude

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volver en mí de nuevo, un día más, tras salir del


plano onírico. Un día más soñando fragmentos
confusos que extrañamente me ataban a un pasado
extirpado. Un día más, confusa. Un día más, sin
respuesta alguna. Desconozco mi pasado por com-
pleto. Los únicos elementos que conservo de éste
son; aquel extraño amuleto que ahora cuelga de mi
cuello, y aquellos dos lugares en los que estoy con-
vencida que estuve realmente. Cada noche, no
hago un simple viaje al mundo onírico, observo lo
que fue un éxodo desde mi propio vestigio. Es lo
único que ocupa mi mente y mis sueños.

Inmediatamente después de aquello, tomé


consciencia de mí misma. Cada noche, desde que
desperté hace tres lunas con la pesada sensación de
haber dormido tres vidas, observo el decorado cielo
negro por las infinitas estrellas. Desperté tumbada
sobre una estrella de cinco puntas representada con
mis extremidades, entre la maleza grisácea y un
mar de helechos tropicales de un blanco pálido. En
una extensión de mí misma siguiendo las cinco
puntas, la maleza fue aplastada bajo la sentencia de
unas brasas, aparentemente invisibles. Ahí me ha-
llaba.

Durante unos escasos pero dilatados segun-


dos, apenas lograba sentirme físicamente, además
de tener la extraña e incómoda sensación de que mi

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El Torreón del Viento

mente comenzaba a tener peso, aplastando paulati-


namente mi cabeza. Entre el lejano dolor y la con-
fusión, fue cuando fijé la mirada de nuevo a una in-
finita oscuridad, que las sensaciones anteriores se
disiparon de pronto y por siempre. A pesar de ha-
ber recuperado la capacidad de movimiento, me
quedé inmóvil fascinada por el espectáculo de lu-
minarias con la que vestía dicha oscuridad. Sabía lo
que eran. Para muchos fueron la única guía fiable
en una noche fría y confusa, para otros era un re-
curso fácil para la conquista de un corazón ajeno o
propio. Incluso una esperanza de vida, de renaci-
miento. Con los pies en tierra, estas luminarias son
capaces de reflejar una belleza infinita e inalcanza-
ble, amadas por la mayoría, en casi todas sus extra-
ordinarias formas.

Estoy observando las estrellas, tal y como las


observé la primera y segunda noche. Con una pin-
celada de admiración y otra de compasión sobre un
lienzo ambiguo. Están muy lejanas y su luz tarda
mucho en llegarnos, siento esa curiosa admiración,
por esa bella luz y los efectos que son capaces de
realizar. Siento esa pesada compasión, pues lo úni-
co que vemos de las estrellas, son su vieja y agridul-
ce sonrisa ante su último e inevitable vestigio. Ob-
servo una y otra vez, el rico y mágico aunque me-
lancólico poema de un poeta muerto, entregado a

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su falsa ataraxia a manos de su archienemigo. Sol-


tando en un último aliento, la lágrima más cargada,
dejando al descubierto un haz de desesperación en
un largo, espeso y deseado desgaste.

Con la mente y la mirada perdidas en la de-


coración más dulce de la oscuridad, a veces me pre-
gunto lo siguiente; si pudiese, ¿Qué le preguntaría a
una estrella? Ansío esa pregunta por alguna razón
que desconozco.

Las estrellas. Sabía lo que eran. Una masa


gaseosa incandescente, con un núcleo sometido a
grandes presiones y elevadas temperaturas. ¿Cómo
es posible que recuerde al detalle tales definiciones,
los términos a usar, moverme en terreno descono-
cido asegurando mi supervivencia? Pero no logro
recordar el título, el nombre que se me debió dar al
nacer. Sé lo que debo saber, no obstante desconoz-
co lo que deseo saber. Tengo una muralla inque-
brantable en mi mente.

Tumbada entre aquellos helechos, mi aten-


ción estaba completamente centrada en las lumina-
rias cósmicas, hasta unos largos minutos más, en-
tretenida leyendo los múltiples poemas. A pesar de
estar atrapada por éstos, advertí un elemento curio-
so, que paulatinamente ganaba presencia y embau-
caba el interés de cualquiera. Sobre el océano oscu-

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El Torreón del Viento

ro con minerales cósmico luminosos por decora-


ción, siete ríos uniformes comenzaron a caer de lu-
gares distintos, aunque no muy lejanos entre sí,
cuyo origen no alcanza mi vista. Deberá de estar
perdido en un punto muy lejano de la infinita os-
curidad. Los ríos dejaron una extensa y difusa este-
la morada, adornada con pequeños puntos rojos
resplandecientes. Unos puntos que parecen caer
con más rapidez, y aunque sin un objetivo aparen-
te, más directos a chocar en tierra.

Nunca logran apenas acercarse a las frondo-


sas tierras que pueblan los lares que alcanzo a ver,
parecen hacerse mil pedazos con suavidad y desva-
necerse sin más. Aquella belleza cósmica, entre
toda mi melancolía, lograba sacarme una grata son-
risa. Embobada, admiré el fenómeno que destacaba
con creces en la oscuridad de una noche serena. Se-
guí con la mirada el rumbo de todos los ríos, ahí en
cuyo final se estrechan, todos hacia un mismo pun-
to. Un punto que no lograba distinguir por la oscu-
ridad nocturna y su ubicación, en lo que parecía un
foso, a pie de la montaña en la que tomé concien-
cia. Desperté sin identidad. Desperté sin un destino
claro. Desperté confusa. Y por ello, no dudé ni por
un segundo tomar como objetivo llegar al mismo
destino que aquella belleza cósmica. Un fenómeno
que no pudo ganar presencia por aleatoriedad. De-

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bía creer en algo, lo que fuese. Debo hacerlo.

Apenas dados mis primeros pasos, siguiendo


como referencia el rumbo del río que cubría mi ca-
beza desde las estrellas, me detuve bruscamente.
Mi instinto no me susurraba buenas noticias. Un
cambio forzado del clima templado, me provocó un
escalofrío de pura escarcha que recorrió todo mi
cuerpo de pies a cabeza. Algo me demandaba sentir
un terror que mi mente jamás había experimenta-
do, no obstante una fuerza que parecía externa a
mí, me incitó a la valentía. No me sentí yo misma.
Tras echar un vistazo a mis espaldas, en la profun-
didad del bosque donde procedía el mal augurio,
observé una leve bruma a ras de suelo de un color
celeste, de un verde distinguido. Prácticamente
asomando por los helechos, la dicha inundaba el
bosque a una velocidad preocupante para cualquier
andante. No sabía con exactitud lo que era aquella
bruma, sin embargo rondaba por mi subconsciente
el seguro de albergar conocimiento sobre ésta, y la
clara advertencia de no entrar en contacto con la
misma.

A mi alrededor sólo tenía a mi alcance más


que árboles y plantas de todo tipo, y correr no era
una opción. Por suerte para mí, a pesar de que la
corteza de estos árboles estaba cubierta de moho,
de ellos colgaban decenas de gruesas lianas nacidas

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El Torreón del Viento

de las múltiples ramas que, cubrían y reforzaban el


ancho tronco de los gigantes de madera. El más pe-
queño que logré ver, sin problema triplicaba mi al-
tura. Inicié la escalada con un salto, de tal forma
que todo mi cuerpo alcanzase la liana más larga, la
cual lograba rozar con dulzura los helechos, con el
más mínimo soplo de viento. Y como si formase
parte de mi ejercicio físico diario desde hacía déca-
das, con la ayuda de mis brazos por el alto extremo,
y mis piernas por el bajo extremo, subí con rapidez
por la liana hasta alcanzar y asentarme sobre la
rama más cercana, y lo suficientemente gruesa
como para aguantar mi peso sin problema.

Mientras la bruma acechaba a ras del suelo


y continuaba su conquista, agarré un par de lianas
para amarrarme al tronco y evitar una caída ino-
portuna durante mi regreso al mundo onírico. La
bruma no tenía intenciones de dejarme marchar
durante cierto tiempo. Mis piernas reposaban sobre
el largo lomo de una rama negra y libre de moho,
como muchas otras a una determinada y elevada
altura. Con la espalda tomando como apoyo el
tronco, contemplé con calma e ironía la evolución
del tiempo en la infinita oscuridad atildada por
todo tipo de luminarias. Además del leve pero
constante avance de los ríos, y los innumerables
poemas, con cada vez más claridad, se podían apre-

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ciar distintos fenómenos.

Un catalejo espaciotemporal, un fenómeno


creado por el choque de jóvenes estrellas movidas
por una ola magnética (en su mayoría, olas artifi-
ciales). El choque provoca una carrera a altas velo-
cidades por parte de ambas estrellas, unidas for-
mando un círculo imperfecto de un rojo pobre y
blanqueado, esparciendo por doquier pequeños
fragmentos de las estrellas afectadas. Denominado
con tal título, por el efecto que realiza a cada lado
del fenómeno; observando lo suficientemente cerca
por un lado, el “catalejo” muestra una visión del es-
pacio mucho más ampliada; observando por el otro
lado, muestra una visión precedente o póstuma del
espacio comprimido en la mira del círculo forma-
do. El catalejo espaciotemporal, por desgracia no
dura lo suficiente como para saciar tal deleite de la
belleza cósmica. La corta duración varía, pero con-
cluye tras el consumo total de una o ambas estre-
llas. Es casi una figura poética de amor. Me pregun-
to, ¿qué fue lo que estaría viendo yo en la distancia
correcta? ¿Y alguien del exterior hacia estas tierras?
Una tenebrosa curiosidad.

Asimilando tantos elementos y hechos, no


pude evitar elevar mi cabeza, cerrar los ojos y sus-
pirar profundamente. Algo en mi interior nada más
quería que me sintiese acabada, aterrorizada ante

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El Torreón del Viento

mi situación en terreno desconocido, arropada por


una melancolía desconocida aunque de tal cercanía
que se me hacía familiar. Comprendía porqué una
parte de mí quería sentirse así, a pesar de desear
cada segundo recuperar mis recuerdos, el vestigio
de éstos que reside todavía en lo más profundo de
mi ser, me consume por completo. Cada vez que
intento acercarme a ellos, ya sea desde la ventana
de mi mente o la del sueño, siento una profunda
soledad y melancolía tóxica, con el único objetivo
de provocarme un dolor inimaginable. Observar
este bello mundo, su naturaleza en tierra y su en-
voltura cósmica, me basta por ahora para ganar
fuerzas y seguir mi nuevo y peculiar camino.

Por supuesto, no descarto detenerme por


momentos a leer y comprender los distintos letre-
ros que me deparará dicho camino. Quizá, tras te-
ner grabada la definición del catalejo espaciotem-
poral en el subconsciente y poder presenciarlo en
persona, he conseguido observar de un modo meta-
fórico ambos lados del fenómeno. Consiguiendo al
fin un poco de paz entre tanta confusión, fue cuan-
do advertí de unas pequeñas setas, que adornaban y
envolvían prácticamente todas las ramas de los ár-
boles de la zona. Tardé en procesar la información
que se hallaba en algún rincón de mi mente, y se
asomaba poco a poco con menos timidez.

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Un soplo de Coppola, así recuerdo el nombre de


aquella seta. Con la estructura común de muchas
setas, de un blanco pálido decorado por manchas
ovaladas y deformes de un negro intensas. Lo ver-
daderamente interesante del soplo de Coppola, es
su curioso interior. Siguiendo el contorno de la
seta, reposaban en un pequeño hueco, entre cator-
ce y veinticuatro esferas de un blanco dorado. Un
elemento alimenticio muy nutritivo, fácil de inge-
rir y fácil de digerir. Los corazones del soplo de Co-
ppola, más ligeros que una pluma, se aferran al cie-
lo, donde libre es el vuelo, con la mínima caricia
del viento. Ingerir la envoltura provocaría vómitos
durante un par de noches. Con el fin de alimentar-
se, únicamente servían los pequeños corazones del
interior. Sin embargo, con el procedimiento ade-
cuado, las envolturas pueden triturarse, hervirse y
servir como una sopa de un sabor poco apetecible,
aunque efectivo para aliviar el dolor. Por lo que
guardé la envoltura de las tres setas que arranqué, y
con cuyos corazones me sacié. Apacigüé el hambre
atroz que hacía rugir mi estómago.

Me cuesta respirar. Es un detalle que dejo


pasar en estos momentos. Estuvo rondando en mi
cabeza con magnitud la primera noche, sin embar-
go se acallaron mis pensamientos y preocupaciones
paulatinamente, a medida que dicha dificultad res-

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El Torreón del Viento

piratoria se apaciguaba. Lo primero que asocié a la


dicha, fue mi despertar tras un aparente largo pe-
riodo de sueño. Pero diferentes pistas de este lugar,
me llevaron a otras posibles conclusiones. Todavía
tengo que recabar más información antes de sacar
cualquier conclusión precipitada. Antes de dormir
la primera noche, me tomé unos segundos para cal-
mar mis pensamientos y ejercitar con suavidad mis
pulmones. No pude evitar sonreír brevemente.
Sentí un alivio, un frescor armónico único que me
devolvió por unos segundos la paz en mi mente,
confundida y aterrada. Me quedé tranquila y con
expectación observando los elementos cósmicos en
su conjunto, durante un largo tramo de aquella no-
che silenciosa. Caí al mismo fango onírico, empuja-
da por las zarpas del cansancio.

La luminaria más bella y poderosa que al-


cancé a ver, tanto en sueños como en el océano
cósmico de este mundo, me honró y dignó mi des-
pertar con su gran presencia. Un tipo de estrella ca-
paz de miles de cosas, e interpretada por cientos de
miles de formas distintas. Aliviando levemente el
frío que traía consigo la noche y aquella bruma, di-
sipada durante mi sueño, la luminaria me acaricia-
ba con extrema sutileza, formando una calurosa y
cómoda envoltura. Elevándose por el horizonte, un
sol rojizo acompañado de uno azul más pequeño,

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aclaraban sin obstáculo alguno por el aire, todos los


páramos que yo lograba apreciar. A pesar de la
fuerza de estas luminarias, tres de los siete ríos to-
davía lograban imponer su presencia en un cielo
tan claro. El rumbo claro, el suelo despejado, con
cierta cantidad de suministros que me apropié del
árbol, estaba lista. Comencé mi travesía, por te-
rreno desconocido hacia un destino opaco. No me
importaba entonces, y no me importa ahora.

Descendía con fluidez y cierta velocidad.


Trotando por la montaña en una pendiente poco
significativa, sin dejar de apreciar el entorno, su-
mergida en un bosque frondoso poblado por distin-
tas raíces. Detenida mi atención en cada detalle de
tal naturaleza, troncos y raíces asomando el hocico
para acabar cubiertos de moho. Los diferentes tipos
de plantas; helechos de piel blanca, enredaderas
acicaladas por pequeñas flores de pétalos negros;
varios tipos de setas, en su gran mayoría venenosos,
asomando entre los helechos con un largo y fino
cuello.

Corrientes de aire, para mi sorpresa, cálidas


a ras de suelo iban en la dirección contraria a mi
destino, mientras que, una leve brisa de aire fresco
hacía erizar mi piel de torso para arriba. Ésta últi-
ma, en su debilidad provocaba un baile sutil entre
las ramas más finas, con velos rosados y de un ver-

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El Torreón del Viento

de claro. En ocasiones, era la causante de la caída


de los velos más viejos, y por ello, más débiles. Ho-
jas de un color senil, protagonizando su último bai-
le en la camada del viento. Con las ramas pobladas
de hojas entretejidas en la copa de los árboles, me
sentía en un invernadero. En más de una zona, la
luz solar que lograba escudriñarse entre los huecos
que permitían las ramas entremezcladas, generaba
un ambiente melancólico visualmente cálido. Cho-
cando con la belleza diversa y viva envuelta en la
escarcha que domina el aire de esa zona. Una extra-
ña sensación. Una sensación que generó y moldeó
un recuerdo confuso.

Todavía no logro distinguirlo como un falso


recuerdo. Ya no me sentía como tal, esta vez era la
bailarina en el centro de una gran cámara, repar-
tiendo luz con cada movimiento a un centenar de
espejos. Luces que rebotaban entre sus infinitos re-
flejos. Parecía una muñeca de cera encajada en un
delgado vestido beige, a juego con un cuerpo delga-
do y de color claro. Con una falda larga hasta las
rodillas, con la parte inferior opaca, realizaba mo-
vimientos armónicos y siguiendo el ritmo de una
melodía otoñal silenciosa. Atrapada en aquel re-
cuerdo, no fui capaz de percatarme de la realidad, y
cada vez que regresaba a la dicha, entre los hele-
chos del bosque, un dolor punzante penetraba mi

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cerebro como mil agujas dirigiéndose a mi núcleo


por toda la superficie. Por momentos, todavía escu-
cho el susurro de ese recuerdo, intentando de algu-
na forma aliviar mi dolor con una fantasía bien en-
galanada. En un abrir y cerrar de ojos, el dolor se
disipó sin secuela alguna.

Seguí un largo tiempo atravesando el exten-


so y frondoso bosque, alternando la velocidad, de-
teniéndome para recolectar setas comestibles, y
saciar mi sed gracias al agua cristalina que otorga-
ban los árboles. Tardé alrededor de una hora en al-
canzar el límite de aquel extenso bosque, la luz que
emitía el sol se apaciguó con el tiempo, sin embar-
go la claridad se mantenía todavía. La emoción que
sentía en mis últimos pasos hacia dicho límite, es-
perando apreciar los diferentes ecosistemas que rei-
nan en este mundo, se quebró en mil pedazos.
Aquel paisaje que bien pude apreciar aprovechando
la altura. El desierto de arena blanca, poblado por
fragmentos de montañas de sal y piedra roja; res-
paldado por un bosque denso y oscuro, un amplio
terreno circular de una tierra quemada y arrastrada
con fuerza hacia un mismo punto, un núcleo en el
cual un gigantesco foso cedía un altar a una extraña
estructura acabada en punta.

Dominando el oeste, un extenso desierto de


arena anaranjada y terreno completamente seco,

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El Torreón del Viento

algunas estructuras semis-circulares gigantescas es-


parcidas por doquier, colocadas de manera unifor-
me y salientes de la arena, seguían un patrón en la
colocación. Dominando el norte, un extenso y
grueso muro natural de una piedra oscura y grisá-
cea, oscurecía el horizonte. Noté amargura y dolor,
observando aquella zona con el cielo oscurecido
con creces. Impotencia ante la gran escala del
muro, con la cima repleta por completo por los pi-
cos de las rocas. Por mucho que la distancia dismi-
nuyese su tamaño, su grandeza se transmitía con
facilidad. No obstante, todos estos escenarios, ya no
estaban. Se desvanecieron de pronto a medida que
cruzaba y descendía por el bosque, mientras me
acercaba a éstos. Aquellos detallados y diversos pai-
sajes, se veían suplantados por una capa espesa y
grisácea sin dejar rastro alguno.

Un fenómeno que tomó el papel del mar, si-


tiando el bosque como la única isla del planeta. La
textura y el leve movimiento de la mano con el
viento que arrastraba las hojas por el suelo, la capa
parecía una extensa y descomunal acumulación
perfecta en sincronía de nubes. En su mayoría, a
punto de estallar en llanto y energía. No supe cómo
reaccionar a aquello. Mis piernas comenzaron a
temblar, hasta ceder y caer de rodillas. Lamentán-
dome. Estuve a punto de romper a llorar, lamentar-

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me por no llegar a tiempo, lamentarme por dejar


que la desolación me engullese, lamentarme por
perder de nuevo. Sin embargo, rompí en sutiles
carcajadas mientras una solitaria lágrima, alimenta-
ba las cortas hierbas que palpaba con mis manos.
Estúpida. Repetí en varias ocasiones.

Llegué a susurrar la última antes de incor-


porarme, recogida una piedra del tamaño de mi
mano. Sonreí alzando la mirada, admirando el claro
y despejado cielo de un azul rosado. Con el sol es su
máximo esplendor, chocando con la nostalgia de
aquella capa gracias a su potente iluminación, acla-
rando cada fragmento del bosque, abrazándome
con intensa suavidad formando una sombra perfec-
ta marcada entre los helechos más bajos. Mientras
asomaba un segundo sol, mucho más pequeño y
cincelado por una ligera aura anillar, abriéndose
paso entre la nubes cargadas que se acercaban en la
lejanía, otorgando un brillo único a mis ojos. Un
naranja nacido del fuego y la escarcha. Podía sen-
tirlo. Tomé pues impulso para lanzar la piedra. Se
desprendió de mi mano sin fuerza. En un instante,
sólo pude escuchar el sonido seco que provocó so-
bre la hierba, junto a mis pies.

Acto seguido, tras unos segundos insignifi-


cantes, noté un dolor punzante en un costado de la
nuca. No pude más que liberar un grito inmediato

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El Torreón del Viento

y desgarrador.

Mientras me retorcía de dolor, tras caer al


suelo juntando mis piernas al cuerpo y las manos
agarrando con fuerza la nuca con la ingenua espe-
ranza de arrancarme el dolor, advertí un elemento.
Probablemente el culpable de todo aquel sufri-
miento. Del tamaño de una esfera de Coppola, con
la ayuda de dos finas y transparentes alas, una pe-
queña criatura se alejaba de mí. Rumbo al cielo, a
la nada. Nublándose poco a poco con nubes carga-
das. Fue lo único que pude distinguir con una vi-
sión completamente borrosa. Sentí aquel dolor
como si una mano de otro mundo, triplicando mi
tamaño, cerraba el puño con rabia conmigo aden-
tro. Los músculos de mis extremidades se tensaban
y dejaban de tensarse constantemente. Tras unos
minutos del mismo dolor con la misma intensidad,
cesó de pronto, por consiguiente comenzar a con-
vulsionar todo mi cuerpo sin control alguno. Esta
vez tratándose de segundos.

Me encontré en la cima de un torreón de


piedra lisa y clara, en una mezcla entre gris y blan-
co pobre. Pareciese mármol pulido y colocado con
delicadeza en una forma circular. A pesar de dicha
forma, me encontraba al borde en uno de los cua-
tro extremos. Éstos últimos, delimitados por cuatro
cuernos curvadas salientes del torreón, del mismo

28
SKC_Studio

material aunque más oscuro. Cuernos que doblaban


mi tamaño en grosor, acabando en una punta fina y
frágil, todas encontrándose en un mismo punto, sin
llegar a conectar. Con la apariencia involuntaria de
una esfera deforme cuya supuesta base domina en
grosor, en una azotea sin acceso al interior.

Antes de advertir el único elemento que do-


minaba por inercia la cima, tuve en cuenta el susu-
rro del viento que me helaba el rostro y mis manos
descubiertas. Un murmullo portador de dolor y
pérdida, aterrorizado por el tétrico ambiente que
envolvía el torreón. Una masa oscura, ambigua y
cargada de hambruna, sin armonía en su pobre y
caótica estructura; a pesar de marcar y distinguir
diferentes volúmenes, parecía formar parte del
océano de infinita oscuridad, sin decoración algu-
na. Desde una lejanía incierta, dicha masa envolvía
por completo y dejaba como su núcleo el torreón,
que a pesar de su pobre luminosidad, resaltaba con
creces ante la dicha. Tras apartar la mirada de
aquella fauna oscura y siniestra, en un abrir y ce-
rrar de ojos, fui hipnotizada por el único elemento
que presidía la cima.

Desembocaba de raíces moradas y seniles


que se aferraban por temor a desprenderse, a des-
aparecer, una gran cantidad de láminas de cristal
opaco acabadas en una punta roma, reflejaban con

29
El Torreón del Viento

timidez el vestigio de luz que quedaba en la nada


oscura. La mayoría de estas láminas, se solapaban y
se extendían de forma horizontal sobre sus propias
raíces. Dejaron todo el protagonismo emergente
del centro, unas láminas del mismo material, refle-
jando una luz diferente, una luz morada a la par
más pobre que las raíces.

Las elegidas que se exhibían con elegancia


en el centro se encontraban solapadas entre sí, for-
mando una esfera acabada en punta, un capullo
aguardando retoños. Una flor. Invadida por la cu-
riosidad, me acerqué con cautela a observar más de
cerca aquella extraña flor. Con cada paso que reali-
zaba, sentía más frío y el aire más pesado, dejándo-
me una sensación incómoda en el pecho, como una
bola creciente de gas tóxico. No obstante, nada po-
día detenerme, ni siquiera el propio miedo hacia
cada uno de los elementos presentados ante mí, y
pasados por mi cabeza desde mi primera conscien-
cia. Obviarlo todo en absoluto. Alcanzándola al fin,
con el pulso levemente alterado, con el extremo de
mis dedos entré en contacto con la punta.

Bajo un tacto gélido transmitido por una ca-


ricia, se me presentó un curioso sentimiento de
dulzura, transmutado a un sabor de boca agridulce.
Un leve movimiento de las láminas superiores me
asustó entonces dando un paso atrás. Las láminas

30
SKC_Studio

del capullo se separaron las unas de las otras, incli-


nándose hasta aquellas ya desplegadas desde el ini-
cio, dejaron al descubierto un elemento con más
motivos de admiración. A simple vista, no más de
diez filamentos del tamaño de mi mano, danzaban
entre sí a un ritmo armónico y pausado. Una danza
típica provocada por una leve corriente de una mar
profunda. Los primeros segundos creí que aquellos
filamentos, siguiendo el cristal como material, esta-
ban teñidos de un degradado ascendente de mora-
do a gris.

En cada movimiento, se teñían de otro co-


lor. Adoptaban el gris con más frecuencia. Un cris-
tal ordinario no tiene complicaciones a reflejar de
manera vaga cualquier elemento, aquellos filamen-
tos, mostraban la viva aunque confusa imagen de
su alrededor. Logré ver una vaga silueta de mí re-
flejada, sin embargo rodeada por otros elementos
en constante pero tranquilo movimiento. Traté de
descifrar el verdadero contenido de aquellos refle-
jos, incluso aseguré mis alrededores en busca de
elementos teñidos de azul marino con trazas dora-
das como bien lograba definir.

Fue en vano. Imposible de distinguir la co-


herencia entre tantas formas aleatorias. Con cada
segundo que dedicaba a observar y tratar de com-
prender todas las piezas presentadas entonces y

31
El Torreón del Viento

frente a mí, sentía que se me escapaba de las manos


la cordura. Una cordura más bien robada, mientras
se escuchaba el eco de un grupo almas graves, atra-
padas en algún rincón de aquel infierno. Susurros
inteligibles de una voz joven femenina, se acerca-
ban y se alejaban, pero siempre dirigidos a mí di-
rectamente. Sumando aquellos sonidos, se formaba
un tercero, más siniestro y pesado a la par.

Un constante terremoto de poderosos susu-


rros de agonía, el cual lograba hacer temblar todo
ese mundo, y mi propia mente. Al borde de la des-
esperación y angustia, el caos se marchó sin más
con la llegada de un elemento de la flor. Me acer-
qué para observarlo con más detalle. En aumento
desde el interior de la dicha, sangre carmesí tintaba
los pétalos de cristal. Tristeza. No pude sentir otra
cosa. Con la sangre derramada por completo por las
láminas y el mármol, la tristeza se tornó en un le-
jano pero marcado sentimiento de culpa. Reden-
ción. Susurré sin voluntad aquel término. Fue en-
tonces cuando una leve brisa del Oeste, convirtió
con delicadeza en miles de motas de polvo el to-
rreón, que se perdió entre la masa oscura y ambi-
gua. Caí del torreón aislado de mi consciencia. ¿A
quién pertenece esta mente?

Perdí el conocimiento durante horas. Las


suficientes como para dejar vía libre a la sombra

32
SKC_Studio

provocada por la espesa y extensa capa de nubes


que sobrevolaba mi cabeza. Un extraño hueco en
las nubes, dejaban a ambos soles filtrar su potente y
bella luz. Un fenómeno que mantenía una ligera
armonía lumínica entre las sombras, además de ser
una referencia temporal de aquel día, todavía sin
concluir. La danza de luces y sombras.

Entre un ligero dolor de cabeza que se disi-


paba paulatinamente, tras sentir una ligera moles-
tia, advertí de unos pequeños orificios realizados
alrededor de mi muñeca derecha. Finas y simétri-
cas líneas horizontales realizadas con la punta de
un instrumento, que no parecía natural. Miré a mis
alrededores para comprobar y confirmar entonces,
mi solitaria presencia. A pesar de mi infinita curio-
sidad y escondida preocupación, debía concentrar-
me en buscar una fuente de agua para abastecerme
y limpiar esas extrañas heridas. Por consiguiente,
buscar un refugio más cómodo y seguro que las co-
pas de los árboles, o el borde de un abismo cam-
biante.

Seguí caminando por el borde, adentrándo-


me en mi búsqueda, descubrí la extensión de esta
extraña tierra. Con un inevitable fisgoneo en des-
cubrir cada rincón y secreto que guardase el cora-
zón del bosque. Sin haber descubierto nada nuevo,
tras recorrer una milla, me detuve tras advertir un

33
El Torreón del Viento

elemento que absorbió toda mi atención con un


simple parpadeo.

Un breve y ligero destello de una luz azul


de las nieves. Con cautela, me acerqué despacio
hasta el origen de dicho destello, en el interior del
bosque. Con cada paso, mi pulso y el frío en la zona
aumentaban paulatinamente, adentrándome de
nuevo entre los blancos y tropicales helechos.

Me detuve al fin, a escasos centímetros del


elemento, con mi aliento de escarcha como separa-
ción. Un extenso muro de hielo con pinceladas de
cristales opacos en su mayoría y rasgos transparen-
tes que pasaban desapercibidos. Una extensión sin
límites en el cielo y en ambos costados, fragmenta-
ba así el bosque en una o más partes. El claro grosor
del muro, impedía distinguir forma alguna tras él,
nada más se podía apreciar una potente fuente de
luz en la lejanía. Quedé varios segundos impresio-
nada por aquello, no sentí miedo ni peligro alguno;
simplemente, me quedé inmóvil admirando la es-
tructura, acompañada por ligeros escalofríos que
me devolvían los pies en tierra.

Admiración e impresión pasaron al descon-


cierto tras percatarse de una silueta, juraría que
compartía la misma estructura física que yo. Apare-
ció de la nada, se acercó e imitó mi posición conge-

34
SKC_Studio

lada ante mí. Sin decir una palabra. Parecía una jo-
ven figura varonil, ligeramente más alta. ¿Estaría
viendo lo mismo que yo? ¿Viéndome a mí? ¿Estará
en la misma situación que yo? Sin identidad, sin re-
cuerdo alguno. Sus siguientes actos me dieron la
respuesta a dos de esas preguntas.

De pronto, como si le hubiesen despertado


bruscamente, posó su mano derecha sobre uno de
los grandes trozos de cristal opaco. Poco después,
tras palpar la superficie con delicadeza, como si
buscase algo en concreto tras el muro, colocó pau-
latinamente su otra mano a la par con la misma fir-
ma en el movimiento. El sujeto, quien parecía
preocupado, comenzó a alterarse y golpear el hielo
con cada vez más fuerza. Tras esa gruesa capa de
hielo, entre rasgos confusos, pude distinguir unos
ojos. No podía ver la intención de éstos, ni siquiera
su color, sin embargo lograron transmitirme dolor
y desesperación de pronto. Una lágrima tímida y
extranjera, se deslizó por mi rostro entonces. En el
momento exacto en el cual dicha lágrima se separó
de mí por completo, un impulso interno, parecido a
aquel instinto que me advirtió de la niebla tóxica
dominante en la profundidad del bosque, me llevó
a realizar las mismas acciones que el sujeto.

Golpeé sin cesar el muro de hielo con la es-


peranza de quebrarlo y llegar al otro lado, sin saber

35
El Torreón del Viento

realmente lo que me encontraría. Envuelta en la


misma desesperación rabiosa que me transmitió
aquel sujeto, tras comprobar que cada golpe era
más en vano que el anterior, comencé a excavar.
Remover la tierra fértil y húmeda arropada por una
fina capa de hierba verde, esperé encontrar un
hueco. Tal y como imaginé, tuvo el mismo resulta-
do que los golpes. Separándome de aquel senti-
miento extranjero desesperado, me detuve, asusta-
da por mis actos, observando mis manos sucias de
tierra y mancilladas por algunos rasguños del es-
fuerzo. El sujeto se detuvo exhausto tras verme in-
corporarme.

Acto seguido, iniciado por un susurro, co-


menzó a gesticular el rostro. Siguió con la misma
intensidad hasta acabar exclamando, pareciese que
el mismo término cada vez. No pude descifrar lo
que decía, eran murmullos barítonos ahogados. No
supe reconocerle, y por alguna lejana razón, no
pude evitar sentirme culpable por ello. La lejana
dicha encerrada en la gran cámara del olvido, el
único y último trazo de mi vestigio. Lo siento.

El silencio y la calma se adueñó del tiempo


y el espacio, dejando las puertas abiertas a una leve
brisa proveniente del abismo, la capa de niebla. En
aquel momento, seco y vacío, sin un sentimiento
claro y definido. A cada caricia de la fría brisa, sen-

36
SKC_Studio

tía una emoción cada vez; nostalgia, de nuevo con


la desesperación, o con la rabia, simple y llana tris-
teza, miedo, dolor, más otras que no se dejaban ver
pero lograron dejar huella. No logré evitar dejar es-
capar varias lágrimas. El sujeto pareció darse cuen-
ta de ello, y acto seguido, con el mismo tacto que la
primera vez, colocó su mano derecha sobre el mis-
mo trozo de cristal opaco. El frío emergía con más
fuerza del muro, afectando el mismísimo tiempo y
la brisa de escarcha que me acariciaba con más
afecto. La primera vez que el frío se postró ante mí,
dejó de abrazarme, abandonándome a mi suerte en
aquella profunda e infinita oscuridad decorada con
estrellas y espejos, con la pincelada de un mosaico
carmesí.

Esta vez, el frío parecía sentirse culpable y


abrazó con calidez, esperando algo de mí o inten-
tando evitar algo de mí. Cerré los ojos para sentirlo
en mis carnes, en mi mente, intenté descifrar el
mensaje. Entre mi oscuridad, la brisa se tornó como
granos de arena picando mi piel. Devolví la luz a
mis ojos. El muro se desvanecía, hielo convertido
en arena, arena convertida en polvo, polvo deshe-
cho sin más en el todo. Privándome de la identidad
de aquel sujeto, éste último formó parte del muro,
formó parte de la nada, forma parte del olvido. En
ese momento, ante el mismo bosque sin rastro del

37
El Torreón del Viento

muro, me di cuenta de que mi existencia era una


ofensa para el equilibrio. ¿A quién pertenece esta
vida?

Dentro de la infinita diversidad que hacía


del bosque un lugar único y mágico a la vista, todo
terreno recorrido hasta entonces seguía el mismo
patrón de elementos; helechos, setas, árboles, lia-
nas, tierra, ambas brisas de aire. No obstante, la
partida del muro pareció enseñarme un lugar en el
bosque, distinto al resto. Un claro en la arboleda,
con lo que parecía un agujero en el suelo. Decidí
recomponerme y seguir con la exploración.

El claro parecía un círculo perfecto carente


de árboles, helechos y todos los elementos que da-
ban vida al bosque, con únicamente tierra negra y
mojada a pesar de que en ninguna parte del bosque
encontré signos de lluvia. Lo que encontré domi-
nando el dicho, no era suficiente para justificar la
tierra mojada. Seguí avanzando hasta alcanzar el
borde de lo que parecía un agujero a lo lejos, y que-
darme de rodillas confusa. Un agujero sin profundi-
dad aparente, relleno de agua. No podía fiarme de
la pureza del agua, aunque tampoco no tenía mu-
chas opciones, debía hidratarme mejor y sólo había
una forma de comprobarlo. Acerqué la mano iz-
quierda para recoger el mínimo de agua, para así
evitar mojar las heridas de mi muñeca derecha. Sin

38
SKC_Studio

embargo, me detuve de pronto, sintiéndome estú-


pida por no haberlo pensado desde el primer mo-
mento. Sin lograr contacto con el agua, reparé en el
vivo reflejo de mi mano, con gran detalle. Podría
acercarme un poco más y observar mi rostro, estar
más cerca de mi identidad. Una parte temía lo que
podría encontrar, pero era un paso necesario, quizá
una llave fundamental a la puerta más grande del
rincón más pequeño de mi mente.

Al principio me costaba centrarme, mirarme


a los ojos. Prefería observar el resto de detalles
como el negro cabello; con un costado carente de
éste debido a una leve quemadura senil que agrava-
ba hasta el cuello, el resto reposaba sobre mi hom-
bro izquierdo; la única oreja al descubierto estaba
parcialmente quemada en su parte trasera, era pe-
queña, a la par con mi nariz fina y recta. El pesar y
el olvido de mi mente, siempre me hizo pensar que
tenía más años de lo que mi físico me divulgaba en
aquel reflejo; una piel blanca y delicada sin rasgos
seniles. Tardé unos segundos más, evitaba el con-
tacto directo con mi ojos, palpando mi rostro con
mi mano temblorosa.

Quería confirmar por completo que estaba


observando mi reflejo. Cerré los ojos, respiré hon-
do. Abrí los ojos observando dos reflejos azules con
trazas amarillas. ¿Qué esperaba? Algo tan insignifi-

39
El Torreón del Viento

cante no podría darme las respuestas que anhelo.


No sentí nada, no ocurrió nada en absoluto. El si-
lencio bailaba una pieza melancólica con la leve
brisa, cada vez más fría. Transformándose paulati-
namente en una enredadera de corrientes de aire
más fuertes. ¿A quién pertenece este cuerpo? Me
preguntaba mientras dejaba escapar una lágrima sin
sentimiento, dejarla caer sobre el reflejo vacío que
se desvaneció apenas con la primera gota y las ve-
nideras. ¿La esperada lluvia por parte de la tierra
mojada? Sin una transición equilibrada, la lluvia rá-
pidamente agarró la ira de un basto temporal para
precipitarse como mil cuchillas indoloras y etéreas
al contacto. No me era una molestia; sentir las go-
tas golpear sin peso mi cuerpo, escuchar esos golpes
en el cuero de mis ropajes. Sobre la tierra mojada y
en la charca profunda, oler el proceso y el vestigio
de la misma, además de agradecer aquel empujón,
mas ya no sabía qué rumbo tomar.

Un empujón que en aquel momento me


aupó de la caída a mis pensamientos, para buscar
con urgencia un refugio. Mientras abandonaba el
pensamiento vacío, advertí un elemento curioso no
muy lejos de mí, al borde de la charca profunda.
Un cuchillo romo poco más pequeño que una daga
común, se encontraba insertado en la tierra, con fi-
nas trazas de sangre roja. Unos detalles aumentaron

40
SKC_Studio

mi curiosidad. Emergían y se desvanecían casi al


instante del cuchillo, unas pequeñas esporas com-
puestas por una versión minúscula de las mismas,
juntándose hasta adaptar el tamaño de un ojo. Con
variaciones de color y brillos entre naranja y dora-
do. No entraban en contacto con nada en ningún
momento, simplemente la envolvían durante su
corta vida. Tras esa arma blanca, unas huellas salie-
ron y dejaron el bosque.

Las mismas que dejé al adentrarme en ese


claro de arboleda, aunque más débiles y pequeñas.
Antes de perder cualquier pista sobre el origen de
ese cuchillo por la lluvia, debía asegurarlo, por
consiguiente asegurarme a mí en un refugio digno.
Durante mi amago por incorporarme, una extraña
y rápida sensación, me hizo precipitarme a un lado
para evitar el violento agarre de una bestia. Expan-
dió sus rugidos en ecos a través del bosque, y rom-
pió el sonido de la lluvia que dominaba el silencio
hasta entonces.

Actué con rapidez. Me incorporé y alcancé


el cuchillo (libre de esporas), dedicándole una rápi-
da pero suficiente mirada a mi acechador y atacan-
te. Durante mi escape de la charca de un agua espe-
sa, una bestia que doblaba mi tamaño rugía con
energía. Un felino de piel azul oscuro, cuyas puntas
moradas resplandecientes del corto pelaje, refleja-

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El Torreón del Viento

ban por momentos la poca y lejana luz solar que se


filtraba por el mar de nubes rellenas de rabia. Con
alta frecuencia, unas líneas rojas se formaban desde
el cuello hasta la cola acabada en una bola de pelo;
iluminándose y desvaneciéndose al llegar bajo el
agua, además de formar hileras ascendentes de
humo rumoroso. A pesar de su presencia hostil y su
lucha por salir de aquella charca, pude ver belleza
en la criatura, pureza en sus ojos morados de pupila
amarilla y pentagonal.

No parecía tener buenas intenciones hacia


mí, así que aproveché la ventaja y seguí adentrán-
dome en el bosque a toda prisa. A medida que
avanzaba, salté raíces rebabas de la tierra y evité las
ramas y lianas; éstas y el espacio entre los árboles se
estrechaban paulatinamente. Corría y seguía co-
rriendo. En vano, se redujo la distancia con el fe-
lino, mas no tardó en librarse de la charca y co-
menzar a perseguirme con gran velocidad, y una
agilidad innata. No quería tener que luchar con la
criatura, pero esa idea se desvanecía a medida que
me alcanzaba y me quedaba sin opciones.

A escasos segundos de alcanzarme, encontré


una vía de escape en un descanso del bosque, domi-
nado por una pequeña estructura rocosa, rodeada
por un alto muro de espinas con huecos suficientes
para cruzar con cautela. No saldría ilesa de la in-

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SKC_Studio

cursión, sin embargo evitaba un combate contra


aquella fiera, que sin duda, me derrotaría con el
único esfuerzo de su desgarre. Por mucho que tu-
viere cuidado, la prisa llevada por el peligro inmi-
nente y el estrecho de las ramas de espinas enreda-
das entre sí, me provocaba leves pero múltiples
cortes por todo el cuerpo. La mayoría rajaban y
desgastaban el cuero de mi ligera indumentaria.
Creyéndome segura con el cuerpo completo entre
las espinas, gateando hacia otra salida, en un abrir y
cerrar de ojos, tras precipitarse sin pensarlo dos ve-
ces, la fiera logró desgarrar parte de mi pierna de-
recha. Sin importar los cortes que se producía, la
criatura seguía en vano con los zarpazos. Abandonó
el ataque y desapareció tras aceptar que las espinas
se le resistían y le provocaban demasiado daño. No
pude mirar atrás, únicamente escuché como la cria-
tura, después de un ligero rugido, emitió un extra-
ño y curioso sonido perdido en el eco, como chocar
dos pequeñas rocas.

Aliviada por dejar el peligro atrás, seguí


avanzando entre las enredaderas, que ya me provo-
caban heridas sin dolor. No le dí mucha importan-
cia, lo único que ocupaba mi mente entonces era
llegar al otro lado. Alcancé el destino poco después,
tras sumergirme en una oscuridad parcial. Por un
instante pensé que la cantidad de espinas era tal,

43
El Torreón del Viento

que no lograba observar el cielo desatado por la


tormenta. Me adentré en un espacio carente de luz,
espinas y lluvia, sólo aire fresco y un suelo rocoso y
húmedo. El muro de espinas no sólo rodeaba una
simple y pequeña estructura rocosa adornaba por
árboles y helechos, sino una cueva. Palpé un costa-
do de la cueva como única guía, avanzaba con difi-
cultad por las heridas y la pierna desgarrada que no
cesaba de sangrar. Sumergida en la oscuridad, logré
apreciar un punto de claridad al que dirigirme. En-
vuelta en un silencio suavizado por la fuerte lluvia
que se escuchaba débil y lejana, rompía por mis pa-
sos que se repetían y se expandían brevemente por
el espacio. A medida que me acercaba al punto de
claridad, comencé a recibir una extraña mezcla en-
tre el leve perfume de la lluvia, y un hedor pesti-
lente que dejaba un mal sabor de boca... Azufre.

Dejada la oscuridad atrás, pude apreciar me-


jor la cueva y sus pasajes debido a un hueco al exte-
rior, en una esquina superior a mano derecha tras
salir del pasillo oscuro. La lluvia apenas tenía pre-
sencia gracias a la propia forma del hueco. En el
otro extremo, residía el origen de la pestilencia; un
foso circular abarcaba pesadas cantidades de azufre
en millones de granos, pareciese un embudo su-
mergido en un desierto. Entre ambos elementos, la
cueva seguía su rumbo descendente a una profun-

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SKC_Studio

didad poco definida. En un abrir y cerrar de ojos,


no me dí cuenta de ello por estar anonadada anali-
zando la cueva, el felino me espiaba preparado para
precipitarse contra mí desde la apertura del refugio
rocoso.

Y así lo hizo cuando nuestros ojos se cruza-


ron, expectantes, con garra desafiante. Consiguió
clavar levemente sus pezuñas sobre ambos lados de
mi clavícula, antes de que le precipitase al foso de
azufre, con una herida en la pata delantera dere-
cha. Tuve que defenderme. La mayor parte de mí
se arrepentía de haberle insertado el cuchillo a una
criatura tan bella. No contemplé otras opciones.
Me quedé inmóvil, asustada y arrepentida ante la
criatura, la cual luchaba por salir de aquel foso que
la engullía paulatinamente. Rugía de dolor y deses-
peración, con una pata inservible y el azufre que
parecía una masa que lo hundía con fuerza. Me
costaba verlo. Me costaba quedarme de brazos cru-
zados. Dadme más razones para sacarlo de ahí, el
felino, comenzó a emitir ligeras chispas de su cuer-
po, mientras sacaba humo negro de la boca y cana-
lizaba una ignición interna en la herida. Parecía
costarle realizar aquella acción de ignición celeste.

La mínima chispa que lograse entrar en con-


tacto con aquel foso de azufre, lo haría estallar todo
por completo. Lo dejase morir en el foso de suc-

45
El Torreón del Viento

ción, o lo ayudase a salir de ahí, estaba condenada.


Un pensamiento estúpido. Alcancé una de las múl-
tiples lianas que colgaban de los árboles, y se aso-
maban por el hueco de la cueva. Agarré y tiré de
una de las lianas con todas mis fuerzas, coacciona-
das por la amenaza inminente. Con los dolorosos
rugidos de fondo, la liana cedió. Acto seguido, lan-
cé y ofrecí un extremo al felino. Sin respuesta algu-
na por su parte, siguió forzando su lucha y canali-
zando más ignición. No se me ocurrió nada más
que gritar y entre lágrimas pedirle ayuda.

<<¡Lo siento! Pero ahora, déjate llevar, ¿De


acuerdo? Déjame ayudarte...>> le dije sin ni siquie-
ra saber si me fuere a entender. Apenas sé si tú me
estás entendiendo del todo. No sé si fue el caso,
volvimos a tener un cruce de miradas. Sus exóticos
y hermosos ojos me transmitieron confianza mutua
y nobleza. Agarró parte de la liana con las fauces, y
dejó de luchar contra la succión y el dolor, por
consiguiente salir de una pieza de ahí. No esperaba
agradecimientos de su parte, pero no fue miedo lo
que sentí cuando comenzó a rodearme de forma
expectante y amenazadora, sino alivio. Y una son-
risa marcó mi rostro mientras lo observaba fija-
mente a los ojos y me acomodaba contra el muro.

Me encontraba sentada con las piernas ex-


tendidas, sin fuerzas y mareada por la pérdida de

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SKC_Studio

sangre, esperaba el veredicto del felino. Éste últi-


mo, dejó de rodearme para acercarse a mí paulati-
namente, con un rugido sordo que acompañaba su
cauteloso caminar. De pronto, el felino cesó el
avance y el rugido, y comenzó a olisquear mi pier-
na, que poco antes, desgarró con rabia. Dejó de
olisquear para comenzar a lamer la herida, y así si-
guió con las demás heridas provocadas por el muro
de espinas. A cada lamida, las nauseas y la fatiga se
tornaron, con cada vez más peso, en un elixir para
el mundo onírico. Cerré los ojos y me sumergí en
dicho mundo.

No recuerdo las horas que pasaron desde


entonces, ni los segundos que estuve despierta por
el frío que me hacía temblar y exhalar bruma. To-
davía sentía los vestigios del dolor y las nauseas.
Entre una visión borrosa, creí apreciar lo que pare-
cía ser una niña pequeña de cabello negro y corto,
arropada por una extraña bata desgastada, además
de un añadido que impedía apreciar la parte infe-
rior de su rostro. Una niña con mi misma estructu-
ra esquelética, observándome al borde del hueco de
la cueva. Mientras el felino, tranquilo y sumergido
en un sueño, comenzó a desprender calor de todo
su cuerpo apaciguando mis fríos temblores.

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El Torreón del Viento

Capítulo 2
La Niña
Envuelta entre susurros ahogados y una leve
fuerza proveniente de una oscuridad, infinita a mis
ojos sumergidos con presión al cansancio, los cuales
se escapaban de mi control paulatinamente. Rodea-
da de miles de estrellas fragmentadas. Rodeada de
miles de pétalos blancos de una rosa fragmentada.
Por unos segundos, me sentí.... No... Esta vez era
distinto. Sentía un espeso bloqueo en mi respira-
ción, mis músculos cobraban más peso vaciando mi
vida del interior. Ambas sensaciones adquirían
fuerza con cada grito sordo que efectuaba y expul-

48
SKC_Studio

saba más esferas deformes. Quería luchar pero sen-


tía un mundo aplastándome sin piedad. Múltiples
pensamientos disueltos y corrompidos me confun-
dían cada vez más. Esta vez, me encontraba en el
sueño, sin apenas moverme, podía observar mejor
mi alrededor. Miles de luminarias rojas en mosaico
y blancas estallaban por doquier, no cesaron su
avance en un punto lejano y superior. Los únicos
recuerdos que retenía, provenían de tres sueños y
una alucinación. Tener la mente tan caótica y con-
fusa, entremezclaba los dichos. De algunos elemen-
tos no logrará reconocer el origen.

Adquiría demasiada información corrompi-


da y sin procesar. Noté el final de aquel recuerdo
en base a mis apagados ojos y la alta presión ejerci-
da en todo mi cuerpo, con tal percepción sentí un
profundo y lejano temblor que aumentaba paulati-
namente. Vibraciones que desembocaban en el na-
cimiento de una blanca y armónica luminaria, pro-
cedente del quebrado centro del amuleto que siem-
pre portaba. Acto seguido, a la par con la evolución
de la luminaria, un enorme elemento cilíndrico y
acabado en punta venido del superior, quebró una
capa que formó miles de esferas deformes parecidas
a las mías. Las estrellas, los pétalos y los susurros
ahogados inteligibles, eran arrastrados por el ele-
mento que se acercaba a gran velocidad. No fue

49
El Torreón del Viento

hasta el último segundo, antes del estallido total de


la luminaria, cuando reconocí el elemento gracias a
la flor central de láminas quebradas. El torreón ais-
lado de mi conciencia.

Dejé de ser... dejé de sentir... Dejé de sentir-


me acabada, olvidada por mí misma, para sentir-
me... abrazada por la escarcha que dominaba la cá-
mara, antaño dominada por un monstruo de igni-
ción. Las paredes y toda superficie estaba cubierta
por un hielo compacto con corazón de fuego. El
hielo parecía retener con éxito las llamas bailarinas,
las cuales apenas hacían sudar a su carcelero. En
cualquier momento, pareciese que el hielo fuere a
quebrarse y el fuego expandirse para abrasarlo todo
a su paso. Mientras dos elementos contrarios de
misma raíz se mantenían al borde de su abismo, me
limité a seguir los pasos del sueño original, esta vez,
la presión no era colosal ni molesta, simplemente
sentía un ambiente más cargado, más lento, a la par
que el tiempo.

Tras la pantalla de vidrio quebrada, en la


cual se pudieron apreciar miles de filamentos de to-
dos los tamaños en constante movimiento, enton-
ces sólo había miles de estrellas en su lugar. Pareci-
das a aquellas que adornaban la infinita oscuridad.
Continué avanzando, arrastrándome por la pared
metálica, advirtí más pantallas de vidrio parcial-

50
SKC_Studio

mente cubiertas por hielo. Tanto la punzante y


aguda melodía, como la luminaria carmesí que
emitía el foco sin filtro mosaico, no tuvieron lugar
en esta confusa versión del sueño. Tras advertir to-
dos los elementos que carecía entonces, seguí los
pasos hasta doblar la esquina. Una presión eminen-
te y el dolor me hicieron caer y palpar el suelo con
mis manos temblorosas, tal como la primera vez
que observé y sentí el sueño. Esta vez, una daga
plateada y corrompida por el fuego, desintegró de
un chasquido mi fuerza, atravesando parcialmente
mi corazón, caída de rodillas. En esa posición, con
la vista cada vez más borrosa y una fuente carmesí
de sangre saliente por mi boca, elevé con dificultad
y temblor la mirada para identificar el origen de tal
acto. Un ser de mi misma estatura, estructura física
y de indumentaria parecida, carente de su brazo iz-
quierdo, me observaba en pie sin sentimiento al-
guno en su rostro manchado por sangre y ceniza.

A pesar de la suciedad, se podía destacar un


cabello corto oscuro rapado a ambos lados, con
múltiples cicatrices que lo mancillaban, algunas
como garras de alguna gran bestia. Una de esas
marcas, bajaba hasta la mejilla izquierda, al borde
de la barba grisácea y plateada, lisa aunque desgas-
tada. La crueldad se veía remarcada por la sombra
de sus ojos irreconocibles, vacíos y secos. Parte de

51
El Torreón del Viento

su piel, alrededor de los ojos, parecía una tierra


seca y calcinada. A diferencia de la última vez, la
muñeca contenía el mismo símbolo, desfigurado y
cubierto por una burda quemadura reciente y arti-
ficial. Los temblores demandaban el estallido lumí-
nico y la destrucción inminente, entre ellos, ante
mis ojos hundidos en lágrimas, el sujeto mantuvo la
fría y cruda compostura, bajo un lejano susurro:
“Perdóname”.

El silencio de su voz acompañó al final de


todo, una vez más, el amuleto me sacó de aquello.

Abrí los ojos con un delicado haz de luz ce-


leste que alumbraba parcialmente mi rostro. El
seco y confuso silencio que me perseguía hasta en-
tonces, fue destronado por el suave y acogedor so-
nido de un río muy cercano. Una zona de la cueva
desembocaba en una pequeña cascada proveniente
de la superficie, cuyo destino fluía en un humilde
altar natural de roca. Desperté en la misma posi-
ción y lugar junto al felino, que se incorporó a la
par que mis ojos. Todas mis heridas leves desapare-
cieron sin dejar apenas marca, la lesión de la pierna
quedó en una cicatriz joven. La criatura. No sólo
era capaz de sanar sus propias heridas, en su mirada
advertí una demanda de gratitud. <<Gracias>> su-
surré con una sonrisa ante la extraña escena.

52
SKC_Studio

Descuadrada por el viaje onírico prematuro,


en ese momento no podía conciliar el sueño. Así
pues, decidí aprovechar la calma de la tormenta
para explorar los alrededores de la cueva, mas su
interior nada más ofrecía, sólo una caída libre a la
nada sin posible descenso progresivo y seguro me-
diante peldaños naturales. Quedarme de brazos
cruzados hasta alcanzar la fatiga del sueño, tampo-
co era una opción. En ningún momento olvidé los
siete ríos cósmicos de estela morada dominando los
cielos. Me incorporé y busqué una forma de alcan-
zar el hueco de la cueva. Las lianas se descartaron
al comprobar la poca estabilidad y confianza de las
mismas, apenas necesité fuerzas para deshacer la
última utilizada. Observé al felino en busca de una
respuesta, ya sea por inspiración. <<¿Y ahora cómo
salimos de aquí?>> pocos segundos después de pre-
guntar tal cosa, me sentí estúpida por intentar inte-
ractuar verbalmente con otro ser. El felino comen-
zó a caminar hacia mí, hasta pasar del largo, tomar
una extraña posición de impulso, y trepó con tres
agarres hasta alcanzar el exterior dejándome atrás
sin más.

No debía sorprenderme, pero lo hizo. Espe-


ré en vano unos segundos expectante por el felino,
y cuando ya comenzaba a plantearme regresar por
el camino de espinas, una liana fue lanzada por el

53
El Torreón del Viento

hueco. Me acerqué y agarré la dicha con dudas, sol-


ventadas de un plumazo con el regreso del felino,
quien asomó por el hueco y el extremo de la dicha
en las fauces. Con su ayuda, logré salir de la cueva.
Una vez más, entregué agradecimientos a una cria-
tura, que sin obligación alguna regreso para ayu-
darme. La deuda por salvarla del foso de azufre, ya
se saldó cuando sanó mis heridas y apaciguó el frío
incómodo.

