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CONTENIDO
CREDITOS 4 CAPITULO 19 137
SINOPSIS 5 CAPITULO 20 150
CAPITULO 1 7 CAPITULO 21 155
CAPITULO 2 17 CAPITULO 22 163
CAPITULO 3 24 CAPITULO 23 175
CAPITULO 4 30 CAPITULO 24 183
CAPITULO 5 35 CAPITULO 25 190
CAPITULO 6 42 CAPITULO 26 199
CAPITULO 7 49 CAPITULO 27 207
CAPITULO 8 55 CAPITULO 28 214
CAPITULO 9 60 CAPITULO 29 222
CAPITULO 10 67 CAPITULO 30 229
CAPITULO 11 71 CAPITULO 31 235
CAPITULO 12 79 CAPITULO 32 244
CAPITULO 13 86 CAPITULO 33 251
CAPITULO 14 96 CAPITULO 34 257
CAPITULO 15 103 EPILOGO 271
CAPITULO 16 111 PROXIMO LIBRO 276
CAPITULO 17 121 SOBRE LA AUTORA 277
CAPITULO 18 129
CREDITOS

CAMM

ZE'EV

ASH

ZE'EV
SINOPSIS
Mi siempre me ha parecido más una maldición.

Levantarse y decir la verdad cuando nadie quiere oírla es aterrador.


Pero la verdad no borra los horrores que he visto.

Ni me ciega ante los dedos que me señalan.


Hacer lo correcto nunca me trajo más que problemas.

Así que encontrarme cautiva de un dúo como el que me


detesta nada más verme no me sorprende.
Lo que sí me sorprende es lo rápido que arde mi ira hacia ellos, dejando en
su lugar una necesidad feroz.

Pero cuando cada muro que construí comienza a desmoronarse


Exponiendo mi oscuro y sórdido pasado

Apex Tactical #2
Para todos los que vinieron a verme al RARE London.
Gracias por todo el amor y el apoyo.
Me hicieron perder la virginidad en la firma de libros.
Espero que haya sido tan bueno para ustedes como lo fue para mí.
CAPITULO 1

—Esta es una idea estúpida —murmuro mientras pienso en darme la


vuelta. Si no me hubiera tomado tanto tiempo encontrar el lugar, tal vez lo
habría hecho, pero terca es mi segundo nombre, y una gran parte de mí
quiere seguir adelante con esto. Además, por mucho que me guste dar al
mundo la impresión de que me importa un carajo, no sé cuántas almas más
puede soportar mi conciencia antes de quebrarse.
Tomo el camino por el que pasé tres veces antes de darme cuenta de
que había estado dando vueltas en círculo, y conduzco lentamente por la
carretera sin señalizar. Cuando digo carretera, me refiero al camino de tierra
hecho por todos los valientes vehículos que me han precedido. Me
estremezco ante el sonido de la grava y las piedras rebotando contra mi
nuevo todoterreno. Lo ignoro por ahora, poniéndolo en la pila de problemas
de mañana en mi cerebro. Una pila que ya está desbordada. En lugar de
eso, respiro hondo y exhalo.
La carretera continúa durante kilómetros y empiezo a pensar que me
he equivocado de camino una vez más cuando por fin veo un edificio. No
estoy segura de lo que esperaba cuando emprendí este viaje, pero segura
que no era esto.
Un cartel me saluda al pasar por un arco de madera con APEX tallado
en él.
—Gracias a dios.
Ahora que sé que estoy en el lugar correcto, me quito un peso de
encima. Al menos hasta que llego a la cima de la colina y veo mejor el sitio.
Cuando me hablaron del equipo de hombres —o, más exactamente,
de ex soldados— que vivían aquí y se hacían llamar Apex Tactical, admito
que puse los ojos en blanco. Me imaginaba un viejo rancho o una cabaña
de caza donde un puñado de viejos soldados fracasados que no pudieron
triunfar en el ejército venían a jugar con sus armas. Preguntando por ahí
sobre ellos, me di cuenta de que esa suposición quedaba descartada con
bastante rapidez, pero seguía sin poder quitarme de la cabeza la imagen
que tenía del rancho.
Ahora, estoy más que feliz de admitir que me equivoqué, y vaya si me
equivoqué. Este rancho no es un rancho cualquiera. Es como tu amiga
diciendo que a su novio le gusta boxear un poco, y luego te enteras de que
su novio es Mike Tyson.
Mientras conduzco hacia el aparcamiento, juro que veo un destello
rojo por el rabillo del ojo. Pero cuando me doy la vuelta, no veo nada.
Vuelvo a centrarme en lo que parece ser el edificio principal y sonrío.
Parece sacado de una película. Supongo que podría llamarse rancho si al
rancho le hubieran inyectado esteroides. Para empezar, el lugar es enorme.
No investigué nada sobre el edificio en sí, y sabiendo lo difícil que era hallar
el maldito lugar, dudo que hubiera encontrado algo. Lo que puedo ver,
incluso desde aquí, es que ha sido restaurado —manteniendo muchos de
los elementos originales— y pintado de un rojo cálido y terroso. Dos grandes
puertas negras con tiradores lisos de acero se extienden desde la parte
inferior de la entrada hasta la superior. Una pasarela de piedra arenisca
conduce hasta ella desde el aparcamiento. El camino está bordeado por
varios arbustos de bajo mantenimiento que le dan un aire hogareño. Los
focos, que aún no están encendidos, probablemente iluminarán el lugar
con un cálido resplandor una vez que se ponga el sol.
Paso por delante del gran garaje que hay a la izquierda de la casa y
aparco el coche cerca de la fachada del edificio. Apago el motor, salgo
del coche y me muevo para estirar mi espalda, que se me ha doblado de
tanto conducir. Cierro la puerta, con un ruido fuerte en la tranquilidad del
lugar, y guardo las llaves en mi bolsillo.
Ahora que estoy aquí, siento que me invade una oleada de inquietud.
No hace falta mucho para que mi péndulo emocional oscile de un estado
de ánimo a otro. Este lugar es demasiado tranquilo y su quietud me resulta
antinatural. Limpio mis manos sudorosas en mis pantalones vaqueros,
ignorando la sensación entre mis omóplatos que me dice que estoy siendo
observada, y me doy una patética charla de ánimo mientras camino hacia
la puerta principal.
—Tienes esto, Astrid. Si no te escuchan, bueno, eso es cosa de ellos,
no tuya. Todo lo que puedes hacer es dar lo mejor de ti. Aguanta. —Hago
una pausa cuando me doy cuenta de que estoy citando esos estúpidos
posters de gatitos que salpican las paredes de mi terapeuta. Bueno, ex
terapeuta ahora, supongo.
La terapia siempre ha sido un campo de minas para mí. Vas y te tratan
como si estuvieras loco, y cuando se dan cuenta de que tenías razón todo
el tiempo, son ellos los que empiezan a actuar como locos. Ahora solo voy
para divertirme. Creo que hago mi papel bastante bien. Si el mundo piensa
que estás perdiendo la cabeza, tienden a dejarte en paz. Dada la carga
que llevo, estar sola siempre me ha venido bien.
Cuando llego a la puerta, levanto la mano para llamar, pero vacilo al
ver el felpudo en el que se lee simplemente vete a la mierda. Antes de que
pueda decidir si es una idea realmente estúpida o no, la puerta se abre de
golpe y me encuentro mirando el cañón de una pistola.
Bueno, supongo que eso responde a la pregunta sobre si es una idea
estúpida o no. Ni siquiera puedo encontrar algo en mí para tener miedo.
Solo estoy cabreada por no haber escuchado mi mejor criterio. Sabía que
esto pasaría, aunque admito que suelo abrir la boca y hablar antes de que
alguien me apunte con un arma. Respiro hondo, dispuesta a lanzarme a la
incómoda explicación de quién soy y por qué estoy aquí, cuando me
agarran por detrás y me ponen una bolsa sobre la cabeza.
Cualquier idea de calma y racionalidad se va por la ventana en este
punto.
Golpeo con el codo el abdomen de alguien, y me siento satisfecha
conmigo misma cuando deja salir un uf. Levanto la pierna y piso su pie con
el tacón de la bota. No me detengo a ver si la persona que tengo delante
dispara. Me agacho y espero que, si lo hace, acaben con el imbécil que
tengo detrás. Avanzo a trompicones por el camino, alzo la mano para
quitarme la bolsa, pero me agarran por detrás una vez más, y esta vez me
aprisionan los brazos al cuerpo, inutilizándolos mientras me sujetan con
fuerza.
—¡Suéltame! —grito, pero me ignoran mientras me arrastran
pateando y gritando a través de la puerta.
—Cierra la boca —gruñe uno de ellos, lo que me hace luchar con más
fuerza hasta que me tiran en una silla dura y me arrancan la bolsa de un
tirón.
Me muevo para pararme, pero me quedo paralizada cuando veo a
cuatro hombres grandes frente a mí, dos de los cuales me doy cuenta son
gemelos. Ignoro ese hecho para concentrarme en los otros dos, los que
tienen armas apuntando a mi cabeza. Los dos son polos opuestos. El que
está justo delante de mí tiene el cabello rubio, largo por encima y rapado
por los lados. Sus ojos son de un verde suave, con un toque de azul, y se
arrugan por la sonrisa que se dibuja en el borde de sus labios carnosos. El
otro tiene el cabello oscuro, largo hasta la mandíbula. Sus ojos son de un
profundo azul medianoche y su ceño fruncido grita vete a la mierda. Y
mientras sus brazos y su cuello están cubiertos de tinta en tonos negros y
grises, lo que le da el aspecto de chico malo definitivo, no veo ningún
tatuaje en el otro tipo.
Mis ojos se desvían hacia los gemelos, también morenos. Ambos son
más altos y anchos que los dos con las pistolas. Aunque no son los que me
amenazan, transmiten una sensación de amenaza y autoridad.
—¿Quién mierda eres? —me pregunta uno de los gemelos, alto,
moreno y letal. Respondería si pudiera, pero mi lengua está pegada al
paladar y mi corazón late tan fuerte que no me sorprendería si saliera de mi
pecho como en una escena de Alien.
Cuando se da cuenta de que no voy a responder, el tipo de cabello
largo que parece un extra de la serie Vikings que tanto me gusta, se acerca
a mí y presiona su pistola contra mi frente.
—Acabamos de decorar, así que realmente no quiero salpicar tu linda
cabecita por todas las paredes, pero eso no significa que no lo haré. ¿Has
venido sola?
Pienso en mentir y decir que he venido con un grupo de asesinos en
serie trastornados que me protegen mucho, pero no creo que eso salga
bien. Y sospecho que de todos modos sabrían que estoy mintiendo.
—Sí —admito—. Vine sola.
—Regístrenla. —Esta orden procede del otro gemelo, que hasta ahora
había permanecido callado. Su voz es tan fría y dura como su rostro. El
vikingo que está a mi lado guarda su pistola en la funda que lleva en la
espalda antes de agarrarme del brazo y levantarme de un tirón.
—Vale, Maldito Jesucristo, todo lo que tenías que hacer era pedirme
que me levantara —chasqueo, sintiendo mi brazo irritado por donde acaba
de agarrarme.
Con mi color pálido, que es lo más parecido a ser un fantasma sin ser
un tono transparente de blanco, tiendo a magullarme como un melocotón.
Seguro que mañana tendré un bonito anillo de huellas dactilares
rodeándome el brazo. Eso sí, sigo viva para entonces.
El gigante me ignora y me hace girar antes de inclinarse y hablarme
en voz baja al oído.
—Si te mueves, Slade te disparará.
Me quedo quieta y cierro los ojos, tragando saliva mientras cierro las
piernas y aprieto los dientes. Obviamente, Slade es el hombre tatuado que
sigue apuntándome con la pistola. Es bueno saberlo. Me gusta saber al
menos el nombre de una persona cuando amenaza con matarme.
La idiota vikingo me obliga a levantar los brazos a ambos lados y luego
me separa las piernas de una patada. Desliza sus manos arriba y abajo por
mis brazos antes de moverlas por mi cuerpo y bajar por mis caderas. Las sube
y las baja por cada pierna, comprobando mis tobillos antes de levantarse
una vez más y llevar sus manos a mi caja torácica.
Mientras se deslizan hacia arriba, le gruño:
—Si me tocas las tetas, te daré una patada entre las piernas tan fuerte
que podrás lamerte los huevos.
Vacila, el sonido de un bufido llega desde detrás de nosotros, antes
de que sus pulgares pasen por debajo del borde de mi sujetador. Me tenso
y me preparo, pero por suerte no tienta a la suerte.
En lugar de eso, vuelve a agarrarme del brazo y me hace girar.
—Pequeña bocazas, ¿verdad?
—Bueno, el papel de gran idiota ya estaba ocupado —respondo, mi
tono por defecto vuelve a ser el de sarcasmo con un toque de mal humor.
—Siéntate. —No me da la oportunidad de hacer otra cosa que
sentarme cuando me empuja de nuevo a la silla.
Froto mi brazo por donde lo agarró y lo miro fijamente, pero su mirada
estoica no vacila. Me vuelvo hacia el dúo de demonios cuando oigo el
timbre de un móvil.
El que es ligeramente más alto saca su teléfono del bolsillo antes de
leer un texto y asentir.
—E confirma que está sola. Ha estado rastreando el lugar, dando
cuatro o cinco vueltas.
Pongo los ojos en blanco.
—No estaba rastreando el lugar. ¿Quién dice cosas como rastreando
el lugar? —murmuro, pensando que este hombre debe haber visto Ocean's
Eleven demasiadas veces.
—Te tenemos en cámara... —empieza, pero lo corto.
—Tratando de encontrar este lugar, sí. Lo siento, no sabía que perderse
era un delito.
Ladea la cabeza, estudiándome mientras su hermano saca su propio
móvil y juguetea con él.
—¿Quién eres y por qué estás aquí?
—¿Sinceramente? No tengo ni puta idea de lo que estoy haciendo
aquí. Me gustaría irme a casa ya. He llegado a mi límite de idioteces por hoy.
Se aleja de mí, descartándome como si no fuera más que un estorbo,
antes de decirle algo a su hermano que no oigo y luego marcharse
corriendo.
Su hermano da un paso hacia mí, haciendo que me tense.
—¿Sabes quiénes somos?
Pongo los ojos en blanco y cruzo los brazos sobre mi pecho.
—Apex Tactical.
Todos se tensan ante mis palabras.
—¿Qué?
—¿Y quién soy yo?
—O Tweedledee o Tweedledum. Aunque no puedo decir cuál de
ustedes es cuál.
—Lindo. Supongo que crees que eso te convierte en Alice. —Se ríe
Slade mientras baja el arma.
—Joder, no. No estoy interesada en nada de lo que vendan. Solo
tengo un mensaje que quiero entregar, y luego seguir mi camino.
—¿Un mensaje?
Agacho la cabeza y suspiro porque, ¿cuál es el punto? No van a creer
ni una palabra de lo que diga. Ya han tomado una decisión sobre mí.
—¿Quién es?
Levanto la cabeza cuando escucho la voz de una mujer y abro la
boca para responder. Pero el imbécil que está a su lado habla antes que
yo.
—No te acerques más, Salem. No sabemos quién es ni para quién
trabaja.
—No trabajo para nadie. Eso es lo que he estado intentando decirles
—replico, levantándome de un salto de la silla en la que estoy sentada
cuando el vikingo se acerca a mí.
Trago saliva y vuelvo a sentarme, dejando caer la cabeza y
cubriéndome el rostro con el cabello mientras me doy un segundo para
recomponerme.
—Sabía que tenía que haberme callado la boca. ¿Pero me escuché
a mí misma? No. Y ahora voy a morir a manos de un puñado de G.I Joes
buenorros. —Casi quiero llorar por la injusticia de todo esto, pero me niego
a darles a estos imbéciles la satisfacción.
—¿Puedes decirnos tu nombre y qué haces aquí? Estoy segura de que
no me vas a creer, pero nadie va a matarte. Estos tipos son un poco
protectores conmigo.
Levanto la cabeza y la miro fijamente, preguntándome cómo sería
llevar unas gafas de color de rosa como las que parece llevar ella. Estos tipos
preferirían romperme el cuello antes que dejar que me acerque a ella,
aunque haya venido a advertirle.
Mierda, aún tengo que hablar con ella, o todo esto no habrá servido
para nada. Me muerdo el labio y siento que me desinflo, sabiendo que esto
solo va a acabar mal. Miro a mi alrededor, esperando encontrar una forma
de escapar, pero sé que no llegaré lejos con todo el mundo vigilando cada
uno de mis movimientos.
—Me llamo Astrid, y estoy aquí porque escuché a un loco que
claramente me quiere muerta —admito, jurando retorcerle el pescuezo a
Penn si vuelvo a verlo.
—Deja de hablar en puñeteros acertijos y dinos cómo encontraste a
Salem —me espeta Slade, el imbécil con la pistola en la mano, haciéndome
dar un respingo. Puede que ya no me apunte con ella, pero sigo viéndola.
—Slade —dice Salem su nombre con firmeza.
Intento disimular mis emociones, no quiero que vean lo jodidamente
asustada que estoy ahora mismo. Pero no consigo que me dejen de temblar
las manos.
—Dijiste algo sobre un loco. ¿Tiene nombre? —me pregunta Salem en
un tono más suave que el que usó con Slade.
La miro fijamente un momento antes de tragar saliva.
—Se hace llamar Penn Travis, pero no sé si ese es su verdadero nombre
o no. —No sé nada de ese hombre.
Da un paso más hacia mí.
—¿Conoces a Penn?
—No muy bien. Me ayudó a salir de un problema —respondo
vagamente, sin querer abrir la caja de Pandora.
Slade resopla.
—Impactante. Tienes problemas escritos por todas partes.
Mi temperamento se enciende, erosionando mi miedo y mi sentido
común.
—Bésame el culo, imbécil.
Salem se ríe, pero sigo mirando a Slade.
—¿Astrid?
Me vuelvo para mirar a Salem cuando me llama. Sus ojos se clavan en
los míos y tengo un flash de la visión que tuve de ella. Me trago las ganas de
vomitar mientras ocupo mis temblorosas manos jugando con el dobladillo
de mi top.
—¿Por qué Penn te envió aquí, y cómo sabía dónde estaba?
—No sabía dónde estabas. Por eso tardé tanto en encontrarte. Oyó
historias de una mujer a la que llamaban Bruja en México. Al principio lo
descartó hasta que los rumores dijeron que ella podía curar con sus manos.
Para cuando llegó allí, ya se había ido. —O al menos eso es lo que me dijo.
Lo admito, no estaba segura de sí, me estaba tomando el pelo, pero se lo
debía, así que tiré la cautela al viento. Y mira dónde me llevó.
—¿Intentó encontrarme?
No niega que pueda curar con sus manos. Eso significa...
—¿Es verdad? ¿Puedes curar con tus manos?
No contesta, así que suspiro derrotada. Más vale acabar con esto de
una vez.
—Me dijo que había pasado algo y, meses después, te localizó en una
clínica. Pensó que había solucionado el problema, signifique lo que
signifique, hasta que se topó conmigo. —Tomo aire y estoy a punto de
contarles que la única información que pudo darme fue el nombre de Apex
cuando me interrumpen.
—Estoy confuso. ¿Solucionar qué? —pregunta uno de los gemelos a
Salem—. ¿Y quién coño es ese tal Penn? ¿De qué te conoce?
—Penn era un hombre que conocí cuando era niña. Me enseñó a
utilizar mi don. Me enseñó la dualidad que ofrecía.
El otro gemelo se acerca a Salem y la mira a los ojos. Algo no dicho
pasa entre ellos antes de que él hable.
—¿Crees que fue él quien voló el lugar?
Se encoge de hombros.
—No lo sé. No he visto al hombre en veinte años. ¿Por qué lo haría? —
pregunta Salem, con cara de confusión.
—¿Por qué? —pregunta con calma. Pero el otro gemelo parece
enfadado.
—Había gente inocente en ese lugar. Así que, si fue esta persona
Penn, no es exactamente un buen tipo, Salem, lo que significa que no
podemos asumir que su protegida lo es tampoco.
—Oye, yo no soy su protegida. He visto al hombre un total de dos
veces. Una vez cuando me salvó, y otra cuando me pidió que te encontrara.
—Hijo de puta. Esto me grita a un maldito montaje —dice el idiota de
Vikingos—. Déjame adivinar. ¿Se supone que tienes que avisarle cuando la
encuentres y dónde? ¿Llevas un micrófono o un dispositivo de rastreo?
—¿Qué? ¡No! —grito. Dios, ¿por qué he venido aquí?
Miro fijamente a Salem, suplicándole con los ojos que me escuche
para poder largarme de este lugar.
—No he venido aquí para hacerte daño. Ni siquiera sabía que existías
hasta que Penn me salvó.
—Sigues diciendo eso. ¿Pero de qué te salvó exactamente?
Me rodeo con los brazos.
—¿Acaso importa? —digo en voz baja, pero ella no dice nada.
La miro de nuevo.
—Eres una superdotada. Como él. Como yo —susurro, sabiendo que
no lo admitirá, pero decidiendo que tengo que darle algo, y si existe la más
mínima posibilidad, entonces quizá, solo quizá, me crea.
La tensión en la sala alcanza su punto álgido cuando Salem se
acerca.
—Cuando toqué Penn, tuve una visión de ti. —La miro fijamente y le
digo la verdad.
—¿Qué viste?
—Estabas peleando con alguien. No sé quién era. Llevaban una
máscara que le cubría el rostro y el cabello, y había humo a tu alrededor.
—¿La clínica?
Sacudo la cabeza.
—No veo el pasado, solo el futuro. No sé cuándo ocurre exactamente,
pero recuerdo las luces de hadas que se ven en Navidad centelleando en
tu rostro cuando te caes. —Me abrazo más fuerte, esperando sus
reacciones.
—¿Qué más viste, Astrid?
Cierro los ojos y siento una lágrima resbalar por mi rostro. Conseguir
que me crea es solo la mitad de la batalla, la otra mitad consiste en salvarla.
—Te vi morir. Por eso estoy aquí, para tratar de evitar que la visión
suceda.
La sala se queda en silencio.
—¿Con qué frecuencia se hacen realidad tus visiones? —susurra.
No aparto la mirada de ella, necesito que sepa la verdad, cueste lo
que cueste. Pero por la expresión de su rostro sé que conoce la respuesta.
Mis visiones siempre se hacen realidad. Y otra lágrima resbala por mi mejilla.
CAPITULO 2

Deslizo la pistola en el bolsillo del pantalón, pero no aparto los ojos de


la mujer que tengo delante. Si cree que voy a bajar la guardia solo porque
es mujer, se espera otra cosa. He visto a mujeres hacer cosas malvadas e
indescriptibles. Nunca seré el tipo de hombre que subestime a una. La miro
fijamente mientras ella mira a Salem, con expresión de tristeza, pero no me
trago la mierda que está soltando.
—Déjame adivinar, ¿la mejor manera de que ayudes es quedándote
cerca? ¿Cuál es tu objetivo aquí, abrir una brecha entre Salem y el resto de
nosotros? ¿O es simplemente para tenerla a solas?
Se encuentra con mi mirada. Si tuviera la capacidad de escupir
fuego, me habría incinerado en el acto.
—Entiendo que no te caiga bien por la razón que sea, pero lo creas o
no, no soy enemiga de Salem. A ti, en cambio, no tengo problema en
pegarte un poco.
Alguien detrás de mí resopla, pero lo ignoro y miro a Astrid.
—Mira, no me importa si me crees. No serás el primero en rechazarme,
y no serás el último. Lo entiendo. Todo suena tan fantástico. Pero ¿es
realmente más increíble que tener la habilidad de curar a alguien?
Nadie dice nada al respecto porque sabemos que tiene razón.
—He dicho lo que tenía que decir. Puedo irme con la conciencia
tranquila, al menos. Sabes que debes tener cuidado, y si veo algo más, te lo
haré saber. Pero prefiero enviarte un mensaje, si te parece bien. Porque por
mucho que me hayan hecho sentir bienvenida, creo que es hora de irme.
—Sí, no lo creo —afirma Oz. Lo miro y veo que niega.
—Oz —dice Salem en voz baja.
—No, Salem. No la conocemos. Seguro que no podemos confiar en
ella. Zig, diles.
Zig, que hasta ahora había estado intentando diseccionar a Astrid
con la mirada, se vuelve para mirar a Salem.
—Oz tiene razón. No puede irse hasta que sepamos si representa una
amenaza o no. Hasta entonces, se queda aquí.
—¿Qué? No. —Astrid se levanta de un salto, pero la mano de Jagger
en su hombro la empuja de nuevo a la silla.
—Slade, busca sus llaves y registra su coche antes de meterlo en el
garaje —ordena Zig.
—Están locos —suelta Astrid.
—Llaves. —Le tiendo la mano, pero la aparta de un manotazo.
—Que los jodan. Que los jodan a todos. —Se levanta e intenta huir,
pero la agarro y la hago girar para que quede de espaldas a mí.
Meto la mano en el bolsillo delantero izquierdo de sus vaqueros,
sabiendo dónde están las llaves por su contorno. Las saco y se las paso a
Jagger, que rodea la silla para atraparlas.
—Vigílala, o huirá a la primera oportunidad que tenga.
—Chicos, esto no está bien —se queja Salem mientras me dirijo hacia
la puerta.
Oigo a Astrid forcejear, pero la ignoro y escucho la respuesta de Zig
por si cambia de opinión.
—No le haremos daño, Salem. Pero ella se queda. No correremos
riesgos cuando se trata de tu seguridad. Hemos estado muy cerca de
perderte demasiadas veces.
Me dirijo al exterior, dejándolos solos, y silbo cuando veo el coche que
condujo hasta aquí. No presté mucha atención cuando la atrapamos o a
las llaves que tengo en mi mano. Esperaba una chatarra, pero parece que
no. Esta chica o tiene un padre rico o un sugar daddy para ir por ahí en un
Porsche Cayenne Turbo GT. A menos, por supuesto, que sea robado.
Saco el móvil y llamo a E.
—¿Sí?
—¿Tienes la matrícula?
—En ello. Dame cinco minutos y te llamo.
Cuelga, guardo el teléfono en mi bolsillo y me dirijo a la parte trasera
del coche para mirar dentro. Desbloqueo las cerraduras y abro la puerta
trasera, encuentro una bolsa en el asiento trasero y un par más en el
maletero, entre ellas una maleta y una bandolera con un portátil. Los dejo
donde están de momento, cierro la puerta, abro la del conductor, y subo al
asiento delantero. Arranco el coche y lo conduzco hasta el garaje, que ya
está abierto y listo para que entre. Aparco y salgo mientras Greg se acerca.
—Mierda, buen paseo.
—Sí, no es barato, eso es seguro. Tiene un montón de mierda en la
parte de atrás que necesita ser revisada.
—Hawk y Creed deberían volver en un minuto. Los pondré al tanto y
haré que revisen todo. ¿Algún aparato electrónico?
—Un portátil. Probablemente, también haya un móvil, porque Jagger
no encontró ninguno cuando la registró.
—Puede que no tenga.
Me río entre dientes.
—Teniendo en cuenta el coche, lo dudo mucho. Seguro que es uno
de gama alta y una funda rosa brillante.
—Wow. Realmente no te gusta mucho esta chica, ¿verdad?
—No la conozco, y no necesito conocerla para saber que es
problemática.
Greg ladea la cabeza y sé que no me va a gustar lo que va a decir.
—Podría estar diciendo la verdad. Como dijiste, no la conoces. Hace
un año, si me hubieras dicho que conociste a una mujer que podía curar a
las personas, habría supuesto que te habías golpeado la cabeza o habías
empezado a tomar drogas. Lo que estoy diciendo es que no estoy listo para
descartarla todavía. Y la cosa es, si está diciendo la verdad, entonces
condujo todo el camino hasta aquí por ninguna otra razón que para ayudar
a Salem. Y mira lo que le estamos haciendo por sus esfuerzos. ¿Crees que, si
tiene otra visión, será tan comunicativa con ella?
Se marcha, dejándome pensando en lo que ha dicho. El caso es que
no se equivoca. No estoy seguro de por qué estoy siendo tan idiota, pero
hay algo en esa chica...
Suena mi móvil. Lo saco y veo que es Evander, así que deslizo el dedo
para contestar.
—¿Qué has encontrado?
—El coche está registrado a nombre de Astrid Montgomery. La
dirección está en Beverly Hills, lo creas o no. Tiene veintidós años y un par de
detenciones por alteración del orden público, agresión y vandalismo. Era
menor de edad en ese momento, por lo que la dejaron ir con una
advertencia y servicio comunitario. Sus padres son una especie de
filántropos. Pasan mucho tiempo viajando por todo el mundo para ayudar
a los menos afortunados. Ambos son hijos de un fondo fiduciario y, por lo que
parece, su matrimonio fue arreglado.
—¿Qué les pasa a los ricos? ¿De verdad creen que pueden comprar
el amor?
—No creo que el amor sea un factor. Habrían estado pensando en
legados y herencias. Por supuesto, eso no significa que el amor no pueda
surgir del acuerdo. Miles de culturas de todo el mundo tienen matrimonios
arreglados, y hacen que funcionen.
—Bien, lo que sea. Realmente no quiero entrar en los pros y los contras
de esto ahora mismo. ¿Algo más sobre Astrid?
—Nada de interés desde que era adolescente. Parece que pasó de
ser una niña salvaje a una reclusa.
Algo sucedió. No tengo nada en qué basarme más que una
corazonada, pero ¿qué sé yo? Los niños hacen estupideces todo el tiempo.
Tal vez solo estaba actuando para llamar la atención de mamá y papá. La
pregunta es, ¿se le pasó, o si sigue buscando atención en los sitios
equivocados? Sacudo la cabeza y resoplo por lo diferente que fue nuestra
adolescencia. Es difícil sentir compasión por una niña rica y guapa que llora
en el asiento delantero de su Porsche cuando, a la misma edad, yo estaba
sentado en una celda en prisión, preguntándome si sobreviviría a la noche.
—¿Slade? —dice Ev mi nombre, y por su tono, supongo que lo ha
dicho más de una vez.
—Lo siento, solo pensaba. ¿A qué se dedica? Y si es una superdotada,
¿cómo ha podido pasar desapercibida? Parece que su familia es de alto
perfil.
—Sí, pero eso también puede jugar a su favor. El dinero puede llegar
muy lejos para sobornar a la gente y hacer que se retracten u olviden cosas.
La ira corre mis venas y me cuesta no establecer paralelismos entre
esta situación y la mía.
—En cuanto a lo que hace, no encuentro nada. Su familia se mudó
mucho cuando era niña. Ella fue a más escuelas que un mocoso del ejército,
pero en su mayor parte, parece que fue educada en casa. No encuentro
rastros de una educación formal después de eso.
Sí, bueno, la CIA tiende a reclutarlos jóvenes, cuando es posible, y
entrenarlos.
—¿Quizás ayuda a sus padres con sus obras de caridad? —sugiere Ev,
como si pudiera oír la dirección que han tomado mis pensamientos.
—Los ayudó a gastar su dinero más bien. Céntrate en eso por ahora.
Quiero saber qué ha estado haciendo desde que se graduó. Las chicas
jóvenes, ricas y guapas no desaparecen, así como así de las páginas de la
sociedad. Mantenme informado si encuentras algo más.
—Lo haré.
Cuelga y guardo el móvil en mi bolsillo mientras Hawk y Creed entran
por la puerta.
—¿Ev te avisó?
—Sí. ¿Te crees su historia? —pregunta Creed, mirando el coche por
encima.
—Ni siquiera por un segundo. Toma. —Le tiro las llaves—. Registra sus
cosas. Tiene un portátil en la parte de atrás, probablemente también un
móvil, ya que no le encontramos ninguno. Busca rastreadores y demás
también.
—En ello.
Me doy la vuelta y los dejo solos, con la necesidad de volver a poner
mis ojos en esta chica. Es la única forma de asegurarme de que no está
tramando algo.
Cuando entro en la sala de estar principal, Oz y Salem se han ido, pero
Astrid está sentada de nuevo en la silla, con la cabeza inclinada hacia abajo
para que su largo cabello rubio cubra su rostro mientras Jagger se cierne
sobre ella. Greg la observa con expresión cautelosa.
Zig levanta la vista cuando me ve.
—¿Todo bien?
—Ev está haciendo lo suyo. Hawk y Creed están revisando sus cosas
ahora.
Observo a Astrid mientras hablo y veo que su cuerpo se tensa, pero
para variar mantiene la boca cerrada.
—De acuerdo. La pregunta es, ¿dónde la ponemos por ahora? Ella
huirá, dado el...
—Ella puede quedarse con Jagger y conmigo. No se nos escapará.
Una vez más, espero que proteste, pero no dice nada mientras
levanta la cabeza. Irónicamente, es su silencio lo que me hace desconfiar
más que antes, cuando siseaba y escupía como un gato cabreado.
—¿Seguro? —Zig mira de mí a Jagger, que se encoge de hombros.
—Me apunto. Siempre quise una mascota.
Astrid palidece, pero no dice nada. Aunque no me gusta asustar a las
mujeres, si creo que el miedo evitará que haga algo imprudente, no me
importa utilizarlo.
—Por Dios, chicos, contrólense un poco. La están asustando —dice
Greg.
—Bien. Debería estar asustada. Porque si ha venido aquí para hacer
daño a Salem, entonces no hay nada que pueda hacer o un lugar donde
pueda esconderse donde no la vayamos a cazarla —afirmo.
La sala se queda en silencio. Amenazar a las mujeres va contra la
corriente para todos nosotros, pero sabemos lo que está en juego aquí. No
le haremos daño. Ella no tiene por qué saberlo. Greg me mira y niega con
la cabeza. Veo que quiere intervenir y decir algo más, pero Zig tiene la última
palabra.
—Ve y ayúdala a instalarse. Recuérdale a nuestra invitada lo
importante que es que siga las normas mientras esté aquí —dice la palabra
invitada de la misma forma que diría rehén.
Me resisto a sonreír y le hago un gesto con la cabeza antes de
acercarme a Astrid y mirarla.
—Vamos.
No se levanta, pero alza la cabeza y me mira. Espero que su mirada
sea hostil, o al menos temerosa. Pero cuando la miro fijamente a los ojos, no
veo nada. Es como si las luces estuvieran encendidas, pero no hubiera
nadie. Trago saliva, no me gusta cómo me afecta. Para disimular mi
malestar, envuelvo mi mano alrededor de su bíceps y la levanto.
Jagger me mira con una ceja arqueada.
—¿Y cómo va a funcionar esto? —pregunta en voz baja mientras la
saco de la habitación a la cubierta.
—Simple. La vigilamos hasta que podamos probar su historia de una
forma u otra.
—Quiero decir, ¿dónde va a dormir? —pregunta secamente.
—Ella puede tomar tu habitación. Nos turnaremos para vigilarla. Tengo
la sensación de que quien se quede con ella no dormirá mucho, porque en
cuanto cerremos los ojos, intentará huir.
—Yo no me preocuparía por eso. Es difícil correr con esposas en las
muñecas.
Se tambalea ante las palabras de Jagger, pero sigue sin decir nada.
No voy a mentir, está empezando a cabrearme. Miro a Jagger, que se
encoge de hombros.
—Chica dura, ¿eh? Veamos lo dura que te sientes después de unos
días con nosotros.
CAPITULO 3

