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Los Ojos Del Pecado

Los rumores del nuevo y famoso padre William West estaban en


todos lados.

Había llegado como el nuevo padre superior de la catedral


Solsticio de la virgen donde estábamos todas las aspirantes a
monjas.

Era por así decirlo, el director de la escuela de aspirantes a


monjas.

Había escuchado muchos comentarios respecto a él, que era un


hombre muy devoto y usado para las cosas espirituales por eso
era famoso, (aunque no había escuchado nada de él hasta
ahora), con un gran atractivo físico, otras decían que daba algo
de miedo su presencia y que llegaba a causar temor, que sus ojos
color gris parecían consumirte el alma.
No podía confirmar nada al respecto porque no lo había visto,
había tenido que salir por una semana a la casa de mis padres
por el funeral de un familiar, pero al volver fue cuando todo
empezó.

Mi vida no volvió a ser la misma cuando me encontré con él


aquella noche.

Capitulo 1: El padre William

Estábamos a minutos de empezar la misa del domingo en la


noche, casi todos los asientos estaban llenos, como casi siempre
todos los domingos, pero todos estaban a la espera de que
saliera el nuevo padre William West.

-Celeste-dijo la madre superiora-, ven conmigo.

La seguí sin refutar, la madre superiora era la encargada de todas


las aspirantes a monjas como yo, se le tenía mucho respeto,
siempre me gustaba que me tomara en cuenta para todo; era
casi su mano derecha y ella veía un gran futuro en mí como
próxima monja y posible madre superiora.

Aspiraba algún día instruir a otras mujeres a seguir este camino.


Salimos del salón principal donde era la misa y entramos al
pasillo de las oficinas principales entrando a la oficina privada de
la madre superiora, ella tomó tres largos tubos de metal y me los
entregó, yo los tomé confusa.

-Necesito que subas esto al auditorio y dejes ahí estos tubos, el


hermano Richard los requiere ahí para empezar a adelantar las
remodelaciones por la mañana.

-¿Ahora? -murmuré, se suponía que estaba por empezar la misa


y quería ver al padre William del que todos hablaban, además de
que solo me imaginaba lo agotador que sería subir los 7 pisos
cargando esto.

-Sí, hazlo rápido para que estés antes de que empiece la misa-
dijo y sin más explicación se fue.

Solté un suspiro.

Eso era lo malo de ser la mano derecha en todo.

Claro, siempre cuando había misa era un completo estrés y ahora


que estaban construyendo un auditorio en el piso 7 se triplicaba
el estrés.

Salí cargando los tubos hacia las escaleras subiendo paso a paso
intentando que no se me cayeran, eran pesados, cuando iba por
el piso 3 ya sentía que no podía ni con mi alma y decidí
descansar, al llegar al tope voltee los tubos para colocarlos en el
piso, pero no me di cuenta de que alguien venía hacia las
escaleras y le di un golpe en la cabeza que lo tumbó al suelo.

-Perdón, perdón ¿estás bien? -dije terminando de dejar los tubos


a un lado y me acerqué al cuerpo tirado en el suelo
completamente inconsciente.

Pero eso no era lo peor.

Llevé una mano a mi boca al ver las finas y delicadas vestiduras


que traía, era una casulla, lo que quería decir que había
asesinado al padre William West.

Capítulo 2: Ojos color pecado

«Maldita sea, maldita sea».

«No, basta, se supone que no debo maldecir».

Solté un gruñido ¿Pero por qué a mi me tenían que suceder estas


cosas?

¿Ahora que iba a hacer?


Me iban a expulsar por haberlo asesinado.

<<Der Windstille».

Tenía que pensar con claridad, me acerqué arrodillándome al


lado de su cuerpo coloque un dedo debajo de su perfilada nariz,
podía percibir el aire salir, su respiración era lenta, pero lo
importante es que estaba respirando. Pegué mi oreja a su pecho,
debajo de toda esa tela podía escuchar algo de los latidos de su
corazón.

Estaba vivo.

Que alivio.
-Padre. -murmuré y empecé a darle palmadas en las mejillas a
ver si reaccionaba pero no hacía nada.

Necesitaba que hiciera algo.

-Padre William -insistí-, ¡despierte!

No lo hacía, no despertaba y yo le daba cachetadas cada vez más


duras.
De repente escuché pasos aproximarse subiendo las escaleras,
entré en pánico, tenía que desaparecer el cuerpo del padre en
algún lugar.

«Der Windstille».
«Ya parezco una asesina en serie hablando de desaparecer
cuerpos».

Lo tomé de las axilas y empecé a arrastrarlo con fuerza, estaba


demasiado pesado. Entré a una de las oficinas que estaban
abiertas y cerré la puerta acomodando al padre en sofá soltando
un suspiro agotado.
-Padre...-dije en otro inútil intento de despertarlo, si no lo
lograba despertar ahora, iban a venir a buscarlo y me iba a meter
en graves problemas al ver el desastre que hice.

Me levanté y le empecé a golpear el pecho con la palma de mis


manos como si se tratara de reanimación cardiopulmonar, pero
luego recordé que eso era para personas ahogadas, uhm, aunque
tal vez...

Sí.

Agua.
Busqué a mi alrededor vi un jarrón con flores en el escritorio, fui
rápidamente hacia él y saqué las flores tomando la jarra con
agua y se la eché encima al padre.

De repente, el padre William abrió los ojos sentándose en el sofá


empezando a toser, reaccionando, grité echándome hacia atrás
de la impresión y resbalando con el agua que había caído en el
piso, cayendo de trasero.
Él pasó una mano por su rostro quitándose el exceso de agua y
entonces fue la primera vez que fui consiente de su rostro, es
decir estaba tan preocupada en que despertara que no me había
fijado en lo atractivo que era, cejas oscuras y gruesas, quijada
cuadrada, labios rellenos con una forma perfecta, y las pestañas
abundantes enmarcando unos enigmáticos ojos grises.

Guao.

Como aspirante a monja nosotras usualmente nos volvíamos


indiferentes a los hombres o a su belleza, pero él era algo
asombroso, porque nunca en mi vida había visto alguien tan
deslumbrante que me dejara sin aliento.

Ahora podía comprender por qué murmuraban tanto del padre


William West, era... impresionante.

Él miró alrededor como si se hubiera donde estaba y luego


enfocó sus ojos grises en mí y se me fue el mundo entero
sintiendo que me estaban traspasando y no podía recordar como
reaccionar.
Nunca en mi vida me había sentido tan intimidada por nada,
mucho menos por alguien, pero aquí estaba, temblando y mi
rostro entero sonrojándose.

El padre William se levantó del sofá y se acercó a mí a paso lento,


tragué pesadamente saliva y reaccioné levantándome del suelo,
no sabía si estaba molesto o no, pero de seguro que quería una
explicación de lo que había pasado aquí.

-Padre, lo siento -empecé a decir- es... es que lo golpee


accidentalmente con unos tubos de metal porque no lo vi y usted
se cayó y no reaccionaba, y tuve que echarle agua, yo... aun está
a tiempo de volver a la misa.

Él se detuvo a una distancia prudente de mí y frunció el ceño


mirándome.

Si las miradas mataran...

-¿Le duele el golpe? -continué diciendo.

No me respondió, siguió mirándome de esa manera frívola.

Tragué pesadamente saliva.


-¿Puede hablar? -pregunté sin comprender si se trataba de
sordera o algo así.
-Claro que puedo hablar, me tienes aturdido con tanta
palabrería. -dijo por fin, su voz profunda e intimidante.

Bajé la cabeza, mis manos temblando.

-Disculpe padre. -susurré.

-Una disculpa no quita tu ineptitud-continuó.

Tragué nuevamente saliva, sabía que había hecho mal pero me


sorprendía que me respondiera de esta manera tan irritable.

<<Der Windstille».

Respiré profundo aún sin alzar la vista.

-Lo sé, lo siento...-empecé a decir pero él me interrumpió


diciendo:

-Solo no vuelvas a acercarte a mí, desastrosa.


Apreté la quijada, sabía que había hecho mal, pero la actitud del
padre era bastante colérica, no de alguien llena del amor divino.
Alcé la vista y tropecé con sus ojos grises otra vez, sentí una rara
presión en el pecho sin saber por qué, mi corazón latiendo
desenfrenado como si algo raro sucediera a nuestro alrededor,
como si de repente el ambiente se volviera diminuto y nos
acercara.

El padre dio un paso hacia mí y yo dejé de respirar, pero


entonces él pareció reaccionar dando dos pasos hacia atrás y
entonces se volteó saliendo de la oficina.

Solté el aire que contenía.

¿Pero... qué había sucedido?

No podía dejar de temblar.

Caminé al sofá recuperándome de todo lo que había ocurrido.

Vaya primera mala impresión, tendría que asegurarme de


desaparecerme de su vista el resto de su estadía aquí o corría el
riesgo de volver a molestarlo y que me expulsaran de mi más
grande sueño de ser monja.

Pero el destino confuso tuvo otros planes para mí.

Capitulo 3: Incómoda misa


Cuando terminé de llevar los tubos de metal, bajé nuevamente a
la misa, sintiéndome la mujer más desastrosa del universo por mi
metida de pata con el padre William.

Tenía que desaparecerme de su camino, esperaba no


encontrármelo ni por error.

La madre superiora me había guardado un puesto para la misa


para cuando regresé y me junté con el resto de las monjas
tomando asiento y limpiando con un pañuelo el sudor de mi
frente.

-Tardaste mucho -me comentó la madre superiora.

Si ella supiera el por qué...

-Lo siento. -dije y le empecé a explicar lo ocurrido- Es que el


padre...

-Shhh-me siseó la madre superiora-, estamos en misa, ten


respeto.

Me callé apretando los labios, no se podía hablar en misa, pero


es que realmente me urgía hablar lo que ocurrió con ella antes
de que el Padre lo hiciera y de manera muy mala.
«Der Windstille».

Ahí en el púlpito ya estaba el padre William, podía notar su


vestidura aun algo húmeda al igual que su cabello, pero sin duda
eso no parecía robarse la atención para nada, porque realmente
verlo era como ver el mismo reflejo de un ángel, su mirada de
ojos grises parecía hipnotizar la mirada de todas las personas ahí,
su boca de labios carnosos al hablar tenía una forma de capturar
la atención, su voz profunda, pausada en imponente denotaba
autoridad.

Me encontré entrelazando mis dedos y mirando su rostro más de


lo necesario, pero es que sentía gran admiración por su
apariencia y lo que hablaba, probablemente al igual que todas
las personas de aquí porque todos lo observaban con atención.
Se veía imponente desde su altura, por un momento me perdí de
lo que hablaba solo mirando las sombras en los ángulos de su
rostro y la forma de sus rasgos físicos deseando poder capturar
una foto si pudiera, ni siquiera le podía prestar atención a lo que
decía solo deseando poder hacerle una foto y guardarla en mis
álbumes.

De repente me tensé al ver sus ojos grises girar hacia mi


dirección y desperté de mi transe, él detuvo lo que hablaba
notando que estaba ahí al lado de la madre superiora, me sentí
expuesta y juzgada, ¿acaso pudo leer mis pensamientos
desconcentrados admirando su belleza?, no, de seguro
recordaba lo desastrosa que era y por eso resalté ante sus ojos.

«Heilige Jungfrau».
Bajé la mirada y cerré los ojos de esa forma no pecaría en seguir
distrayéndome, para mi suerte él continuó hablando, yo por mi
parte me mantuve así hasta que terminó la misa y por fin
pudimos ir a nuestras habitaciones.
Solo necesitaba llegar a mi cama y dormir.

De repente Génesis se me acercó tocando mi hombro, cargaba


unos libros en sus brazos.

-Celeste la madre superiora te estaba buscando-me informó.

Ay, de seguro era para más favores.

Realmente amaba ayudarla, ser mano derecha, pero me sentía


agotada.

-¿Por qué? -dije a ver si era realmente urgente. O si me podía


simplemente desentender de esto e irme a mi habitación.

-No lo sé -dijo- está en la oficina.

Génesis se fue y yo me quedé congelada en mi lugar.

«Heilige Jungfrau».
De seguro sabía lo que había hecho con el padre William.

Empecé a temblar, si descubría que casi lo asesiné de seguro me


tendrían en penitencia.
Tomé una profunda respiración, tenía que darle mi versión de la
historia y solo acatar las consecuencias.

Fui hacia la oficina de la madre superiora arreglando mi túnica y


toqué dos veces, cuando me dijo que pasara, entré asomándome
con una ligera sonrisa; controlándome, pero por dentro estaba
temblando.

-Hola madre -dije- ¿en qué puedo ayudarla?

Miré su expresión, ella estaba concentrada caminando de un


lado a otro por la oficina y tomó una caja con la imagen de una
cafetera afuera.

-Necesito que vayas al piso 3 y lleves esta cafetera- dijo se acercó


a mí; dándomela.

La tomé haciendo una ligera mueca, estaba pesada.

Definitivamente me sentía como una mula de carga.

-¿A dónde? -pregunté.


-A la habitación del padre William-me informó y se fue hacia su
escritorio sacando algunas carpetas.

-¿El padre William? -repetí incrédula.

«Vögeln».

De todas las cosas que no quería hacer.

-Estoy muy segura de que no quieres que repita las cosas que te
digo -dijo la madre superiora colocándose los lentes y
mirándome sobre ellos de manera algo molesta.

-Lo siento madre -dije.

Ella me miró y frunció el ceño notando mi ansiedad y


nerviosismo de ir a llevarle esto a el padre.

-¿Tienes problema en hacerlo?- preguntó.


-No madre, por supuesto que no-me reí un poco de manera
nerviosa.

Ella sonrió, pero era esa sonrisa que no llegaba a sus ojos.
-Eso pensé-dijo.

Pero, esto podía afectarme porque definitivamente el padre


William parecía odiarme, podía simplemente negarme a hacerlo
y listo.
-Aunque...-empecé a decir, pero la madre superiora dijo al
mismo tiempo:

-Nos han llegado muchas quejas del padre, le cuesta adaptarse a


este lugar-suspiró agotada-todo lo ve desordenado, nada le
agrada, nada parece estar a su altura, si escucho una queja más
de su parte tendré que pegarme la boca con cinta.

Me reí un poco con nerviosismo.

Si el padre llegaba a decir lo que le hice, la madre superiora iba a


expulsarme definitivamente.
Creo que ahora tendría que hablar con él y convencerlo de que
no hablara.

-¿Ibas a decir algo? -preguntó la madre superiora mirándome


algo confundida.

Aclaré mi garganta y negué con la cabeza.

-No madre -dije y sonreí para cubrir mi secreto.


-Entonces ve-dijo la madre superiora enfocándose nuevamente
en las carpetas.

«Der Windstille».
Tomé una profunda respiración y me fui la oficina sosteniendo la
caja de la cafetera para llevársela al padre William West; la única
persona que me odiaba y que era capaz de expulsarme de este
lugar si no lo convencía de lo contrario.

Todas las expresiones que hace Celeste son en alemán y


significan:

<<Der Windstille». La calma

«Heilige Jungfrau». Santa virgen

«Vögeln». Joder

Capítulo 4: La habitación del padre William

Fui colocando la caja en el suelo, y tomé una profunda


respiración alzando el puño y tocando la puerta, pero nadie
respondió, toqué nuevamente dos veces.
Nada.

Giré la perilla sorprendiéndome porque estaba abierta, tomé la


caja de la cafetera y entré a la habitación, sobresaltándome al
ver al padre William en la cama, no llevaba más que unos cortos
pantalones, y mis ojos se enfocaron en un brazo musculoso que
estaba detrás de su cabeza, podía ver tinta manchando la piel de
brazo y parte de su torso. Tenía un libro frente a su rostro y unos
audífonos en sus oídos, por eso no me escuchó, pero cuando
desvió la mirada y me vio en su habitación se sobresaltó.

-¿Quién te dijo que pasaras? -dijo quitándose los audífonos,


dejando el libro a un lado.

«Vögeln».

Tragué pesadamente saliva.

-Lo siento padre es... -empecé a murmurar una disculpa


enseñándole la caja de la cafetera en mis manos.

Él se levantó de la cama y se me olvidó lo que estaba diciendo


cuando lo vi ponerse de pie.

Oh.

<<Heilige Jungfrau».
Su torso estaba al descubierto mostrando un cuerpo ejercitado y
definido, apreté los labios sintiendo que todo mi rostro se
sonrojaba con intensidad cuando el intenso calor subió a mi cara.

El tatuaje llegaba a su cadera y el resto se cubría con su pantalón,


uhm, ¿cuál sería el final?

-Estás mirándome -dijo incrédulo probablemente porque estaba


mirando con completo descaro todo su cuerpo.

¿Pero como no hacerlo? Parecía tallado por los mismos ángeles y


corrompido por satán.

Miré su rostro otra vez, sus ojos grises me miraban fijamente


haciendo del ambiente algo más intenso como lo que pasó hace
unas horas en la oficina cuando despertó de la inconsistencia,
que me miró y algo... se sentía diferente, como si mi cuerpo se
sintiera tentado a acercarse a él.

Nunca me había sentido así, pero se sentía prohibido; se sentía


malo.

Mi corazón se aceleró y me sentí completamente en pecado,


como Eva mirando la manzana, yo lo estaba mirando a él con la
tentación de la lascivia.
-Estaba viendo sus tatuajes -me forcé a hablar- tiene... tatuajes.

No sabía que los Padres podían tener tatuajes, pensé que era un
templo puro donde moraba la santidad y no la impureza, los
tatuajes aquí se catalogaban como impureza.
-Tengo tatuajes -dijo el padre William recalcando lo evidente-¿te
molestan?

Enarcó una ceja y yo me adelanté a negar con la cabeza


enfocando mi mirada en la mesa de al lado para colocar la
cafetera y poder salir lo más rápido posible de ahí de su
habitación, diciendo:

-No, yo...

Se me cayó una taza de vidrio que estaba en la mesa sin querer,


estrellándose contra el suelo y rompiéndose en muchos pedazos.

-Vögeln. -expresé entre dientes- Lo siento, yo la arreglo, la voy a


pegar.

Me arrodillé a limpiar los pedazos de vidrio en mis manos


sintiendo que necesitaba huir de aquí.

-Basta, deja eso -dijo el padre William acercándose a mí.


No le hice caso, solo me enfocaba en agarrar los pedazos de
vidrio en mis manos, e hice una mueca cuando se me incrustó en
la piel.

-Te estas cortando -dijo él, al ver que no le presté atención, se


agachó tomándome de los hombros y tuve que alzar la vista
cuando me tomó de la barbilla para que le sostuviera la mirada.

Dejé de respirar al sentir su toque eléctrico contra mi piel


revolviendo todo mi cuerpo, y me enfrenté a sus ojos grises,
estaba tan cerca que por un instante se me olvidó
absolutamente todo lo que hacía, noté como él pareció también
abstraído mirándome, ¿acaso sentía lo mismo que yo o era cosa
mía?

De repente él aclaró su garganta soltándome la quijada


probablemente al notar que esto no era apropiado y susurró:

-Ven.

Me tomó de las muñecas haciéndome soltar los pedazos de


vidrio y me ayudó a levantarme, guiándome a la cama, me senté
y él empezó a buscar cosas en su mesa de noche hasta sacar un
alcohol y unos algodones arrodillándose frente a mí y toando mis
manos.

Yo no podía dejar de observarlo, estaba demasiado cerca de mí y


podía ver con más detalles los rasgos de su rostro y hasta algunas
pecas cafés cubriendo su nariz y mejillas concentrado en
quitarme los pedazos de vidrio incrustados en mis manos con
una pequeña pinza.

-¿Tienes alguna clase de problema?

-dijo concentrado en lo que hacía- Pareces tener la palabra


"problemática" a tu alrededor.

Ahora yo empezaba a creerlo.

Relamí mis labios y negué con la cabeza empezando a decir:

-Es que cuando estoy nerviosa...

-¿Estas nerviosa? -preguntó aun sin mirarme.

Uh... ¿tal vez no debí decir eso?

-Yo... empecé a murmurar, pero me callé cuando él alzó la vista


enfocando sus ojos grises en mí y estiró ligeramente sus labios
en una leve sonrisa preguntando:

-¿Por mí?
«Heilige Jungfrau».

Sentí que el calor subió a mi rostro o más bien a todo mi cuerpo.


Desvié la mirada de la suya al suelo y apreté las piernas sin saber
por qué algo en mi vientre empezaba a palpitar, sentía que mi
respiración era un caos, solo quería irme de aquí, porque tenerlo
cerca y con mis manos agarradas empeoraba mi manera de
enfocarme en la conversación.

-Es... -dije aclarando mi garganta- que no había estado haciendo


tantos desastres como ahora, y todos frente a usted, no quise
provocar su ira siendo torpe Padre, discúlpeme por ofenderlo y
por golpearlo, fue realmente un accidente, no lo vi...
Pedir perdón era la unica manera de que él no hablara con la
madre superiora y que no me expulsaran.

El padre William se quedó por un momento en silencio mientras


echaba un poco de agua en mis manos limpiándolas, hice una
ligera mueca, tenía muchos raspones.

-Lo siento por tratarte mal -soltó de repente, tengo un carácter


que intento corregir.

Lo miré, él ahora miraba mis manos.

En realidad me sorprendía mucho que se hubiera disculpado


conmigo.
-Vale -murmuré.

Él secó mis manos del agua con una toalla.

-¿Estás bien? -preguntó alzando la mirada hacia mí.

-Sí-dije.

-Te echaré un poco de alcohol para que no se te infecte -dijo y


sin más explicación tomó el alcohol esparciéndolo en las heridas
de mis manos.
-Ah-jadee sintiendo el ardor traspasar mi piel y mordí mi labio
inferior-, arde.

-Como el infierno -dijo.

Cuando volví a mirar al padre William, él mantenía sus ojos grises


ahora algo oscurecidos fijos en mi rostro, me sentí por un
momento fuera de mí; extraña, me quedé sin aliento, esta era
una mirada diferente, era una mirada de esas que te llevan a
pensar miles de cosas inapropiadas porque estando tan cerca,
me hacía despertar el deseo de que me besara.

Tenía que calmar mis pensamientos, ¿pero qué pasaba conmigo?


Jamás en mi vida desee las cosas carnales, mucho menos hacia
un padre, las monjas aprendíamos a renunciar a eso pero...

¿Entonces por qué me sentía así?

Capitulo 5: La carne es débil

Tragué pesadamente saliva, mi corazón latiendo tan rápido que


lo escuchaba en mis oídos.

Solo tenía que salir de aquí, estaba tan nerviosa que empezaba a
temblar.
-Eh -aclaré mi garganta, gracias por... usted, ya debo irme.

No podía ni siquiera hablar con coherencia.

Me levanté y él se echó a un lado guardando las cosas con las


que me curó las manos.

Yo necesitaba respirar, estaba tan aturdida que no encontraba la


puerta para salir, pasee la mirada alrededor, no veía la puerta.

«Der Windstille, respira».


-¿Como me dijiste que te llamas? - preguntó el padre William a
mis espaldas.

Lo pensé por un momento, de hecho nunca lo dije.

Celeste murmuré.

¡¿Donde estaba la puerta?!

Me detuve y cerré los ojos para poder calmarme y enfocarme,


abrí los ojos otra vez y vi la puerta en todo el frente de mí.
Empecé a caminar hacia la salida, sentía que hasta que no saliera
no iba a poder respirar.

-¿Que te gusta hacer? -preguntó el padre de repente.

¿Uh? ¿por qué me sacaba conversación?

Me detuve y voltee a mirarlo, él se había levantado del suelo y


ahora me miraba a una buena distancia, solo que incluso esta
habitación se sentía muy pequeña y tenía que hacer mucho
esfuerzo en no mirar su cuerpo ejercitado torso con esa tinta
llamativa.

Necesitaba calmarme.
Pero no entendía qué clase de prueba era esta que mandaban a
la iglesia de un padre tan atractivo, ¿acaso era para distraernos o
para mantener nuestros pensamientos neutros ante el pecado?
Era muy difícil evitar mirarlo, más aún cuando no llevaba mucha
ropa.

Bajé la mirada y la clavé en sus pies, de ese modo no lo vería.

-Fotografía dije, es mi clase extracurricular.

Después del instituto, podíamos internarnos en este lugar y


veíamos clases de teología por 5 años con una clase
extracurricular libre, era fotografía, pintura, lectura y música. Yo
había elegido la fotografía y me hacía mucha ilusión que tenía el
mejor promedio de mi clase, en especial porque de hecho
eramos como 2 estudiantes solamente, claro que mi otra
compañera no había asistido y como era una clase
extracurricular no le daba importancia.

Alcé la vista al ver que no me respondió y noté que su rostro


cambió a uno más serio.

-¿Qué ocurre? -pregunté sin comprender, sabía que estaba


sucediendo algo que no nos iba a gustar.

-Temo que se va a cancelar esa clase


-admitió el padre William para mi completa sorpresa y shock.

-Pero... -murmuré sin comprender, esa noticia me había caído


como agua fría.

-Es mucha inversión innecesaria explicó, y solo la toma una


persona.

¿Qué? ¿entonces era verdad que la iban a cancelar


definitivamente?

No podían cancelar la clase, es decir, era verdad, la única que


tomaba esa clase extracurricular era yo, pero era mi pasión, no
podían cerrarla.
-No es innecesaria -repliqué sin importarme que pareciera
altanera-, jel arte de las fotos es algo hermoso!

Él pareció algo indiferente, claro, él no veía la fotografía como lo


haría un fotógrafo, la pigmentación de colores, los tonos, las
luces, él no lo amaría de la misma manera tampoco, mucho
menos sentiría pasión por eso.

-Tendrás que convencerme de no cerrar esa clase dijo el padre


William-, toma una buena foto, una que me haga saber que eso
vale la inversión.
Tragué pesadamente saliva. Claro, también sabía que las
cámaras profesionales eran costosas, pero eso era una gran
parte de mí; no podía quitármela.

-Lo haré -prometí, estaba dispuesta a tomarle la foto más


profesional y esplendida que vería en su vida.

-La quiero para mañana a las 7 de la mañana dijo el padre


William-, estaré en mi oficina.

¿Qué? Pero si mañana era sábado y de hecho el único día en el


que se nos permitía levantarnos más tarde porque hacíamos
ayuno hasta las 3 de la tarde. Además de que era muy poco
tiempo para buscar una buena foto, ya era muy tarde en la
noche.

-Pero... empecé a decir.

Él estiró sus labios en una sonrisa que me pareció cruel.

Hace un momento me estaba revolviendo las hormonas y ahora


realmente empezaba a caerme muy pesado.

-¿Te da miedo fracasar, Celeste? preguntó acercándose un poco


a mí, me estremecí, no estaba tan cerca como para tocarme,
pero sí lo suficiente como para hacerme temblar, un paso más y
podía tocarme.
Mi nombre en su boca se escuchó como una suave caricia, relamí
mis labios y negué con la cabeza.

-No, señor -dije, llevarle la contraria no valdría la pena.

Noté como su mirada se posó por medio segundo en mi boca


dejándome sin respiración, el ambiente volviéndose de la nada
más pesado, sentía que todo mi cuerpo estaba caliente, estaba
que quería salir corriendo de aquí ante la intensa tensión de la
habitación, sus ojos levemente más oscuros que hace un
momento, cuando volvió a mirar mis ojos, pareció de repente
reaccionar y se volteó caminando hacia su cama evitando
mirarme.

-Vale-dijo él-, puedes retirarte.


Afirmé con la cabeza como única respuesta y salí casi
despavorida de ahí y sosteniéndome de la pared sintiendo que la
intensidad casi ocasionaba que se me saliera el corazón por la
garganta.

¿Acaso lo habría sentido yo sola o acaso el padre William...?

No, por favor.

No podía pensar eso, es decir ¿como podía pensar que el padre


William podría sentir cosas? Se suponía que ellos estaban en
celibato sacerdotal y practicaban la castidad, era imposible que
ellos sintieran algo... Negué con la cabeza y empecé a caminar
rápido a mi habitación para intentar calmarme, solo necesitaba
dormir.

Aunque en ese momento no sabía, que los padres a pesar de


entregarse a la religión, también eran de carne y hueso, y la
carne era débil.

Capítulo 6: Tentando al padre (Parte I)

Entré a la oficina del padre, él estaba sentado sobre su escritorio,


no llevaba camisa dejando su deslumbrante torso ejercitado con
tatuajes al descubierto, sentí sonrojarme, mi corazón latiendo
desenfrenado al verlo.

-Padre ¿y su camisa? -pregunté, mis manos temblando.


Él se acercó a mí, empecé a retroceder, él no se detuvo, yo
estaba completamente nerviosa y jadee cuando mi espalda pegó
de la pared a mis espaldas, el padre William me aprisionó con su
cuerpo, nuestras respiraciones mezclándose, sentía no solo mis
mejillas calientes; sino todo mi cuerpo en llamas.

-Padre, ¿pero qué hace? -susurré.

-Quiero que me beses, Celeste dijo el padre William tomándome


de la barbilla.
-Padre es incorrecto-susurré, pero por un momento quería
dejarme llevar, estaba fuera de mí.

-Shh... no hables. -dijo colocando un dedo en mis labios, lo


deslizó lentamente hacia abajo; acariciándome, sus ojos grises
mirando mi boca cuando empezó a inclinarse.

No respiré.

Cuando sus labios estaban por hacer contacto con los míos, abrí
los ojos de golpe.

«Vögeln».

Mi corazón acelerado, mi cuerpo enteramente caliente y


aturdido, miré la oscuridad de la habitación, mi compañera de
habitación estaba dormida, aún era de noche.

Cerré los ojos pidiendo perdón por ese sueño pero no era como
si pudiera controlar esas cosas... No pude dormir el resto de la
noche pensando en ese sueño que tuve con el padre William y
en que lo vería en su oficina en solo unas horas más.

***
Tenía algunas fotos de insectos con buenos enfoques que eran
de mis favoritas, eran de mis mejores trabajos, así que cuando se
hizo de mañana, fui a la oficina del padre William como él me lo
había indicado, me detuve frente a la puerta y dudé un poco, no
entendía por qué estaba tan nerviosa.

Me llené de valor y alcé la mano tocando dos veces la puerta y


esperando algo impaciente que me atendiera.

-Pase -escuché su voz profunda.

Tragué pesadamente saliva, recordar lo de anoche me hacía


sentir un poco nerviosa, no lo sé, es que se sintió extraño, como
si no pudiera controlar mi cuerpo cuando estaba cerca de él, eso
me asustaba.

<<Der Windstille».

Tenía que dejar de pensar en eso, era el padre William, nada


más, era mi autoridad; la de toda la iglesia, nada de otro mundo,
solo tenía que ignorar su atractivo rostro y... ser, y controlar lo
que le ocasionaba a mis hormonas.

Giré la perilla y pasé a su oficina acariciando la carpeta en mis


manos con las fotos, su intenso olor a fragancia varonil me llenó
los sentidos, el padre William llevaba su Indumentaria
eclesiástica cubriendo su cuerpo, ¿quién pensaría que estaba tan
ejercitado debajo de toda esa tela?, él estaba sentado detrás de
su escritorio con la biblia en sus manos, los lentes puestos
adornando su rostro, pareciendo más atrayente que antes.

Relamí mis labios al sentir mi cuerpo temblar, mis mejillas


calentándose cuando él alzó la vista y sus ojos grises se clavaron
en los míos, me estremecí por completo, la tensión en el
ambiente siendo torturante para mí, de repente dándome calor.

¿Como podía ser tan atractivo? Y es que desde el primer instante


me atrajo de una manera extraña que nunca había sentido en mi
vida.

-Son las 7 y 4 minutos -riñó.

Uhm, al parecer no estaba de buen humor, solo habían sido 4


minutos.
-Perdone padre -dije y le enseñé la carpeta en mis manos-,
estaba en la fotocopiadora y...

-No pedí que justificaras tu impuntualidad -replicó callándome la


boca.

Al parecer amaneció gruñón hoy.

Él se quitó los lentes conservando su expresión de desagrado y


continuó diciendo:
-Enséñame la razón por la cual se debe dejar vigente la clase de
fotografía.

Me acerqué a su escritorio y le entregué la carpeta enseñándole


la foto impresa que había seleccionado para convencerlo. Él la
tomó observándola y la soltó en el escritorio con desdén, su
expresión nunca cambió.

-¿Y bien? -pregunté queriendo que me dijera algo.

-No me gusta.

-¿Qué? -dije incrédula, era de las mejores fotos según mi criterio.

-Se ve muy corriente, no se ve real ni autentico, nada que me


impresione, no vale la pena dijo tomando nuevamente la biblia y
noté que de hecho no era la biblia, es decir, era la caratula donde
se leía Santa biblia pero tenía otro libro dentro.

¿Pero qué estaba leyendo entonces...?

Él cerró el libro a darse cuenta que lo observaba y se acomodó


en el asiento.

No podía creer que de verdad no le impresionara algo que yo


amaba y simplemente lo cerrarían.
Me parecía una falta de respeto, ayer parecía tener
sentimientos, hoy él parecía solo un robot insensible.

-¿Pero qué es lo que quieres? -solté, él me miró y agregué


bajándole volumen a mi tono de voz:- padre.

Él lo pensó por un momento probablemente viendo como me


afectaba y dijo:

-Quiero algo extraordinario, algo real e impactante.

«¿y esto no lo es?»


Nada de mi trabajo entonces lo iba a impresionar, todos eran
insectos, o al menos en su mayoría.

-Deme más tiempo, lo haré -juré.

Noté como pareció pensarlo y luego dándose por vencido dijo:

-Te daré hasta las 12 del mediodía, de lo contrario, no habrá


contemplaciones.

¡Lo había logrado!


-Está bien, padre -dije inclinando la cabeza y me di la vuelta para
irme antes de que cambiara de opinión, pero apenas toqué la
perilla, escuché:

-Celeste.

Me detuve, mi nombre en sus labios me hizo estremecerme otra


vez y él continuó diciendo:

-Quiero que sea extraordinario.

Lo será.

Salí de ahí y fui al devocional del ayuno de los sábados con las
demás monjas, pero con la mente maquinando en qué podía
fotografiar que fuera "extraordinario". Al salir fui hacia el amplio
arroyo que quedaba a unos minutos de la catedral con mi
cámara, este era un lugar apartado y sabía que casi nadie venía a
estos lugares, era como mi lugar secreto, era lo que pensé
durante toda la mañana, algo qué fotografiar que fuera
espectacular.

El sonido de los insectos y aves junto con el fluir del agua del
arroyo me relajaba, tomé fotos de los arbustos, las flores,
pájaros, pero nada llamativo o algo que pudiera ser
"extraordinario" según él.
Me senté a la orilla del rio intentando no frustrarme, me quité
los zapatos y las medias metiendo mis pies en el agua tibia, hacía
calor.

En este preciso momento estaba empezando odiar al padre


William y a su actitud que me parecía soberbia, deberían de
destituirlo por ser atemorizante y soberbio; un pecado.

Me caía mal.

De seguro él era así porque sabía que era guapo y tenía poder, lo
cual era una estupidez porque estando en la catedral, nadie
debía de estar pendiente de la belleza ni dándole cabida a los
pensamientos carnales como precisamente me ocurría a mí con
esos sueños húmedos.
Lo odiaba más que nunca por crearme esos pensamientos raros y
esos sentimientos.

Miré el agua y las hojas secas que abundaban en la tierra, eran


rojas, naranjas y verdes, era una buena idea para un auto
retrato, bueno, parte, sería de espaldas con hojas que solo
marcarían mi brazo y parte de mi hombro.

Sería perfecto.

Coloqué muchas hojas, esta foto la había visto hacía mucho


tiempo por mi abuela que se la tomó mi abuelo, claro que ella
estaba desnuda...
Me acosté en la pila de hojas de espaldas y con el temporizador
coloqué el teléfono en el soporte, cuando miré la foto me
decepcioné un poco, salía la túnica negra, pero los colores y la
esencia era perfecto.

Sin embargo aun no era... extraordinario como lo pidió el padre


William.

Me quité cofia de monja, soltando mi cabello asegurándome de


que no hubiera nadie cerca, es que estaba prácticamente oculta
en el arroyo en un lugar donde pocas personas transcurrían.

Volví a tomar la foto, pero no me convencía porque se veía la


túnica, tal vez si la quitaba por un momento...

Me deslicé el cierre dejando mi espalda al desnudo, sería rápido,


solo para que saliera mi brazo sin tela. Cuando terminé de
bajarme el cierre me sobresalté al escuchar una hoja crujir, me
detuve sosteniendo mi túnica.

¿Había alguien cerca?

Miré alrededor, no veía a nadie.


Fruncí el ceño algo extrañada, pero cuando miré por el reflejo del
agua, reflejó una túnica negra oculta detrás de un árbol como si
me espiara, podía identificar la cruz dorada de su pecho.

Era el padre William y me estaba espiando.

Capítulo 7: Tentando al padre (Parte II)

Me quedé muy quieta.

No sabía si era un defecto de mi vista o mi imaginación es decir,


había estado pensando mucho en él y además... ¿qué iba a hacer
el padre de la iglesia espiando a una monja?

Pero...

¿Esa sombra?

Sabía que lo correcto era arreglarme la ropa e irme de aquí, pero


me quedé quieta, mi corazón muy acelerado al pensar en que
me estuviera viendo porque le parecía atractiva.

Ese pensamiento nunca había pasado por mi mente, el de


parecerle atractiva a alguien... pero ahora, me sentía con muchas
ganas de que siguiera viéndome y que admirara mi belleza.
Le abrí apertura a la soberbia y con manos temblorosas continué
bajándome el cierre, sentía que tenía la garganta reseca, mi
respiración irregular sin darle vueltas a lo que hacía, solo me
terminé de bajar el cierre y entonces me descubrí la tela de los
hombros siendo consiente de que le dejaba toda mi espalda
desnuda, pero sin ser capaz de voltearme.

Me atreví a mirar nuevamente el reflejo del agua y para mi


sorpresa o decepción él no estaba ahí.

Se había ido.

Me coloqué la túnica otra vez sintiendo vergüenza de mí misma.

¿Pero qué pasa conmigo?


No sabía por qué lo hice, y me sentía peor porque creía que
debía de sentirme más mal de lo que estaba. Fui a mi habitación
y me coloqué de rodillas para rezar el Ave María 10 veces, pero
cuando iba por la mitad mi mente fue al padre William y al sueño
que tuve anoche, cuando me atrapó contra la pared, luego pensé
en sus torso desnudo, en los tatuajes de su abdomen y en lo bien
que lucía cuando simplemente te veía con eso penetrantes ojos
grises...

«Vögeln».

Abrí los ojos pidiéndole perdón a la virgen, pero sin saber qué
me estaba ocurriendo.
Me sobresalté cuando mi reloj de muñeca hizo un sonido
estridente sacándome de mis pensamientos, noté que eran las
12, la hora en la que debía de entregarle las fotos al padre
William.

Tomé una profunda respiración y me quedé sentada en la cama.

Evitaría al padre William West hasta que estos pensamientos


pecaminosos abandonaran mi cabeza...

...Así tuviera que sacrificar mi clase extracurricular.

Eran las 2 de la tarde, mi estómago gruñía de hambre, mi


compañera de habitación Georgette se colocó los zapatos, ella
había estado acostada en su cama esperando para terminar el
ayuno igual que yo, ambas en silencio soportando las horas sin
comer.

-¡Por fin! -dijo Georgette, de repente pareció apenada por


haberse expresado así del ayuno y agregó:- Es que no comí
anoche la cena, tengo un hambre de mil demonios.

Apreté mi estómago me estaba gruñendo con león enjaulado, yo


también tenía mucha hambre.

-¿Vamos a comer? -dijo Georgette.


Relamí mis labios, me había prometido no salir como una forma
de auto castigo para no ver ni seguir pensando en el padre
William, pero estando aquí encerrada solo pensaba en que no
debía de pensar en él y terminaba pensando más en él.

Creo que era una mala idea el aislamiento para retener mi


imaginación.

-Eh... yo... -murmuré sin saber qué responder.

-Apresúrate, hoy darán puré de papas me dijo emocionada.

Mi estómago gruñó, el puré de papas era una delicia aquí.


-Vale. dije, ella salió cerrando la puerta.

Creo que tenía salir de aquí.

Me levanté arreglando mis zapatos, creo que lograría evitar


encontrarme con el padre William, después de todo él no comía
con nosotras en el comedor, siempre comía a parte, así que era
un alivio.

Para empezar a tener otra vez mis pensamientos en normalidad,


tenía que actuar con normalidad.
Bajé las escaleras hacia la cocina, ya la mayoría de las monjas
debían de estar en el comedor porque no las veía por los pasillos,
después de un ayuno era muy común que corrieran al comedor a
comer.

Cuando crucé el pasillo para llegar a mi destino, me detuve en


seco y aguanté la respiración cuando tropecé de frente con el
padre William West.

Capítulo 8: ¿Te intimido, Celeste?

-Padre William. -expresé casi en un grito, aclaré mi garganta,


necesitaba calmarme.

Él alzó una ceja.

-¿Estás bien? -preguntó.

-Sí. -susurré en apenas un hilo de voz, mi garganta


completamente reseca.

-No fuiste a mi despacho. -sacó a relucir.

No quería verle la cara.


El pensamiento de que me hubiera visto casi desnuda en el rio
seguía cruzando mi cabeza, no quería verle el rostro.

-Es que me quedé dormida en mi pieza -dije vagando la mirada


por el suelo, es por el ayuno, lo siento.

-Creí que no querías que se cerrará la clase comentó.

-No lo quiero -admití, pero tampoco quería enfrentar esta


situación.

Ahora estaba aquí frente a él después de querer evitarlo tanto.

-¿Y las fotos? -preguntó.


-Están en mi habitación yo...

Me callé cuando él alzó su mano y posando dos de sus dedos


debajo de mi barbilla me alzó el rostro, me vi obligada a
enfrentarme a sus ojos grises y admirar la perfecta belleza que
parecía letal, su ligero roce en mi piel me mandó cosquillas a
distintas partes de mi cuerpo.

-Nunca luchas por lo que quieres, Celeste. comentó-. Eso está


muy mal.
No me gustaba que su mirada fuera tan fija, sentía que podía ver
a través de mí.

¿Cómo explicarle que se me olvidó tomar la foto por la que


rogué más tiempo y que ahora estaba avergonzada por lo que
hice o quise hacer en el rio?

¿Me habría visto?

-Perdón padre William-dije, tomé algunas fotos, pero no las


suficientes como para ser algo extraordinario.

Ahora dudaba realmente de mis capacidades en la fotografía, él


me había hecho sentir como si no fuer lo suficientemente buena.

-A ver. -dijo el padre William de repente.


Tragué en seco.

-¿Cómo?

-A ver las fotos. -explicó con tranquilidad, que estuviera tan


sereno solo me ponía más nerviosa.

-Es que no las imprimí-solté, déjeme imprimirlas después de


comer.
No era del todo una mentira, no las imprimí porque de hecho no
tenía ninguna foto para mostrarle, después de lo del rio no pude
desarrollar mi idea.

Incliné la cabeza para despedirme pero él dijo de la nada:

-Celeste -lo miré- ¿Te intimido o por qué luces como si quisieras
huir de mí?

Tragué pesadamente saliva, no sabría decir si estaba molesto o


curioso por mí, su rostro sabía mostrar todo y nada a la vez.

Sentí mis mejillas sonrojarse un poco y negué con la cabeza.

-No, no padre William-dije, es que cuando tengo hambre me


pongo así de ansiosa queriendo correr, después le doy las fotos.
Intentaba hablar con la verdad a medias, esperaba que no notara
que ocultaba la enorme y verdadera razón; que le di paso al
pecado queriendo provocarlo.

Eso me avergonzaba demasiado, pero no sabía realmente si me


había visto o no para disculparme ante él.

-No, dámelo ahora -insistió, puedes darme la cámara y yo las


revisaré en mi despacho.
Lo miré ante su exigencia, ¿cuál era su apuro?

-¿O tienes algo qué ocultar? -prosiguió ante mi silencio.

Sentí que mis mejillas empeoraron mi sonrojo, y mi pecho cayó


en un profundo vacío, no sabía si realmente él sabía lo que había
hecho, pero no lo creía posible, si él lo supiera, de seguro que ya
me hubiera mandado a expulsar y estuviera en penitencia ahora
mismo.

A menos... que le hubiera gustado.

No, lo más probable era que no me había visto, pero, ¿por qué
tal comentario?

-No-respondí-, no oculto nada.


-Después de que cenes-dijo, puedes pasar por tu cámara a mi
despacho y tendrás la respuesta de mi decisión.

Bueno estaba siendo comprensivo.

-Esta bien dije e incliné la cabeza dándome la vuelta para subir


nuevamente las escaleras hacia mi habitación a buscar la
cámara, cuando de repente sentí los pasos del padre William
seguirme.
Voltee a mirarlo, él estaba muy tranquilo subiendo las escaleras
detrás de mí.

-¿A donde va? -pregunté.

-A acompañarte -afirmó.

Mi corazón aceleró su ritmo a uno más agitado, tenía una


pulsación en los oído que no me gustaba, no comprendía por qué
me sentía así si solo era el padre de la iglesia; mi padre espiritual.

<<Der Windstille».

-Vale dije en un hilo de voz y continué caminando, me estremecí


sin poder sentirme cómoda subiendo las escaleras sabiendo que
él venía a mis espaldas.

Estaba algo inquieta.

Tenía la túnica que literalmente me cubría todo, pero una parte


de mí se sentía expuesta ante su mirada clavada en mí.

No, tenia que quitarme esos pensamientos impuros que invadían


mi cabeza, era imposible que el padre William sintiera cosas
carnales, de seguro me veía como me veía la madre superiora;
como una segunda mano que lo ayudaba...
Aún sabiendo esto, no podía dejar de sentir esta extraña tensión
hacia él, y la vergüenza de saber lo que yo quería hacer en el rio;
seducirlo, aunque ahora dudaba que realmente me hubiera
visto, porque ya me hubiera reprendido... mi cabeza era un
huracán.

Al llegar arriba, entré a mi habitación, el padre William se quedó


en el marco de la puerta pero sus ojos examinando todo dentro
como si buscara algo o observara el insípido color de las paredes
sin adornos.

Tomé mi cámara y me acerqué a él, sus ojos grises rodaron hacia


mí como si pudieran leerme la cabeza y ver mis pensamientos
más impuros, tuve que mirar la cruz de su pecho para
recordarme que lo tenía que ver como mi autoridad y no como a
alguien a quién desear ni sentir cosas extrañas. Intentaba
regularizar mi respiración aspirando por la nariz y soltando
lentamente por la boca de manera disimulada, como si nada
ocurriera.

Se la entregué, pero cuando él la tomó, sus manos me sujetaron


las mías, temblé y alcé la vista hacia él sintiendo que me volvía
muy pequeña ante la intensidad que empezaba a sentir; que me
llamaba a acercarme a él de una manera inexplicable.

-Estás muy roja, ¿te sientes bien? -dijo con seriedad pero no
sabía si realmente él era consciente de lo que me ocasionaba su
excesiva amabilidad y atención.
-Sí-murmuré evitando su mirada.

Que él no apartara sus ojos grises de mí, no ayudaba en nada.

-Creí que no te intimidaba, Celeste comentó, su voz más baja que


antes pero su rostro enteramente serio.

Abrí la boca pero de ella no salió nada, no podía hablar, mis


manos temblando bajo las suyas, de repente se sentía como si el
calor los empezara a envolver y nos obligara a unirnos, ¿acaso él
sentiría esto?

El padre William aclaró su garganta bajando la mirada a la


cámara y agregó como para cambiar el tema:

-¿Cómo enciendo la cámara?

Me solté de sus manos volviendo a tener dominio de mí misma y


apreté el botón de la cámara enseguida la pantalla se iluminó, yo
no podía hablar, solo necesitaba guardar distancia, mi estómago
gruñendo victima del nerviosismo y del hambre, pero realmente
no me provocaba comer.

Cerré la puerta de la habitación sin atreverme a mirar al padre


William otra vez y fui hacia las escaleras rápidamente.
Solo quería evitar sentir esto, el nerviosismo de mi cuerpo
cuando estaba junto a él.

De repente ante mi actitud frenética resbalé con el primer


escalón de la escalera sin poder verlo con antelación, me
aguanté del barandal con fuerza para evitar caerme al mismo
tiempo que una mano me sujetó de la cintura envolviéndome
con fuerza y me jaló hacia atrás pegándome a su pecho, el olor
del perfume del padre William invadió mi sentidos ante la
cercanía.

Mi respiración se volvió pesada, su aliento lo podía sentir en mi


oído haciéndome calentar todo el cuerpo y temblé, mi espalda
adherida a su pecho podía sentir toda su anatomía debajo de su
túnica y me quedé muy quieta cuando noté una protuberancia
que rozaba la parte baja de mi columna vertebral...

Capítulo 9: La peligrosa cercanía

«Heilige Jungfrau».
Pero es que estaba muy cerca, su respiración cálida la podía
percibir tan cerca de mi piel que sentí como mis piernas
temblaron.

-Debes tener cuidado -susurró el Padre William aún pegado a mi


espalda-, Celeste.
-Algo está murmuré y tragué pesadamente saliva- clavándose
duro en mi espalda baja, padre...

Mi corazón latía desenfrenado cuando él se rió un poco y me


soltó dando un paso atrás; dándome espacio pero por alguna
extraña razón extrañé su cercanía a mi cuerpo.

-Es la cámara, Celeste... -dijo el padre William ¿o qué pensabas?

¿Qué pensaba?

Bueno había pensado miles de cosas y a la vez solo no pensé en


nada porque mi mente se quedó en blanco del shock.

No me moví de mi sitio sintiendo que mi rostro se volvía rojo de


la vergüenza, ni siquiera me atreví a voltearme para enfrentarme
a su mirada, solo me quedé muy quieta.

-Nada yo... -aclaré mi garganta- gracias y disculpe.


Me dispuse a bajar cuando lo escuché decir:

-Te espero en mi oficina.

Solo afirmé con la cabeza en respuesta y empecé a bajar las


escaleras con rapidez alejándome rápidamente.
¿Por qué todo se sentía tan intenso y extraño con él? Era como si
perdiera el control de mi cuerpo y le diera rienda suelta a la
inmoralidad.

Estaba a punto de decirle que no quería volver a verlo, que de


hecho no regresaría a su oficina y que cerrara la clase; que no me
importaba, que hasta se quedara con la cámara, pero no quería
ser una cobarde, es decir era el padre de la iglesia, no tenía que
sentir este pánico, de hecho él tenía que transmitirme paz,
pero... ¿por qué sentía esta intranquilidad con el hombre que era
prácticamente cercano al cielo? Se sentía más cercano al
infierno.