La suave y acogedora balada del río, obtuvo


más presencia y cercanía sentida en una grata y pa-
cífica nostalgia. Las ramas, las hojas blancas y las
azuladas de los árboles que coronaban el humilde
pico de la cueva, me impedían observar con detalle
el resto del bosque o cualquier elemento a destacar.
Únicamente tenía que dar unos pequeños pasos ha-
cia delante entre los helechos mojados, pisar la tie-
rra marrón oscura húmeda y todavía con ciertos
charcos de lluvia, por consiguiente apartar los ino-
fensivos obstáculos y descender por una insignifi-
cante pendiente. Sin embargo, algo más captó y en-
volvió por completo mi atención, y devolvía el pro-
tagonismo a todos los característicos lugares. La fir-
ma real de estos páramos mágicos y exóticos.

La belleza cósmica que dominaba el arte de


todo, debido a millones de cuerpos celeste, el color
que adoptaba el exótico bosque con los reflejos de

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SKC_Studio

su iluminación mediante otra más poderosa y clara,


se veía gratificada y apropiada por el arte. Hacien-
do del visionado, desde el interior del bosque, una
delicia. Atontada y sonriente por ello, no fue hasta
escuchar el olisqueo del felino a apenas un metro,
que advertí de unas pequeñas huellas parcialmente
borradas y rellenas de agua de lluvia. <<Tienes ra-
zón...>> le susurré mientras ataba cabos gracias a
su complicidad.

Acercándome a esos dos elementos, pude


apreciar una serie de esporas, las mismas que emer-
gían del cuchillo antes de alcanzarlo la primera
vez, aunque en esta ocasión, eran únicamente rosas
con mínimas terminaciones doradas. Acerqué pau-
latinamente la punta de mis dedos para entrar en
contacto directamente con las esporas, pues no
tuve esa oportunidad con las del cuchillo. Mi cega-
da curiosidad se vio bruscamente interrumpida por
el felino, expuesto un rugido amenazador ante mis
actos. Recuperé la compostura y me dirigí a aque-
llos obstáculos que impedían mi amplia visión del
terreno. A escasos centímetros de éstos, mientras
apartaba la maleza, otro elemento me detuvo y
captó mi atención. Me llegué a sentir, incluso en
aquel momento, como una inmadura infantil des-
cubriendo la luz. Luminarias rojas descendientes de
los ríos me cautivaron.

55
El Torreón del Viento

Cada elemento hacía distraerme, y me frus-


tró pensarlo entonces de esa manera. ¿Quién puede
culpar tales actos? Cualquiera quedaría de piedra
ante un nuevo y grandioso mundo. Desconozco si
fui creada con anterioridad o ahí misma tumbada
entre los blancos helechos. En caso del primer su-
puesto, desconozco si viví en este mundo. Ni si-
quiera conozco las capas de este mundo, o si sim-
plemente, es un hermoso planeta poblado por eco-
sistemas ricos, y envuelto por las mejores joyas de
la decoración más bella de la infinita oscuridad. A
pesar de ello, y a pesar de disfrutar cada momento
de cata de cada elemento, me sentía frustrada. Des-
colocada, fuera de lugar, fuera de un cometido, que
sigue un orden y una profesionalidad.

Inconscientemente, recopilo información de


todo esos elementos que logro catar, además de su-
brayar otras que ocultaba en lo más profundo de mi
mente. Información grabada y utilizada, únicamen-
te con un punto de cisión, es decir, la revelación de
un punto gracias a otro, de alguna forma, ligado a
éste. Una reconoce por completo una constelación
uniendo las estrellas, los puntos, hasta aclarar la su-
puesta forma completa. Si las nubes ocultan parte
de esa constelación, logrando unir los puntos sufi-
cientes, sería uno capaz de concluir la constelación
completa.

56
SKC_Studio

Aquel elemento que sumó a mi distracción,


formaba parte de un punto de cisión que conectaría
con el foso de azufre y directamente con la infinita
oscuridad caótica. Los pequeños puntos rojos res-
plandecientes, que adornaban las extensas y difusas
estelas moradas que dejaban los siete ríos cósmicos,
seguían cayendo con el mismo destino fatal. La pri-
mera noche, apenas lograban recorrer una larga
distancia, ni por asomo acercarse a las copas de los
árboles más altos. Esa vez, las copas de los árboles
tenían el privilegio de catar los mil pedazos antes
de que se desvaneciesen sin más, tras pequeños y
secos estallidos. Con fluidez y cierta facilidad, al-
cancé pues la copa de uno de los árboles que ocul-
taban las vistas terrestres.

Desde aquella privilegiada perspectiva, pude


ver que todavía eran muy pocos los privilegiados y,
en mi caso, ni siquiera lograba alcanzar o apreciar
con detalles las secuelas de esos pequeños estalli-
dos. Tardó, pero la suerte se me presentó con gracia
y con la mirada dirigida a la retirada. Una de los
puntos, fue cayendo hasta mí mediante una danza
épica, dramática y armónica. Una mota roja caída
de más allá del cielo, finalmente posada sobre la
palma de mi mano derecha, todavía sin estallar. Un
rojo emitido por un extraño fuego, el cual envolvía
una trozo de algún mineral irreconocible por la ig-

57
El Torreón del Viento

nición, la cual apenas me provocaba ardor, sólo una


pincelada de calor. La danza del fuego comenzó a
desestabilizarse y tomar un ritmo acelerado, por
consiguiente y no dejar escapar aquel material, re-
sistí el punzante aunque inmediato dolor del pe-
queño estallido, colocando la mota en un pequeño
bolsillo de mi indumentaria de cuero. Con delica-
deza, tomé tres pedazos de la mota, ya enfriadas en
la palma de mi mano izquierda. Azufre. Azufre jo-
ven y fresco, la única diferencia con el foso de la
cueva, el cual se encontraba con la textura desgas-
tada y de cuerpo seco.

En algún punto del tiempo, las motas des-


prendidas de los siete ríos cósmicos, fueron com-
pletas o fragmentos de estrellas lo suficientemente
grandes para alcanzar y realizar tal apertura en la
cueva, para consiguiente, con el paso del tiempo,
convertirse en un foso de succión de su propio ves-
tigio. En cuestión de segundos, por una simple
mota apagada. Un punto de cisión. Una vez más, el
felino me puso los pies en la tierra con un rugido.
Descendí del árbol y seguí el camino.

Tras la cortina de los árboles, se me presentó


un amplio pasto de una hierba verde resplande-
ciente sin árbol alguno. El felino descendió con
completa confianza, caminando de forma pacífica
hasta alcanzar y beber del río. Un agua cristalina

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SKC_Studio

con un destino más allá del abismo. Como una sua-


ve lectura, seguí el curso del amplio río que ocupa-
ba prácticamente todo el pasto, desembocaba y caía
al abismo. Fue entonces cuando me animé a des-
cender al pasto para apreciar lo que había más allá
del abismo. La extraña masa todavía cubría parte
del paisaje, rodeando la tierra en la que me en-
contraba. Sin embargo, pude apreciar de nuevo to-
dos los escenarios que adornan estos páramos. Un
paisaje poco definido por la oscuridad nocturna,
pero el eminente haz de luz emitido; por las estre-
llas, la gran luna blanca y agrietada, la pequeña y
tímida luna morada celeste (junto a la primera)
marcada por múltiples huecos y, los siete ríos cós-
micos que seguían su curso, era suficiente para
apreciarlos.

De rodillas, imité la acción del felino y sacié


al fin mi sed, para consiguiente, limpiarme el rostro
y terminar la ración de esferas de Coppola, las úni-
cas que no perdí en la persecución. La calma, ex-
tensa y agradable, se tornó ligeramente amenaza-
dora, levantando un brisa a la par fría pero templa-
da por oleadas. Una variación de la brisa y sen-
saciones abarcadas momentos antes de la leve bru-
ma que, descendió de lo más profundo del bosque,
acompañada por un mal augurio. Tomando un últi-
mo trago de agua, me incorporé, y junto al felino,

59
El Torreón del Viento

seguimos río arriba a contracorriente del mismo y


la brisa. Adentrándonos en una leve niebla que
emergía del suelo, la brisa tomaba cada vez más
fuerza, exponiendo su origen en la lejanía. Un pun-
to lumínico expandiéndose y rotando sobre sí mis-
mo, alcanzando grandes velocidades, quebrándose
y recomponiéndose sobre sí mismo. Casi pareciese
que intentaba imitar un catalejo espacio-temporal,
incluso plasmando un vacío en el interior del cír-
culo formado. La niebla y la distancia eran un in-
cordio para detallar los elementos que componían
la escena. Oscuridad nocturna, una niebla distor-
sionada y molesta, una luminaria ignífuga rotando
en sí misma, una pequeña silueta irreconocible.

Las chispas y el fuego que formaban la lumi-


naria en constante movimiento, se fue transmutan-
do a una niebla difusa y oscura, para consiguiente
mantenerse a flote en la nada, como un ojo de pár-
pados nebulosos e iris al abismo indefinido. A la
par, la niebla se fue disipando a medida que nos
acercábamos, dejándonos apreciar aquel fenómeno
al completo. Una niña contemplaba la luminaria
sin temer al fuego. No tardé mucho en darme
cuenta de que se trataba de la misma y única niña
que podría recordar. Descalza y vestida únicamente
de una túnica gris y, manchada de tierra y polvo.
Una vestimenta de cuello ancho y alto, en el cual

60
SKC_Studio

ocultaba gran parte de su cabeza y cabello castaño.


No parecía inquietarle la densa sombra que emer-
gía del centro de la luminaria, formando una figura
de cintura para arriba de un ser con nuestra misma
estructura, partiendo de un sistema nervioso, a va-
rios compuestos musculares, para finalmente, deri-
var a un ser de materia volcánica.

Parecía haberse enfrentado a la furia de un


sol, con esa piel, pegada a los débiles y quebrados
huesos. Un ser agónico carente de alma, mostrada
en su actitud vacía. Sin embargo, todavía conserva-
ba un ápice de vida. Exhausto, con una respiración
débil, ronca y entrecortada, comenzó a realizar un
delicado movimiento con el torso, de un lado a
otro, dejando caídos los brazos y la cabeza. Sin de-
dicarme una mirada, con un ligero cabeceo, la niña
advirtió de mi presencia y siguió observando al ex-
traño ser. No podía saber si estaba en peligro, el ser
transmitía tristeza y horror pero no parecía una
amenaza. Me detuve, e interrumpiendo mi amago
de presentación, el ser se incorporó elevando su ca-
beza con el rostro cubierto por una máscara inex-
presiva, y colocó sus dos manos cerradas juntas,
una encima de la otra. Entre éstas, una niebla oscu-
ra fue tomando presencia y forma de un mandoble
de punta quebrada. ¿Una ejecución? Pensé. Sin
plantearme nada, ni conocer las reglas de este

61
El Torreón del Viento

mundo, me precipité en la escena para llevarme a


la niña, tras haber lanzado el cuchillo. Con una he-
rida en la clavícula derecha, el ser se perdió en la
nada del círculo de fuego, para consiguiente, hacer-
lo desaparecer dejando cenizas al viento.

Con la niña llevada en brazos y el felino


guardando mis espaldas, me adentré en el bosque
más frondoso y caótico que el anterior, más frío,
más oscuro y menos colorido, vivo. Predominaba el
verde oscuro y pobre, junto con el marrón seco de
la madera de múltiples árboles, solapados y enreda-
dos entre sí por las raíces demandando presencia y
poder, a la par que las ramas concentradas en una
guerra rabiosa sin fin. Me escondí entre varios ár-
boles y el hueco de sus raíces, para comprobar el
estado de la niña, para consiguiente, poder resolver
una de las múltiples preguntas que fui acumulando
desde mi despertar.

No obstante, quizá conmocionada por la es-


cena, cayó desmayada desde el primer momento
que la cogí en brazos. Mientras intentaba desper-
tarla sin éxito alguno, una luminaria apareció con
delicadeza y silencio para expandirse de pronto,
dejando una ventana abierta para aquel extraño ser.
Antes de que pudiese reaccionar y evitar su vil y
directo ataque con su mandoble quebrado, el felino
lo interceptó de un salto. Se introdujo en el abismo

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SKC_Studio

junto con el ser, para ambos desaparecer sin más.


Sin bloquearme con más preguntas, confusa, me in-
corporé con la niña dormida en brazos y, seguí
adentrándome en el bosque a toda prisa, buscando
un refugio y pensar en una estrategia clara.

Con el corazón en la mano, atravesaba el


bosque sin pensar en nada más que la superviven-
cia, exiliada del mundo, sumergida en una cacería,
cruzando un estrecho puente inestable, tal como
me sentí cuando huía del felino. Aunque esta vez,
no de una bella criatura con nobleza en la mirada,
sino un ser monstruoso agónico y carente de alma.
Esta vez, no velaba por mi supervivencia, sino por
el de la niña que portaba en brazos. Quizá fuere
por ser la única vida similar a mí, carente de mal-
dad según me susurraba su rostro, sucio y medio
cubierto por la propia túnica. Dejando exhibir su
pequeña nariz magullada y, esos grandes ojos in-
fantiles cerrados. Sentí una fuerte conexión con la
pequeña, menor pero similar con el felino.

Seguí y seguí sin detenerme, saltando raíces,


bajando la cabeza y el cuerpo con cada rama lu-
chando con otras, cambiando de rumbo por cada
estruendosa aparición de aquel ser. Formando con
extraordinaria rapidez círculos de vacío y fuego
para, alzar y ejecutar con su mandoble. Rompiendo
ramas y troncos a su paso, esparciendo remanentes

63
El Torreón del Viento

de ignición por doquier. Dichos remanentes mo-


rían casi al instante, al entrar en contacto con la
tierra negra de rastros grises. Se evaporaban. Seguí
y seguí, avanzando y aguantando cada golpe de los
despojos de las maderas quebradas. Mi resistencia
parecía fortalecerse paulatinamente careciendo de
cansancio, sumergida en una concentración total,
quebrada en un simple abrir y cerrar de ojos.

Me detuve bruscamente por el impacto del


estruendo provocado por tres estallidos simultá-
neos, secos. Rompiendo la barrera del sonido desde
el límite del mundo, fragmentando una mínima
parte de uno de los ríos, dejando una estela morada
caída petrificada en el tiempo. Tres artefactos ne-
gros cilíndricos, precipitándose a alta velocidad
hasta la superficie terrestre, en tres zonas alejadas
entre sí. Cometiendo un error estúpido, no pude
detener ni evitar el vil ataque del aquel ser, alcan-
zando parcialmente mi espalda. Caí, con la niña en
brazos, contra unos matojos que derivaban a un pe-
queño barranco de tierra, completamente revuelta
y sin vegetación alguna. Conmocionada, sintiendo
ardor y una extraña presión en la espalda, ésta últi-
ma, ejercida por una descomunal y discontinua
ventisca venida y expulsada de lo más profundo del
bosque. Me encontraba en una brecha extensa del
bosque, entre tierra removida, barro y estacas de

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SKC_Studio

una piedra oscura resplandecientes a la luz lunar,


salientes de dicha tierra. El origen de la vasta ven-
tisca, parecía provenir del interior de una roca, en
la lejanía, en el otro extremo de la brecha. A la par
conmigo, la niña se incorporó con dificultad.
Mientras yo me lamentaba por la herida en la es-
palda, la pequeña sangraba de la cabeza por la brus-
ca caída.

Antes de que pudiese acercarme a ella, el ser


reanudó el ataque, esta vez sin dejar de realizar gol-
pes de espadas, alejándome de la niña. Tras evitar
cuatro de esos brutos ataques, el quinto, golpeó y
quebró una estaca de piedra oscura. Un elegante y
punzante silbido rechazó el mandoble. Un estruen-
do ahogado, cual rotura del suelo en la mar, quebró
una gruesa y alta estaca acabada en punta, con
dientes en los costados. Ambos gritos de agonía,
asustaron y dejaron quieto al ser, con el mandoble
elevado en la misma posición que tras ser rechaza-
do. Una pequeña mota de polvo impactó contra mi
sien, enseñándome a gritos de “estúpida”, una
oportunidad para rechazar definitivamente al ser
agónico, advirtiendo tirado en el suelo a mi costa-
do, un fragmento de la estaca quebrada en múlti-
ples partes. Tras un rápido vistazo a los cerrados
ojos del dolorido rostro de la niña, agarré con de-
terminación el fragmento más afilado y parecido a

65
El Torreón del Viento

una espada, fino pero casi con la misma longitud


que el mandoble enemigo. En un abrir y cerrar de
ojos, casi olvidando sin más el recorrido, nos en-
contrábamos en un punto muerto.

A una distancia crítica de mis ojos, sujeta de


forma horizontal por mis dos manos, el fragmento
que tomaba como amago de espada velaba por mi
vida, manteniendo y resistiendo la pesada presión y
fuerza del mandoble, ejercidas en la mitad del mis-
mo. Un silencio nos aisló del mundo, sin importar
la ventisca, las pequeñas piedras que raspaban mis
rodillas, el barro que me desestabilizaba, ni el calor
del fuego naciente del ser, ni el terror que transmi-
tía esa máscara vacía, sin ojos, ocultando un rostro
con alguna cicatriz acabada como las cuatro puntas
de una cruz. Solos. Envueltos en una extraña rivali-
dad.

A medida que su rabia, y por ende, presión


aumentaba, una extraña pero familiar sensación
emergía de mí, administrándome fuerza y coraje.
No fue hasta que parte del fragmento de piedra gra-
base grietas en su piel, que me incorporé del todo,
rechazando el mandoble con un ataque que termi-
nó por quebrar la mitad de mi fragmento y, parte
de la máscara. Antes de que pudiese sacar cualquier
detalle tras la máscara, con las manos como su nue-
va máscara, el ser se retiró entre polvo y ceniza.

66
SKC_Studio

Extirpando mi pequeña sonrisa contemplan-


do la vaga esquina superior de la máscara, la niña
observaba asustada y temblorosa el final de la bre-
cha, mientras la ventisca tomaba rabia. ¿Qué ocu-
rre? Pregunté sin recibir respuesta alguna, más que
la mano de la niña, quien me llevó a atravesar la
brecha hasta el borde del abismo. Ya estábamos hu-
yendo de un mal, pero la simple ventisca la asusta-
ba de verdad. ¿Qué clase de vida tiene este mundo?
Tambaleando por la ventisca y tierra inestable, lle-
gamos a dicho borde aceleradas y exhaustas. Un
abismo que albergaba más de lo que podría imagi-
nar.

La extensa bruma que cubría todos los pai-


sajes, se había convertido en sencilla y débil bruma
emergente de lo más profundo, escupida por el
romper de una colosal cascada, ubicado a mano iz-
quierda. Nos encontrábamos pues entre una fuerza
desconocida y oculta en lo más profundo del bos-
que y; un cráter semicircular, el cual albergaba un
oscuro lago que recibía con extraña sutileza la cas-
cada, sobre arena morada y dominando la mitad de
aquel profundo hueco en la montaña, un bosque
exótico y poco frondoso daba paso al mayor venta-
nal natural por la estructura del cráter que jamás
podría haber visto, presentando las tierras lejanas.
Entre el abismo decorado y la ventisca todavía en

67
El Torreón del Viento

auge, una docena de luminarias convertidas en fue-


go comenzaron a formarse a nuestro alrededor.

Las motas de polvo emergidas en una danza


caótica motivada por la ventisca, prendían con las
constantes chispas escupidas del fuego de las lumi-
narias, éstas últimas, transmutadas con dificultad
en ventanas al vacío. Me quedé firme ante las di-
chas, agarrando el amago quebrado de una espada,
esperando al enemigo naciente del vacío entre
cualquiera de esas formas de fuego. Llamando mi
atención con una tímida palmada a mi cintura, la
niña me negó con la cabeza cualquier plan que tu-
viese en mente, para consiguiente, señalarme el
abismo.

<<No sabemos cuán profundo es el lago, ni


siquiera si la caída nos mataría. Puedo luchar
contra eso, sé que puedo>> le dije a la pequeña con
confianza ante mi destreza desconocida, al igual
que los peligros que acechaban más allá del vacío,
más allá de la ventisca y más allá de lo que fuere.
Mareada por mis propios pensamientos, entremez-
clados y confusos por la carencia de raíces, de una
estructura lógica alrededor. En ambos casos, cual-
quier cosa podría suceder.¿Precipitarse al abismo
incierto o enfrentarse al vacío de sombras y horror?
No pareció importar, sin dejarme decidir, la niña
me dedicó una mirada penetrante con un ojo dere-

68
SKC_Studio

cho castaño, un ojo izquierdo de sclera azul y fina


pupila, sobre susurros de misericordia, para final-
mente, dejarse caer de espaldas al abismo con los
ojos cerrados. Llevándome conmigo con una simple
mirada.

Volví a ser por los segundos eternos de la


caída. Volví a sentir fuertes y nostálgicas emocio-
nes entremezcladas, por cada gota que golpeaba mi
piel, envuelta entre millones de éstas. Dejando
atrás la tierra que ensuciaba mi indumentaria, de-
jando atrás la sangre que brotaba de mi muchas
pero insignificantes heridas, dejando atrás el mie-
do. Podrían ser los últimos segundos de mi vida,
pero no tenía miedo. No tuve miedo de aquel erra-
do pensamiento. A medida que pasaban los segun-
dos, la caída se hacía más lenta y pesada como ma-
dera en el mar. Envuelta en una nada acuática y
bruma opaca, las gotas se detuvieron flotando como
yo. Entre millones de gotas, saliente de la bruma,
una pequeña mano se ofreció ante mí. Tensada por
una extraña fuerza indolora, intentando alcanzar la
mano, caímos.

Caímos sin más. Fracturamos la frontera del


lago, formando miles de gotas rápidas y emergentes
a la superficies, vida envuelta en esferas. Esferas in-
tentando asemejarse a las estrellas. Cayendo bajo
un fuerte y marcado foco lejano, envuelta entre

69
El Torreón del Viento

miles de fragmentos de vida... miles de estrellas.


Sin hileras de humo carmesí, ni estallidos ni focos
mosaicos, las sensaciones del primer recuerdo se
presentaron de nuevo. En cuya envoltura podía ser
una bailarina, reflejando las luminarias con cada
movimiento de pierna. Esta vez, el haz de luz más
grande no me enfocaba a mí. Esta vez, la bailarina
no era yo. La niña, caía sin más. Inconsciente. Y
saltó siendo consecuente de ello.

Despojando mis últimas fuerzas, la saqué del


agua negra hasta la orilla morada. Verla privada de
sí, me llevó a escuchar el latir de su corazón para
asegurar su vida. Sentí alivio al catar el sonido rela-
jado del latir de su corazón. No parecía sentir mie-
do por la acción. Sin nuestra vida en juego, con-
templando el cuello de la túnica que ocultaba el
mismo y la boca de la niña, la curiosidad controló
mi mano para destapar el confuso secreto. En un
abrir y cerrar de ojos, la niña detuvo y apartó mi
mano con lamento. Tras disculparme e incorporar-
nos, pregunté:

–No sabes nadar... ¿Por qué has saltado?


–Tú sí... –susurró con mucho esfuerzo por su voz
débil, ronca y quebrada que, sepultaba un hilo in-
fantil y dulce.

70
SKC_Studio

En la bahía del abismo, en el núcleo del co-


losal cráter, ni el viento, ni el sonido más que nues-
tro pisar de arena y escaso oxígeno expulsado con
cansancio, ni una temperatura inclinada hacia un
extremo, eran bienvenidos. El ambiente cargado
denotaba una incómoda tranquilidad, ligeramente
alterada por una mota roja caída del cielo. Era ex-
traño ver una mota de los ríos cósmicos caer tan
bajo. Se detuvo a apenas tres pasos de mí y a la al-
tura de mis ojos, molestados por el agua negra que
aún se deslizaba por mi rostro. El ambiente altera-
do se vio completamente quebrado, destruido tras
un estruendo digno de una tormenta de rayos divi-
nos. Un devastador sonido procedente de la mota,
dilatada y fragmentada, se veía como un cristal
quebrado en algún filo de la realidad. Las grietas se
volvieron fuego carmesí. Una ignición rotatoria co-
menzó a formar una nueva ventana al vacío, dejan-
do vía libre al ser.

Mientras me dirigía con cuidado hacia mi


espada, tirada a un costado entre la arena, la niña
tomó mi brazo izquierdo y me derribó. Colocando
su pequeña pierna tras la mía y dejarme en el suelo
indefensa, se colocó en frente del ser, con los bra-
zos abiertos en una postura de protección. Antes de
que pudiese reaccionar, con la máscara intacta, el
ser agónico elevó y descendió desafiante su mando-

71
El Torreón del Viento

ble contra la cabeza de la niña.

La esencia del ambiente se vio restablecida


tras el esparcir de una leve brisa, nacida del es-
truendo emitido por una brecha en una lámina roja
de cristal. Brecha con los mismos aspectos que de la
mota dilatada y fragmentada, formada por el man-
doble, detenido a escasos centímetros de la niña. El
ser alejó y clavó la espada en la arena morada, des-
haciendo la brecha y, tomando una postura noble y
leal, como un caballero postrándose ante su señor.
Tras un leve suspiro, la niña se fue acercando pau-
latinamente al ser. Devolviéndose la mirada, a me-
dida que, juntando sus dos dedos principales, ella
realizaba círculos subiendo por la izquierda, encua-
drados con la ventana; el oscuro mandoble se des-
hacía sobre sí mismo convertido en polvo de azufre
y, el fuego se disipaba cerrando la ventana. A esca-
sos segundos de privar el vacío, las llamas dejaron
pasar un extraño y profundo susurro:

“Norrow in ak, Avalak in ak”.

La niña se giró y me ofreció la mano para


incorporarme.

–¿Está bajo tu control? –pregunté.


La niña asintió con dudas.
–Estás aprendiendo a controlarlo, ¿No es así?

72
SKC_Studio

Asintió.
–¿Qué clase de criatura es?
–... –se encogió de hombros.
–¿Por qué ya no hablas?
–Duele... –susurró.
–El... felino, se metió en uno de esos... portales...

Interrumpiéndome, la niña me dio la espal-


da de nuevo y repitió el movimiento circular en la
nada, en la dirección contraria. Formó de nuevo la
ventana al vacío, esta vez, sin la presencia del ser.
Poco después, con total calma, el felino emergió de
las sombras del vacío hasta pararse ante mí, hacién-
dome entrega del cuchillo que portaba entre los
morros. Sin dedicarme una mirada, la niña comen-
zó a adentrarse en el bosque. Tras seguirla unos pa-
sos, el felino se detuvo y, manteniendo su posición,
me dedicó una mirada larga y furtiva. Sincronizan-
do mi mente con mi cuerpo al fin, me adentré y al-
cancé a la pequeña junto con el felino.

No tardamos en llegar al destino fijado por


la niña, atravesando un bosque exótico y tropical;
de altos y gruesos árboles separados entre sí, con
ramas de hojas dentadas en un doble filo. Las ramas
eran largas y curvadas en descenso, aunque eran
pocas y a pesar de su longitud no llegaban apenas a
catar la arena morada, ni entrelazarse con las ramas

73
El Torreón del Viento

de los árboles vecinos. Los pálidos troncos eran


gruesos en la base y delgados en la cima, curvados
guiando la curvatura de las ramas. Además de las
marcas oscuras, horizontales y naturales por el des-
nivel de la corteza, en algunos troncos, ésta última,
contenía débiles cicatrices de zarpas de alguna cria-
tura trepadora. En la cima, bajo las ramas, dos dife-
rentes y esféricas frutas nacían con esplendor; la
más pequeña, con una piel carmesí, dejaba filtrar
con facilidad la luz que, resplandecía el núcleo lí-
quido del interior; la más grande y menos abun-
dante, parecía tener una piel recia y naranja, pri-
vando todo atisbo de su corazón al exterior. Algu-
nas de las pequeñas, morían entre la arena morada,
derramando su sangre carmesí, formando curiosos
ríos entre el millar de granos de arena.

Llegamos pues a un costado del gran cráter,


una cueva oscura cuya entrada triplicaba mi tama-
ño. Desequilibrando la propia montaña; compuesta
por, roca gris y tierra negra y; cubierta por, múlti-
ples lianas ramificadas nacidas en la cima y hele-
chos verdes; la cueva, fue tapizada por piedra caliza
lisa en un origen, desgastada y quebrada por el paso
eminente del tiempo. En un costado de la entrada,
la niña agarró un palo de madera con el extremo
envuelto en un paño quemado y bisunto. Agachada
esperó y ofreció la punta del fragmento de madera

74
SKC_Studio

al felino, quien, sin más dilación, con un simple y


seco soplido, prendió el paño de fue celeste. Con la
llama derivada a una ignición roja y amarillenta, la
niña me invitó a adentrarnos en la oscura cueva.

Parecía otro escenario distanciado del cráter


de arena morada, el ambiente se aligeraba con cada
paso sobre la arena que derivó en mármol agrietado
sin alterar la firmeza lisa de dicha piedra. El impe-
rio erigido por el silencio entre los árboles de hojas
dentadas, se vio corrompido y desmantelado por
los susurros enviados por una fría brisa de la incier-
ta profundidad, golpeando contra la superficie ro-
cosa. A medida que nos adentramos, cada quince
pasos, la niña dejaba eminentes vestigios de su lla-
ma en cuencos, incrustados en huecos de la propia
roca a cada lado del pasillo. El fuego nacía entre
carbón y otros minerales que no pude reconocer a
simple vista. La niña sólo se ocupaba de prender los
cuencos de su izquierda, lo que me llevó a pregun-
tar por el motivo de tal patrón tan curioso. <<Ma-
los>> contestó con su quebrada voz. Un buen truco
para reconocer la presencia indeseada de algún in-
truso o, aliado que conociese el patrón. <<¿Eres la
única... de por aquí?>> pregunté sin obtener res-
puesta ni reacción alguna.

Tras un largo tránsito, llegamos a una pe-


queña cámara que desembocaba en un estrecho pa-

75
El Torreón del Viento

sadizo bendecido por la luz lunar. La niña encendió


el último cuenco, ubicado en el centro de la cáma-
ra, incrustado en el suelo, para consiguiente, aho-
gar el fuego en agua negra de un cubo de madera.
<<Siéntate>> me dijo mientras se dirigía a un costa-
do de la cámara. Aguardé pues incómoda, sentada
en un perfecto banco de mármol blanco a ras del
suelo y junto al fuego central. Durante la espera,
me deshice de las partes menos importantes o mo-
lestas de mi indumentaria de cuero de buen género
y artificial; las grebas, los brazales, los guardabrazos
y; por último, el peto que cubría los pechos, las cos-
tillas y derivaba en una hombrera derecha mientras
que, la pancera albergaba algunos bolsillos.

Me detuve un momento tras advertir la pe-


sada y curiosa mirada de la niña, fijada en mí. Pare-
cía buscar algo... Quizá fuere por la presencia de
una desconocida bajo su techo, pero no sentí la mi-
rada con tal motivo. Interrumpiendo su análisis, el
felino regresó con la bolsa llena de frutas. Sacó una
de las grandes frutas, de piel recia y naranja, y se la
entregó a la criatura, quien de un zarpazo destripó
la fruta. Haciendo descubrir el interior, comenzó a
devorar la fruta suave y sólida, con una textura ge-
latinosa, y cubierta por un líquido viscoso de un
naranja más claro. Tras una ligera caricia entre las
dos orejas puntiagudas del felino, la niña regresó a

76
SKC_Studio

la mesa de madera con el resto de diferentes frutas,


y comenzó a limpiar, pelar, cortar y triturar las di-
chas.

No tardó mucho conseguir un cuenco re-


lleno de una masa espesa de frutas. Sacó un peque-
ño cazo de metal de debajo de la mesa, y lo colocó
encima de la fogata. Tras echar la masa de frutas en
el cazo, añadió un poco de agua, y esperó sentada
en frente de mí, con el fuego como separación. La
apariencia caótica de la aparente sopa, no era muy
atractiva para la vista. Temía por el sabor de aque-
lla... cosa. No tardó mucho en comenzar la ebulli-
ción, desencadenando el estallido de cientos de
burbujas, en la base de un fina hilera de humo por-
tando partículas con el sabroso perfume. Se formó
un curioso contraste entre, el aspecto poco atracti-
vo con el buen olor de la sopa. Entregándome un
cuenco de madera, relleno con la dicha, empeza-
mos a comer o... cenar. Ya me encontraba deso-
rientada en ese sentido y, prácticamente todos los
demás. No pude evitarlo, a medida que consumía la
sopa, fui narrando mi único recuerdo. Sin saber
porqué ni si fueras a entender lo más mínimo.

Acabada la sopa por ambas partes, la corta


historia de su único recuerdo cesó por igual. Por un
lado, sintiendo una distorsión del espacio progresi-
vo, la joven, se incorporó con dificultad y conmo-

77
El Torreón del Viento

ción; por otro lado, la niña quedó quebrada ante


toda la carga melancólica, suelta de un disparo si-
lencioso, dejando derramar una lágrima que se per-
dió junto al cuello cubierto.

–¿Veneno? –preguntó la joven tambaleándose por


la cámara en busca de su espada, palpándose la ci-
catriz quemada, sintiendo un ligero ardor.
–Maldita sea... –una extraña voz retumbó por el pa-
sillo, acompañado por pasos acelerados que se diri-
gían a la cámara.

Un joven débil y delgado, portando unos ro-


pajes desgastados y marrones claros, manchados de
tierra. El chico observó preocupado por última vez
a la niña y, tras cambiar radicalmente su rostro en
ira, en un abrir y cerrar de ojos, trasmutó en una
niebla uniforme de varias intensidades y gamas de
colores entre el negro y el rojo. Disipada en segun-
dos, reformada por consiguiente a espaldas de la jo-
ven. De entre las sombras emergentes, surgió de
nuevo el chico, con una daga afilada y reluciente,
preparado para degollar a la desconocida. Y así pro-
cedió. En un tenso y constante forcejeo, golpeán-
dose con las paredes y algunos elementos y mue-
bles de madera; mientras el chico luchaba por hun-
dir más la daga, la joven luchaba por apartar el
arma con las manos al cuello, rezando para que en
ningún la daga lograse cortar sus manos en dos y,

78
SKC_Studio

por consiguiente, su delgado cuello. La sangre de la


palma de las manos de la joven, reflejaban en los
húmedos ojos de la niña que, observaba la cruda es-
cena con la mirada perdida, dejando escapar lágri-
mas.

Tras golpear varias veces consecutivas al


chico contra la pared, la joven consiguió liberarse y
colocarse frente al agresor, buscando discretamente
su espada. Completamente en vano. Logró alcanzar
la dicha por segundos, no obstante el chico volvió a
usar la niebla a su favor, formando mediante pe-
queñas explosiones, estancias por toda la cámara.
Explosiones que precipitaban al suelo o contra la
pared a la joven. Acabando como empezaron, esta
vez contra la pared, esta vez, sin manos que detu-
viesen la daga colocada entonces sobre el cuello,
lista para liberar la esencia carmesí.

–¿Qué hacéis aquí? ¿Qué andáis buscando esta vez?


–preguntó el joven realizando un gran esfuerzo
para no rebanar el cuello antes de tiempo.
–Yo... no sé... –murmuró la joven sintiendo esas
preguntas como puñaladas a su mente y memoria.
Apenada por no contestar aunque lo desease con
todas sus fuerzas.
–Malditos bastardos... Si estáis monitorizando esto,
ya habéis hecho bastante –dijo dispuesto a ejecutar

79
El Torreón del Viento

a la joven.
–¡No! –exclamó la niña con su quebrada voz que,
retumbó por la cámara dejando perplejos a ambos
jóvenes.

Acto seguido, la niña se acercó y lanzó un


rastro de polvo rosa en el rostro de la joven, a lo
que el chico se apartó y preguntó:

–¿Tienes máscaras de sobra?


La niña señaló un barril de madera colocado en una
esquina de la cámara.

Cuando las nimias y dulces brisas regresen


para limpiar los campos de polvo, mira tras de ti y
dedícame tu mejor sonrisa. Ecos olvidados retum-
baban con suavidad en la consciencia intermitente
de la joven. Como latidos de un corazón moribun-
do, recuperaba la visión y conocimiento por segun-
dos mientras; la trasladaban por el pasillo de la cue-
va; la arrastraban por la arena morada en la larga y
fría noche; y, la dejaban sentada en una esquina de
madera oscura. Logró percatarse de que se en-
contraba en una estructura de madera, al borde del
abismo. La niña le colocó una máscara de cristal y
cuero que, parecía filtrar el aire o gas dañino por
un pequeño cilindro, ajustado en la base de forma
horizontal. Acto seguido, el resto de individuos se
colocaron las mismas máscaras. La niña respiró con

80
SKC_Studio

calma y asintió con la cabeza al joven, quien accio-


nó una palanca ubicada dentro de la estructura. Se-
gundos más tarde, ésta última comenzó a temblar
ligeramente, para consiguiente, descender paulati-
namente, atravesando la espesa bruma que se ex-
tendía por el horizonte. En un abrir y cerrar de
ojos, aprovechando el último hueco, entre la tierra
y el techado del ascensor, el felino se precipitó al
interior. La niña gratamente sorprendida, con efec-
to contrario hacia el joven.

–Maldita bestia... –anotó el joven resoplando.


–la niña le contestó con un golpe en el hombro–.
–Sabes que no puede estar abajo. Le vas a hacer en-
fadar y no me voy a responsabilizar –aclaró el jo-
ven con desdén.

¿Qué le preguntaría a una estrella? Ansío la


respuesta por alguna razón que desconozco. El sol-
dado que paz alcanza en una noche silenciosa, en-
tre heces y barro de su agujero, se pregunta lo mis-
mo. No obstante, con el temblor de escarcha que
hacía sonar sus dientes negros chocar entre sí, ace-
leraba la caída estrepitosa de una lágrima agridulce
al darse cuenta de la broma, del chiste. Incluso con
toda la imaginación alcanzable, no era posible re-
solver la pregunta en cuestión sin un acto real. El
soldado encontró una forma de apaciguar su dolor,

81
El Torreón del Viento

formando tal lágrima agridulce. ¿Cómo le pregun-


taría el teorema a una estrella?
Debía ser en el lugar idóneo y compatible
para ambas partes, adornado por la energía del co-
razón del soldado.
Así pues, mi corazón siguió sus pasos por
una escalera eterna de caracol, ascendiendo por las
tablas elegantes de mármol blanco, separadas entre
sí y firmadas por circulares surcos dorados. Pare-
cían tener un sentido y un patrón oculto que, mar-
caba cada paso, cada vez más ligero. Sentía un im-
pulso hacía la cima, dejando la desconfianza y el
dolor posando sobre aquellos surcos bien definidos.
Las tablas se mantenían parcialmente firmes con
cada pisada, a flote sobre un espeso aire que susu-
rraba un fino canto rozando la base de cada tabla.
Envidiando la dulzura de la flauta, parecía intentar
entonar una agridulce sinfonía, fracasando, care-
ciendo de orden. Rodeando el torreón de escalera
sin pared, miles de filamentos de todos los tama-
ños, parpadeantes y explosivos, se precipitaban ha-
cia un mismo horizonte ambiguo, un abismo de os-
curidad blanquecida por éstos y el aura de luz pura
que, danzaba y emergía de la cima. No dejaba de
pensar en el sentimiento agradable que me llenaba
con cada paso, sintiéndome atraída por aquella luz
de gran magnitud.

82
SKC_Studio

Dado el último paso, dediqué sonriente una


mirada al ascenso realizado, sin poder distinguir
con claridad la escalera debido a la destacada pre-
sencia de luz. Tanto la sinfonía como los filamen-
tos se detuvieron, dejando puntos y orbes de luz en
una infinidad. El aura de luz, me presentó una últi-
ma tabla extensa y cuadrada, con deformidades y
huecos. Firme. Regresé al primer sueño. Más pací-
fico y más hermoso. Rodeada por una calmaba os-
curidad, decorada por blancas luminarias en la le-
janía, mientras que en la cercanía; orbes cristali-
nos, cuyo núcleo llameante y dorado, expulsaba es-
poras de la misma condición para su desintegración
paulatina en el exterior; esferas, con una esencia
naranja se distorsionaba para golpearse entre sí con
lazos cual látigos, cuyo impacto generaba chispas
de escarcha carmesí; energías esféricas, más oscuras
que el propio vacío que dominaba el último plano,
rodeadas de electricidad glauca inestable intentan-
do penetrar el interior, hasta el núcleo de mismo
tono.
Cada uno de esos puntos de energía, me
transmitían diversas emociones cuya melancolía
predominaba con sutileza. En cuyo intercambio,
engullían paulatinamente la plataforma de már-
mol. Despedazando y licuando hasta la putrefac-
ción, por consiguiente la desintegración, el pronaos

83
El Torreón del Viento

octástilo circular, con hermosas columnas sin cabe-


za apoyarse, con extrañas escrituras cinceladas en
cada fuste. Escrituras que no correspondían con el
tipo de estructura. Un estilo de estructura... Olím-
pico. Sea cual fuere mi cometido o acción en aque-
lla plataforma, debía hacerlo sin demora.
Me dirigí curiosa hacia el centro, dejando
atrás la fría caricia del viento, atravesando una al-
fombra de cientos de pétalos verdes silvestre, es-
parcidos inertes por doquier, alcanzando una flor
de cuerpo de láminas glaucas y raíces jóvenes. A
diferencia de otra flor de misma estructura, dife-
rente pelaje, las raíces no se aferraban por miedo,
parecían abrazar la plataforma paulatinamente, en-
volviéndola. Frente a la curiosa flor, sumergida en
su dulce aroma, las raíces se convirtieron de pronto
en bruma glauca, para consiguiente, deslizarse ha-
cia el vacío dejando al descubierto el desprendi-
miento de los pétalos en mil fragmentos. Con la
misma fuerza que la brisa anterior, danzaron sin
forma alguna hasta tomar una figura semejante a la
mía, varonil. Extrañamente me resultaba familiar.
El zumbido de los pétalos generaban el ritmo de la
ligera pero agridulce sinfonía, completa por el fino
canto de las escaleras. Sin poder negarme o apar-
tarme, la figura tomó mi mano y mi cadera, posi-
cionándose para un baile clásico. Tras unos segun-

84
SKC_Studio

dos congelada, la figura dio el primero de una ca-


dena de movimientos de baile al ritmo de la melo-
día, la cual adquiría más presencia y energía, inten-
tando cubrir el crecimiento a la par de un temblor
en la plataforma.
Me sentía confusa por tal escenario y even-
to pero; agradecida, por estar bajo el dominio de
aquel baile como si lo hubiese practicado desde mi
primera consciencia; completa, sin importar los in-
contables vacíos en la mente, me sentía viva com-
penetrando el baile a la perfección con aquella fi-
gura florecida. Mientras apenas quedaba platafor-
ma, las esferas engullían y se atiborraban de ener-
gía, la sinfonía crecía a la par que el viento conver-
tido en tormenta primaveral, y el temblor quebra-
ba lo que quedaba de mármol, en todo aquel caos,
el baile levitaba paulatinamente. Formando parte
de todo aquel caos. Consiguiendo un breve estalli-
do de caos armonizado. “Perdóname” creí entender
entre los últimos zumbidos barítonos de los pétalos
que me guiaban hacia la armonía.
Devuelta a una oscuridad ligeramente apaci-
guada por dos velas jóvenes, a ambos costados de
una cama de madera añeja y oscura, cubierta por
lana y, ocupada por la joven. Siendo el centro de
atención de los dos sujetos antes encontrados, apos-
tados en la entrada de aquella estrecha estancia.

85
El Torreón del Viento

Siendo calmada con paños de lino húmedos,


por una entidad anónima bajo un extraño manto
antiguo y oscuro, adornado por algunos trazos do-
rados uniformes.

–¿Qué le preguntaría a una estrella? –preguntó con


debilidad la joven al despertarse entre lágrimas que
no se distinguían entre los sudores.
–Es una interesante pregunta para otro momento
de la misma condición. Descanse, sólo ha sido un
sueño... –Aquella entidad de voz grave y senil, giró
ligeramente la cabeza hacia los dos sujetos, y mo-
lesto preguntó–. ¿Cuánto polvo le echaron? ¿Cómo
se les ocurre?

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SKC_Studio

Capítulo 3
Escritos Antiguos

A pesar de que la luz de las velas se volvía


débil por el consumo casi total de éstas, la oscuri-
dad de la estancia estaba siendo rechazada por otra
entidad luminosa, esta vez, del exterior. Un haz
azul suavemente blanquecido, extendido por un
pasillo compuesto por paredes rocosas, estructura-
das y formadas de manera elegante y cuidada, tris-
temente condenada por el tiempo. Un haz relente
que realizaba una cálida llamada, desvelando y
abrillantando las grisáceas motas de polvo lenta-
mente descendentes. Dejaba un detalle en eviden-
cia, a ras del suelo, dichas motas danzando con ex-

87
El Torreón del Viento

trema timidez por una fuerza uniforme y prove-


niente del subsuelo.

Pasaba desapercibido por todos los sentidos


entonces por la joven presente, todavía cargando
con la desidia del sueño. Con la visión nítida y el
pulso variando entre la rapidez y los cortes sin lle-
gar a provocar molestia o alarma. Incorporándose
paulatinamente, cabizbaja y frunciendo el ceño de-
limitando la estrecha estancia. Entre cuatro paredes
de madera añeja y oscura; una superficie de basalto
trabajado y limado, hasta dejar el paso ininterrum-
pido a pesar de los millones de minúsculos aunque
comunes orificios; y una techumbre rocosa a la par
con el pasillo, éste cargado con humedad, siendo la
única zona afectada, como si la hubiese absorbido
por las cuencas negras que poblaban dicha techum-
bre. Ésta última, compuesta por el material princi-
pal de aquel lugar, advertido en la madera despren-
dida de las esquinas inferiores opuestas a la única
salida, dejando al descubierto todo el revestimiento
de madera. Queriendo reforzar u ocultar una infra-
estructura cavernosa o subterránea.

Despejando ligeramente la mente de una


extraña conmoción diferente al sueño, la joven,
mantenía su indumentaria pero carente de sus bo-
tas a pie de cama, se sentó al borde de ésta, sintien-
do el frío basalto cual leve chispa. Con los ojos fijos

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SKC_Studio

en el haz relente, comenzó a advertir de una voz


no muy lejana, proveniente de una estancia conti-
gua. Atraída por la voz aguda aunque varonil, capaz
de transmitir intelecto o elocuencia en su entona-
ción, la joven fue en su busca con cautela y curiosi-
dad.

“El vestigio del último susurro aclama voz,


en la lejanía, un parpadeo auditivo se acomoda
cada vez con más ritmo y fuerza, sin llegar a alterar
el caos. Manteniendo la distancia inicial, las leves y
melancólicas gotas de lluvia marcan su huella. Con
delicadeza y un dolor olvidado; golpean la arena
morada por el mar negro, golpean la arena seca del
mar rojo, golpean los toldos de los bosques más
frondosos y poblados, golpean las extremidades de
los árboles en desolación, golpean las banderas de
los últimos castillos, golpean las bocas apagadas del
infierno, golpean tu última lágrima, golpean tu be-
llo rostro sumergido en el martirio escondido, gol-
pean las flores carmesí que brotan sin cesar del pe-
cho de los caídos, golpean y no dejan de golpear,
golpean la voz, el susurro y el último aliento. Co-
mienza y acaba. –Advirtió la presencia de la
joven–. Sueña mientras suena un cuerno quebrado.
Motas de polvo, motas de armonía, motas de des-
censo, motas de nieve, motas secas emergen”.

89
El Torreón del Viento

En una estancia parecida con la techumbre


de madera, el autor de la voz, un joven, de etnia
morena y clara, cabello negro, corto y rizado, con
los costados rapados. Era notable una cierta inma-
durez física, no obstante doblada en edad a la niña,
quien reposaba incómoda y acalorada en cama.
Evitando el despertar de la niña, el joven realizó un
gesto pidiendo silencio, para consiguiente, alejarle
de la estancia hasta una estrecha pero larga terraza,
contigua al pasillo. Se quedaron unos segundos en
silencio, el tiempo que la joven pudiese apreciar la
belleza nocturna de aquel mundo, y la curiosa zona
en la que se encontraban.

Rozando el oscuro océano decorado por mi-


nerales cósmicos luminosos, los siete ríos de difusa
estela morada, seguían su curso con la misma in-
tensidad, no obstante parecían estar más lejos, más
altos. La terraza era una extensión artificial de un
pico de monte rocoso, prácticamente hueco y cir-
cular, dando una salida hacia la cima de una colina
de helechos amarillos. La estructura natural dege-
nerada por algo más activo que el tiempo, se veía
recubierta, reforzada con suelos y vigas de basalto,
y paredes, techumbres, chozas e inmobiliario bási-
co de madera. Una gran roca quebrada, repleta de
estancias de contenido desconocido pero presenta-
ción igual. Abrazaba una plaza poblada por múlti-

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SKC_Studio

ples estantes similares entre sí, de madera, adorna-


dos con telas de diferentes colores y dibujos de va-
riada simbología, cuyo centro protagonizaba una
fuente con forma de gran flor de loto. Una estruc-
tura albergando centenares de velas encendidas,
compensando la carencia de agua. Interrumpiendo
la pequeña cata de la magia presentada, intentando
solventar el balanceado silencio, el joven preguntó:

–¿Te... traigo una cobija?


–Eh... no, gracias... –contestó la joven desubicada
recuperando la sensación de su despertar y así, pro-
siguiendo–. ¿Qué es este lugar?
–Bueno... –sonrió y prosiguió–, es un mercado, un
banco de manuscritos y un refugio pero, principal-
mente, es un santuario.
–¿Santuario? Para... ¿Venerar alguna figura supe-
rior?
–Para mi pueblo... Es un lugar de referencia y bús-
queda de conocimiento histórico al que debemos
una gran deuda. Para los ancianos que rigen este
lugar... Es algo más profundo y, claro, mágico. Pero
es mejor que te lo explique el Funnio.
–¿Funnio?
–Sí, es el rector de los demás integrantes del san-
tuario, el mismo que te limpió la pequeña dosis de
Jhal –viendo el rostro de confusión de la joven, se

91
El Torreón del Viento

explicó–, el polvo verde procedente de la flor Jhal


que te echó mi hermano.
–¿Tu hermano? Parecía muy cabreado contigo...
Pero el polvo...
–Sí, bueno. Siempre tiene esa actitud airada pero,
no se lo eches en cara. –Tras la extraña interrup-
ción el joven prosiguió desviando el tema–. ¿Es
cierto que caíste del cielo?

Sorprendida por la pregunta, la joven contestó con


rapidez y cautela:

–Mira, sé que he invadido vuestras tierras y, quizá


no seáis hostiles pero, prefiero arreglar lo que tenga
pendiente y seguir con mi camino.
–Claro... Te harán muchas preguntas por precau-
ción y te dejarán marchar –dijo el joven con cierta
desilusión.
–No será necesario... Benka, déjenos un momento,
por favor –hizo acto de presencia la misma entidad
que atendió a la joven, el Funnio.

Sin su extraño y gran manto, se podía dis-


tinguir un anciano bajo una túnica de cuerpo com-
pleto, con la misma decoración de trazas doradas
más limpia. Con la capucha acabada en punta reti-
rada, se exponía su cabello corto pero frondoso, de
color hielo plateado dirigido a la espalda; color del
bello facial, el cual parecían filamentos cristaliza-

92
SKC_Studio

dos frágiles. Con una sonrisa amable en un rostro


arrugado y anaranjado con ciertas grietas en la piel
y, unos ojos ojerosos morados con finos filamentos
negros partiendo de la pupila, se acercó a la joven y
prosiguió:

–Parece estar acostumbrada a la escarcha. No tenga


en cuanta al joven, no suele hacer amigos y, las
nuevas entidades son su objetivo y debilidad.
–Como le dije a él, no parecéis hostiles, ni me sien-
to incómoda pero, llevo días deambulando en busca
de cualquier respuesta. En ningún momento quise
molestar a la niña o su acompañante, creí que esta-
ba en peligro y...
–No se preocupe. Seguro que Benka le ha mencio-
nado que este lugar es tanto un banco de manuscri-
tos como un refugio, abierto humilde y pacífico.
No se le desea ningún mal pero, debemos asegurar-
nos de que vos no lo desee para nosotros.
–Ni siquiera sé quién soy realmente ni qué es este
planeta.
–Duerma un poco más, el primer sol no tardará en
alzarse. Hablaremos más detenidamente al alba.
–Tardaría más todavía conciliando el sueño. Déje-
me verlo, por favor.
–Bien... Búsqueme cuando los estantes de la plaza
estén ocupados.

93
El Torreón del Viento

De vuelta a la calma y soledad acariciada


por la leve brisa nocturna, susurrando su último es-
fuerzo. Un empeño erradicado paulatinamente por
la demorada aparición lumínica del sol más peque-
ño. Tintado el horizonte gradualmente claro, re-
marcando cada punto y fragmento de luminaria le-
jana, el sol morado hizo acto de presencia como pe-
queña eminencia. Era muy fácil apreciar el movi-
miento de tal energía esférica, aunque con el trans-
currir de tres días pierda con creces la fuerza y ve-
locidad, compartiendo la noche con el resto de lu-
nas. La luminosidad morada por un falso sol, era
una mera cortesía de los dos soles que ofrecer y ex-
panden su luz mientras están atados con éste.

Alcanzando el mediodía, el efecto morado


se pierde pues los dos soles toman la delantera para
completar su ciclo diario. Iniciando el alba, estando
completo el sol morado, la joven comenzó a sentir
un dolor punzante en el ojo derecho, dejándola de
rodillas. Con una mano aferrándose a la barandilla
y, la otra en el foco del dolor ardiente, cuyas venas
en el costado quemado de su cabeza, se venían re-
marcadas y ligeramente hinchadas, dejando ver la
sangre prácticamente conquistada por pigmentos
naranjas. Reservando sus gritos y dolor interno, an-
tes de caer totalmente rendida y retorcerse, dedicó
una costosa mirada hacia la habitación de la niña.

94
SKC_Studio

Ésta última, nada más que un vestido antiguo de


flores descoloridas, con frío y empapada de sudor,
observaba a la joven con melancolía ofreciendo un
pedazo de espejo.

Liberando la mano derecha que se aferraba


a la barandilla, la joven agarró el pedazo sin dejar al
descubierto el ojo afectado. Tras cruzar su mirada
con la niña, se enfocó en su reflejo y apartó la
mano temblorosa del ojo. Con la pupila tan dilatada
que el iris apenas se apreciaba, dejando una fina
franja naranja como el fuego, cuyo tono se asemeja-
ba a las venas que se dirigían y desembocaban en la
esclerótica del ojo, manchada con múltiples fila-
mentos. Fijando la mirada en aquel reflejo, deta-
llando extraño fenómeno, la pupila fue regresando
a su tamaño común, disipando a la par el dolor.

Vio mucho más que oscuridad en el reflejo


de sus ardientes ojos. Vio mucho más brillo en las
breves lágrimas de la niña, abundantes en su ojo
azulado resplandeciente en miles de partículas con
reflejos de diamantes, destellos de estrellas cuyo es-
pejo guardó antes de ayudar a la joven a incorpo-
rarse. Se quedaron ambas observando un cálido
amanecer con apenas vestigios morados; una, re-
flejando un peso emocional en el brillo de sus ojos
marrones; y la otra, con la mirada desenfocada re-
pitiendo el mismo pensamiento una y otra vez. Sin

95
El Torreón del Viento

modificar el rumbo de su mirada, la joven rompió


silencio:

–Creo... que he recuperado un fragmento de mi


mente, de mis recuerdos... –aún conmocionada se
detuvo unos segundos, y observando a la niña pre-
guntó–. ¿Qué es realmente ese sol morado?

La niña se limitó a señalar la progresiva presencia


del resto de funnios.

Al ritmo de su salida al mercado, sustitu-


yendo las velas del ayer con nuevas llamas, en bue-
na sincronía, iniciaron un suave canto difónico.
Con la canto jugando a dos bandas, melancolía y
esperanza, las dos chicas descendieron a la plaza
con calma. Antes de llegar al Funnio maestre quien
rechazaba en pie ante la fuente central, éstas cruza-
ron las filas sin orden de estantes, observando con
curiosidad. Muchas de las estructuras mostraban
elementos similares, aunque se podían resumir en
telas, túnicas y prendas, herramientas de trabajo y
construcción, baratijas de decoración o con una
utilidad desconocida. Se hacía evidente la mano de
obra minuciosa en todos los elementos presentados,
tanto en los detalles que abarcaban como el uso de
la tela y madera en éstos. No obstante, uno de los
estantes, presentaba la excepción con herramientas
hechas por otra mano de obra usando; acero, cobre

96
SKC_Studio

y plástico.