Mantengo la boca cerrada mientras dejo que Imbécil Uno e Imbécil


Dos me lleven fuera, a uno de los edificios más pequeños de la parte de
atrás. Miro sutilmente a mi alrededor, no quiero que piensen que estoy
comprobando todo. Pero, por supuesto, lo estoy haciendo. En cuanto vea
una apertura, la aprovecharé. Estoy harta de hacer lo correcto y ser una
buena persona. No consigo nada más que dolor y pena. No es que no
esperara sus sospechas, pero esto es llevar las cosas demasiado lejos.
El gran edificio que dejamos atrás parece ser el lugar donde se reúnen
la mayoría de ellos. El resto de los edificios dispersos parecen pequeñas
viviendas. Si los materiales de construcción y el equipo que veo me sirven de
algo, puedo suponer que las viviendas adicionales son nuevas. Me pregunto
a qué se dedicaban antes. Y si vivían fuera, ¿por qué han decidido cambiar
ahora? ¿Por Salem, quizás? Me sentiría un poco verde de envidia si no fueran
todos unos malditos psicópatas.
Nos detenemos en un edificio que está un poco más atrás que los
demás. Es una réplica más pequeña de la casa principal y huele a madera
nueva y pintura fresca. Espero mientras Jagger abre la puerta y se aparta
para que Slade pueda acompañarme al interior. Al entrar en la sala de estar
de planta abierta, agradezco que no tenga ese aire de cabaña de asesinos.
Por mucho que he soñado a lo largo de los años con intercambiar mi vida
por la de una heroína de uno de mis queridos libros, sería solo mi suerte
encontrarme en una historia de terror, tomando decisiones estúpidas como
subir corriendo las escaleras en ropa interior con un asesino pisándome los
talones.
Una tos me saca de mis pensamientos caprichosos, algo que mi
cerebro tiende a hacer cuando estoy en situaciones que me ponen
nerviosa. Puede que no sea capaz de irme, pero puedo dejar que mi mente
se aleje. Es algo que he hecho desde que era niña.
La habitación es luminosa y espaciosa, con paredes de color salvia
pálido y suelos de roble claro que recorren todo el espacio. Sin embargo, se
respira un aire de desuso. Se nota que viven aquí —huele a su loción de
afeitar y hay una taza de café en la encimera de la cocina—, pero carece
de todas las pequeñas cosas que hacen de una casa un hogar.
La sala de estar tiene un sofá seccional de color carbón oscuro que
contrasta bien con el color de la pintura, y la alfombra nubby hace que la
habitación sea acogedora y cálida. Justo delante del sofá hay una gran
otomana con una revista encima, lista para cuando la gente quiera relajarse
y ver películas en el televisor de gran tamaño colgado en la pared frente al
sofá.
Al otro lado de la habitación hay una pequeña mesa de comedor
con sillas del mismo roble claro que el suelo. El tablero es de un trozo de
madera oscura, casi quemada, con bordes que parecen haber sido
alisados con el tiempo por haber sido arrojados al mar.
La zona de la cocina, al fondo de la habitación, tiene armarios
blancos y brillantes y encimeras de madera oscura teñida del mismo color
que el tablero de la mesa, mientras que la isla de la cocina es totalmente
blanca y tiene cuatro sillas altas de respaldo alto tapizadas de una gamuza
color carbón que hace juego con el sofá.
—Aquí es donde te vas a quedar. Si necesitas algo, dínoslo y nos
ocuparemos de conseguírtelo —dice Jagger, acercándose por detrás y
mostrándose hospitalario de repente.
—Tomaré un cuchillo, un arma y mi libertad, por favor.
—Podrías intentar hacernos daño, Astrid. Me gustaría demostrarte lo
inútil que sería —chasquea Slade, su profunda voz irrumpiendo como un
látigo.
Trago saliva, negándome a dejarme intimidar por estos imbéciles.
Puede que ahora tengan la sartén por el mango, pero sé lo fácil que puede
cambiar el equilibrio de poder.
—¿Qué pasa, pequeña? ¿El gato te comió la lengua?
Giro la cabeza y miro a Slade, que parece divertirse demasiado
provocándome.
—¿Por qué creo que quieres que te arranque el rostro? ¿Es para que
tu bonito exterior coincida con tu feo interior? Puede que engañes a los
demás, pero yo puedo ver más allá de esa sonrisa tuya y ver que hay algo
jodido dentro de ti. Hay una parte de ti que quiere hacerme daño, ¿y por
qué? ¿Por intentar ayudar? Puedes pintarme como la mala todo lo que
quieras, pero no he hecho nada más que venir aquí e intentar ayudar. Lo
único que has hecho es recordarme que no existen las buenas acciones ni
los buenos tipos.
Se calla y se hace un silencio incómodo en la habitación. Tengo que
luchar contra el impulso de moverme, no quiero que ninguno de los dos me
vea retorcerme.
—Déjame enseñarte la habitación que usarás. —Jagger toma mi
mano, haciéndome saltar mientras me aleja de Slade. Lo miro y frunzo el
ceño, pero no me aparto. No esperaba la suavidad con la que me toca
después de cómo me ha tratado hasta ahora. Es desconcertante y hace
más difícil que mi ira no desaparezca.
Dejo que me guíe por la habitación hasta la puerta del extremo
izquierdo. Cuando la abre, aparece un pasillo con cuatro puertas más, dos
a la izquierda y dos a la derecha. La más cercana a la derecha conduce al
cuarto de baño —que Jagger no tarda en enseñarme—, la de enfrente da
al exterior y las dos restantes, al fondo del pasillo, son sus dormitorios. Se me
acelera el pulso al saber que me alojaré en una de sus habitaciones.
Aunque antes fingí no prestarles atención, sé que uno de ellos estará
en la habitación conmigo mientras duermo, vigilándome para que no
pueda huir o llevar a cabo el nefasto plan que están convencidos de que
he maquinado.
—Esta es la habitación de Slade. —Abre la puerta y me enseña la
habitación. Antes de que pueda asimilarlo, la cierra y me lleva a la última
puerta de la izquierda.
—Esta es la mía. Te quedarás aquí por el momento. Hay ropa en la
cómoda y en el armario por si necesitas algo hasta que lleguen tus cosas. El
baño está por ahí. —Señala con el dedo, pero sigo contemplando la gran
cama que hay junto a la ventana, con sus fundas verde oscuro y su manta
azul marino. En el suelo de madera de cerezo hay una alfombra azul marino,
y en la esquina, junto a una lámpara de pie y una mesita auxiliar, una silla
de lectura con otra manta azul marino sobre el respaldo. Las paredes son
de un color crema intenso, con obras de arte abstractas en varios tonos de
verde y dorado colgadas en marcos negros macizos.
Puede parecer masculino sin esfuerzo, pero sé que una mujer ha
contribuido a darle ese aspecto. Para empezar, nunca en mi vida conocí a
un hombre que comprara una manta.
Jagger me observa, mis ojos pasan por encima de la cómoda y la
puerta del armario antes de dirigirme al cuarto de baño. Echo un vistazo a
la habitación recubierta en blanco y negro, y observo que la ducha es
ridículamente enorme. Está limpio y ordenado, y todo es minimalista, a
diferencia de mi cuarto de baño en casa, que está abarrotado de cremas
y maquillaje y mierdas que no necesito, aunque juro que sí.
—¿Quieres comer algo?
Giro la cabeza y lo miro, parpadeando.
—Curiosamente, no. Estar cautiva me quita el apetito.
—¿Has estado cautiva a menudo, entonces? —Jagger suelta una
risita oscura mientras se acerca al baño.
Retrocedo, manteniendo cierta distancia entre nosotros.
—Más veces de las que me gustaría admitir. Así que, ¿por qué no me
dices cómo va a acabar esto? ¿Están haciendo lo del poli bueno/poli malo
conmigo? Porque si es así, les ahorraré la molestia y les diré ahora mismo que
no funcionará. No confiaré en ninguno de los dos. ¿Por qué iba a hacerlo si
me tienen de rehén?
—No eres una rehén. Solo te retenemos hasta que encontremos la
información que necesitamos —afirma Jagger, cruzándose de brazos.
—Así que me retienes contra mi voluntad hasta que consigas lo que
quieres. Odio tener que decírtelo, pero esa es la definición misma de un
rehén. Y solo digo, te he dicho lo que necesitas saber. Solo que no estás
escuchando.
Una carcajada me hace girarme y ver a Slade en la puerta del
dormitorio. Se acerca a mí con la gracia letal de una pantera.
—Qué valiente. —Sonríe, se acerca y estira su mano para tocar un
mechón de mi cabello, pero la aparto de un manotazo.
Se ríe de nuevo, y algo en ello parece un poco desquiciado.
—Es una buena actuación, pero las he visto mejores. Además —Se
inclina, sus labios a un pelo de mi mejilla, haciendo que mi corazón retumbe
en mi pecho—, huelo tu miedo —murmura antes de dar un paso atrás. La
máscara de indiferencia vuelve a cubrir su rostro.
Lo miro fijamente, con las manos en los costados.
—Claro que tengo miedo. No estoy loca como tú. Además, soy una
mujer encerrada con dos hombres extraños que parece que no tendrían
ningún problema en hacerme daño. De hecho, creo que lo disfrutarían. Pero
claro, vamos a fingir que yo soy la culpable.
Renuncio a discutir con ellos. ¿Qué sentido tiene? Todo el mundo se
apresura a formarse una opinión sobre mí. Estoy harta de intentar convencer
a la gente de que soy una buena persona. Si quieren pensar lo peor de mí,
que se jodan, eso es lo que les daré.
—Slade —dice Jagger, pero Slade sigue mirándome fijamente
durante lo que parece una eternidad antes de volverse finalmente hacia su
amigo—. Ve a poner café y ve a ver si E ha encontrado algo más mientras
me aseguro de que Astrid está instalada.
Slade arquea una ceja ante eso.
—¿Vas a ayudarla a cambiarse?
Jagger entrecierra los ojos hacia Slade, que parece reponerse. Sin
embargo, no se disculpa por ser un imbécil. Supongo que debería
consolarme el hecho de que sea un gilipollas con todo el mundo, pero no.
Creo firmemente que la amabilidad no cuesta nada. Aunque, dicho esto,
también me encanta soltar ocurrencias sarcásticas gratis. No es de extrañar
después de toda una vida de tratar con personas que eran malas solo
porque podían serlo.
No importaba cuántas veces nos mudáramos cuando era niña o a
cuántos colegios fuera, siempre se reducía a los mismos dos grupos: los
acosadores y los acosados. Debido a mis... peculiaridades, solía acabar en
el último. Cuando la gente se daba cuenta de que ya no me importaba una
mierda, casi siempre me dejaban en paz. Había un límite a lo que podían
hacer. Podía no gustarles, pero sabían que mi familia era más rica que la
mayoría de las suyas juntas y, en el mundo de la élite, el dinero era poder.
Podían hacerme daño con sus palabras desagradables, sujetarme y
sacarme los mocos a golpes, pero me curaría. Lo que mi abogada podía
hacerles —y no solo a ellos, sino a toda su familia— era llevarlos a la
bancarrota. Para los vampiros socialmente insulsos con los que iba a la
escuela, ese era un destino peor que la muerte. Por desgracia, cualquiera
que quisiera hacerse amigo mío era presa fácil. No estaba dispuesta a
convertir a nadie en objetivo por asociación, lo que me dejaba
prácticamente sola. Claro que estar sola a veces podía destrozar el alma,
pero me negaba a arruinar la experiencia de otra persona en el instituto por
ser acusado de lo mismo que yo. Dejaba a la gente en paz y ellos me
dejaban en paz.
Y entonces ocurrió el incidente, y todo cambió.
Me deshago de ese pensamiento, no quiero hacer un viaje al pasado,
y menos ahora.
Cuando Slade sale de la habitación, Jagger vuelve a centrar su
atención en mí. No soy una chica alta. Con mi metro sesenta, soy más baja
que la mayoría de mis compañeras. Si a eso le añadimos que tengo curvas,
es decir, muchas tetas y mucho culo, siempre he tenido un aspecto muy
diferente al de las chicas altas, tipo modelo, con las que fui al instituto. Pero
al lado de Jagger, que fácilmente mide más de 1,90 y tiene una constitución
como si se comiera niños pequeños en el desayuno, me siento realmente
diminuta.
—No te tomes su actitud como algo personal. No le gustan los
extraños.
—¿No son todos extraños hasta que te tomas el tiempo de
conocerlos?
Mueve los labios y deja caer los brazos a los lados.
—Es diferente con Slade. No solo ve extraños; ve enemigos
potenciales. Es vigilante, y como tú has dicho, puede ser un poco idiota.
Pero no suele ser cruel. Una vez que te haya revisado y sepa que no tienes
nada que ocultar, verás que es un buen tipo.
Resoplo.
—Claro, lo que tú digas.
Suspirando, doy un paso más hacia la ventana justo cuando un
extraño zumbido me hace dar un respingo y una persiana empieza a caer
sobre la ventana.
Me vuelvo hacia Jagger, que me mira antes de encogerse de
hombros.
—Como dije, no confía fácilmente. Dale tiempo.
Sacudo la cabeza y me cruzo de brazos, poniendo una barrera entre
nosotros.
—Con el debido respeto. No tengo que hacer nada. Les debo una
mierda. En todo caso, hoy ha sido justo el recordatorio que necesitaba.
Se acerca y se detiene. Sus manos se crispan como si quisiera
alcanzarme, pero se contiene.
—¿Un recordatorio de qué?
—Que las personas no valen la pena. Debería haberme quedado en
mi carril. Eso es culpa mía. He aprendido la lección. No se preocupen, seré
la prisionera modelo, y en cuanto hayan escarbado en mi vida y me
consideren inocente, me iré. Y si alguna vez vuelvo a tener una visión sobre
alguno de ustedes, mantendré la maldita boca cerrada.
CAPITULO 4

Ella levanta la barbilla. Su pura obstinación me hace querer


agacharme y morderla. No estoy seguro de qué tiene esta mujer, pero su
puro desafío me provoca algo. Mi polla se ha puesto dura desde que
empezó a mostrar su actitud.
Me gustan las mujeres sumisas en la cama, pero no quiero mujeres que
digan sí o no. Me gusta someterlas a mi voluntad. Me gusta que luchen
porque eso hace que su sumisión sea mucho más dulce. Astrid está llena de
descaro y mordacidad, pero bajo eso, hay algo vulnerable. Sabe
disimularlo, pero lo he visto asomar antes de que vuelva a colocar la
máscara en su sitio.
Dejo que mis ojos se muevan sobre ella, tomándome el tiempo ahora
que estamos solos para empaparme de ella. Tiene las tetas más
espectaculares que he visto nunca. Y tengo que luchar contra el impulso de
arrancarle la camiseta para poder verlas mejor. Afortunadamente, me
resisto. No estoy seguro de que hubiera causado la mejor impresión, sobre
todo con todo el asunto de rehén que tenemos entre manos.
Puede que no queramos hacerle daño, pero ella no puede saberlo.
Arrastro los ojos desde su pecho hasta sus caderas bien formadas y sus
gruesos muslos, antes de subirlos hasta su rostro sonrojado.
—¿Terminaste? —pregunta con mordacidad, pero sus dedos
juguetean con el borde de su camiseta.
Doy un paso adelante, acercándome a ella, saboreando su agitada
respiración.
—¿Te pongo nerviosa, Astrid?
—Si por nerviosa quieres decir enferma, entonces claro.
Sonrío y lamo mis labios, sus ojos siguen el movimiento de mi lengua.
—Creo que tienes curiosidad. —Me acerco hasta que solo queda un
pequeño espacio entre nosotros—. Creo que te preguntas a qué sé.
—Cerca. Me preguntaba si tomas drogas porque algo no va bien en
tu cerebro.
Me inclino hacia ella, con la boca a un suspiro de la suya. Su aliento
roza mis labios mientras hablo.
—Si esperas que tu actitud me desanime, estás muy equivocada. Me
gustan mis mujeres con un poco de esperma en ellas.
—Por favor, dime que no lo dices literalmente. Odiaría tener que
arrancarte las pelotas, inutilizando tu fábrica de bebés.
Retrocedo y me alejo un paso de ella antes de pensar en a la mierda
y tirarla sobre la cama. Nunca había tenido una reacción tan visceral ante
una mujer.
—Te dejaré para que te instales. Lávate, pide prestado lo que
necesites y luego sal a comer algo. Puede que no tengas hambre, pero
deberías comer de verdad. —Frunzo el ceño, preguntándome cuándo
habrá comido por última vez.
Cruza los brazos sobre su pecho, haciéndome saber que, si la presiono
más, hará lo contrario de lo que le pida, solo por despecho.
Con un suspiro, me doy la vuelta y me dirijo a la puerta. Con la mano
en el pomo, miro por encima del hombro.
—Si te sirve de algo, me gustaría saber más de ti. Y no porque no confíe
en ti. Me intrigas.
—Vaya, es un honor.
—¿En serio?
—No —contesta antes de darme la espalda.
Me río y cierro la puerta detrás de mí. Encuentro a Slade sentado en
la isla de la cocina con el móvil en la mano.
—¿Alguna novedad?
Me mira y luego señala la cafetera, ahora llena. Me acerco a ella y
me sirvo una taza antes de apoyarme en la encimera para mirarlo.
—Hawk y Creed no encontraron nada en sus cosas que levantara
alguna bandera roja. Los objetos tecnológicos están con E, sin embargo.
Llevará un poco más de tiempo revisarlos.
—Iré a recoger su ropa entonces.
—No te molestes. Ella puede prescindir de ella por un día o dos.
Levanto la ceja interrogante, sabiendo que debe de tener algún
motivo.
—Quiero que se sienta incómoda.
Soplo mi bebida y lo miro por encima del borde de la taza.
—Es más que eso. Te conozco, Slade. ¿Cuál es tu plan? Sé que tienes
uno, pero somos un equipo en esto, así que necesito saberlo.
Me mira y tira el teléfono a la isla.
—Si ella siente que tiene la sartén por el mango, entonces no tiene
motivos para hablar. Y algo me dice que no nos dirá nada ahora mismo. Así
que tenemos que encontrar su gatillo y activarlo. Quiero ponerla nerviosa,
cautelosa. Entonces, cuando sienta que está a punto de romperse, quiero
hacerme amigo de ella y convencerla de que nos cuente más.
—Quieres seducirla.
Se encoge de hombros.
—Prefiero no tener que torturarla para sacarle la información.
Se me retuerce el estómago al pensar en jugar con ella. Pero, ¿es
realmente jugar cuando la deseo tanto?
—No estoy en contra, pero creo que debemos ir con cuidado. Si la
tratamos como al enemigo y resulta que dice la verdad, echaremos por
tierra cualquier posibilidad que tengamos de tenerla como aliada.
Sin embargo, no parece molesto por mis palabras, lo que me
despierta curiosidad.
—No creerás ni por un segundo que no está mintiendo, ¿verdad?
—No descarto que tenga un don. No digo que me lo crea al cien por
cien. Pero después de todo lo que pasó con Salem, seríamos estúpidos si lo
descartáramos por completo. Con lo que tengo un problema es con su
sinceridad. ¿No crees que es un poco conveniente que esté aquí, diciendo
que tuvo una visión? Si fuera otra cosa, ya la habríamos mandado a la
mierda, pero ha jugado con nuestra única debilidad.
—Salem —respondo, viendo a dónde quiere llegar.
—Exactamente.
Doy un sorbo a mi café y pienso en lo que dice. Tiene razón en ser
prudente. Es lo más inteligente. Pero esa mujer de ahí dentro me intriga
muchísimo, y hace mucho tiempo que ninguna mujer consigue sacarme
una reacción más allá de una erección.
—Ella no parece exactamente... —Me interrumpe con un movimiento
de cabeza
—Eso es lo que la hace la mejor persona para el trabajo, ¿no? Es lo
suficientemente guapa como para llamar nuestra atención, pero no de una
forma exagerada y obviamente sexual. No está demasiado ansiosa por
complacer ni hace demasiadas preguntas que puedan levantar banderas
rojas. En realidad, está haciendo lo contrario. Hace indirectas, sarcásticas y
hostiles que le dan un aire distante que casi podría hacer creer a un hombre
que no le interesan las respuestas... casi. Cuando hablaba con Salem, solo
se centraba en ella. Era como si los demás no existiéramos. Está aquí por ella,
de eso no hay duda, pero no estoy seguro de creer que sea solo para poder
darle una advertencia. Quiero decir, ¿por qué molestarse? No estoy
tratando de ser un idiota, pero ella no nos conoce. Tampoco conoce a
Salem. No tenía ni idea de en qué tipo de situación se estaba metiendo. A
menos, claro, que lo supiera.
—¿Crees que tenemos otra rata dándole información? —Me tenso
ante eso.
—No, creo que Cooper fue nuestra única filtración. Pero eso no
significa que ella no obtuviera información de él en algún momento. Y ahora
que está muerto, podría haber venido a ver si podía conseguir la
información ella misma.
—Supongo que ahora mismo tiene tanto sentido como cualquier otra
cosa. —Exhalo un suspiro y dejo el café sobre la encimera—. De acuerdo.
Veamos cómo se desarrolla entonces.
Me dirijo a la nevera, compruebo el contenido y hago un gesto de
dolor. No hay mucho. Comemos casi siempre en la casa principal.
—No hay mucho aquí para alimentarla. Tendremos que conseguir
algo de comida si no quieres que coma en la casa principal con los demás.
—Creo que es mejor mantenerla aquí por ahora. Aislarla solo
aumentará su malestar.
—Todavía necesita comer.
Slade se levanta de su asiento y se dirige a la nevera. Rebusca en su
interior antes de dirigirse al armario que hay sobre su cabeza. Tira las cosas
que toma sobre la encimera y luego abre el cajón superior en busca de un
cuchillo.
Resoplo al ver los ingredientes.
—¿Un sándwich de mantequilla de cacahuete y mermelada? ¿Eso es
lo mejor que podemos hacer?
—No somos un hotel. Si tiene hambre, comerá.
Lo miro mientras prepara el bocadillo. Vuelvo a tomar mi taza y
termino el café. Está actuando raro, incluso para él.
—¿Qué es lo que te excita de ella?
—No sé de qué estás hablando.
—¡Y una mierda! —me burlo, dejando la taza vacía en el fregadero
antes de volver a girarme para mirarlo—. Sé lo que dices, y no digo que no
esté de acuerdo contigo. Pero hay una diferencia entre sospechar y ser
francamente hostil. Hay algo en esta mujer que te saca de quicio. ¿Por qué?
Me ignora mientras pone el sándwich en un plato y limpia, pero
debería saber que no lo dejaré pasar.
Con un gruñido, pone el plato en mis manos.
—¿Qué tal si se lo llevas?
—Hazlo tú. No debería ser un problema, ¿verdad? —Empujo el plato
hacia atrás y me alejo.
Murmura algo en voz baja antes de salir al pasillo. No se molesta en
llamar a la puerta. La abre de un empujón y segundos después la cierra de
un tirón. Me fulmina con la mirada antes de acercarse al sofá y tirarse en él.
—¿Ella está bien?
—Está bien, si la mirada que me dio es algo a tener en cuenta. Sugiero
que nos aseguremos de que todos los cuchillos estén escondidos.
Me río entre dientes, sentándome a su lado después de agarrar los dos
mandos de la PlayStation y lanzarle uno.
—Tienes que calmarte. Como dijiste, por mucho que Ev tarde en
indagar en su vida, estamos atrapados juntos. Necesitas calmarte.
—Estoy calmado. No te preocupes por mí. Preocúpate por ti. No creas
que no veo la forma en que la has estado mirando.
No lo niego. Lo miro y pongo los ojos en blanco.
—Dime que no quieres follarla también.
No contesta, lo que, por supuesto, es una respuesta.
CAPITULO 5

Miro la comida en el suelo antes de apartarme de ella con asco.


Aparte del hecho de que el imbécil gigante no se molestó en dar los diez
pasos necesarios para dejarlo en la cómoda, lo que me recuerda que ahora
mismo soy poco más que una prisionera, el bocadillo lleva mantequilla de
cacahuete. Puedo olerla desde aquí. Como soy mortalmente alérgica a los
cacahuetes, creo que pasaré. Aunque podría valer la pena guardar un
poco por si necesito una salida. Aunque suene dramática, juré la última vez
que se aprovecharon de mí, que no volvería a ser el peón de alguien. Tengo
miedo de muchas cosas, pero morir no es una de ellas.
Me siento en el borde de la cama, con el cuerpo dolorido de
permanecer tanto tiempo tensa en el mismo sitio. Quieren que me duche y
me ponga cómoda. Pero si piensan que voy a estar vulnerable
desnudándome, están locos. Froto mi mano contra mi rostro y siento que el
cansancio se apodera de mí. Las últimas semanas han sido agotadoras.
Demonios, los últimos años lo han sido. Sí, quiero decir, cuando salga de aquí,
tengo que echar un buen vistazo a mi vida y hacer algunos cambios.
He intentado utilizar mis dones para ayudar a los demás. He intentado
mantener la boca cerrada y lidiar con el terrible sentimiento de culpa que
me produce el silencio. Me he rebelado y conformado, he intentado ser
todo lo que la gente quería que fuera, pero nunca ha sido suficiente. Por fin
he llegado al punto de darme cuenta de que nunca lo seré.
Pasar tiempo lejos de la gente ha sido lo mejor. La soledad siempre
será mejor que la persecución, pero aún no estaba dispuesta a renunciar a
la raza humana. Venir aquí, sin embargo, me recuerda que no se puede
renunciar a alguien cuando ellos renunciaron a ti primero. No. He terminado
aquí. Cuando salga, voy a tener un perro, creo. Un golden retriever o tal vez
un rottweiler, algo que se coma a cualquiera que venga a mi puerta.
Quiero vivir en paz, y tener un perro significará tener a alguien a quien
colmar de amor. Una opresión en mi pecho me hace respirar
entrecortadamente, y siento que las lágrimas se me agolpan en los ojos
cuando me invade un sentimiento de desesperanza absoluta. Las lágrimas
empiezan a caer y me siento débil por no poder contenerlas, pero cuanto
más lo intento, más rápido caen.
Me arrastro hasta el centro de la cama y me hago un ovillo, ignorando
la forma en que mis vaqueros aprietan mi estómago. Si estuviera en casa,
me habría quitado los pantalones y el sujetador nada más cruzar la puerta,
pero aquí eso no es posible. Solo algo más por lo que odiarlos. Al final, el
llanto me agota y me quedo dormida.
Más tarde, cuando me despierto con un retortijón en el cuello y el
estómago rugiendo, me doy cuenta de que alguien entró mientras dormía
y me quitó las botas. Ni siquiera puedo fingir sorpresa por no haberme
despertado, cuando suelo dormir como un muerto. Aun así, saber que uno
de ellos estuvo aquí mientras dormía me revuelve el estómago. Por suerte,
mi ropa sigue puesta.
Me incorporo y froto mis ojos. Echo un vistazo a la habitación e intento
adivinar cuánto tiempo he dormido, pero con las contraventanas cerradas,
es imposible saberlo. Me bajo de la cama y atravieso la habitación en
silencio, observando que el sándwich de antes está ahora sobre la cómoda.
Tengo que suponer que fue Jagger quien entró porque a Slade parezco
impórtale un carajo, o mi comodidad. Seguro que le habría encantado que
me lo comiera del suelo como un perro.
Me acerco a la puerta y aprieto el oído contra ella, pero no escucho
nada. Me muerdo el labio y mastico la idea de salir a investigar, pero
apuesto a que están ahí fuera esperando a que haga precisamente eso. En
lugar de eso, me dirijo al cuarto de baño y enciendo la luz. Cierro la puerta
y voy a echar el pestillo antes de darme cuenta de que ni siquiera tiene
cerradura.
—Jodidamente fantástico —murmuro mientras me acerco al lavabo
y me miro en el espejo. Mi cabello parece un nido de ratas y mis mejillas
tienen marcas de haberme dormido apoyada en mis manos. Estoy pálida,
como siempre. Tengo los ojos irritados de dormirme con las lentillas puestas.
Por mucho que me gustaría dejármelas puestas, sé que no puedo.
Tan rápido como puedo, uso las instalaciones y me lavo las manos,
echo agua fría en mi rostro antes de ahuecarlas y usarlas para beber el agua
fresca y refrescante. Cuando termino, salgo del baño y vuelvo a cruzar la
habitación hasta la puerta, sintiendo cada paso como un error. Pero bueno,
¿qué más da añadir uno más a mi colección?
Giro el picaporte, sorprendida al ver que no está cerrado, y salgo.
Respiro hondo y avanzo por el pasillo hasta llegar a la puerta que da al
exterior. Miro hacia el salón, que era mi destino original, antes de que mi
mano se cierre sobre el pomo de la puerta trasera.
Es una estupidez. No llevo zapatos, ni las llaves del coche, ni mi bolso.
Pero no puedo evitarlo. Puede que no vuelva a tener esta oportunidad. Giro
el pomo y, cuando la puerta se abre, me lanzo a través de ella. En cuanto
se abre, suena una alarma que me obliga a ponerme en marcha.
Salgo corriendo como si mi vida dependiera de ello. ¿Quién sabe?
Quizá sí. Ignoro el dolor de mis pies y corro sin tener ni idea de adónde voy.
Está mucho más oscuro de lo que esperaba y, sin farolas que me guíen, no
tardo en tropezar y caer de bruces sobre mis manos y rodillas. Reprimo un
grito cuando algo me corta la palma de la mano antes de ponerme de pie
a trompicones y reemprender la marcha.
Apenas doy unos pasos más antes de ser derribada al suelo,
golpeándome la cabeza con un ruido sordo. Todo da vueltas y escucho
gritos, pero el estruendo en mi cabeza me impide distinguir de quién se trata.
Aun así, lucho contra el cuerpo que me inmoviliza contra el suelo. De
repente, el peso que me sujeta desaparece y aspiro hondo para gritar, pero
apenas sale un gemido mientras mi cabeza palpita al mismo tiempo que me
duele la mano.
—Jesucristo —gruñe una voz antes de que alguien me tome en brazos.
Cuando me doy cuenta de que me están llevando de vuelta al mismo
lugar del que hui, empiezo a luchar de nuevo. Pero me agarra con más
fuerza y me resulta imposible liberarme.
—Estúpida —me suelta, mi cerebro reconoce por fin la voz ahora que
ha salido del modo huida. Debería haberme imaginado que era Slade, por
lo fuerte que me ha tirado al suelo—. Trae el botiquín —dice, pero esta vez
obviamente no me habla a mí.
Cuando me lleva a través de la puerta y entra en la sala de estar, me
estremezco al sentir un dolor intenso en el cerebro. Vacila un segundo y
escondo la cabeza bajo su barbilla para protegerme de la luz. Al oír pasos,
abro los ojos y giro la cabeza para ver a Jagger con lo que supongo que es
un botiquín de primeros auxilios en las manos.
—Siéntala en la isla —le dice a Slade, que me acompaña a la cocina
y hace exactamente eso. En cuanto me suelta, retrocede y me dispongo a
saltar de la encimera.
Presintiendo lo que estoy a punto de hacer, se inclina hacia delante y
su expresión de enfado me hace tragar saliva.
—Si te mueves, te azotaré el culo tan fuerte que no podrás dar un solo
paso sin sentirlo.
Sorprendida por sus palabras, me quedo inmóvil.
Cuando se aparta para dejar entrar a Jagger, me agarro al borde de
la isla, gritando al ejercer demasiada presión sobre mi mano herida. Aprieto
los ojos, intentando contener las lágrimas por el dolor punzante. No voy a
mentir, soy un bebé grande cuando se trata de dolor.
Un simple golpecito en el dedo del pie puede dejarme hecha un
ovillo. No soy una chica dura, pero eso no me convierte en una cobarde. No
me arrepiento de haber aprovechado la oportunidad de escapar. No está
en mi naturaleza rendirme sin al menos intentarlo —y normalmente
fracasar— primero. Quizá ahora aprenda la lección.
—Abre los ojos, Astrid. Déjame mirar —pide Jagger.
De mala gana, los abro, y él se ablanda cuando ve las lágrimas que
intento mantener a raya.
—Te golpeaste la cabeza muy fuerte.
—Claro, podemos llamarlo así, o podemos llamarlo tener mi cara
aplastada contra el suelo por el señor Feliz de allí. Supongo que es más o
menos lo mismo.
—No deberías haber huido —refunfuña Slade.
—Sabías que lo haría —respondo en voz baja—. ¿Cómo podría no
hacerlo?
—Dijimos que no te haríamos daño —me recuerda Jagger.
—Y, sin embargo, aquí estamos.
Eso hace callar a Jagger, pero no a Slade. Resopla, agarra una gasa
del botiquín y levanta mi mano antes de presionármela contra mi palma
sangrante.
—Tropezaste.
—Veeerdad. Como cuando una mujer con un ojo morado dice que
tropezó.
Me gruñe y presiona con más fuerza la gasa, haciéndome chillar, lo
que demuestra lo que digo.
—Slade —dice Jagger.
Slade me suelta y retrocede, con una expresión extraña. Parece casi
arrepentido, pero eso no puede ser cierto, ¿verdad?
—¿Por qué huir? Sabías que no llegarías lejos, y ahora mírate.
—¿Por qué no lo haría? Me retienen contra mi voluntad. Es un poco
pronto en mi cautiverio para esperar de mí el síndrome de Estocolmo.
Jagger hace una pausa antes de soltar una carcajada.
—Nunca sé lo siguiente que va a salir de tu boca.
—Sí, bueno, ya que no se me permite salir, estoy segura de que seré
una fuente de entretenimiento para ti.
Me pone una gasa en la cabeza y me estremezco.
—No creo que necesites puntos. ¿Cómo ves? ¿Tienes náuseas?
—Y antes de que contestes, no, no te llevaremos a Urgencias.
Tenemos un médico que hace visitas a domicilio y que nos es leal —añade
Slade.
Me resisto a maldecirlo. Slade hace que me olvide de que soy
pacifista y me dan ganas de abrazar mis impulsos homicidas. Lo miro
fijamente y pierdo el sentido por un segundo mientras me imagino
apuñalándolo en el globo ocular con un tenedor.
—¿Astrid? —La voz de Jagger me saca de mis pensamientos.
—Estoy bien.
—¿Y nos lo dirías si no lo estuvieras?
—Ni de coña —admito, haciéndolo suspirar.
—Tengo que limpiar eso —Señala mi mano—, para que no se infecte
—afirma Slade antes de retroceder para levantar la gasa.
Me encojo de hombros.
—Si agarro una infección y muero, saldré de su camino. Ganamos
todos, ¿no?
Suspira como si lo estuviera molestando y me atiende la mano.
Aprieto los ojos cuando vierte algún tipo de líquido sobre ella. Me
muerdo la lengua con tanta fuerza que saboreo la sangre, preguntándome
si el puto sádico acaba de verter ácido sobre mi corte. Lo seca con
palmaditas, aplica una fina capa de pomada antibiótica y termina con una
venda.
—Ya está —anuncia, y abro los ojos—. Mantenlo tapado por esta
noche, y le echaré un vistazo mañana.
Lo que sea. Espero que el imbécil pise un Lego.
—Muy bien, tu cabeza también se ve bien ahora —dice Jagger,
aplicando un pequeño vendaje en mi frente—. ¿Dónde más estás herida?
—Estoy bien. Solo llévame a mi celda.
Sacude la cabeza y me mira de arriba abajo, con los ojos clavados
en mis rodillas. No necesito mirar para saber que mis vaqueros están rotos y
mis rodillas sangrando. Puedo sentir la sangre corriendo por mis piernas.
—Tus rodillas.
Abro la boca para hablar, pero Slade interviene.
—No digas que estás bien, joder. —Aprieta los dientes mientras cierro
la boca de golpe.
—Necesitas quitarte los pantalones —dice Jagger en voz baja.
Me río en su cara.
—Sí, eso no va a pasar.
—No te hagas ilusiones, Astrid. No tienes nada que queramos. Deja
que te revise para que acabemos con tus estupideces —gruñe Slade.
Vale, lo admito. No es agradable pensar que estos tipos me
encuentran tan poco atractiva. No me malinterpretes, esto no es una
película, así que no es el comienzo de un romance épico, pero mentiría si
dijera que su disgusto no me escuece un poco.
—No me importa, imbécil. Este es mi cuerpo, no el tuyo. No tienes
nada que decir sobre lo que hago con él, y eso incluye que me quite la ropa.
—¿Es así? —responde Slade, su voz burlona.
De repente, ya no me siento tan segura de mí misma. Antes de que
pueda decir nada más, Slade me tira de la isla y me hace girar, envolviendo
un brazo alrededor de mi pecho y la garganta con el otro.
Presiona sus labios contra mi oreja mientras Jagger lo mira con el ceño
fruncido.
—Te gusta hacer las cosas difíciles, ¿verdad? —Se aprieta contra mí,
asegurándose de que entiendo el doble sentido de sus palabras.
Me congelo en sus brazos, sin saber qué hacer.
—Slade, vamos, hombre —gruñe Jagger, pero Slade no afloja su
agarre sobre mí.
—Quítale los pantalones y comprueba sus rodillas. Entonces ella
puede correr de nuevo a su habitación y esconderse.
Jagger aprieta la mandíbula y, por un segundo, creo que va a
mandar a Slade a la mierda. Pero entonces da un paso adelante y sus
manos se posan en el botón de mis vaqueros.
—No —susurro, y sus manos se detienen. Sus ojos se dirigen a mi boca
y luego a mis ojos.
—Solo me aseguro de que estás bien.
—Mentiroso.
Traga saliva y baja la cremallera de mis vaqueros antes de arrodillarse,
sin apartar los ojos de los míos. Me asalta el miedo, pero no es lo único que
siento. Y eso es lo que me aterroriza ahora mismo.
Engancha los dedos en las trabillas y baja mis jeans por el culo,
deslizándolos lentamente por mis piernas.
—Ya está, no ha estado tan mal, ¿verdad? —ronronea Slade en mi
oído, pero hay una pizca de malicia en su tono.
Nunca he deseado tanto que una persona sea atropellada por un
autobús como ahora. Dicho esto, no soy exigente. Prefiero que lo parta un
rayo o que lo mutile un oso si esa es una opción. Cualquier cosa con tal de
alejar al imbécil de mí.
—Sal de tus pantalones, Astrid. Cuanto antes lo hagas, antes podré
limpiarte y todo esto habrá terminado.
Aprieto los dientes y hago lo que me pide. Puede que sea el menor
de dos males aquí, pero está demostrando que no irá contra Slade, así que
estoy muy sola.
CAPITULO 6

