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es/ Lux
Ayer cometí un pequeño descuido pero en el fondo creo que me ha venido bien. Tendría
que haber tenido más cuidado al bañarme en el río, mi belleza feérica destaca
demasiado por aquí, tengo que llevar oculta mi melena la mayor parte del tiempo,
¿sabes? Y aun así un humano me ha visto en el río, de noche, atraído por mi voz
mientras cantaba distraídamente. Killian parece buen chico y es bastante atractivo
pero me temo que ha quedado fascinado sin querer por mi encanto. Aun así me ha
prometido ayudarme en mi camino para acabar con Kra Dereth, ya no estaré sola. Al
fin.
Diario de Ellette
Grisel
E
l haberme encontrado con Floripondio en la entrada aún me afectaba y es
que su sola esencia avivaba los ardientes recuerdos como una chispa
extiende el fuego sobre la paja.
“Vamos, pasa adentro, ¿a qué estás esperando pequeña gatita?”, me había
dicho clavando su intensa mirada en mis pupilas. Sus ojos enigmáticos y magnéticos
chispeaban bajo la tenue luz de una antorcha. Las llamas dibujaban mosaicos de
sombras bailarinas, sugestivas, sobre su tez aterciopelada.
Sabía que si tocaba esa piel su calor me hechizaría. Si sondeaba la
profundidad de sus ojos vería el reflejo de mis pasiones ocultas haciéndose realidad. Me
forcé a mí misma a reprimir los impulsos que sentía de golpearlo fuertemente, tenía
otros objetivos más importantes que no iba a echar a perder por culpa de un guardia de
Helena más, así que le di la espalda y me interné en el palacio, resoplando y
blasfemando en silencio para mí misma.
me sorprendía de esos ingratos idiotas. Sin su líder no serían nada. Yo les había dado
una causa por la que luchar y había vuelto realidad sus sueños. La libertad y el poder
estaban al alcance de nuestra mano y todo gracias a mis diversos esfuerzos. La gente y
los guardias se habían concentrado en el centro de la pista de baile donde parecía que se
encontraban Gelsey y esa maldita arpía usurpadora, quiero decir, su gran majestad la
Reina Helena. Para variar reconocí a Adrián, Maddie y el otro traidor de Joshua;
tampoco me sorprendía que ellos tuvieran que ver con el alboroto. Decidí que podrían
apañárselas sin mí un rato más por lo que me dirigí hacia las escaleras, ahora que
estaban despejadas era mi oportunidad. La armadura que había robado me estaba
resultando muy útil pues nadie salió a interceptarme el paso aunque me estaba
asfixiando en su interior; el cuero estaba sudado y apestaba y cada paso que daba las
placas de metal resonaban estrepitosamente, recorrer así los pasillos se me hizo más
largo de lo estimado.
Avanzaba por los corredores, abriendo puertas, cerrándolas tras no encontrar lo
que buscaba. El camino de moqueta azul cobalto nunca se terminaba, a cada curva más
puertas aparecían ante mí.
<<Normalmente no tengo problemas en encontrar las habitaciones>>, pensé
preocupada.
El esplendor y la opulencia intentaban tentarme pero yo no había luchado por
llegar hasta allí para obtener riquezas materiales, gajes de ser una mujer ambiciosa.
Más puertas, más cerraduras que forzar. Gotas de sudor saladas zigzagueaban por mi
cuerpo. Los candelabros, las velas que colgaban sobre los tentáculos de las lámparas de
cristal y plata comenzaron a titilar. Mi sudor se volvió gélido, mi mal humor e inquietud
aumentaron. Media docena de guardias me habían rodeado por las tres intersecciones.
Me miraban amenazantes con sus espadas y alabardas que arrojaban destellos acerados,
provocativos. Suspiré al mismo tiempo que comencé a recitar rápidamente una letanía
de palabras que calentaban mi aliento y me quemaban los labios según las entonaba. La
magia se estaba concentrando en las yemas de mis dedos. Los sentía arder, así como mi
pecho se había inflamado. De pronto hacía tanto calor que las puntas afiladas se
derritieron, deshaciéndose en lágrimas de mercurio líquido que salpicaron la moqueta.