Llegué al comedor con la cabeza revuelta, ya casi todas había


comido pero seguían en sus mesas hablando, retiré mi plato y
alcancé a escuchar su conversación acerca de los niños del
orfanato donde apoyábamos servicio casi siempre, no entendía
muy bien el contexto, pero parecía grave.

-Celeste ¿dónde estabas? -preguntó Georgette cuando me


acerqué, siempre bajo esta luz se le notaban las pecas cafés y sus
cejas casi inexistente, en las noches cuando se quitaba el
cornette podía notar que era pelirroja; su cabello muy corto.

Empecé a comer solo para tener la boca llena y evitar responder


cosas.
-Estás toda colorada. -comentó otras de las novicias, ella era
Genesis, su mirada era muy profunda, no era de inocencia como
la de Georgette, la de ella era especulativa.

-Uy, es que me muero de hambre, ¿ya analizaron el versículo? -


me limité a decir y me metí un gran bocado a la boca de papas.

Ellas continuaron hablando de un pasaje de biblia que estábamos


estudiando, porque en unos días habría examen, agredecí que
pude quitar la atención de mí misma y que hablaran de otra
cosa.

Solo pensar en el padre William me hacía sonrojarme aún más.

-¿Terminaste de comer? -preguntó la madre superiora


apareciendo detrás de mí, todas en la mesa inclinaron la cabeza
y se fueron como pájaros viendo a un perro.

Todas le temían a la madre superiora, o al menos eso decían, que


preferían mantenerla lejos.

Yo era lo contrario, siempre estaba a disposición.


-Sí. -dije limpiando mi boca con una servilleta.

-Necesito que vengas a mi oficina a ayudarme con unos archivos


-dijo.
-¿Ahora? -pregunté.

Ella alzó una ceja como única respuesta, era obvio que sería
ahora.

-Madre continué diciendo, lo que pasa es que el padre William


me mandó a llamar a su oficina...

Ella frunció el ceño.

-¿Que hiciste? -me acusó.

-Nada. -dije y le expliqué:- Es porque le presté mi cámara y...

-Ven-me interrumpió y empezó a caminar- y luego vas.

Afirmé con la cabeza sabiendo que no podía llevarle la contraria


y me levanté para ir con ella.

Entramos a la oficina, ella me explicó que tenía que ir con unos


archivos del escritorio, me acerqué y noté que eran de hecho
carpetas de los niños del orfanato Ángeles.

-Necesito que clasifiques a los niños y niñas de manera separada


-me explicó y luego la clasifiques un lado de 0 a 8 años y de 9 a
17 años.
Empecé a hacerlo mientras ella parecía estar revisando y
anotando los nombres en un papel, noté que en el titulo de la
parte superior de la hoja decía que estarían en la parte de
refugiados de la iglesia, me quedé confusa.

-¿Los niños vivirán aquí? -pregunté.

-Sí-dijo, por una temporada mientras le hacen remodelaciones al


orfanato.

Oh, que extraño.

-Se mandará una comisión de estudiantes novicias para que


estén al pendiente de las necesidades de los niños y sus
cuidadores-continuó diciendo la madre superiora-, tú estarás en
la cabecera.

-¿Yo? -dije sobresaltada, sabía que eso significaba más


responsabilidad, aunque también significaba más crédito extra.
-¿Es mucho trabajo para ti? - preguntó la madre superiora
mirándome despectivamente.

Bajé la mirada para evitar llevarle la contraria.

-No madre, para nada. -respondí.


Continué clasificando a los niños, tampoco es que eran tantos,
así que terminé rápido.

-Listo-murmuré, permiso.

Empecé a retirarme.

-¿Vas con el padre William? -preguntó, me detuve y la miré.

-Sí. -dije sin saber si podía leer lo que cruzaba por mi cabeza y
temiendo que hasta supiera lo que había hecho en el arrollo.

-Llévale esto. -dijo la madre superiora y empezó a buscar debajo


de su escritorio para seguidamente entregarme una caja donde
se veía que era una lampara de luz blanca, cuando la sostuve en
mis brazos noté que estaba algo pesada.

Uhg.
-Al menos han bajado sus quejas empezó a murmurar la madre
superiora -, pero vaya que es muy inconforme, no le gustaba la
lámpara amarilla, quería una luz blanca...

-Tenga paz madre -dije al ver que parecía algo obstinada del
padre William.
-Anda dijo yendo hacia la silla de su escritorio, no lo hagas
esperar.

Forcé una ligera sonrisa en mi rostro, sintiendo que ahora estaba


en la obligación de ir con él.

Ahora no me gustaba sobresalir tanto, no cuando me sentía tan


extraña con respecto a él, solo pensar en cuando se me acercó,
cuando sentí su aliento caliente cerca de mi cuello, y...

Despejé mis pensamientos, no quería volver a pecar, tenía que


simplemente mantenerme al margen con la mente en blanco.

Salí de la oficina de la madre superiora y fui a la oficina del padre


William, a medida que me acercaba, mi corazón se aceleraba y
no sabía por qué sentía esa presión en el pecho de ansiedad.

Tenía que vencer este miedo, él no tenía por qué intimidarme


así.

Me llené de valor y toqué su puerta 3 veces con mi puño, luego


de unos segundos escuché que respondió:
-Pase.

Cerré los ojos con fuerza llenándome de valor y entonces giré la


perilla, sin saber que esa tarde mi mundo se quebraría dándole
paso al pecado que el Padre William me hizo cometer.
Capítulo 10: La entrada al infierno (Parte I)

1/2

Abrí la puerta del despacho del padre William y me detuve en


seco cuando me encontré de frente con una mujer de jeans y
camisa negra, la reconocía, la había visto antes por los pasillos, si
no estaba equivocada ella era obrera de la iglesia, pero creo que
no era religiosa, ella tenía una mirada algo sensual y era de esas
chicas que aunque no se arreglaban siempre parecían estar
bonitas.

¿Qué hacía en el despacho del padre William? Se suponía que


tenían que limpiar siempre y cuando no hubiera nadie en las
oficinas...

-Hola dijo ella con una leve sonrisa, su mirada sin dejar de ser
algo atrevida.

-Hola -respondí por cortesía.


No se por qué sentí ciertos celos de que estuviera a solas con e
padre William, es decir, el padre William tenía que atender
muchos casos de diversas personas y él jamás pasaría la linea, él
no podía traicionar a Dios, al igual que yo.
Lo primero que me dijeron cuando entré de novicia era que me
casaría con Dios, así que no tenía por qué sentirme así, como si él
me perteneciera o algo así.

Deseaba tanto guardar distancia pero parecía que él me quería


cerca.

Era lo malo de sobresaltar tanto de entre las demás novicias,


siempre te querrían cerca para todo.

Entré a la oficina del padre William, él estaba detrás de su


escritorio sosteniendo la biblia en sus manos recostado en su
silla, percibí que alzó al vista hacia mí y yo miré a otro lado
evitando su mirada.

No quería enfrentarme a todas las cosas que me hacía sentir ni al


hecho de ver su rostro atractivo.

-Esto lo mandó la madre superiora comenté dejando la lampara


de luz blanca enfrente de su escritorio.

-Tardaste mucho. comentó y agregó con algo de sarcasmo:


¿Acaso preparaste la comida?

-La madre superiora me pidió que la ayudara con eso del traslado
de los niños del orfanato-respondí intentando mantener la calma
de mis pensamientos y de todo mi cuerpo.
Noté que levantó de su asiento caminando hacia mí, sus pisadas
contra el piso resonando en mis oídos acelerándome la
respiración al saber que se estaba acercando a mí.

-¿Estarás con ellos? -preguntó.

Él se detuvo a mi lado y yo me voltee haca él aún evitando el


contacto visual.

-Sí, seré una de las encargadas-dije.

-¿Por qué me evitas la mirada, Celeste?

-dijo ¿No sabes que es de mala educación que no mires al


sacerdote de la iglesia?

Relamí mis labios y alcé la vista encontrándome con sus


profundos ojos grises y su agraciado rostro de facciones firmes y
duras, por más que lo viera no parecía ver ningún defecto.
Sentí que mi corazón aceleró su ritmo, mi garganta estaba
reseca, relamí mis labios y noté como sus ojos cayeron por
medio segundo en ellos.

Todo de mí tembló.
Todo mi cuerpo entró en calor y probablemente se reflejó en mi
rostro sonrojado.

No me gustaba esta tensión que sentía cada vez que estaba junto
al padre William era como si nada más existiera, como si no me
pudiera controlar y mi cuerpo me pidiera acercarme a él y
tocarlo; hacer del sueño húmedo una realidad.

-Hablando de eso -dijo volviendo a mirar mis ojos su voz


ligeramente ronca- necesito ir a supervisar esa zona.

¿Zona?

-Ven-dijo el padre William tomando un cuaderno con un lapicero


y empezó a caminar hacia la puerta de su oficina.

-¿Disculpe? -pregunté sin comprender.

-Acompáñame a supervisar la zona dijo el padre William y salió


de la oficina, apreté los labios para encaminarme junto a él que
caminaba por el pasillo.
-Tengo que ver si hay lugares que no están aptos para que los
niños habiten continuo diciendo él.

-Uhm vale, ehm, ¿y mi cámara? - pregunté, después de todo eso


era lo que yo había ido a buscar.
-Está en mi despacho, te la devuelvo luego dijo restándole
importancia.

Lo miré, él continuó caminando con la frente en alto y sin


inmutarse, verlo era como si llamara la atención sin ni siquiera
esforzarse en hacerlo.

Intenté evitar mirarlo, aún sentía mis manos sudorosas por el


simple hecho de estar junto a él.

-Padre, ¿y... qué decidió? -pregunté, no sabía si conservaría la


clase de fotografía.

-Quitar la clase -respondió con simpleza.

-¿Qué? -me sobresalté pero... ¿por qué?

Él pareció indiferente.

-No tenias ninguna foto de interés para mí-contestó-, ni nada de


lo que esperaba ver.

Tragué pesadamente saliva recordando cuando me quité las


vestimentas con la intención de tomarme una foto, ¿a eso se
refería? ¿de verdad él me había visto ese día?
-¿Que esperaba ver? -me atreví a preguntar.

El padre William me miró de reojo y respondió:

-Algo asombroso.

Tragué pesadamente saliva y no volví a hablar de eso, no quería


que me regañara o reprendiera si de verdad me había visto
detrás del árbol.

El padre William me dio el cuaderno para que yo fuera anotando


los detalles que él viera que había que mejorar.

Bajamos las escaleras hacia el área sur de la iglesia donde


estaban las habitaciones para los refugiados y luego subimos
varios pisos quedaba algo apartado de las salas principales; se
había hecho para la guerra, esto tenía casi 20 años inhabilitado.
Empezando con que el pasillo principal le faltaba luz, pero las
primeras habitaciones estaban bien porque se mantuvieron
limpias, había que cambiar las sabanas, eran habitaciones
simples, de varias camas, más al fondo en el pasillo fuimos a las
otras habitaciones que eran de una sola cama grande en una
habitación más pequeña con una puerta, estas eran para las
familias.

Entramos a una de las últimas habitaciones familiares, la ventana


estaba rota, los pies de la cama un poco oxidado, y había mucho
calor, además de que la perilla tuvimos que forzarla para poder
entrar, parecía que la puerta tenía problemas además de que no
había luz.

-Esta habitación no es habitable dijo el padre William-, hay que


hacerle reparaciones a la cama, la pintura, no hay luz y la puerta
está rota.

-Habitación 45 no habitable comenté mientras lo anotaba en el


cuaderno junto con sus observaciones, era la única habitación
que no estaba apta.

De repente la brisa de afuera entró por la ventana rota y la


puerta de la habitación se cerró con un estridente golpe en seco.

Me sobresalté del susto, él padre me miró y estiró sus labios en


una sonrisa, pero no dijo nada al respecto, solo caminó hacia la
ventana e intentó rodar el vidrio, pero estaba muy duro.

-Además de que la ventana no cierra dijo, hay que reemplazar los


vidrios, pueden saltar.

-¿Cree que los niños se suicidarían? - pregunté algo confusa.

Él no se volteó, solo susurró:

-El diablo ataca de manera inesperada, Celeste y la gente


también.
No sabía por qué pero sus palabras me erizaron la piel porque
sonó muy escalofriante, ya empezaba a tener mucho calor.

-Deberíamos terminar por hoy comenté, de igual forma ya


habíamos revisado todas las habitaciones del refugio.

Fui a abrir la puerta pero me quedé paralizada al ver que la


perilla no giraba, empujé la puerta, la jalé y nuevamente no hacía
nada.

Estaba cerrada.

-Padre William-dije-, la puerta está cerrada.

Él se acercó a mí e intentó abrir la puerta sin éxito alguno,


susurró algo entre dientes que ni siquiera pude entender
pareciendo algo molesto.

-¿Y?-pregunté.

-Obviamente la puerta está cerrada soltó sin nada de amabilidad.

-Pero... ¿Que hacemos ahora? -pregunté algo asustada de estar


encerrados en una habitación, él se volteó hacia mí con la mirada
fija en la mía y dijo:
-Empieza a pedir ayuda.

Capítulo 11: La entrada al infierno (Parte II)

Grité por ayuda alrededor de casi una hora contra la puerta, pero
a esta hora era casi imposible, el sol ya se había ocultado y las
nubes grises solo hacían que se viera más oscuro el ambiente.

-Ya basta ¿vale? -dijo el padre William ya obstinado de mis gritos,


él había estado viendo por la ventana todo el rato que
llevábamos aquí.

Me callé ahora algo frustrada por no haber tenido respuesta.

-¿Que hacemos? -dije volteándome hacia él.

Noté como entre la leve oscuridad sus ojos grises sobresaltaban


como reflectores, le daba un aspecto más atrayente y misterioso.
intimidante.

Celeste, no debes pensar estas cosas impuras.

-No haremos nada -respondió el padre.


-¿Nada? -pregunté incrédula.

-Ya cayó la noche -dijo, no hay mucho que podamos hacer o algo
que podamos usar para que podamos intentar abrir la puerta.

-¿Y entonces que haremos? -pregunté sin ver ninguna solución a


esto.

Él sacudió la cama y se quitó los zapatos para sentarse en la


cama.

-¿Acostumbras preguntar tanto? -soltó algo irritado.

-Lo siento, padre William-dije algo avergonzada porque


realmente había entrado en pánico.

Él pareció indiferente como si ya se hubiera resignado.

Si íbamos a pasar la noche aquí entonces realmente sería un


problema, iniciando por el calor y que había solo una cama.

-Hay una sola cama señalé para que me diera una solución a ese
problema, lo veía muy cómodo ahí sentado.

-Puedes dormir en el piso si no quieres compartir. dijo


simplemente.
Él se quitó sus vestimentas quedándose en sus pantalones cortos
dejando todo su ejercitado torso al descubierto, los tatuajes
brillaban en su piel y sentí que dejé de respirar de la impresión
por volver a ver su cuerpo semidesnudo.

Sabía que casi no había luz aquí, pero era muy consiente de todo
su hipnotizante cuerpo.

-Padre pero... -dije conmocionada.

-Hace calor -dijo el padre William algo irritado sin ni siquiera


voltearse hacia mí -, así que cállate y déjame dormir en paz.

Apreté los labios sin atreverme a decir nada más.

Él dejó las vestimentas a la orilla de la cama y se acostó.

Me quedé mirando alrededor, el piso estaba sucio y no era como


si la cama no fuera lo suficientemente grande para los dos; así
que solo me acerqué a la cama y me acosté del otro lado
sintiendo que estaba temblando.
En mi vida había dormido con un hombre en la misma cama,
mucho menos con el sacerdote de la iglesia.

-¿No tienes calor, Celeste? -preguntó el padre William luego de


varios minutos.
-Sí-admití, pero creo que sería inapropiado que me quite las
vestimentas.

-Está oscuro-dijo, no es como si te fuera a ver, además así


hubiera luz, no tienes nada que me interese ver.

Uhm, no sabía por qué escuchar eso me dolió un poco.

-Yo...

-Me daré la espalda si así te sientes más cómoda me


interrumpió.

Él se dio la vuelta en la cama, dudé pero realmente hacía mucho


calor, así que solo me senté quitándome la toca, el velo y el
escapulario, quedando solo con la túnica negra, la tela era
gruesa, pero tampoco quería quedarme en mis bragas, al menos
ahora estaba más fresca.

Las coloqué a la orilla de la cama como hizo el padre William y


me volví a acostar sintiéndome algo temblorosa.
Estábamos lejos, pero lo sentía cerca.

Cerré los ojos intentando dormir pero me parecía imposible, mi


corazón estaba demasiado acelerado al saber que estaba
compartiendo la cama con un hombre por primera vez en mi
vida.

WILLIAM WEST

Me voltee viendo el techo pasando una mano por mis ojos sin
poder dormir bajo un silencio torturante, todo de mí era muy
consiente de que ella estaba a solo unos centímetros a mi lado
en la cama, la miré de reojo, en la escasa luz podía ver la silueta
de su cuerpo, noté que se había quitado el velo, el escapulario
quedando solo en su túnica negra y además de que no llevaba
esa toca que cubría su cabello de la vanidad, su cabello castaño
era muy largo contrastando con su piel pálida y el olor de dulce
manzana me atraía como un animal con hambre.

Maldita sea.

Tenía la molestia dureza de mi polla clamando por salir o


explotaría mi pantalón, cerré los ojos otra vez y apreté la quijada,
el calor y la presión siendo cada vez más frustrantes para mí.

Abrí los ojos y miré nuevamente su cuerpo, ella se movió un


poco.

¿Estaba despierta?
-Celeste. - llamé sin saber si ella también sentía esta insoportable
tortura.
Debí haber dormido en el piso.

-¿Sí, padre William? -respondió, su voz algo ronca.

Ella estaba despierta.

Relamí mis labios sabiendo que su cuerpo reaccionaba ante mí,


que su mirada de ojos tan celestes como su nombre no mentía.

Se me estaba haciendo cada vez más difícil controlarme, se


suponía que debía alejarme, sabía que no debía tocar a las
monjas bajo ninguna circunstancia pero esto era más grande que
yo.

-Te vi comenté.

Ella se mantuvo en silencio por unos segundos y entonces


preguntó en un hilo de voz:

-¿Qué vio padre William?

Noté que se tensó y me acerqué un poco a ella a la zona de


peligro; invadiendo su espacio personal, ella no se inmutó su
pecho subía y bajaba muy rápido.
-Estabas quitándote la ropa en el arrollo -solté.
Ella se mantuvo en silencio y yo mordí mi labio inferior al percibir
como ella relamió sus carnosos labios.

-Y vi que me viste -continué, ¿es cierto?

-Sí-murmuró tragando pesadamente saliva, yo lo vi.

Sabia que ella me había visto, sabía que ella lo había hecho a
propósito y sabía que no era tan santa como lo creí en un
principio, esta monja era una diabla.

-¿Querías seducirme? -pregunté con voz ronca y levanté mi dedo


indice para empezar a pasar la yema de mi dedo por el contorno
de su brazo sobre la tela de su vestimenta, ella se sobresaltó
ante mi tacto arqueándose contra mí y su culo rozó mi enorme
erección ocasionando que cerrara los ojos ante el simple toque.

Esta mujer estaba siendo mi martirio.

-Dejé que el pecado me dominara padre William-susurró Celeste,


pero le juro que no volverá a pasar.

Entonces lo confirmaba, ella lo había hecho apropósito.


Sus palabras contradijeron sus acciones cuando en vez de
alejarse de la cercanía de nuestros cuerpos, ella simplemente se
quedó ahí; sin moverse.
¿Ella sería consciente de que me estaba recostando el culo?

-Contéstame esto Celeste dije al borde de perder el control- ¿Te


atraigo?

Ella se quedó callada.

-Eso es algo de humanos celeste- continué diciendo, eso te hace


humana.

Mis dedos rozaron su mano y ella susurró:

-Decidí entregar mi vida a Dios, igual que usted padre.

-Sí. -respondí sin saber qué clase de respuesta espiritual era esa.

Le prosiguió un tormentoso silencio.

Sentía que me había cerrado la puerta en las narices después de


provocarme sutilmente, ¿o era mi imaginación?

Me separé un poco de ella en la cama intentando guarda la poca


cordura que me quedaba recordando que ella era una monja de
la iglesia y yo un sacerdote, pero me sorprendió cuando ella se
echó hacia atrás pegando nuevamente su culo de mi entrepierna
rozando la dureza de mi erección en una obvia provocación.

Si esta mujer era de los que lanzaba la piedra y escondía la mano,


entonces no tenía por qué seguir controlándome ante su obvia
petición.

La mirada se me nubló del deseo, mi respiración agitada, mi


mente en blanco cuando perdí el control.

Me coloqué encima de ella separando sus piernas para meterme


entre ellas, la túnica subiéndose al borde de sus muslos
incitándome aún más a verla debajo de ese montón de tela.

Ella se sorprendió, sus ojos azules claros resplandeciendo en la


oscuridad ante mi arrebato de deseo.

-Padre William-susurró Celeste conmocionada, ¿pero que va a


hacer?

La aguanté por las muñecas inmovilizándolos a los laterales de su


cuerpo en la cama y contesté:

-Todo menos rezar.

Capítulo 12: Consumidos en pecado


CELESTE BRAUN

Me quedé sin aliento, no podía hablar, mi corazón latiendo


desenfrenado y mi piel completamente caliente, mi mente
estaba en blanco unicamente deseando que continuara.

De repente su boca estaba sobre la mía en un beso


completamente salvaje, sus labios no respetaban limites me
consumían por completo incitándome a más, su lengua abriendo
mi boca haciéndome estremecer.

Jadee sin poder creer que me estuviera besando pero consumida


ante lo que me estaba haciendo, sus manos subieron mi toga
hasta mi cintura y se recordó de tal forma que podía sentir como
empezaba a restregar su dura erección contra mis

bragas.

No estaba pensando, y prefería realmente no pensar.

Su mano fue a mis bragas arrimándolas a un lado para rozar con


sus dedos mi humedad, gemí sobre su boca y sentí sonrojarme
por completo de que estuviera tocando toda la zona sensible de
mi clítoris.
-Uhm, bien, muy húmeda -susurró sobre mi boca-, eres una
diabla.
-Padre pero...

Metió un dedo dentro de mí y yo alcé las caderas por reflejo.

-Ah... -jadee sintiendo mis rostro completamente rojo, estaba


casi completamente incendiada.

-Gime otra vez, diabla susurró el padre William sin dejar de


mover sus dedos dentro de mí.

-Espere, padre -apreté los ojos al sentir que esta vez tuvieron dos
dedos- Ah... jah!

Clavé mis dedos en su espalda sin dejar de jadear cada vez más
fuerte sintiendo que me iba a derretir del placer que me causaba
y él no tuvo piedad, continuó metiéndome sus dedos y con su
pulgar me presionaba mi clítoris en círculos como todo un
conductor profesional.

-Puedes gritar todo lo que quieras dijo el padre William-, aquí


nadie va a escucharnos, así que gime más fuerte.

Sentí como el calor invasivo cubrió toda mi piel como si me


hirviera la sangre, y mis piernas se estremecieron cuando mi
vientre experimentó el intenso cosquilleo del intenso placer que
me hizo gritar.
Mi piel con una fina capa de sudor, entreabrí los ojos sintiendo
mi vista borrosa pero cuando lo logré enfocar nuevamente en el
padre William, noté como mantuvo esa ligera sonrisa que
prometía pecado, sus ojos grises fijos en mi rostro como si me
traspasara y me hiciera querer continuar en esta locura.

Me terminé de quitar la toga sintiendo que me iba a derretir del


calor y el padre William no dudó en ayudarme lanzando la tela a
algún lado del piso y abalanzándose nuevamente sobre mí yendo
hacia mí cuello y mordiendo mis pechos jugando con los pezones
con su lengua haciéndome temblar y arquearme contra él. La
pasión siendo irresistible, sabiendo que era un completo error,
tal vez eso lo volvía más excitante y pasional. De repente sus
manos fueron a los laterales de mis bragas sin dejar de besar mis
pechos y empezó a bajarme la tela, apreté los ojos.

-Padre... ah, es pecado -dije sabiendo que era mi último


momento de lucidez.

Me intenté aguantar las bragas pero él bajó con más fuerza la


tela y nuestras acciones solo provocó que se rompieran
dejándome enteramente desnuda.

-¡Padre! -jadee.
Sentí mi garganta reseca, me cubrí un poco, pero él volvió a
atraparme los brazos a mis costados, sus ojos grises como un
huracán tormentoso reflejando determinación.
-Un pecado que nadie ve, es un buen secreto -replicó el padre
William-, así que calla y disfruta.

Lo vi bajarse el corto pantalón que llevaba, entre las sombras


donde estábamos rodeados pude ver como el padre William
West quedó enteramente desnudo sobre mí, los músculos de sus
brazos fuertes con la tinta brillosa resplandeciendo, su miembro
completamente endurecido y enorme, este hombre era un
completo pecado capital, pero no sentía nada de remordimiento
por ahora.

Solo sentía y me dejaba llevar y dejaba la castidad aún lado aún


después de que había estado llevándola a cabo durante mucho
tiempo.

Pasé una mano sobre su pecho fuerte sintiendo su piel


ligeramente sudorosa y relamí mis labios, mientras nuestros ojos
se encontraban en la tenue oscuridad.

-Padre dije con voz ronca-, ¿condones?

Él pareció confundido de que yo supiera de condones y que lo


orientara a usarlos, pero tenía el conocimiento básico para saber
que eso evitaba los embarazos.
Sacó uno de su toga sacerdotal, oh, entonces, él estaba
preparado.
Observé como lo rompió con la boca y se lo colocó por todo su
miembro en un simple movimiento, se acostó sobre mí
abriéndome las piernas.

Me tensé apretando los ojos preparándome para el dolor, pero


entonces cuando alcé las caderas él empujó metiéndolo por
completo dentro de mí, jadee ante la primera impresión de
incomodidad porque aún me sentía muy cerrada, y me aguanté
de las sabanas sin poder dejar de jadear mientras sus estocadas
se volvían salvajes y rápidas, mis ojos apretados empezaron a
abrirse mirando el techo con la mirada vidriosa nublada del
placer.

Creo que el deseo y la antesala me hizo estar correctamente


lubricada y por eso no me dolió casi nada.

-Estas, estrecha -susurró entre dientes acelerando sus estocadas


en mí.

Me aferré a su espalda, el roce de su piel contra la mía haciendo


contacto con mi toda mi zona sensible, bajé la mirada a ver como
entraba y salía dentro de mí sin parar de jadear y entonces puse
los ojos en blanco cuando el intenso placer me inundó el cuerpo
entero cuando me vine en mi segundo orgasmo.

El padre William jadeó fuerte y lo sentí estremecerse sobre mí


cuando eyaculó dentro del condón y se apartó dejándose caer a
mi lado de la cama recuperando el aliento.
Ambos completamente conscientes de haber violado la ley de la
iglesia y de nuestras creencias, solo nos quedamos en silencio y
paulatinamente escuché sus respiraciones fuertes porque se
había quedado dormido.

Apreté los labios, solo tenía algo presente, tenía que evitar al
padre William West a partir de ahora.

WILLIAM WEST

Entre abrí los ojos sin ni siquiera notar cuando me quedé


dormido. El sol entraba fuerte por la ventana pero hacía algo de
frío, así que debía de ser aún temprano, miré a Celeste, ella aún
seguía acostada en la cama, durante la noche se había vuelto a
colocar la toga pero al revés.

Cerré los ojos al saber que de todo lo malo que pude pensar en
hacer esto definitivamente se llevaba el premio mayor.

¿Como se me había ocurrido meterme con una monja?

Maldita sea.
Me levanté y me apresuré a vestirme, ahora que había luz podía
ver alguna forma para salir de aquí.
Terminé de calzarme los zapatos y observé como Celeste
también se levantó, miró alrededor, evitó mi mirada y
simplemente empezó a vestirse.

Me sentía terrible por lo de anoche, principalmente porque yo


no era de ir en contra de mi trabajo profesional, ni mucho menos
dejarme llevar por la lujuria y por esto obviamente que me
podían despedir, pero es que anoche, fue... diferente, ella me
incitó a pecar y yo le obedecí.

-Celeste dije intentando hacer del ambiente algo menos


incomodo.

-Buen día padre William-dijo colocándose la toca para cubrir su


largo cabello castaño, aún sus ojos azules claros evitaban mirada.

-Con respecto a anoche... -empecé a decir.

-Un pecado que nadie ve, es secreto - me interrumpió aún sin


mirarme.

Oh, vaya, la monja usando mi frase contra mí.

Celeste me sorprendía cada vez más porque me daba cuenta de


que ella no era tan santa como creí.
No le dije nada más, yo no estaba aquí para juzgarla pero sí me
abría la curiosidad.

Después le preguntaría, mientras tanto tenía que ver como


saldríamos de aquí para que no levantáramos sospechas de
haber pasado la noche juntos y que todo esto se volviera un
escándalo.

Fui a la puerta y con una piedra que encontré en el suelo empecé


a golpear las bisagras hasta que las logré quitar y la vieja puerta
cedió ante el peso, la aparté a un lado de la pared.

-Pudo hacer eso ayer, Padre -comentó Celeste notando que


había resuelto el problema, pero realmente no tenía ganas ayer
de salir de aquí, puede que en lo más profundo de mí quería
probar los límites de Celeste.

Y vaya que los probé.

-No había suficiente luz -me limité a decir y me voltee hacia ella.

Noté como llevaba nuevamente sus vestiduras de monja, pero


recordar como estaba ella anoche en la tenue oscuridad al lado
de la cama ya hacia que sintiera como la sangre se concentraba
en mi polla otra vez.
Tenía que apartar ese pensamiento, no podía seguir
empeorando las cosas en este lugar, tenía también que dejar las
cosas claras con ella.
-Celeste dije capturando su atención -, sabrás que no podemos
hablar de esto ni decirle a nadie bajo ninguna circunstancia.

Ella alzó una ceja hacia mí, esa carita de inocente pero que diabla
que era cuando el deseo nos hizo nublar la visión y solo seguir
nuestros instintos salvajes.

Celeste me hizo una ligera reverencia en respuesta mientras


decía:

-Tenga un buen día padre William.

No me volvió a mirar solo se fue rápidamente por el pasillo y yo


me quedé pensativo y confuso ahora pensando que esta monja
tenía algo extraño y que ocultaba algo más.

Tenía muy presente de que ahora tenía que observar a la monja


Celeste Braun de cerca.

Capítulo 13: Los celos del padre William

CELESTE BRAUN
La llegada de los niños llenó todo el lugar no solo de
agotamiento, sino de preocupaciones porque los niños no
parecían en lo absoluto felices de venir a vivir a la catedral con
monjas, no sé quién les habría metido a la cabeza a todos ellos
que salían demonios y que las monjas estaban poseídas.

Definitivamente una tortura porque se nos hacía difícil hablar


con ellos, al menos parecían lentamente perder el miedo, pero
no lo suficiente.

Yo estaba muy al pendiente de ubicarlos y explicarles las áreas


donde podían estar de la catedral, los encargados de los niños
habían venido con ellos y cumplirían turnos por la mañana para
mantenerlos en sus actividades escolares y en la noche también
se les asignó una habitación en la catedral para su descanso.

-El personal del orfanato es agotador -dijo Georgette soltando un


suspiro -, son como 10 y todos quieren que los acomodemos, nos
tratan como alguna clase de sirvienta, como si esto fuera un
hotel.

Ambas íbamos caminando por el pasillo saliendo del área donde


estarían los niños, realmente había sido un día agotador, las
monjas nos habían permitido organizar los horarios, así que
hasta por la noche debíamos hacer guardia para vigilar a los
niños mientras dormían, ahora no solo la catedral los había
sobreprotegido, sino el estado que también tenían
averiguaciones abiertas, al parecer cuando empezaron las
remodelaciones en el orfanato encontraron muchas cosas
indebidas tras sus paredes como armas y cadáveres que se
especulaban eran humanos, y ese mismo día se inició un
incendio que arrasó con todo como si quisieran borrar la
evidencia, pero lograron apagarlo a duras penas.

Ahora la policía había restringido el lugar para averiguaciones de


lo que estaba sucediendo en el orfanato Ángeles tras la careta de
una institución.

-Que no abusen de nuestra nobleza -dije sabiendo que también


esos cuidadores habían querido tratarme como sirvienta pero les
dejé muy claro su lugar y mí lugar, hay que darles lo elemental e
indicarles donde están las cosas, estamos atendiendo a los niños
no a ellos.

-Eso habrá que explicárselos-dijo Georgette sabes que hasta


escuché que uno de ellos se atrevió a decir una vulgaridad y ni
siquiera pidió perdón...

Cuando cruzamos el pasillo nos callamos cuando tropezamos de


frente con la madre superiora. La saludamos con una inclinación
de cabeza.

-Buen día madre superiora -dijimos al unísono.

La madre superiora le hizo una seña con la cabeza a Georgette


para que se fuera y ella prácticamente se esfumó de ahí
dejándome a solas con la madre superiora, no era bueno retarla
ni hacer esperar a sus peticiones.

-Celeste dijo la madre superiora hace 3 días que estas faltando a


tu clase extracurricular, no por esta responsabilidad con los niños
debes dejar a un lado tus deberes, debes balancear.

¿Mi clase extracurricular?

Precisamente había dejado de ir porque el padre William dijo


que la quitaría la última vez que nos vimos, tragué pesadamente
saliva al recordar que había estado evitándolo a toda
circunstancia, apenas veía que se asomaba me iba por el otro
pasillo y así lograba escapar.

-No madre le expliqué, el padre William me había comentado


que quitaría la clase extracurricular de fotografía.

Ella alzó una ceja como si no hablara mi idioma.

-El padre William no la quitó respondió, de hecho mandó a


invertir más en esa clase con nuevos equipos, así que será todo
un desperdicio si no vas; eres la única que ve esa clase.

Me quedé entre atónita y sorprendida por lo que el padre había


hecho, no la había quitado.
-Oh, pero... -murmuré aún sorprendida, sin embargo la madre
superiora me interrumpió diciendo:

-Balancea las cosas y organiza tu tiempo, no está permitido que


la mediocridad para alguien en tu nivel.

Incliné la cabeza.

-Lo siento, madre.

-Pronto dirás tus votos-continuó- y eres de mis favoritas para


enviar a misiones.

Las misiones eran apoyar en otras catedrales como monjas,


realmente no quería irme a otras iglesias, pero si me mandaban
entonces no podría hacer nada.

Tragué pesadamente al recordar lo que ocurrió esa noche con el


padre William, nadie se enteró, pero mi conciencia no me dejaba
tranquila en seguir obteniendo estatus siendo una completa
hipócrita.

-Gracias madre -dije- pero...


Mi voz se perdió, no era capaz de hablar.

-¿Que ocurre? -me miró con interés.


-Hay cosas que me inquietan, a veces pienso que hice cosas
malas y no me confesé comenté.

Ella se encogió de hombros como si no pudiera imaginarme


haciendo nada malo.

-Anda a confesarte-se limitó a decir.

Afirmé con la cabeza y ella continuó su camino.

Solté un suspiro, y continué por el pasillo cuando vi a Lessandro;


uno del personal del orfanato que tenía cargado a uno de los
niños que estaba llorando, su rodilla estaba vendada.

-Hola hermana Celeste dijo Lessandro empleando un tono burlón


en "hermana", realmente era algo molesto.

-Hola ¿que le pasó? -pregunté.

-Debió de haberse caído y se raspó un poco la rodilla -me explicó,


lo encontré en el rio.
El niño tendría como 8 años, de sus ojos escurrían muchas
lagrimas.
-Los niños tienen prohibido ir ahí. comenté, era peligroso que se
ahogaran o algo así.

-No lo sé, su llanto me hizo encontrarlo -dijo.

Noté que la ropa del niño estaba algo rota o desgarrada además
de sucia como si se hubiera peleado con algún animal.

-Déjame cargarlo para llevarlo a las habitaciones comenté,


quería hablar con el niño a ver qué le ocurrió.

-Déjame hacerlo yo -replicó Lessandro.

-Los cuidadores del orfanato no pueden entrar a los dormitorios -


repliqué, ante estas investigaciones nos explicaron
específicamente que debían estar separados, los cuidadores solo
tendrían contacto por la mañana con ellos.

-Haz la excepción -dijo, sus ojos marrones mirandome sobre sus


pestañas.

¿Cuál era su insistencia?


-No, lo siento -dije y me acerqué al niño, miré la identificación
que colgaba de su cuello; se llamaba Zed.
-Zed, ¿puedes caminar? -le pregunté, el niño afirmó con la
cabeza, Lessandro lo puso en el suelo y él salió corriendo hacia
los dormitorios.

Uhm, tan adolorido no estaba.

-Buen actor-dijo Lessandro.

-¿Como va las remodelaciones del orfanato? -le pregunté, él se


encogió de hombros.

-Mejorando -dijo, el incendio quemó muchas áreas y la policía


nos ha interrogado como 3 días seguidos, es agotador.

Lo compadecía, no quería estar en sus zapatos.

-Entiendo dije e hice una inclinación de cabeza hasta luego.

Empecé a caminar cuando de repente me tomó del brazo


deteniéndome, lo miré ante su atrevimiento de tocarme.

-¿Qué harás ahora? -preguntó.


-Voy a ponerme al día con mis tareas dije y me solté de su agarre
disimuladamente.

Él sonrió un poco.
-¿Que tal si vamos a caminar por el lago? -preguntó-, no había
visto que la catedral tenía hermosos alrededores.

Abrí la boca para responder cuando escuché a mis espaldas que


dijeron:

-No quiero imaginar que le está coqueteando a una monja.

Me tensé al saber de quién era esa voz.

Lessandro miró más allá de mí y pareció palidecer.

-No padre William-dijo ahora apenado solo...

-¿Que hace aquí solo con ella? cuestionó, yo no quise alzar la


cabeza, pero sabía que el padre estaba evidentemente enojado.

-Es...

-No quiero volver a verlo con las monjas- lo interrumpió o solo


con ellas.

-No es lo que se imagi...


-No le pido explicaciones -lo siguió interrumpiendo, yo velo para
que las novicias no sean molestadas ante su intromisión a
nuestro templo.

-Sí padre -terminó diciendo Lessandro al saber que todo lo que


podía decir estaría usado en su contra.

-Vete dijo el padre William.

Lessandro no perdió tiempo, solo se fue.

Me iba a ir también, pero el padre William dijo:

-¿Y tú que hacías con él, Celeste?

Me voltee hacia él evitando su mirada, desde esa noche no lo


había vuelto a encontrar.

-Lo siento padre -dije, no volverá a suceder.

-¿Acaso se le cayó algo en el piso para que no se atreva a


mirarme? -replicó el padre William.

Alcé la vista encontrándome con sus profundos ojos grises y me


estremecí al recordar el por qué estaba evitando tanto a este
hombre y por qué caí esa noche por él, su atractivo siendo el
despertar de la lujuria.

-Espero continuó diciendo, que no estés hablando más de lo


debido con el personal del orfanato, porque sabes que tengo el
poder de suspenderte.

-Lo entiendo padre dije, no hacíamos nada.

Noté como sus ojos grises miraron mis labios y yo


automáticamente dejé de respirar.

-¿Tiene sed? -preguntó.

-No-respondí, ¿por qué?

El padre William dio un paso hacia mí y yo sentí que mi corazón


se aceleró cuando susurró:

-Porque veo como pasas la lengua por encima de tus labios.


Sentí que el sonrojo llenó mi rostro, no me había dado cuenta de
que estaba relamiendo mis labios, sentí que mi cuerpo entero
entraba en calor.

-Le aseguro que ya tomé agua, padre susurré.


Sus ojos se encontraron con mi mirada otra vez, la tensión
siendo cada vez más tensa cuando susurró:

-Siempre puedes saciar la sed.

Ahora curiosamente sentía mi garganta reseca cuando tragué


pesadamente saliva sabiendo el significado del trasfondo de sus
palabras.

Él estiró la comisura de sus labios en una sonrisa y sin decir nada


más, se dio la vuelta y se fue dejándome completamente
desestabilizada al saber que me moría de ganas de volver a
cometer el pecado de la lujuria.

Tenía que ir a confesarme.

Capítulo 14: Abre la boca y pide perdón

Miré alrededor, no había nadie en los pasillos de la sala principal


cuando empecé a caminar hacia los confesionarios, era la hora
perfecta porque había escuchado que el Padre William había
salido cerca a una asesoría espiritual, así que de seguro el
diácono Richard estaba como auxiliar en los confesionarios.

Realmente no quería encontrarme con el padre William, me


daba miedo la manera en la que él lograba desestabilizarme solo
con mirarme.
Lo menos que quería era hablar con el padre William, es decir,
¿por qué me había dicho eso de lanzarme indirectas tras lo
acontecido la anoche del pecado? Parecía que se me estaba
ofreciendo, como si quisiera seguir instándome a estar con él ¿o
eran ideas mías?

Estaba confundida, ¿por qué el padre no parecía arrepentido? ¿o


yo lo mal interpreté todo? ¿acaso más que un accidente de una
noche accidental él estaba pendiente de follarse a todas las
monjas de la catedral?

¿Un falso sacerdote?

Tenía la mente muy revuelta.

Al llegar al confesionario me aseguré de que no hubiera nadie en


la cabina y me senté detrás de la pantalla bajando la cabeza, no
quería que el diácono viera que se trataba de mí, aunque
probablemente me reconocería la voz.

<<Der Windstille».

Tenía que recordar que todo esto sería confidencial, así que no
debía de preocuparme tanto.

Aún así mi corazón estaba muy acelerado.


-Bendígame Padre -murmuré, porque he pecado. Hace 5 años
desde mi última confesión.

Esperé unos segundos y él murmuró:

-En el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo.

-Amén. -susurré persignándome.

Él no me dijo nada, estaba esperando que hablara, así que


continué diciendo:

-He cometido el error de entregarme a los pensamientos


pecaminosos y de desear querer entregarme a la carne.

Tragué pesadamente saliva sin querer confesar mi pecado


completo; fornicación, porque sabía que eso sería perjudicial
para mi carrera de estudiante novicia, temía que me echaran y
no ser monja.
Suspiré y continué diciendo:

-Me he dejado llevar por la belleza que mis ojos vislumbran ante
un hombre que parece irresistible, su sola presencia me hace...
dejar de pensar y me incita a solo sentir.
Y vaya que se sentía muy bien, solo recordarlo me hizo relamer
los labios y apretar las piernas, los flash back de él sobre mí
moviéndose rápido haciéndome estremecer...

«Vögeln».

Negué con la cabeza sacando esa imagen de mi mente, se


suponía que debía de estar arrepentida por eso; por lo que hice.

¿Por qué había empezado a desear tal cosa con el padre


William? Muchas cosas apuntaban a que él no tenía una fe
verdadera, ¿por qué lo habían traído a esta catedral si parecía de
todo menos cercano a Dios?

Solo parecía ser un lobo entre las ovejas.

-¿Solo son pensamientos de lujuria? preguntó.

Sentí mis rostro sonrojarse al saber que no solo fueron


pensamientos, pero no podía decir lo que hice, había hecho un
juramento.
-Sí-mentí-, pensamientos insoportables que hacen que mi
santidad se una a la carne.

Tomé una profunda respiración tragando pesadamente saliva, de


la nada tenía mucha sed.
-¿Sabes que pecar con el pensamiento también se considera
pecado? -preguntó.

-Sí. -susurré cerrando los ojos.

Él se mantuvo en silencio por varios segundos y luego dijo en un


tono más profundo:

-¿Te lo has imaginado en una situación intensa donde él te posea


sexualmente y el placer... te nuble la visión tanto que no quieras
parar?

¿Por qué me hacía estas preguntas tan intensas? Sentí


acalorarme al pensar en el padre William de esa manera, el
deseo fue tanto que no quise parar esa noche, tragué
pesadamente saliva, mi rostro enteramente sonrojado.

-Sí-aclaré mi garganta-, he intentado alejarme de él, pero es


difícil porque cada vez que lo veo, vuelvo a sentir lo mismo.

Era una tortura.


-¿Crees que al estar solos, podrías controlar ese deseo? -
preguntó.

Temía que no, por eso lo había estado evitando a toda costa.
-Con todo mi autocontrol sí -susurré, pero es que... él también
parece desearme y eso lo vuelve más difícil.

Me odiaba por sentirme así y a la vez me gustaba todo lo que


sentía.

No podía resistirme a este pecado prohibido.

-Tal vez... -dijo le pareces alguien fascinante o lo has provocado.

-No lo sé... -murmuré sin saber qué decir, nunca pensé en que
pudiera estar en esta situación, nunca fue mi intención caer en el
veneno del pecado esa oscura noche.

-Quiero que pases. -ordenó.

¿Uh?

-¿Disculpe? -dije sin comprender por qué quería que hiciera eso.

-Quiero que pases -repitió y abrió la puerta que nos dividía.


-No quiero que me vea la cara. murmuré.

-No diré quien eres -dijo para mi tranquilidad, solo quiero rezar
por ti.
Sentí estremecerme sabiendo que probablemente estaba en
graves problemas ahora, él sabía que el pecado de la lujuria me
rodeaba y probablemente era una oración que terminaría en
exorcismo.

-Esta bien. -susurré en un hilo de voz y me levanté para entrar.

-Pasa con la cabeza gacha. -me indicó, probablemente también él


quería que mi vergüenza disminuyera.

Agaché la cabeza entrando, solo veía su pantalón de vestir negro


y sus zapatos lustrosos cuando me detuve frente a él.

-Arrodíllate. -indicó.

Le obedecí arrodillándome esperando que empezara a echarme


agua bendita y a expulsarme los demonios de la lujuria. Sentí su
mano encima de mi toca; sobre mi cabeza y apreté los ojos.

-Sentir es algo de humanos, eso te hace humana. -susurró.

Esa frase.

Esa voz.
Alcé la cabeza y me quedé de piedra al ver que era el padre
William frente a mí, sus ojos grises fijos en mi rostro, desde este
angulo viéndose mucho más poderoso, me quedé sin aliento, su
rostro atractivo pareciendo hipnótico.

-¿Padre William? -susurré impresionada en un hilo de voz.

Todo el tiempo había sido él.

Y yo le había confesado todo esto...

-¿El deseo se te hace algo insoportable como a mí, Celeste? -


preguntó.

Su mano se deslizó por mi mejilla, su toque sintiéndose como


ardiente llama que me quemaba la piel.

Esta demasiado insoportable.

Tragué pesadamente saliva.

-¿Por qué me estabas evitando? continuó preguntando.

Oh, pensé que no se había dado cuenta.


-Porque no quería recordar lo que hicimos -admití bajando la
mirada-, solo pedir perdón.

-¿Temes que estar otra vez frente a mi te haga pecar? -


cuestionó.

-Sí. -susurré.

Él me aguantó la barbilla y me vi obligada a sostenerle su


profunda mirada de ojos grises que parecía traspasarme entera.

-No haré nada que tu no quieras. murmuró el padre William -


Pero si quieres es mejor para los dos.

Ese era el problema, que intentaba alejarme pero él me jalaba y


me brindaba cancha abierta a pecar.

Algo que evidentemente no podía hacer un padre de la iglesia y


de hecho él no parecía en nada santo ni mucho menos inocente,
todo de él llamaba a pensar lujuria.

-¿Acaso usted es un falso Padre? -solté.

Él no se inmutó, solo preguntó con algo de burla:

-¿Por qué lo dices?


-No le teme al pecado -dije, era algo extraño.

-Por ti vale la pena pecar -susurró el padre William.

Pasó su pulgar por encima de mi labio inferior y dejé de respirar


al sentir su toque caliente en todo mi cuerpo.

-Te has convertido en mi tormento personal, Celeste. -continuó


diciendo.

«Santa virgen».

Todo mi cuerpo volviendo a entrar en la necesidad de querer


abalanzármele encima y arrancarle la ropa.

Quería resistirme al saber que era algo prohibido, pero al mismo


tiempo quería lanzarme a las llamas del infierno y quemarme si
eso significaba apagar el deseo creciente que sentía por él.

-¿Por qué hace esto padre William? dije con la garganta reseca-
sabe muy bien que la lujuria es pecado.
Él estiró sus labios en una leve sonrisa que desde este ángulo me
hizo estremecer al ver lo malvado y atrayente que lucía.
-Y tu también lo sabes -murmuró -, pero aún así, mentiste al
decir que no hiciste más nada que pensar en mí follándote duro.

Metió el pulgar levemente dentro de mi boca y yo reaccioné por


instinto acariciándolo con mi lengua, dejándome llevar por la
intensidad y el calor insoportable, sus ojos grises fijos en los míos
se oscurecieron.

-Diabla... -susurró con voz ronca y sacó el pulgar de mi boca para


volver a acariciar mis labios mientras se mordía los suyos en
deseo.

El momento intenso estaba haciéndome sentir al borde, mi


vientre entrando en un vapor caliente que empezaba a
inundarme todo el cuerpo.

-Usted no es ningún santo, padre William. susurré.

Él llevó las manos a los botones de su pantalón y los soltó.

-No-respondió-, soy el mismo Lucifer.

Se bajó el cierre de la cremallera para continuar diciendo:


-Abre la boca y empieza a pedir perdón por tus pecados.

Capítulo 15: Confesando los pecados


1/2

CELESTE BRAUN

Me estremecí ante sus palabras, me quedé sin aliento cuando se


bajó el pantalón y su enorme miembro saltó a la vista dejándome
con la boca reseca de repente.

«Heilige Jungfrau, a su santo pene se le reza».

Relamí mis labios tomándolo en mi mano, se sentía caliente bajo


mi tacto, tan hinchado que las venas se le marcaban, me incliné
hacia él moviendo mi lengua por la punta bajo la mirada de sus
profundos ojos grises cuando abrí la boca para metérmelo a la
boca, cuando eché mi cabeza hacia atrás y luego hacia adelante,
sintiéndome completamente acalorada cuando percibí su
respiración acelerada.

El padre William me quitó la Toca dejando mi cabello caer sobre


mis hombros y me agarró el cabello entre sus manos empujando
mi cabeza para profundizarse, le obedecí pero es que todo no me
cabía en la boca y ya me tocaba la garganta, aguanté la
respiración para evitar las arcadas y apreté los ojos sin querer
detenerme acelerando el movimiento de mi cabeza mientras él
movía las caderas contra mí.
-Tienes la garganta profunda. -susurró entre jadeos.

Su rostro contraído enrojecido, la vena de su frente marcándose


y su quijada apretada siendo incentivo para que continuara
moviendo la lengua mientras me lo profundizaba, la verdad era
que me gustaba verlo derretido del placer por lo que yo le hacía,
su mirada oscurecida y sus labios entreabiertos sin dejar de
jadear me hacían sentir completamente caliente al pensar en él
como un oscuro deseo prohibido pero del que no me arrepentía
en lo absoluto.

