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Te digo que hacía lo que podía porque realmente podía bastante poco. Al principio, me
costó reconocerlo, pero luego, con el tiempo, lo acepté. Primero, a regañadientes; y
después, incluso acabé disfrutando de que pudiera tan poco. De hecho, desde hace
poco, pienso que de no haber podido tan poco, Jesús no hubiera dormido en mi
pesebre, ni hubiera conocido a María y a José… ni tantas cosas más.
Pero vayamos por partes. Te decía que yo, en Belén, hacía lo que podía. Que
realmente, era bastante poco. Ya desde que nací, el posadero y toda su familia, se
dieron cuenta que no era la mula más lista de Belén. Me costó un montón empezar a
andar e incluso tardé mucho más de lo habitual en emitir mi primer rebuzno. Cuando
salía de la posada, como tenía muy poca memoria, me perdía por los caminos y más de
una vez tuvieron que ir a buscarme el posadero y sus dos hijos. Cuando me
encontraban, me daban golpes en el lomo con una vara de avellano, mientras yo les
trataba de pedir perdón y explicarles que no lo había hecho queriendo… pero creo que
no me entendían. Mientras volvíamos a la posada, escuchaba con las orejas gachas y
con moratones en el lomo, cómo el posadero decía:
-Esta mula no sirve para nada. Lo mejor será que la sacrifiquemos para hacer un buen
caldo de carne con patatas.
Y sus hijos, le respondían: -pero Papá, la carne de mula es muy dura y muy poco
sabrosa.
Y su padre, les solía responder: -Es cierto, hijos, es cierto. Habrá que ver entonces qué
hacemos con esta mula que no sirve para nada…
Abrió la puerta, y como era de noche, no veía nada. A trompicones entré en aquel
lugar frío y oscuro. Además, en aquel establo olía fatal. Era un hedor nauseabundo
que lo impregnaba todo. ¡Madre mía! no había olido una cosa así en mi vida; y eso que
soy mula, y vivía en un establo. Pero aquello era lo nunca visto: perdón, lo nunca olido.
Y mientras luchaba para no caerme de espaldas por olor tan tremendo, escuché una
voz profunda que con gran lentitud me decía:
-¡Buuuuennnasss nooocheesss!, Mula. Perdona por el mal olor y por el desorden. Éste
es un pobre establo, sin desagües ni alcantarillas ni baños en los que poder tirar de la
cadena… y yo soy un pobre buey… que hace lo que puede.
-Pues ya somos dos los que hacemos lo que podemos, aunque podamos muy poco…
aunque en algunas cosas, ya se ve que tú puedes mucho más, -le dije, mientras pisaba
un montón enorme de algo no muy agradable…
Desde esa noche, nos hicimos muy amigos. Y fueron pasando los días en este pobre
portal. Todas las tardes se acercaba uno de los hijos del posadero a echarnos hierba y
paja para comer. Yo tenía mi pesebre, mi comedero, y el buey tenía el suyo (bastante
más grande, porque comía como cinco veces más que yo, y a veces intentaba comerse
mi ración de hierba y paja sin que me diera cuenta).
Manuel, el hijo del posadero, siempre entraba tapándose la nariz con los dedos por el
mal olor, mientras decía: “Ummmm… ¡Pero qué bien oléis!; ¡Huele que alimenta!”... y
con gran rapidez nos echaba la comida y se iba casi corriendo para estar lo
imprescindible con nosotros.
Como os podéis imaginar, yo me aburría un montón, sin nada que hacer, dejando que
pasasen las horas lentamente… encerrada en un portal frío y maloliente. Por supuesto
que no recibíamos ninguna visita: de vez en cuando escuchaba pasos que se acercaban
al establo pero luego escuchaba: -¡Puaf! Pero qué mal huele. -E inmediatamente esas
personas comenzaban a alejarse.
Por eso, cuando en mitad de la noche escuché unos pasos y el chirrido de la puerta al
abrirse de par en par, al principio me asusté y rebuzné. El buey mugió. Y los dos vimos
el rostro de un chico joven iluminado por la luz de un candil que llevaba en la mano.
Muy buena pinta. De primeras, no sé por qué, me cayó de lujo. Detrás del joven,
apareció un burro y montada sobre él, la mujer más bella que había visto en la vida.
Me desperté sobresaltada. ¡Lloros de Niño! Abrí los ojos y vi que, acurrucado entre los
brazos de María, había un recién nacido llorando de frío. José abrazaba a la Virgen. Yo
me levanté y me acerqué. La Virgen me miró y, con sus ojos, me animó a seguir
acercándome, mientras le decía a José:
-¡Pero María! -le respondió José-, ¡Si huelen fatal: mejor que no
se acerquen! (porque el buey también se estaba acercando).