–¿Encuentra algo de su agrado o interés? –preguntó


el Funnio maestre volteándose ante la joven y su
acompañante.
–Me asombra ver tantos marcadores de tiempo dis-
tintos en un mismo lugar. Pero... eso sugiere... –
Contestó observando con anhelo aquellos artilu-
gios. Algunos con agujas para macar doce o dieci-
séis números o formas, otros con pequeñas bombi-
llas formaban las mismas y diferentes formas. To-
dos funcionales.
–Descartando que haya más de una cultura sin co-
municación alguna en este planeta, eso sugiere,
efectivamente, que más de una cultura se ha topado
con este planeta. Sin embargo... Aún habiéndolo
deducido, no parece sorprenderle.
–No... –murmuró la joven.
–Y dígame, ¿Cuál de todos le resulta familiar?
–Ninguno... –contestó insegura.
–Acompáñeme. Hunna, ya sabe a dónde ir –dijo
deteniendo a la niña.
–Hunna... –susurró la joven alegre por descubrir el
nombre de la niña y, prosiguió deteniendo al Fun-
nio tras advertir de un detalle en el estante de mar-
cadores–. El estante de los marcadores de tiempo es
el único que dejan sin vigilancia, ¿Por qué?

97
El Torreón del Viento

–Nadie quiere una medida inexacta y poco útil.

Muy a su pesar, la joven le quitó importan-


cia y, se dispuso a seguir al guía hasta el interior de
aquel pico de montaña.

Tras cruzar pasillos homogéneos con las


mismas habitaciones, todas ellas cerradas. Con es-
caleras de roca de cortos escalones en ambas esqui-
nas, cruzaron una puerta doble que daba paso a un
largo pasillo espacioso de cristal. La joven se detuvo
en seco impresionada por la estructura de cristal.
La cual desembocaba en una plataforma enorme de
madera oscura, cubierta por una cúpula del mismo
material adornado por delgados ventanales exten-
didos verticalmente.

Absorbiendo la confianza del Funnio, la jo-


ven se dispuso a cruzar sin dejar el impacto recibi-
do, duplicado tras advertir de la razón del uso de
dicho material transparente. A espaldas del refugio
integrado en un pico de montaña, junto con un
monte de prado poblado con hierbas altas y amari-
llas, daban lugar a un extenso valle protagonizado
por un río claro y rocoso, sin fin en el horizonte vi-
sible. Haciendo sombra sobre la dulce corriente de
agua, cuatro plataformas más de estructura similar
salían de la misma montaña. Siendo dos idénticos a
aquella recién visitada por la joven, mientras que

98
SKC_Studio

las dos restantes tenían un material más compacto,


oscuro y carente de ventanales. La más cercana al
río, compartía la misma infraestructura. La más
cercana a los anhelados ríos del cielo, presentaba
más diferencias tanto por; el material, con la super-
ficie repleta de cráteres uniformes como; la estruc-
tura, esférica y no circular de base plana.

Sin poder catar al completo ni lo deseado las


construcciones ni la naturaleza, los dos sujetos se
adentraron en la gran cámara que mantuvo en auge
el asombro de la joven. Era una de las zonas men-
cionadas por Benka, uno de los tres bancos de ma-
nuscritos. Una monstruosa cámara poblada por tres
centenares de estanterías con dicha colección y
otros archivos. Las múltiples columnas esparcidas
por la zona, albergaban más manuscritos y una es-
trecha escalera de mano integrada de metal. Una
estancia iluminada tras el caer de la oscuridad; me-
diante candiles, para los escritorios y; farolillos,
suspendidos del techo con cadenas de oro. Unos
pocos funnios reemplazan, manipulaban o tomaban
notas de la colección.

Según explicaba el Funnio maestre hasta lle-


gar a su escritorio, ubicado en el fondo guardando
una estancia cerrada, aquel banco abarcaba los ma-
nuscritos más antiguos y frágiles siendo de mayor
número. Por ese motivo, únicamente las otras dos

99
El Torreón del Viento

son de dominio público para conservar mejor dicha


colección. Aprovechando la tranquilidad y la anti-
gua sabiduría que ofrece el banco privado, su se-
gunda estancia se compone del escritorio del fondo
y la cámara que guarda a su espalda con archivos
privados. Acomodado entre papiros, tinteros y al-
gunos manuscritos, el Funnio ofreció asiento a su
invitada.

–A su pregunta de... ¿Quién es usted? No tengo res-


puesta pero... cuando reconocí el amuleto que por-
taba consigo –le entregó dicho artefacto por sorpre-
sa y alivio para la joven y prosiguió–. recordé un li-
bro entregado hace mucho. Está muy desgastado y
aparentemente es un registro, apuntes de uno titu-
lado “LM”, pero se menciona brevemente aunque
con importancia dicho amuleto. Lo que hemos po-
dido averiguar, es que tiene una gran carga de po-
der conseguida por la unión y manipulación de dis-
tintos minerales cósmicos. Siendo difícil de proce-
sar y manipular, una compleja selección de entida-
des recibía el artefacto. Una selección nombrada
“LM” o agentes del caos.
–¿Agentes del caos?
–“LM” nos sonaba desconocido, no obstante los
agentes del caos se vieron reflejados en una carta
del destino agria, con el objetivo de guiar a los hijos
del Caos Armonizado, para así, regresar al Exodar.

100
SKC_Studio

–Caos armonizado suena... contradictorio.


–El caos forma parte del equilibrio, la perfecta esfe-
ra demandada por nuestro universo. Los Sextos que
fueron tomando las riendas del caos y una perfecta
esfera, procuraron mantener el equilibrio. Y para
poder mantener el dicho, se precisa de quebrarlo y
reconstruirlo una infinidad de veces. Hay muchos
juegos en el universo. Los Antiguos, anteriormente
nombrados como hijos del Caos Armonizado, des-
pertaron desperdigados y confusos, y hasta que
“L.M” no los alcance y les ayude a recorrer su sen-
dero, seguirán en esa condición. Condicionando
nuestra condena.
>>A pesar de no recibir más tinta, más cartas del
destino se siguen transcribiendo y dibujando,
mientras millones aguardan todavía su consumo.
La tinta ya está seca, y es hora de prender. El tiem-
po para muchos no existe o simplemente, forma
parte de una simple luminaria perdida en el caos.
Para aquellos que sean conscientes de la raíz más
joven del tiempo, deben saber que el futuro es in-
cierto y un campo sembrado sin orden, improvisa-
do. Sin embargo, incluso en los rincones más olvi-
dados de nuestro universo, hay escritos que se in-
terpretan como faros para la resolución de algo ma-
yor, pequeños y grandes estallidos de estrellas en la
infinita oscuridad caótica de la perfecta esfera.

101
El Torreón del Viento

>>Formándose miles de millones de formas caóticas


pero equilibradas en su conjunto, unidas por una
misma raíz, por un patrón, pero con distintas cartas
asignadas, y por ello, algunas formarán parte de un
nuevo comienzo en su propio final. Alineaciones
de preciosas luminarias de todos los tipos danzando
en el vacío, reflejadas en los incontables espejos de
una gran cámara cuyo centro alberga una flor, con
múltiples o ninguna lámina de cristal. Así lo procu-
ra un ser muy antiguo anteriormente nombrado. El
Sexto.
–¿Qué pretenden? ¿Dejarme más confusa y perdida
de lo que ya me encontraba? –preguntó provocan-
do un soplido por parte del Funnio tratando de no
ser vehemente.
–El caos deja huella. Una huella con trazas del ves-
tigio del último susurro y rellena de una leve y me-
lancólica lluvia. Le sonará este extracto. Pero lo
que le quiero transcribir mediante términos, es ha-
cerla entender que el caos deja una huella confusa
por todo su contenido, no obstante los momentos
en los que más perdida se sentirá, será envuelta por
las huellas de la armonía.
>>Porque a diferencia de la huella del caos, una en
la que es usted consciente y capaz de sentirla, pues
lleva toda la vida luchando por borrar esa huella
para no sentir más dolor y acaparar más cicatrices.

102
SKC_Studio

Ante ello quiero creer que acabará por utilizar su


rastro. La huella de la armonía, no puede darle for-
ma, es una perfecta esfera ya definida y asimilada
de la forma errónea, por lo que supondrá una vasta
confianza que quebrará a su debido tiempo. Si fi-
nalmente el equilibrio no es logrado.
>>Por ello debe moldear la huella del caos y seguir
su rastro, desde el propio interior de la perfecta es-
fera, manteniendo la compostura y firmeza siendo
la mota del núcleo y, al mismo tiempo, la frontera
de la dicha. Obteniendo así, una visión clara y am-
pliada de todo su ser. Obteniendo así, el equilibrio.
El caos armonizado es su propio nido.
–Su voz, su presencia, los términos empleados y el
mensaje encuadrado a la perfección, son verdadera-
mente hermosos. Pero son como observar la deco-
ración más bella de la infinita oscuridad. Las estre-
llas son lo que son, pero fueron y siempre serán
una infinidad de fantasías para cualquiera. Com-
prendo lo trata de transmitirme y, admiro sus cua-
tro pilares primeramente nombrados, no obstante
veo y siento toda vuestra información como una
masa difícil de digerir, difícil de seccionar y anali-
zar, para finalmente comprender.
–¿No se da cuenta? Podría ser una mercenaria que
saqueó o encontró este amuleto y, por su uso nefas-
to u otra acción, acabó perdiendo la memoria. No

103
El Torreón del Viento

me cabe duda que tiene una conexión casi directa


con los agentes del caos. Logró descender de la
montaña, analizando y ejecutando el conocimiento
adquirido con rapidez en un estado de amnesia.
–Como si lo hubiese hecho toda la vida... ¿Soy una
de ellos?
–Lo más probable. La descripción que reciben di-
cha selección de entidades, concuerda con la suya.
Pertenecientes a la rama Funnio, de ahí nuestro tí-
tulo.
–¿Somos de la misma raza? –preguntó confusa.
–No... –sonrió y se explicó–, las razas Funnio se
crearon en un principio para la recopilación y ad-
ministración de conocimiento para otras razas. Las
entidades integrantes del grupo de agentes del caos,
junto a otras dos razas, hicieron su propia adapta-
ción del término a “humanoide.”
–¿Humanoide?
–Es una rama de raza, cuyos elementos en común
únicamente son; el origen y las características físi-
cas. No obstante, esas tres razas que interpretaron
el término original Funnio, mas no conocían la
existencia viva o material de la rama. Ante la sim-
ple explicación de la dicha, afirmarán que simple-
mente se trata de una prosopopeya. Recuerdo con
claridad que recibimos la visita de dos de esas razas,
afirmándolo con rudeza al principio.

104
SKC_Studio

–No consigo recordar nada al respecto –comentó


frustrada.
–Mejor. Así no tienes el peso del destino de todo el
maldito universo sobre ti como quiere hacerte
creer el anciano –dijo con resquemor el hermano
de Benka, aparecido de entre las estanterías.
–Touka, en la oscuridad del universo hay cosas que
vuestra mente es incapaz de asimilar. Nunca me
arrepentiré de la decisión de otro para mantenerlas
alejadas. Joven –el Funnio regresó a enfocarse en la
joven y prosiguió–, ¿Hasta dónde llegaría para re-
cuperar su sendero, su memoria?
–¿Qué debo hacer?
–Supongo que ha notado un fenómeno cósmico
muy cercano al planeta, dejando estelas moradas y
fragmentos carmesí.

La joven asintió.

–El origen que atrae al fenómeno, se encuentra en


el corazón del Torreón Funnio. Esos ríos de estela
morada, permiten la apertura y alimento de tal to-
rreón durante nueve días. Volviendo a formarse
treinta y cuatro días después de la clausura –según
explicaba el Funnio.
–¿Qué hay en el interior de ese torreón? –preguntó
la joven.
–Muerte –susurró Touka.

105
El Torreón del Viento

–Nadie lo sabe... Sólo sabemos que el primer cono-


cido que entró, regresó con la paz que detuvo una
guerra de más de trescientos ciclos. Lo primero que
dijo fue: “Él me dio todas las respuestas que necesi-
taba”.
–¿Quién es “él”? –preguntó la joven.
–Nunca llegó a revelarlo. Ya es demasiado tarde
para esta apertura, se tardan siete días a pie en lle-
gar al torreón. No obstante, la dificultad está en
reunir los cuatro fragmentos de la llave física, es-
parcidos por distintas regiones –contestó el Funnio
bajando los ánimos de ella y frustrando más a
Touka.
–Quizá no tenga derecho a pedir nada pero, ¿Po-
drían ayudarme? Aunque sólo sea con un simple
mapa.
–Touka estará encantado en guiarte. Le debe un fa-
vor, ¿No? –puntuó.
–Supongo que sí. Vamos, hay mucho que hacer –
accedió Touka sin contemplar otra opción.
–Bien –dijo el Funnio mientras Touka ya se ponía
en marcha.
–Gracias. Espero comprender el Caos Armonizado
algún día –se detuvo la joven para agradecerle la
muestra de guía.
–Sin camino recorrido, no hay leyenda formada ni

106
SKC_Studio

historia que contar –añadió el Funnio.


–Vamos, tenemos los días contados –insistió con
éxito Touka.

Con impaciencia y obviando las grandes vis-


tas que ofrecía el pasillo de cristal, Touka llevó a la
joven hasta la habitación en la que despertó ese
mismo día. Antes de ponerse en marcha para la
búsqueda de los cuatro fragmentos de llave, la jo-
ven debía prepararse para los diferentes desafíos
del exterior. Regiones con escasas posibilidades de
supervivencia o criaturas salvajes más feroces que
el felino. No obstante, tal sendero pertenecía úni-
camente a la joven y por ello, Touka al llegar a la
habitación, dejó bastante claro que no partirá con
ella limitándose a enseñarle cómo defenderse y
moverse por las regiones. Antes de abandonar la
habitación, Touka comenzó a explicar con rapidez
y sin opción a replica, los tipos de entrenamiento
que comenzarían al día siguiente.

Veinticuatro ciclos atrás, tras establecerse la


paz entre los diferentes pueblos que vivían en la
extensa región, la mayor parte eran campos y mon-
tes de helechos amarillos abrazando el santuario
Funnio y su valle. Se formaron unos juegos cele-
brados la noche de clausura del Torreón Funnio,
cuya preparación y participación eran responsable
cada familia de cada pueblo. Siendo pues la prepa-

107
El Torreón del Viento

ración ante los juegos, el entrenamiento escogido


por Touka para enseñar a la joven.

Asimilando el golpe de información en sole-


dad y silencio, la joven se encontraba palpando con
la mirada perdida el amuleto fragmentado. Compa-
rando dicha fractura con las porciones machacadas
de su mente perdida, visionadas con manchas. Aca-
bando por observar el cuchillo recogido durante su
encuentro con el felino. Y como si se tratase de una
llamada, escondiendo una mueca de la joven y aso-
mándose por la puerta entreabierta, una cortina de
cabello castaño protegía un ojo curioso. Con la
aprobación de la joven, Hunna se adentró con timi-
dez con unos ropajes en brazos, seguido de Benka.
Portado por Hunna, traían un réplica de la indu-
mentaria de la joven con algunos bolsillos y defen-
sas, añadidas y mejoradas.

Sintiéndose fuera de lugar, Benka se quedó


en la puerta sin fijar la mirada por mucho tiempo.
Mientras la joven tomaba y observaba agradecida la
indumentaria sin poder borrar una mueca de la
cara, la niña paseaba sus dedos por los surcos del
amuleto. Parecía hacerlo con tristeza y, antes de
que la joven pudiese preguntar, fue interrumpida
por los nervios de Benka. <<Realmente ha venido a
verte para enseñarte un lugar>> según comentó re-
firiéndose a Hunna. Acto seguido, ésta última, evi-

108
SKC_Studio

tando quizá las preguntas, tomó la mano de la jo-


ven y precipitó hacia la salida. Con la marcha apre-
surada, salieron y cruzaron la plaza hasta la colina
de helechos amarillos, sin llegar a detenerse. Llega-
dos al auge de la colina, cuya pendiente descenden-
te se prologaba hasta un bosque de roble oscuro, lo
suficientemente ancho y frondoso para perderse
con facilidad, se detuvieron. Catando los páramos
presentados. En los costados, diferentes bosques
claros y pobres adornando múltiples ranchos erigi-
dos por la raza de Benka.

Ubicados en extensos prados; de barro, dan-


do lugar a pantanos más grandes en la lejanía; roca,
entre zonas de pasto; y en su mayoría, hierbas altas,
antecedentes de los helechos amarillos. Sin embar-
go, lo que realmente absorbía toda la atención, pro-
vocaba una sombra descomunal en la mayor parte
de los prados y en el bosque oscuro. Siendo éste úl-
timo el anillo de un lago de aguas negras. Sobrevo-
lando y duplicando el tamaño de dicho lago, una
montaña cuya superficie plana se escondía tras una
cortina nebulosa de niebla, nubes y parte de la bru-
ma generada por la ancha cascada. El agua de la di-
cha, parecía tardar más de lo debido en entrar en
contacto con el lago, pasando por un soplido de
tiempo pasado. Una montaña de cuerpo eminente
de tierra, con rasgos rocosos que se prolongaban y

109
El Torreón del Viento

aumentaban hasta la base. A ras de la nebulosa y


salientes de la tierra, más oscuras y rudas que el
bosque, extensas lianas que no lograban ni por aso-
mo alcanzar la superficie del lago, remarcaban la
distorsionada gravedad. Una carga comprimida en-
tre la montaña y el lago, liberaban una suave y
muy pausada danza entre dichas lianas. Bajo la tu-
tela del viento, las lianas susurraban caricias del
tiempo.

–Mi pueblo nombró a esta montaña cómo Iris. Tu-


viste suerte de aparecer en la más cercana –comen-
tó Benka sin despegar la mirada de ésta.
–Fue ahí... ¿Hay más como esta? –preguntó la joven
sin dejar el asombro.
–Diecisiete descubiertas. La mayoría se encuentran
en las tierras congeladas del norte, formando un ar-
chipiélago flotante adornado por nubes congeladas.
–Debe de ser hermoso verlo... Dime, ¿Por qué la
llamaron Iris?
–Según cuentan los más ancianos para hacernos
dormir. –Provocó una ligera sonrisa y prosiguió
mientras la niña parecía concentrar la mirada en el
lago–. Una criatura colosal con cuerpo de reptil,
originario del archipiélago flotante, visita cada
cierto tiempo todas las islas flotantes del sur. Vo-
lando sin alas, sobre las nubes, se posa sobre una de
las montañas e hiberna durante uno o varios ciclos.

110
SKC_Studio

Entre seis y diez veces al día, la combinación entre


el calor de las aguas y la gravedad, provoca una ex-
plosión en las cuevas subterráneas del lago que ex-
pulsa y forma un columna de agua hirviendo. Po-
sándose entre la tierra de la montaña, permite a la
criatura sentir el calor de la misma. Los pueblerinos
de estas tierras que una vez lograron ver a la criatu-
ra posarse en busca de calor, advirtieron de que el
iris de su ojo izquierdo es un catalejo espacio-tem-
poral.
–¿Es cierta?
–Yo no la creo pero tampoco puedo... –contestó
Benka interrumpido por la niña quien demandó si-
lencio y atención al lago.

Esperaron expectantes unos segundos hasta


que el bosque y poco después el lago con más in-
tensidad, comenzaron a gruñir y temblar. Sumán-
dose a la danza de lianas, las cabelludas ramas del
bosque realizaban una percusión sostenida al ritmo
del temblor. No pasaron muchos segundos hasta el
sonido del temblor se volvió más denso y ahogado.
Fue entonces que en un abrir y cerrar de ojos, se
produjo la explosión mencionada en la historia de
la montaña Iris. Liberando la tensión del temblor,
liberando la energía y el sonido. Dejando el agua
acariciar a su hermana tierra, mientras millones de
filamentos se desviaban a las tierras contiguas como

111
El Torreón del Viento

una lluvia nimia y precoz. Sacándola de la hipnosis


por tal fenómeno, la niña agarró la mano de la jo-
ven y comenzaron a descender con rapidez la coli-
na. Sin escuchar las alertas de Benka tras ellas, des-
cendieron hasta bosque al borde del tropiezo.
Adentrándose ligeramente en el bosque bajo una
pequeña porción de la lluvia, la cual se filtraba con
dificultad por las ramas y densas hojas. Cada vez
más cercanas al núcleo del bosque, la única luz vi-
gente era la de unas setas pequeñas pero agrupadas
en montones.

Salientes de las gruesas raíces negras de los


árboles, una débil aunque resplandeciente luz azul
adornaban el lugar lúgubre. Rodeado de montones
de setas, un saliente rocoso de la tierra cubierto por
lianas y hierbajos, presentaban la estrecha entrada
a una gruta. <<Confía en mí>> le susurró la niña
con esa voz quebrada y rasgada a la joven. Dejando
a Benka desubicado en el bosque. Arrastrándose
por un corto aunque estrecho pasaje húmedo y ro-
coso, llegaron a un canal subterráneo espacioso que
recorría todo el subsuelo del bosque.

Esperando al final del estrecho, quedándose


a escasos centímetros del rostro de la joven, se en-
contraba el felino. Tras dedicarle alegre unas cari-
cias, se asombró por el lugar. Imitando el resplen-
dor de las setas, pequeñas flores en forma de copa

112
SKC_Studio

nacidas en charcos de agua fría, adornaban el ros-


cón. Los detalles se perdían en la oscuridad, pero la
luz era más que suficiente para advertir de una ex-
traña estructura natural. Toda la superficie rocosa
tenía multitud de charcos, cráteres y agujeros sin
fondo; siendo los charcos, la maceta de las flores;
agujeros sin fondo, parecían expirar un olor fuerte
y molesto; mientras que los cráteres, ofrecían las
gruesas y negras ramas de los árboles de la superfi-
cie. Éstas últimas, no se alimentaban directamente
del agua, sino derivaban en otro tipo de árbol, más
fino y de opuesto color.

Árboles albinos y seniles, salientes de los


charcos. Sustituyendo las hojas convencionales, la-
zos negros con una textura fina elegante brotaban
de las ramas albinas, como si de un adorno de tela
única se tratase. <<¿Cómo es posible?>> se pregun-
tó la joven mientras acariciaba la vieja corteza de
los árboles, intentando buscar la lógica observando
cada detalle. Sacándola de su investigación, Hunna
le llamó la atención señalando una de las flores
apartada del resto. Reservando su característica
voz, cogió el cuchillo de la joven y pidió su mano.
<<Confía>> susurró la niña para resolver unos se-
gundos de dudas. Mediante un leve corte en la pal-
ma de la mano, dejó caer la sangre dentro de la flor.
Desde el primer contacto con la sangre, la dicha

113
El Torreón del Viento

comenzó a marchitarse y hundirse en el charco de


agua, hirviendo a los pocos segundos. Sin indica-
ciones, el felino de un rugido liberó una ráfaga de
fuego celeste como si de aliento se tratase, dejando
una fina capa de azufre clausurando el charco.

Según los gestos que comenzó a realizar


Hunna, aquel proceso permitiría el nacimiento de
otro árbol albino, además de pedirle ingerir uno de
los lazos de un árbol en concreto. Era el único con
una marca artificial visible en el tronco, una ene
tachada. Bajo la extraña confianza que transmitía la
niña, la joven arrancó sin esfuerzo alguno un lazo
del árbol. Desligada de las ramas, el lazo parecía
perder con mínimo tacto una capa de polvo negra,
dejando al descubierto su rojo carmesí.

Dejé de ser... dejé de sentir... Dejé de sentir-


me acabada y olvidada por mí misma, para sentir-
me desolada y completamente abandonada a mi
suerte. En una soledad acompañada, comprimida
entre cuatro paredes y un techo de múltiples meta-
les reforzados. Con dos puntos de acceso en sus
opuestos, clausurados por un puerta de metal y
otra fragmentada aunque tapiada con dicho acom-
pañamiento. Un elemento que desprendía una ex-
traña mezcla de hedores, dominada por una putre-
facta pestilencia y un ligero toque de azufre, cuya
presencia se paseaba por las grietas de brotes car-

114
SKC_Studio

mesí ligadas entre diferentes raíces. Esplendor de


los brotes, ahogados por placas de carbón recién
salidas de cualquier boca de infierno.
Al ritmo de un débil y frágil latir de cora-
zón, un foco carmesí sin filtro, decoraba mi en-
torno con un constante parpadeo acompañado por
una molesta y punzante melodía, repetida con es-
casos segundos. Era notable la fuerza de dicha me-
lodía, no obstante otra desgarradora y dolida sinfo-
nía se superponía en toda la estancia. Dejando
mudo el corazón. Siendo la maga de tal voz, una
recién nacida aclamaba voz carente de la misma.
Manchada por el mismo carbón que ahoga los bro-
tes. Manchada por los únicos brotes salvados, es-
parcidos como gusanos sobre todo su pequeño
cuerpo. Brotes de una raíz que yacía abierta y con-
denada por el mismo mineral. Aquella que aclama-
ba voz, sintiendo el cuerno de su voz fragmentado
y parcialmente desintegrado, se retorcía entre una
pila de raíces condenadas.
Con el eco de aquella sinfonía desgarradora,
la joven volvía en sí con nauseas y dolor de cabeza,
mientras Benka acudía en su ayuda alarmado e in-
sistente en el hecho de salir de aquel lugar. Aún
con la conmoción, advirtió de la cantidad inaudita
de lágrimas liberadas por la niña fijada en sus ojos.
Por fortuna rompiendo esa extraña tensión, lejanos

115
El Torreón del Viento

estallidos sordos de agua se acercaban con rapidez


acompañados de un temblor que ya sacudía toda la
zona.

–¿¡Ves esas especie de ventosas de ahí!? –Benka se-


ñaló la pared opuesta a la salida, aquella salvaguar-
daba el contenido del lago.

La joven asintió con esfuerzo.

–Bien. Verás, pasados unos minutos esas ventosas


asquerosas se van abriendo bruscamente una a una
pero con mucha rapidez. Si no salimos de aquí aho-
ra mismo, acabaremos tapiados por cantidades
aplastantes de agua –aclaró Benka.

Incorporada con la ayuda del chico, la joven


ofreció una mano a Hunna sin dedicarle una mira-
da. Apoyándose entre sí, comenzaron a correr ha-
cia la salida teniendo las aguas a las espaldas
abriéndose paso, creciente por oleadas. Por suerte y
decisivo, no se alejaron demasiado de la salida, no
obstante en un abrir y cerrar de ojos estando ascen-
diendo por el estrecho, fueron escupidos por una
gruesa ráfaga de agua. Exhaustos salieron del bos-
que para tumbarse y recuperar el aliento a pie de la
colina.

–¿Qué se supone que he visto ahí abajo, Hunna? –


preguntó la joven con cierto temor y desconcierto.

116
SKC_Studio

–... –la niña cerró los ojos con tristeza y se mantuvo


en silencio–.
–¡¿Cómo quieres que confíe en ti si sólo me hablas
cuando quieres convencerme de algo?! –La joven
hizo una pausa calmando los nervios y prosiguió–.
Mira... Desperté en mitad de la nada desconocien-
do la razón de estar y ser, lo último que necesito en
estos momentos son más enigmas que me causen
migrañas.
–Perdón... –susurró Hunna temblorosa.
–No son disculpas lo que quiero, Hunna... –dijo la
joven ya desesperada.
–No... –cortando sus palabras Hunna se marchó
precipitada acompañada por el felino.
–No debí hablarle así... –se lamentó la joven.
–¿Y qué otra cosa podías hacer? No sé qué ha pasa-
do ahí abajo pues ni conocía de su existencia, pero
no me puedo imaginar en una situación tan confu-
sa como la tuya –mencionó Benka sentándose a su
lado.
–Ya lo sé pero... ¿Por qué está tan apegada a mí?
–Porque dijo que vendrías... La noche anterior al
día que te encontró tirada entre las hierbas, por
todo el valle se escuchó el eco del estruendo de una
melodía fragmentada. Llevaba días advirtiéndolo.
–¿Cómo pudo saberlo?

117
El Torreón del Viento

–Nunca lo supo. –Hizo una pausa y prosiguió para


explicarse–. Quiero decir que cualquiera podría ha-
berse inventado que un ser vivo caería una noche,
en algún punto del tiempo y acertar. Hay un com-
plejo orbitando este planeta vigilando y buscando
algo mediante balizas que cada cierto tiempo lan-
zan a tierra. En los últimos días, han caído tres de
esas balizas.
–¿Complejo dirigido por quiénes? Este mundo me
está dejando más preguntas que mi mente...
–Ninguno lo sabe, pero nos superan en suficientes
aspectos para mantenernos al margen sin hacer
preguntas. –Hizo una pausa–. Desde que ligó con-
ceptos que no debía, Hunna se obsesionó con una
llegada como la tuya. Nunca la había visto tan feliz
y triste al mismo tiempo. Bueno... ni feliz. –Dejan-
do a la joven reflexionando, se incorporó y prosi-
guió–. Las noches son tranquilas por estas zonas,
pero no te olvides de descansar para mañana.
–Sí. Gracias, Benka.
–Ten paciencia con Hunna –dijo Benka retirándose
por completo.

Difícil de digerir, difícil de seccionar y ana-


lizar, para finalmente comprender. Dejándose lle-
var por la calma del cercano amanecer que apagaba
su melancólico rostro paulatinamente, cerró los
ojos para enfocar su atención en la suave percusión

118
SKC_Studio

del lago regresando a la normalidad. Ofreciendo a


las colinas el silencio de una leve brisa que se le-
vantaba con dificultad y mucha paciencia. Una bri-
sa que en la noche relente acariciaba con dulzura
los helechos, animados a una danza narrada por la
melancolía silvestre.

Una brisa convertida en una ventisca seca y


monstruosa al amanecer. Cantaba con rabia el re-
proche por las plantas poco agradecidas. Sin darle
importancia a aquella violencia silvestre, Touka
equipado con dos bastones blancos con inscripcio-
nes siguiendo la línea de los surcos de aquella esca-
lera de caracol y mármol, golpeó sin ritmo la
puerta de la joven, ya despierta y vestida con la
nueva indumentaria, preparada para la primera
prueba.

Cruzando un río de fantasmas, llegaron al


bosque protector del río bajo la monstruosa monta-
ña. Compadeciendo a la vegetación terrestre agita-
da en caos, dejaba un ligera libertad a las lianas, las
cuales notaban una corriente más fuerte aunque
suave que les mostraba el camino, como una señal
viva. Rodeando casi por completo el bosque circu-
lar, de entre éste emergía una estructura de madera
con mecanismos de poleas y contrapeso. Un ascen-
sor. Un pueblerino de la zona, de nariz senil que-
brada con cara de nada amistoso, les estaba espe-

119
El Torreón del Viento

rando con un reptil preparado para tirar de una


soga gruesa. Una bestia verde pantanoso nombrada
Grûul. Con pura grasa y músculo se arrastraba en
tierra ella misma con la ayuda de dos garfios como
patas, en el agua con las aletas salientes de su cola y
costillas. Sin decir una palabra, el sujeto que aguar-
daba les entregó dos máscaras de cristal y cuero, las
mismas que la joven utilizó en su primer encuentro
con Touka.

Alternando en orden cada día los cuatro


entrenamientos previstos por el guía, un quinto se
repetiría cada día con la subida y bajada de la mon-
taña. Bien reflejada en las lianas y el agua del lago
tras las explosiones, la gravedad se comporta de
forma diferente a ciertos niveles de la montaña flo-
tante. Forzando el aguante ante esos cambios, los
pueblerinos ingresados en los juegos suben y bajan
de la montaña de forma clandestina, sin llegar a
burlar la restricción de su acceso. Controlando así
la conmoción y la reserva de oxígeno en zonas si-
milares, aflojando las dos bobinas de la máscara
paulatinamente para lograr una adaptación progre-
siva. Siendo este el entrenamiento más pasivo, aca-
ba siendo el más pesado y difícil de dominar las
nauseas e incluso pérdidas de consciencia.

En la superficie de la montaña, la ventisca


que azotaba las colinas hacía pasajes breves cada

120
SKC_Studio

poco tiempo, manteniendo la brisa nocturna en sus


momentos de calma. Aquel temporal parecía ha-
berse formado para la ocasión, para el primer en-
trenamiento. Alcanzado el río, el mismo que pre-
sentó a la niña la primera vez, se detuvieron ante
las últimas fuerzas de un tronco caído y arrastrado
hasta encallarse entre rocas. Sirviendo de puente
inestable. Sirviendo de balanza ante un conflicto
armado en una situación poco conveniente. Dejan-
do a la joven uno de los bastones que Touka trajo
consigo, le enseñó los movimientos básicos de su
manejo y ambos se subieron al tronco, cada uno en
un extremo. En un abrir y cerrar de ojos, tutelado
por un baile elegante, Touka se precipitó contra la
joven para asestarle un golpe fatal directo al crá-
neo. Sin explicarse el reflejo, aún cayendo al agua,
la joven detuvo en seco el ataque. Tras incorporarse
saliendo del río, la joven entendió bajo la mirada
concentrada aunque fría de Touka, que debía pre-
pararse para un tiempo con ambientes cargados y
sin pausa.

Ese mismo día, en el punto auge de los soles,


detuvieron el entrenamiento únicamente para tras-
ladarlo a una gruta no muy lejana. En los límites
del bosque que respaldaba el río, la gruta permitía
el acceso a una de varias montañas rocosas. Pare-
cían ser una cadena cuya profundidad, cubierta por

121
El Torreón del Viento

agua, se acentuaba con creces. Con la tenue luz del


exterior, apenas se podía apreciar una estructura de
andamios de madera que atravesaba dicha cadena,
como raíces emergente del agua tomando estram-
bóticamente el papel de puente. Sirviendo de paso
hacia una fina oscuridad y un ejercicio de escalada
curioso, al que la joven se veía sometida.

Pasaron todo el entrenamiento en aquella


majestuosa montaña flotante; buscando el manejo
de distintas armas blancas además del bastón, adap-
tarse al entorno reconociendo la herbología y evi-
tar los insectos en su mayoría tóxicos, puliendo el
equilibrio con las pruebas del primer día en el río y
la gruta, para finalmente, en ésta última, desarro-
llar la resistencia apnea. En uno de esos largos días,
cuyo entrenamiento se centraba en dicha resisten-
cia, la joven debía recuperar cuatro monedas tira-
das por Touka en un plazo de tiempo limitado. Su-
mergida con su indumentaria para dificultar el mo-
vimiento, con la calma en el frío vacío mojado ante
la pesada situación, se dispuso a recuperar las cua-
tro monedas de plata. Era la primera vez que con-
seguía tres de éstas.

Rompiendo la calma ante el cercano logro,


la joven comenzó perder la concentración y noción
del espacio ya ambiguo. Bajo espasmos cada vez
más frecuentes y pronunciados, perdía voluntad so-

122
SKC_Studio

bre sí misma paulatinamente. Entre formas rasga-


das en la oscuridad, un ligero y pasajero destello le
devolvió un ápice de dicha voluntad. Un pequeño
destello atrapado entre las rocas, deslumbró la
mente de la joven. Envuelta entre susurros ahoga-
dos y una leve fuerza proveniente de una oscuri-
dad, infinita a sus ojos que ya no se sentían cansa-
dos ni presionados. Rodeada por el nimio vestigio
de un centenar de estrellas. En el momento justo,
derrocando el blanquecido estallido bajo la tutela
carmesí mosaica, se produjo una ruptura en el espa-
cio, sangrante de un centenar de esferas uniformes.
Ruptura que trajo consigo el abrazo de Touka
arrastrando a la joven al exterior.

–Te excedes demasiado. –Hizo una pausa y fría-


mente prosiguió–. Acabamos por hoy, esta noche
espérame en la plaza, te llevaré a los juegos –dijo
Touka retirándose.
–Gracias... –susurró en vano la joven observando
un mineral, culpable de aquel destello cual cristal
transparente aunque resplandeciente.

La decoración más bella de la profunda os-


curidad emergía de la misma para dejar su huella
en los mundos. Con la ventisca más calmada, el eco
de los cantos difónicos acompañados con dulzura
por tambores, viajaban a la par con el río atrave-

123
El Torreón del Viento

sando el valle que respaldaba el monte Funnio. Los


ríos que trazaban un rumbo sobre el lienzo de la
profunda oscuridad, apenas se distinguían entre los
lejanos páramos del horizonte, dejando el protago-
nismo a aquellas estelas moradas que marcaban su
rastro, su huella.

Difuminándose paulatinamente en el trans-


curro de aquella noche relente, adornada a su vez
por esos ya escasos fragmentos carmesí, brotes de
las estrellas. El sonido de los pueblerinos actuaba
como la leve brisa que acariciaba los finos helechos
del campo amarillo. Celebraciones y carcajadas
compartidas rompían el silencio y la concentración
que hasta el crepúsculo la joven venía mantenien-
do, dejando fijada la mirada en el bosque oscuro
que rodeaba el lago explosivo, dejando fijados los
pensamientos en todas las reacciones ambiguas que
su consciencia aclamaba. Sentándose a su lado, Be-
nka hizo acto de presencia, intentando en vano res-
petar su silencio:

–Mi hermano te está buscando.


–Me ayuda en contra de su voluntad.
–Es posible que no le haga demasiada gracia, pero
no es por ti. Pero bueno, es algo que debería con-
tarte él.
–¿Has venido a dejarme más dudas?

124
SKC_Studio

–He venido a convencerte de que vengas a los jue-


gos.
–Dejaré de entrenar e iniciaré la búsqueda de esos
fragmentos. De alguna forma me encuentro en este
planeta, pero estoy segura de que no debo estar
aquí por mucho tiempo.
–Buena suerte entonces –se incorporó y prosiguió–,
pero aunque Hunna te haya estado evitando estos
días, quiere contarte algo importante. Y a su vez...
pedirte disculpas por aportarte más confusión de la
que traes tú.
–la joven bajó la mirada–.
–No sé de qué clase eras antes de este mundo, pero
podrías tomártelo como una oportunidad –añadió
Benka marchándose acto seguido sin esperar res-
puesta.

La calma ya no tenía cabida en la mente de


la joven, quien no tuvo que pensar demasiado para
incorporarse y seguir los ecos de los pueblerinos.
Siguiendo el rastro por el extenso y paulatinamente
estrecho valle, el eco se difuminó pues su origen en
un valle circular se detuvo. En las puertas de dicho
valle, el río se bifurcaba saliente de la propia tierra,
perdiendo el origen de la corriente, aquella que se
concentraba en la zona presentada, magnificando
su norteña vegetación, a pesar de tratarse de las tie-
rras del sur, más allá de las granjas y prados siendo

125
El Torreón del Viento

la frontera con los extensos y densos bosques de


gran carácter, logrando conquistar los altos montes
visibles erradicando todo atisbo de roca o tierra in-
clusive. Puertas de tierra mojada con aroma al ves-
tigio de una lluvia, cubiertas por múltiples capas de
lianas cada vez más gruesas y numerosas.

Un corto estrecho preparatorio para la pre-


sentación del valle circular, con ambiente y vegeta-
ción tropical abundante nacida por el descanso del
río, rodeando el límite de la base derivando en un
lago humilde en el centro. Formando una diana
vista desde los ojos de un pájaro pasajero. Adorna-
do y delimitado por múltiples postes de farolillos
de luz celeste, un camino de tierra albergaba las
huellas de los pueblerinos amontonados la mayoría
alrededor del lago. Conversando, comerciando y
jugando entre sí, mientras algunos (los más ancia-
nos) se quedaban retirados de la muchedumbre
apreciando la cargada vegetación templada. Abra-
zados a los delgados y colosales troncos de sana
corteza de tonalidad glauca oscurecida. La mayor
parte conquistadas por musgo verde saliente de los
helechos blancos y de tal color. Una conquista pro-
gresiva con las bases completas, extendiéndose por
los surcos del refuerzo. Conquista desintegrada en
sus últimos avances más frágiles por el tierno o
apenado abrazo de las gentes.

126
SKC_Studio

Tanta presencia de éstas últimas, impedía


advertir de la presencia de Touka o Hunna. Bús-
queda interrumpida bruscamente por la interven-
ción estrepitosa de Benka. Agarrándola con fuerza
del hombro provocando una ligera queja, dada la
vuelta pues recién accedía al valle, la encaró. Sin
decir una palabra, expresó un extraño odio en ese
ceño fruncido bañado en sudor y esos ojos inyecta-
dos en sangre. Nada podría explicar tal cambio en
tan poco tiempo. La joven balbuceó su nombre con
alerta y preocupación sin recibir respuesta alguna,
más que silencio portando consigo un ligero y aho-
gado gruñir que no se veía reflejado en el rostro de
Benka.

Dejando unos largos segundos de incerti-


dumbre y miedo que hacía viajar la mano de la jo-
ven ligeramente hacia su cuchillo, apostado en su
espalda a la altura de los riñones. Sin erradicar el
rostro escalofriante, con la fuerza del agarre, des-
vinculó la mirada y se apartó. <<Qué manía con
alargar el suspense de los juegos>> exclamó Benka
mezclándose con la multitud. ¿Ebrio o algo peor?
La joven, descolocada y con la mirada perdida en el
estrecho del valle, sobresaltó pensando que el indi-
viduo volvía a por más. El Funnio maestre. Acom-
pañado de una mueca, le pidió seguimiento con un
golpe seco de muñeca al viento. Juntos, se adentra-

127
El Torreón del Viento

ron en la multitud dejando que el silencio se viese


marginado únicamente por ésta. Quedándose al
borde del pequeño lago (pudiéndose cruzar con
apenas diez pasos), adornado por algunos nenúfares
desnudos. Observando uno con orgullo y la otra
con curiosidad los estantes de mercaderes que ro-
deaban las aguas. Mismos estantes que al alba inva-
dían la plaza del santuario Funnio.

Erradicando con dulzura el alboroto de las


gentes, un grupo apartado y elevado en una ajusta-
da tarima de piedra que rompía filas a los mercade-
res, comenzó a sincronizar su orquesta para dar
vida a una rítmica cortada aunque extremadamente
sutil y relajante melodía. Bajo la de un delgado ins-
trumento de cuatro cuerdas, finas flautas lanzadas
en un susurro que se deslizaba con cautela en la
leve brisa ya establecida en aquella noche relente.
Ligeros y pausados toques de diferentes tambores,
seguían una base bajo la tutela de los toques a la par
de una gran arpa de antigua madera. Parecía ser el
himno de los juegos o del pueblo por el sentimien-
to que gratamente penetraba en cada corazón de
los pueblerinos, marcando un rostro de dulce valor
y esperanza. Sin pertenecer a ese cálido círculo ni
conocer siquiera las costumbres de los pueblos en-
trelazados en armonía, la joven sintió un importan-
te ápice de ese sentimiento que tanto orgullo sen-

128
SKC_Studio

tían. Un ápice de agradable melancolía silvestre.

La incertidumbre de su pasado la llevaba en


terrenos de anhelo agriamente melancólicos, aun-
que convertidos en una incertidumbre de futuro
deseado gracias a las caricias de esa armónica sinfo-
nía. Silencio. Uno, dos, uno extendido. Tambores
marcaron los pasos inesperados de la siguiente sin-
fonía en su inicio más suave aunque más agridulce.
Tambores marcaron los pasos de una bailarina que
absorbía toda la atención en su repentina aparición
de entre la multitud silenciada con admiración.
Sincronizada con la sinfonía suavemente arritmia
cada vez más extensa, la bailarina de corta túnica
blanca (ancha en sus brazos) y de rostro hundido
en pintura azul, se abría paso descalza sintiendo la
fría y húmeda hierba. Alargando los movimientos
tanto como lo hacía la sinfonía en su melodía, hasta
llegar al lago, posándose con extrema cautela sobre
el primer nenúfar. Silencio. Dos, dos, uno. Tambo-
res marcaron el ascenso de la sinfonía.

Fuerte melodía de dulces y finos instrumen-


tos. La bailarina siguió, cruzando el lago entre los
nenúfares como si de un camino de rocas se tratase.
Entrelazando los movimientos del cuerpo con cada
avance en el inevitable ascenso de la sinfonía,
aquella que con cada vez más furor exigía fuerza y
presencia a sus cuernos de fina tela. Llegando al

129
El Torreón del Viento

verdadero núcleo del valle, aquella pintura azul


que cubría el rostro de la bailarina se convirtió, con
cierta rapidez y sorpresa, en polvo. Motas de polvo
descienden. Motas de polvo se entrelazaron con los
movimientos de la bailarina, formando finos lazos a
su alrededor en constante ascenso y descenso. No
era el final del espectáculo, no obstante la joven se
dejó arrastrar por su pensar, deslizándose paulati-
namente hacia la espalda de la multitud.

Cerca de alcanzar el estrecho del valle, la jo-


ven se detuvo en seco tras escuchar a sus espaldas
la quebrada voz de Hunna, que con gran esfuerzo
intentaba emitir con claridad y continuidad.

–¡Eco!
–¿Cómo?
–Eso es lo primero que escuché de ti. Eco. Así te
llamas, Eco.
–Supongo que no tengo otra opción. –dijo bajo una
pequeña sonrisa y prosiguió recuperando su actitud
pensativa y agria–. Hunna... quería...
–Los juegos empiezan ya. Ven, conozco una posi-
ción privilegiada para observarlas –interrumpió
Hunna.

Alejándose del evento cerca de su culmina-


ción, se abrieron paso por el estrecho del valle.
Saliendo de la zona subiendo por la corta ladera a

130
SKC_Studio

mano izquierda. Cruzaron el vestigio de los prados


de la región antes de toparse con los extensos bos-
ques frondosos y robustos. En plena línea fronteri-
za de ambos biomas, destacaba un montículo de
piedra engordado en su contrario hasta la cima,
cuya corta planicie parecía haberse pulido de ma-
nera artificial. Confirmado por unos surcos que as-
cendían por la piedra, marcando el camino de esca-
lada más seguro y sencillo de tomar. Escalada que
parecía dominar Hunna, para sorpresa de la joven,
quien la siguió con confianza hasta la cima. Zona
privilegiada para el visionado del extenso bosque (y
de los juegos por consiguiente según comentó Hun-
na), nacido entre escasa roca y revoltosa tierra.

Terreno húmedo con un centenar de pig-


mentos de minerales (rocas, azufre, azabache, ba-
salto entre otros) por cuadro. Mancillando esa ex-
traña aunque curiosa combinación, miles de astillas
y alguna roca en punta saliente de la tierra, se en-
contraban desperdigadas por doquier. Con una apa-
riencia caótica, como los vestigios de una tormenta
que en vida azotó al río que con calma transitaba
un bosque de tierra húmeda. Imposible si los bos-
ques se encontraban intactos y eminentes. Entre
esa oscuridad que amplificaban los múltiples brazos
peludos de los árboles y el terreno de movilidad di-
ficultada, se desarrollaban los juegos. Iniciados bajo

131
El Torreón del Viento

la muerte del bello fenómeno de los siete ríos. Ini-


cio y acabo. Iniciados bajo el aviso de los ecos de
un estruendo de mil cristales rotos bajo el agua,
proveniente del torreón Funnio. Iniciados bajo la
tutela del cometa ascendente que partía desde la
punta de dicho torreón y se perdía en la infinita os-
curidad, marcando a su paso pequeños estallidos
carmesí por esos pigmentos de azufre que caían de
las estelas moradas.

Divididos en siete grupos por parejas, de-


bían encontrar tres lazos del mismo color siendo
rojo para el equipo de Touka y Benka. La dificultad
no residía en recoger los lazos repartidos sin rum-
bo, sino en alcanzarlos sin caer ante los diferentes
criaturas hostiles que habitaban ese tipo de bos-
ques, algunas incluso salían de sus regiones tenien-
do en cuenta la actividad de los juegos. Sin embar-
go, a fin y al cabo, los participantes voluntarios se
preparan con mucha antelación para hacer frente a
esas criaturas. Lo que no pueden predecir ni prepa-
rar, son las acciones de los demás grupos. No está
permitido matar ni herir de gravedad, no obstante
la enemistad física y psicológica existe y es emplea-
da por muchos.

El visionado de los juegos no era lo que im-


portaba, mas ni con la zona elevada en el que se
encontraban las dos jóvenes, se podía apreciar del

132
SKC_Studio

todo el evento. Pasaban las horas de aparente inac-


tividad aunque ascendente tensión por no saber
por lo que estarían pasando cada uno. Algunos ru-
gidos de bestias rompían el silencio y cruces de al-
gunos equipos, que por miedo o respeto no se diri-
gían siquiera la mirada, rompían la incertidumbre
del visionado. En el punto de la noche relente más
cargada y la brisa afilando su escarcha, tras una lar-
ga estancia de completo silencio complementado
por los susurros de los bosques ante el frío, ésta se
resquebrajó de forma estrepitosa en unos muy esca-
sos segundos.

Un grito de varón desgarrador retumbado


por el valle, respondiendo a un choque violento.
Grito derivado y muerto ahogado. Acto seguido,
confirmando la preocupación, una bengala fue lan-
zada desde la profundidad del bosque pidiendo au-
xilio. En vano, pues el sujeto que la hubiere lanza-
do no se preocupó de la posición, ni que chocase
con las ramas de los árboles. Era más que probable
que sólo fuere avistada por las dos jóvenes expec-
tantes en el montículo de piedra. La joven, por
pura inercia, descendió de la zona pedregosa para
adentrarse en el bosque, dejando atrás a Hunna pe-
trificada ante el repentino suceso.

A pesar de la complicada tierra y la oscuri-


dad del propio bosque, la joven conseguía mante-

133
El Torreón del Viento

ner un buen ritmo acelerado. Sus pasos parecía tan


sólo acariciar la tierra en su breve contacto. No
obstante, las prisas y la acción improvisada sólo lle-
varon a la desorientación, deteniendo en seco a la
joven. Preocupada por no llegar a tiempo, entre ja-
deos y un repentino vahído, apareció de entre la
maleza y nublada visión Benka. Exhausto y empa-
pado de sangre ajena pues no mostraba ningún sig-
no de combate siquiera. Apoyada contra un árbol,
la joven expresó su alegría por su bienestar.

Extraños e incómodos segundos se formaron


ante la figura inmóvil de Benka que ya no mostraba
cansancio, ni emoción alguna. Advirtiendo del es-
tado de sus ropajes y la ausencia de Touka, la joven
preguntó tras recuperar saliva por el paradero de su
hermano. Carente de respuesta, de forma agresiva a
la par con un cambio de rostro, se precipitó en una
huida hacia la profundidad oscura del bosque. So-
bresaltada, la joven se dispuso a perseguirle, notan-
do que cada paso adquiría más peso, acercándose al
error inminente. Caía. Caída repentina. Benka se
perdió entre la maleza aún deteniendo el ruido es-
trepitoso de sus pasos acelerados. Bajo la conmo-
ción de la joven agravada por la caída, recibió una
ayuda externa para su incorporación. Touka. Sus
ojos temblorosos delataban el terror que sentía, ha-
biendo expresado una rudeza como carácter ante-

134
SKC_Studio

riormente, aquel rostro contagiaba a cualquiera.


<<¡Vete por dónde has venido!>> exclamó Touka
intentando aclarar la voz, para consiguiente preci-
pitarse en la búsqueda de su hermano. La joven no
iba a ser menos. En un estado demacrado y extraña
fatiga agravada con cada paso, alcanzó a la figura
inmóvil de Touka ante un pequeño claro del bos-
que. Con cautela, la joven fue adentrándose en el
claro, pasando por Touka, petrificado ante un ex-
traño fenómeno.

Emergentes de todos los minerales que


mancillaban la tierra, miles de filamentos de ener-
gía naranja ennegrecidos cual necrosis formaban
una cúpula deforme delimitando el claro. Filamen-
tos de una energía aurora con ciertos puntos eléc-
tricos propagando esa necrosis. Cúpula de frontera
establecida pero ligeramente afectada por la brisa,
dejando entrever una vida en esa energía, albergue
de aquel impacto que realmente petrificaba a
Touka. Más allá de terrorífica belleza del fenómeno
inaudito para la joven. Cúpula albergue de seis par-
ticipantes de los juegos, incluido Benka, congelados
en un tiempo inexistente. Exceptuando el último,
más alejado que el resto, éstos habían sufrido algún
tipo de ataque feroz y sin escrúpulos, dejando sus
cuerpos inertes desmembrados petrificados desa-
fiando la gravedad. Benka, a pesar de encontrarse

135
El Torreón del Viento

intacto, una lanza amenazaba esa condición conge-


lada a la par a un palmo de su ojo izquierdo. Atraí-
da por la energía, la joven alcanzó y palpó la dicha
con la mano desnuda. Lo último que escuchó, re-
tumbando como ecos en su mente, fue Touka ex-
clamando su rechazo ante el tacto de esa energía.

Erradicada la energía y la presencia de


Touka y Benka, los cinco participantes apenas se
reunieron en el claro para intercambiarse los lazos
que habían recogido por casualidad de otros equi-
pos. Se veía derrocada la visión de enemistad entre
todos, enfocada en otro objetivo.

–Que este ciclo gane cualquiera menos los herma-


nos Ka –comentaba un joven del equipo verde.
–¿Habéis visto a mi hermano menor? –preguntaba
mujer del equipo blanco, la más adulta de los pre-
sentes.
–No, pero seguro... –contestó el mismo joven, inte-
rrumpido bruscamente por aquel grito desgarrador
ya avistado por la joven.

Sin dejar pausa, un círculo casi perfecto de


fuego y chispas se comenzó a formar un catalejo te-
rrestre. Misma técnica que usaba la criatura de
Hunna, perfeccionada por un sujeto (de raza deri-
vada de la Funnio) que emergía de ésta. Bajo una
gruesa túnica negra con trazos blancos resplande-

136
SKC_Studio

cientes al más mínimo contacto con la luz, el sujeto


vestía con una coraza de cuerpo entero de misma
condición decorativa de un material, visiblemente
resistente aunque fácilmente adaptado a sus pausa-
dos y prepotentes movimientos. A pesar de toda la
carga que suponía la eminente indumentaria, la
delgadez del sujeto se veía reflejada; en sus manos,
cubiertas únicamente por un fino guante con extra-
ños garabatos blancos en la palma; y su cabeza, pro-
tegida por un casco mecánico que lograba repre-
sentar su expresión facial vacía y paupérrima.

Cualquiera pensaría que ese realmente era


su rostro, pues ningún rasgo de piel se asomaba de
entre la indumentaria. Con la cuenca de los ojos sin
mostrar más que vacío. Presentado por completo
ante los presentes, el sujeto esperó hasta la llegada
sorpresa de Benka y el cierre de su círculo de fue-
go, para consiguiente, en un abrir y cerrar de ojos,
avanzó hasta la joven. Arrebatando el aliento de
ésta, con una cuchilla (que guardaba bajo la capa de
la túnica a su espalda) más larga que una lanza co-
mún de dos filos anchos, desmembró a los cinco
presentes y con un sencillo desarme dejó la lanza a
un palmo del ojo izquierdo de Benka. Mientras que
dicho sujeto se mantenía a tres palmos de los ojos
de la joven, enfocados en el vacío de sus ojos y la
conmoción del evento. A medida que la energía

137
El Torreón del Viento

naranja emergía como cúpula alrededor de los pre-


sentes, unas pupilas de un blanco pobre se fueron
distinguiendo de aquellas vacías cuencas.

–Curioso sujeto, identifíquese –susurró con mucha


calma y pausa el sujeto con una voz entrecortada y
metálica.
–Eco... –contestó con mucha dificultad entre la fal-
ta de aliento y presencia cargada emanada por el
sujeto.

138
SKC_Studio

Capítulo 4
Øbelemm
Sin despegar la mirada de esas cuencas lige-
ramente decoradas por esas intensas pupilas, Eco
preguntó a Touka, quien apenas se sostenía en pie:

–Dime que has visto lo mismo que yo...


–¿Qué dices? Tocaste esa cosa y apareció uno de
ellos de entre el fuego.
–No pierda el tiempo. Es más escaso que la arena y
más valioso que un estelar –anunció el sujeto con
esa voz característica y escalofriante.

Interrumpiendo a Eco, apunto de liberar pa-


labras ante el sujeto, éste último, en un movimien-

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El Torreón del Viento

to imperceptible a ojos de los dos presentes lanzó a


la joven cinco pasos atrás, hasta caer y chocar sin
demasiada gravedad contra las gruesas raíces de un
árbol que asomaban con timidez. Acercándose a
Benka con mucha pausa, recitando algún tipo de
cita:

–Entonces recuperó postura derecha y firme y ex-


clamó entre los ecos del espacio; ¡Alzaos! ¡Alzad la
mirada! ¡Miradme a los ojos y decidme...! ¿Qué
veis?
–Por favor... No hemos quebrantado ninguna nor-
ma... Ya ha dejado cinco muertos, no es... –Touka
imploró clemencia por su hermano mientras el su-
jeto dirigía su mano inerte hacia la lanza.