Él era un pecado que no importaba cometer una y mil veces.

-Maldición, Nonne... susurró.

Creo que era la primera vez en mi vida que escuchaba a un padre


maldecir.

Lo sentí estremecerse un poco y pausó un poco el movimiento


de las caderas.

-Espera... empezó a decir a decir el padre William, pero no le


obedecí, quería que eyaculara en mi boca.

Me aguanté de sus caderas para seguir profundizándolo en mi


garganta, no respiraba; no podía y aún así no me la había metido
entera, algunas lagrimas desbordando por mis mejillas cuando
gruñó entre dientes estremeciéndose y el líquido caliente
empapó mi boca como una explosión que me hizo echarme hacia
atrás, caí de trasero en el piso recuperando el aliento pero eso
no me salvó de que la cara entera me quedara empapada con el
liquido blanco que expulsaba su miembro como todo un rio,
como si se hubiera retenido por días.

Él recuperó el aliento paulatinamente al igual que yo, ambos


viéndonos como si hubiéramos corrido un maratón entero. Él se
acomodó el pantalón buscando en sus bolsillos y sacó un
pañuelo para ofrecérmelo, lo tomé mientras me levantaba del
suelo con su ayuda, ninguno de los dos decía nada mientras me
limpiaba el rostro, pero no me sentía humillada o decepcionada
de mi misma por caer en el mismo pecado de la lujuria, solo
sentía que quería más, ahora estaba más caliente que antes si es
que eso era posible.

El padre William no apartó la mirada de mí pareciendo percibir


mis pensamientos porque dijo:

-Déjame devolverte el favor, Nonne.

«Nonne».
Sonaba dulce en sus labios y su petición me aumentaba las
ganas, sin embargo no quitaba de mi cabeza de que este era una
iglesia y que necesitábamos parar esta aventura.
Estaba dividida entre dos mundos de lo bueno y lo malo por mi
conciencia.

-Padre... -empecé a decir, pero me interrumpió diciendo:

-Te buscaré esta noche.

No dudó ni un poco, mordí mis labios tentada a negarme pero de


mi boca no salió palabra alguna, él padre William dio un paso
hacia mí sus ojos grises fijos en mi boca estremeciéndome,
sintiendo un fuego en medio de mis piernas pedían a gritos que
me tocara para apagarlo, cuando de repente se escuchó el ruido
de la puerta principal de donde estábamos robando nuestra
atención.

Dejé de respirar.

Si nos encontraban aquí iban a expulsarme por tal acto de


obscenidad.

-Será mejor que salgas de la cabina de confesiones -dijo el padre


William terminando de ajustarse la correa del pantalón. Tus
pecados han sido perdonados.
Le sostuve la mirada ante sus palabras que a mi parecer sonaban
sarcásticas, pero no le dije nada, solo afirmé con la cabeza
relamiendo mis labios y con la cabeza gacha salí por la puerta
trasera limpiando mi boca y guardando el pañuelo con sus
iniciales en mi bolsillo.
¿Por qué no podía resistirme a él? No dejaba de preguntármelo
sin obtener respuestas.

Arreglé mis vestimentas rápidamente y cubrí mi cabello con mi


Toca arreglándomela, mi corazón desenfrenado sabiendo muy
bien que estaba jugando con el fuego del infierno del mismo
lucifer.

《Nonne》significa《monja》en Alemán.

Capítulo 16: El monstruo del templo

2/2

CELESTE BRAUN

Mi mente tenía un remolino de pensamientos mientras


caminaba por los pasillos de camino a mi habitación, quería
bañarme con agua fría; muy helada, cualquier cosa que frenara
mi piel caliente y mi corazón con taquicardia.

De repente al cruzar el pasillo hacia las escaleras me encontré


con uno de los niños que había visto antes, Zed, él estaba
recostado de la pared con los ojos entrecerrados pareciendo
luchar contra el sueño.

Me acerqué a él arrodillándome para verlo mejor, no parecía


tener la ropa dañada o algo así, pero tenía grandes bolsas oscura
debajo de los ojos como si no hubiera dormido en días.

-Hola ¿estás bien? -pregunté.

No me respondió, apenas enfocó sus ojos en mí con algo de


distancia como si estuviera desconfiado.

-¿Te sientes cómodo aquí? -seguí indagando, no comprendía qué


hacia aquí solo y no con los demás niños en sus habitaciones.

Negó con la cabeza como única respuesta.

-¿Por qué? -pregunté.

Él apretó los ojos y murmuró:

-El monstruo del templo quiere llevarnos.

¿Uhm?
Fruncí el ceño mirándolo ahora con interés.

-¿El monstruo del templo? -repetí incrédula sin comprender de


que me hablaba.

Él volvió a mirarme y soltó un profundo bostezo antes de decir:

-Tiene una cara horrible, un grandes cuernos de cabra sobre su


cabeza y colmillos de vampiro, si nos dormimos nos va a llevar en
la noche.

Me quedé sorprendida.

¿Quién le estaría diciendo a estos niños que parecían tener


miedo de estar en esta iglesia? Por favor, estos niños ni siquiera
estaban durmiendo.

-Uhm, ¿lo has visto? -pregunté.

No me respondió.

-No lo has visto porque cuando rezas antes de dormir, los


monstruos se van -continué diciéndole- ¿Sabes que con nosotras
estarás seguro? Siempre rezamos por todos ustedes para que los
monstruos no se los lleven.
Él afirmó con la cabeza.

-Gracias -susurró y sin decir más nada se fue corriendo por el


pasillo.

Tomé una profunda respiración y fui a mi habitación, Georgette


no estaba en su cama de seguro que se quedó de guardia con los
niños, solté un suspiro mirando el techo, pasando un dedo sobre
mis labios al pensar en lo que había pasado con el padre William,
solo me quedé pensando en todo lo que sentía cuando estaba
con él, cerré los ojos mordiendo mis labios deseando que
volviera a tocarme, ¿de verdad vendría a buscarme?

De repente escuché la puerta abrirse.

¿El padre William?

Sonreí un poco emocionándome, mi corazón latiendo


desenfrenado al pensar en que cumpliera su palabra de
devolverme el favor, pero es que estando en mi habitación era
peligroso, las monjas nos podían ver.
Me senté mirando a la puerta con curiosidad cuando de repente
una sombra oscura de grandes cuernos sobre la cabeza y dientes
ensangrentados como vampiros entró a la habitación.

Capítulo 17: El hombre de la mascara


CELESTE BRAUN

Me tensé al ver a semejante monstruo frente a mí, ¿pero qué era


eso?

Las palabras de Zed viniendo a mi cabeza cuando dijo:

«Tiene una cara horrible, un grandes cuernos de cabra sobre su


cabeza y colmillos de vampiro...»

¿Era real?

No, era imposible.

¿Un demonio? A pesar de ser monja nunca había visto un


demonio de hecho pensé que no existían en esa forma física.

Se me erizó la piel cuando terminó de entrar a la habitación, su


vestimenta negra y su rostro completamente espeluznante.
Reaccioné tomando lo primero que encontré cerca de mi cama
para defenderme; una biblia, la tomé sin dudar y se la lancé
directo a la cara, sin embargo él apenas se inmutó ante eso, solo
se le desajustó la horrible máscara.

Era un disfraz.
Sentí menos miedo al pensar en que fuera un humano, sin
embargo siguió acercándose hacia mí y noté la enorme hacha en
sus manos completamente filosa.

«Vögeln».

Era alguien disfrazado pero dispuesto a asesinarme.

-¡Fuera de aquí!-le grité entrando en pánico sin saber lo mínimo


de defensa personal, mucho menos defensa para hachas filosas.

Me levanté de la cama rápidamente cuando lo vi alzar el hacha


hacia mí y me aparté tan rápido que caí al suelo de rodillas
dolorosamente, pero no me detuve.

Este hombre enmascarado iba a matarme si no me movía de


prisa.

Me levanté y grité cuando lanzó nuevamente el hacha hacia mí


pero solo logró rozar mi brazo, empecé a jadear del ardor y salí
de la habitación completamente despavorida en busca de algún
sitio donde pudiera ocultarme, intenté llamar a las otras
habitaciones pero nadie abría y el hombre de la mascara venía
directo hacia mí cargando el hacha, corrí hacia las escaleras pero
cuando iba por los últimos escalones tropecé y caí de boca al
piso dolorosamente dándome un mal golpe en la cara, sentí la
sangre escurrirse de mi nariz.
«Se acerca».

Solo escuché sus pasos y me levanté ignorando mi dolor para


correr hacia la oficina de la madre superiora, toqué la puerta
tantas veces que caí en lo impropio.

-¡MADRE SUPERIORA! -grité desesperada al ver que nadie me


respondía.

¡¿En donde se habían metido todos?!

Era como estar dentro de una pesadilla.

-¡MALDICIÓN! -grité en un último golpe a la puerta.

-¿Qué pasa? -la voz de la madre superiora del otro lado de la


puerta hizo que se me bajara la presión, una parte por alivio y
otra parte de vergüenza por haber soltado una maldición.

-¡MADRE YO...! -empecé a decir, pero me interrumpió diciendo:


-Estoy ocupada, déjame en paz por favor...

Escuché pasos acercarse y no me detuve sino que seguí


corriendo por el pasillo al único lugar donde sabía que habría
gente; el altar de congregación donde las demás monjas debían
de estar reunidas.
Ahora que lo pienso, fue algo egoísta ir con ellas si un asesino
enmascarado con un hacha me perseguía, pero prefería morir
acompañada en una masacre que morir como una tonta victima
de un loco.

Teníamos que llamar a la policía.

Crucé el pasillo con rapidez sintiendo que ya lo había perdido de


vista, cuando de repente tropecé de frente con él, reboté y caí
de espalda al piso quedando completamente indefensa...

Capítulo 18: Los ojos del pecado

CELESTE BRAUN

Grité sin querer abrir los ojos colocando mis manos frente a mí
solamente esperando que me descuartizara con el hacha.

-¿Celeste?

La voz del padre William me hizo abrir los ojos y lo vi ahí de pie
frente a mí, llevaba sus vestimentas de sacerdote y una biblia en
sus manos, sus ojos grises analizando mi rostro como si no
comprendiera el por qué de mi miedo; ni el por qué de mi
torpeza.

-Padre William -susurré aliviada y no pensé solo me levanté


abrazándolo, mi cabeza sobre su pecho, él se quedó por un
momento paralizado ante mi muestra afectiva y luego me
correspondió un poco el abrazo cuando susurró:

-Respira...

Las lagrimas salieron de mis ojos y entonces fue que reaccioné


en que no era muy propio de una monja abrazar al sacerdote de
la iglesia.

-Lo siento, Padre William -murmuré separándome para limpiar


mi rostro de las lagrimas que salían de los nervios y el terror de
hace unos segundos.

De verdad pensé que me iba a matar.

-¿Qué ocurrió? -preguntó tocando un costado de mi mejilla, su


mirada fija en la mía con completo interés, limpié mi nariz de la
sangre que me había brotado tras la caída con mi mano, debía de
parecer una completa loca.

-Estaba el monstruo del templo -solté sintiendo mi voz débil,


todo mi cuerpo temblando.
-¿El monstruo? -replicó mirándome como si se me hubiera
zafado un tornillo ¿de qué me hablas?

-El monstruo del templo con colmillos y cuernos de... -empecé a


explicarle pero me interrumpió diciendo:

-Cálmate que pareciera que vomitas cosas sin sentido sus ojos
cayeron en mi brazo, ¿te lastimaste?

Miré la herida de mi brazo donde escurría un hilo de sangre


provocado por ese hombre enmascarado con el hacha, me
estremecí al recordarlo.

-Él lo hizo dije, casi me asesina con su hacha filosa.

El padre William alzó un dedo frente a mi rostro mientras decía:

-Mira aquí.

Miré su dedo sin comprender.


-¿Por qué? -pregunté y él contestó:

-Para ver si se te logra acomodar el juicio.


Me quedé en shock, ¿de verdad me había dicho...?

-Padre William-dije ahora algo molesta, se lo digo en serio, había


aún hombre enmascarado con un hacha persiguiéndome, se
metió a mi habitación hace un momento.

Él pareció ahora mirarme de otra forma, dándose cuenta de que


no bromeaba.

-¿A tu habitación? -repitió.

-Sí.

Ahora pareció preocupado.

-Hay que reportar esto a la policía, ya vuelvo. dijo el padre


William y se dio la vuelta para empezar a caminar, pero me
interpuse en su camino colocándome en medio, él casi chocó
contra mí quedando inapropiadamente cerca pero no me
importaba, temía que se fuera.

-No me deje padre William -pedí.


Sus ojos grises analizaron mi rostro y sentí que me estremecí
ante el poco espacio que nos separaba, el deseo siendo cada vez
más intenso cuando recordé lo que ocurrió en la cabina de
confesiones... su rostro lleno de placer, su forma de revolver
todas mis hormonas... relamí mis labios.
Era incorrecto; todo este amorío con el sacerdote, pero era
inevitable caer ante la tentación de sus ojos grises; ellos eran los
ojos del pecado por los que caería una y mil veces en el infierno
de lo incorrecto.

-Tranquila. dijo el padre William y alzó una mano para tomar mi


mentón, su mirada fija en la mía cuando continuó diciendo:-
Nada va a pasarte si estoy contigo.

-Entonces no me voy a despegar de usted, padre William. -


susurré.

Su pulgar acarició mi labio inferior, sus ojos bajaron a mis labios y


dejé de respirar, solo quería abalanzarme encima para arrancarle
la ropa y que apagara este deseo ardiente que empezaba a
incrementarse en mi vientre, mi corazón latiendo desenfrenado
cuando se inclinó hacia mí, su nariz rozando la mía, su aliento
caliente sobre mis labios removiendo por completo mis
hormonas cuando susurró:

-Te estás convirtiendo en mi pecado favorito Nonne…

Capítulo 19: Su pecado favorito


CELESTE BRAUN
Me estremecí ante sus palabras, todo mi cuerpo ahora
enteramente caliente, mis mejillas ardiendo, me quise alzar para
pegar mis labios los suyos y probar la carnosidad de sus labios,
cuando de repente escuchamos:

-¿Padre William?

«Vögeln».

Esa voz nos hizo separarnos rápidamente, justo cuando el


Diacono Richard cruzó el pasillo probablemente viendo parte de
las vestimenta del padre y nos miró dándose cuenta de mi
existencia, tragué pesadamente saliva.

Eso estuvo muy cerca.

Incliné la cabeza en modo de saludo esperando que no viera mi


rostro completamente enrojecido por causa del padre William.
Tenía que tener cuidado, mi carrera estaba en peligro si seguía
jugando con fuego... pero nunca sentí tanto deleite al
quemarme.

El padre William apretó la quijada pareciendo algo molesto por la


interrupción y lo miró.

-¿Sí? -preguntó el padre William.


-Está la señora Adriana buscándolo dijo el Diacono Richard-, dice
que su hijo está poseído y necesita que le hagan un exorcismo en
su casa.

¿Exorcismo? Tenía tiempo que no llegaba alguien buscando


ayudar para un endemoniado.

El padre William pareció por un momento procesar lo que el


Diacono Richard le dijo y afirmó con la cabeza diciendo:

-Vale, pero deme un momento -dijo el padre William-, la


hermana Celeste hizo una queja de un hombre armado que
entró a su habitación, debo llamar a la policía.

Por un momento me había olvidado de eso, es que el padre


William me despejaba mis miedos o... mis pensamientos
coherentes.

-Justamente la policía está afuera dijo el Diacono Richard-, al


parecer sucedió algo con un hombre que iba con un hacha
huyendo de la iglesia, asustó a unos vigilantes y a algunas
hermanas que estaban en el altar de congregación.

¿Entonces ellas también lo vieron? me estremecí.


-Ah-el padre William me miró, ahora puedes estar más tranquila,
la policía vigilará la catedral.
Eso no me dejaba tranquila, no quería estar sola, no después de
algo así.

El padre William empezó a caminar y yo empecé a entrar en


pánico al pensar en que me fuera a dejar sola.

-Espere, no me deje -solté mientras le tomaba la muñeca, el


padre William se detuvo para mirarme.

El Diacono Richard me miró algo confuso, es decir, no era propio


de una monja tratar con tanta familiaridad a un sacerdote, me
solté del agarre que le tenía al padre William para continuar
diciendo:

-Yo quiero acompañarlos si me lo permiten dije y agregué:


oración es muy importante. El apoyo en

-Por supuesto hermana Celeste, venga con nosotros dijo el


Diacono Richard.

Solté un suspiro aliviada y cuando empezaron a caminar yo los


seguí, prefería estar en presencia de un demonio que con ese
hombre enmascarado con un hacha suelto por ahí.
La mujer Adriana parecía desesperada, su rostro hinchado de
tanto llorar marcando preocupación cuando nos guió a su casa,
no quedaba muy lejos, un policía nos escoltó, apenas colocamos
un pie dentro se escuchaban los golpes y los gritos venir de las
habitaciones en la parte de arriba.
Temblé, nunca había presenciado un exorcismo.

El Diacono Richard iba detrás de Adriana mientras subíamos las


escaleras, el padre William iba detrás de mí abriendo la biblia,
pensé que tal vez estaba buscando algún pasaje bíblico o
pidiendo perdón a Dios por sus pecados.

Cuando Adriana abrió la puerta de la habitación una jarra de


vidrio salió disparada estrellándose contra la pared frente a
nosotros y rompiéndose en miles de pedazos.

-Joder -susurró al padre William entre dientes y supe que esto


iba a ser un desastre.

Capítulo 20: Un mal exorcismo

WILLIAM WEST

No sé quién inventó esto de los exorcismos, ¿cómo era posible


sacar un demonio que ni siquiera se podía ver dentro de una
persona?
Era muy diferente pelear con un humano, uno entrenaba para
estas cosas, pero un espíritu... siempre lo odié y lo admitía me
daba algo de temor.

«Dios sé que mi vida es un desastre pero ayúdame esta vez te lo


ruego».

Entramos a la habitación del endemoniado, el chico estaba


acostado en la cama con las manos y pies atados, su rostro
enrojecido y gritando como un completo loco, de su boca salía
muchísima saliva, olía muy mal como si tuviera días sin bañarse.

-¿Cuánto tiempo lleva así? -pregunté moviendo las hojas de la


biblia a algún versículo que me mostrara como matar a una
persona sin parecer asesino; obviamente no tuve respuesta.

La madre del endemoniado; Adriana, completamente afligida


negó con la cabeza diciendo:

-Desde el medio día, pensamos que era por la falta de drogas,


pero luego empezó a maldecir y a nombrar a satanás.

Empezó a llorar.
Me quedé por medio segundo en blanco.
-¿Es drogadicto? -pregunté y miré al chico, parecía estar en esa
etapa desesperada por drogas, donde haría cualquier tipo de
manipulación para recibir su producto.

-Sí-dijo la madre del endemoniado, lo tenemos encerrado desde


hace 2 días para que deje las drogas, solo mírelo como lo ha
estado consumiendo, tuvimos que atarlo porque se estaba
golpeando a él mismo.

Esto me parecía aún más las primeras faces de abstinencia, sus


ojos completamente enloquecidos sin punto fijo, solo gritando y
retorciéndose, las marcas en sus muñecas se veían dolorosas, se
notaba que se estaba haciendo daño a él mismo.

-¿Mírate te crees muy santo? -dijo el endemoniado mirándome


¿te crees perfecto?

De repente me escupió en la cara.

<<Hijo de...»

Empuñé las manos comprimiendo las ganas de golpearlo.

<<Respira profundo... respira profundo».


Celeste se acercó ofreciéndome un pañuelo, le agradecí
secándome la asquerosa saliva de la cara.
No me pagaban lo suficiente para soportar estar cosas.

-Quiero que todos salgan de la habitación -ordené dejando mi


biblia sobre la mesa.

-Pero... empezó a decir el diacono Richard, él evidentemente


sabía que en un exorcismo debía de haber un testigo y hasta un
policía, pero prefería manera esto solo y a mi manera.

-¡Salgan ahora! -lo interrumpí y empecé a acomodarme las


mangas-, esto se pondrá rudo...

Todos salieron sin decirme nada más, era lo bueno de ser un


sacerdote, eras la más alta autoridad y todos te obedecían.

Cuando cerraron la puerta me acerqué a ella para pasarle el


seguro, mientras sacaba de mi bolsillo interno una pequeña
bolsa con polvo blanco.

El endemoniado no paraba de hablar como si tuviera una


gonorrea exagerada, ya me estaba mareando.

-Todos se creen perfectos, pero todos son unas mierdas ¡SON


UNAS MIERDAS MAL OLIENTES!
-El único que huele mal eres tú, te lo aseguro-comenté y terminé
de acercarme a él para echar un poco de polvo blanco en mi
mano y le empolvé la nariz.
Ya estaba.

La medicina para un drogadicto que lo conducía a la muerte pero


aliviaba su dolor.

Él aspiró profundo y hasta las lágrimas salieron de sus ojos.

-Gracias padre -gimoteó- Dios lo bendiga, joder.

Empezó a sonreír yéndose en su viaje astral.

Le eché agua a la cara y un poco de alcohol para limpiar la


evidencia de su cara. Él seguía adormilado con una leve sonrisa,
ya era hora de irme.

-Ojalá te mueras de sobredosis hijo, amén.

Salí de la habitación encontrándome con todos del otro lado de


la puerta...

Capítulo 21: El placer de lo incorrecto


CELESTE BRAUN
El padre William no parecía ni siquiera haberse desordenado el
pelo ni un poco, lucía sereno y calmado cuando salió de la
habitación. Los gritos del muchacho habían cesado, ¿pero qué
había ocurrido ahí dentro?

¿Entonces no era un falso padre? ¿de verdad era tan cercano a


Dios que podía sacar demonios con tanta rapidez?

-Padre, ¿qué ocurrió allá adentro? preguntó la señora Adriana


también entre sorprendida y maravillada.

-Solo recé dijo el padre William con completa calma.

-Gracias padre -dijo Adriana lanzándosele encima y abrazándolo


o más bien queriendo fundir su cuerpo con el del padre William,
su camisa que mostraba mucho escote restregándose contra él
de forma un poco inapropiada.

-Ah-jadeo ella-, padre se siente tan bien estar abrazada a usted,


me siento tan sola...

El padre William le sonrió y le acarició el cabello, sentí mis


mejillas arder en celos al pensar en que él la deseara de la misma
forma que me deseaba a mí.

Apreté los labios.


El diacono Richard aclaró su garganta y dijo tocándole del
hombro:

-Hermana, no sea irreverente.

-Lo siento -dijo Adriana separándose del padre William y le


sonrió con coquetería, el padre William no hizo mucha expresión
en su cara pero noté que bajó la mirada a su escote.

Sentí celos; muchos celos por primera vez en mi vida, pero no


podía decir nada, él y yo no éramos nada más que una mala
decisión en un momento de deseo.

Nos despedimos y fuimos hacia la catedral otra vez, yo iba en


silencio, solo escuchaba al padre William y al Diacono Richard
hablar entre ellos de teología, la policía estaba aún ahí para
nuestra tranquilidad, miré al padre William hablar con ellos un
poco y luego caminó hacia la entrada hacia donde estaba yo
diciendo:

-Celeste, necesito que me ayudes trayendo unos documentos


que están en mi oficina para la policía.

Claro, yo siempre de muchachita de mandado, ya debería


mandarme hacer un uniforme de envíos y encomiendas y
tatuarme en la cabeza la palabra Amazon.
«¿Te estas quejando Celeste? ¿Qué pasa contigo?»
Reaccioné, no sabía por qué me estaba quejando, nunca tuve
quejas antes en hacer las cosas, siempre lo hacía con amor y
pasión.

«¿Celos?»

Creo que... aún estaba molesta por como vi que él la miró.

«No debes de molestarte por él, no debes ni siquiera


involucrarte con él».

Tenía que marcar una distancia, eso lo sabía desde un principio;


que era un error muy grave del que era muy consciente que
estaba cometiendo.

No le respondí nada al padre William solo lo seguí hasta su


oficina. Él buscó unas carpetas murmurando que la policía se
quedaría rondando unos día más por estas áreas por el incidente
y estaba buscando un mapa de la catedral, no comprendía por
qué estaba hablando tanto, usualmente él no daba ninguna
explicación de nada, luego me di cuenta de que yo estaba muda;
solo respiraba y lo observaba sin decirle nada...

Uhm, ¿lo habría puesto incómodo?


Caminé por la oficina observando sus cosas y vi en su escritorio
un cuaderno con la cubierta de color rojo marcado con las
iniciales A. Smith, de repente el padre William salió de la nada y
tomó el cuaderno rojo metiéndolo a un cajón sobresaltándome
de lo rápido que fue.

-¿Estás bien? -preguntó el padre William cuando se volteó hacia


mí con la carpeta que había estado buscando antes en la mano.

Afirmé con la cabeza en respuesta acercándome a él para tomar


la carpeta, sin embargo él no la soltó, alcé la vista sin
comprender por qué no la soltaba encontrándome con sus
intensos ojos grises que me hicieron estremecer todo el cuerpo,
él tenía ese aire intenso y misterioso inexplicable.

-Te noto... extraña Celeste dijo el padre William, ¿Qué ocurre


contigo?

-Uhm... -murmuré sin saber qué decir, tampoco es que yo era tan
expresiva.

-¿Estás molesta conmigo? -preguntó dando un paso hacia mí,


dejé de respirar ante su cercanía, pero no aparté la mirada de la
suya.

-¿Debería?

-Celeste no malinterpretes las cosas dijo el padre William, no


puedes actuar celosa o posesiva con alguien que es tu autoridad.
Apreté la quijada, no entendía por qué me molestaba tanto que
quisiera marcar una linea entre los dos cuando ya él la había
pasado no una, sino varias veces.

-En primer lugar debería de pensar en eso antes de hacerme


pagar por mis pecados en la cabina de confesiones, padre
William.

Él sonrió un poco pareciendo divertido y dio otro paso hacia mí


dejando la carpeta que nos separaba a un lado en el escritorio,
su cercanía era tanta que ya sentía que me quemaba y ni siquiera
me estaba tocando, inclinó la cabeza su aliento caliente
chocando con mis labios, mi corazón completamente acelerado.

-Dime si no lo disfrutaste tanto como yo -susurró, el morbo de


que pudieran descubrirnos en cualquier momento...

Sus labios rozaron los míos.

-Padre... -susurré echándome hacia atrás pero choqué con el


escritorio, él aprovechó para terminar de acorrarlarme.

A pesar de que él fue el que recibió todo el placer del oral sin yo
recibir nada a cambio, él tenía razón, disfruté muchísimo todo lo
que le hice porque con él provocaba hacer todo tipo de locuras.
El padre William era mi peor pecado.
-Tu piel es muy suave Nonne dijo en un susurro, siempre me
provoca pasar mi lengua por todo tu cuerpo...

Jadee cuando sus labios rozaron mi mejilla y bajaron por mi


cuello causándome miles de sensaciones placenteras con solo el
roce, me arquee contra él aguantándome de los músculos de sus
brazos.

-Como odio no poder controlarme cerca de ti dijo el padre


William y mordió el lóbulo de mi oreja.

Puse los ojos en blanco.

A mi me ocurría lo mismo, odiaba no poder aguantar las ganas


que le tenía y lo posesiva que me hacía sentir.

-Dime si aceptas romper las reglas solo una vez más -murmuró-,
solo esta noche Nonne, porque muero por sentir mi verga entera
dentro de ti...

El padre William rozó su nariz contra la mía solo dejando un


breve espacio de nuestras bocas y entonces al no inmutarme me
besó; un beso completamente salvaje y descarado que hizo que
todo mi cuerpo se calentara en tan solo unos segundos y yo
acepté rendiéndome ante él.
Sus manos se aferraron a mi cintura cuando me subió al
escritorio acomodándose entre mis piernas y...

Capítulo 22: La adictiva perdición (Parte I)

...Volvió a devorar mi boca, me quedé por medio segundo sin


poder pensar nada, solo en las gloriosas sensaciones que el
padre William me ocasionaba en todo el cuerpo, su tacto me
quemaba, su boca me derretía, sentía que no estaba lo
suficientemente cerca de mí.

Parecía que quería devorarme entera y eso me enloquecía.

De repente mordió mi labio inferior estremeciéndome todo el


cuerpo para separarse un poco y susurró sobre mi boca:

-Si vamos a hacer esto, tienes que entender que solo será un
momento, sin nada de compromisos, Nonne, solo algo donde no
hay derechos, solo placer.

¿Uh?

Abrí los ojos y me quedé por un momento en completo shock, es


decir sabía que esto sería algo prohibido, pero que me dijera que
no había compromisos o cosas así me hacía pensar que él quería
estar con todas, no solo conmigo, mi ego se hería al comprender
que no era un amor prohibido de dos personas, sino que él solo
se aprovechaba de mí.

Sentía como si me hubiera echado agua fría a todo el cuerpo.

Busqué su mirada, sus ojos grises analizaba mi expresión. Me


sentía estúpida por haber caído por él y todo lo que me
provocaba, no una, sino varias

veces.

-¿Soy un juego para ti? -me atreví a preguntar.

Él alzó la mano para acariciar mi labio inferior con su pulgar sus


ojos grises como el humo fijos en mi boca cuando respondió:

-Eres un deleite al que debo renunciar tarde o temprano.

Tragué pesadamente saliva.

¿Qué esperaba? No nos íbamos a casar, esto no iba a ser algo


mas que una atracción fatal fuera de lugar.

-Entonces deberíamos hacerlo temprano. -repliqué.


Lo separé de mí y me bajé del escritorio completamente
mosqueada, sentía mis piernas temblorosas. Estaba caliente pero
tenía amor propio.

-Espera, ¿te vas? -dijo el padre William pareciendo confundido.

Lo miré con desdén.

-No sé que papel estoy cumpliendo contigo.

-Somos una aventura que está mal.

-Entonces hay que alejarnos y acabar con esto. -repliqué


haciendo caso a la única neurona que me quedaba coherente.

Caminé hacia la puerta pero cuando la iba a abrir sentí su


presencia a mis espaldas, tragué pesadamente saliva cuando su
mano estaba sobre la mía en el pomo de la puerta
evidentemente más grande; impidiéndome abrirla, sentí su torso
a mis espalda; rozándome, mi respiración estaba profunda,
sentía que empezaba a sudar porque era cada vez más difícil
resistirme a él.

El padre William era mi completa tortura.

-Déjeme salir padre William. -susurré en un hilo de voz, mi única


neurona coherente se estaba esfumando de mi cabeza.
Se presionó contra mí, ahogué un jadeo.

-No lo dije para que te fueras. -replicó el padre William en un


susurro que logró estremecerme por completo.

-El deseo que siento por usted me está quemando y alejando de


mi santidad -murmuré cerrando los ojos, solo necesito alejarme
lo antes posible de todo esto.

Era un túnel sin fondo en el que me estaba metiendo; los dos lo


sabíamos.

Él se acercó un poco más a mí sus labios rozando mi oreja para


murmurar:

-La situación es muy complicada, pero tenemos que al menos


hacer una buena despedida... Nonne.

Me colocó una mano abierta en el estómago, separando los


dedos para incitarme a que me apretara contra él. Estaba tan
excitado como yo, lo notaba, podía sentir la dureza de su
miembro pegada a la parte inferior de mi espalda debajo de
todas nuestras telas.

-Date la vuelta y dime adiós. -continuó diciendo.

Tragué pesadamente saliva.


Me giré entre sus brazos, arqueándome contra la puerta para
que se me enfriara un poco la espalda. Él estaba encorvado
sobre mí, con su abundante cabello enmarcándole la hermosa
cara de pecado que incitaba a pensar cosas sucias, sus ojos grises
oscurecidos fijos en los míos, intensa, penetrante, el ambiente
siendo torturante porque solo deseaba saltarle encima.

Me estremecí, solo por esa mirada era capaz de ponerme de


rodillas, pero tenía que tener autocontrol. Apoyó una mano en la
puerta para acercarse aún más a mí, yo apenas tenía espacio
para respirar y vaya que se me hacía difícil hacerlo por su
cercanía. La mano que antes me había puesto en la cintura
descansaba ahora en la curva de mi cadera, apretando,
volviéndome loca y encendiendo todo mi cuerpo a pesar de ser
mucha la tela que llevaba encima.

-Bésame dijo con voz ronca-. Concédeme eso al menos.

Quería negarme, apreté los puños y me lamí los labios secos. Él


gimió, inclinó la cabeza y me selló la boca con la suya
nuevamente en un acto desesperado. Suspiré y él introdujo la
lengua, volviendo el beso más apasionado y salvaje;
demandante, ligeramente agresivo para excitarme y encender
todo dentro de mí.

Acto seguido yo tenía las manos en su pelo y tiraba de sus


sedosos mechones para dirigir su boca hacia la mía casi
queriendo tragarlo. Notaba el desbocado latido de su corazón
contra mi pecho, había demasiada ropa pero eso no hacía menos
el hecho de que estábamos tan apretados el uno al otro que casi
se sentía como si estuviéramos desnudos.

Se apartó de la puerta dando un empujón. Rodeándome la nuca


con una mano y la curva de mis nalgas con la otra, me levantó en
el aire, envolví mis piernas alrededor de sus caderas en
respuesta.

Todo mi cuerpo estaba en contacto con el suyo, dolorosamente


consciente de cada duro y ardiente centímetro de su ser. Sentía
que estaba tan húmeda que el medio de mis piernas palpitaba al
ritmo del furioso latido de mi corazón.

Fui vagamente consciente de que nos movíamos, y de repente


noté que caía de espaldas sobre el escritorio lanzando todo al
piso.

-Te deseo, Celeste -susurró sobre mis labios. Así solo esté
arruinando esto, no puedo evitarlo.

Sentía exactamente lo mismo.

El padre William estaba sobre mí entre mis piernas. Apoyaba el


torso en el brazo izquierdo, mientras que con la otra mano me
agarraba por detrás de la rodilla, deslizándola por el muslo
desnudo debajo de la falda de la túnica...
Capítulo 23: La adictiva perdición (Parte II)
Le oí resoplar cuando llegó al punto en el que solo estaba la liga
de mis bragas.

Apartó los ojos de los míos y miró hacia abajo, levantándome la


falda.

-Podría morir dentro de ti, Nonne susurró.

Medio atolondrada, vi cómo el cuerpo del padre William


descendía hacia el medio de mis piernas y las separé para darle
más facilidad cuando me quitó las bragas dejándome ahora
desnuda de la cintura para abajo. Se me tensaron los músculos
con la urgencia de alzarme hacia él, para acelerar el contacto
entre nosotros, quería que me tocara rápido.

Estaba desesperada.

Sentí sus dedos rozarme y me tensé, pero entonces cuando


empezó a moverlos superficialmente me arquee poniendo los
ojos en blanco ya sintiendo que iba a venirme, me pregunté
como era que este hombre era capaz de fornicar y también
sacaba demonios con tanta facilidad, se suponía que debías de
ser santo para eso.
Sentí como metió dos de sus dedos dentro de mí y con su pulgar
me presionaba el clítoris, solo sentí el intenso calor cuando me
estremecí en mi primer orgasmo.
Yo me quedé allí tumbada, jadeante y húmeda, deseosa y
dispuesta a más. De repente el padre William se quedó muy
quieto y se apartó rápidamente entonces me di cuenta de por
qué había reaccionado de aquella tempestuosa manera.

Tocaron la puerta.

Ni siquiera había escuchado los pasos, yo le seguí y me bajé


rápido ocultándome detrás de la cortina detrás del escritorio y
me agaché de modo que me cubría mejor con la lámpara de la
esquina y podía ver por una pequeña rendija quién nos había
interrumpido.

Era la mujer de mantenimiento, ella ni siquiera esperó que que le


dieran permiso para pasar, solo entró a la oficina, recordaba
haberla visto antes saliendo de la oficina del padre William.

¿Por qué tanta familiaridad?

-Estoy ocupado ahora -soltó el padre William a secas


rápidamente pasando la mano por su cabello desordenado para
intentar acomodarselo un poco.
Ella frunció el ceño, y paseó sus ojos por el escritorio, mis ojos
cayeron en el suelo donde estaban mis bragas visibles en el piso,
todo mi rostro se coloró aún más de lo que estaba.

«Vögeln».
-¿Pero qué ha pasado Angelo...? -dijo ella.

-Shh -la calló el padre William-, vete.

¿Uh?

¿Angelo?

Estaba muy segura de que no solo lo llamó con familiaridad, sino


que lo llamó por otro nombre.

Ella pareció comprender que el padre William estaba de mal


genio y simplemente se fue, a nadie le gustaba soportar el mal
humor de él.

Luego de unos segundos el padre William soltó un suspiro


diciendo:

-Puedes salir, Celeste.

Salí de mi escondite y fijé mis ojos en el padre William diciendo:


-¿Por qué ella te llamó Angelo?

El padre William volteó a mirar las mangas de su traje como si


eso fuera de repente muy importante.

-No me llamó Angelo -replicó como si yo estuviera loca, como si


no hubiera escuchado tal cosa.

-Pero ella entró sin pedirte permiso insistí, esa mujer te conoce.

Él se rió con ironía y finalmente me miró, parecía predispuesto y


algo molesto por mi cuestionamiento a mi parecer.

-Claro que me conoce, soy el padre de la iglesia y deja de decir


estupideces -dijo

-. Creo que es hora de que te vayas.

Oh, me estaba echando después de enfrentarlo.

Di un paso hacia él alzando la barbilla, sabiendo que aquí había


gato encerrado.

-Sé lo que eres -solté analizando su expresión, pero él era bueno


para ocultar los gestos de su cara, dio un paso hacia mí, ahora
estábamos muy cerca, tuve que alzar la cabeza un poco, ambos
mirándonos de manera retadora.

-¿Qué soy? -preguntó alzando una ceja.

-Un farsante -solté en un susurro-, no eres un padre o alguien


santo, eres... un farsante.

Se rio a secas.

-¿Y tú que eres? -replicó- Estamos cortados con el mismo filo de


tijera Nonne, somos una gran mancha de contaminación dentro
de toda esta santidad.

Me atacaba pero porque sabía que lo había descubierto.

-¿Quien eres realmente? -insistí.

-Ya te lo dije -replicó bajando el tono de voz a solo un susurro


cuando continuó diciendo: soy el mismo diablo.

Se inclinó hacia mí de modo que su nariz casi rozaba la mía para


continuar murmurando:

-Si yo caigo tú caes, así que mas te vale que cierres la boca.
Me estaba amenazando.
Entonces tenía la certeza de que esto era de hecho un gran
secreto donde tan solo había descubierto la punta del iceberg
por casualidad.

Iba a averiguarlo, pero desde las sombras, no ahora que él me


había mostrado parte de su talón de Aquiles.

-No se preocupe padre William -dije, ni siquiera confesaré mis


pecados en la capilla. di un paso atrás sosteniéndole la mirada y
continué diciendo:- Permiso.

Me di media vuelta y salí de esa oficina convencida más que


nunca de que él era un infiltrado y que estaba buscando algo en
este lugar, pero... ¿qué podía ser?

Estaba acostada plácidamente cuando escuché un grito que me


hizo salir de mi ensoñación.

Se escuchaba como un grito de Georgette.

Miré su cama, no estaba ahí, miré la hora, casi las 3 de la


madrugada.

Nuevamente se escuchó otro grito y yo me coloqué mi pantuflas


para salir a ver que era lo que estaba pasando. Se escuchaba un
alboroto afuera, ¿acaso había sido el Monstruo del templo?
Cuando llegué a la planta baja noté que las puertas del templo
estaban abiertas donde la lluvia caía tormentosa, con mucha
brisa y relámpagos, todas las monjas, diáconos, policías y el
personal en general habían salido también de las habitaciones
para ver cual era el alboroto y se espantaban a la vez que
gritaban también al ver lo que habían dejado en la entrada.

Era un cuerpo sin vida.

Con el corazón en la boca sintiendo que latía exageradamente


rápido, me abrí paso para poder ver el rostro pálido del fallecido
y para mi completo horror lo reconocí.

Era...

Capítulo 24: Una misteriosa muerte

Lessandro.

Lessandro; uno de los del personal del orfanato era el que estaba
inerte en el suelo.

Me quedé perpleja, sentía que mi sangre había dejado mi cuerpo


de los nervios; estaba pálida ante lo que mis ojos veían.

Todos estaban completamente desconcertados.


La policía nos desalojo de alrededor para examinar el cuerpo
como posible escena del crimen, busqué con la mirada al padre
William ¿donde estaba? Hasta que me detuve, en las sombras, al
fondo; él me miraba atento, sus ojos como la misma plata
resplandeciendo entre la oscuridad, se me erizó la piel al pensar
en el susurrando: «Soy el diablo». No era como si él tuviera que
ver con esto, pero vaya que me daba muy mala espina todo lo
que lo implicara.

Me sobresalté un poco cuando de la nada Georgette apareció en


mi visión y me abrazó llorando, me quedé sorprendida sin
comprender qué le había ocurrido.

-Calma, calma... -susurré ante su llanto.

Ella se apoyo de mi pecho (a pesar de ser más alta que yo) sin
dejar de llorar, sus manos temblando, su rostro enteramente
sonrojado.

-Lo vi, él se lanzó, Celeste dijo Georgette con voz entrecortada-,


se lanzó, lo vi...

Acaricié su estola intentando calmarla, diciéndole que todo


estaría bien, la policía fue a tomarle la declaración a Georgette y
a todas las que están por los alterededores de lo que vieron.
Georgette era la que estaba más cerca, al parecer solo veía por la
ventana y vio cuando el cuerpo cayó, pero no vio si alguien lo
empujó o si ese alguien se lanzó buscando suicidarse.
Ahora nadie sabía qué le había ocurrido a Lessandro todas eran
especulaciones, porque estaba en un lugar donde se suponía no
debía de estar. Ya ninguno de los cuidadores debía de estar a
esta hora aquí entonces... ¿A qué había venido? ¿A suicidarse?
No tenía sentido.

Iba a ir junto con las otras monjas hacia los dormitorios, después
de que los policías se llevaran el cuerpo y lo declararan como
suicidio.

Un suicidio en la catedral, en todo el tiempo que llevaba aquí


nada como eso había pasado; nunca.

Me quedé atrás de todas las monjas buscando a Georgette, pero


no la vi, ¿se la habría llevado la policía? Pregunté por ella, pero
nadie sabia, también pregunté por la madre superiora, pero no
había rastro de ellas, ¿a donde habrían ido?

Iba a subir las escaleras principales cuando alguien me tomó del


brazo de repente y me jaló, voltee resistiéndome y luego me dejé
arrastrar al ver que era el padre William West.

Fruncí el ceño sin entender a donde me llevaba hasta que se


detuvo en uno de los pasillos que carecía de luz y me volteó
haciendo que pegara mi espalda de la pared y él dio dos pasos
hacia mí invadiendo mi espacio personal, temblé ante su mirada
de ojos como la plata que brillaban en la oscuridad del lugar.
-¿Estás bien? -preguntó el padre William.

-Sí, yo... -tragué pesadamente saliva-, estaba por dormir y


escuché esos gritos.

Miré al padre William, a la tenue luz apenas notaba algunos


rasgos de su rostro, pero su mirada era suspicaz y pude ver un
moretón en su mejilla, ¿pero y eso...? que extraño.

-¿Pero qué le pasó en el rostro? pregunté al ver ese golpe, él se


alejó de mi toque y me sujetó de la muñeca pegándola a la
pared, tragué pesadamente saliva al ver lo cerca que había
quedado de mí, su pecho rozaba el mío, podía percibir su pesada
respiración. Él fijó su mirada en la mía, la intensidad entre los dos
era torturante.

-Hay cosas que están pasando muy extrañas, Celeste, debes


tener cuidado susurró, su aliento sobre mis labios.

Le sostuve la mirada y pregunté:

-¿De ti?

Él estiró la comisura de sus labios en una leve sonrisa e indagó


diciendo:

-¿Qué me hablas?
Sin que nada me quedara por dentro pregunté:

-¿Tú lo mataste?

El padre William alzó una ceja.

-¿Me crees capaz de algo así, Celeste?

-Sí-respondí luego de dudar un poco.

Me apretó de la pared, dejé de respirar cuando sus labios


rozaron los míos, cerré los ojos esperando que me besara, pero
él no lo hizo, solo amplio su sonrisa viendo como reaccionaba
ante él. Lo disfrutaba.

-No digas estupideces -susurró y más te vale que no vuelvas a


repetir eso, de lo contrario habrá consecuencias.

¿Consecuencias?

¿Qué clase de consecuencias? Quería preguntar pero sentía que


la lengua se me había desconectado del cerebro y entonces, el
padre William me soltó retrocediendo sus pasos y se fue.

Respiré con profundidad.


Mi mente ahora estaba más revuelta que antes.

Voltee al sentir que alguien me miraba y vi que se trataba del


niño Zed, cuando él se dio cuenta de que lo miré; salió corriendo.

¿Qué tanto habría visto?

Fui detrás de él, ¿qué hacía fuera de la zona de los niños del
orfanato?

De repente cuando fui por uno de los pasillos persiguiéndolo le


perdí la pista, sin embargo me di cuenta de que estaba pasando
por la oficina de la madre superiora, la luz estaba encendida y la
escuché decir:

-¡¿Pero es que no puedes hacer nada bien?!

Me asomé por la rendija de la puerta entreabierta y me


sobresalté al ver que le dio una bofetada a Georgette que
ocasionó que ella cayera al suelo.

Ahogué un gemido de la impresión tapando mi boca para evitar


gritar y que notaran mi presencia.

Nunca había visto que la madre superiora le levantara la mano a


alguien.
-Eres una inmundicia -le gritó la madre superiora mientras
Georgette lloraba desde el suelo, ¡le has dado la entrada al
pecado y a la muerte con ese bebé que engendraste! A causa de
la lujuria ¡has engendrado a la bestia!

Me quedé en shock.

¿Georgette estaba embarazada?

Pero... ¿quién era el padre? La madre superiora no había dicho


quién la embarazó. De repente analicé un poco, el único hombre
que era capaz de estar entre nosotras y de hacernos pecar... solo
había un nombre.

Me quedé fría.

¿Y si era... del padre William?

Capítulo 25: Pesadillas de media noche

Sentí que no podía respirar, su peso me aplastaba, él estaba


sobre mí sin dejarme opción de escapar, riendo; sabía que se reía
de mí y mi debilidad, gritaba pidiendo ayuda pero nadie me
escuchaba, no podía abrir los ojos por más que lo intentara, era
como si luchara contra una fuerza mayor.
Me debilitaba, mi visión se tornó borrosa y entonces todo
empezó a desvanecerse.

Desperté.

Abrí los ojos con el corazón acelerado sintiendo que apenas


podía recuperar el aliento. Las lágrimas empapaban mis ojos.

¿Hace cuanto que no tenía esa recurrente pesadilla que me


dejaba el cuerpo temblando? Hace mucho, de eso estaba segura.

Solté un suspiro, me dolía la cabeza miré hacia la otra cama, ahí


no estaba Georgette, pero ahí estaban todas sus cosas aún, la
noticia de su embarazo me tenía sorprendida, ¿qué habría
pasado con ella anoche después de lo que vi en la oficina? ¿qué
habría hecho la madre superiora con ella anoche? ¿quién sería el
padre de ese bebé? Nunca sospeché algo así de Georgette, era
muy inocente, muy pura...

Aunque ahora que lo pensaba yo también me creí así y tambien


tenía secretos con el padre de la iglesia, lo que me hacía pensar
otra vez en esto, ¿acaso el padre William lo hizo? ¿estuvo con
ella también? Solo pensarlo me hacía sentir celosa. ¿De verdad
se la había follado? Pensar en que se la hubiera follado al mismo
tiempo que a mí me hacía sentir estúpida pero es decir él mismo
dijo que no teníamos compromisos... ¿entonces por qué me
sentía tan posesiva?
...¿Me había enamorado del padre William? Siendo una monja
era lo más estúpido que me pudo haber ocurrido.

Pasé una mano por mi rostro para darme un baño y dejar de


pensar en todo esto, pero mis pensamientos solo me
atormentaron más. Estar con el padre de la iglesia era el deseo
prohibido que tanto me deleitaba en cometer. Pero era diferente
al amor, nunca se habló de amor en esto.

Pero entonces... ¿por qué dolía tanto pensar en que estuviera


con otra persona? ¿celos? Nunca fui alguien celosa,
principalmente porque nunca tuve una pareja a quién celar...

No.

No eramos pareja.

Ya debía dejar de pensar en eso, iba a enloquecer.

Solo esperaba no encontrarme al padre William tenía muchas


dudas con respecto a él. Pero si él ya no quería nada conmigo
pues no volvería a buscarlo lo evitaría hasta que esto que
empezaba a sentir se desvaneciera.

Por su bien, por mi bien, y por mi carrera como monja y posible


futura madre superiora.
Después de bañarme, fui a desayunar con el resto de las novicias
y fui a mis clases habituales, sentí la ausencia de Georgette, solo
me hacía más preguntas porque nadie más que yo noté que ella
no estaba.

Entré al templo principal, aún era temprano, aproveché que


todas estaban en el almuerzo y me arrodillé frente a la imagen
del Cristo Crucificado a lo alto para tener privacidad, sus ojos
apuntando al cielo en un rostro afligido, la sangre de bronce
tallada en pintura dorada escurría de su cuerpo semidesnudo,
quería renunciar al descaro, quería dejar de ser descarada y
cerrar estas puertas de pecado que había abierto con absoluta
conciencia.

-Perdona mis pecados, por favor susurré, me he burlado de mi


progreso para ser una monja, he caído en tentación con el padre
William, perdón... me arrepiento. Amén.

Apreté los labios aún sabiendo que todo lo decía de los dientes
para afuera, que no me arrepentía de nada, y que estaba
pidiendo perdón a algo que no sentía realmente. Porque apenas
cerraba los ojos, solo pensaba en las gruesas manos del Padre
William tocándome en todos lados; en sus dedos dentro de mí
haciéndome retorcer de placer, en sus dientes cuando se
asomaban en esa peligrosa sonrisa de ojos oscurecidos y esa
mirada penetrante que tanto me hacía temblar, su lengua
lamiéndome entera, y sus profundos jadeos, antes de darme
cuenta aquí estaba, mordiéndome los labios con la cara
enrojecida.
«Vögeln»
«Ya basta, no debo pensar en esto, mucho menos frente a la
imagen del cristo».

-Lo siento -susurré, nunca más lo volveré a ver, lo evitaré a como


dé lugar, lo prometo.