Los guardias, como hombres que eran, se aterrorizaron ante el hecho de que habían
perdido su poder; como hombres que pierden su vigor cuando una mujer más lo
reclama, la vergüenza los debilitó. Aproveché para extraer energía de los pendientes que
adornaban mis orejas y así manipular con otro hechizo esas gotas de acero fundido y
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lanzarlas contra ellos. Algunos gritaron de dolor pero el más fornido de todos ellos que
debía de ser el de más alto rango, supo crear un escudo mágico a tiempo que le protegió.
El encontrarme con un hechicero no me amedrentó, al contrario, al fin alguien digno de
batirse contra mí, de hacerme perder el tiempo. Él me lanzó tres bolas de energía. Me
preparé para esquivarlas con una pirueta pero llevaba puesta la armadura así que sólo
conseguí caerme al suelo en una postura ridícula clavándome las ligaduras de la propia
armadura. Al menos conseguí esquivar las dos primeras bolas. Desde el suelo sentada y
aún con los párpados entornados por el dolor, repetí el conjuro que ya me había dado
suerte esa noche: la moqueta sobre la que se hundían las botas de mi contrincante se
ablandó, convirtiéndose en un charco de arenas movedizas que atraparon al guardia. Salí
corriendo. Cuatro de ellos se lanzaron a perseguirme mientras que un cuarto se quedó a
ayudar a su comandante y este último me arrojó más bolas de energía. Una me rozó el
hombro y sentí la sangre fluir así como un intenso quemazón, aunque sabía que no
debía preocuparme pues no era profunda la herida. Dos de ellos resultaron ser silfos así
que extraje del escote un saquito de hierro en polvo y soplé. La nube les golpeó en los
ojos, abrasándoles como cenizas y debilitándoles. Yo sólo pensaba en encontrar a mi
objetivo antes de que alguien le matara adelantándoseme. Sin embargo, mi sentido de la
orientación nunca había sido muy bueno y mis pasos acabaron conduciéndome a un
camino sin salida. Una impresionante vidriera de colores brillantes se interponía en mi
huida ocupando toda la pared. Los cristales coloreados representaban una escena de
alguna leyenda feérica pues un silfo y una mujer se abrazaban rodeados por los
espinosos tallos de un rosal de rosas azules. Los guardias persistentes se hincharon de
fanfarronería masculina al verme sin salida.
—Idiotas, sois idiotas —les dije torciendo mis labios en una sonrisa burlona—.
Al hacerme vuestra enemiga estáis eligiendo la esclavitud.
—No eres más que una sucia traidora.
—Me ducho con más frecuencia que tú pero adelante, atrapadme, llevadme hasta
la reina, quizás como recompensa se acueste con alguno de vosotros, quizás con los
cuatro.
Titubearon, no estaban acostumbrados a que alguien de la plebe se les
enfrentara. El régimen impuesto por la Monarquía los había sometidos a todos, a todos
menos a mí. Contra mí jamás podrían porque yo no tenía puntos débiles, ni sentimientos
ñoños ni sentía miedo. Todo lo aborrecía y por ello a nada temía.
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—Os dejáis manipular por esa mujer loca e histérica, ¡yo ya estoy harta! ¿Acaso
no lo estáis vosotros? Uniros a mi causa y os daré tantas riquezas como queráis.
La pasión de mi odio logró envenenarles. Su determinación se esfumó, les había dejado
sin argumentos pues si se empeñaban en atacarme, estarían renunciando a la libertad o
al menos al poder.
