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In the fold

Selena kitt
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Abby se pasó la mañana con los pequeños, enseñándoles el abecedario y el 123. No sabía 4
cómo podía aguantar limpiando mocos y poniendo treinta pares de zapatos cuando llegaba la
hora de salir. Pero parecía que se le daba bien, que tenía talento natural. Los vi cuando salía
de recoger huevos, siguiéndola en una larga fila, como si ella fuera una mamá pato y ellos
sus patitos. Me hizo gracia y la saludé con la mano, pero ella frunció el ceño y me hizo
volver a mi trabajo.
Pasé la tarde en la cocina, y Abby vino a reunirse con nosotros después de comer, cuando
llegó la hora de que todos los niños entraran a la capilla. Sentí pena por ellos. Papá Zeke no
había instituido la hora de la capilla de los niños hasta después de que Abby y yo tuviéramos
edad suficiente para unirnos a Las Manos, así que nunca habíamos tenido que sentarnos con
los puños bajo la barbilla y los pies metidos debajo durante dos horas bajo la atenta mirada
del hermano Jim. No podía imaginarme tener que permanecer sentada tanto tiempo, ni
siquiera ahora.
-Rachel, presta atención, -susurró Abby, señalando hacia donde yo estaba cascando huevos
en un enorme bol. Cocinábamos para todo el complejo, diez de nosotras preparando todo
para las Manos de la Cocina, y había ciento setenta y ocho Manos de Dios en total según el
último recuento. Se suponía que debíamos trabajar en silencio, aunque a menudo no lo
hacíamos.
- ¿Qué? - Cogí otro huevo. -Me estás haciendo perder la cuenta. Ocho, nueve, diez… -
-Tienes cáscaras ahí, - dijo Abby, amasando la masa en la tabla de pan. -Si a papá Zeke le cae
una cáscara en los huevos, lo vas a lamentar. -
Suspiré, sacando los trocitos de cáscara que encontraba. "Quisquilloso, quisquilloso".
-Yo no, - dijo encogiéndose de hombros. -Él. -
Miré por encima del hombro como si pudiera estar allí, aunque sabía que estaba recluido, o
durmiendo la siesta o preparándose para el servicio. Era casi la hora de la oración de la tarde.
Terminé de contar los huevos, batirlos y añadir las cebollas, el pimiento verde y los tomates
que había recogido del huerto esta misma mañana y cortado antes de que entrara Abby.
-Date prisa, Rachel, - me instó Abby, quitándose el delantal y colgándolo de un gancho. Se
lavó las manos en el fregadero detrás de mí mientras yo deslizaba la enorme bandeja de
huevos, listos para el desayuno de mañana, en el frigorífico de doble ancho. -No queremos
llegar tarde. -
Suspiré y me puse a su lado para lavarme las manos también. A nuestro alrededor, todo el
mundo estaba terminando sus tareas de preparación, con prisa para llegar al servicio de la
tarde. Yo también me colgué el delantal y seguí a Abby fuera de la cocina y por el pasillo.
Las dos nos arrodillamos ante el altar de la entrada, inclinamos la cabeza y susurramos una
oración de memoria a la foto de papá Zeke que colgaba encima.
-Padre nuestro, cuyo amor es infinito y completo, te ofrezco mis manos y mi corazón en
servicio del bien mayor. -
Detrás de nosotros, otras Manos hacían cola para rezar su propia oración antes de salir del 5
edificio. Había un altar en cada entrada y salida del recinto. Todos susurrábamos esa oración
cientos de veces al día.
Abby y yo salimos del edificio a toda prisa, sin correr, con nuestras faldas negras. La vi
recogerse el largo pelo rubio bajo el pañuelo blanco que llevaba atado a la cabeza. No se nos
permitía cortarnos el pelo, pero tampoco dejarlo ver en público. Me revisé el mío,
asegurándome de que estuviera bien atado detrás de la cabeza.