El sujeto, molesto por la desesperación de Touka en


llanto, elevó el tono de la cita:

–Acto seguido, mediante el mismo susurro cargado


de vacío entre la lejanía, marcado por la huella de
la eternidad, le nombraron. –detuvo el pasaje para
alejar ligeramente la lanza y se dirigió hacia Eco.
Estando lo suficientemente cerca de ella para sentir
su nerviosa y dañada respiración chocando en la
carcasa metálica de su rostro, chasqueó los dedos de
su mano izquierda.
>>La lanza se precipitó y clavó en la tierra húmeda
tras el avance total de la necrosis y por consiguien-

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te, desaparición de la energía que cubría los cuer-


pos inertes, caídos ya en paz y desgracia. Recibien-
do un tajo importante, Benka cayó sin peso en los
brazos de su hermano–. Rakgar... Espejo.

Acabada la cita, el sujeto, con el dedo meñi-


que arrastrado por la comisura de los labios de Eco,
manchó en diagonal la carcasa de su rostro con la
sangre recogida. Dejando un breve espacio, el suje-
to desvinculó su fría mirada mediante una estram-
bótica y escalofriante reverencia, derivada en una
marcha hacia un nuevo círculo de fuego formado a
su espalda. Su presencia murió, no sin antes asesi-
nar bruscamente con cierta elegancia al sonido ya
establecido como niebla espesa. Niebla estirada
cada patrón según el compás marcado por el cora-
zón nervioso sin alterar de Eco.

Estirada con las pinzas de un miedo pesado


e inaudito para ambos presentes; uno, derrumbado
intentando detener el florecer sin control de las
flores carmesí que visionaba Benka; y la otra, petri-
ficada, sin poder desviar la mirada dirigida a la tie-
rra negra y pigmentada por minerales atrevidos,
pero enfocada en esa profunda, fría e inexpresiva
mirada del sujeto. Recuperando ese malestar que
tanto martirizaba su ser y su mente, sin poder ex-
presarlo físicamente, únicamente en nimios resqui-
cios de la transparencia imperfecta de una lágrima

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El Torreón del Viento

banal. Niebla estirada con esas brutas pinzas hasta


el extremo absurdo. Extremo que proclama un es-
tado de alarma en todas sus tierras, resquebrajadas
en mil pedazos en el acto justo de la larga y cansina
sirena. Mil fragmentos. Mil por declarar una nume-
ración conocida en el globo cósmico. Mil fragmen-
tos establecidos por inercia como cuchillas, inofen-
sivas ante su caricia. No obstante, el miedo es ca-
prichoso y ambicioso. Desplazando las brutas pin-
zas de un lado a otro, caricias constantes se con-
vierten en un serrucho agresivo carente de empatía
al encontrarse con los circuitos entrelazados de una
mente.

Manteniendo unos movimientos pausados el


ritmo deja de crecer, dejando al serrucho en un se-
gundo plano molesto ante la paulatina presentación
de un fino y agudo sonido, y por ende, práctica-
mente imperceptible. Sonido que cobraba presen-
cia lentamente aún con un ritmo acelerado, filo de
su agudez que ejecutaba el equilibrio de Eco (aún
estando parcialmente recostada contra las raíces), y
cargaba más su conmoción y visión nublada.

Mediante la nimia y dulce caricia de una


bruma celeste, el dolor se fue disipando con rapidez
con la que hizo acto de presencia, dejando los res-
quicios del miedo en sus ojos en una distracción
constante. Bruma celeste exhalada por el felino,

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SKC_Studio

quien parecía haber guiado a Hunna hasta el claro,


seguida poco después los pueblerinos. El dolor y la
conmoción de Eco se habían disipado casi por com-
pleto, pero el fuerte martillo del cansancio le arre-
bató el conocimiento mientras la multitud se la-
mentaba por las muertes y atendía a Benka.

Alcanzado el mediodía, sentada en el centro


de la cama, Hunna observaba preocupada a la pro-
pietaria de aquellos aposentos. Eco. Bajo la cargada
desidia del sueño y remanentes del dolor anterior.
Con las miradas vinculadas, las dos presentes se su-
maron en un abrazo sonoro bajo la tutela del silen-
cio. Qué extraña cercanía. Bien grata. Casi un ali-
vio para no dejar convertirse ese breve espacio ex-
tendido en uno perenne, el Funnio maestre, inte-
rrumpió en la escena tras una calmada aunque pre-
cipitosa llamada a la puerta. <<Kek-kek-kek.>> Hi-
cieron sonar en la madera los golpes de una mano
nerviosa decaída a cada choque.

–Espero no importunar –sin esperar respuesta, pro-


siguió–, necesito que venga a mi despacho, en la
banco de manuscritos que ya visitó, en cuanto pue-
da ponerse en pie. –Tras el amago de retirarse, aña-
dió–. Ahora, a ser posible.

Advirtiendo y deduciendo la importancia


del llamado, Eco se incorporó con esfuerzo aún con

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El Torreón del Viento

el intento de Hunna por detenerla, pidiendo a grito


silencioso que alargase el descanso. Petición agra-
decida con una mueca bajo su rechazo. Cariñoso y
conmovido rechazo apartando la mano de la niña
sobre su hombro con un leve agarre.

Era notable el amargo ambiente en el exage-


rado silencio de los pasillos del santuario. Con las
paredes húmedas todavía con el vestigio de sus lá-
grimas, tomando una tonalidad lúgubre contagiada
por la tormenta pasiva que aclamaba el trono del
espacio en el exterior. Esparciendo motas heladas
como previo aviso de una devastación imparable,
chocantes en los cristales del último pasillo y
arriesgado puente hacia el banco de manuscritos.
Nacientes de las tiras finas de madera que reforza-
ban la estructura no únicamente en la estética, fila-
mentos de hielo se extendían como ramificaciones
en el cristal enmascarado por la bruma de la escar-
cha y la propia niebla cada vez más pesada. Curio-
sas tierras del sur.

Filamentos motivados por la envidia, refle-


jando cierta semejanza con esas motas caídas. Mo-
tas sin oportunidad de descanso, convertidas en he-
ces blancas estrujadas para liberar el jugo amargo
deslizado como lágrima perezosa. Causaba una ex-
traña sensación ser capaz de apreciar cada nimia
unidad de avance de aquellos filamentos, en cuya

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SKC_Studio

base se propagaba un refuerzo compacto, dejando


la errónea apariencia de una cristal quebrado. No
es algo tan descabellado. Sin embargo, el impacto
estaba a la altura del grato visionado en vivo del
crecimiento de un árbol de cerezo. Partiendo de un
simple montículo de tierra, cuya erupción emana
una nueva vida fina. Masificando una base de múl-
tiples ramificaciones delgadas de brotes llenos de
pureza. Un camino digno de ver. Si de un árbol de
cerezo se tratase, obviamente. Aquella avanzadilla
precipitada a una escaramuza bombardeada, no era
digna de ver.

Era difícil ver la belleza en un mal auguro


cargado con pesar y desesperación, alimentado por
las penas pasadas. ¿Y qué decían los versos? Recita-
dos en un ahogado órgano como canto agrio pasado
y enterrado. <<El vestigio del último susurro acla-
ma voz, en la lejanía, un parpadeo auditivo se aco-
moda cada vez con más ritmo y fuerza, sin llegar a
alterar el caos>>. Eso es. Acercándose lo suficiente
al cristal, a tres palmos del contacto, se podía dis-
tinguir entre los incómodos crujidos del hielo en su
expansión una lejana voz. Agravada y ahogada por
el puño cerrado de la ventisca creciente. Si de un
mensaje se trataba, bajo el abrazo de la lejanía y
todo el ruido envolvente, era completamente inte-
ligible. No importaba.

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El Torreón del Viento

La frustración ante la incomprensión de la


emisión, venía de la mano con esa carga que dejaba
al cruzarse con el puente. Y no sólo eran las gotas
de melancólica lluvia de choque intermitente que
por supuesto no alteraban el caos. Era ese peso
emocional polvoriento que reposaba como cobija
empapada por una tormenta relente. ¿Era así? No
podía centrarse en eso. Podría ser la consecuencia
de un espacio quebrado, en cuyas grietas se filtran
los parásitos de la desolación propagando la confu-
sión y fomentando la desesperación. No debía cen-
trarse en eso. Esa lluvia intermitente sólo marca
trazos en la bruma posada. Esa melancólica lluvia,
toma la forma esquelética de un grifo plateado cuya
corriente no cesa en su ciego destino por suminis-
trar el vacío envolvente, y por errar no tiene límite
en el que detenerse y rebosar con cautela.

En un punto perdido, extraña es la existen-


cia de esperanza. Complicada en situación del fino
borde ya lanzado. Sin embargo, es esperanza la que
emite un aullido que forma ondulados círculos en
el agua de lluvia. Es esperanza la que en invierno
transmuta los copos en arcilla nacido como balde.
Es esperanza la que finge ser tierra y temblar por
hambre de evolución, haciendo rebosar brusca-
mente esa lluvia. Con un único temblor bastaba,
pero bajo la tutela del mismo y la ligera aunque

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SKC_Studio

despreocupante inestabilidad del puente, ligeras vi-


braciones nacidas como su extensión. Lucidez.

Eco se detuvo en la entrada. La conquista


del silencio amargo y sus abanderados de la sole-
dad, se extendía incluso en el bien usado y transita-
do banco de manuscritos por el resto de funnios.
Muchas obras amontonadas y sin recoger, dejadas
sin respeto por los escritorios. Caos que intentaba
corregir el maestre funnio con mucho cansancio y
pausa. Actuaba bajo las sombras de los farolillos re-
cientemente apagados, por ese hedor que despren-
día el queroseno con la fina apariencia del humo
gris. La única luz, aunque tenue, vivía en la candil
de sobremesa de su escritorio. Si bien no tenía la
potencia de un faro, su cálida luz se extendía hasta
dos columnas, a unos siete pasos. En el resto de la
gran cámara, se podían distinguir las formas en la
oscuridad por las escasas estrellas, resistencia ante
la conquista vecina más masiva que sufría el exte-
rior a pasos agigantados. Luz estelar que moría pau-
latinamente, en pos de Eco, eliminando los trazos
inciertos de los muebles y formas habitantes de la
cámara. Luz suficiente para el maestre.

Eco se dispuso a recorrer con calma y una


pizca de terror contagiado por la inesperada apa-
riencia del lugar, la abstracta alfombra roja. Con
destellos en sombras a sus costados, a dos columnas

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El Torreón del Viento

de alcanzar al maestre Funnio, se dispuso a recoger


los manuscritos amontados sin orden. <<No los to-
que>> masculló nervioso el maestre Funnio de for-
ma repentina provocando un ligero sobresalto en
Eco, quien por poco dejaba caer una de las obras.
Sobresalto contagiado hasta Hunna, quien llegaba a
la cámara en pos de Eco entre las sombras. <<Dis-
culpe>> añadió el maestre tras dejar una alta tanda
de gruesos y viejos manuscritos, seguido de un lar-
go y pesado suspiro.

–Se avecinan tormentas –acompañó con una leve


risa–, anunciaron una vez. Pero tormentas terres-
tres. ¡Cárnicas! Un juego de niños –siguió sin cesar
de recoger los manuscritos–. Con la sabiduría sufi-
ciente, muchos hubiesen cerrado correctamente su
capítulo. Ante tormentas de otros ciclos, de otros
espacios, la sabiduría no es suficiente.
>>Hace... Hace falta... ¡Energía! –Detuvo la recogi-
da para buscar desesperadamente papel y su pluma
escondida entre extensas notas, parecía no ser
consciente de la presencia de Eco, quien intentaba
concentrarse para no perder el hilo confuso acaba-
do en murmullos–. Energía... Pensad, pensad, pen-
sad... No se estanque como la Gaviota del Cabello
Castaño...
–Funnio... –inquirió Eco con prudencia para darse
cuenta inmediatamente del error y corregirlo al

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acto–, Maestre.
–¡Qué! –exclamó por pura inercia ante el inciso in-
deseado en su concentración y prosiguió más cal-
mado–. Ruego que me disculpe. Mis compañeros
han perdido la esperanza cruzando apenas su pri-
mer puente de la incertidumbre, dejándome con
todo este caos.
–No... no pasa nada –Eco tampoco entendía lo que
sucedía pero se disculpaba por si acaso–. ¿En qué
pudo ayudarle?
–Me temo que en nada más que su desaparición.
No me malinterprete, si por mí fuere dejaba que se
quedara para establecer su hogar en alguna colina,
y con su aprobación, compartir conocimientos.
Pero por el bien de todos, incluida el de usted, debe
marcharse.
–¿Y a dónde se supone que voy a ir?
–A hallar sus respuestas, por supuesto. Las cosas se
han torcido y corremos todos un gran peligro. No
quiero señalar, pero muchos dedos apuntaran a su
frente para encontrar un culpable de su inminente
devastación.
–¿Qué tengo que ver yo en vuestras disputas?
–Carezco de ese conocimiento. Mi instrucción fue
interrumpida por la fiebre y muchas respuestas se
perdieron consigo. Me limito a seguir las nuevas
instrucciones para mantener la paz que con tanta

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El Torreón del Viento

dureza se ha establecido.
–¿Paz para con quiénes?
–La orden que mandó a ese sujeto poco amigable y
desagradable que arrebató la vida de cinco inocen-
tes, a punto de su sexta si no logramos sanar al po-
bre Benka.
–Entiendo la discreción ante un tema que no me
incumbe, pero necesito...
–Pero necesita mantenerse al margen ante algo que
por supuesto, no la incumbe –interrumpió el maes-
tre condescendiente.
–¡Esa cosa casi nos mata a los tres! Necesito... –apa-
ciguó el tono y prosiguió–, necesito ser consciente
de a qué me enfrento ahí fuera. Necesito saber si
puedo emprender un viaje sin preocuparme de
Hunna... –ella misma se sorprendió por aquellas
palabras.
–Debería quitarse a la niña de la cabeza. Por conve-
niencia de ambas.
–Tiene razón. Pero Fereus –añadió Hunna refirién-
dose al maestre haciendo un tímido acto de presen-
cia–, ella también la tiene.
–No lo hagas más difícil, Hunna... Así que por fa-
vor, joven, vuelva a sus aposentos. Un compañero
le entregará víveres para aguantar un par de soles.
–El maestre rebuscó entre el caos de su escritorio y

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SKC_Studio

le entregó un pergamino antiguo aunque bastante


bien conservado ante la comparativa del resto, y
prosiguió deseando acabar y seguir con sus ocupa-
ciones–. Es un mapa con los cuatro puntos de inte-
rés en el que se avistaron por última vez los frag-
mentos.
Agradecida por la entrega, Eco se extrañó y
decepcionó al comprobar la inteligibilidad del pa-
piro repleto de garabatos y trazos, muy parecidos a
aquellos que decoraban como surcos los escalones
de mármol ascendentes en el vacío.

–No... no sé leer esto.

Tras un soplido dedicado a sí mismo, el maestre


Funnio apuntó:

–Es Lengua Antigua. Señalan e indican los atajos de


la red masiva de canales subterráneos que se propa-
gan por todo el planeta. No le recomiendo usarlos
pero errar es carecer de dicho conocimiento. –Le
entregó otro pergamino–. Mismo. Con traduccio-
nes para las indicaciones de la superficie de esas zo-
nas.

Formado un silencio entre ambos, sin darle


importancia, el maestre se dispuso a seguir con la
tarea de orden.

–Aquel sujeto... Mencionó la cita de un tal Rakgar.

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El Torreón del Viento

Quizá le sirva de algo esta información... –mencio-


nó Eco tomando una ligera iniciativa por compartir
información, más motivaba por el deseo de su saber
y no el de alimentar el conocimiento o advertir la
alerta del maestre.

No hubo respuesta por parte del maestre


Funnio, no obstante no pudo esconder la sorpresa
con pizca de terror o confusión emanada por sus
ojos, caídos en una mirada sin rumbo. Desvincula-
da, su mirada se tornó hacia la puerta que guardaba
tras de sí. Casi entre el compás de unos relámpagos
que con más presencia se hacían notar en el exte-
rior, dicha puerta de madera oscura sumida en la
sombra, tembló. Dos veces.

El primer temblor, bajo el choque de un


saco de arena corpulento al otro lado que sin fuer-
zas provocare el acto. El segundo, aunque alimen-
tado por varios choques solapados entre sí, era ese
saco de arena recibiendo un tajo poco más abajo de
su vientre, deslizándose a trompicones por la puer-
ta hasta caer al suelo, sin fuerzas. Alarmado, el ma-
estre Funnio dejó los manuscritos que portaba con-
sigo en el escritorio más cercano y abrió la puerta.
Un cuerpo. En sus últimos soplos de vida. Un hom-
bre. Un hombre que predicaría ante la presencia de
los presentes, la sorpresa de ser derivado de la rama
de raza Funnio.

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SKC_Studio

Con ropajes incómodos y antiguos, empapa-


do en barro negro y lluvia, no mentiría al anunciar
su regreso de la guerra. La sangre que acompañaba
la oscura huella de la lluvia y la suya propia que
asomaba con gravedad en múltiples tajos. Además
de arañazos en su rapada cabeza, que mancillaban
muchos trazos marcados en tinta descendientes por
la nuca, y el ojo izquierdo con tanta sangre que no
se podía distinguir si lo tenía abierto o cerrado.
Una vez más esos trazos. Trazos de la bien nombra-
da con respeto; Lengua Antigua. Anunciando al
vivo en tatuajes su reverencia ante dicha lengua,
aquel sujeto... ¿Sería capaz de pronunciarla? ¿Leerla
por lo menos? Lo único que podía dilucidar Eco de
aquellos trazos, era el acompañamiento de un tacto
ambiguo al mundo de lo abstracto completamente
desconocido aunque visionado en múltiples ocasio-
nes. Trazos que ligaban más que simples términos o
garabatos. La indumentaria de aquel varón, parecía
el prototipo de aquella que consigo portaba Eco.
Muy simplificada. Una armadura ligera de algún
tipo de cuero o textil bien curtido para su estética,
su movilidad y suficiente resistencia.

Grisácea con trazos y botones plateados ma-


yormente colocados en las articulaciones. En su
mano derecha, sin fuerzas sostenía una espada bi-
globular de medio paso de longitud, con una hoja

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El Torreón del Viento

de acero helado o cristalino recta de doble filo an-


cho, derivado en un mango de roble sin corteza
simple para un fácil agarre y menor peso posible.
En su mano izquierda, dejando las últimas fuerzas
que le quedaban en su agarre, protección, un
cuerno de marfil blanco con anillos dorados y del
mismo acero que la espada. Partido en dos. La base
de una de las dos partes, aquella que aclama voz, se
encontraba completamente quebrada. Muchos de
sus fragmentos residían todavía en los labios y me-
jilla izquierda del varón. <<El cuerno... Heckanim
¿Cómo ha podido...?>> masculló el maestre Funnio
invadido por la incertidumbre y miedo reposado y
alimentado por las presiones que ya portaba consi-
go. <<Marchaos>> añadió el maestre exclamando a
las dos chicas presentes.

Mientras lo arrastraba al interior de aquella


cámara, cerrando la puerta con llave en pos de él,
se escuchó unos murmullos por parte del varón.
<<Lenzario... Ya no hay Ixi... Lenzario...>>

El cierre de aquella puerta supuso el pesti-


lente regreso del silencio, dejando como protago-
nistas las vibraciones del puente cada vez más re-
marcadas, y por ende extendidas hasta la gran cá-
mara de los manuscritos. Ligeros acompañantes por
unos segundos endulzaban el ambiente. Dulce ba-
ñado en barro al poco tiempo y al poco decorado

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SKC_Studio

teatral de la tormenta. Una tormenta diferente a


aquella generada, fomentada y extendida por y
para la naturaleza. Una tormenta que se filtraba en
cada mente establecida en una línea del tiempo,
aunque inexistente, sí bien acorde con la línea sin-
fónica de la escarcha, bruma o ceniza. Pareciere un
fornicio de dichos elementos, dejando nacer una
bestia inmunda colosal. Única bestia cuyo títere
que araña y desgarra sin compasión alguna excedi-
da por la pedida de misericordia, es la confusión.

Ante ésta última se observa con tranquili-


dad, envuelto en nada, acompañado por nada, en
una noche calmada y oscura, parcialmente ilumi-
nada por las estrellas y un haz lunar lejano, sin lle-
gar a difuminar la decoración más hermosa de la
infinita oscuridad caótica. Un sentimiento estreme-
cedor emerge de lo más profundo de una mente...
Se siente miedo... Miedo resurgido por el títere, la
confusión.

La confusión no necesita poseer vilmente el


cuerpo abyecto de una criatura nacida del barro, de
ojos rojos inyectados en sangre, piel abrasada, pelo
puntiagudo y oscuro, dientes, colmillos afilados
deslumbrando la presa arrinconada que acecha,
emitiendo un sonido estremecedor recopilando
todo hueso masticado y miedo recogido. Acercán-
dose paulatinamente al desgraciado llorando y su-

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El Torreón del Viento

plicando en vano por su nimia existencia, en un


rincón decorado por heces de ratas y orín del mis-
mo hombre. No se oculta debajo de una cama, no
se oculta en ninguna parte. Hace acto de presencia
cuando una, mente, se observa con intereses ambi-
guos en el espejo.

En el instante preciso de un tiempo discon-


tinuo, se muestra en sordos susurros al cerrar los
ojos en busca de algo más que, cualquier cosa que
pudiese encontrar en frente. Se muestra en toda
venida y pérdida. Se mantiene con vida en el pro-
pio interior de una, formando parte de sus senti-
mientos decadentes, de sus pensamientos de falsa
ataraxia. Ataca con un dolor jamás expresado en
cualquier exterior. Usando una firma diferente con
cada sonrisa melancólica. No rechaza la luz, ni
abunda o extiende la oscuridad, es y distorsiona to-
dos los campos, cual tormenta de arena quebrada
distorsiona la fría y leve brisa de invierno. Inten-
tando erradicar la confusión, los mortales forjaron
falsos dioses, universos perfectos, encendiendo ve-
las y erigiendo faros por doquier para alimentar la
luz. Creyendo en vano conocer al enemigo definiti-
vo, creyendo que se escondía bajo la triste y eterna
máscara de la muerte más silvestre.

En un punto lejano y desconocido del tiem-


po, esencias mortales descubrieron las cartas del

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SKC_Studio

destino, no obstante entre carcajadas y gritos del


susurro estremecedor y punzante del último y úni-
co enemigo, dichas esencias agrietaron y muchas
destruyeron por completo sus torres de marfil, eri-
gidas en los rincones de su mente. Pero nada se es-
conde de los vacíos ojos de la confusión, y vastas
motas de polvo emergen de entre las grietas para
acabar lo que unos creyeron empezar. Nada puede
protegernos de nosotros mismos, ni siquiera el mis-
mo servidor. La única opción que resta, la única
opción que entrega la confusión, es someterse a la
dicha. No se procede a pensar que por creer desci-
frar estos soplidos del alma en conjunto ambiguo,
restará su importancia o sumará su invalidez.

La mortal y estremecedora oscuridad, es


sólo fruto de la imaginación para dar juego a la fic-
ción y desarrollar la supervivencia. El placebo es
una herramienta difícil de usar y ejecutar, e incluso
en condiciones perfectas no siempre resulta efecti-
vo. Así que no quita que su imaginación quiebre la
realidad en estos momentos, y gotas de niebla se
deslicen por el techo, para consiguiente caer en el
centro de su espalda. Sin tacto alguno, la mente no
se preocupa, pero una fuerza oscura se desliza entre
los recovecos de su columna vertebral, preparando
el momento de eclosión. Subestimar es dar poder.

¿Cree que una bestia acechando en la oscu-

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El Torreón del Viento

ridad mueve el terror? ¿Cree que un eclipse al me-


diodía mueve el terror? Dígame, ¿Cuál es su rincón
más seguro? Coloque el terror dominando el núcleo
de ese rincón. El terror nacido y alimentado por los
soplidos de su propia confusión. Ahora bien, ¿Cuál
es su rincón más seguro? ¿Realmente lo es? ¿Se en-
cuentra realmente a salvo? El tiempo se torna dis-
torsionado, su firma. El espacio se torna distorsio-
nado, su firma. Las palabras se tornan distorsiona-
das, su firma. Su rincón se torna distorsionado, su
firma real. El silencio domina la distorsión, su fir-
ma auténtica.

Estamos acostumbrados a asimilar armas tan


definidas, y compactas en ésta, nuestra realidad, sin
distorsionar algún otro plano como un trozo de
acero ligado a un trozo de madera, formando una
espada o mandoble, una daga o cuchillo. Armas
más avanzadas como una bomba que, esparce ra-
diación o pura ignición. Todo lleva a lo mismo. Es-
tamos acostumbrados a asimilar cosas tan nimias
como esas armas que tenemos a nuestro alcance, y
por ello, creemos que es lo único que hay o lo poco
que hay. No obstante, hay armas mucho más pode-
rosas, profundas y lejanas. Una que siempre estuvo
y siempre estará. Antes del tiempo, alimentándose
del vacío de entonces y proveniente tras la muerte
del tiempo. El Silencio. Aquellas que no creen en

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SKC_Studio

un mundo o camino más allá de la muerte, ¿Qué


imaginan? ¿Qué escenario esperan? Un escenario
que no pueden asimilar dominado por la nada debi-
do a la no existencia, aplastada por el silencio. Una
de las armas más poderosas de la existencia, domi-
nada por completo por la confusión. La lanza más
certera del dolor pasivo.

La realidad sólo es cruel por ser irreversible,


su variado contenido es la verdadera bondad y mal-
dad. No obstante, la confusión o ambigüedad es la
distorsión de la misma. Es entonces, cuando la rea-
lidad es nuestra única atadura en el Mundo Plano.
En ese preciso instante en el cual, dicha atadura se
vuelve más fina que un cabello felino, podemos ca-
tar el espacio entre la realidad del Mundo Plano y
las capas cubiertas de ambigüedad. Un espacio re-
pleto y por ello, denominado como Caos. La única
manera de salvarse del abismo que implica palpar
dicho espacio y aprovechar la lupa de conocimien-
to, es armonizando el caos.

Esa es la tormenta, cuya simple y nimia pre-


sentación desolaba no sólo las tierras del sur, sino
los corazones del sur. Ritmo cardíaco silenciado
ante la simple observación de aquellos que otrora,
en algún tiempo muy pasado, se nombraron como
“ligeros acompañantes”. Ritmo cardíaco que doble-
ga la mente con una chispa de cien rayos.

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El Torreón del Viento

Ligeros acompañantes que oscilaban sin pa-


trón, formando lazos de un humo pobre que moría
paulatinamente aspirado por los susurros de las ca-
denas de dichos farolillos. Chirridos quejándose del
dolor de sus articulaciones, pidiendo a fino grito
engrasarse. Ligeros acompañantes que se entrega-
ban en muertes súbitas contra las altas aunque del-
gadas franjas de cristal. Principalmente gotas de
agua, escasas pues todavía anunciaban la llegada del
ejercito de la lluvia dura e inminente, pasaban y
chocaban como filamentos marcando falsos araña-
zos que sí provocaban el resto de elementos; pe-
queñas ramas, granos de arena y gravilla, entre
otros pequeños irreconocibles. Entre las vibracio-
nes entrecortadas de esas franjas de cristal se filtra-
ba el grave silbido de la tormenta, cada vez más
acelerada y robusta. <<El mejor día para expulsar-
me>> masculló Eco inquieta advirtiendo de esas
nuevas vibraciones. <<Debería marchar ahora antes
de que vaya a más>> añadió.

Sin decir una palabra, Hunna agarró la


mano derecha de la joven y se dispuso a recorrer
los pasillos de la cámara, formados por franjas, mu-
ros sin completa altura reforzados con estanterías
repletas de manuscritos de todos los tamaños, su-
midos en la oscuridad casi totalitaria. Llegadas al
extremo circular de la cámara se detuvieron ante la

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SKC_Studio

tenue y moribunda iluminación de un candil, apos-


tado en un enganche de la delgada madera que re-
forzaba las franjas de cristal de los ventanales.
Hunna se apropió del candil y se dispuso a recorrer
con cautela la zona sin alejarse de los ventanales.
Enfocando su atención en el piso, alcanzando al
poco tiempo, una trampilla de dos puertas. Destru-
yendo la estética del banco de manuscritos, la cá-
mara inferior estaba revestida o compuesta por una
roca oscura muy pulida. Material semejante; al ba-
salto limado, por el paso ininterrumpido a pesar de
los millones de minúsculos aunque comunes orifi-
cios; y al mármol, por el reflejo resplandeciente y
la elegancia que porta consigo en su mejor forma.

Una cámara del subsuelo vacía, en su tér-


mino más pobre. Poblado únicamente por la espesa
y desagradable capa de polvo mugriento, extendida
por las montañas de manuscritos, desmembrados y
amontonados contra las estrechas paredes y escasas
columnas repartidas por la zona. Toda estructura
del mismo material.

–¿Sabes quién era ese malherido? –preguntó Eco


extrañada para romper el silencio mientras descen-
dían las escalaras.

Hunna negó con la cabeza.

161
El Torreón del Viento

Rompiendo una vez más con la estética, esta


vez por contra el sótano, un pedestal de piedra co-
mún grisácea, pulida y decorada por surcos sin
mensaje aparente. Liderando el centro de la cáma-
ra. La carencia de polvo, denotaba un uso recurren-
te del pedestal. Elemento con la base superior cir-
cular, llana hasta un hueco cóncavo que ocupaba
un gran porcentaje de ésta. Atrayendo la atención
de Eco, pareciere que con cada paso realizado, de-
jando huellas solitarias en el piso polvoriento, una
energía celeste con pigmentos glaucos se elevaba
cual humo de hoguera.

A apenas dos pasos de alcanzar el pedestal,


se podía advertir del contenido del hueco que junto
a la energía, emanaba burbujas. Una niebla dorada
se veía liberada en el espontáneo aunque tardío es-
tallido de dichas burbujas. Todos esos elementos
dignos de una esencia mágica o cósmica, emergían
con pureza del pedestal cuyo hueco albergaba una
sustancia líquida, resplandeciente y de un carácter
etéreo. Añadiendo un brillo celeste a sus ojos azu-
les con trazas amarillas, la pureza que desprendía el
pedestal la atrapaba. Sin despegar sus ojos de ésta,
Eco preguntó por su naturaleza.

–Una fuente más ampliada y clara que aquellos ár-


boles blancos del lago –aclaró Hunna señalando el
pedestal–. Hunde tu cabeza con los ojos abiertos –

162
SKC_Studio

añadió y apuntó agarrándose del cuello, cubierto


como siempre por su túnica–, confía...

Nunca lo reconocería, pero la mente de Eco


ya había sido conquistada por el pedestal y su esen-
cia. Con cautela por catar al máxima el dicho, la jo-
ven acercó su rostro iluminado al hueco cóncavo.
Ojo. A medida que hundía el rostro, sintiendo un
escalofrío cuya escarcha rápidamente se convertía
en un cálido temblor, se veía envuelta entre ener-
gías palpables. Lazos de diferentes tamaños, todos
con pureza acariciaban su rostro sumiéndola en un
cálido sueño. Envuelta entre múltiples lazos que se
solapaban entre sí, hasta nublar su visión, hasta cu-
brir su visión. Envuelta entre caricias cada vez más
largas y lejanas.

Envuelta entre susurros ahogados y una leve


fuerza proveniente de una oscuridad, infinita a sus
cansados y presionados ojos, los cuales se escapaban
de su control paulatinamente. Rodeada de miles de
estrellas abandonadas en una lejanía creciente alza-
da la mirada sin fuerza. Bajada la mirada, sus pies
pudieron reposar con mucha calma y sin peso en el
cuerpo sobre una superficie arenosa. Fue entonces
cuando sus ojos se despertaron definitivamente, y
para su sorpresa, ninguna última esfera se despren-
dió de ella con timidez. Sus ojos se encontraron
claros y despejados para advertir un escenario inau-

163
El Torreón del Viento

dito. Escenario que a todas luces parecía predecir


un evento o final de terror ante la carencia de ele-
mentos visual y físicamente interactivos. Una com-
pleta oscuridad, vacío que no abordaba ni escondía
nada, tras las infinitas capas de una niebla sin opa-
cidad pero capaz de distorsionar y vibrar la lejanía.
Sin los ojos bajo una conmoción de desplome inmi-
nente.

Completa oscuridad exceptuando los cuatro


pasos de degradada aunque bien iluminada visión.
Sin foco centrándose en Eco, quien moviéndose
con cautela por aquel terreno parecía estar acom-
paña por un foco. Sarcástica ante esos pasos calma-
dos y paulatinos, emergían olas de arena que mo-
rían en la oscuridad. Olas cada vez más pesadas,
cuya pequeña parte abrazaba el falso viento, ascen-
dente y descendente por ondulaciones que de la
mano de Eco, seguían su camino. Detenida en seco
al advertir del rápido crecimiento de esas olas, éstas
últimas formaron una figura esculpida en un leve
tornado. La figura Funnio de una pequeña hembra.
Siguiendo el mismo patrón de una estrellada estre-
lla, figura de pétalos caóticos circulando sin cesar
en el contorno del cuerpo plasmado.

Figura de granos de arena glauca, amarillo


senil, tras iniciar con gran velocidad se fueron de-
teniendo para aclarar la forma y la identidad, que

164
SKC_Studio

no tardaría Eco en advertir. Hunna. <<Estás enfer-


ma>> predicó la figura plasmando a la niña sin su
quebrada voz, purificada entre las burbujas que ex-
pulsaba de la boca durante el habla. <<Cruzar la
frontera, me hace desaparecer>> añadió. Impulsada
por por la misma fuerza que la arrastraba otrora en
un vacío sin fondo, multiplicada, Eco ejecutó un
paso al frente. Efecto del caer de un caparazón. Un
simple levantamiento de aquella polvorienta super-
ficie, arena ensuciada por el tiempo, elevada con
espesor en su finura, se llevó a Hunna consigo has-
ta el vacío de nunca ver. Convertida en polvo frag-
mentado.

Azufre es lo último que pudo catar Eco, an-


tes de verse arrastrada por esa misma fuerza si-
guiendo al vacío de la figura arenosa. Caída... Caída
sostenida. Era consciente de la caída, pero no sentía
la velocidad, la inminente huida del corazón, el
miedo al choque final sin avistamiento previo en
una oscuridad densa. Oscuridad. Oscuridad cuyo
lienzo va recibiendo los rencorosos mimos de la
punta de un pincel blanco. El cuerpo estaba libre
de presiones, no obstante un agudo malestar ascen-
dente hasta su pico más alto, taladraba el oído dere-
cho de la joven. Pico. Sentencia. La oscuridad se
desvaneció, tras un temblor y puntual conmoción,
la visión recobró vida. Azufre convertido en un

165
El Torreón del Viento

cortante aroma de sal marina.

Quitándose un conector del oído, origen del


taladro, Eco enfocó su visión para observar con
miedo y tristeza su alrededor. Una docena de solda-
dos bien equipados en armamento, nerviosos y ca-
bizbajos, sentados en un cámara de metal. Un ex-
tremo de ésta, era la cabina de una aeronave, ocu-
pada por dos hombres. Todos portaban la indumen-
taria de la joven con casco añadido, mientras que
ella, apostada de pie en el otro extremo, portaba
una indumentaria complemente negra y robusta,
aunque parecida en su estructura. Pechera que res-
paldaba un símbolo ya avistado otrora, en una mu-
ñeca ensangrentada aunque esta vez, con pintura
amarilla destacando en el negro puro de la indu-
mentaria.

Extremo del vehículo en el que se apostaba,


ofrecía el exterior. Sobrevolando un mar en calma
bajo la oscuridad nocturna adornada por una luna
llena blanca y brillante, sin apenas estrellas visi-
bles. Bajo el molesto sonido de las dos hélices en
los costados de la aeronave y el propio viento en-
trante cortado por la velocidad, Eco masculló con
dificultad por un choque emocional que ni ella
misma comprendía. Pero debía sentir. Así estaba
escrito.

166
SKC_Studio

–El Cinturón... ha... ha caído.

Conectando una mirada perdida con todas


las presentes, expectantes por algo, una señal.
Aquella noticia, parecía haber derrumbado por
completo las esperanzas que débilmente se soste-
nían.

–Comandante, todas nuestras naves se apuntan en-


tre sí... ¿Qué orden es esa? –apuntó uno de los pilo-
tos dirigiéndose a Eco.

No hubo respuesta alguna. Desorientado y


tambaleando, uno de los soldados se puso en pie
entre turbulencias, para observar el cielo escasa-
mente estrellado. A Eco no le hizo falta mirar o
preguntar, se veía perfectamente reflejado en los
ojos temblorosos y llorosos del novato. Lo que pa-
reció una vez en tinta, remarcado con claridad en
el emblema amarillo de Eco; un aro atrapando una
esfera compacta, con múltiples manchas agrietadas.
La viva imagen de aquel símbolo, reflejado en los
ojos inocentes de un condenado. Un planeta azul,
cuyas manchas agrietadas no eran más que la su-
perficie compacta del mismo.

Un aro atrapándolo, una colosal estructura


orbitando a su alrededor. En su máximo esplendor,
así lo predicaban los emblemas. No obstante, la rea-
lidad reflejada con temblor, mostraban al anillo

167
El Torreón del Viento

metálico resquebrajándose en dos pedazos cuyo


menor se veía partido en incontables pedazos. Mu-
chos de esos pedazos, enviados con odio al exterior,
se dirigían al planeta ocupado en ese preciso mo-
mento por Eco, llevándose por delante gran parte
del satélite natural de aquel planeta. <<Nos han
sentenciado...>> comunicó entre susurros Eco.
Apenas adentrándose en la atmósfera del planeta,
el casi medio centenar de aeronaves que surcaban
aquel frío mar, se acribillaron entre sí.

Todo impacto y llama se llevó por delante a


todas las almas. Eco, se vio envuelta. Envuelta en-
tre gritos agudos aclamando libertad para un final
inminente. Envuelta entre las llamas que con rapi-
dez regresaron a su estado. Dejó de sentir. Dejando
de sentir el abrazo abrasador de la muerte ignífuga,
dejó de ser. Dejó de sentirse acabada y olvidada por
sí misma, para sentirse atorada por un temor que
no lograba comprender en su máxima expresión,
pero lograba ser consciente del origen de alguna
forma ligado. En la misma condición física que en
su primera estancia, ya sentía tener cierto control
en su consciente, ante asimilar el entorno y su im-
pacto en su emoción y memoria.

Dispuesta a desafiarse, quebrando las nor-


mas nunca establecidas por decreto, mantuvo sus
fuerzas en pie para destapar la metálica cámara, fría

168
SKC_Studio

en su estructura, ardiente en su vestigio bajo la


conquista devastadora del monstruo de ignición,
con codicia aprovechaba el caos para fomentarlo a
su gusto y su paladar. No obstante, la línea ya se
había quebrado. Con el hambre del monstruo, cre-
ciente y creciente, su archienemigo hizo acto de
presencia. Una ola vasta de agua celeste con trazos
dorados y glaucos, resplandeciente por sus pigmen-
tos estelares, se abrieron paso desde aquella última
esquina para devorar al monstruo de pura ignición,
y sin cesar, derribar a Eco. Precipitada contra el
ventanal que ofrecía una vista a los filamentos pe-
rennes de luminarias perdidas en el caos. Quebrado
el ventanal. Precipitada al despertar. Carente de
aire y un pequeño impulso, Eco retiró su rostro del
pedestal, cayendo sentada por cansancio.

–¿Qué ha visto? –preguntó casi al acto el maestre


Funnio en aquella cámara mugrienta sin la presen-
cia de Hunna.
–Dos sueños... –rectificó tras quedarse nublada–.
Dos recuerdos lejanos, esta vez, más claros y más
detallados.
–Las lágrimas de Thum. Esas son las aguas que re-
bosan en este pedestal y ahora impregnan también
su rostro. Capaces de absorber la esencia más nimia
de un recuerdo, una historia, y magnificarla con
poder. –Hizo una pausa para entregarle un paño de

169
El Torreón del Viento

tela azul–. Todos estos libros, ejemplares únicos sin


opción a una restauración o lectura, y por ende, co-
pia, son posados en el pedestal para alimentar esas
aguas con el recuerdo vivo y mágico de sus histo-
rias.
–¿Ahora cualquiera puede ver mis dos recuerdos?
–No... Derivado de una esencia viva no etérea, sólo
sus lágrimas más puras y sinceras pueden alimentar
el pedestal.

Sin quebrarse en demasía la cabeza con tal


información, Eco, tras limpiarse el rostro con el
paño prestado, preguntó:

–¿Dónde está Hunna? –advirtiendo de la ausencia.


–En sus aposentos. Encerrada hasta que usted se
marche. Sé que no es fácil ser expulsada con poca
información, pero en ningún momento fue bienve-
nida. Así que, por última vez, emprenda su viaje y
recupere su rumbo ahora que la tormenta ha cal-
mado. Por poco tiempo...
–Bien... –incorporándose añadió–, ese varón... el
del cuerno quebrado, ¿Está bien?
–Sano.
–Bien.
–“Bien” en el peor de los casos. Tardará mucho en
regresar a su hogar sin un nuevo cuerno de Hek.

170
SKC_Studio

–¿Cuerno de Hek? –preguntó Eco curiosa detenien-


do su marcha.

El maestre Funnio suspiró pensativo y regresó a su


postura.

–Limítese en recorrer su sendero.

Eco lo aceptó con su silencio y se dispuso a


concluir su estancia en el Santuario Funnio. Dejan-
do al maestre en aquella cámara lúgubre, pendiente
del pedestal con la mirada apenada.

En su regreso a su dormitorio, advirtió del


calmado clima dejando como reposo de la tormenta
una niebla densa y lúgubre, con algún levanta-
miento de polvo por las leves y esporádicas brisas
de un viento seco. No obstante la verdadera tor-
menta aún estaba por llegar, lo vivido en el cómo-
do y cálido interior del banco de manuscritos, era
una simple oleada, una presentación antes del fra-
gor de su ejecución. No era magia negra, ni las artes
de ocultismo de un vidente. Se podía sentir en las
carnes en punta por los escalofríos, en el hedor pes-
tilente que exhalaba la niebla, en el fino aunque
rasgado cantar del viento banal y cobarde. No se
intuía o se calculaba. Se sentía como esos escalo-
fríos anunciando un mal augurio, un mal externo a
la consciencia practicada. No quedaba otra y de-
bían ser respetadas las decisiones.

171
El Torreón del Viento

Bajo esa lúgubre sensación aplazada en ni-


miedades por la confianza de la aceptación, Eco se
equipó con lo justo para el viaje tras ajustar su in-
dumentaria. Manteniendo el cuchillo cómodamen-
te en su funda a la altura de sus riñones, enganchó
un odre de agua en la cintura a su izquierda. Arti-
lugio revestido de un cuero poco agraciado a la vis-
ta, pero cumplía su función sin complicaciones.
Portando los víveres en un saco de tela robusta sin
perder su elegancia curtida, cerrada y sostenida en
su espalda por cuatro tiras de cuero salientes de las
cuatro esquinas. No era mucho, pero tampoco po-
día exigir más. Ya fue bien recibida en su repentina
llegada, pensó. Lo justo y necesario. Con ello, pudo
partir. Descendiendo por el interior del santuario,
antes de alcanzar la plaza se cruzó con la puerta en-
treabierta de un dormitorio. No tenía importancia
pero se detuvo pocos pasos más allá. <<Estoy
bien>> exclamó Benka. Eco necesitaba comprobar
el dueño de aquella voz ronca sin perder su matiz
sensible. Sus últimos encuentros no fueron del
agrado de ninguno, pero las situación así lo provo-
caron, pensó y perdonó.

Se asomó empujando ligeramente la puerta,


marcando a su paso un incómodo chillido de las bi-
sagras, cuyo acto rompió la escena. Mirada fría y
rencorosa por parte de Touka, quien no se despega-

172
SKC_Studio

ba de su hermano. Mirada de éste último grata-


mente coloquial camuflando una sonrisa de miseri-
cordia. Mirada por parte de Hunna, sin perder la
costumbre de su melancólico afecto, sentada sobre
un sillón viejo aunque cómodo otrora., con la cabe-
za escondida tras sus rodillas levantadas.

–¿No han dicho que te marches? –Touka rompió si-


lencio sin dirigir la mirada a Eco, provocando inco-
modidad entre el resto de los presentes.
–Quería... saber cómo estaba Benka –contestó Eco
suponiendo la razón de esa actitud, asumiendo la
culpabilidad por puro cansancio.
–Estaría mejor en otras circunstancias. –Generando
de manera seca un silencio en aquel dormitorio
prosiguió tajantemente–. Hemos mantenido la paz
solos, no vengas tú con aires de grandeza a joderla.
–Advirtió silencio mantenido por él mismo, siguió,
buscando quizá un respuesta forzada o repentina–.
¡Venga! ¡Recorre tu sendero en busca de tus res-
puesta! Seguro que nos salvan a todos. Seguro que
emergiste en este mundo para salvarlo y apartarlo
de las garras de un Fasmak de la deidad, demonios.
–No busques demonios a tu alrededor cuando te
encuentras a uno convirtiéndose en el espejo. –
Hizo una ligera pausa y prosiguió antes de cerrar la
puerta con fuerza–. Siento lo de tu ojo, recupérate
pronto Benka.

173
El Torreón del Viento

Las facciones que escasamente Hunna deja-


ba expuestas al mundo, se plegaron ligeramente.
Bajó el cierre de sus ojos, emitió un dulce soplido.
Sonrió.

Primer paso en el exterior. Eco era la única


alma con vida que recorría la plaza en aquel mo-
mento. Con los artilugios de los estantes retirados,
motas de polvo eran las únicas que danzaban entre
los tablones de esa madera vieja y rasgada. Danza
de títeres bajo los hilos manejados por esa brisa es-
porádica y lúgubre. Se hacía notar la escarcha del
norte, más allá del valle. Bajo la oscuridad de nuba-
rrones tenebrosos con algún rugido de su hambre
voraz, los helechos y las altas hierbas del pasto que
respaldaba la colina del Santuario Funnio, perdie-
ron su color. Absorbido por el vacío. Era imposible,
¿Verdad? No obstante, como bien podía advertir
Eco, la textura de las nubes parecía tangible, com-
pacta. El colosal estallido de la eminente columna
de agua expulsada por el lago, la sacaron de su ob-
servación, centrándola en su sendero. Rumbo al
noroeste. Tierras ni siquiera avistadas por la joven
pues las pruebas y el entrenamiento se centraron
en el sur, en sus cercanías.

Primer paso en el verdadero exterior. En un


costado de las rocas del santuario, manteniéndose
en la cima al borde de un acantilado estrepitoso.

174
SKC_Studio

Tan sólo de la noche a la mañana, el río del


valle con toda su pureza y luminosidad reflejada
por su claridad, se volvió prácticamente pantanoso,
sin apenas corriente ni hueco para avistar las blan-
quecinas piedras amontonadas en su interior, de
entre sus estrechos, se colaban las finas y pequeñas
hierbas con el verde más puro de la naturaleza co-
nocida. Convertido en un escurrimiento pestilente,
sin ritmo ni fuerza. Reforzado por plantas nunca
vistas en la zona, cuyos brotes, puntiagudos mora-
dos y oscuros, estaban impregnados por el hedor de
la muerte. Otrora decoraron el plano vestido de la
Primera Dama.

Presente en algún rincón, al borde del río


inerte, escupiendo desde las nubes, riendo bajo el
agua. Presente para reírse exhausta de las barcas
que cruzaban entonces el reciente pantano. Barcas
individuales de madera oscura con revestimiento
de basalto mediante tiras en los extremos. Avan-
zando con dificultad entre la mugre y las algas del
río, las cuales se enganchaban y se amontonaban en
la puntiaguda proa. Regala ascendente de la proa
partiendo de un cuello de jirafa y derivando en una
espiral, mostrando respeto mediante una reveren-
cia.

Respeto presentado por una gran multitud


de los pueblerinos que anoche asistieron a los jue-

175
El Torreón del Viento

gos, agrupados cabizbajos en el punto de partida del


río tras el valle circular. Estaban demasiado lejos
como para escuchar los llantos ahogados y reprimi-
dos, y sin las facciones detalladas, no era más que
una evidencia. Ejecutando suavemente al silencio,
en un fondo sonaban los resquicios de la tormenta
pasada y por venir. Marginado, el sonido de paso de
las barcas y las aguas apartando con lentitud las al-
gas pestilentes. Destacado, el sonido de unos lazos
de colores atados a las regalas de las barcas oscilan-
do sin esfuerzo, ni motivación. Lazos representan-
do a sus correspondientes dueños, descansando en
el interior de cada barca. Cinco. Cubiertos por
gruesas lonas beige y por encima un nimio rastro
de azufre, reposaban los desmembrados cuerpos de
los jóvenes asesinados en los juegos. Cinco barcas.
Cinco rompecabezas destruidos e incompletos.
Cinco. ¿Dónde estaría el sexto? Aquel grito desga-
rrador... sin duda predicaba el arrebato de un alma.
Aún resonaba el vestigio de aquel grito en la mente
de Eco.

–Los dejan para descender al Ojo de Thum –dijo


Hunna haciendo acto de presencia junto con una
bestia Grûul.
–¿Qué haces aquí? –preguntó Eco casi riendo.
–Necesitaremos un transporte para el largo viaje...
–se montó en la bestia como si de una tortuga se

176
SKC_Studio

tratase.
–¿”Necesitaremos”?
–He visto más mundo de los que esos dos gandules
se piensan. Pero querías velar por mi seguridad,
¿No? –Bajo la sonrisa de Eco prosiguió–. Bien, pues
contigo me siento segura.
–Vendrás aunque te diga que no lo hagas, ¿Cierto?

Hunna levantó los hombros.

Montadas en el Grûul, descendieron por la


ladera que desembocaba en el costado derecho del
río pantanoso, franja de tierra transitada que sepa-
raba un bosque pobre degradado más adelante en
nada más que pasto. Notando el hundimiento de las
patas de la criatura sobre la tierra mojada escasa-
mente decorada por hierbas, Eco se preocupó por el
viaje. Lento y a trompicones. La bestia parecía estar
cansada por su simple existencia. Una especie recu-
rrente en los trabajos de las granjas, tirando de ara-
dos y transportando las cosechas. Advirtiendo de su
copiloto tras de sí, Hunna se inclinó hacia el ingra-
to orificio de la oreja del Grûul. <<Sheffa>> susurró
la niña. En respuesta, la bestia emitió un rugido in-
terno con el morro cerrado haciendo vibrar todo su
cuerpo, para consiguiente tensar los músculos de
sus patas y empezar a acelerar. <<Corre>> aclaró
Hunna.

177
El Torreón del Viento

Llegadas a la zona posterior al bosque degra-


dado en algunos árboles nacidos en soledad, alcan-
zaron el final del río ahora pantanoso. Extremo del
río bifurcado formando un anillo precipitándose de
manera espiral a su muerte. Un abismo de fondo
casi imperceptible, avistando sombras dentadas re-
lucientes. Sombras recibiendo el choque sin gracia
de las aguas, cristalinas tras desprenderse parcial-
mente del moho y las algas en su caída estando en
todo momento rechazados como el aceite.

El mismo choque generaba el mayor culpa-


ble de la escasa visibilidad del propio abismo. Bru-
ma ascendente escupida con cariño para el contras-
te. Bruma difuminada al verse solapada con la pesa-
da niebla, la cual reposaba paulatinamente con más
carga disminuyendo la visión y la calidad del aire.
Dejando un regusto sin género vagando entre la se-
quía y la humedad, haciendo más costosa la inhala-
ción y prácticamente vomitiva la exhalación. Bru-
ma que se propagaba más allá, muriendo en los ex-
tensos pastos verdes oscuros; desnivelados, por la
gran densidad de bajos montículos; manchados, por
múltiples capas de una nieve sucio y machacada de
todos los grosos, esparcidos por doquier dejando
grades vacíos entre sí.

Manchas todavía siendo alimentadas desde


el cielo, pues motas de polvo emergen mientras co-

178
SKC_Studio

pos de nieve descienden con mucha calma. Si-


guiendo el rastro marcado, los ojos de Eco acabaron
en aquel cielo cubierto por nubarrones de grandes
magnitudes y carga oscura. Nubarrones compactos.
Sí, no era una ilusión. Realmente lo parecían, real-
mente podrían serlo por un curioso aunque inquie-
tante detalle. Ligeras grietas a la vista lejana, for-
maban bifurcaciones derivadas a las raíces esquelé-
ticas de un árbol seco y senil. Convirtiendo en una
fuga inquietante un hecho meteorológico propicia-
do por la naturaleza. Una fuga vista como otro tipo
de brote carmesí.

Estando Hunna acariciando a la bestia


mientras se centraba en las barcas aproximándose a
su destino tras un falso juicio, Eco no era la única
observaba las grietas del cielo. Ella con inquietud e
incertidumbre. El otro par de ojos, glaucos y segu-
ros, aborrecidos con arrugas marcadas en sus fac-
ciones y adornados con un bello grisáceo con ten-
dencias plateadas, completo y frondoso. Bien aca-
bado con el cabello de mismo carácter, largo hasta
la mitad de su cuello y peinado minuciosamente
hacia atrás.

La vestimenta que portaba era muy elegan-


te, de alta costura, compuesto por varias capas de
ropaje vagando entre el rojo carmesí y el gris más
oscuro, sin olvidar el dorado que marcaba y separa-

179
El Torreón del Viento

da cada prenda con lazos y escrituras de la Lengua


Antigua en los bordes. Unos pequeños enganches
de acero solitarios en los hombros, anunciaban la
carencia de un casco o capucha cuyos costados de-
rivaría en hombreras, y quizá una capa. Ésta últi-
ma, sustituida de alguna forma por el acabado del
peto ligero. Una de las prendas se alargaba por la
espalda, imitando una capa y llegando a tapar sus
posaderas. Mientras que las piernas, compuestas
por telas y cueros, prescindían de las protecciones
más robustas (grebas, rodilleras, etcétera) a diferen-
cia de la parte superior. Codales, guardabrazos, bra-
zales y manoplas prescindiendo de los guanteletes
para los dedos sí cubrían esa curiosa indumentaria.

Tras avistar el frío material que recubría la


cámara del pedestal en el sótano del banco de ma-
nuscritos, cualquiera podría asegurar que esos ele-
mentos de protección estaban hechos del mismo
material, menos limado y más trabajado, moldeado.
Sin perder la elegancia ante un protección decente.

Los cuatro ojos fijados en las grietas; inquie-


tantes para una e indiferentes bajo cierta molestia
para el otro, se fijaron entre sí tras advertir de sus
presencias. El pasivo duelo no duró demasiado. Ya
sea por incomodidad u optimización, el varón bajó
la mirada. Sus manos manipulaban un virote grueso
y pequeño, añadiendo a la punta un revestimiento

180
SKC_Studio

de tela impregnado de aceite que sacaba de un pe-


queño frasco. Cinco virotes de esa misma condición
artificial colgaban de su cintura. Acabado el sexto
virote, lo colocó en un ballesta ligera la cual guar-
daba sin funda en su espalda a la altura de sus riño-
nes. Sin prestar ya atención a su entorno, bajo can-
sada concentración, prendió una cerilla en el man-
go de su espada enfundada en su espalda, y por
ende prender el virote disparado sin vacilación a la
barca más avanzada. El ligero estallido del azufre
esparcido por encima de los difuntos, propagaba el
fuego con sus motas. Así prosiguió con el resto.

El varón pertenecía a la rama Funnio, pero


no parecía un pueblerino corriente de los pueblos
del sur, a pesar de su aparente conexión con el acto
funerario. Escuchando la ballesta ejecutar los dis-
paros, Hunna enfocó su atención en el sujeto.
<<Extranjero>> masculló. Preguntando por su
identidad, la niña le explicó a Eco con recelo y des-
confianza la condición de “paria”, entregado y ob-
sesionado ciegamente en las tradiciones y secretos
más olvidados que predicaba antaño la Lengua An-
tigua. Según la postura de Hunna ante el sujeto el
acto, no sería de buen grado en los pueblos del sur
aquel escenario. Deteniendo el amago de Eco por
detener al paria, la niña le agarró del brazo desta-
cando la actividad del cielo quebrado.