Ante su desconcierto, me quité la pesada armadura. Respiré aliviada al tiempo
que sacudía la masa oscura de mis rizos. La seda de mi vestido cayó sobre mis piernas y
me reacomodé el atrevido escote. Mientras los muy tarugos babeaban, quemé con un
movimiento rápido y eficaz de mi dedo índice los soportes en los que se anclaba una
lámpara. Dieciséis velas cayeron entre ellos y yo, las velas rodaron, esparramaron su
fuego que prendió rápidamente con ayuda de un poco de viento que yo misma
proporcioné. El fluctuante muro de fuego que había creado me dio tiempo para arrojar
con toda mi furia las piezas de la armadura contra la vidriera que estalló en una lluvia de
cristal tornasolado. Me arremangué el vestido y me asomé por la ventana que había
creado. El aire fresco y veraniego me despejó el cansancio y la fatiga que habían
comenzado a hacer mella en mí. Traté de no mirar hacia abajo y me aferré a una de las
claraboyas. Pasé con cuidado un pie, luego otro. Llevar zapatos de tacón no hacía nada
fácil esta tarea y la adrenalina comenzó a embriagarme. Cuando estuve lo
suficientemente ebria de ella, me decidí a avanzar por entre el camino de gárgolas que
sobresalían del alabastro. El aire lunar arrastraba gritos procedentes del piso inferior.
Mis uñas trataron de hundirse en la piedra sin éxito. El esmalte se me resquebrajó.
Aferrándome casi con desesperación valiéndome de una sola mano, con la otra extraje
un pequeño puñal que llevaba sujeto en la liga y que me estaba incordiando. Corté parte
de la tela que me entorpecía. Semidesnuda, sudorosa y aferrada con desesperación a una
gárgola horrible debía de verme muy vulnerable. Por un momento mi nariz rozó el
morro de la gárgola. Sus ojos pétreos e insondables parecían advertirme de algo. La
figura estaba tan fría como mi corazón. Con destreza y valor llegué al ala este.
En este pasillo no había moqueta alguna para absorber el ruido de mis pasos,
sólo baldosas de oro y platino talladas con mosaicos bucólicos. Un nuevo laberinto se
extendía ante mí pero sentí que me hallaba recorriendo un camino hacia el interior de mi
alma. Cada habitación que registraba sin éxito me recordaba a un momento del pasado.
Las regañinas de mi madre (esa vieja amargada), la mirada cansada, débil y resignada
de mi padre (tan callado y sumiso…), lo frío que estaba el bosque tras comprender que
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—Adelante pues, corre, viólalo… Si de verdad eres una bruja tan poderosa e
inteligente no tendrás ningún problema.
No me gustaba en absoluto el tono con que me hablaba, claramente burlesco.
Me percaté de que estaba sangrando por varias partes de su cuerpo y el sudor frío de su
frente estaba estropeándole el maquillaje con que ocultaba su rostro. Se encontraba en
un estado tan lamentable que ni aprovecharme de él resultaría satisfactorio. Fuera lo que
fuera que le hubiese sucedido, no me interesaba. Extraje de otro bolsillo oculto un
pequeño frasco de cristal lleno de un líquido transparente pero denso. Lo bebí con
cuidado de no derramar ni una gota hasta apurarlo. El elixir sabía al agua de un oasis en
mitad del desierto, al riachuelo que atraviesa el corazón del bosque más frondoso. Mis
reservas de energía mágica se restablecieron al instante aunque sabía que aquello me
dejaría resaca. Vacilé si debía de gastar magia en arreglar los bajos de mi vestido. El
Joker continuaba mirándome con odio. Concluí que no merecía la pena despilfarrar, al
fin y al cabo se trataba de una pierna al aire nada más. Carraspeé para recitar el hechizo
que abría la cerradura.
<<Ha llegado tu hora, Idril>>
Mi corazón era de piedra, como el de aquella gárgola.
Tiré de la puerta de sopetón.
fuego que le rodeaba, en el salto el dobladillo de su bata se impregnó de las llamas que
comenzaron a propagarse velozmente sobre su pierna. Presa del pánico, se quitó la
prenda y me la arrojó a mí, ardiendo. Deshacerme de ella no me supuso ningún
problema, un par de pisotones y logré extinguir el fuego. Ahora el principito había
vuelto a quedar completamente desnudo y yo poseía a Rosalie y al colgante en mi
poder.