Esta mujer podría poner a prueba la paciencia de un santo. Por


mucho que quiera estrangularla, no puedo negar que tener su culo
apretado contra mí no está surtiendo efecto. La mujer tiene curvas para
días, y cada vez que abre la boca para insultarme, me asaltan imágenes de
ella arrodillada en el suelo, con mi polla hasta el fondo de su garganta.
—Ayúdala a volver al mostrador. —Jagger me fulmina con la mirada.
Sí, está cabreado, pero no me importa. Si tuviera la oportunidad, esta
mujer lo tendría envuelto tanto en sus dedos como en su polla. Cuando
retrocede, volteo a Astrid, engancho las manos bajo sus axilas y la levanto
del suelo para ponerla sobre la isla. Mientras se pone nerviosa, abro sus
piernas de un empujón y entro en el espacio entre ellas. Puede que no
confíe en ella, pero eso no influye en lo mucho que la deseo. Y eso solo
aumenta mi rabia.
—Veo que quieres flexionar tus garras, gatita. Pero tus esfuerzos son en
vano con nosotros. Así que, ¿qué tal si nos ahorras la actitud? Así podremos
seguir con nuestro trabajo.
Gira la cabeza y aparta la mirada de mí, concentrándose en un punto
de la pared que tenemos enfrente. Pensando que eso es lo mejor que voy
a conseguir, doy un paso atrás y Jagger me empuja a un lado y se arrodilla.
Mantengo una expresión neutra mientras observo los cortes y rasguños, pero
aprieto mis manos en puños a mis costados, no me gusta ver su sangre.
—Muy bien, ya está. ¿Quieres analgésicos? —Jagger se levanta y
coloca su cabello detrás de su oreja.
—No —responde ella, pero mantiene la mirada en ese maldito punto.
—De vuelta al dormitorio entonces. Jagger, una vez que hayas
guardado esta mierda, será mejor que vayas y avises a los demás que ella
intentó escapar.
—No es que haya llegado lejos —argumenta, pero cruzo los brazos
sobre mi pecho.
—No importa. Solo prueba que no se puede confiar en ella.
—Dios, espero que sepas lo que haces —murmura, guardando todo
de nuevo en el botiquín antes de tirar las cosas ensangrentadas a la basura.
Una vez que termina, me mira fijamente, sus ojos se desvían hacia
Astrid por un minuto antes de volver a mí.
—Déjame acomodarla primero.
—Entendido. Ve.
Si Astrid no estuviera aquí, probablemente ya me habría dado un
puñetazo. Aunque si ella no estuviera aquí, no estaríamos en este lío para
empezar.
—Volveré —le dice a Astrid antes de salir.
Va a deslizarse fuera del mostrador, pero maldice cuando apoya peso
sobre su palma herida. Me acerco a ella, la levanto y la pongo en el suelo.
Se aleja un paso de mí y se agacha para recoger sus pantalones del suelo,
pero los agarro y se los quito de un tirón.
—Oye, devuélvemelos.
—Hay que lavarlos. Si no hubieras huido, esto no sería un problema.
¿Ahora estás cubierta de barro y esperas acostarte en la cama de Jagger?
¿Crees que es justo para él?
Sí, soy un cabrón por jugar con ella de esta manera. Me importa una
mierda. Rodea con sus brazos su cuerpo y agacha la cabeza, dejando caer
su cabello alrededor de su rostro. No me gusta que se esconda de mí. Así
que me acerco y me alegro cuando levanta la cabeza.
Un destello de miedo pasa por sus ojos, pero lo disimula bien.
—Necesitaré tu camiseta también.
Mira hacia abajo y la encuentra cubierta de barro y sangre.
—¿Puedo tomar mi bolso primero, por favor? —Fuerza el por favor a
salir a través de los dientes apretados.
—Lo siento, aún no está listo. Pero seguro que puedo encontrarte algo.
—No te molestes. Jagger dijo que podía usar sus cosas.
Se da la vuelta y se dirige al dormitorio. Arrojo sus pantalones a la isla
y la sigo. Cuando llegamos a la habitación de Jagger, entra e intenta cerrar
la puerta detrás de sí.
Meto la mano y empujo la puerta para abrirla.
—Oh, no. Rompiste cualquier confianza que tenía en ti, así que hasta
que crea que no volverás a huir, voy a ser tu sombra.
—Dios mío, dije que no huiría. Cierra la puta puerta si no me crees.
Sinceramente, si vas a mantener a alguien prisionero, eso debería ser lo
primero que hicieras. Creo que la dejaste abierta a propósito, sabiendo que
lo intentaría. Cualquiera en mi lugar lo habría hecho. Solo querías una razón
para castigarme.
La rodeo, haciéndola retroceder hacia la cama.
—Ah, Astrid. Que estés aquí es razón suficiente. No me gusta que estés
en mi casa, y te aseguro que no me gusta que traigas problemas a mi
puerta.
—¿Qué demonios habrías hecho tú? —Levanta las manos antes de
bajarlas rápidamente cuando se da cuenta de que está enseñando su ropa
interior.
—Habría mantenido mi nariz fuera de los asuntos de los demás.
Se burla.
—Pura mierda.
Sonrío salvajemente antes de rodear su brazo con una mano y
arrastrarla hasta el baño.
La suelto y abro la ducha antes de apartarme y cruzarme de brazos.
—Dúchate —le ordeno.
Ella sacude la cabeza.
—No mientras estés aquí.
—No fue una petición.
—Vete a la mierda. No voy a entrar hasta que te vayas.
—¿Segura?
Doy un paso al frente, me agacho, rodeo sus muslos con mis brazos y
la lanzo sobre mi hombro.
Grita antes de darme una palmada en la espalda. La ignoro y entro
en la ducha, cerrando la puerta detrás nosotros. La pongo en pie y bloqueo
la puerta con mi cuerpo.
—¿Qué demonios te pasa? ¡Fuera!
—No. Ahora desnúdate.
—No. Y una mierda, demonios, no.
—Bien. Lo haré por ti.
—¿Qué? No. —Se aleja de mí a trompicones, pero no tiene adónde ir.
Se ciñe contra la pared mientras invado su espacio y agarro el
dobladillo de su camiseta.
—Basta. Aléjate de mí.
Le subo la camiseta de un tirón y la obligo a levantar los brazos antes
de quitársela. Tiro la camiseta al suelo antes de inmovilizarla y rodearla para
desabrocharle el sujetador.
—Por favor, para —suplica. Esta vez, deja ver su miedo mientras las
lágrimas corren por su rostro.
Agarro su mandíbula e inclino su cabeza hacia atrás.
—No voy a hacerte daño. Solo quiero que te quites la ropa para poder
lavarla. Los dos nos hemos manchado de barro y tenemos que limpiarnos
antes de acostarnos. Deja de hacer de esto algo que no es.
Se queda boquiabierta y siento unas ganas locas de besarla. Pero me
contengo y aprovecho el susto para desabrocharle el sujetador y bajarle los
tirantes por los brazos. Tiro del sujetador y lo arrojo lejos mientras ella se rodea
el pecho con el brazo. Traga saliva cuando mis manos bajan hasta su cintura
y engancho los dedos en sus bragas. Despacio, las deslizo por sus caderas y
bajo por sus muslos. No pretendo no mirarla. Tiene el vientre ligeramente
redondeado, las caderas ensanchadas y, maldición, el coño desnudo.
Me relamo los labios y aparto los ojos mientras espero a que levante
cada pie. Arrojo las bragas a la creciente pila de ropa desechada antes de
levantarme y despojarme de mi propia camisa.
Traga saliva antes de pronunciar mi nombre con cautela.
—Slade, yo no...
—Solo nos estamos limpiando —le recuerdo, con voz gruesa—. Tú eres
la que se queda ahí mirando.
Gira tan rápido que casi resbala. La sujeto antes de seguir
desnudándome. Agarra el gel de ducha y se enjabona rápidamente
mientras me quito los vaqueros. Me acerco a ella por detrás, sintiendo una
perversa emoción al asustarla. La rodeo con la mano y aprieto su espalda
contra mi pecho mientras tomo el champú. Respira agitadamente, pero lo
ignoro mientras echo una pequeña cantidad en la palma de mi mano y
empiezo a masajear su cabello, con cuidado de evitar el corte en su
cabeza. Respira entrecortadamente y se queda paralizada, sin saber qué
hacer. No dice nada, sabiendo que volveré a acallar sus protestas.
—Levántate. No tenemos acondicionador, pero haré que uno de los
chicos te traiga un poco cuando vayan a la ciudad.
Asiente rápidamente antes de meterse directamente bajo el chorro
de agua. Me lavo el cabello con champú antes de utilizar la espuma para
lavarme el cuerpo. Al fin y al cabo, el jabón es jabón.
Una vez libre de espuma, tiro de ella hacia atrás e invierto nuestras
posiciones. Cierro los ojos y enjuago el jabón de mi cabello y cuerpo, sin
sorprenderme cuando oigo abrirse la puerta de la ducha y el aire fresco me
golpea. No me apresuro, pero no puedo evitar la sonrisa de satisfacción que
se dibuja en mi rostro cuando la escucho jadear por la falta de toallas.
Cierro el grifo, me limpio el rostro y salgo. Astrid está en un rincón, lo
más lejos posible de mí, temblando y con un aspecto patético. Siento una
punzada de remordimiento al ver su rostro lastimado y cauteloso, pero lo
ignoro. No voy a cuestionar mis métodos ahora.
—Quédate aquí. Te traeré una toalla.
Salgo del dormitorio y entro en el mío, donde agarro una toalla para
mí, que envuelvo alrededor de mi cintura, y una extra para Astrid. Con esa
me quito el exceso de agua de la piel antes de agarrar unos calzoncillos y
una camiseta de la cómoda.
Vuelvo al baño de Jagger y me detengo en la puerta cuando veo a
Astrid de pie frente al espejo, con la cabeza gacha y las manos agarradas
al lavabo con tanta fuerza que sus nudillos están blancos.
—Toma. —Le tiendo la toalla, pero es como si no me oyera—. ¿Astrid?
Levanta la cabeza y me quedo mudo al ver el vivo color violeta de
sus ojos. ¿Cómo no me había fijado antes? Miro hacia el mostrador y veo
unas lentillas encima.
—Nunca había conocido a nadie con los ojos morados. ¿Por qué
esconderlos? —pregunto, mi desconfianza me empuja a interrogarla.
Ella toma la toalla, pero no la suelto, esperando una respuesta.
—Llamo mucho la atención por culpa de mi cabello, pero las personas
siempre ven mis ojos extraños.

Suelto la toalla y la envuelve alrededor de sí misma, pero como soy un


idiota, le di una que no cubre ni de lejos tanto como le gustaría.
—Tengo OCA, también conocido como albinismo oculocutáneo. Mi
cabello es blanco por naturaleza, no es una elección estilística. El color
morado de mis ojos es otro efecto secundario. En realidad, mis ojos son
azules, pero como tengo niveles muy bajos de melanina, se ven los vasos
sanguíneos, por eso parecen violetas. ¿Puedo vestirme ya? —pregunta en
voz baja después de pronunciar su discurso con voz monótona.
Le doy la camiseta. Antes de que pueda decir algo más, se la pone
por la cabeza y tira de ella hacia abajo antes de quitarse la toalla y utilizarla
para recogerse el cabello.
—He oído hablar del albinismo, pero, para ser sincero, no sé casi nada
de él.
—No mucha gente lo tiene. Yo nací con él, así que no conozco nada
diferente. —Se encoge de hombros, claramente incómoda, pero eso es lo
que yo quería, ¿no? Aunque, por alguna razón, no me gusta que se sienta
incómoda por una condición médica que está fuera de su control—. No es
que eso impidiera que los niños fueran imbéciles —murmura en voz baja,
jadeando cuando dejo caer la toalla y me pongo los calzoncillos.
—Entonces, ¿solo afecta al color de tu cabello y ojos?
—Y mi piel. No es por falta de vitamina D. Le doy mil vueltas a Casper
el Fantasma. Pero debido a mi coloración, me quemo con facilidad, así que
tengo que tener cuidado con el sol. Lo mismo me pasa con los ojos. Son muy
sensibles a la luz brillante y mi visión era una mierda. Pero me hice una cirugía
correctiva, aunque sigo necesitando gafas.
—Pero no te estás muriendo, ¿verdad?
Se burla y cruza los brazos sobre su pecho.
—Debería ser tan afortunada. No, mi esperanza de vida habría sido la
misma que la de cualquier otra persona hasta que llegué aquí. Si hubiera
sabido cómo iba a acabar esto, me habría ido a nadar con tiburones.
Parece que habría sido una opción más segura.
Paso mi lengua por mi labio inferior y sonrío.
—Me pregunto si el sarcasmo es un efecto secundario.
—En realidad soy jodidamente agradable, pero los imbéciles siempre
sacan lo peor de mí.
Me acerco, incapaz de resistirme. Una parte de mí quiere que acabe
siendo un fraude, así tengo una buena razón para castigarla.
Pero la otra parte lo único que desea es estrecharla entre mis brazos
y besarla.
Joder, esta mujer va a ser mi muerte.
CAPITULO 7

La forma en que me observa me hace retroceder. Sacude la cabeza


como para despejarse antes de aclararse la garganta.
—¿Necesitas ir al baño o algo?
—Estoy bien.
—Bien. Entonces te arroparé.
Las ganas de darle un puñetazo en su estúpidamente bello rostro son
tan fuertes que tengo que respirar hondo y contar hasta diez antes de
exhalar.
—Creo que puedo arreglármelas —digo entre dientes apretados.
Me muevo y camino junto a él hacia el dormitorio, pero él agarra mi
muñeca y me hace girar para mirarlo.
—¿Hice que pareciera una opción? —Me hace retroceder hasta que
mis pies golpean la cama y caigo en ella.
Me revuelvo en la cama, luchando por sujetar la camiseta para no
exponerme, lo cual es ridículo. Él ya lo ha visto todo, pero hay algo mucho
más íntimo cuando hay una cama de por medio.
—Ahora, no estés tan asustada, mascota. Tu virtud está a salvo de mí.
No sé si me está diciendo que es una buena persona o que no soy su
tipo. Francamente, no me importa mientras mantenga sus manos y su polla
para sí mismo.
—¿Y mi lengua? —Sonríe, y entonces me doy cuenta de que he dicho
todo eso en voz alta.
Mi rostro está en llamas, pero simplemente me acuesto, me muevo tan
lejos como puedo por la cama y me pongo de cara a la pared. Si no puedo
irme, lo menos que puedo hacer es ignorar a este imbécil. Oigo cómo se
abre un cajón, pero no me doy vuelta. Me mantengo lo más lejos posible de
él hasta que noto que la cama se hunde.
Estoy a medio girar cuando siento que me tiran del brazo y escucho
el clic de unas esposas al encajar en mi muñeca. Abro la boca para gritar,
pero él presiona su mano libre sobre ella y utiliza la otra para enganchar el
otro extremo de las esposas a la estructura metálica de la cama.
—Puedes gritar todo lo que quieras. Las habitaciones están
insonorizadas.
Mi pecho sube y baja rápidamente mientras intento aspirar aire hacia
mis pulmones, pero no sirve de nada.
—Pórtate bien y ganarás privilegios. Si me cabreas, te demostraré lo
cabrón que puedo llegar a ser. —Su mano libre roza mi muslo mientras la
otra sigue tapándome la boca—. Después de todo, la camiseta es mía.
Podría devolverla. Y la cama es de Jagger. Siempre puedes dormir en el
suelo.
Desconecto con todo —sus palabras se confunden entre sí mientras
desestimo su monólogo— intentando calmar el pánico que amenaza con
hacerme perder el conocimiento. No me gusta estar encerrada, pero
puedo soportarlo... a duras penas. Es una de las cosas para las que recibí
ayuda de la legión de terapeutas que visité, pero las esposas... Bueno, eso
ya es otra historia.
Se baja de la cama y se dirige a la puerta. Quiero rogarle que me
quite las esposas. Suplicarle que me portaré bien si me las quita. Pero me
muerdo el labio con fuerza, sabiendo que solo le estaría dando más
munición.
Espero a que se vaya y cierre la puerta antes de echarme a llorar.
Sollozo contra la almohada, agradecida por la insonorización. No quiero
que tenga la satisfacción de saber cuánto me está afectando su forma de
torturarme.
Siento una opresión en mi pecho y respiro entrecortadamente
mientras las manchas bailan ante mis ojos, atrapada entre el antes y el
ahora. Normalmente, hablaría conmigo misma para superar el ataque de
pánico, recordándome que no estoy allí, que estoy en casa y a salvo. Pero
esta vez no funcionará. Ahora mismo, estoy tan lejos de estar a salvo como
puedo estarlo.
Así que en lugar de luchar contra la oscuridad cuando tira de mí, me
rindo a ella, necesitando un descanso del miedo que está haciendo que mis
músculos se agarroten y se acalambren. Mi cuerpo ya palpita por mi fallida
huida anterior. Si quiero tener una segunda oportunidad de escapar de este
lugar, necesito curarme, y ahora mismo eso significa dormir.
Sé exactamente dónde estoy cuando me despierto. Oh, cómo me
habrían gustado dos minutos de feliz ignorancia entre el final de mis sueños
y el aleteo de mis ojos al abrirse. Pero no. No tengo esa suerte y esto no es
un sueño. Es una puta pesadilla y, por desgracia, es real.
Voy a moverme y gimo cuando recuerdo que tengo el brazo
esposado. Compruebo que sigo sujeta y me sobresalto al darme cuenta de
que tengo la muñeca libre. Me doy la vuelta, dispuesta a levantarme y
volver a probar la puerta, pero me golpean dos cosas a la vez: el dolor de
mi cuerpo y un gran brazo que se acerca a mí.
Grito cuando me tiran contra un pecho duro. Lucho por liberarme,
pero ese forcejeo lastima mi ya sensible cuerpo, haciéndome gemir. El
agarre se afloja un poco antes de que oiga el susurro de las mantas y,
entonces, la luz de un teléfono móvil se enciende y gira hacia mí. Jadeo
cuando la luz me da en los ojos.
—Estás hecha una mierda. Deja que te traiga hielo y analgésicos —
dice Slade antes de levantarse de la cama en calzoncillos.
—¿Qué demonios estás haciendo en la cama conmigo?
—Vigilándote.
—Tenías los ojos cerrados —digo bruscamente.
—Tengo el sueño ligero. No hay forma de que pases sin despertarme.
—Entonces dormir en la silla debería estar bien.
—No voy a dormir en una puta silla —gruñe mientras abre la puerta
del dormitorio y se detiene en el umbral, mirándome de nuevo—. Jagger.
No oigo nada y, unos instantes después, un Jagger aturdido sale de la
habitación de Slade sin más ropa que unos calzoncillos blancos. Joder, ¿es
que estos hombres no tienen pijama?
—¿Qué? —refunfuña Jagger, entrecerrando los ojos mientras Slade
enciende la luz del pasillo.
—Quédate con Astrid. Necesito conseguirle hielo y analgésicos.
Jagger tensa todo su cuerpo y mueve la cabeza en mi dirección,
aunque dudo que pueda verme muy bien en la oscuridad.
—¿Está bien?
¿Es preocupación lo que detecto en su tono? Si lo es, puedo trabajar
con eso. Recuerdo haber leído en alguna parte que es mejor hacerse querer
por los secuestradores para que te consideren una persona y no una cosa.
Si puedo hacer que se preocupen por mí, tal vez me dejen ir.
—Está dolorida, lo cual, dado su estúpido intento de huida anterior, no
es de extrañar —responde Slade.
Sí, no me molestaré en intentarlo con ese hombre. Tendría mejor suerte
con Satanás.
—Entendido —responde Jagger, dirigiéndose hacia mí. Me incorporo
con dificultad y llevo las rodillas contra mi pecho.
Estoy temblando, y no sé si es por el ataque de pánico, por el frío o
por otra cosa, pero de repente todo esto de quererlo a él me parece la idea
más ridícula del mundo. Se acerca a un rincón de la habitación y enciende
una lámpara, bañando la habitación con un suave y cálido resplandor.
Cuando se vuelve para mirarme, su mandíbula se aprieta, así que solo
puedo suponer que Slade tenía razón, y se ve tan mal como se siente.
—Cristo, Astrid.
Camina hacia mí y se sube a la cama. Lo miro con recelo mientras
levanta la mano e inclina suavemente mi mandíbula con el pulgar antes de
pasar su otro pulgar sobre la hinchazón de mi mejilla.
—Lo vas a sentir durante los próximos días, pero el hielo te ayudará.
Trago saliva, sin saber qué decir cuando se mueve hacia el otro lado,
de modo que queda entre la pared y yo, y se desliza bajo las mantas.
—Vamos, entra.
Sacudo la cabeza.
—Necesito ir al baño.
Es una excusa, pero necesito un maldito minuto para recomponerme
antes de que me dé un infarto.
Mueve los labios, pero no me detiene mientras me bajo de la cama
—ignorando el dolor— y me dirijo a toda prisa al baño, cerrando la puerta
detrás de mí. Me apoyo en ella durante un minuto antes de maldecir porque
realmente tengo que orinar y no quiero hacerlo con él al otro lado de la
puerta. Me muerdo el labio, sé que Slade no se lo pensará dos veces antes
de entrar aquí. Abro el grifo y dejo correr el agua antes de correr al váter y
hacer mis necesidades, estableciendo un nuevo récord de velocidad. Tiro
de la cadena y cojeo hasta el lavabo, con las rodillas palpitándome, tal vez
más que la cabeza.
Mientras me lavo las manos, me miro en el espejo y gimo ante mi
reflejo. Joder, parezco una mierda. Peor que una mierda, en realidad, sea
lo que sea. Los moratones de mi rostro contrastan con la palidez de mi piel,
y mis ojos parecen estar sufriendo la resaca del infierno. Tengo el derecho
hinchado, al igual que la mejilla. Debo de haberme golpeado contra el
suelo más fuerte de lo que suponía. Miro hacia abajo e inspecciono el resto
de mi cuerpo y suspiro. Tengo moratones en los bíceps y las muñecas, y las
rodillas enrojecidas, pero al menos empiezan a formarse costras. Aprieto los
puños y la piel de mi mano herida se tensa dolorosamente.
—Mierda.
La puerta se abre de golpe, haciéndome saltar, Slade entra y me mira
con el ceño fruncido. Odio sentirme frágil a su lado. Algo en mi expresión
debe de decirle que apenas pendo de un hilo, porque no me grita como
haría normalmente. En lugar de eso, se acerca a mí y toma mi mano,
retirando con cuidado la venda para inspeccionarla.
—La hemorragia se ha detenido y ha empezado a formarse una
costra. Así que creo que ya no hace falta el vendaje. Pero tendrás que tener
cuidado —dice antes de revisarme con cuidado el corte de la frente.
Satisfecho de que se esté curando igual de bien, tira las dos vendas a la
basura y se vuelve para mirarme una vez más.
Sin decir nada más, me rodea la muñeca con una mano, llevándome
de vuelta al dormitorio y a la cama. Me siento en el borde y acepto el vaso
de agua que me tiende.
—Aquí tienes. Toma esto.
Miro las pastillas que tiene en la mano y miro su rostro.
Suspira, toma mi mano vacía y me obliga a abrir los dedos.
—Solo son analgésicos normales de venta libre. Si quisiera hacerte
daño, ya lo habría hecho.
No señalo que la mitad de estas lesiones son por su culpa. Tomo las
pastillas y me las pongo en mi boca —antes de que pueda cuestionar mi
idiotez— y me las trago con el agua.
Una vez que termino, se lo devuelvo y jugueteo nerviosamente con el
dobladillo de mi camiseta mientras él coloca el vaso en la mesilla junto a lo
que supongo que es la bolsa de hielo.
Me ve mirarlo y lo levanta, colocándolo suavemente contra mi mejilla.
—Son guisantes congelados, pero es mejor que nada. Ahora súbete.
Algunos tenemos que levantarnos dentro de unas horas.
—Puedo dormir en el sillón —ofrezco rápidamente. Niega con la
cabeza y se acerca a la silla. Respiro aliviada antes de darme cuenta de
que solo está apagando la lámpara.
Cuando vuelve a la cama, no me queda más remedio que moverme.
Me quedo encima de las mantas, o ese es el plan. Jagger, que creía
que se había dormido, tira de las mantas hacia atrás y me arrastra hasta que
estoy tumbada con las mantas cubriéndome la mitad inferior.
—Solo duerme. No te va a pasar nada esta noche.
—Entonces, ¿estoy a salvo esta noche, pero mañana soy presa fácil?
Ni siquiera tengo la oportunidad de ordenar mis pensamientos antes
de que Slade se suba a mi lado. Me pasa el brazo por la cintura mientras
Jagger se asegura de que la bolsa de hielo está en su sitio.
Parpadeo y miro sin ver hacia el techo oscuro y me pregunto por
millonésima vez, ¿por qué yo, mierda?
CAPITULO 8

La observo mientras intenta relajarse y casi siento lástima por ella. No


tiene ni idea de lo que le espera. Cuando llegué a casa después de
contarles a los demás lo que había pasado, no esperaba encontrarme a
Slade y a Astrid dormidos en mi cama. Me quedé en la puerta como una
enredadera, observándolos durante un segundo, y sentí que algo profundo
encajaba en su lugar.
Oh, Slade puede hablar muy bien cuando está despierto. Pero
cuando duerme, sus muros están caídos. No tenía idea de que se
acurrucaba protectoramente alrededor de la mujer que tanto profetizaba
odiar. A decir verdad, creo que ella lo asusta mucho más de lo que él la
asusta a ella. Demonios, a mí también me asusta, y no tengo ni la mitad de
problemas de confianza que Slade.
Contemplé la posibilidad de sentarme en la silla y vigilarlos, pero no
quería que Slade pensara que no confío en él con ella. Él la presionará, de
eso no tengo la menor duda, pero no cruzará la línea. Cómo lo trato es una
prueba de nuestra confianza tanto como todo lo demás. Estar en prisión,
especialmente de la forma en que estaba, cambió fundamentalmente algo
dentro de él. No conozco los pormenores de lo que pasó tras las rejas, pero
sé que no fue bueno. Así que, sí, algunas de las reacciones de Slade son
excesivas, pero se hacen por reflejo. No lo presionamos porque se cierra en
banda y desaparece durante días. Prefiero que esté aquí, donde al menos
puedo echarle un ojo, a que esté en no se sabe dónde, haciendo no se
sabe qué, mientras intenta olvidar la mierda que le ha tocado.
Cerré la puerta y me dirigí a la habitación de Slade antes de
quedarme en bóxers, renunciando a una ducha antes de meterme en la
cama. Lo siguiente que supe fue que Slade me estaba llamando.
Ahora los dos se han vuelto a dormir y me siento inquieto. Tumbado
boca arriba, miro fijamente la habitación a oscuras y pienso en mi
conversación de antes con los demás.
—¿Por qué intentó escapar si no tenía nada que ocultar? —había
preguntado Oz, recostándose en su asiento de la mesa.
—¿Por qué coño no iba a intentar escapar? Dios sabe que habría
hecho lo mismo en cuanto hubiera visto una oportunidad —respondió Greg.
Es el que más se opone a esto, pero no se opondrá a nosotros.
—¿Está bien? —preguntó Zig, mirándome mientras me pasaba la
mano por el cabello.
—Está bastante golpeada. Slade la golpeó como el ex jugador de
fútbol estrella que es.
Crew hizo un gesto de dolor.
—Ouch. ¿Vas a hacer que Salem la cure?
Crew y Wilder volvieron tarde, así que aún no habían conocido a
Astrid. Todo lo que sabían era lo que les habían dicho.
Miré a Zig, pero negó.
—No. Podría ser exactamente lo que busca. La prueba de que Salem
es una superdotada. No sabemos si Astrid lo es. Solo tenemos su palabra, y
yo, por mi parte, no creeré una mierda hasta que tenga pruebas.
Hawk apretó los dientes y apartó la mirada.
—Son solo algunos golpes y magulladuras. Mañana estará dolorida,
pero se recuperará —le dije. Lo entiendo. No me gusta que le duela más
que a él. Ayudé a curarla, así que sé que sus heridas no son tan graves como
me temía.
—Tal vez así se lo piense dos veces antes de huir la próxima vez —dijo
Oz.
—Por el amor de Dios, Oz. ¿Qué te pasa? Estás siendo un imbécil —
gruñó Greg.
—No me gusta tener a alguien aquí que podría ser una amenaza
potencial para Salem. Ya ha sufrido bastante.
—Lo entiendo. Lo entiendo, pero Astrid no ha hecho nada para
ganarse tu ira. Así que, ¿por qué no te controlas antes de hacer o decir algo
de lo que te arrepientas? ¿Dónde está Salem de todos modos?
—Está acostada. Le duele la cabeza. —Oz puso los ojos en blanco.
—No creo que le duela mucho la cabeza. A menos que se exceda
con la curación. —Wilder pareció confundido por un segundo, pero cuando
vio que Oz lo miraba, soltó una risita.
—Oh, ya veo. Te está ignorando, ¿eh? ¿Supongo que Salem no es fan
de cómo estamos jugando a esto?
Zig levantó su cerveza y bebió un trago.
—Le trae muchos sentimientos desafortunados hacia ella —admitió.
—No es de extrañar. Ella también estuvo cautiva, y ahora le estamos
haciendo lo mismo a Astrid —resopló Greg.
Oz se levantó y golpeó la mesa con la palma de la mano.
—No es lo mismo.
Greg se levantó también y se burló, habiendo llegado a su límite.
—No, tienes razón. No lo es. Salem estaba cautiva por su don, mientras
que Astrid lo está porque no puede demostrar el suyo. A todos les encantaría
que lo de Astrid no fuera más que un elaborado engaño. Si es quien dice ser
y realmente vio cómo mataban a Salem, entonces tendrás que enfrentarte
al hecho de que tienes prisionera a la única persona que tiene la llave para
salvar la vida de tu mujer. —Y con esa frase de despedida, Greg empujó su
silla a un lado y se marchó.
—Joder —maldijo Oz, pasándose una mano por el rostro—. No es que
quiera que sea así, pero no puedo, no quiero poner a Salem en peligro.
—Lo sé. Siento lo mismo. Pero ahora mismo no puedo decir que la crea
culpable o inocente. No la conozco. Ninguno de nosotros la conoce.
Tomamos una decisión, sin embargo, y ahora tenemos que dejar que se
desarrolle hasta que podamos determinar la verdad acerca de por qué ella
está aquí. No huirá de nuevo. Tendrá suerte si Slade la deja orinar sola
después del intento de fuga de esta noche.
—Jesús, si consigue pasar la noche sin apuñalarlo, yo digo que
deberíamos declararla inocente —soltó Hawk, haciéndome soltar una risita.
—No es tan malo.
Creed enarcó las cejas.
—Está bien, admito que puede ser intenso. Pero es protector, eso es
todo. Le gusta Salem, y sabe lo que está en juego aquí. De todos nosotros,
es el menos probable que se deje engañar por un rostro bonito.
Me doy la vuelta y suspiro, dándome cuenta de que subestimé el
impacto de Astrid. A la mayoría de los chicos les gustan las relaciones de
ménage. Algunos han tenido relaciones serias, como Creed y Hawk. Algunos
simplemente están abiertos a la idea. Pero Zig, Oz y, hasta cierto punto, Luna,
y sus chicos de MC lo normalizaron todo. Ahora ni siquiera pestañeamos ante
el concepto de relaciones con varias personas en ellas. No puedo decir que
me inclinara a un lado u otro hasta que Slade salió de la cárcel.
Nunca hemos hablado de ello, pero nació un pacto en silencio,
derivado del trauma que sufrió Slade y de mi miedo a perderlo de nuevo.
Puede que no quiera follarme a Slade —no somos así—, pero hay una
conexión que existe únicamente entre nosotros dos.
Desde que recuperó su libertad, solo baja la guardia lo suficiente
como para follar si yo estoy allí para vigilarle las espaldas. Para mí, el único
momento en que puedo salir de mi cabeza lo suficiente como para dejarlo
todo y relajarme es cuando él está en la habitación conmigo. La culpa que
aún siento por todo lo que pasó no me deja dormir. Si hubiera estado con él
cuando todo esto pasó, podría haber...
Me doy la vuelta y gruño contra la almohada. Podría haberlo hecho,
debería haberlo hecho, los «hubiera hecho» son para maricas. Ahora está
aquí, y eso es lo único que importa. Verlo ahí tumbado en paz me provoca
algo. No sé si estoy agradecido o celoso. Tal vez una mezcla de ambos. Ella
puede darle lo que yo no puedo, y eso es precioso en sí mismo. Pero las
cosas preciosas se rompen, y no creo que Slade pueda sobrevivir a otro
golpe sin hacerse añicos.
¿Qué pasa con esta maldita chica?
Es guapa. Lo reconozco. Tampoco es el tipo de belleza al que solemos
estar expuestos. Slade y yo tendemos a ir por chicas fáciles. Eso nos hace
sonar como idiotas, lo sé. Pero no estábamos buscando nada serio, y las
chicas de bar tienden a querer nada más que un poco de diversión con un
par de hombres del lado equivocado de las vías antes de establecerse con
el Sr. Correcto. Siempre estamos dispuestos a complacer.
Astrid es lo más alejado que se puede estar de una mujer de bar.
Aparte del hecho de que apesta a dinero, tiene un aire de clase, un aplomo
con el que algunas mujeres simplemente nacen. Pero lo que la distingue es
su aspecto. Su belleza reside en su singularidad. Su larga melena blanca, su
piel de porcelana y sus ojos violetas, que antes brillaban a la luz de la
lámpara, la hacen parecer un personaje de cuento de hadas. Antes tuve el
extraño impulso de pasarle el cabello por detrás de las orejas para ver si eran
puntiagudas. No es broma, no desentonaría en una película de Tolkien.
Puede que su rostro grite cuento de hadas, pero su cuerpo es obra del
diablo, creado para que un hombre solo piense en el pecado. Me pregunto
cuántos habrán caído de rodillas por ella. Es pequeña y con curvas, y mi
polla se pone rígida cada vez que estoy en la misma habitación que ella.
No se me escapa la ironía de que, mientras Slade ha encontrado la
paz en sus brazos, yo estoy aquí pensando solo en el caos. La mujer me ha
hecho tantos nudos que me preocupa que, cuando llegue el momento de
que se vaya, no sepa cómo deshacer los lazos que nos unen.
Aprovechando la tranquilidad, deslizo la mano dentro de mis bóxers y
agarro mi polla dura, acariciándola arriba y abajo mientras imagino a Astrid
de rodillas mirándome con esos ojos inquietantes. Tiro con fuerza y aprieto
con más fuerza, sintiendo una pequeña punzada de dolor. Imagino a Astrid
mordiéndose el labio mientras Slade se acerca a ella por detrás y le acaricia
los pechos, besando la pendiente de su hombro.
Amiga o enemiga, ya sé que no importará. Slade y yo no estaremos
satisfechos hasta que la tengamos repartida entre nosotros.
Me follo con la mano cada vez más deprisa hasta que eyaculo sobre
mi abdomen. Me tomo un momento para recuperar el aliento, salgo de la
cama y voy al baño a limpiarme.
Exhalo un suspiro y miro fijamente mi reflejo, casi deseando que la
imagen que me devuelve la mirada intente hacerme entrar en razón, pero
no hay suerte.
Esta vez, cuando me tumbo en la cama, no tardo en quedarme
dormido, con unos bonitos ojos violetas acechando mis sueños.
CAPITULO 9

Cuando me despierto, me tenso al sentir un cuerpo cálido a mi lado.