El Santuario ya estaba medio lleno. Nos descalzamos, la cocina era el único edificio donde
se permitía llevar zapatos, nos arrodillamos y rezamos de nuevo en la entrada, y nos
dirigimos hacia el frente para encontrar nuestros asientos. Todos los asientos del santuario
estaban asignados, y Abby y yo nos sentamos cerca de la parte delantera, porque éramos las
hijas de Zeke. Mi madre, Mary (su verdadero nombre era Sophie, pero adoptó un nombre
bíblico cuando conoció a Zeke) había muerto hacía siete años, justo después de que Abby y
yo cumpliéramos doce. La madre de Abby... no lo sabíamos. Nadie decía quién era.
Simplemente habían dicho que Abby había sido abandonada y que papá Zeke y mamá Mary
la habían acogido caritativamente, recién nacida junto con su propia hijita, y nos habían
criado como si fuéramos gemelas. Incluso nos parecíamos tanto que la gente a menudo nos
confundía.
En la primera fila estaban las esposas de Zeke y sus hijos mayores de doce años, lo bastante
mayores para ser bautizados en el Camino de las Manos de Dios. Sabía que los más
pequeños seguían en la capilla. Abby se sentó, siseándome para que me sentara a su lado.
Me hundí en mi asiento, sin dejar de mirar al otro lado del pasillo a un hombre al que no
había visto nunca. Su bata negra y su espeso pelo oscuro y rizado dejaban claro que era un
predicador; todos los Manos masculinos se afeitaban la cabeza en la pubertad y vestían
camisa blanca abotonada y pantalones negros, y sólo cuando trabajaban al sol llevaban sus
sombreros negros de ala ancha.
Sonrió e inclinó la cabeza hacia mí, y yo le devolví la sonrisa sin pensarlo.
- ¡Ay! - gemí cuando Abby me pellizcó el muslo, frotándomelo y mirando a su alrededor de
todos modos al hombre, que ahora sostenía una Biblia abierta en el regazo. Sin duda era un
predicador. A ninguno de los Manos se les permitía tener Biblias. Nuestra palabra venía del
púlpito. Éramos simplemente las Manos de Dios.
Oí que las grandes puertas se cerraban detrás de nosotros, indicando el comienzo del
servicio. Inclinamos la cabeza y cruzamos las manos. Se suponía que debíamos cerrar los
ojos durante cinco minutos de oración silenciosa, pero yo no dejaba de echar miradas
furtivas al predicador.
Era joven. No tan joven como nosotros, pero joven, al fin y al cabo. Era extraño ver a un
hombre con pelo. Nunca había visto a un hombre adulto con pelo, excepto a papá Zeke.
Mirar la forma en que se enroscaba en su cuello me hizo querer tocarlo. Sabía que se sentiría
sedoso y suave.
-Somos las Manos de Dios. - 6
Comenzó el cántico, y me uní a ellos, tomando la mano de Abby y la de Dinah a mi lado.
Deseaba haberme sentado al final, porque así Abby podría cruzar el pasillo y tocar la mano
del predicador mientras cantábamos, cada vez más alto, y el sonido de nuestras voces llenaba
el santuario.
Justo cuando nuestras voces alcanzaron su punto álgido, elevadas en ferviente súplica, la
puerta que había detrás del púlpito se abrió y entró papá Zeke. Se hizo un silencio inmediato
cuando papá se agarró al púlpito con sus grandes manos, cerró los ojos e inclinó la cabeza.
Siempre me sorprendió que Abby no se pareciera en nada a él: pelo oscuro y rizado, ojos y
rasgos anchos.
Por supuesto, yo tampoco. Él decía que éramos muñecas de porcelana, con nuestro pelo
rubio y fino y nuestros ojos azules, pálidos y delicados. Abby tenía una foto de su madre (no
se permitían cámaras en el recinto) del día de su boda, y Abby y yo nos parecíamos a ella,
como si también fuera nuestra gemela.