Me persigné y me levanté del suelto cuando de repente escuché


a mis espaldas:

-Celeste.

Me tensé.

Capítulo 26: Visita inesperadas

Era la voz de la madre superiora, esperaba que no me hubiera


escuchado todo lo que dije o... pensé.

Si escuchó mis pensamientos ya podía ir armando mi maleta y


saliendo a la calle porque de seguro que me iba a echar.

Voltee sintiendo que mi corazón latía en mi garganta del temor.


-¿Sí madre? -pregunté acercándome a ella, ella estaba de brazos
cruzados viéndome, su mirada como una daga que me
traspasaba, su rostro de facciones duras; la felicidad no estaba
en ella.

Tragué pesadamente saliva sin saber lo que ella estaba pensando


o lo que sabía.

-Llegó visita para ti.

Disimulé mi completo alivio. Por un instante pensé que me


reclamaría lo del padre William.

-¿Visita? -repetí, ella se dio la vuelta y empezó a caminar sin


repetir lo que me avisó, al parecer hoy estaba de muy mal
humor.

¿Quién pudo venir a verme? que extraño, no sabía que tendría


visita.

Salí al patio donde estaba el área común de visitas, y fui hacia


donde estaban mis padres, lo primero que vi fueron 2 grandes
bolsas y sus sonrisas radiantes. Mi madre, una señora de edad
avanzada de 60 recién cumplidos llevaba su típica falda larga y su
camisa de estampados que según ella- disimulaba su sobrepeso y
mi padre un hombre de 70 años algo esquelético por tener una
larga vida de fumador, ambos de origen humilde donde su
trabajo diario era en una tienda de venta de objetos antiguos en
el pueblo, la mayoría de las personas decían que yo era la viva
imagen de mi madre en los ojos celestes y el cabello castaño,
pero con el cuerpo de mi padre sin mucha masa muscular.

Tenía varias semanas sin verlos, desde el funeral de mi primo


John, me acerqué con una sonrisa y los abracé con gusto,
siempre era un placer verlos a pesar de que fueron mis tíos y mis
hermanas mayores los que se encargaron de criarme; ellos ya
eran demasiado mayores para cuando nací; y con 6 hermanas
mayores que la última me llevaba 12 años de diferencia fue una
infancia un poco solitaria para mí.

-Hay muchos policías ¿qué ha ocurrido?

-dijo mi madre.

-Es seguridad -me limité a decir.

-Escuché que hay un asesino suelto en el pueblo y que cobró la


vida anoche de alguien que trabajaba aquí, nos asustamos
mucho continuó diciendo mi madre.

-Los policías dijeron de que eso fue un suicidio -le aseguré.

-La intenté convencer de que estabas bien, pero ella no me hizo


caso -dijo mi padre sabiendo que a veces mi madre sufría de los
nervios.
No quería profundizar en ese tema, mis padres eran muy
nerviosos, más mi madre; sobretodo ella, así que les pregunté
como les iba, me comentaron que mi hermana mayor se
contactó hace unos días con ellos, me sorprendió que parecían
alegres por eso, desde que ella tomó la decisión de irse a New
York y trabajar como pole dancer le hicieron una equis, pero
todo lo entendí cuando mencionaron que ella les había enviado
dinero.

El dinero siempre era capaz de arreglar hasta el peor de los


problemas.

Mis padres me comentaron que uno de mis primos estaba


ayudándolos en la tienda, cosa que no comprendía porque su
trabajo no era que daba una millonada; nunca tuvieron
ayudantes o trabajadores, solo eran ellos dos. Entonces
mencionaron que él los había acompañado también para esta
visita pero que estaba en le baño.

-¿Cuál primo es? -pregunté.

-El primo Álvaro. -dijo mi padre orgulloso.

Se me borró la sonrisa de la cara entendiendo de cuál primo


hablaban.

-Oh, ahí viene... -dijo mi madre.


Voltee encontrándomelo de frente y dejé de respirar, pero no
era una sensación agradable, era agria, era asquerosa, yo di un
paso atrás.

-Hola, Celeste. -dijo como si yo tuviera ganas de hablar con él,


como si fuéramos amigos.

-¿Qué hace él aquí? -solté sin un poco de simpatía.

-Quiso acompañarnos. -dijo mi madre.

-Quería verte -susurró tan bajo que de seguro yo fui la única que
escuchó tal cosa.

Voltee hacia mis padres y fingí una sonrisa.

-Ah, que bueno, y entonces, ¿ya se van? -pregunté.

-Sí, pero vamos a dejar estas donaciones para los niños del
orfanato. —dijo mi madre enseñándome las bolsas que llevaba.

-Vale-dije, observé como ellos empezaron a irse y sin poder


resistir que Álvaro estuviera cerca de ellos lo tomé por la muñeca
con fuerza deteniéndolo, todos voltearon a mirarme, sonreí;
falsamente por supuesto.
-Si no les importa, ¿puedo hablar un momento con el primo
Álvaro? Es que necesito preguntarle unas cosas. -dije.

Ellos solo les dio igual y se fueron, el primo Álvaro se volteó hacia
mí para hacerme frente, era varios centímetros más alto que yo
pero aún así no me dejé intimidar, alcé la barbilla, sus ojos claros
brillando en diversión y esa sonrisa ladeada burlesca
resplandeciendo en su boca.

-¿Qué se supone que crees que haces? - solté enojada.

-¿Por qué siempre crees que tengo dobles intenciones? -replicó


en ese tono burlón que tanto me estaba comenzando a irritar.

-No quiero verte aquí, este es mi espacio -le solté, ni quiero que
te acerques a mis padres siendo solo una sanguijuela viendo qué
puede exprimir.

-Ellos me aman.

-Pero yo te desprecio. -repliqué.

-¿Una monja puede tener esos sentimientos? -dijo alzando una


ceja sabiendo que yo tenía las de perder por estar haciendo esas
amenazas. Me mordí la lengua, evidentemente no, teníamos que
ser seres de luz, seres de paz.
Él se acercó a mí y me tomó de las muñecas, su toque lo sentí
pesado, como si me tensara el cuerpo entero, la ganas de
vomitar se aferraban a mi garganta.

-Mírate tan llena de resentimientos susurró ¿Porque te pusiste


pálida? ¿por recordar el pasado? Recuerdo como hacer que se te
ponga la cara roja.

¿Como podía ser tan descarado? Me intenté zafar de su agarre


pero él no me lo permitió.

-Suéltame exigí, pero mi cuerpo tembló.

-A pesar de que te crees fuerte sigues siendo la misma -dijo en


burla- ¿qué harás? ¿rezar? Eso nunca te ayudó -se inclinó hacia
mí para morder mi cuello.

No pensé, solo reaccioné.

Alcé la rodilla y le di duro en la entrepierna, cuando jadeó


adolorido y me soltó, le di un puñetazo en la nariz que comenzó
a escurrirse la sangre a mares por su cara.

Uhg.

Se la había roto pero se lo tenía bien merecido. Aprovechando


que nadie me vio me iba a ir porque de seguro que esto me
traería graves problemas, pero de repente me quedé tensa
cuando escuché a mis espaldas:

-¿Qué ocurre aquí?

Capítulo 27: El guapo policía Reynolds

Voltee sintiendo que había palidecido aún más cuando vi que se


trataba de un policía, pero para mi alivio parecía mirar a Álvaro
de manera desconfiada y no a mí.

-¿Todo en orden? -continuó diciendo el policía espero que la


visita no esté incomodando a las monjas.

Noté que la camisa del policía tenía una pequeña placa donde se
leía: «Reynolds I.» Era más alto que Álvaro y más corpulento
también con su uniforme correctamente puesto, su mirada era
fija y de autoridad, recuerdo haberlo visto estos días anteriores
de paso con los demás policías.

-Nada, todo en orden dijo Álvaro limpiándose la sangre del rostro


con el reverso de su manga.

Claro, Álvaro no le tenía miedo a Dios, sino a policías porque el


ya había tenido problemas con la ley.
-Vete-dijo el policía Reynolds, Álvaro no se inmutó ni dijo nada
más, solo se fue de ahí rápidamente.

Tomé una profunda respiración.

-¿Estás bien? -dijo te veías incómoda.

-Lo estaba, un poco -susurré volteando hacia él y lo miré mejor


encontrándome con sus ojos tan verdes como la esmeralda, su
rostro de facciones suaves y definidas lo hacía tener una belleza
natural, él alzó ambas cejas pareciendo sorprendido.

-¿Qué ocurre? -pregunté confundida porque se me había


quedado mirando como si estuviera hasta horrorizado.

Aclaró su garganta y sonrió un poco.

-Perdón, es... que eres muy bonita. No me lo esperaba.

Sentí sonrojarme, él hizo una mueca pareciendo saber que no


debió decir tal cosa.

-Lo siento que inapropiado fue decirle eso a una monja continuó
diciendo.
-Un poco -admití, usualmente cuando la gente me veía no decía
cosas como esa, sino más bien habían miradas de curiosidad,
escaneos desde la punta de mis pies hasta mi rostro y
murmuraciones, unos de burla, otros de admiración y respeto,
pero la mayoría jamás se le pasaría por la mente calificar la
belleza de una monja.

-Perdona -prosiguió avergonzado

-No hay problema sigo estando comprometida con él señalé el


cielo refiriéndome a mis votos y promesas hacia Dios.

Esperaba poder cumplirlas bien esta vez.

Él me señaló el camino de regreso al templo y decidió


acompañarme, ambos íbamos caminando en un breve silencio
hasta que el preguntó:

-¿Puedo preguntar que te llevó a ser monja? Si no es... muy


entrometido de mi parte.

Lo miré y sonreí un poco por su curiosidad, ambos nos detuvimos


en la entrada del pasillo para poder hablar con esta mejor luz,
pero cuando abrí la boca para hablar, la madre superiora
irrumpió en la sala diciendo:

-¿Que significa esto?


Nos sobresaltamos.

-¿Y qué estas aquí perdiendo el tiempo hablando con policías? -


continuó con ese mal humor que tenía temprano.

-Madre, yo...

Ella no me dejó hablar, se acercó a mí y me agarro del brazo,


temí por lo que me esperara cuando entramos a la oficina.

-No quiero verte hablando con hombres que no son los santos de
la iglesia como el padre o los diáconos.

Casi quise reírme por decirme tal cosa, pero realmente ella me
tenía asustada, nunca la había visto tan enojada.

-Todas parecen haber perdido el rumbo -dijo.

-¿Lo dice por Georgette? -pregunté ella no durmió anoche en la


habitación.

-¿Y no lo sabes? si estuviste escuchando ayer pequeña chismosa


dijo sabes que está embarazada, sabes que ahora está en
encierro.
¿Encierro? ¿a alguien embarazada? Me parecía de lo más ruin,
porque el encierro era estar en un sótano de la catedral detrás
unas rejas donde te daban una sola comida al día, sin bañarte y
sin poder ver la luz del sol.

-Pero madre...

-Es un castigo -dijo la madre superiora manteniendo su postura


inflexible.

Me molestaba que tuviera esa actitud, si la castigaba iba a hacer


que tuviera un aborto involuntario.

-Tiene que soltarla -dije- No puede ser tan inhumana.

Noté como no le agradó en lo absoluto que le replicara, su rostro


se tensó aún más y entonces alzó la mano y con la palma abierta
me cacheteo volteándome la cara, el sonido de su palma
impactando con mi piel me hizo apretar los ojos ante el picor que
le abrió paso al dolor.

-Anda a despedir a tus padres -me ordenó o no estoy segura si


fue una amenaza y aléjate de esos policías.

Apreté la quijada sin decirle nada más porque replicarle iba a ser
una falta de respeto y me di la vuelta saliendo de su oficina
sintiendo aun que mi rostro palpitaba del ardor de su bofetada.
Me encontré con mis padres y los despedí tragándome las
lágrimas que amenazaban al borde de mis ojos y el nudo en mi
garganta.

No todo era color de rosas en la catedral, siempre había días


malos, realmente malos y luego estos; los fatales.

Fui hacia donde estaban los niños del orfanato a atender que
todo estuviera bien, noté que Zed evitaba mirarme de resto todo
iba bien en la estadía que llevaban aquí. Al salir fui hacia el patio,
quería relajarme un poco en el arroyo donde nadie pudiera
molestarme o perturbarme más este día que solo parecía ir de
mal en peor en especial porque no podía sacarme de la cabeza
esos pensamientos pecaminosos con el padre William, como si
entre más lo intentara alejar, más venía a mí todos esos
momentos donde me derretí por él y su divino toque.

Me acosté a la orilla del arroyo hacía mucho calor a pesar de que


ya estaba oscureciendo, pasé una mano por el agua estaba fría,
por medio segundo me provocó bañarme. Observé mi reflejo en
ella, ¿me reconocía? Sentía que había cambiado no solo en un
aspecto, sino en varios aspectos de mi vida.

De repente otra imagen detrás de mí se reflejó en el agua.

-¿Hoy no te quitarás la ropa?


Dejé de respirar de la impresión y voltee rápidamente sintiendo
mi corazón acelerado...

Capítulo 28: El arroyo con el padre William

Ahí estaba.

El hombre que tanto estaba intentando evitar ahora se me


presentaba en todo los lugares que veía.

-Padre William-susurré, ¿pero qué hace aquí?

Había estado haciendo un buen trabajo hoy huyendo de él, sin


embargo él vino a mí como si se negara a soltarme. El sol
alumbraba la parte trasera de su cuerpo y su rostro, dándole un
aspecto más sobrenatural, siempre me sorprendía su belleza era
intrigante, salvaje, enigmática, nunca pasaba desapercibida.

-Te vi salir, me preguntaba a donde irías -comentó.

-Solo quería estar sola. -comenté mirando nuevamente al frente


y abracé mis piernas a mi pecho.

-¿Quieres que me vaya? -preguntó.


-No, no realmente. -admití.

Él tomó asiento a mi lado, a pesar de no tocarme, estaba lo


suficientemente cerca de mí como para alborotarme las
hormonas otra vez, sentía que mi respiración se había acelerado,
el medio de mis piernas en un calor infernal.

¿Pro qué no podía controlar mi cuerpo cerca de él?

-Te noto triste. -comentó.

No podía decir todo el día horroroso que pasó, así que decidí
hablar de otra cosa que me tenía intrigada.

-Georgette está embarazada -dije-, la madre superiora la encerró


como castigo.

Voltee a mirar su reacción, él miraba el arroyo, su perfil siendo


hipnótico, como si todo de él fuera digno de dibujar.

-Eso escuché. -comentó no hizo más gestos ni habló mas al


respecto.

No pude aguantarme la lengua y pregunté:


-¿Tú la embarazaste?, eres el único capaz de sobrepasarse con
una monja.

Él volteó a mirarme, sus ojos grises como la misma plata


mostrando el desconcierto de mi pregunta.

-Celeste, no te confundas -dijo, no soy la clase de hombre que va


con distintas mujeres al mismo tiempo.

No dije nada porque realmente sí creía que era el clase de


hombre que iba con distintas mujeres al mismo tiempo.

-¿Acaso veo celos? -preguntó- Sabes que, lo que tuvimos no fue


más que sexo, no podemos involucrarnos.

Que lo dejara en claro me molestaba más, pero él tenía razón y


tenía que aceptarlo.

Nuestros mundos no podían mezclarse ambos teníamos trabajos


y apariencias que mantener.

-Es que... pensé que habías sido tú el que la dejó embarazada -


admití como justificación a mi acusación.

Él me sostuvo la mirada, su gesto no cambió.


-No he tocado a otra monja, Nonne, solo tú. -admitió.

Entonces... ¿de verdad no había estado con otra? No sé por qué


esas palabras me alegraron el alma entera y evité las ganas de
sonreír. Me consumí en sus ojos grises que parecieron
oscurecerse cuando mordí mis labios, sentía que me estaba
incendiando, la tensión que tanto nos acercaba empezó a
tornarse torturosa.

Deseaba saltarle encima y quitarnos estas gruesas prendas de


encima como dos animales.

Iba a irme al infierno por pecar tanto en mi mente.

-¿Tienes calor? -preguntó el padre William de repente, su tono


de voz había bajado a uno un poco más profundo.

-Algo-susurré sintiendo que mi rostro se estaba incendiando del


sonrojo.

-¿Nos bañamos en el arroyo? -propuso.

Lo miré como si bromeara, pero luego entendí que no era una


broma, que lo decía en serio.

-¿Estás demente? Nos pueden ver. -dije.


-Ya cayó la noche -miró el cielo que se volvía cada vez más
oscuro a medida que la luna y las estrellas tomaban su lugar-, es
muy poco probable que nos vean.

-Tu primero -lo reté creyendo que no lo haría.

Él padre William bajó la cabeza a mirarme, sus ojos grises


brillando, esa sonrisa maliciosa iluminó su rostro ante el reto que
le impuse, vaya, pero qué mirada, ¿algún día dejaría de mirar lo
perfecto que era su apariencia física? Es que no era yo sola,
cualquiera con ojos lo notaba.

Se levantó de mi lado con la mirada fija en la mía, pensé que se


iría, en cambio él empezó a desabotonarse el pantalón y sin decir
nada se lo bajó...

Oh.

Me quedé perpleja al ver sus piernas algo velludas torneadas y


bien ejercitadas, al descubierto y sus boxer de color azul marino.
Disfrutando de mi mirada perpleja fue a su camisa para
soltársela y me la tiró a la cabeza dejando su increíble torso al
descubierto cubierto de tatuajes, sus musculosos brazos donde
las venas se le marcaban, tuve que recordar como cerrar la boca.

Este hombre era un adonis en toda la expresión de la palabra.


Tragué pesadamente saliva ante semejante estriptis y entonces
se dio media vuelta dándome una deslumbrante vista de su
espalda musculosa y su culo redondo para entonces meterse al
agua.

Me quedé perpleja mirando al rededor de que nadie estuviera


viendo esto, que el padre de la iglesia se había desnudado y se
había metido al arroyo, se hundió y segundos después salió,
algunas gotas escurriendo por su cara y su cabello siendo un
pecado más difícil de resistir y dándome pensamientos peores a
los de todo el día, de todas las formas en las que podía ponerme
y follar.

-¿Te atreves? -preguntó el padre William a ver si me desnudaría


y me metería con él al arroyo.

Tragué pesadamente saliva.

Estaba tomando otra vez malas decisiones, pero no me


importaba.

-Me atrevo-susurré y entonces me empecé a quitar las


vestimentas...

Capítulo 29: Pasión en el arroyo (Parte I)

Deslicé el cinturón dejándolo caer al suelo, luego el escapulario y


seguidamente me quité el velo dejando mi cabello suelto que
empezaba a revolverse con la brisa fría, me quité la túnica de
encima, quedando con el vestido de abajo casi trasparente. Dudé
por medio segundo en continuar desvistiéndome al recordar que
me había puesto las bragas color beige grandes que llegaban
hasta mi ombligo y mi sostén sin espuma de tela blanca e
insípida.

No eran... nada atractivo.

Pero es decir, él no me había visto enteramente desnuda en una


luz tan clara y eso me daba algo de temor; no quería que viera mi
peor lencería.

¿Pero... por qué pensaba en esto?

No.

¿Qué estaba haciendo?

¿De verdad me estaba dejando llevar otra vez por él


arriesgándolo todo por la emoción del momento?

¿Pero qué pasaba conmigo? Usualmente no era tan estúpida.

Miré alrededor al escuchar el soplo del viento como un rugido


tenue y a la vez salvaje, las hojas crujiendo donde
probablemente los insectos y las ratas se arrastraban por la
tierra, la catedral estaba infectada de ratas; se había fumigado
varias veces, pero siempre volvían, mi mente fue a Georgette,
habían muchas ratas en el sótano, debía de estar asustada por
estar ahí... y asustada con ese bebé.

Voltee al escuchar el chapoteo del agua y miré al padre William


sumergiéndose en el arroyo donde el agua fluía lento
completamente cristalina y brillosa.

Mordí mis labios, ¿iba a seguir a este hombre luego de que me


saliera con patadas la última vez? Bueno, patadas y lengua entre
mis piernas, sus dedos, su mirada oscurecida en completo
deseo...

Basta.

Quería olvidarlo pero entonces el recuerdo de mí sobre su


escritorio mientras él me hacía jadear y arquearme en completo
deseo mientras me apretaba los pechos me invadieron mi
mente.

No, ya basta.

El padre William surgió del agua moviendo su cabeza como todo


un modelo de televisión, las gotas escurriendo por su cabello
oscuro y suerpo luciendo condenadamente sexy con esos
tatuajes que resaltaban en distintos contraste, de repente se
volteó fijando sus ojos grises en mí y estiró sus labios en esa
sonrisa pícara que tanto me hacía erizar la piel.
Dejé de respirar al sentirme estremecer,

¿como lograba deslumbrarme siempre?

-¿Qué ocurre? -preguntó- ¿te acobardaste?

¿Acobardada?

Acobardada no, sino que estaba frenada por la consciencia que


me gritaba que este hombre me decía dos palabras y ya estaba a
sus pies, es más, él ni siquiera tenía que hablar, bastaba con
mirarme con esa pícara mirada de pecado para yo dejarme llevar
por la lujuria.

Que en este momento no llevara sus santas vestiduras y


mostrara su cuerpo mortal lo hacía más llamativo que antes.

Si entraba con él al arroyo iba a volver a caer, estaba segura, de


lo que no estaba segura era que si yo quería resistirme.

Tragué pesadamente saliva.

-Yo... empecé a murmurar y mi voz se perdió al verlo ahí en


medio del arroyo que le llegaba a la altura de las caderas con el
agua formando ligeros aros alrededor de él, la tenue oscuridad
marcando sus músculos, la curva de su pelvis marcándose
rogándome a que le quitara el bóxer que llevaba puesto para
terminar de deslumbrarme.

Increíble como me tenía boba por fotografiarlo en este


momento.

Sería una foto épica, pero ilegal; una que jamás podría mostrar,
así que solo la mantendría en mi cabeza.

-Ven... -susurró, llamándome, incitándome a probar nuevamente


de la fruta prohibida.

Lo sentía como él si fuera la sirena que canta e hipnotiza a un


pirata, aquí estaba, siendo el pirata completamente hipnotizada
por él. El padre William al darse cuenta de que me quedé
congelada en mi sitio dudosa, se acercó a mí, el balanceo de sus
musculosos hombros en un lento vaivén haciéndolo parecer un
modelo o un dios; el dios poseidón de la mitología griega; cosas
ilegales de las que no deberíamos saber ni creer por ser monjas;
mitología.

El padre William salió del agua, solo le faltaba el tritón para


terminar de convencerme de que de hecho era irreal, las gotas
escurriéndose de su cuerpo escultural y los tatuajes, me fijé en
uno en particular, unas cerezas cerca de su pecho derecho;
pequeñas como si se enroscaran en las ramas.
Dejé de respirar cuando el padre William se detuvo frente a mí,
lo suficientemente lejos para no monjarme, pero lo
suficientemente cerca para que el vapor subiera por mi vientre y
cubriera mi cuerpo entero con la atracción torturante.

Sus ojos grises brillosos fijos en los míos cuando el padre William
preguntó:

-¿Necesitas que te ayude a quitarte la ropa?

Tragué pesadamente saliva alzando la cabeza para poder mirarle


el rostro, de repente se me había olvidado como hablar.

-Sí-susurré, porque así tendría una excusa de que el demonio me


sedujo y no que fui yo la que me lancé al infierno.

Este hombre era tan intenso que era capaz de hacerme querer
todo lo que era incorrecto.

Él padre William estiró sus labios en una leve sonrisa mientras se


inclinaba hacia mí, su rostro quedando tan cerca del mío que creí
que me besaría, pero no lo hizo, su nariz rozó la mía mientras me
sostenía la mirada, me quedé muy quieta cuando sentí la yema
de sus dedos húmedos y fríos en mis muslos, empezando a
deslizarse lentamente hacia arriba con mi toga transparente,
rozando mis caderas, mis cintura, los laterales de mis pechos...
Alcé los brazos y él terminó de quitarme la túnica dejándola
junto con mis demás prendas, ahora sí estaba expuesta
unicamente con mi ropa interior frente a él.

Sin secretos.

Dio un paso atrás, sus preciosos ojos como la plata se deslizaron


por mi cuerpo y noté como estiró la comisura de sus labios.

-Bragas de abuelita -susurró-, me gusta.

Sentí mi rostro sonrojarse, mal día para no usar unas bragas


normales.

-Es que son las que usualmente usamos las monjas y son... -
empecé a explicarle que era parte de los uniformes (además de
que eran muy cómodas) pero él posó su dedo indice sobre mis
labios, su simple tacto ardiendo como si me tocara en todo el
cuerpo cuando dijo:

-Me gustan.

Deslizó lentamente su dedo por mis labios, sentí que mi piel se


erizó y él relamió sus carnosos labios haciéndome recordar lo
bien que era besarlo.
-Pero me gustarías más sin nada puesto -susurró el padre
William y estirando su mano hasta detrás de mi espalda, me
desabrochó el sostén.

Capítulo 30: Pasión en el arroyo (Parte II)

Ahogué un jadeo sosteniéndome la parte de enfrente de la tela


de mi sostén antes de que se me cayera, él se rió entre dientes,
los hoyuelos marcándose en sus mejillas, pocas veces lo veía o lo
escuchaba reírse, lo hacía mucho más atractivo, llamativo;
malvado.

-Ya te he visto Nonne -susurró-, y me gusta todo lo que estoy


viendo ahora.

Tragué pesadamente saliva y llenándome de valor, me dejé de


sostener el sostén dejando que cayera al suelo, él sonrió con
aprobación mientras alzaba su dedo pulgar y lo pasaba por mi
pezón izquierdo dejándolo completamente erecto; tan duro que
era doloroso, su tacto encendiendo todo mi cuerpo cuando se
deslizó por mi cintura en una caricia tan tortuosa que me
estremeció por completo, deteniéndose en el punto donde
llegaban mis bragas.

-Sígueme seduciendo monja del arroyo -susurró con voz ronca y


seductora-, quítate las bragas, quiero ver a esta ninfa
enteramente desnuda ante mí.
Su dedo tocó el borde y lo deslizó lentamente por toda la
longitud de la tela, mi respiración completamente desastrosa, mi
corazón latiendo tan rápido que lo podía oír.
No pensé en que nos pudieran ver, no pensé en ninguna
consecuencia, solo pensé en sus ojos grises oscurecidos
mirándome con entera adoración cuando tomé los bordes de mis
bragas y sintiéndome empoderada bajo su mirada me deslicé la
tela por mis piernas hasta dejarlas en el piso junto con mis
zapatos.

Ahora sí.

Bajo la brillante luz de la luna, en la oscuridad de la noche a la


orilla del arroyo desolado rodeados de la música de los insectos,
quedé enteramente desnuda ante el padre William y su mirada
de entera adoración hacia mí.

Estaba temblando, pero el deseo era mayor que los nervios de


sentirme expuesta, guiada por una pasión que no podía controlar
y sobre todo; no quería.

Era muy diferente estar medio vestida o en completa oscuridad


que estar enteramente desnuda de pie en un sitio peligroso
como lo era el patio de la iglesia con el sacerdote.

Una completa locura que solo me atreví a cometer por esos


intensos ojos grises; los ojos del pecado.
Él se deslizó también la única prenda que lo vestía y dejó sus
boxer a un lado con las demás vestimentas, su miembro erecto
saltando a la vista, me deseaba; le excitaba esta situación tanto
como a mí.
De lo prohibido.

El padre William alzó la mano y me tomó de la muñeca para


empezar a caminar conmigo hacia al agua que fluía lentamente,
y yo me dejé guiar mientras nos sumergíamos, como poseidón
que busca una mortal, en un paraíso perdido donde todo es
prohibido y las reglas son injustas.

Dentro del arroyo eran nuestras reglas, era nuestra roja manzana
del árbol de la vida.

-¿Está fría? -preguntó el padre William una vez que nos


sumergimos en el agua tibia, estaba divina más que con este
calor que llegaba a oleada de repente.

-Está perfecta. -susurré echando mi cabeza hacia atrás dejando


que mi cabello se mojara, él me tomó de la cintura, abrí las
piernas y me aguanté de sus caderas para enderezarme y
tomarlo del cuello, las gotas empezaron a deslizarse por mi
rostro, él me observaba, el momento de intimidad siendo más
intimo cuando sentí que su miembro me rozaba el vientre, mis
pezones endurecidos pegados a su pecho podía mirar el
profundo deseo en su rostro, en sus ojos oscurecidos y en su
quijada apretada.
Me moría por sentirlo dentro de mí.

Se inclinó para besarme pero aparté el rostro girándolo a un


lado, a él no le importó, empezó a besar mi cuello lentamente,
mordí mi labio inferior, pero entonces empecé a pensar, puede
que siendo este un momento intimo, pudiera averiguar más de él

-Quiero saber quién eres, padre William. -susurré.

-Un hombre usado por Dios... -susurró mientras deslizaba su


lengua hacia mi oreja y mordió el lóbulo, solté un gemido.

-No blasfemes que de seguro que por Dios no repliqué pero por
el diablo si.

Él soltó una ligera carcajada entre dientes y se enderezó de


modo que su nariz rozó la mía, su respiración tibia contra mis
labios mientras preguntaba:

-¿Quién crees que soy?

Le sostuve la mirada y susurre:

-Un infiltrado.
Dejó una leve sonrisa en sus labios cuando dijo luego de unos
segundos:

-Estás en lo correcto. Pero será un secreto entre tu y yo.


Que me lo confirmara me daba la certeza de que mis sospechas
eran ciertas, él no era un verdadero sacerdote, estaba aquí de
infiltrado con algún propósito.

-¿Y si hablo... que pasará? -alcé una ceja examinando su


expresión.

-Tendré que matarte. -respondió simplemente.

Se empezó a mover por el agua lentamente hasta que mi espalda


pegó de una roca a mis espaldas, me arquee jadeando cuando
sentí su miembro rozar mi entrada, estaba tan caliente que ya
me sentía al borde del orgasmo y apenas nos habíamos tocado,
solo el hecho de estar desnudos en este lugar me ponía a mil.

-¿Padre William? -susurré- ¿Serías capaz de matarme?

Él me miró y alzó un dedo tocando el lateral de mi cuello donde


estaba mi arteria carótida lentamente, me estremecí sintiéndola
pulsar bajo su tacto.

-Que desperdicio sería que dejaras de existir cuando eres lo


único que me interesa en este sitio -susurró y ese dedo en mi
cuello lo deslizó lentamente hacia mi rostr trazando el contorno
de mi nariz y de mis labios.

-¿Por qué estas aquí? -pregunté- ¿Trabajas con los otros policías?
-Ya respondí una pregunta -dijo, ahora te toca a ti responder a
una mía.

Me parecía justo.

-¿Qué quieres saber de mí? -pregunté.

No comprendía qué podía parecerle interesante de mí.

-Parecías muy incómoda tras la visita de tus padre -dijo. Más


aún, con la visita de tu primo. ¿Por qué?

Al parecer el padre William me había estado viendo desde las


sombras.

Mordí mis labios, sin embargo susurré:

-Mis padres no me criaron, lo hizo una tía cercana, y mi primo


Álvaro es su hijo -dije, su único hijo.

-¿Entonces por culpa de tu primo terminaste aquí? -siguió


indagando- ¿Para poder... alejarte de todos ellos?
Alcé una ceja, ya estaba averiguando demasiado.

-Era una sola pregunta. -repliqué Me toca a mí.

-Vale.

-¿Por qué estás aquí? -pregunté.

-Hay alguien que ha estado saboteando el templo desde hace


unos años atrás y el orfanato Angeles -explicó-, han habido
asesinatos injustificados por alguien que intentamos averiguar.

-¿Entonces eres un agente secreto? pregunté pestañeando un


par de veces incrédula. ¿Pero por qué pondrían a alguien tan
impuro como un sacerdote para una misión así?

-Me toca a mí-dijo ignorando mis preguntas alzando una ceja,


ahora no parecía haber humor en su rostro cuando preguntó:
¿Por qué una mujer joven tendría tanto rencor como para ser
monja teniendo una familia? A menos que quisieras alejarte de
alguien, como tu primo Álvaro.

Él sabía por qué camino iba, y yo sabía sus sospechas.


-Sí. -me limité a contestar, porque era precisamente por él y por
otras personas que arruinaron toda mi niñez.

Él entrecerró los ojos.


-Hay leyes del abuso. -dijo, claro que debía de ser evidente sus
sospechas acerca de mí, que tenía traumas, que tenía un horrible
pasado del que buscaba desesperadamente desaparecer y
resguardarme, por eso llegué a la iglesia.

-Las leyes no se cumplen -repliqué, a veces solo queda


reaccionar y ser nuestro propio superhéroe.

Por eso me postulé para ser monja, porque aquí estaba lejos de
todos ellos.

El padre William enfocó sus ojos grises en mi rostro, no sabía si lo


que veía era lástima en su mirada.

-¿Él sabe que eres monja y que tienes votos de castidad? Porque
parecía querer volver a tocarte. -dijo.

Me estremecí sintiendo una asquerosa sensación al pensar en


eso. Pero entonces me pareció hilarante que él me estuviera
hablando de eso.

-Tú me hiciste romper mis votos de castidad-repliqué con algo de


mofa, el que se suponía era el sacerdote.
Él sonrió parecía que la conversación que se había tornado
oscura, ahora se tornaba caliente otra vez cuando empezó a
mover las caderas en un lento vaivén, rozándome con su glande
toda mi entrada en mis labios inferiores, ahogué un jadeo
estremeciéndome, sus manos se deslizaron por mi cintura hasta
mis caderas y mis muslos, su toque como si quemara o ardiera.

Me fascinaba como me hacía olvidar todo con solo tocarme, mi


mente olvidando incluso la incómoda conversación que teníamos
hace solo unos momentos atrás, tal vez por eso me volví adicta al
deseo y la pasión que crecía entre nosotros, porque en ese
segundos no recordaba ni mi nombre, como si él fuera mi droga
personal.

Su boca tocó la mía, un beso completamente lujurioso que se


volvía cada vez más salvaje e intenso, su lengua jugando con la
mía como si quisiera devorarme entera, seguidamente su boca
bajó por mi cuello y atrapó mis pechos, su lengua lamiendo mis
pezones, primero uno y luego el otro, acaricié su cabello
sintiendo que me iba a derretir o me iba a deshacer en el agua
como un pan sin levadura. Volvió a subir a mis labios para darme
un breve beso y se separó solo un poco dejándome aturdida
mientras rozaba mi nariz con la suya, nuestras respiraciones
completamente agitadas. Quería que continuara tocándome y
besándome, sin embargo él susurró sobre mi boca:

-Soy el único con el que puedes romper las reglas, Nonne.


Moví las caderas contra él deseando que empujara su miembro
contra mí y me llenara por completo, estaba temblando
completamente deseosa.

-Justo como ahora. -continuó diciendo y entonces sentí como


metió su mano hacia el medio de nosotros para dirigir su
miembro hacia mi entrada, entrando apenas la punta, mordí mis
labios deseando que me follara sin piedad, pero de repente
escuché el crujido de unas hojas y luego pasos a los lejos.

Debían de ser los policías que estaban de guardia, daban vueltas


por los alrededores custodiando.

Sentí miedo, si nos encontraban aquí sería nuestro fin.

-Espera susurré tomándolo por los hombros creo que viene


alguien.

El padre William no se inmutó ante mi advertencia, sino que alzó


la mano cubriéndome la boca y empujó contra mí; llenándome
por completo.

Capítulo 31: En lo prohibido está la


diversión
Jadee ahogando mis gemidos contra la palma de su mano que
casi me dificultaba respirar, es que su mano casi me abarcaba
toda la cara. Miré sus ojos grises fijamente advirtiéndole con mi
mirada que esto era una completa locura, el agua apenas hizo un
ligero chapoteo que se podía confundir con la corriente, pero se
calmo enseguida cuando el padre William se quedó quieto con
su miembro entero dentro de mí; llenándome, excitándome,
incitándome a más.

-En lo prohibido está la diversión, Nonne. susurró el padre


William presionándome más contra mí.

Las pisadas se hacían más cercanas de la persona que se


acercaba, temía que nos viera aquí pero... al mismo tiempo, el
morbo que nos generaba esta situación era increíble y la
complicidad de su mirada ardiente y oscurecida sobre mí hacía
de esta situación prohibida algo más excitante.

Negué con la cabeza cuando lo sentí separarse un poco, conocía


sus intenciones y ahogué nuevamente un gemido contra la
palma de su mano cuando volvió a empujar clavándose en mi.

Pero esto era algo más que algo prohibido, esto era el morbo en
su máxima expresión, derritiéndonos el deseo clandestino de las
tinieblas.

Las pisadas del sujeto que se acercaba pasó justo arriba de


nosotros, al estar entre unas rocas y unas plantas si nos nos
movíamos podíamos pasar desapercibidos en la oscuridad, pero
aún así sentía que nos iban a descubrir y esto iba a ser un
completo desastre. Mi corazón latía tan deprisa que sentía que
palpitaba en mis oídos, dejé incluso de respirar, el padre William
tenía los labios estirados en una sonrisa que en medio de la
oscuridad parecía una completamente atrevida y maliciosa
cuando acercó su rostro al mío aún sin dejar de taparme la boca
cuando pasó su lengua por mi cuello lentamente, entorné los
ojos cuando toda mi piel se sintió arder en placer. Los pasos se
empezaron a alejar y entonces el padre William arrimó sus
caderas hacia atrás para empujar otra vez contra mí, esta vez no
se detenía, esta vez empezó a moverse lento haciendo poco
ruido en un vaivén constante mientras las pisadas se dejaban de
escuchar anunciando que el sujeto que merodeaba se había ido.

El padre William me quitó la mano de la boca y yo le di un ligero


golpe en su pecho fuerte como una roca que ni lo hizo inmutar.

-¡Eres un demente pad...! ¡Ah! -mi voz se ahogó cuando esta vez
no tuvo piedad empezando a moverse contra mí como una
máquina-¡Ah!

Me aferró apretando mi muslos mientras sus caderas empezaron


a clavarse en mí una y otra vez con fuerza haciéndome olvidar
hasta mi nombre, el sonido del agua haciendo eco de nuestros
movimientos, quise apretar los labios para evitar gemir tan duro
como lo hacía, pero el placer era tan intenso que se me hacía
imposible morderme la lengua, mi piel caliente, el vapor de mi
vientre empezando a inundar toda la zona de mis piernas, estaba
al borde, estaba casi desvaneciéndome.
-Así, gime mas duro, pecadora susurró, me aferré alrededor de
su cuello el sonido de nuestras pieles chocando al igual que el
agua agitándose alrededor de nosotros como si fuera una pelea
de peces por carnada.
Era demasiado, jadee echando mi cabeza hacia atrás y me
estremecí mientras todo el vapor caliente se extendía por todo
m cuerpo y me aferraba más a él sintiendo que si me soltaba iba
a ahogarme porque mis piernas temblorosas estaban débiles. El
padre William no se detuvo, seguía empujando contra mí y yo no
quería que parara, su rostro enrojecido, sus facciones
endurecidas y sus ojos oscurecidos en deseo eras suficientes
para excitarme, pasé las manos por los músculos de sus brazos
llenos de tinta.

-Eres un loco... -jadee.

-¿Ofendes al sacerdote? Eso es castigo replicó.

De repente salió de mí soltándome las piernas, apenas coloqué


los pies en la tierra del arroyo para estabilizarme cuando me
volteó en un simple movimiento dándole la espalda, coloqué mis
manos sobre la roca antes de darme un mal golpe en la cara, y él
sin intenciones de ser delicado me alzó de las caderas y yo me
arquee contra él ofreciéndome en una mejor posición cuando
me dio una nalgada que me hizo sobresaltarme y sin previo aviso
volvió a meterse su miembro sin piedad dentro de mí,
llenándome, jadee cuando me aferró de la cintura para
sostenerme mientras seguía embistiéndome, no podía parar de
gemir.
-¿Te gusta cuando te doy duro? susurró a mi oído antes de
morder el lóbulo de mi oreja, sentía que no podía hablar, no
encontraba mi voz.

-Responde -insistió, su mano se deslizó hacia el medio de mis


piernas para empezar a estimular mi clítoris con dos de sus
dedos en ligeros círculos, ejerciendo presión, como me
encantaba que estar con él era sinónimo de placer, sentía que mi
rostro entero estaba sonrojado y caliente, mi vientre
contrayéndose mientras mi otro orgasmo empezaba a crearse,
reclamando que era el máximo punto de placer al que mi cuerpo
quería llegar.

Cuando de repente, se detuvo.

-Responde, ¿te gusta que dé duro? susurró, sentía su piel vibrar


ante la excitación, notaba que estaba poniendo todo su
autocontrol para torturarme.

-Me encanta. -logré responder.

Intenté empujar mis caderas hacia atrás para yo misma


moverme, pero él alejó sus caderas rehusándose a darme lo que
quería, su mano siendo una suave caricia ante mi clítoris
hinchado que pedía que siguiera presionándolo como lo hacía
antes.

Necesitaba que continuara ahora.


-¿Quieres que te más duro, pecadora?

-susurró, sus labios moviéndose por mi cuello erizando mi piel


empezando a mover lentamente sus caderas contra mí,
necesitaba que acelerara sus movimientos.

-Por favor, padre William -respondí en un jadeo.

Satisfecho con mi respuesta, el padre William volvió a moverse


rápido contra mí, mi culo rebotando cuando su piel chocaba
contra la mía y el agua haciendo todo un chapoteo a nuestro
alrededor, presioné mi pecho de la roca intentando aguantarme
de algo, pero no había nada, él me sujetó del cabello provocando
que me arqueara contra él y buscó mi boca para darme un beso
posesivo y salvaje al mismo tiempo que sus dedos seguían
presionando mi clítoris moviéndose en ligeros círculos.

-Tus gemidos son mi perdición -me susurró sobre mi boca y


entonces fue demasiado, fue mi límite.

Exploté en mi segundo orgasmo sintiendo que me había dejado


barrida en la nada, sintiendo que ni siquiera podía tener un
pensamiento claro más que el clímax que todo mi cuerpo
disfrutaba, entonces él en un jadeo fuerte y varonil se
estremeció y salió de mí acabando afuera dejando el semen
sumergiéndose en el agua del arroyo dejando la única evidencia
de que profanamos la pureza del lugar sagrado.
Capítulo 32: Ofensivamente idiota

Cuando nuestras respiraciones se calmaron me limpié un poco


con el agua del arroyo entre las piernas y el cuerpo en general
para caminar hacia la orilla lentamente sintiendo que si pasaba
un segundo más ahí dentro me arrugaría como una ciruela-pasa.

El padre William salió detrás de mí, sentía que no podía verlo a la


cara mientras tomaba mis vestimentas y me vestía, nuevamente
me había dejado consumir por la fuerza del demonio que me
llamaba a pecar y lo peor era que no había remordimiento.

Iba por un muy mal camino que podía destruirme no solo la


carrera, sino mi reputación y elementalmente la vida entera.

-Me das curiosidad, nonne. -dijo de repente el padre William


irrumpiendo el sonido de los insectos del patio y de las hojas de
los arboles movidas por la intensa brisa de la noche.

¿Curiosidad?

-¿Y por qué? -pregunté por fin cubierta, me coloqué el cinturón y


mi rosario, ahora solo tenía que cubrir mi cabello para intentar
dejar esto en el pasado e irme, solo que mi cabello seguía muy
húmedo como para colocarme la cofía, intenté enrollarlo para
quitar el exceso y que de ese modo se secara más rápido.
Me agarró del codo con fuerza para que volteara a mirarlo, fruncí
el ceño sin tener más remedio que hacerle frente
encontrándome con esos ojos como la plata que entraban a mi
alma como si pudieran ver a través de mí.

-¿Por qué te lejas de mí actuando tan indiferente después de la


intimidad? preguntó.

Alcé una ceja mirándolo como si no lo comprendiera.

-Tú dijiste que esto no era más que sexo -repliqué.

¿Por qué ahora parecía molesto por mi indiferencia? Es decir,


esto era lo que él quería.

Él pareció aún más curioso por mi respuesta y preguntó


indagando:

-Quiero saber cuál es tu pasado. Veo que eres sexy, apasionada,


y entregada en la intimidad, ¿cómo terminaste estudiando para
ser monja?

Me alzó ligeramente el ego que alguien como él me considerara


sexy, pero si él supiera que solo había sido así de apasionada y
entregada con él... que nunca había sentido placer en el sexo que
antes solo pensaba que era dolor y asquerosidad, ahora... era
diferente, ahora sabía que la lujuria realmente existía y podía ser
adictiva.

Pero no iba a decírselo, no quería alzar más su enorme ego.

-Todos tenemos un pasado padre William-susurré.

Él no apartó la mirada de mí, estrechó los ojos como si quisiera


intimidarme, como si supiera que guardaba secretos, pero no
eran realmente secretos; era mi pasado, uno que intentaba
olvidar.

-¿Cuál es el tu pasado? -preguntó.

-¿Está investigándome? -pregunté con cierto sarcasmo al saber


que él era un infiltrado.

-Tómalo como quieras dio un paso hacia mí, su proximidad


mandando ese terror a mi pecho como si fuera incapaz de
controlar las reacciones de mi cuerpo ante él. Parece haber algo
en ti que me inquieta.

Fruncí el ceño sosteniéndole la mirada.

-¿Por qué? ¿temes que exponga delante de todo el mundo que


eres un falso sacerdote? -dije, entonces tendrás que matarme.
Le eché en cara las palabras que él había usado antes conmigo.

Él mantuvo su dura expresión, algunas gotas caían de su cabello


húmedo sin ningún rastro humorístico.

-Las bajas porciones de veneno nos han mantenido vivos -


susurró-, pero alguien morirá si seguimos comiendo del fruto
prohibido.

Sin decir nada más el padre William retrocedió sin volver a


mirarme, se vistió y se fue dejándome ahí a un lado del arroyo
pensando y entendiendo sus claras palabras dentro de esa
metáfora...

Que todo entre nosotros había acabado.

***

Al volver a mi habitación no veía a Georgette, sentía su ausencia,


me costé intentando dormir pero no podía conciliar el sueño
pensando en todo lo acontecido, ¿por qué me dolía que el padre
William decidiera ponerle un fin? No debería de doler, si desde el
principio sabía que era una aventura sin un buen final, sin
embargo el sentimiento de que hubiera pasado de mí seguía
aferrado a mi pecho, que lo maravilloso que fue ya no existiría.
Se sentía como un gran vacío.

Me levanté de la cama tomando un bate de béisbol que se


mantenía al lado del closet desde la última vez que se metió
aquel hombre enmascarado con la intención de asesinarnos.

Georgette debía de estar asustada y atormentada en el sótano,


así que iría a buscarla.

Salí de mi habitación intentando ser sigilosa cuando bajé las


escaleras y caminé por el pasillo buscando las escaleras del fondo
que daban al sótano, cuando de repente sentí que alguien que
venía sigilosamente detrás de mí me quitó el bate de las manos
con brusquedad.

Oh... no.

Me quedé rígida de la impresión cuando me voltee


conmocionada y asustada de que alguien me hubiera
descubierto mientras escuchaba que decía:

-¿Qué se supone que haces?

Era el padre William.

O más bien... el infiltrado sacerdote.


No tenía las ropas sacerdotales, sino un pantalón azul marino y
un suéter del mismo color como si fuera un pijama, aún así en
estas fachas cómodas lucía más mortal... más cómodo y más
atractivo.

No, ya no tenía que verlo con ojos de lujuria, tenía que colocar
un muro ante mis deseos.

Fruncí el ceño y alzando la barbilla dije:

-Rescatar Georgette.

Él miró el bate balanceándolo un poco, notando que estaba


pesado.

-¿Y a quién pretendes matar con esto?

-Es... por si acaso me encontraba con el asesino... -murmuré,


luego me di cuenta de que eso era una tontería, con alguien del
tamaño del asesino, era imposible que le ganara con un bate de
beisbol.

-Uhm, me parece una estupidez que vayas a meterte a rescatar a


Georgette, Celeste respondió-, ¿después de que la rescates
donde la piensas meter? ¿a tu habitación otra vez? ¿solo harás
que la madre superiora te castigue también a ti.
-Entonces intercede por mí, dile a la madre superiora que la
libere.

-Debo pasar desapercibido y causar los menos problemas


posibles con las autoridades de la iglesia -soltó-, no me meteré
en problemas por un capricho tonto tuyo.

¿Capricho?

Si pasar desapercibido era su meta, no había hecho un buen


trabajo en lo absoluto.

-Debiste pensarlo antes de meterte conmigo... -repliqué-Angelo


¿verdad?

Recordaba que "Angelo" lo había llamado la mujer de


mantenimiento, tenía sospechas de que era su verdadero
nombre, sabía que era una amenaza indirecta de mi parte y eso
no le agradó nada, su rostro se tensó en evidente molestia.

-No vuelvas a pronunciar ese nombre. replicó.

Me molestaba como empezaba a ser tan frívolo e indiferente


ante esta situación.
-Temo por la vida de Georgette. repliqué Tienes que hacer algo
ahora.

-Escucha -dijo dando un paso hacia mí, sus ojos grises fijos en los
míos pareciendo escalofriante cuando susurró: Podrás saber
quién soy pero aquí soy el sacerdote, y mientras no estés en mi
cama necesito que mantengas el respeto, ¿quién te crees para
darme órdenes y amenazarme?

¿Mientras no esté en su cama? Sentí mi rostro volverse rojo y


apreté los labios sintiéndome humillada y molesta.

-No puedo interferir en el trabajo de la madre superiora y tú


evita meterte en donde no te están llamando diciendo. Continuó

Este hijo de...

Se iba a dar la vuelta pero no podía quedarme tranquila y dejar


que se fuera.

-¿Eso es todo? -repliqué ¡Para ser alguien que rompe las reglas,
eres un cobarde!

Él se detuvo y volvió a voltearse hacia mí, la vena de su frente


marcándose.

-¿Disculpa?
-Que eres un cobarde-solté, porque aunque esta religión está
llena de doble caras como tú y yo, al menos deberías tener la
intención de ayudar a una mujer que le matarán a su hijo.

-Es un feto -replicó.

-Es un bebé -refuté.

-¿Y ella qué le podrá dar a ese feto si nace?-dijo- No tiene nada,
su único trabajo era estudiar para ser monja y ni eso pudo hacer,
el padre brilla por su ausencia, lo mejor es la adopción.

¿Adopción? ¿Entonces era lo que pretendían hacer? ¿Tenerla ahí


en el sótano y luego dar el bebé en adopción cuando diera a luz?

-Ese no es tu problema -repliqué, ella verá por él.

El padre William dio un paso hacia mí, parecía molesto.

-¿Lo sabes? ¿acaso habló contigo? refutó.

