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Mauricio Wiesenthal: «Rilke, que era

un místico, llama a pensar con el


corazón»
El escritor presenta en Acantilado «El vidente y lo oculto», una monumental «biografía
heterodoxa» del autor de las «Elegías de Duino»

ALFONSO ARMADAActualizado:30/12/2015 16:05hGUARDAR

«Nací en noviembre, cuando sopla el bora sobre Venecia y comienza la


temporada de los esnobs en el Gran Canal». Así se retrata este escritor
nacido en Barcelona en 1943 y que hasta hace no demasiado tiempo
era un misterio. Dice que desciende de «una vieja familia europea de
españoles y alemanes, suecos y daneses, rusos e italianos, judíos,
católicos y protestantes», y que algunos de sus antecesores emigraron
«desde Rusia a Alemania; otros fueron médicos y diplomáticos en
lugares lejanos; y, no pocos, hicieron el viaje atlántico desde
Hamburgo a Nueva York, desde Asturias a Argentina o desde
Santander a Cuba». En creaciones como «Libro de Réquiems» y «El
esnobismo de las golondrinas» ha «destilado 40 años de viajes,
lecturas y pasiones». Dice que nunca metió un barco en una botella,
que los juegos de familia le parecen un sucedáneo del incesto, hace
cada día una dieta de soledad y cuando más libre se siente es cuando
escribe. Y asegura que sabe «resistir», porque eso le permite
mantenerse mucho tiempo en la tentación.

Vive en una casa de alquiler en la calle de Rubinstein, en la parte alta


de Barcelona, que en realidad es un museo vivo de su vida. Portero de
sí mismo, escribe junto a la puerta de la vivienda, en una butaca que
fue de su madre, rodeado de libros, memorabilia infinita y de páginas
autógrafas de algunos de sus maestros, como su amigo Paul Morand, o
Lord Byron. ¿Dónde ha estado todo este tiempo antes de publicar y de
darse a conocer, aparte de escribiendo enciclopedias y viajando? Su
obra es la de un nostálgico de la gran cultura occidental, de lo sagrado.
Por eso ha buscado a Goethe en Weimar, a Mozart en Salzburgo y
Viena, a Nietzsche en Sils Maria, a Tolstói en Yasnaia Poliana, a Byron
en Venecia, a Keats en Roma… De él se ha dicho, además de ser un
adalid de la vida inútil, de la vida que no busca una rentabilidad
contante y sonante, sino espiritual, que la compasión forma parte de
su forma de estar en el mundo. Hijo de muchos escritores, navega en
la estela de nombres como Bécquer o Cirlot, Cervantes y Rilke, Tolstói
y Dostoieveski, Chateaubriand y Lawrence Durrell, Cendrars y
Somerset Maughan, Morand y Pierre Loti, Goethe y Thomas Mann.
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Uno de los que mejor le han radiografiado es Sergi Doria, cuando dijo
que los recuerdos para Wiesenthal son como estatuas que intenta
recomponer. Acaba de publicar en Acantilado una «biografía
heterodoxa» de 1.168 páginas del poeta Rainer María Rilke que le
prometió al editor que mejor entendió su manera de estar en el
mundo, Jaume Vallcorba, antes de que hiciera mutis de la vida, y que
es la biografía espiritual del autor de las «Elegías de Duino», pero
también del propio Wiesenthal, que se emociona hasta el umbral de
las lágrimas cuando habla de la gran cultura europea, de una
aristocracia del espíritu que parece ceniza enamorada.

¿Qué clase de editor era Jaume Vallcorba y cómo surgió la


idea de esta biografía?
Era sobre todo un librepensador, algo que en nuestro tiempo no deja
de ser un tesoro. Y en esta época en la que parece que los oficios están
suplantados, en el que no sabes por qué alguien se dedica a algo que
no le pega, sin embargo Jaume Vallcorba era «el editor». Cuando le
conocías sabías que habías conocido a un editor. Te podía gustar un
libro más que otro, pero todo salía de una verdad de vida. Jaume
Vallcorba era sobre todo un amigo que había descubierto que la fe, la
belleza y la libertad nos esperan en algunos libros. Editaba y escribía
libros bellísimos, igual que los faros lanzan destellos. Quizás por eso
llamó a su editorial Acantilado. Vallcorba era también el editor de
Stefan Zweig, que había sido mi maestro. Yo había nacido un año
después de su muerte, pero lo elegí como no de mis grandes maestros.
«El mundo de ayer» fue uno de los grandes títulos de su colección. Y
eso fue lo que llevó de mi maestro Zweig a mi maestro Vallcorba y nos
unió en esa aventura editorial. La biografía de Rilke sale porque hacía
mucho tiempo que quería escribir una biografía de Zweig. Pero luego
pensé que aunque una biografía no tiene nada que ver con unas
memorias, como son «El mundo de ayer», no quería tocar nada de lo
que él dejó o quiso ver. Yo había dedicado una vida entera a estudiar
lo que fueron los comienzos del siglo XX, hasta la Primera Guerra
Mundial, y luego su consecuencia inevitable que es la Segunda. En vez
de escribir de Zweig, que está todo dicho por él, decidí escribir sobre
Rilke. Es el mismo escenario, pero con un personaje completamente
diferente. Fue una iniciativa mía, pero con cierta reticencia por parte
del editor, porque no le era excesivamente simpática su figura. Le
tenía admiración como poeta, pero sabía suficientes cosas de su vida y
como personaje no le atraía.

¿Y este libro fue una especie de regalo póstumo?


Yo le había entregado el libro en una versión previa. Siempre que
puedo, en verano voy a pasar un tiempo a Sils Maria, donde Nietzsche
escribió «Así habló Zaratustra». Es un pueblo que para mí es el
corazón de Europa. Esa zona de Suiza es la zona de partición de las
aguas de Europa, allí cerca nacen el Danubio y el Rin, y allí tienes el
Ródano. Es este pueblecito montañés, encantador, alquilo un
apartamento que está en el hotel Edelweis, al lado de la casa en la que
vivió y escribó Nietzsche. Recuerdo que Vallcorba, muy enfermo ya, en
el verano de 2014, me llamaba por las noches, y me preguntaba cómo
estaba y me comentaba las cosas que iba leyendo de la versión que yo
le había entregado. Se oían solo las campanadas de la noche, el rumor
del río, y yo desde el jardín que daba a la casa de Nietzsche escuchaba
su voz. Es algo que llevo en el corazón y llevaré hasta que me muera.

En la introducción dice que a Rilke se le crucificó «en la


misma cruz en la que está clavado Unamuno"». ¿Qué clase de
cruz es esa y por qué cree que es así?

La Virgen María es la imagen más importante de la cultura europea

Del mismo modo que la figura de Unamuno encierra la de su angustia


existencial, su angustia religiosa, en Rilke también está la angustia de
un cristiano que presenta no pocas veces esa diatriba con respecto a la
fe, con respecto a las figuras de la fe, cuando él vive de ella. Hay
muchos versos dedicados a la figura de la Virgen María. A mí me
interesa mucho porque al cabo de los años he llegado a la conclusión
de que es la imagen más importante de la cultura europea, porque los
europeos hemos bebido de todas partes, afortunadamente, y tenemos
este mestizaje tremendo de ideas, de pueblos que nos han
conquistado, que nos han enseñado tantas cosas, y luego tenemos ese
fundamento de la fe, semítica, de la fe judía, del Viejo Testamento,
pero donde aparece de repente una figura original. No es una figura
semita tan clara, porque es una figura femenina. Esa es la creación de
nuestra Europa, fundamentalmente en la Edad Media y luego en los
caballeros andantes, en los trovadores, en donde tenemos esta figura
femenina en contraposición a todas las religiones, todas las otras
versiones de la cultura. Tenemos la figura de Nuestra Madre, algo que,
visto desde el judaísmo, no deja de ser conflictivo, puesto que el
judaísmo toma la figura de un Dios Padre y de unos patriarcas que son
el símbolo de la tradición. Y nosotros los cristianos elegimos en un
momento determinado la figura de una madre, un poco perdida en las
sombras, que sería la diosa madre. Es la Pacha Mama, es la diosa
creadora, volvemos a pensar que antes de todo éramos hijos de una
madre. Y eso lo digo desde el sillón de mi madre, donde me siento a
escribir, y tengo que decir que fui un poco conflictivo con mi madre...

