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es/ Lux

Ayer cometí un pequeño descuido pero en el fondo creo que me ha venido bien. Tendría
que haber tenido más cuidado al bañarme en el río, mi belleza feérica destaca
demasiado por aquí, tengo que llevar oculta mi melena la mayor parte del tiempo,
¿sabes? Y aun así un humano me ha visto en el río, de noche, atraído por mi voz
mientras cantaba distraídamente. Killian parece buen chico y es bastante atractivo
pero me temo que ha quedado fascinado sin querer por mi encanto. Aun así me ha
prometido ayudarme en mi camino para acabar con Kra Dereth, ya no estaré sola. Al
fin.
Diario de Ellette

Grisel
E
l haberme encontrado con Floripondio en la entrada aún me afectaba y es
que su sola esencia avivaba los ardientes recuerdos como una chispa
extiende el fuego sobre la paja.
“Vamos, pasa adentro, ¿a qué estás esperando pequeña gatita?”, me había
dicho clavando su intensa mirada en mis pupilas. Sus ojos enigmáticos y magnéticos
chispeaban bajo la tenue luz de una antorcha. Las llamas dibujaban mosaicos de
sombras bailarinas, sugestivas, sobre su tez aterciopelada.
Sabía que si tocaba esa piel su calor me hechizaría. Si sondeaba la
profundidad de sus ojos vería el reflejo de mis pasiones ocultas haciéndose realidad. Me
forcé a mí misma a reprimir los impulsos que sentía de golpearlo fuertemente, tenía
otros objetivos más importantes que no iba a echar a perder por culpa de un guardia de
Helena más, así que le di la espalda y me interné en el palacio, resoplando y
blasfemando en silencio para mí misma.