Hice un gesto provocador incitándole a que se atreviera a venir a por mí si es
que podía con las llamas ganando cada vez más altura. El muy canalla entornó los ojos
y apuntó con su espada hacia mí. El objeto surcó el aire como una saeta y se clavó en la
pared, a escasos centímetros del rostro lloroso de Rosalie. Yo seguía entera pero lo que
quedaba de mi vestido resbaló por mi cuerpo. El muy cretino había hecho un
movimiento interesante, realmente aquella escena era... bizarra.
Extinguí el fuego, había decidido que le daría una oportunidad al silfo.
—Muy bien galán, al parecer no quieres ser el único exhibicionista de por
aquí —le aplaudí fingiendo emoción, algo que no se me daba para nada bien—. Te
felicito, para ser un silfo malcriado no lo haces tan mal.
Ni siquiera me importaba el hecho de que estuviera desnudo, después de haber
tenido que bañarlo, ¡bañarlo! fingiendo ser una criada no resultaba nada nuevo para mí.
Ahora él había quedado desarmado. Arranqué la espada de la pared y lo encaré. Idril
había bajado de un salto y se encontraba ante mí sin miedo en sus claros ojos a pesar de
encontrarse amenazado por el extremo afilado de mi espada. De cierto modo me
agradaba que fuera valiente, aunque en la posición en la que nos encontrábamos aquello
era más estupidez que valentía. Las últimas hélices de humo se arremolinaban en torno
a él y trepaban por la hoja y por su virilidad, exhibicionista ridículo. (No es que me
estuviera fijando detenidamente, simplemente era algo que no podía eludir de mi campo
de visión, por desgracia).
—Pongamos esto más interesante... ¿apostamos? —Tal vez el momento no
ameritaba algo como aquello, pero en las batallas me gustaba llegar al peligro extremo y
la adrenalina corría por mis venas mientras el éxtasis brillaba en mis iris.
—No hace falta que digas nada, preciosa. Tus ojos hablan por sí solos: jamás te
lo habías pasado tan bien con ningún otro hombre, ¿verdad?
Le ataqué, ignorando su desfachatez. Nunca antes había manejado una espada
por lo que mis estocadas no fueron elegantes pero sí amenazantes por la fuerza con que
la blandía. Idril las esquivó sin embargo, e hizo algo que provocó que los canales y
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tuberías que atravesaban las paredes, saltaran. Varios chorros de agua fría cayeron
sobre nosotros, calándonos y disipando las telarañas de humo. Tras esto, prosiguió
soltando idioteces:
—Es más, temes al amor, hasta ahora tan sólo te han decepcionado, ¿no es
cierto? —agregó socarronamente mientras se retiraba unos mechones mojados de su
rostro. Le odié internamente por haber sabido leer tan fácilmente en mí, sin embargo, mi
orgullo era mayor y me proporcionaba una coraza imperturbable que nunca fallaba.
Ante mi silencio prosiguió largando tonterías—. De acuerdo, apostemos, pero
hagámoslo en serio. Si consigo darte un beso, pasarás a ser mi criada personal y tendrás
que darme muchos masajes. Si por el contrario impides que me ponga algo de ropa,
dejaré que me secuestres. ¿Qué te parece?
Una gran carcajada se escapó de mi boca al terminar de oír las palabras de Idril,
ya me esperaba algo como eso, ¿qué mejor propuesta podía salir de él? Mi cabello se
pegó al rostro y traviesas gotas de agua resbalaban desde mi mentón cayendo por mi
cuello y siguiendo el camino de las curvas de mi cuerpo. Idril las seguía sin perderlas de
vista.
—¡Qué predecible es su majestad! —me burlé bebiendo un poco del agua que se
escurría por mis labios al hablar —, aunque algo de razón tienes, nunca lo he pasado
especialmente bien con un hombre, todos sois tan... insípidos. Y tú no eres la
excepción —le dije con un tono de voz sensual —. Pero vamos... que me aburro, serás
mi juguete por un rato, no quiero lamentos después —concluí, aceptando con eso su
propuesta.
Detecté por el rabillo del ojo cómo Rosalie se liberaba de las raíces y corría
huyendo de la escena.