¿Como Rilke con la suya?


Sí, yo que me crié muy ligado a mi padre, a su idea de la cultura
europea. Mi madre era de Santander, pero medio andaluza, por eso
viví también mucho en Andalucía. Pero mi formación cultural al
principio se dirigía más hacia este mundo centroeuropeo. Mi madre
me era la contraposición del otro mundo querido. Me emociono al
recordarlo, al hablar de ello. Todo ese mundo que sin duda está
sentimentalmente en mis libros, que es el mundo materno, lo he
querido reivindicar en el mundo de Rilke, que sin embargo no fue mi
mundo declarado de infancia, aunque seguramente esté en mi
subconsciente...

¿Ha sido un reconocimiento tardío?


Es un reconocimiento tardío de algo que estaba como un río oculto
dentro de mí, que yo no quería descubrir, porque quizá estéticamente
me parecía más bella mi adscripción de escritor europeo, y hoy día
vuelvo al pan, vuelvo al pan y a la leche...

Pero volvamos a Unamuno...

Como Unamuno, Rilke se debate en la angustia existencialista

Lo que he visto claramente es que Rilke, como el cristiano Unamuno,


se debate en en la angustia existencialista de su tiempo. Es muy fácil
hacer una biografía reduciéndolo a esa angustia existencial como
diciendo: son personas que intentan desligarse de ese mundo
tormentoso que el fondo les inquieta porque es amargo, es oscuro, es
tormentoso, es tenebroso. Todas las palabras medievalistas, en las que
se puede concentrar toda esa angustia religiosa. Y sin embargo son
personas que creo que tenían que resolver fundamentalmente para su
obra esa relación con la mística, con lo que no se ve. Por eso he
subtitulado mi libro «El vidente y lo oculto», porque son personas
preocupadas por un mundo que no es estrictamente racionalista.
Aunque no olvidemos que Unamuno es un filósofo y por tanto la razón
está clara, porque si no estaríamos hablando de un loco. En el caso de
Unamuno es fundamental, porque se trata de un filósofo, la razón está
bien aposentada. Pero hay un elemento que él concilia, y ese elemento
podíamos llamarle femenino y ese elemento es el de la fe, del corazón,
de la emotividad. Las sensaciones que Rilke también llamaba del
corazón, pensar con el corazón. El corazón lo hemos convertido en una
blasfemia, porque al corazón le llamamos la máquina del capricho, la
pasión la identificamos con lo más errático, con lo más arbitrario. No
es así. El corazón es la máquina del ritmo, es la máquina de la
precisión, es la máquina de la vida. El sentimiento no tiene por qué
ser una droga, el sentimiento es una maravilla de profundidad, es una
forma de conocer. Y afortunadamente las mujeres, y ahí llegamos a la
figura femenina, han mantenido desde las abuelas, desde nuestras
más viejas antepasadas, en sus tribus, esa idea de que a los hijos no se
les educa solo mediante la razón sino que se les educa también por el
sentimiento. Y eso hacía de ellos hombres de bien, hombres sinceros,
hombres honradas, capaces de ser padres, de tener hijos, de
comprender a las mujeres, de cooperar con ellas. Esa es la educación
antigua, lo otro es una educación que está desvirtuada.

Dice en los primeros compases del libro que «sin


aristocracia, sin pasiones, sin una terrible y angustiosa
construcción del ego, sin narcisismo, sin fetiches, sin magia,
sin objetos simbólicos, sin conocimiento iniciático, sin
imágenes religiosas y sin fe no se puede entender a Rilke», y
que «se mueve en una nebulosa mística que no es grata a los
hombres modernos». ¿Cuántos de estos ragos se pueden
encontrar en Mauricio Wiesenthal, cuánto de Rilke hay en
usted?
Probablemente, y dicho con una cierta pena, porque Rilke no es una
persona que me fascine vitalmente, en mi búsqueda haya habido
también muchos de estos elementos: la idea de la fe, la idea de lo
aristocrático. Eso me ha hecho luchar y me ha hecho sufrir en la vida.
Por eso ahí sí hay un debate que probablemente me acerca a Rilke. Por
ejemplo, yo he vivido una época en la que la palabra «popular» tenía
infinita más fuerza que la palabra «aristocracia», porque se
malentendía la aristocracia como un mundo de cuatro señores más o
menos privilegiados que no hacían nada en la vida, no sembraban
nada y no producían nada. Pero lo que yo buscaba en ese mundo era el
«aristos», la idea griega de la educación, de la «aristeia», del combate
individual, por el que tenemos la epopeya griega, «La Ilíada». «La
Ilíada» no es un libro solamente de guerra, es un libro de combates
individuales, de hombre a hombre, que uno a uno se reta, se enfrenta.
También hombres y mujeres se retan. El mundo griego cree en la
individualidad para enfrentarse al otro. La epopeya de búsqueda de
los valores la tenía yo muy marcada y ese es un mundo aristocrático...

La aristocracia del espíritu...


Es la aristocracia del espíritu de nuestros caballeros andantes. Por eso
me siento tan identificado con lo quijotesco, porque era el mundo de
vamos a luchar, vamos a plantar cara valientemente y vamos a
equivocarnos y nos vamos a dar muchas zurras, que a mí me las han
dado, pero pese a todo eso yo voy a dar la batalla porque así voy a
demostrar lo que es mi propia fuerza, voy a medirme, voy a aprender,
no en vano es también este libro un libro de iniciación, de aprendizaje.
Por todo eso sí me siento unido a Rilke, porque he hecho mi vida a
base de tropezones, a base de errores, de una búsqueda continua de
cosas que no he querido nunca aceptar porque me venían impuestas.
Ni en mi fe ni nada. Hoy día me considero probablemente un hombre
de fe, pido a Dios que me la mantenga y me la fortalezca mucho,
porque toda la que me dé es poca, y todo eso lo he hecho de una
manera muy poco racionalista, lo hecho en un debate vital. Yo he sido
una persona que he querido vivir, sigo confiando en la vida, creo que
la vida es lo más honroso y maravilloso que tiene el ser humano para
aprender, y que la vida nos ha sido dada para aprender. Por eso
todavía tengo esa ingenuidad de que viviendo aprendo.