Pánico y confusión, eso fue lo que me encontré cuando finalmente alcancé el


salón principal. Mis rebeldes habían empezado la operación sin mi señal, pero ya nada
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me sorprendía de esos ingratos idiotas. Sin su líder no serían nada. Yo les había dado
una causa por la que luchar y había vuelto realidad sus sueños. La libertad y el poder
estaban al alcance de nuestra mano y todo gracias a mis diversos esfuerzos. La gente y
los guardias se habían concentrado en el centro de la pista de baile donde parecía que se
encontraban Gelsey y esa maldita arpía usurpadora, quiero decir, su gran majestad la
Reina Helena. Para variar reconocí a Adrián, Maddie y el otro traidor de Joshua;
tampoco me sorprendía que ellos tuvieran que ver con el alboroto. Decidí que podrían
apañárselas sin mí un rato más por lo que me dirigí hacia las escaleras, ahora que
estaban despejadas era mi oportunidad. La armadura que había robado me estaba
resultando muy útil pues nadie salió a interceptarme el paso aunque me estaba
asfixiando en su interior; el cuero estaba sudado y apestaba y cada paso que daba las
placas de metal resonaban estrepitosamente, recorrer así los pasillos se me hizo más
largo de lo estimado.
Avanzaba por los corredores, abriendo puertas, cerrándolas tras no encontrar lo
que buscaba. El camino de moqueta azul cobalto nunca se terminaba, a cada curva más
puertas aparecían ante mí.
<<Normalmente no tengo problemas en encontrar las habitaciones>>, pensé
preocupada.
El esplendor y la opulencia intentaban tentarme pero yo no había luchado por
llegar hasta allí para obtener riquezas materiales, gajes de ser una mujer ambiciosa.
Más puertas, más cerraduras que forzar. Gotas de sudor saladas zigzagueaban por mi
cuerpo. Los candelabros, las velas que colgaban sobre los tentáculos de las lámparas de
cristal y plata comenzaron a titilar. Mi sudor se volvió gélido, mi mal humor e inquietud
aumentaron. Media docena de guardias me habían rodeado por las tres intersecciones.
Me miraban amenazantes con sus espadas y alabardas que arrojaban destellos acerados,
provocativos. Suspiré al mismo tiempo que comencé a recitar rápidamente una letanía
de palabras que calentaban mi aliento y me quemaban los labios según las entonaba. La
magia se estaba concentrando en las yemas de mis dedos. Los sentía arder, así como mi
pecho se había inflamado. De pronto hacía tanto calor que las puntas afiladas se
derritieron, deshaciéndose en lágrimas de mercurio líquido que salpicaron la moqueta.
Los guardias, como hombres que eran, se aterrorizaron ante el hecho de que habían
perdido su poder; como hombres que pierden su vigor cuando una mujer más lo
reclama, la vergüenza los debilitó. Aproveché para extraer energía de los pendientes que
adornaban mis orejas y así manipular con otro hechizo esas gotas de acero fundido y
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lanzarlas contra ellos. Algunos gritaron de dolor pero el más fornido de todos ellos que
debía de ser el de más alto rango, supo crear un escudo mágico a tiempo que le protegió.
El encontrarme con un hechicero no me amedrentó, al contrario, al fin alguien digno de
batirse contra mí, de hacerme perder el tiempo. Él me lanzó tres bolas de energía. Me
preparé para esquivarlas con una pirueta pero llevaba puesta la armadura así que sólo
conseguí caerme al suelo en una postura ridícula clavándome las ligaduras de la propia
armadura. Al menos conseguí esquivar las dos primeras bolas. Desde el suelo sentada y
aún con los párpados entornados por el dolor, repetí el conjuro que ya me había dado
suerte esa noche: la moqueta sobre la que se hundían las botas de mi contrincante se
ablandó, convirtiéndose en un charco de arenas movedizas que atraparon al guardia. Salí
corriendo. Cuatro de ellos se lanzaron a perseguirme mientras que un cuarto se quedó a
ayudar a su comandante y este último me arrojó más bolas de energía. Una me rozó el
hombro y sentí la sangre fluir así como un intenso quemazón, aunque sabía que no
debía preocuparme pues no era profunda la herida. Dos de ellos resultaron ser silfos así
que extraje del escote un saquito de hierro en polvo y soplé. La nube les golpeó en los
ojos, abrasándoles como cenizas y debilitándoles. Yo sólo pensaba en encontrar a mi
objetivo antes de que alguien le matara adelantándoseme. Sin embargo, mi sentido de la
orientación nunca había sido muy bueno y mis pasos acabaron conduciéndome a un
camino sin salida. Una impresionante vidriera de colores brillantes se interponía en mi
huida ocupando toda la pared. Los cristales coloreados representaban una escena de
alguna leyenda feérica pues un silfo y una mujer se abrazaban rodeados por los
espinosos tallos de un rosal de rosas azules. Los guardias persistentes se hincharon de
fanfarronería masculina al verme sin salida.
—Idiotas, sois idiotas —les dije torciendo mis labios en una sonrisa burlona—.
Al hacerme vuestra enemiga estáis eligiendo la esclavitud.
—No eres más que una sucia traidora.
—Me ducho con más frecuencia que tú pero adelante, atrapadme, llevadme hasta
la reina, quizás como recompensa se acueste con alguno de vosotros, quizás con los
cuatro.
Titubearon, no estaban acostumbrados a que alguien de la plebe se les
enfrentara. El régimen impuesto por la Monarquía los había sometidos a todos, a todos
menos a mí. Contra mí jamás podrían porque yo no tenía puntos débiles, ni sentimientos
ñoños ni sentía miedo. Todo lo aborrecía y por ello a nada temía.
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—Os dejáis manipular por esa mujer loca e histérica, ¡yo ya estoy harta! ¿Acaso
no lo estáis vosotros? Uniros a mi causa y os daré tantas riquezas como queráis.
La pasión de mi odio logró envenenarles. Su determinación se esfumó, les había dejado
sin argumentos pues si se empeñaban en atacarme, estarían renunciando a la libertad o
al menos al poder.
Ante su desconcierto, me quité la pesada armadura. Respiré aliviada al tiempo
que sacudía la masa oscura de mis rizos. La seda de mi vestido cayó sobre mis piernas y
me reacomodé el atrevido escote. Mientras los muy tarugos babeaban, quemé con un
movimiento rápido y eficaz de mi dedo índice los soportes en los que se anclaba una
lámpara. Dieciséis velas cayeron entre ellos y yo, las velas rodaron, esparramaron su
fuego que prendió rápidamente con ayuda de un poco de viento que yo misma
proporcioné. El fluctuante muro de fuego que había creado me dio tiempo para arrojar
con toda mi furia las piezas de la armadura contra la vidriera que estalló en una lluvia de
cristal tornasolado. Me arremangué el vestido y me asomé por la ventana que había
creado. El aire fresco y veraniego me despejó el cansancio y la fatiga que habían
comenzado a hacer mella en mí. Traté de no mirar hacia abajo y me aferré a una de las
claraboyas. Pasé con cuidado un pie, luego otro. Llevar zapatos de tacón no hacía nada
fácil esta tarea y la adrenalina comenzó a embriagarme. Cuando estuve lo
suficientemente ebria de ella, me decidí a avanzar por entre el camino de gárgolas que
sobresalían del alabastro. El aire lunar arrastraba gritos procedentes del piso inferior.
Mis uñas trataron de hundirse en la piedra sin éxito. El esmalte se me resquebrajó.
Aferrándome casi con desesperación valiéndome de una sola mano, con la otra extraje
un pequeño puñal que llevaba sujeto en la liga y que me estaba incordiando. Corté parte
de la tela que me entorpecía. Semidesnuda, sudorosa y aferrada con desesperación a una
gárgola horrible debía de verme muy vulnerable. Por un momento mi nariz rozó el
morro de la gárgola. Sus ojos pétreos e insondables parecían advertirme de algo. La
figura estaba tan fría como mi corazón. Con destreza y valor llegué al ala este.

En este pasillo no había moqueta alguna para absorber el ruido de mis pasos,
sólo baldosas de oro y platino talladas con mosaicos bucólicos. Un nuevo laberinto se
extendía ante mí pero sentí que me hallaba recorriendo un camino hacia el interior de mi
alma. Cada habitación que registraba sin éxito me recordaba a un momento del pasado.
Las regañinas de mi madre (esa vieja amargada), la mirada cansada, débil y resignada
de mi padre (tan callado y sumiso…), lo frío que estaba el bosque tras comprender que
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me habían utilizado. Los latigazos en la espalda al desobedecer las órdenes de la reina,