181
El Torreón del Viento

Ya eran pocos los que caían, pero un copo


de nieve logró llegar a las dos presentes. Alzando la
otra mano desocupada, se posó sobre el dedo índice
de Hunna. Sus ojos no volvieron a ser los mismos,
destruyendo la ilusión el miedo se alzó provocando
un oscuro escalofrío. Tres barcas ardían con calma
aunque con ciertos gritos de rabia, quizá fuere el
azufre, quizá fuere algo más. Ardían y copos de
nieve se solapaban. Danza de motas de polvo. Mo-
tas de polvo besadas por la muerte. Naciente, ceni-
zas caían del cielo. La nieve bien cubría las monta-
ñas flotantes del norte como con ilusión aclaró
otrora Benka y los niños de los pueblos del sur. No
obstante, la nieve no tenía lugar en esos extensos
pastos. Ceniza dominaba la hierba verde. Ceniza
burlaba el leve viento creciente predicando la si-
guiente oleada. Ceniza se filtraba por las grietas del
cielo entre nubarrones lúgubres. <<Droxacur>> su-
surró temblando de terror la niña.

–¿Droxacur? –replicó Eco hundida en pensamien-


tos sin rumbo.

Al escuchar ese extraño término por segun-


da vez, más alto y claro, la bestia Grûul se estreme-
ció de pronto. Emitiendo un aullido grave mostran-
do las fauces babosas adornado por un centenar de
dientes romos, de un salto inclinándose hacia atrás,
echó a las dos presentes y comenzó a correr más

182
SKC_Studio

deprisa que antes rumbo al sur. El varón seguía sin


entrometerse o siquiera dedicarles otra mirada, un
único soplido expresó y la cuarta barca ardió. Pare-
ciese que con la caída de las presentes, la tormenta
sufriese un prematuro despertar, cargando la niebla
a extremos y levantando la ventisca armada con las
cenizas que con dificultad se desprendían de la
hierba. Sin dar respuesta alguna a Eco, Hunna le
agarró de la mano y se sumaron en una huida. Lle-
gados al final del río, nada más quedaba adentrarse
en el desierto rojo (anaranjado avistado desde la
montaña flotante) que en la lejanía se presentaba.
Rumbo a oeste.

Apenas dados cinco pasos, la niña se resbaló


con un charco de cenizas tras escuchar un sonido
estremecedor. <<Son más de uno>> apuntó Hunna
exhalando más miedo. No sonó como un chillido
cualquiera. Cuatro o más inclusive cuerdas vocales
como serruchos vibrando y rascándose entre sí.
Emitiendo frecuencias prácticamente inaudibles
por las dos presentes, oscilación de agudos que ma-
lestar no provocaban sino inquietud frívola, miedo
dejaban reposar. Escalofríos punzantes con cada
choque de sonido. Punzantes como las cenizas con-
geladas que se precipitaban por doquier, lanzadas
por el propio sonido.

Reincorporada Hunna, ambas se congelaron

183
El Torreón del Viento

desubicadas mas carecían de rumbo en una visión


tan corta y apagada. Apenas se podían ver entre sí,
por lo que no podían arriesgarse a tomar una direc-
ción al azar y adentrarse más todavía en la tormen-
ta que ya azotaba los pastos verdes. Mueca estrella-
da. Cinco barcas ardían. Sólo se pudo avistar el fue-
go del estallido en aquella penumbra ajetreada, sin
embargo fue suficiente para tomar una dirección.
Rumbo fijado por un faro esporádico y único en un
mar de rabia y sediento de sangre, gula. Tras la
fracturada pantalla de innumerables filamentos de
cenizas, sombras deformes se movían a gran veloci-
dad y aleatoriedad desvaneciéndose con esos mis-
mos filamentos. Seis sombras. Con una ligera seme-
janza al carácter físico Funnio, de no ser por su
irregularidad en la forma vagamente avistada.

Ya ninguna sombra destacaba entre las som-


bras de la propia tormenta. Una repentina y pesada
avalancha de escarcha generó un escalofrío que
hizo temblar con fuerza a Hunna. Un estrepitoso
grito punzante generó un escalofrío que hizo estre-
mecer a la niña, tapándose los oídos con fuerza
siendo insoportable. Origen de tales escalofríos se
abalanzó sobre Eco. Una sombra cada vez más den-
sa a medida que caía de las alturas. Emitiendo esta
vez, entre sus molestos agudos, un sonido atroz que
registraba el crujir de un centenar de huesos, mo-

184
SKC_Studio

dulaciones graves, y el último vestigio de la fundi-


ción de un ser vivo ahogado por el hervor de su
sangre hirviendo pegada al pelaje hecho masa. Na-
ciente de un aura de chispas revestido con pura y
joven ignición, a través de un aro del vacío se pre-
cipitó el felino.

Derribando a una de las seis sombras, repo-


sando sus fauces ferozmente incrustadas en el cue-
llo, exhalando aliento cada vez más celeste e hir-
viendo. Sin necesidad de expulsar toda la ira de ig-
nición felina, el cuerpo de la sombra se desmontó
en cachos de cenizas desintegradas, levantados y
arrebatados por la agresiva ventisca. La sombra, an-
teriormente nombrada como “Droxacur”, una cria-
tura que aborrecía la estructura física Funnio. Una
broma nefasta. Siendo una reubicación aleatoria de
las extremidades, facciones y demás elementos;
mezclando la costura, cuyo hilos eran las propias
sombras densas con las que se movía; y la fundi-
ción, ante el mortal contacto con la radiación o un
volcán. Densa sombra que exhalaba también por
los ojos, uno por el cuello y el otro, derecho, en el
rostro completamente sin facciones en su alrededor
más que bultos y ampollas.

El cuerpo de una materia física compuesta


por roca volcánica y rastros de basalto y azufre.
Asomando de heridas abiertas, lava comportándose

185
El Torreón del Viento

como sangre sin circulación mas no ocupan ningún


corazón, exponiendo la carencia con un bruto agu-
jero de cuya franja de carne volcánica se asomaban
partes de costillas carbonizadas. Aumentándolo a
medida que se acercaba su muerte, todo su cuerpo
desprendía un constante halo de ceniza indiferente
ante el arrollo de la ventisca. Es tarea imposible
tratar de averiguar qué sentía esa criatura antes de
desvanecerse, ni siquiera si sentía el más mínimo
atisbo de cualquier abanico conocido y por evolu-
cionar.

A pesar de esa condición, el único ojo del


rostro parecía expresar una rabia descontrolada de-
rivada con rapidez a un profundo placer. Es extraña
la forma que tiene tal aberración de la Oscuridad
de promover melancolía o cierta empatía inclusive,
tras intentar propiciar un acto terrible que otrora
habría ejecutado con completo éxito. Inocencia
arrebatada y desgarrada bajo los largos dedales de
hierro negro afilados en su base, acabados en una
punto más fina que una aguja medicinal. Inocencia
descuartizada bajo la hoja negra y sangrante de lava
en nimiedades, de ya sea una espada, una hacha o
una maza parcialmente fundidas por el mismo ori-
gen incierto de la criatura oscura, mantenidas en
una forma caída por el propio calor irradiado de
entre las grietas de sus heridas perennes. Bajo el es-

186
SKC_Studio

tandarte de sus cenizas y la coraza ligera (obvia-


mente en su mayor parte fracturada, fraccionada y
fundida), con una pintura desgastada y parcialmen-
te borrada de Prometeo. En su estructura física de-
formada, algunas partes de armaduras más frag-
mentadas o aflojadas caían en las sombras en el
acelerado movimiento de la criatura.

Desvanecido por completo el Droxacur aba-


tido por el felino, dos pesadas avalanchas de escar-
cha y dos estrepitosos gritos punzantes emergieron
de entre el caos de la tormenta. Un Droxacur diri-
giendo sus sucias garras negras en Hunna reprimida
en sí misma sin poder soportar los sonidos, deteni-
do al acto con un salto del felino, el cual lo arrolló
tres pasos más allá. Sumiéndose ambos en la tinie-
bla incierta de la tormenta en una agresión desga-
rradora y recíproca. Simultáneamente con la otra
criatura, de otra sombra emergió un engendro vol-
cánico precipitándose desde el aire hacia Eco con
dos hachas negras. Evitadas por pocos palmos
mientras la joven desenvainaba su cuchillo y usarlo
a la defensiva.

Deteniendo los múltiples golpes de hacha


propiciados por la criatura acelerada con locura.
Haciendo más inquietante la presencia del Droxa-
cur, éste carecía de facciones quedándose única-
mente con una boca alargada hasta las carentes

187
El Torreón del Viento

orejas. Teniendo la mandíbula parcialmente fractu-


rada no hacía más que babear saliva mezclada con
cenizas y algunas gotas de lava, bajo una tenebrosa
sonrisa ansiosa. Algunas de esas gotas caían sobre
Eco, haciéndola perder el equilibrio paulatinamen-
te por el dolor de las quemaduras puntuales. Nu-
blando su visión con el choque de las cenizas, la
densidad de la niebla y el sudor cayendo por su
frente. No veía modo de contraatacar y detener los
golpes constantes que engullían su energía cada
más rápido y con más intensidad.

De alguna forma se percató de otra presen-


cia llegando por su espalda, y bloqueando un feroz
ataque del Droxacur juntando las dos hachas hacia
su cara, recibió al otro presente. Otra de esas cria-
turas, carente de facciones y extremidades excep-
tuando una, garra negra detenida a pocos palmos
del rostro de Eco. La mano de ésta última, única
frontera ante su declive bajo esas sucias garras, no
se mantenía firme. Un agarre resbaladizo por las
capas de cenizas que se desprendían con ligera faci-
lidad, dejando una esencia viscosa.

Espesa como la miel y probablemente ori-


gen de tanto hedor putrefacto, mas ni los insectos
más felices en la pestilencia más pura sobrevivían
en ese hábitat interno. Insectos colgantes del fluido
viscoso que se desprendía con pudor y dependencia

188
SKC_Studio

por los trozos de ceniza ya compacta. Haciendo


acercarse las garras negras sedientas de sangre fres-
ca al asqueado rostro de Eco. Haciendo desprender-
se tantas capas de esa repugnante piel, que lava en-
vuelta entre una especie de capa de vidrio se aso-
mase con menos discreción. Quemando cada vez
más la palma de la mano de Eco.

Encrucijada que poco tiempo de vida le res-


taba. Las dos criaturas impulsando fuerza hacia su
victima, acercándose paulatinamente por la inmi-
nente carencia de ésta. Después de tanto movi-
miento y golpes ajetreados, Eco ya no lograba avis-
tar siquiera a Hunna. Ni escucharla. Estaba sola de
nuevo, desvanecida en sí misma y miedo sentía. Las
repugnantes y abominables aberraciones de la Os-
curidad hechas ceniza, tomaban un aspecto tene-
broso crecido en su mejor ambiente lúgubre. No
obstante, el miedo, frecuentemente usado y mani-
pulado por la confusión se mostraba con otro ros-
tro. Un rostro que compartía las facciones de la Pri-
mera Dama. Un rostro olvidado en su propio vesti-
gio reposando sin fuerza en la balsa de un abismo
inexistente aunque tangible. Si junto al caos, es un
alma cuyo tacto está reservado, arrebatado. Caos
punzante resquebrajando la mente ante el choque
interno brusco, provocado por una presencia estre-
sante de consciencia perdida en tres palmos areno-

189
El Torreón del Viento

sos siguientes. Incertidumbre. Miedo. Sobresalto.

Envuelta en susurros eminentes de la tor-


menta y sus filamentos congelados. Envuelta en
una agresiva corriente discontinua de pura escar-
cha. Envuelta entre dos banderas y sacada por dos
virotes rápidamente consecutivos, incrustados con
rabia en el cuello fundido de la criatura que porta-
ba las dos hachas. Liberado su cuchillo, al acto sin
dar tiempo a la sorpresa, lo dirigió y hundió en el
cuello arrugado del otro Droxacur. La quemadura
de su mano no había abrasado más de una capa,
pero no era detalle a silenciar.

Mientras tanto, Hunna, desorientada sin


Eco ni el felino a la vista, intentó en varias ocasio-
nes observar o escuchar entre la ajetreada penum-
bra. Sin éxito alguno. Cayendo cada vez más en la
desesperación. Confundiendo los pasos y susurros
con la tormenta. Tapando sus orejas más por ejer-
cer una fuerza y provocarse dolor adrede con sus
pequeñas uñas, que suavizar el ondulado sonido ca-
ótico de la tormenta acompañado de esos gritos es-
tremecedores de los Drox (Droxacur). Prefería
aquel dolor a toda costa para burlar otro más inten-
so y profundo que le provocaba una aguda conmo-
ción y cierre forzoso de los ojos. Una sensación
desagradable que le tensaba el cuerpo, con grave-
dad el cuello, el cual arañó de arriba abajo mientras

190
SKC_Studio

sentía el dolor agudizarse. Prácticamente de rodi-


llas. Dolor disipado de golpe tras alcanzar un pico
insoportable, provocando un grito agudo y roto re-
primido. Jadeando exhausta sobre la hierba de un
verde empobrecido, los ojos cansados y la cabeza
conmocionada dando vueltas. Recostada sobre su
brazo izquierdo extendido inerte y la mano dere-
cha arrancado trozos de hierba manchándose la
palma de ceniza, dejó al descubierto unas heridas.

Cinco surcos bien marcados bajo sus orejas,


siguiente la curvatura de la misma. Surcos con la
huella de sus uñas, aferradas con tal obsesión. El ta-
maño y el aspecto de las heridas, denotaban una
frecuencia no muy añeja. En su silencio interior,
Hunna dejó liberar una cansada lágrima. Gota cuyo
reflejo importunó el descanso de la niña. Cansada,
sin darle importancia a la densa sombra que se
acercaba de entre la penumbra. Otra de esas criatu-
ras, gateando hacia la niña cada vez más rapidez,
agresividad e inestabilidad. Parecía jadear con bur-
la, babeando ceniza y lava. Sin necesitad alguna,
una vez mostrada la criatura sin filtro de la tor-
menta, flexionó las torcidas piernas y realizó un
salto directo a su presa.

Envidiando a las barcas, un pequeño estalli-


do se produjo, un corte tosco manipulado de mane-
ra elegante. Partido en dos tras una balada. El abra-

191
El Torreón del Viento

zo mortal de una espada larga. Una larga hoja afila-


da por sus dos vertientes, tan negra como el vacío
teniendo el canal de ésta de un dorado sucio en su
naturaleza, se alzó de entre el baile morboso de las
ventiscas escupidas por la tormenta; cortando y lle-
vándose consigo halos de la niebla sangrante ante
el filo, partiendo en mil fragmentos los múltiples
filamentos de ceniza congelada que se precipitaba
sobre el filo. Completamente indiferente a la escasa
lava esparcida con fuerza tras el corte.

Bajo el recazo dentado, unas manos firmes


se resguardaban tras una guarnición con el tono
grisáceo de la tormenta, curvada y compuesta por
formas rectas aleatorias principalmente triángulos
como bien predica el pomo. Tras un puño largo
aunque extrañamente delgado para una espada,
aunque no especialmente gruesa, sí bien larga, re-
posaba el pomo. En dicha punta triangular, enca-
jando en un fino surco, se encontraba atado un
paño de lino carmesí con gotas secas de oro, mante-
niendo una oscilación pasiva sin importar la vasta
tormenta de su alrededor. Una oscilación ahogada.
Un paño más largo que el cabello de su dueño, des-
gastado toscas pisadas de su eminencia, el tiempo.
Parecía ser más antiguo que la propia espada.

Abatanado el aire impuro de un sólo tajo


para librarse de las cenizas y la poca lava que resta-

192
SKC_Studio

ba y no lograba cuajar en el material, con un movi-


miento rápido, suave y elegante, el varón de la ba-
llesta, paria, envainó su espada tras su espalda y se
quedó mirando a la niña con frialdad. Pasada una
eternidad, Hunna alzó la cabeza para devolverle la
mirada al varón, quien nervioso contestó con una
sonrisa exagerada. Más que amabilidad, transmitía
angustia. Sin aguantar mucho más esa extraña y
forzosa sonrisa, levantando las cejas poco pobladas
resopló y le indicó a la niña con gestos que se tapa-
se los ojos.

Con el prejuicio aún vigente, era innegable


la necesaria repentina intervención del paria para
la supervivencia de la niña, por consiguiente aún
con dudas, imitó el movimiento para taparse los
ojos. Sin demora, el paria dejó caer a tres pasos de
él una esfera plateada compuesta por pequeñas pla-
cas cóncavas superpuestas. Por medio de los finos
estrechos de la composición, se fue filtrando un
humo gris blanquecino más denso que la niebla
tormentosa. Propagándose en un radio de siete pa-
sos a ras del suelo, se fue aclarando la niebla y apa-
ciguada la fuerza de la tormenta. En el ojo de la
tormenta, artificial. Al contacto cálido y ligera-
mente electrizante, la niebla parecía ser repelida
por ese denso humo, formando una cúpula comple-
tamente imperfecta en el radio. La sensación que

193
El Torreón del Viento

dejaba esa bruma ayudó a Hunna a incorporarse.


No era una sensación desagradable la caricia de
aquel humo, no obstante se volvía incómodo por la
pequeña carga eléctrica.

Despertada de su dolor, Hunna volvió en sí.


Con la visión más clara y expandida, Hunna advir-
tió de una sombra inmóvil y arrodillada tras la cor-
tina de niebla respaldada todavía por la tormenta.
Podría ser Eco. Con el rápido amago por compro-
barlo ciegamente, fue detenida por el paria aga-
rrando su brazo derecho y recibiendo por ende una
mirada furtiva y amenazante. Sin parecer importar-
le, el paria la miró fijamente a los ojos durante unos
largos instantes y dedicó su atención a aquella som-
bra. Dedicándole menos tiempo de observación a la
sombra, suspiró y dejó ir a la niña. Golpe seco.
Mientras ésta se precipitaba hacia el interior de las
tinieblas, el paria inclinó con un pie hacia el objeti-
vo la esfera que humo desprendía, con el fin de
aclarar y dibujar limpias facciones en la sombra.
Eco.

Arrodillada y cabizbaja, indiferente a su al-


rededor dejó las manos reposando sin voluntad so-
bre sus muslos. Indiferente al humo gris blanque-
cino. Indiferente al aferrado abrazo de Hunna. Los
ojos cerrados de Eco estaban tan rojos como una
violenta raspadura, su mano izquierda bajo el mis-

194
SKC_Studio

mo pesar se encontraba en peores condiciones.


Mano temblorosa con ligeros espasmos albergaba
callos y ampollas de contenido mugriento. Advir-
tiendo de esos asquerosos y preocupantes detalles,
el paria sacó una tira de tela desgastada de un pe-
queño bolsillo ligeramente superior a la cintura,
tomó prestado el odre de agua de Eco y demarró su
contenido hasta empapar por completo el trozo de
tela. Se lo colocó sobre los ojos atada a la cabeza y
añadió:

–Sólo tendréis que llevarlo hasta absorber el agua.


No tardará mucho. –Hizo una pausa para incorpo-
rarse–. Venid. Tengo algo más específico para esa
herida en la palma. –Notando ningún movimiento
en pos de él, el paria añadió con humilde desaire–.
Si os quisiese muertas, no me hubiese arriesgado a
entrar en esta condenada tormenta.

Una lógica razonable. Con la ayuda de la es-


fera abriendo el camino con su humo repelente,
descendieron el amago de ladera hasta llegar y cru-
zar el río, ligeramente menos pantanoso. Unos ro-
cas estables sobresalían de ambos costados del río,
para facilitar el paso con un simple salto. Al otro
lado aguardaba una bestia con alforjas para trans-
portar carga en dos bolsas de cuero. Ûrg, una cria-
tura res. Un buey con gruesas patas de antílope, de
una piel tosca del color del barro con rayas blan-

195
El Torreón del Viento

quecinas en su panza. Una hembra.

Sacadas unas hojas verdes húmedas macha-


cadas de una de las alforjas, el paria las colocó en la
palma quemada de Eco y anotó:

–En cuanto añada agua, cierre el puño con fuerza y


no lo abra hasta sentir la planta completamente
seca. –Usando esta vez su propio odre de agua col-
gado de la alforja, con una estética acorde con su
vestimenta, fue derramando con exagerada minu-
ciosidad el agua mientras proseguía–. No tenéis la
falsa humildad de los pueblos del sur (aunque sí el
odio) –masculló mirando de reojo a la niña–, pero
os vi descender por la ladera del Santuario, así que
os recomiendo regresar o tomar pastas con té en
una sala cálida entre edredones bien suaves.
–Tenemos un camino que tomar –evadió Eco.
–Ya bueno, yo debo entrar y salir del desierto de
Taitayörr cada cinco soles sin falta pero tengo más
que un mínimo de conocimiento en sus vastos pa-
rajes –inquirió el paria.
–¿Desierto? Ahí nos dirigimos –apuntó Eco quitán-
dose ya la tela de los ojos catando gratamente de
nuevo el ambiente soleado, con las estrellas emi-
nentes ya en tendencia al oeste.
–Debo preguntar porqué para proteger mis intere-
ses –el paria ocultó bien su sorpresa al ver esos ojos

196
SKC_Studio

destaparse.
–Hay...
–No es asunto tuyo –interrumpió la niña lamentán-
dose al acto de haber emitido su quebrada voz.
–Hunna... Ha tenido razón antes... Hay un poblado
que alberga un objeto de interés.

El paria pareció relajado e interesado ante la


respuesta, sin decir nada se montó sobre la bestia
Ûrg y ofreció su mano a Hunna para auparla. Ad-
virtiendo de la postura todavía reacia a la confian-
za, el paria añadió:

–Aunque grotesco, es muy auténtico el cambio de


clima de los pastos al exageradamente cálido de-
sierto. No duraríais ni medio palmo de sol a pie.

No tuvo que insistir más veces. Con Hunna


entre ambos presentes, sobre la pesada bestia se
adentraron en el cálido desierto.

Apenas se lograba apreciar por la gran canti-


dad de polvo que cubría la superficie del desierto,
sin embargo la Ûrg sabía seguir el camino sin indi-
caciones. Bajo la costumbre de un pesado tránsito y
las finas marcas de una antigua ruta, la mantenían
firme en su rumbo. Los límites del camino marca-
dos con surcos de basalto enterrado, se confundían
muy fácilmente con las innumerables grietas que

197
El Torreón del Viento

azotaban las vastas tierras áridas, bajo la eminente


y pesada firma del tiempo y consecuencias silencia-
das y filtradas al inframundo en dichas grietas. A
pesar de tener los soles vigentes con los resquicios
de los nubarrones de la tormenta, el pesado calor
provenía del suelo.

Emanando una neblina ardiente de una apa-


riencia gaseosa del suelo rojizo y las grietas poco
profundas en su mayoría. La bestia seguía minucio-
samente la ruta sin importar las molestas condicio-
nes, a cada paso de sus gruesas pezuñas marcar su
huella en el polvo. Ni un ápice de viento, ni un ápi-
ce de movimiento ni levantamiento de polvo en su
tránsito, ni siquiera por parte de la tormenta que
azotaba el bioma contiguo. El viento parecía morir
en la frontera con la tierra de sequía. Lo suficiente-
mente cerca como para levantar el polvo y dejar al
descubierto el gran inicio de la olvidada ruta.

198
SKC_Studio

“El Paria”

Una ruta antiguamente transitada otrora por


diligencias bien cargadas y ricas, motivabas por una
conexión más allá de las líneas negras que dejaban
el basalto. Bajo el polvo seco se podían distinguir
algunos trazos del calor que radiaban las caravanas
y carros de un sólo piloto. Roces y quemaduras del
motor de gran potencia que hacía levantar y pro-
pulsar las caravanas a ras del suelo. Éstas últimas,
tenían apenas propulsión, se dejaban tirar por los
carros y así no tirar la carga. Otra época no muy le-
jana en el que los Ûrg vivían y comían del pasto.
Un desierto conquistado por la hierba verde que se
mantiene en su contiguo, decorado por aisladas ar-
boledas distintas entre sí, entonces quemadas, pela-
das o hundidas en fosos de arena; curioso por las
columnas aleatorias de rocas romas apiladas entre
sí, entonces derrumbadas o esparcidas por doquier
servidas al polvo.

Como bien recuerdan los pocos Ûrg restan-


tes, reacios a pisar la falsa extensión de su hogar,
entonces azotada por la tormenta, entonces man-
chada de ceniza pestilente y marcada por la gula.
Como bien anhelan esas criaturas, la hierba verde
no volverá a crecer en el desierto. Se notaba en el

199
El Torreón del Viento

falso hedor que desprendía la neblina de calor. Se


notaba en la sequía polvorienta que impregnaba las
tristes grietas. Se notaba en la muerte del viento
por intentar acaricias el desierto rojo que el pasto
no tuvo una muerte brindada por el rencoroso
tiempo. La huella de la Primera Dama se alzaba con
cada trozo de tierra seca. En un planeta con tantos
choques de biomas y seres vivos distinguidos y dis-
tanciados, las enfermedades son comunes y se fo-
mentan con el crecimiento de éstos últimos.

No obstante, los pueblos del sur que se ex-


tendían otrora hasta el desierto rojo y sus confines
más apaciguados, sufrieron el azote de “La Plaga”.
Rakgar es el término correcto en la Lengua Anti-
gua. Unos parásitos comenzaron a brotar en la Pla-
za de la Refulgencia (por el resplandor del agua de
la fuente centrar) y comenzaron a extenderse hasta
entonces su límite. Parásitos cuyos cadáveres repo-
san todavía como el polvo que cubre el desolado
desierto, haciéndolo seco y viscoso al tacto. La tie-
rra y su hierba no fueron las únicas en ser consu-
midas por las malas de la Primera Dama. La fe en
las creencias, principal pilar de la unión de los pue-
blos del sur, fue consumida en el silencio y vulgar
mascullo de la Lengua Antigua.

El comercio, contacto y fomento constante


de los intercambios y movimientos de las diligen-

200
SKC_Studio

cias, fue consumida por las caravanas y los carros


robados con la mano de la locura y destruidas por
la envidia desesperación. K'ajitit, pueblo habitante
del entonces desierto, fue consumido en su mitad
por ingerir a los parásitos por la fuente sin poder
recibir el descanso adecuado, consumido en su otra
mitad por la desolación y actos desesperados. La
mentira, ante destapar la verdad que distancia y
asola la “gran” raza Funnio, firme ante el mismo
patrón sin importar su evolución.

Destapada por el soplo de la carencia de


ayuda y solidaridad de su misma especie, de los
pueblos vecinos con cuya única diferencia se mues-
tra en el título de sus familias. K'ajitit, un pueblo
compuesto por unas pocas familias comerciantes y
tradicionales, consumidas. No fue hasta la extin-
ción de ésta, que el Santuario Funnio se quiso per-
catar del problema avanzando a pasos agigantados
hacia su cima rocosa. Por primera vez en ciclos,
anunciaron al viento de escarcha términos olvida-
dos y ocultados de la Lengua Antigua. Por primera
vez en la historia de Øbelemm, planeta “albergue”
según manifiesta la Lengua Antigua, comparecie-
ron miembros de la Orden del Silencio. Gritos de
Silencio. No son más que sombras enmascaradas.
La esencia que se pronuncia en la Lengua
Antigua tiene muchos planos abstractos y confusos.

201
El Torreón del Viento

Siendo la luz su insignia por excelencia, la


huella anunciada por los sermones mortales ante el
choque de consciencia frágil. Una consciencia des-
equilibrada y desorientada en un laberinto cuya
salida es proporcionada por todos, menos un ca-
mino. Siendo éste último el más transitado ante el
más mínimo desvío. Camino de la condena desga-
rrado por las aberraciones de la oscuridad y succio-
nado por el abismo de la Niebla. Propietaria y titi-
ritera de la oscuridad abyecta. Camino de la amar-
gura consumido por la luz abismal, que ciega y
conmociona en millones de estallidos anunciados
como uno sólo. Estando en el filo del camino de la
amargura, la Orden del Silencio se mantiene firme
y consciente de su luz pura. Usando las sombras,
sordos a sus murmullos encantadores, distorsiona-
dos y abyectos, para contrarrestar el ardor de la
luz. Pero como bien se pronuncia, existe un filo
muy delgado entre la luz más pura y la luz del con-
sumo. Aún bien preparados, muchos miembros de
la dicha orden, caen en las sombras para arder en la
luz y mantenerse en un limbo poco atractivo entre
la luz y la oscuridad hermanadas.

Las plegarias anunciadas desde el Santuario


Funnio, fueron contestadas por condenados de la
Orden del Silencio, consumidos y marginados. “Pa-
rias”. Erradicaron la plaga en un sólo día y su cone-

202
SKC_Studio

xión con los maestres Funnio se desligó, por lo que


los ojos de éstos viraron para otro asunto. Mientras
los maestres Funnio se planteaban organizar una
ceremonia de último adiós para los caídos en el jo-
ven desierto carmesí por la sangre, los parias cobra-
ron su recompensa con los pocos K'ajitit que resta-
ban. “El destino que propician los parásitos, no son
la dulce muerte alargada en lo onírico” aclararon
los parias. Treinta y cuatro almas fueron entregadas
a la corte de la orden, al linaje condenado. Algunos
lograron seguir el verdadero camino aunque com-
plicado, puro de la orden. Otros fueron completa-
mente consumidos aún tras la ejecución de esos pa-
rias que mal obraron con la Lengua Antigua. Len-
gua cuya esencia se declara como Luxanismo entre
términos mortales.

Entre los pueblos del sur circula como cuen-


to de pesadillas de forma errónea y blanquecida el
vago recuerdo de La Plaga. Muchas historias sure-
ñas contadas en el crepúsculo, difieren entre las di-
ferentes versiones de la entonces Plaza de la Reful-
gencia. Después de transitar cada cinco soles el de-
sierto, el paria montado en Ûrg junto a sus dos
acompañantes mudas ante su historia, pudo asegu-
rar que la oscuridad que azotaba el desolado pueblo
es más profundo y punzante que la tormenta que
los azotaba entonces.

203
El Torreón del Viento

**

A pocas horas del viaje, el odre de agua de


Eco apenas tenía gotas que ofrecer. La sequía con-
sumió también el menester. <<Ten>> masculló el
paria ofreciendo su odre de agua. En el crepúsculo
se cernía sobre todas las tierras avistadas la plateada
luminosidad de la agrietada luna eminente, siem-
pre acompañada por su pupitre morada, tímida.
Resplandecientes auroras solapaban la neblina ar-
diente del piso quebrado del desierto, remarcadas
en auge y emergentes de sus grietas. Un fenómeno
mágico cuya esencia silvestre no tenía cabida ya.

El mayor elemento que erradicó la plaga de


parásitos, fueron las sales del vacío, mezclas de mi-
nerales cósmico; azufre, basalto, azabache y polvo
lunar morado. La mezcla, a pesar de haberse ocul-
tado tras la larga capa de polvo desértica, su pureza
seguía vigente entonces, absorbiendo los rayos lu-
nares invisibles al ojo mortal para ser proyectados
dulcemente como auras vivas al tenue movimiento
de los satélites. Se marcaban mágicas e hipnotizan-
tes raíces de refulgencia a ras de un suelo condena-
do. Belleza melancólica. Retorcido mensaje incom-
prensible a ojos vivos. Sólo los muertos cedían al
llamado para convertir la lectura en gritos de lásti-

204
SKC_Studio

ma y agonía olvidada.

La luz ardiente del último sol ya se veía so-


lapada por probablemente el único pilar de rocas,
filtrándose entre sus huecos haciendo notar con fa-
cilidad el anunciado reposo de su eminencia. No
obstante, las almas perdidas y olvidadas no podían
cesar el lamento de su eterno ardor etéreo, aún con
el respaldo del mundo onírico abrazando el sol, el
suelo cedía todavía con fragor ante los encantos de
su propia condena. Sin quemaduras firmaba en tal
tránsito relente, pero calor seguía desprendiendo.
<<En unos momentos, parecerá una dulce sauna>>
aseguró con serenidad advirtiendo de las dos pre-
sentes, cansadas y sofocadas.

Cumplió con su palabra. A medida que des-


cendía el calor, la luminosidad de las raíces de re-
fulgencia tomaba más presencia. Se marcaban el
vestigio de las condenas. Los pilares de rocas otrora
apiladas, devolvían la falsa sonrisa con su propia re-
fulgencia envidiosa mediante los escasos minerales
que pigmentaban su roma superficie. Las arboledas
volvían a catar con desdén las aguas del pasto ven-
diendo sus antiguas raíces silvestres por otras más
hermosas y atractivas. Los componentes de las dili-
gencias volvían a tener un motor más amplia, inú-
til, despedazados y consumidos por mil engendros.
Corrosión y lapso. Las raíces de refulgencia se ex-

205
El Torreón del Viento

tendían con emoción hasta las únicas ruinas cívi-


cas. Hogares de piedra y revestimiento de madera
corrompidos bajo la capa lúgubre del lapso y la
condena eterna. Círculo arrodillado a la Plaza de la
Refulgencia. Al fin se ganaba el nombre.
Todo el escenario parecía un mal chiste y
los muertos eran conscientes. Sus susurros levanta-
ban una brisa pestilente y estremecedora tras pin-
chazos óbitos a manos de un escalofrío senil. Un es-
carmiento. A cada paso seco y tambaleado de la
Ûrg, se adentraban más en un valle sombrío pre-
sentado bajo el cortejo de un pesado telón con la
misma tela que rodea Hjenrral. La misma amargu-
ra. La misma sentencia. Un valle sombrío cuya car-
ga seguía concentrando un ambiente postergado.

Adentrándose en los recuerdos y envolvién-


dose en sus ecos. Las puertas que se abrían y cerrar
a vaivén de las dos tabernas que dominaban el hu-
milde poblado. El rozar de la hierba verde contra sí
misma y la base rocosa de los hogares. El trotar y
jadeo de los caninos acompañantes. La rueda de
madera de aquellas diligencias negadas a la evolu-
ción, mientras los motores cian de otras ronronea-
ban y calentaban la hierba que temblaba bajo su
pasar. El correr de la juventud aislada en sí misma.
La postura de águila de los cuerpos seniles, reacios
a mover ficha bebiendo y quejándose del tránsito

206
SKC_Studio

del viento. El mascar de la hierba de perdidos bus-


cando surcar los cielos desde el calor y moldeada
seguridad de la tierra. El polvo proyectado por el
sacudir de las capas del sueño desde la última ven-
tana de la torre. Polvo emergido de los cardenales
acariciados por la carencia del mineral codiciado.
Las voces de la cotidianidad resonaban en ecos de
refulgencia. Una broma muy mala y pesada. Las vo-
ces de la cotidianidad reposaban sobre los gritos
ahogados de los muertos condenados en agonía. Se-
gundo escarmiento.

<<No miren las luces. No escuchen al pasa-


do>> masculló el paria dándole dos palmadas sua-
ves al cuello de la Ûrg, quien inclinó su cabeza y
prosiguió el camino prácticamente de memoria.
Los muertos se dieron cuenta y cesaron el murmu-
llo dejando rachear unas lágrimas incriminatorias
en la brisa muerta. Una brisa que presagia o predica
una muerte muy reciente, exhalada por la propia
Primera Dama o sus condenados, reposa en campos
de polvo que nunca podrán emerger. Sin necesidad
de contacto para provocar un escalofrío inerte, ca-
paz de absorber los sentimientos o pensamientos
más influyentes en el momento con su rudo tem-
blor. Tras unos pocos pasos tras la cruzar el último
hogar del poblado, las raíces finales de refulgencia
tomaron una breve presencia eminente con un es-

207
El Torreón del Viento

tallido externo. <<Clip-clek>> y un escupitajo des-


cortés de chispas alzo dicha eminencia. Metal oxi-
dado se manipuló y una rueda veloz se rascó.

<<Clek-clip>>. De aquella presencia se for-


maron las siluetas de un pasado no considerado, y
una bulla derribó la entrada del último hogar del
poblado. Puerta negra rendida en polvo y ceniza.
El único niño realmente resplandecido en los ecos
agónicos fue arrastrado con desprecio. Un odio na-
cido del grito nervioso de una boca de infierno. Na-
cido de una luz rasgada expandida sin tacto, sacado
con las múltiples manos inocentes entonces manci-
lladas. Mediante abrazos, precipitándose sin cons-
ciencia, la bulla fue disminuyendo para alimentar
un monstruo de ignición de igual color, celeste con
presencia carmesí. Monstruo cuya presa infante se
debatía entre el llanto y grito ante la traición y el
abrasamiento de su cuero completo.

Habiendo quedado uno sólo de la bulla ex-


terminada, el infante miró perdido las estrellas sin
capacidad de nada, fragmentado y carbonizado
prácticamente en su total. Una última chispa cerra-
ría por siempre su propio catalejo encapuchado y
desvanecido. Una chispa nacida de su interior hasta
estallar en su visión, devorando la decoración más
bella de la infinita oscuridad. No obstante, la chispa
nació en un tercer <<Clek>> más violento y prede-

208
SKC_Studio

cesor a un relámpago silenciado con un paño. Ma-


nifestado en varios titiriteros, el relámpago fue pro-
pulsado por la última y prematura chispa.

Una esfera de bronce mal cuidada perforó y


formó un tercer ojo al infante, caído sin esencia al-
guna convirtiéndose en polvo. Polvo que entonces
cubría el desierto rojo. Fue justo después cuando la
última forma del relámpago, títere, desintegró en
una brisa celeste rápidamente olvidada una figura.
La presencia restante de la bulla acabada, sin fac-
ciones que mostrar por un gran sombrero circular.
Se despidió sin borrar la prepotencia de su gesto
tras el primer relámpago y la postura mantenida
con rudeza, bajo una vestimenta árida adecuada
para entonces, muy atrevida para tiempo otrora.
Como si nada hubiese ocurrido en aquel pueblo
condenado, sin rastro ni huella alguna, la silueta
lúgubre silueta de los hogares se fue encogiendo
hasta disolverse por completo en el horizonte de-
vorado por su propia refulgencia, más sucia en la
lejanía. Siguieron la ruta un poco más.

La luna morada sonreía con más eminencia


a las viajeras cuando llegaron a una parada. No era
más que una choza y los restos de un pilar de pie-
dra en un costado. Una choza en su mitad arranca-
da por una racheada violenta dejando esparcidos
los restos por doquier, unos pocos todavía en las

209
El Torreón del Viento

cercanías acumulando polvo y mugre seca. La otra


mitad parecía sostenerse sin problema a pesar de
estar quemada. La madera que componía toda su
estructura se encontraba agrietada y ennegrecida.
Entre sus grietas, pareciere conservar un muy lige-
ro remanente de la ignición que las provocó otrora.
Observación imposible. Las balas de heno que re-
vestían el techo, fueron víctima de una sentencia
de ignición misericordiosa. El color de éstas fue la
única parte calcinada y su cuerpo ligeramente en-
cogido. Alguna racheada árida acariciaba esas balas
provocando un curioso sonido de fricción seca y
breve. La triste licencia de vida que podía ofrecer la
choza.

Con un simple cabeceo del paria, las viajeras


desmontaron de la Ûrg, aliviada por la liberación
de pesa. Por consiguiente, el jinete acercó con pau-
sa a los restos del pilar de piedra para usarlo como
poste. Desmontado a la par, amarró a la bestia con
una soga cerrada con sin esfuerzo a dicho poste.
Tampoco tendría mucha vía de escape en tal mo-
mento relente, el camino de regreso estaba grabado
en su memoria, pero la carencia de luz era tal que
la luminiscencia de la luna morada sólo hacía más
que adornar la oscuridad. Un farolillo era el único
elemento que mostraba la choza, colgado de su
porche prácticamente enterrado en el polvo. Sor-

210
SKC_Studio

prendiendo a Eco por la poca visibilidad ofrecida a


la zona, el paria desenganchó sin problema alguno
las dos mochilas de las alforjas, pasando incluso por
múltiples amarres y enganches rozando la miniatu-
ra. <<¿Me permite el favor?>> pidió el paria advir-
tiendo de la sorpresa de Eco, quien accedió mascu-
llando mientras agarrada la pesada mochila coloca-
da a la espalda con esfuerzo.

Manteniendo la mirada de desconfianza,


Hunna se adentró en la choza en pos de los dos
presentes. El único mueble que no reposaba entre
sus propias cenizas, era una mesa cuadrada de ma-
dera simple cubierta de polvo y un vaso de cristal
que carecía de toda mota. Recipiente bocabajo de-
jando escapar de su contorno frío una gota de vino,
asomada del interior para engullir en su nimia su-
perficie el polvo del mueble. Ninguno pareció pres-
tarle atención, siguiendo su ruta. La choza no era
más que un faro en un mar polvoriento y mugroso
engullido por la oscuridad. Los intereses se guarda-
ban bajo el cobijo de un sótano presentado una
gran trampilla en mitad de la choza, ocupando toda
la sala de estar, única. No se trataba de un sótano
más estrecho, aroma pestilente y ambiente lúgubre.
A pesar del chirrido de mal augurio, pronunciado
la trampilla en su apertura por unas bisagras anti-
guas mal engrasadas. Tenía todas las papeletas para

211
El Torreón del Viento

recibir el buen título de “oasis”. Desafiando la natu-


raleza de su propia superficie rasgada, seca y árida,
el sótano albergaba una vegetación parecida la ca-
verna que residía en el subsuelo del lago bajo la
montaña flotante del sur. Esta vez, más frondosa y
variada.

Careciendo de esos árboles blancos de del-


gadas ramificaciones, destacaban entre los helechos
y tiras de hierba blanca y malva, arbustos de ese
tipo esparcidos sin ritmo por toda la estancia. Un
sótano espacioso en su anchura respaldada por unas
paredes de arenisca, derivadas en su base a la piedra
típica de una gruta montañosa con estancias acuáti-
cas. Una estancia sostenida por sus paredes y unas
columnas repartidas por la zona sin patrón, en una
altura a apenas tres cabezas más de los presentes.
Columnas que desafiaban la esencia de la estancia
con su composición putrefacta, cuya pestilencia no
lograba desprenderse y propagarse por toda la carga
pura restante que ofrecía la vegetación. Una pila
delgada en su mitad, compuesta por un movimien-
to constante de insectos sin forma lógica y creíble.

Arrastrándose por una superficie fangosa de


barro y sus propias heces acumuladas por largo
tiempo. Profanaban el curioso ambiente pacífico,
que emanaban las blancas hierbas y la corriente
que circulaba rozando sus raíces, con un sonido

212
SKC_Studio

leve aunque espeluznante e incómodo del correteo


resbaladizo de dichos insectos. Aunque subían y
bajaban por igual, llegados a la base volvían por la
grieta de la que se filtraban. <<No las toquen por el
bien de vuestra frágil salud>> advertiría el paria
poco más adelante.

Afortunadamente aquel horripilante sonido


se veía solapado mayoritariamente por dicha co-
rriente. Uno de los canales que formaba parte de la
colosal red de ríos subterráneos del planeta, circu-
laba a dos palmos del suelo. Acariciando y alimen-
tando las raíces de toda la vegetación del sótano, y
por ende dejando la superficie del suelo húmeda y
blanda creando una sensación de rotura y caída in-
minentes. Sostenido por las propias paredes, las co-
lumnas y un estrecho camino de roca negra allana-
da aún con la firma de sus rocas presentando su
vestigio en grietas. Un camino que realzaba y aus-
piciaba el espacioso sótano en su longitud hasta una
puerta roja redonda. (Apertura circular corrida ha-
cia un lateral levemente). <<El oasis que siempre
estuvo enraizando estas tierras>> comentó el paria
con orgullosa nostalgia tras detenerse brevemente
para oler una tira blanca de hierba. Se rascó poco
después la nariz.

Acto seguido, con calma tomaron el camino


central de roca negra hasta la porta roja, presentada

213
El Torreón del Viento

por un porche improvisado, ajetreado. Revistiendo


el suelo y su techumbre, el porche estaba formado
por largos tablones de madera desiguales y ligera-
mente separados entre sí. Sobre la tabla de una va-
lla que resguardaba el porche, unas macetas de ta-
maños distintos con plantas marchitas decoraban la
zona. Los pétalos secos se amontonaban en su pro-
pia maceta, parecía un decoración voluntaria a pe-
sar del triste perecer de las plantas. En concordan-
cia con la vejez de una madera descuidada por mu-
cho tiempo, dejando a la humedad hacerse con
ésta. Exceptuando la puerta roja, perfectamente
limpia y cuidada en su costado interior. Un interior
con mayor altura, revestida en su techumbre por
finos bastones de bambú pintados de amarillo,
mientras que en el suelo rojo impregnaba los basto-
nes.

Un hogar poco acogedor por sus cuatro es-


trechas habitaciones; dos de tres pasos cada una en
el lateral izquierdo, ambas dormitorios con una
cama y poco más que un mueble; una en el lateral
derecho, cerrada a puerta negra corriente, rectan-
gular; y una cámara tan grande como los dormito-
rios juntos, siendo la sala de estar y cocina en su
mayoría, separando ambos espacios por un muro de
roca de media altura. Apenas había espacio para le
movimiento, cada rincón de la cámara estaba ocu-

214
SKC_Studio

pado por una maceta de mármol blanco albergando


múltiples especies de plantas, exóticas entre sí. Si
bien las plantas acaparasen la mayor parte de la
atención, múltiples baratijas y manuscritos sin en-
cuadernar (unidos únicamente por cordones) se
amontonaban en desorden por toda la estancia,
contra las húmedas paredes de roca. Aunque fina
su cadena y delgado su cuerpo, cinco farolillos col-
gaban del techo. Cada dos pasos debían apartar con
cuidado dichos elementos de luz, recientemente
encendidos pues carecían todavía de calor en su su-
perficie.

Sin mostrar importancia a sus dos invitadas,


extrañadas por el lugar extravagante en su caos, el
paria dejó la mochila que portaba tras la barra y re-
cuperó el que portaba Eco, para consiguiente de
ésta última una gran calabaza cóncava. Mediante
un cuchillo de cocina, comenzó a cortar en rodajas
dicha verdura tras la barra.

–Bien, decidme. Imagino que la niña no quiere sa-


ber nada de mi existencia, así que dígame vos. La
del rostro melancólico –señaló brevemente con el
cuchillo a Eco sin burlar la concentración en la co-
cina y prosiguió–, ¿Qué objeto requieren y para
qué lo necesitan?
–Realmente es consciente de ambas respuesta,
¿Cierto? –apuntó Eco.

215
El Torreón del Viento

–Permítame reformular la cuestión –inquirió el pa-


ria mientras colocaba la calabaza cortada en tarro
de madera ancho, para consiguiente introducir una
maza de cocina para triturar y prosiguió–. ¿Qué in-
tenciones tienen poseyendo tal poder?
–No tiene motivos para hacernos daño y le agra-
dezco la ayuda y la guía, pero no puedo facilitarle
una información que pueda crear conflicto entre
ambos.
–¿Respeto? Por salvaros la vida y esos menesteres.
¿Conflicto? ¿No es más probable que se forme en el
silencio de una desconfianza?
–¿Rheno? ¿Eres tú? –se escuchó la voz limpia, tam-
baleante por la desidia del sueño, de una anciana
proveniente del dormitorio más cercano de la coci-
na. Carecía de puerta al igual que el otro dormito-
rio, no obstante no se podía apreciar quién descan-
saba en aquella estancia.
–Quédese en su cama, enseguida le traigo la sopa.
–Puedo oler esa calabaza fresca... –masculló la an-
ciana muy alegre incorporándose con dificultad ha-
ciendo relinchar los hierros de la cama.
–Y con el debido respeto, entregar mi información
podría hacer peligrar mi vida, ¿No cree? –Eco hizo
una pausa y tras recapacitar en las palabras del pa-
ria y el previo relinche prosiguió–. Sin embargo no
le falta razón. Sea como sea, deje fuera a la niña.

216
SKC_Studio

–Por supuesto, entiendo la posición de la pequeña


–afirmó el paria mientras encendía una de cuatro
fogatas que otrora fueron la cima de un horno ele-
gante, con revestimiento de madera negra con tiras
sin orden de un marrón carmesí. Y sobre fuego
exhalado del centro, reposando aguardaba agua
danzante en un cazo de cobre.
–Puede llamarme Eco. Desperté sin pasado en lo
alto de una montaña flotante, bajo la hospitalidad
del Santuario Funnio y su gran maestre, quien me
confundió avasallándome con tan enrevesada in-
formación.
–Muy propio de un maestre funnio... –masculló el
paria rompiendo la mirada afirmada con gran inte-
rés sobre la joven.
–Entre tanta confusión comprensiva dada mi, a la
par, confusa situación, concluyó que formaba parte
de un grupo llamado... “Agentes del Caos” creo re-
cordar. Por lo que debía seguir con mi camino, em-
pezando por abrir de nuevo ese torreón que ilumi-
na los cielos nocturnos cada cierto tiempo –siguió
explicando Eco mientras pequeñas chispas de fuego
jugaban entre los dedos de la niña.
–Necedades, sabría reconocer a uno de ellos –mas-
culló con media risa.
–Renacida sin memoria bajo la tutela de un deste-
llo, más que luz es esencia pura lo que propaga y

217
El Torreón del Viento

vida lo que transporta. Dejando caer esa carga en


una atracción capaz de darle media vuelta. Recuer-
do bien el eco de su estallido, algunas de las balizas
las logro hallar en la escucha pero aquel eco...
Cuanta más significativa y fuerte sea la llegada, más
dolor tanto físico como mental estalló en la partida
–la anciana hizo acto de presencia acomodada en
una silla de hierro negro y revestida de tela para di-
cha comodidad, sobre dos grandes ruedas del mis-
mo material.

Sobre las rodillas y muslos una bufanda de


tela cosida por ella misma, la resguardaba del frío.
Hilos de tela unidos para formar una flor de loto
perfecta sin color sobre un fondo marrón. Las mar-
cas de las agujas todavía resonaban en la punta de
sus arrugados dedos de una mano temblorosa. Ape-
nas podría coser un cordón en esas condiciones. El
polvo que se aferraba entre los recovecos de la
seda, resaltado por el oscuro tono de la misma,
anunciaban tristemente su añeja creación ante una
habilidad ya senil. La anciana sentía cada una de las
motas aferradas y ligeramente posadas, y lágrima
desprendería ante la triste realidad del vasto golpe
del tiempo. Pero aquel derrame se convertiría en
una tarea imposible; para un ojo tapado por una
piel otrora quemada y el otro cegado por las mis-
mas quemaduras que dejaron el párpado ligeramen-

218
SKC_Studio

te caído.

Tan añejas eran aquellas heridas fatales que


las arrugas que sin estupor gobernaban toda su piel,
acariciaban inclusive dichas cicatrices. Guiándose
más por el odio auspiciado por unas pequeñas ore-
jas más negras que su piel morena. Capaz de trans-
mitir especial amabilidad en su limpia voz y su
agradable sonrisa. Capaz de transmitir en mayor
medida respeto mediante su postura firme y ele-
gancia sin importar cuán grandes sean sus heridas,
manteniendo un cabello plateado minuciosamente
amarrado en un moño perfecto, dejando claras cada
tira de cabello tensada, mostrando su continua ob-
servación levantando la ceja del ojo cegado para
marcar un pigmento de rudeza. Aunque descalzada
se encontraba, su túnica respaldaba su porte emi-
nente. Parecía una versión única de aquellas túni-
cas que portaban los maestres funnio. Más elegante
en su diseño aunque única vestimenta portada, y
por ende especialmente golpeada por el tiempo. Su
cansada presencia y cada rincón de la estancia,
aclaraban un claro encierro desde hacía ciclos.

–Entrégame el amuleto, bonita –comentó la ancia-


na con una mano tendida y la otra acaparando todo
el temblor para sí mientras ejercía el esfuerzo aga-
rrando la bufanda.

219
El Torreón del Viento

La inquietud y constante alerta, dejaron


muda a Hunna. La vergüenza ante la nueva presen-
cia y el incierto interés sobre Eco, dejaron mudo al
paria. La eminente presencia de la anciana que lo-
graba doblegar la mirada de cualquiera con un sim-
ple levantamiento de ceja, acompañada de una con-
fianza en el discurso de sus palabras expresadas con
seguridad y altura, dejaron muda a Eco fascinada
por la carga.

El vago humo del agua hirviendo, tomaba


rumbo a un conducto cilíndrico de hormigón, cuya
mitad sobresalía de la pared rocosa mal revestida
con estuco. Una pequeña seguridad añadida, para
añadir esa masa de calabaza al cazo de agua y dejar
que se cocine con tranquilidad. Los ínfimos chas-
quidos del agua hirviendo, devolvieron la compos-
tura a Eco mientras hacían tiempo para que el si-
lencio se marchase con una prisa calmada. Le en-
tregó el fragmentado amuleto. Desde el primer
contacto, con el más mínimo tacto, bruscamente se
desvanecieron los temblores de la anciana, hacien-
do dirigir su tensada mano a palpar el curioso arte-
facto. Cada caricia parecía devolverle vitalidad, re-
marcando cada vez más su sonrisa pronunciada por
ligeros escapes de risa. Satisfacción y admiración
nostálgica exhalaba mediante una bruma más tenue
que aquel humo que por el conducto de hormigón

220
SKC_Studio

se escapada. Sentimientos y sonrisa borrados paula-


tinamente por miedo, sentenciados de un plumazo
por una aguda decepción.

–Está roto... –advirtió la anciana decepcionada ante


un anhelo añejo incumplido.
–Así estaba cuando desperté –comentó Eco com-
partiendo una decepción distinta, apenada más por
la anciana.

La anciana se sorprendió de pronto por algo


que nadie logró percatar o imaginar. Sobresaltando
a la joven del susto, las manos temblorosas que de-
jaron caer el amuleto entre el polvo aferrado de su
bufanda, la agarraron con la fuerza suficiente para
retenerla. Sujetando la cabeza desde las mejillas
con las dos manos bien abiertas. El rostro de la an-
ciana cambió por completo, la elegancia cayó en
unas tinieblas que fruncieron cada pliegue de su
rostro para oscurecerlo evitando los farolillos. Con
el ojo ciego tambaleante fijado en los ojos bien
abiertos de la joven, susurró con una voz más ras-
gada y sucia.

–No perteneces a Øbelemm, pero estabas destinada


aquí para una tarea... demasiado cruel... El torreón
de la Gaviota, ha brotado dos veces.

Eco supo que jamás podría explicar lo que


sintió en aquel instante, su rostro aterrorizado sólo

221
El Torreón del Viento

podía anunciar en pequeña medida el incómodo


roce que sufrió su alma.

–Ruego que la disculpe, a veces no... No importa.


Pueden quedarse a dormir, al alba hablaremos del
artefacto que buscan –intervino el paria apartando
a la anciana y ayudando a Eco a incorporarse.

La joven apenas se mantenía en pie por lo


que, ofrecido por el paria, se sentó conmocionada
sobre un taburete apostado entonces contra la ba-
rra de la cocina, carente de los manuscritos que
portaba sobre sí. Cabizbaja, dejó caer una lágrima
solitaria para su sorpresa. A la par, la anciana dejó
recorrer una larga lágrima de compasión, haciendo
brillar su oscuro rostro. Con su cegada y lúgubre
mirada, logró impactar de algún modo profundo en
Hunna, quien dejó su puño calmado y las chispas
de fuego consigo. El paria sintiéndose aislado entre
esas cuatro paredes, advirtió de pronto de la sopa
rebosar el cazo. Acudiendo con rapidez logró salvar
la comida, sin demora para servir dos boles de por-
celana marrón con un diseño que en vano intenta-
ba imitar la textura de una madera.

Uno de ellos a la espera frente a Eco, sin-


tiendo su frente humedecerse y calentarse por el
vapor de la sopa. Una vez entrego, le añadió unas
especias ya mezcladas y desparramadas de entre sus

222
SKC_Studio

guantes, y procedió de la misma forma con Hunna.


Éste último bol, ante la indiferencia de la niña se
mantuvo a la espera en el suelo. Al paria no le im-
portó la falta de gratitud, pues bien observó en sus
ojos el impacto que tuvo esa lágrima compasiva. Si-
guiendo sin demora, agarró las manillas de la silla
de la anciana y la llevó de vuelta a su dormitorio.

–Es una buena chica... Dile que no se culpe más –


masculló la anciana una vez pasada la puerta de su
dormitorio.
–Seguro que sí, madre... Vamos, le traigo la sopa y a
descansar –replicó el paria sin darle importancia a
sus palabras.