«No hay nadie que me conozca», escribió Rilke en su último


poema inacabado. ¿Le conoció su madre? ¿Le conoció su
padre? ¿Le conocieron sus amigas?
Yo pienso que su madre probablemente lo intuyó, vamos a llamarlo
así. Su madre fue la que lo levantó, lo llevó a ese mundo de la
aristocracia, de los valores, de la fe. La que le puso el escenario en el
que él tenía que jugar su vida. Lo que pasa es que la juega no como su
madre quería, pero con los juguetes que su madre le dio de pequeño.
Eso es muy bello, que un muchacho comience su vida y se abra camino
sobre el propio panorama que le dieron. Y hasta el final busca sentido
a todos esos símbolos que le dieron. Su padre creo que no lo conoció
porque era un hombre distante, con prejuicios. En la medida que
tienes prejuicios difícilmente conoces a las personas. Su padre era un
hombre marcado por prejuicios burgueses, que este niño sea un
hombre de bien, pero eso le separa de su propio hijo, como lo separa
de su mujer, y el matrimonio se convierte en un fracaso. Como lo
separa de sus hermanos. Lo separan de todo, incomprendido de su
propio entorno, porque no pueden abrirse. Su hijo tiene un cofre
sagrado que es el corazón, y es que para llegar a conocer el mundo e
incluso para llorar con el mundo merece la pena llorar con el corazón,
y no morirse manteniendo la postura como mantenía el padre, esa
coraza que hace que no se pueda comunicar ni con su propio hijo en
esa tragedia. Probablemente es eso lo que enseña a su hijo, que
cuando le miraba veía en él la soledad, la imposibilidad de decirle «te
quiero», la imposibilidad de abrazarle, de mirarle a los ojos. Por eso
hay esa foto tremenda de Rilke pequeño, cuando tiene diez años y está
junto a su padre.
Wiesen
thal, en un momento de la conversación - INÉS BAUCELLS
Él compone la postura, mientras que el hijo le está llamando, tirando
de la chaqueta, un pobre niño, y a uno le dan ganas de decirle al
padre: «por la mano sobre tu hijo». Las mujeres sí que le conocieron,
habían percibido esa incapacidad masculina, esa capacidad que
tenemos los hombres para convertir nuestra hormona de combate en
el único fundamento de nuestra vida, que es una incapacidad, y no
tener en cuenta que tenemos otras hormonas para comprendernos,
para tolerarnos, porque tememos que alguien desde fuera pueda
decirnos que somos unos blandos. Esa parte de blandura se la
adivinan enseguida a Rilke, porque las mujeres la tienen y le sienten
cercano, y le recogen. Estas son palabras de Lou Andreas-Salomé, que
es quizá quien mejor le comprendió, la que mejor le conduce, y le lleva
porque sabe qué tiene dentro. El conflicto lo ve Lou Salomé y lo que
hace es pacificarlo, reconciliarlo, darle su parte femenina y su parte
masculina. De Rilke se ha hecho la caricatura de un poeta femenino, e
incluso se ha puesto en duda que estuviera dotado en el aspecto viril.
Lou Salomé lo define, y dice que si había algo que caracterizaba a
Rilke es que era profundamente viril, profundamente hombre. Es muy
curioso, un niño al que su madre había vestido de muñequita, porque
había perdido antes a una hija, y por eso le llamó René, Renato,
porque pensó que en él había renacido la niña muerta, la figura de la
hermana, Sofía. Y cuando era pequeñito se vestía de su hermana Sofía
y jugaba a las casitas. Todo eso que se convierte en prejuicios
fácilmente. Si algo conocía Lou Salomé es a los hombres. Y se da
cuenta de que se encuentra con un hombre profundamente viril, que
suscitaba una atracción enorme sobre las mujeres. Porque además de
profundamente viril era profundamente solitario, profundamente
conflictivo con sus hormonas. Las mujeres disfrutan con él porque
pueden hablar con un hombre, pero que las entiende, de tú a tú. Un
hombre que comprende el valor de los pequeños objetos, de los
detalles. Nosotros tenemos una visión de la vida que es como
compartimentada, y por eso se hace conflictiva, mientras que ellas
tienen una mirada que tiende a la reconciliación, más armónica.

«Viaje nocturno hacia la memoria», escribe en un momento


dado. ¿Podría ser una variante del título?
Sí, podría ser una variante del título perfectamente porque el libro
para mí ha sido un viaje, y yo lo he acometido como un viaje porque ha
sido realmente un viaje al escribirlo.

¿Y donde la noche está muy presente?

El libro ha sido un viaje por la noche, porque Rilke es un poeta

nocturno, errabundo

Es verdad, está la Reina de la Noche, están las figuras de las estrellas.


Está muy presente porque para mí ha sido un viaje por la oscuridad
porque Rilke es un poeta nocturno, y noctívago también. Anda
errabundo siempre. Y eso le hace a veces incomprendido, duro de
comprender, difícil, y cuando entré en el libro, en su vida, entré como
todo el mundo, con mis prejuicios sobre su personalidad, con esas
iluminaciones que se han hecho sobre su vida, flashes que se han
cogido sobre su biografía, y yo entré también con ese mundo
preconcebido. Pero a medida que me iba abriendo camino por su vida
iba descubriendo que estaba haciendo ese viaje nocturno, a veces a
tientas, y eso me exigió un cierto dolor, ese dolor que me hizo
moverme por la vida de Rilke. Es una vida, para mí y para mis valores,
una vida que produce tremendo sufrimiento, tan incomunicado a
veces. Él mismo perdido en una época tan conflictiva, donde
políticamente va cambiando de un extremo a otro...

Y un mundo además que va hacia la catástrofe...


Va hacia la catástrofe. Le llamo también vidente porque era todo ojos.
Así como Nietzsche era todo oídos, por su sentido musical...

¿Y también fascinado por Lou Andreas-Salomé?


Sí, también fascinado, pero si Nietzsche era todo oídos, Rilke era todo
ojos.

Mientras Nietzsche tenía sensibilidad para la música, Rilke


no.
Por eso Rilke se consideraba analfabeto musicalmente. Mientras que
Nietzsche tenía una profundidad musical inmensa, por eso era amigo
de Wagner, y por eso se atrevía a plantar cara musicalmente al propio
Wagner. Y sin embargo en Rilke está esa mirada, ese aprender a mirar
el mundo, y buena parte de su vida las formas más profundas que dice
provienen de una forma de ver, de una forma diferente. Por ejemplo
de cómo los animales ven el mundo, porque se interesa mucho por lo
que es la forma natural de ver. Habla por ejemplo de los rebecos
cuando saltan en la montaña, y saltan sin mirar, sin ver el peligro,
porque dice que los animales no tienen delante la muerte, tienen su
instinto...

No tienen conciencia de la muerte.


No tienen conciencia de la muerte. No han hecho ese psicoanálisis que
es tan negativo para nosotros. Nosotros al tener conciencia de la
muerte racionalizamos, nos dejamos guiar por la prudencia, y eso nos
aparta de ciertas experiencias porque nos pueden conducir a la
muerte. Todo eso está en Rilke. Él se da cuenta de esos aspectos, y de
todo lo que le han predicado de pequeño, le han predicado la
prudencia, la cobardía...

Y el cálculo...
Ha dicho la palabra exacta, el cálculo. Que es lo que llamo
racionalismo excesivo, o fanatismo racional, que conduce al cálculo en
vez de conducir a una visión, o a una previsión, o a una cautela. La
prudencia es una virtud, pero el cálculo comienza a ser sospechoso y
peligroso.

«Piedad y letras», era el lema de los escolapios con los que se


educó el poeta. ¿En qué medida la pobreza influyó en la
educación de su sensibilidad y no lo encaminó hacia el
resentimiento político?
Esto es muy característico de él, siendo un poeta que va a vivir en
condiciones muy precarias, porque era un pobre de solemnidad. Deja
cuatro libros. Las casas donde vivía, castillos y grandes hoteles a
veces, y pensiones, a veces de mala muerte, le vienen por vía de gracia,
empleando un lenguaje místico. No le viene por vía de un trabajo
encaminado a enriquecerse. Es por eso que él descubre un mundo en
el que la casa del pobre es como un relicario. Él busca en este mundo
respuesta a unas preguntas que le inquietan más que lo material. Yo
comprendo que hay gente que una vez que ha satisfecho lo material se
encuentre muy cómoda, pero yo sospecho que en realidad se
encuentra al principio del camino. Y entonces Rilke se lanza a su obra,
como diría Todorov, como a un absoluto. Busca respuestas
fundamentales que no tienen nada que ver con encontrarse con el
bienestar. Él lo que busca es la verdad, y la verdad se encuentra más
fácil en lo sencillo, en lo que es elemental, que en las cosas más
sofisticadas.

En lo despojado.
En lo despojado. Es llamativo y contradictorio con algunas apariencias
de su vida, y eso ha suscitado cierto escándalo. Pero es que yo creo
mucho en el escándalo. Creo que la verdad se oculta a veces en el
escándalo. Como el amor en la vida -esa es mi experiencia- llega a
veces a través del escándalo.

Eso me recuerda al temor que le impidió enamorarse de


Marthe, la muchacha que recogió de la calle, que apareció
casi en el útlimo tramo de su vida, y que por temor
precisamente al escándalo...
Por eso él tiene un punto que es siempre la tentación. Yo que soy
creyente y un poco místico creo que la única forma que hay de
conducirnos con libertad es seducirnos. La mejor manera de llevarme
en libertad no a base de enderezarme de mala manera sería
seduciéndome. En las seducciones hay cosas malas, por eso es nuestra
obligación filtrarlas. En las seducciones hay escándalos bellísimos,
donde está la verdad, el bien, la belleza... La pobreza es un escándalo.
Si de pequeños nos preguntan tú qué quieres, decimos «yo quiero
tener un Maserati, ir lanzado por las estrellas, con las modelos más
grandiosas...». A quien le gusten claro, porque así se hacen las vidas
impostadas, unas vidas que gustan a los demás. Todos nos
enamorábamos de niños de la madre del amigo más cercano, o de la
tía, hasta que llega un momento en que vas encontrando tu mundo. La
pobreza es esto. La pobreza es la búsqueda de algo, de preferir no
vender tu vida, guardar tu sencillez, guardar tus ideas para descubrir
alguna verdad. Tú lo único que le pides a la vida es que te dé una
verdad y te dé sentido a lo que estás viviendo, que esto no sea absurdo.
Yo quiero encontrarle sentido a mis actos, a mis sentimientos. La
pobreza, como el amor, tiene una parte bellísima que cuando
encuentra su objetivo se encuentra recompensada inmediatamente. El
pago es automático. Es la mirada de uno sobre otra, o de otra sobre
uno, y la recompensa es inmediata. La pobreza en la vida, cuando es
una vida de honradez, de valores, de trabajo, de sinceridad, de
creeación, de siembra... está en mirar la lechuga que ha crecido
delante de tus ojos, o el pan que acabas de amasar.