el desdén de mis hermanas, el estómago revuelto por vomitar tras pasarme ingiriendo
alcohol. Cada paso me costaba más darlo porque temía más lo que podía encontrarme
tras la próxima puerta. Yo era Grisel Matdevil, poderosa bruja, fugitiva y buscada por
todos los cazarrecompensas pues mi cabeza estaba valorada en cinco mil monedas de
oro. No iba echarme atrás por fantasmas del pasado, por unos cuantos trucos de silfos.
Seguí la luz dorada, demasiado densa para tratarse de simple luz, era como una delicada
bruma irisada más bien, y cuando mis fuerzas se hallaron al límite de quebrar, vislumbré
dos guardias custodiando una puerta más grande y ornamentada que el resto.
<<¡Al fin!>>
Furiosa y con las emociones inestables no vacilé a la hora de usar mis
hechizos más poderosos para deshacerme de los centinelas. Un crujido de metal detrás
de mí me sobresaltó mientras recuperaba el aliento, el perder tanta magia de repente me
hacía sentir débil y temblorosa. El manillar de la puerta giraba, alguien iba a salir. Tenía
que actuar con rapidez por lo que aun a riesgo de desmayarme, formulé las palabras
mágicas que crearon una trampa invisible en el suelo y me oculté tras un saliente de la
pared. Un destello de chispas mágicas y el quejido lastimoso de derrota de alguien hizo
que cantara victoria. Me acerqué exultante a comprobar a quién había atrapado y me
llevé una sorpresa mayúscula cuando advertí que se trataba del payaso traidor de antes.
La sonrisa que se dibujó en mi rostro no podía ser más satisfactoria.
—Vaya, vaya. ¿Qué se siente al ser atrapada por una bruja inútil?—me
vanaglorié.
Él me miraba con un odio visceral pero en su situación no me amedrentaba lo
más mínimo. Yo sabía que el karma no podía odiarme tanto después de todo lo que
había tenido que esforzarme para llegar hasta aquí. La victoria cada vez sabía más dulce
en mi boca, como un caramelo relleno al que había que saborear lentamente para llegar
a lo mejor.
—Afortunadamente para ti no tengo tiempo que perder en un payaso como tú,
el príncipe me aguarda —le desprecié enarbolando una sonrisa sádica.
—Dudo mucho que el príncipe esté interesado en alguien tan mediocre como
tú.
—¡Pero si me ama! El muy idiota ni siquiera es consciente de que planeo
asesinarlo. Estoy deseando ver la cara que pondrá cuando sepa la verdad.
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—Adelante pues, corre, viólalo… Si de verdad eres una bruja tan poderosa e
inteligente no tendrás ningún problema.
No me gustaba en absoluto el tono con que me hablaba, claramente burlesco.
Me percaté de que estaba sangrando por varias partes de su cuerpo y el sudor frío de su
frente estaba estropeándole el maquillaje con que ocultaba su rostro. Se encontraba en
un estado tan lamentable que ni aprovecharme de él resultaría satisfactorio. Fuera lo que
fuera que le hubiese sucedido, no me interesaba. Extraje de otro bolsillo oculto un
pequeño frasco de cristal lleno de un líquido transparente pero denso. Lo bebí con
cuidado de no derramar ni una gota hasta apurarlo. El elixir sabía al agua de un oasis en
mitad del desierto, al riachuelo que atraviesa el corazón del bosque más frondoso. Mis
reservas de energía mágica se restablecieron al instante aunque sabía que aquello me
dejaría resaca. Vacilé si debía de gastar magia en arreglar los bajos de mi vestido. El
Joker continuaba mirándome con odio. Concluí que no merecía la pena despilfarrar, al
fin y al cabo se trataba de una pierna al aire nada más. Carraspeé para recitar el hechizo
que abría la cerradura.
<<Ha llegado tu hora, Idril>>
Mi corazón era de piedra, como el de aquella gárgola.
Tiré de la puerta de sopetón.

Idril dando lecciones de moda a Rosalie, un baile de trolls borrachos…no sé.


Enserio que al entrar esperaba encontrar cualquier cosa menos a Rosalie encima del
príncipe semi-desnudo en el suelo. Los cabellos plateados de Idril caían desordenados
tapando sus orejas picudas, sus ojos parecían de cristal frágil, su nariz muy próxima a
los pechos incipientes de Rosalie, sus labios entrelazando alientos. Fue una imagen
perturbadora y de la que debería deshacerme si es que acaso quería conservar mi
estabilidad psíquica.
—¿Qué diablos pasa aquí? Qué pregunta más estúpida —me dije dándome un
golpe en la cabeza—. Es demasiado obvio, más bien: ¿por qué estás teniendo sexo con
ese cretino en un momento así? Con lo ingenua que aparentabas… —le acusé cerrando
la puerta tras de mí, dejando al payaso con la incertidumbre de lo que pasaría allí dentro.
Idril se volvió hacia mí recomponiéndose la fina bata que cubría su cuerpo sin que yo
dejara de examinarlo en silencio con las cejas enarcadas. Al reconocerme, su rostro se
iluminó.
—¡Griselda! ¡Has venido a buscarme!
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—¡Claro! Por supuesto. — Si él supera para qué lo buscaba exactamente no se


alegraría tanto. El muy cretino ni siquiera recordaba mi nombre a pesar de todas sus
palabras. Me pasé la mano por el rostro, hacía eso muy seguido últimamente, es que la
gente era tan idiota, no entendía como podían ser de la realeza con lo patéticos que eran.
Rosalie suponía un insulto para nuestra raza y el príncipe... sencillamente no sabía cómo
describirlo, tendría que inventar un nuevo adjetivo para él —. Mira que eres imbécil, ni
siquiera lo has sospechado, esta tarde estabas muy ocupado disfrutando de mis masajes,
¿eh? —me jacté con una sonrisa torcida —. Apártate princesita, esto se pondrá
divertido. ¿Quieres jugar conmigo, principito?
Ver el estado de Idril me alegró, estaba débil en esos momentos y era una
oportunidad única. Rosalie me miraba con espanto, seguramente no se esperaba que yo
pasaría a posición de combate.
—¡No lo hagas! —gritó de repente, interponiéndose con los brazos en cruz entre
el príncipe y yo.
—Apártate anda, y así podremos seguir con nuestro plan —dije con
despreocupación, Rosalie no me inspiraba ni una pizca de temor.
—Pero Grisel... No quiero que le dañes. Cuando me uní a los rebeldes nunca
imaginé que la situación llegaría a estos extremos…
—¿Perteneces a los rebeldes? —inquirió Idril, observando a la princesita como
si estuviera contemplando a una criatura horripilante.
No sé por qué, me alegré de ello.
—Yo…bueno…Estaba asustada y harta de todo…—balbuceó, retorciéndose las
manos con nerviosismo. Parecía que estaba apunto de echarse a llorar de nuevo.
—Como ves, los rebeldes os hemos engañado, nos hemos estado riendo en
vuestra cara todo este tiempo —me jacté, mis pupilas destellaron con regocijo.
La desesperación de Idril aumentaba mi valentía. Analizaba a Rosalie pero en
realidad no la veía, la revelación claramente le había afectado a mi favor.
—Aparta, con tus lágrimas no conseguirás nada —espetó finalmente, quitándola
con un empujón brusco que la hizo caer sobre lo que quedaba de cama. Parecía que
ahora sólo le inspiraba asco—. Soy el príncipe Idril y no permitiré que te salgas con la
tuya —proclamó centrándose nuevamente en mí.
Los labios fruncidos, las cejas acentuadas. A pesar de todo lucía más abatido que
furioso.
—Estás completamente solo, principito.
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—Siempre lo he estado, esto no es nuevo para mí.