-Los ha puesto en el camino de la justa libertad. - Cuando papá Zeke empezó a hablar, fue
como si empezara un pequeño temblor de tierra. Lo sabía, porque tenemos muchos de esos
aquí en California. -Ustedes son las Manos de Dios. -
-Nosotros somos las Manos de Dios. - El santuario habló con una sola voz.
-Él les ha dado dos manos para servirle, y con solo esas manos y su corazón abierto, pueden
tener la salvación aquí mismo en este momento. ¿Me creen, hermanos y hermanas? -
- ¡Amén! - murmuró la congregación. Al otro lado de mí, Eli, que acababa de ser bautizado y
aceptado como Mano la semana pasada, le susurraba algo a la pequeña Sara. Los ojos de
Zeke se posaron en él y Eli los sintió, volviéndose hacia el púlpito, con la cara colorada.
Pocas cosas se le escapaban a papá. Hacía tiempo que había aprendido a no hacer nunca
cosas que no debía en su presencia.
- ¡Tiene el mundo en sus manos! - Papá Zeke levantó las manos hacia nosotros, con las
palmas hacia afuera. - ¡Y yo digo que ustedes tienen el mundo en las suyas! Cada vez que
cruzan las manos en oración, cada vez que ofrecen la mano a sus hermanos, cada vez que sus
manos trabajan en servicio de Él, ¡siguen el camino hacia la liberación! -
Me incliné un poco hacia delante y deslicé mis ojos más allá de Abby, mirando al predicador.
Sostenía su Biblia y asentía con la cabeza, junto con el resto de la congregación. No podía,
por mi vida, imaginar quién podía ser. Papá Zeke era el único predicador que habíamos
tenido, que habíamos conocido. Él era la razón por la que Las Manos de Dios existía en
primer lugar.
Debo haberme perdido en mis ensoñaciones, porque lo siguiente que supe fue que papi
estaba diciendo: -Quiero que le extiendan la mano a mi hijo Malaquías. Va a ser nuestro
nuevo predicador en prácticas. -
La congregación tarareaba y se balanceaba, levantando las manos por encima de la cabeza en 7
señal de aprobación. Yo también lo hice, pero miré a Abby con los ojos muy abiertos.
-Es hijo de mi primera esposa, Ruth, que Dios la bendiga y la guarde. Él es mi linaje, y es el
único linaje de las Manos de Dios. Por favor, den la bienvenida al Padre Malaquías. -
El hombre de pelo oscuro se puso en pie, avanzando hacia el púlpito. El muslo de Abby se
apretó contra el mío, empujándome, y yo le devolví el empujón. Era mayor que nosotras,
quizá cinco años. ¿Cómo era posible? ¿Papá Zeke se había casado antes? Si era así, nadie
había hablado de ello.
-Gracias, - habló Malaquías, su voz como oro líquido comparada con el timbre áspero de
papá. Sus ojos oscuros se encontraron con los míos y vi el parecido de inmediato, con ellos
así, uno al lado del otro. -Hace tiempo que he sido llamado a este trabajo, y sólo pido a Dios
que me dé la fuerza en mis propias manos para guiaros en vuestros caminos como Manos de
Dios. -
- ¡Somos las Manos de Dios! ¡Somos las Manos de Dios! - Los cánticos comenzaron de
nuevo, y me uní a ellos, oyendo el temblor en la voz de Abby cuando ella también lo hizo.
Nuestras manos se alzaron hacia ellos, pero ella enganchó su dedo meñique sobre el mío, y
comprendí que estaba tan conmocionada y asustada como yo. Sabía que hablaríamos de ello
más tarde, pero por ahora, inclinamos la cabeza y levantamos las manos en señal de
adoración.

