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BREVE HISTORIA DE LA MUSICA SINFONICA DOMINICANA

A fines del siglo XV la música comenzó un arduo, lento y tortuoso camino.


Comenzó la ruta del levante por el poniente, la ruta de las indias. Música,
músicos e instrumentos, enrolados en aquel alucinante viaje de diecisiete
naves que siguió al descubrimiento del Gran Almirante Cristóbal Colón,
atravesaron la Mar Océana.

Entonces, los siglos por venir iban a ser de una mezcolanza desenfrenada
entre razas y culturas, y los ritmos y las melodías, manoseadas y
zapateadas a más no poder, dejaron de ser ajenas para convertirse en
propias de las nuevas tierras descubiertas, en tronco de una cultura musical
nueva, en la cultura musical americana.

A mediados del siglo XIX ya en Santo Domingo existían músicos de una


formación lo suficientemente adecuada como para integrar agrupaciones
musicales que interpretaban algo más que música bailable, conjuntos que,
al servicio de los cuerpos castrenses y la iglesia católica,
fundamentalmente, tenían a su cargo el soporte musical de las ceremonias
que estos dos pilares de la sociedad de entonces llevaban a cabo. Las
bandas de música y la orquesta de la Catedral de Santo Domingo
realizaban una labor cada vez más compleja y fueron depurando poco a
poco el repertorio que llegaba a sus atriles.

Por otro lado, el espectáculo civil y pagano, también tuvo sus escenarios
prominentes como lo fue el teatro La Republicana, (hoy Panteón Nacional)
donde se escucharon, hasta las primeras décadas del siglo XX, conciertos
de música de cámara y donde también se podían ver las compañías que,
procedentes del viejo mundo, trajeron a estas tierras de América las
zarzuelas y operetas que tanto arraigo tuvieron en el gusto popular.

Músicos como Juan Bautista Alfonseca Baris (1810-1875), José María


Arredondo Alfonseca (1840-1924), Pablo Claudio (1855-1899), Máximo
Alfredo Soler (1859-1922), Ramón Emilio Peralta (1868-1941), José de
Jesús Ravelo (1876-1951), Juan Bautista Espínola Reyes (1894-1923) y
José Dolores Cerón (1897-1969) entre muchos otros, iban conformando,
con su labor cotidiana, el gusto por un repertorio cada vez más ambicioso.
José María Arredondo, llegó a componer más de cien misas y seis
zarzuelas, fue Maestro de Capilla en la Catedral Primada de América
durante más de 60 años, y al frente de la Banda Militar de Santo Domingo
dirigió programas donde se incluían obras del repertorio operístico.

Pablo Claudio, compuso una sinfonía para banda militar y trabajó en la


creación de dos óperas que no fueron terminadas. Ramón Emilio Peralta,
fundador de la Banda Municipal de Santiago de los Caballeros (1905),
dirigió por muchos años esa institución, la que llegó a considerarse la mejor
de su época en el país. Ardua fue también la labor de José Dolores Cerón,
quien al frente de la Banda de Música del Ejercito Nacional interpretó obras
de gran calado, llegando a convertir la institución en una verdadera banda
sinfónica.

José de Jesús Ravelo fue, entre aquella avanzada de músicos dominicanos,


uno de los más influyentes, fue uno de aquellos espigados artistas que con
su vida y obra sirvieron de conductos a través de los cuales transitó la
estética musical del siglo XIX al XX. Importante fue Ravelo en las bandas de
música, en la orquesta de la Catedral de Santo Domingo, en los teatros, en
la fundación del Liceo Musical en 1908, que en 1942 se convirtió en
Conservatorio Nacional, y en la creación del Octeto del Casino de la
Juventud en 1904, el cual en 1932 pasó a ser Sociedad de Conciertos.

Durante las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX la música
culta creció, escalón por escalón, y el público comenzó a demandar cada
vez más y mejores obras, cada década vio crecer las instituciones y, entre
caídas y erguimientos, aparecieron las primeras obras sinfónicas escritas en
estas tierras.

Apareció también la Orquesta Sinfónica de Santo Domingo, fundada el 13


de febrero de 1932, por el Maestro Cándido Castellanos (1871-1947), un
emigrado español que llegó aquí en 1908, procedente de La Habana, como
concertino de la compañía de zarzuelas de Adelina Vehi. Castellanos, quien
se radicó en la capital hasta su muerte, fue uno de los primeros maestros de
violín que hubo en el país y director de aquella pionera institución que animó
la vida musical hasta 1939.Con la instalación en el país de las primeras
plantas de radio, surgió otro medio para la difusión de la música, y
aparecieron agrupaciones, como la Orquesta de Concierto que conducía
Julio Alberto Hernández en la HI9B de Santiago de los Caballeros, que
hacían llegar al público las obras de los grandes clásicos a través de las
ondas del éter.