Asegura que Mozart nos emociona tanto porque guardó en


su alma la luz de su infancia. ¿Y Rilke?
Como decía Camus, la vida es un largo rodeo para volver a las

verdades de la infancia

Rilke también. Eso sí que lo tengo claro. Curiosamente en un niño


imaginativo la infancia tampoco se puede ver al exterior, porque la
infancia es de las cosa que tenemos más interiores. El mundo ese suyo
de las casitas de muñecas, vestido de niña, también hay una
explicación, porque era muy hábil: pensaba que si se vestía de niña su
madre, cuando había hecho una travesura, sería menos dura con él.
Rilke tuvo una infancia profunda. En su libro sobre Rilke, que escribió
Lou Andreas-Salomé cuando hacía años que el poeta había muerto,
dice cosas bellísimas. Ese libro la justifica. Ella dice que Rilke era un
hombre que siempre tenía presente una infancia activa, una infancia
que seguía viviendo en él. Él lo tiene. Para un poeta es fundamental,
para un creador. Porque en la infancia está la fantasía, la creación, la
ausencia de cálculo, el amor desinteresado, y eso lo tenía Rilke, y es
por eso que es capaz de pintar esas figuras tan bellas, como cuando
hace las Anunciaciones. Ahí se comporta como un ángel. Cuando habla
de la figura de María ahí se comporta como un ángel. Por el contrario
cuando se lanza a las diatribas religiosas, a explicar si Cristo tenía que
haber bajado o no de la cruz, habla como un pobre diablillo, como
hablamos todos cuando estamos en una crisis. Por eso me interesaba
el libro como un libro de iniciación, porque el libro es un largo rodeo.
Como decía Camus, la vida es un largo rodeo para volver a las tres o
cuatro verdades sencillas que nos abrieron el corazón cuando éramos
niños. Es decir, es un largo camino hacia nuestra madre. Decía
Eugenio d'Ors (con quien ahora se quieren meter, cuando si Cataluña
dio alguien que fuera pensador y grande ese era Eugenio d'Ors)
hablando de la historia: lo que los arqueólogos buscan pueblos
antiguos son tumbas, y la tumba es la matriz de la historia, la tumba
es la cueva, es la madre. Traduciendo de esa forma arquelógica, la vida
de un hombre sería un largo rodeo para volver a la matriz de nuestra
madre. Así lo veo, y ya soy muy viejo y me quedan pocas horas para
contradecirme.

Dice que «el nacionalismo crea siempre vidas desubicadas».


¿Le ocurre ahora mismo al autor de este libro, que nació y
vive en Barcelona tras haber recorrido el mundo?

El nacionalismo, querer crear fronteras, es una cosa animal


Al excluir el ser humano incurre en un peligro filosófico enorme. Al
excluir comienza a contar en el futuro con menos datos para lo que
está pensando. Yo he nacido en Barcelona, de padre de origen alemán,
mi abuelo había vivido en Madrid, había nacido en Alemania pero se
nacionalizó español cuando mi padre se hizo catedrático y mi tío
diplomático, porque tenía que ser hijo de español. Tengo un nombre
judío, mi madre era de Santander, de cristianos viejos, donde mi
abuela me iba contando los apellidos, todos rimbombantes, con
escudos. Y por otra parte la tradición de una vieja familia judía
centroeuropea. Todo eso me llevó a la idea de que el nacionalismo, el
querer crear fronteras es una cosa animal. Porque en el fondo lo
primero que hacen los animales es crear fronteras, marcar su
territorio, de una forma fálica. Por eso considero que la cultura y la
civilización es todo lo contrario, y precisamente la defensa de las
viejas culturas, la defensa de la vieja fe... Cuando me defino lo hago
con esa tradición de la que no abjuro, de viejo cristiano de Cantabria,
de viejo judío de Centroeuropa. Y eso para mí no es motivo de
conflicto, porque no tiene fronteras.

Wiesen
thal, junto a su biblioteca personal - INÉS BAUCELLS
Si yo estableciese fronteras me moriría. Es un mundo de
reconciliación. Y por eso me siento tan feliz y tan orgulloso de vivir en
una tierra que tiene una cultura, la cultura catalana, tan bella, pero al
mismo tiempo me siento tan español entre otras razones por la lengua
en la que escribo, y esto sí que tremendo para un escritor, porque la
lengua se convierte ya en una cuestión de amor, y la lengua me
produce a mí una identidad absoluta. Pero dicho eso vivo
perfectamente en Cataluña, pero mi sueño es volver a la Andalucía
donde viví.Si tuviese que elegir una patria elegiría Andalucía, una
casita con un patio. Yo prefiero la palabra patria a la palabra nación.
La patria está hecha de valores femeninos, maternales, pero no exige
tener un Estado.Considero que cuando vienen las fronteras es cuando
viene todo. Cuando excluyes a alguien que está dentro y le dices que
no tiene tanto derecho como tú a la tierra, o cuando no tiene tanto
derecho como tú al idioma, cuando pierdes la piedad, el sentimiento
de misericordia, el sentimiento de comunidad, el sentimiento de
fraternidad... Hoy día que se habla tanto de fraternidad, es un grito
bello la fraternidad, me gusta mucho, como me gusta mucho la
libertad. Respecto a la igualdad tengo mis pequeñas objeciones, como
decía el cardenal de París: «cuando me muera me gustaría estar a la
derecha de Dios padre para hacerle pequeñas objeciones». Una de mis
pequeñas objeciones a la igualdad es que creo más en la ecuanimidad.
Todos sabemos lo que es ser ecuánime y ser justo. La igualdad es una
cuestión diferente.

Escribe que fueron las mujeres quienes nos enseñaron que el


sentimiento del amor no tiene dos caras, cuerpo y alma.
¿Qué es este libro? ¿Acaso una rendición al amor y a la
poesía?
Sin duda lo es. Vuelvo a la idea del escándalo. No me hubiese gustado
que fuese así, me hubiese gustado que fuese un libro como más
aséptico, más profesoral, académico. Pero me ha salido un libro
comprometido, me sale un libro de angustia donde aparecen incluso
declaraciones mías de fe, declaraciones mías de amor. Y digo que sí a
todo pero con cierta vergüenza.

Es una biografía heterodoxa.


Sí, pero esto para mí ha sido conflictivo y me daba cuenta, y por eso
pensaba que le iba a entregar este libro a Jaume Vallcorba después de
muerto. Es una biografía heterodoxa como era él. He pensado que al
final ha sido como una mano que me arrastraba a hacer esto. Una
biografía heterodoxa.

¿En qué medida la formidable sentencia de Rodin de que «el


arte es una sumisión profunda a la forma y a la ley» marcó a
Rilke, además del estrecho, y turbulento, trato con el
escultor?
Para mí el aprendizaje que él hace con Rodin, que es tan confictivo, es
tremendo, porque Rodin tiene una cosa buena. No era un académico,
era un heterodoxo también...

Un autododidacta...
Rilke aprendió de Rodin el magisterio de un hombre que ha hecho todo

en la calle

Había aprendido en las obras, en la calle, entre obreros. Rilke


aprendió de Rodin el magisterio de un hombre que ha hecho todo en
la calle, no laureado por las universidades, a quien desahucian de su
casa, y todo lo que ha creado en su vida se lo llevan a los museos del
Estado.