****

Abby y yo habíamos dormido en la misma cama desde que éramos bebés. Nuestra pequeña
habitación estaba junto a la de papá, al fondo de la casa, y seguíamos compartiendo la cama
gemela de siempre. Papá nos había ofrecido habitaciones separadas, pero nos negamos. En el
resto de la casa vivían sus mujeres y sus hijos, y a menudo me sentía fuera de lugar con ellos,
como una extraña. Abby y yo teníamos nuestro oscuro capullo en la parte trasera de la casa y
así nos gustaba.
-Papá dice que vive recluido desde justo antes de que nacieras, - susurró Abby en la
oscuridad, con su aliento dulce en mi cara. Las dos habíamos cogido una manzana para
comer en el camino de vuelta del servicio vespertino, donde Mal (como nos dijo que le
llamáramos) había sido oficialmente bienvenido al redil con su bienvenida.
- ¿Pero por qué? - Me quité las mantas de encima. Hacía demasiado calor. - ¿Y dónde? -
-No lo sé. -
Nos quedamos en silencio un momento, y pude sentir su vientre subir y bajar contra el mío.
Recordé la forma en que Mal me había apretado la mano y se había acercado para
abrazarme. Hizo lo mismo con Abby, comportándose como un hermano perdido. Papá
parecía tan contento y yo intenté parecerlo, y Abby también. Me dolía la cara de sonreír.
-Quería tocarle el pelo, - susurré y Abby soltó una risita. 8
-Quería tocar más que eso, - dijo, poniendo su mano en mi cadera y tirando de mi vientre
completamente contra el suyo.
- ¡Abby! - Me quedé atónita. - ¡Es nuestro hermanastro! - Aunque, técnicamente por sangre,
en realidad era sólo mío. Nunca pensamos la una en la otra más que como hermanas.
Volvió a reírse. -Bueno, no sabía que era nuestro hermano cuando pensaba en ello. -
-Bueno... tú eres mi hermana. - Sentía sus pechos apretados contra los míos, espejos de los
míos, pequeños, puntiagudos y rosados.
-Eso es diferente, - susurró, acariciándome la mejilla y apartándome el pelo de los ojos. Sólo
por la noche podíamos soltarnos el pelo. Deberíamos habérnoslo trenzado, ya que ninguna de
las dos nos lo habíamos cortado nunca y nos colgaba por encima del trasero. A menudo nos
despertábamos con el pelo rubio enmarañado.
- ¿Por qué? - pregunté, sintiendo sus muslos contra los míos, el dolor familiar entre mis
piernas.
-Somos chicas, tonta. - Me levantó la barbilla y me besó. Sabía a manzanas, limpias, dulces y
deliciosas. Su lengua encontró la mía y gemí suavemente, me llevé la mano entre las piernas
y me acaricié el monte, como si pudiera detener el dolor que sentía allí, aunque en realidad
sólo había descubierto una cosa que podía hacerlo.
Abby me cogió la mano y la colocó entre sus piernas, y yo se la froté a través de su largo
camisón blanco, con pequeñas sacudidas eléctricas recorriéndome el cuerpo por cada punto
de contacto con el suyo: su mano en mi pecho, su lengua y sus labios contra los míos, su otra
mano subiéndome el camisón y acariciándome el muslo.
Se puso encima de mí, a horcajadas, y se levantó el camisón por encima de la cabeza,
tirándolo al suelo. Sus manos también subieron las mías y el material me rozó los pezones,
haciéndome estremecer. Luego, su boca estaba allí, chupándolos y lamiéndolos, y pude sentir
el calor de su humedad mientras mecía su montículo contra el mío. El roce de sus labios
contra los míos era siempre una provocación deliciosa. Me hacía gemir.
-Shhhh, -Abby instó, besando su camino por mi vientre. -No despiertes a papá Zeke. -
Mi voz apenas era un susurro mientras abría los muslos para ella, sintiendo cómo separaba
mis labios con los dedos, cómo su lengua buscaba y encontraba aquel tierno capullo
hinchado en lo alto de mi hendidura.