-Ella es un ángel -susurré.

Él se rió en burla.
-No tanto si abrió las piernas como tú me las abriste a mí ¿Angel
o demonio? replicó.

Sin detenerme a pensarlo y sintiéndome completamente


ofendida, lo abofetee su cabeza se volteó por la acción
inesperada, el pinchazo de su piel resonando como eco en el
pasillo.

Me quedé congelada por unos segundos, él también, sentí que


había ido demasiado lejos, cuando de repente volvió a mirarme y
soltando el bate a un lado del suelo con furia, se acercó a mí y
colocando una mano sobre mi cuello me pegó de la pared y
presionó su cuerpo contra el mío.

Ahogué un gemido.

Capítulo 33: Te odio y te amo al mismo


tiempo (parte I)

La marca de mi bofetada se le marcaba en la piel de su mejilla


enrojecida, su mano apretando mi garganta lo suficientemente
fuerte para sorprenderme pero lo suficientemente débil como
para dejarme respirar. Sus hermosos ojos grises que eran mi
debilidad clavados en los míos mandando todo mi cuerpo a
estremecerse mientras una ola de calor me invadía el cuerpo
entero, debía de estar mal que me gustara que me haya pegado
contra la pared y que tuviera una mano sobre mi garganta.
Debía de estar mal muchas cosas de hecho.

Mi corazón latiendo desenfrenado, mi respiración


completamente irregular, mi rostro sorprendido ante su
brusquedad pero a la vez excitado por su aire posesivo.

-¿Te duele la verdad? -murmuró, su respiración agitada, ¿tanto


te duele que te eche en cara que no pudiste resistirte ni una sola
vez a mí?

Apreté los labios sin ser capaz de liberarme, que me tuviera así
de apresada me encendía más de lo que me molestaba, quería
que me despojara de mis vestimentas ahora, pero me molestaba
desear eso, no quería seguir deseándolo como lo hacía, pero mi
cuerpo parecía tener mente propia incendiándose solo al verlo,
como si él fuera mi debilidad.

-No digas tonterías -repliqué apreciando mi voz ronca, él se rió,


podía sentir su aliento chocar contra mi rostro, que estuviera tan
cerca y en la tenue oscuridad me mandaba todo mi cuerpo a
estremecer.

Hasta ahora lo comprendía, el padre William era mi debilidad,


más que atracción empezaba a sentir cosas que no debía, cosas
de las que nunca se hablaron como lo era el amor, cosas que
eran prohibidas si quería ser monja.
-No te engañes a ti misma, Nonne -dijo -, aunque te tenga
agarrada del cuello y con el poder de que con un simple
movimiento te ahorque, no me tienes miedo, sino que te excita,
lo noto en tu mirada oscurecida en deseo puro.

Sentí mis mejillas enrojecer, él se acercó, su nariz rozando la mía,


lo peor era que tenía razón, todo lo que decía era cierto. Entorné
los ojos, el deseo empezaba a torturarme, mi parte lógica quería
alejarlo pero una gran parte de mí pecaminosa se rehusaba a
actuar.

-Habíamos terminado con esto-susurró -, pero es tu decisión si


quieres que te folle ahora mismo, si quieres que apague este
fuego que incrementa entre tus piernas y acalora todo tu cuerpo.

Se pegó un poco más a mí de modo que pude sentir debajo de


sus vestimenta la dura erección que clamaba por liberarse, el
deseo prohibido que parecía nunca agotarse de llamarnos a
pecar y consumirnos.

Era una completa locura, estábamos en medio del pasillo de la


iglesia.

-¿Quieres que te folle aquí contra la pared? -preguntó mientras


una de sus manos subía por mis muslos hasta mi trasero y me
apretaba contra él al mismo tiempo que rozó mi boca pero no
me besó, como si quisiera solo incitarme, como si supiera que
solo dándole un poco de queso al ratón iba a caer en la trampa.
No.

Ya no podía seguir cayendo en el mismo circulo vicioso haciendo


lo que a él le placiera conmigo y con mi cuerpo, haciéndome
perder la cordura, mi pureza y arriesgándome a perderlo todo
con su manipulación de la carne y el placer sexual.

Él no era un sacerdote real, él no tenía un futuro aquí; solo


disfrutaba el momento sin compromisos, yo sí quería ser una
monja real, pero a este paso solo iba a provocar que me echaran
a patadas de este lugar por no tener buenas intenciones ni ser
devota como la misma virgen.

Que desastre.

Él era el lobo que siempre iba al corral de ovejas en la noche


porque sabía que podría comer cuando quisiera y sin
restricciones. Si siempre le daba permiso de entrar, nunca
acabaría, o tal vez solo acabaría cuando se aburriera o por fin se
fuera de este lugar, pero para ese momento ya yo tendría un
vinculo con este hombre de piedra que no quería compromisos;
iba a destrozarme emocionalmente.

-¿Sí o no? -susurró mientras sus caderas hacían un ligero vaivén,


restregándose contra mi pierna, como si él quisiera que que
sintiera que él también estaba impaciente de tenerme.
Que decisión tan difícil era decirle que no era algo que me tenía
enviciada y a lo que no quería renunciar.

Pero era necesario acabar antes de que todo empeorara con mi


planes futuros.

-No-jadee y lo empujé por los hombros, él se separó de mí


pareciendo asombrado de que me hubiera resistido -, no puedo
seguir cayendo en lo mismo, ¿no lo entiendes? Esto no es
importante para ti, pero esto es mi futuro y lo estas arruinando.

Él me miró por un instante pestañeando un par de veces, era


extraño verlo desconcertado cuando era un hombre tan
determinado que siempre conseguía lo que quería, pero hoy no,
hasta hoy lo permití. De repente colocando su máscara de
indiferencia en su perfecto rostro de ángel caído del cielo
murmuró:

-Ya elegiste, Nonne.

Nunca creí que esas simples palabras que me confirmaban que


hice lo correcto traspasarían tanto mi alma.

Pero era peligroso, el padre William me gustaba cada vez más y


actuar con indiferencia después de cada vez que teníamos un
intensa sesión de sexo me empezaba a hacer sentir usada y
sucia, cada vez más, me sentía más impura e hipócrita.
En esto no podíamos darnos el lujo de sentir, nunca se habló de
sentimientos, solo se habló de atracción violenta y una ilusión de
deseo desenfrenado, creo que eso lo volvía más vacío, por eso
me sentía siempre tan mal, porque estaba deseando cada
instante más de él, no solo sexo.

Había elegido acabar todo con él, había elegido el buen camino
de la castidad y mi real compromiso lejos de las apariencias.

El padre William tomó el bate que había dejado en el piso y


entonces se fue por el pasillo dejándome con la respiración echa
un desastre y como una olla recién apagada del ardiente fuego;
caliente y echando humo. Esta era la decisión correcta, pero
entonces, ¿por qué me sentía tan mal?

Creo... que ahora definitivamente habíamos terminado lo que


fuera que teníamos.

Capítulo 34: Te odio y te amo al mismo


tiempo (Parte II)

Me mantuve muy quieta recuperando el aliento y luego caminé


por donde el padre William se fue a ver si ya estaba lo
suficientemente lejos, pero al final del pasillo lo vi, estaba con
esa mujer de mantenimiento que tanto veía cerca de él y
empezaba a creer que ella también estaba con ellos de
infiltrados. Noté que ella tenía una vestimenta un poco
inapropiada para estar en la iglesia; así fuera trabajando, unos
cortos pantalones de leggins y una camisa de tirante que dejaba
mucho escote a la vista, por medio segundo noté que el padre
William le hablaba y su mirada caía en su escote.

Los celos me empezaron a corroer, cosa que no debía de sentir,


no por él ni por nadie, como odiaba que viera a otra mujer como
me gustaba que me viera a mí, solo que ahora... él podía hacer lo
que le viniera en gana, porque lo había dejado libre, había
tomado una decisión.

Retrocedí silenciosamente sin ser vista y continué mi camino


hacia donde me diría en primer lugar, al sótano, crucé unos
pasillos y cuando estaba por bajar las escaleras vi a un policía ahí
en la puerta sentado en un taburete leyendo un libro, podía ver
el titulo donde decía: "orgullo y prejuicio" usualmente no nos
permitían tener novelas que no fueran de la religión católica,
eran confiscadas porque era mundano; romances impuros que
nos expandía la mente a cosas que nosotros no debíamos de ni
pensar.

Cuando alzó la cabeza lo reconocí, era el policía Isaac Reynolds,


ese que causó que la madre superiora me reprendiera por el
simple hecho de que habláramos un poco. Llevaba un arma en su
cinturón, sus ojos azules se clavaron en los míos primero con
desconfianza y luego cuando me reconoció, me sonrió
relajándose.

¿Por qué estaba tan resguardado el sótano? De seguro para que


nadie se le ocurriera buscar a Georgette
-Hola señorita, ¿qué haces aquí a esta hora? -preguntó el policia
Reynolds, ¿o prefiere que la llame hermana?

-Celeste. Celeste, está bien -comenté -. Vengo... uhm, caminando


¿qué haces aquí?

-Custodiando -dijo, tenemos órdenes de la madre superiora de


no dejar que nadie pase a este lugar en especifico, los niños
estaban siendo curiosos y también podía ser un lugar de escape
si vuelve el asesino.

¿Lugar de escape? ¿el sótano tenía una salida de emergencia?

Interesante información que nunca solicité pero a buen tiempo


me enteré.

Entendía lo de los niños, habíamos tenido que ahora colocar dos


monjas de turno durante la noche para que los niños no
anduvieran deambulando, en especial Zed, siempre encontraba
la manera de deambular por los alrededores de la iglesia de
noche.

-Ah... Vale-comenté, ¿sabe qué dijeron de Lessandro?


Por lo que tenía entendido, aunque se habló de un suicidio tenía
mis sospechas de que el caso no había quedado del todo
cerrado.

Isaac pareció pensarlo un poco y afirmó con la cabeza.

-Comentaron que él tenía que ver con los huesos encontrados en


el orfanato. Pero ya sabes como son los rumores de pueblo.

Claro que lo sabía, se inventaban muchas cosas.

-Dijeron que fue suicidio -continuó diciendo, pero aquí entre tu y


yo, me parece que si alguien lo ocasionó, estuvo perfecto. -lo
miré con interés por lo que decí Lluvia que borrara las huellas,
sin testigos, en medio de la noche... no había ninguna prueba.

Ahora que él lo decía lo comprendía, él tenía mucha razón y eso


era más escalofriante, porque podíamos estar muy cerca de un
asesino en serie muy inteligente.

-No confíes en nadie por ahora, Celeste -me advirtió el policía


Reynolds-, han empezado a suceder cosas muy raras.

Afirmé con la cabeza.

-Lo sé, desde que entró el padre William todo pareció ponerse
patas arriba - comenté como una ligera broma pero en cierta
parte sabiendo que todo lo que decía era cierto, desde que llegó
todo empezó a salirse de control.

El policía Reynolds que probablemente sabía quién era en


realidad el padre William pareció cambiar el gesto a uno más
precavido y forzando una sonrisa dio:

-Vuelva a su habitación, es muy tarde para que camine por los


alrededores de la iglesia. -suspiró agregando:- Aunque estemos
aquí custodiando, pueden suceder muchas cosas en la oscuridad
de la noche en la iglesia.

Afirmé con la cabeza, yo más que nadie lo sabía, es decir, estuve


con el padre William en el arroyo cuando un policía hacía su
ronda y ni siquiera nos vio.

Me regresé por donde vine, ahora pensaba en buscar la salida de


emergencia que daba al sótano, pero ya tendría que ser por la
mañana, esa conversación con el policía Reynolds me había
dejado algo temorosa.

Pase por las oficinas para las escaleras y noté que había una luz
encendida con la puerta entreabierta, ya era muy tarde, ¿qué
hacía esa luz prendida a esta hora? Era la oficina del padre
William.

Las ganas de irme a dormir me llamaban, pero mayor era mi


curiosidad para saber qué era lo que hacía a esta hora en su
oficina. Mordí mi labio inferior y caminé en puntillas mientras me
acercaba, escuchaba algunos jadeos ahogados, como y ligeros
golpes, fruncí el ceño asomándome hacia la puerta entreabierta
y entonces vi lo que querría borrar de mi cabeza.

Era esa mujer de mantenimiento.

La reconocí.

Vestía la camisa de tirantes completamente desarreglada con la


tetas al aire, el cuerpo doblado contra el escritorio sus manos
aguantándose de los laterales con fuerza, sus pantalones
colgando de sus tobillos y las caderas alzadas donde el padre
William la aguantaba clavándole los dedos en la piel, él estaba
casi por completo vestido, solo su miembro afuera embistiéndola
salvajemente por atrás.

Capítulo 35: ¡Pero qué imbécil!

No podía creer lo que mis ojos estaban viendo, tapé mi boca con
mi mano para ahogar una exclamación.

¡Pero ese imbécil!

Si hace unas horas estaba follándome a mí, estaba besando mi


boca, estaba jadeando por mí y me veía finamente a la cara
diciéndome palabras hermosas llenas de lujuria.
Por supuesto todos los hombres con los que me había topado
eran así, hablaban con dulzura y sensualidad solo cuando querían
follar y luego iban con cualquier otra que cayera en sus trampas
y le abriera las piernas.

Maldito.

Maldito sacerdote sensual que era capaz de quebrantar mis


convicciones y romper mi santidad para caer en los deseos de la
carne.

No me sentía valorada, no me sentía querida, me sentía usada y


desechada como un trapo sucio, el nudo en mi garganta se
apretaba, mis ojos picaban.

No, esto no tenía que importarme, después de todo yo lo dejé y


no quería volver a entregarme a sus brazos.

Sin embargo ese ardor en el pecho quemaba mi alma porque


estaba empezando a sentir cosas por él, pero él se encargó de
que ahora sólo sintiera odio por su hipocresía.

Él vino aquí solo para envenenar las cosas sangradas.

Sé que era malo maldecir, pero maldito el día en el que conocí al


padre William West y lo dejé meterse entre mis piernas.
¿Acaso ella era mejor que yo? ¿o solo se fue con ella porque lo
dejé caliente? De las dos formas seguía siendo un imbécil.

Sintiendo rabia, dolor y humillación porque pasará tan


fácilmente de mí a otra mujer retrocedí mis pasos sin ser vista y
me fui subiendo las escaleras hacia mi habitación deseando que
este feo sentimiento desapareciera, ese feo sentimiento de
humillación y odio.

Pero una gran parte de mí sólo... quería venganza.

***

La mañana siguiente atendí a los niños del orfanato pasando lista


de las necesidades y de las monjas de guardia, el día se sentía
agrio, gris, y por más que intentara pensar en otra cosa, la
imagen de esa mujer jadeando con el trasero rebotando
mientras el padre William le daba sin piedad por atrás venía una
y otra vez a mi cabeza.

Pensar eso me descomponía, me llenaba de celos, me... me,


jahg!

Iba saliendo del área de donde estaban los niños, cuando me


encontré de frente con el oficial Isaac Reynolds, él llevaba una
caja con muchos objetos.
-Hola oficial Reynolds -dije, ¿aún sigue de guardia?

Se le veían ojeras oscuras debajo de los ojos, también un poco


cansado.

-Celeste... buenos días. Llámame Isaac dijo, termino a las 11 la


guardia, son las 10:45, casi salgo, voy a dejar unos objetos
perdidos de la última misa, me pidieron el favor.

Oh.

-Ah okey, Isaac -dije probando su nombre ¿qué tal la noche?

-Estuvo bien y tu... ¿Descansaste? Luces cansada -observó.

-Sí -fingí una sonrisa-, es que me quedé leyendo la Biblia...

No quería mentir, pero tampoco podía decir la verdad.

Uno de los niños pasó corriendo y empujó a Isaac un poco por el


codo ocasionando que se le cayera una flor de trébol de 4 hojas
que estaba en la caja, al piso. Le dije al niño que no anduviera
corriendo y tomé la flor para colocarlo nuevamente en la caja
pero él dijo:
-¿Siempre da suerte no?

-Eso creo-murmuré, al ser de esta religión, no creíamos en


supersticiones o cosas así, pero sabía que se decía que el trébol
de 4 hojas daba suerte.

-Entonces quedatela -dijo.

Lo miré, ¿me estaba regalando una flor? Creo que era la primera
vez que me regalaban una flor en mi vida, sentí mis ojos
cristalizados, sentía que era un respiro ante las miles de
sensaciones que dejó el padre William en mí; como una luz en
medio de las tinieblas.

Sonreí y lo miré.

-Es bonito, gracias.

Él pareció por un momento mirarme más de lo normal con una


sonrisa que ocasionó que sus mejillas se sonrojaran. Parecía que
quería decir algo más cuando de repente, vi que a lo lejos la
madre superiora venía, si nos veía juntos de seguro que sería
otra una reprendida.

-Me voy-dije, él me tomó de la muñeca como un reflejo


deteniéndome.
-Espera.

Bajé la vista hacia donde su mano me sostenía la muñeca y luego


lo volví a mirar, me soltó pareciendo comprender que se pasó un
poco al tocar a una monja de esa manera, aquí se veía algo
inapropiado tocar a una monja de cualquier manera...

Que ironía y yo me dejé manosear por el padre William.

-Yo quisiera que me enseñaras a leer contigo -dijo.

Lo miré confusa.

-¿No sabes leer?

-De la Biblia, que me enseñaras de la biblia-aclaró.

Oh, ¿por qué eso sonaba como una segunda intención? Quería
negarme, que nos vieran juntos no debía de ser bien visto ante la
madre superiora, aunque estaríamos hablando de la biblia...
uhm, pensar en pasar tiempo libre con otro hombre y que el
padre William nos viera cruzó por mis pensamientos como una
pequeña venganza a pesar de que se suponia que yo no podía
tener relación con otros hombres fuera de lo social, esta idea me
tentaba...
Sabía que no debía crearle celos, es decir, de seguro que al padre
William yo le daba igual, pero mi despecho fue más grande que
yo y dije:

-Vale. Nos vemos después de mis clases, como las 4, en el


templo.

-Vale. -dijo.

Cruzamos una ligera sonrisa y me fui a mi clase.

Creo que ahora me sentía bien conmigo misma, creo que podía
dejar al padre William simplemente distrayéndome en el día a
día, solo necesitaba evitarlo, tenía que evitar verlo al menos
unos días para que volviera a estabilizar mi cordura, mi fe y mis
convicciones.

Evitar caer en el pecado.

Evitar que me siguiera doliendo lo que me hizo algo que sentía


como una traición a pesar de que yo fui la que lo alejó.

Suspiré y me dirigí hacia la parte del fondo de la iglesia para


entrar a mis clases, el salón estaba acondicionado como un aula
de escuela normal, una pizarra, pupitres, y un escritorio al lado
de la pizarra. Tomé uno de los puestos de al frente, eramos
pocas novicias, menos de 16 en la sección así que los asientos
sobraban.

La hermana Joselin que enseñaba catecismo entró y empezó a


impartir la clase, todo iba normal, sentía que a pesar de que todo
estaba muy reciente podría superarlo si me enfocaba lo
suficiente en mis cosas; las cosas en las que estaba enfocada
antes de caer por el padre William y sus deseos.

Lo olvidaría a toda costa.

De repente la puerta se abrió y la profesora se quedó callada


viendo quién había entrado, yo estaba ocupada escribiendo los
apuntes cuando la hermana Joselin dijo con voz excesivamente
alegre:

-Padre William, pero qué sorpresa...

Me quedé fría y alcé la vista cuando mi infierno ambulante


entraba justo cuando quería olvidarlo y...

Se desató el infierno.

Capítulo 36: El padre William es el


monstruo
El padre William parecía serio, tenso, sus ojos grises brillando en
esa tenebrosa oscuridad fijos en la hermana Joselin,
demostrando a ese hombre que tanto miedo infundía, que te
advertía que era preferible nunca meterte con él ni cruzarte en
tu camino. Creo que llamó la atención de todas las novicias en el
salón, ya teníamos miedo antes de que él anunciara:

-Están evacuando la catedral. Salgan, ahora.

Casi en seguida que el padre William dijo eso, sonaron las sirenas
policiales por todo el lugar. Nos levantamos de nuestros asientos
rápidamente y salimos del salón de clases hacia el pasillo directo
hacia las escaleras principales para salir, afuera estaban casi
todas las monjas y los que trabajaban en el orfanato junto con
los niños.

Nadie comprendía qué era lo que estaba pasando, todas nos


mirábamos las caras entre sí en busca de alguna respuesta. De
repente los policías se acercaron a nosotros colocándonos a
todos una pulsera roja. Miré a Isaac que también andaba
colocando pulseras a todas las que estábamos ahí, me acerqué a
él un poco disimulada para que la madre superiora no nos viera
hablando.

-Hey ¿qué está ocurriendo? -le pregunté a Isaac algo confusa.

-Estamos identificando a todas las personas que estaban dentro


de la catedral la última hora, las van a interrogar -dijo también
disimulando un poco que hablaba conmigo, realmente aguantar
otro regaño de la madre superiora no era nada atrayente.

Fruncí el ceño ante lo que me respondió, ¿Interrogatorio?

-¿Pero por qué? -indagué confundida.

-Al parecer encontraron otro cadáver diciendo eso se alejó de mí


y yo me quedé en shock.

¿Otro cadáver?

Parecía que el asesino vivía entre nosotros. Pasee la mirada por


todas las personas que estábamos con la pulsera roja y que nos
interrogarían, ¿estaba entre nosotros un asesino?

Luego de unos minutos sacaron una camilla de la catedral,


encima estaba envuelto en una bolsa negra un cuerpo, todos
empezaron a santiguarse y a rezar con los relicarios.

Miré a una esquina y entonces mi mirada se cruzó con la suya; la


del mismo diablo, su cabello se movía con el viento al igual que
sus vestimentas, sus ojos grises pareciendo traspasarme hasta en
la distancia.
¿Qué estaba pasando? Porque desde que llegó en vez de
solucionar algo como agente secreto parecía que había traido la
desgracia a este lugar.

Ahora me daba cuenta que todos eramos máscaras que imitaban


la perfección, nadie podía ver lo que realmente eramos más allá
de esta religión; lo que pensábamos en la oscuridad y lo que
hacíamos.

La policía nos llevó a interrogar, persona tras persona, al cabo de


3 horas vino mi turno, ya me sentía mareada a pesar de que me
habían dado agua y té de manzanilla, no me gustaban las
comisarías, mucho menos perder un día entero sin saber la
razón. Al apenas sentarme frente a los policías que llevaban a
cabo la interrogación sentí que era una completa falta de
respeto, no me trataban como una hermana de la iglesia que
intentaba seguir los pasos de la virgen, sino como una asesina en
cubierto, me sentí realmente ofendida, más aun cuando estaba
acostumbrada a un buen trato respetable.

Tras preguntarme cosas personales lanzaron por fin la pregunta


que probablemente nunca me hubiera imaginado.

-¿Conocía usted a Lissandra Owen? -me preguntó uno de ellos.

Lo miré sin comprender quién era Lissandra Owen. Él me pasó


una carpeta y la comprensión llenó mi cabeza cuando la vi,
cabello oscuro, rostro de facciones atrevidas y una mirada que
deja en el piso el pudor.
-Ella es... la mujer de mantenimiento de la catedral. comenté
pestañeando un par de veces, entonces la comprensión llenó mi
mente y abrí la boca sorprendida ¿Ella fue la que murió?

-Sí. A juzgar por el estado del cadáver, esta mujer murió


alrededor de la 1 y las 2 am de esta madrugada por asfixia.

Me quedé tan sorprendida por tal cosa, que uno de los policías
me dio agua, sentí mis manos temblar, pero si esta mujer ayer
estaba con...

«Oh, Heilige Jungfrau».

Casi me ahogué con el agua.

Probablemente esta mujer la última persona que vio fue al padre


William en la oficina donde se veía que la estaban pasando bien y
probablemente... él la asesinó después de follársela.

¿Pero como decir tan acusación?

¿Cómo decir eso del sacerdote de la catedral?

Es decir, ¿estos policías sabrían que el padre William era


infiltrado? ¿trabajaría con ellos? Tenía demasiadas preguntas y
suposiciones en un momento pero es que, realmente yo no
conocía, ni confiaba lo suficiente en el padre William como para
no dudar de él, de hecho, sería mi primer sospechoso.

Siempre sospechaba de él y su lado oscuro, lo creía capaz de


hacer estas cosas y más.

-¿Tienes algo que decir? -me preguntó el policía ante mi estado


pensativo.

Tragué pesadamente saliva y afirmé con la cabeza, ellos me


miraron con interés.

-Esa mujer... la vi anoche.

-¿Donde? -preguntó el policia.

Tragué pesadamente saliva.

¿Lanzar al padre William por la borda o no? ¿Crear un completo


escándalo o encubrirlo?

Realmente nunca me vi más satisfecha al confesar una verdad


que ahora cuando dije:

-Estaba en la oficina del padre William, estaban fornicando.


Después de que me tomaron las declaraciones me fui por fin a la
catedral nuevamente, me di una ducha, el resto de las
actividades estaban suspendidas por hoy. Todos tenían miedo y
estaban a la expectativa de lo ocurrido, temían que esta ola de
asesinatos se extendiera, que este popular "Monstruo del
templo" fuera solo una careta para una persona disfrazada.

Tocaron la puerta de mi habitación con insistencia justo cuando


estaba adelantando un trabajo del libro de Génesis mientras
comía trozos de manzanas frescas. Dejé las cosas en mi mesa y
fui a ver quién tocaba con tanta desesperación cuando abrí me
sorprendí al ver a...

-Padre William. -susurré conmocionada, lucía molesto, ¿sabría lo


que había dicho en la policía?

Mi corazón salió disparado, su rostro rojo, la vena de su frente


marcándose, su respiración agitada cuando entró a la habitación
y yo me eché hacia atrás asustada, él cerró la puerta con fuerza.

-¿Qué hiciste celeste? -soltó.

Oh... oh.

¿Qué opciones tenía? ¿Hacerme la desentendida o asumir que


declaré en su contra y le arruiné la misión? Me iba por la
primera.
-¿Qué hice de qué? -dije sobresaltada y con manos temblorosas
lo señalé ¡no entiendo de qué me habla! ¡Ahora salga de mí
habitación...!

Él me ignoró, mayor era su enfado, sus ojos grises como dardos


al borde de pulverizarme.

-¿Qué hiciste? -volvió a decir entre dientes.

-Tú la mataste -solté sin miedo enfrentándome a su mirada. ¿Me


matarás también a mí?

Creí que había ganado, creí que lo tenía acorralado, sin embargo
nunca predije que yo podía estar en peligro ante el hombre al
que me entregué tantas veces en cuerpo y alma.

Porque no lo conocía en lo absoluto.

El padre William se precipitó hacia mí y me tomó del cuello


pegándome de la pared, presionando su mano hasta casi
dejarme sin respiración. Coloqué mis manos sobre las suyas en
mi cuello intentando soltar sus dedos, pero él no me soltó,
entonces mi visión se empezó a tornar borrosa...

Capítulo 37: La santa Celeste


-Es tu culpa Celeste, ¡Es tu culpa!

Empecé a ver todo oscuro y entonces, dejé de respirar...

Tocaron la puerta de mi habitación con insistencia


sobresaltándome, entré en razón, estaba en mi habitación,
frente a mi escritorio y mi tarea del libro de Génesis a medio
terminar, me dolía el cuello porque de seguro me había quedado
dormida encima de mi tarea. El lápiz que tenía pegado a la
mejilla cayó a la mesa y la hoja donde estaba escribiendo se llenó
de saliva, además de que el plato con trozos de manzanas frescas
estaban contaminados con mosquitos.

Ahg.

¿Pero cuanto tiempo me había quedado dormida? Tosí un poco


sintiendo como si aun sintiera las manos del padre William en mi
garganta, pasé una mano por mi cuello ¿Acaso me había estado
ahorcando yo misma?

Tocaron la puerta insistentemente otra vez acaparando mi


atención. Me recorrió un escalofrío mientras me ponía de pie,
pero el sueño o más bien pesadilla con el padre William me hizo
detenerme, me abracé a mí misma y dije:

-¿Quién es?
Volvieron a tocar sin darme respuesta.

-Si no me dices quien eres no voy a...

-¿Pero con qué juegos estás jugando, Celeste? ¡Abre la puerta!

La madre superiora.

Me apresuré a abrir rápidamente, ella tenía cara de mala leche,


me escaneó de arriba a abajo y luego miró alrededor de la
habitación.

-¿Todo bien madre superiora? pregunté cuando entró a la


habitación y empezó a ver por todos lados posibles escondites,
abrió mi diminuto closet (porque realmente no tenía casi nada
de ropa más que estas túnicas) y luego se volteó hacia mí
diciendo:

-Celeste, tú has sido de mis alumnas más fieles.

Afirmé con la cabeza sin entender a donde iba con ese


argumento, ni por qué había entrado como si quisiera descubrir
a alguien metido en mi habitación.
-Del Vaticano nos están pidiendo que enviemos una novicia para
que ayude a los refugiados de la guerra, la única que sé ha
cumplido con el pacto de castidad, pureza y nuestras normas
santas has sido tú y eres la única a la que podría enviar con los
ojos cerrados para allá.

-Pero, ¿qué pasará con mis clases?

-Vamos a hacerte la profesión solemne.

Me quedo impactada, la profesión solemne son los votos finales,


se supone que nos dan un anillo y oficialmente somos esposas de
Cristo.

Temblé de pánico sentía que no estaba lista, una cosa era


equivocarme siendo una novicia a equivocarme ya siendo una
monja, sentía que iba muy rápido, sentía que era muy joven,
usualmente eso lo hacen mujeres más mayores... estaba
impactada.

-¿Qué? Pero aún me faltan los votos temporales...

Se suponía que antes de la profesión solemne se hacían los votos


temporales de castidad, pobreza, obediencia y vida cuaresmal.

-¿Leíste la biblia entera? -preguntó pero más que una pregunta


pareció un cuestionamiento.
-Sí. -dije, realmente ya lo había hecho, 2 veces, estando en la
iglesia sin televisión o algo para distraernos, era la mejor forma
de entretenimiento.

-¿Te sabes todos los salmos? -continuó la madre superiora.

-Bueno, solo el salmos 23 y el resto de los versículos me los sé si


los parafraseo pero...

-Es suficiente -me interrumpió-, mañana temprano vamos a


hacer los votos y la profesión solemne.

Me quedé impactada, procesando lo rápido que estaba


ocurriendo todo.

La madre superiora se dirigió a la puerta para irse, pero la tomé


del brazo rápidamente deteniéndola.

-Madre... ella miró el toque de mi mano y la solté- ¿Qué buscaba


cuando llegó aquí?

Ella relamió sus labios y dijo en un suspiro agotador:

-Algo que me hiciera arrepentirme de la propuesta.


Diciendo esto se fue.

Solté un suspiro, esto era por la que todas las novicias matarían,
el momento en el que por fin nos llamaran Hermanas, que
fuéramos verdaderas monjas y cumplir en el vaticano un trabajo
mayor.

¿Pero por qué me sentía tan mal?

Me sentía impura, me sentía como toda una careta, una farsa.

Llegar al Vaticano, luego cumplir misiones y tras una serie de


requisitos ser santa, podía convertirme en una santa venerada.

Pero que careta, ¿por qué pensaba eso cuando no había


renunciado a la carne y estaba tan feliz cuando pequé?

Hipócrita, me sentía como toda una completa hipócrita.

Solté un suspiro, salí a tomar un poco de agua a la cocina para


pasar esta noticia, en el camino me encontré a Isaac,
intercambiamos un par de palabras, al parecer aún seguían los
interrogatorios, pero esta ola de asesinatos era alarmante,
particularmente porque nadie sabia quién era el asesino que se
escondía entre nosotros, desde que habían llegado los del
orfanato todo pareció haber ido del mal en peor.
Al volver a mi habitación cerré la puerta y cuando me di la vuelta
volvió a sonar en dos toques, fruncí el ceño sin comprender
quién venía a siguiéndome a mis espaldas, pero cuando me
voltee nuevamente y la abrí de par en par me quedé de piedra al
ver al Padre William ahí, y esta vez, no estaba soñando.

Capítulo 38: Mi lealtad no te pertenece

-Padre William-dije sintiendo mi voz frágil, creo que se me bajó la


presión, la sangre abandonó mi cuerpo y di un paso atrás, mi
corazón latiendo desenfrenado al pensar en que viniera a hacer
lo que hizo en mi sueño, que me ahorcara hasta que quedara sin
respiración con la intención de asesinarme.

El pensamiento me hizo estremecer y el terror se aferró a mi


pecho.

Él fijó sus ojos grises como la plata en mí y dio un paso dentro de


la habitación, yo retrocedí sin poder moderar mi pánico de que
estuviera aquí a punto de asesinarme. Él terminó de entrar y
cerró la puerta a sus espaldas, el silencio era ensordecedor.

-Por favor, salga. Es indebido que esté en mi habitación padre


William me escuché decir, pero mis nervios me hicieron sentir
sorda de repente.
Él no dijo nada durante largos segundos que se sintieron una
eternidad, hasta que finalmente soltó una risa irónica que me
erizó la piel.

-¿Ahora te interesa lo que es indebido o no? dijo alzando una


ceja, su rostro serio, su quijada apretada.

No me había dado cuenta de que seguía retrocediendo hasta que


mi espalda chocó de mi escritorio dándome un mal golpe en los
glúteos intentando guardar distancia entre los dos, él no se
acercó a mí, pero su mirada fulminante de ojos grises parecía
traspasarme y ser suficiente para que mi respiración se volviera
irregular.

-¿Qué hace aquí? -pregunté, tomé el lápiz en la mesa y lo apreté


en mi puño, lo usaría en casos de emergencia... en caso de que
arremetiera contra mí.

Una parte de mí confiaba en él, pero otra muy grande


desconfiaba en lo que era capaz de hacerme.

-¿Qué crees que hago aquí, Celeste? dijo con voz frívola- además
de que me acusaron de ser la única persona que estuvo con la
mujer de mantenimiento anoche a la hora de su muerte.

Me quedé callada, no quería provocarlo, solo quería que se


largara de aquí.
Él sabía que había sido yo y realmente una parte de mí le
alegraba que lo hubiera afectado, la satisfacción debió de brillar
en mi mirada porque él dio un paso hacia mí y sus ojos fueron al
trébol de 4 hojas a un lado de mi cama.

-¿Te la dio e oficial Reynold? -preguntó.

¿Como lo supo?

No sé por qué, pero de repente sentí ahora una doble


satisfacción de que viera este regalo.

-No es de tu incumbencia. -respondí sabiendo que lo molestaba


al no darle respuestas concretas.

Él dio unos pasos hacia mí, lo suficientemente cerca como para


que oliera su fragancia, pero lo suficientemente lejos para no
tocarme, aún así aferré aún con fuerza el lápiz en mi mano.

La intensidad agravándose entre los dos, el magnetismo que nos


atraía siendo cada vez más intenso, tenia calor, demasiado calor
ante estas sensaciones que no podía evitar por más que lo
intentara.

-No te equivoques Nonne dijo con voz profunda, soy bueno por
las buenas y puedo ser bien malo, por las malas.
Dio otro paso hacia mí, ahora nuestras vestiduras se rozaban,
alcé la cabeza para poder mirar ese rostro que tanto daño me
hacía, que tanto odiaba de la misma forma que me enloquecía.

Odiaba que me llamara Nonne, porque me hacía recordar todas


las veces que follamos mientras me susurraba eso.

-¿Entonces vas a ahorcarme? pregunté.

Alzó la mano, me quedé muy quieta cuando él pasó un dedos


lentamente por mi cuello, me lo imaginé casi como un cuchillo;
probando el borde contra mi piel.

-¿Quieres que lo haga? -preguntó.

Odiaba que mi cuerpo reaccionara así ante él, como si perdiera el


control.

-Vete. -dije pero mi voz no sonó nada convincente, casi se


escuchó como un jadeo.

-Por suerte para mí...

Dijo sin dejar de mover su dedos por mi cuello, descendiendo por


mi brazo encima de la tela, logrando que mi piel se erizara y yo
me estremeciera.
-Nadie desconfía de mí -continuó diciendo soy el mejor agente
que tienen, pero, me di cuenta de que eres letal, no se puede
confiar en ti.

Sonreí con satisfacción y dije:

-No quiero que lo hagas, mi lealtad no te pertenece.

Su mano bajó hacia el medio de mis piernas, a pesar de tener


tanta tela encima, sentí que su toque me traspasaba y ardía en
toda esa zona; yo estaba en llamas y ansiaba que me tocara a
pesar de estar terriblemente enojada por él y lo que vi en esa
oficina con esa mujer.

-Apuesto a que te has puesto húmeda -susurró el padre William


empezando a mover hacia adelante y hacia atrás su mano por el
medio de mi sexo.

Mi respiración se aceleró, entorné los ojos aguantándome de su


brazo. No podía hacer esto; no debía, pero mi carne era
torturantemente debil.

-Mañana me van a hacer mis votos. susurré en un suplico y solté


un leve jadeo; me mordí los labios.
El padre William se inclinó de modo que su nariz rozó la mía, su
aliento en mi boca sin dejar de tocarme por encima de mi ropa,
cuando dijo:

-¿Entonces quieres que me detenga?

En respuesta, separé más las piernas.

Iniciaría mi venganza.

Capítulo 39: Nunca dijimos que éramos


exclusivos.

El padre William no perdió tiempo, atacó mi boca en un beso


completamente desesperado y lleno de salvajismo, su lengua
seduciendo la mía en ese baile sensual que me encanta, como si
ambos pudiéramos deshacernos el uno en el otro siendo victima
de las sensaciones.

«¿A ella también la habría besado?»

Su mano se abrió paso por debajo de mi túnica y sus dedos se


deslizaron con facilidad por mi húmedo sexo debajo de mis
bragas.
Sonrió y me mordió el labio inferior con delicadeza pero lo
suficientemente fuerte como para que lo sintiera en todo mi
cuerpo logrando que me estremeciera por completo.

-Siempre estás lista para mí -susurró.

Sus palabras me calentaban aún más, porque él siempre lograba


encenderme, me volvía caliente, me volvía fuego bajo sus manos
llenas de gasolina.

«¿A ella también le dijo esas cosas?»

Empecé a mover las caderas al ritmo de sus dedos hacia adelante


y hacia atrás, cuando empezó a besar mi cuello y a deslizar su
lengua como si yo fuera una paleta helada en un día caluroso.

-Me encanta tu sabor, Nonne -susurró a mi oído antes de morder


el lóbulo de mi oreja.

-¿A ella también le dijiste Nonne? susurré en un jadeo sin darme


cuenta de que esas palabras habían salido de mi boca.

No quería que él supiera que los vi.

No quería que él creyera que estaba celosa de ella, más aún que
esa mujer estaba muerta, pero sí lo estaba. Él se folló a esa
mujer cuando me había estado follando a mí y cuando dejó claro
que no éramos nada.

Como lo odiaba, lo odiaba tanto por hacerme sentir como un


plato de segunda mesa, como si solo fuera un gato que busca
como dueño al que pueda darle comida; desleal.

Él ignoró deliberadamente mi comentario y continuó lo que


hacía.

Busqué su cuello y lo mordí chupando la piel de su cuello muy


cerca de su oreja donde la tela de su vestuario no alcanzaba, él
introdujo dos dedos en mí y jadee soltándolo, cuando empezó a
moverlos jadee en su oreja antes de mordérsela, chupando,
como toda una sanguijuela queriéndomelo comer entero.

Santa virgen, que sensación tan rica era la de sus dedos


moviéndose como expertos dentro de mí.

-Oye, oye... calma, Nonne. -susurró él cuando volví a chupar, esta


vez cerca de su mandíbula, entonces ataqué su boca
nuevamente, mi cuerpo temblando, el orgasmo avecinándose
cuando su pulgar empezó a presionar mi clítoris, mis paredes
cerrándose, mi deseo aumentando entre jadeos que rozaban los
gritos, el calor haciendo que sintiera que todas estas telas me
ahogaran.
«¿A ella también le dio un orgasmo y la hizo gritar o jadear como
a mí?»

Mordí su labio inferior con rabia, sintiendo que quería


despegarle la boca para que no besara nunca más a nadie, para
que respetara la exclusividad de los besos y las caricias,
enseñarle que eso tiene significado.

Él se quejó y se separó de mí tocándose el labio, la espesa y roja


sangre escurriéndose como un rio manchando su ropa y casi en
seguida su labio se empezó a inflamar, sus ojos grises como el
humo se fijaron en mí completamente endemoniados.

-¿Qué es lo que te pasa?


Sonreí y relamí mis labios con la sangre que me había salpicado
en ellos, empezando a arreglar mi túnica como si no hubiera
pasado nada, disfrutando de como su rostro se enrojecía de la
molestia.

-No vas a tener nada de mí-le eché en cara, no cuando has


estado con otra para satisfacerte.

Todo mi cuerpo estaba tembloroso por estar al borde de las


sensaciones, quería más, solo que mi enojo y mi orgullo ponían
un fuerte muro de hierro frente a mí que me impedía pasar a él.
Su mirada casi me traspasó, sacó un pañuelo blanco de su
bolsillo y se limpió el labio hasta que paulatinamente dejó de
fluir sangre.

Fuimos una riña de miradas, la tensión en la habitación era tan


potente que se podía cortar con un cuchillo.

-Nunca dijimos que era exclusivo -soltó el padre William.

Claro, él tenía toda la razón, nunca se dijo, nunca lo


demostramos, nunca hubo más que los sentimientos que
empezaba a sentir y la dependencia sexual que él empezó a crear
en mí, nunca fue más que solo sexo, pero buscara lo único que
teníamos entre los dos, en otra persona, se sentía como una
traición.

-Exacto, ¿y te parece que soy de un momento? -repliqué luego


de un momento alzando la barbilla a la defensiva ¡Soy una
monja!, por ti ensucié mis votos, ¡traicioné mis principios!

Estaba enojada con él, sentía que el padre William había


arruinado todos mis planes desde el primer momento que me
tropecé con él.

-¿Qué es lo que quieres, Celeste? preguntó, su mirada fija en la


mía esperando una respuesta, siempre que decía mi nombre
tenía un tono distinto que lograba erizarme la piel.
-¿De qué? -pregunté, quería muchas cosas, necesitaba que fuera
más especifico.

Él dio un paso hacia mí sin importarle invadir mi espacio personal


y dijo:

-¿Qué es lo que quieres para que dejes tu escena de celos y dejes


que te folle la boca?

La tensión pareció pareció empeorar, el calor interno se me


estaba haciendo insoportable, aún más cuando estuve tan al
borde de mi placer por sus dedos.

Esa mirada oscurecida y demandante me hacía querer


arrodillarme frente a él y no era precisamente para rezar. Pensar
en atragantarme y escuchar sus jadeos mientras me tomaba del
pelo buscando profundidad me empezaba a enloquecer.

Tenía que sacarlo de aquí, de lo contrario iba a ceder e iba a


perder el poco amor propio que me quedaba vivo.

-Vete-dije sintiendo mi voz débil.

Él entrecerró los ojos, su respiración agitada casi chocando con


mi rostro cuando susurró con voz ronca:

-¿De verdad quieres que me vaya?


Se me erizó la piel y tragué pesadamente saliva.

«¿A ella también se la habría follado las veces que quiso?»

Mordí mis labios sintiendo mi enojo volver y lo empujé por el


hombro diciendo:

-Tú solo piensas con la polla, lo único que te interesa es el sexo y


ya me hartaste.

Él analizó mi rostro, era evidente de que no estaba harta del


sexo, esta harta de que me viera la cara de estúpida y que se
hubiera follado a otra así de simple porque quiso.

-No solo me dejas otra vez caliente, Nonne dijo pasando una
mano por encima de su pantalón donde resaltaba su erección
debajo de toda esa tela-, tú también lo estás, mírate, estás
temblando, al borde, deseando que te haga llegar.

Sus palabras solo aumentaban mi calentura, solo aumentaban el


deseo dentro de mí, porque era exactamente lo que quería, sin
embargo solo pensaba en el culo de aquella mujer rebotando
mientras él la embestía por atrás y me hervía la sangre.

-Veré como me las arreglo -repliqué.


Él se encogió de hombros pareciendo ligeramente fastidiado de
no haber obtenido lo que quería.

-Como quieras, Celeste dijo simplemente.

Se dio media vuelta casi azotándome con el aire y fue hacia la


puerta, yo lo acompañé para pasarle seguro, colocó la mano
sobre la perilla y la giró, sin embargo antes de abrir la puerta,
volteó a mirarme y dijo:

-Mientras te tocas, espero que pienses que soy yo el que te la


mete y dices su nombre entre gemidos.

<<Hijo de...»

No, tenía que controlar mis pensamientos, tenía que


concentrarme.

Él se acomodó el cuello de sus vestimentas donde había dejado


todos los chupones que ahora estaba rojos y continuó diciendo:

-Siempre puedes dejar más, cuando quieras.

Se terminó de arreglar la tela del cuello y abrió la puerta, me


guiñó un ojo cuando salió y yo apretando la quijada empujé la
puerta con fuerza y le pasé el seguro queriendo gritar o explotar,
no estaba segura.
¿Por qué sentía que él siempre ganaba?

Ahora estaba caliente, temblorosa, y rabiosa.

No, yo misma no iba a tocarme porque no quería pensar en él


mientras lo hacía, no le daría ese mérito.

Mi sed de venganza solo incrementaba más a cada segundo.

Capítulo 40: Venganza policíaca

Varios minutos tuve que quedarme convenciéndome de


enfocarme en el trabajo que estaba escribiendo del libro de
Génesis, pero los flash back que atacaban mi cabeza no eran
normales, la tensión sexual, su boca devorando la mía, sus dedos
expertos y sin miedo tocándome, sabiendo lo que debía hacer
para hacerme llegar a mi máximo placer.

Ahora sentía que estaba atacada por la amargura y el mal humor


de la abstinencia, era más fácil la abstinencia cuando no habías
tenido experiencias como las de un hombre que te hacía subir al
espacio y tocar las estrellas.

Maldito padre William.


Lo odiaba.

Y lo odiaba más porque me hacía maldecir.

Cuando terminé el trabajo de la clase, me di una ducha fría, pero


eso no me funcionó. Bajé a comer sintiéndome obstinada, la
comida de arroz blanco con queso me supo insípida; las
conversaciones con las demás novicias me parecían ridículas y
cada vez que caminaba los flash back de lo ocurrido con el padre
William venían a mi cabeza.

Unas monjas pasaron por mi lado y escuché que el padre William


tuvo que salir a atender un exorcismo, suspiré, menos mal se
había ido de aquí de lo contrario corría el riesgo de pasar a su
habitación para rogarle que me hiciera terminar y tragarme mi
orgullo junto con mi ego.

Algo completamente inaceptable.

El pasillo de la derecha a las escaleras estaba mojado, lo estaban


limpiando, así que pasé por el otro lado donde estaba cerca de la
oficina del padre William, me persigné al pasar cerca de ella.

«Mañana tendré que ir a confesar mis pecados bajo la cruz».

Sentía que estaba peor que antes porque mañana me harían mis
votos y la profesión solemne.
No podía irme al vaticano así, de seguro que al pisar la iglesia me
quemaría viva.

«Que caos».

Alguien cruzó el pasillo y se topó contra mí, ambos nos


sobresaltamos y me relajé al ver que se trataba del policía Isaac
Reynolds, pero él... llevaba solo una toalla envuelta en su cintura,
su torso completamente al descubierto, húmedo, algunas gotas
aún se escurrían por sus músculos y sus cabellos, olía a jabón...

Me quedé impactada, mi garganta secándose, no me había dado


cuenta de su buen físico, no llevaba ningún tatuaje, pero los
músculos de sus brazos estaban torneados, las venas brotándose
un poco, su pecho fuerte como una roca con el abdomen
definido.

El deseo que llevaba encendido desde que eché al padre William


de mi habitación empeoró solo por ver a algo que podía calmar
mi ambición y tortura de la lujuria.

-Hey-dijo Isaac pasando una mano por su cabello húmedo y yo


me encontré relamiendo mis labios apenas siendo capaz de alzar
la mirada a su cara.

-¿Estás... de... guardia? -pregunté encontrando mi voz frágil y


ronca, el borde de esa toalla que llevaba estaba muy peligroso, al
igual que la forma de su vientre invitando a ver lo que había más
abajo de su ombligo.

No tenía que sentirme así, al borde de encenderme, pero me


sentía como un animal enjaulada y sin comer todo el día;
dispuesta a atacar.

-Sí, estaba bañándome -dijo pareciendo algo apenado, disculpa,


tengo que recorrer un largo pasillo hasta llegar a mi habitación,
las duchas quedan lejos.

De seguro que se estaba quedando en las nuevas habitaciones,


esas no tenían ducha, eran diminutas.

Tragué pesadamente saliva.

-¿Vas a vestirte? -pregunté sintiendo que mi voz le estaba


rogando.

Él no pareció comprender que en mi cara era la viva imagen de la


lujuria, de seguro nunca se le vendría a la cabeza eso de una
monja, mucho menos de una que le estaba enseñando temprano
cosas de la biblia.

-Sí, a eso iba -sus ojos azules se enfocaron en mí algo


preocupados- ¿Estás bien?
¿Que si estaba bien?

Tenerlo a solo centímetros de mí semidesnudo me estaba


haciendo volar mi imaginación, estaba calentándome
demasiado, más de lo debidamente aceptado.

-No-susurré sabiendo que estaba perdiendo el control.

Demasiados sentimientos acumulados.

Demasiada calentura retenida.

Las malas decisiones me atormentaban la cabeza.

Mordí mi labio inferior volviendo a ver su torso.

-¿Por qué? -preguntó, sus ojos azules se enfocaron en mi boca


esta vez entendiendo un poco las señales que mi cuerpo emitía
ante su desnudez.

«Si el padre William pudo, yo también».

Sin poder detenerme me eché hacia adelante en puntillas y lo


besé, por un momento nuestras bocas estuvieran tensas, él no
parecía salir de su asombro, pero entonces pareció relajarse y
me correspondió abriendo la boca, acariciando mis labios, sus
manos fueron a mi cintura, pero de repente pareció reaccionar y
negó con la cabeza separándose para decir:

-Lo siento -susurró pareciendo conmocionado, como si hubiera


sido su culpa y no la mía, como si hubiera sido él el que hubiera
cruzado el límite y no yo.

Me mordí los labios, ahora yo era plenamente lujuria, sentía que


estaba ardiendo y que el fuego se notaría en cualquier momento
en mi piel.

Lo tomé de la mano con firmeza y le dije:

-Ven conmigo.