Me vuelvo para mirar a Jagger y veo que sigue dormido. Está tumbado
boca arriba, con un brazo bajo la almohada y el otro sobre el pecho.
Miro a mi otro lado y encuentro vacío el espacio donde dormía Slade.
Resoplo, incapaz de contener mi alivio mientras me incorporo. Slade es
intenso, y no creo que esté preparada para lidiar con su particular forma de
ser idiota antes de estar bien cafeinada.
Vuelvo a mirar a Jagger y siento el extraño impulso de volver a
tumbarme y acurrucarme contra él.
Ese pensamiento me congela. ¿Acurrucarme en él? Es un
secuestrador, no un puto osito de peluche. No nos acurrucamos con
secuestradores.
Vale, sí, necesito cafeína ahora, preferiblemente administrada por
litros por vía intravenosa.
Cuando Slade aparece en la puerta, suspiro. Olvídate del café y
dame tequila.
—Estás despierta.
Perceptivo, este.
—Eso parece.
—¿Necesitas más analgésicos?
Tengo tantas ganas de decirle que no, pero no puedo. Me siento
como una bolsa de mierda calentada esta mañana. Necesito drogas más
de lo que necesito usar mi maldad.
—Por favor.
Asiente y desaparece. Vuelve unos minutos después con un par de
pastillas y un vaso de agua. Extiendo una mano temblorosa y tomo las
pastillas, las pongo en mi boca y las bajo con el agua. Le devuelvo el vaso
y veo cómo agarra el vaso de la mesilla y se los lleva a la cocina.
Me muerdo el labio y miro hacia el baño, preguntándome si puedo
hacer pis rápidamente antes de que vuelva.
La respuesta es no. Un momento después, vuelve a acercarse a la
cómoda y agarra el plato con el sándwich de mantequilla de cacahuete y
mermelada. Se vuelve, mirándome con un tic en los labios, antes de
llevárselo también.
No pierdo ni un segundo más. Salto de la cama y me apresuro a ir al
baño, conteniendo las lágrimas por el dolor que siento en el cuerpo. Orino y
me lavo las manos. Esta vez evito mirarme en el espejo, sabiendo que, como
mínimo, me veré tan mal como me siento. Y es jodidamente horrible. Salgo
a toda prisa del baño y choco con Slade, que me espera al otro lado de la
puerta.
Grito de asombro por el impacto —sus manos me agarran de los
brazos para sujetarme— y reprimo un gemido de dolor. Su expresión
parpadea con preocupación por un momento antes de disimularla.
Levantando mi mano, mira mi palma y asiente contento al ver cómo se está
curando. Me suelta y comprueba el corte en mi cabeza antes de ponerse
en cuclillas delante de mí.
Tropiezo hacia atrás y jadeo.
—¿Qué estás haciendo?
—Revisando tus rodillas. ¿Qué creías que estaba haciendo?
Tiene un tono burlón en la voz, pero evito soltar mi réplica, me siento
demasiado desequilibrada para entrar en un combate con este hombre.
Me agarra por las caderas y tira de mí para acercarme. Cuando me
tiene donde quiere, pasa los dedos sobre mis rodillas antes de mirarme.
—¿Cómo se sienten?
—Doloridas e hinchadas.
—Bueno, definitivamente están así. Tendrás que moverte despacio los
próximos días. —Sonríe complacido.
—Sí, apuesto a que te encanta, ¿verdad?
No contesta. Se levanta y se inclina sobre mí. Lo usa como táctica
intimidatoria. Ni siquiera intenta ocultarme su hostilidad. Pero bajo el odio,
hay algo más: curiosidad.
—¿Quieres ducharte?
Parpadeo, apartando mi mirada de la sombra de su barba de tres
días, para centrarme en sus ojos.
—¿Sola?
Inclina la cabeza y me susurra al oído:
—Ahora, ¿dónde está la diversión en eso?
—Entonces no me ducho, gracias —resoplo, me alejo y vuelvo a la
cama.
Mira de mí a Jagger.
—Con tanta prisa por alejarte de mí. Dime, cariño, ¿es porque te gusta
Jagger más que yo? —Hace un mohín—. ¿O es porque me deseas tanto
que te aterroriza, así que haces lo que hacen todas las presas cuando se
ven acorraladas: huir?
Sus palabras encienden un fuego en mi interior.
—No soy la presa de nadie —gruño antes de tirar del borde de la
manta y volver a subir a la cama, lanzándole una mirada de lástima—. Los
vi a ambos en calzoncillos. Digamos que me quedo con Jagger.
Me frunce el ceño y abre la boca para decir algo. No puedo evitar
clavarle un poco más las garras.
—Lo sé, lo sé, hace frío —le respondo con mi voz más
condescendiente. Puede que sea un puto idiota, pero no tiene nada que
envidiar a las chicas de sociedad con las que fui al colegio. Sus palabras
eran tan afiladas como sus uñas de punta francesa, cada una diseñada
para sacar sangre.
En lugar de enfado, me sorprende ver diversión.
—Hace frío —asiente tirando de la manta para envolverme—. Eso
explicaría esto, ¿eh? —Me acaricia el pezón antes de guiñarme un ojo y
darse la vuelta. Me enfado, odio que tenga la última palabra.
Además, no es como si estar duros tuviera algo que ver con Slade o
Jagger. Son sensibles. Claro, los chicos son guapos, si te gusta ese tipo de
chico malo, robusto y guapo, que podría agarrarte y echarte por encima
del hombro. Espera, ¿dónde estaba...? Ah, cierto. Pezones duros. Miro
rápidamente a Jagger para ver si escuchó algo. Por suerte, sigue dormido.
Desafortunadamente, cuando Slade tiró de la manta, la quitó del pecho de
Jagger, dejándolo expuesto para mi placer visual.
Siento un cosquilleo en los pezones que me hace maldecir en silencio.
¡Malditas tetas traidoras que sufren el síndrome de Estocolmo! Tengo que
alejarme de estos tipos. No seré esa chica que deja que un hombre
encuentre las respuestas a sus problemas en su vagina. No tengo un coño
de terapia que arreglará cualquier problema que estos dos imbéciles
tengan mientras son acariciados. No voy a...
—Oye.
Pego un grito, me escabullo y me caigo de la cama.
—Hijo de puta. —Me tumbo en un lío arrugado y rezo para que se dé
la vuelta y se vuelva a dormir.
Pero no lo hace, porque el universo me odia. Asoma la cabeza por el
borde de la cama con una sonrisa divertida.
—¿Qué haces?
—Buscando mi dignidad.
—¿Necesitas ayuda?
—No, esa zorra hace tiempo que se fue. —Suspiro, haciéndolo reír.
—Quiero decir, ¿necesitas que te eche una mano?
—Oh, claro. No. Déjame aquí. Tengo miedo de que, si me muevo, me
duela.
Frunce el ceño antes de arrastrarse fuera de la cama y colocarse
sobre mí. Piel dorada y cálida, abdominales que parecen una puta cadena
montañosa y, oh, mira... un paraje de extraordinaria belleza natural. Espera,
¿está creciendo ese árbol? ¡Aj!
Cierro los ojos de golpe —ignorando el hecho de que mi coño quiere
hacer el chachachá— y doy gracias porque mis pezones no se encienden
cuando estoy excitada. Y ahora vuelvo a enfadarme. Parece que
últimamente solo tengo dos configuraciones: zorra asesina y estorbo.
Cuando lo oigo reír, abro un ojo y lo miro fijamente.
—¿Qué? —pregunta al captar mi expresión.
—Tu sonrisa —digo, sintiéndome como una perdedora.
—¿Qué pasa con ella?
—Nada. Deberías hacerlo más a menudo. Tienes una gran sonrisa. No
es que todo el paquete no sea genial. —Mis ojos se abren de par en par al
darme cuenta de lo que acabo de decir—. No tu paquete, paquete. Me
refiero a todo este... —Agito las manos para rodearle el pecho, imitando un
poco al señor Miyagi de Karate Kid, antes de darme por vencida.
Me doy la vuelta e intento rodar bajo la cama, donde puedo
acurrucarme en posición fetal y revolcarme en mi humillación en paz. Pero
me detiene cuando se agacha, me agarra de las caderas y me levanta del
suelo.
Sin estar preparada para el movimiento, floto como un pez
electrocutado hasta que me pongo en pie. Me aparto el cabello del rostro,
negándome a encontrarme con la mirada de Jagger y espero que el suelo
se abra y me trague entera.
—Oye, está bien —intenta tranquilizarme. O creo que eso es lo que
está haciendo. No me doy cuenta cuando da un paso adelante y su
enorme polla me pincha en el estómago.
—Tu ramita me está pinchando.
Se muerde el labio, intentando contener la risa, mientras niego.
—No sé qué me pasa. Supongo que debo haberme golpeado la
cabeza más fuerte de lo que pensaba.
Alarga la mano y traza el corte en mi frente con la yema del pulgar.
—Creo que te pondrás bien.
—Sí, no. No te creo. Estoy bastante segura de que tengo daño
cerebral.
—¿En serio, y eso por qué? —Su voz desciende, haciendo que mi
estómago se sienta como si acabara de conducir demasiado rápido por
una colina, todo mientras su ramita y sus bayas se aprietan contra mí.
—Porque prefiero salir y sentarme con Slade que tener que terminar
esta conversación.
—Ahora, no seas así. Me gusta esta versión nerviosa de ti. Es adorable.
—Oh, bien. Puedo morir con el notable logro de ser guapa en mi
historial. Hombre, mis padres habrían estado tan orgullosos. —Mierda, no
quería decir eso.
—¿Habrían? ¿No vives con ellos?
Vaya, no tardaron mucho en investigarme, ¿verdad?
—Hace mucho tiempo que no los veo, y no, no quiero hablar de ello.
—Está bien, al menos por ahora. Hay otras formas de conocer a una
persona.
¿Cómo puede alguien hacer que una simple frase como esa suene
como una insinuación?
—Sí, voy a pasar. Me siento como si me hubiera dormido y despertado
en un universo alternativo o algo así. ¿Cuánto tiempo tengo que quedarme
aquí?
Da un paso atrás y se cruza de brazos. Si no lo conociera, diría que lo
ofendí de alguna manera.
—Todo el tiempo que haga falta. ¿Por qué? ¿Tienes prisa por estar en
algún sitio?
—¿Importaría?
—No.
Levanto las manos, frustrada.
—¿Entonces por qué preguntas? No te importa, y respuestas así me
dan ganas de gritar.
—Mira, entiendo que estás cabreada. Pero seguro que puedes ver de
dónde venimos. No tienes ni idea de por lo que ha pasado Salem. Así que,
entiendo que no entiendas por qué somos tan protectores con ella como lo
somos, pero hay una buena razón para todo esto. Si no tienes nada que
ocultar, ¿entonces por qué importa? Son unos pocos días de tu vida.
Me muerdo las ganas de gritarle en la cara. En lugar de eso, respiro
hondo.
—Lo entiendo, hasta cierto punto. Esperaba incredulidad y hostilidad,
incluso ira, porque estoy acostumbrada a esas cosas. Lo que no esperaba
era que me mantuvieran prisionera. Ahora puedes justificarlo como quieras,
pero cuando abres la cerradura de una puerta de la que no tengo llave, te
conviertes en mi captor, no en mi amigo. Y tengo una tolerancia
sorprendentemente baja a las estupideces cuando se trata de
desconocidos que creen que pueden dictar lo que hago con mi vida.
»Puedo ver que tratas de mantener el ambiente ligero entre nosotros.
Y a menos que esté realmente fuera de juego, puedo sentir la atracción
también. Pero lo que esto es ahora es todo lo que será. Mi atracción por ti
no es más que admirar algo brillante. Así que voy a seguir el consejo de mi
madre, mirar, pero no tocar.
—Crees que lo tienes todo resuelto. Pero como dijiste, todos somos
extraños aquí. Le debemos a Salem. Pero tú... Bueno, nosotros no te
debemos nada.
Resoplo y me doy la vuelta, dirigiéndome al baño, necesito espacio
para respirar. Me detengo en la puerta y me giro hacia él.
—Atravesé medio país para salvar a la mujer que tanto dices amar.
Me lo deben todo.
CAPITULO 10

Me quito los auriculares y pongo el juego en pausa cuando Jagger


entra furioso en la habitación y se sienta a mi lado.
—¿Pasa algo?
—No.
—Bien. —Me levanto y me dirijo a la cocina para servirnos un café a
los dos. Espero a que se acerque y tome asiento en la isla antes de deslizarlo
hacia él.
—Ella se mete bajo mi piel, eso es todo.
Doy un sorbo a mi café mientras espero, sabiendo qué hay más.
—La deseo.
—Lo sé.
—Ella también lo sabe, pero no está dispuesta a ir allí. No después de
todo esto.
Me encojo de hombros.
—No puedo decir que la culpe. No estoy seguro de que, si los papeles
se invirtieran, me interesaría tampoco.
Se burla.
—Sí. Ambos sabemos que eso es mentira.
—No importa de todos modos. No se trata de mí.
—¿Ah, no? Entonces, cuando me la folle, ¿no quieres participar?
—Entonces, ¿es cuándo, no sí?
Se sobresalta al oír eso, sin darse cuenta de lo que había dicho.
—Supongo que sí. Si consigo que entre en razón.
—Sí, correrse en tu polla .
—Ni siquiera finjas que no la deseas.
—Ni siquiera me gusta.
—¿Y te tiene que gustar para follártela?
—¿Quieres que me la folle como si la odiara? ¿A quién estoy
castigando, Jagger, a ella o a ti? Porque pareces demasiado cabreado por
haber sido rechazado por una chica que conoces desde hace cinco
minutos.
El pecho de Jagger se agita mientras controla su ira. No hablo, le doy
la oportunidad de calmarse mientras sigo bebiendo mi café.
—Estoy cabreado porque la deseo, pero toda esta situación está
jodida. Y no quiero hacer esto sin ti, pero no sé qué pasa por tu cabeza. Un
minuto no puedes soportarla, y al siguiente, estás envuelto alrededor de ella
como un maldito pretzel.
—No creo que pueda hacerme responsable de lo que hago cuando
duermo, Jagger. Jesús.
—Esa es la cosa, Slade. Tú no duermes. Al menos, no hasta anoche.
—No le des importancia a esa mierda —le advierto. Lo último que
necesito es que empiece a actuar como si Astrid fuera una cura milagrosa
para la mierda que tengo en la cabeza.
Se pasa una mano por el rostro antes de dar un buen trago a su café
y volver a dejarlo sobre la encimera.
—Voy a darme una ducha y luego a dar un paseo. Tengo que
despejarme. También tengo que comprobar algunas cosas con el equipo
de construcción cuando lleguen.
—Bien. Vigilaré a nuestra pequeña mascota. Pero me lo debes.
—Sí, la historia de mi vida —murmura, alejándose mientras se dirige a
mi habitación para ducharse.
Termino mi café, maravillado por el caos que puede provocar una
sola mujer, antes de sacar las cosas para hacerme un sándwich fresco de
mantequilla de cacahuete y mermelada. Por el rostro de asco que puso esta
mañana cuando le quité el viejo, está claro que no le gusta, pero no me ha
pedido nada más. Si quiere algo más, lo dirá. Y cuando lo haga, haré un
trato con ella.
Como no estoy seguro de cómo toma su café, o si lo toma en
absoluto, le sirvo una taza y añado un poco de media crema antes de
colocarla en una bandeja con el sándwich. Agrego una naranja y la llevo a
la habitación.
La ducha está abierta cuando entro, así que deslizo la bandeja sobre
la cómoda y me dirijo al baño, empujando un poco la puerta. La observo a
través de la puerta de cristal esmerilado mientras enjabona su cuerpo. No
veo nada más que una imagen borrosa de ella, pero no necesito verla para
recordar su aspecto. Cada vez que cierro los ojos, imagino su cuerpo sexy
como la mierda, resbaladizo por el agua de la ducha.
Mi polla se pone rígida dentro de mis bóxers, pero si la toco ahora, sé
que no podré contener las ganas de inclinarla sobre la encimera y follármela
hasta que grite. Me pongo un pantalón de chándal de Jagger, agarro una
camiseta con una botella de cerveza en la parte delantera y vuelvo al salón
para llamar a E.
Miro el reloj y veo que aún es temprano. No muchos de los chicos
estarán levantados a menos que tengan trabajo, pero E, como yo, siempre
ha sido madrugador.
Responde al primer timbre, con voz clara y despierta.
—¿Alguna vez duermes?
—Casi tanto como tú. No tienes el mercado de los demonios
acaparado, Slade —me recuerda E, y tiene razón. La cárcel me destrozó la
cabeza, pero la mayoría de los chicos de aquí han tenido que superar algún
tipo de trauma al menos una o dos veces. En el caso de E, todo empezó
cuando era niño.
—¿Averiguaste algo más sobre Astrid? —Voy directo al grano.
—Si estás preguntando si sé con certeza la razón por la que hizo el
viaje hasta aquí, la respuesta es no. Realmente no esperaba encontrar una.
No es así como funciona, y lo sabes. Lo que sí sé es que hace la compra y
paga las facturas a tiempo. Gasta la mayor parte de su dinero en libros, y
aparte de eso, es realmente aburrida. No puedo encontrar ninguna señal
de un trabajo. No encuentro señales de que alguna vez haya tenido uno.
—Sus padres deben financiar su estilo de vida —murmuro.
—Puede que la financien, pero seguro que no la colman de
atenciones. Supongo que llover dinero sobre ella es una forma de aliviar la
carga de culpa por haberla abandonado de hecho.
—¿Abandonándola?
—No han estado en casa en años, por lo que puedo decir. Seguro
que no la llaman.
—¿Ni siquiera una postal deseando estar con ella?
—No tengo la impresión de que la deseen cerca de ellos. Sabes, se
dijeron muchas cosas de mí cuando estaba creciendo. Se me juzgaba
porque vivía en una puta caravana, pero los ricos son mucho peor. Puede
que mi madre no tuviera casi nada, pero nunca dudé de su amor por mí.
Esta gente no parece que mearía sobre Astrid si estuviera ardiendo.
—Si nunca están cerca, dudo que siquiera supieran que estaba
ardiendo, para empezar.
Una prueba más de que el dinero no puede comprar el amor.
CAPITULO 11

Miro fijamente el plato y resisto las ganas de lanzarlo al otro lado de la


habitación. La fruta que hay encima me hace la boca agua, pero no puedo
arriesgarme a comérmela ahora que ha entrado en contacto con el
sándwich. Resoplo y me dirijo a la cómoda, rebusco hasta encontrar una
camiseta grande, un bóxers y un pantalón de chándal.
Los pantalones son enormes, pero tienen una cintura con cordón, así
que los ato todo lo que puedo y los enrollo en mi cintura unas cuantas veces.
Siguen siendo demasiado largos, pero tendrán que servirme hasta que
recoja mis cosas. A continuación, me dirijo al armario. Reviso la ropa de las
perchas y agarro una sudadera gris claro. No es que tenga frío, pero me
gusta la idea de poder esconderme tras una capa extra de ropa. Con un
suspiro, vuelvo a la cama y, al sentarme en el extremo, mi estómago gruñe.
Siento que me invade una oleada de melancolía y escondo mis
manos en las mangas. Nunca he tenido mucha suerte. Estoy segura de que,
si no tuviera mala suerte, no tendría suerte en absoluto. No pasa nada. Lo he
aceptado. Pero sentada aquí, con la ventana bloqueada por las
contraventanas, no puedo evitar preguntarme: ¿cómo demonios acabe
aquí?
Cruzo los brazos sobre el pecho, ignorando mi estómago y el olor del
café sobre la bandeja de la comida. Dios, lo que daría por un sorbo ahora
mismo, pero no puedo. Igual que con la naranja, no puedo arriesgarme.
Joder. Necesito... lo que necesito es un plan. Huir no es una opción. Después
de mi primer intento, estarán extra vigilantes. Eso me deja con aún menos
opciones que antes, y no tenía ninguna para empezar. No creo que mi plan
de hacer que se encariñen conmigo vaya a funcionar. Slade me odia y
Jagger... Bueno, está claro que Jagger quiere meterse en mis pantalones,
pero no creo que eso tenga nada que ver conmigo como mujer. Solo soy
un coño que está a mano.
Me sorprende que ese conocimiento duela. Síndrome de Estocolmo
aparte, no voy a negar que el hombre está bueno. Ambos lo están. Supongo
que debería estar agradecida de que al menos haya algo de aprecio
involucrado. Normalmente, estoy reducida a mis defectos. Es fácil para una
persona descartarte si todo lo que se permite ver son cosas negativas.
Bueno, esta chica es una experta en ese tipo de cosas. La única forma de
que Jagger se meta en mis pantalones es si lava mi ropa.
—Vale, se acabó la fiesta de lástima.
Me levanto y me dirijo a la puerta. La abro de un tirón y me dirijo a la
sala de estar. Miro con nostalgia la puerta que da al exterior, pero esta vez
resisto la tentación. Cuando llego al centro del gran salón, encuentro a
Slade sentado en el sofá jugando al Call of Duty. Lo observo un segundo
antes de aprovechar que lleva auriculares y acercarme sigilosamente a la
cocina.
Veo el frutero en la encimera, agarro un plátano y lo pelo
rápidamente, por si acaso me atrapa y me lo quita. Me lo como todo de
cuatro bocados —sin probar bocado en mis prisas— antes de agarrar una
manzana. Le doy un buen mordisco y gimo cuando el dulzor de la manzana
explota en mi lengua.
Cuando el juego en la pantalla se detiene, yo también lo hago,
sintiéndome como un niño al que han atrapado con las manos en la masa.
Cuando Slade vuelve la cabeza, sus ojos se entrecierran en la manzana que
tengo en la mano antes de levantarse. En un arrebato de rebeldía, como
todo lo que puedo mientras él camina hacia mí. Tengo la boca tan llena
que apenas puedo masticar, pero me siento extrañamente orgullosa de mí
misma. Toma, imbécil. Por supuesto, no lo digo en voz alta, no quiero
arriesgarme a que me escupa trozos de manzana.
—¿Qué pasa, mascota? ¿Es que la comida que te damos no es lo
bastante buena para satisfacer tus elevadas exigencias? —se burla. No
podría contestarle aunque lo intentara, así que no lo hago. Sigo masticando
la comida, esperando no atragantarme, porque probablemente se
quedaría ahí parado, viéndome morir.
Me quita el corazón de la manzana de los dedos y lo tira a la basura.
Espera a que termine de comer antes de volver a hablar.
—¿Terminaste?
Asiento con cautela.
—Bueno, ahora, tomar las cosas sin preguntar no está bien. ¿Qué vas
a hacer para compensarme?
Me acorrala mientras frunzo el ceño. ¿Qué demonios está insinuando?
Cuando su mirada recorre mi cuerpo, cruzo los brazos, aunque sé que la
capucha le impide ver algo.
—No estoy seguro de que me guste lo que quieres decir.
Se relame los labios y sonríe antes de tenderme la mano, que
enseguida aparto de un manotazo.
—Lo vomitaré ahora mismo si significa tanto para ti.
Niega, pero vuelve a acercarse a mí, esta vez me toma la mano y me
arrastra hasta el sofá.
—Ya que estoy de canguro, puedes jugar a esto conmigo. Estoy
aburridísimo. A menos que quieras entretenerme de otra manera.
—Si otras formas son algo más que acertijos o una serie de bailes
interpretativos, entonces voy a tener que pasar.
—Figuras. Toma. —Me entrega uno de los mandos y me indica los
botones y sus funciones—. Dispara, salta...
Lo ignoro y me centro en la pantalla cuando su móvil empieza a sonar.
—Practica mientras atiendo esto. —Inicia el juego y se aleja para
atender su llamada.
Me meto en la zona e ignoro todo lo demás a mi alrededor mientras
corro por el campamento base, disparando al otro equipo mientras busco
la bandera. Estoy tan metida en la zona que no me doy cuenta de que ha
vuelto hasta que lo oigo maldecir.
—¿Qué mierda?
—¿Qué? —pregunto distraída, sin mirarlo porque hay un hijo de puta
acampado en lo alto del edificio intentando acabar conmigo. Lo observo
un segundo antes de disparar—. Toma, hijo de puta —murmuro, riendo entre
dientes cuando termina el asalto. Miro las estadísticas, asintiendo cuando
veo el nombre de mi avatar en lo más alto, antes de mirar a Slade, que me
mira con cara de asombro—. ¿Qué?
—¿Sabes jugar?
Miro las estadísticas, luego el mando que tengo en la mano, vuelvo a
mirarlo y me encojo de hombros.
—La mayoría de las mujeres que conozco tienen poco interés en los
videojuegos.
—Sí, una cosa más para que sospeches de mí.
Suspira y se sienta a mi lado, agarrando un segundo mando.
—¿Jugamos otra vez?
—Supongo —digo, pero en secreto estoy bailando feliz. Me estaba
volviendo loca en ese dormitorio.
Así que eso es lo que hacemos durante las tres horas siguientes. No nos
detenemos hasta que se abre la puerta. Jagger se queda congelado en la
puerta, mirándonos mientras Slade apaga la televisión y me quita el mando
de las manos.
—Me preguntaba cuánto tiempo más ibas a estar. Yo también tengo
cosas que hacer.
Me estremezco ante su tono. Supongo que nuestra pequeña tregua
ha terminado. Me levanto y me alejo, dejándolos discutir mientras vuelvo al
dormitorio. Cruzo la habitación y me subo encima de la cama,
tumbándome de lado, de espaldas a la puerta. Podría echarme una siesta.
No hay mucho más que hacer. Oigo a alguien entrar en la habitación, pero
lo ignoro y cierro los ojos. Me repliego sobre mí misma y dejo que mis
pensamientos se alejen, distanciándome de estos dos hombres que me
están provocando un latigazo emocional.
Cuando abro los ojos, me siento desorientada: la habitación parece
más oscura, aunque es difícil saberlo con las estúpidas persianas bajadas
todo el tiempo. Me levanto de la cama y reprimo un gemido al estirarme, ya
que mi cuerpo aún siente las secuelas de haber sido estampada contra el
suelo por un tren de mercancías. Voy rápidamente al baño y me miro el
rostro. La mejilla se me ha puesto de un precioso color morado, pero la
hinchazón parece haber bajado un poco. Y el corte de la frente tiene muy
buen aspecto.
Me echo un poco de agua en el rostro y me lo seco a golpecitos,
sintiendo que me empieza a doler la cabeza detrás de los ojos. Es culpa mía
por jugar a videojuegos sin los lentes puestas. Sé que no debo hacerlo, pero,
sinceramente, no pensé que Slade me las conseguiría. No quería perder mi
única oportunidad de evadirme desde que llegué aquí.
Es hora de aguantarse. No tengo ni idea de cuánto tiempo piensan
retenerme, pero no puedo seguir así. Necesito mis gafas y comida de
verdad. Vuelvo al salón y esta vez encuentro a Jagger apoyado en la
encimera con el móvil en la oreja. Echo un vistazo rápido, pero no veo a
Slade. No sé si sentirme aliviada o decepcionada.
Cuando Jagger me ve, levanta un dedo para decirme que espere.
—De acuerdo, si estás seguro, estaremos allí en cinco minutos. —
Cuelga y se mete el móvil en el bolsillo mientras sus ojos recorren mi cuerpo,
observando mi ropa prestada.
—Te ves linda con mis cosas.
Agacho la cabeza cuando noto que se me calientan las mejillas.
—¿Quieres venir a la casa principal y comer algo?
Levanto la cabeza tan rápido que casi me hago daño en el cuello.
—¿En serio?
Asiente con la cabeza.
—Era Zig al teléfono, diciéndome que te trajera.
Me muerdo el labio, preguntándome si estoy a punto de entrar en otro
interrogatorio.
—Solo es comida, Astrid —me tranquiliza Jagger, como si leyera mis
pensamientos.
—De acuerdo —digo en voz baja.
Espero a que diga algo más, pero se limita a tenderme la mano. Tras
un momento de vacilación, la tomo. Cuando su mano se cierra alrededor
de la mía, dejo que me guíe hacia la puerta, deteniéndolo una vez que
llegamos a ella.
—Um... ¿zapatos?
Me mira a los pies, luego echa un vistazo a la habitación y maldice.
—No tengo ni idea de dónde los ha puesto Slade —admite antes de
agacharse y tomarme en brazos.
Pego un grito de sorpresa, pero le rodeo el cuello con los brazos para
no caerme cuando sale y cierra la puerta de una patada. Miro a mi
alrededor y veo que todos los vehículos de construcción han desaparecido.
Antes de que pueda asimilar mucho más, ya estamos dentro del edificio
principal.
Oigo voces que hablan y ríen, que se detienen al vernos a Jagger y a
mí.
Luchando contra el impulso de saltar de los brazos de Jagger y salir
corriendo, les hago un pequeño gesto con la mano.
—Hola —digo en voz baja mientras observo las caras que se sientan
alrededor de la mesa. Algunas las reconozco, otras no.
—¿Qué mierda? —Greg, creo que se llama, se sobresalta, poniéndose
en pie de un salto al acercarse. Hundo la cabeza contra Jagger, que me
abraza con más fuerza—. ¿Qué mierda le ha pasado en el rostro? —grita
mientras me pone suavemente una mano en el brazo, sobresaltándome
más que si me hubiera pegado.
Maldita sea, ¿por qué la amabilidad siempre me resulta tan
chocante? Me giro hacia él, sus ojos preocupados se encuentran con los
míos.
—Intentó huir. Ya te lo he dicho. Slade la detuvo —responde Jagger
con un suspiro antes de que pueda decir nada.
—¿Slade hizo esto? —La voz de Greg cae en un gruñido bajo, que, no
voy a mentir, es increíblemente sexy, a pesar de que es mucho mayor que
yo.
—No me hizo daño a propósito —susurro, preguntándome por qué
demonios estoy defendiendo a ese hombre. Por alguna razón, no me gusta
la idea de que piensen que me atacó con los puños.
—Si la bajas, puedo... —Las palabras de Salem son cortadas por las de
Oz.
—No.
La habitación se queda en silencio, el ambiente es tan tenso que estoy
a punto de decirles que me vuelvo a mi habitación cuando Greg desliza un
dedo bajo mi barbilla y me echa la cabeza hacia atrás.
—¿Tienes hambre?
—Me muero de hambre —admito, mi estómago retumba
ruidosamente como confirmación.
—Bueno, entonces, vamos a conseguirte algo de comer. Jagger, ya
puedes bajarla.
Parece reacio a hacerlo, pero al final me baja. Greg me hace señas
para que lo siga cuando la puerta que tenemos detrás se abre y vuelve a
cerrarse de golpe.
—¿Qué está pasando? —La voz de Slade llama antes de que me vea
de pie justo en frente de Jagger—. Pensé que el objetivo era mantenerla
alejada de Salem.
Me estremezco ante sus palabras y le doy la espalda.
—Le dije a Jagger que la trajera, así que ya puedes dejar de hacerte
el idiota —responde Zig.
Greg me acerca una silla y me siento en ella con cuidado, evitando
mirar a los demás. Nunca he sido una mariposa social. Para eso hay que
tener amigos. Si esto es lo que me he estado perdiendo, creo que pasaré.
—Al menos dime que no te duele nada —pregunta Salem, con la voz
entrecortada. Levanto la vista y la veo mirando a Slade.
—Oh, seguro que me echó la culpa a mí, pero Astrid fue la que huyó.
Yo solo hacía mi trabajo —gruñe, apartando una silla del extremo de la
mesa.
—En realidad, Astrid te defendió, aunque Dios sabe por qué.
Cuando los ojos de Salem se dirigen a los míos, le ofrezco una
pequeña sonrisa.
—Estoy bien. No me duele nada —miento entre dientes. Y todos lo
saben, pero no me lo dicen.
Traga saliva y asiente con la cabeza antes de levantarse y dirigirse a
la cocina. Gregg se sienta a un lado de mí, y Jagger ocupa la última silla
que queda en el otro. Oz salta para ayudar a Salem, junto con uno de los
chicos que no conozco. Me mira, pero no dice nada. Es tan atractivo como
el resto de los chicos, pero su aspecto tiene más de rockero. Entre los dos
sacan cuencos llenos de verduras y lo que parece un asado. Se me revuelve
el estómago y se me sonrojan las mejillas.
—¿Los chicos no te dan de comer? —pregunta con una sonrisa otro
desconocido al final de la mesa. Su sonrisa parece genuina. De hecho, de
todos ellos, este tipo parece el más accesible.
Miro de él a Slade y me muerdo la lengua. Y se produce otro silencio
incómodo. Se me eriza la piel y me sudan las palmas de las manos hasta tal
punto que sé que tengo que salir de aquí antes de hacer algo
estúpidamente embarazoso como llorar.
Me levanto y miro a Salem.
—Lo siento, voy a volver...
Ella frunce el ceño.
—No. Tienes que comer. Ignora a estos tipos. Dios sabe que voy a
hacerlo.
—Oye —se queja Oz, pero ella lo ignora.
No le quito los ojos de encima y vuelvo a sentarme lentamente en la
silla. Toma un plato y empieza a servir verduras con una cuchara antes de
pasar a la carne asada. Hace una pausa y vuelve a mirarme.
—No eres alérgica a nada, ¿verdad?
Me muerdo la uña del pulgar, mirando nerviosa a mi alrededor. Sus
ojos se suavizan cuando se da cuenta de que no quiero responder y dar a
estos hombres claramente hostiles un arma que utilizar contra mí.
—Aquí nadie lo usaría contra ti.
No estoy segura de creerla, pero admiro la fe que tiene en estos tipos.
—Cacahuetes. Soy alérgica a los cacahuetes —admito, y Slade se
levanta bruscamente, derribando su silla, y me mira fijamente durante un
segundo antes de salir de la casa.
Agacho la cabeza y suspiro, preguntándome por qué soy yo la que
se siente mal en este escenario.
—¿Qué coño le pasa ahora? —sisea Greg.
No le contesto, y Jagger tampoco. Tomo el plato que me ofrece
Salem y le doy las gracias en voz baja mientras espero a que los demás
tomen los suyos. Me observan con curiosidad, pero hago como si no sintiera
sus ojos clavados en mí.
Slade vuelve a entrar unos minutos después con una bandeja llena de
cosas. Lo miro, confusa, hasta que veo el bote de mantequilla de
cacahuete. Veo cómo lo tira todo a la basura antes de dejar la bandeja
sobre la encimera y lavarse las manos.
Me mira fijamente mientras toma asiento, sus ojos brillan con algo. Está
enfadado conmigo, pero también hay algo más. ¿Culpa, tal vez? O
remordimiento. Por la forma en que frunce el ceño, sé que no le gusta nada
sentirlo.
—Astrid, ¿por qué no nos hablas de ti? —pregunta Greg mientras
todos comen.
Lo miro y me río, pero no es un sonido alegre.
—¿Por qué? Ustedes ya lo saben todo, y lo que no sepan,
probablemente lo desentierren en un día o dos. —Respiro hondo para
calmarme—. Creo que ahora mismo lo mejor es que me coma la comida
que Salem ha tenido la amabilidad de preparar y vuelva a mi habitación.
Me mantendré alejada de todos hasta que me digan que puedo irme, y
luego pueden hacer como si nunca hubiera estado aquí.
CAPITULO 12