La Voz Dominicana, llegó a tener una verdadera orquesta sinfónica, que en


1947 fue integrada por un numeroso grupo de músicos italianos,
contratados a tales efectos, y quienes dejaron profundas huellas en la
historia musical del país. La llegada de la televisión en 1952, hizo posible
que los telespectadores dominicanos, a mediados de esa década, pudieran
presenciar óperas como Cavallería rusticana, de Pietro Mascagni, y La
Traviata, de G. Verdi, con la participación de la Orquesta Sinfónica de La
Voz Dominicana, dirigida por el Maestro José Dolores Cerón y con la
participación de algunos de los más destacados cantantes de la época,
entre ellos Violeta Stephen, Napoleón Dhimes, Tony Curiel, Rafael Sánchez
Cestero y Elenita Santos.El 5 de agosto de 1941, el Gobierno Dominicano
ordenó a la Secretaría de Estado de Educación Pública y Bellas Artes la
creación de la Orquesta Sinfónica Nacional, y días después el Congreso
promulgó la Ley 504, de fecha 10 de julio, que autorizaba el funcionamiento
de la misma.

Transcurrieron casi dos meses, y el 23 de octubre, la nueva agrupación


musical realizó su primer concierto en el Teatro Olimpia, de Santo Domingo,
el que estuvo bajo la conducción del eminente músico español Enrique
Casal Chapí (1890-1977), quien fuera designado en el cargo de Director
Titular.

Desde 1941 y hasta 1945 ocupó Chapí tan importante cargo. Le sucederían,
en la noble labor, el mexicano Abel Eisenberg (1941-1951); el italiano
Roberto Caggiano (1951-1959); los dominicanos Manuel Simó (1959-1980);
Jacinto Gimbernard (1980-1984); Carlos Piantini (1984-1994); Rafael
Villanueva (1994-1995); y Julio de Windt (1995-2001), y el Maestro
ecuatoriano Álvaro Manzano (2001)

Durante estas últimas seis décadas la música sinfónica alcanzó en


Dominicana un apreciable grado de desarrollo, y esto fue posible gracias al
trabajo sistemático de la OSN, que en sus conciertos habituales ha llevado
a los auditorios las obras de los grandes maestros de la música, contando
con la participación de artistas invitados de reconocido prestigio artístico;
Manuela Jiménez, Dora Merten, Piero Gamba, Adolfo Odnoposoff, Ruggiero
Ricci, Manuel Rueda, Ivonne Haza, David Kim, Phillippe Entremont, Katia y
Marielle Labeque, Alicia de la Rocha, Rubén González, Frank Fernández,
Eduardo Díaz Muñoz, y Milton Cruz son algunos de una extensa
lista.Gracias a esta ardua labor, fue posible que a finales del siglo XX y en
los albores del XXI, aparecieran en Dominicana compositores e intérpretes
sinfónicos reconocidos universalmente; entre ellos, los imprescindibles José
Antonio Molina (1960) y Michel Camilo (1954), dos artistas fundamentales
en la historia de la música dominicana, dos artistas que sin discriminar
géneros han aportado a la música sinfónica obras auténticamente
dominicanas.

Con ellos, se inicia el sinfonismo dominicano, son sus obras las primeras de
una envergadura tal, que por su estética resultan genuinos frutos de la
cultura dominicana. Ya en sus partituras sinfónicas, las deudas con el arte
universal dejaron de ser esenciales como en quienes les precedieron. Por
sus formas y por sus contenidos, obras como Estudios para orquesta, de
Molina, y Concierto para piano y orquesta, de Camilo, marcan un hito en la
creación musical dominicana.Creada por Ley gubernamental la OSN es una
dependencia del Estado Dominicano; sin embargo, como un reclamo de las
condiciones sociales y económicas de estos tiempos, y la urgencia de que el
sector privado apoye la gestión cultural con un nuevo concepto de
mecenazgo, en noviembre de 1986 se constituyó la fundación Sinfonía, una
institución que, junto a la Secretaría de Estado de Educación y Cultura -
convertida durante el año 2000 en Secretaría de Estado de Cultura-, y la
Dirección General de Bellas Artes, ha realizado una apreciable labor en la
difusión y comercialización de los conciertos de una de las más antiguas
agrupaciones artísticas del país.Bajo los auspicios de Sinfonía, que preside
doña Margarita Copello de Rodríguez, se creó, en 1997, el Festival Musical
de Santo Domingo, un evento que tiene como Director Artístico al
prestigioso pianista y director francés Phillippe Entremont. A propósito del
importante acontecimiento, que se realiza desde entonces cada dos años,
se integra la Orquesta del Festival, y en ella participan, junto a músicos que
vienen de todas partes del mundo, la gran mayoría de los profesores de la
Sinfónica. Este evento, posibilita que los profesores locales se fogueen
interpretando las grandes obras del repertorio y que el público disfrute de
novedosos programas.

El 23 de octubre de 2001, se cumplieron sesenta años de la primera


presentación pública de la Orquesta Sinfónica Nacional de la República
Dominicana, seis décadas de vida musical incesante. Durante ese tiempo la
institución realizó más de 1500 conciertos y contribuyó grandemente a que
surgiera la música sinfónica dominicana; sin embargo, su labor aun está
lastrada por necesidades materiales perentorias. La OSN, necesita una sala
de conciertos propicia, una plantilla de músicos completa, y salarios
adecuados a la envergadura de la labor que en ella se realiza. Desbrozar
estos escollos posibilitará resultados artísticos superiores, actuar en este
sentido permitirá que la más antigua agrupación musical del país y una de
las más añejas del continente, continúe forjando la cultura dominicana,
permitirá que sigua siendo un bastión de nuestra identidad, permitirá que
entre nosotros se siga forjando también el Arte Musical de nuestra América.

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