Había desafío en su mirada, también cierta tristeza en su voz, y me apuntaba de
repente con una espada que había logrado descolgar de la pared. Se estaba haciendo el
héroe y yo detestaba a los héroes, me exasperaban y todos morían demasiado pronto.
—Al fin comprendes en qué lío te hallas —susurré.
Idril era rápido, muy rápido, y ágil, y el ejercicio físico no era mi fuerte por lo
que apenas pude esquivar las veloces estocadas con que me atacó. Podría haber
derretido su estilete pero eso habría vuelto la pelea menos excitante. En cuestión de
segundos el afilado acero logró rasgar mi disfraz de hechicera Farore —o lo que
quedaba de él. Los tirantes del vestido se habían roto y la tela resbaló exponiendo el
encaje negro de mi ropa interior. Abrí la boca incrédula, aquello fue inesperado...
aunque muy poco original.
—Eres patético —le dije sin intención alguna de cubrirme, lo cierto era que no
me preocupaba en absoluto exponer mi cuerpo, al menos ante él, de hecho me gustaba
que lo mirara, así se distraía —. Pensé que harías algo mejor, ¿es todo lo que tienes? —
negué con la cabeza en un gesto dramático—. Yo te enseñaré lo que es bueno.
Caminé unos pasos hacia él, con la cabeza en alto y una sonrisa pícara en mis labios; la
situación me parecía morbosamente excitante. Rosalie observaba todo con una
expresión de horror mientras Idril sostenía firme su espada, viéndome avanzar el par de
metros que nos separaba. De nuevo la atmósfera aumentó de temperatura, una
ondulación distorsionó mi imagen, como en un sueño.
—Tuli —recité en un susurro e hice un movimiento en el aire cerrando mis
dedos al tiempo en que la primera chispa se encendió y un látigo de fuego se formó en
mi mano—. ¿Querías poner las cosas calientes?
Los ojos de Idril se abrieron de par en par, mostrando una mezcla de fascinación
y temor por las llamas que amenazaban con quemar su tersa piel. Sabía que por dentro
tenía que encontrarse muy asustado e intimidado pero era tan idiota que su insolencia
superaba al miedo. Idril se apartó instintivamente, lanzando miradas de reojo al látigo y
a mis pechos.
—¿Ése es el único método que conoces para poner las cosas calientes? Yo he
intentado ser más original.
—Tranquilo, esto se pondrá más caliente aún. Cuando el fuego te envuelva
gemirás como una humana.
Hice ondular mi látigo, Idril se protegió instintivamente con las manos.
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—Mira que eres ingenua. ¿Acaso no sabes cuál es la labor de un príncipe? —