Atribuye las barbaries de la Revolución francesa, la rusa y


nazi a los «ideólogos racionalistas», «fanáticos
racionalistas». ¿No es un poco burdo calificar a los nazis de
«fanáticos racionalistas»?
La definción más exacta habría sido llamarles verdugos, eso que quede
claro, pero ellos, y por eso arrastraron a tanta gente, argumentaban
utilizando la economía, la medicina, ña cultura, mediante un
racionalismo fanático. Con el argumento racional se pueden cometer
cosas terribles, como hicieron también los marxistas. Todos ellos
tenían unas teorías científicas tremendas. Marx se vendía como
científico.

En un momento dado dice, «ese fue el horror de nuestros


padres en el siglo XX: rompieron el lenguaje en la pintura,
en la música, en la escritura, en la literatura. Acometieron
una revolución diabólica en todas las artes, quebrando las
normas de nuestros benditos maestros. Y nos dejaron sin
palabra». ¿Y sin belleza? ¿De qué siente una feroz nostalgia
Mauricio Wiesenthal? ¿Y no hay belleza en mucho de lo que
el arte concibió en el siglo XX?
Para mí lo que ocurre es que cuando se establece el relativismo en la
estética, en las creaciones artísticas, entonces se comienza a crear una
dificultad de comunicación de lo que es la belleza. Cuando la belleza se
fundamentaba en ciertas normas que permitían transmitirla todo era
más fácil. Cuando la palabra se trasmitía a través de los maestros y se
tenía un Diccionario de Autoridades, todo era más fácil. Yo defiendo
un Diccionario de Autoridades, y me leo todos los días a mis maestros
de la lengua española. Por eso me escandalizo cuando descubro que el
diccionario quiere ser populista. Hay cosas que no hay por qué
populiarizarlas, hay cosas que se mantienen perfectamente bien en la
minoría, en el secreto, en el misterio, en el gusto, y al que le gusta da
su vida por ello. Al que le gusta cree en ello, es solidario con ello, lo
defiende. No veo por qué tengo que darle el martillo por ejemplo de
proponerle mi libro, con lo gordo que es, a una serie de señores que ni
les gusta leer, ni les gusta Rilke, ni nada de ello. Es decir, no tengo ese
afán de popularidad. Tengo el afán de que mi editor no se arruine
publicando mis obras.

Dice textualmente: «Si es que todavía somos capaces de


pensar que no hay obra más hermosa y limpia que la
caridad». ¿Por qué no hablar de justicia? ¿A qué clase de
sistema político y de valores estamos remitiendo con una
frase como esa?
Evidentemente la palabra, socialmente, políticamente hablando, es
justicia, porque la caridad pertenece a los corazones de las pesonas. El
Estado está para hacer justicia, no para hacer caridad. Yo considero
que sí que estoy para hacer caridad, porque no formo parte del Estado,
por lo tanto son mundos apartes. Para mí la caridad significa la
justicia unida al amor, pero por eso es personal. El Estado no está
para hacer el amor, el Estado está para hacer justicia, como hemos
dicho, para dar libertad, para dar cosas muy concretas, cuanto más
sencillas mejor. Cuando se dedican a dar amor o cosas parecidas se
convierten en artefactos muy peligrosos, porque te tocan donde no
quieres que te toquen. Sin embargo, humanamente sí que creo en la
caridad porque creo en algo que tengo muy asimilado, que es la ley
más la gracia. De hecho existían en tiempos los ministerios de Gracia y
Justicia. Cuando alguien verdaderamente justo aplique la ley también
pienso en la gracia, la caridad, el lenguaje de la piedad. El día que te
crees que tienes más razón y que estás cargado de todas las razones
del mundo ese día deja algunas razones el tintero. Porque nos
equivocamos siempre. Por eso todas las cosas que tengan que ver con
el sentimiento, con la religión, con la fe, el Estado que ni las toque.
Porque en el momento que las toca me las ensucia y ya no las quiero
para nada.

Hay algo que menciona en varias ocasiones a lo largo del


libro. ¿En qué medida el psicoanálisis puede ser perjudicial
para el artista?

Todo lo que tiene que ver con la creación artística tiende a la síntesis,

no al análisis

En un momento dado, como Lou Andreas-Salomé, como se dedica al


psicoanálisis, le recomienda que se psicoanalice, pero luego
rápidamenete se revuelve y le dice que no, que tiene razón Rilke. Yo
creo que la creación artística, todo lo que tiene que ver con la belleza,
con la creación artística, tiende a la síntesis, no al análisis. Es una
capacidad sintética la que finalmente lleva al artista a armonizar toda
una serie de elementos que aparentemente están en ruptura cuando
no se han convertido en obra de arte. Por eso la obra de arte crea la
melodía, lo que suena bien. Es por eso que creamos algo que tiene
armonía, que tiene mesura. El análisis es muy bueno para el cálculo,
muy bueno cerebralmente, pero te crea una fractura, divide,
compartimenta diferentes aspectos de tu vida para hacértelos
comprender mejor, o para que los comprenda mejor el especialista
que te lo está haciendo. Pero sobre todo en aquellos tiempos en que el
psicoanálisis estaba naciente, no conviene olvidarlo, el peligro estaba
en que después de descomponer la mente hay que recomponerla. El
problema que había en aquellos tiempos es que el psicoanálisis era
muy primario, te daban las razones dispersas, pero no se te volvía a
sintetizar, y eso para un artista es terrible, porque cuando va a crear
crea con fracturas, y a Rilke es a quien menos le interesaba, porque
ahí está su angustia, su conflicto con su padre, su conflicto con su
madre, su miedo, los conflictos con su hija y con su mujer, que las
había abandonado, no lo olvidemos, todo eso crea un problema en una
persona si solo vas a analizarlo. Si tú a todo eso le consigues dar
sentido... Pero ese fue el objetivo de su vida. Eso es muy claro cuando
el propio poeta habla del mundo interior, pero también del exterior,
del mundo con el que tiene que hacerlo compatible. Es el fundamento
de su obra artística.

Dice que Rilke no fue nunca un romántico, sino un místico.


¿Ha sido ese uno de los grandes lastres de la interpretación
de su obra?

Las inquietudes místicas de Rilke son superiores a todas las demás

Para mí sí, porque hay un prejuicio inmediato que es el de pensar que


un poeta que habla del amor y que tiene como temas los que son
propios del romanticismo, y que además ha nacido en 1875, por lo
tanto se le puede incluir en aquel tiempo. Es verdad que en ese
momento todos los poetas que se habían dedicado al amor, a las
pasiones, eran poetas romáticos, en lo patético, en lo ético, en todo. El
caso de Rilke es que él no lo es, porque él tiene una inquietud mayor.
Por eso lo comparo en el inicio del libro con Unamuno. Sus
inquietudes místicas son superiores a todas las demás. Es lo mismo
que si estuviésemos comparando a Unamuno con Ortega. En
Unamuno tenemos el vislumbre, que es también del poeta, de El
Greco, el vislumbre místico, que no está evidentemente en Ortega.
Igual que está en El Greco y no no está en Rubens. Por lo tanto es un
mundo en el que el acceso a ese ultramundo, de las penumbras en las
que una de las grandes preocupaciones es la muerte (también en
Unamuno), que al romántico solo le preocupa desde un punto de vista
estético. Para Becquer la muerte es un paseo por el cementerio, pero
en Rilke el paseo por el cementerio deja unas notaciones mucho más
profundas.