Jesús, nunca me había sentido tan incómodo en mi propia casa. Pero


mirando a Astrid en este momento, viendo lo miserable que se ve... Tengo
que recordarme a mí mismo que somos los buenos. Solo estamos tratando
de mantener a todos a salvo.
Y si lo digo lo bastante a menudo, puede que empiece a creerlo.
—Bueno, me gustaría que me hablaras de ti, Astrid. Por cierto, tienes
unos ojos preciosos —dice Greg con una suave sonrisa, allanando el camino.
Si alguien aquí está dotado, es él. Tiene la habilidad de calmar cualquier
situación, pero incluso él está cabreado ahora mismo. No con Astrid,
irónicamente, sino con todos nosotros. Jesús, ¿cómo se jodió todo esto?
—¿Qué quieres saber? —le pregunta ella con recelo, dando un
bocado a su comida y gimiendo de agradecimiento—. Esto es increíble,
Salem. Ojalá pudiera cocinar así.
—¿No te gusta cocinar? —Sonríe.
—No es que no me guste, es que se me da fatal. Soy de esas personas
que podrían quemar agua. Creo que mi problema es que me distraigo con
facilidad —admite mientras me siento a escucharla hablar, el tono melódico
de su voz me tranquiliza.
—Suena como Slade —bromea, pero Astrid sigue comiendo,
fingiendo no oír.
—¿Dónde vives? —le pregunta Creed.
Suspira y termina su bocado de comida antes de responder.
—¿Me estás diciendo que no lo sabes? ¿O estás intentando ver si
puedes atraparme en una mentira?
No contesta, lo que vuelve a tensar la habitación. Jesús, esto fue una
mala idea.
—¿Sabes qué? Deja que te lleve de vuelta y podemos ver una película
o algo —le ofrezco, lo que hace que Slade frunza el ceño.
—¿Qué?
—Nada. Si quieres intimar con nuestra...
—Prisionera —interviene Astrid, haciendo que Slade se vuelva hacia
ella.
—Prisionera —acepta con una sonrisa—. Entonces, por supuesto.
—Curioso, no parecías molesto cuando estuviste jugando a
videojuegos con ella toda la tarde.
—No fue en toda la tarde. —Slade sacude la cabeza.
—Me siento como el hijastro pelirrojo con el que nadie quiere jugar. En
serio, no me hagas ningún favor. Estoy más que feliz de ir a sentarme en la
habitación con las persianas bajadas y los sándwiches asesinos de
mantequilla de cacahuete y mermelada. Está claro que no me pierdo gran
cosa. —Astrid coloca el tenedor en el centro del plato y empieza a
levantarse, pero Greg gruñe.
—Quédate sentada y come tu comida. Ignora a estos hijos de puta, y
cuando termines, te llevaré a dar un paseo para que tomes un poco de aire
fresco.
—¿En serio? —le susurra.
Maldita sea, soy un idiota.
—De verdad. A mí tampoco me gusta estar encerrado. Espera, no
eres claustrofóbica, ¿verdad?
Ella sacude la cabeza y le toca ligeramente la muñeca con la mano.
Una neblina roja me cubre los ojos durante un segundo y tengo que luchar
contra el impulso de romperle el brazo a ese hijo de puta.
—No son los espacios pequeños, aunque no soy una gran fan de ellos.
No me gusta estar encerrada —admite, bajando la voz a un susurro. Pero
hay algo en su tono que me eriza el vello de los brazos.
—Bueno, ¿a quién demonios le gusta? —Greg está de acuerdo,
pasando por alto su incomodidad—. Confía en mí, el paseo te hará mucho
bien.
Se muerde el labio y se inclina más hacia él. Agarro el tenedor con
tanta fuerza que me sorprende que no se doble.
—No sé qué les ha pasado a mis zapatos —murmura.
Greg gira la cabeza para mirarnos a Slade y a mí. Slade, por supuesto,
no escuchó lo que se dijo.
—¿Qué?
—¿Dónde están los zapatos de Astrid?
Todos miran de Astrid a Slade.
—En mi habitación. No sé por qué me miran así. Intentó huir. Me
encargué del problema quitándole los zapatos. —Se encoge de hombros, y
sé que algunos de los demás ven su lógica, aunque puedo decir que tanto
Greg como Salem están cabreados. No me molesto en decirles que iba
descalza cuando huyó.
—Me recuerda a cuando estuve prisionera. También me quitaron los
zapatos —dice Salem mientras golpea con fuerza su vaso de agua contra
la mesa—. Por supuesto, yo tenía mi propia ropa. Solo puedo adivinar por el
atuendo de Astrid que ni siquiera tiene eso.
Astrid se pasa las manos por los ojos y suspira.
—Te agradezco que me defiendas, Salem, pero no pasa nada. Dijeron
que podía quedármelo todo una vez registrado. Lo que llevo puesto es
bastante cómodo. Aunque me vendrían bien unos zapatos —admite con
una sonrisa irónica, intentando calmar la situación. Es irónico, dadas las
circunstancias.
»Si acaso, lo que me gustaría son mis lentes, mi cepillo de dientes y mi
EpiPen. Ya saben, por si acaso. —Se detiene cuando ve que las miradas se
vuelven de sorpresa—. O no. Puedo esperar. No puede pasar mucho más
tiempo antes de que me dejen ir, ¿verdad?
—Tus cosas están listas, Astrid, y lo están desde anoche —le informa
Evander mientras entra en la cocina, captando el final de la conversación.
Le tiembla la mandíbula mientras evita mirar en mi dirección y en la de
Slade.
—Oh. —Cruza los brazos sobre el pecho y asiente—. Lo siento. Lo
siento, ya no tengo tanta hambre. —Se levanta, y Greg se levanta con ella.
—Vamos, te ayudaré a encontrar tus zapatos, y luego podemos dar
ese paseo. Curiosamente, yo tampoco tengo tanta hambre.
Slade también se levanta, pero Zig lo mira.
—Quédate. Greg la tiene.
Sabiamente, Slade se sienta mientras Astrid y Greg salen. Gruño al ver
cómo Greg levanta a Astrid en brazos y la lleva por el pasillo.
—Creo que tenemos que repasar algunas cosas —anuncia Zig.
Giro la cabeza para mirarlo y veo a Salem mirándome con una
expresión extraña en el rostro.
—¿Qué?
—¿Te gusta?
—¿Y? —No lo niego.
Hawk se ríe.
—Bueno, joder. Tienes mucho trabajo por delante. Es espinosa como
un puercoespín, y después de ver cómo son ustedes dos con ella, entiendo
por qué.
—Es curioso, no escuché a ninguno de ustedes quejarse cuando ella
llegó aquí. Y te pareció bien que Jagger y yo cuidáramos de ella,
manteniéndola fuera de tu camino mientras decidías si se podía confiar en
ella o no, y no he recibido ni una palabra que diga que eso ha cambiado.
¿Soy un idiota? Sí, pero siempre lo soy. ¿Por qué actúas como si algo de esto
fuera nuevo? —argumenta Slade.
—No eres un imbécil para mí —le dice Salem, y veo cómo sus ojos se
ablandan por la mujer que todos hemos llegado a querer.
—Confío en ti —afirma.
—Pero hubo una vez, que era una extraña, y aun así nunca me
trataste así.
—Oz y Zig te reclamaron. Para que lo hicieran, sabíamos qué clase de
mujer eres —le digo. Se frota la frente durante un minuto, como si tratara de
encontrarle sentido a todo aquello.
—Entonces, ¿que ustedes hayan sido amables con mi persona, no
tenía nada que ver conmigo sino con Oz y Zig?
Mi cerebro envía una bandera roja. Advertencia. Peligro.
—¿Es una pregunta trampa, como si mi culo se viera gordo con estos
pantalones?
Toma un panecillo de la cesta que tiene delante y me lo lanza a la
cabeza. Lo atrapo y le sonrío antes de darle un buen mordisco.
Exhala y vuelve a intentarlo.
—Entiendo por qué estás siendo cauteloso, y es dulce, hasta cierto
punto. Pero lo que le estás haciendo a ella, no tanto. Puede que no sea
capaz de ver dentro de su mente, pero me gusta pensar que soy bastante
buena leyendo a la gente. Y Astrid Montgomery es tan malvada como mi
dedo gordo.
—No creo que sea malvada, Salem. Pero la gente buena puede
hacer cosas malas por las razones correctas, al menos en sus cabezas. Esta
conexión que tiene con un hombre de tu pasado, y con otra persona
dotada, es bastante sospechosa. Pero saber de lo que es capaz este
hombre... eso es lo que me preocupa. Se cargó esa clínica sin pestañear.
—¿Lo hizo? —Se cruza de brazos.
—Sabes que lo hizo. Nos lo dijo.
—Nooo. Astrid nos dijo que él se encargó del problema, y todos
ustedes se aferraron a eso y decidieron que él era el que voló la clínica. Este
no eres tú. No lo entiendo. Ustedes están entrenados para hacer cosas que
yo nunca soñé, pero ahora actúan como niños. Y ni siquiera agradables.
—¡Oh, vamos! —protesta Slade.
—Le guardaste la ropa, le quitaste los zapatos, la mataste de hambre,
le quitaste los lentes y las medicinas...
—Vale, cuando lo dices así, suena mal. Pero no pensábamos que
necesitara gafas. Demonios, no sabíamos que necesitaba un EpiPen porque
no sabíamos de su alergia a los cacahuetes.
—Estaba en el archivo que hice —señala Ev.
—Que ninguno de nosotros ha tenido tiempo de leer todavía. —Slade
suspira—. No nos lo dijo, o yo nunca le habría dado esos bocadillos. Joder,
ya me viste tirarlo todo cuando me enteré. No quiero hacerle daño, Salem.
Solo no quiero perder a otra persona.
Todos guardan silencio durante un minuto, pero entonces Zig habla.
—Si te refieres a Cooper, era un traidor —gruñe.
—Lo sé, Zig. Lo sé, joder, ¿vale? Pero antes de eso, era mi amigo.
Joder, fue la única figura paterna que tuve durante mucho tiempo. Confié
en él, y la cagó, y está muerto, y ahí es donde se merece estar, pero eso no
significa que no se me permita llorar por el hombre que era antes de que su
mujer enfermara.
—Y luego la perdimos a ella también —digo, entendiendo por qué
Slade se ha cabreado. Perdió mucho estando dentro, y que lo liberen y
luego le quiten también a Cooper es mucho.
—Era un maldito traidor. No lamento que esté muerto, pero tienes
razón. No siempre fue ese hombre, y aunque sigo sin estar convencido de
que tener a Astrid aquí sea una buena idea, hay que separar las dos cosas.
Cooper nos traicionó. Nos sacrificó voluntariamente a mí y a Zig y estaba
dispuesto a someter a Salem a Dios sabe qué horrores en un intento de salvar
a su mujer. Una parte de mí lo entiende. No estoy seguro de que haya algo
que no haría para salvar a Salem, pero tiene que haber una línea que no
cruzaremos para evitar convertirnos en los mismos hombres contra los que
luchamos. —Oz se limpia la boca y empuja su silla hacia atrás.
—Cooper nos dio una sentencia de muerte. No es lo mismo con Astrid.
Si ella está mintiendo acerca de quién es, todos estamos en peligro. Si ella
está diciendo la verdad, entonces Salem lo está. Estamos condenados de
cualquier manera. —Zig suspira.
Salem se pone en pie y rodea la mesa hasta donde está sentado
Slade. Se inclina sobre él y le rodea el cuello con los brazos.
—Siento que hayas perdido a Cooper, pero creo que se había ido
mucho antes de morir. Ahora puedo prometerte que no me perderás. No
nos perderás a ninguno de nosotros mientras trabajemos juntos. Ahí es
donde Cooper metió la pata. Se alejó. Dejó de ser Apex mucho antes de
saber de mí. Astrid no es Cooper. Ella podría tener la única llave que tenemos
para evitar un ataque.
Slade se inclina hacia Salem y gime.
—Bien, tú ganas. Además, es difícil odiar a alguien que puede
patearme el culo en Call of Duty.
Los demás se ríen, pero me limito a mirar a Slade, preguntándome si
dice la verdad. Como si sintiera el peso de mi mirada, me mira una vez que
Salem lo suelta. De algún modo, no creo que su respuesta vaya a ser tan
directa como dice.
—Entonces, ¿qué quieres que hagamos ahora? —le pregunto a Zig,
sintiéndome un poco molesto de que de alguna manera Slade y yo seamos
los malos en esto.
Zig se echa hacia atrás y se encoge de hombros.
—Ev no ha encontrado nada que diga que Astrid no es exactamente
quien dice ser. Deberíamos tratarla como a cualquier otra persona que
estamos conociendo. No es nuestra enemiga.
—Al menos hasta que ella demuestre lo contrario —murmura Oz,
haciendo que Salem se abalance sobre él.
—Sabes que estás actuando como un bebé. Tal vez te gustaría dormir
en la habitación de invitados para que haya suficiente espacio para ti y tu
estúpida cabeza gigante.
Se hace un silencio antes de que todos nos riamos histéricamente.
—Realmente es adorable cuando intenta ser mala. —Creed se burla
de ella, haciendo que se sonroje.
—No soy adorable. Soy malote. Ustedes simplemente no lo aprecian.
—Muy bien, babosa. No me hagas daño. —Creed se acobarda.
—Espero que todos estén deseando cocinar sus propias comidas la
semana que viene —advierte, lo que nos hace callar a todos.
—Me retracto. Eres mala.
—Lo soy, y no lo olviden. Miren, lo único que les pido es que le den una
oportunidad a Astrid. Los quiero, lo saben, pero estaría bien tener a otra
mujer por aquí cuyo coeficiente intelectual sea mayor que su talla de copa.
Sí, Slade, te estoy hablando a ti.
—Tienes razón, Creed. Es mala. —Slade la mira con el ceño fruncido.
—Muy bien, ahora que hemos sacado eso del camino, voy a rastrear...
—No —me interrumpe Zig—. Deja que Greg pase algún tiempo con
ella. A excepción de Salem, todos la hemos cabreado. Greg es el único que
no estaba de acuerdo con nuestro plan desde el principio, y nunca se lo
ocultó. Ahora mismo, necesita un amigo, y ese es Greg.
Cierro las manos en puños. No quiero que Greg sea su puto amigo y,
por la expresión de Slade, a él tampoco le impresiona demasiado la idea.
Oz sonríe satisfecho.
—¿Pasa algo?
—No. Oye, Salem, ¿quieres venir a jugar...
—Termina esa frase y muere —gruñe Oz.
—¿Qué? ¿Videojuegos? —pregunto inocentemente.
Salem se ríe, inclinándose hacia Oz para besarle la mejilla.
—Solo está bromeando. Además, le gustan los ojos violetas —bromea.
Me encojo de hombros. De nuevo, no tiene sentido negarlo. Y ahora
que ha pasado de enemiga a persona de interés, tengo toda la intención
de meter a esa mujer debajo de mí. Entonces quizá sea capaz de sacármela
de encima.
CAPITULO 13

Respiro hondo y exhalo. Estar al aire libre calma al instante mis nervios
crispados, con el sol calentando mi piel mientras la brisa acaricia mi rostro.
Últimamente, solo siento frío y desconfianza.
—Realmente es hermoso aquí afuera. Gracias por esto. —Mantengo
mis ojos puestos en el paisaje, sin querer perderme ningún detalle, porque sé
que en poco tiempo tendremos que volver y enfrentarnos a los demás.
—De nada. Cuando quieras dar un paseo, ven a buscarme.
—¿Por qué eres amable conmigo cuando los demás me odian?
—No te odian. Tienen su propia mierda con la que lidiar, y es más fácil
juntarlo todo que separarlo y lidiar con ello. —Da un paso adelante, desliza
las manos en los bolsillos traseros de sus vaqueros y mira al cielo—. No hace
mucho murió uno de nuestros compañeros, uno de nuestros hermanos.
—Lo siento, no lo sabía.
—¿Cómo lo sabrías? —Gira la cabeza para encontrarse con mi
mirada antes de volver a levantar la vista—. De todos modos, no es solo su
muerte con lo que estamos lidiando. Nos traicionó. Vendió a Salem y
organizó el asesinato de Zig y Oz. Jugó con todos nosotros, y ninguno
sospechó nada hasta que fue demasiado tarde.
Su voz se quiebra al final. Me acerco y le doy mi apoyo sin llegar a
tocarlo.
—¿Estaban muy unidos antes?
—Era mi mejor amigo —responde, girándose para mirarme de
nuevo—. Supongo que la burla. El hombre que yo creía que era no existía.
Todo no era más que una ilusión.
—Al menos no estabas solo. Quiero decir, todos se creyeron la mentira,
¿verdad? Supongo que de ahí viene la ira y por qué todos me miran como
si fuera a clavarles un cuchillo en la espalda en cualquier momento.
—Todos confiábamos en él. A todos nos atrapó por sorpresa.
—Pero crees que, porque eran mejores amigos, deberías haberlo visto
de alguna manera, ¿verdad?
No contesta, pero no hace falta. No es tan difícil de leer.
»Supongo que, si tuvo ese tipo de lealtad de todos ustedes, se la ganó
en algún momento. No estoy segura de qué lleva a una persona a hacer lo
que hace, traicionar así a la gente que quiere, y no creo que debamos
hacerlo. No estamos hechos de la misma manera. Entender significa
comprender, y comprender significa simpatizar, y simpatizar significa
ponerse en su lugar. Pero he descubierto que los únicos zapatos que una
persona debe ponerse son los suyos.
Mirando hacia mí, asimila mis palabras. No sé si me sigue la corriente
o si lo que digo tiene sentido, así que continúo:
—Lo que hizo y en quién se convirtió es culpa suya, no tuya. Algunas
personas nacen malas, pero la mayoría nacen en blanco. Son sus
experiencias las que dictan en quién se convertirán. No siempre fue malo; si
lo hubiera sido, no les habría importado tanto. Algo pasó que lo llevó por un
camino diferente al que llevaba cuando era tu amigo. Yo no lo conocía, así
que no sé si tomó esa decisión a la ligera o si se encontraba en una
encrucijada cuando hizo su elección, mirando por encima de su hombro a
cada paso del camino. Nada es tan blanco o negro como creemos.
—Su esposa estaba enferma.
—¿Qué?
—Su esposa. Estaba enferma.
—¿Estaba?
—Ella murió. Tenía una forma agresiva de cáncer.
Y de repente, el panorama se aclara.
—Ella era la bifurcación del camino. Lo que hizo fue imperdonable.
Pero no creo que el hombre fuera malvado. Y por eso no lo vieron. Él amaba
a su esposa. Eso es lo más importante. Las personas piensan que el amor es
una cosa maravillosa y milagrosa que todos deberíamos esforzarnos por
encontrar. Y estoy segura de que, para algunos, es verdad. Pero esta mierda
de que el amor lo conquista todo es lo que siempre me molesta. El amor no
puede salvarte. La mayoría de las veces, es lo que te arruina.
Sacude la cabeza y frunce el ceño, confuso.
»El amor es más que besos y alguien con quien compartir la vida. La
mayoría de la gente ve la luz que trae el amor, pero olvida que con la luz,
se proyectan sombras. Y dentro de esas sombras yacen los otros aspectos
del amor. Posesión, obsesión, celos, dolor... Todo amor tiene la capacidad
de volverse tóxico. Algo que empieza siendo dulce, inevitablemente se
pudre al final.
—¿Cómo alguien tan joven ha llegado a ser tan...? —se interrumpe,
buscando la palabra adecuada.
—¿Hastiada? ¿Cínica? ¿Reservada? No pasa nada. Puedes decirlo.
No me avergüenzo. Al igual que este amigo tuyo estaba en una
encrucijada, yo también lo estuve. Él se alejó de todos ustedes, renunciando
a todo lo que creía por la mujer que amaba. Sabes, en otra vida, eso lo
convertiría en el héroe de la historia. Es curioso cómo funciona, ¿eh?
»Para mí, todo era cuestión de supervivencia. Después de ser utilizada
una y otra vez, decidí amarme a mí misma y dejar de regalar partes de mí a
personas que no las merecían. Puede que estar hastiada, ser cínica y
reservada, me haga contenerme un poco más que antes, pero ya no confío
en mis instintos. Quiero querer a la gente. Quiero que me quieran, pero me
he dado cuenta de que no lo hacen. Un día me desperté y decidí que me
iba a querer a mí misma. Eso no significa que haya renunciado a que alguien
venga y me encuentre digna. Solo significa que tendrán que esforzarse para
demostrar que quieren más de mí de lo que yo puedo ofrecerles. Nunca
recuperaré las partes de mí que tiré por descuido, pero no importa, porque
ya no tienen el poder que tenían antes. Ahora, si alguien quiere una parte
de mí, tiene que ganársela.
—¿Y la diferencia entre ganarse una parte y recibir una?
—Es el equivalente a que te den una medalla por ganar, en vez de
una pegatina por participar.
Echa la cabeza hacia atrás y aúlla a carcajadas, haciéndome sonreír.
Da un pequeño golpecito en mi brazo y su risa se calma hasta
convertirse en una más ligera.
—Me gustas, Astrid. Y sospecho que, ocultos bajo su exterior de idiotas,
a esos chicos de ahí dentro también. Ellos también están hastiados, son
cínicos y reservados, aunque quizá por motivos distintos. No estoy diciendo
que debas aceptar su mierda. Solo te pido que lo tengas en cuenta. Incluso
los grandes y temibles mercenarios pueden resultar heridos. Solo que somos
hombres, así que no admitimos esa mierda. La enterramos, le echamos tierra
encima y nos vamos.
Jadeo, poniendo una mano sobre mi pecho.
—¿Qué? Los hombres tienen sentimientos —digo con sarcasmo.
Greg mira de un lado y a otro antes de llevarse un dedo a los labios.
—Shhh, no se lo digas a nadie.
No puedo evitar la risa que se me escapa, y Greg sonríe.
Una vez que me he calmado, nos sentamos en un cómodo silencio y
deslizo las manos dentro del bolsillo delantero de la sudadera con capucha
que robé.
—¿Cuándo crees que podré irme a casa?
No se apresura a responder, medita sus palabras antes de volverse
para mirarme.
—¿Puedo hacerte una pregunta primero? Y quiero que pienses bien
la respuesta antes de contestar.
—De acuerdo.
—¿Por qué tienes tanta prisa por irte a casa?
Abro la boca, pero la cierro de golpe.
—¿Sería tan malo quedarse aquí? Si lo que viste se hace realidad,
quizá seas la única persona que pueda impedirlo.
Vuelvo a contemplar el bonito paisaje y me recuerdo a mí misma
todas las razones por las que necesito salir de este lugar. Sobre todo, porque
no me gustan nada los idiotas, y este sitio tiene más que la consulta de un
proctólogo. La verdad es que no tengo nada por lo que volver corriendo a
casa. Y lo que es más importante, no tengo a nadie con quien volver
corriendo a casa. Por supuesto, no digo eso en voz alta. Quiero que piensen
que alguien ahí fuera me echará de menos y notará mi ausencia, aunque
no sea cierto.
—No habría venido hasta aquí si no quisiera ayudar. Pero no voy a
dejar que la gente me trate como una mierda cuando no he hecho nada
para merecerlo.
—Y no deberías. Pero algo me dice que esos chicos podrían estar
viendo el error de sus caminos. —Se inclina hacia mí y me pasa el brazo por
el hombro de forma fraternal.
A pesar de lo recelosa que soy con la mayoría de las personas, nada
de lo que hace Greg parece levantar ninguna bandera roja.
—¿Y eso por qué?
Tira de mí para que me gire con él. Cuando lo hago, veo a Jagger
observándonos desde la cubierta con los brazos cruzados sobre el pecho.
—Porque empiezan a darse cuenta de que no encajas en la caja en
la que intentaron meterte.

Una hora después, estoy reflexionando sobre las palabras de Greg


bajo el chorro de la ducha. Paso aquí más tiempo del necesario, pero salir
significa enfrentarme a Jagger y Slade. Y no estoy segura de poder hacerlo.
Cuando mi piel parece una ciruela y el agua está tibia en el mejor de
los casos, cierro la ducha y salgo. Me envuelvo en la gran toalla que
encuentro colgada detrás de la puerta y respiro hondo antes de abrirla de
un tirón.
La habitación está vacía, pero sobre la cama están mi maleta y mi
bolso. Por alguna razón impía, siento lágrimas llenando mis ojos, pero las
ignoro y me dirijo a las maletas. Las abro y, al ver mis cosas allí,
perfectamente dobladas a pesar de que la gente las ha estado hurgando
en ellas, algo se afloja en mi interior. Paso los dedos por encima de la primera
prenda, que resulta ser un par de pantalones de yoga de color gris brezo.
No soy una fashionista ni mucho menos. Sí, algunas de mis prendas son
caras, básicamente es porque tengo el dinero para permitírmelas. Por lo
general, no salgo a ningún sitio especial, así que mi armario está lleno de
ropa informal: vaqueros, camisetas, ropa de deporte y un puñado de
vestidos negros para cuando tengo que ir a un funeral. A algunas personas
les parecerá extraño tener una pequeña sección dedicada exclusivamente
a la ropa funeraria. Pero cuando ves la muerte tanto como yo, siempre es
mejor estar preparado.
Por muy básica que sea mi ropa, hay algo que decir sobre tener tus
propias cosas. Opto por los pantalones de yoga y una camiseta blanca de
tirantes antes de rebuscar en el fondo de la maleta un par de pantalones
cortos blancos y un sujetador deportivo a juego.
Me pongo la ropa interior con la toalla todavía envuelta. Una vez
cubiertas las partes importantes, me pongo el resto de la ropa antes de
trenzarme el cabello y ponerme los lentes. Cierro la maleta y la dejo en el
suelo, en un rincón, con mi otra bolsa encima.
Sin nada más que hacer, salgo de la habitación en busca de los
chicos. Me sorprende que ninguno de ellos me haya molestado todavía.
Ignoro las mariposas que revolotean en mi estómago. No hay nada que
estos tipos puedan hacerme que no pueda soportar. He soportado cosas
mucho peores.
Con mi pequeña charla de ánimo fuera del camino, me dirijo por el
pasillo y me detengo cuando los encuentro a ambos en la cocina. Me
quedo helada y no sé qué decir cuando me miran. Ninguno de los dos
intenta ocultar el hecho de que me están observando. Finjo que soy inmune,
pero puedo sentir mi cara calentarse mientas un rubor la tiñe.
—No comiste mucho antes, así que estamos haciendo hamburguesas.
Iba a asarlas, pero acaba de empezar a llover. —Slade se encoge de
hombros antes de volver a cortar los panes de hamburguesa.
—¿Quieres una copa? Tenemos vino o cerveza —ofrece Jagger.
—Solo agua está bien, gracias. Yo no bebo.
Slade levanta la cabeza al oír eso, sus ojos fijos en mí a pesar del
afilado cuchillo que tiene en la mano.
—No te gusta o...
—¿O es que tengo otro asunto que puedes pasar por alto? —
pregunto a la defensiva.
Levanta las manos en señal de rendición, lo que habría sido mucho
más efectivo sin el cuchillo.
—Solo curiosidad, Astrid. Eso es todo.
—Estúpida —murmuro para mis adentros, sabiendo que estoy siendo
más zorra de lo normal. Seguro que lo sacan de mí—. No bebo porque no
me gusta tener los sentidos alterados —admito, que es la verdad sin desvelar
demasiado.
—Lo entiendo —afirma en voz baja.
Jagger me da una botella de agua y me acerca a la isla para que
me siente en uno de los taburetes de la barra. Me siento con cautela,
insegura de cómo manejar las nuevas y más amables versiones de estos dos.
Cuando eran imbéciles, sabía a qué atenerme. Ahora, no tanto.
—Relájate, Astrid —me tranquiliza Jagger.
—Claro, ¿por qué no pensé en eso? —murmuro, dando un gran trago
de agua mientras Slade se ríe.
—De acuerdo, fuimos idiotas. Yo fui un idiota, y me gustaría decir que
no solemos ser así. Pero, bueno, eso no es cierto. Al menos cuando se trata
de mí. Puedo decir que no es nada personal. Habríamos sido así con
cualquiera que se nos acercara como tú.
Levanto las cejas.
—Entonces, si un viejo se hubiera tropezado aquí, alegando que vio lo
que vi, ¿también te habrías acostado con él?
Ambos hacen una pausa y se miran antes de volver a dirigirme sus
acaloradas miradas.
—Eso fue diferente —admite Jagger.
—¿Cómo? Habríamos venido con la misma advertencia.
—No nos atraen los hombres. Es a ti a quien queremos follar. —Slade
se encoge de hombros, como si eso lo aclarara todo. Lo miro como un pez
fuera del agua—. ¿Demasiado? Intento ser más abierto, pero no estoy
seguro de cómo me está funcionando. —Slade parece genuinamente
confundido, mientras que Jagger intenta ocultar una sonrisa detrás de su
mano.
—¿Está hablando en serio ahora?
—¿Sobre follarte? Ah, sí —responde Jagger, dándole un mordisco a
un pepinillo.
—Entonces, ¿fuiste malo conmigo porque te gusto? ¿Dónde estamos,
en el jardín de infancia?
—No he dicho que me gustes. He dicho que quiero follarte —responde
Slade, mirándome con el ceño fruncido—. ¿Qué? No he dicho que no me
gustes. No te conozco. Pero me gustaría. Llegar a conocerte, claro.
—¿Por qué si te gusto, puedes follarme? —pregunto, tratando de
entender su proceso de pensamiento, pero estoy muy perdida.
—No necesito que me gustes para follarte. Hay mucho que decir sobre
follar por odio.
Trago saliva y las palabras se me escapan antes de que pueda
reprimirlas.
—No si es lo único que has conocido.
El cuchillo en la mano de Slade cae al mostrador y su mirada furiosa
salta a la mía. Jagger dobla la esquina y se coloca a mi lado, inclinando mi
cabeza hacia atrás para poder mirarme a los ojos. Si pensaba que Slade
estaba cabreado, Jagger parece a punto de estallar.
—¿Alguien te lastimó? —gruñe.
—No de la manera que estás pensando. Y quizá sexo por odio no sea
el término adecuado. Follar por lástima es probablemente más adecuado y
no tengo a nadie a quien culpar, sino a mí misma. Me acosté con chicos
que decían todas las cosas correctas, pero yo no era nada para ellos.
—Tú sí eres algo. —Inclina la cabeza y murmura contra mis labios.
—En la oscuridad de la noche, creía que me querían, pero cuando
salía el sol, la chica a la que adoraban con tanta reverencia se convertía en
nada más que un sucio secreto.
—¿Cuántos años tenías?
—Joven, demasiado joven. Buscaba el amor en los lugares
equivocados.
—Así que eras joven e ingenua. Eso es normal.
Lo empujo y giro en mi silla.
—Soy un bicho raro, Jagger. Soy la chica con la que follas, no con la
que te casas.
Una mano en mi cabello me tira hacia atrás hasta que estoy
arqueada sobre la isla y el rostro enfurecido de Slade aparece sobre el mío.
—No me gusta que te insultes.
—¿Por qué? Todo el mundo lo hace —argumento, sin saber de dónde
viene mi desafío.
—Nadie más importa. —Sus ojos se posan en mis labios y me deja
pasmada al estampar su boca sobre la mía.
Se me escapa un sonido de sorpresa, pero él se lo traga mientras su
boca saquea la mía de la forma más deliciosa. Debería ser jodidamente
incómodo estar en esta posición, pero no lo es. Eso aumenta la
espontaneidad de todo. Me sobresalto cuando siento las manos de Jagger
en mis caderas, sosteniéndome mientras me tiemblan las piernas y los dedos
de mis pies apenas tocan el suelo. Su muslo empuja entre mis piernas y lo
frota contra mí.
De repente, Slade se aparta, sus ojos brillan mientras me mira
fijamente. Esta vez no es la ira lo que lo impulsa, sino la lujuria al rojo vivo.
Jagger me levanta y me vuelve a sentar en el taburete mientras lucho por
salir de la neblina en la que me dejó el beso de Slade.
—Primero tienes que comer —dice Slade, con voz firme que no admite
discusión.
Miro a Jagger y él me guiña un ojo.
—Deja que el hombre te cuide. Ayudará a equilibrar todas las veces
que te hizo enojar.
Asiento distraídamente y miro cómo terminan de preparar la comida.
Debería ofrecerme a ayudar o algo, pero aún estoy procesando el beso.
¿Qué significó? ¿Significa algo? ¿O era una forma de hacerme callar?
—Toma. Come. —Slade desliza un plato delante de mí con una
hamburguesa con queso y patatas fritas aparte. Mi estómago ruge en señal
de aprobación.
—Gracias —digo. Doy un mordisco a la hamburguesa y gimo,
cerrando los ojos. Joder, qué hamburguesa más buena.
Cuando me doy cuenta del silencio, abro los ojos y me encuentro con
que ambos vuelven a mirarme.
—¿Qué?
—Nada. ¿Está buena? —pregunta Slade, sentándose a mi izquierda
con su plato, mientras Jagger se mueve a la silla de mi derecha.
—Increíble.
Comemos el resto de la comida en silencio. Parecen contentos,
mientras que yo soy demasiado gallina para hablar de lo que acaba de
pasar. Joder, ni siquiera sé si me gustan.
Cuando termino estoy tan llena que se me asoma un pequeño bebé
de comida, lo que me hace dar gracias por haber optado por los
pantalones de yoga.
—¿Quieres ver una película? —pregunta Jagger, rompiendo el
silencio y retirando mi plato de la isla.
Si la alternativa es volver al dormitorio y quedarse mirando las cuatro
paredes, diablos, sí.
—Claro.
—Vale, ¿por qué no van Slade y tú a escoger algo mientras yo limpio?
—Puedo ayudar.
Sacude la cabeza.
—Lo tengo.
Miro a Slade, que, como de costumbre, no dice nada. Espero que eso
signifique que está de acuerdo con esto. Estamos hablando de Slade. Me
mandaría a la mierda si quisiera que me fuera, ¿verdad?
Bajo de la silla mientras Slade se acerca a mí y me toma de la mano.
Miro sorprendida nuestras manos unidas y dejo que me guíe hasta el sofá.
—¿Qué quieres ver?
—Um... No lo sé.
—Toma. —Se sienta en el sofá y me pasa el mando a distancia antes
de tirarme a su lado.
Trago saliva y espero que no vea mis manos temblorosas mientras
busco en Netflix y selecciono lo primero que encuentro.
—Bonito —comenta, con los ojos fijos en la pantalla, mientras me quita
el mando a distancia y lo pone en marcha.
Es entonces cuando me doy cuenta de que he elegido la película It.
Normalmente, me gustan las películas de terror, con una pequeña
excepción. Odio los payasos. Me muerdo el labio y me planteo decirle que
he cambiado de opinión, pero entonces él retira la manta del respaldo del
sofá y me cubre con ella, distrayéndome de la idea de la carnicería de
payasos.
—¿Estás enfermo o algo?
—No, la manta es para ti. —Mira hacia mí, confundido.
—El simpático Slade me está asustando —admito.
Sonríe.
—¿Quieres que vuelva a ser un idiota?
Abro la boca, pero antes de que pueda responder, sus labios están
sobre los míos, y todo lo demás se desvanece.
CAPITULO 14