lagrimeó por el calor y el humo que le irritaba los ojos. Yo puse los míos en blanco—
Como se ve que eres de clase baja y no tienes educación te lo explicaré: proteger a su
princesa. ¡Rápido, Rosalie, huye! ¡Protege el colgante con tu vida pues si te lo quitan
será el fin de la monarquía!
Parpadeé rápidamente un par de veces, no me esperaba una salida así, para
volver a adoptar una sonrisa sarcástica. Rosalie nos miraba temblando de pánico
pasando la vista de uno a otro sin saber cómo reaccionar.
—Oh, claro... Casi se me olvida que en los cuentos de hadas y esas estupideces
siempre dejan todo dependiendo de una joya. ¡Qué descuidada soy! —exclamé mientras
las flamas seguían amenazando a Idril, casi podía sentir lastima por él al verlo
desesperado y temeroso ante las lenguas de fuego —. Bien Rosalie, ya que decidiste
traicionar a los traidores...—me dirigí a ella ladeando la cabeza sin ningún matiz de
expresión en la voz —también tendré que acabar contigo.
Ella se puso de pie, posiblemente para obedecer la orden de su prometido,
amante, lo que fuera, pero no iba a dejar que escapara así como así.
—Rosalie, Rosalie, siempre huyendo de todo. ¿Dónde está ese licántropo cuando
lo necesitas? —me mofé haciendo el ademán de seguirla— Ah, ah, ah —me volví de
inmediato a Idril quien parecía aprovechar mi distracción haciendo un movimiento que
no logré descifrar—. No tan rápido niño lindo, que nuestro momento apenas da inicio.
El fuego se extendió por la alfombra hasta formar un círculo a su al rededor,
dejándolo atrapado.
—Grisel, estás actuando muy mal —me reprochó Rosalie parada a escasa
distancia de la puerta, unas raíces comenzaron a trepar por la pared hasta atraparla de
pies y manos.
Ambos estaban tan débiles después de una batalla que realmente me era muy
fácil tomar el control, en otras circunstancias estaba segura de que habría tenido más
problemas, pero como no se trataba del caso lo mejor era sacar provecho. Me aproximé
a Rosalie y le arranqué el collar del cuello. Era de orichalcum, como el broche que yo le
había regalado y que también lucía en su cabeza, y tenía forma de colibrí. La joya
desprendía destellos verde-azulados entre mis dedos pero pude apreciar una chispa
mágica en su interior, la prueba de que el colgante contenía algún hechizo.
En este tiempo, Idril que era incorregiblemente persistente, había logrado saltar hasta
una gran lámpara de cristales que pendía sobre su cabeza, solo que debido al círculo de
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fuego que le rodeaba, en el salto el dobladillo de su bata se impregnó de las llamas que
comenzaron a propagarse velozmente sobre su pierna. Presa del pánico, se quitó la
prenda y me la arrojó a mí, ardiendo. Deshacerme de ella no me supuso ningún
problema, un par de pisotones y logré extinguir el fuego. Ahora el principito había
vuelto a quedar completamente desnudo y yo poseía a Rosalie y al colgante en mi
poder.
Hice un gesto provocador incitándole a que se atreviera a venir a por mí si es
que podía con las llamas ganando cada vez más altura. El muy canalla entornó los ojos
y apuntó con su espada hacia mí. El objeto surcó el aire como una saeta y se clavó en la
pared, a escasos centímetros del rostro lloroso de Rosalie. Yo seguía entera pero lo que
quedaba de mi vestido resbaló por mi cuerpo. El muy cretino había hecho un
movimiento interesante, realmente aquella escena era... bizarra.
Extinguí el fuego, había decidido que le daría una oportunidad al silfo.
—Muy bien galán, al parecer no quieres ser el único exhibicionista de por
aquí —le aplaudí fingiendo emoción, algo que no se me daba para nada bien—. Te
felicito, para ser un silfo malcriado no lo haces tan mal.
Ni siquiera me importaba el hecho de que estuviera desnudo, después de haber
tenido que bañarlo, ¡bañarlo! fingiendo ser una criada no resultaba nada nuevo para mí.
Ahora él había quedado desarmado. Arranqué la espada de la pared y lo encaré. Idril
había bajado de un salto y se encontraba ante mí sin miedo en sus claros ojos a pesar de
encontrarse amenazado por el extremo afilado de mi espada. De cierto modo me
agradaba que fuera valiente, aunque en la posición en la que nos encontrábamos aquello
era más estupidez que valentía. Las últimas hélices de humo se arremolinaban en torno
a él y trepaban por la hoja y por su virilidad, exhibicionista ridículo. (No es que me
estuviera fijando detenidamente, simplemente era algo que no podía eludir de mi campo
de visión, por desgracia).
—Pongamos esto más interesante... ¿apostamos? —Tal vez el momento no
ameritaba algo como aquello, pero en las batallas me gustaba llegar al peligro extremo y
la adrenalina corría por mis venas mientras el éxtasis brillaba en mis iris.
—No hace falta que digas nada, preciosa. Tus ojos hablan por sí solos: jamás te
lo habías pasado tan bien con ningún otro hombre, ¿verdad?
Le ataqué, ignorando su desfachatez. Nunca antes había manejado una espada
por lo que mis estocadas no fueron elegantes pero sí amenazantes por la fuerza con que
la blandía. Idril las esquivó sin embargo, e hizo algo que provocó que los canales y
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tuberías que atravesaban las paredes, saltaran. Varios chorros de agua fría cayeron
sobre nosotros, calándonos y disipando las telarañas de humo. Tras esto, prosiguió
soltando idioteces:
—Es más, temes al amor, hasta ahora tan sólo te han decepcionado, ¿no es
cierto? —agregó socarronamente mientras se retiraba unos mechones mojados de su
rostro. Le odié internamente por haber sabido leer tan fácilmente en mí, sin embargo, mi
orgullo era mayor y me proporcionaba una coraza imperturbable que nunca fallaba.
Ante mi silencio prosiguió largando tonterías—. De acuerdo, apostemos, pero
hagámoslo en serio. Si consigo darte un beso, pasarás a ser mi criada personal y tendrás
que darme muchos masajes. Si por el contrario impides que me ponga algo de ropa,
dejaré que me secuestres. ¿Qué te parece?
Una gran carcajada se escapó de mi boca al terminar de oír las palabras de Idril,
ya me esperaba algo como eso, ¿qué mejor propuesta podía salir de él? Mi cabello se
pegó al rostro y traviesas gotas de agua resbalaban desde mi mentón cayendo por mi
cuello y siguiendo el camino de las curvas de mi cuerpo. Idril las seguía sin perderlas de
vista.
—¡Qué predecible es su majestad! —me burlé bebiendo un poco del agua que se
escurría por mis labios al hablar —, aunque algo de razón tienes, nunca lo he pasado
especialmente bien con un hombre, todos sois tan... insípidos. Y tú no eres la
excepción —le dije con un tono de voz sensual —. Pero vamos... que me aburro, serás
mi juguete por un rato, no quiero lamentos después —concluí, aceptando con eso su
propuesta.
Detecté por el rabillo del ojo cómo Rosalie se liberaba de las raíces y corría
huyendo de la escena.
<<Cobarde>>
La dejé huir, por lo pronto no era importante. Centré mi atención en Idril, no
estaba de más querer entretenerme un rato antes de matarlo, porque si pensaba que
saldría con vida de ese encuentro estaba muy equivocado. Mis objetivos eran claros esa
noche: matar a la reina Helena, a Gelsey y a su hijastro, acabando así con la monarquía,
en otro momento vería qué hacer con la tonta y desdichada Rosalie.
Idril también se había percatado de la huida de su prometida, por la forma en que
la miraba mientras la dejaba marcharse supe que estaba muy disgustado con ella y
probablemente nunca le perdonaría aquella traición.
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—Así que tú eres de las amargadas que no saben qué es el placer. No esperaba
menos de una amiga de Rosalie —me dijo con desdén cuando al fin nos habíamos
quedado solos, aunque sólo se trataba de una distracción para ganar tiempo y poder
realizar su truco:
Del agua hizo que surgieran flexibles y resistentes raíces acuáticas que se
cernieron sobre mi cuerpo.
Conocía el hechizo y debo admitir que fue inteligente por su parte. Traté de
mantenerlas alejadas de mí con rápidas estocadas pero no lograba cortarlas, en lugar de
ello, una se enroscó en torno al acero y por poco logra arrebatármela. Yo fui más rápida
y fuerte, saltando y logrando subirme a uno de los muebles: una estantería. Además, la
suerte quiso que justo en ese trozo de pared colgara otra espada decorativa. Me hice con
ella, ahora sostenía dos espadas e Idril ninguna.
—Preferiría que no me catalogases como una amiga virgen de Rosalie —le
hablé, agazapada sobre la estantería —. Ella sólo fue una simple herramienta para hacer
realidad mis planes.
Debía calcular mis movimientos, el fuego a esas alturas ya no era una opción
pues el agua no tardaría en apagarlo. En ese momento me lamenté por sólo haberme
concentrado en un elemento en los últimos meses al saber que se trataba de la debilidad
de los feéricos. Estudié todo desde mi lugar: ya tenía una estrategia.

