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Licenciatura en Ciencias Sociales y Humanidades

Historia Social General

Clase N° 2

Unidad 3: La Revolución Industrial

La Revolución Industrial es considerada uno de los procesos socio-históricos más


complejos de la Historia Social. Significó un cambio estructural en el que se
combinaron de forma compleja crecimiento económico, innovación tecnológica y
organizativa, y profundas transformaciones sociales.

La complejidad del fenómeno ha abierto una gran variedad de enfoques que


trataron de explicar diferentes interrogantes, algunos de los cuales han sido
abordadas por Eric Hobsbawm en los textos que tienen como lecturas obligatorias
para esta clase, entre ellos:

¿Cuáles fueron sus causas? ¿Cuáles fueron sus principales efectos? ¿Por qué se
produjo en Inglaterra y no en otro lugar de Europa? ¿Por qué en el siglo XVIII y no
antes o después? Por citar solo algunos de los interrogantes más relevantes para
nuestro curso.

Podemos afirmar que uno de los pocos consensos que han alcanzado los
historiadores al respecto lo constituye la aceptación de que el proceso de
industrialización inglés fue el primero de la historia. Sin embargo, otras cuestiones
como la identificación de las causas de la Revolución Industrial y su desarrollo
siguen siendo materia de debate.

Es innegable la relevancia que tuvieron los cambios tecnológicos desarrollados en


Inglaterra, pero éstos no pueden ser comprendidos aisladamente de los procesos
socio-económicos y políticos que les dieron sustento y forma. Según David Landes
(1979), los cambios tecnológicos estaban basados en la necesidad y la conveniencia
generadas por una serie de condiciones.

Por un lado, este autor reconoce condiciones históricas como el desarrollo de la


llamada revolución agrícola y el crecimiento demográfico. Ambos procesos
favorecieron la consolidación de una demanda interna sostenida y el aumento de la
producción de alimentos y materias primas para la Industria. Landes reconoce
también la existencia de condiciones económicas que explican por qué no hubo en
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Inglaterra una nobleza territorial privilegiada (como en el caso de Francia) con


inmunidad fiscal. Parte de esto se explica, a su vez, por la importancia del sistema
bancario británico que, según este autor, permitió el redireccionamiento de
recursos generados en el ámbito rural al sector industrial a través de créditos.

Así, la articulación de estos elementos favoreció la consolidación del sistema fabril


que rompió con los sistemas preexistentes de producción de manufacturas:
artesanal, domiciliaria o protoindustrial. En este sentido, cabe preguntarse: ¿en qué
aspectos se diferenciaba la naciente industria capitalista de sus antecesoras?

Para responder este interrogante les propongo leer un fragmento del historiador
Eric Wolf (1987):

“No era nueva la idea de concentrar en un lugar, inclusive en un conjunto de


edificios, un gran número de trabajadores dedicados a diferentes operaciones
técnicas. Sin embargo, algo había nuevo: la creación de estas organizaciones bajo
una administración técnica unificada. La llegada de la fábrica fue consecuencia de
las limitaciones del sistema, en el cual un comerciante-empresario proporcionaba las
materias primas que debían ser procesadas en muchos establecimientos domésticos
pequeños. (…) Las actividades religiosas, de parentesco y recreación, podían
interferir y de hecho interferían con la intensidad y los procedimientos de trabajo. La
nueva forma de organizar el trabajo entrañaba un cierto número de cambios
interconectados. En primer lugar, reunió bajo un mismo techo tantas fases del
trabajo como era posible. Esta concentración reducía los costos de supervisión y
transporte que eran las características del sistema anterior. También permitió una
sincronización sobre la fuerza del trabajo. Lo cierto es que las primeras fábricas
textiles inglesas enfrentaron una renuencia general de parte de la clase trabajadora
potencial a acaptar el empleo en las fábricas. Se opusieron sobre todo al trabajo
inflexible y a la disciplina de las fábricas, tan contrarias a las costumbres anteriores
de sociabilidad del trabajo autónomo”.

El sistema capitalista traía aparejado la necesaria separación de los productores y la


propiedad de los medios de producción. Wolf marca un especial énfasis en el hecho
de que esta propiedad implicaba también el control técnico del trabajo. Este nuevo
sistema requería de la conformación de una masa de trabajadores asalariados que
comenzaron a vender su fuerza de trabajo en los establecimientos fabriles que
comenzaban a levantarse en las ciudades inglesas. Esta mano de obra asalariada
no podía provenir de otro lugar que no fuera el campo, donde vivía la mayoría de la
humanidad desde hacía unos 5000 años atrás. Para que estos trabajadores dejaran
su vida rural y pasaran a engrosar los planteles de las fábricas era necesario
resolver algunas limitaciones entre las que se destacaba la necesidad de lograr
producir alimento suficiente para responder a la demanda de la población

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campesina y para los que migraban a las ciudades también. Para ello, los cambios
experimentados durante el siglo XVIII en la producción agrícola resultaron
fundamentales. La implementación de la rotación cuatrienal y la incorporación de
nuevos cultivos y técnicas agrícolas permitieron superar los niveles mínimos de
subsistencia.

La llamada revolución agrícola fue reforzada por una política activa que consistió en
lo que se conocieron como leyes de cercamientos.

