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Me zambullí cerca de una zona de sombras estáticas para tener un camuflaje. La gente
ingresaba a los edificios y salía de ellos. Las personas sonreían, no parecían apuradas ni
nerviosas. Eran cordiales y serenas. El piso absorbía el impacto de sus pisadas. Y volví a
ver sus morenos rizos y mis facciones en su vestido etéreo. Más bella, más radiante.
Altiva en un modo compasivo. Por un momento que sentí una plenitud me colmaba el alma
y, unos segundos después, me estremecí. Retiré mi cabeza de golpe y volví a sofocarme.
Ella parecía relajada pero firme. Tranquila de tener todo bajo control. ¿Quién podría
negarle algo? ¿Quién podría desconfiar de ella? Se veía tan segura y genuina.
Replegada sobre mí misma en reflexiva posición fetal, levanté la vista hacia el otro cristal.
Me arrojé sobre él con cuidado: no quería traspasarlo. No había imaginado que el tono
espejado o polarizado de la pared era, en realidad, oscuridad del otro lado.
Tal como lo había hecho antes, presioné el vidrio suavemente. En lugar de agua
escurriéndose, sentí un vapor suave, de algodón o espuma. Aire. Parecía flotar y me
entregué cerrando los ojos para sentir la brisa húmeda y fría.
La luz del ambiente era similar a la de un día con tormenta, cuando las nubes plomizas
cubren el sol. Todo era gris, marrón o negro. A lo lejos distinguí puntos que se movían de
aquí para allá, desplazándose sobre un plano, que daba marco visual al espacio.
Los puntos caminaban mirando el suelo. Aclaré la vista para distinguir las reglas de esta
nueva realidad. Pude verlos caminando debajo de mí. Cada uno sumergido en su realidad.
Deprimidos, agobiados, lentos y encorvados se dirigían a una especie de fábrica en donde
no había luz artificial.
La fábrica era una herrería antigua y enorme. Nadie hablaba. Hacía calor y los ruidos de los
rítmicos golpes al metal eran insoportables, pero ellos no parecían notarlos ya.
Desplacé mi vista hacia un lateral para divisar mujeres juntando desechos del suelo.
Evidentemente, era escoria o residuos del trabajo con el hierro u otros materiales.
Yo quedé extasiada al ver la tez manchada de la mujer, sin notar que lo que ella veía era
una enorme versión, etérea y luminosa de su propio rostro, asomándose entre las nubes
de una tormenta.