<<Cobarde>>
La dejé huir, por lo pronto no era importante. Centré mi atención en Idril, no
estaba de más querer entretenerme un rato antes de matarlo, porque si pensaba que
saldría con vida de ese encuentro estaba muy equivocado. Mis objetivos eran claros esa
noche: matar a la reina Helena, a Gelsey y a su hijastro, acabando así con la monarquía,
en otro momento vería qué hacer con la tonta y desdichada Rosalie.
Idril también se había percatado de la huida de su prometida, por la forma en que
la miraba mientras la dejaba marcharse supe que estaba muy disgustado con ella y
probablemente nunca le perdonaría aquella traición.
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—Así que tú eres de las amargadas que no saben qué es el placer. No esperaba
menos de una amiga de Rosalie —me dijo con desdén cuando al fin nos habíamos
quedado solos, aunque sólo se trataba de una distracción para ganar tiempo y poder
realizar su truco:
Del agua hizo que surgieran flexibles y resistentes raíces acuáticas que se
cernieron sobre mi cuerpo.
Conocía el hechizo y debo admitir que fue inteligente por su parte. Traté de
mantenerlas alejadas de mí con rápidas estocadas pero no lograba cortarlas, en lugar de
ello, una se enroscó en torno al acero y por poco logra arrebatármela. Yo fui más rápida
y fuerte, saltando y logrando subirme a uno de los muebles: una estantería. Además, la
suerte quiso que justo en ese trozo de pared colgara otra espada decorativa. Me hice con
ella, ahora sostenía dos espadas e Idril ninguna.
—Preferiría que no me catalogases como una amiga virgen de Rosalie —le
hablé, agazapada sobre la estantería —. Ella sólo fue una simple herramienta para hacer
realidad mis planes.
Debía calcular mis movimientos, el fuego a esas alturas ya no era una opción
pues el agua no tardaría en apagarlo. En ese momento me lamenté por sólo haberme
concentrado en un elemento en los últimos meses al saber que se trataba de la debilidad
de los feéricos. Estudié todo desde mi lugar: ya tenía una estrategia.
***
Madelaine le examinó las heridas. Muchas de ellas sin duda eran resultado de un
enfrentamiento muy intenso pero otras parecían más bien mágicas.
—Llevas mucho tiempo fuera de tu carta, necesitas encontrar a Adri.
—¿Me vas a liberar o no? —bramó claramente irritado por la situación.
—Adentro están Grisel e Idril, ¿verdad? —preguntó, ignorando sus protestas—.
Tranquilo, yo me encargo —anunció extendiendo su mano hacia el pomo de la puerta
aunque se detuvo al escuchar algo así como gemidos procedentes del interior.
<<Deben de estar agotados por el enfrentamiento, seguramente Grisel ya ha
conseguido atraparlo>>, trató de autoconvencerse.
Con decisión, giró el pomo.
***
Idril me miraba sin efectuar ningún otro movimiento y eso me hizo preguntarme
qué estaba tramando. Quizás el muy salido simplemente se encontraba disfrutando de
contemplar mi cuerpo expuesto. Pues lo iba a lamentar porque yo ya tenía pensada mi
estrategia a seguir. Comencé a trazar en el aire con la nueva espada que me había
agenciado una runa mágica pero el colgante que ahora pendía de mi cuello emitió un
chispazo. La espada por lo visto contenía en su interior magia eléctrica que al entrar en
contacto con la humedad de mi mano se activó, electrocutándome. Aquello me hizo
resbalar hacia atrás, tropecé y caí al suelo desde lo alto de la estantería en que me
hallaba subida. Por si eso no fuera bastante, la estantería se vino sobre mí y una
avalancha de libros me cayó encima.
Aún seguía aturdida cuando el propio Idril retiró de encima mío la montaña de
libros. El pelo se me había puesto de punta y la piel se me había ennegrecido por las
quemaduras y sin embargo el principito me contemplaba como si fuera la mujer más
hermosa de la faz de la Tierra. Eso me desconcertó, nadie jamás me había mirado con
semejante fascinación. Me hacía sentir…hermosa. Yo sabía que estaba buena, la
naturaleza me había otorgado buena genética pero resulta diferente el creerme hermosa
a saber que realmente lo soy. Sin siquiera darme tiempo a reaccionar, se aproximó a mí
(sus ojos chispearon con picardía), tomó mi cara entre sus manos y besó con delicadeza
mis labios.