El año pasado me enseñó a frotarlo en círculos rápidos hasta que me quedé sin aliento,
mareada y creí que me iba a morir. Primero la vi hacerlo, apoyada contra la pared con las
piernas abiertas en esta misma cama, vi cómo echaba la cabeza hacia atrás y se le cerraban
los ojos, la oí gemir y luego vi cómo todo su cuerpo se sonrojaba y se estremecía. Se me
aceleró la respiración y algo me palpitó entre las piernas.
Así que lo hice con ella, los dos frotándonos allí, frotándonos y frotándonos hasta que creí 9
que no podría soportarlo más, que iba a reventar o a morir o.… y entonces un día sentí que
moría, cuando el mundo entero estalló en un estallido de deliciosa y palpitante luz blanca y
calor. Yo lo llamé Cielo, aunque Abby dijo que uno de los chicos de la Mano le dijo que se
llamaba "corrida". Una vez que ocurrió, no pude saciarme.
La lengua de Abby se mueve de un lado a otro sobre aquel punto dulce y sensible, y yo
frotaba las palmas de las manos sobre mis pezones, enviando ondas de placer por mi vientre
hacia mis caderas. Todo se centraba donde su boca lamía y chupaba, una fricción suave y
húmeda que me hacía contonearme y tirar de su pelo, deseando más.
-Ven aquí, - susurré. -Déjame hacértelo a ti también. -
Me había asustado tanto la primera vez que la probé, sin saber cómo sería. Ella me lo hizo,
esa primera vez, diciéndome que uno de los chicos Manos se lo había hecho un día en los
huertos. Fue un pecado, un pecado horrible, aunque ella juró que no le había metido nada.
Seguíamos sin meter nada dentro del espacio virginal por miedo a ser desfloradas.
Después de que su lengua me enviara al paraíso más intenso, asombroso y sobrecogedor en
el que jamás había estado, me sentí obligada a hacérselo a ella también. Ella dijo que no
tenía que hacerlo, pero lo hice. Ahora me encantaba saborearla; me excitaba aún más sentir
su carne contra mi lengua, saborear sus dulces jugos mientras corrían por mi barbilla.
Abby movió sus delgados muslos sobre mí, abriendo las piernas mientras se colocaba en
posición. La agarré por las caderas, tirando de ella contra mi boca, lamiendo y chupando,
salvaje y desenfrenadamente. Eso la hizo gemir contra mí, enviando ondas de placer divino
que zumbaban a través de mí mientras seguía explorando entre mis piernas.
Su lengua se movía cada vez más deprisa y yo emitía ruiditos en mi garganta, incitándola a
seguir mientras lamía su pequeño punto hinchado, hacia delante y hacia atrás, una y otra vez.
Ahora ella también hacía ruido, y me encantaban sus ruidos y cómo sus muslos se tensaban y
sus caderas se balanceaban, utilizando mi lengua para su placer.
Me encontraba acercándome rápidamente a las puertas del cielo. Ya no era una dulce y lenta
espiral ascendente, ahora estaba volando, corriendo de cabeza hacia una liberación exquisita.
Cuando papá hablaba de libertad y salvación, pensé que se refería a esto, a este viaje hacia el
éxtasis.
La lengua y la boca de Abby eran un empujón suave, húmedo y glorioso. Gemí y me retorcí
debajo de ella, rodeando sus caderas con los brazos y sintiendo cómo se aplastaba contra mi
cara, mi lengua enterrada en los pliegues de su carne hasta que apenas pude respirar, pero no
me importó.
Empezó como los sermones de papá, como un pequeño terremoto, retumbando en mi pelvis
y estremeciendo mis caderas mientras me sacudía y arqueaba. Abby hizo ruiditos,
conociendo el sonido y la sensación de mí en mi cúspide, lamiendo más rápido que nunca.
Jadeé y gemí, y por un momento me olvidé de su cara, perdida por completo en mi propio
paraíso.