El silencio se adueñó de la estancia por mu-


cho tiempo, dejando pasar por sus fronteras única-
mente el chocar de la cuchara de plata con el bol
de Hunna, rompiendo el ritmo de la grave e inter-
na respiración del paria. Éste último, apostado
contra la encimera de la cocina de brazos cruzados
observando atentamente y compasivo a la decaída.
<<Comed>> inquirió sin respuesta alguna. <<Segu-
ro que ni bueno estaba>> añadió con una risa muda
de objetivo en vano. <<Descansad si podéis, tomad
el primer dormitorio>> inquirió. Sin quedarse para
escuchar correctamente las palabras del paria, Eco
se incorporó con cautela y se dirigió al mencionado
dormitorio. Hunna en pos de ella, sin antes dejar su

223
El Torreón del Viento

bol vacío y recoger el de la joven.

–Tome. Para sus... heridas –el paria detuvo entre


susurros a la niña para entregarle un muy pequeño
frasco de cristal levemente celeste, cerrado por una
tapa con la forma de la cabeza de un dragón y aña-
dió en mayor susurro–. Dos gotas en cada apertura.
–¿Qué hay tras esa puerta? –preguntó Hunna seña-
lando con la mano ocupada por el bol la única
puerta cerrada, mientras con la otra cogía el frasco
con cuidado.
–Es una estancia privada. Venga, descansen.

Bajo la tutela del silencio en su regreso indi-


cado y entre la espesa oscuridad que dejaron las
muertes de los farolillos, todos los residentes des-
cansaban de alguna forma. Rozando el mundo
onírico, rozando la mente. Brevemente, las dos jó-
venes, acostada la más pequeña en la cama y la otra
entre cobijas y cojines al pie de ésta, marcaron una
pausa en el tenso y espeso silencio.

–¿Qué... qué sentiste? –preguntó Hunna nerviosa y


avergonzada.
–Nada –contestó Eco con la voz aflojada.
–¿Nada?
–Sí, nada. El vacío.
–¿Quieres... hablar?

224
SKC_Studio

–No.

Tajante como yunque caído al mar. Siendo


los chasquidos de esa ola fragmentada expulsada y
caída sobre sí misma, los dueños de aquella impre-
sora capaz de imprimir billetes. Boletos para com-
prar un tren al terreno onírico, cada uno con su
propio lenguaje y costumbres de vez en cuando
mancilladas. Sin tener la sensación de haber toma-
do dicho, sin tener la pesada desidia molestando el
abrir de unos ojos tristes. Tristeza por la oscura
bienvenida. Incertidumbre por una oscuridad lo
suficientemente tenue como para dejar marcar las
formas presentes. Todas iguales, manuscritos y ma-
nuscritos apilados en locura sobre taburetes, mesas,
muebles pequeños y vacíos, aunque muchas direc-
tamente entre sí sobre el suelo. Sólo queda colgar-
los de la pared y del techo. Sin embargo, las formas
recibían un tono dorado blanquecino remarcado en
las vagas letras, muchas de ellas inteligibles. Eco,
acostada prácticamente en el piso, podía advertir li-
geramente del origen de dicho tono. Una luz emi-
nente en el subsuelo respiraba haciendo temblar el
suelo y resplandecer su propia esencia lumínica.

Dejando escapar chispas eléctricas filtrándo-


se de entre los huecos del bambú y saltando entre
los finos bastones. Propagándose mediante el polvo
que reposaba en el piso, desintegrando con cada

225
El Torreón del Viento

mínimo contacto las motas brevemente emergente


por un magnetismo. El núcleo de éste último, se
hacía más prominente en un pequeño radio alrede-
dor de unas botas gruesas y negras. Ya las había vis-
to antes. Recordando lo ocurrido en los juegos y ra-
biada por no haber movido ni un músculo aquella
vez, Eco se precipitó hacia el salón y con la misma
cautela abrió la puerta de su dormitorio. El sujeto
de cuencas vacías de cara a la cocina. La observó fi-
jamente una vez más, inclinando únicamente la ca-
beza hacia un lado. Con esa postura parecía no te-
ner hueso ni articulación alguna en el cuello. La
mirada de un búho moribundo.

El resplandor de un rayo dorado provocó un


falso parpadeo en esas cuencas profundas cuyo pe-
queño núcleo protagonizaba una leve luminaria
blanca. El cuerpo de esa esencia eléctrica quebró en
un abrir y cerrar de ojos el suelo, avivando así la
luminiscencia del subsuelo. El impacto de un rayo
dorado provocó la evasión de esporas naranjas ya
conocidas, burlando así la completa desaparición
del sujeto entre polvo desintegrado por las llamas.
Engulléndose a sí misma, la luminiscencia del sub-
suelo se llevó consigo una tormenta caótica de mi-
les de hojas pertenecientes a los manuscritos. A
pies de Eco, se detuvo el agujero de gusano dorado
devolviendo la oscuridad a esas cuatro paredes y un

226
SKC_Studio

techo. <<pts>>. El silencio y la calma retomaron su


pequeño dominio en la estancia. <<pts>> más largo.
<<pts>> inquirió. La cordura regresó tambaleante a
una estabilidad de Eco, consciente de su posición.
Envuelta entre la oscuridad de una húmeda estan-
cia, silenciosa bajo la lejana y suave caricia de la co-
rriente de agua en el mismo subsuelo. Abriendo
bien los ojos de la sorpresa sin lograr dilucidar más
que formas imprecisas, aún bien siendo consciente
de estar en la misma posición que se presentó el su-
jeto. <<pts>> inquirió de nuevo con más ímpetu.
Hunna.

–Necesitas dormir... –advirtió con vergüenza.


–Sí... –admitió Eco regresando paulatinamente de
espaldas hacia el dormitorio.

No hubo cuerno quebrado ni coro del des-


pertar para aliviar la desidia. Algún golpe muy ni-
mia en la cámara contigua, procedente mismo de la
barra de la cocina. La desidia rasgada en Eco por vi-
siones subconscientes de esa misma noche, narra-
das por cuchillas tan breves y espontáneas como di-
chas visiones. Luchando contra el malestar, se in-
corporó y accedió al salón.

Qué extraño encontrarse con un ambiente


acogedor y amable en un túmulo de bambú, bajo y
sobre energías fuertes sin bando escogido. La ancia-

227
El Torreón del Viento

na, sonriente, tenía la mirada concentrada en el


foco de atención de la barra. Compartía el enfoque
de su mirada con Hunna, más relajada y contenta.
Admirando unas figuras de arroz largo funnios sali-
das de un saco de tela vieja y húmeda, en vida lu-
chando entre sí con dos bastoncillos. Envueltos en
ira, asestando golpes feroces para herir a su propio
reflejo. Desplazándose por toda la barra usando los
pocos objetos que la ocupaban, dos tazas cuyo per-
fume a té danzada todavía, un cuenco con frutas de
la montaña flotante, y los pequeños brazos de Hun-
na marcando el límite de su pasivo escenario. Esce-
nario cada vez más sádico tras la rotura de ambas
armas de madera con buen filo en la punta. Lo que
podía representar un sencillo entrenamiento es-
condido bajo trazas de resentimiento, obtuvo un
tono más oscuro y sádico con cada agarre y golpe.
El paria no parecía disfrutar con aquel... espectácu-
lo.

No lograba distinguir la escena del mensaje


que se marcaba con cada cardenal provocado por la
figura y devuelto con más ferocidad. Los tres la mi-
raron. Las figuras y el paria miraron a Eco. Los dos
primeros inmersos en un agarre bloqueado, uno
encima de la espalda del otro intentando apropiarse
del cuello, se detuvieron y paulatinamente camina-
ron por la barra para llegar hasta la joven. Mientras

228
SKC_Studio

que el paria, incómodo por la reacción de esas figu-


ras, se incorporó y ofreció asiento y una taza de té a
la recién levantada. <<Gracias>> masculló Eco, y
como si de una orden se tratase, una de las dos fi-
guras agarró y apuñaló por la espalda a su hermano.
Caído desnudo al vacío. Precipitado contra suelo
para descomponerse por completo. Motas de polvo
lamieron los granos de arroz esparcidos de nuevo
sin vida.

–¿Te encuentras bien? ¿Tienes calor? –preguntó


Eco advirtiendo de la frente húmeda de Hunna.
–¿Eh? No –la niña se secó rápido la frente con la
mano–, no... quiero decir que no tengo calor.
–Vale...
–¿Cómo lo haces? –preguntó Hunna ilusionada por
el extraño espectáculo de arroz.
–Viejos trucos de una anciana... –contestó la propia
anciana provocando el fruncir del ceño de la niña.
–Vuelva a hacer eso –Eco rompió su silencio tras
acabar su taza.
–Se necesita larga preparación para empañar esos
granos de arroz –evitó la anciana.
–No, eso no. Lo que hizo anoche. Vuelva a hacerlo
–inquirió Eco.
–Ya vio que no es nada agradable, ¿Por qué repetir-
lo? –preguntó el paria consciente de su incertidum-

229
El Torreón del Viento

bre.
–Fue una sensación muy agridulce, más agria en-
tonces, más clara ahora. Pude sentir de verdad el
vacío que tengo en los más profundo de mi ser –ex-
plicó Eco ida de sí.
–Un nuevo contacto podría hacerla desentender de
su cordura –inquirió el paria evasivo.
–Ella está desesperada y tomará cualquier camino
para tomar un sendero –añadió la anciana con una
sonrisa compasiva.

Tras una pausa pensativa, el paria añadió re-


soplando y cambiando por completo su postura
preocupada.

–Antes de que proceda, ¿Qué vio anoche? Aquí, en


el salón.
–Un sujeto peculiar y tétrico desintegrado por un
rayo dorado –contestó Eco pensando que la menti-
ra era completamente innecesaria.
–¿De qué color tenía sus ojos?
–Un blanco muy leve.
–Maldita chatarra... –masculló el paria–, Bien, ade-
lante. –Deteniendo a Eco agarrando su mano de
pronto tras mostrarse pensativo, añadió enseñando
una carta con la otra mano (Se veía reflejado un di-
bujo sin apenas color, más que por el corazón fun-
nio que sostenía un esqueleto, dispuesto a realizar

230
SKC_Studio

un paso de danza clásica sujetando un bastón)–. Si


realmente quiere que la ayude, pronuncie la prime-
ra oración.
–Norrow... in ak.
–¡Bastardo! –intervino Hunna rasgándose significa-
tivamente la voz haciéndola tropezarse del dolor.
–Avalak in ak –concluyó el paria.
–Olvida el dolor del cuerpo, pequeña –masculló la
anciana colocando una mano en la sien quemada
de Eco para proseguir entre los ecos de su voz–.
Alivia el dolor de tu cofre más secreto.

Sumérgete en tu laguna mental, visualiza y


alcanza el torreón mancillado para limpiarlo, al-
canza su réplica para destruirla con su propia esen-
cia.
Entre los eco de una lejana voz recién brota-
da en delgado tallo de una flor, Eco se veía envuel-
ta entre susurros ahogados de nuevo. Un susurro
portador de dolor y pérdida, aterrorizado por el té-
trico ambiente que envolvía el lúgubre escenario.
Rodeada por brisas afiladas, avistadas como fallos
en una realidad no impuesta ni palpada. Una masa
oscura, ambigua y cargada de hambruna, sin armo-
nía en su pobre y caótica estructura formaba un
tornado uniforme, delimitando la zona. El ojo de la
tormenta, en el claro de caos. En el claro del abis-

231
El Torreón del Viento

mo más plano compuesto por arena y polvo cuyo


tiempo se desvinculó hacía ya demasiado. Claro al-
bergue de putrefacción perenne, ahumando un to-
rreón de marfil oscuro con la cima torcida, la cual
carecía de esa flor de loto una vez aferrada en otra
estructura demasiado semejante. La tierra y el aire
putrefacto eran los mismos, quizá más violentos
azotando un torreón de misma estructura pero de
esencia cargada con otro abismo más profundo e
incierto. Torreón que tomaba por cima un galeón
muy antiguo, incrustado con ferocidad. <<Gaviota
del Cabello Castaño>> marcaba la popa del navío
muerto. Debía de ser el torreón mencionado por la
anciana.

A pesar del aferrado amarre del navío, su


ancla parecía enganchada, sumergida más allá de
los límites de la zona en la profundidad de la masa.
Desafiando a la ventisca que succionaba el ancla,
las gruesas y oxidadas cadenas de ésta oscilaban con
melodía. Una sinfonía auspiciada por las leves bri-
sas escapadas de la masa filtrándose por cada orifi-
cio de los corales y su incrustación biológica. Ani-
males coloniales sin alma aferrándose con desespe-
ración al hierro de las cadenas. El gran crecimiento
de éstos, nombrada la larga edad que tendrían.

Destruya las cadenas que te atan al infra-


mundo y despierte con una esencia renovada, aus-

232
SKC_Studio

piciada por la corte solar, fomentada por la magia


lunar.
De nuevo la voz inicia, más cercana, a pie
de Eco. Entre el polvo eterno, apoyado en una roca
intangible de polvo en constante movimiento, un
esqueleto funnio descansaba sin paz en un largo le-
targo. Entre las escasas tiras de telas azules oscuras
que restaban de sus prendas, una extraña muñe-
quera de adornos curiosos formados o bañados en
oro. Siguiendo la dirección de una flecha de dia-
mante cristalino sin punta en la parte superior,
cuatro tiras de cuero basado en grafito filtrándose
entre los dedos para bien mantener la fijación con
adminiculos. Sin dudar por un segundo, Eco se aga-
chó y tras una ligera mirada compasiva al alma
condenada, se apropió de la muñequera. <<Tafal-
driel>> susurró la joven inconsciente para dar
nombre a aquella curiosa herramienta sin uso apa-
rente. Aferrada a la muñeca de Eco, ésta alzó su
brazo para admirar el objeto adquirido. En un gesto
lento y lineal dirigió dicho brazo hacia las cadenas,
y siguiendo el clásico movimiento paulatino del
tensar de un arco, una luz extremadamente blanca
nació en el interior del diamante.

El amuleto fragmentado colgado de la cintu-


ra de Eco, brilló con el diamante con el mismo
blanco. A medida que tensaba más la cuerda, ésta

233
El Torreón del Viento

fue tomando forma y existencia entre lazos tan en-


trelazados como fibras de una tela. Cuya esencia
cargada con una ligera refulgencia alimentando el
blanco ártico de su cuerpo, y fragmentos celeste es-
cupidos en pequeña medida. En cada tramo tensa-
do, la descarga de tal esencia fue incrementando,
dejando escapar ligeras corrientes eléctricas entre
los dedos que minuciosamente manejaban el curio-
so arco. Dedos separados con una cautela seca e in-
mediata, liberando la flecha como si la liberación
de un ave tras su resurrección se tratase. Las plu-
mas del gorrión alzadas, iluminadas mientras otras
se esparcen por la cámara eterna. Un pico de oro
enfocado en el abismo celeste, perforando el viento
con una caricia constante auspiciada por una vio-
lenta estocada. Motas de nieve emergen bajo la tu-
tela de un azote de magnitud colosal. El azote de
los caídos.

Es el nombre que tomaba la carretera ar-


diente de escarcha, generada en pos de la flecha de
Tafaldriel. Formando la pequeña imitación de un
valle helado acariciado por constantes oleadas de
una ventisca hambrienta por cada mota emergida.
Un recorrido helado hasta el gran impacto y por
ende estallido de las cadenas, desvinculadas en
fragmentos del ancla engullida por completo en el
abismo no definido de la masa.

234
SKC_Studio

Bajo el grito sordo y turbulento de un seís-


mo, bajo la tutela de oleajes cambiantes en una
constante de la tormenta masificada por la masa.
Los vientos lúgubres tomaron la acción de mareas
oscuras azuladas bajo un extraño foco celeste, opa-
co por todas las motas de polvo levantadas por el
caos. Eco, sin tiempo que derrochar ante la estrepi-
tosa caída en el olvido eterno como un funnio con-
denado. La única salida era la entrada al torreón,
aislado bajo la sombra del rugir de la madera enca-
llada en su cima. Encima de un niebla en letargo,
las rápidas pisadas de Eco dirigidas a dicha entrada,
eran el ojo de la tormenta de ligeros levantamien-
tos de polvo y masa a ras del suelo. Cada pisada más
pesada, sufriendo una incómoda atracción hacia el
gran mar precipitándose para engullir todo el abis-
mo olido, temido en las carnes interiores carentes
de consciencia.

Traspasando la cortina de dos gruesos telo-


nes desgastados de un color irreconocible, entrada
al torreón de la Gaviota, se libró del letal arroyo.
Los azotes del exterior se fueron amortiguando y
ahogando en una constante lejanía creciente. Una
entrada a otro plano en la misma línea del caos,
quebrando las leyes de una cámara auspiciada por
los cimientos del torreón. Errado. La cortina, gris,
se veía succionada por el moho de una vegetación

235
El Torreón del Viento

naranja con matices rosas en los trazos de las tren-


zas de cada helecho o hierbajo.

Algunas flores negras, rojas, verdes y dora-


das en su escasez, brotaron entre los rincones del
laberinto inmerso en una danza brindada por la
sinfonía de una leve brisa. Caída directa de un cielo
celeste sin fin, sobre un horizonte de misma condi-
ción sin páramo al que escoger una meta física. La
propia pared del torreón parecía delimitar su inte-
rior en un vista de páramos inalcanzables, un pasto
naranja eterno. El primer paso de la entrada ya se
adentraba en el ligero ascenso de un monte, el úni-
co en la visión proporcionada. A medida que Eco
fue subiendo por el monte, podía apreciar la verda-
dera forma de montículo cuyo esqueleto pertenecía
a las raíces de un tronco blanco, vivo en su pura y
robusta esencia, revestido por una corteza tosca y
senil. Un eminente árbol de cerezo cuya ramifica-
ción seguía la dirección del viento, agitando las ho-
jas caídas bajo la caricia de la leve brisa mientras
toman un tinte más rojizo en el soplo.

Eco no lograba encontrar ningún senti-


miento al que abrazar ante la cata de tal escenario,
adornado por tales colores, acariciado por tal vien-
to insensible. El ambiente era plano, agrio en un
regusto que no llegaba a incomodar el paladar. El
escenario tan pacífico y calmado, sufría una contra-

236
SKC_Studio

dicción constante con el regusto que dejaba el ras-


tro de la leve brisa. Esporas contaminando la esen-
cia de un pasto silvestre. La melodía del ambiente
estaba compuesto por la propia brisa y el efecto de
sus caricias, obviando los pasos sobre el crujir de la
hierba. Anunciando un silencio mental, el latir del
corazón de la joven tomó las riendas de la melodía
con el choque presenciado a pocos pasos de la cima.

Dejando que las puntas de la vegetación aca-


ricie su piel hasta su antebrazo, un vivo reflejo de
Eco se tornó a dicha visitante, con el rostro apaga-
do por un cansancio cuyo alivio de su visión mar-
case en vano un brillo agridulce en sus ojos. Un
vivo reflejo azotado por una melancolía oscura y
carente de la extremidad superior izquierda. Per-
pleja ante el complejo espejismo que ligeramente la
asomaba al abismo, liberó balbuceando la pregunta
que hacía tiritar sus dientes entre sí.

–¿Qué eres?
–Soy tú y para ti soy ella –contestó con la misma
voz, seca y ronca.

Le costó unos largos segundos recuperar la


aciaga conversación, dejando que las palabras se
bloqueen o se desvanezcan con las oleadas constan-
tes de la brisa.

–Eres... ¿El reflejo de mi consciencia?

237
El Torreón del Viento

–Soy tu desvinculación del tiempo, soy la sentencia


que merecen tus vidas pasadas.
–No... no entiendo. ¿Vidas pasadas? ¿Son... esos
sueños fragmentados?
–Visiones turbulentas y nubladas por el olvido des-
garrado.
–Sí... supongo –confirmó Eco dudosa ante palabras
inciertas sobre un concepto afirmado.
–Cobardía –masculló ella sin dejar emitir dicho
mensaje–. Tienes un bloqueo que vuelve a tu men-
te muda, si no eres capaz de talar este árbol las ga-
viotas van a devorar tus sesos.
–¿Debo entonces talar este árbol para liberarme de
ese bloqueo?
–Qué fácil, ¿Verdad? –ella aferró su puño al cuello
de una hacha escondida entre la maleza y prosiguió
acercándose a Eco–. Qué fácil es deshacerse de las
preocupaciones, de los pecados soltados en gracia
como bombas nucleares. Qué fácil es ser una cobar-
de. ¿De dónde salió ese impulso por ayudar a los
pobres pueblerinos? Eres el demonio de este cuen-
to. –Deslizando entre la mano el agarre del hacha,
asestó un golpe seco y profundo en el tronco–. No
confundas el espejismo entre el baile de cristales
rotos.

El golpe pareció retumbar el interior de

238
SKC_Studio

Eco, oscilando su alma provocando arcadas agudas.


Advirtiendo del dolor generado, ella aprovechó la
profunda incrustación para retorcer el hacha entre
la corteza crujiente, haciendo elevar cada arcada.
Una de éstas, consiguió abrirse paso y caer entre la
maleza. Un fino charco de mercurio con restos de
grafito, alimentado por un hilo colgante de sus fau-
ces. Reflejada y engullida una tímida y solitaria lá-
grima siguió el ejemplo del hilo. De nuevo esa con-
moción. Cuchillas palpitantes rascando la cáscara
de la mente mediante largos trazos.

–Cumple con tu sendero de penitencia, descalza so-


bre una fachada de garafito –comentó ella resigna-
da antes de asestar un golpe ciego con Eco.

Con el amarre agresivo de su cabello, ella


hundió la cabeza de Eco en ese mismo charco. Tor-
nando el agrio ambiente en una oscuridad total sin
referencia a la que aferrarse. Vacío plano. Un piti-
do lejano marcaba la transición de tal plano al más
conocido y palpado. Eco despertando exhausta y
con el rostro empapado, bajo la techumbre de are-
nisca de la cámara cerrada cuyo material resplan-
decía por su robusta presencia en las paredes y el
suelo, aún manchado burdamente por la humedad,
el polvo y un tapiz que servía de paramente prácti-
camente para la totalidad del piso. Sentada en una
silla simple y astillada, frente al único elemento de

239
El Torreón del Viento

la cámara. Un pedestal. Misma escultura ocultada


en el banco de manuscritos del Santuario Funnio,
con otras runas siguiendo la misma simbología de
la Lengua Antigua. Los elementos dignos de deidad
eminente, tomaban otra forma y color ante el ya
catado pedestal. Las burbujas nacían de un humo
calmado exhalado por un fuego apaciguado de base
hirviendo, decorado por una refulgencia glauca,
danzante y parpadeante. Las burbujas parecían te-
ner un origen más lejano, en los quistes de una sus-
tancia líquida hervida por su capuchón llameante.
Sustancia rosada consumida hasta sus cenizas, tiras
de papiros de contorno resplandeciente y de cuer-
po etéreo.

Devuelta en sí, la primera exhalación de Eco


liberó las llamas trasmutadas a una bruma apaci-
guada y húmeda. Con los ojos cerrados sin apreciar
su contorno de ambiente tensado. Junto a la aco-
modada y expectante anciana secando el rostro de
la joven con un paño, el paria mantenía una postu-
ra firme. En línea con su espada concentrada cual
extensión de su extremidad, la brillante hoja larga
tensada contra la hoja roma y robusta del cuerpo
inerte saliente de las chispas emergidas del vacío,
llamadas por Hunna.

–¿Y bien? ¿Lo consiguió? –preguntó el paria aguan-


tando la fuerza y mirando de reojo.

240
SKC_Studio

–Está preparada –intervino la anciana interrum-


piendo un leve balbuceo de Eco.
–Necesito reunir esos fragmentos –recuperó aliento
Eco decidida en su afirmación y en el gesto de cal-
ma hacia la niña.
–Te ha hecho firmar un contrato de alma –inquirió
Hunna preocupada y todavía dolida por el rasgar de
su voz con el grito emergido.
–Cualquier trato me parece justo... –inquirió Eco
evitando preguntar por el dicho.
–No es un trato, es una condena... –añadió Hunna
dejándose vencer.
–Hay mucho páramo que recorrer y grandes fuer-
zas que burlar. –El paria envainó su espada con cal-
ma entretanto–. No tengo tiempo para ninguna
aventura y cómo bien indica dicho contrato, no les
debo nada. Mi madre necesita suministros cada
cinco soles.
–Eres tan bueno, querido... Lo que más necesito es
que te liberes y me hace feliz verlo cumpliendo mi
antiguo papel. No porto esta túnica por su cómoda
lana interior. –La ternura de la anciana podría con-
vencer a cualquiera.

El paria se tomó un momento para meditar


la situación presentada.

–Os ayudaré a conseguir los fragmentos, pero cuan-

241
El Torreón del Viento

do recolectemos la mitad me ayudaréis a un Med


en concreto.
–¿Med?
–Esa aberración viva que descuartizó a jóvenes en
los juegos. Es una raza funnio muy desligada de los
pensamientos y formas tradicionales.
–Un trato justo –añadió Eco con las imágenes de los
juegos bien presentes en su retina.
–Sea pues. Aprovechemos el breve concluso letargo
del primer sol –concluyó el paria.

Abandonaron la fría cámara dejando a la an-


ciana pensativa con una sonrisa marcada en su ros-
tro, derivada a la melancolía mientras perdía la mi-
rada gris en un elemento revelado. Las chispas del
vacío habían vaporizado el polvo y trazado fisuras
en el tapiz dejando al descubierto curiosos trazos.
El ligero hedor de la quemadura o el nimio revuelo
del polvo contiguo, llegaron hasta la anciana. Con
un ligero vistazo atrás, Hunna advierto de la escena
y por ende remarcando los trazos en su curiosidad.
Cualidad en repunte ante la insuficiente revelación
de un dibujo trazo con minuciosidad. Un reptil ala-
do de dentada cola de cuerpo descomunal. Curiosi-
dad apaciguada por una timidez excusada con la
descortesía de invadir el espacio. Curiosidad desva-
necida a manos de su lejanía y el cierre paulatino y
silencioso de la puerta en pos de ella.

242
SKC_Studio

Un encaje de la puerta con su marco emi-


nente, marcado por una voz grave por su gruesa
complexión. Y el bambú tembló en pos de ella.

El primer amanecer apenas lograba soplar su


luminiscencia por el árido horizonte, ya temblante.
Las grietas del desierto todavía no emanaban el ar-
diente vapor sofocante, como bien remarcó el pa-
ria. Otorgando una vía libre para el grupo, junto a
la bestia Ûrg reacia a cortar su desayuno, tomaron
la antigua ruta de diligencias hasta el pueblo de la
Plaza de la Refulgencia. La marca del desierto era
la misma, el suelo seguía seco, agrietado y polvo-
riento, no obstante los hedores pestilentes y el am-
biente lúgubre parecían mantenerse en letargo bajo
la inminente iluminación solar. Ni una sola brisa
refrescaba la llanura. Ni un solo ápice de viento de
la cargada tormenta en la lejanía, colosal eminencia
que ya engullía los extensos y lejanos pastos verdes.
Creciente con cada grano del tiempo. El vestigio de
las almas condenadas sumergidas en la danza del
muerto en la oscuridad relente, apenas reposaba en
la memoria de aquellos que una vez vieron, que
una vez sintieron la agonía olvidada.

Frente a la fuente de la plaza principal y


única del pueblo, el paria desenvainó e insertó su
espada en una de las múltiples grietas del fatídico
desierto. <<No se muevan>> indicó el paria aban-

243
El Torreón del Viento

donando la zona sin dar explicaciones. Sin dema-


siada demora, regresó con la anciana entre sus bra-
zos y una tormenta de arena en pos de ellos. Colo-
sal revuelo propagando un ligero temblor por las
tierras paulatinamente engullidas. La gran carga de
la tormenta, todavía se mantenía en la lejanía
cuando el paria dejó a la anciana cerca de la fuente.
Los temblores tomaron más presencia, profundidad
manteniendo su cordura al posar de ésta. Auspicia-
da por la mirada concentrada y parcialmente preo-
cupada de su hijo, se acercó a la fuente arrastrando
sus delgadas piernas inertes. Junto al arrastre del
polvo desvinculado tras tiempo pesado del piso
agrietado, los temblores se extendieron con más
fuerza y más turbulencia. A medida que el polvo se
incrustaba en las arrugas de su pierna, la anciana
recitaba un breve pasaje una y otra vez en la Len-
gua Antigua. Sin burlar la sintonía del llamado, el
paria explicó brevemente:

–Joven. Alcance el cuenco de mármol ahogado en


la fuente y tome toda su agua. Es un dolor muy
agudo el que sentirá con cada trago, aumentado
hasta desgarrar y arder. Una vez que empiece, no
puede detenerse o perecerá junto a las almas que se
alzan en esta falsa noche. Sugiero a la niña que la
obligue a tomar el agua cuando no pueda consigo
misma y quiera rendirse.

244
SKC_Studio

–¿Tan importante es? –preguntó la niña preocupa-


da.
–Sí... –contestó Eco con el cuenco en la mano.
–Estoy contigo entonces –concluyó Hunna toman-
do la mano de la joven, quien tras una breve sonri-
sa comenzó a tomar el agua.
–Nimias son las aguas que auspician las tierras de
nadie. Eternas son las sombras que oscilan en la
arena del abismo, deformados en los huesos de
condenados que no llegaron a la playa, no recibie-
ron la leve brisa auspiciada por la carcajada de la
Primera Dama, ni el abrazo de su nostalgia.

El paria repitió esas palabras tal como la an-


ciana repetía aquel pasaje, a su mismo compás. El
primer trago de Eco ya envidiaba los temblores
desgarrando su garganta, mientras que éstos últi-
mos tomaban más presencia a la par con la tormen-
ta de arena. Motas de arena emergen. Motas de are-
na esparcidas por doquier como filamentos, perfo-
raban los cuerpos etéreos de las almas condenadas
y agónicas que emergían a su vez a la par. Una can-
ción oscura de lúgubres términos tutelando una
danza de velos pestilentes. El núcleo devastador de
la tormenta se acercaba sin descanso, haciendo
temblar las bases del torreón de la Gaviota centra-
do en la mente de Eco, en la hacienda de su dolor.

245
El Torreón del Viento

Roca negra deshecha paulatinamente hasta


mezclarse y manchar la arena de oscuro espacio.
Deshecha con el rudo soplo de la tormenta, caído
sobre sí cual hoja tutelada por una nimia y leve bri-
sa, humedecida para la mezcla por cada trago ar-
diente. Cuchillas que una vez rasgaban la mente,
entonces se propagaban por todo el cuerpo provo-
cando exhalaciones y gritos sin voz del cuerpo re-
torcido de Eco. Tensados los músculos como se ten-
saron en el ojo de la tormenta cada filamento que
moría tras besar los olvidados cuerpos de la agonía.
Almas condenadas rodeando, auspiciando el ritual.
Parecían absorber el dolor, la pena de cada gota, y
como agua precipitada en aceite ardiente chispas
emergían con rabia de sus formas etéreas, alimen-
tando la refulgencia de su aura y sorbiendo la reful-
gencia de la fuente.

Las manos de Hunna resguardando las su-


yas, para Eco ya no eran más que telas negras ca-
lientes de la Primera Dama, respondiendo al alien-
to deseado por un abrazo, por la unión a las fuerzas
etéreas. A su espalda el susurro de ella regresó para
hacer temblar y oscilar entre abismo incógnitos el
alma de la joven. Humedeciendo su oreja mancilla-
da por la cicatriz de una antigua quemadura, ha-
ciendo vibrar cada palabra. <<Las lluvias nunca ce-
sarán para nosotras. Ahoga nuestra esencia infesta-

246
SKC_Studio

da de putrefacción con cada semilla dorada. Cues-


tiona un aliado cuando el enemigo te da más res-
puestas>>. La última nota solapó la última gota de
la fuente, y consigo una última exhalación de la
tormenta de arena levantó rudamente los polvos de
las tierras agrietadas.

La refulgencia se ahogó con las extensas es-


telas del primer sol asomando en el horizonte, mar-
gen del mundo solapado por la tormenta de ceniza
cuyas grietas (más anchas entonces) dejaban filtrar
la luz eminente. Luminiscencia fragmentada, como
los cuerpos etéreos convertidos en sal y disipados
sin importancia sobre sus propias heces. Soberbia
del tiempo.

¿Cuál es? ¿Cuál es el espacio entrelazado?


Corrompido. Los ecos de Eco oscilaban entre capas,
palpando la seca arena de la tierra árida y saborean-
do la amargura de la masa que auspiciaba el torreón
de la Gaviota. ¿A qué plano pertenecía entonces su
alma? Destello. El primer reflejo de un mineral do-
rado escondido sin tiempo en el núcleo de la fuente
de la Plaza de la Refulgencia ahora seca en el pala-
dar. Segundo parpadeo lumínico en los brillantes
ojos marrones de Hunna, esencia que la mantuvo
en pie entonces en la tierra árida.

<<El injusto camino de la penitencia>> mas-

247
El Torreón del Viento

culló exhausta la anciana en la retaguardia. Respal-


dado por la luminiscencia solar formando una os-
cura silueta, arrastrando con las piernas la turba-
ción, el temblor del aura sobre el horizonte, sobre
éste último un caminante errante cayó sin fuerzas.
Levantando con la caída apenas dos motas de pol-
vo.

<<Tráeme al joven y acompaña a las visitan-


tes, yo me ocuparé de sanar a este rezagado>> aña-
dió la anciana, cumplido fielmente por el paria. En-
tre los brazos de éste último, Benka empapado de
sangre y mancillado de múltiples cardenales, emitía
débiles exhalaciones. Eco estaba demasiado conmo-
cionada y exhausta para alzar la cabeza y percatarse
de la identidad del sujeto errante, sin embargo tal
detalle no pasó desapercibido para Hunna. En si-
lencio. Un caminante errante, sin fuerzas cayó so-
bre el horizonte temblante.

248
SKC_Studio

“Touka”

Las lluvias volvían a caer como forzosos fila-


mentos brutalmente entrelazados con la tierra hú-
meda y oscura albergue de minerales, madera y
fragmentos metálicos escupidos por una significati-
va explosión. No tenía sentido el sentido de la llu-
via ni el valor del sentir de un cuchilla insertada
tras un escarmiento. Sin sentir lo que los jadeos
transmitían al dejar de sentir. Sintiendo un vacío
intangible envolverle cada parte de su esqueleto. La
lluvia caída y deslizada sobre su rostro cual fluido
viscoso, tensándolo y sintiéndolo en el paladar con
cada jadeo propio. Nublada su vista como tembla-
ban sus cuatro extremidades. Los brazos queriendo
alzar la herramienta verdugo para sentir la exhala-
ción de la herida, el escupitajo de la Primera Muer-
te ante tan rastrera entrega, ante tal insulto a la ele-
gancia de un navío entregado al mar sin descanso y
sin puerto o playa a la que derivar, descender y as-
cender como filamentos etéreos. Filamentos con
rumbo en el profundo e infinito abismo, perenne
oscuridad con la decoración más bella de la simple
existencia, de los planos más tangibles y accesibles
para la corriente más común. Rumbo a su desapari-
ción finita.

249
El Torreón del Viento

Energía desintegrada tras el constante roce


de millones de esencias y energías ciegas de gran
carga y pesar. Las piernas queriendo escapar por
una vasta aunque banal versión de Harrenjal, bos-
que muerto. Hundiéndose en el fango con cada pi-
sada desesperada, marcando el ritmo de la misma
con cada crujir de la madera desistida por el viento
o el tiempo cargado. Son actos de hedor pestilente.
Son actos banales. Son actos que se silencian con
un grito ahogado. Necedades. No son ni las almas
más desvinculadas del barro la que auspician la
agonía. Es el puro filo del tiempo desvinculando la
nimia agonía de un cuerpo cárnico sin esencia eté-
rea recorriendo cada filamento de su esqueleto y
alma. La locura de una confusión escupida sin pena
en el rostro de Benka. Con las pupilas temblorosas
absorbiendo el acto realizado sin escrúpulos, sin
consciencia. Mordiendo sus labios para marcar su
culpa, tras un gran espasmo de esas piernas temblo-
rosas, huyó.

Marchó dejando caer y tomar un camino al-


terno al cuerpo agónico de un joven. Los juegos de
un juego macabro. Un juego ciego y silenciado. Os-
curidad y silencio acompañando dicha esencia.

Un calor sudoroso despertó a Benka entre


sábanas empapadas con intenciones de proteger el
fuerte y agitado ambiente relente. Ocupando el

250
SKC_Studio

trono del silencio con el acelerado latir de su cora-


zón y la caótica oscilación de la ventisca en el exte-
rior de su dormitorio en el Santuario Funnio. Am-
bos a la espera de la sanación completa o parcial de
su ojo izquierdo, Touka aguardaba con la paciencia
desgastándose paulatinamente. Ya sin esfuerzos por
mantener la dicha, ya sin la energía para tomar la
mano de su hermano malherido. Con una voz agri-
dulce con marcas de desdén, Touka comenzó a di-
vagar sin tener la escucha asegurada por parte de su
hermano, éste último sintiendo el dolor repartirse
por todo su cuerpo, temblores, espasmos y tos:

–Hace diecisiete ciclos, mismo, con apenas un sol


transcurrido tras el inicio de los juegos, naciste...
Por injusta consecuencia, pereció madre a manos
de la desnutrición cuya erradicación dependía del
premio de los juegos. Errado, nuestro padre regresó
con las manos vacías. Vacío ocupado por un recién
nacido tan delgado que parecía ser una aberración
de la Oscuridad intentando adaptar su forma para
cazar mejor.
>>Impregnado de sangre y vísceras, algunas podri-
das, de su amada entonces inerte. No soltó palabra
alguna hasta entregarme a mi nuevo hermano, tras
unos largos segundos y sin dirigirme la mirada.
<<Llévalo a la montaña preferida de Iris>> me su-
surró. Era imposible que sobrevivieras al ascenso,

251
El Torreón del Viento

incluso con mascarilla. Apenas lo lograba yo con


ésta puesta. Era imposible pero lo hiciste. Lloraste
todo el trayecto hasta llegar al elevador. Tu calma,
tu silencio me repetían como lúgubres ecos que ya
habías perecido.
>>Llorando junto con tu silencio, no abrí los ojos
hasta llegar arriba. El filo de la cargada y extraña
brisa cálida que siempre reposa a ras del suelo de la
montaña, traía consigo esta vez el macabro y me-
lancólico canto de las Valkirias. Sí... Por la sabidu-
ría de un Funnio. Esas majestuosas deidades de los
viejos cuentos Ímmri, resonaban con sus caballos
en mi cabeza. Al principio pensé que yo también
había muerto durante el ascenso y la locura forma-
ba parte de la vida en la muerte. No obstante, re-
gresé y madre seguía muerta.
–Mentiroso. Si hubieses ido a la montaña yo no es-
taría aquí y tú tampoco por la furia de padre –repli-
có Benka entre tos y risas.
–Sí... Tendrás razón. Seguro... –Touka nubló su vis-
ta entre la nada de sus dedos.
–Pero bonita historia –remarcó.
–Cómo a ti te gustan... –Touka se incorporó y aña-
dió–. Tengo que entregarle las provisiones a padre.
Intentaré no demorar para regresar lo antes posible
a verte.
–Ni te molestes. Ya sabes la respuesta que obten-

252
SKC_Studio

drás incluso sin acaparar la culpabilidad de todo...


“esto”.
–Ya... pero alguien tiene que hacerlo, ¿No crees?
Vamos... –Hizo una pequeña pausa y tras dejar es-
capar una leve sonrisa, prosiguió–. Anoche algunos
maestres avistaron un Droxacur rezagado. Cuando
estés mejor... podemos cazarlo juntos.

Tomando un delgado saco de tela tomó un


seco suspiro como despedida.

En su caótica presencia la lúgubre tormenta


dejó reposar un frío descanso. Sólo brisas de luto
refrescaban las tímidas huellas del joven y su saco.
No era del todo consciente de los pasos que realiza-
ba, únicamente seguía la dirección de dicha brisa.
Acariciando la columna del río, que ya tomaba su
forma natural, hasta el corazón del mismo. Recor-
dando el esplendor de las granjas armónicas, ahora
tomando el mismo tono y textura de las quebradas
nubes. Fragmentos de la masa en tierra succionan-
do el aire relente, escupiendo las últimas cenizas tal
y como las prendas y las manos del joven intenta-
ban desesperadamente escupir la sangre de su her-
mano. La sequedad de su misma parte la aferraba a
la superficie albergue.

Era consciente de ello y tuvo tiempo para


lavarse apropiadamente. El saco y la sangre era un

253
El Torreón del Viento

mensaje pensaba él. <<Es una prueba válida>> se


repetía entre susurros. Con ese mascullar se sentía
extraño recrear los tiempos consumidos de las
granjas y los páramos que las auspician. No tenía
claro con qué fin provocaba tales visiones. Se mez-
claban la nostalgia y el miedo en una paleta incier-
ta, más borrosa a cada huella marcada. Cada paso
más cerca de su casa. <<Diligencia Ka>>. Un cartel
desencajado de su mástil, húmedo y cubierto de
plantas auspiciadas por el recurrente ambiente re-
lente y su lluvia tajante, presente de orificios y ma-
gulladuras por los insectos ansiosos ante estructuras
de madera. Una gula pestilente.

Los campos habían cambiado desde hacía


mucho, y entonces, la tormenta no tomaba la más-
cara del intruso. Alejada de su caos y martirio en su
rastro lúgubre, la masa ya formaba parte del sur
desde hacía más de un sol. En el rudo entreteni-
miento de la paz y la tensa calma de la guerra. Po-
bre era el camino de tierra marcado hasta el humil-
de porche de la solitaria casa, cuya segunda planta
apenas se sostenía ante el azote del viento, el polvo
incrustado y la madera poco o mal cuidado con el
corriente pasar del tiempo. No obstante, como bien
se presentaba cual eminencia paseada en un barrio
poco frecuentado por la fortuna, los tiempos habían
cambiado. Se avecinan tormentas. Un poco de

254
SKC_Studio

compañía. El porche, aunque más largo, se aseme-


jaba al de la anciana en el húmedo sótano. Carente
de mínimo cuidado, carente de brotes florecidos,
siquiera elemento que otrora fueron raíces o semi-
llas. Nada, seco.

Todavía con su seguridad tras los pasos rea-


lizados con decisión a pesar de la visión oscilada
entre mundos de incertidumbre, Touka se detuvo a
respirar profundamente. Tajante con una tos, tomó
una respiración rasgada y entrecortada. Olvidó el
fácil levantamiento de las miles de motas de polvo
y humedad. Los pies en el porche haciendo crujir la
madera al mínimo movimiento, y olvidó la tor-
menta que azotaba entonces el sur. Estaba nervio-
so. Su seguridad se esfumó como se desvaneció un
ligero y pobre levantamiento de polvo a tres pasos
de la casa, entre matorrales secos de un verde pan-
tanoso. Necedades todos los pensamientos que lo
ataban al cuello y como una soga lo precipitaban al
vacío.

Un varón anciano musculado y de voz ruda


ligeramente aguda perdiendo su cuerpo descarri-
lando su melodía, masculló con rabia términos in-
teligibles. Posiblemente para él mismo inclusive. La
puerta compuesta por dos capas; una tabla de ma-
dera, pintada de amarillo antaño, abierta hacia den-
tro por completo. Una rejilla de hierro oxidado, ce-

255
El Torreón del Viento

rrado evitando parcialmente que pasen los insectos,


aunque dejando un rastro de polvo acumulado en
la entrada. Un felpudo interior de tal cantidad de
polvo y ceniza acumulado que lograba recrear la
orilla de un mar, cuya agua eran los tablones de
madera que conformaban el suelo, cuya sal eran las
motas de polvo en constante baile. Motas indecisas
por qué abismo al que aferrarse, suelo o techumbre.
La puerta de dos capas turbaba pues el cansado ros-
tro del anciana, equipado con una ballesta singular
y pesada. Y a pesar de la turbación, se reconocieron
el uno al otro prácticamente de inmediato dejando
un espacio de silencio y sorpresa entre ambos. Es-
pacio cortado por su primera parte por el rápido re-
flejo del anciano abriendo la puerta. Sonrisa corta-
da por el aspecto de Touka, cansado y mancillado.

Tomando una apariencia espaciosa desde el


exterior, el interior de la casa tenía salas pequeñas a
pesar de los pocos muebles que las completaban.
Con un intento de estilo rústico en la repartición y
decoración de las salas, en vano por los muebles
sacados de un vertedero ciclos atrás. Limpiados y
restaurados, aún conservaban rasguños significati-
vos, las telas y pinturas empobrecidas, muchas par-
tes con cardenales y quemaduras. Los dos únicos
elementos protegidos del polvo y cuidados sol tras
sol, se encontraban en el salón (primera sala a la iz-

256
SKC_Studio

quierda de la vivienda). Dos vitrinas colgadas en la


pared, una frente a la otra. La más cercana al pasillo
principal conservaba una camisa azul marino con la
tela desgastada por agua y una gran carga de tiem-
po. Un elemento simple con una etiqueta distintiva
cosida en la zona común del corazón funnio. <<K.
Peterson>>. En su opuesto, en una vitrina más pe-
queña y señorial por el marco dorado y sus surcos
cincelados, conservaba una viva imagen del cos-
mos. Basura cósmica parecía mantenerse en la órbi-
ta de una estrella moribunda y de poca presencia.
<<Faro: I2-41>> se veía reflejado en la esquina infe-
rior izquierda.

Pasado el arco que daba inicio al salón, sen-


tándose en el sillón marrón y manteniendo la ba-
llesta bien cerca el anciano masculló tajante a
Touka.

–Presenta tus respetos a tu bisabuelo.

Siguiendo la orden, el joven se inclinó ante


la vitrina de la camisa, besó su diestra e hizo el
amago de palpar la etiqueta sin llegar a tocar si-
quiera el nítido cristal. Hecha de nuevo la reveren-
cia, esperó permiso para sentarse en el sofá cubier-
to por una tela cosida formando flores otrora colo-
ridos con diversidad y alegría.

–¿Te han devuelvo los víveres como premio estúpi-

257
El Torreón del Viento

do de consolación? –preguntó el anciano con des-


dén tras indicarle a Touka sentarse con un gesto de
desgana.
–¿No te preocupa la sangre que porto en mis pren-
das? –replicó Touka.
–No seas niñato y contesta.
–No. Los juegos se han cancelado.
–¿Por qué? –interrumpió tajante.
–Un Med descuartizó al resto de participantes.
–¿Por qué? –replicó de nuevo.
–No... no lo sé.
–¿Por qué? –inquirió con énfasis.
–Alguien habrá quebrado el tratado, no lo sé padre,
de verdad. Ni siquiera conozco todas las clausulas
del trato, usted sí.
–Un hijo demente y el otro estúpido... Primera
clausula. Venga –masculló sin dar pie a la pacien-
cia.
–“No entrometerse en los asuntos de ningún Med
en servicio”.
–Segunda clausula.
–“No acercarse a menos de diez pasos de una bali-
za”. –rezó Touka perdiendo el aguante de sus ner-
vios.
–Maldita sea... –masculló para sí el anciano–. Es se-

258
SKC_Studio

cundaria pero has nombrado la quinta clausula.


¡Segunda y más importante para ellos!
–“No entrar en contacto con ningún contrabando
del espacio exterior y...”
–“No notificar de inmediato de la presencia del
producto o ser, implica cargos altos”. Sigo. “La
apropiación o el albergue del producto o el ser, im-
plica cargos perennes”.
–Sí... pero...
–Es decir, para ti, hijo mío, la muerte. Una ejecu-
ción. Nada de cuartos fríos.
–No entiendo a qué contrabando se refiere.
–Bien; primer cargo, tu estúpido hermano se enca-
ró con un Med en servicio; segundo cargo, fuiste el
albergue de un ser del exterior.
–Espera, ¿Qué? ¿La chica? Los mismos maestres le
dieron cobijo.
–¡Ah...! Entonces... si los ancianos con túnica cre-
yeron que estaba bien obviar un tratado que man-
tiene la paz y desarrolla tecnología a nuestro
favor... ¡Adelante! ¡Destruyamos el tratado por las
visiones de unos sin vida que mastican hierbas! –
Hizo una pausa para tragar saliva y prosiguió sin
desdén ni sarcasmo–. A los maestres Funnio nunca
les interesó el tratado, lo firmaron porque el sur les
presionó.

259
El Torreón del Viento

–¿Y qué debo hacer ahora?


–Por suerte para ti, he conseguido que no regresen
para cortarte la cabeza en mi porche.
–Gracias...
–Bien. Tienes dos opciones, traerme a tu hermano
y venderlo como culpable de todos los cargos, o
traerme al contrabando para que yo me ocupe de la
entrega.
–¿De verdad me estás pidiendo que condene a mi
propio hermano de cosas que no hizo? ¿A tu hijo?
–¡Ese bastardo dejó de ser mi hijo cuando mató a tu
madre!
–¡Madre murió porque no supiste traer comida a
casa!

Los gritos de ambos desencadenaron un si-


lencio sepulcral, frío, tensado por la carga de la tor-
menta que en un tercer plano se acercaba con peso
y tormento. El choque de resentimiento nervioso y
rabia transmutó bruscamente a puro terror y puro
odio. Ninguno supo cómo, ni cuanto tiempo pasó
hasta entonces, no obstante el anciano se precipitó
contra Touka. Volcando el sofá, se mantuvo unos
segundos con las manos en el cuello de su hijo, fría-
mente con la sangre hirviendo y la piel palpitando
al descontrolado ritmo de los espasmos del joven.
Un golpe con la mano cerrada en el rostro, otro

260
SKC_Studio

golpe con las dos manos unidas para caer con fuer-
za tajante sobre el pecho del caído, haciendo salpi-
car la sangre que ya rebosaba sobre sus labios. Se-
guido de otro golpe imitando el primero, acabó con
las manos de vuelta al magullado cuello. Sin cesar
esta vez. Aumentando bruscamente la fuerza y los
espasmos consigo, sin ningún tipo de defensa por
parte de Touka.

A compás con los espasmos de su hijo, sus


manos temblaban y se agitaban con cada más des-
control haciendo golpear la cabeza contra el suelo
en más de una ocasión. Cabeza alzada hacia atrás
seguida de una mirada carente de pupila, dando la
bienvenida al blanco conquistado salvajemente por
filamentos de sangre con raíz desbordada. A com-
pás con las venas hinchadas de su hijo a punto de
estallar, deseando hacerlo, soltó un grito sordo que
salivaba sobre su rostro carmesí. Saliva mezclada
con la sangre de su pómulo izquierdo, corte peque-
ño aunque profundo formado por el cuchillo del
anciano, enfundado en su cadera. Las venas no es-
tallaron pero el sonido se agudizó hasta no catarse.

Un sonido de ambiente seco se estableció


con los jadeos del anciano, apartado del cuerpo de
su hijo. De cuerpo retorcido, agarrándose el cuello
intentando erradicar el dolor desgarrador interna-
do, intentando inhalar todo el aire posible inte-

261
El Torreón del Viento

rrumpido. Sin tiempo para el descanso, el anciano


se incorporó con rapidez y agarrando con una
mano a su hijo por los ropajes, lo arrastró hasta de-
jarlo sin respeto a la salida.

–¡No regreses de nuevo con las manos vacías, bas-


tardo! –zanjó tajante el anciano, lanzándole el cu-
chillo a tres palmos sin dedicarle la más mínima
mirada.

Con el polvo secando sus labios dejó pasar el


tiempo sin fuerza alguna. La carga relente reposó
sobre su cuerpo y la leve aunque punzante brisa
rascó sus parpados hasta su apertura parcial. Enfo-
cando con dificultad la oscuridad que se cernía so-
bre él. El llanto inesperado reflejó su hambruna
ante la carencia de luminiscencia, su hambruna
ante la carencia de claridad para diferenciar la os-
curidad que le envolvía. Enfocando correctamente
bajo parpadeos provocados por la invasión de mo-
tas de polvo y cenizas caídas de la tormenta. Sin
discernir el momento del ciclo diario. La masa ya
mancillaba los campos auspiciados por las granjas
del sur. Y con ella la agonía de los corazones.
Touka regresó tambaleando al santuario Funnio so-
bre sus huellas, esta vez la sangre lograba imitar las
quebradas nubes, más fracturadas entonces sin lle-
gar a desvelar el interior o el exterior escondido.
Los surcos seguían en auge y las nubes seguían por

262
SKC_Studio

el camino de la descomposición estableciendo la


llovizna de ceniza. Ligera empatía.

Entró al santuario directo al banco de ma-


nuscritos público como caminante errante, tamba-
leante en busca de un último aliento evitando el
asiento eterno. Los pasillos ya oscuros y húmedos,
entonces se alzaban pestilentes envolviendo al jo-
ven. Los cristales del puente, ya nido de raíces con-
geladas, entonces se alzaban opacos, rayados y frag-
mentados sin llegar filtrar el exterior de manera di-
recta. El frío y la angustia de la tormenta eran los
únicos elementos que lograban filtrarse, más allá
del cristal, más allá de las paredes, más allá del teji-
do de la carne, más allá del tejido del corazón, por
no hablar de la atmósfera de la mente.

Las ráfagas cargadas de la ventisca ya hacían


temblar el puente, entonces se hicieron más cons-
tantes. Inestables para el equilibrio del joven que
no logró cruzar el puente sin caer en el último
paso. Sin perder el conocimiento fijó la mirada en
la fina capa de polvo que reposaba virgen sobre el
suelo. Le pareció curioso por la cámara. Le pareció
extraño por la eminencia funnio. Demasiado polvo
para tanto manuscrito antiguo y sensible. Polvo le-
vantado por los ágiles pasos del varón del cuerno
quebrado, acudidos en la ayuda de Touka y trasla-
dado a rastras hasta la sala privada tras el escritorio

263
El Torreón del Viento

del maestre Funnio. Turbado por la conmoción,


sólo pudo observar un pasillo largo y plano con to-
das las puertas cerradas, antes de acabar en la pri-
mera cámara derecha. Cámara circular únicamente
equipada con una camilla y equipo médico guarda-
do en una mesilla metálica. El equipo se había usa-
do recientemente y dejado sin lavar, pero el maes-
tre no echó en falta ninguno, únicamente una je-
ringuilla que sin más dilación usó para inyectarle
una sustancia blanquecina a Touka.

–Sus heridas no concuerdan con su estado, ¿Por


qué el relajante muscular? –preguntó con sincera
curiosidad el varón.
–No corresponden, pero el choque físico inespera-
do y el choque emocional han disparado diversos
efectos en su cuerpo –explicó rápidamente para
proseguir con Touka–. No podrá moverse por un
breve momento, suficiente para descargue su ira en
versos y no en puños como bien pretendía al venir
aquí. Un último aliento.
–Os creéis muy listo, ¿verdad? Sólo sois unos fósiles
egoístas –comentó Touka con resentimiento.
–¡Ah! No puedo con esta gente... –masculló el va-
rón mientras se retiraba hasta la pared.
–Nosotros sólo observamos y recopilamos informa-
ción, no servimos para más ni tenemos la fuerza ni
mucho menos la obligación de resolver rencillas fa-

264
SKC_Studio

miliares o guerras que sí adquieren el adjetivo de


egoístas. No somos mejores que nadie, pero por lo
menos intentamos cumplir con nuestro cometido y
ser una pieza, por pequeña que sea, clave en el ta-
blero del cosmos. Recuerde que hay...
–Sí, sí... “Hay muchos juegos en el universo”.
–Y todo juego es peligroso si no se sigue las reglas
dictadas. El más mínimo movimiento del cosmos es
colosal al lado de nuestra simple y mortal existen-
cia. ¿Quiere proteger a su hermano? Sea algo más
que un peón en un tablero infinito. ¿Está harto de
las normas o la propia paz? Entonces deje de criti-
car y actúe, Touka. No es la primera vez que tene-
mos una conversación con tales rasgos.
–¿Touka hijo de Dekka? –preguntó sorprendido el
varón.
–¿Me conoce?
–A su padre.
–¿De qué lo conoce? No eres de por aquí.
–Y por eso mismo le fui útil dándole una informa-
ción sobre su pasado.
–El necio pagó un precio demasiado elevado para
tal información... –comentó el maestre Funnio con
decepción y lástima en una mirada vacía.
–Cuide sus palabras –dijo Touka colocando el cu-
chillo de su padre en el cuello del maestre.