Esta normativa consolidó una nueva agricultura capitalista en los campos ingleses
al tiempo que limitaba las posibilidades de subsistencia de los campesinos al
impedirles el acceso a las llamadas tierras comunales. De este modo, los
campesinos pauperizados debieron abandonar sus aldeas en busca de otras formas
de sobrevivencia, por ejemplo, en las ciudades.

Esta situación tampoco fue mecánica. La población rural llevaba consigo una serie
de prácticas culturales que no se adaptaban del todo al trabajo fabril. ¿Cómo se
resolvió la oposición que menciona Wolf en el último párrafo del fragmento que
leímos más arriba? La población rural que se trasladaba a las ciudades tenía
diversas alternativas de subsistencia entre las que se contaban la posibilidad de
mendigar o incluso robar. En este contexto, el papel del estado volvió a ser clave
con la implementación de las leyes de vagancia que castigaban a los que no
trabajaban. Las prácticas represivas continuaban después en el interior de la fábrica
agravadas por las pésimas condiciones de trabajo.

Este disciplinamiento aplicado a los trabajadores era implementado a través de


diversos mecanismos que con el tiempo se fueron perfeccionando. En la mayoría de
las fábricas contaba con monitores y vigilantes que hacían cumplir los horarios y las
rutinas de trabajo. Su labor fue respaldada también con los relojes. Sin embargo, el
mejor disciplinador de trabajadores que existía dentro de la fábrica (en lo que hace
al ritmo de trabajo) fueron las propias máquinas. Por este motivo, no resulta tan
extraño que la primera reacción organizada de los trabajadores fuera el luddismo
que promovía la destrucción de las máquinas.

El proceso por el cual se consolidó la nueva sociedad industrial, requirió la


alineación y coordinación de todos los actores e instituciones disponibles. Así lo
expresa el siguiente fragmento:

“Además, había otra institución no industrial que podía emplearse para inculcar la
“economía del tiempo”: la escuela. El reverendo J. Clayton (autor de un folleto en el
que se puede encontrar todo lo que los patrones deseaban imponer a los
trabajadores) se lamentaba de que las calles de Manchester estuvieran llenas de

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“niños harapientos sin nada que hacer; que no sólo pierden el tiempo, sino que
aprenden costumbres de juego“. Alababa las escuelas de caridad porque enseñaban
industriosidad, frugalidad, orden y regularidad: “Los Escolares están obligados a
levantarse temprano y observar las Horas con gran puntualidad”.

William Temple, al defender en 1770 que se enviara a los niños pobres a los cuatro
años de edad a talleres donde se les pudiera emplear en alguna manufactura y
recibieran dos horas de instrucción al día, fue explícita en cuanto a la influencia
cívicamente educadora del método:

“Es considerablemente útil que estén, de una forma u otra, constantemente


ocupados al menos doce horas al día, se ganen la vida o no; ya que por estos
medios esperamos que la generación próxima esté tan habituada al empleo
constante que se convertirá a la larga en algo agradable y entretenido.”
(Reglamento de una escuela metodista de York, 1819).

Es muy interesante observar la claridad con la que el autor de este texto plantea la
necesidad de convertir a los niños y jóvenes en trabajadores que incorporen como
algo natural la explotación. Sin embargo, también resulta interesante observar que
al mismo tiempo que algunos actores sociales creían posible disciplinar y moldear
una clase trabajadora en función de sus necesidades e intereses, los trabajadores
británicos iniciaron las primeras formas de organización y de lucha contra el estado
de las cosas.

Es así que al ya mencionado luddismo de las décadas de 1810 y 1820 le siguieron


las primeras Trade-Unions (1825-1832), el socialismo utópico propuesto por Owen
(1833-1834) y finalmente el Cartismo (1836-1848). La mayoría de estos
movimientos fueron acompañados por sectores de la pequeña burguesía que
compartía algunos de los reclamos impulsados por el incipiente movimiento obrero.
Principalmente, el pedido de una reforma electoral y parlamentaria.

En este marco, se puede observar un proceso de co-construcción entre las formas


de organización y lucha obreras, por un lado, y la legislación, por el otro. Lo
llamativo es que esta legislación no siempre estuvo orientada del mismo modo.

Así, podemos observar que mientras en 1819 se profundizan las medidas


represivas a partir de las Six Acts, en la década de 1830 se establece la primera
reforma electoral (1832) y se dicta la primera ley de protección laboral (1833).

De este modo, Gran Bretaña se consolidó como el modelo a seguir por el resto de
los países europeos. Sin embargo, ningún país logró un desarrollo industrial
comparable hasta la segunda mitad del siglo XIX. Otras naciones europeas, como

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Francia realizaron su propio camino para convertirse en modernas sociedades


capitalistas. Este va ser el tema de nuestra próxima clase.

Hasta la semana que viene.

Bibliografía obligatoria de la clase n° 2:

HOBSBAWM, E. (1982), “Cap.2, El origen de la Revolución Industrial” y “Cap. 3: La


revolución industrial, 1780-1840”, en: Industria e imperio. Una historia económica de
Gran Bretaña desde 1750, Barcelona, Ariel, pp.34-93.

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