-Rachel, - susurró, sus dedos moviéndose allí, quietos, enviando sacudidas a través de mí, y 10
puse toda mi boca sobre ella en agradecimiento, rodando con ella hasta que estuvo boca
arriba. Jadeó y se contoneó, con la respiración acelerada y las caderas balanceándose
mientras yo lamía, lamía y lamía. Me agarró las nalgas con las manos y me clavó las uñas,
pero no me importó. La oía hacer ese ruido de "ah, ahh" que hacía cuando estaba cerca.
- ¡Oh, Dios, Rachel! - gritó, agarrándose a mis caderas y arqueando la espalda. Se estremeció
debajo de mí, su vientre se convulsionó, onduló, el pequeño capullo de carne bajo mi lengua
palpitó con su placer. No me detuve, seguí provocándola con la boca hasta que suplicó.
-No puedo soportarlo, - gritó, medio riendo, medio sollozando, mientras yo pasaba la lengua
por aquel punto dulce y sensible.
Finalmente, me volví hacia ella y nos besamos, con el sabor de nuestras carnes mezclándose
en nuestras bocas. Ya no sabía a manzanas, pero seguía sabiendo dulce. Le quité el camisón y
me bajé el mío, acurrucándome de nuevo en la cama y apretando mi trasero contra sus
caderas, sin imaginar que podría ser una de las últimas veces que lo hiciéramos.
-Te amo, - susurró Abby, pasándome el brazo por el costado.
-Yo también te amo, - le susurré, cerrando los ojos, aun saboreando los dulces jugos de mi
hermanastra en la garganta.
-Tengo que decirte algo. - Oí un deje en su voz que me hizo abrir los ojos en la oscuridad. -
Papá Zeke lo ha decidido. Me voy a casar. -
- ¿Qué? - Me puse rígida y luego me relajé, riendo. - ¡No bromees, Abby! -
-No bromeo. - Me besó el hombro y luego apoyó la frente en él con un suspiro tembloroso. -
Voy a casarme con Malachai el mes que viene. -
-No puedo creerlo. - Sentí una bola de frialdad apretada en el vientre al pensarlo, junto con
una racha caliente de celos. Sabía que no debía sentirme así. Al fin y al cabo, era mi
hermanastro, pero no era el suyo. No por sangre. Así era como papá Zeke continuaría su
imperio después de que él se fuera, cómo traería más miembros al redil.
A Abby se le atragantaron las palabras. -No quiero perderte. -
-No me perderás. - Me volví y la estreché entre mis brazos, sabiendo que nuestros lazos,
sanguíneos o no, nunca podrían romperse. -Siempre seré tu hermana. -
Esa noche vi su cara en mis sueños, nuestro nuevo predicador, Mal, y me pregunté por él,
aferrándome a Abby mientras se quedaba dormida. Sabía que no podíamos huir juntas ni
luchar contra lo que quería papá Zeke, pero estaba decidida a asegurarme de una cosa: nunca
dejaría que nadie me separara de Abby. Seríamos hermanas y amantes para siempre, pasara
lo que pasara.

THE END
ACERCA DE SELENA KITT 11

Selena Kitt es una autora de novelas eróticas y románticas ganadora de varios premios. Es
una de las escritoras eróticas más vendidas del sector, con más de un millón de libros
vendidos.
Sus escritos abarcan desde lo picante hasta lo escandaloso, pero cuidado, esta gatita también
tiene las garras afiladas y sus historias suelen incluir intrigantes aristas y giros que llevan a
los lectores a nuevas profundidades que invitan a la reflexión.
Cuando no está manoseando el teclado, Selena dirige una innovadora editorial
(excessica.com) y, en su tiempo libre, se dedica a su familia, marido y cuatro hijos, y a su
creciente huerto ecológico. Hace danza del vientre y fotografía, y le encantan las camas de
cuatro postes, los tatuajes, el voyeurismo, los ojos vendados, el terciopelo, el aceite de bebé,
el olor a cuero y jugar con los gatitos.

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