***

Madelaine llegó a la puerta de la habitación de Idril a tiempo de ver a Rosalie


correr en dirección contraria, se había deshecho de Victorcín en una de las numerosas
trampas de la Cámara del Tesoro y la reliquia ya se encontraba en su poder. El medallón
dorado pesaba bastante y se le hacía incómodo colgárselo al cuello. Para su asombro, el
Joker se hallaba tendido en el suelo atado con cadenas mágicas que brotaban de un
círculo mágico en el suelo. Charcos de sangre procedente de los guardias derribados
bañaban sus rodillas. La humana corrió hacia él.
—¿Qué está pasando? ¿Rosalie te ha hecho esto? —aventuró realmente
sorprendida.
—La princesa idiota no… —respondió avergonzado y molesto con ella por creer
que alguien como Rosalie había podido con él, aunque la realidad no resultaba mucho
mejor.
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Madelaine le examinó las heridas. Muchas de ellas sin duda eran resultado de un
enfrentamiento muy intenso pero otras parecían más bien mágicas.
—Llevas mucho tiempo fuera de tu carta, necesitas encontrar a Adri.
—¿Me vas a liberar o no? —bramó claramente irritado por la situación.
—Adentro están Grisel e Idril, ¿verdad? —preguntó, ignorando sus protestas—.
Tranquilo, yo me encargo —anunció extendiendo su mano hacia el pomo de la puerta
aunque se detuvo al escuchar algo así como gemidos procedentes del interior.
<<Deben de estar agotados por el enfrentamiento, seguramente Grisel ya ha
conseguido atraparlo>>, trató de autoconvencerse.
Con decisión, giró el pomo.

***

Idril me miraba sin efectuar ningún otro movimiento y eso me hizo preguntarme
qué estaba tramando. Quizás el muy salido simplemente se encontraba disfrutando de
contemplar mi cuerpo expuesto. Pues lo iba a lamentar porque yo ya tenía pensada mi
estrategia a seguir. Comencé a trazar en el aire con la nueva espada que me había
agenciado una runa mágica pero el colgante que ahora pendía de mi cuello emitió un
chispazo. La espada por lo visto contenía en su interior magia eléctrica que al entrar en
contacto con la humedad de mi mano se activó, electrocutándome. Aquello me hizo
resbalar hacia atrás, tropecé y caí al suelo desde lo alto de la estantería en que me
hallaba subida. Por si eso no fuera bastante, la estantería se vino sobre mí y una
avalancha de libros me cayó encima.
Aún seguía aturdida cuando el propio Idril retiró de encima mío la montaña de
libros. El pelo se me había puesto de punta y la piel se me había ennegrecido por las
quemaduras y sin embargo el principito me contemplaba como si fuera la mujer más
hermosa de la faz de la Tierra. Eso me desconcertó, nadie jamás me había mirado con
semejante fascinación. Me hacía sentir…hermosa. Yo sabía que estaba buena, la
naturaleza me había otorgado buena genética pero resulta diferente el creerme hermosa
a saber que realmente lo soy. Sin siquiera darme tiempo a reaccionar, se aproximó a mí
(sus ojos chispearon con picardía), tomó mi cara entre sus manos y besó con delicadeza
mis labios.
—Gané —proclamó al separarse unos milímetros.
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Su voz sedosa resonando tan cerca de mis oídos me aturdió. Desde esta distancia
sus ojos me parecieron que brillaban más y sentía su aliento fresco sobre mi nariz. El
corazón golpeaba con furia mi pecho. Le había pedido esa mañana que no besara a
nadie más y a pesar de todo el muy necio había cumplido su promesa o por lo menos
rechazó a esa vampira esquizofrénica por mí. Que Idril rechace especialmente a Faith, a
Maddie o a Yariel siempre me produce placer. Inconscientemente me había ruborizado,
la sonrisa de Idril se hizo más amplia.
Así nos encontró la entrometida de Madelaine por lo que no es de extrañar que
pensara mal de la situación. Aquella fue la primera vez de varias que la irritante humana
se interponía entre Idril y yo. De haberlo sabido la habría matado allí mismo, pero en
ese momento se trataba de una aliada de la rebelión más, una muy traidora pero que al
menos odiaba a la familia real con tanta intensidad como yo…o eso nos había hecho
pensar a todos. Ella le miraba con desprecio, él no levantaba los ojos de mí; subestimé
su amenaza cuando debería saber que no existía mujer que no intentaría acosarlo.
—¡Grisel, el colgante! —me advirtió Maddie tras sobreponerse del estupor
inicial.
Con la poca fuerza que me quedaba concentré energía mágica en mi mano y
empujé a Idril contra los restos de la cama. Me puse de pie y pisoteé el colgante,
destruyéndolo, haciendo que algunos destellos multicolores salieran de él.
—¡Esto es una mierda! —grité totalmente exasperada.
¡No podía ser que el hadito me hubiera engañado! El agua resbalaba por mi cara
y mi cuerpo comenzaba a sacudirse por la furia que no podía contener. Mis manos
brillaban, mas la energía no era la suficiente para un ataque mortal.
<<Qué rápido se consume el poder>>
Dirigí mi vista a Madelaine.
—Encárgate del playboy de Gelsey como querías, no necesito tu ayuda. —
Percibí reproche en sus ojos además de algo de diversión, claro, debía ser toda una burla
en ese momento casi desnuda, con quemaduras y derrotada... genial. Sacudí la cabeza,
apartando el pelo que me molestaba —. No te preocupes, no he olvidado nada, Helena
estará muerta antes del amanecer. ¡Vete ya! Él es mío.
<<Nadie se interpone entre una presa mía y yo. Nadie>>
Bufó y cerró la puerta, claro signo de que poco le interesaba lo que hiciera
siempre que no estropeara los planes. Cuando volvimos a estar solos vi a Idril
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incorporarse, tenía una sonrisa ladeada y yo me crucé de brazos mirándolo altanera;