Me miró dudoso, pero no replicó solo me siguió pareciendo aún


no creer que esto estuviera pasando con una monja como yo
solo por anda en toalla por ahí. Lo guié hacia la oficina del padre
William y cerré la puerta. Isaac me miraba, sus ojos se habían
oscurecido, él no era inocente, él tenía un límite como todos; un
limite que él decidía cruzar o no.

-¿Qué haces? -murmuró, su voz ronca cuando me quité la cofia y


el velo dejando mi cabello suelto.

-No hables. -susurré, y creo que ni yo misma me reconocía la voz.


Lo empujé por los hombros para que retrocediera hasta el
escritorio y aparté las cosas que el padre William tenía ahí
encima. Isaac solo me miraba, parecía discutir consigo mismo,
sabiendo que si te metías con una monja podía ser el pase rápido
al infierno.

-El padre William, Celeste...

Lo tomé por las manos y me voltee, mis glúteos chocaron con el


escritorio, él quedó frente a mí, cerca, con el deseo oscureciendo
su mirada, pero aun dudoso de continuar.

-Él no llegará hasta dentro de unas horas. -susurré y agregué


deslizándome el cierre de la toga:- Nadie lo sabrá.

Dejé caer mis vestimentas quedando solo en el vestido de abajo


de tela blanda transparente, pasé la mano por su pecho
suavemente, él relamió sus labios mirando mi boca y entonces le
solté la toalla dejando que cayera al suelo, descubriendo lo duro
que se le había puesto.

-¿Sabes rezar el padre nuestro? pregunté volviendo a mirar su


rostro.

-Sí. -susurró pasando un pulgar por encima de la delgada tela que


me cubría.
Me recosté del escritorio y empecé a bajarme las bragas.

-Entonces empieza a arrodíllate.

Capítulo 41: Venganza erótica

Noté como los labios de Isaac Reynolds se curvaban hacia arriba


en una sonrisa entre impresionada, sexi y excitada, llena de
lujuria, sus ojos azules pareciendo un torbellino de deseo
oscurecido en aguas profundas, la verdadera que Isaac era
guapo, físicamente tenía ese corte bajo en su cabello castaño
con esos brazos fuertes y su torso, realmente estaba era un
delirio para la vista, solo que el padre William era más intenso,
parecía destilar maldad desde sus ojos como el humo al borde de
incendiarse... un momento, ¿qué hacía yo comparándonos?

Intenté poner la mente en blanco y disfrutar de la persona que


tenía enfrente de mí, a pesar de que todo esto lo hacía por la
dulce venganza de follar en la oficina del padre William, sobre su
escritorio.

-No sé muy bien si estoy soñando - susurró Isaac inclinándose


sobre mí, su pecho subiendo y bajando con un leve temblor en el
cuerpo, su aliento tibio rozando mi boca.

Acaricié su pecho, sintiéndolo estremecerse debajo de mi tacto y


sonreí diciendo:
-Si crees que es un sueño, entonces apresurate antes de que
despiertes.

Llevé mis manos a sus hombros e intenté bajarlo para que me


hiciera sexo oral, pero él se resistió y dijo:

-Eres dominante.

Hasta a mí me sorprendía esta versión de mí, pero quería que


dejara de hablar y disfrutáramos de nuestros cuerpos.

Él me agarró de la nuca y me besó, sus labios siendo como un


néctar, devorándome, su lengua invadiendo mi boca de una
manera posesiva que me dejó más caliente que antes. Este
hombre sí sabía besar, de repente se separó dejándome con
ganas de más y susurró sobre mi boca:

-No quiero despertar aún.

Sus manos fueron al borde de la delgada tela que me cubría y me


la alzó lentamente hasta sacármela por la cabeza, lo ayudé a
desabrocharme el sostén quedando ahora enteramente desnuda
como él. Isaac no perdió tiempo, se inclinó pasando su lengua
por mi cuello hasta llegar a mis pechos y su lengua empezó a
juguetear con mis pezones, eché la cabeza hacia atrás sintiendo
el movimiento de su lengua directamente en mi sexo y acaricié
su cabello sin dejar de gemir.
«Lo que me fascinaba del padre William era que podía tocar las
hebras de su pelo mientras me lamía los pechos».

No, debía de dejar de pensar en eso.

Cerré los ojos cuando su mano fue a mi vientre y sus dedos se


deslizaron por toda mi humedad, mi clítoris ya estaba hinchado,
toda la piel de mis piernas temblaban, me sentía muy cerca de
alcanzar mi liberación. Empecé a mover mis caderas contra su
tacto superficial, sus dedos no eran tan largos, pero él sabía
dónde tocar y su lengua yendo de mi cuello a mis pezones
empezaba a despedazarme en éxtasis.

De repente dejó de tocarme, fruncí el ceño sin comprender por


qué se había detenido, mis piernas aun con esa sensación de
temblor, abrí los ojos y lo vi arrodillarse, apenas me aguanté de
sus hombros cuando ahora fue su lengua y su boca la que
estaban chupando y lamiendo.

Vaya, se sentía tibia...aunque la lengua del padre William se


sentía bendita por los mismos ángeles.

Negué con la cabeza, ¿qué estaba pensando? Tenía que sacar al


padre William de mi cabeza.

Intenté concentrarme ante la sensación, pero me sentía muy


distraída y a mi mente vinieron esos ojos grises llenos de deseo,
su toque fuerte, su demanda al tocarme como si fuera suya, de
su propiedad, siendo enteramente posesivo.

Temblé, estaba al borde al pensar en que era su boca experta la


que me tocaba llenando todos los puntos que mi cuerpo
ambicionaba, apreté mis pechos y jadee.

«Padre William, me encanta como me lo haces».

Cuando sus labios apretaron mi clítoris mientras pasaba su


lengua con rapidez entré en un intenso vapor caliente que me
hizo jadear cuando alcancé mi primer orgasmo, mi piel
cosquillosa cuando él se levantó y yo me apoyé del escritorio
recuperando el aliento.

No quería abrir los ojos, me había traicionado a mí misma


pensando en que era el padre William y no Isaac el que estaba
lamiendo mi sexo.

Eso me frustraba, que por más que lo odiaba, no pudiera sacarlo


de mi cabeza y que necesitara imaginármelo para llenar a mi
propio placer.

-No llevo condones.


Susurró Isaac trayéndome a la realidad de que estaba aquí con
él. Me mordí los labios, por medio segundo ya me habían
quitado las ganas a pesar de que seguía húmeda y temblorosa.

-¿Quieres hacerlo sin condón? continuó preguntando.

¿Hacerlo sin condón?

Tragué pesadamente saliva, eso sería terrible, si salía


embarazada ahora que me iba a ir al vaticano, metería la pata
hasta el fondo.

Quería vengarme, pero no al extremo.

-No, no... murmuré.

-Entonces, tendrás que hacer algo - dijo con una ligera sonrisa en
su boca mientras tomaba mis manos y las colocaba sobre su
miembro caliente completamente erecto y palpitante.

Casi quise irme, pero si esto había sido un favor no podía ser
tampoco tan egoísta.

Había encendido las llamas en un inocente, lo mínimo que podía


hacer ahora era buscar un extintor.
Lo miré y empecé a tocar su miembro de arriba abajo, él se
estremeció mientras sus manos iban a mis pechos y los apretaba,
no llevaba tantos segundos cuando Isaac cerró los ojos y eyaculó
en mi mano una gran y espesa sustancia de semen, soltando un
profundo jadeo, su respiración subía y bajaba rápidamente,
compartimos una sonrisa y acerqué unas toallas de papel que
estaban en el escritorio para limpiarnos cuando de repente
escuchamos pasos afuera y voces.

Fuimos un remolino de un desastre buscando la ropa e


intentando ocultarnos pero no nos dio tiempo cuando la puerta
se abrió, y el padre William entró.

Capítulo 42: No me podrás olvidar

NARRA EL PADRE WILLIAM WEST


Mi mente se sentía en un maldito torbellino, estaban ocurriendo
demasiadas muertes en frente de nuestras narices y no parecía
haber nada que nosotros pudiéramos hacer para detenerlo.

Sentía que nos habíamos estancado en las investigaciones, sentía


que no avanzábamos, no estábamos viendo algo que era
evidente, eso me frustraba, estaba enfurecido aún más por... esa
monja que no me salía de la puta cabeza.

¿Cuándo Celeste se coló tan profundo dentro de mí? Entre más


se resistía a mí, más la deseaba.
Tomé una profunda respiración, tenía que sacármela de mí
cabeza, tenía que enfocarme en la misión.

Este asesino era profesional, sabía qué cosas hacer, sabía cómo
hacer para cubrir sus huellas y todo se vieran como suicidios.

Solo que tenía un pequeño desliz, los supuestos suicidios no


parecían tener razones, eran personas que parecían
psicológicamente estables.

Incluso lo que ocurrió con Lissandra Owen, ella era agente en


cubierto en esta misión con nosotros, trabajó en una que otra
misión conmigo a lo largo de mi carrera y de vez en cuando nos
satisfacíamos para matar las ganas sexuales, ella no tenía
razones para suicidarse, tenía su novia y esperaban un bebé.

Sin embargo supuestamente lo había hecho, lo cual era estúpido,


su muerte fue asfixia, era imposible que ella misma se hubiera
asfixiado, pero todo apuntaba a eso.

Nada tenía sentido, como si nadáramos contra corriente y nos


arrastráramos lejos de la respuesta.

Cuando entré a mi oficina, el olor a sudor llenó mis cosas nasales,


lo primero que vi fue al policía Reynolds semidesnudo, con la
respiración agitada, algo sudoroso y el rostro enrojecido, la
culpabilidad en sus ojos como si lo hubiera descubierto. Fruncí el
ceño y vi la alfombra humedecida y la toalla que cubría su cuerpo
estaba al revés.

¿Se había estado masturbando en mi oficina?

Eso no tenía sentido.

¿Que hacia en mi Oficina? ¿Y en toalla?

-Padre William. -tartamudeó.

Algo andaba mal.

Primordialmente porque siendo policía, él sabía mi verdadera


identidad y cuando era algo de asuntos internos él no se refería a
mí como "padre William" siempre como "Smith".

-¿Qué ocurrió? -solté fruncido el ceño.

El miró alrededor, podía ver cómo estaba inquieto.

¿Acaso había alguien más en mi oficina?

Si el muy hijo de puta había estado follando en mi oficina iba a


pedir que lo dieran de baja en la misión.
-Es... se... señor -aclaró su garganta-, nada...

Qué no me llamara por mi apellido oficial me hizo sospechar más


que había alguien dentro de la oficina además de él. ¿Acaso
alguna monja?

-¿No hay alguna novedad? -pregunté entrecerrando los ojos.

Él pareció controlar su conmoción y aclaró su garganta volviendo


a su máscara indescifrable de policía entrenado.

-No señor -dijo más firme, yo me equivoqué de oficina.

Eso me sonaba muy falso.

-¿Te equivocaste? -repetí con burla.

Era imposible que se equivocara de lugar, estaba en mi oficina.

-No, realmente pensé que estaba aquí y que podría ayudarme


con lo del puesto...

Ah, ahora estaba cambiando su excusa.


Lo del puesto, él quería que yo hablará con su jefe para que lo
subieran de puesto. Algo que ahora estaba muy dudoso.

Pero ahora me daba mucha curiosidad saber qué era lo que él se


traía entre manos.

-¿Te parece un momento oportuno para preguntarme eso? -


repliqué.

Era de noche, él en toalla, al parecer estaba tan aturdido que él


no procesaba.

-Tiene razón, no lo molesto más -dijo y acomodándose


nuevamente la toalla se dirigió a la puerta.

Mis ojos fueron a unas bragas cerca del suelo.

La evidencia de lo que había ocurrido aquí.

Apreté los labios.

-De hecho creo que puedo ayudarte dije empezando a caminar


detrás de él hacia la puerta.

Noté su alivio cuando vio que iba a salir de mi oficina.


-Vale-murmuró mientras abría la puerta.

Salí con él fuera de la oficina y cerré la puerta.

NARRA CELESTE

Me dolían las rodillas de los trompicones que di cuando me lancé


debajo del escritorio rogando que el padre William no me viera
en la sorpresa de que me encontrara desnuda con otro hombre,
solo cuando estuve casi sin respirar y desnuda en el suelo fue
cuando me di cuenta de que había sido estúpido, es decir... ¿Por
que me escondí? de seguro que le hubiera dolido más verme en
brazos de otro hombre.

Pero entonces me di cuenta de que de seguro a mí me hubiera


dolido más que él que me viera con otro hombre.

¿Por qué no podía sacarlo de mi cabeza?

¿Por qué era tan difícil para mí vengarme de él?

Sabía por qué, porque yo quería que le doliera, pero sabía que
no le iba a doler porque él no me amaba, ni sentía nada más que
una atracción física por mi.
Era una roca andante sin sentimientos que solo pensaba con la
polla.

Creo que definitivamente eso era lo que gozaba mi ego, que me


entregué a él rompiendo mis principios y a él le daba igual y
actuaba indiferente.

Eso me destruía.

Ese hombre yo no le importa para nada, solo era una mujer que
cayó en sus redes y le abrió las piernas.

Nada de nivel sentimental.

Solo pensar eso me enfurecia aún más y me hacía sentir patética.

Escuché que tenía una breve conversación y yo sólo rogaba para


que ya se fueran. Luego de varios minutos cuando por fin
salieron, esperé unos segundos y salí de mi escondite
asegurándome de que no hubiera moros en la costa.

Estaba sola.

Respiré.
¿Qué estaba haciendo? Me estaba rebajando al mismo nivel del
padre William buscando quien lo satisficiera a nivel sexual
matando las ganas.

Este hombre me desestabilizaba, me estaba mandando a crear


de mi cabeza un caos actuando como él solo para llamar su
atención y vaya que ni funcionaba porque ahora pensaba más en
él deseándolo más.

Patética, me había vuelto patética, me sentía decepcionada de


mí misma.

Ahora estaba molesta, incluso más molesta que antes, porque


había estado pensando en el padre William en medio de toda mi
venganza.

Entre más trataba de alejarlo y olvidarlo, más presente y real se


volvía en mi mente manteniéndose ahí y enloqueciéndome.

Ya tenía que olvidar esto, mañana me iría al vaticano, mañana


iba a hacer otro día y me alejaría de todo esto.

Me estaba colocando las últimas prendas de mis vestimentas


cuando volví a revisar por todos lados la que me faltaba ¿donde
estaban mis bragas? De seguro Isaac se las había llevado,
terminé de colocarme el velo, entonces abrí la puerta para salir
de la oficina, y... ahí del otro lado de la puerta, estaba el padre
William de brazos cruzados mirándome fijamente con sus ojos
grises y acusadores.

Oh...

Capítulo 43: ¿Te lo hizo mejor que yo?

-Entra.

Su voz firme, oscura, desafiante.

Como si él supiera que yo había estado aquí todo este tiempo y


solo había salido para darme privacidad de vestirme.

Tragué pesadamente saliva sabiendo que estaba en graves


problemas.

Apreté los labios y sin decir nada, solo retrocedí mis pasos para
entrar.

Mi corazón latía desenfrenado al ver esos ojos donde el diablo se


reflejaba mirarme como si supiera que aunque quisiera hacerme
la fuerte, él tenía poder sobre mí y era capaz de dominar mi
cuerpo, mi mente y mi sentido común.
Porque debí irme, sé que debí irme sin importarme lo que él me
ordenara.

Pero me declaraba una completa inútil que perdía la cordura


cuando el imbécil que odiaba con todas mis

fuerzas me miraba dominando cada partícula de mi cuerpo


dejándome de rodillas.

El entró cerrando la puerta a sus espaldas y le pasó el seguro


resonando el crujir en todo el silencio de la habitación.

Fuimos un reto de miradas fijas, la tensión agravándose, podia


ver en su rostro gélido que estaba enfadado, yo no me atrevía a
decir nada, solo tragaba pesadamente saliva sin saber qué era lo
que iba a decirme al encontrarme con las manos en la masa del
crimen.

Esperaba realmente que esto le diera muy profundo en su ego y


le doliera tal y como me dolió a mí.

-¿Alguna razón para que te encerraras en mi oficina a follarte al


policía Reynolds? -soltó rompiendo el tenso silencio de la
habitación.

Se notaba molesto, la vena de su cuello empezando a marcharse


cuando apretaba la quijada.
-No follamos -solté.

Él analizó mi rostro por un momento, no parecía creerme y vaya


que yo tampoco lo hubiera hecho.

Es decir, hicimos muchas cosas, pero no follamos.

-Ah ¿no? -preguntó con algo de ironía.

Empezó a caminar por la habitación, parecía un leon que


acechaba lentamente a su víctima oliendo su temor, temblé, él
tenía algo dentro de sí mismo, como su temperamento, su
postura, su manera desafiante de mirar y actuar, que desprendía
temor y respeto.

Lo vi agacharse y entonces cuando se alzó y se volteó hacia mí


noté que tenía mis bragas en la mano. Mi rostro se llenó de
color, abrí los ojos de par en par y mis labios se entre abrieron un
poco sin poder creer que hubiera dejado mis bragas a la vista y
que él las hubiera encontrado.

Las miró con una leve sonrisa que no llegó a sus ojos enfurecidos
cuando dijo:

-Sé muy bien de quiénes son estas bragas de abuelita.


Me acerqué a él y se las arrebaté de las manos llena de
vergüenza pero sin mostrarme vulnerable, me sentía molesta de
que hiciera de esto un chiste burlón.

-Si al caso vamos a ti no te importa eso. -repliqué.

Noté como su sonrisa se borró y solo quedó su rostro enrojecido


llenó de molestia, su mirada fija en la mía inyectada en sangre
como si pudiera pulverizarme.

-¿No me importa? -replicó dando un paso hacia mí, me quedé en


mi lugar alzando la barbilla, enfrentandome a él.

-Tú nunca has mostrado ni un poco de lealtad hacia mí, nunca


has demostrado sentimientos ¿por qué te importaría que Isaac
me folle sobre tú escritorio y me lo haga mejor que tú?

Noté como la rabia se reflejó en su mirada, sí le dolió mi


comentario, por fin le pude dar en su ego inflado y pude ver
sentimientos dentro de todo ese muro de concreto que lo
representaba.

El padre William dio otro paso hacia mí e inclinó la cabeza, deje


de respirar cuando noté que su pecho rozaba el mío, pero no me
moví, no quería darle el gusto de que supiera que tenía poder
sobre mí.
-¿Entonces te parece justo venir a follarte a otro en mi escritorio
donde te hice mía también? -susurró, su aliento caliente rozando
mi boca removiendo todas mis hormonas y calentando cada
parte de mi traicionero cuerpo pidiendo a gritos abalanzarse
sobre él pero me negaba a complacerlo.

-Ahí hiciste a otra tuya también repliqué llena de rencor.

-Está muerta -me recordó.

-Eso no cambia lo que pasó -refuté recordando que él se la folló


sin importarle nada.

Él relamió sus labios, la tensión entre los dos siendo a estas


alturas insoportable, mi corazón latía desenfrenado, mi
respiración agitada. Él levantó su mano y su dedo índice tocó mi
frente deslizándose lentamente por el contorno de mi nariz
hasta llegar a mis labios dejando el recorrido de su tacto como
fuego ardiendo sobre mi piel.

-Cuando me la follada a ella pensaba en ti susurró dibujando el


contorno de mis labios con lentitud mandando todo mi cuerpo a
estremecerse-, ahora dime Celeste ¿cuando él te la metía
pensabas en mí?

Me quedé callada con los ojos entre abiertos, de seguro que


podía ver en mi mirada lo insatisfecha que estaba, lo mal que
había quedado porque mientras eran las manos de Isaac, solo
pensaba y quería que fuera él el que me tocara.

-¿Te lo hizo mejor que yo? -continuó susurrando.

No le respondí. Sentí como su otra mano subía por mi cintura y


se aferró a mí hasta empujarme contra su pecho, jadee de la
impresión y de lo cerca que habíamos quedado, el dedo que
mantenía en mi boca bajo hacia mi barbilla ahora dibujando mi
quijada con suavidad y erotismo.

Todo mi cuerpo reaccionando ante el veneno que mi alma


necesitaba para desfallecer de placer.

-Obviamente nunca será mejor que yo -musitó-, no cuando


sigues amargada e insatisfecha, porque sabes que soy el único
que te llena y te satisface...

Odiaba la verdad que él guardaba, odiaba que tuviera tanta


razón.

Nadie me satisfacía como él lo hacía.

Su mano me envolvió el cuello y me aferró deliciosamente.

-Ah... -jadee sin poder aguantar un gemido.


-¿Como te atreves a que él toque lo que es mío? -susurró
rozando su nariz con la mía.

-¿Ahora si estas celoso por mi? repliqué.

Él mordió sus labios y me volteó con él de modo que mi espalda


pegó de la pared y su cuerpo presionó el mío, podía sentirlo
debajo de la tela, lo duro que se había puesto y el enfado que
desprendía de su cuerpo.

-Por más que intente sacarte de mi cabeza no puedo hacerlo. -


dijo entre dientes pareciendo hablar con él mismo.

Sus ojos grises parecían sinceros y frustrados, podía ver que así
mismo estaba yo, así mismo me sentía. Frustrada, por no poder
quitarlo de mi cabeza, ni olvidarlo con otras personas.

-Yo tampoco -repliqué.

-¿Te hizo llegar? -preguntó y pude sentir como su miembro


estaba cada vez más duro en mi pierna.

Quería mentirle, decirle que fue mejor que él, que me lo hizo
como él nunca lo haría, pero al mirarlo frente a mí y mientras me
tomaba en los puntos de mi cuerpo que me fascinaban de mis
labios solo pude decir:
-Solo cuando pensé en ti.

Él sonrió con malicia y sus dos manos se dirigieron a la tela de mi


ropa para jalarla ocasionando que el cierre se deslizara
violentamente hacia abajo, exponiendo mi ropa interior mientras
decía:

-Ahora vas a gritar mi nombre, Nonne.

Capítulo 44: Eres mi pecado favorito

La tela de mis vestimentas cayó al suelo y entonces el padre


William tomó la delgada tela que me cubría rompiéndola sin
ningún tipo de pudor, como un animal en celo que desean
desesperadamente follar, debía de estar mal que me enciendiera
tanto su modo posesivo de tomarme, aun más cuando habíamos
estado acumulando tanto el deseo.

Sus manos bajaron mi sostén exponiendo mis pechos y se agachó


para meterselos a la boca, su lengua moviéndose sobre mi pezón
como una serpiente a punto de atacar.

-¡Ah! ¡Padre William! -jadee poniendo mis ojos en blanco,


sintiendo que la intensidad era demasiado fuerte y que iba a
quemarme de lo caliente que estaba.
-Como amo que de tus labios gimas mi nombre pequeña monja -
susurró lanzando mis vestimentas a un lado dejándome
enteramente desnuda ante él.

Su mano fue al medio de mis piernas, en este punto estaba tan


empapada que daba vergüenza, solo podía gemir y sentir que
estaba rozando las nubes cuando su boca besó mi cuello
mandando miles de sensaciones, ya estaba al borde de venirme y
apenas me había tocado.

-¿Él te hizo jadear tanto como yo? susurró subiendo a mi boca y


dándome un beso que me dejó completamente en las nubes
mordiendo mi labio inferior dejándome con ganas de más antes
de continuar diciendo:

-¿Disfrutó de cada centímetro de tu cuerpo?

Cuando volvió a besar mi cuello supe que ya estaba al borde de


venirme, cerré los ojos y eche mi cabeza hacia atrás, él subió a mi
oído y susurró:

-¿Él supo que mientras te tocaba tu pensabas que eran mis


manos?

Mordió el lóbulo de mi oreja.


-Ah ¡joder! -gemí cuando el orgasmo me hizo desfallecerme,
toda mi piel se erizó y el calor invadió todo mi vientre en un
cosquilleo intenso que me hizo permanecer en un mundo
paralelo por varios segundos llenos de éxtasis.

-¿Te hizo maldecir y llegar tan rápido como yo te hice hacer? -


susurró empezando a abrir su bragueta y bajandose sus
pantalones, su enorme erección saltando a la vista cuando se
quitó la camisa dejando ahora todo su cuerpo musculoso y lleno
de tatuajes a la vista, siendo un pecado andante.

Sus manos fueron a mi cintura y ahuecaron mi trasero sin ningún


tipo de tapujos como si fuera una muñeca, antes de alzarme y
pegarme de la pared, envolví mis piernas alrededor de su cintura
sintiendo la punta de su miembro rozar mi entrada, mi cuerpo
preparándose para dejar entrar eso que tanto añoraba.

-Ah... -jadee echando mi cabeza hacia atrás y arqueando mi


espalda, intentando mover las caderas para que terminara de
entrar, pero él no se movía.

-¡Responde! -exigió pero realmente casi se me había olvidado la


pregunta.

-No-jadee.

-No ¿qué? -susurró introduciéndose un poco más sabiendo que


me tenía bajo su completo dominio.
-Por favor... -rogué.

-No ¿qué? -repitió esperando una respuesta.

Entre abrí los ojos, su mirada oscurecida de ojos grises estaba fija
en la mía encendiéndome aún más, es que este hombre era mi
delito y mi perdición entera.

-No-susurré con sinceridad, tú eres el único que me hace perder


mi juicio y me hace olvidar mis principios...

Su boca rozó la mía mientras sonreía diciendo:

-Dime si quieres que continúe.

-Sí -jadee moviendo las caderas y entonces entró por completo,


sin condón, sin tabúes, sin restricciones, llenandome entera.

Gemí en su boca mientras me besaba, devorandome, mientras


empujaba una y otra vez con furia contenida, el sonido de
nuestras pieles chocaban al igual que mi espalda contra la pared,
nuestros gemidos como animales dejándose llevar por la lujuria
del sexo salvaje.
-No entiendo como es que no puedo resistirme a ti -susurró el
padre William sobre mi boca antes de atacar mi cuello.

Yo tampoco comprendía como era que él se había convertido en


mi debilidad.

-¿Acaso lo sentiste tan adentro con él? replicó el padre William


mientras seguía embistiéndome sin piedad.

-No follé con él -solté entre jadeos sintiendo que estaba al borde
de llegar a mi éxtasis-, solo tú.

Pude ver el reflejo de su sonrisa malvada cuando susurró:

-Así me gusta antes de volver a devorar mi boca y ahogar mis


jadeos.

Empezando a darme tan duro que pensé que me iba a partir en


dos.

Mis uñas se aferraron a su espalda encrustandolas en su piel, su


boca fue a mi cuello dejándome al borde de mi liberación, pasé
la lengua por su oreja sintiendolo estremecerse, sabía que él
estaba al borde al igual que yo.
Él vapor caliente empezó a cubrir mi vientre, el cosquilleo
llenando mis piernas, la intensidad siendo el fuego que me hacía
arder el cuerpo entero cuando él susurró mirándome a los ojos:

-Eres mi pecado favorito, Nonne.

Exploté aferrándome a él, y fue entonces cuando él padre


William se dejó ir disfrutando de su propia liberación.

Mi respiración agitada chocaba con la suya al igual que nuestros


corazones retumbaban a toda velocidad haciendo eco en la
habitación. Nuestras prendas esparcidas en el suelo como si las
hubiera rasgado un animal, y es que era algo mayor que nos unía
algo que no podíamos entender.

La relación prohibida de dos amantes que no pueden dejarse por


más inapropiada que era su relación.

Ahora entendía que por más que quisiera alejarme, o interponer


mi orgullo, él sacerdote era mi gusto culposo, por más que
quisiera alejarme de él, no podía, porque me había vuelto adicta
a él.

Capítulo 45: Eres mi debilidad

CELESTE BRAUN
Después de que nuestras respiraciones se apaciguaron y el eco
de nuestros corazones se calmó, fue cuando logré volver a la
realidad, él me miró, sus ojos grises profundizándose en los míos,
como si también hubiera comprendido que esto era más, que
esto no podíamos controlarlo.

Que nos convertimos en la manzana prohibida de la que


amábamos comer.

Cuando nos separamos él me pasó unas toallas para que me


limpiara y él también lo hizo; limpiándose de nuestros fluidos,
estaba siendo algo irresponsable en no cuidarme en el sexo,
pero... creo que no estaba en peligro según mi ciclo menstrual...

Esperaba.

Nos empezamos a vestir, noté que la tela que me había roto


estaba inservible, así que él la tomó y la metió en una bolsa, tuve
que ponerme la túnica encima de mi sostén y bragas, nunca me
sentí más impura que ahora por usar estas vestimentas que
demostraban pulcritud y santidad.

Me sentía una inmoral, pero... aún así no me arrepentía de esto.

Mi nivel de cinismo era sádico.


Cuando estuve lista, miré como el padre William se terminaba de
colocar sus pantalones que se amoldaban perfectamente a sus
buenas piernas, los tatuajes de su torso ejercitado y desnudo
siendo cubiertos cuando se colocó la camisa de las vestimentas
que debe llevar un sacerdote.

Estaba tan mal que siguiera deseándolo como lo hacía, que


nunca parecía saciarme, que solo quería más.

Una monja y un sacerdote que cuando están a solas guardan


miles de secretos y complicidades inmorales.

Relamí mis labios y susurré:

-Me voy, padre William.

Él volteó para mirarme, entonces comprendió que no hablaba de


ahora, sino que realmente me iban a enviar a otro lugar y
continúe diciendo:

-Me van a enviar al Vaticano -expliqué porque según la madre


Superiora, soy la única apta para ir allá.
Me había esforzado tanto por esto; por tener ese puesto, era el
sueño de todas las monjas, era lo mejor del mundo para mí aún
siendo tan joven pero, ahora en este punto de mi vida, no
parecía nada emocionante.
Pensé que el padre William me diría algo al respecto o algo
sarcástico por ser una hipócrita de la religión católica, pero en
cambio se quedó callado y no me dijo nada solo pasó las manos
por su cabello arreglándoselo.

Era algo irritante para mí que él tuviera la capacidad de dejar su


rostro serio y ocultara las expresiones que pudiera mostrar algún
pensamiento, como si siempre estuviera indiferente.

-Es algo que había deseado mucho como monja continué


hablando debido a que él no dijo nada, pero no creí que todo
esto pasaría tan rápido.

De hecho, creí que pasaría en unos años más, cuando terminara


los estudios reglamentarios y siguiera siendo la chica buena en
las que todas las monjas podían confiar.

De repente el padre William se volteó hacia su escritorio


apoyándose de él con sus manos, su cabeza bajó como si
estuviera algo agotado, me quedé mirando su espalda bien
formada que aún bajo su uniforme se notaba ejercitado.

-¿Cuándo te vas? -preguntó luego de unos segundos.

Tragué pesadamente saliva, solo pensar en irme ahora me daba


algo de intranquilidad... no me sentía lista para irme.
-Mañana haré mis votos-dije explicándole lo que me dijo la
madre Superiora, creo que... Mañana mismo me iré...

Aún no sabía bien como sería esto, todo se veía muy precipitado
para mí.

El padre William se volteó hacia mí, se veía sorprendido y algo en


shock por esto, pero entonces luego de un momento bajó la
mirada afirmando con la cabeza y dijo:

-Vale.

¿Ah?

Él volvió a mirarme indiferente con esa mirada indescifrable que


empezaba a irritarme.

-¿Vale? -pregunté- ¿es todo lo que dirás?

Me iba a ir, después de que nos dimos cuenta de la enorme


atracción que había aquí, creí que me diría otra cosa, puede que
en mi mente él me propondría escapar juntos o no lo sé,
casarnos, pero claro, estas eran ilusiones tontas porque él nunca
mencionó nada, ni siquiera había admitido que me quería.

Eso me hacía sentir otra vez ese profundo hueco en el pecho de


molestia y dolor.
Se encogió de hombros.

-Celeste, sabemos que esto es solo pasajero.

Esas palabras fueron como un puño directo a mi pecho.

Sí, sabía que teníamos vidas diferentes, sabía que esto era un
error, un secreto, algo que no podría continuar prometiendo un
futuro, pero me molestaba tanto que él me causara miles de
sensaciones y solo fuera realista y tajante con sus palabras secas;
sabiendo que no íbamos a continuar con un "felices para
siempre".

Creo que más que estar molesta con él, estaba molesta conmigo
misma, con mi realidad, con mi confusión.

Porque antes de él tenía muy claro lo que quería e iba a hacer,


pero después de él, todo pareció volverse borroso en mis planes.

-Duele cuando dices estas cosas ¿sabes?

-dije sin ser capaz de resistirme.

Él alzó una ceja, también parecía algo molesto.


-¿Te duele la verdad? -dijo con algo de sarcasmo.

-No. -me acerqué a él y me detuve cuando estaba como a dos


pasos de tocarlo susurrando:- Subirme al cielo diciéndome cosas
durante el sexo, para luego después del sexo, decir que no
somos nada.

Ya eran muchas veces en las que hacía lo mismo, y realmente,


creí que esta vez había sido diferente, porque esta vez vi
sentimientos, vi amor, vi celos, vi... pasión, una conexión más allá
de lo físico.

¿Acaso estaba equivocada?

«Eres mi pecado favorito, Nonne».

Sus ojos grises se profundizaron en los míos, aún estaba esa


profunda atracción magnética que nos atraía el uno al otro, sin
embargo él parecía tener un fuerte muro resistente que lo hacía
actuar como una roca sin sentimientos.

«No quiere aceptar que siente algo por mí».

«¿O realmente no siente nada?»


Él acortó el espacio que nos separaba, su pecho rozando el mío
dejándome sin aliento, alcé la cabeza para mirarlo, él mantenía
la cabeza gacha fija en mí.

-Hay atracción -susurró- pero sabes bien que sería muy


complicado involucrarnos.

Dejé de respirar cuando su mano tocó mi barbilla y sus dedos


rozaron el contorno de mis labios, como amaba cuando hacía
eso, porque lograba sentirlo en cada parte de mi cuerpo,
estremeciéndome, llevando mi mente a sentir solo una intensa
atracción.

-Eres mi debilidad -continuó diciendo -, pero tenemos


ambiciones diferentes. Yo vine aquí por una razón y es una
investigación delicada, no contaba enredarme contigo, ni con
nadie, nunca rompí mis propias reglas hasta que te conocí.

-¿Tus propias reglas? -pregunté.

-No salirme del personaje. -explicó.

Ahora lo comprendía, claramente, él había llegado siendo el


sacerdote cristiano y recto, pero conmigo siempre... fue más que
una careta, fue real, aunque no sé si lo fue del todo porque
sentía que no lo conocía, que solo había rozado su superficie.
Pero me dijera todo esto por fin me decía que este hombre sí
sentía, que podía haber algo dentro de todo ese muro de rocas
que representaba a este enigmático hombre.

Tragué pesadamente saliva, sus palabras suaves y delicadas pero


a la vez se sentían como cuchillos atravesando mi pecho.

Él relamió sus labios y delineó mi labio inferior con la yema de su


pulgar para decir en susurro:

-Mi debilidad tiene tu nombre, eres mi pecado hecho carne.

Dejé de respirar y ahogué un gemido. Nunca creí que unas


palabras tan satánicas para una monja como yo pudieran
acelerarme el corazón y sonrojar mis mejillas con fuerza.

-¿Entonces estas bien con que me vaya?

-pregunté luego de un momento.

Lo vi tragar pesadamente saliva y dijo:

-No tenemos opción.

Quería morderme la lengua ante el pensamiento que cruzó por


mi mente, pero no me resistí y dije:
-Podemos escaparnos.

Su mano dejó de tocarme el rostro y noté como su ceño se


frunció, su mirada lastimera pareciendo realmente consternada
cuando negó con la cabeza diciendo:

-No puedo, tu tampoco.

Él tenía un trabajo importante, una misión y él no era capaz de


echar eso por la borda.

Bajé la mirada entendiendo que aunque le gustara, él no iba a


hacer un esfuerzo por mí, porque yo no era su prioridad, su
prioridad era la misión, yo solo fui un defecto anexado de sexo.

Entenderlo, no hacía que doliera menos.

-Entonces vuelvo a entender que es una aventura dije volviendo


a enfrentarme a su mirada, él no me respondió pero en su
mirada supe la respuesta.

Así era.

Solo una aventura que no tendría un final feliz.


Me alejé de él dando unos pasos hacia atrás antes de voltearme
para salir rápido de ahí, mis ojos empezaron a picar
cristalizándose, mi pecho comprimiéndose, me faltaba el aire y
mi garganta me ahogaba.

¿Cómo era que el hombre que tanto podía fascinarme era el


mismo que me hacía sentir tan terriblemente mal?

Éramos la fruta prohibida que si se unía solo íbamos a destruir


todo nuestro mundo.

Iba a subir las escaleras sintiéndome con una mezcla de mil


emociones cuando de repente alguien me jaló por el brazo
arrastrándome hacia una habitación oscura y me pegó de la
pared, apenas pude reaccionar cuando empezó a ahorcarme con
las dos manos con fuerza.

Capítulo 46: El oscuro pasado de la monja,


Parte I

CELESTE BRAUN
Abrí la boca al mismo tiempo que entreabrí los ojos
adaptándome a la tenue oscuridad, las manos que envolvían mi
cuello se volvió ligeramente más débil hasta que noté esa ligera
sonrisa ladeada y los dientes de tono aperlados resplandecieron
al igual que esos ojos claros que reconocía a la perfección y tanto
asco y terror me daban.
Apreté la quijada al reconocerlo.

«Scheiße».

-Suéltame -murmuré con voz estrangulada.

Él se rió entre dientes, se inclinó hacia mí de modo que sus labios


chocaron contra mi oreja, contraje mi rostro pero lo único que
logré fue pegarme aún más a la pared sin tener escapatoria,
siempre odié y envidié su fuera.

-Así es como te gusta ¿no lo recuerdas?

-susurró en ese tono irónico tanto despreciaba.

Lo empujé por el pecho, sé que no le hizo efecto pero aun así mi


primo Álvaro se separó dando algunos pasos hacia atrás mientras
me soltaba sin borrar esa sonrisa torcida de sus labios,
obviamente le encantaba intimidarme.

-¿Acaso no te quedó claro la última vez?

-pregunté retóricamente, mis ojos vieron su nariz donde la


desviación era evidente en el puente de la misma, la última vez
donde le había dado un fuerte puñetazo que lo dejó sangrando.
Él se llevó su mano al puente de su nariz.

-Te volveré a partir la nariz -lo amenacé.

Él se rio, a pesar de estar unos pasos lejos de mí, lo sentía


demasiado cerca, estar cerca de Álvaro siempre me revolvía el
estomago y me hacía sentir incomoda.

-No nos pongamos violentos hermosa -susurró-, sabes lo mucho


que tú me encantas.

Entrecerré los ojos.

-Me das asco -solté.

Álvaro tensó su rostro, ya no había humor y volvió a acercarse a


mí, esta vez tocando mi pecho con fuerza y pegándome dela
pared. Me faltaba el aire, sentía mi corazón completamente
acelerado, odiaba tanto que a pesar de que hubiera pasado
tanto tiempo, él pudiera tener este poder sobre mí; infundirme
miedo, desesperación y sobre todo... terror.
-Sabes también que me excita cuando me hablas así -susurró-, y
cuando te resistes a mí...
Suspiró con una leve sonrisa como si pudiera saborear esos
momento que a mí me daban nauseas, su mano en mi pecho se
deslizó lentamente hacia abajo y yo me paralicé temblando.

-¿Qué es lo que quieres? -solté en un grito, él llevó un dedo a mis


labios rápidamente.

-Shh... -susurró y sentí su aliento chocar contra mi rostro-Estar


contigo.

Se rió un poco, sabía que esas no eran sus intenciones para estar
aquí.

Fijé mi mirada en él de manera amenazante.

-¿Qué haces aquí? -cuestioné.

-Tuve ganas de venir a verte -me soltó y empezó a caminar


alrededor como si supiera que me tenía a su merced, de repente
se volteó nuevamente hacia mí y dijo con el rostro burlón:-
Quería ver qué tanto has dejado sacar al monstruo y me llevé
una gran sorpresa, Celeste.

Me quedé perpleja.
Sabía que sus intensiones de venir a verme eran más grandes
que solo divertirse.
-No hay monstruo -repliqué con voz frívola.

No había pruebas, era imposible que recordara cosas que


pasaron hace tantos años.

-A mí no me puedes engañar, sabes que sé muchas cosas y ahora


sé otras.

¿Otras?

-Hablemos continuó diciendo sabiendo que ahora sí tenía toda


mi atención-, mi silencio tiene un precio, y tengo una propuesta.

Tomé una profunda respiración.

No podía negarme, no cuando mañana iba al Vaticano y


cualquier cosa que dijera podía enterrarme.

Tragué pesadamente saliva, tal vez eso lo podía usar como


ventaja.

-Vale, pero aquí no -murmuré, mañana en la noche, búscame y


hablaré contigo.
Él pareció complacido y afirmó con la cabeza.

-Vale, hermosa.
-Ahora vete dije mirando alrededor-, no quiero que me vean
hablando contigo.

Álvaro hizo el ademán de darme un beso en los labios, pero me


eché hacia atrás pegando mi espalda y la cabeza de la pared, él
se rió divertido de mi reacción y solo entonces cuando supuso
estaba lo suficientemente humillada, se fue dejándome sola.

Me tuve que tomar unos momentos para recomponerme, mi


respiración agitada, mi corazón latiendo deprisa. Me arreglé la
ropa y fui a mi habitación sintiendo que ahora estaba débil y
apunto de desmayarme, las nauseas amenazándome con
vomitar, solo recordar esas cosas que él quiso revivir me daban
asco.

Mañana en la noche tenía la esperanza de ya estar camino al


Vaticano, así que evitaría verlo otra vez y simplemente me
alejaría de él y de todo este horrible pasado que me destruyó la
vida.

Capítulo 47: El horrible pasado de la monja,


Parte II

A la mañana siguiente me levanté muy temprano arrodillándome


en la ventana pidiendo perdón por mis pecados como todas las
mañanas, solo que esta vez, estaba pidiendo que durante los
votos no me cayera un rayo encima por estar llena de pecado.

Me sentía como una inmoral, pero en un mundo lleno de


inmoralidad alguien tenía que aparentar ser bueno para no
perder la esperanza en la humanidad.

Fui a la oficina de la madre superiora, la puerta estaba abierta,


sin embargo toqué dos veces antes de entrar, ya estaba
impaciente para que todo iniciara. Ella volteó a verme y frunció
el ceño.

-¿Que haces aquí?

Yo sonreí y entré, era muy común que su actitud hostil fuera así
todas las mañanas.

-Buenos días madre Superiora -dije haciendo una ligera


reverencia con la cabeza. Usted me dijo que hoy...

La madre superiora pareció entender por donde iba mi


argumento y me interrumpió diciendo:

-Será el lunes porque los pasajes lo compraron para después.

¿El lunes?
Pestañee un par de veces, jueves, ¿tanto tiempo? Mi sonrisa
decayó.

Es decir, ella parecía apresurada para que todo fuera rápido y


ahora me decía que sería en 4 días, empecé a preguntar por qué
no me había avisado antes, pero ella me ignoró completamente
y se acercó a mí, me quedé callada cuando me entregó una
pequeña caja diciendo:

-Lleva esto a la hermana Grech y asegúrate de decirle que será


rápido.

Suspiré, como no, siempre me tenían de mensajera.

-¿Qué es? -pregunté, al notar que a pesar de que era una caja no
tan grande, estaba bastante pesada.

Ella me miró con cara de pocos amigos y soltó diciendo:

-Algo que no te compete a ti.

Afirmé con la cabeza como única respuesta y salí de ahí a hacer


lo que me mandaron. Me preguntaba qué haría la Madre
Superiora después de que yo me fuera, porque de seguro que
colmaría la paciencia de todas las demás monjas que no eran tan
serviciales como yo.
Mientras caminaba agité un poco el paquete apenas sonó, no
parecían ser biblias, no tenía ninguna nota por fuera, solo era
una caja marrón, uhm, que raro. Empecé a subir las escaleras
hacia la oficina de la monja Grech cuando de repente tropecé
con el último escalón y la caja cayó de mis manos, apenas
impactó contra el piso se abrió y me quedé perpleja observando
lo que parecían ser unos gusanos de plástico de colores
envueltos en gomaespuma.

No, un momento, cuándo los tomé para devolverlo a la caja


fruncí el ceño al ver la forma y el botón de encender. Mi boca se
abrió en sorpresa, cuando la comprensión me arrebató.

¿Eran unos vibradores?

Lo metí todo nuevamente a la caja rápidamente aun en shock, no


procesaba por completo esto, y es que en mi mente no podía
hallarle un sentido de que la madre superiora le estuviera
enviando vibradores a alguien.

De repente vi una nota escrita a mano, la tomé y para mi


completa revelación decía:

Esta noche después de la misa.

-A.
¿"A" de Adelaida? Aun cuando cerré la caja y seguí caminando a
la oficina de la monja Grech no podía cerrar mi boca del
asombro.

Estaban teniendo una aventura, era más que evidente esto.

Sentía que iba a desmayarme por el terrible secreto que sabía, la


Madre superior de la catedral principal con una monja de más
bajo nivel estaban teniendo un amorío.

¿Denunciarlo?

No... es decir, sería más hipócrita de mi parte hacerlo si yo lo hice


peor con el sacerdote.

Toqué y entré a la oficina compartida donde estaba la hermana


Grech, cuando le dije que era de parte de la Madre superiora, se
le alumbró la mirada, sus mejillas ligeramente sonrojada y me lo
aceptó gustosa.

Gracias. -susurró, de todas las monjas mayores siempre la vi


como alguien dulce con sus mejillas sonrosadas, su sonrisa
amable y sus lentes redondos, pensé que era tan devota que
jamás se me hubiera pasado por la cabeza creer que esta mujer
estaba en un pecado como este.
Aunque claro, cualquiera que me viera a mí, tampoco pensaría lo
mismo.
Al ver que me la quedé viendo puede que más de lo necesario,
me dedicó una sonrisa y preguntó:

-¿Necesitas algo?

Negué con la cabeza con una sonrisa forzada y le hice una leve
reverencia en modo de despedida antes de irme de ahí
rápidamente.

No podía creerlo aún, era un completo shock.

Me senté en el comedor para desayunar aun procesando esto,


mirando a las demás monjas y a las demás personas que
trabajaban aquí, ¿qué secretos ocultos tendrían todos ellos?
Apenas había tocado la comida, solo jugaba con el pan sin
levadura y el queso.

Al salir de ahí fui a clases, me iría dentro de poco, pero no era


como si tuviera otra cosa más emocionante qué hacer que estar
en las clases o estar pendientes de los niños del orfanato, el
trabajo de una monja era estar en devoción a Dios, la virgen,
ayudar al prójimo e interceder por las almas de los demás, algo
que pocas veces lograba hacer, pero lo intentaba.

Suspiré, ya era de tarde en la noche, el padre William había


salido a un exorcismo; se había corrido el rumor que era muy
bueno exorcizando, y el policía Isaac estaba en guardias diurnas,
lo que quería decir que apenas lo veía de lejos, también una
parte de mí lo evitaba, me daba algo de lastima haberlo usado y
minutos después haberme follado a mi gusto culposo; el padre
William.

Me sentía como un completo desastre de sentimientos, porque


cerraba los ojos y solo me encaprichaba aun más con el padre
William pensando en todo lo que me hacía sentir y como me
miraba cuando me hacía suya.

Era mi tortura.

Solo quería que acabara, en unos días me iría de aquí y todo esto
quedaría atrás, me aseguraría de no volverle la cara al padre
William y si le dolía, sería mejor para mí, porque hasta ahora
creía que era un roble sin sentimientos.

Negué con la cabeza, tenía que concentrarme.

Estaba arrodillada frente al cuadro de la última cena, después del


largo rezo del padre nuestro, terminé persignándome y mirando
el cuadro por última vez antes de levantarme, mis rodillas dolían
un poco de estar tanto tiempo arrodillada intentando recordar la
oración sin distraerme en mis pensamientos. Cuando me voltee
para salir, una de las monjas entró, cuando me vio sonrió como si
me hubiera estado buscando, ella estaba en el área de
administración y solo significaba una cosa... visitas.
-Hermana Celeste.

-Hola, hermana Nuria, ¿qué ocurre? pregunté.

-Tienes visita -me anunció ella.

Sabía quién era la única persona que me venía a visitar hoy a


esta hora.

-Muchas gracias -le agradecí, esperé que se fuera para aplicarme


un poco de perfume de un pequeño envase detrás de las orejas y
entonces fui a enfrentarme a mi primo Álvaro.

Capítulo 48: Las sospechas del sacerdote

PADRE WILLIAM WEST

La mujer frente a mí no encontraba como arrodillarse con el


pedazo de tela que apenas la cubría, no era la primera vez que
venía a confesar sus pecados conmigo en una asesoría espiritual,
esta mujer venía casi todos los días y me estaba empezando a
enloquecer.
Su manía de querer enseñarme el escote, no me provocaba ni
morbo de lo desesperada que lucía porque la mirara y me la
follara.

No provocaba nada en mí, ya era solo molestia porque le dije en


reiteradas ocasiones que no era consejero matrimonial, si su
esposo estaba con otra era una infidelidad y entonces que se
divorciara.

-Tu no tienes caso, te vas a ir al infierno -le solté girando los ojos.

-Pero... empezó a decir ella levantándose como un resorte, era


bonita, de labios gruesos que aseguraba una buena mamada,
pero no lo suficiente para tentarme.

-Vete-solté.

-Pero padre yo...

No quería escucharla, y al parecer era la última mujer que quería


hablar conmigo, así que tomé mis cosas y me fui a mi oficina.

Días de mierda, quería largarme de esta iglesia, más aun cuando


sabía que Celeste se iba a ir, ya los días empezaban a desteñirse
sin ella, odiaba que tuviera este poder sobre mí y me odiaba por
no poder hacer nada al respecto.
Solo esperar que este sentimiento solo desapareciera en su
ausencia.

Me encerré en mi oficina pasando el seguro para que nadie me


molestara cuando de repente, abrí la última gaveta que
mantenía bajo llave y tomé mi teléfono, tenía varias llamada
perdidas de Jessica. Suspiré y le devolví la llamada, le había
advertido que no podía comunicarme a menos que fuera algo
muy importante, así que debía de serlo.

Al segundo repique atendió.

-¡Amor!

-¿Qué ocurre? -pregunté.

-Amor, es que quería saber de ti, ya tienes casi 3 meses por fuera
y...

-Te dije que no te comunicaras a menos que sea importante,


tengo que irme. dije, iba a colgar, pero ella se adelantó a decir:

-¿Por qué me tratas así?

Solté un suspiro pasando una mano por mi cabeza.


-Estoy estresado -suspiré, hay muchas cosas en este caso.