Además, seguro que están llenos de piojos y garrapatas… NOTA: aquí pongo
algunos de los bichos que
hubiera encontrado San
-Ay José, ¡Pero qué poco naturalista eres! -dijo la Virgen José si se hubiera puesto
a rebuscar por mi roñoso
riéndose-; ya verás cómo estos animales, únicos testigos del pelaje. Menos mal que no
nacimiento de Jesús, tendrán mucha importancia con el paso de lo hizo...
los siglos…
El Niño era guapísimo pero a pesar de estar entre los brazos de su Madre y José
abrazando a la Virgen, el Niño tiritaba por el frío reinante en el establo… así que
haciendo caso a la Señora, me puse muy cerca de los tres y traté de dar todo el calor
que pude. Casi exploto del esfuerzo. Incluso intenté darle calor con mi aliento hasta
casi perder el conocimiento… y de pronto, el Niño dejó de tiritar y de llorar… y se durmió
en los brazos de María. HAPPY BABY
DESARROLLO GRÁFICO
DE MI ESFUERZO
CALÓRICO
RESULTADO
Me había despertado tan contenta porque esa noche había tenido un sueño. En el
sueño, el Niño me hablaba desde mi pesebre. Aunque desde que el Niño Jesús había
nacido, ya no era mi pesebre ni mi establo: ahora eran Suyos. Y yo estaba de acuerdo
con Él. Me dijo que aunque era un Niño recién nacido, también era Dios. Y que había
venido al mundo para salvarme con su cariño y llevarme al Cielo. Me contó que
pudiendo haber nacido en el mejor hotel y dormir en la cama más limpia y cómoda del
mundo, había elegido mi establo y mi pesebre. Y que ahora eran Suyos. Pero eso creo
que ya te lo he dicho. Lo que creo que no te he dicho es que dentro del pack de pesebre
y establo me incluyó a mí. Y entonces -no me digáis cómo- en vez de rebuznar, comencé
a hablar con el Niño. (Ya sabes que los burros y las mulas no saben hablar con los
hombres… pero en este sueño y con este Niño, fue diferente).
- Pero Niño, -le dije-, ¡Qué mal estás eligiendo! ¿No ves que soy la peor mula de Belén?;
¿No te das cuenta que has venido a nacer en el establo más maloliente y frío del
pueblo?... Ya se ve que has visto poco mundo y te estás quedando con lo primero que te
has encontrado nada más nacer…
-No te enfades, mi Mula. Porque aunque eres la peor, eres también mi preferida. Por eso
estoy aquí.
Por eso, se puso a mi nivel, y en modo mula, me explicó que muchos niños y niñas -y
también padres y madres… y profesoras… y empleados… y algún que otro sacerdote- iban
a tratar de valer por lo bien que hacían las cosas, por lo perfectos que eran, por ser los
más guays, las más popus, más guapis, más divinas de la muerte engasolinadas, con
mejor outfit, con más seguidores, me gustas, más pasta o queriendo ser súper súper cool,
tía. (Llegado a este punto le pedí al Niño que volviera al “modo mula” porque me había
empezado a convertir en alumna de 2 de la ESO).
No estoy pava,
¿vale? vale
-Tú, mula, eres justo lo contrario. Por eso te quiero tanto. Porque servirás de ejemplo para
que muchos disfruten cada Navidad. Aprenderán de ti que solo puedo volver a nacer en
los portales vivientes que se sepan muy poquita cosa y yo así les pueda engrandecer…
Aprenderán a valerse no por ellos mismos, sino porque son muy amados por mí.
Disfrutarán de ser débiles y limitados... y despistados... y feos... y con pecados
malolientes.
Se apoyarán más en Mí. Y yo... como he hecho hoy contigo, me apoyaré en ellos. Dejaré
que me cuiden y que se den a Mí... como tú, mi querida mi Mula, para que dándose a Mí,
con sus imperfecciones, sean felices aquí en la tierra y en el Cielo.
El Niño Jesús, en aquel sueño, me siguió contando muchas más cosas. Me habló de la
grandeza de los hijos de Dios, de la autoestima de los cristianos, del endiosamiento del
bueno, la gasolina de la buena (me dijo que Él era la mejor gasolina) y de que valíamos
toda la sangre de Cristo… pero estas cosas son cosas… para otro cuento.