265
El Torreón del Viento

–Cuide sus amenazas –contestó de la misma mane-


ra el varón con su espada contra el cuello del joven.
–Calme su caos, Touka... –apuntó el maestre apaci-
ble ante el filo de las hojas.
–Vosotros mismos lo predicáis, ¿No? El caos forma
parte del divino equilibrio –burló Touka para pro-
seguir dirigido al varón sin despegar la mirada de
su cuchillo–. ¿Qué información le diste a mi padre?
–Debería agradecer la existencia de un Santuario
Funnio en vuestras tierras, mi información no es
barata.
–¿Qué quiere? ¿Mi alma?
–No... –rió–, no es mi estilo. Un cuerno de Hek.
–No es caro. ¿Dónde está el truco?
–Ninguno, me hace falta.
–¿Dónde lo encuentro?
–Muchas veces, joven Touka, los caminos se entre-
lazan o evolucionan a la par.
–Así que tiene información. ¿Cuál ha sido la última
recopilada?
–La huida predecible de su hermano.
–Maldita sea...
–Y... Sé que nunca hemos tenido una gran relación
de amistad, sin embargo me gustaría que recordase
que todos podemos alcanzar el Caos Armonizado
de alguna forma. Si se siente perdido y realmente

266
SKC_Studio

no es consciente de sus actos inmediatos o en sus


conclusiones, recuerde, por favor, calmar su caos. –
el maestre hizo una pausa y prosiguió con la puerta
entreabierta antes de abandonar la cámara junto al
varón– En breves recuperará el control de su cuer-
po, ya sabe dónde está la salida.
–Sí... Muy amable. –masculló Touka para sí.

Una vez pudo retomar el control de su cuer-


po, no demoró en comprobar si su hermano seguía
reposando en su estancia. Efectivamente sus vagas
esperanzas fueron en vano. Ni rastro de Benka ni
de sus pertenencias seguían ahí, únicamente la mo-
chila de Touka a pie de la cama y su bastón al lado.
Tal y como lo dejó, exceptuando por la carga de la
mochila, repuesta de víveres frescos, enlatados y al-
gunos neceseres, de entre ellos curiosa moneda de
oro que atrajo su atención.

–Cortesía del maestre –comentó el varón apoyado


en el marco interior de la puerta observando como
Touka examinaba su mochila.
–Ya... –Hizo una pausa reprimiendo una risa sar-
cástica y prosiguió–. ¿Tiene usted nombre o título?
“Caminante”.
–Uh... –remarcó con énfasis–, a los del sur nunca os
gustaron los “extranjeros”, ¿No? –replicó sonriente.
–Es la mejor manera de conservar la paz.

267
El Torreón del Viento

–Oh... –exhaló con dolor–, la paz con los tuyos...


Que cruda visión de la familia tiene Dekka.
–Qué bonito es verlo todo desde un pedestal de
diamante.
–... –rió–. Hekanim.
–Así que tienes título.
–“Cazador de Hek”. ¿Te gusta?
–Me encanta –contestó irónico Touka cruzando la
puerta con su equipo, preparado para emprender su
viaje.
–... –rió y tras unos segundos pensativo, y añadió
deteniendo la marcha del joven–. ¿Sabes dónde
buscar?
–Sé por dónde empezar.

Touka marchó pues sin mirar atrás, hacia la


profundidad de la tormenta, colina abajo, río abajo.
Llegado al último árbol perteneciente a la arboleda
que respalda los prados verdes, lo inspeccionó. Sin
dudas cruzando por su mente, comenzó a adentrar-
se por la arboleda contando entre susurros los pasos
realizados con gran apertura. Sin perder la concen-
tración ni el equilibrio a pesar de los fuertes y mo-
lestos azotes de la tormenta, en auge por esa zona,
consiguiendo desmembrar algunos árboles fractu-
rando las ramas con su propia energía o el choque
de sus vecinas. Dados siete largos pasos, se detuvo,

268
SKC_Studio

se agachó y alzó una trampilla. Una fina reja con


hojas pegadas para cubrirla. Una rampa ofreciendo
un hueco lo suficientemente ancho como para al-
bergar el transporte que tanto polvo, tierra y ramas
acaparaba. Una versión reducida de los carros de
motor que tiraban otrora de las caravanas de las di-
ligencias. Elevado del suelo gracias a dos palancas a
cada costado para que el motor de la base no sufrie-
se rasguño ni intrusión alguna.

Touka se colocó de cuclillas para tirar de


una manilla incrustada en el costado izquierdo de
la parte trasera, hasta que advirtió unas formas en
el polvo. <<Jpt>> no eran siglas sino un nombre o
título incompleto, desgastado por algo más que el
soplo del tiempo pero igualmente intangible. Impi-
diendo la entrada a más preguntas, comprobó la
fuente de energía retirando parcialmente un cilin-
dro de cristal. <<Suficiente>> masculló advirtiendo
del líquido azul conservado en un segundo y fino
tubo de cristal interior. Habría un cuarto del conte-
nido total. Tornando ligeramente una llave ubicada
en el centro de los controles del carro, tras la pan-
talla de vidrio opaco parcialmente rectangular con
un acabado superior ovalado para proteger al piloto
del viento y sus motas, el motor de la base se ilumi-
nó de rojo exhalando calor. Touka esperó paciente,
frío, brevemente hasta advertir el color azul oscuro

269
El Torreón del Viento

del motor todavía exhalando calor en menor carga.


Las palancas ya no eran necesarias. Al retirarlas, el
carro se mantenía por sí solo, listo para su piloto
que con calma tomó el transporte. Con las manos
en dos agarres prácticamente internos en los costa-
dos del carro, ejerciendo fuerza tirando de uno po-
día manejar la dirección con fluidez.

Rodeando el Ojo de Thum, siguió la recta


del desierto de Taitayörr hacia el horizonte toda-
vía despierto a pesar de la oscuridad nocturna que
reposaba en cualquier páramo a la vista. Sin tor-
menta por delante, catando ligeramente los pobres
destellos solares que con ansias se inclinaban sobre
el horizonte lejano. Provocando un levantamiento
bruto, espeso y constante del polvo bien aferrado a
las tierras secas y agrietadas, debido al contacto ta-
jante del calor del motor contra la bruma árida.
Con la masa por detrás, ocultando sus recientes
huellas con su densa sombra inquieta. En viento
seco que constantemente azotaba el rostro de
Touka no lograban burlar su fría y decidida expre-
sión. Había visto algo más que la cata directa y más
vulgar que sus ojos podrían brindarle.

Con la eficaz velocidad del transporte, no


tardó demasiado en cruzar el pueblo de la Plaza de
la Refulgencia, entonces sin dicha refulgencia, seca,
y por consiguiente alcanzar su objetivo, la choza de

270
SKC_Studio

la anciana. Sin los farolillos vigentes en su cálida y


tenue luz, a pesar de su necesidad. Todas las entra-
das entregaban vía libre; las puertas de la choza y
de la casa subterránea entornadas, la trampilla al
descubierto. No era un descuido, debía entrar sin
complicación alguna. La postura de muchos habría
sido defensiva ante una clara trampa o emboscada.

No obstante, Touka seguía con su seguridad


y decisión, manteniendo el bastón enganchado a su
espalda. Directo por el pasillo nacido entre dulce
vegetación, exótica entre sí, pisando despreocupado
los blancos helechos y siendo consciente de la peli-
grosidad de las columnas pestilentes con los insec-
tos más acelerados y agitados que de costumbre. Es-
tando la puerto roja circular entre abierta, se podía
apreciar a la anciana en su silla junto al extremo de
la barra. Deseando que los tés que reposaban sobre
la barra se mantuviesen calientes, exhalando con
vagancia la bruma cálida. Unas columnas deforma-
das oscilando sin rumbo aparente, aún con una li-
gera tendencia caída cerca de la anciana.

–Cuánto has crecido... Noto oscuridad inducida en


tu mirada –masculló la anciana con una tierna son-
risa.
–Siempre pensé que dejaste voluntariamente al
Santuario Funnio porque viste incompetencia entre
tus compañeros. ¿Qué pasó con mi madre? Siempre

271
El Torreón del Viento

os gusta juntar caminos, y “casualmente” te has to-


pado en el mío. Dime, ¿Qué hiciste?
–Siempre tomando la primera verdad cómo firma
correcta. Dejé ese círculo porque no quisieron to-
mar ninguna represalia contra mi incompetencia
en las artes de sanación. Dejé ese círculo porque
dejaron pasar un contrato de alma, firmado en sus
narices.
–Sólo quería venir para saber si te habías topado
con mi hermano o alguna joven. Pero no dejáis de
sembrar dudas, predicáis la guía de la existencia de
uno pero turbáis el camino con más preguntas am-
biguas, acertijos y verbos de incertidumbre.
–Si te has cuestionado lo segundo es que has cono-
cido a Hekanim, y por ende no puedo revelarte su
información –dijo observando ciegamente la taza
más cercana, vacía, para dirigir sus grisáceos ojos
hasta los de Touka–. Cumple con tu parte del trato.
–¡La vida de mi hermano está juego! –gritó deses-
perado desgarrando su voz y golpeando algunos
manuscritos a su paso–. Y no sé muy bien qué ac-
ciones tomar, pero te juro que te arrancaré la piel
cómo no me digas nada.
–Estarán a punto de escalar la montaña del archi-
piélago helado. Ahí están los dos sujetos que bus-
cas.
–¡Joder! Maldita sea –rió–. Claro, por eso la mone-

272
SKC_Studio

da...
–Te digo la verdad, pequeño. –Entre los nervios de
Touka, la anciana masculló–. Te perdono.
–¿¡Qué!? –se dio la vuelta bruscamente para enten-
der mejor lo que mascullaba la anciana–. ¿Qué? –
Quedó completamente helado al advertir de la es-
encia inerte de la anciana, recostada en su silla con
la boca abierta y un amago de espuma azul asoman-
do por la comisura de sus labios secos–. ¿Por qué?
¿Para qué? –se repetía hasta fijar su atención en el
té, su taza todavía llena–. Te echaron... Nunca de-
jaste esa faceta tuya. ¿Pero qué es lo que quieres
ahora? –Tomó su taza dispuesto a beberla–. ¿Asu-
mir mis consecuencias? No... –dejó la taza y reposó
con fuerza los brazos sobre la barra y con los ojos
bien abiertos y una extraña sonrisa titubeante pro-
siguió hablando con sí mismo–. No... Ya ha asumi-
do la mayoría. ¡Deja de ser un niñato! Sí...

Abandonó la zona con rapidez y decisión a


pesar de mantener en todo momento la mirada
baja.

La puerta que daba paso al pedestal de la an-


ciana se abrió paulatinamente, entornada por una
mano temblante. Benka. Dejando liberar sin fuerza
unas lágrimas, acudió a la anciana con mucha cau-
tela movida por el miedo e incertidumbre. Dejando

273
El Torreón del Viento

que el único protagonista del sonido fuere el crujir


del bambú a sus pies. Fino y paulatino. Crujir dete-
nido en su auge tras alcanzar a la yaciente en des-
honra, presente de las temblorosas caricias de Be-
nka por el costado de su rostro. Buscando algo, un
atisbo de luz en sus ojos ciegos apagados, un atisbo
de nimia y dulce brisa turbando la espuma del té
sin forma apenas, un atisbo de vestigio entre sus
manos aferradas a su tela, un atisbo de guía en los
granos de arroz que reposaban en el fondo de la
taza vacía. Las lágrimas de dolor transmutaron. Lá-
grimas de cristal, fáciles de quebrar en mil pedazos.
Lágrimas carmesí, abanderadas por la irracionali-
dad no respetada.

Alguna de esas lágrimas se evaporarían en


los ojos de Touka, ensartado y precipitado en su
trayecto. Abriéndose paso como una cuchilla por
las escasas ráfagas de viento, rezagadas de la masa.
Abriéndose paso como un insecto cualquiera sin
camuflar por los dos páramos más cercanos que re-
pelían la masa, el desierto rojo de Taitayörr y el de-
sierto de arena blanca con montañas y montículos
de sal además de la aleatoriedad de rocas rojas.
Abriéndose paso como paisano en un laberinto por
las líneas de su existencia. Abriéndose paso con di-
ficultades por una de las bifurcaciones del desierto
blanco. Siendo la bifurcación evitada por Touka

274
SKC_Studio

aquella respaldada por un bosque oscuro, rodeando


el lúgubre yelmo capado por la masa descendida
hasta la fría y negra tierra.

Acabado el desierto blanco, último extremo


succionado por la masa, el joven piloto cruzó una
frontera peligrosa. El extenso pantano que reinaba
a los pies del archipiélago helado, puertas del norte.
Con mucha superficie de tierra y barro mantenien-
do las islas de hierba sobre un océano verde com-
pletamente congelado. Debía recorrer mucho pan-
tano hasta llegar a la gran montaña helada que aus-
picia sus hijas flotantes. Recorrido inviable para el
carro con escasa fuente de energía en el tanque, y
el caos escénico. Caos tutelado por los filamentos y
la ventisca de la masa golpeando y desestabilizando
el transporte. Caos tutelado por incómoda relación
entre el cálido motor y la superficie altamente con-
gelada. Se veía solapada por el cuerpo eminente de
la masa, sin embargo dicha superficie exhalaba su
propia bruma fría. Antes de colapsar o colisionar el
transporte, Touka optó por recorrer a pie las tierras
de hedor pestilente encerrado en el hielo, intensifi-
cando el ingrato perfume constantemente emer-
gente. Sin tiempo para esconder el carro, se hizo
con el tanque que alberga la fuente de energía y la
guardó en la mochila.

275
El Torreón del Viento

Con la masa azotando con gran agresividad


la zona, era crucial saber qué recta concluía para
encabezarse hacia el centro del archipiélago. Cami-
nando por las aguas congeladas, Touka fue evitando
los insectos y esporas traicioneras que podrían ca-
muflarse entre la corta y lúgubre vegetación, naci-
da de la tierra negra y el barro viscoso. Entre el
azote y la ceguera de la masa y las formas, aunque
caóticas, tan repetidas de los trazos terrestres del
pantano, la noción se desvinculaba por completo
de cualquier caminante errante. En ningún mo-
mento fue consciente del tiempo transcurrido hasta
encontrar el núcleo del pantano. Una espiral colo-
sal filtrada entre los innumerables arcos de hielo
rocoso, las patas de la montaña central, con la tie-
rra lúgubre avivada, la congelación derretida en
una pureza de agua y la presencia de la masa repeli-
da. Un filtración paulatina que concluía en la fron-
tera abstracta que marcaban esos pilares o arcos de
hielo corpulento.

Cada dos pilares, una canoa con las mismas


características que las barcas funerarias que descen-
dieron el valle, reposaba sobre las aguas en calma.
Buscando entre los hierbajos con cautela, Touka
rescató y tiró de una cadena oxidada y conquistada
por moluscos. Gruesa cadena cuyo extremo se en-
trelazaba con la regala de la canoa, para así ser re-

276
SKC_Studio

cuperada con facilidad por un caminante. La cade-


na, además ayudaría de cierta forma al peso de la
canoa con el corpulento cuerpo del joven, incómo-
do al subirse. De espaldas al núcleo de la espiral,
comenzó a acariciar las aguas de un lado a otro con
el remo que reposaba en el interior de la canoa.
Observando la muerte de la masa por las aguas que
con mucha calma surcaba, el curioso choque del
caos con la armonía.

Adentrándose en un espacio de ambiente


agradablemente cálido, cuya cúpula de rocas grisá-
ceas revestidas por diferentes aunque gruesas capas
de hielo en su mayoría era tan colosal que la espiral
de su base. <<En el centro del mundo... como un
viajero explorador de los cuentos para niños>>
masculló sonriente a pesar de ser consciente de las
razones de su motivación y rumbo, trazando un
rostro agridulce tras el comentario. A cada caricia
de remo, se fue trazando la espiral en pos de él. La
canoa seguía fielmente los surcos de agua estrechos
entre las marcas de hierba glauca, pura y resplan-
deciente. Muchos tajos de hierba soplaban un brillo
más marcado que otros, no fue hasta que un rudo
destello celeste deslumbrase al joven cuando se
percató de las guirnaldas. Fragmentos de hielo en
forma del vestigio de las estrellas, colgantes de la
techumbre circular. Destalles resplandeciente que

277
El Torreón del Viento

le llevaron al dulce catado del núcleo.

Espiral de esencia flor de loto cuyo brote


emergía en cada ramificación del árbol de cerezo.
Iluminado con la eminente presencia de una estre-
lla que jamás guía al planeta. Una estrella cuyo bri-
llo únicamente se filtra por la montaña central, una
apertura en la cúpula tras las guirnaldas, hasta dar
vida al cerezo. Árbol más vivo que cualquier otro
en el exterior; con las ramas fuertes, delgadas y jó-
venes; el cabello resplandeciente y puro, pétalos de
un color vivo y único. Siguiendo la línea de la espi-
ral, una constante nimia y dulce brisa acaricia dul-
cemente las ramas y sus brotes, acompañando a al-
guno a danzar bajo la tutela de su canto silencioso y
seguir su curso hasta la deriva. Pétalos reposadas
sobre las aguas puras sin fondo esclarecido, diva-
gando sin fin aparente hasta toparse y entrelazarse
con las hierbas glaucas. Pasado el tiempo necesario,
los pétalos se someten al soplo del tiempo para en-
tregar toda su esencia a dichas hierbas. Flores de
loto nacen entonces en los surcos glaucos.

Más brisas con mayor o mismo tacto, hacían


vibrar los tallos de hierba glauca entre sí, hacían
viajar el frío y su bruma de las rocas de hielo, pro-
vocaban alteraciones puntuales en las aguas. Man-
tenían el lugar vivo. Turbando ese ambiente silves-
tre, la canoa provocaba alteraciones en las aguas en

278
SKC_Studio

todo su recorrido, derivando en nimias olas sobre


las hierbas más cercanas. Una perturbación tajante
aumentó radicalmente las alteraciones y sus olas.
La cadena se detuvo en seco tirando así de la regala
de la canoa, elevada verticalmente por un momen-
to. El canto de las brisas se alteró por la tensión
ahogada de la cadena y el jadeo de sorpresa de
Touka. Entonces, la calma reposada como cemento
en el ambiente tomó un carácter incómodo y de
mal augurio ante cualquier perturbación repentina.
El joven, expectante de lo ocurrido y nerviosa aler-
ta ante la siguiente perturbación inevitable, se per-
cató y maldijo la pérdida del único remo. Fuera de
su alcance divagando entre aguas extremadamente
frías, contempló la opción de naufragar hasta el ce-
rezo, vivo sobre un montículo de tierra decorado
por sus propias raíces.

Preparado para saltar, equipado de su mo-


chila en la espalda contigua del bastón, posó un pie
en la regala delantera. Cortando el amago de su sal-
to, la regala trasera encadenada se partió de pronto
con gran fuerza tirando de la cadena. Volcada la
canoa, el joven cayó sin fuerza al agua. La profun-
didad era más oscura que aquella decorada por es-
trellas, sin embargo la luz privilegiada del cerezo
conseguía detallar los primeros pasos de profundi-
dad. Advirtiendo del creciente groso masivo del

279
El Torreón del Viento

hielo cada vez más blanco en la profundidad. Ad-


virtiendo de los ojos glaucos de un corpulento rep-
til, el cual doblaba el tamaño y el grosor de los pila-
res en la superficie. Criatura de piel escamosa de un
verde muy oscuro, con dos patas delanteras gruesas
y de romas garras, siendo el resto de su cuerpo
múltiples y extensos velos jugando a ser aletas.

Los ojos con dos tallos negros verticales en


el centro del reptil, se quedaron fijos en Touka
mientras se dejaba llevar por una insignificante co-
rriente. Enseñando la variada dentadura, afilada,
roma, fracturada y quebrada, con la cadena engan-
chada en uno de ellos. Enseñando con prepotencia
la dentadura revestida toscamente de oro. Advir-
tiendo de ese último detalle, el joven recordó la
moneda del maestre Funnio colocada en su mochi-
la. Sin realizar movimientos bruscos, la sacó y la
lanzó como pudo al reptil, quien con velocidad de-
masiado rápida para su peso y estructura corporal,
recogió la moneda tajante sin herir a la mano de su
codicia.

Llegado a la orilla del núcleo ayudado por el


agarre de las raíces ligeramente más gruesas que las
ramas, se tumbó para quedarse observando las guir-
naldas levemente sometidas a una danza monóto-
na. Con el frío haciendo temblar sus extremidades,
debía salir de aquella zona y encender un fuego.

280
SKC_Studio

Buscando una forma de llegar hasta la aper-


tura de la cúpula, advirtió de dos lianas toscas col-
gantes de la techumbre hasta rozar el agua, pasando
por los dos costados de dicha apertura. Estando ya
mojado, tirarse al agua podría ser un error care-
ciendo de la certeza de que el reptil no reclame
otro tributo por sumergirse de nuevo en sus aguas.

Palpando las hierbas de las espirales en bus-


ca de una alternativa más segura, advirtió de un
tramo de hierba nacido sobre un puente de hielo
directo entre las dos lianas. Manteniendo el equili-
brio y disculpándose sin cesar por pisar las plantas
glaucas a su paso, alcanzó y subió por una de las
lianas. El exterior estaba completamente deslum-
brado por la eminente luminiscencia de la estrella.
Alcanzada la superficie, la visión clara seguía sin
tener voto ante tal haz de luz más deslumbrante
que la observación directa a cualquier sol. Parecía
la puerta a otro mundo, otro plano de existencia es-
condido en el Exodar. Aislando su camino lumínico
del escenario montañoso nevado, de las corrientes
habituales del vestigio de ventiscas de la cima, y el
estruendo ahogado y agónico de la masa, tormenta
incapaz de apaciguar en gramo alguno tal refulgen-
cia. Aislando todo turbación del silencio para filtrar
la tenue vibración de su luz, como minuciosas y
muy cautelosas caricias de múltiples piedras de

281
El Torreón del Viento

cristal entre sí.

Siguiendo y palpando la pared rocosa y he-


lada del costado derecho, Touka salió del haz de
luz. Con una fina y breve nitidez, sus ojos fueron
captando el escenario y el paisaje más lejano. En-
tonces se encontraba en la base de la montaña cen-
tral, una amplia cornisa rocosa, helada y nevada
con amplias vistas a su disposición. Vistas auspicia-
das por el extenso paisaje del pantano mancillado
por la masa, vigente a pocos pasos de la cornisa. El
caos de cada azote de la masa sin lograr turbar la
paz de la nieve reposando apaciblemente sobre
cada roca gris. Siguiendo pues el haz de luz hacia su
origen, ésta misma remarcaba la brecha formada en
la sólida capa de nubes que respaldaban a la masa.
Estando en la fase nocturna del planeta, la única
luminiscencia vigente tomaba más fuerza. Perplejo
tras avistar la brecha, Touka se percató de que sus
prendas ya se encontraban completamente secas
por la propia luz.

Contigua a ésta última, grabados en un mar-


co romo incrustado en la pared rocosa, dos escritos,
dos párrafos se presentaban en simbología de la
Lengua Antigua. <<El texto original y su traduc-
ción común>> masculló Touka leyendo de arriba a
abajo. La Lengua Antigua, sabida al completo por
ningún mortal, sufría una traducción especial a una

282
SKC_Studio

común entre los Funnio, manteniendo la misma


simbología.

“Aquí yacerás, Thum, aislado. Por burlar la


corriente natural del planeta que viste nacer. Pri-
mer gigante de páramos desiertos, condenado a
perdurar tanto como tus hijos, atrapado en el hielo.
Tu nombre nunca se desvinculará de la memoria
mientras el sello permanezca también ”. Primera ta-
blilla.

Tablillas de guía hacia el ascenso completo.


Touka comenzó la partida, ese mismo ascenso.
Apenas subidos unos escalones, alcanzó el primer
rastro de sus objetivos. Una fogata ya conquistada
por el hielo, con restos de comida ensartada en fi-
nas ramas y tres marcas que confirmaban los asien-
tos de tres individuos. <<Ya está con ellas>> mascu-
lló Touka preocupado. Con la esperanza de alcan-
zarles al alba, siguió subiendo la montaña, decidi-
do, atravesando el azote de la ventisca montañosa
cada vez más presente, sin prestar atención alguna
a las tablillas.

Pasadas seis de dichas tablillas y con la carga


relente en auge auspiciando el amanecer próximo
sin rastro todavía, advirtió de unas voces en la leja-
nía. Subido el último escalón estrecho antes de un
descanso en el ascenso, confirmó la identidad de

283
El Torreón del Viento

los individuos. Sorprendido por la presencia de


Hunna, Eco y el paria (reconocido por él como
Khino), junto a una hoguera recién avivada bajo el
amago de una gruta, un ligero cuenco en la pared
rocosa de la montaña. Enojado por la ausencia de
su hermano. Dejó la mochila sobre el último esca-
lón, tomó su bastón y caminó paulatinamente hacia
los tres. Su oscuro rostro no cambió cuando Eco ad-
virtió de su presencia con alegría, sentimiento
transmutado bruscamente a la incertidumbre asus-
tada.

–¡Silencio, hermano! –gritó Benka detrás de Touka


cuyo rostro no esclareció pero tomó un ápice de
sorpresa–. No tienes porqué –comenzó a acercarse
a su hermano con una lanza–. No tienes porqué
ser...

Un golpe seco en el rostro de Benka con el


bastón de Touka lo interrumpió. Se estableció una
extraña calma en aquel reposo nevado, entre ja-
deos, quejas de dolor y la punzante ventisca que no
descansaba soplo alguno. Breve calma. Enfurecido
y fuera de sí, Touka comenzó golpear sin cesar a su
hermano tendido en el suelo con el bastón. Entre
algunos golpes errados y otros duramente acerta-
dos, el mayor no dejaba de disculparse. No hay jus-
ticia para ninguno. Un hecho con el que tenían que
convivir. En un ligero descuido, Benka logró tum-

284
SKC_Studio

bar a su hermano burlando sus piernas y alzarse so-


bre él colocando su lanza bloqueando su cuello.

–Joder, hermano... No tienes porqué ser tú el que la


mate. ¿No te das cuenta? ¿La presencia de quién ha
perturbado nuestras vidas? –le susurró Benka a su
hermano mientras Eco acudía en su ayuda desde la
fogata.

Auspiciado por un grito digno de estruendo,


Touka apartó a su hermano de encima y se encaró
sin titubear a Eco, quien no pudo detener del todo
el golpe de bastón contra su pecho, precipitándola
al suelo con escasa respiración. Dejando su bastón a
un lado, Touka se puso encima de la joven y de una
estocada perforó por completo el brazo derecho de
ésta con su cuchillo. Desgarrando y triturando la
carne y los músculos de la zona del antebrazo.
Touka alzó la mirada expulsando una bruma de
descanso y alivio, tras las nubes congeladas advirtió
de unas luces, destellos que le recordaron unas pa-
labras del maestre Funnio. <<Recuerde calmar su
caos>>.

285
El Torreón del Viento

**

–Ya... –Touka río demente–. He calmado mi caos


por vía errónea, ¿ver...?

Cortando su último término, el felino se


precipitó contra el joven para intentar devorar su
rostro, únicamente bloqueado por el brazo de éste.
Aún teniendo las garras insertadas en sus hombros,
resistía la fuerza del felino con constante ferocidad.
El aliento cálido de la bestia se acercaba cada vez
más al rostro del joven, cuando una lanza atravesó
su cuello de una estocada. Acto de Benka. Incorpo-
rado Touka, sin descanso para éste, recibió los
constantes ataques de Khino enfurecido y sediento
de venganza, mientras Hunna quedaba bloqueada
junto a Eco sin saber qué hacer. Los ataques de
Khino eran demasiado constantes y contundentes
para la pequeña defensa de Touka. Caería en cual-
quier momento.

–Esa indumentaria... Esa destreza... Los rumores


son cierto, ¿Verdad? –Touka empezó a fijarse en los
detalles para intentar desconcertar a su adversario
y ante su caída inminente–. Si no me dejas ir, les
diré lo que eres... –hizo una pausa y prosiguió de-
jando su pecho al descubierto, sin defensa–, Espec-
tro.

286
SKC_Studio

–¿Cómo? –Khino detuvo el ataque a apenas un pal-


mo de la clavícula del joven, temblante no podía
alimentar la afilada hoja de su espada.
–Creía que estabas muerto y por eso empezaron a
crear todos esos rumores. Un espectro de la her-
mandad no puede dañar a nadie estando de servi-
cio, ¿Verdad? “Hasta que el cumplimiento del con-
trato os separe”.
–No voy a dejar que la remates.
–No quiero eso... Dile que lo siento mucho, no es
excusa pero la cordura se evade fácilmente en estas
tierras...
–¿Qué quieres entonces, escoria?
–Deja que se la lleven –señaló las nubes congeladas
respaldadas por aquellos destellos más intensos en-
tonces–. Tienen recursos para sanarla. No la conde-
nes con tu magia negra.

Tomando la lanza de su hermano rebuscan-


do entre su mochila, Touka tomó además un seco
suspiro como despedida. Mezclando la sangre del
felino con la Benka, éste último cayó por los esca-
lones.

Destellos en el errado cielo convertidos en


focos sin la congelada máscara, descendieron acla-
rando los ríos de sangre formados en la armónica
nieve, al margen de la caótica ventisca.

287
El Torreón del Viento

Capítulo 5
W2-93
Aquí yacerás, Thum, aislado. Por burlar la
corriente natural del planeta que viste nacer. Pri-
mer gigante de páramos desiertos, condenado a
perdurar tanto como tus hijos, atrapado en el hielo.
Tu nombre nunca se desvinculará de la memoria
mientras el sello permanezca también.
Combatiendo con tu soledad erigiste un
nuevo orden de estirpe, un atisbo de esperanza
para tu rama. Firmando el tiempo con la savia de
tu hermano mayor.
Entregaste la sabiduría de tus ojos en lágri-

288
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mas, proclamando tu cuerno como nuevo Ímmri.


Lágrimas cabalgando sobre las estelas de unas va-
lkirias.
Tu pasado se convirtió en la obsesión de tu
presente y la caída de tu futuro. Hundiste tus be-
llos ojos y tu inteligencia en las páginas muertas
del vestigio de poetas muertos, en el cuento de
huellas.
En la búsqueda de la culminación hallaste la
perdición, lágrimas de cristal dejaste caer y lluvias
bajo la tutela de estruendos nublaron juicios aje-
nos. Nombraste dos náufragas en tus tiempos de
delirio; Lara, desvinculada del tiempo y olvidada
sin cosmos; Emhore, carente de existencia propia.
Forjaste un vago intento de la pura espada
de Lenzario en el cráneo vivo de Iris y perdiste un
ojo por ello. Quemaste la tierra de tus hermanos
por ello. Siguiendo la línea de tu desesperación,
erraste. Te faltó emerger una insignificante mota
de descenso para aclamar tu verdadera voz en un
último ápice de susurro.
Aquí yacerás, Thum, aislado, privado de la
lengua de tus hijos, Jogfunn, Gran Funnio, sello en
la soledad de la que naciste con la lengua con la
que naciste. En el planeta que viste nacer. Acepta
nuestra carencia de fuerza ante la imposible sepul-

289
El Torreón del Viento

tura en el vacío cósmico en el que naciste. Que la


estrella de Wøbelür auspicie tu reinado perenne en
el hielo.
Las siete tablillas recopiladas, guía de la
montaña central del archipiélago helado. Grabadas
en grafito minuciosamente sobre el papel blanco
amarillento de las páginas de un cuaderno peque-
ño. Libreta revestida de paño de lino carmesí a ma-
nos de Hunna, ascendiendo la montaña helada con
Khino y Eco, atrayendo la atención de ésta última
tras la sexta tablilla.

–¿Estás recopilando los textos de las tablillas?

Asintió Hunna.

–Se grabaron por los maestre funnios por orden de


los gigantes para sellar su... padre o creador según
cómo se interpreten los textos de su historia –expli-
có Khino.
–¿Lo encerraron en alguna parte de la montaña? –
preguntó Eco extrañada.
–No... –rió Khino–, él es la montaña. Imposible de
reconocer la figura careciendo de alas, tal magnitud
cubierta de tanta roca, hielo y nieve.
–¿Cuál era su nombre?
–“Es”. Un sello le mantiene con vida en la condena
de su escritura.

290
SKC_Studio

–Es horrible.
–Ya, bueno. Debieron de estar desesperados para
realizar un sello. –Khino agitó su mano ante los
ojos de Hunna para atraer su atención focalizada en
los textos–. Niña. ¿Sabe leerlo?
–Común –susurró Hunna tras asentir.
–Dígale cómo se llama el creador de la lengua y es-
tirpe Jogfunn.
–Thum –masculló Hunna cerrando la libreta.
–¿Qué es eso? –preguntó Eco advirtiendo de un
símbolo tejido en la portada de la libreta (similar a
la figura de un diente de león, con tres raíces cur-
vadas en el tallo y las ramas dentadas hacia el inte-
rior).
–... –Hunna se encogió de hombro–. Regalo de Fe-
reus.
–¿Hasta dónde debemos subir para alcanzar el frag-
mento?
–Hasta la cima, el fragmento de oro está escondido
en la cuenca de su ojo arrebatado.
–Este planeta tiene mucha historia –Eco se extrañó
con las palabras elegidas para expresar su sorpresa.
–... –Khino sonrío fugazmente–. Todo planeta tiene
un túmulo. Y todo túmulo tiene suficiente historia
para un cuento.

291
El Torreón del Viento

Siguieron ascendiendo por los escalones co-


locados sin orden ni segura estructura hasta pasar
el crepúsculo. La carga relente que reposó enton-
ces, filtrada tajantemente entre los nimios filamen-
tos de la ventisca agresiva de la montaña y la fría
vigía de la masa intentando entremezclar los caos.
Ventisca más notable en el leve descanso de la
montaña, una cornisa ligeramente amplia dando la
entrada a unos estrechos escalones. <<Los últimos
escalones>> masculló Khino.

Ojos vacíos expectantes y alertas a cualquier


forma errante, se resguardaban bajo el yelmo hela-
do de un guardián congelado y sentado en el tercer
escalón. Con un mandoble insertada en la nieve
cual bandera, de acero helado al igual que la arma-
dura completa. Un material más resistente que el
diamante cristalino, destruido por su misma mate-
rial. Más oscuro que el acero templado con la tex-
tura del hielo compacto. Un guardián de figura bi-
zarra de tejido y carne parcialmente comida por el
tiempo y desvinculada por antiguas vidas. El peso
del último pie subiendo las anteriores escaleras, re-
posó sobre la gruesa nieve. Una huella marcada en
un mar profundo, dejando un valle moribundo a
merced de cualquier ola.

Estelas de corrientes de las aguas frías y


blancas expandidas hasta el último horizonte. Línea

292
SKC_Studio

infinita del abismo erróneo verificado, temblante


bajo la tutela del calor. Bruma emergente de la su-
perficie, estelas de cuerpo como turbación de la vi-
sión. Bajo la tutela del calor ardiente de un fuego
fatuo. Azul puro blanquecino, acorde con la nieve
entonces reposaba resistiendo el azote constante de
su ventisca madre. Un fuego fatuo y espeso, expul-
sado como tinte inducido en un recipiente con
agua, difuminado por el robo de dicha ventisca.
Azul puro blanquecino exhalado por los vacíos ojos
del guardián, atacado por un escalofrío más interno
que los huesos asomados enviado por las ínfimas
vibraciones de la huella.

Un temblor inteligible capaz de fragmentar


las capas de hielo que inmovilizaban al guardián,
liberado de su prisión. Alzado como guerrero rena-
cido sin un propósito más que saciar la bella y res-
plandeciente hoja de su mandoble, doble filo colo-
cado verticalmente frente a su rostro. Muestra de
respeto y destreza, paciente. Aguardando hasta el
inminente desenvainar de su combatiente, listo
para recibir su sentencia y cumplir con la gula de
su espada.

–Quédense atrás –ordenó tajante Khino con el lim-


pio y armónico desenvainar de su espada resonan-
do a través de todo filamento escupido por la ven-
tisca cada vez más caótica, ansiosa por el combate.

293
El Torreón del Viento

–Puedo... –hizo una breve pausa para observar a


Hunna indiferente al levantamiento de escarcha–,
podemos ayudar.
–¡Atrás! –Khino se colocó la espada firme como su
contrincante y zanjó–. Por favor...

Khino comenzó a caminar hacia el guardián


tornando su espada siguiendo los surcos de un mar-
cador del tiempo hasta quedarse con los brazos
abiertos, despreocupado de la defensa. Estando lo
suficientemente cerca, teniendo en cuenta la larga
longitud de las dos espadas, iniciaron la danza ases-
tando un golpe curvado cuyo impacto alejó los filos
de entre sí. Con un primer contacto se podía apre-
ciar con claridad; la pulida y contundente agilidad
de Khino, usando el impacto para agilizar el giro
amplio sobre sí mismo para quedar en la retaguar-
dia de su contrincante; y la fuerza del guardián,
con el impacto en su contra, alzando el mandoble
con rapidez hacia su costado con la rodilla hincada.
Sin importar su incómoda posición, con completa
rudeza, el guardián precipitó a su contrincante al
suelo impulsando el mandoble hacia éste mientras
se incorporaba al completo. Con una limpia acro-
bacia, Khino recuperó postura derecha antes de
cualquier movimiento del adversario. La danza si-
guió propagando la melodía de los filos acariciando
y chocando entre sí toscamente auspiciados por los

294
SKC_Studio

movimientos puros y armónicos.

Pura sincronización entre dos cuerpos de


baile entre la cúpula dorada de la ventisca y los in-
numerables espejos con resplendor, reflejado por
cada mota de nieve emerge a merced del azote de
cada movimiento. Cada impacto del acero helado y
aquel material oscuro, provocaban una musicalidad
capaz de partir en mil pedazos las motas de descen-
so. Cada azote antes y después de los impactos, pro-
vocaban una estela marcando el vestigio de dichos
movimientos, envolviendo las dos figuras esperan-
do a desaparecer. Dos figuras destinadas a quedarse
envueltas entre la estela formada y perecer en la
danza eterna. No obstante, una de las dos figuras,
antes de ser leída por los cuatro ojos expectantes
había recibido el olvido de la Primera Dama. En-
tonces, el soplo de ésta. Guardián, aferrado con una
mano al pomo de su mandoble sentía la fría hoja de
Khino, reposando sobre un valle formado en su cla-
vícula. El soplo de la Primera Dama tomó esencia
visible en la exhalación primigenia del moribundo.
Sin fuerzas, más que la energía que exhalaba el fue-
go fatuo de sus vacíos ojos, alzó su mandoble contra
su verdugo.

Insertada la punta de la pesada espada


contra el hombro de Khino, alejándolo, el guardián
tomó con la mano libre la hoja de su clavícula y

295
El Torreón del Viento

tiró de ésta hacia delante. Dejando que la escasa


piel y desgastado cuero se desprendiese del hueso,
tal y como se despedazaba con mayor rudeza cada
parte de la clavícula y alrededores. Incorporado el
guardián, tambaleante ante su contrincante desar-
mado, caminó arrastrando el mandoble por la nie-
ve, marcando una huella entre sus pasos sin memo-
ria en dicha superficie. La agilidad de Khino era ex-
traordinaria pero el gran alcance del mandoble res-
taban los puntos de huida eficaz. Eso debió plan-
tear Eco tras exclamar a la niña: <<¡Ahora!>>. Una
señal reincidente que permitió la apertura de un
círculo de fuego, ventana al vacío, auspiciado por
Hunna. Un puente recorrido por el felino, precipi-
tado contra el guardián bloqueado por un virote de
ballesta asestado contra su muñeca. Sin poder alzar
extremidad alguna, quedó preso de las garras del
felino ansioso por escupir ese emergente aliento de
fuego celeste.

Con el rostro mancillado por un haz de de-


cepción, Khino recogió con calma su espada. Antes
de envainar la hoja, apartó al felino y se preparó
para ejecutar al guardián. Insertada la espada en el
pecho del caído sin brote carmesí que ofrecer, se
agachó le dedicó unos términos inteligibles para
Hunna o Eco mientras el fuego fatuo tomaba una
forma etérea. Sombra oscura filtrándose entre la

296
SKC_Studio

vestimenta de Khino por la manga de su mano,


presentada al rostro de ojos de nuevo vacíos.

El último texto de las tablillas aguardaba en


los escalones de las últimas escaleras, recopilada
también por Hunna. Junto al resto, incluido el fe-
lino, ascendieron y se resguardaron bajo un salien-
te provocado por un cuenco en la pared rocosa, el
nimio amago de una gruta. Pequeño espacio en el
que encendieron una fogata para reabastecerse y
descansar hasta el alba. Con la calma del té impro-
visado de Hunna y el hambre saciada con dos cone-
jos para los tres. Antaño Khino realizaba la subida
hasta esa gruta a menudo cada ciclo, en una de las
últimas ocasiones, dejó unas cuerdas rígidas tras es-
calar a mano el último tramo de la montaña, caren-
te de escaleras. La cabeza de Thum, pico asomando
por entonces la masa y la niebla de escarcha per-
manente en días de calma. Con el ojo expectante de
las siete montañas flotantes formando el archipiéla-
go helado, unidas por cadenas colosales que a su
vez se unían de nuevo en estacas, de igual tamaño
entorno al estómago de la figura helada de Thum.

–¿Por qué no cogiste el fragmento las veces que vi-


niste? –preguntó Eco interesada.
–Mi padre me recordaba siempre su sitio era ese
hasta que su propósito fuere cambiado por alta vo-
luntad, ajena a nosotros. Cuando desapareció y

297
El Torreón del Viento

vine... por mi cuenta, su idea ya se había clavado


en mi mente.
–¿Cómo se llamaba? –preguntó Eco intentando no
parecer tan indiscreta.
–Mi madre lo nombró cuando llegasteis a su hogar.
–Creía que se refería a ti.
–No –río extrañado–. Sin embargo nunca se ha di-
rigido a mí por tal título.
–No te presentaste con tal. Supuse que no te gusta-
ba.
–Khino –hizo una pausa pensativo y prosiguió–,
acabo de caer... ¿Nombra a la pobre criatura “fe-
lino”? –preguntó él sonriente tras tomar un ligero
sorbo de la bebida.
–¿Tiene nombre? –preguntó Eco mirando extraña-
da a Hunna quien le contestó encogiéndose de
hombros mientras dibujaba al margen una tablilla
en su libreta.
–Eso no lo sé, pero a pesar de ser un felino, sí... Es
un nekrot, concretamente. “Bestia lunar” –añadió
Khino mirando a la criatura mencionada durmien-
do con calma, exhalando bruma de muy ligera re-
fulgencia.
–Bestia lunar... –masculló Eco siguiendo la mirada.
–Lengua Antigua. “Nak”, bestia. “Rot”, luna –apun-
tó.

298
SKC_Studio

–... –terminada la cena y tomando con calma el té


mientras dormía la niña, Eco preguntó intrigada–.
¿Qué le dijiste a aquel...?
–Espectro de Guardián. –hizo una pausa y prosi-
guió–. Norrow in ak, Avalak in il. “Mi espada es
tuya, tu alma es tuya". –Khino terminó su taza de
té de un trago y añadió–. Qué sintió al conectar sus
ojos con los del Med, en los juegos.
–Nada, pero... no indiferencia. El vacío. No conse-
guía conectar ningún sentimiento, ninguno. Es casi
peor que sentir un mal profundo, te sientes... diva-
gando en nada sin sentido –añadió para inquirir en
el tema–, ¿Qué son?
–Una raza más derivada del Funnio, adaptada acor-
de con la supervivencia erigida inclinando cada vez
más la balanza del lado de la mecánica.
–Entonces ni portan un traje ni son engranajes mo-
vidos por una inteligencia artificial.
–No exactamente. Es un traje, pero no todo lo que
cubre es piel o carne.
–¿Cuál es su propósito?
–El mismo que el de los maestre funnios que vos ha
conocido. Con ideales y formas muy distintas, con
medios mucho más avanzados capaces de cumplir
las cinco leyes Funnio: Explorar, catalogar, limpiar,
abastecer y equilibrar el universo.

299
El Torreón del Viento

–¡Touka! –exclamó Eco sonriente–, ¿Eres tú?

En un abrir y cerrar de ojos, cada parpadeo


tomaba la eminente presencia de un ciclo, tres,
diez, una vida. Un constante pitido agudo desde las
entrañas más profundas de una mente, se mantenía
firme quemando la hoja del martirio. Un sonido
horripilante mantenido al margen mientras ciertos
elementos alternaban con el separador nítido de la
oscuridad. Entre el vaho con aroma a sangre, la
bruma formada del fornicio con su propio vaho y la
ventisca, y destellos deslumbrantes más recurrentes
que el resto de dichos elementos. Destellos estable-
cidos o extendidos paulatinamente, acabando en
una potente luminaria oscilando desde lo más alto
con un blanco puro. Entre el espacio dilatado de la
luminaria, burlando dicha dilatación del tiempo,
dos cuencas albergues de unas luces blancas tan le-
ves que se remarcaban con claridad. Oscuridad y
silencio completo.

El separador más corto, mantenido por tres


exhalaciones lentas de sonido ahogado. Oscuridad.
Tiniebla de papel desvinculada entre sí minuciosa-
mente para desvelar de nuevo el plano más blanco.
Plano con las cuencas más remarcadas, firmes du-
rante su desvanecimiento estrepitoso ante la brusca
recepción de una luminaria eléctrica rectangular
dominando la techumbre. Luz de la dominante re-

300
SKC_Studio

botando con gula entre cuatro paredes y un techo


de la misma gama de color, con escasas alteraciones
como el limpio acero de elementos quirúrgicos.
Elementos colocados a la derecha de Eco, conmo-
cionada por un recién letargo desconocido induci-
do.

–Cuando recupere el control completo de su cuer-


po y no se sienta tan conmocionada. Pulse este bo-
tón de aquí, por favor, gracias. –El sujeto de cuen-
cas vacías y ojos blanquecinos, inclinándose hacia
delante señaló con un dedo el botón verde de un
pequeño dispositivo colocado entre un gotero y un
respiradero complejo.

Estando a su izquierda a la altura de sus


ojos, Eco no tuvo más que tornarlos hasta el dispo-
sitivo. Sintiendo una extrema fatiga por cada grado
recorrido por sus ojos, perdió con rapidez el cono-
cimiento antes de apreciar cualquier otra cosa. A su
vez, perdió la noción del tiempo entre la pérdida y
recuperación de conocimiento. Y a pesar de sentir
un martirio en cada mínimo movimiento de sus ex-
tremidades, había recuperado el control de su cuer-
po. Sin recordar lo sucedido en la montaña, dirigió
extrañada sus cansados ojos hacia su brazo izquier-
do. Una apretada gasa enrollada hasta formar una
capa gruesa cubría el brazo completo. Apenas podía
sentir y mucho menos mover los dedos de dicho

301
El Torreón del Viento

brazo. Con el opuesto intentó liberarse pero la gasa


estaba demasiado aferrada a su paciente, además de
carecer de fuerzas bajo la desidia del desmayo.
<<Yo que vos no tocaría demasiado el vendaje>>
apuntó la voz del sujeto por alguna vía de megafo-
nía no avistada en la cámara, pero sí retumbando
en ésta. <<Salga de la sala y concluya el recorrido
atravesando el pasillo empezando por su
izquierda>> añadió el sujeto. Sin otra opción pre-
sentada o avistada, Eco se incorporó con calma pal-
pando y advirtiendo de unos muy finos cortes en
sus mejillas, y prosiguió siguiendo las indicaciones.

Atravesando un pasillo con la misma ilumi-


nación revestido de placas de acero o aluminio. Pa-
sillo albergue de más salas sin contenido presenta-
do ante el cierre de las puertas y ventanillas circu-
lares demasiado opacas. En cada costado de las
puertas, una luz roja o verde marcaba la ocupación
de la sala. La mayoría se encontraban verdes, deso-
cupadas. Acabado el pasillo de no pesada longitud,
no había otra vía más que el giro hacia la derecha,
ligero descanso para presentar la cámara contigua.
Un sala circular de techumbre en forma de cúpula
con mismo revestimiento que el pasillo, más oscuro
y metálico. Albergue de una flor de loto compuesta
por pantallas y centenares de botones en las mis-
mas. El sujeto aguardaba firme en el centro de di-

302
SKC_Studio

cha flor de ordenadores. Aguardando silencio. Ex-


tendido hasta la incomodidad.

–¿Cuál es este lugar? –preguntó Eco.


–Sala de registro –contestó tajante el sujeto fijando
la mirada en una de las pantallas esperando la ac-
tualización completa de un archivo.
–¿Por qué me han traído aquí?
–Urgencia sanitaria seguida de una detención pre-
ventiva.
–¿De qué se me acusa? –preguntó extrañada.
–Terrorismo. No es acusación, sino descarte.
–¿Qué es eso de la pantalla?
–Su destino.
–¿Y el de mis compañeros?
–Información clasificada.
–¿Están bien?
–Información desconocida.
–Maldita sea.
–Su destino toma buen rumbo para usted –comentó
el sujeto interrumpiendo el amago de Eco por ata-
carle–. No está registrada en los archivos, lo cual es
extraño, no obstante no figura como una doma te-
rrorista.
–¿Doma?
–Afirmativo. Su raza. Ya hemos detectado una gra-

303
El Torreón del Viento

ve anomalía en su cerebro, causando amnesia, mi-


grañas y otros no clasificados todavía. Si colabora,
podemos enseñarle y estudiar su caso para... arre-
glar los desperfectos.
–Prefiero... regresar con mis compañeros y seguir
con nuestros caminos.
–Cómo desee. Es libre de irse. Sígame... Eco.

Dudosa le siguió hasta la salida, dos porto-


nes de metal corredizos que brindaban acceso a un
amplio ascensor. Envueltos entre el silencio de sus
cuernos y elevación, accedieron sin demora al cen-
tro de una gran cámara. Una estructura con la for-
ma de anillo de cristal de superficie plana, cuyo va-
cío céntrico albergaba la torre por la que funciona-
ba el ascensor. Última planta conectada con el ani-
llo por cuatro puentes del mismo material transpa-
rente. La cima de dicha torre acababa en una cúpu-
la de cristal glauco, albergue de una estrella tan pe-
queña y débil que se mantenía encerrada sin rebe-
lo. Una estrella sin forma aclarada más que el caos
que escupía lazos de energía y electricidad, ele-
mentos transmutados al denigrante polvo o arena
al leve contacto con la jaula glauca.

<<El faro W2-93>> masculló el sujeto alzan-


do los brazos presentando con soberbia el lugar. Un
faro anillado auspiciado por una roca moldeada or-

304
SKC_Studio

bitando entre la vasta oscuridad del cosmos. Un ojo


fijado en un planeta corpulento, frío y silvestre.
Øbelemm. Aislado en el vacío lúgubre del cosmos,
auspiciado por los soles lejanos y sus lunas orbitan-
do con una lágrima de consuelo. La cara visible
desde la estructura de cristal, aclaraba la basta mag-
nitud de la masa cargada en tormenta pesada sin
misericordia. Cubriendo casi su totalidad, dejando
en libertad la cabeza del planeta desde dicho ángu-
lo, un mar celeste decorado por un extenso archi-
piélago albergue de múltiples islas glaucas y rocosas
de tamaños variados. La masa parecía morir en esas
aguas, de una forma más tajante que con el desierto
de Taitayörr, abatida como una cascada. Desde el
anillo de cristal, causaba vértigo y cierta impoten-
cia ante la eminencia de tal cuerpo celeste naufra-
gando en la nada de una eternidad concluida en
tiempos.

Accediendo a la parte del anillo con vistas


privilegiadas, toda la estructura contenía pantallas
y ordenadores para la vigía del planeta y vastos al-
rededores. Una sala de control y comunicaciones.

–No hay nadie –advirtió Eco mirando los alrededo-


res de la cámara.
–Demandé cierta privacidad para no mostrarnos
como una amenaza ante usted. Cuando acabemos
de conversar, operadores accederán a la cámara, se

305
El Torreón del Viento

sentarán y colocarán su rostro sobre estos módulos


para seguir con la vigilancia y protección –explicó
el sujeto señalando unos asientos cada ciertos pasos
entre las pantallas con moldes para colocar las ca-
bezas–. A través de la cuenca de su casco, conecta-
rán con el sistema. Ya le habrán comentado que
dejamos de ser orgánicos. Una verdad parcial.
–¿Por qué me está contando esto? No finjas que no
soy una prisionera –preguntó Eco buscando las fa-
llas en su diálogo.
–No lo es. En cuanto nos diga la ubicación del suje-
to terrorista. –Al ver la postura negada de Eco, el
sujeto prosiguió menos paciente–. Doma, su raza,
es la vasta unión de la mía y otra ya extinta. Le he-
mos estado buscando, creíamos que era otra cosa
pero el sistema lo niega. Lo que no puede ver el sis-
tema, son las lágrimas de un hombre reconociendo
por amor un nefasto origen. Así que dígame...
“Eco”, ¿Con quién tienes un vínculo extrañamente
maduro?
–No sé de qué me hablas, ni siquiera sé porqué des-
perté en una montaña flotante –dijo Eco evasiva y
quitando importancia a sus eléctricas palabras.
–Ah... –exageró y prosiguió alzando la intensidad
de su dicción–, despertó con el amuleto, ¿Verdad?
Sin tener consciencia de su procedencia. ¿Cabe la
posibilidad de que otro sujeto lo pusiese en sus ma-

306
SKC_Studio

nos?
–El amuleto me pertenece, no sé a quién buscas.
–Hay cosas que nunca cambiaran en la rama fun-
nio; estructura, legado y... las dichosas emociones
calcadas en los rasgos de tu piel, en el brillo de tus
ojos. –Hizo una pausa y añadió mirando hacia el as-
censor–. Que suba. Verá –ya en el elevador–, ha es-
tado en contacto con un amuleto cuyo dueño tene-
mos bajo custodia los últimos años. Siguiendo las
migas de pan, hemos acabado aquí, hemos acabado
ante usted.

Con las cuerdas vocales tensadas por la in-


certidumbre auspiciada por el miedo, Eco quedó
expectante. Con el ojo fijado en los puertas del as-
censor, separados por un túnel de cristal palpando
el vacío. Las placas de metal corrieron rechazándo-
se la una a la otra, dejando una bruma de escarcha
abrirse paso a ras de suelo, desvanecida a escasos
palmos. <<El ataúd de su esperanza o el baúl de su
memoria, ambos pertenecientes a la línea de des-
tiempo>> comentó el sujeto señalando dicho ataúd.
Una caja de metal con ventanilla en la tapa recién
desvinculándose de una larga etapa de congelación.
Dos Med de cuencas albergues de glaucas lumina-
rias e indumentaria más simple apostados a cada
lado del baúl, lo portaron hasta el sujeto. Arras-
trando consigo la bruma a través del túnel estanca-

307
El Torreón del Viento

da en una juventud perenne. Los dos Med se retira-


ron dejando un cobija en el suelo a pie de la caja,
para consiguiente ocupar un puesto en la cámara,
conectando con el sistema.

Entre tanto, el sujeto abrió la caja palpando


la tapa con la palma de la mano, dejando escapar
una carga de bruma más densa bajo la tutela de un
soplido. Retiró la tapa y entregó la cobija junto con
un pote de proteínas escondido entre ésta para un
varón anciano, conmocionado por una pesada desi-
dia. Un varón extremadamente delgado de piel cla-
ra, rapado manteniendo el castaño su barba frondo-
sa. Con la mirada de ojos azules temblante por el
azote de escarcha, perdida sin lograr un enfoque
claro. Aferrado a la cobija engulló de una tirada el
pote de proteínas. Envuelto entre incertidumbre
con soplos de escarcha, extrañado enfocó su cansa-
da mirada en el sujeto, para consiguiente en Eco. El
último enfoque pareció calmar el miedo y la escar-
cha, invadiendo su expresión de sorpresa, dolorido
por cada mínimo movimiento.

–Estás viva... –masculló el varón con una gran son-


risa ejecutada paulatinamente al acto percatándose
de múltiples detalles que lo llevaron a rasgos de
melancolía–. Y joven... ¿Sabes por qué estás aquí?
–... –Eco negó extrañada con la cabeza–.

308
SKC_Studio

–¿Tiraste el amuleto donde te dije, novata?


–... –asintió dudosa–.
–Bien. –El varón dirigió la mirada al sujeto–. Ya ve,
chatarra, esta novata cumplió la orden que ya le
dije en su día.

El sujeto sin dejar huella alguna se precipitó


contra el varón tumbando a Eco de un empujón.
Sus luminarias tomaron más presencia fijadas con
los ojos azules de varón, agarrando su cuello con
fuerza.