¿Qué encontró Rilke en su viaje a Toledo, Córdoba, Sevilla y


Ronda? ¿El almendro y la muerte? ¿El Greco y Santa Teresa?
El Greco fue sin duda clave en su vida porque ahí encuentra a un
heterodoxo con la visión de un desplazado, porque viene del mundo de
los iconos, no hay que olvidarlo, y que abandona muy pronto, porque
cuando vive en Venecia se mantiene dentro de esa iconografía más o
menos, aunque ya no se trata del icono clásico, con unas perspectivas
y unas normas muy concretas, una forma de pintar, y entra en un
mundo muy diferente que es en nuestro caso el mundo español. Se
identifica con esta tierra, se identifica con Toledo, pero la llena de esas
figuras que él trae, esos cielos superpuestos, que es un mundo
realmente bizantino, porque la presencia bizantina la trae El Greco de
un modo increíble. Nosotros somos herederos del imperio romano de
Occidente, pero El Greco nos trae el imperio romano de Oriente.
Cuando Rilke viene a España encuentra esa superposición de cielos,
de ideas. Él mira mucho al cielo, buena parte de su obra está mirando
al cielo, y lo va a encontrar en Toledo y lo va a encontrar en Ronda,
que son ciudades de cielo enorme. Él lo va a encontrar en El Greco, en
las distancias de España. Él se enamora de dos países, uno es Rusia y
otro es España. Un día, hablando con amigos rusos, dando unas
charlas allí, alguien me preguntó: ¿Por qué españoles y rusos se
quieren? Dicho de una manera muy simple. Han hecho fechorías, y sin
embargo hay como una especie de simpatía de España con Rusia y de
Rusia con España. En Rusia hay más hispanistas que en ningún sitio.
Se me ocurrió una idea que hacía tiempo llevaba pensando: son dos
países en los que pesa el pensamiento y la filosofía de sus
dimensiones. Los países pequeños tienen una manera de pensar y ver
y los países inmensos tienen las grandes distancias.
Maurici
o Wiesenthal, en el relicario de su casa - INÉS BAUCELLS
Los rusos, no hay que olvidarlo, son un imperio enorme. Uno es
tártaro, otro buriato, otro viene de las fronteras con Ucrania y
Bielorrusia, o de San Peterburgo, y son tan diferentes entre sí... Y los
españoles, no lo olvidemos, tenemos una enorme distancia porque -y
yo desde luego no lo olvido- somos también americanos. Eso no lo
olvido ni lo olvidaré nunca, pese a que a veces me escandaliza pensar
que en España se olvida. Porque los paíes de Hispanoamérica y de
Latinoamérica son, benditos sean, independientes, pero en mi corazón
de español no dejan de ser países que siento como hermanos, países a
los que estoy unido por la lengua, por la cultura. Rilke, este hombre
del imperio de los Habsburgo, llega a España conociendo solo cuatro
cosas de lo que es la España de los Austrias, de la España de los
Habsurgo, puesto que él es autrohúngaro. Al venir aquí se da cuenta
de que hay algo curioso en este país, y ese país está unido a América.
Ese es un país de grandes distancias, aunque él no lo ve, se dedica a
hablar del islam, porque cuando está en Andalucía es como el típico
turista, pero no se da cuenta de que cuando está en Andalucía, cuando
uno está en Sevilla, está en realidad en la capital del descubrimiento.
Él no va viendo que nosotros dejamos mucho en América, como
América dejó mucho en nosotros, no solo el maíz, el tomate y el pavo.
Sin formularlo especialmente, Rilke encuentra en España esa enorme
dimensión de un pueblo que va de los judíos al islam, a América, a las
selvas del Amazonas, y todo eso lo hace tan grande como Rusia por lo
menos.

¿Pero es como si esa idea de España la hubiéramos perdido


por completo, como si nos avergonzara nuestra histroria?
Así es. A mi me avergüenza que sea así. Esto es para mí muy
importante. Por eso le doy tanta importancia a la lengua. Viajo todo lo
que puedo a América. Por eso me emociono cuando llego a Colombia,
a la que amo tanto, a Argentina, y me encuentro que estoy hablando
de mis sentimientos con las mismas palabras, y que me están
repercutiendo con otros matices, esa misma palabra, pero aumentada
en un eco enorme, porque yo la creé, o mis antepasados la crearon, en
un lugar como La Mancha, o en un lugar como Córdoba, o en un lugar
como La Coruña. Pero sin embargo allí está repercutiendo en el
Amazonas o en el Atacama. Y es mi idioma hecho por ellos. Y esto no
es una nostalgia imperialista, sino todo lo contrario, y a quien Dios se
la dé San Pedro se la bendiga. Y cuanto tú la llevaste y la llevaron
ciertos hombres e hicieron ese esfuerzo también ellos te la
devolvieron. Nos enriquecieron. Eso lo tenemos los españoles y si lo
perdemos nos hemos empequeñecido de una manera ridícula.

¿Nos hace falta un Rilke?

Más que un Rilke nos hace falta un poeta sencillo, educador, como

Dom Sem Tob

Pienso que no es el poeta que más falta nos hace, pienso para mí. Nos
haría falta algo más elemental, porque está tan olvidado ese mundo de
la autenticidad, de la mística, del arte, de la literatura, de la belleza...
Está tan olvidado que estoy pensando que hoy día necesitaríamos
poetas que fueran puros educadores, poetas sencillos, casi diría que
Don Sem Tob nos hace más falta que Rilke...

¿El mismo Machado?


El mismo Machado. Poetas cercanos que nos enseñen otra vez lo que
hemos perdido en este país que quiero tanto.

Estamos enfermos de tontería...

Estamos enfermos de tontería, enfermos de lucubraciones, enfermos de

cálculo

Estamos enfermos de tontería, enfermos de lucubraciones, enfermos


de cálculo, enfermos de pretendidos filósofos, de pretendidos sabios, y
nos falta el pan nuestro de cada día. Me falta que el pan sea pan.
Incluso tengo amigos panaderos que cierran panaderías porque me
dicen que se importa todo el pan ya precocinado. Nos faltan cosas
elementales.
Compuso y completó sus mejores obras, los «Sonetos a
Orfeo» y las «Elegías de Duino», en la torre de Muzot,
cuando la muerte le rondaba. ¿Cómo se explica esa
cristalización final de la poesía que le granjeó un lugar en el
Olimpo literario?
Es verdad que lo mejor de su obra lo entregó en los años finales de su
vida, cuando la enfermedad (la leucemia) labraba ya en él su surco
oculto. No fue fácil para él hacerse su propio idioma, su estilo, su
mundo estético originalísimo y personal, incomparable y genial. Esa
es la altura que consiguen pocos privilegiados. Probablemente hay que
inmolar una vida entera para alcanzar esa fuerza interior. Y por eso su
biografía nos resulta tan dramática, tan oscura, tan impura (¡la
contradicción de las rosas cuando crecen voluptuosamente junto a las
lápidas!- y, al final, se va convirtiendo en un resplandor muy puro,
cuando los años de sufrimiento y de combate le van convirtiendo en
un poeta grandioso. No olvidemos que Lou Salomé le llamó Rainer (se
llamaba René) porque, en alemán, «Reiner» significa «puro».

Como Rilke ha cultivado más la amistad de las mujeres que


la de los hombres. ¿Por qué?
Las he cultivado tanto porque me he sentido mejor interpreatado a
través de las mujeres.

¿Le leen mejor?


He sido mejor conocido, y mejor leído. Recibo esa compañía y esa
comprensión más de las mujeres que de los hombres. Por eso digo que
la mirada de ellas es distinta. Eso que decíamos. La cultura de ella les
lleva a fijarse en todos esos detalles que los hombres atropellamos con
facilidad, atropellamos con nuestra prisa, con nuestra condición
hormonal, rápida. Nosotros somos todavía herederos de esa vieja
evolución.

Ha diferenciado netamente el amor («un deseo de


entregarse, propio del espíritu y de la eternidad») del querer
(que es «sólo una voluntad de poseer»). ¿Es uno de los
rasgos definitorios de Rilke, su entrega al amor, su desdén a
querer, y ser querido?
Sí, realmente es así, lo que pasa es que él no llega. Yo le di vueltas a la
palabra querer, a la palabra amar... Él entra siempre con el amor.
Existe tambien la voluntad en Rilke, como en Schopenhauer. Yo creo
que tenemos que reivindicar la palabra amor porque tiene unos
componentes de generosidad, de nobleza, de belleza, que no tiene la
palabra querer.
Su condición de «Don Juan trasnochado», incapaz de
comprometerse, que seducía y abandonaba sin cesar, ¿ha
contribuido a ensombrecer su imagen, a hacerla más
ingrata? ¿Podemos relacionar su «incapacidad de amar»
con, como señala hacia el final del libro, el horrible
pensamiento de que la persona amada dificulta la
comprensión absoluta del amor»?