tendría que recurrir a mi plan B.
—¿Sabes? Yo soy cualquier cosa... menos una mala perdedora.
—Si eso es cierto entonces asume las consecuencias. Has tenido la oportunidad
de secuestrarme y has fallado. Además —señaló con la mirada los restos del colgante
maldito—, se nota que estás loca por mí porque has destrozado el colgante que hice con
todo mi afecto para Rosalie. —Con su característica desfachatez se acercó nuevamente
a mí y se atrevió a acariciarme la mejilla mientras continuaba hablando. —¿Acaso estás
celosa? ¿Por eso has hecho toda esta rebelión?
—Cállate, mal... —respiré profundo, en un momento así lo mejor era guardar la
compostura, en otra ocasión le diría insultos sobre sus...partes, las cuales parecían pedir
a gritos que se las retorciese —. Se nota cuánto amor la tienes para darle un collar
maldito, que esa esencia la reconozco en cualquier parte. Y te lo repito, no soy mala
perdedora, aunque comprenderás que en estos momentos estoy un tanto ocupada, ya
sabes, eso de liderar un golpe de Estado no es tarea fácil. Se supone que debo matar a la
reina Helena y ya de paso llevar a Rosalie hasta un calabozo mientras mis camaradas
asesinan cruelmente a los miembros del Consejo, a tu padre y te secuestran a ti, por lo
que tendremos que dejar esto para otro momento. ¿Qué te parece?
Lejos de amedrentarse, mostró satisfacción, como si eso fuera exactamente lo
que esperaba escuchar.
—Grisel… —Parecía ser que al fin se había aprendido mi nombre, algo positivo
al menos— Ya hemos hecho la guerra, nos falta hacer el amor y la diplomacia,
empecemos por lo más tedioso —me propuso sin dejar de jugar con los mechones
húmedos que caían por mi rostro—. En lo de matar a la furcia de Helena estoy de
acuerdo y si quieres encerrar a Rosalie tampoco me parece mal, así espabila. Matar al
Consejo no hará falta, ésos obedecen al que más les paguen. En cuanto a Gelsey... —
titubeó, sin saber qué pensaba de él tras todo lo acontecido—… Haz lo que quieras con
el viejo. Pues ya está, acuerdos diplomáticos firmados, pasemos a lo siguiente —
terminó diciendo alzando las cejas y centrando significativamente sus ojos en mis
labios.
Mientras escuchaba atentamente sus palabras no pude reprimir una sonrisa, era
innegable lo fresco que resultaba ese hombre. Ante su gesto libidinoso, me dejé hacer.
—Qué rápido has superado tu ruptura con tu prometida.
—Ella jamás me ha fascinado la mitad de lo que tú.
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Contuve el aliento. Sí claro, eso es lo que le debió de decir a Viviana y a todas


