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El olor de la India

Presentación
Pier Paolo Pasolini (1922-1975), con ocasión de su viaje a la India, supo
retratar muy bien las consecuencias antropológicas, sociales y culturales
que provoca el fatalismo hinduista. El genial poeta y cineasta italiano visitó
el país en 1961 para conmemorar al poeta R. Tagore (1861-1941). Hacía su
viaje en plena descolonización y ambientado en las imágenes prefiguradas
y habituales sobre la cultura y la religión hindúes. De este periplo surgieron
unas crónicas llenas de matices y olores.
El cineasta y ensayista boloñés confesó en su crónica sentirse, a la vez,
cautivado y desconcertado por una India miserable y grandiosa. Así, de la
fascinación y conversión sentimental, se llega al retrato de una humanidad
casi animal y muerta, que decepciona al viajante. En efecto, Pasolini se
conmueve al ver que, junto con las vacas que pasean con lentitud su
sacralidad, viven indios haraposos que merodean como perros.
Es precisamente toda esta confusión la que origina un libro que suena como
una canción melancólica y reflexiva. Para el cineasta es imposible no ver
despierta la propia religiosidad ante un estado humano decrépito que
origina la pregunta sobre el sentido de la vida y la nostalgia del hombre
auténtico.
El carácter sensible y práctico de Pasolini denuncia la existencia de este
escenario y de la confusión religiosa (de ritos y conciencia inexistente), para
reflexionar sobre la libertad religiosa y la condición del hombre en general, a
partir del universo sacro. En un paraje inhumano y fatalista, la presencia de
alguien como la madre Teresa de Calcuta será el aliento para un pueblo sin
esperanza, surgido del infierno y caído en él; un infierno hecho de pira
funeraria en el que, al final del viaje, se calienta Pasolini tranquilizado,
adormecido y sorprendido de su estado.
Presentamos algunos pasajes que ayudan a entender más a un pueblo
mitificado, para percibir, a través de los adjetivos y de la bella musicalidad
del relato, el auténtico olor de un pueblo y de su religiosidad y, a través de
él, de la condición humana general.

Podrá parecer absurdo, pero por primera vez tuve la sensación de que el
catolicismo no coincide con el mundo. […] Me pregunté entonces, por
primera vez de manera urgente, qué era lo que llenaba este inmenso
mundo, este subcontinente de cuatrocientos millones de almas. […]
Trazar un cuadro de la religión hindú es imposible. Me limitaré, si es que
vale la pena, a reunir algunas teselas del irrealizable mosaico. […]
No siempre he visto en los ritos hindúes esa paz, humilde y humana: más
bien todo lo contrario. A menudo se ven cosas inmundas. La visión de toda
una serie de espléndidos templos, en el sur, desde Madrás hasta Tangiore,
una docena de etapas estupendas, se ve atormentada por la vista de la
multitud alrededor de los templos y de su sucia devoción.
En Calcuta, una visión tremenda. No era posible dejar de visitar el templo
de Kali, que es una de las pocas curiosidades de ese lugar siniestro y sin
esperanza, una de las más grandes aglomeraciones humanas del mundo.
Llegamos y bajamos del taxi, asaltados, como por un enjambre de moscas,
por un apretado gentío de leprosos, de ciegos, de tullidos, de mendigos; nos
internamos hacia el pequeño patio central del templo (sin conseguir verlo,
tanta era la atroz muchedumbre que nos atormentaba: por otra parte, se
trataba de una edificación moderna, sin valor de estilo) y, una vez llegados
a ese pequeño patio, entre un remolino de harapos y de pobres miembros
desnudos, hemos visto a alguien que arrastraba un cabrito hacia una
especie de patíbulo, una horquilla de madera plantada en el empedrado. Se
elevó una hoja curva, la cabeza del cabrito rodó por el suelo y el círculo del
cuello se llenó de una espuma hirviente de sangre.
En la India la vida tiene los caracteres de la insoportabilidad. […] Sin
embargo, los indios se levantan con el sol, resignados, y resignados
empiezan a ocuparse de algo: es un girar en el vacío a lo largo del día
entero. […] Verdad es que los indios nunca están alegres: sonríen a
menudo, es cierto, pero se trata de sonrisas de dulzura, no de alegría.
Así ocurre que de vez en cuando alguien sale de este torbellino espantoso,
de esta tempestad infernal. Y se lo ve como abandonado en los bordes,
atontado. A menudo me ha ocurrido ver a uno de ellos con la mirada fija en
el vacío, inmóvil: en el rostro, los síntomas claros de una neurosis. Casi
parecía que hubiese «entendido» la insoportabilidad de esa existencia.
Estas expresiones de estar abstraídos de la vida, de renunciamiento, de
interrupción, de hielo, las he visto concentradas y codificadas en el rostro de
un joven, en Aurangabad. […]
Pasando frente al enrejado en una de mis desesperadas exploraciones he
visto a un joven, inmóvil, del color de la cera, abstraído: pero en sus ojos
desorbitados había un gran orden y una gran paz. Tenía las manos unidas
en gesto de plegaria. Me acerqué para observar mejor. Estaba descalzo,
sus zapatos se encontraban allí, al lado, sobre el pútrido polvo. Miré qué era
lo que adoraba. Se trataba de una rana, de un metro de altura, encerrada
en el interior del templete, detrás de unos sucios tapices amarillos: una rana
hecha con una madera que parecía viscosa, con el dorso pintado de rojo y
la panza de amarillo. En realidad, era una degeneración de la consabida
vaca sagrada: un verdadero horror. Volví a contemplar el rostro del joven
que rezaba: era sublime.
No sé bien qué puede ser la religión hindú. […] Cada cual tiene su culto,
Visnú, Shiva o Kali, y sigue fielmente sus ritos. […]
De todas maneras, es un hecho que en India la atmósfera favorece la
religiosidad, como dicen hasta las reseñas más banales. […] Pero más que
una religiosidad específica (aquella que produce fenómenos místicos o
potencia clerical) he observado entre los indios una religiosidad genérica y
difusa: un producto medio de la religión. En otras palabras: la no violencia,
la mansedumbre, la bondad de los indios. De tal suerte su religión, que en
teoría es la más abstracta y filosófica del mundo, es ahora, en realidad, una
religión totalmente práctica: una manera de vivir […] (aunque se trate de
una practicidad que sirve para vivir en una situación humana absurda). […]
He conocido a algunos religiosos católicos y tengo que decir que jamás el
espíritu de Cristo me ha parecido tan dulce y lleno de vida: un trasplante
espléndidamente bien logrado. En Calcuta, Moravia, […] fuimos a conocer a
sor Teresa, una monja que se ha consagrado a los leprosos. […] Sor
Teresa es una mujer anciana, de piel morena porque es albanesa, alta,
seca, de mandíbulas casi viriles y mirada dulce que, donde mira, «ve». Se
parece de una manera impresionante a una famosa santa Ana de Miguel
Ángel, y en sus rasgos está grabada la verdadera bondad.

Pier Paolo Pasolini, El olor de la India. Barcelona: Península, 2006, págs. 24, 29-32 y 42-44

Preguntas-guía

1. ¿Qué rasgos del hinduismo presenta el texto?


2. ¿Qué diferencia muestra el texto entre el hinduismo y el
cristianismo?

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