Demasiadas cosas incoherentes, un asesino que cubre sus


huellas como profesional y muchas pruebas sin fundamento del
orfanato, los huesos, los cadáveres, todo pulverizado en cenizas
tras el incendio.

Esta misión apunta a ser mi primer fracaso en toda maldita mi


carrera.

-¿Cuando regresas? -preguntó.

No había ni una pista, esto podía tomarme incluso años.

-No lo sé. -admití.

-Vale, te amo. -susurró.

-Vale.

-¡Amor!

Suspiré girando los ojos y dije:

-Yo a ti.
Si no se lo decía, ella no iba a estar tranquila nunca e iba a seguir
llamando.

Dejé el teléfono otra vez bajo llave y frunci el ceño al ver una
ligera sombra debajo de la puerta. Me acerqué con cautela y abrí
observando al niño observándome pareciendo asustado, creo
que se llevaba Zed.

-¿Estás bien? -pregunté y fue cuando noté sus rodillas, manos y


brazos llenos de tierra con varios raspones.

Él me observó una lágrima salió de su ojo.

Me agaché a su altura y extendí una mano hacia él, él con la


mano temblorosa la colocó sobre la mía.

-¿Te caíste? -pregunté.

Él afirmó con la cabeza.

-¿Huías de algo? -volví a indagar, el niño volvió a afirmar con la


cabeza- ¿Viste algo feo?

Afirmó con la cabeza otra vez.


Esto me parecía grave y sintiendo inexplicablemente que sin
saberlo estaba ante mi única prueba.

-¿Un asesino? -pregunté.

Sus ojos se quedaron trabados en los míos y lentamente me miró


con duda, pero no negó con la cabeza, ni afirmó.

Lo quise invitar a mi oficina para interrogarlo, pero él se negó a


entrar con miedo.

Tragué pesadamente saliva, este niño estaba traumado.

Miré alrededor y bajé la voz susurrando:

-Escucha soy policía, puedes confiar en mí voy a ponerte a salvo


con cualquier cosa que me digas. ¿Comprendes?

El niño pareció sorprendido, pero solo afirmó con la cabeza.

-¿Viste al asesino? -pregunté.

El niño me miró por lo que me parecieron años, pensé que no


me había oído hasta que finalmente habló por primera vez
diciendo:
-Sí, lo vi.

Capítulo 49: El horrible pasado que nos une

CELESTE BRAUN

Salí al patio, y lo vi, él estaba apoyado en una baranda de


cemento mirando los árboles, llevaba una chaqueta verde,
vaqueros y deportivos, su estilo siempre fue sport, cualquiera
que no lo conociera pensaría que era un deportista.

Me acerqué a él, las hojas secas que pisé anunciaron más rápido
mi llegada, él se volteó fijando sus ojos claros en mí con una
ligera sonrisa, yo solo lo miré y le hice una inclinación de mi
cabeza para que me siguiera. Empecé a caminar por el amplio
patio, no tuve que voltear, sabía que venía detrás de mí, sin decir
nada unicamente bajo el sonido de las hojas de los arboles que
sonaba por el fuerte viento y los pájaros, la luna resplandecía
llena iluminándonos cuando estuvimos lo suficientemente
alejados en la cima de una montaña.

Aquí estábamos resguardados, nadie nos escucharía.

Me quedé con la mirada fija al frente, los dedos de mis manos


entumecidos.
Él se acercó a mi espalda lentamente.

-Te has puesto ese perfume que tanto me gusta. -susurró y sentí
su aliento respirarme en la nuca.

-Dime dije separándome de él y lo encaré, ¿cuál es tu propuesta


a cambio de tu silencio?

Él tenía esa sonrisa irritante cuando dio un paso hacia mí


tocando un mechón de cabello que se había escapado de mi
velo, no dejé que ese gesto me intimidara.

-Entonces me confirmas que tienes miedo susurró.

-No-repliqué, te confirmo que me estorbas, que has invadido mi


espacio cuando te he dicho miles de veces que no me buscaras
aquí.

Álvaro suspiró de manera soñadora, sus ojos paseando por mi


rostro.

-¿Cómo puedo estar lejos de ti? murmuró- Cada noche sueño en


que te tengo como antes, en que puedo olerte, lamer tu piel...

Sentí nauseas, ya no quería estar respirando el mismo aire que


él, ni mucho menos recordar lo que me hizo.
-Me das asco, tienes problemas -refuté y me iba a ir de aquí,
pero me agarró del brazo bruscamente.

-Bella, recuerda todo lo que callé por ti -susurró esta vez serio.

Me mantuve seria sabiendo muy bien de qué hablaba.

-Justo así, así que mantente aquí conmigo y mírame -ordenó.

Lo miré con rabia.

-Uhm, ¿No te has puesto a pensar en aquella noche y en lo que


pasaría si yo llegara a hablar?

Tragué pesadamente saliva.

-Te lo preguntaré otra vez -dije, ¿Qué es lo que haces aquí?

Porque era evidente que quería chantajearme.

-Cerraré la boca de tu escandalosO pasado, a cambio de que te


entregues a mi, como antes.

-¿Qué? Soy monja ahora, no puedes venir...


-Aquí estoy, y me he enterado de otra cosas, las he visto me
interrumpió así que, piensa lo que vas a decir, porque sabes que
estás en graves problemas si digo que fue tu culpa lo de mi
hermano.

Sentí mis ojos cristalizarse, sentía que me tenía entre la espada y


la pared, cosas del pasado que deberían estar en el pasado y
quedarse ahí.

Cerré los ojos, oscuridad, una explosión, fuego.

Tragué pesadamente saliva y lo miré otra vez manteniéndome


más tranquila y murmuré:

-Deberá ser secreto, Álvaro.

Él sonrió, a él le encantaba poderme manipular, aún después de


tanto tiempo de abusos donde se metía a mi habitación en la
casa de mi tía, en donde me obligaba a callarme y me arrancaba
la ropa.

El recuerdo de todo esto me empezaba a revolver las nauseas.

-Estoy dispuesto susurró Álvaro inclinándose hacia mí mientras


acariciaba un costado de mi rostro.
Sonreí mientras lo tomaba de la parte del frente de la chaqueta
para acercarlo a mí.

-Y sabes lo que dicen -susurré sobre sus labios, un secreto solo


sirve si es de dos, y uno está muerto.

Relamió sus labios estirando sus labios en una leve sonrisa


cuando dijo:

-Entonces actuaré como una tumba.

Cuando sus labios tocaron los míos, aproveché su momento de


debilidad y entonces, lo empujé de la cima de la montaña donde
sus jadeos de dolor mientras caía entre las rocas eran tragados
por los ruidos de los animales de la noche...

Capítulo 50: Hay dos testigos

PADRE WILLIAM WEST

El niño salió corriendo cuando le pregunté más detalles de lo que


vio, lo seguí intentando seguirle el paso, pero realmente el niño
corría muy rápido, sin frenos como si estuviera acostumbrado a
huir. Me llevó escaleras abajo y solo lo vi detenerse al final del
pasillo cuando se topó con una de las cuidadoras de pelo oscuro,
nariz grande y respingada y mirada acusadora. Ella lo abrazó y
cargó en brazos, empezando a cantarle una canción para
calmarlo. Me miró de manera acusadora cuando mis pasos
aminoraron, me hizo sentir de repente como si yo hubiera
estado aterrorizando al niño.

-No le haga daño. -me pidió, sus ojos suplicantes.

-Soy el sacerdote -dije intentando que ella viera que no traía


malas intenciones, sin embargo su gesto posesivo y su mirada fija
en la mía no cambió; desconfiada.

Negó con la cabeza.

-Solo no lo toque -replicó.

Alcé las manos para enseñarle las palmas.

-No lo haré.

La manera en la que lo cuidaba era tensa y casi preocupada,


como una madre que sabe todo el historial de su hijo.

-¿Te lo cuenta todo a ti?-pregunté.

Ella dudó en responderme, pero finalmente afirmó con la cabeza.


-¿Te contó de los asesinatos? -pregunté, necesitaba respuesta.

Sentía que estaba posiblemente ante la única pista que cerraría


este caso.

Ella dio un paso atrás.

-Preferiría no hablar de eso Padre William me hizo un gesto hacia


el niño -, él está traumatizado.

¿Entonces él sí vio todo y se lo contó a ella?

-¿Lo sabes?-pregunté.

No me respondió, pestañeó muchas veces con una mueca de


desagrado como si ella creyera que yo era un abusador de
menores.

De esos me daban asco.

-Si sabes debes decírmelo. -insistí.

-Usted es el sacerdote -replicó- y estamos en la catedral, pero no


trabajo para ustedes, trabajo con los niños, y los niños son
ángeles a los que no quiero involucrarlos en ningún problema.
-¿No quieres involucrar a los niños o no quiere involucrarse
usted? -repliqué- Si tienes una confesión, debes decírmela.

-Claro -giró los ojos, ¿luego de que confiese, me va a poner a


rezar el Ave María 40 veces para estar limpia de pecado? -replicó
sarcásticamente evidenciando su desprecio y ateísmo por la fe.

Ya esta mujer me estaba irritando, tenía restricciones en contra


de la policía.

-No me interesa que estés limpia de pecado empecé a decir,


saqué mi identificación como oficial de mi bolsillo y se la enseñé.
Quiero que me acompañes a la comisaría.

Ella pareció sorprendida, iba a bajar al niño pero negué con la


cabeza y dije:

-Con él, vamos.

Fuimos a la comisaría en el auto de uno de los policías, la mujer


fue a buscar un bolso donde según ella-, tenía algo importante
que quería que viéramos.

El niño fue más difícil de convencer para que hablara lo que vió,
Zed estaba traumatizado, y asustado por hablar de lo que fuera
pero después de tanto convencerlo con gomitas, cajita feliz de
McDonalds y chocolates, y traer a una psicóloga de niños, fue
cuando empezó a progresar.

Yo estaba cruzado de brazos mientras los veíamos a través de un


cristal donde estábamos ocultos.

-¿Cuando el mocoso dirá algo importante? -dijo Luck; él siempre


había sido mi compañero en las misiones, solo que estaba vez,
me eligieron a mí y a él le tocó quedarse en oficina.

-Shh... -lo sisee- escucha.

Me incliné hacia adelante para ver como la psicóloga le


preguntaba nuevamente lo que vio y el niño por fin respondió
algo importante.

-Lissandro, empujó a Lissandro. -dijo Zed.

Sabía que no había sido un suicidio.

Había algo más.

-¿La noche en la que falleció? preguntó la psicóloga.

Zed afirmó con la cabeza lentamente.


-¿Quién empujó a Lissandro? -continuó preguntando.

-El monstruo del templo.

-¿Viste la cara del monstruo del templo?

Negó con la cabeza temblando.

-¿Te dio miedo? -continuó preguntando la mujer.

El niño afirmó con la cabeza.

-¿Por qué? -preguntó la psicóloga.

El niño empezó a describir lo que varias personas habían visto,


cara horrible, un grandes cuernos de cabra sobre su cabeza y
colmillos de vampiro...

Nuevamente sentía que estábamos cayendo en una espiral sin


pruebas, en un sitio sin salida ni respuestas, no había nada.

Esto era frustrante.

Cuando entrevistamos a Sandra -la cuidadora del orfanato-, la


psicóloga salió junto con el niño de la habitación. Entré yo y mi
compañero Luck. Fue algo menos extenso, ella solo vio lo que el
niño vio y le contó, pero entonces cuando ya sentía que iba a
gritar por no tener ninguna respuesta, Sandra abrió su bolso
sacando algo de ahí y dejándolo sobre la mesa.

Me quedé sorprendido al ver la horrible máscara ahí.

-Creo que es la máscara que dicen del famoso monstruo del


templo. -explicó.

La miré.

-¿Cómo la encontraste?

-En el receso -dijo, los niños estaban jugando con ella, pregunté
de donde la habían sacando y me dijeron que en el Altar de
congregación.

¿Qué? Ahí era donde usualmente se hacía la misa, nadie debía


rondar por esas zonas y entonces lo entendí...

Era el lugar perfecto para guardar algo como eso.

-¿En el Altar de congregación? -susurré incrédulo.

-En las fuentes de bautizo -dijo, no sé nada más.


-¿Cuando lo viste? -le preguntó Luck.

-Esta mañana.

¿Hoy? Todo era reciente.

-¿Por qué no dijiste nada? -pregunté tal vez de manera un poco


brusca, ella me hizo mala cara.

-Con un misterioso asesino suelto, y falsos religiosos -me miró


con mis vestimentas de padre pero sabiendo que era un agente
encubierto para enfatizar sus palabras, no sé en quien confiar.

Me incliné sobre la mesa mirándola fijamente gracias a ella tenía


posiblemente una prueba que podría poner fin a todo esto de los
asesinatos.

-Tendrás que confiar solo en mí, por ahora. -dije.

Tomamos la máscara como evidencia esperando poder extraerle


un ADN, era posiblemente nuestra única pista, pero
definitivamente la más importante.

Regresamos al lugar en el templo donde se encontró la máscara


del asesino, en la fuente de bautizos, ella señaló el sitio donde le
habían dicho los niños y miré con asombro lo que había ahí
detrás de eso cubierto con unas largas telas rojas.

-Mierda. -dijo Luck observando todo lo que había ahí cuando


apartó la tela a un lado.

Cuchillos, hachas, guantes, y unas botas altas desgastadas junto


con ropa negra.

Todas las herramientas del asesino.

-No blasfemes en el templo. -lo reprimí, no era un santo, pero


tenía al menos algo de respeto por la iglesia.

-El que dejó esto blasfemó-replicó Luck mirándome asustado y


tiene el infierno ganado.

-Lleva todo esto para que lo examinen -le ordené y tenemos que
sacar a los niños de aquí.

Había que mandar al orfanato a otro lugar, otra iglesia u otra


fundación, rápido.

-¿Por qué? -preguntó Sandra y por medio segundo se me había


olvidado que ella estaba aquí.
Me voltee hacia ella y dije:

-Porque ahora confirmamos que el asesino es uno de nosotros.

Capítulo 51: Oscuras sombras del pasado

CELESTE BRAUN

Estaba sirviendo la comida, hoy donaríamos comida de varios


niños de otros orfanatos, tarareaba una canción de alabanza
sintiéndome más tranquila después de confesarme.

Tenía una extraña mezcla de sentimientos.

Sabía que Dios hacía justicia por nosotros, pero... yo me adelanté


a él y solo rogaba no haberme metido en problemas, rogaba
perdón y que nadie se diera cuenta de la atrocidad que cometí.

Cerré los ojos un momento recordando que ahora podía estar en


paz, completamente tranquila, ya no había peligro, ya no habría
chantaje.

Pero aun así lo que hice fue inhumano.


Cuando mis padres dejaron que mi tía me criara, tenía casi 8
años cuando empecé a tener conciencia de todo lo que ocurría
en la casa y tener conciencia de lo bueno y lo malo.

Los recuerdos de mi primo me invadieron cada vez que mi tia


salía, me quedaba con ellos, mis primos, Álvaro y John, gemelos,
ambos mucho mayores que yo.

El primero fue John, él se metía mucho conmigo, él era cruel.


Rompía las cosas de mi tía y me inculpaba, ocasionando que mi
tía me reprendiera, su manera de reprenderme era quitarme la
camisa, amarrarme de las muñecas a un poste del patio y una
vez de rodillas empezar a golpearme con una vara de madera.

Una y otra vez.

Mi espalda tiene algunas marcas, pero fue hace ya bastante


tiempo, solo parecen pequeñas sombras más oscuras en mi piel.

Todo acabó un día en el que estaba con mi primo John, él tenía


tal vez, 14 años o más, rompió una ventana mientras jugaba con
la pelota dentro de la casa, le exigí que lo recogiera, temía que
esto fuera un castigo peor para mí, y él solo se reía de mí, porque
sabía que me echarían la culpa y nadie iba a creerme.

Entonces fue cuando corrí hacia él molesta y lo empujé.


No contaba con que yo tuviera tanta fuerza en ese momento.

Lo empujé tan fuerte que resbaló y golpeó la parte posterior de


su cráneo, Álvaro salió de su habitación y me miró sabiendo lo
que había acabado de hacer y diciéndome que esto sería muy
malo, que mi tía iba a matarme, y... si no quería consecuencias,
tendría que aceptar el costo de su silencio.

Acepté, ¿qué otra opción tenía?

Ni siquiera a esa edad fui consciente de que estaba haciendo un


trato con el diablo que arruinaría mi vida para siempre.

Desde ese instante, nada volvió a ser lo mismo, Álvaro llamó a mi


tia, ella llegó desesperada y llevaron a John al hospital. Desde ese
golpe, sus brazos, su cuerpo, su rostro y cerebro dejó de
funcionar, como si estuviera simplemente existiendo en silla de
ruedas.

Álvaro dijo que él mismo tropezó al correr y mi tía le creyó; él


salvó mi vida, porque el castigo por meterme con el hijo de mí tía
de seguro que era mi muerte, aunque realmente creo que la
muerte hubiera sido mejor que lo que viví en las manos de
Álvaro...

-Celeste.
La voz de la madre superiora me sacó de mis pensamientos.

-Sí, ¿madre superiora?

-Estas de buen animo hoy. -alzó una ceja.

-Me gusta ayudar a los necesitados y deshacerme de mis


preocupaciones. -me limité a decir.

Me miró.

-Quiero que le lleves una de estas comidas al policía de guardia


del sótano.

Uh... esperaba que ese policía de guardia no fuera Isaac.

-Vale.

Fui con la comida del policía hacia la puerta y en el camino le


eché un poco más de sal, tal vez... mucha.

Hoy era mi oportunidad de ir a ver Georgette.

Cuando salí bajando las escaleras hacia el pasillo me encontré de


frente con el padre William.
Me paralicé en mi lugar, mi corazón latiendo rápido, varios días
sin verlo me hacían sentirme más tranquila y me hacían
convencerme de que ya no significaba nada para mí, pero ahora
que lo volvía ver, mi mundo me dio un vuelco donde ni pude
respirar cuando sus ojos grises bajaron a mi rostro y con su
mirada me traspasó el alma.

Mis piernas se sintieron de gelatina.

Definitivamente, él era la unica persona capaz de hacerme sentir


todo esto con solo su presencia y esto me irritaba demasiado.

Aclaré mi garganta pronunciando una disculpa, iba a rodearlo


para seguir mi camino, pero él se arrimó a un lado
obstruyéndome el paso, ocasionando que casi tropezara con su
pecho, podía oler su intenso perfume.

¿Por qué mis manos no paraba de temblar?

-Celeste -dijo, su voz profunda y casi enojada, necesito hablar


contigo.

Cuando volví a alzar la vista hacia a él y noté el enojo en sus ojos


grises supe que estaba en graves problemas.

Capítulo 52: ¿Temes perder?


CELESTE BRAUN

-Padre William. -dije haciéndole una leve inclinación de cabeza


mientras daba un paso atrás, el compartimiento de comida en
mis manos amenazando con caerse si no lo sostenía lo
suficientemente fuerte.

-No le había visto los últimos días -dijo -, creí que ya se habrías
ido al vaticano.

-No, aún no. -me limité a decir.

Me preparé para rodearlo e iba a ir del otro lado pero esta vez, él
me tomó del brazo deteniéndome, su toque electrizante me
estremeció. Alcé la vista hacia él, sus hermosos ojos grises algo
irritados, parecía que no había estado durmiendo bien, tenía
ojeras debajo de los ojos.

-¿Cuando te irás? -preguntó.

-¿Por qué? -alcé una ceja ¿Realmente le intereso para algo que
no sea satisfacer sus necesidades sexuales?

El padre William no me apartó la mirada, pero respondió luego


de un largo momento:
-Sí.

Pestañee un par de veces.

¿Sí?

Bueno, esa respuesta no me la esperaba, por primera vez me


había dicho que yo le interesaba a pesar de poner tantos muros
entre los dos.

-El lunes me iré-me limité a decir.

Él apretó los labios y la mano que sostenía mi brazo aflojó su


agarre, sentí sus dedos deslizarse lentamente por mi piel, se
sentía como fuego ardiente; quemándome, cuando lo volví a
mirar sus ojos se había oscurecido.

¿Hasta cuando esta atracción prohibida me estaría condenando


tanto?

El padre William me soltó y aclaró su garganta, entonces dijo en


un susurro:

-Quiero que a partir de hoy cierres tu puerta por la noche bajo


llave.
-¿Por qué? ¿así evitará entrar a mi habitación? -dije con algo de
burla.

-Hablo de un asunto serio, Celeste - replicó, de repente parecía


algo estresado.

Oh, debía de ser muy serio.

Relamí mis labios, ¿acaso él sabía lo de...?

-¿Que ocurrió? -pregunté intentando ocultar mis pensamientos


de él.

-Encontramos que el asesino se encuentra dentro de las


personas que hacen vida aquí en la catedral -me informó, la
búsqueda es más reducida.

Lo miré estremeciéndome y él dio un paso hacia mí, su mirada


casi traspasándome.

-¿Qué? -pregunté.

-No pareces sorprendida. -sus ojos escudriñándome.

-¿Acaso debo gritar despavorida y entrar en caos? -entrecerré los


ojos- ¿Nuevamente estás sospechando de mí?
-Desconfío de todos -imitó mi gesto de entrecerrar los ojos, no lo
tomes personal.

Solté un bufido burlón.

-¿Qué te parece gracioso? -susurró, su tono en un tildo


amenazante, la tensión agravándose entre los dos.

Me encogí de hombros.

-Lo siento padre William, es solo que usted averigua gente de


doble morar y... -lo miré a los labios y luego a sus ojos- a veces
me pregunto como será su vida fuera de esta misión... su vida
real.

Porque si vistiendo como sacerdote era un pecado andante y no


se frenaba a sus deseos, no podía imaginarlo siendo un civil sin
restricciones de comportamiento... ¿orgías? ¿engaños?
¿infidelidad? La palabra compromiso no parecía estar en su
lenguaje, porque siempre sentí que me alejaba de sus reales
emociones y sentimientos.

Como si estuviera enamorada solo de esa parte a la que él me


permitía ver; esa parte superficial; el padre William, su
personaje, donde solo había sexo, desconfianza y una careta de
religiosidad, pero él se negaba a bajar esa careta para que yo
viera la profundidad de lo que significaba realmente estar con él;
con el agente Angelo.

El padre William, no existía y desgraciadamente, me había


enamorado de él.

-¿Ahora quieres conocerme? -preguntó.

-Nunca me dejaste hacerlo -repliqué, en lo que a mí concierne, el


asesino puede estar haciéndose pasar por un agente encubierto
que se viste como sacerdote y ser de hecho, el asesino.

Él estiró una de la comisura de su boca ante mi clara acusación y


respondió:

-Un ladrón juzga por su condición, Celeste.

Tomé una profunda respiración y negué con la cabeza.

-Sería algo cliché que el asesino lo hubiera tenido en sus narices


todo este tiempo ¿no lo cree? -solté en un susurro mientras
alzaba una mano y la pasaba por su pecho lentamente, lo sentí
estremecerse cuando una de sus manos fue a mi cintura y
entonces me aferró contra su pecho.

-No juegues conmigo. -susurró.


Aproveché su cercanía para rozar mi nariz con la suya y susurré
sobre su boca:

-¿Temes perder?

Capítulo 53: No soy tu puta personal

Vi como la vena de su frente se empezaba a brotar, su rostro


tornándose rojo ante mi evidente burla.

Sus ojos se entrecerraron mientras el gris de su iris paseaba


alrededor de mi rostro como si me analizara.

-Hay algo que me inquieta de ti, Celeste. -susurró muy bajo, su


aliento caliente rozando con mis labios, estremeciéndome.

Alcé una ceja esperando a que continuará sin decir nada.

-Pareces tener cara de Ángel -los dedos de su mano acariciaron


un costado de mi rostro suavemente, su mirada fija en la mía
pero sé que eres toda una diabla.

-Lo mismo digo, tal vez por eso nos atraemos tanto.
Relamí mis labios, la atracción entre nosotros era algo que no
podemos negar, nos quema, nos consume y nos atrapa, pero es
como una droga que le aumentamos las dosis y que pronto nos
matará en la abstinencia; una separación inminente que
amenazaba con ser terriblemente dolorosa.

El acortó el espacio que nos separaba y entonces me besó.

Sus labios consumiéndome, su lengua abriendo mi boca y


jugando con la mía estremeciendo por completo mi cuerpo. Sus
manos deslizándose por mi espalda baja hasta que apretó mi
trasero contra él haciendo que me restregara contra la dura
erección que se sentía encima de su pantalón jadee sobre su
boca y eso pareció encenderlo más, el beso se tornó salvaje y me
pegó de la pared del pasillo sus manos subiendo la tela de mi
falda hasta tocar la piel de mi pierna, de repente se escuchamos
ruido cerca y nos separamos, nuestras respiraciones agitadas,
nuestras miradas oscurecidas, mirando alrededor, no había nadie
cerca u otro ruido, debió de ser una rata.

Estaba aturdida, mi mirada ligeramente nublada ante el deseo


que este hombre creaba en mí.

Él volvió a acercarse pero le coloqué una mano encima de su


pecho deteniendolo cuando quiso volver a besarme. Él me miró
confuso, sus ojos grises aún nublados en la pasión previa.
-Debo irme. -dije y lo aparté a un lado, cuando empecé a caminar
lejos de él, me tomó del brazo deteniéndome. Lo miré
enfrentandome a sus ojos.

-Quédate conmigo. -pidió.

-No. -respondí sintiendo mí voz quebrada, él no me soltó.

-Esta noche, ven. -insistió.

Realmente las ganas de quedarme con él me consumían, quería


estar con él, día y noche, a todas horas, pero eso estaba
matando una parte de mí y mí cordura.

Estaba perdiendo la cabeza por un hombre que siempre que me


subia a las nubes en la intimidad, y cuando se terminaba la
pasión me dejaba estrellarme en el piso.

-No. -respondí odiandome por haber dudado por medio


segundo.

Era difícil tener que anteponer tu ego y egoísmo ante un hombre


que te fascinaba pero solo te usaba por tu cuerpo.

Él frunció el ceño al ver que estaba resistiéndome a propósito y


con todas mis fuerzas.
-¿Por qué me rechazas? -preguntó.

-Porque no soy tu puta personal - repliqué alzando la barbilla


para hacerle frente, no puedes usarme cuando quieras para
satisfacerte.

Él alzó una ceja.

-Tú también lo quieres.

Dio un, paso hacia mí, sus hermosos ojos grises replandeciendo.

-Sí-afirmé no tienes ni idea de cuanto deseo más. Deseo más que


este amor prohibido que solo me deja un feo vacío después de
compartir la intimidad, al saber que no habrá un futuro juntos.

Era horrible cuando él me seducia con palabras, con su cuerpo, y


con sus acciones, porque caía una y otra vez en el mismo hueco,
para que luego me dijera que solo era esto; sexo.

-¿Como sabes que no habrá un futuro juntos? -preguntó.

-¿Acaso me equivoco? -respondí con otra pregunta.

Él me mantuvo la mirada y luego de unos segundos, respondió.


-No-dijo no te equivocas.

Esas palabras me confirmaron que tomaba la decisión correcta


en alejarme porque sabía muy bien que él nunca lucharía por mí.

-No estoy para perder mi tiempo, padre William-me solté de su


agarre, ya no.

Lo miré fijamente para enfatizar mis palabras y entonces voltee


para irme sin mirar atrás.

Capítulo 54: Compré condones

Mis ojos se cristalizaron al saber que me sentía aun peor por


rechazarlo, porque temía que ahora se fuera con otra e
imaginarlo con otra mujer me dolía. Que tocará a otra, que le
sintiera, que sus manos tocarán las curvas de otro cuerpo y
jadeara ante la tensión del deseo...

Cerré los ojos y negué con la cabeza.

No ya no quería pensar en esto, él no tenía que formar parte de


mí ni dominar mí cabeza.
Tenía que arrancarlo de mí mente y de mí corazón, porque
busqué amor donde solo había lujuria, un deseo pecaminoso
donde nunca podría surgir algo real, auténtico y bonito, solo
destrucción, egoísmo y dolor.

Suspiré y llegué a la entrada del sótano donde estaba Isaac,de


seguro que en este punto la comida que le traía ya estaría fría. Él
estaba usando su teléfono, cuando presenció mis pisadas alzó la
cabeza, sus ojos azules me miraron, y noté como sus labios se
estiraron en una sonrisa, levantándose de su asiento, estirándose
un poco mostrando su altura y sus músculos debajo de su
uniforme policial, sus ojos brillando al verme.

-Celeste. -dijo.

Le sonreí deteniéndome frente a él, Isaac era atractivo y dulce,


sin duda alguien que no merecía lo que le hice.

Usarlo para mi egoísmo.

-Hola, te traje comida. -comenté y le ofrecí él envase.

Él la tomó, pareciendo conmovido y luego volvió a mirarme


dando otro pasó hacia mí quedando demasiado cerca para mí
gusto.
-Oh, eres tan dulce, no merezco a alguien como tú que se
preocupe tanto por mí. Murmuró inclinando la cabeza a un lado,
su sonrisa creciendo, sus ojos brillosos.

¿Eh?

Pestañee un par de veces y di un pasó atrás.

No quería que malinterpretara todo esto, quería que él olvidará


todo lo ocurrido esa noche en la oficina del padre William y que
actuara como si nunca pasó, pero creo que eso era imposible.

Que triste que todos los recuerdos que ocurrieron con él, fueron
sustituidos por todo lo que me hizo el padre William después.

-Te lo mandó la Madre Superiora, de hecho -le aclaré


sintiéndome culpable.

Él se encogió de hombros.

-De igual forma, gracias por tomarte la molestia de traerlo.

Sonreí como única respuesta.

Miré la puerta del sótano y pensé de repente en que esta era


una oportunidad para mí.
Miré a Isaac y le sonreí diciendo:

-Oye, si quieres puede ir a comer al comedor.

Él pareció algo confuso.

-No puedo -dijo, estoy de guardia.

-Yo puedo suplantarte por unos minuto mientras comes -


propuse como si solo quisiera ser amable con él, además allá hay
salsas.

Él dudó y supe que lo estaba convenciendo.

-Solo 10 minutos para que comas tranquilo -continúe-, me


preocupas.

Toqué su brazo sintiendo como su músculo se contraía bajo mí


toque y amplíe mí sonrisa mirándolo bajo sus pestañas.

-Vale. -dijo Isaac imitando mí sonrisa, de repente me tomó de la


cintura pegándome a su pecho y me besó inesperadamente,
amplíe los ojos sin embargo le correspondí sabiendo que lo había
convencido.
A las espaldas de Isaac vi una sombra, cuando entrecerré los ojos
vi que era el padre William observándonos fijamente, su boca
apretada, sus labios en una linea firme en evidente molestia,
cuando su mirada se cruzó con la mía yo aproveché para alzar los
brazos y pasar los dedos entre el cabello de Isaac para acercarlo
más a mí y profundizar el beso, mí mirada fija en los ojos grises
del hombre que era mí debilidad.

El padre William me miró un momento más y entonces


simplemente se devolvió perdiéndose en las sombras hasta que
se fue por él pasillo.

Esperaba realmente que le doliera verme con otro, pero dudaba


que lo demostrara, su ego era demasiado grande para
demostrarlo.

Me separé de Isaac, él me sonrió pegando su nariz a la mía y


susurró sobre mi boca:

-Compré condones.

32

1
10

Oh.

Le sonreí como única respuesta pero no me quedaron ganas de


estar con él, solo fue despecho. Nada más.

-¿Nos vemos esta noche? -preguntó Isaac.

Traigué pesadamente saliva.

-Te aviso. -respondí.

<<No me llames, nosotros te llamaremos».

Esperaba que no viera el transfondo de mis palabras.

Isaac me dio un beso en la frente y dijo:

-Vuelvo en 5.
-Tómate 20 minutos. -dije tal vez demasiado alto, aclaré mí
garganta y agregué: Te cubriré sin problemas.

-Gracias, dulzura. -susurró.

Me besó otra vez en los labios y se fue por el pasillo, me aseguré


de que se fuera y cuando estuve sola, suspiré.

<<Por fin se fue».

Me acerqué a la puerta del sótano y le quité el seguro


abriéndola. Entré al sótano olía a húmedo, esto funcionaba como
depósito, estaba lleno de cosas de la iglesia, como púlpitos, sillas
rotas y después más al fondo... las escaleras que estábamos
buscando.

Caminé hacia allá y bajé lentamente las escaleras, observando él


moho verde que salía de las paredes, seguí caminando por el
pasillo iluminado de luz amarilla y opaca hasta que la vi y me
detuve frente a los barrotes de metal. Ella estaba acostada en un
colchón del suelo, arropada, sus ojos fijos en una página de la
biblia pero sin leer.

-Hola-susurré.

Ella alzó la vista hacia mí.


Capítulo 55: Tu tienes los ojos de la muerte
(Parte I)

Su rostro que antes era muy amable, dulce y delicado, ahora


parecía molesto, su ceño fruncido, su boca en una mueca
enfadada. Notaba su ropa de monja, estaba sucia, no olía nada
bien aquí, sabía que este lugar era lo más parecido a una cárcel,
un lugar muy pequeño y húmedo, un colchón muy pequeño y
delgado en el suelo, un retrete en una esquina y un tubo donde
salía agua a gotas.

Era deprimente.

-¿Qué haces aquí? -preguntó sin tener ni una pizca de buen


humor.

-Vine a verte. -dije arrodillándome para de alguna forma estar a


su altura, pero ella no se levantó de su puesto, ni mucho menos
dejó de mirarme como si fuera una completa desconocida que
ella odiaba.

-No quiero verte. -replicó y se volvió a acomodar en su cama,


ignorándome deliberadamente.

Suspiré ya algo molesta por su actitud y pregunté:


-¿Qué te hice?

Ella soltó un bufido burlón y se sentó en la cama para arrodillarse


frente a mí en los barrotes, me eché un poco hacia atrás de la
impresión cuando vi su rostro, tenía un cicatriz que cruzaba
desde su frente, por su ojo y llegaba a su labio, sus ojos
inyectados en sangre, las ojeras debajo de sus ojos muy
profundas y oscurecidas.

-No te hagas conmigo -dijo enfurecida -, ¿qué vienes a hacer


aquí? ¿Vienes a ver como estoy de miserable?

Su rostro empezaba a enrojecer aún más.

Primera vez que la veía tan a la defensiva cuando antes era tan
dulce...

«¿Qué te han hecho?»

-Venía a ver si estabas bien... -tragué pesadamente saliva-Me


dijeron que estabas embarazada.

Ella bajó la mirada, los dedos que se aferraban a los barrotes


temblaban, estuvo un largo rato sin decir nada, hasta que
finalmente soltó con voz frívola:
-Pues no, Celeste, no hay un bebé, ya no.

¿Ya no?

Mis ojos cayeron en su estómago, sin embargo su túnica


ocultaba cualquier linea de su cuerpo.

Había perdido al bebé...

-Lo siento -susurré.

Georgette no paraba de temblar, sus ojos empezaron a botar


lágrimas.

-No resistió ni la primera noche aquí - negó con la cabeza-, fue un


sangrado tan intenso, que no pude detenerlo...

Su voz se quebró.

Oh, vaya...

No podía imaginar todo lo que estaba pasando ella en este


momento, quise abrazarla, pero es que mi mano no entraba en
los barrotes.
-¿Pero que haces todavía encerrada aquí? -pregunté, no le veía
sentido que estuviera aún aquí si no estaba embarazada, se
suponía que ella estaba aquí para ocultarlo ante los demás.

-Estoy en penalización, por un año. dijo.

-¿Un año? -dije sorprendida.

Ella limpió las lagrimas en su rostro.

-Mi castigo es estar aislada y memorizarme la biblia desde el


libro 1 hasta el último.

-Eso no es justo. -dije indignada, ya ella no estaba embarazada,


no tenía por qué estar lejos de todos después de tanto tiempo.

-¿Cuando las cosas han sido justas para nosotras las aspirantes a
monjas? -replicó- Nunca. Nos tratan como si fuéramos esclavas,
abusan de la autoridad.

Su voz se perdió mirándose los moretones y rasguños de sus


brazos, yo también los miré, eran muchos, al igual que su cara.

Ella volvió a fijar sus ojos en mí y continuó diciendo:


-Este sitio parece un sitio de tortura medieval donde los hombres
llegan y abusan sin piedad.

Relamí mis labios y me atreví a preguntar:

-¿Ese embarazo fue un abuso?

Giró los ojos pareciendo decepcionada.

-Él me llenó de ilusiones, de amor, creí que era amor, pero... -


frunció el ceño- me lo arrebataron...

Me quedé confundida, ¿quién pudo enamorarla tan rápido?


Nunca lo noté.

-¿Murió? -pregunté confundida.

Su mirada se oscureció y soltó:

-No te hagas la mosca muerta conmigo Celeste, sabes muy bien


quién fue y todo lo que ocurrió.

Me quedé confundida.

¿Me estaba perdiendo de algo?


-Perdón, pero no, no me he enterado de nada... empecé a decir,
pero ella me interrumpió diciendo:

-Algún día cuando dejes tu máscara de niña buena, voy a creerte.

-¿Qué estas tratando de decir...?

-¡Tú mataste a Lessandro! -gritó en mi cara-¿Qué creías? ¿Que


estando tanto tiempo conmigo, no iba a contarme lo ocurrido
con ustedes?

Capítulo 56: Tu tienes los ojos de la muerte


(Parte II)

¿Lessandro? ¿el cuidador de los niños que falleció?

Mi boca se abrió de la impresión de lo que me estaba diciendo y


acusando.

-No sucedió nada entre nosotros -dije y agregué ¿Estás diciendo


que yo lo maté...?
-¿No sucedió? -me interrumpió y sonrió irónicamente. Sé que
estuvieron juntos, él me contó de tu prostíbulo y de como lo
disfrutabas cada noche.

«¿Disfrutaba?»

«¿Prostíbulo?»

Sentí que la saliva se me acumulaba en la garganta y no podía


tragar.

Estaba ahogándome.

-No fue así. -susurré en un hijo de voz.

-Que amabas cuando metía su pene en tu boca...

-¡Cállate! -Grité perdiendo la compostura, ella se calló, aclaré mi


garganta y luego de un momento murmuré:- No sabes qué fue lo
que me pasó para que te pongas a hablar.

Ella alzó una ceja, sus ojos se entrecerraron.

-¿Ah, sí? -dijo- Sé que tienes una aventura con el policía Isaac, ¿o
no? ¿Negarás que te involucraste con él?
Sentí mi rostro enrojecer.

-No sabes nada. -susurré.

Ella se levantó y empezó a caminar dentro de su celda hasta que


finalmente volvió a acercarse lentamente a mí.

-Estando aquí encerrada, he visto la mirada de la muerte -dijo,


sus ojos fijos en los míos cuando continuó diciendo:- y es
parecida a la tuya.

-¿A la mía? -dije incrédula.

-Te vi en sueños -dijo pegándose a los barrotes, su mirada al


borde de la locura -, te he visto matar personas.

-¿Yo?-repliqué.

-Oh, con esa cara inocente. -hizo un puchero burlón y luego


pareció molesta cuando continuó diciendo:- Sé que tú mataste a
Lessandro, sé que lo mataste cuando te enteraste que éramos
amantes, no lo soportaste.

Fruncí el ceño confundida, ni sabía que eran amantes...


-Lo que pasara con Lessandro créeme que no... empecé a decir
pero ella me interrumpió diciendo:

-No me mientas, aquí veo cosas.

Esta mujer estaba alucinando.

-¿Quieres irte de este lugar? -pregunté con algo de lástima-,


puedo ayudarte.

Ella mordió su labio inferior.

-A mi no me depara nada bueno allá afuera dijo, ya no me


interesa ser madre, solo quiero volver a ser monja.

-¿Crees realmente que es lo que quieres?

-Creo en que debo creer lo que se me impone para sobrevivir -


dijo, no tengo a nadie, no sé hacer más nada, solo vivir de ser
monja y mi devoción a la virgen.

Apreté los labios, creo que era testigo de como Georgette había
llegado a la locura.

Escuché ruido afuera que me hizo sobresaltarme.


-Debo irme. -le dije a Georgette, me levanté y ella me dijo:

-Promete algo, antes de que te vayas.

La miré en espera de lo que fuera a decir y Georgette susurró:

-No vuelvas.

Capítulo 57: ¿Y tú que puedes ver?

No le dije nada a Georgette pero era una promesa que pretendía


cumplir.

Fue su decisión quedarse encerrada, así que la respetaría.

Salí de ahí buscando la puerta del sótano por donde entré, sin
embargo por el pasillo me sobresalté al ver una túnica, y una
cara que no estaba segura si ahora formaba parte de mis
pesadillas o de mis sueños húmedos. Cuando sus ojos grises me
vieron, me quedé paralizada, él se detuvo frente a mí, solo
viéndome fijamente, no tenía que decirme lo enfadado que
estaba por verme en un lugar que se supone estaba prohibido;
ya lo había notado por la forma en la que su ceño estaba
fruncido y la vena de su frente algo abultada.
-Sígueme. -dijo con voz profunda y baja, tragué pesadamente
cuando se me erizó la piel.

Es decir, me gustaba cuando me hablaba así en la intimidad, no


cuando estaba molesto y sabía que estaba haciendo algo que no
debí hacer.

Apreté los labios sabiendo que estaba en problemas, pero


esperando que no me delatara con nadie.

Salimos del sótano y el padre William cerró la puerta. Justo en


ese instante Isaac estaba regresando al puesto, cuando vio al
padre William palideció.

-Señ... Padre William. -dijo.

-¿Dónde se supone que estabas? -dijo el padre William sin buen


humor.

-Estaba comiendo...

El padre William no parecía satisfecho con esa respuesta, así que


dije:

-Padre yo le dije a Isaac que lo iba a susti...


-No estoy hablando contigo -me interrumpió enojado y volvió a
mirar a Isaac- que sea la última vez que te vea distraído de tus
actividades y hablando con las monjas.

Isaac bajó la mirada sabiendo que había fallado.

-Sí, padre William. -dijo Isaac.

El padre William se giró casi azotándolo con el aire y empezó a


caminar por el pasillo. Miré a Isaac algo apenada, después de
todo, él estaba en problemas por mi culpa.

-Lo siento. -le dije a Isaac.

-No, no fue tu culpa dijo Isaac y me sonrió dando un paso hacia


mí, ¿nos vemos después?

Abrí la boca para contestar, creo que se lo debía, cuando de


repente escuché la voz del padre William cuando gritó:

-¡CELESTE!

Salté en mi lugar y me voltee empezando a caminar hacia él


rápidamente, el padre William tenía el rostro rojo, miraba a Isaac
con molestia hasta que estuve cerca de él y se volteó para seguir
caminando.
Lo seguí porque supuse que era lo que él quería que yo hiciera.

Daba miedo.

Cuando llegamos a su oficina, él cerró la puerta con el seguro y


luego fue a su escritorio pareciendo esparcir unos papeles, pero
como si no lograra enfocarse en nada. Finalmente lanzó las hojas
al aire y estas se esparcieron alrededor de la oficina para luego
voltearse bruscamente hacia mí, su respiración agitada, su rostro
rojo, sus ojos grises fijos en los míos helando mi piel.

No comprendía por qué estaba tan enojado.

-¿Que hacías allá adentro? -preguntó.

Me quedé muy quieta en mi lugar cerca de la puerta con los


brazos cruzados.

-Tenía curiosidad de saber qué había allá adentro. -me limité a


decir.

Se acercó a mí, su caminar lento y su mirada fija en la mía me


hizo estremecer, aún más cuando se detuvo frente a mí.

-No me mientas -susurró-, sé que hablabas con ella.


Sabía que se refería a Georgette.

Tomé una profunda respiración.

-Sí, fui a ver a Georgette-confesé, está siendo maltratada, perdió


a su bebé...

-¿Por qué la fuiste a ver? -me interrumpió.

-Quería hablar con ella dije y entrecerré los ojos ¿acaso quieres
saber qué hablamos?

Sabía que esto era más, esto era parte de una interrogación
policial.

Él sospechaba de mí.

-No es necesario-dijo el padre William escuché su conversación.

-¿Estás investigándome otra vez? -alcé una ceja.

-¿Debería? -replicó dando otro paso hacia mí de modo que


invadió mi espacio personal- Solo me has dado razones para que
sospeche de ti, incluso Georgette dice que puede ver la mirada
de la muerte en ti.
-¿Y tú qué puedes ver? -alcé la barbilla de manera retadora.

Él no apartó la mirada de la mía cuando respondió:

-Los ojos del pecado.

Tragué pesadamente saliva.

-¿Y eso te asusta? -pregunté.

-No-se inclinó hacia mí-, pero ese no es el tema aquí, quiero


saber si tú mataste a Lessandro.

Apreté la quijada.

-¿Solo porque Georgette me acusó?

-Quiero saber por qué ella sospecharía de ti entrecerró los ojos,


¿Lessandro era tu amante?

-No. -respondí sin ni siquiera pensar.

-¿Acaso con él era solo sexo? prosiguió.


Le sostuve la mirada, el nudo en mi garganta empezando a
apretarse, mis ojos empezando a cristalizarse.

-Lo siento -continuó diciendo el padre William-, pero, hay


muchas cosas que apuntan hacia ti.

Me di cuenta en ese momento de que era la sospechosa


principal de una ola horrorosa de crímenes.

-No sabes la verdad -susurré.

-¿Cual es? -preguntó.

Tragué pesadamente saliva y abrí la boca para empezar a


contarle lo que ocurrió con Lessandro...

Capítulo 58: La verdad de Celeste

CELESTE

Ya había contado parte de mi vida, cosas que era bien sabido por
los demás. Mis padres eran muy mayores para cuidarme además
de que tenían otros hijos, así que me crió mi tía, sin embargo,
mis primos me hacían la vida imposible, uno más que el otro.
Enrique tras el accidente donde lo empujé y quedó malherido
tuvo que recibir terapias y mi tía lo llevaba, por lo que me
quedaba a solas con Álvaro, siempre entraba a mi habitación,
cada tarde a las 2 pm.

Odiaba ese momento del día.

Al principio me obligaba a desnudarme, luego empezó a tocarme


mientras él se bajaba los pantalones y se tocaba a él mismo, me
decía que si no dejaba que hiciera lo que él quisiera le diría a mis
padres y a mi tía lo que yo hice con Enrique.

Cuando crecí un poco y mi cuerpo empezó a desarrollarse, él


abusó sexualmente de mí, siempre que pudo, dolía, nunca me
gustaba, era desagradable y siempre me sentía sucia, aún más
cuando llevaba a sus amigos adolescentes a su casa a drogarse y
beber, entonces, empezó a cobrar para que ellos entraran a mi
habitación.

Entre esos amigos frecuentes era Lessandro, mi peor pesadilla, el


que pagaba más a Álvaro para tener más tiempo a solas
conmigo, el que siempre me decía cosas asquerosas mientras me
desnudaba a la fuerza, el que le excitaba causarme dolor físico
mordiéndome y pisándome distintas partes del cuerpo y amaba
cuando le gritaba que se detuviera, y que le rogara que me
dejara en paz.
El único que después de tantos años me dio tantas pesadillas y
terror cada vez que me miraba.

Creí que eso no acabaría nunca...

Pero sí hubo un momento en el que logré salir de ese infierno.

Cuando me uní a la catedral como monja prometiendo entregar


mi vida a Dios y no los volví a ver durante años, pero cuando
reaparecían eran fantasmas oscuros que me atormentaban
profundamente y sacaban lo peor de mí.

Ahora ambos estaban muertos.

Miré al padre William analizando su reacción después de todo lo


que le dije. Él conservaba el ceño contrariado dándole a su rostro
esa mirada tensa y algo terrorífica, sus ojos grises mirando a algo
más allá de mí, su quijada apretada.

Nos mantuvimos en silencio por tanto tiempo que pensé que él


no llegaría a decir nada, pero finalmente cuando cambié el peso
de un pie a otro, él tomó una profunda respiración y dijo con voz
suave:

-Ya veo.

Fruncí el ceño y lo miré confusa.


-¿Es todo lo que vas a decir? -pregunté, le había contado mi más
íntimos secretos, cosas horribles que me habían pasado en mi
oscuro pasado y sentí que cuando él volvió a verme, lo hizo de
una manera... que me juzgó.

Tragué pesadamente saliva, sus ojos grises entrecerrándose


mientras me miraba fijamente.

-Celeste dijo cruzándose de brazos y dando un paso hacia mí-,


necesito que me digas por qué después de todo lo que me
dijiste, no debo creer que eres tú la asesina.

No podía creer lo que me estaba diciendo.

-¿Sigues creyendo que soy yo? - repliqué alzando una ceja.

Él no cambió su rostro gélido.

-Eres la única con tantas razones para asesinar a Lessandro -dijo


el padre William empezando a caminar a mi alrededor con las
manos detrás de su espalda- y casualmente cuando el orfanato
se incendió y vinieron a la catedral, murió. ¿Cómo explicas eso?

-Fue suicidio y en lo que a mí consta, justicia divina. -repliqué,


eso estaba registrado, no había pruebas de nada como para que
sospechara de mí y reabriera el caso, de seguro que Lessandro se
sintió mal por ser casi padre con Georgette después de todo lo
que me hizo a mí, la conciencia de seguro lo hizo perder la vida.

El padre William se detuvo frente a mí aún mirándome de


manera poco amable.

-¿Qué le ocurrió a Álvaro? -preguntó el padre William.

Destellos del recuerdo de mí empujándolo. Él retrocediendo. Él


cayendo por el acantilado en medio de la oscuridad, vinieron a
mi mente, pero intenté no mostrar alguna reacción aparente en
mi rostro.

-No lo sé-murmuré sosteniéndole la mirada-, tengo tiempo sin


saber de él.

El padre William estiró una de la comisura de sus labios en una


leve sonrisa y empezó a caminar hacia su escritorio,
deteniéndose y dándome la espalda murmuró:

-Hay reportes de que está desaparecido y el último lugar en el


que se le vio fue entrando a la catedral.

Me hice la ofendida.

-¿Y? -repliqué ¿acaso crees que lo oculté debajo de mi cama?


Él soltó una leve carcajada y se volteó hacia mí, sus hermosos
ojos grises casi traspasándose cuando su rostro se contrajo en
molestia.

-¿O eres tan buena asesina que no dejaste pistas? -se acercó
hasta detenerse frente a mí- ¿No te hace pensar que aunque
tengas esa cara de ángel eres realmente un ser repugnante que
le complace asesinar?

Alcé la mano para abofetearlo, pero él me sostuvo la mano de


camino a su cara con una leve sonrisa irónica en sus labios.

-¿Qué te molesta? ¿La verdad? -replicó.