—Gané —proclamó al separarse unos milímetros.
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Su voz sedosa resonando tan cerca de mis oídos me aturdió. Desde esta distancia
sus ojos me parecieron que brillaban más y sentía su aliento fresco sobre mi nariz. El
corazón golpeaba con furia mi pecho. Le había pedido esa mañana que no besara a
nadie más y a pesar de todo el muy necio había cumplido su promesa o por lo menos
rechazó a esa vampira esquizofrénica por mí. Que Idril rechace especialmente a Faith, a
Maddie o a Yariel siempre me produce placer. Inconscientemente me había ruborizado,
la sonrisa de Idril se hizo más amplia.
Así nos encontró la entrometida de Madelaine por lo que no es de extrañar que
pensara mal de la situación. Aquella fue la primera vez de varias que la irritante humana
se interponía entre Idril y yo. De haberlo sabido la habría matado allí mismo, pero en
ese momento se trataba de una aliada de la rebelión más, una muy traidora pero que al
menos odiaba a la familia real con tanta intensidad como yo…o eso nos había hecho
pensar a todos. Ella le miraba con desprecio, él no levantaba los ojos de mí; subestimé
su amenaza cuando debería saber que no existía mujer que no intentaría acosarlo.
—¡Grisel, el colgante! —me advirtió Maddie tras sobreponerse del estupor
inicial.
Con la poca fuerza que me quedaba concentré energía mágica en mi mano y
empujé a Idril contra los restos de la cama. Me puse de pie y pisoteé el colgante,
destruyéndolo, haciendo que algunos destellos multicolores salieran de él.
—¡Esto es una mierda! —grité totalmente exasperada.
¡No podía ser que el hadito me hubiera engañado! El agua resbalaba por mi cara
y mi cuerpo comenzaba a sacudirse por la furia que no podía contener. Mis manos
brillaban, mas la energía no era la suficiente para un ataque mortal.
<<Qué rápido se consume el poder>>
Dirigí mi vista a Madelaine.
—Encárgate del playboy de Gelsey como querías, no necesito tu ayuda. —
Percibí reproche en sus ojos además de algo de diversión, claro, debía ser toda una burla
en ese momento casi desnuda, con quemaduras y derrotada... genial. Sacudí la cabeza,
apartando el pelo que me molestaba —. No te preocupes, no he olvidado nada, Helena
estará muerta antes del amanecer. ¡Vete ya! Él es mío.
<<Nadie se interpone entre una presa mía y yo. Nadie>>
Bufó y cerró la puerta, claro signo de que poco le interesaba lo que hiciera
siempre que no estropeara los planes. Cuando volvimos a estar solos vi a Idril
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arresten, aunque estoy seguro de que acabarías con ellos sin que ese cuerpo tuyo
sufriese ni un rasguño —Hablaba con dificultad, jadeando entrecortadamente pues
continuaba afectado por mi beso—. Yo soy el verdadero heredero, el hijo de la reina
Ellette. Gelsey sólo manda hasta que yo cumpla la mayoría de edad de mi raza, dentro
de una semana. ¡Declarémosle la guerra a Gelsey! Si unimos fuerzas la gente nos
apoyará a ambos.
Enarqué una ceja y me giré nuevamente para mirarlo directo a los ojos, al
parecer hablaba enserio. Durante años había vivido sometida a la estúpida burocracia y
por eso quería matarlos a todos para poder tomar el control de las cosas, por lo tanto, no
tenía por qué jurarle lealtad cuando él se encontraba entre el grupo de personas que iba a
aniquilar. Si deseaba unirse a mí, tendría que ser bajo mis propias condiciones.
—¿Le harías de verdad la guerra a tu padrastro? —cuestioné examinándole con
detenimiento, en busca de cualquier signo de que estuviera mintiendo.
—De verdad —aseguró. Al hacerlo, sus ojos destellaron con una decisión que
produjo un nudo en mi estómago.
***