Tengo que decir que besar a Astrid es una de mis cosas favoritas. Si sus
labios tienen tanto poder sobre mí, solo puedo imaginar lo que su coño
puede hacer.
—¿Tengo que tirarte un cubo de agua por encima? —resopla Jagger.
Me aparto con una sonrisa en el rostro que grita jódete. Me mira y
pone los ojos en blanco antes de sentarse al otro lado de Astrid. Astrid abre
los ojos y vuelve a ser consciente de lo que la rodea. Se muerde el labio y
me mira, inocente y con los ojos muy abiertos. Joder, me dan ganas de
desnudarla y doblarla sobre el sofá.
Le guiño un ojo y le doy al play mientras nos acomodamos. Jagger
apaga las luces y se inclina hacia Astrid, que queda atrapada entre
nosotros. Astrid no tarda en sumergirse en la película. Pero a mí me distrae
más la mujer que lo que se ve en la pantalla.
Miro a Jagger y veo que también mira a Astrid, con una expresión
suave en el rostro. Al sentir mis ojos clavados en él, levanta la vista hacia mí.
No necesita hablar para que yo vea la pregunta en sus ojos. ¿De verdad
vamos a hacer esto?
Asiento una vez, dándole luz verde. Es como si fuera todo el permiso
que ha estado esperando, y desliza la mano detrás de ella, sobre el respaldo
del sofá, atrapando un mechón de su cabello y haciéndolo girar alrededor
de sus dedos. Astrid salta y chilla, tapándose los ojos en la manta,
haciéndome reír mientras miro la pantalla para ver qué la ha asustado.
—No te preocupes. Te tengo. —Jagger sonríe como si todo aquello le
pareciera adorable y la atrae hacia sí.
—No suelo ser una persona nerviosa, lo juro.
—Por supuesto que no.
Mira hacia mí y frunce el ceño.
—Es verdad. Las películas de miedo son lo mío.
—¿Lo tuyo? —Sonrío. No puedo evitarlo. Jagger tiene razón, es
adorable. Sobre todo cuando baja la guardia y se olvida de que nos odia.
Por supuesto, a mí también me gusta la espinosa Astrid. Hay algo
increíblemente sexy en esa mujer cuando está cabreada y lista para
enfrentarse al mundo.
—Sí —resopla, lanzándome una mirada asesina antes de apartar la
mirada y volver a centrar su atención en la película. Volvemos a estar en
silencio hasta que los niños de la pantalla se encuentran atrapados en una
vieja casa con el payaso asesino en serie.
—¡Oh, mi maldito Dios! —jadea Astrid, prácticamente arrastrándose al
regazo de Jagger. El bastardo afortunado.
—No te gustan los payasos, ¿eh? —Me río, dándome cuenta de cuál
es el problema.
Me mira.
—Los payasos son los secuaces de Satán, enviados para distraernos
con sus globos de animales y sus grandes pies mientras nos chupan el alma
—dice completamente seria.
No puedo evitarlo. Me río en su cara. Jagger está luchando contra su
propia risa, pero lo hace mucho mejor que yo, por eso solo me mira a mí,
como si estuviera tramando mi asesinato.
—Solo espera. Un día, cuando el mundo sea invadido por zombies...
—Espera, ¿zombis? Creía que tenías un problema con los payasos.
—¿Y quiénes crees que controlarán los ejércitos de muertos vivientes?
—Claro, por supuesto, payasos. Debería haberlo pensado.
Dijo nadie nunca.
—Exactamente. La gente se deja engañar por sus caras pintadas y sus
sonrisas falsas. Pero lo único que hace ese maquillaje es ocultar a los asesinos
que hay debajo.
—Quizá el maquillaje sea solo un elemento disuasorio para que los
zombis no se los coman —bromea Jagger. Pero Astrid ladea la cabeza como
si estuviera considerando sus palabras.
—Tiene sentido. Se ve con criaturas en la naturaleza todo el tiempo:
camaleones, ranas, incluso algunas especies de arañas. Los colores actúan
como una advertencia. Peligro, no me comas.
Asiento, sabiendo en este momento que sería muy fácil enamorarse
de esta mujer.
—Puedo verlo. Si hubiera una fila de payasos y tú estuvieras ahí, yo
también elegiría comerte, siempre.
Esta vez, Jagger sí se ríe. Pero Astrid no le presta atención y me señala
con el dedo.
—Si alguna vez me encuentras en una fila con un grupo de payasos,
significa que me han secuestrado. Otra vez.
—Entonces me aseguraré de rescatarte y comerte después.
Sus ojos se abren de par en par cuando por fin se da cuenta de lo que
estoy hablando.
—Yo... Tú... Maldita sea, Slade —maldice antes de volver a la película.
Agarro el mando a distancia y la pongo en pausa.
—Vamos, solo estoy bromeando. —Me acerco a ella cuando me doy
cuenta de que está realmente enfadada.
—Me está enviando señales contradictorias. Parece una especie de
examen que voy a suspender porque no sabía que tenía que estudiar.
Diablos, ni siquiera sé para qué es el examen. ¿Estás decidiendo mi valía?
¿Hay algún castigo si no cumplo tus expectativas?
—Hey. —La levanto y la siento en mi regazo, de cara a mí, con ella a
horcajadas sobre mis piernas, odiando que parezca realmente disgustada—
. Lo siento. No quería molestarte.
—No lo hiciste. Son los estúpidos payasos —refunfuña con un mohín,
negándose a admitir algo.
—¿Ahora los payasos te ponen triste?
—Los payasos deberían entristecer a todo el mundo. ¿Los payasos
siempre han sido malvados o ha ocurrido algo trágico para que sean así?
¿Y qué pasa con los bebés payaso? ¿Pueden...?
—Dios, eres adorable.
Su boca se cierra de golpe y sus ojos se abren de par en par,
haciéndola parecer un personaje de anime.
—Sé que te estoy confundiendo ahora mismo. Me estoy
confundiendo a mí mismo. Te tropezaste aquí pareciendo algo salido de un
cuento de hadas, y te deseaba tanto, joder. Cuando me di cuenta de que
podías ser una amenaza potencial, me cabreé. Me cabreé conmigo mismo
por quererte. Me cabreé contigo por tentarme. Sé que no es justo, pero
hacía mucho tiempo que no deseaba algo tanto como te deseo a ti. Lo
admito, no lo he manejado bien.
Ella enarca una ceja.
—¿Qué tal una segunda oportunidad? Hola, soy Slade. Creo que eres
tan jodidamente hermosa que me duele respirar, pero tengo un pasado
jodido y arremeto cuando estoy enojado.
Le tiendo la mano y espero a ver si responde. Su mirada va de mi
mano a mi rostro, sus ojos se clavan en los míos, buscando la mentira. No la
encontrará, al menos no sobre esto.
Finalmente, desliza su mano en la mía y la estrecha.
—Hola, me llamo Astrid. Creo que eres muy guapo, incluso con el ceño
fruncido que siempre tienes. Puedo ver el futuro, pero como lo único que
veo es la muerte, eso me trastornó y me convierto en una perra delirante
como mecanismo de defensa para proteger mis partes blandas.
—Prometo tener cuidado con tus partes blandas en el futuro —
murmuro, deslizando un mechón de cabello detrás de su oreja.
—Nunca me he sentido más como un tercero en discordia que ahora
mismo —murmura Jagger, haciendo que Astrid suelte una risita.
—No eres un tercero en discordia. Seguro que eres un bloquea pollas,
pero nunca un tercero en discordia —respondo.
—Él no es un bloquea pollas. No voy a acostarme contigo. —Astrid
empuja mi pecho, pero mis manos se deslizan hasta sus caderas y la
mantienen en su sitio.
—¿Alguna vez? ¿O solo ahora?
—Ahora mismo. Aunque no te prometo nada. Puede que seas lindo
de cara, pero la mitad del tiempo, quiero prenderte fuego.
—¿Escuchaste eso, Jagger? Cree que soy lindo.
—Ah, el oído selectivo en su máxima expresión. —Jagger resopla antes
de deslizarse más cerca, ocupando el lugar que antes ocupaba Astrid.
Observo cómo su mano, grande y llena de cicatrices, se acerca a su
mandíbula.
—No quiero empezar de nuevo porque, bien o mal, conocerte ha sido
lo mejor de mi año. No quiero volver a empezar. Solo quiero hacer las paces.
—Se inclina hacia ella y presiona un beso apenas perceptible en la comisura
de sus labios.
Sus ojos se cierran un segundo antes de abrirse de golpe.
—Espera. A ver si lo he entendido bien, porque no sé si te he entendido
bien. ¿Me deseas? —me pregunta, con inseguridad.
Con mis manos aún en sus caderas, la acerco para que pueda sentir
lo dura que está mi polla.
—Joder, sí, te deseo.
Jadea al contacto antes de tragar saliva y volver a encontrarse con
la mirada de Jagger.
—¿Y tú me deseas?
Toma su mano y la desliza sobre su entrepierna, para que pueda sentir
el contorno de su erección, sin dejar lugar a discusiones.
Su boca se abre, como si se hubiera quedado sin palabras, antes de
sacudir la cabeza y recuperar la compostura.
—¿Tengo que elegir entre ustedes?
—No tienes que hacer nada que no quieras. Pero si pudiéramos elegir,
sería verte retorciéndote entre nosotros. Como a la mayoría de los chicos de
aquí, nos gusta compartir. —Jagger se lo dice sin rodeos.
Nos mira a los dos con curiosidad. En su expresión hay una pizca de
miedo, pero también puedo ver la lujuria en sus ojos.
—Es el doble de divertido. —Me inclino hacia delante y le doy un beso
en la mandíbula.
—Y el doble de angustia —susurra.
—Princesa, no pienso romper nada más que la cama.
Se ríe sorprendida antes de suspirar.
—No lo entiendo...
—¿Entender qué, princesa?
—Miren, ustedes son... —Agita una mano sobre nosotros como si esa
fuera la respuesta.
—Somos...
Resopla.
—Las mujeres se disputarían entre sí para subirse a cualquiera oferta
ustedes ofrezcan. Supongo que estoy preguntando, ¿por qué yo?
—No, quieres saber si te queremos porque es conveniente. No busco
a una esclava sexual, Astrid —le dice Jagger.
—Habla por ti mismo —refunfuño.
Me da un golpe en las costillas, haciéndome sonreír.
—No voy a disculparme por tener pensamientos muy perversos sobre
ti.
Ella sacude la cabeza.
—¿Y bien?
Suelta un suspiro antes que sus hombros se desplomen.
—No digo que no. Pero deberían saber que soy bastante aburrida. Soy
reservada y me gusta serlo. Venir aquí ha sido aterrador, pero...
—¿Pero? —empuja Jagger.
—Pero me ha hecho sentir viva. Llevaba tanto tiempo haciendo lo
mismo que creo que ni siquiera me di cuenta de que lo hacía hasta que
llegué aquí. Tratando de mantenerme a salvo, dejé de arriesgarme. No valía
la pena arriesgarse por el dolor inevitable.
—¿Y ahora? —pregunto suavemente, necesitando que ella asuma
este riesgo. Pero tiene que ser ella la que dé el primer paso.
—Y ahora me cuestiono todo. Tú mismo lo dijiste, soy como un
personaje de cuento de hadas. Solo que yo soy la que se encerró en una
torre.
Se muerde su maldito carnoso labio antes de asentir, tomando una
decisión.
—Me gustaría conocerlos un poco mejor antes de que esto vaya más
lejos. Te conté un poco sobre mi pasado con los hombres. Cometí muchos
errores cuando era más joven. El peor fue castigarme por cosas que no eran
culpa mía, dijeran lo que dijeran los demás. Bebía, fumaba, incluso me metía
en drogas. Y cuando estaba colocada o borracha, creía a todos los chicos
guapos que me prometían el mundo. Cuando se me pasaba la borrachera,
lo único que me quedaba era un puñado de promesas rotas.
Le duele admitirlo, lo noto en cada línea rígida de su cuerpo. Me
sorprende que haya dicho algo.
—Nunca merecieron tu tiempo. Pero si crees que eres la única persona
que hizo un montón de mierda cuando era más joven, te equivocas —dice
Jagger.
Me tenso ante sus palabras, esperando a que revele cosas sobre mí,
que no estoy seguro de estar preparado para que ella sepa, pero no lo
hace.
—Pero si necesitas tiempo para conocernos, tómatelo. No vamos a ir
a ninguna parte, Astrid —le dice antes de inclinarse más hacia ella.
—Vale —susurra.
—¿De acuerdo? —confirma.
Cuando ella asiente, él acorta la distancia que los separa y la besa.
Sus manos se deslizan en su cabello y la mantiene en su lugar mientras cierra
el trato. Puede que no sea tan lento como ella quería, pero debería haber
sido más específica.
Cuando se aparta, me abalanzo sobre ella, sin querer darle ni un
segundo para pensar. Tiro de sus caderas hacia abajo y la muevo contra mi
dura polla mientras le follo la boca con la lengua. No se resiste, a pesar de
sus dudas iniciales. Cuando sus manos se mueven hacia mis hombros y se
agarra a mí en vez de apartarme, gruño de agradecimiento.
Sí, sería muy fácil enamorarse de una mujer así. Y eso me da mucho
miedo.
CAPITULO 15

Me revuelvo cuando siento que me mueven. Abro los ojos y veo a


Jagger mirándome mientras me levanta en brazos.
—¿Me quedé dormida?
—Creo que tu cerebro alcanzó su límite de payasos —bromea. Me
estremezco al imaginarme la cara burlona de Pennywise.
—No entiendo cómo los demás no perciben el mal que llevan dentro
—murmuro, acurrucándome contra él.
Recuerdo vagamente haberles dicho que quería tomármelo con
calma y conocerlos mejor, pero estoy demasiado cómodo para protestar.
Voy a tomar el enfoque de la dieta y empezar mañana.
Jagger me lleva al dormitorio y me sienta a un lado de la cama
mientras Slade grita que va a cerrar la casa.
—¿Necesitas ayuda para cambiarte?
Niego.
—Estoy bien. ¿Puedes pasarme mi maleta para así encontrar algo con
que dormir? —pregunto, quitándome los lentes y dejándolos sobre la mesita.
Pero no me pasa mi maleta. En vez de eso, se quita la camiseta por
encima de la cabeza y me la da.
Lento Astrid. Despacio, despacio, despacio. Puedo repetir el mantra
tantas veces como quiera, pero ver toda esa piel de bronce frente a mí y
esa maldita V que baja hasta el Santo Grial... Sí, no. Voy a fracasar en esta
dieta como he fracasado en tantas otras.
—¿Seguro que no necesitas ayuda? —Su voz suena a sexo líquido.
—Necesito ayuda para no romper esta dieta —murmuro mientras
agarro la camiseta y la deslizo sobre mi cabeza. Huele a él, lo que, por
supuesto, me hace querer acurrucarme y ronronear como un gatito feliz.
Estaría bastante disgustada conmigo misma si no estuviera ocupada
luchando contra las ganas de frotarme sobre él.
—¿Estás a dieta? —Suena bastante enfadado por eso, lo que me
hace soltar una risita. Tú y yo, Jagger.
Me pongo de pie, vuelvo a meter los brazos en la camiseta y deslizo
los tirantes de la camiseta y el sujetador por los brazos antes de volver a
meterlos por las mangas. Luego meto la mano bajo la camiseta y deslizo la
tela por mi cuerpo antes de dejar que la gravedad se encargue de todo.
Me quito la camiseta y me bajo los pantalones por las piernas mientras le
contesto sin mirarlo.
—Estoy a dieta de polla. —Me quito los pantalones de una patada y
recojo la ropa desechada, quedándome helada cuando me doy cuenta
de lo cerca que tengo la cabeza de la polla de Jagger.
—¿Cómo seguimos terminando así? —pregunta. Cuando lo miro,
gime y se lleva las manos a los costados, como si intentara contenerse para
no estirar la mano y agarrarme.
—Te culpo a ti —me quejo, levantándome tan rápido que pierdo el
equilibrio.
No me caigo, sin embargo, porque Jagger y sus reflejos de ninja me
atrapan, su mano rodea mi espalda, lo que tira de mi cuerpo a ras del suyo.
—Iba a preguntar por qué fue culpa mía, pero creo que esto es
exactamente a lo que te refieres.
—Huh-uh —murmuro de acuerdo mientras mi respiración se acelera.
Respira hondo y me deja ir una vez que sabe que estoy firme, luego
da un paso atrás.
—Haces que sea difícil recordar que soy un buen tipo —dice, bajando
los ojos hasta mi pecho. Traga saliva como si pudiera ver a través de la
camiseta de algodón.
—Solo son tetas, Jagger.
—No son solo tus tetas —responde sin perder un segundo, y sus ojos se
posan en mis piernas desnudas—. Son tus piernas las que imagino envueltas
a mi alrededor mientras me muevo dentro de ti, tu cabello esparcido por mi
almohada y tus ojos mirándome mientras sientes cómo me corro dentro de
ti.
Parpadeo, no esperaba eso. Debería protestar, recordarle cómo
dijimos que iríamos despacio, e ignorar mi ropa interior ahora empapada.
Pero cuando me mira así, es difícil recordar todas las razones por las que
quería ir despacio.
Slade entra detrás de Jagger, rompiendo el tenso momento entre
nosotros. Mira de Jagger a mí y frunce el ceño.
—¿De qué me perdí?
—Astrid me estaba diciendo que está a dieta de pollas —responde
Jagger con una sonrisa.
—¿Quieres decir que puedes comer toda la polla que quieras?
Permíteme ofrecerte mis servicios —ofrece Slade amablemente, quitándose
la camiseta y tirándola a un lado.
Gimo antes de poder contenerme y cruzo las piernas, frotándomelas
inconscientemente para aliviar el dolor.
—Estoy renunciando a las pollas —resoplo, intentando recuperar la
compostura.
—¿Como en Cuaresma ? —Slade ladea la cabeza.
—No, porque es malo para mí.
—Oh, nena, no has tenido la polla adecuada, eso es todo. —Ajusta su
polla mientras da un paso más cerca de mí, al igual que Jagger, hasta que
todo lo que puedo ver son ellos—. No te preocupes, iremos despacio.
—No creo que lento signifique lo que tú crees que significa —susurro.
Jagger extiende el brazo delante de Slade para impedir que siga
empujando.
—¿Quieres que retrocedamos?
—No quiero, pero necesito que lo hagan. —Todo empieza a
abrumarme.
—Entonces retrocederemos —afirma, así de simple.
Slade refunfuña en voz baja, pero da un paso atrás, poniendo entre
nosotros una distancia muy necesaria. Se vuelve hacia Jagger.
—Yo me quedo con la cama, tú con el sofá y mañana cambiamos.
Jagger se encoge de hombros.
—Funciona para mí.
—¿Espera? ¿Qué? Mierda, olvidé que solo había otra cama. Puedes
quedarte aquí conmigo, no pasa nada —le digo a Jagger, viendo a Slade
encogerse de hombros, pero no dice nada.
—¿Estás segura? No hay presión —reitera Jagger.
—No, es bueno, en realidad. Será bueno tener a alguien entre la
puerta y yo. Así, cuando vengan los payasos, te comerán a ti primero.
—Con gusto me sacrificaré por el equipo.
Slade asiente y se da la vuelta para irse, pero cuando llega a la
puerta, lo llamo por su nombre. No me parece bien dejarlo marchar. Me mira
por encima del hombro.
—¿Y si entran por la ventana? —digo, jugando con el dobladillo de mi
camiseta.
Mira hacia la ventana y luego de vuelta a mí, como si me hubiera
vuelto loca, porque la maldita persiana está bajada, así que ¿cómo podría
pasar algo a través de ella? Entonces veo que sus ojos se iluminan con
entendimiento. Cierra la puerta y se acerca a la cama, apartándome
suavemente del camino mientras retira el edredón antes de meterse en él y
colocarse al otro lado. Levanta la manta, esperando a que me una a él.
—No dejaré que nada te haga daño —afirma. De algún modo, no
creo que siga hablando de payasos.
Me arriesgo, esperando no arrepentirme, y me acuesto en la cama
junto a Slade. Él sigue sujetando las mantas hasta que Jagger entra detrás
de mí después de apagar la luz, sumiéndonos en la oscuridad. El sonido de
nuestras respiraciones se mezcla mientras nos acomodamos. Nadie habla, y
ninguno nos tocamos. Sin embargo, hay algo extrañamente íntimo en este
momento.
Finalmente, la tensión se filtra de mi cuerpo y me relajo, incluso
cuando ambos se acercan. Pero es cuando la pierna de Jagger se desliza
sobre la mía y la mano de Slade se posa en mi cadera, que me invade una
sensación de bienestar.
Estoy sola en la oscuridad y vulnerable con dos hombres que han
pasado más tiempo siendo hostiles conmigo que amables, y sin embargo no
tengo miedo. Incluso cuando pensé que me odiaban, no me hicieron daño.
Bueno, sin contar el tackleo de fútbol, por supuesto.
Siempre he tenido miedo de los ruidos nocturnos. Pero más que eso,
era muy consciente de todos los monstruos que vagaban libremente en la
luz. Nunca antes me había sentido realmente a salvo.
Hasta ahora.

Tengo calor cuando me despierto. Demasiado. Intento quitarme la


manta, pero no puedo moverme. Mi cerebro tarda un segundo más en
procesar la razón.
Debo de haber rodado durante la noche porque ahora tengo la
cabeza apoyada en el pecho de Jagger y el culo empujado hacia Slade,
que se ha acurrucado a mi alrededor. Levanto la mano para asegurarme
de que no he babeado cuando me doy cuenta de que hay un brazo
bloqueándome el paso. Un brazo unido a una mano que está actualmente
ahuecando mi pecho.
Conteniendo la respiración, intento encontrar una forma de escapar
sin molestar a ninguno de los dos. Slade gime en sueños y se acerca a mí,
apretando su polla contra mi culo mientras su mano se agita alrededor de
mi teta. Respiro y casi me ahogo cuando empieza a frotarse contra mí en
sueños. No sé qué está soñando, pero cuando pellizca ligeramente mi
pezón, no sé si me importa.
Me retuerzo ante su contacto, caliente y necesitada.
En cualquier momento, me alejaré.
En un minuto.
Slade se aleja antes de que pueda moverme y, en lugar de estar
aliviada, estoy decepciona. Al menos hasta que su mano áspera levanta mi
pierna ya doblada y la empuja hacia arriba hasta que estoy prácticamente
desparramada sobre Jagger. Cuando me tiene donde quiere, su mano se
desliza desde mi muslo hasta mi coño ahora expuesto. Me toca por encima
de las bragas. Si estuviera despierto, notaría lo mojadas que están.
Una respiración agitada me hace abrir los ojos de golpe. Ese sonido
no procede de Slade, sino de Jagger. Levanto la cabeza y sus ojos chocan
con los míos. Sé que no puede ver lo que hace Slade, pero no hace falta ser
un genio para darse cuenta.
—¿Quieres que lo despierte? —susurra, levantando la mano y alzando
mi rostro. Acaricia suavemente mi mejilla y pasa el pulgar sobre mi labio
inferior.
Abro la boca para decirle que sí, pero cuando su pulgar se desliza
dentro y lo saboreo en mi lengua, pierdo el hilo. Cierro mis labios alrededor
de su pulgar y chupo, haciéndolo gemir. Lo siento retumbar a través de su
pecho y dejo que me anime, arremolinando mi lengua y chupando con más
fuerza.
Cuando siento que los dedos de Slade enganchan la entrepierna de
mi ropa interior y la apartan, no protesto. Tampoco lo detengo cuando
siento su dedo en mi resbaladiza entrada. Prometo empezar mi dieta de
pollas mañana. Espera, ¿esto cuenta técnicamente si aún no estamos
despiertos?
Jagger saca el pulgar de mi boca antes de bajar la cabeza y
besarme. Su lengua empuja dentro de mi boca justo antes de que Slade
meta dos dedos. Jagger traga mis jadeos, y ahueca mi cabeza,
manteniéndome en mi lugar cuando Slade empuja sus dedos un poco más
profundo dentro de mí. Mi pierna se desliza más sobre su cadera mientras
gira. Ahora puedo sentir su erección presionando contra mi estómago.
Joder, qué mal se me da hacer dieta. Me prometí a mí misma que
sería buena, y ahora todo en lo que puedo pensar es en ser un relleno de
una hamburguesa de doble polla.
Rodeo con mi mano el brazo de Jagger, aferrándome a él mientras
Slade bombea sus dedos dentro y fuera de mí, curvándolos de la forma
adecuada para hacerme ver las estrellas. Estoy tan a punto de correrme
que vuelvo a empujar contra su mano. Pero cuando retira los dedos, separo
mi boca de la de Jagger y miro por encima del hombro, preguntándome si
mis movimientos lo habrán despertado.
—Todavía está dormido. Hace cosas así al azar, aunque normalmente
come o juega a videojuegos mientras duerme —dice Jagger en voz baja.
—¿Se enfadará cuando se despierte? —Me vuelvo hacia Jagger
mientras Slade se acerca detrás de mí.
—No. Ese hombre te quiere como sea. Pero si quieres que pare, ahora
sería el momento de hacerlo. No sé hasta dónde llegará.
Al sentir la cabeza roma de la polla de Slade sondeándome, estoy
segura de que sé la respuesta.
—Astrid —me advierte Jagger, pero todo lo que podría haber dicho
muere en mis labios cuando Slade se introduce dentro de mí.
Me acerco a su alrededor mientras él llega al límite adentro de mí,
arqueo la espalda y grito su nombre. Sus movimientos vacilan un segundo, y
sé que esta vez está despierto cuando su mano me agarra la cadera con
tanta fuerza que me deja moratones.
Jagger debe darse cuenta de que algo va mal porque sus ojos pasan
de los míos a los de Slade.
—Fóllatela, Slade. Ella lo desea. Díselo, Astrid. Dile lo mucho que lo
deseas.
La urgencia en el tono de Jagger me hace darme cuenta
rápidamente de que Slade está entrando en pánico. Empujo hacia Slade,
que parece congelado, y le pongo la mano sobre la cadera.
—No pares Slade, por favor. Te necesito —gimoteo, sin importarme
que ambos oigan el tono suplicante de mi voz.
Siento que todo el cuerpo de Slade se estremece, no sé si de alivio o
de excitación. Pero cuando empieza a martillearme, creo que es un poco
de las dos cosas. Jagger me levanta la cabeza para que lo mire fijamente,
con los ojos vidriosos mientras observa cómo me folla su mejor amigo. Desliza
la mano entre nosotros y empieza a acariciarme el clítoris, y mis ojos se
ponen en blanco cuando Slade impone un ritmo agotador. A pesar de
haberme corrido ya una vez, noto que se acerca otro orgasmo.
—¿Te gusta eso, Astrid? ¿Te gusta sentir a Slade dentro de ti?
Gimo y asiento con la cabeza, sin estar segura de poder recordar
cómo se dicen las palabras. Pero eso no le basta a Jagger. Me pasa la
lengua por el labio antes de mordérmelo.
—Palabras, Astrid. Necesito que me lo cuentes todo.
—Se siente bien. Muy bien —jadeo cuando Slade golpea un punto
que es a la vez placentero y doloroso—. Se siente tan grande que es casi
demasiado.
—Pero te gusta el estiramiento, ¿no? Imagina lo que se sentiría
tenernos a los dos ahí.
Sus palabras desencadenan una serie de imágenes en mi cabeza,
cada una más pornográfica que la anterior. Me corro con un grito,
apretando la polla de Slade, lo que provoca su liberación.
El corazón me retumba en el pecho mientras intento recuperar el
aliento. Slade me da un beso en el hombro y aprieto su mano en respuesta.
—¿Estás bien? ¿Estás segura? No quería que pasara eso. No es que lo
sienta, porque, joder, ha sido excitante, pero aun así... —se interrumpe
cuando sigo sin decir nada, su cuerpo vuelve a ponerse tenso como si
esperara que gritara o llorara.
—Joder, Astrid, di algo —grazna su voz.
Giro la cabeza y lo miro por encima del hombro, diciendo lo único
que se me ocurre.
—A la mierda la dieta.
CAPITULO 16

—Pareces de buen humor esta mañana.