-No maté a nadie-dije y si lo que buscas es un pretexto para


encarcelarme porque no quiero acostarme contigo, entonces
méteme presa.

Él me soltó la mano, su boca ahora en una mueca molesta


porque sabía que le estaba sacando cosas en cara que lo ponía
en desventaja, no le convenía que nadie supiera que se acostó
con una monja en medio de su misión.

-Te conté mi pasado para que supieras quién era realmente


Lessandro continué diciendo y como posiblemente estando en la
iglesia sus demonios lo hicieron sentirse mal con él mismo; se
terminó suicidando. No te lo conté para que me juzgaras y
pensaras que merecía lo que me hicieron.

Él apretó la quijada dando otro paso hacia mí, invadiendo mi


espacio personal, podía sentir su respiración chocar contra mi
rostro.

-No pongas palabras en mi boca, nunca dije que merecieras lo


que te hicieron dijo con voz dura-, nadie merece eso. Dije, que
tenías muchas razones para que Lessandro desapareciera y eso
te convierte en nuestra principal sospechosa.

Tragué pesadamente saliva, eso no sonaba nada bueno.

-¿Que quieres decir? -repliqué.

Él me miró fijamente y dijo:

-Que debes acompañarme a la comisaría, estas acusada de


homicidio.

Capítulo 59: La manzana de mi Edén

Entrecerré los ojos ante lo que me estaba diciendo y solté una


risa burlesca y a la vez incrédula.
-¿Vas a interrogarme por 10 horas para que te diga lo mismo que
ahora? - dije alzando la barbilla hacia él- ¿Qué soy inocente?
Deja de perder el tiempo conmigo y busca al verdadero culpable,
porque como detective o lo que seas del servicio secreto no
sirves para nada.

-¿Qué dijiste? -replicó dando otro paso hacia mí, pero no me


eché para atrás, ahora estábamos frente a frente, nuestras
respiraciones mezclándose, se notaba molesto por lo que
acababa de decirle.

Sonreí con descaro y me alcé de puntillas para susurrarle:

-Que no sirves para nada, eres el peor agente de la historia y


ahora me das asco.

Él me tomó de los brazos y retrocedimos, mi espalda pegando de


la pared, su mirada de ojos grises traspasándome.

-¿Asco? -replicó- Si te diera asco no se te habrían oscurecido los


ojos, ni mucho menos estarías temblando por mí.

Tragué pesadamente saliva.

Como odiaba que mi cuerpo me traicionara y él leyera el deseo


en mis ojos.
-¡Suéltame! -repliqué.

Él se acercó aún más de modo que su nariz rozó la mía y susurró:

-Cada parte de tu cuerpo reclama que te toque.

Mi pecho subía y bajaba con rapidez, una parte de mi mente


traicionándome calentándose y exigiendo su toque adictivo en
mi cuerpo, pero la otra parte resistiéndose a él y siendo fiel a mis
palabras de abstinencia.

Pero que difícil era resistirse al agua cuando apenas tocabas el


desierto.

Su mano acarició un costado de mi rostro y relamió sus labios


diciendo:

-Dime, dime nuevamente en mi cara que no te causo deseo sino


asco.

Mi corazón latía frenético, lo escuchaba palpitar en mis oídos.

-Quiero que me dejes en paz, padre William-susurré, solo me has


empeorado mi vida desde que llegaste a este lugar, voy a ir al
vaticano, solo quiero que me dejes en paz de una vez para que
me olvide de todo esto.
Él ya no ejercía presión en mis brazos pero no se movía de su
lugar, sus ojos buscando mi mirada, su aliento chocando contra
el mío.

-Quieres que te aleje de mí pero al final siempre vuelves, Celeste


respondió en un murmuro.

-Dices estupideces -repliqué.

-Al final siempre vuelves a mí -refutó alzando la voz porque sabes


que no puedes olvidarte del único que te hace arder cada
centímetro de tu piel en placer.

No podía calmar mi respiración, no podía calmar el temblor en


mis manos ni en mis piernas, ni en mi cuerpo.

Como odiaba no poder controlarme cuando de él se trata.

-Te odio-susurré.

Él sonrió y entonces acortó la distancia pegando sus labios a los


míos en un beso salvaje que me dejó ardiendo, donde su lengua
y sus labios tocaban me encendía cada parte de mi cuerpo, mi
cuello, mi boca, mi rostro, sentía que solo me volvía fuego.
Me quitó la parte de arriba de mi traje y yo le arrebaté la camisa,
por más que dijera que era la última vez, recaía convenciéndome
de que realmente esto no volvería a pasar.

Y posiblemente no volvería a pasar, posiblemente nuestro


caminos no volverían a cruzarse cuando me fuera al vaticano.

Así que disfrutaría del veneno de su toque en mi piel, mientras


me asesinaba el alma una última vez con el deseo de la lujuria
que dejaba una profunda culpa en nosotros por traicionar
nuevamente a la iglesia, yo como monja, él como padre.

El peor pecado cometido.

Me terminó de quitar mis vestiduras y solo quedé en mis bragas


cuando me arrancó el sostén, y caímos al piso, él encima de mí,
quitándose la prenda de arriba dejando su torso ejercitado y
lleno de tatuajes al descubierto, pasé mi mano por sus torso
mientras quitaba con desesperación su cinturón y luego él
terminó de desabrocharse la bragueta bajándose el pantalón al
mismo tiempo que yo me quitaba mis bragas, quedando
enteramente desnuda ante él en el despacho sacerdotal.

-Siempre es un placer ver tu desnudez -susurró acariciando su


largo y grueso miembro completamente duro de arriba a abajo.

Se me hacía agua la boca de tan solo verlo. Pasé mis manos por
mis pechos mordiendo mis labios queriendo tenerlo ya dentro de
mí, mantuve mi mirada fija en él y noté como algo en su mirada
cambió cuando susurró:

-Tócate. Quiero verte.

Él siguió pasando la mano por su miembro; acariciándose a sí


mismo de arriba a abajo.

-Quiero que te toques viéndome a mí continuó, el único hombre


que pude tenerte entera.

¿Acaso se refería a Isaac? No quise preguntar ni romper el


momento.

Bajo su mirada me sentía excitada, me sentía poderosa, pasé mis


dedos por encima de mis pezones dejándolos completamente
duros y abrí las piernas con descaro hacia él, bajé una mano
hacia el medio de ella deslizando dos de mis dedos por el medio
de mis labios vaginales sintiendo lo húmeda que estaba.

-Que vista que me das, Nonne -susurró.

«Nonne».

Cada vez que me llamaba así lograba tocar mi fibra más sensible.
-Entonces ven aquí -jadee

arqueándome mientras me apretaba uno de mis pechos y metía


dos de mis dedos dentro de mí.

Él se acostó sobre mí abriéndome más las piernas y su boca fue a


mis pechos jugando con mis pezones endurecidos y
mordisqueándolos, ahora era su mano en vez de la mía la que se
abrió paso a mi clítoris para empezar a estimularlo con sus
dedos, y luego devoraba mi cuello besándome fuerte y
chupándome la piel, mordí su hombro poniendo mis ojos en
blanco ante el placer de sentir como su miembro rozaba mi
entrada y entonces sin previo aviso, entró en mí de una sola
estocada, jadee echando mi cabeza hacia atrás, apretando mis
pechos y él aprovechó para meterlos a su boca chupando mis
pezones como si no hubiera un mañana y empujando dentro de
mí tan duro y fuerte que sentía que no podía sostenerme de
nada, sintiendo que iba a partirme en dos.

-Esto es lo que te gusta ¿cierto? -gruñó entre jadeos- Odiarme y


que te folle hasta que pierdas la conciencia, hacerme exasperar
con el hijo de puta de Isaac, pero él no sabrá lo rico que es sentir
la polla entre tus piernas.

Sentía que estaba al borde, mi piel caliente; ardiendo y apenas


llevábamos unos minutos.

Su mano envolvió mi cuello y susurró a centímetro de mis labios


mientras sus ojos grises oscurecidos estaban fijos en los míos:
-¡Ah! No pares... -jadee.

-Él no sabrá lo que es disfrutar tu coño tan apretado...

Me arqueé y entonces un estremecimiento me envolvió


agitándome todo el cuerpo cuando me vine soltando un grito
casi animal, me había venido tan rápido que me avergoncé, pero
el padre William estaba satisfecho con eso, sabiendo que era el
único capaz de provocarme eso.

Aun tenía leves espasmos mientras él con unas estocadas más


llegó a su propio éxtasis, ambos en silencio mientras
recuperábamos el aliento, él acostado sobre mí mientras su
corazón latía a la par del mío frenético paulatinamente calmando
su ritmo.

Él tomó una profunda respiración y se separó un poco, su mirada


fija en la mía.

-Si me lo preguntas, también te odio susurró el padre William-,


porque me haces desenfocar de mis verdaderas tareas, me haces
distraerme, eres la manzana de mi Edén.

Relamí mis labios y acaricié su pecho desnudo.


-¿Eso te convierte a ti en la serpiente de mi Edén? Porque solo
me seduces aunque quiera resistirme.

Escuchamos pasos afuera de la oficina del padre William y nos


levantamos rápidamente, quedándonos por un momento en
silencio hasta que las personas se fueron.

Empezamos a vestirnos sin decir nada, ahora, como todas las


veces quedaba la despedida, solo vestirnos e irnos.

Nos levantamos a vestirnos cada uno por su lado sin hablar,


como si el momento de descontrol y la atracción irresistible
fuera nuestra vergüenza y realmente yo no me animaba a sacar
ningún tipo de conversación. Me terminé de acomodar las
vestimentas y cuando fui por el velo que cubre mi cabeza, me
encontré con lo que parecía una billetera abierta, miré de reojo
al padre William, él estaba terminando de colocarse el cinturón
de espaldas a mí.

Así que la tomé para ver la foto que se veía ahí en el bolsillo
principal.

«¿Quién es ella?»

Era la foto de una mujer de cabello rubio y ojos claros, era muy
bonita, con una sonrisa encantadora, a su lado estaba el padre
William, tenía lentes oscuros y otro estilo de cabello, pero sin
duda era él.
Por primera vez una verdad que no había considerado para su
falta de apego emocional me invadió la cabeza.

¿Acaso él tenía esposa?

Capítulo 60: Lo nuestro nunca fue amor


Tragué pesadamente saliva.

Ahora comprendía por qué era tan distante y otras tan cercano,
ahora comprendía porque parecía tener pánico al haber algún
tipo de relación más profunda.

Ahora entendía que varios amores eran momentáneos un


espejismo en un cristal que al poco tiempo solo se rompía en
miles de pedazos sin dejar rastro.

Una aventura, una locura, solo un error.

Mis manos temblaban sin embargo me negué a mostrar lo


mucho esto me afectó.

Desde un principio nunca se habló de compromisos, así que no


tenía el derecho de reclamar nada.
Y si estaba casado, prefería vivir en la ignorancia que saber que
fui solo usada

en medio de un matrimonio.

Caminé hacia el escritorio y deje la cartera abierta frente a él. Él


la miró y pareció congelarse por medio segundo antes de
mirarme.

-Se te cayó -me límite a explicar.

Él guardó silencio, pero parecía pensar muchas cosas


rápidamente.

-¿Miraste la foto? -preguntó luego de unos segundos.

Me volteé terminando de ajustarme la ropa, restándole


importancia.

-Sí. -respondí y me di cuenta de que debía de ser muy


importante para él o algo muy cercano para que luciera
preocupado de que yo lo hubiera visto.

Nadie me quitaba de la cabeza de que la mujer de esa foto era su


esposa.
-Eso fue... -aclaró su garganta- un día de campo...

-No es mi incumbencia. -lo interrumpí, con que quisiera aclararlo


ya me quitaba todas las sospechas que me pudieran quedar al
respecto.

No quería saber, simplemente prefería quedar en la ignorancia.

Sentí sus ojos clavados en mí, escuché sus pasos mientras se


acercaba a mí, así que me voltee a enfrentarlo, él se detuvo
analizando mi expresión por primera vez no vi ese típico gesto
soberbio parecía un poco preocupado.

-Tú y yo no somos nada dije- así que no tienes que darme


explicaciones.

Él me mantuvo la mirada, sus ojos grises pareciendo ligeramente


molestos.

-Tienes razón. -se limitó a decir.

Sentía un nudo en mi garganta que me apretaba.

Tenía que irme de aquí.


Ya estaba vestida, así que me preparé para ir a la puerta, sin
embargo él me tomó del brazo rápidamente, me congelé en mi
lugar. Su tacto, su magnético tacto junto con la magia de sus
dedos me hizo sentir el nudo de mi garganta apretarse más.

Como odiaba sentir tantas cosas por él y no poder demostrar


ninguna.

-¿Por qué esto se siente como una despedida? -preguntó.

-¿Esto? -repetí sin moverme.

-Cuando explicó-, se sintió diferente.

Cuando, como él lo dijo, cada encuentro como dos almas


sedientas de lujuria, nunca hicimos el amor, nunca hubo nada
después, solo vacío.

Y estaba harta.

Me voltee enfrentándome nuevamente a su mirada, sus ojos


grises me miraban con fijeza, analizando mi expresión.

-Lo he hecho. -susurré, es diferente, es el final.


Él guardó silencio por varios segundos, pestañeó un par de veces
y finalmente preguntó:

-¿Por qué?

-Porque no puedes tenerlo todo sin esperar consecuencias.

Me iba a voltear para irme sintiendo que estaba al borde de


deshacerme, pero esta vez su mano se aferró a mi muñeca,
negándose a que me fuera.

Solté un suspiro y voltee a mirarlo nuevamente ya algo enfadada


de que no me dejara ir.

Nunca me dejaba ir, pero no me ofrecía nada más.

-¿Acaso pensabas que iba a rogarte? pregunté Quisiste que lo


nuestro fuera solo esto, sexo, pues trato hecho.

-No-dijo para mi sorpresa, no quiero que acabe así.

¿Acaso escuchaba algo de vulnerabilidad en su voz?

Tragué saliva, pero me intenté mostrar indiferente.


-Oh, no me digas ¿te enamoraste de mí? -dije con cierta ironía en
mi voz.

Él estrechó los ojos, su orgullo era tan grande que jamás


admitiría tal cosa, y el mio de igual tamaño jamás se lo diría
primero.

-Aquí nadie habló de amor. -Dijo.

Eso fue suficiente para hacerme saber que no había vuelta atrás.

-Tienes razón -dije sintiendo mi voz frágil, nadie hablo de amor.

Lo miré fijamente, cada vez que veía sus hermosos ojos grises,
me confundía, no sabría decir si lo nuestro era algo tóxico o
complicado, solo sabía que aunque nunca fue una relación sin
duda marcaría un antes y un después en mi vida, porque era
difícil de olvidar, el padre william era de esas personas que se
quedaban tatuadas en tu piel y se marcaban por siempre en tu
cerebro.

Desgraciadamente.

No me soltaba, y es que él ahora sabía que esta era la última vez,


porque ya me iría posiblemente para siempre.
Quería decirle miles de cosas, como que sentía un torbellino de
emociones con él, que sentía que era mi debilidad que sentía que
era mi alma gemela, pero era doblegar mi orgullo y eso no
estaba dispuesta a hacerlo.

-Celeste -dijo, mi nombre en su boca se escuchó como un dulce


susurro-, joder, no te vayas.

Lo miré y lo miré sin responderle nada, observando como parecía


de repente sufrir por mí, demostrando que no era una roca, sino
que era humano.

-¿Qué me ofreces si me quedo? pregunté.

Huir juntos era lo único que me haría cambiar de opinión, lo


único por lo que renunciaría a todo esto, lo único a lo que estaba
dispuesta.

Sin embargo pasaron los segundos y él no abrió la boca ni me


respondió, porque no podía abandonar toda su misión, toda su
vida, todo su estatus por mí.

Él me soltó y yo me di media vuelta yéndome de ahí sin


importarme que por primera vez vi algo de dolor en sus ojos
cuando cerré la puerta a mis espaldas.
Bajé a desayunar, que noche tan horrible pasé en la cama, daba
vueltas de un lado a otro, tuve que levantarme a estirarme y
mirar por la ventana hasta que me quedé dormida en una
horrible posición donde mi cuello estaba doblado, ahora eso me
pasaba factura en toda la zona de mi hombro.

Cuando iba al pasillo que da al comedor vi que veía Isaac, quise


devolverme, frenarme o desaparecerme, pero ya era tarde, él
me había visto y me sonrió alzando una mano mientras se
acercaba rápidamente a mí.

Ahg.

-Celeste. -dijo cuando se detuvo frente a mí.

-Buenos días. -dije haciendo una ligera reverencia en modo de


saludo.

Él se inclinó hacia mí y susurró:

-¿Me acompañas a mi habitación?

Apreté los labios, esto no podía ser más incomodo.

Sentí mis mejillas sonrojarse un poco y negué con la cabeza.


-Me he reconciliado con la virgen inventé y mis votos antes...

-Será rápido te lo prometo. -me interrumpió, me pareció extraño


no ver ese brillo en sus ojos, de hecho me veía como si estuviera
ligeramente estresado.

Eso me confundió.

-No habrá nada de... eso -dijo como si leyera mi mirada es algo
que quiero darte.

¿Darme?

Lo miré confundida pero finalmente murmuré:

-Vale.

Caminamos hacia su habitación asegurándonos de que ninguna


monja estuviera cerca o que nos pudiera ver, eso sería todo un
escándalo.

Entramos a su habitación y tapé mi nariz, vaya, olía a calcetín


sucio, todo estaba desordenado, desde la cama hasta el piso con
ropa tirada.

Asco.
-¿Qué ocurre? -pregunté al ver que Isaac estaba buscando algo
en su escritorio, seguidamente se volteó hacia mí y se acercó, no
veía qué traía en las manos, no sonreía, solo me miraba
fijamente poniéndome algo incomoda.

Este no era el Isaac con el que tanto hablé, este era extraño;
diferente.

-Te seguí, Celeste. -dijo Isaac deteniéndose frente a mí.

Fruncí el ceño quitando la mano de mi nariz y lo miré


confundida.

-¿A dónde? -dije sin comprender.

-A la oficina del padre William. -Soltó.

Sentí que palidecí al escuchar esas palabras, sin embargo, no dije


nada, o hice algún movimiento, solo lo miré.

¿Me había seguido hasta la oficina del padre William? Es decir...


¿nos escuchó?
-No te asustes continuó dando otro paso hacia mí invadiendo mi
espacio personal, me da mucha curiosidad saber como es que
esto pasó...

Di un paso atrás sin gustarme su acoso.

-No pasó nada, viste mal. -repliqué.

Él tensó la mandíbula y se precipitó hacia mí, solté un pequeño


grito por la inesperada acción cuando dijo:

-No me mientas.

Alzó la mano y sentí el filo de un cuchillo rozar la piel de mi


cuello.

-Isaac... -jadee impresionada.

-Shh... -dijo pegado su boca a mi mejilla quiero que me digas


exactamente lo que le hiciste.

El cuchillo se deslizó por mi cuello hasta el frente de mis


vestimentas y la empezó a desgarrar...

Capítulo 61: ¿Quién es el asesino?


CELESTE BRAUN

Las lágrimas empezaron a asomarse por los costados de mis ojos


y la verdad era que Isaac me duplicaba el peso, sentía que no
tenía escapatoria, me estaba ahogando, mi corazón latiendo tan
rápido que casi lo escuchaba salirse por mis oídos.

-No hagas esto. -murmuré sintiendo que mi voz temblaba.

Él se detuvo por un segundo y me miró, su asqueroso aliento


pesado rozando mis labios.

-¿Por qué? -frunció el ceño con fingida agonía- Oh, ¿acaso tienes
miedo?

Cuando observó las lagrimas deslizándose por los costados de mi


rostro, él empezó a reírse.

Nunca pensé que se pudiera despreciar a una persona en


cuestión de segundos.

Acercó nuevamente su boca a mi mejilla, su lengua lamiéndome


hasta llegar a mi oído y dijo:
-Después de que metiste la uña ahora quieres hacerte la
inocente, conozco a muchas como tú-buscó mi mirada
nuevamente, la suya estaba oscurecida; indiferente, no había ni
una gota de la amabilidad que había conocido-. Que solo son un
farsa, hablan mucho del amor, de la virgen, del cielo y el infierno,
que son perfectas, pero en realidad son las peores.

Con el cuchillo rasgó el final de mi vestuario dejando al


descubierto la parte de abajo que era un camisón ligeramente
trasparente, no podía parar de temblar.

-Cara de ovejita continuó diciendo- siendo un lobo feroz.

Cuando él dejó el cuchillo en la mesa del lado para empezar a


quitarme la parte de arriba, yo aproveché su ligero descuido para
intentar escapar. Alcé la rodilla y le di un fuerte golpe en la ingle,
él se quejó doblegándose completamente adolorido llevándose
las manos sobre su cremallera soltándome vulgaridades, para
seguidamente salir corriendo hasta el otro lado de la habitación
tomando lo primero que encontré; una lámpara.

Me voltee apuntándolo con eso, mis manos estaban temblando.

-Te acercas y te la lanzo amenacé sintiendo la adrenalina


recorrerme.

Noté como él me miró fijamente, sus labios torciéndose en una


especie de sonrisa que parecía animal.
Se enderezó superando el dolor que le ocasioné y giró un poco el
cuello de un lado a otro como si se preparara para pelear.

-Uhm, Celeste como me encanta tu miedo, ya no pareces tan


fuerte -dio lentamente un paso hacia mí-, como esa noche en la
que me sedujiste y me hiciste creer que querías que te follara.

No le respondí, él se detuvo a unos pasos de la lampara, intenté


con todas mis fuerzas parecer fuerte pero vaya que este hombre
sabía ocultar correctamente sus emociones, no parecía ni un
poco intimidante, solo firme y algo predispuesto.

-Dime algo continuó-, ¿esa noche acaso el padre William te dejó


caliente y querías que yo apagara esa calentura? no le respondí,
pero eso fue exactamente lo ocurrido No te juzgo, tampoco me
quejo, pero no debiste... dejarme con las ganas.

Dio otro paso y yo reaccioné sobresaltada apuntándolo


nuevamente con la lámpara.

-¡¿Qué es lo que quieres?! ¡¿Follarme a la fuerza?! -grité con la


esperanza de alguien afuera me escuchara.

-No, no realmente. -musitó con tranquilidad.


-Entonces déjame ir exigí-, y juro que no diré ni una palabra de
esto.

Él giró la cabeza a un lado sin apartar su mirada de la mía, como


si analizara mi rostro, o como un depredador que analiza a su
víctima antes de atacar.

-¿Puedo confiar en ti? -preguntó de repente.

Un rayo de esperanza cruzó por mi pecho en pensar que de


verdad me dejaría ir.

-Claro que si. -susurré.

Él dio otro paso hacia mí, su pecho rozando la lámpara, estiró su


mano lentamente hacia mí acariciando mi mejilla, su tacto se
sentía pegajoso contra mi piel.

-Que precioso rostro que tienes susurró y agregó enojado:


¡Mentirosa!

Me abofeteó sin previo aviso, su mano dura pinchándome la piel,


apreté los ojos cuando perdí el equilibrio cayendo al suelo a un
lado de la cama sin aliento.

Apreté los labios, sintiendo que mi boca sabía a sangre.


Entre abrí los ojos sintiendo mi visión nublada y cuando mi vista
se aclaró, observé lo que había ahí debajo de la cama.

Una de las máscaras del Monstruo del templo.

¿Isaac era...?

De repente él se montó encima de mí empezando a rasgarme la


ropa, me voltee forcejeando con él, intentando con todas mis
fuerzas golpearlo o quitármelo de encima, pero él estaba en
ventaja con respecto a mí, su peso aplastaba el mío debajo de él.
De repente me agarró del cabello y con fuerza me pegó la cabeza
del suelo que resonaba en un golpe seco.

Una...

Dos...

Tres golpes.

Un fuerte sonido agudo me atormentó los oídos al mismo tiempo


que empecé a ver estrellas en mi visión nublada al borde del
desmayo.

-Tardaste mucho en ver a que en quien seducías era al diablo.


Susurró pasando la lengua por mi oreja.

PADRE WILLIAM WEST

Maldita mañana.

Ya estaba empezando a odiar amanecer en este lugar, Celeste


era posiblemente lo único que hacia que los días parecieran más
ligeros.

Pensar en esa mirada vacía cuando me miró empezaba a


enloquecerme, creí que le gustaba, creí que ella estaba
enamorada de mí tanto como yo de ella.

Sí, joder me enamoré y me sentía malditamente posesivo al


pensar en que se le hubiera hecho tan fácil dejarme y crear esa
brecha de "sin sentimientos", claro que yo fui el que la marcó,
pero aún así me molestaba.

Y la foto, ¿eso fue lo que la terminó de decepcionar de mí?


¿cómo podía saber que esa mujer significaba algo en mi vida?

Lancé el agua de la mesa de noche y el vaso se estrelló en varios


pedazos contra el suelo.
Quería mandar toda esta misión a la mierda y simplemente
llevarme a Celeste conmigo, pero no era tan fácil, nunca lo sería.

Tocaron la puerta de mi habitación, giré los ojos, no quería ver a


nadie hoy, pero debía de ser urgente porque volvieron a tocar y
entonces abrieron la puerta.

Era Luck, ¿qué hacía aquí? Se suponía que a él le tocaba estar en


oficina. Me sorprendí al ver que él llevaba el uniforme.

Algo grave había pasado.

-Problemas -dijo Luck.

-¿Qué ocurrió? -pregunté levantándome y empezando a


vestirme con las prendas del sacerdote William.

-Encontraron un cuerpo. -expuso Luck.

¿Otro cuerpo? Maldición, que esta iglesia estuviera custodiado


de policías siempre, pero siguieran ocurriendo estos asesinatos
me hacía creer a veces que el asesino era uno de los policías.

-Lo llevaron a la morgue ya hace unas horas, tiene muchas


cortadas en los intestinos continuó diciendo Luck-, una mujer
que había denunciado a su hijo desaparecido hace varios días,
identificó el cuerpo.
¿En qué momento ocurrió todo esto si apenas había amanecido?

-¿Quién era? -pregunté terminando de abrocharme lo últimos


botones.

-Álvaro Braun.

El nombre venía como una ola, solo que no lograba


relacionarlo... pero, ¿acaso el apellido de Celeste no era Braun?

-Braun -repetí y fue como si todo comenzara a cobrar sentido.

Era familia de Celeste y Celeste me había comentado lo que sus


primos le hicieron; que ellos vendieron su cuerpo.

Ahora confirmaba mis sospechas, la única que podía tener tantas


razones para cometer estos asesinatos.

Celeste Braun era la asesina...

Capítulo 62: Si yo me hundo, tú te hundes

CELESTE
Aturdida, dejé de luchar, supe que no iba a lograr nada porque
en la posición que él estaba sobre mí, me ganaba mucha ventaja.
Solo me quedé inmóvil, sin ejercer fuerzas como última
esperanza de escape; haciéndome la muerta, sin fuerzas.

Él continuó mordiéndome el hombro, y riéndose de que estaba


bajo su merced, como un gato que juega con el ratón antes de
asesinarlo.

-Celeste, Celeste... -susurró.

Se quedó en silencio por unos segundos y pareció darse cuenta


de que yo ya no hacía fuerzas para luchar contra él.

-Celeste dijo esta vez confundido-. ¿Celeste?


Isaac se detuvo y se separó un poco de mí, volteándome para
que estuviera ahora frente a él y me dio una palmada en la
mejilla fuerte a la cual ni reaccioné, ya en este punto sentía el
rostro muy anestesiado de tantos golpes que me había dado.

Cuando acercó su oído a mi boca para comprobar si yo seguía


respirando le mordí la oreja, tan, pero tan fuerte que le arranqué
un pedazo, él gritó de dolor, aproveché su momento de
distracción para estirarme y seguidamente tomar la lámpara que
estaba cerca de mí y se la lancé a la cabeza, cuando impactó él
cayó hacia atrás cayendo al piso completamente inconsciente.
Me levanté como pude sintiéndome completamente temblorosa
y corrí a la puerta, mi oído punzaba con un pitido chillón, mi nariz
sangraba, estaba completamente aturdida, pero era mi última
oportunidad para salir de aquí.

Apenas abrí la puerta, salí desesperada corriendo por el pasillo,


intentando arreglar la ropa que llevaba puesta pero estaba toda
cortada y se me deslizaba vergonzosamente por mi piel como si
se tratara de agua, evidenciando mi deshonra dentro de la iglesia
de que un hombre había abusado de mí; a una monja.

Escuché que venía alguien por el pasillo, el terror reinó sobre mi


desdicha y busqué a la persona que se acercaba, para mi suerte u
horror-se trataba del padre William que se dirigía por el pasillo a
paso aplastante y con el rostro como siempre enojado, sin
embargo algo dentro de mí sintió paz, porque siempre que él
estaba cerca, todo salía bien. Apenas me vio pareció
sorprenderse, miró mi ropa, luego la sangre en mi cara y
preguntó con horror:

-¿Qué pasó?

Abrí la boca pero no podía hablar, estaba temblando, estaba al


borde de la histeria, solo pude señalar la habitación de Isaac y el
padre William corrió hacia allá, fui detrás de él y lo vi cuando
entró deteniéndose en seco, viendo toda la escena de un real
desastre dentro de la habitación, se agachó sobre el cuerpo de
Isaac y comprobó su respiración notando que tenía una herida
en la frente.
-Respira -dijo el padre William-, solo está desmayado.

Solté un suspiro, al menos estaba desmayado lo que quería decir


que esto no traería repercusiones sobre mí.

-¿Qué ocurrió exactamente? preguntó el padre William


levantándose nuevamente y caminando hacia donde estaba yo a
la puerta, parecía confundido, molesto e irritado; todo mezclado.

-Él me atacó, tiene la máscara -dije señalando lo que estaba


debajo de la cama -, él es el asesino.

Él frunció el ceño, y fue a donde yo le señalaba viendo la


máscara, pocas veces veía al padre William sorprendido, aún así
no se atrevió a tocar nada, probablemente esperando que los
policías vinieran a examinar todo.

Él se dirigió nuevamente a la puerta pareciendo a punto de irse.

-¿Qué, qué ocurre? -pregunté, no quería que me dejara sola.

-Dame un momento, quedate aquí. demandó.


-No, ¿con él? ¡NO! -dije sobresaltada, ¿cómo se le ocurría
dejarme a cargo del hombre que estuvo a punto de abusar de
mí?

Él me ignoró pero afortunadamente para mí, no se fue de mi


lado, solo tomó un teléfono, tecleó unas cosas y luego guardó
nuevamente su teléfono en su bolsillo.

Abrí la boca para decir algo, cuando de repente una voz robó
nuestra atención.

-¿Qué ocurrió?

Volteamos cuando uno de los oficiales de traje especial que tenía


en su identificación "L. Jonas", se acercó a nosotros, a este yo no
lo había visto o al menos no podía recordarlo, era rubio y de ojos
claros; su mirada era tranquila, amable. De repente me miró
observando la sangre y mi ropa, luego miró dentro de la
habitación todo el desastre para volver a mirarme alzando
ambas cejas.

-¿Estás bien? -preguntó el oficial.

Antes de que pudiera responder cualquier cosa, el padre William


tomó las esposas del cinturón del oficial y se acercó a mí
tomando mis muñecas hasta detrás de mi espalda para
colocarme las esposas.
-¿Pero qué haces? -dije sin comprender apretando los ojos del
dolor cuando me movía los hombros; yo estaba completamente
adolorida.

-Angelo ¿pero qué haces? -le dijo el oficial igual de perplejo que
yo.

-Estás arrestada por atacar a un policía.

-dijo el padre William.

Abrí la boca sin comprender por qué estaba arrestándome a mí


cuando fue Isaac el que me atacó.

El oficial que lo acompañaba miró dentro de la habitación y se


sobresaltó al ver que se trataba de Isaac.

-¿Atacar a un policía? -repití ¿estás loco? ¡él me atacó! ¿Acaso no


ves la sangre o mi ropa?

-Tienes derecho a guardar silencio.

-dijo el padre William empezando a empujarme para que


empezara a caminar.
-¡No puedes ser tan imbécil! -repliqué anonadada de que me
estuviera diciendo tal cosa.

-Es mejor que guardes silencio -dijo el padre William, no querrás


salir de aquí haciendo un escándalo.

Me voltee hacia él para poder mirarlo a la cara porque realmente


esto que me decía parecía disparatado.

-¿Pero es que te has convertido en un idiota? -repliqué ¡Te estoy


diciendo que él me atacó!

Él mantuvo sus ojos grises en mí fijamente, parecía tener una


mascara frívola impenetrable.

-Y no te creo, Celeste. -replicó.

¿Qué?

Pestañee un par de veces.

-¿No me crees? -repetí en un hilo de VOZ.

Él no dijo nada, no podía creer su cara dura.


El oficial estaba muy cerca de nosotros, ya estaba empezando a
llegar más oficiales y policías al lugar viéndome a mí esposada y
prácticamente semi desnuda.

Esta era la peor vergüenza que podía sentir.

Él pareció darse cuenta de mi escaso vestuario que no era digno


de una monja y le dijo a uno de los policías que le diera la
chaqueta, seguidamente me la colocó sobre los hombros para
cubrirme un poco.

¿Pero quién lo entendía? ¿me protegía o me quería encarcelar


injustamente?

-Que curioso que no me creas -continué diciendo, después de


todo lo que vivimos...

-Cuidado con lo que vayas a decir. -me interrumpió.

Sonreí irónicamente, él sabía que yo tenía el poder de rayar su


nombre de agente encubierto frente a todos ellos también.

-No te debo nada -dije rechinando los dientes. Si me hundes, nos


hundimos los dos.

Él tomó una profunda respiración.


-Nos hundiremos, pero recuerda que será mi palabra contra la
tuya.

Nos miramos fijamente, podía ver en sus ojos grises, una mirada
frívola, enojada, donde antes era de lujuria, ahora estaba llena
de molestia, resentimiento y sin duda me declaraba la guerra.

Una guerra donde solo uno de nosotros saldría victorioso.

Capítulo 63: Sorpresa

NARRA CELESTE

Me sacaron esposada de la iglesia frente a las monjas, obispos y


el resto del personal como si fuera una completa criminal y me
detuvieron en la estación policial del pueblo donde, según ellos,
me interrogarían después.

La situación por más grave que fuera me daba gracia, me


aferraba de los barrotes y caminaba en mi pequeño espacio
riéndome de esta situación.

De seguro que el padre William se estaba divirtiendo con todo


esto, de seguro que lo estaba disfrutando.
No sé cuánto tiempo ya llevaba aquí, solo escuché cuando la
puerta de la solitaria oficina se abrió y la madre superiora llegó,
su ceño fruncido, su rostro rojo, parecía una monja vengativa de
esas que se ven en las películas de terror.

-Madre superiora -dije y ella golpeó los barrotes que nos dividían
haciendo que el metal se tambaleara, me sobresalté.

-¿Cómo pudiste, Celeste? -me gritó, sus ojos inyectados en


sangre El policía Isaac dice que se acostaban y las pruebas
marcan que tú eres la asesina.

La miré confundida.

-¿Qué pruebas?

-Eres la única con acceso a toda la catedral, eres la única que


pudo haber hecho todo eso y haberlo ocultado - jadeó, sus ojos
cristalizándose-, tú... En quien confié ciegamente.

-Le aseguro de que todo ha sido un malentendido... -le intenté


explicar, pero me interrumpió diciendo:

-¡Te acostaste con ese policía!, sabía que no debía dejar que
entraran a la catedral, ¡eres una! La de los mandados -golpeó
nuevamente los barrotes.
Esperé unos segundos hasta que ella se apartó y tomó aire.

-Nunca me acosté con él -le expliqué - y creo que usted es la


persona menos indicada para juzgarme.

Ella frunció el ceño.

-¿De qué hablas? -preguntó.

Me reí un poco.

-Ah, ¿de qué hablo? -alcé una ceja- De todos los mandados que
hice, sé que hubo unos que no eran de biblias, unos que
involucraban notas explícitas y vibradores.

Ella pestañeó un par de veces y su boca se abrió lentamente


comprendiendo lo que yo le estaba diciendo.

-Que escándalo que sea con dos de las

monjas más influyentes de la iglesia -continué diciendo, me


pregunto qué pensará el pueblo, si la puta de los mandados
decide abrir la boca.
Por primera vez la madre superiora no se veía ni prepotente, ni
altanera, sino muy avergonzada.

-¿Qué es lo que quieres? -preguntó al verse atrapada.

Me encogí de hombros.

-Cerrar la catedral.

Ella apretó la quijada.

-No puedes hablar en serio.

-Vale, entonces que tú y ella renuncien, ya me cansé de que sean


todos unos doble cara o liberen a Georgette, ya es hora de que
un experto en salud mental la atienda.

La madre superiora no me dijo nada, solo me miró por lo que me


pareció una eternidad y entonces, dándose media vuelta, se fue.

Tuve que pesar la noche encerrada y sola, esperando.

Esperando el momento indicado.


La mañana del día siguiente entraron a la oficina, me levanté de
la banca donde había pasado la noche y miré a los policías abrir
mi celda, supe que era mi momento cuando me esposaron.

Me llevaron a otra sala, llena de policías hasta donde me iban a


interrogar, cuando abrieron la puerta me sorprendí al ver quién
estaba ahí.

Era el padre William, bueno, no él, porque no llevaba sus


prendas sacerdotales, sino que llevaba un pulcro uniforme
oscuro, que se le acoplaba a sus músculos, en su pecho una placa
donde se leía "agente Smith", su cabello ligeramente húmedo
bien peinado con un nuevo corte un poco más atrevido; algo que
lo hacía ver mucho más atractivo si es que eso era posible, se
veía muy diferente siendo un policía a un sacerdote, daba intriga,
temor y sobretodo autoridad. Su mirada de ojos grises fija en la
mía cuando me vio pasar y me senté frente a él ambos por un
largo rato sin decir nada, hasta que él dijo:

-Celeste.

-Señor Smith. -contesté con un eje burlón-Ahora estamos sin


máscaras, tú siendo el agente y yo...

-Una sospechosa. -completó con el rostro gélido.


Sonreí, realmente me daba risa la situación donde él me miraba
como si fuera la peor escoria del mundo cuando antes era una
mirada de adoración y lujuria.

-¿De qué se me acusa exactamente? pregunté.

Él me mostró las fotos que tenía a un lado de la mesa, ahí


estaban las 3 personas asesinadas más recientes de la catedral.

-¿Conocías a estas personas? -preguntó.

Miré las fotos con una leve sonrisa y saqué la primera; Lissandra
Owen.

-A ella la vi limpiando la iglesia y acostándose contigo -dije con


ironía, seguidamente miré la de Lessandro el ex cuidador, a él lo
vi atemorizando a los niños -miré a la de mi primo Álvaro-. A él sí
lo conocía.

-¿Quien era?

-Mi primo.

Él estrechó los ojos.

-¿Sabes que está muerto?


-Sí, era lo más probable. -dije pensando en ese momento donde
lo lancé del acantilado.

-No pareces conmocionada al ver que tu primo murió. -comentó.

-No eramos cercanos-me limité a decir.

-La última vez que se le vio, dijo que él te fue a visitar a la


catedral y luego de eso nunca volvió -replicó.

Afirmé con la cabeza lentamente.

-Vino a chantajearme, siempre nos la llevamos mal-dije.

Él me observó inclinándose hacia adelante, pero no lograba


intimidarme, aprendí a sostenerle la mirada a esos ojos grises
que fueron mi perdición tantas veces.

-¿Tuviste que ver con la muerte de Álvaro? -preguntó.

Relamí mis labios echándome hacia atrás y sonreí.

-No, aunque lo empujé de un puente admití, eso debió de ser un


indicio, ¿cierto?
Sus cejas se alzaron y pestañeó varias veces.

-Estas dando afirmaciones muy graves, Celeste. dijo confuso.

-¿Acaso el policia Isaac me echó la culpa de esto? -pregunté


alzando una ceja.

-Ese no es el tema aquí.

-Él quiso abusar de mí-repliqué, vi la máscara y casi me asesinó,


pero tú quieres ver si yo soy la asesina.

-Me contaste que fuiste abusada por Álvaro señaló-, tenías


razones para asesinarlo.

Me encogí de hombros.

-¿Quieres que me encierren para que no diga que tú, siendo un


agente especial haciendo el papel de sacerdote, follamos?

Angelo Smith apretó los labios sabiendo que habían policías


fuera de esta sala escuchándonos, y negó con la cabeza.

-Ese no es el tema.
-No-repliqué girando los ojos-, el tema es que quieren
inculparme a como de lugar y me tienen retenida. Pero está bien,
puedo esperar por ellos un poco más.

Él frunció el ceño ahora sin comprender nada de lo que yo estaba


diciendo.

-¿A quién esperas? -preguntó.

-Ya verás -dije confiada.

No comprendió mucho a lo que me refería, así que sacó otra


carpeta y me la enseñó.

-Había ADN en la máscara que encontramos-dijo, tú ADN,


Celeste.

Afirmé lentamente con la cabeza comprendiendo lo que estaba


diciéndome.

-Estas involucrada directamente en esto -continuó, así que te lo


preguntaré solo una vez más, ¿Es tu máscara o no es tu máscara?

-Sí, es mía. -admití.


Angelo abrió los ojos tanto, que por medio segundo pensé que
se le saldrían de las órbitas.

-¿Qué? -expresó como si no se esperaba que admitiera tal cosa.

De repente tocaron la puerta, Angelo frunció el ceño por la


interrupción.

-Creo que ha llegado mi abogado - comenté con una sonrisa.

La puerta se abrió y Angelo amplió los ojos levantándose de su


asiento al ver que entró el director del ministerio de agentes
especiales, el director Green; él era su jefe y el jefe de todos
aquí.

-Suéltenle las esposas ordenó el director Green y varios policías


entraron a obedecerle, la agente Celeste Braun queda libre como
sospechosa de todos los crímenes.

Cuando me soltaron las esposas, sonreí moviendo mis muñecas.

-Gracias. -dije.
-¿Agente? -repitió Angelo.

-Ella trabaja directamente conmigo. explicó el director Green.


Angelo no salía de su perplejidad, y cuando sus ojos grises
giraron hacia mí, dije:

-Sorpresa.

Epílogo (Temporada 1)

CELESTE BRAUN

Sí, soy una mentirosa.

He mentido desde el primer momento y por eso tal vez dudes


mucho de mí y tengas muchas dudas con respecto a esta
"monja" de pasado triste llena de problemas, pero la verdad es
una diferente.

Desde el principio conté una verdad a medias, sí, fue verdad, fui
criada por mis tíos, recibí maltratos, abusos y solo logré escapar.

Pero cuando me metí en la academia de monjas de la catedral,


no me gustó, veía mucha hipocresía y no era nada como me lo
imaginé, sin embargo no tenía otro lugar a donde ir. ni tampoco
dinero.

Estaba encerrada en ese lugar.


Una vez, fui junto con otras novicias mandadas al orfanato para
dar ayuda a los niños y prestar servicios, pero descubrí cosas
atroces cuando vi que los encargados usaban el lugar como una
trafica de niños, guardé silencio hasta que salí de ahí y lo
notifiqué a la policía, sin embargo, la policía no podía intervenir
porque de hecho ese orfanato le pertenecía a personas del
gobierno, así que necesitaba mandar unos agentes especiales
para saber quién era el que llevaba ese negocio a cabo, ellos
dudaban hasta de su mismo equipo policial, porque ellos
custodiaban ese orfanato desde siempre, había mucha
corrupción.

Ahí entre yo, me propusieron ser una espía dentro de ellos


operando desde la catedral, ganarme la confianza, hacer más
lazos con el orfanato, a cambio de un salario, algo que reuniría
en secreto en una cuenta para por fin largarme de la catedral al
finalizar la misión y descubrir quienes eran los corruptos dentro
del recinto.

Que quemaran el orfanato no fue "accidente", yo lo provoqué,


para que los niños pudieran venir a la catedral al mismo tiempo
que todos los policías.

La máscaras usadas por el asesino, eran parte del armario de


teatro que tenía la iglesia, habían varias.

Lessandro esa noche donde falleció, descubrí que abusaba de los


niños, no uno, sino de varios, cuando lo descubrí aquella noche
en el balcón a punto de atacar a Zed, él amenazó mi vida
intentando ahorcarme, tras pelear con él, la lancé por el balcón,
y mi primo Álvaro, él era un estorbo que arruinaría toda la
investigación por eso lo lancé del precipicio.

Sin embargo, algo que me había costado más trabajo encontrar


los cabos sueltos, fue la muerte de Lissandra Owen, la obrera con
el que el padre William se revolcaba, pero luego supe que ella
era amante del policía Isaac, y él la asesinó cuando descubrió
que ella le era infiel.

Isaac era el principal sospechoso de esto, él era espía de


gobierno involucrado con unos obispos.

Isaac tenía la otra mascara, que usaba para atemorizar a los


niños y que no le vieran la cara, él secuestraba a los niños y los
vendía junto con los obispos y sus contactos, a las mafias,
también estaba involucrado mi primo Álvaro y Lessandro.

Uno por uno cayó, y ahora que mi trabajo había terminado


desmantelando su corrupción con niños inocentes, podía irme
libre.

NARRA EL PADRE WILLIAM (agente Angelo


Smith)
Me sentía burlado, no podía creer quién era realmente esta
mujer, que todo este tiempo, trabajó directamente para mi jefe,
para investigarnos dentro de nuestra investigación.

Estuvo en mis narices todo este tiempo y ella, solo se burló de


mí, pero vaya que era ingeniosa.

Demasiado ingeniosa, estaba asombrado.

Cuando salió libre, la busqué, Celeste se estaba hospedando en


una habitación policial, mientras ella esperaba el vuelo que
tomaría para irse.

Pero necesitaba hablar con ella al menos una vez más.

Toqué la puerta dos veces sin obtener respuesta, pero cuando


giré la perilla me sorprendí al ver que estaba abierta.

Entré lentamente, ella estaba ahí, tenía algo en las manos pero al
verme ahí, lo dejó en la cama y su rostro lleno de preocupación
pasó a uno más neutro, como si no quisiera demostrarme sus
pensamientos.

Vaya que estaba frente a la persona más mentirosa del mundo,


hasta ahora me daba cuenta de que nunca la conocí; no
realmente, al igual que ella a mí; eramos dos completos
desconocidos.
Nos miramos fijamente cuando cerré la puerta a mis espaldas
para darnos privacidad. Sus ojos me miraron de manera distinta,
de seguro acostumbrándose a esta nueva imagen de mí donde
no llevaba el traje de sacerdote, sino mi uniforme de agente
especial con medallas en mis hombros.

-Celeste. -murmuré.

-Agente Angelo Smith-respondió con un eje de sarcasmo, debía


divertirle haberme visto la cara de tonto todo este tiempo.

Ambos éramos investigados por el otro sin ni siquiera yo


haberme enterado.

-Me engañaste por completo. -comenté.

Ella pestañeó un par de veces y se encogió de hombros.

-Estás salvado, tú no tenías algún pasado más que tu


promiscuidad e infidelidad. dijo ella.

Sabía que se refería a mi vida personal, una a la que mantuve


ajeno todo el tiempo. Miré su bolso y luego a ella, con una
simple ropa de jeans y franela, su cabello suelto, se veía tan
normal, tan hermosa, tan libre... me sentía devastado.
-¿Te iras? -pregunté.

-Lo más lejos posible. -afirmó.

Me armé de valor y tragando mi orgullo, di un paso hacia ella.

-Quédate. -pedí.

Ella bajó la mirada sin responderme, como si no hablara con ella,


caminé con más confianza hasta estar frente a ella y la tomé de
la barbilla para obligarla a que me viera a los ojos, esos hermosos
ojos azules claros que me hicieron perder la cabeza.

-Quédate. -volví a pedir.

Ella negó con la cabeza, sus ojos cristalizándose.

-¿Ahora me pides que me quede contigo?

-alzó una ceja-Ya no es mi opción.

Quiso separarse de mí, pero no la dejé.

-Mírame a los ojos y dime si de verdad quieres alejarte de mí. -


repliqué.
Ella mordió su labio inferior, lo veía, ella ahora estaba decidida a
irse.

Ahora que había llegado el momento de que entendía de que


probablemente no la volvería a ver, sentía que mi pecho se
comprimía.

¿Como fue tan importante para mí todo este tiempo y lo ignoré


con tanta fuerza?

Me sentía tan estúpido.

Ella tragó pesadamente saliva y respondió:

-No me pidas que me quede cuando nunca quisiste estar


conmigo.

-No era el momento correcto. -repliqué.

-¿Y ahora sí? -dijo con ironía.

Me miró fijamente a los ojos y yo bajé la mirada intentando


encontrar fuerzas, sin embargo, fruncí el ceño al ver lo que
Celeste había dejado en la cama antes, lo reconocía, era una
prueba de embarazo.
La tomé sorprendido, era positivo.

Empecé a temblar.

-No necesito nada de ti. -dijo Celeste.

La miré aún sorprendido.

-¿Estás embarazada de mí? -pregunté sintiendo mi voz


temblorosa.

-¿Lo dudas? -se rió castamente y entonces me quitó la prueba de


las manos Sé que estás casado, y no me interesa realmente
arruinar tu vida, solo me iré, y te pido que no me persigas.

Tragué pesadamente saliva, un matrimonio que estaba por


acabar, una perdida de tiempo donde nunca tuve hijos y era lo
que más anhelaba.

-¿No has pensado en que quiero estar presente en la vida de ese


bebé? repliqué Es también mi hijo.

-¿Y a tu esposa donde la dejas? ¿la dejarás por mí? -preguntó.

Me quedé en silencio.
Era más complicado que eso, pero sí, podría hacerlo, solo
necesitaba tiempo.

-Nunca te conocí -continuó diciendo antes de que yo pudiera


hablar-, conocía al personaje del padre William, ¿tú quién eres,
Angelo Smith? No te conozco y no iniciaré una vida con alguien
con el que me acosté solo un par de veces.

-Yo tampoco te conozco -dije.

-Exacto.

Tragué pesadamente saliva.

-Si te vas -la amenacé, haré como si nunca te hubiera conocido.

-Es lo que busco -replicó, que me dejes en paz, ahora que estoy
libre, lo último que quiero es volver a cruzarme con alguien que
vuelva a destruirme.

Sin decir nada más, tomó el bolso y dándome una ultima mirada,
salió de la habitación cerrando la puerta a sus espaldas.
Apreté mis puños de pie en mi lugar, sintiendo como los trozos
de mi corazón se iban con ella, pero siendo incapaz de vencer mi
orgullo para rogarle otra vez, era algo que no iba a hacer.

Y así, la perdí para siempre.

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