las demás y el resultado al final era el mismo.
—Te fascina una rebelde sádica y antipática que está deseando rajarte la
garganta, muy romántico y lógico.
—No eres antipática, sino difícil de tratar, profunda y compleja, como yo. Claro
que me fascinas: has conseguido engañarme como nadie, te has infiltrado en mi palacio
y estás en mi habitación sin rogarme que te haga el amor, aunque no queda mucho de la
cama por lo que lo has tenido un poco más fácil pero ¡qué más da! Y tus ojos… eres
fascinante, Grisel.
<<Está loco, loco de remate>>
Tenía que estarlo, sólo él sentiría fascinación de que alguien haya logrado
infiltrarse en su habitación tras traicionarlo para matarle.
—¿Sabes? Puede que seas un imbécil, pero me has caído mejor que los demás
imbéciles que he conocido —le susurré al oído antes de volverme y besarlo con
desenfreno, empujándolo desde la nuca para profundizar el beso. Le escuché gemir
sobre mis labios y me aventuré a morderlo, mientras con mi mano libre acariciaba sus
pectorales bien marcados. Me separé lentamente, su respiración era irregular y tenía un
brillo de deseo en sus ojos. Bajé con disimulo mi mirada hasta su entrepierna —. No lo
haces mal —le dije con aires de superioridad mientras giraba sobre mis talones para
caminar hasta la puerta y marcharme de una vez, no tenía sentido quedarme más tiempo
allí, comenzaba a sentirme cansada y a perder objetividad—. Si me demuestras lealtad
puede que te deje estar conmigo. —Mentira, esto no era sino una mentira más para que
se confiara y disfrutar más matándolo luego de haberme divertido con él un rato. No
había más opción, el principito iba a causar muchos problemas si no me deshacía a
tiempo. Una parte de mi lo intuía, parecía comprender por qué mi corazón bombeaba
fuego en vez de sangre. Y eso era preocupante e inadmisible. La sola idea de que
consiguiera derribar mi coraza me aterraba muchísimo y si existía alguien capaz de
conseguirlo era él. Qué triste su destino, deshacerme de alguien tan especial como él…
me reconfortaba el pensar que le había causado mucho daño a las mujeres, que era un
maldito canalla insensible y cínico. De esa forma al menos le tenía comiendo de la
palma de mi mano, estaba segura de que el muy idiota haría cualquier cosa que le
pidiese. ¿Acaso no era más piadoso y justo de esta forma?
—¡Espera! —me llamó, reteniéndome por el brazo— Aquí el príncipe soy yo,
eres tú la que debería mostrarme lealtad si no quieres que haga que mis guardias te
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arresten, aunque estoy seguro de que acabarías con ellos sin que ese cuerpo tuyo
sufriese ni un rasguño —Hablaba con dificultad, jadeando entrecortadamente pues
continuaba afectado por mi beso—. Yo soy el verdadero heredero, el hijo de la reina
Ellette. Gelsey sólo manda hasta que yo cumpla la mayoría de edad de mi raza, dentro
de una semana. ¡Declarémosle la guerra a Gelsey! Si unimos fuerzas la gente nos
apoyará a ambos.
Enarqué una ceja y me giré nuevamente para mirarlo directo a los ojos, al
parecer hablaba enserio. Durante años había vivido sometida a la estúpida burocracia y
por eso quería matarlos a todos para poder tomar el control de las cosas, por lo tanto, no
tenía por qué jurarle lealtad cuando él se encontraba entre el grupo de personas que iba a
aniquilar. Si deseaba unirse a mí, tendría que ser bajo mis propias condiciones.
—¿Le harías de verdad la guerra a tu padrastro? —cuestioné examinándole con
detenimiento, en busca de cualquier signo de que estuviera mintiendo.
—De verdad —aseguró. Al hacerlo, sus ojos destellaron con una decisión que
produjo un nudo en mi estómago.

***

Madelaine cerró la puerta tras de sí propinando un portazo, se sentía


humillada por la forma en que la había despreciado aunque a partir de entonces cada vez
que la bruja le sacara en cara su debilidad por ser una humana, ella le recordaría ese
episodio. El Joker la miraba interrogante esperando el informe de una buena vez.
—Esto…cómo decírtelo. El lugar parece un pantano con agua y vegetación
por todas partes, además de que los muebles están caídos…y ambos se encuentran sin
ropa. Creo que va ganando Idril pero en cualquier momento Grisel va a violarlo, estoy
segura de que me ha echado por eso así que me niego a interrumpir un acto tan íntimo.
Maddie podía sentir sus propias mejillas algo encendidas, tenía presente la
imagen del maldito de Idril desnudo y mojado.
<<¡Putos silfos nudistas!>>
Si es que estaba hecho un exhibicionista. Le costaba pasar por alto que había
dormido pegada a él una vez.
—No sé por qué no me sorprende nada de lo que has dicho —masculló su
camarada, sacándola de sus divagaciones—. Ahora libérame. Estoy harto de que
siempre alguien se me adelante para acosarlo, Idril es mío y de nadie más…
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Según terminaba de hablar, se desfalleció hacia adelante. Madelaine tuvo que


reaccionar y sujetarle a tiempo de que se cayera. El Joker luchaba por mantener la
consciencia.
—Estás fatal, no sé qué mierda te ha pasado pero debemos encontrar a Adri,
recuerda que atrapado por la carta no eres todopoderoso. —El Joker fue a protestar pero
ella le retuvo, sujetándole contra su cuerpo y forzándole a mirarla a los ojos.— Sé lo
mucho que ansías este momento pero no quieres que Idril te vea así de vulnerable,
¿verdad? —El Joker no tuvo más remedio que desistir, toda esa situación le frustraba
demasiado—. Grisel no va a matarlo, estoy segura de ello, así que buscaremos primero
a Adri que está en el ala oeste y volveremos después a por el principito.
Maddie se puso manos a la obra, no había tiempo que perder así que extrajo una
navaja cuyo acero anulaba la magia —otra de las pocas pertenencias que su madre le
había dejado aunque hasta que el Joker no le explicó un día lo que era nunca había
sospechado que se tratara de un objeto tan útil— y con ella cortó las cadenas mágicas
que le retenían. De pronto los guardias que Grisel había dejado inconscientes se
recuperaron.
—¡Mierda! —exclamó la humana rebuscando su pistola.
El primero cayó tras un par de disparos pero para el segundo, la magia del arma
mágica se agotó. Maddie sacudió la pistola desesperada pero nada ocurrió. El Joker le
arrebató la navaja y a pesar de su malherido estado, logró clavársela en un costado. Al
ser un brujo, aunque lograse sobrevivir a la cuchillada, su magia había quedado anulada.
Maddie ya sabía la clase de ser que estaba hecho y aun así el contemplar la sangre fría
con que mataba la dejaba sin aliento.
—Vamos…antes de que me arrepienta y me abalance sobre esa bruja.

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