Me giro al oír la voz de Salem y me encojo de hombros.
—Hace un tiempo estupendo. La reforma está casi terminada. ¿Por
qué no estar contento? —Sonrío mientras agarro el correo y lo rebusco.
—¿Mi muerte inminente?
Me quedo helado ante sus palabras, sintiéndome como un completo
imbécil.
Se ríe.
—Relájate, estoy bromeando. Si hay algo que sé, es que ninguno de
ustedes dejará que me pase algo. Este lugar es probablemente el más
seguro de la tierra ahora mismo.
—Joder, todavía lo siento.
—Oh, basta. Se te permite ser feliz. Quiero eso para todos ustedes. No
hay un momento adecuado para encontrarlo. Siempre habrá nubes de
lluvia en el horizonte. Es mucho mejor capear el temporal con alguien que
te proteja de la lluvia que estar solo bajo un aguacero.
—No estoy seguro de haber entendido todo eso, pero creo que
entiendo lo esencial.
Ella me golpea en el pecho con el paño de cocina.
—Lo que quiero decir es que las cosas pasan. Y es mejor tener a
alguien a tu lado cuando pasa.
—Vale, lo entiendo. Lo entiendo. —La rodeo con el brazo y le beso la
sien—. ¿Regañas a tus hombres tanto como al resto de nosotros?
—Por supuesto que no. Mis chicos son súper listos. Me reclamaron,
¿no?
—Buen punto. —Me río.
—¿Cómo está Astrid esta mañana? Por cierto, ¿dónde está? Pensé
que vendría a desayunar ahora que se la considera invitada y no prisionera.
—Pone los ojos en blanco.
—Ella es bien. Realmente bien. Slade está terminando el paseo que
Greg empezó ayer.
—¿No querías ir con ellos?
—Quería darles un poco de tiempo a solas.
Frunce el ceño.
—No le des demasiada importancia. Todo va bien.
Me gusta Astrid. Me gusta. Pero Slade la necesita más a ella que a mí
en este momento. Cree que no me he dado cuenta de que está luchando
últimamente, pero conozco a ese hombre mejor de lo que él se conoce a sí
mismo.
—No estoy interpretando nada. Solo estaba haciendo una pregunta.
—Salem. —Suspiro—. Mira, no sé qué está pasando, es demasiado
pronto para decirlo. Tenemos muchas cosas que resolver. No fuimos
exactamente acogedores cuando ella llegó.
—Es curioso, esa mirada en tu cara cuando entré dice que has sido
mucho más acogedor desde entonces.
—¿De qué están hablando? —La voz de Oz atrae nuestra atención
hacia la puerta.
—Tu mujer no tiene límites.
—Lo sé. ¿Cómo crees que conseguí que aceptara...?
Salem le tapa la boca con la mano antes de que pueda terminar la
frase. No tengo ni idea de lo que iba a decir, pero el rojo que tiñe las mejillas
de Salem despierta mi curiosidad.
—Termina esa frase, Oz Cartwright, y te arrepentirás.
Le quita la mano de la boca y la rodea con los brazos riendo. Se
agacha y la besa como si estuviéramos en el set de una película o algo así.
Normalmente, esta sería la señal para que me marchara, pero verlos juntos
despierta algo dentro de mí ahora que Astrid está aquí. Antes me alegraba
por mis hermanos, pero sabía que eran los afortunados. Una mierda así no le
pasa a todo el mundo.
Ahora me queda la duda de si todo eso es una estupidez. ¿Y si le pasa
a todo el mundo? ¿Y si simplemente algunos de nosotros no estamos tan
abiertos a la idea como otros? La persona adecuada podría haber estado
delante de ti todo el tiempo, pero si tienes los ojos cerrados, nunca lo sabrás.
Vuelvo a hojear el correo que tengo en la mano, separando los que
son para Slade y para mí de los demás, que coloco sobre la mesa antes de
acercarme a la cafetera para servirme una taza grande.
Oz y Salem finalmente logran separarse.
—¿Soy yo, o está jodidamente tranquilo esta mañana? —pregunta
Oz, agarrando una taza.
—¡Shhh! No lo arruines —sisea Salem, con los ojos muy abiertos
mientras mira fijamente a Oz antes de darse la vuelta y empezar a sacar
cuencos y utensilios de los armarios. Y no puedo evitar reírme al ver el rostro
de Oz.
—¿Qué estás haciendo? —pregunto porque me parece la pregunta
más importante en este momento. Y necesitaré saber cuándo volver para
poder comprarme algo antes de que el resto de buitres desciendan y me lo
roben todo.
—Galletas, brownies y un pan de queso cheddar y tomates secos.
—Me encanta cuando me dices guarradas —gimo, ganándome una
carcajada de Salem y un puñetazo en el brazo de Oz, que hace que se me
derrame el café por la mano.
—Idiota —maldigo, deslizando la taza y las cartas sobre la encimera
mientras me limpio.
—Hola —saluda Creed al entrar y dirigirse a la cafetera.
No he visto mucho de Creed desde que Astrid apareció, pero el
hombre parece muerto en sus pies.
—¿Estás bien?
Bosteza y asiente.
—Nada que unas vacaciones en las Bahamas no puedan arreglar.
Ayer terminamos la protección de la ex mujer y el hijo del juez Jones. Y luego
el equipo de construcción me despertó al amanecer.
—¿Cómo te fue con Jones? —pregunta Oz.
Creed se apoya en el mostrador y bebe un trago de café.
—Hawk está interrogando a Zig ahora mismo, así que te daré lo más
destacado. Conseguir la extradición del caso fue la decisión correcta. La
jueza que presidía el divorcio no estaba muy contenta con lo que se le
presentó, y está claro que no forma parte del club de viejos amigos que
controla Jones. Le concedió a la esposa todo lo que pidió, incluida la
custodia completa del niño.
—¿No jodas? No me lo esperaba. Supongo que entonces no
necesitaremos que E les consiga a ambos una nueva identidad.
—No, ella todavía lo quiere, y me inclino a estar de acuerdo. Jones
estaba cabreado. No puedo verlo rendirse, no ahora que ella lo ha
humillado.
—Los hombres así necesitan una bala entre ceja y ceja —espeto,
pensando en todo lo que ese imbécil hizo pasar a su ex mujer y a su hijo.
—Pero el problema no es solo él. Son todos los imbéciles que lo
apoyan, ofreciéndole protección cuando saben exactamente la clase de
monstruo que es.
—Estoy de acuerdo. Lo que realmente me cabrea es que Jones se
salga con la suya. Sí, está perdiendo a su mujer y a su hijo. Pero seamos
honestos, no le importaban una mierda de todos modos. Eran solo
accesorios que sacó cuando necesitaba quedar bien. No pasará ni un
minuto entre rejas, ni siquiera perderá su trabajo, a menos que algún valiente
luche contra el sistema —se queja Creed mientras se sienta a la mesa.
—Lo que me preocupa es qué pasará con la próxima mujer que
venga. Si todo esto se esconde bajo la alfombra, no tendrá ni idea del
peligro al que se enfrentará. Quiero decir, sobre el papel, él es el tipo de
hombre que las madres sueñan que sus hijas traerán a casa. Educado en la
Ivy League, sin antecedentes penales, trabajo importante y bien pagado...
Echo de menos los tiempos en que era jodidamente más fácil saber quién
era el malo —gruñe Oz, tomando asiento junto a Creed.
Zig entra y nos mira a todos antes de acercarse a Salem y depositar
un beso en su sien.
—Supongo que Creed te ha puesto al corriente.
—Sí. Es un gran resultado, pero no puedo evitar pensar que esto está
lejos de acabar. ¿Crees que nos causará problemas?
Zig sacude la cabeza.
—Por lo que a él respecta, nos contrataron para protección. Nada
más y nada menos. No tiene ni idea de quiénes somos ni de qué clase de
contactos tenemos, y me alegro de que siga siendo así. Lo vigilaremos por si
acaso, pero no me preocupa demasiado.
—Debe ser agradable saber que eres intocable. —Oz suspira,
recostándose en su silla.
—No cuentes con E todavía. El hombre ha estado escarbando en la
tierra como un hijo de puta, y anoche encontró algo. —Levanta la mano
antes de que empecemos a bombardearle a preguntas.
—No sé más que eso. Ya sabes cómo es E cuando atrapa un hilo. Se
queda trabajando en él hasta que todo se desenreda. Cuando esté listo
para compartirlo con nosotros, lo hará.
—Supongo que está encerrado en su oficina. ¿Le llevo algo de
comer? —pregunta Salem en voz baja.
—Ha salido, pequeña. Está rastreando información.
Frunzo el ceño. Cuando Ev empezó, entendía que él se encargaría de
la mayor parte de la mierda informática, porque es un mago con los
ordenadores. Pero últimamente, sobre todo ahora que Cooper ya no está
aquí, se ha aventurado a trabajar sobre el terreno.
—Si E va a hacer trabajo de campo, necesita un segundo —señalo.
—Lo sé. Oz y yo hemos estado hablando de ello. Greg es la opción
obvia con Cooper fuera, pero no sé si es el ajuste correcto. —Zig se encoge
de hombros.
Entiendo lo que quiere decir. Compartir pareja significa más aquí que
en otros sitios. Tras una charla de borrachera y whisky con Ev poco después
de unirse a nosotros, admitió que le gustaba la idea de compartir una mujer,
pero una que él eligiera. No quería acabar con una pareja y una mujer por
defecto. Se lo quitó de encima, llamándolo algo así como el síndrome del
hijo mediano. Pero incluso entonces, en mi estado de embriaguez, supe que
era más que eso.
Greg es el hombre raro. Por eso su compañero de equipo era Cooper.
Ambos hombres no estaban interesados en compartir. Cooper porque
conoció y se casó con su novia del instituto, y Greg porque quería a alguien
que fuera únicamente suya. De nuevo, sus vagas respuestas sobre la
situación me hicieron pensar que había algo más, pero sé cuándo presionar
y cuándo no.
—Sí, yo tampoco creo que sean lo más adecuado, pero como
medida temporal, no puede hacer daño. Hemos visto demasiada mierda
como para arriesgar nuestra seguridad.
—¿Dónde está Greg? —Zig frunce el ceño.
Creed parece incómodo cuando responde.
—Está en el cementerio.
La habitación se queda en silencio. Solo hay una persona enterrada
en el cementerio a la que podría estar visitando, y es Jan, la mujer de
Cooper. Sí, hay más en la historia de Greg de lo que ha contado.
Zig cambia de tema.
—Wilder y Crew se van esta noche. Están terminando el proyecto de
Frendfell. Estarán en casa en unas semanas.
—Será mejor que ese imbécil pague primero. Wilder me debe cien
dólares. —Oz se frota las manos con alegría.
—¿Quiero saber por qué?
—Digamos que anoche ligó con una mujer que tenía algo más que
una nuez de Adán. —Oz sonríe, haciendo que me atragante con mi café.
La puerta de atrás se abre y veo a Slade y Astrid entrando de la mano,
haciendo que todas las miradas se vuelvan hacia ellos. Astrid se sonroja y
baja la mirada, no le gusta mucho la atención que recibe, lo cual es irónico
porque, con el aspecto que tiene, debe de recibir bastante.
—¡Hola, Astrid! —Salem la saluda con una enorme sonrisa y un saludo
amistoso.
—Hola —Astrid le devuelve el saludo, tosiendo cuando se le quiebra
la voz.
—Toma asiento —Zig señala la silla del otro extremo de la mesa—.
¿Quieres café?
Astrid se sobresalta un segundo antes de asentir.
—Sería estupendo. Gracias.
Me acerco a la mesa y le acerco la silla. Sus ojos se iluminan cuando
me ve y, joder, me da un tirón en el pecho. Me resisto a frotarlo. En lugar de
eso, le paso el dedo por el puente de la nariz.
—¿Todo bien? —le pregunto en voz baja.
—Sí, Slade ha estado cuidando bien de mí —responde en voz baja.
—Apuesto a que sí.
Me da un codazo mientras Slade se ríe y acerca la silla a su lado.
—No, no te preocupes, Jagger. Conseguiré mi propia silla.
Le doy la espalda y tomo asiento al otro lado de Astrid.
—¿Quieres comer algo, Astrid? Puedo prepararte algo si quieres —
ofrece Salem.
—No, estoy bien, gracias. Ya hemos comido. Aunque no diré que no
a lo que sea que estés haciendo allí.
Salem le sonríe.
—Golosa, ¿eh? Entonces encajarás bien con este grupo. No sé cómo
comen las porquerías que comen y siguen pareciendo salidos de las páginas
de una revista.
—Los hombres son un asco —asiente Astrid mientras me inclino y
aprieto los labios contra su oreja.
—En realidad, sí. Chupo, así es. También muerdo, lamo ...
Su mano me tapa la boca, amortiguando mis últimas palabras.
—¿Estás bien, Astrid? Pareces un poco ruborizada —pregunta Oz,
fingiendo inocencia. Pero incluso yo puedo oír su tono burlón.
Astrid me quita la mano de la boca mientras mira fijamente al hombre,
claramente no intimidada por su tamaño.
—Estoy bien, y gracias por ayudarme.
Oz frunce el ceño.
—¿Qué he hecho?
Sonríe a Zig, que le pone una taza de café delante, antes de volver a
mirar a Oz.
—Gracias por ayudarme a averiguar qué gemelo eres.
—Déjame adivinar, ¿crees que yo soy el malvado? —Pone los ojos en
blanco como si Astrid lo aburriera. Hermano o no, voy a pegarle un puñetazo
si sigue enemistándose con ella.
—No, el tonto, en realidad.
—¿Qué mierda? No soy tonto. Todo el mundo sabe que soy el mejor
gemelo.
—¿Cuántos años tienes, cinco? Empiezo a preguntarme si son
gemelos. Tal vez Zig tiene todos los genes buenos y tú eres solo la placenta.
Zig suelta una carcajada ahogada y Slade se ríe a carcajadas.
—Qué rico. ¿Te has mirado en un espejo últimamente? Pareces el
vástago de un villano de Disney.
—Por favor, mis padres crearon la perfección, y lo sabían, por eso se
detuvieron en una sola. Los tuyos te echaron un vistazo y empezaron a
trabajar en tu hermana.
—Porque soy increíble y querían otro bebé como yo.
—Como Zig, tal vez. Él era el orgasmo. Tú eras el regate que venía
después.
Oz jadea y se lleva la mano al pecho mientras los demás morimos a
su alrededor.
—Tu madre no tenía más porque percibía maldad en ti y le
preocupaba que te los comieras.
—Bueno, tú sabrás, ya que cada vez que tu madre te miraba, le
recordaba que debería haberte tragado en su lugar.
Oz se ríe a carcajadas antes de recoger su café.
—Creo que podría robarte a tu chica —se burla Creed guiñándole un
ojo a Astrid, que se sonroja incluso después de la asquerosa mierda que
acaba de escupir. La mujer es una contradicción divertidísima.
—Vete a la mierda y búscate una propia —le espeta Slade, y luego
hace un gesto de dolor al darse cuenta de lo que ha dicho. Mira a Creed
disculpándose, pero este se limita a hacerle un gesto para que se vaya.
A veces es fácil olvidar que Creed estuvo casado. Tanto él como
Hawk compartieron esposa antes de que ella se marchara y los dejara sin
decir palabra. Han pasado tres años, y ninguno de los dos ha sabido nada
de ella. Algunas personas asumirían que ya la habían superado, pero yo sé
que no es así. Para empezar, no hubo ninguna mujer para ninguno de los
dos desde que Avery se fue. No sé si eso se debe a que aún están
conmocionados por su pérdida o si esperan que ella regrese. En algún
momento, tendrán que hacer las paces con la situación y seguir adelante.
—A riesgo de que todo el mundo vuelva a odiarme, ¿qué
probabilidades hay de que recupere mi portátil? —pregunta Astrid mientras
juguetea con el puño de su manga.
Zig inclina la cabeza, pensativo.
—¿Lo necesitas para algo específico? No quiero ser un idiota, pero
tendríamos que asegurarnos de que no se puede rastrear.
—Está bien. Solo pensé que podría hacer algo de trabajo.
Slade se centra en eso.
—No me di cuenta de que tenías un trabajo.
Hago una mueca de dolor al darme cuenta de lo que ha dicho.
—¿De qué otra forma voy a conseguir clientes? Hoy en día es la forma
más segura de contactar con una trabajadora sexual. —Da un sorbo a su
café mientras las cejas de Slade le llegan a la línea del cabello antes de
entrecerrar los ojos.
—Me estás jodiendo.
Sonríe detrás de su taza.
—¿Lo estoy?
—De acuerdo, bien. No debí suponerlo. Pero en mi defensa, E no
mencionó nada de que tuvieras un trabajo. Y teniendo en cuenta lo que
encontramos, no es que necesitaras trabajar, así que... —Se interrumpe,
mirándome en busca de ayuda. Mantengo la boca cerrada y lo miro
forcejear.
Por suerte, Astrid no parece ofendida.
—Uso un alias. Me gusta mantener separadas mi vida laboral y mi vida
privada.
—Lo entendemos, créeme —asiente Oz.
—Entonces, ¿a qué te dedicas? —pregunta Slade, demasiado curioso
para callarse.
—¿Te refieres a algo más aparte de ti? —Ella sonríe ampliamente,
haciendo reír a Salem.
—Lo sabía.
—Sabes que tengo un remedio para las zorritas bocazas —le advierte
Slade.
—¿Ah, sí? Cuéntalo. —Astrid le guiña un ojo.
—Bueno, implica esposas y una cama.
Y sin más, Astrid se apaga. Es como si un muro se deslizara sobre sus
ojos y veo cómo se esconde tras él. Alargo la mano y la agarro, lanzándole
un salvavidas, mientras tomo nota mental de que volveré sobre el tema más
tarde. No me cabe duda de que los demás también lo han visto, pero
mantengo toda mi atención en Astrid.
—Háblame de ese trabajo que requiere un alias supersecreto. Oh, ya
sé, apuesto a que eres escritora.
Siento a Oz tenso a mi lado, pero no dice nada.
Astrid niega con la cabeza.
—No. No soy escritora. Tengo una vívida imaginación, pero la
capacidad de concentración de un pez cuando se trata de poner algo por
escrito.
Oz se relaja haciendo que me pregunte en qué estaba pensando.
Exhala y mira a su alrededor. Cuando ve que sigue siendo el centro
de atención, baja la mirada.
—Diseño videojuegos.
—Por eso eras tan buena antes —exclama Slade, y Astrid levanta la
vista hacia él.
—Sí, porque no podía ser algo tan simple como que soy mejor que tú.
—No, exactamente —asiente Slade, haciéndome reír.
—Y esto, damas y caballeros, es por lo que Slade está soltero —gime
Astrid. Pero cuando miro entre Slade y Astrid, me pregunto si eso es cierto.
CAPITULO 17

Las cosas se han calmado. Ya no me siento como una intrusa y,


sorprendentemente, me gusta estar aquí. ¡Qué diferencia hacen unos días!
Claro, estos tipos están ocupados y tienen otras cosas en la cabeza aparte
de mí. Pero si aún pensaran que soy la mala, lo habrían hecho saber. Incluso
Oz parece haberse ablandado.
Recuperar mi portátil me ha permitido dar los últimos retoques a mi
proyecto. Respiro hondo y pulso enviar. Ahora solo me queda esperar a ver
qué les parece. Es complicado hacerlo a distancia. Mi instalación en casa
valió cada céntimo que invertí en ella, pero cuando empecé, lo hice con lo
básico. Ha sido genial volver a dejarlo todo como estaba.
Cierro la sesión y lo apago todo, frotándome el puente de la nariz
donde tenía los lentes antes de levantarme y relajar la espalda. Me dirijo a
la cocina y abro la nevera en busca de algo delicioso que me llame la
atención. Por desgracia, solo encuentro ingredientes. Resoplo y me
pregunto si estaría bien pedir una pizza. Aquí la seguridad es una locura, así
que...
Me detengo ante ese pensamiento. Si la seguridad es una locura, ¿por
qué pude llegar hasta la puerta principal? Sí, puede que supieran que
estaba allí en cuanto di la vuelta, pero no tenían ni idea de si iba armada.
Diablos, podría haber tenido una bomba, por el amor de Dios.
Un golpe en la puerta me hace dar un respingo. Mierda, ¿han oído
mis pensamientos? En cualquier otro lugar del mundo, la respuesta sería, por
supuesto, no, eso es imposible. Pero aprendí hace mucho tiempo que nada
es imposible. El hecho de que yo esté aquí —una persona que ve el futuro,
quedándose con una mujer que puede curar— habla por sí solo.
Me arrastro hacia la puerta, sabiendo que ni Slade ni Jagger llamarían.
Ojalá hubieran pensado en añadir una mirilla a la maldita puerta. Una vez
más, cuestiono sus ideas sobre seguridad. Abro la puerta de golpe y me
asomo, respirando aliviada al ver que es Evander. No conozco muy bien a
ese hombre. Lo he visto menos que a los demás juntos, pero nunca ha sido
malo conmigo.
—Um... Hola. ¿Va todo bien?
—He estado vigilando tu correo electrónico saliente —me suelta.
Aunque no me gusta que me espíen, no me sorprende. Esperaba que lo
hicieran. Quizá debería enviar un correo electrónico a mi ginecólogo
mañana, por si acaso.
—Me lo imaginaba —digo en voz baja, sin saber a dónde quiere
llegar.
—Eres la señorita Evo. —Sus ojos se abren de par en par cuando lo
dice, haciéndome parpadear.
—Sí. ¿Estás bien?
Su rostro palidece mientras se apoya en el marco de la puerta.
—Tú creaste Abstract Seven. El mejor juego de rol de acción en
mundo abierto del puto mundo.
Parpadeo antes de que una sonrisa se dibuje en mi rostro.
—¿Eres fan?
Me mira como diciendo, duh.
—Boberías. Si no pensara que te asustarías, te propondría matrimonio.
Finjo considerar sus palabras mientras Jagger dobla la esquina y
frunce el ceño al ver a Evander hablando conmigo.
—¿Te arrodillarías para esta propuesta?
Se arrodilla antes de que pueda decir nada más.
—¿Qué mierda? —pregunta Jagger, pero le hago un gesto para que
se vaya.
—Shhh. Estamos llegando a la parte buena. Evander me está
proponiendo matrimonio.
—¿Él está qué? —grita Jagger, acercándose furioso.
—No lo entiendes. La quiero —grita Evander, rodeando mi pantorrilla
con su gran mano cuando Jagger trata de ponerlo de pie.
No puedo evitar la risa que se me escapa.
—No te vas a casar con mi chica.
—Yo la vi primero —espeta Evander.
Jagger entrecierra los ojos cuando Evander se levanta y se encara
con él. Me río tanto que se me saltan las lágrimas y me cuesta recuperar el
aliento.
—Oh, hey, Slade —dice Jagger. Evander se da la vuelta, que es
exactamente lo que Jagger buscaba. Jagger me levanta, me echa al
hombro y me lleva dentro, cerrando la puerta tras de sí.
Evander golpea la puerta.
—Vamos, solo quiero lamer su cerebro.
Dejo de reír y miro a Jagger, que parece asqueado.
Evander suspira pesadamente a través de la puerta.
—Fue raro, ¿no?
—Solo mantén tu lengua y tu polla lejos de mi chica, y estaremos bien.
—¿Y mis dedos? —responde Evander, haciéndome resoplar de nuevo.
—Oh, crees que esto es divertido, ¿eh? —Jagger me baja y me mira
fijamente.
Ni siquiera puedo fingir lo contrario cuando no paro de reírme.
—Tienes que admitir que es divertido ver al gran Evander ponerse en
plan fanboy conmigo.
—Cree que soy grande y malo. En tu cara, Jagger —grita Evander,
amenazando con hacerme estallar de nuevo.
—Veo que ninguno de los dos está escuchando, así que, en vez de
contar, ¿qué tal un pequeño espectáculo?
Antes de que pueda preguntarle qué quiere decir, me levanta la
camiseta y me la pone por encima de la cabeza. Respiro antes de que me
haga girar y me incline sobre el sofá. Sus manos se dirigen a la cintura de mis
pantalones y me los baja junto con las bragas.
—Jagger...
Él detiene su mano mientras se inclina sobre mí.
—Dime que pare, y pararé.
Dudo sobre lo que quiero. Puedo sentir lo mojada que me han puesto
sus acciones, y en cuanto me toque, él también lo sabrá.
—No, no pares.
—Buena chica. Ahora espera mientras te recuerdo a quién
perteneces.
No me lo pone fácil. Simplemente se alinea con mi húmedo coño y
penetra. Maldigo en voz alta mientras me agarra con fuerza de las caderas.
—¿Quién te está follando?
—Tú.
—Di mi nombre, Astrid. Dile al mundo de quién es la polla que tienes
dentro.
—Mmnh —gimo mientras él me empuja aún más fuerte, puntuando
cada palabra.
—Di. Mi. Nombre.
—Jagger, Jagger, Jagger, oh Dios —sollozo mientras me aferro a él
con todas mis fuerzas. Está tan dentro que juro que puedo saborearlo en mis
labios en esta posición.
—Así es, Astrid. Es mi polla sobre la que te vas a correr. Ahora dile a Ev
por qué no puede tenerte.
Me sobresalto al oírlo, ya que me había olvidado por completo de
Evander. Intento levantarme, pero la mano de Jagger me empuja hacia
abajo y me inmoviliza.
—Oh sí, él puede oírte, con todos tus pequeños jadeos sexy y gemidos.
Se está imaginando tu coño húmedo envuelto alrededor de mi polla como
un guante. Y más tarde, cuando se folle la mano, pensará en este momento.
Siento el latido de mi coño alrededor de su polla, haciéndolo gruñir.
—Oh, sí. Te gusta pensar en eso ahora, ¿verdad, putita? ¿Te gusta la
idea de que se corra en su mano, pensando en tu caliente y dulce coño?
Oigo a Evander gemir y el sonido de un golpe. De algún modo, sé que
se está golpeando la cabeza contra la puerta.
—Dile a Ev por qué nunca será su polla la que esté dentro de ti. Díselo
—me ordena cuando no respondo lo bastante rápido.
—Porque no soy tuya —le susurro a Evander, aunque es imposible que
me oiga.
—¿Y eso por qué? ¿A quién perteneces?
—A ti. Te pertenezco, Jagger —grito mientras me corro con fuerza.
Los brazos se me doblan y acabo con el rostro hundida en los cojines
mientras Jagger me penetra una y otra vez hasta correrse con un rugido,
saliendo en el último segundo y corriéndose en mi culo y en la parte baja de
mi espalda.
Mi orgasmo absorbió toda la energía de mi cuerpo. No creo que
pueda ni moverme para ponerme de pie.
—¿Dejo entrar a E para que vea mi semen sobre ti?
No importa, puedo moverme.
Hago fuerza para ponerme en pie y me subo los pantalones.
—Imbécil.
—Tal vez la próxima vez, nena. Pondremos a Slade dentro de tu coño
primero mientras yo te tomo. Tenernos a los dos dentro de ti... Créeme,
sacudirá tu puto mundo.
—Te odio. —La voz de Evander suena a través de la puerta,
haciéndome chillar mientras corro al baño, ignorando la risa de Jagger.
Me doy una ducha rápida para asearme, agradecida de que
hayamos podido hablar de nuestra historia sexual. Menos mal, porque
siempre acabo en situaciones comprometidas. Tenían el papeleo para
mostrarme un certificado de buena salud. Aunque yo no tenía nada que
ofrecerles —más allá de mostrarles mis anticonceptivos—, me tomaron la
palabra. Diablos, han pasado años desde la última vez que me hice la
prueba. Pero también han pasado años desde la última vez que me acosté
con alguien. Me alegro de que todo siga funcionando como debe.
Pensando que le he dado a Jagger tiempo suficiente para
deshacerse de Evander, me pongo unos pantalones cargo verde militar y
una camiseta de tirantes blanca. Me recojo el cabello en un moño
desordenado y me dejo algunos mechones libres para enmarcarme el rostro
antes de volver a ponerme los lentes. Al mirarme en el espejo, veo que la
ducha no ha hecho nada por borrar el aspecto de recién follada de mi
rostro. Sorprendentemente, no me importa. Durante un tiempo, cada vez
que miraba mi reflejo, lo único que veía en mis ojos era un vacío que no
podía llenar. Desde que llegué aquí, no he hecho más que recorrer una
gama de emociones. Lo que no he sentido desde el momento en que llamé
a esa puerta es vacío.
Cuando vuelvo al salón, oigo voces. Jagger debe estar informando a
Slade de nuestra aventura sexual. Solo espero que le parezca bien. Sé que
dijeron que ambos me querían, pero la realidad de follar con la misma chica
es diferente de la fantasía. No sé cómo evitar que se pongan celosos el uno
del otro. Lo que tenemos aún está en pañales, pero la sola idea de compartir
a cualquiera de los dos con otra mujer me da ganas de hincharme y tirar
cosas, así que no me tomo sus sentimientos a la ligera.
Cuando entro en la cocina, agarro una botella de agua de la nevera
y me acerco a la mesa, pero me quedo helada porque no es Slade el que
está sentado con Jagger, sino Evander. Esta vez no siento que se me ponga
roja el rostro, sino que me arde. Giro sobre mis talones para marcharme.
Jagger me atrapa y me gira hacia su pecho, echándome la cabeza
hacia atrás para mirarlo.
—Nada de lo que avergonzarse, Astrid, lo juro. Fue jodidamente
caliente.
Cierro los ojos con fuerza, esperando que cuando los vuelva a abrir,
Evander haya desaparecido.
—Tiene razón. Eso fue material de banco de nalgadas, seguro. Más
tarde, cuando lo recuerde, cambiaré el nombre de Jagger por el mío,
pero... ¡ouch! ¡Hijo de puta, eso dolió!
Evander se queja cuando Jagger se acerca y le da una palmada en
la nuca.
Miro a Evander y sus ojos encuentran los míos. Se levanta y se acerca
arrastrando los pies. Agarro con fuerza la camiseta de Jagger.
—En serio, por favor, no te avergüences. Estuvo caliente, pero no
pienso intentar meterme en tus pantalones. Diablos, en mis fantasías, ni
siquiera usas pantalones, ¡hey! Vale, deja de pegarme, joder.
—Deja de ligar con mi chica.
—Nuestra chica —grita Slade al abrir la puerta principal y captar el
final de la conversación.
Evander palidece y se vuelve hacia mí.
—Bien, aquí está. Creo que eres increíble, Astrid, pero en realidad, solo
quiero hablar con la señorita Evo.
No puedo evitar sonreír ante su cara de cachorrito mientras Slade se
acerca y me arranca de los brazos de Jagger para poder besarme.
—¿Quién es la señorita Evo?
—Yo. Es mi alias.
—Espera, ¿por qué me suena eso? No eres una estrella del porno. Me
acordaría de ti.
Pongo los ojos en blanco. Hombres. En serio.
—Claro que no es una estrella del porno —no es que eso tenga nada
de malo—, pero las chicas gamer son mucho más sexys —dice Evander.
Slade lo fulmina con la mirada.
—Quise decir más geniales. —Levanta las manos y retrocede.
—Relájense, chicos. No pasa nada. —Exhalo y tomo asiento en la
mesa mientras Evander ocupa la silla frente a mí.
Mis ojos se desvían hacia el sofá durante un segundo. Pero cuando
siento que mi piel se calienta de nuevo, vuelvo a centrarme en Evander.
—Entonces, ¿qué quieres saber?
Es como si mis palabras abrieran las compuertas. Durante la siguiente
media hora, Evander dispara una pregunta tras otra en rápida sucesión, sin
apenas darme tiempo a responder antes de pasar a la siguiente.
—Jesús, respira, E, antes de que te desmayes. ¿Quién diría que nuestro
hacker residente era tan friki? —se burla Slade.
—¡Eh! No hay nada malo en ser friki. Yo soy friki.
—Y puedes hablarme como una empollona siempre que quieras,
nena —añade Slade, haciéndome sonreír. El hombre es demasiado suave.
—Te diré una cosa. Acabo de enviar la última incorporación a la serie
Abstract Seven. Ahora mismo solo está en fase beta, pero si quieres echarle
un vistazo... Puede que veas algo que yo no haya visto. Estoy abierta a
sugerencias.
Evander se queda con la boca abierta, pero no emite ningún sonido.
—Um... ¿Evander?
—Ah, mierda, ella lo rompió. E, hombre, espabila. —Jagger le da una
bofetada.
—¡Ay! ¿Qué demonios? ¿por qué la violencia es siempre la respuesta
con ustedes dos? —Evander chasquea mientras se levanta.
Cuando me mira, sonríe como si acabara de darle una carta de
aceptación para Hogwarts.
—¿En serio? Envíamela. Los chicos tienen mi correo electrónico. Ah, y
llámame E. ¿Pero estás segura de que no te importa que le eche un vistazo?
Sé que estas cosas suelen mantenerse en alto secreto por alguna razón.
—Confío en ti, E. Además, no es frecuente conocer a alguien que ame
el mundo que he creado tanto como yo. Prepárate para llamadas
nocturnas al azar y mensajes de texto para rebotar ideas de ti.
Traga saliva y asiente.
—Este es el mejor día de mi vida. —Se da la vuelta y se va.
—¿Eso acaba de pasar? —Miro a Jagger, que observa la figura de E
en retirada con una sonrisa en el rostro.
—Eso parece.
CAPITULO 18

—Tengo ir a la ciudad. ¿Necesitas algo? —pregunta Jagger mientras


entra en la cocina, empapado de sudor por la carrera mañanera.
Trago mi bocado de cereales antes de llevar mi cuenco vacío al
lavavajillas y colocarlo dentro.
—Iré contigo. Podemos llevarnos a Astrid. Ha estado trabajando sin
parar, así que a la mujer le vendría bien un descanso.
Todavía me siento como un imbécil cuando pienso en lo mal que la
consideré una niña rica mimada que vivía de sus padres. Podría haberlo
sido. Por lo que me han contado, Astrid no necesita trabajar ni un solo día
más en su vida, y sin embargo trabaja más que la mayoría de la gente que
conozco.
—Suena bien. ¿Dónde está?
—Fue a la casa principal a ver a E hace unas tres horas.
—¿Deberíamos preocuparnos por él?
Sacudo la cabeza.
—Sé que bromea, pero no me da esa sensación. Es más un rollo
hermano-hermana que otra cosa. Y como Astrid no tiene hermanos y Ev
echa de menos a los suyos, debe de ser una novedad para los dos.
—Joder, si quieren hermanas, que se queden con las mías —ofrece
Jagger con una sonrisa.
Adora a sus hermanas, pero lo vuelven loco.
—Me aseguraré de decírselo a tus hermanas.
—Nunca te creerán. Piensan que soy un dios.
Sacudo la cabeza y me dirijo a la puerta. Sus hermanas lo quieren, eso
es cierto. Pero consienten su ego porque les resulta más fácil tenerlo entre
sus dedos. Me viene a la cabeza un breve recuerdo del rostro de mi
hermana, pero me lo quito de la cabeza. Dawn dejó clara su lealtad
cuando me repudió el día que me arrestaron.
—Iré a buscar a Astrid. Nos encontraremos allí.
—De acuerdo. Solo necesito tomar una ducha rápida. No tardaré
mucho.
Asiento y salgo al sol. Miro a mi alrededor, pero no veo a nadie más.
Ahora que las obras han terminado, todo vuelve a ser tranquilo. Como a mí
me gusta.
Al principio fue una adaptación, después de salir de la cárcel. Aquel
lugar siempre era ruidoso. Incluso en plena noche, se oía a la gente roncar,
hablar, rezar o llorar. No había paz, ni siquiera un segundo. Soñaba con un
lugar así cuando estaba allí. Pero cuando me soltaron, tardé meses en
adaptarme a la tranquilidad.
Cuando entro en la casa principal y miro a mi alrededor, veo a Salem
en el sofá del estudio. Me acerco a preguntarle si sabe dónde están Astrid y
E cuando me doy cuenta de que está dormida. Tiro de la manta del
respaldo y la tumbo suavemente sobre ella antes de girarme y casi chocar
con Zig.
Uno no pensaría que un hombre de su tamaño pudiera moverse tan
silenciosamente, pero es como un fantasma cuando quiere. Me hace un
gesto para que lo siga y eso hago. Nos acompaña a la cocina y me ofrece
un café, pero lo rechazo.
—¿Todo bien?
Zig traga saliva. Por un segundo, creo que no va a responder, pero
entonces asiente.
—Salem está embarazada.
—¿Qué? Joder, eso es impresionante. Felicidades, tío.
Sonríe, pero es débil, lo que me hace fruncir el ceño.
—¿Le pasa algo al bebé?
—No es eso. Es Salem. Está asustada.
—¿Qué? ¿Por qué? ¿No quería tener hijos? —Me cuesta creerlo. La he
visto con los hijos de Luna. Ella tiene esta cosa de crianza, y atrae a todo el
mundo a ella. Nadie podría cuidarnos mejor que ella.
—Tiene miedo de que pueda ser una niña. No porque no quiera una
hija, sino por lo que podría significar para nuestra pequeña.
—Oh, mierda. —Me olvidé del don de Salem. Se presenta en las
mujeres de su familia. No saben por qué, y no tienen idea de cuán fuerte
será el don hasta que ella lo use. Después de todo lo que Salem ha pasado,
puedo entender su miedo.
—La mantendremos a salvo... a ambas.
—Ella lo sabe. También sabe que la niña no podrá vivir una vida
normal, la que todos los padres sueñan para sus hijos. Será duro para ella
porque siempre será diferente.
—Será excepcional, como su mamá. No digo que vaya a ser fácil,
pero contigo y Oz como padres y con todos nosotros como tíos, la niña no
conocerá ni un segundo de no ser querida o deseada. No pasará por lo que
pasó Salem porque estaremos aquí para protegerla de todo lo que pueda
hacerle daño.
Un resoplido nos hace volvernos hacia la puerta, donde está Astrid,
abrazada a su portátil. Le corren lágrimas por el rostro y tiene las manos tan
apretadas que los nudillos se le ponen blancos.
—¿Qué pasa? —Me apresuro hacia ella y la estrecho entre mis brazos.
—¿Te ha pasado algo? —le pregunta Zig en voz baja.
Suelta un suspiro tembloroso antes de echarse hacia atrás y mirarnos.
—Lo siento. Estoy bien, lo prometo. Acabo de entrar y me he enterado
del final de vuestra conversación.
Zig se tensa, pero Astrid alarga la mano y le toca ligeramente el brazo.
—Oyéndote hablar... Slade tiene razón. Este bebé será tan querido y
protegido, y estoy segura de que Salem lo sabe en el fondo de su corazón.
Pero en su cabeza... —exhala Astrid.
»Salem tiene miedo porque solo puede basarse en sus propias
experiencias. A mí me pasa lo mismo. Pero lo que tiene aquí es diferente, y
en el momento en que tenga a ese pequeño bulto en sus brazos, le
importará un carajo si su hija es superdotada, siempre que esté sana y sea
feliz.
Zig la arranca de mis brazos y le da un beso en la frente. Ella me mira
con ojos sorprendidos antes de sonreír suavemente.
—Gracias. No lo intentábamos, así que todo fue un shock. Uno feliz.
Pero entonces Salem se asustó, y...
—Y no sabías cómo debías actuar. ¿Cómo puedes estar feliz cuando
la mujer que amas está tan asustada? Se te permite estar emocionado, Zig.
También es tu bebé. Solo tienen que estar ahí el uno para el otro. Son un
equipo en todo esto. Y creo que eso es ser padre. Trabajo en equipo.
También es amor, esperanza, miedo, preocupación y mil emociones más
que te oprimirán los hombros. Pero cuando ese bebé esté acunado en tus
brazos, no sentirá la carga que llevas. Solo sentirán el amor con el que les
cubres.
—¿Podemos quedarnos contigo? —La voz ahogada de Salem grita
desde el sofá.
Zig maldice mientras suelta a Astrid y se dirige a Salem, agarrándola
en brazos y llevándola hacia nosotros.
—Puedo caminar, sabes —suspira, pero se acurruca en él de todos
modos.
Astrid se acerca a mí y desliza su mano entre las mías.
—Lo sé —responde Zig, pero no hace ningún movimiento para bajarla.
Salem mira a Astrid con lágrimas en los ojos.
—Gracias a los dos —dice mirándome antes de alargar la mano y
apretar la mía—. Astrid tiene razón. Estaba asombrada porque solo podía
pensar en cómo era mi vida. En lo sola y asustada que estaba. Y nunca quise
eso para mi hijo. Pero entonces, nunca tuve gente como ustedes en mi vida.
Nunca tuve un padre que luchara por mí, tíos que me protegieran y amigos
que me consolaran. —Vuelve a sonreír a Astrid, que es la única persona aquí
que tiene una idea real de cómo era la vida de los superdotados. Aunque
sus vidas fueran tan diferentes como la noche y el día.
—Tampoco tuviste una madre como tú —le recuerdo. Se sobresalta,
pero le aprieto la mano—. No dudo de que te quisiera, porque ¿cómo
podría alguien no quererte? Pero no tenía ni idea de cómo ser madre de
alguien tan especial como tú. Sin embargo, tú no tendrás ese mismo
problema con tu bebé.
Salem empieza a llorar con más fuerza y Zig se la lleva. Se vuelve hacia
Astrid y hacia mí y nos da las gracias antes de dirigirse a su casa.
Miro a Astrid y veo que también tiene los ojos húmedos.
—Estará bien.
—Lo sé. No lloro porque esté preocupada o asustada. Lloro porque
estoy feliz. Siento que acabo de presenciar algo monumental. Suena
estúpido, lo sé, pero...
La beso, mi mano se desliza por su cabello mientras tomo lentamente
su boca con la mía.
—No es estúpido —murmuro contra sus labios antes de apartarme y
apoyar la frente contra la suya—. ¿Quieres venir a la ciudad con Jagger y
conmigo?
Sus ojos se abren de par en par, sorprendida por el cambio de tema,
pero se repone con rapidez. Asiente rápidamente con la cabeza mientras
la emoción ilumina todo su rostro.
—Sí, por favor. Me encanta estar aquí, pero siento que necesito un
cambio de aires.
—Bien. ¿Necesitas algo antes de que nos vayamos?
Se muerde el labio.
—¿Protector solar y sombrero? —lo dice como una pregunta—. Lo
siento, sé que es una molestia, pero... —Lo deja en el aire mientras la miro
con el ceño fruncido.
—¿Por qué es una molestia? Necesitas protección solar y sombrero
porque tu enfermedad te hace más vulnerable al sol, ¿verdad?
Ella asiente.
—Tener una enfermedad no es motivo de vergüenza. Haces lo que
tienes que hacer para mantenerte a salvo.
—De acuerdo. —Sonríe, aliviada.
—¿Quieres que vuelva corriendo a por ellos?
—Si no te importa. Mi sombrero está en la cómoda del dormitorio, y la
crema solar en el baño. Ah, y ¿podrías traerme también los lentes de sol, por
favor? Creo que están en la mesita.
—Estoy en ello. ¿Quieres que me lleve tu portátil?
—Claro. —Mete el portátil en la bandolera y me lo da, que yo deslizo
sobre el hombro con una sonrisa de satisfacción.
—¿Crees que el rosa es mi color?
—Desde luego —afirma con una sonrisa antes de que le dé un rápido
beso en los labios y vuelva corriendo a casa.
Cuando conocí a Astrid, pensé que la atracción inicial que sentía por
ella disminuiría. Pero ahora que nuestra relación ha cambiado, hay algo en
ella que apacigua a la bestia que llevo dentro. No estoy seguro de si me
alegra o me horroriza la idea de que ejerza tal dominio sobre mí.
Jagger está en la cocina cuando entro. Me mira y frunce el ceño,
observando la bolsa del portátil de Astrid.
—¿No quiere venir?
—No, si quiere. Solo estoy buscando algunas cosas para ella. Me
espera en la casa principal —digo y me dirijo al dormitorio mientras él se ata
las botas.
Cuando vuelvo a salir con la crema solar y el sombrero, agarra los
lentes de sol de la mesa y se las engancha por encima de la camiseta.
—¿Necesita algo más?
—No, eso era todo.
Espero con él a que cierre y volvemos juntos.
—¿Estás bien? Estás muy callado.
—¿Y cuándo me has visto ser un gran hablador? —exclamo,
haciéndolo soltar una risita.
—Buen punto.
No dice nada más, pero veo que quiere hacerlo.
Cuando entramos, Astrid está hablando con Creed, agitando los
brazos animadamente mientras habla.
—Hola, Creed, no sabía que habías vuelto.
—Sí, hace unos diez minutos. Hawk se desvió para visitar a su madre,
pero volví directamente.
Hago una mueca al mencionar a la madre de Hawk. Ella lo ama. No
lo dudo. Pero está el tipo de amor que te impulsa, y luego está el tipo de
amor que te asfixia. Y desde que el padre de Hawk murió... Ella es la
definición de una madre helicóptero. Siempre está encima de él y trata de
involucrarse en todos los aspectos de su vida. Así que, digamos que no es
una gran fan de nosotros ya que, aparentemente, le quitamos demasiado
tiempo a su bebé.
—¿De qué estaban hablando? Todo lo que pude ver fueron sus brazos
agitándose por todas partes.
—Paintball. Oz está preparando un curso. Pensé que a todos nos
vendría bien desahogarnos un poco. Estaba tratando de convencer a tu
chica para que se uniera a nosotros, pero no quiere.
—¿Qué pasa, Astrid? ¿No quieres jugar con nosotros? —Jagger hace
un mohín, haciéndome sonreír.
Como de costumbre, el rostro de Astrid se sonroja por el doble sentido.
Nunca he pensado en el rubor como algo sexy. Me he follado a bastantes
mujeres, pero no puedo decir que haya estado nunca con una ruborizada.
Hay algo en ello que me la pone dura de cojones. Tal vez es toda la cosa
inocente. Me hace querer hacerle cosas muy traviesas.
—Compórtate. —Le señala con el dedo.
—Deberías unirte a nosotros. Será divertido.
Una mirada de sorpresa aparece en su rostro antes de sonreír, pero no
llega a sus ojos.
—Lo pensaré.
Está mintiendo. Sé que no debería presionar, pero no puedo evitarlo.
—Mentirosa. Si no quieres salir con nosotros, no pasa nada. —Me
encojo de hombros, sin mostrarme molesto.
—Eso no es lo que he dicho, y lo sabes. Deja de tergiversar mis
palabras.
—¿Es tan malo querer pasar tiempo contigo? —Estoy siendo un
imbécil, y lo sé, pero no puedo evitarlo. Quiero saber por qué no quiere jugar.
—Oh, déjala en paz. No a todo el mundo le gusta correr y ensuciarse.
—Creed le ofrece una salida, lanzándome una mirada.
Lo ignoro y me centro en Astrid.
—No puede ser eso. A nuestra chica le gusta ensuciarse un poco. —
Sonrío, pero ella no muerde.
Levanta la vista antes de responder en voz baja:
—No me gustan las armas. —Se da la vuelta y se dirige hacia el garaje,
dejándonos a todos mirándonos, confusos.
—Además de cabreada, no parecía asustada cuando la retuvimos a
punta de pistola, así que no creo que eso sea cierto —señala Jagger.
—De acuerdo. Pero no te preocupes. Se lo sacaré.
—Pisa con precaución —dice Creed, mirando en la dirección en la
que se fue Astrid.
—¿Me estás diciendo cómo cuidar de mi mujer, Creed?
Me frunce el ceño y me da la espalda.
—Digo que esto puede ser un juego para ti, presionarla para ver hasta
dónde puedes llegar, pero la gente tiene límites por una razón.
—Es solo una partida de paintball. —Jagger suspira, pero Creed niega
con la cabeza.
—Para ti y para mí, sí. Pero para Astrid, es algo totalmente distinto.
CAPITULO 19