Lou Salomé y Marie von Thurn se daban cuenta de que Rilke era

«incapaz de amar»

Sus mañanas de «rancio donjuán» nos parecen hoy, transcurridos los


años, el resultado dramático de su propia inestabilidad psíquica: una
consecuencia fatal de su carácter temeroso y esquivo. En el amor,
Rilke nos ha dejado esa figura angustiada y no siempre noble;
exactamente lo contrario de la imagen pasional y valiente que
distinguía a los románticos. Lou Salomé y Marie von Thurn, las
mujeres que mejor le comprendieron, se daban cuenta de que era
«incapaz de amar» porque tenía su vida -y su libido- comprometidas
en otra «meta». Sólo se entregó a su propia misión; o sea a su obra.

¿Se definiría como su admirado, y criticado también, RMR,


como un antimoderno?
Sí, ahí sí, porque ese ya es mi drama. Cuando entro en mi dolor sí que
lo tengo claro...

¿Pero no un reaccionario?
Eso, que es muy distinto. Reaccionario es alguien que reacciona ante
algo que ve y se pone en el lado contrario. Yo es que no veo lo que
ocurre, en el sentido de que no me complace, no me identifico, no lo
siento espontáneamente, no nace de mí. Nacen otro tipo de cosas, con
toda sinceridad, dichas de otra forma. Por eso no puedo más que
formularlas, decirlas, y como escritor, esto sí, pretendo ser sincero, y
pretendo decirlas a costa de que yo mismo me escandalizo, porque
cuando yo mismo me releo pienso: «Mauricio, has dicho esto, y te
hubiese convenido decir justamente lo contrario». Pero el
antimoderno, por eso me viene muy bien esa definición, es el que bebe
de Chateaubriand, que fue mi gran maestro, y que me enseñó que
muchas de las cosas importantes están en el «Ancien Régime», y eso
marca mucho al antimoderno. Para quitar patrañas, para quitar
monsegas, para hacer justicia, toda la limpieza que hizo Voltaire, que
hicieron limpieza de la barbarie... Pero cuidado, que a veces cuando se
hace una operación puede pasar como cuando los antiguos curanderos
que para curar una hernia se llevaban los testículos. Hay que tener
cuidado al vaciar. Creo que en la Revolución Francesa hubo un
momento dorado, como en muchas revoluciones... Si yo hubiese
estado en la Cuba de Batista hubiese estado con Castro en la sierra,
pero un minuto más tarde estaría sentado a la diestra de Dios Padre
haciéndole pequeñas objeciones. Ese es el antimoderno, ese es
Chateaubriand, que claro que está con la Revolución Francesa, pero
hasa el momento en que aquello se convierte en algo tan sangriento,
tan horrible. El pueblo mismo de París estaba al final harto de todo lo
que había sido el odio de Robespierre. Hay cosas que los hombres no
podemos olvidar. Ese es el mundo en el que yo me siento un
antimoderno, y por eso pienso que todo aquello que Chateaubriand
reivindica, aquellos pequeños objetos que estaban en las vitrinas de
nuestras abuelas, aquellas reliquias, aquellas palabras que ponías en
un librito... ¿Y si estuviese ahí el secreto del mundo? El lenguaje de los
que hablamos con el corazón se parece mucho a veces al lenguaje de
los que hablan con la razón. Si yo hablase con un científico
acostumbrado a la física moderna de estos temas, le preguntaría: ¿y
usted no cree maestro que el secreto del universo puede estar en una
pequeñísima partícula?

Ha declarado que en sus sentimientos e ideas es


absolutamente sincero, pero que cuando escribe es más
sutil. ¿Es la sinceridad una virtud en la literatura?
Probablemente no, puesto que tenemos una larga tradición de
escritores que se han basado en la impostación estética, en una
falsificación de su propio modo de ser. Lo que ocurre es que hay una
serie de escritores con los que yo me siento identificado, entre ellos el
viejo Tostói, que llegamos a ser gruñones y a veces antipáticos porque
sobre todo con el paso de los años creemos sobre todo en la
sinceridad. Ponemos incluso por delante del maquillaje estético una
verdad cuando es una verdad sincera, y esto nos convierte en unos
escritores extraños.

¿En qué medida siguen siendo valiosas las enseñanzas de


Tolstói y la compasión de Dostoievski?

Dostoievski me hizo ver aquello tan bello de elegir entre Cristo y la

verdad a Cristo

Total. Para mí son totales. De manera infinita, de manera absoluta.


Teniendo una parte de sangre judía, soy religioso, soy cristiano, pero
llego a una idea religiosa que es una idea elaborada a partir de mi
propia vida. Por eso mis maestros son siempre maestros que me han
parecido maestros auténticos que me marcaron ciertos detalles en los
que tenía que fijarme y fijar mi mirada, y una vez seducido por eso que
tenía que mirar, esos maestros me lo hicieron ver. Por eso ahora
cuando leo leo distinto, y pienso que el libro es un relicario sagrado,
que te hace ver ciertas imágenes, que cuando vas apresurado no ves. Y
ahora los ojos se me van detrás, y bendido sea ese Tolstói gruñón, en
que la mitad de las cosas que dice no me interesan, pero me interesa
que él me hizo ver cuatro cosas. O Dostoievski, que me hizo ver
aquello tan bello, que si me dijesen que Cristo no era la verdad entre
Cristo y la verdad elegiría a Cristo. Estos son mis maestros. Elijo al
hombre que realmente da la mano a los demás, a las personas que han
dado algo, que trabajan por algo, que siembran algo, sean peor vistos
o mejor vistos por la sociedad, sean más guapos o más feos. Son gente
que son los que a mí me acompañan porque hubo unos maestros que
me hicieron verlo.

En el «Libro de Réquiems» decía que habría que fundar un


Estado del Dolor para todos aquellos hombres que no tengan
otra nacionalidad que el sufrimiento. ¿Es el dolor y la
injusticia parte de nuestra condena, de nuestro destino
inevitable?
Sí, llego a la conclusión, y ahora hablo muy personalmente, porque a
veces me han dado golpes gratuitos y tremendamente injustos, y por
eso estoy convencido de que existe la maldad. Es por eso que una de
las cosas que más me escandalizan es cuando hay gente que dicen que
no existe la maldad, igual que existe la bondad y la he conocido. Igual
que existe la generosidad gratuita y la he conocido. Pero he conocido
la maldad gratuita, no la respuesta a un golpe. Esa maldad gratuita,
que vio Rilke, que es la de los verdugos, la maldad profesional, la he
sufrido. Es por eso que yo creo que es muy importante la búsqueda en
el corazón de otras formas de ver la vida. Entre los antiguos había
sabios que buscaban la pobreza. Porque la pobreza no es un mal en sí,
es un mal lo que hemos hecho con la pobreza, la sociedad capitalista
moderna actual: la hemos convertido en una cosa antiestética y hasta
peligrosa, porque los pobres viven hacinados, porque los pobres viven
sin seguridad. Cuando yo hablo de la pobreza hablo de una pobreza
que pueda ser preservada, y que tendría que ser preservada porque no
es más que sencillez. Es porque debe haber un mundo para los que no
tienen grandes ambiciones, porque algunos no tenemos grandes
ambiciones materiales, y ese mundo tendría que ser preservado como
fue preservado en la Edad Media, en los conventos. Bendita sea Santa
Teresa, San Juan, San Francisco de Asís. No dejo de citarlos en mis
libros, porque eran gentes que preservaban la pobreza, y la
preservaban para encerrar a unas cuantas almas más o menos
trastornadas como yo y que decidían que ahí iban a encontrar su
tesoro, y no creo que haya argumentos racionales para negarme una
cosa que es persona: que no tengo esa ambición de la riqueza. Por eso
busco ese Estado del Dolor, que es ese convento, ese santuario, donde
se puedan preservar los seres que no ambicionan todas esas cosas que
el Estado moderno reparte. No me han dado jamás una beca, no me
han dado jamás nada, me han dado la amistad de mis amigos, y con
eso tengo de sobra. Me han dado muchos palos porque tengo pinta de
rico, y si Dios me da más años tendré pinta de viejo marqués. Ese es el
mundo que me ha tocado vivir, por eso creo en un Estado del Dolor
donde se preserve el mundo de los que quieren mantenerse de acuerdo
con sus sentimientos, con sus ideas. Un Estado aislado del diablo.