–Escúcheme bien, ¿Quiere reunirse con esa falsa


estrella de la que tanto masculla en sueños congela-
dos? ¡Aprovechemos que está envuelto entre escar-
cha! ¿Quiere danzar con el fuego? ¡Incluyamos a su
novata, comandante!

Entre las venas cada más remarcadas en su


rostro, el varón dejó escapar una lágrima con la mi-
rada fijada en Eco. Una amarga descendió sin fuer-
za por el triste rostro del varón, engullendo a su
paso las motas de hielo débilmente aferradas a su
arrugada piel. Una simple gota evaporizada al en-
trar en contacto con el frío suelo, escupiendo una
nimia ráfaga de bruma. Esencia etérea nacida con
gran vigor para formar un cuerpo erigido por este-
las de refulgencia. La caótica y revoltosa figura del
felino se fue montando mediante lazos eléctricos

309
El Torreón del Viento

siguiendo sus articulaciones, para consiguiente re-


tomar la forma orgánica sin perder del todo las es-
telas etéreas de su figura. Siendo un completo in-
cordio para el sujeto, intentando sacar una daga
apostada en su espalda, el felino burlaba con cada
saltó y azote la tajante velocidad del sujeto. Entre
el caos, la inestable armonía de fuego y chispas se
fue formando cerca de Eco. Ésta última, aprove-
chando dicho revuelo, acudió al varón encogido
entre la cobija.

–¿Eres el joven tras el muro de hielo? –preguntó


Eco perdida.
–Joven antaño, pero no sé a qué te refieres. Escú-
chame, no mires atrás, sé que debe de ser confuso
pero el amuleto es muy poderoso al completo. Si
apareciste en este planeta, debe de tener una fuente
que lo repare.
–Siento que debería llegarte conmigo. Siento que
arrastras un sufrimiento injusto, lo siento, no... no
logro recordarte –Eco perdió control de sus lágri-
mas, sentía incertidumbre por dejarlas ir y sentía
insuficiencia en cada río salado.
–No cargues con ello... No puedo ir contigo, sólo
sería un cebo con qué rastrearte. Recuerda, ¿Qué le
preguntaría a una estrella?
–¿Con qué ojos nos ves? –fueron las primeras pala-
bras que pasaron por la mente de Eco.

310
SKC_Studio

–¿Cómo eres capaz de transmitir tanta energía se-


guir brindando una sonrisa mágica? –dijo al mismo
tiempo que Eco sin coincidir–. Recuérdame.
–¡Chica! –detuvo la marcha de Eco unos segundos–.
Siendo hija de mi raza, son pocos los arreglos para
regresar a dicha eminencia. Ligeras... correcciones
para adaptar a nuestros bastardos sin perdonar las
mutaciones de éstos. ¿No sientes cambios en las ar-
ticulaciones de tu brazo herido? –Cerrado el portal,
el sujeto añadió–. Forma parte de nosotros, está es-
crito en su sangre y en los códigos de esa repara-
ción.

Una ventana al vacío acariciado por la es-


carcha. Una ventana al abismo vigente azotado por
una ventisca furiosa y constante, en la cima previo
de la gran montaña de archipiélagos helados, entre
el caos exclamado por la lanza de Benka y el cuchi-
llo de Touka. Desde la inconsciencia, Hunna formó
dicha ventana recibiendo los gritos raspados por las
ráfagas de Khino hacia la niña. Manteniendo sus
pequeñas y temblantes manos en la nuca de Eco, li-
berando lágrimas de cristal sobre el rostro ensan-
grentado.

–¡Niña! –repitió Khino hasta captar la atención de


Hunna–. ¡Coja el amuleto y larguémonos de aquí! –
Deteniendo la calmada marcha de Touka,
exclamó–. ¡Bastardo! ¡Va a venir conmigo!

311
El Torreón del Viento

–Tengo que enterrar un hermano –masculló Touka


con la mirada perdida.
–Primero debe enterrar sus errores, insensato. ¡Va
a ayudarme a rescatarla o me aseguraré de que se
ahogue con el peso de Thum!

El nombre del gigante se abrió paso por cada


recoveco de la montaña cual eco pesado exclamado
por la agonía de un estruendo. Con las motas de
nieve solapadas por la deslumbrante luminaria
blanca posada, Touka siguió a Khino hasta la cima
de la montaña. Dejando que sus piernas actúen por
sí mismas, dejando atrás las huellas sin prosperidad
en la nieve agitada, sin rumbo fijo. La luz del alba
erigía un panteón de estelas lumínicas resplande-
cientes cuando se apostaron en la cuenca vacía de
Thum. Una roca lúgubre y tan fría como la ventisca
que azotaba la nieve tras gran altura en la base.
Azotes cubiertos por densas nubes blancas azula-
das, cuya corriente trazaba un páramo libre de tor-
mentas de agonía auspiciando las siete montañas
heladas.

Criaturas aladas de múltiples colores cada


una, con dos incluso cuatro alas, cargadas de esta-
cas de hielo recorriendo sus columnas, dominaban
las faunas visibles de todas aquellas montañas. Con
alta vegetación y excéntricas ramas de delgados y
colosales árboles, para dar faro a los pocos roedores

312
SKC_Studio

que se podían avistar desde la lejanía. Cada una de


las montañas superaba con creces a aquella que se
apostaba en los páramos del Santuario Funnio. Pa-
reciere otro mundo sobre nubes, estando congela-
das aquellas que rozaban dichas montañas.

Aunque fresco, el aire era escaso en tal altu-


ra, cuyos jadeos de Touka retumbaban en nimios
susurros por la cuenca vacía de Thum. Susurros
deslumbrados por el humilde brillo de un fragmen-
to de oro aislado en el rincón más oscuro. Un frag-
mento con forma de costillar tan grande como la
palma de la mano de Khino, quien lo puso a buen
recaudo.

–¿Cómo llegaste a la montaña? –preguntó Khino


mientras limpiaba la sangre de Eco en las manos de
Hunna.
–En moto Júpiter –contestó Touka tragando saliva
intentando mantener una respiración estable.
–Bien. –Khino se dispuso a atar con sogas de pies y
manos a Touka mientras añadía–. Esas chatarras
tienen una baliza que escupe ondas sin sentido.
Ondas bien captadas por los Med. Las usaré para
encontrar a nuestra amiga. –Hizo una pausa–. Niña,
cualquier sospecha e invoque a su criatura para
destripar a este insensato.

Khino abandonó la zona.

313
El Torreón del Viento

–Sé que no me vais a perdonar, ni mucho menos


me entendéis, pero... –masculló Touka.
–... –Hunna interrumpió negando con la cabeza–.
–¿Qué?
–Entiendo –masculló la niña enseñando recientes
heridas en ambos costados de la sien.
–¿Tú también?
–... –asintió escondiendo dichas heridas con su
pelo–.

La carencia de respuesta por parte de Hunna marcó


el silencio vigente hasta el regresó de Khino.

–Tienes un familiar curioso.

Hunna se encogió de hombros.

–¿Familiar? –preguntó Touka.


–¿No lo sabía? Esta niña tan inocente no sólo es ca-
paz de abrir ventanas al vacío, sino de escupir por
éstas a una criatura vinculada.
–Por eso el maestre Funnio te tiene interés desde
siempre –remarcó Touka.
–Interés no, miedo. –Khino hizo una pausa y prosi-
guió preguntando a Hunna–. ¿Sabe controlarla?

Se encogió de hombros de nuevo.

–Necesito que esa criatura no moleste cuando abra

314
SKC_Studio

una ventana virada hacia nuestra amiga, ¿Vale?


–No sé dónde está –dijo Hunna.
–Lo sé, pero yo sí. Por sus actos imagino que nunca
lo ha hecho, pero necesito que se concentre por
completo cerrando los ojos y aislándose de todo,
coloque sus manos en mi cabeza y visualice el espa-
cio que genero en mi memoria. –aguardó y pregun-
tó–. ¿Lo ve?

Asintió.

–La cámara está vacía, ¿verdad?

Asintió de nuevo.

–De acuerdo, habrá que aguardar.

En plena luz diurna, la luz de la estrella


Wøbelür remarcó su refulgencia en la lejanía olvi-
dada alertando a Khino.

–Está pasando algo. Hay que entrar –atrajo la aten-


ción de Hunna y Khino fijó su mirada en esos ino-
centes aunque indiferentes ojos y remarcó–. Des-
vincule la ventisca de sus ropajes, desvincule los
ecos de agonía repitiendo sus gritos olvidados en
cada mota de nieve, en cada mota de descenso, des-
vincule el tiempo de su alma y abra la ventana.

Concluidos dichos términos, un atisbo de


luminaria quemó una mota de nieve para tomar

315
El Torreón del Viento

forma. El fuego y chispas comenzaron tomar forma


circular, dilatándose paulatinamente con una fuer-
za que resquebrajaba el espacio de su entorno, ex-
clamando cuales estruendos ahogados. La ventana
al vacío se abrió. La ventana a Eco marcó la huella
de un puente. Recuperando a la joven, caída de ro-
dillas en la soledad del cuenco vacío de Thum.

–¿Qué ha pasado ahí arriba? Han sonado todas sus


alarmas.
–El felino... Nekrot –corrigió Eco–. Khino. Debo
entrar al torreón.
–Vamos –susurró Khino empático advirtiendo del
retiro parcial del vendaje en el brazo de Eco, dejan-
do al descubierto un sistema biónico–. Nos queda
lo más fácil para completar la llave.

316
SKC_Studio

Capítulo 6
Ütal'ha
Más al norte, dejando atrás la montaña, la
masa seguía con la misma máscara lúgubre de soplo
agónico. Nublando la ruta de vuelta, filtrando true-
nos y relámpagos en los páramos del porvenir. Una
vasta extensión del desierto de arena blanca con
múltiples cargas de sal esparcidas por doquier en
pilares de rocas secas. Separados los unos de los
otros, Khino encabezaba la travesía por el desierto
azotado por la escarcha. Todos con un brazo sobre
el rostro para protegerse de los azotes y la mirada
sin rumbo alzando un frío y distante ambiente en-
tre ellos. Durante el camino, Eco reincorporó el

317
El Torreón del Viento

vendaje de su brazo sin despegar la mirada de des-


confianza en Touka, impacientándose con la mar-
cha pesada. Apenas turbando el horizonte del de-
sierto blanco más que por arcos de lianas de ramas
rudas, un yermo se resguardaba de la escarcha y
caos de tormenta. Llegados a la frontera ante un
largo descenso presentado y protegido por lianas
más bajas y delgadas, Khino dejó pasar al resto para
ayudar a Eco en la bajada. Dejando que Hunna y
Touka adelantasen el camino de arena blanca es-
parcida por doquier, bajo los arcos nacidos conse-
cutivamente hasta un bosque demasiado frondoso
para apreciar su interior, Eco detuvo la marcha a
Khino.

–¿Estás seguro de que es seguro? –preguntó Eco al-


zando el brazo vendado.
–Sí... Le salvaron la vida, por las heridas presenta-
das seguramente tuvieron que amputar y aprove-
charon para colocarte un nuevo brazo. Biónico o
no, ese brazo es suyo, úselo a su favor. Ellos iban a
usarlo para ganar su confianza, y así conseguir lo
que fuese.
–Mi... –rectificó–, el amuleto. Creían que lo tenía
Hunna, hablaban como si supiesen de su existencia.
–Lo tengo yo, le dije a la niña que se lo retirase an-
tes de que le llevaran.
–¿Para qué quieren el amuleto?

318
SKC_Studio

–No lo sé, tampoco sé demasiado sobre los Med.


Únicamente que están obsesionados e iniciaron
múltiples guerras por ello. ¿Para qué lo quiere vos?
–Para recordar. Siento que tengo un camino reco-
rrido a la mitad y reparar el amuleto es reincorpo-
rarse al camino.
–Humilde ambición. Sigamos caminando –reanudó
la marcha manteniendo la distancia con los otros–.
Mencionando a la niña, debo advertirle sobre ella.
No creo que sea una preocupación, pero noto algo
extraño en ella, no es... un ser vivo normal.
–¿A qué te refieres?
–Mencionó al Nekrot cuando regresó. Apareció de
la nada con algún tipo de energía consigo,
¿Verdad?
–... –asintió–.
–De alguna forma se vinculó con vos en su muerte,
quizá incluso ya lo estuviese. A ese tipo de vínculo
se le suele nombrar como un “familiar”. Creía que
el ser que auspicia las ventanas al vacío de la niña
era su familiar, sin importar lo tétrico que fuere.
No obstante, no lo controla, cada que sale, sólo for-
ma caos y en cierta forma protegiendo a la niña
pero mediante el caos burdo.
–Es una niña, es normal que no lo controle.
–A eso quiero llegar, no es una niña, no sé lo que

319
El Torreón del Viento

es. Noto distintas energías en ella. Un familiar úni-


camente actúa como escudo siguiendo una línea en
su actuación velando por su vínculo. Eso que asoma
por las ventanas es un ente varado, un ser de otro
tiempo desterrado tanto por la luz como por la os-
curidad. –Ante la confusión de Eco añadió dete-
niendo la marcha–. Sólo quiero que tenga un ojo de
más sobre la niña.
–¿Qué hay de Touka? Recuerdo lo suficiente. ¿Es
de fiar?
–No, pero le necesitamos. El fragmento de oro que
vamos a recuperar pertenece a los gigantes, no ha-
blarán conmigo, no os conocen ni a la niña ni a
vos, y Touka es sureño –hizo una pausa y prosi-
guió–, no quiero justificar lo que hizo, pero no era
él mismo.
–Me cuesta entenderlo.
–Son explicaciones que debe dar él. –Hizo el amago
de proseguir con la marcha deteniéndose para aña-
dir–. Escúcheme, tome su tiempo para adaptarse a
su nuevo brazo, pero cuanto antes lo acepte como
una ventaja que como una condena, más lejos lle-
gará. Vamos.

Se adentraron en un bosque frondoso y caó-


tico, con helechos revistiendo las gruesas raíces que
emergían de la tierra marrón húmeda como tentá-
culos, con lianas colgantes y entrelazadas entre las

320
SKC_Studio

ramas fuertes aunque delgadas. Toda la vegetación


tomando una tonalidad verdosa con frutos de ce-
trino decorando las lianas entrelazadas. Verde
mantenido en la madera parda conquistada por una
gruesa capa de moho. Una tonalidad inclinada ha-
cia la calma azulada, pasada por un profundo celes-
te a medida que el bosque concluía. <<¿Tienes claro
lo ensayado?>> le preguntó Khino a Touka toman-
do la delantera de la marcha, recibiendo un cabiz-
bajo asentir. Siguieron la ruta con el mismo am-
biente, dejando huellas moribundas sobre la tierra
húmeda, resguardados del frío bajo las lianas y ra-
mas cuyas hojas susurraban su resistencia.

La ruta se detenía en seco, cortando la tierra


con altos matojos y copas de árboles eminentes for-
mando el último arco, una presentación demasiado
digna para el verdadero comienzo del yermo. Un
abismo desolado con la estructura de una excava-
ción minera, con un descenso en espiral por largas
cornisas de tierra seca y polvo auspiciando múlti-
ples entradas a canales subterráneos. Con una an-
chura descomunal, el fondo de dicho abismo no era
tan significante, teniendo tres plantas de cornisas.
A pesar de la gran apertura que suponía el yermo,
la ventisca aún vigente moría intentando entrar
quedándose en el círculo exterior erigiendo un caos
tensado, envidiado ante la carencia de engullir del

321
El Torreón del Viento

abismo oculto. Evitando pequeñas lagunas con lige-


ros montículos emanando metano, unas chabolas
de ramas y hierbajos se encontraban esparcidas por
toda la superficie, incluidas en las cornisas. La tie-
rra del yermo estaba marchita, sucumbida a un so-
plo de pestilencia en una lejanía del tiempo, dejan-
do nada más que sequía cubierta de polvo, rastros
de azufre, rocas y troncos podridos esparcidos por
doquier. Sin copa ni raíces.

La expedición de Khino se adentró en el


yermo por uno de los siete caminos auspiciados por
el bosque circular. Descendiendo por las cornisas,
una bruma fue surgiendo de las entradas a los cana-
les subterráneos, una niebla a ras de suelo, ascen-
dente hasta nublar la vista de escasos pasos. <<Sólo
es humo>> remarcó Khino despreocupado en su ca-
minar, sin detener su atención en las carcajadas
quebradas de múltiples voces que retumbaron por
la zona. Alcanzado el fondo, la base del abismo,
esas mismas carcajadas regresaron repitiendo lo di-
cho por Khino. Múltiples voces rodeaban a los pre-
sentes, estallando de una punta a otra.

–Ahora –marcó Khino.


–¡Hemos venido a derrotar a vuestra bestia! –excla-
mó Touka.
–... –las carcajadas rompieron de nuevo para bur-

322
SKC_Studio

larse entre tanto repitiendo con otras voces mar-


cando su propio eco–. Ellos querer morir. Ellos
querer cabalgar insectos por Hjenrral.
–¡Para ser dignos de un trueque! –inquirió Touka.
–Dignos. Ningún mortal ser digno –mascullaron las
voces.
–Quien ataca por las sombras, no sobrevive en el
desierto –recordó nombrar Touka.
–Ser desierto ser tiempo –las carcajadas cesaron y
una voz grave con mayor eco profundo que un es-
truendo en la oscura tormenta nocturna, se impuso
sobre todas las demás calmando sus ecos–. ¿Qué
querer mortales?
–El fragmento de oro que mantenéis...
–... –gritos de asombro interrumpieron a Touka,
prosiguiendo la voz dominante–. Entregar frag-
mento significar muerte para nos. Sello quebrado
de Thum. Thum enfurecido.
–No sería la primera vez que entregáis un fragmen-
to.
–Otro tiempo, por bien común.
–Podríamos tener la respuesta al Caos Armonizado
–Eso ser lo que traer ruina a Thum –interrumpió
bruscamente la voz dominante.
–No disponía de motas de descenso –alzó el amule-
to recién entregado por Khino y prosiguió entre la

323
El Torreón del Viento

bruma más densa y emergente–. Este amuleto es un


paso más a su legado, a la respuesta y probable so-
lución a vuestra forma poco natural. Sólo necesita
el fragmento.
–Mentiras –repetían los ecos mientras la voz domi-
nante añadió paulatinamente–, demostrar.
–No se puede demostrar. Mostraos y confiad en el
vestigio de vuestra grandeza.
–Necesito que te quites la venda, Eco –añadió
Khino entre susurros.

Entre la densa bruma una sombra distorsio-


nada danzó alrededor de los visitantes cual estela
cargada de ventisca. Removiendo el polvo y el azu-
fre, emergió por los aires para juntarse y precipitar-
se contra el suelo formando una gruesa columna de
carbón polvorizado. Escupido con el impacto a ras
de toda la superficie, llevándose consigo la bruma y
por ende despejando el yermo por completo. Cuer-
po etéreo de carbón perteneciente a la voz domi-
nante, aferrado a uno de los troncos podridos. Sin
forma definida con sus escasos rasgos faciales diva-
gando entre la penumbra de su propia estela.

Observando atento con sus ojos carmesí eri-


gidos bajo filamentos de fuego envueltos en su os-
curidad. Sin cesar su descomunal sonrisa compues-
ta como sus ojos. Saliendo de todas las entradas a

324
SKC_Studio

los canales subterráneos, los demás gigantes se pre-


sentaron como seres abyectos y pestilentes en su
forma. Variados de entre más sombras de carbón,
hasta barro y corales andantes, algunos mantenien-
do la estructura funnio invadidos por una incrusta-
ción biológica. Ninguno con el tamaño propio de
un gigante. La última y eterna condena de la me-
moria despiadada de Thum.

–Observad y oled el intento de un Med por aplacar


la esencia doma. –Alzó la voz Khino señalando el
brazo biónico de Eco recién destapado parcialmen-
te.
–Silencio, paria. –ordenó tajante la voz dominante
precipitándose sobre Eco sin despegarse del
tronco–. No oler a doma... ¿Permitir cata de san-
gre?

Bajo indiferencia Eco asintió ofreciendo el


otro brazo desnudo. La esencia oscura de la voz do-
minante comenzó a envolver todo el antebrazo,
centrándose en la palma abierta de la mano, au-
mentando la velocidad de la envoltura hasta la fric-
ción provocando cierto dolor a la joven.

–Sangre condenada, sangre dulce. Ser y no ser


doma. –la voz dominante regresó al tronco y aña-
dió–. Curar luchadores en baños. Nos esperar y li-
berar madre de Hek.

325
El Torreón del Viento

–Matar Hek. Sí... Matar Hek... –repitieron breve-


mente las voces más inferiores interactuando entre
sí.

Aceptada la prueba para la entrega del frag-


mento de oro, los gigantes se retiraron a los canales
subterráneos.

Las chabolas marginadas escondían bajo su


inestable estructura unos estanques de savia blanca
de l'ha. Un árbol abundante en los páramos anti-
guos de los gigantes, Ütal'ha. Bosque de l'ha. Pára-
mos otrora sucumbidos a la última condena de la
memoria despiadada de Thum, entonces yermo al-
bergue de su dicha eterna. En uno de esos baños
térmicos, se incorporó Touka en busca de sanar las
heridas de su clavícula.

–Los maestre funnio darían lo que fuere necesario


para obtener un ápice de esta savia divina. –Añadió
Touka sin recibir atención alguna mientras el resto
aguardaba.
–¿Es cierto? ¿Podrán recuperar su forma con el
amuleto? –Preguntó Eco desconfiada.
–No lo sé. El Caos Armonizado no está al alcance
de ningún ser mortal o inmortal, trasciende a todo
lo desconocido. Lo que pueda hacer el amuleto lo
descubrirá usted. –Contestó Khino.
–Una exageración de los hechos. –Añadió Touka.

326
SKC_Studio

–Hek –masculló Hunna advirtiendo del prematuro


regreso de la bruma pronto a ras del suelo.

Los visitantes en adentraron en la alerta


mientras Touka se incorporaba de su breve estancia
en los baños de savia, equipado de su bastón magu-
llado y astillado.

Alzada la bruma hasta nublar de nuevo su


visión a escasos pasos, el largo y profundo rugir del
Hek retumbó por el yermo, marcando las cuerdas
de su cuerno vibrar entre sí. Desafiando al silencio
brevemente establecido, el eco de sus pesadas aun-
que paulatinamente más rápidas pisadas fue domi-
nando la presencia del yermo. Desorientados por el
eco distorsionado, los visitantes se separaron entre
sí aumentando la alerta observando indecisos los
alrededores poco definidos. Gracias a un nimio le-
vantamiento de polvo tutelado por una leve co-
rriente de aire perturbando la bruma, Eco avistó la
silueta emergente del Hek. Con tiempo para eva-
dirlo, la joven se precipitó a un costado antes de
que la gran bestia de piel ruda, mancillada por múl-
tiples cicatrices, pasase con toda la carga.

La bestia presentada con seis patas fornidas,


dos cuernos salientes del cráneo, el delantero exa-
geradamente más grueso y largo que el otro. Caren-
te de dientes protegiendo la corta y gruesa lengua

327
El Torreón del Viento

morada, usaba sus fauces de encías afiladas para


desmembrar a su presa tras derribarla. Intentando
realizar dicho derribo múltiples veces más, cruzan-
do por los visitantes aislados en la bruma. Tras zona
craneal, protegido por un aro óseo, descansaba el
frágil cuello del Hek según indicó Khino, preparán-
dose apostado tras una roca para asestar un tajo en
una de las patas delanteras de la bestia. Según lo
planeado debían esperar al corte limpio para deses-
tabilizar y derribar a la bestia para que tanto Eco
como Touka perforen cada costado del cuello. Cada
uno en su respectiva posición, aguardaron entre la
bruma sudando bajo abrazos de escalofríos. Tensa-
dos con el rugir de la bestia aproximándose en ca-
rrera de nuevo contra los visitantes.

Sintiendo el emergente levantamiento de


polvo chocando con la roca, Khino no titubeó en
alzarse y asestar el tajo en el momento preciso. Ca-
tando cada movimiento de danza realizado por las
innumerables motas de polvo emergidas con fuerza
y precipitadas con el soplo de un abismo, Khino al-
canzó a catar por un tiempo prácticamente inexis-
tente cada estela nacida y muerta divagando entre
la hoja de su espada. Trazos de estelas cada vez más
presentes en el espacio transitado, engullendo la
fuerza de dicho espacio, deteniendo parcialmente
la hoja de la espada lo suficiente como para no cor-

328
SKC_Studio

tar al completo la pata. Dejando en un roce doloro-


so la huella de la espada, sin llegar a desestabilizar
al completo la bestia.

Ferocidad arrolladora precipitándose enton-


ces contra Eco y Touka, sin margen de reacción
ante el errado ataque. Teniendo el violento soplo
de la bruma en sus rostros, en un abrir y cerrar de
ojos, el pestilente y cargado aliento de la bestia se
impuso sobre el rostro de Eco. Ésta última, abrien-
do los ojos para advertir del silencio mascado por el
crujir del cuerno delantero de la bestia, retenida
con la mano biónico, intentando avanzar sintiendo
cada vez más dolor en el cuerno y desequilibrio en
la pata herida. Con un ligero arrastre por la tierra
seca, Eco aguantaba bajo incertidumbre el cuerno
quebrándose paulatinamente. Sin demora ante el
posible caos desatado en un segundo errado, Touka
tomó su bastón y lo insertó entre las fauces de la
bestia manteniendo al descubierto la lengua acorra-
lada. Tratando en vano de alejar dichas fauces de
Eco, Touka ejercía una fuerza de carencia obvia ha-
cia él mismo con el bastón. Provocando únicamen-
te la rotura de su herramienta y por consiguiente
su caída. Asustado por el inminente titubeo de Eco
nombrando su sentencia de muerte, Touka observó
con la visión tambaleante su alrededor en busca de
cualquier atisbo.

329
El Torreón del Viento

<<Recuerde calmar su caos>>, resonó frag-


mentado en los recovecos de su cabeza. Advirtien-
do en un momento desvinculado del tiempo, uno
de los pedazos de su bastón se hallaba entre polvo y
azufre junto con su cuchillo caído. Su consciencia
plena en sus actos, agarró y alzó ambos elementos
para insertarlos con toda la fuerza carente otrora en
el cuello de la bestia. El sonido de la carne erigió la
agonía de un vestigio silvestre, mancillado bajo el
crujir del cuerno ante el alzar de su cabeza. Una
caída de costado que acabó por desprender el en-
tonces frágil cuerno delantero.

–¿Qué te ha pasado, Khino? Casi nos cuesta la vida


–preguntó Eco advirtiendo del bloqueó completo
de éste último.
–No podía herirlo de gravedad –intervino Touka
respaldando el silencio de Khino.
–¿Por qué? –inquirió Eco.
–¿Recuerda la historia que os conté en el desierto
de Taitayörr? –preguntó Khino recuperando leve-
mente la compostura–. Uno de los K'ajitit entregó
mi alma a la Orden del silencio, convirtiéndome en
uno de ellos. Reconozco que la niña no es un ser
vivo corriente pues yo tampoco puedo decir lo mis-
mo por mí. He errado con esta criatura, pues un es-
pectro debe ceñirse al contrato asignado sin derra-
mar otra sangre.

330
SKC_Studio

–Matar a un Med... –recordó Eco con la mirada


perdida en los ojos moribundos de la bestia, aña-
diendo sin cambiar su atención–. ¿Quién te contra-
tó?

–El mismo Med con el que se topó usted en los jue-


gos. Otrora con otra vida en juego pactó: “Asesine
mi cuerpo y no cazaré a su madre”.

Parada ante el último destello de luminaria


en los ojos del Hek, Eco advirtió entre un asombro
exhausto revelado con surcos de culpabilidad dicho
destello. Un atisbo de luz marcado en los fríos y
moribundos ojos de filamentos naranjas, entrelaza-
dos sobre una base incierta carmesí. Filamentos
con un bombeo entrecortado de cuyas pausas
emergían esporas del mismo color desvanecidas en-
tre el polvo levantado en estelas rojas. Comandada
por la curiosa incertidumbre, la mano derecha de
Eco entró en contacto con dichas esporas. Al acto,
una cúpula deforme emergió delimitando a Eco y
el cuerpo del Hek en su último respiro. Cúpula
compuesta por miles de filamentos de energía na-
ranja enrojecidos cual nebulosa furiosa, exhalando
ciertos puntos eléctricos propagando dicha furia.
Fenómeno con la misma esencia que aquella que
albergó el múltiple asesinato de los jóvenes en los
juegos sureños.

331
El Torreón del Viento

Nacidos con el impacto de un relámpago


apaciguado en el espacio escupido paulatinamente
por los puntos eléctricos de la cúpula vigente,
emergió la vaga y distorsionada imagen del Med
mencionado de ojos blanquecinos apostado frente a
la voz dominante de los gigantes. El sujeto entregó
un huevo de cáscara ruda y trazos dorados a dicho
gigante. Sin demora alguna, el sujeto se retiró. A
medida que se alejaba del gigante, la cúpula se fue
disipando dejando a la imagen del sujeto vigente,
recuperando su físico natural. Alejándose de Eco
hacia la bruma paulatinamente erradicada a cada
débil respiro del Hek abatido. Alejándose con una
estela en pos de él que lo engullía con el mismo rit-
mo que la erradicación de la bruma. Apenas sin fi-
gura reconocible, traspasada la viva silueta de Hun-
na de espaldas, el sujeto se giró en su última pre-
sencia para dedicarle una fría y penetrante mirada
a Eco.

Desvanecido por completo en motas de pol-


vo emergente, en motas de azufre prendidas con la
limpia caricia de las chispas sumergidas en el fuego
auspiciado por el caos susurrado por agujero en el
espacio. La formación de una perfecta ventana al
vacío, catalejo terrestre, culminó ante los ojos de
Hunna. Paralizada y sorda bajo los avisos desespe-
rados de Eco, en carrera por alcanzarla.

332
SKC_Studio

Acercándose entonces, el sujeto de ojos


blanquecinos marcó presencia con la ligera inclina-
ción de un triste y metálico gatillo. La energía de
un fusil largo y delgado, escupió con rabia un pro-
yectil perforante. Cruzando sin escrúpulos el cen-
tro del pecho de Hunna, desviándose hasta rozar el
muslo derecho de Eco. Ésta última deslumbrada
por el nimio destello de una luminaria revelada con
el disparo. Caídas sobre el polvo. Caídas sobre el
azufre. Caídas sobre lágrimas de cristal. Lágrimas
fragmentadas en el vestigio de las energías cósmi-
cas. Cristal etéreo en la mezcla de la sangre derra-
mada de Eco, elemento emergido con agonía en su
estela celeste. El nekrot renacido en una forma eté-
reo jadeando fuego fatuo y reclamando un último
brote carmesí.

Precipitado el felino contra el sujeto, se


sumó Khino haciendo chillar su espada impactando
su hoja contra una vara negra desenvainada por el
Med. Dejando el rudo y reñido enfrentamiento de-
sarrollarse, un ápice de esperanza precipitó a Eco
hacia el cuerpo de Hunna. Con la niña en brazos
dejando una rastro carmesí importante sobre el
azufre candente, la joven la portó hasta una de las
chozas albergues de baños térmicos. Hundida en la
savia blanca, su indumentaria de tela ruda flotaba y
revolvía el estanque. Con el temblor de la desespe-

333
El Torreón del Viento

ración, Eco retiró como pudo dichos ropajes. Libe-


rada entre la savia blanca visitada en cascada por
un río de sangre, mancillando a la anfitriona. Con-
taminada desde el núcleo escupiendo hileras aho-
gadas de sangre. Eco se aferraba al cuerpo de Hun-
na, evitando hundir su rostro descubierto mancha-
do de savia, sangre, lágrimas y azufre. Azufre. Con
la garganta al descubierto, azufre se aferraba a las
cuerdas fragmentadas de la niña. Elemento propa-
gado entre las encías de una mandíbula sin piel ni
apenas tejido. Conmocionada apenas percibía la lla-
mada constante de Touka, recibida como un soplo
ahogado y olvidado. Sacada de su propia burbuja al
escuchar la verdad en una boca ajena.

–Eco. –repitió más calmado al percibir al fin un


atisbo de atención–. Murió prácticamente al acto
con el disparo. Los baños no pueden hacer nada.

A ras del suelo la sombra de la voz domi-


nante de los gigantes envolvió la chabola.

–Lo que ver en ojos, no ser traición. Desesperación


llamar. Vuestro fragmento esperar bajo cuerno de
madre bestia. –Se disipó sin dejar rastro regresando
a uno de los canales subterráneos.
–Vamos, Eco. –Sin recibir respuesta, Touka se dedi-
có a sacar el fragmento de oro bajo el cuerno del
Hek ya inerte.

334
SKC_Studio

Los gritos agudos que efectuaban los impac-


tos de las armas entrelazadas entre Khino y el suje-
to, retumbaron en la mente conmocionada de Eco.
Dejó hundirse el cuerpo sin vida de Hunna en el
estanque y caminó entre el polvo ensangrentado y
el azufre candente hacia esos gritos agudos.

–¿Qué haces? –Preguntó Touka dejando el cuerno


parcialmente retirado.
–No lo va a conseguir. –Masculló Eco sin burlar la
mirada.
–¿Y qué vas a hacer? Si lo matas condenarás por
siempre el alma de Khino. –consiguió detener la lú-
gubre marcha de Eco y añadió–. No estamos lejos
del Torreón, si vamos ahora podremos escondernos
en los alrededores hasta la apertura.

A pesar de lograr detenerla y su amago por


marcharse con el cuerno, Touka se desesperó ante
la completa indiferencia de Eco. Ésta última con la
mirada completamente fijada en el constante cho-
que de armas, cuyo roce emanaba parpadeos de
ventiscas haciendo alzar la tierra y el polvo. La ve-
locidad del sujeto cada vez se superponía con más
fuerza sobre Khino, provocando que en cualquier
instante nacería un nuevo brote carmesí a manos
del Med. Arriesgándose a errar, el nekrot se distan-
ció del enfrentamiento hasta apostarse junto a la

335
El Torreón del Viento

joven, retirando la gran asistencia del felino. Éste


último, mantenido con una posición de ataque,
bajo el susurro de su rugido constante, comenzó a
emanar de su interior su pura esencia. La esencia
silvestre de su fuego fatuo, etérea y danzante ener-
gía celeste tomando presencia para estallar. Sobre
una superficie cubierta prácticamente de azufre y
un subsuelo cargado de metano, provocaría un yer-
mo más abismal. Aún con el seguro de su posición,
cualquier chispa vigente hasta un pedazo de azufre
que mal reaccione e inicie una cadena, un nuevo
yermo se erigiría. Eco era consciente del peligro
tanto como lo era el sujeto, alertado y precipitado
contra el nekrot para envolverle con su propio
cuerpo. Disipado el felino en estelas difuminadas
danzando bajo la tutela del viento carente enton-
ces, la hoja de Khino atravesó la indefensa espalda
del sujeto.

–¿Qué ha sido eso? –preguntó Touka extrañado.


–Por alguna razón me necesitaban viva, incluso
después de descartarme como la terrorista que bus-
caban. Carecen de rasgos faciales para mostrar una
emoción pero no son tan diferentes –contestó Eco.
–Gracias y lo siento. –masculló Khino dejándose
engullir por la esencia de una oscuridad emergente
a su alrededor–. Las sombras y el silencio no van a
dejarme descansar. Uno de los canales lleva direc-

336
SKC_Studio

tamente al Torreón.
–Nuestra deuda está saldada, Khino –dijo Eco.

337
El Torreón del Viento

Capítulo 7
Nacedero en el Torreón
El silbido de una ventisca lejana comenzó a
filtrarse y los rincones agujereados del canal subte-
rráneo transitado por Eco. En completo silencio
mancillado por el nimio eco de sus pasos, hundidos
ligeramente por ocasiones en charcos insignifican-
tes. Turbado por las chispas muertas de la tosca an-
torcha portada por la joven. Acompañada por
Touka equipado de una mochila de tela pobre y el
fusil apostado en su espalda, respetando dicho si-
lencio. Con la ventisca lejana cada vez más presen-
te, levantando la pestilencia salada, Touka inte-
rrumpió brevemente el silencio:

338
SKC_Studio

–Estamos cerca.
–¿Por qué queríais matarme? –preguntó Eco tajante
destruyendo la fría calma establecida y añadió–.
Verás, cuando me desperté arriba, tras ver ciertas
cosas, creía que vuestra demencia formaba parte de
algo, de... una retorcida justificación. Pero nada.
Hubiésemos conseguido los fragmentos y habría...
más vivos que muertos.
–No... no tengo excusas –masculló Touka desubica-
do.
–No quiero excusas, quiero una explicación. –Se
detuvo Eco e inquirió con cierto reclamo de calma
en sus ojos resplandecientes.
–Lo siento... No hay explicación que valga o justifi-
que lo ocurrido, lo siento...
–Me vale cualquiera, Touka, –bajó la mirada evi-
tando mostrar lágrimas de cristal– por favor... –El
silencio de éste la llevó a reanudar la marcha en si-
lencio, dejándolo atrás paralizado y dubitativo.
–No creía que fuera recibir la misma condena pero
resultó ser así. –añadió Touka logrando detener a
Eco sin darse–. Creía que sólo Benka padecía de la
enfermedad mental, –comenzó a llorar– pero ya
ves, creyendo ser la torre de mi hermano me con-
vertí en su verdugo. Hunna padecía de lo mismo.
–No la nombres –interrumpió Eco manteniendo su
compostura carente de contacto visual.

339
El Torreón del Viento

–Intentó quitarme la carga diciéndome que en al-


gún momento encajarías las piezas, tras encajar las
tuyas.

Touka retomó la marcha dejando una dis-


tancia importante con Eco, acelerada.

Seguida la larga marcha silenciosa, la grisá-


cea luminaria del exterior tomó presencia en sus
caminos, en la lejanía emergente. Desvelando la fil-
tración temblante de la ventisca por las escasas bre-
chas de un bloqueo en la salida. Unas gruesas y cal-
cinadas raíces romas, trituraron otrora toda la su-
perficie entorpeciendo la salida del canal. Garafito
empobrecido en polvo mancillado cada rincón, con
una inflamación que rara vez propaga o hace esta-
llar una estancia repleta del oscuro garafito, no obs-
tante es capaz de mantener y avivar la llama pro-
puesta a su contacto. Advertida por Touka del peli-
gro con dicho material, Eco apagó su antorcha en
uno de los charcos y sin titubear asestó un golpe
seco en una de las raíces.

Fragmento en múltiples pedazos la madera


calcinada, se libró un paso al exterior deslumbrado
por la masa, vigente en su cuerpo de tormenta de-
jando sus nubes más débiles sobrevolando el pára-
mo, y así filtrar estelas grisáceas de las luminarias
solares. Equivocada en su primer avistamiento, las

340
SKC_Studio

tierras cuyo torreón se erigió, quedaban en amplio


y longevo valle de dos surcos de profundidad sin
demasiada diferencia entre los interiores. Unas tie-
rras devastadas por el tiempo, calcinadas otrora por
energías olvidadas. El silbido del roce contra la tie-
rra negra provocado por la ventisca moribunda a
ras del suelo, hacía regresar el vestigio de dichas
energías. Vestigio impregnado en las grietas marca-
das por el tiempo precipitado sobre las figuras pe-
trificadas de caídos funnio, y otras criaturas aposta-
das alrededor del torreón. Caídos desvinculados del
tiempo en un olvido agónico, detenidos en una tex-
tura de madera calcinada barnizada con garafito.
Condenados sin memoria.

–Bien. La apertura no tardará más de diez soles, es-


cóndete en las inmediaciones cambiando de lugar
cada vez. –El amago de Touka por entregar los
fragmentos de oro en mano rechazado con silencio,
lo silenciaron a él brevemente–. Bueno, te los dejo
la mochila con los fragmentos y víveres suficientes.
Debo acabar una cosa, si me da tiempo volveré para
cubrirte las espaldas.
–No mueras –masculló Eco sin dedicarle mirada al-
guna a Touka, alejándose rumbo al sur.

La joven se sentó sobre en unas rocas en el


nivel intermedio del valle, aguardando el primer
ciclo diurno entre criaturas petrificadas. Sintiendo

341
El Torreón del Viento

la lúgubre y agónica brisa acariciando su rostro


como si de un consuelo se tratase.

–Poco a poco –anotó Hunna poco después de la


partida de Touka, sin la voz rasgada o quebrada.
–¿Te dolió? –preguntó Eco sin despegar la mirada
al frente fijada en la nada, lamentándose en su inte-
rior.
–No.
–¿Te duele ahora?
–resopló–. Ya sabes que el dolor es tuyo. –hizo una
pausa y prosiguió–. No aguantas a las preguntas,
¿Verdad?
–Sólo quiero saber si eres tú.
–Es muy ambigua e imposible de contestar. Si sólo
soy una proyección cómo tu mente no lo diría, a
menos que por alguna razón quieras alzar tu locura.
–Hunna... ¿Y si no hay respuesta alguna en el To-
rreón?
–El Torreón nunca te dará respuestas. Te dará la
herramienta necesaria para que las contestes tú
misma. –La niña advirtió de la vigente preocupa-
ción de Eco y añadió–. La única forma de no su-
cumbir a la confusión y destripar a la cordura, es
aceptar el motor de la incertidumbre. Nada más.
–Me resulta extraño escucharte sin tu... caracterís-
tica voz. –la observó por primera vez llegar coinci-

342
SKC_Studio

dir con su mirada fría y evasiva–. Es muy diferente


pero me sigue resultando familiar.

Eco se quedó sentada a merced de las brisas


de melancolía y agonía entre las mismas rocas hasta
el crepúsculo.

En el crepúsculo del siguiente sol, el maes-


tre Funnio Fereus observaba las congeladas nubes
junto con Hekanim en la cornisa del Santuario. Ad-
virtiendo de una larga figura oscura tras la tenue
opacidad de las nubes congeladas y quebradas,
marcando fisuras en prácticamente toda su superfi-
cie. Una figura remarcada con cada destello espar-
cido de relámpagos bajo la tutela de profundos y
continuos truenos. Un sonido surgido de las ago-
nías de un abismo desvinculado del tiempo, errado
en las huellas de la armonía traicionada por el os-
curo rostro de la confusión. Un sonido adornado
por los susurros perennes en algún plano de las
grietas emergentes de las fisuras. Adornado por la
ventisca escupida por la masa, rozando cada rincón
del espacio establecido en Øbelemm. Nimias y
agrias brisas acariciando la pestilencia descendente.
Nimias y dulces brisas acariciando cada tallo silves-
tre danzando con mordaza.

–Deidad. –el maestre Funnio siguió expectante la


figura en los cielos quebrados y añadió observando

343
El Torreón del Viento

con melancolía el horizonte amordazado–. La tor-


menta no son nubes negras descargando soplos de
furia. Es una masa cargada con motas de ceniza, pa-
rásitos que aclaran la carencia de juicio.
–Entonces más le vale al chico traerme el cuerno,
perdí la cordura hace mucho seguro que soy sus-
ceptible a los encantos de la locura.– Masculló
Hekanim.
–Invocado está. –Anotó el maestre señalando con
los ojos a Touka subiendo por la ladera.
–Bonita de arma. –Apuntó Hekanim.
–He cumplido. –Touka alzó el cuerno de Hek hasta
detenerse en la plaza.
–¿Ha logrado calmar su caos? –Preguntó el maestre.
–Para equilibrar el caos, primero tiene que desatar-
se. –Masculló Hekanim.
–Deberá ayudarme a retomar el camino para ello. –
Contestó Touka.
–Siempre hemos estado aquí a tu servicio. –Inqui-
rió el maestre.
–Antes debo cometer un error más. –Remarcó
Touka.

Un gran estallido quebró los cielos y gran


parte de las nubes congeladas se quebraron por
completo, esparciendo sus fragmentos por doquier
como una lluvia más. Las gotas de una lluvia crista-

344
SKC_Studio

lina que sin cesar golpeaba. Golpeando los toldos


de los bosques más frondosos y poblados y todo pá-
ramo presentado. El resquicio del susurro de una
rugir grave y ahogado aclamaba en la lejanía una
voz que no le correspondía. Soplos de susurro que
marcaban en la arena del tiempo una huella, un
parpadeo auditivo que se acomodaba cada con más
ritmo y fuerza, dejando en libertad el eminente
halo de energía ascendente y saliente del Torreón.
Sin llegar a alterar el caos de la masa enloquecida
por su sangrado, su propia lluvia. <<Hay una moto
Júpiter apostada en la entrada>> anunció al joven
Touka el maestre, remarcando tras su partida hacia
el Torreón el acto en vano.

Sintiendo ese mismo estallido en el valle


calcinado del Torreón, Eco cató la verdadera dei-
dad de una criatura entonces nombrada como Iris.
Descendida de entre la lluvia haciendo brillar los
pedazos de nubes con el brillo de sus ojos. Descen-
dida de entre el caos para aferrarse al torreón, en-
volviéndolo con su colosal cuerpo de reptil de dos
únicas patas delanteras. Exhalando por sus dos ori-
ficios nasales una bruma tan densa como la masa,
vagando por la brisa y la superficie en armonía.
Con el descenso, los siete ríos cósmicos de destino
derivado en la cima del torreón, regresaron con su
gran resplendor y estelas moradas dejadas atrás. Los

345
El Torreón del Viento

ojos de Iris no mostraban un catalejo espacio-tem-


poral, mostraban la misericordia del brillo culmi-
nante de Hunna desvanecida. Unos ojos en viva se-
mejanza, bajo carga eminente y energía de deidad,
con los ojos de Eco. Fascinada por la figura colosal.
Recuperando un frágil aunque intenso recuerdo
frente a otro torreón de otra carga, tras advertir de
la basta carga de corales y otras incrustaciones bio-
lógicas que conquistaban la piel de Iris. Sin saber
cómo gestionar dicho recuerdo, con la mirada fija-
da en uno de los ojos de Iris, de éste emergió el re-
flejo del inminente nacimiento de un catalejo espa-
cio-temporal.

Asomando por una ventana del vacío, el


ente varado de Hunna dejó a la niña en el suelo,
para consiguiente quedarse aguardando sin mostrar
fuerza alguna en sus brazos y cabeza. El cuerpo sin
vida de Hunna, manchado de sangre y savia blanca,
mancillado por un orificio de proyectil limpio. Ori-
ficio del cual refulgía una luminaria dorada, el par-
padeo del vestigio de una esencia enterrada. Saca-
da, la refulgencia impedía distinguir la forma exac-
ta de su núcleo. En una mano el núcleo de la reful-
gencia y la otra el resto de fragmentos de oro junta-
dos con la forma de una esfera esquelética, Eco ad-
virtió de una atracción entre ambos elementos.
Concedida atracción transmutada a una muñeque-

346
SKC_Studio

ra. <<Tafaldriel>> susurró la joven consciente de la


herramienta entonces equipada en su brazo bióni-
co. El azote de los caídos. Un valle blanco, la carre-
tera ardiente de escarcha, generada en pos de la fle-
cha de Tafaldriel. Una energía precipitada en las
grandes puertas del Torreón, destruidas escupiendo
una constante oleada de vendavales. Estelas de
múltiples energía agonizando por la libertad pre-
sentada, esparcidas sin cesar por las vastas tierras
de Øbelemm.

Iniciada como parpadeo del ojo caído de


Thum, en el abismo donde muere el río del Santua-
rio, innumerables grietas quebraron el suelo y de
ellas emergieron altas y anchas columnas de esa
misma energía. Un fuego fatuo recorrido por cada
canal subterráneo, de cuerpo etéreo en su ascenso y
cata del cielo. Sufriendo las consecuencias en su ca-
mino acelerado, Touka regresó al valle del Torreón
con el vehículo prestado. A tiempo. En el preciso
momento para catar la figura de Eco introducirse
en el torreón. Para catar la paulatina desintegra-
ción del ente varado cuyas cenizas quedaron al
merced de las estelas. Para catar la fuerza colosal de
éstas últimas que lo impedían tan siquiera acceder
al desolado valle.

Silencio. El único aroma catado por Eco en


el interior del Torreón, adornado por el sabor de

347
El Torreón del Viento

un blanco deslumbrante, disipado con calma con


cada paso realizado. Dejando una ligera huella en-
tre el sutil crujir de una hierba fresca, mancillada
por la nieve rosa. En el espacio de ella. Nieve tinta-
da con la muerte de todas las hojas del árbol de ce-
rezo que otrora reinaron un humilde montículo,
respaldado por un bello horizonte sin fin. Entonces
contaminado por tormentas de ceniza vigentes en
la lejanía, el horizonte ya carecía del cuerpo peren-
ne. En el campo que otrora algunas flores negras,
rojas, verdes y doradas en su escasez, brotaron en-
tre los rincones del laberinto inmerso en una danza
brindada por la sinfonía de una leve brisa. Viento
caído entonces engullendo cada ápice de color, de-
jando dicho campo en un espacio amargo y grisá-
ceo.

Dejando de sentir, dejando de ser, para sen-


tirse envuelta entre lagunas de una misericordia ja-
más concedida y pedida en todos los tiempos. Flo-
res que otrora brotaban entre helechos rodeando el
montículo, entonces se mostraban como cuerpos
inertes de Hunna en posición fetal. Errados bajo
calcinación, ahogados, hambruna, enfermedades y
otras huellas. Estando la niña, conocida en un exte-
rior olvidado, aguardando exhausta bajo la falsa
sombra del cerezo.

–No puedo sola. –Masculló la niña con su quebrada

348
SKC_Studio

voz señalando un hacha insertada en el tronco.


–¿Eres tú? –Preguntó Eco desesperada.
–Soy ella. –contestó señalando el tronco y una vez
Eco subió por el montículo, añadió–. Otorga esa
misericordia y cata tu perdón terminando lo que ni
siquiera empezaste.

Sumérgete en tu laguna mental, visualiza y


alcanza el torreón mancillado para limpiarlo, al-
canza su réplica para destruirla con su propia esen-
cia.
Los ecos de Eco regresaron con cada azote
asestado al tronco, que paulatinamente cedía. Mos-
trando su interior conquistado por el cuerpo sin
vida de ella, petrificada en la esencia inerte del ce-
rezo. Caída en la amargura y desgracia del polvo
eterno levantado que mancillaba las flores incolo-
ras. Caída en un destello blanquecino deslumbran-
te, mantenido en una constancia sin esencia, sin ca-
tado alguno al alcance.

Somos azufre esperando prender y recupe-


rar el mínimo vestigio de nuestra luminaria.
–¿Quién es? –Preguntó Eco sin rumbo ni conscien-
cia del espacio en el que se encontraba.

Nombrado Trotamundos, el Viajero, o el


simple narrador de las cartas, entonces sin tinta,

349
El Torreón del Viento

todavía por entregar o ejecutar. Soy el azufre que


ya prendió otrora. Viajando por las estelas peren-
nes del fuego cósmico esparcido por mi luminaria.
–¿Qué le preguntaría a una estrella?

La respuesta es la que ella misma otrora te


entregó. Sin embargo, tu azufre pertenece a una
constelación, una huella lanzada por el entonces
inexistente Caos Armonizado.
–¿Qué le preguntaría un simple narrador?

Mis lágrimas volvieron a la carga deslizán-


dose por mi apagado rostro, cual avalancha iniciada
por el sonido eminente o acto destacado. Mi ava-
lancha encadenada por el conteo desgarrador de un
alto explosivo, por consiguiente, su máximo y colo-
sal desenlace, estaban perfectamente preparados
para ser resistidos y no deslizarse. No obstante, to-
dos conocen la historia y, a pesar de ser tan desga-
rradora, todos siguen contando la historia. Una his-
toria en sintonía con un caos fatal y profundo lla-
mado; “Melancolía Oscura”. Precipitándose en una
embestida con una vasta carga de distorsiones, os-
curidades y sentimientos ambiguos que, acaban por
arrasar cualquier objetivo y elemento del camino.
Cualquiera carente de antorchas para ahuyentar o
faros para esclarecer la carga, carente de sentido
propio y externo reflejado, carente de fuerza para

350
SKC_Studio

resistir más cargas. A medida que las lágrimas va-


cías se secan, el tiempo se torna distorsionado, dis-
continuo. Entre tanto, sintiendo la onda expansiva
dilatada llevarse una parte de mí, observo al mismo
tiempo y sin profundidad, dos ventanas, una más
alejada de la otra.
La más cercana, dos bloques correderos de
cristal rectangulares colocados verticalmente y, en-
marcados entre un metal oxidado. Entreabierta y
ocultada por la mitad superior, por unas cortinas
del mismo material que del marco. La dicha, brin-
de el acceso a una dulce danza de hojas seniles de
árboles, muy comunes en zonas parcialmente calu-
rosas, envueltos e interpretados en un sentimiento
otoñal. Quedarme apreciando la dulce danza, de-
jando pasar el tiempo distorsionado, motas de des-
censo emergen y lágrimas brotan de nuevo, trans-
formando en inexpresiva y vacía, la danza. Omi-
tiendo todo acompañamiento que estuviesen si-
guiendo las hojas, imitando el ritmo y fuerza de la
brisa seca e inestable, una balada y agridulce sinfo-
nía hace aparecer la segunda ventana. Sobre los he-
lechos sin color, entre las ramas enredadas de los
dominantes del espacio estructurado y sumergido.
Dicha ventana, más alejada, observa por igual y,
conmovida por la danza y todo su contorno, ofrece
una nueva visión.

351
El Torreón del Viento

Un abanico de planos abstractos solapados,


en un mismo libro de firma real. Así lo procura.
Un abanico desordenado, incompleto e incoheren-
te, mostrando todo tipo de caos cósmicos, generada
por la misma huella del caos, reestructurada y redi-
rigida con el fin de ordenar, completar y dar senti-
do a un sentido mayor. Así lo procuro.
Empujado por su misma esencia, la melan-
colía grisácea es una mina infinita, con la que uno
podría ser capaz de pulir una o miles de joyas. Una
melancolía perteneciente al abanico otorgado y
equilibrado por la felicidad. El propio dolor forma
parte de la ataraxia, como el mismo caos forma
parte del equilibrio. Un tono grisáceo fácil de dige-
rir, fácil de purificar usando el fuego de las antor-
chas carentes en este tiempo. La melancolía grisá-
cea, lleva consigo una paleta en la cual rellenar los
huecos con múltiples colores, adaptando y evolu-
cionando la melancolía desde la vida, desde el per-
fecto abanico.
No obstante, esa ventana más alejada, en
este tiempo, no muestra tal abanico, sino cada de-
talle de la carga que lleva consigo la avalancha.
Atemorizándome con un grito de guerra, con un
llanto de agonía, con un rostro muerto. Sin piedad,
ahoga y desgarra todo a su paso, impidiendo reali-
zar mi cometido, dejando este fragmento incom-

352
SKC_Studio

pleto. Intentando observar con mi último aliento,


cada detalle del horror, para transcribir todo lo po-
sible a extractos y banalidades descuadrados, uni-
dos por una misma raíz abyecta. Ansío que algún
ser aprecie mejor que yo, éste, de los últimos vesti-
gios del universo.
Mis lágrimas volvieron a la carga deslizán-
dose por mi apagado rostro, cual avalancha iniciada
por el sonido eminente o acto destacado. Mi ava-
lancha encadenada por el conteo desgarrador de un
alto explosivo, por consiguiente, su máximo y colo-
sal desenlace, estaban perfectamente preparados
para ser resistidos y no deslizarse. No obstante, to-
dos conocen la historia y, a pesar de ser tan desga-
rradora, todos siguen contando la historia. Una his-
toria en sintonía con un caos fatal y profundo lla-
mado: “Melancolía Oscura”.
Repetida la huella del vestigio silvestre,
¿Cómo lograría una esencia recuperar tal atisbo?
–¿Qué hay del amuleto?

Cuando las nimias y dulces brisas regresen


para limpiar los campos de polvo, mira tras de ti,
sin nombre, y dedícame tu mejor sonrisa. Un nom-
bre marcado en la huella primogénita de los escri-
tos antiguos trasladados en el vasto albergue. Guia-
dos por un faro cósmico, los gigantes retoman un

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El Torreón del Viento

frío valle y otra esencia renace en un torreón, y un


viejo amuleto retoma su forma. Y el cuento que
nadie conoce toma su letargo.
La memoria es el único portal al pasado, im-
porta el camino recorrido y el sendero establecido.

354
SKC_Studio

Dedicatoria

Al desastre cósmico: “Cuando las nimias y dulces


brisas limpien los campos de polvo, mira tras de ti
y dedícame tu mejor sonrisa”.

- SKC -

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El Torreón del Viento

El Torreón del Viento


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SKC

2019-2021
(Remasterizado 2024)

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