El poeta polaco Adam Zagajewski expresó en una ocasión su


temor a que Europa se convierta en un museo del mundo, de
la humanidad. ¿Cree algo parecido de la vieja Europa?
Sí, no sólo un museo del mundo sino un parque temático donde todo
es más falso que Judas, donde las figuras son de plástico. El plástico
va usurpando la realidad de las cosas. Todo es un como si. Por eso
cuando hablo con mis amigos jóvenes y les hablo de los lugares y de
los cafés por donde pasaba de la cultura europea cuando vuelven me
dicen: «Mauricio, ya no está, ya no existe, ha cambiado». Todo es lo
que falta de nuestra vieja cultura europea, en gran medida destrozado
por nosotros los europeos.

Ha dicho de Europa que es un continente que ha cometido


errores y crímenes inimaginables, pero también ha
trabajado por preservar la dignidad y los derechos humanos.
¿Nos falta ecuanimidad para apreciar lo valioso y nos sobra
eurocentrismo tanto para fustigarnos como para
enaltecernos?
Eso sin duda, eso es verdad. Nosotros hemos hecho cosas muy bellas,
porque forma parte de nuestra historia europea desde el comienzo,
hasta lo que se nos critica, desde nuestra Edad Media. Es verdad que
en esa época se cometieron crueldades y salvajadas inauditas, pero
también había hombres que llevaban la fe, la educación. Ha habido
gente que ha hecho cosas grandiosas en nuestra Europa, las hemos
tenidos en nuestra Ilustración, cuando se luchaba para evitar
supercherías y que a la gente se le contasen mentiras. Todo eso lo
hemos dado los europeos. Pero lo que pasa es que a todo eso se
superpone la idea de que la política y el Estado forman la parte
fundamental de la vida y de la sociedad, y esa parte acaba siendo
vedaderamente desagradable. Porque igual que hay Estados que
secuestran las relgiones hay estados que secuestran los sentimientos.
De modo caemos en ese mundo de cálculo.
¿Cuánto le desasosiega la llegada y las penurias de los que
huyen de las guerras en Siria, de la represión en Eritrea, de
la falta de futuro en Somalia, y se enfrentan a la fortaleza
Europa?
A mí me preocupan mucho porque soy además hijo de emigrantes. Y
lo tengo además tan claro porque mi abuelo vino a España cuando
creó su casa de litografía porque la Reina María Cristina, que era
alemana, había dicho que eran bienvenidos los alemanes que tenían
conocimientos del mundo de la impresión.

Torcuato Luca de Tena trajo la primera rotativa de


Alemania.

Cuando veo a los emigrantes que vienen veo a mi abuelo. Démosles

nuestra cultura

El emigrante cuando llega a un pueblo, no solo el emigrante


económico que viene expulsado, o por una guerra, ese emigrante
moral viene a integrarse a una sociedad, a una cultura, que para él
tiene valores mejores para él y para sus hijos, para su familia. A mí me
interesan los emigrantes que van a ser luegos nuevos europeos. Yo soy
español. Soy muy español y tengo un nombre que es alemán y judío.
Soy por lo tanto hijo de emigrantes y soy muy español, y en mí no
encontrarás ni un poquitito de infidelidad a lo que es mi patria, y
cuando digo patria no digo nación, digo mi patria, que es la patria
española, que es mi lengua. Mi abuelo encontró aquí refugio, se casó
luego con una madrileña, y mi padre se casó con una cántabra que era
medio andaluza. Por lo tanto cuando veo a esos hombres que vienen
en algunos de ellos veo a mi abuelo, y pienso: mañana van a ser
españoles. Démosles nuestra cultura, nuestros valores, nuestra
historia de América, lo que hemos hecho para que lo continúen. Me da
igual cómo se llamen, me da igual el color de piel que tengan. Igual
que fueron generosos con los míos y quiero ser generoso con los que
vienen.

¿Por qué dice que el viaje es una forma de desorden y por lo


tanto el estado perfecto para crear?
Porque el viaje para mí es no sé cuándo salgo y no sé cuándo vengo. El
viaje fue para mí toda la vida el ir a la aventura, sin tener un programa
hecho. A la gracia de Dios, por eso es el espacio perfecto para crear.
Cualquiera que hace cualquier cosa con atención se da cuenta de que
no es él mismo quien lo hace. Es un misterio. Es alguien que te va
llevando, como te lleva el viento cuando navegas. El viento va cómo
sopla. Ese vivir a la aventura es una creación ya de por sí. Cuando
viajo voy a lo que Dios quiera, y ese a lo que Dios quiera es igual que
cuando escribo, y por eso a veces escandalizo. Ese a lo que Dios quiera
es el sentido del viaje, es la rosa de los vientos.

¿Es la escritura la mejor forma que tiene de rezar?

Si para rezar utilizo la voluntad naufrago. Cuando creo, cuando sueño

voy haciendo mi propia oración

Si, precisamente por eso. Porque si para rezar utilizo la voluntad


naufrago, porque cada vez que intento rezar con una fórmula entonces
llega un momento en que me distraigo, pierdo concentración, o alguna
parte de la fórmula no es la que me está saliendo del corazón. Sin
embargo cuando creo, cuando leo, cuando pienso, cuando sueño voy
haciendo mi propia oración, porque voy hablando de lo que creo, de lo
que íntimamente me duele, me alegra. Está todo unido, porque hay
alegría alegría, hay lágrimas... Porque trabajo desde la emoción.

¿Le da miedo la muerte?


Hoy día no. Y he dudado un segundo por otra cosa. Hay muertes que
merecen la pena, como los que mueren tratando de salvar a alguien.
La muerte está dada, la muerte está asumida. Tuve dos enfermedades
graves, tuve un infarto, y un aneurisma de aorta. Yo creo que un
hombre debe luchar con la cabeza alta hasta el último segundo, y debe
morir luchando, y si puede ser luchando por otro, mejor.

¿Cómo quiere  ser recordado?


Como soy despistado, saludo a veces a gente que creo conocer y no
conozco. Probablemente los que me saludan se equivocan también. Y
por eso creo que el colmo de la felicidad es que los que te saluden te
reconozcan de verdad, y que los demás te olviden.  

¿Por qué tiene tan mala fama el esnobismo?

Qué esnobs las golondrinas: pasan el invierno en Egipto y el verano en

París

Es muy curioso. Ahí fue escandaloso cuando publiqué ese libro, «El
esnobismo de las golondrinas». Eso se lo había oído a Paul Morand, a
quien traté mucho. Con Paul Morand recuerdo que un día estábamos
sentados en la Closerie des Lilas, en París, y pasó una golondrina, y
me dijo: «Mauricio, qué esnobs la golondrinas que se pasan el
invierno en Egipto y el verano en París». Y entonces pensé que era un
gran título para un libro, «El esnobismo de las golondrinas». Y
recuerdo que en Inglaterra se ponía en los expedientes de los alumnos
que no eran nobles, pero que pretendían estudiar en una universidad
donde solo podían estudiar los aristócratas con pedigrí. Me pareció
perfecto para esta época que abjura tanto de los aristócrtas con
pedigrí. Yo también abjuro de ellos. Aristócrata se es cuando se lleva
dentro y cuando no por muchos títulos que te hayan dado o hayas
comprado mejor olvidarlos. El que vale es el que llevas dentro, el que
te sale del alma, del corazón. Por eso pensé, qué bonito el esonobismo
de las golondrinas, y me acordé de Thackeray y «El libro de los
esnobs». Y así me puse a escribir la historia de mis viajes por el
mundo, que he hecho en todo tipo de transportes, a veces en primera y
otras en tercera. Yo he vivido así toda mi vida: unas veces he estado
abajo y otras he estado arriba.

¿Quién es Mauricio Wiesenthal?


Yo lo que soy sin duda es un curioso. Disfruto más cuando me enseñan
que cuando intento dar una charla. Por lo tanto soy un aprendiz de
muchas cosas, porque tengo una facilidad enorme para dejarme
seducir, para que me enseñen algo. Cuando veo que alguien está
haciendo un espectáculo de algo a mí me atrae. Luego soy sobre todo
un indagador, un hombre que quiere conocer, un enamorado de lo que
puede significar la vida.

De: https://www.abc.es/cultura/cultural/abci-mauricio-wiesenthal-rilke-mistico-llama-pensar-
corazon-201512291246_noticia.html

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