Me pierdo de camino al garaje, así que salgo fuera. Es más fácil


recordar dónde está cada cosa desde aquí, porque es donde tuvo lugar la
mayor parte de mi visita, sobre todo con tantas vueltas y revueltas en el
edificio. Es una pesadilla para alguien con problemas de orientación como
yo.
Cuando encuentro el sitio, Slade y Jagger ya me están esperando. Se
me revuelve el estómago cuando los veo, esperando a que me acribillen
con un millón de preguntas. Por suerte, no lo hacen, al menos de momento.
Sé que no se quedarán callados para siempre, pero aceptaré el respiro.
El garaje es enorme. Cuando miro a mi alrededor, no puedo evitar
sentirme como en una sala de exposición de coches o algo así. Sé que hay
unas cuantas personas que viven aquí, pero la proporción entre coches y
personas parece excesiva. Aun así, no puedo negar lo bonitos que son
algunos de ellos.
Veo a mi bebé y me apresuro a acercarme a él.
—Hola, Lulu. Te he echado de menos. —Apoyo la cabeza en la puerta
y suspiro cuando oigo pasos que se acercan.
—¿Quieres ir en tu coche? —pregunta Slade
—¿En serio? —pregunto, mirándolo.
—Claro. Siempre que pueda conducir.
—Pero es mi bebé.
—Y seguirá siendo tu bebé cuando estés sentada en el asiento del
copiloto.
Entorno los ojos hacia él.
—¿Esto es cosa de penes?
Ignoro a Jagger mientras se ríe detrás de mí. Slade se encoge de
hombros y saca las llaves del bolsillo.
—No uso la polla para conducir, si es eso lo que preguntas. Aunque
seguro que es lo bastante larga para alcanzar los pedales —bromea.
Le doy un empujón en el estómago y me dirijo al lado del copiloto,
sabiendo que no voy a ganar esta batalla. Lo último que quiero es que
cambien de opinión sobre dejarme ir.
Dudo y miro a Jagger.
—Puedes sentarte delante. Hay más espacio para las piernas.
—¿Seguro?
Asiento y le abro la puerta. Sonríe antes de abrir la puerta trasera del
acompañante y me hace un gesto para que suba. Pongo los ojos en blanco.
Sin duda, es un idiota. No sé qué les pasa a los que abren puertas y
conducen, pero actúan como si les fueran a quitar el carné de conducir si
no cumplen una serie de normas. Me meto dentro y espero a que cierre la
puerta antes de subir al asiento del copiloto.
Slade entra, bueno, más o menos.
—Joder, Astrid —maldice mientras intenta apretujarse detrás del
volante.
Suelto una risita mientras se acomoda el asiento antes de girarse para
mirarme. No puedo evitar sonreír al ver su ceño fruncido.
—¿Qué? Tú querías conducir —le digo dulcemente, y Jagger suelta
una risita mientras Slade niega con la cabeza.
Con un suspiro, se asegura de que tengo el cinturón puesto antes de
arrancar el coche.
—¿Estás lista?
—Sí. —Asiento con la cabeza antes de desviar mi atención hacia la
ventana.
Es extraño dejar este lugar. Soy una extraña mezcla de excitación y
ansiedad. No me molesto en charlar. Me limito a contemplar el exuberante
paisaje. Algunos los reconozco de cuando me perdí buscando el lugar, pero
la mayoría parecen sacados de una película de Hallmark.
Después de mudarme mucho de niña, sobre todo a lugares elegantes
de las grandes ciudades, este pueblo parece un lugar olvidado por el
tiempo. Es imposible no sentir nostalgia, aunque recuerde a una época muy
anterior a la mía.
Estoy tan ensimismada que no me doy cuenta de que hemos parado
hasta que Jagger abre la puerta y me tiende la mano.
—Gracias. Este pueblo es muy bonito. No pensé que lugares como
este aún existieran fuera de las películas.
—Pensé lo mismo cuando me mudé aquí.
—¿De dónde eres originario?
—Por todas partes, en realidad. Mi padre estaba en el ejército, así que
nos mudábamos mucho. He vivido en más países que la mayoría de la gente
que me dobla la edad. Luego, cuando tuve edad suficiente, me alisté.
—Entonces, ¿lo llevas en la sangre?
—Sí, supongo que sí.
El momento parece menos desenfadado que antes, me hace sentir
que he hecho algo mal, pero no lo conozco lo suficiente como para saber
qué evitar.
—Ha pasado algo. Mierda, lo siento. Eso fue realmente insensible de
mi parte. Por favor, no contestes eso.
Me hace señas para que me vaya.
—No pasa nada. Yo era un hombre diferente entonces de lo que soy
ahora. Me encantaba ser soldado. Era lo único con lo que soñaba. Tras la
muerte de mi padre, se convirtió en una forma de mantenerme unido a él.
Pero supongo que, en cierto modo, fue como conocer a uno de tus ídolos y
darte cuenta de que no estaba a la altura.
Paso mi atención de él a Slade, que rodea la parte trasera del coche
para unirse a nosotros. Tratando de dar un respiro a Jagger, sonrío a Slade y
lo interrogo en su lugar, sin darme cuenta de que mi pregunta es como
lanzarle una granada encendida.
—¿Y tú, Slade? ¿También estuviste en el ejército?
Su cuerpo se vuelve sólido como una roca. Por eso no me relaciono
con la gente. Apesto en eso. No sé lo que he dicho, pero claramente
debería haber mantenido la boca cerrada.
—Lo estaba —responde, pero no dice nada más, así que lo dejo. De
repente, un día fuera no me parece tan emocionante como antes.
—Ahora vuelvo. Tengo que buscar algo. —Slade se marcha sin decir
palabra y no mira atrás. A medida que la distancia se extiende entre
nosotros, no puedo evitar recordarme a mí misma que, a pesar de todas las
formas en que hemos llegado a conocernos en las últimas semanas, todavía
hay un océano lleno de secretos entre todos nosotros. No estoy en posición
de juzgar.
Jagger rompe el silencio.
—¿Quieres comer algo?
Me siento como si tuviera piedras en el estómago, así que lo último
que quiero es comida. Pero asiento de todos modos y dejo que me tome la
mano para que me guíe a donde quiera llevarme. Me siento nerviosa, el
brillo de la ciudad ya no hace efecto. Ojalá estuviéramos de vuelta en el
rancho, en el dormitorio, lejos de miradas indiscretas, o pérdida en uno de
mis juegos.
—No está enfadado contigo.
La voz de Jagger me saca de mis pensamientos mientras me abre la
puerta de una cafetería familiar.
—Lo sé —digo en voz baja. Puede que le moleste que se lo pida, pero
Slade tiene que saber que nunca le pediría algo para hacerle daño a
propósito—. Supuse que su paso por el ejército no había sido bueno. Debería
haber mantenido la boca cerrada. Lo siento.
Me empuja a un reservado cerca de la ventana y se desliza a mi lado.
—No es culpa tuya. No sabías que era un tema delicado. Aún no nos
conocemos lo suficiente como para saber qué evitar. —Suspira, haciéndose
eco de mis pensamientos.
—¿Se va a poner bien?
—Sí, se le pasará y cuando vuelva estará bien. Han sido unos años
duros para él. Yo... Joder. No es mi historia, Astrid. Lo siento. Sé que no es lo
que quieres oír.
Deslizo mi mano sobre una de las suyas y niego con la cabeza.
—No, lo entiendo. Cuando quiera decírmelo, estaré aquí. Pero no me
debe ninguna explicación. Ninguno de los dos me la debe. Me siento mal
por haberlo disgustado.
—¿Un poco como lo que hicimos antes cuando presionamos sobre el
paintball?
Me echo hacia atrás y lo miro mientras se acerca una camarera.
Pedimos café y tortitas: de plátano para Jagger y de arándanos para mí.
—No me gustan las armas. Puedo estar cerca de ellas. No es el arma
en sí lo que me molesta, sino el ruido que hace al dispararse.
Abre la boca para preguntar más, pero niego.
—No estoy preparada. Si lo estoy o cuando lo esté, se los diré, pero
me cuesta confiar. Estas últimas semanas, me he sentido más cerca de
ustedes que de cualquier otra persona en mucho, mucho tiempo. Si me
conocieras, entenderías lo importante que es eso.
Da la vuelta a su mano y desliza sus dedos entre los míos.
—La paciencia no es una de mis virtudes.
—Apesta ser tú, entonces.
Se ríe entre dientes y me da un codazo en el brazo, momento que se
aligera cuando la camarera vuelve con nuestra comida.
Cuando se va, empapo las tortitas en sirope y les doy un bocado.
Puede que no tuviera hambre cuando hice el pedido, pero en cuanto la
dulzura llega a mi lengua, gimo.
Sonríe.
—Así de bien, ¿eh?
—Ah, sí. —Asiento y observo cómo le da un bocado a su comida.
—Creo que he pedido todo lo de este menú, y todo está bueno, pero
las tortitas son unas de mis favoritas.
—Ya veo por qué. Entonces, ¿a dónde necesitas ir?
—Correos. Tengo que recoger unos paquetes y tengo que ir a la
ferretería. ¿Qué hay de ti? ¿Necesitas algo mientras estamos aquí?
—Bueno, teniendo en cuenta que ni siquiera sé lo que hay aquí, no
tengo ni idea.
—Me parece justo. —Se ríe y se echa hacia atrás, señalando por la
ventana—. Desde aquí se ve casi toda la calle principal y, sinceramente, lo
que se ve es todo. Hay una farmacia, una tienda de piensos y una ferretería
al final. Enfrente está la oficina de correos, una peluquería y una librería. Al
otro lado, hay una floristería, una tienda de comestibles y un gimnasio. Y en
el extremo más alejado hay un bar que lleva allí seis generaciones. Hay otras
tiendas en medio, pero no puedo decir que les haya prestado mucha
atención.
—No sé, creo que lo hiciste bastante bien. La mayoría de los hombres
no recuerdan tanto, y menos en lugares como floristerías o librerías. En
realidad, eso es jodidamente sexista ahora que lo pienso. Es como decir que
una mujer no recordaría la ferretería.
Se ríe y se termina sus tortitas en la mitad de tiempo que yo. Hace una
señal a la camarera justo cuando se abre la puerta y entra Slade. Nos ve y
se acerca, sentándose frente a mí. Sus ojos se clavan en los míos, y la
intensidad que desprenden hace imposible apartar la mirada.
—Lo siento.
Sacude la cabeza.
—No. No es culpa tuya. Es mi problema, no el tuyo. Trabajaré en mi
reacción.
Me salva de responder la llegada de la camarera.
—¿Quieres pedir algo? —le pregunta a Slade.
—No, estoy bien.
—Solo la cuenta, por favor —le dice Jagger. Ella asiente y se acerca
al mostrador.
—¿Seguro que no quieres nada?
—Estoy bien.
No lo está, pero de nuevo, lo dejo pasar. Esto de morderme la lengua
es jodidamente molesto. A pesar de lo asocial que soy, me gusta estar al
tanto de todo. Pero si fuerzo la situación, se sentirán con derecho a insistir
conmigo, y aún no tengo fuerzas para rebuscar en mi equipaje.
—Bueno, estoy lista cuando ustedes lo estén. Solo necesito ir al baño.
Jagger se desliza fuera de la cabina para que yo pueda salir, luego se
pone a un lado para que pueda pasar junto a él.
Pregunto en el mostrador dónde está el baño, y la mujer que rellena
los saleros me indica la dirección correcta. No me gustan mucho los baños
públicos, pero este está limpio, y eso siempre es una ventaja. Aun así, no me
entretengo. Me ocupo de mis asuntos y me lavo las manos antes de abrir la
puerta.
Alguien realmente tiene que ir porque mientras voy, me golpean en el
hombro, sacándome de mi camino y solo veo una larga cabellera rubia
antes de que la puerta se cierre y quede trancada tras de mí. Puede que se
haya ido, pero mi piel sigue hormigueando en el lugar donde estuvo en
contacto con la suya. A veces eso es todo lo que hace falta. Como una
acuarela en todo su esplendor, una visión parpadea detrás de mis ojos
mientras me agarro a la pared para apoyarme.
Apenas es más que un fragmento, mientras las imágenes parpadean.
No, no parpadean. Flashean. Uno, dos, tres. No hay sonido, lo cual es una
bendición porque solo tardo un segundo en darme cuenta de que los
destellos son de un arma disparándose en una habitación oscura.
Tan repentinamente como empezó, desapareció.
Y el mundo que me rodea se materializa: las luces de la cafetería, el
ruido del personal de cocina al golpear las ollas y sartenes, y el cocinero
gritando qué pedidos hay. Oigo el llanto de un niño a lo lejos. Todo es tan
abrumador que siento la tentación de hacerme un ovillo aquí mismo. Pero
no lo hago. Respiro hondo y exhalo el aire, luego respiro una y otra vez.
Una vez que mi corazón ha dejado de acelerarse, me enderezo, me
limpio las palmas sudorosas contra las perneras de los pantalones y me alejo.
Un agrio sentimiento de culpa amenaza con revolverme el estómago, pero
sigo caminando, poniendo un pie delante del otro, hasta que diviso a Slade
y Jagger esperándome junto a la puerta.
—¿Estás bien? Estás pálida —me pregunta Slade cuando me acerco
y me pasa el brazo por el hombro.
—Siempre estoy pálida —le recuerdo mientras me inclino más hacia
él y lo inspiro, usando su olor para ayudarme a aterrizar. Cuanto más nos
alejamos de la cafetería, más fácil me resulta respirar.
No miro hacia atrás. No pienso en la mujer del baño porque pensar en
ella me hace sentir como una cobarde.
La cosa es que no lo soy. Una cobarde, eso es. Soy realista. Una visión
solo es buena si puedo obtener algo de ella. Y en este caso, todo lo que vi
fueron tres disparos. No vi nada más. No sé una fecha o una hora. Podría
ocurrir en cinco días o en cinco años. No puedo cambiar su destino, y con
tan poco, ella tampoco. Eso si ella me creyó en primer lugar.
Ya lo he intentado antes. A veces tengo visiones completas y
detalladas, y otras más turbias y difíciles de interpretar, pero que suelen ser
suficientes para captar lo esencial. A veces, todo lo que consigo es una
instantánea como la que acabo de tener. Sin sonido, sin color, solo un
acontecimiento que tendrá consecuencias devastadoras.
Advertir a esa mujer no ayudaría esta vez, aunque —no es que suela
hacerlo— si hay algo que sé, algo que es de alguna manera peor que
descubrir que vas a ser la víctima de algo horrible es descubrir que serás la
asesina.
Y eso es lo que me llevé de ese trozo de futuro. No fue tanto lo que vi
como lo que pude sentir. Un día, esa mujer va a apretar el gatillo no una, ni
dos, sino tres veces.
Y su objetivo será cierto.
Para cuando regresamos, estoy muerta de cansancio. Empiezo a
darme cuenta de lo poco en forma que estoy. Siempre he sido una chica
con curvas. Estoy hecha para la comodidad, no para la velocidad, y dado
lo inactivo que puede ser mi trabajo, no hago todo el ejercicio que debería.
Sin embargo, en casa me esfuerzo más por caminar por la playa y nadar en
la piscina. Aquí, solo me he estado revolcando. Y si sigo así, acabaré
pareciendo una ballena varada.
—¿Estás con nosotros? —me pregunta Jagger cuando entramos en el
garaje.
—Sí, estaba pensando en lo poco en forma que estoy —admito con
un suspiro mientras me desabrocho el cinturón.
Jagger sale y me abre la puerta mientras Slade se vuelve para
mirarme.
—Tenemos un gimnasio aquí. Eres más que bienvenida a usarlo.
Gruño.
—Whoa, alto caballo. No nos dejemos llevar.
Salgo del coche, ignorando la carcajada de Slade.
—¿Quieres comer algo en la casa principal? —Puedo oler el aroma
de algo cocinándose mientras pregunta.
—Sinceramente, todavía estoy llena de antes. Lo que me vendría bien
es una siesta.
—A mí también me vendría bien una siesta. ¿Quieres compañía? —
pregunta Slade, caminando alrededor del coche hacia nosotros mientras
guarda mis llaves.
—Eso depende de si siesta significa siesta o si estás hablando en clave.
Sonríe y me agarra la mano.
—Creo que tiene una mente sucia, Srta. Montgomery.
Pongo los ojos en blanco y miro a Jagger.
—¿Tú también quieres venir? —Me ruborizo al darme cuenta de cómo
suena eso. Se ríe entre dientes antes de agarrar las bolsas de la parte de
atrás y darme la que contiene el libro que compré en la pequeña librería.
—Me encantaría, pero tengo que llevar estos paquetes a Oz, y
necesito ver a Hawk por algo. Ve a dormir. Te alcanzaré más tarde.
Se inclina y me besa la mejilla antes de cerrar la camioneta y dejarnos
solos a Slade y a mí. Slade me quita la bolsa y me gira para que quede
pegada al coche mientras se inclina sobre mí.
—Siento mucho lo de antes.
Levanto la mano y le rozo la mandíbula, sintiendo la barba de puntas
contra mi palma.
—No tienes por qué disculparte. No fuiste un idiota conmigo. Solo
necesitabas tiempo para recuperarte.
Me mira fijamente y puedo ver cómo mide sus palabras mientras elige
qué decir. Lo que dice me deja estupefacta.
—Me alisté a los dieciocho años, nada más salir del instituto. Yo no era
como Jagger, que soñaba con ser soldado. Nunca supe lo que quería de la
vida hasta que un reclutador vino a nuestra escuela y nos habló de cómo
era la vida en las fuerzas armadas. Sus palabras resonaron en mí. Me alisté,
para decepción de mi familia, y partí para el entrenamiento básico una
semana después de graduarme.
—¿Tu familia no quería que fueras soldado? —pregunto suavemente,
tratando de ser cuidadosa con mis palabras.
—Querían que siguiera los pasos de ellos. Mi padre es abogado. Mi
hermano también era abogado, antes de morir en un accidente de coche
mientras yo estaba alistado.
Le acaricio el brazo en señal de consuelo, pero no lo interrumpo.
—Incluso mi hermana se hizo abogada, lo cual fue sorprendente
porque mi padre es como su padre, de la vieja escuela, y cree que el lugar
de la mujer está en el hogar. Creo que solo hizo la excepción con Dawn
porque necesitaba a alguien que continuara con el negocio familiar tras la
muerte de Cliff.
Deja de hablar y mira a su alrededor. Sigo su mirada y veo una
cámara que nos vigila.
—Vamos. —Me tira de la mano y me lleva fuera del garaje, por la
parte trasera del edificio, para que no tengamos que entrar.
Ahora que ha señalado la primera cámara, no puedo evitar fijarme
en las otras mientras volvemos a la casa.
—Siempre me pregunté cómo pude acercarme tanto a la casa si eran
tan estrictos con la seguridad. Es porque podían verme en cámara,
¿verdad?
—Tuvimos los ojos puestos en ti todo el tiempo —confirma.
—¿Y si hubiera tenido un arma? —Mis palabras son ligeras, pero noto
que se pone tenso. No quiero insistir, pero es algo que me preocupa desde
el principio—. No lo pregunto por ser una idiota. Pero tener una visión de una
mujer, una mujer que ahora me importa, siendo asesinada tiende a
ponerme nerviosa por cosas como esa. Sí, eres grande y fuerte, y me
sometiste en cuestión de segundos, pero ¿y si yo hubiera estado preparada
y hubiera entrado disparando? Podría haber herido a alguien o algo peor.
—Somos muy buenos en nuestro trabajo.
—No lo dudo ni un segundo. Pero a menos que todo sea a prueba de
balas, creo que siempre hay margen para retocar cosas.
Suspira y asiente con la cabeza, abre la puerta de casa y me deja
pasar. Me quito los zapatos junto a la puerta y me acerco al sofá antes de
sentarme con un gran suspiro.
—¿Te he dicho últimamente lo mucho que me gusta tu sofá?
—No. ¿Debería estar celoso? —pregunta, moviéndose para sentarse
a mi lado.
—Si me preguntas si elegiría este sofá antes que a ti, entonces... —
Hago una pausa y me muerdo el labio, como contemplándolo.
Gruñe y me agarra, dándome la vuelta para que quede boca arriba
y él inclinado sobre mí.
—Supongo que tendré que recordarte por qué deberías elegirme
siempre a mí.
Desliza sus labios sobre los míos, provocándome con un beso suave
hasta que me abro para él y desliza su lengua para jugar con la mía. Me
agarro a la espalda de su camiseta y me encanta sentir su peso sobre mí.
Antes de que nos dejemos llevar demasiado, se retira hasta que
nuestros labios apenas se tocan, sus ojos encuentran los míos.
—Hay más.
—Dios, eso espero.
Se ríe entre dientes, apoyándose en los antebrazos.
—Eso no, aunque llegará pronto. Quiero decir, hay más de lo que te
estaba contando en el garaje. Solo que no quiero que me mires de otra
manera.
—Soy la persona menos crítica que jamás conocerás, Slade. He
estado en el extremo receptor demasiadas veces.
Asiente casi distraídamente antes de tragar saliva.
—Ya te dije que me alisté. Lo que encontré en el ejército fue lo que
antes no sabía que me faltaba. Hice amigos, buenos amigos como Jagger.
Encontré un propósito. Pensé que sería un soldado de carrera, seguro.
—¿Qué ocurrió? ¿Qué te quitó las estrellas de los ojos y las sustituyó
por sombras? ¿Has perdido a alguien?
—Me perdí.
Me aparta el cabello del rostro y vuelve a besarme suavemente. Deja
caer su frente sobre la mía y duda un instante antes de continuar.
—Había un hombre, el Mayor John Elks. Nunca me gustó. Todo el
mundo es duro en el ejército, hay que tener la piel dura para sobrevivir, pero
Elks era un hijo de puta cruel. No tuve mucho contacto con él, pero escuché
las historias, ¿sabes? Lo admito, no pensé mucho en el hombre. Estaba
viviendo la vida de mis sueños. Tenía un trabajo que me encantaba, buenos
amigos y mujeres dispuestas a bajarse las bragas al ver mi uniforme. Debería
haber prestado más atención.
—¿Qué hizo?
—Asesinó a su esposa y me incriminó por ello.
Sus palabras me golpearon como balas y me dejaron sin habla
durante unos minutos.
—¿Él qué? —susurro, incapaz de procesar lo que está diciendo.
—Fui al bar, recogí a una mujer que solo buscaba una noche. Iba
vestida para la ocasión y no llevaba anillo de casada. Debería haberle
preguntado. Pero probablemente no me habría dicho la verdad de todos
modos.
—Déjame adivinar. ¿Era su mujer?
—Sí. Te ahorraré los detalles. Nos acostamos y luego cada uno siguió
su camino. No supe que algo iba mal hasta que la policía militar llamó a la
puerta al día siguiente. La estranguló hasta matarla y me culpó por ello.
—No lo entiendo. Que él te culpara no debería importar. Debería
haber sido bastante fácil limpiar tu nombre. Testigos que conociste en el bar
o, no sé, algo.
—Hubo testigos que nos vieron en el bar, pero eso solo prueba que yo
estaba con ella, no que no la matara. Cuando me interrogaron, negué
conocerla porque formularon la pregunta de tal manera que no tenía ni
idea de lo que estaban hablando.
Mi rostro debe mostrar mi confusión.
—Me preguntaron si conocía a la mujer del Mayor Elks. Les dije que no
la había visto en mi vida. Por supuesto, en ese momento, ya sabían que la
conocía. Tenían las imágenes de CCTV del bar.
—Vale, pero no fue culpa tuya que no la conocieras como la mujer
del Mayor. No estabas mintiendo. Pero juguemos al abogado del diablo.
Digamos que te acostaste con su mujer a sabiendas, pero mentiste porque
sabías que estaba mal. Eso no te convierte en asesino.
—No, lo que me convirtió fue en un chivo expiatorio. Elks descubrió
que su mujer tenía una aventura con un soldado muerto en combate un
mes antes de que yo me acostara con ella. La historia cuenta que sintió que
no podía hacer nada al respecto porque el hombre estaba muerto, así que
decidió perdonar a su mujer. Sin embargo, cuando esa noche se presentó
en el bar para encontrarla y ella estaba encima de mí, algo en él se quebró.
Me reconoció. Así que dejó que me follara en su cama mientras él miraba,
y yo no tenía ni puta idea.
—Jesús, eso es un desastre.
—No tienes ni idea.
Se echa hacia atrás y se sienta, pasándose los dedos por el cabello,
agitado. Odio verlo así, me arrastro hasta su regazo, lo rodeo con mis brazos,
y los suyos automáticamente me rodean la cintura.
—Cuando me fui, esperó a que se durmiera y la mató.
—Dejaste muchos detalles afuera. Tengo un estómago más fuerte de
lo que crees.
—La violó brutalmente antes de estrangularla hasta la muerte. Luego
sacó el condón que había usado con ella de la basura del baño y lo vació
dentro de ella.
Traga saliva y me aprieta un poco más.
—Encontraron mi piel bajo sus uñas donde ella las había rastrillado por
mis brazos y espalda, mi ADN por todas sus sábanas... —Sacude la cabeza—
. Créeme, han condenado a gente con menos.
—Pero obviamente sabes lo que hizo el Mayor, así que funcionó. Aun
así, siento mucho que hayas tenido que pasar por algo así.
Me mira, con los ojos crispados, mientras me recoge el cabello detrás
de las orejas.
—Lo descubrimos después.
—¿Después del hecho? ¿Qué estás diciendo?
—Digo que cumplí diez años de cadena perpetua antes de que se
dieran cuenta de que se habían equivocado de hombre.
CAPITULO 20

Perdí la noción del tiempo hablando con los chicos. E es como un


perro con un hueso en este momento, vadeando a través de toda la mierda
que el juez Jones tenía en sus manos. Traté de ayudarlo, pero terminé
estorbando. Estoy convencido de que el hombre es parte máquina.
Cuando vuelvo a entrar en casa, me sorprende encontrar a Slade y
Astrid dormidos en el sofá. Pensaba que la siesta se iba a convertir en sexo.
Me quedo un momento mirándolos. Astrid está acurrucada contra el
pecho de Slade, y el hombre la rodea con los brazos como si le preocupara
que pudiera escaparse. Parecen tan tranquilos que los dejo y me dirijo a la
cocina a preparar algo para cenar, decidiéndome por pasta con salsa de
tomate picante y una ensalada.
Corto la cebolla y las guindillas, mis ojos se desvían a menudo hacia
Slade y Astrid, una extraña sensación me recorre. No digo que esté celoso
porque no les guardo rencor a ninguno de los dos, pero hay una parte de
mí que se siente excluido.
Jesús, joder. Sueno como un bebé.
Me sacudo y vuelvo a cocinar, haciendo un esfuerzo especial por
ignorarlos, hasta que oigo a Astrid revolverse. Se libera suavemente de los
brazos de Slade antes de inclinarse y darle un beso en la frente. Me
sorprende. Slade había sido un idiota con ella cuando llegó. Me alegro de
que haya conseguido dejarlo a un lado y ofrecerle afecto, algo que no
recibe de nadie excepto de Salem.
—¿Tienes hambre? —le pregunto en voz baja cuando se acerca.
En lugar de responder, rodea el mostrador y se echa en mis brazos,
apretando el rostro contra mi pecho.
—¿Qué pasa?
—Slade me contó lo que le pasó.
—Espera, ¿te habló de ello?
Me mira y frunce el ceño.
—Sí. ¿Por qué? ¿Se supone que no debe hacerlo?
—No, no es eso. Es solo que Slade es bastante reservado. No suele
compartirlo con nadie.
—Creo que intentaba explicar por qué reaccionó como lo hizo hoy en
la ciudad.
No digo nada durante un minuto, asombrado de que se haya
sincerado. Soy una de las pocas personas que sabe lo que pasó porque he
estado ahí desde el principio.
—Me contó cómo fue incriminado y enviado a prisión. Aunque no
llegó a la parte en la que fue exonerado.
—Honestamente, todo fue un espectáculo de mierda. Toma. Siéntate
mientras revuelvo.
Se sienta en el taburete más cercano a mí mientras echo los
ingredientes picados en la sartén y bajo el fuego.
—Slade siempre afirmó que era inocente, y nunca dudé de él ni por
un segundo. Lo conozco mejor de lo que él se conoce a sí mismo, y
simplemente no es capaz de algo así.
—No pensé ni por un segundo que lo fuera. ¿Pero cómo ha llegado
tan lejos? ¿No es el marido la primera persona a la que mira la policía?
—Para el mundo exterior, tenían el matrimonio perfecto.
—Pero seguramente la verdad habría salido a la luz durante el juicio.
Me burlo.
—Como dije... un espectáculo de mierda. Elks le dijo al tribunal lo
mucho que la quería, que nunca le haría daño, que estaban intentando
tener un hijo. Fue una mierda total mezclada con lágrimas falsas. Y el
hombre con el que tenía una aventura antes de liarse con Slade estaba
muerto, así que no pudo testificar —le digo—. Añade que supuestamente
Elks estaba fuera de la ciudad cuando ocurrió, y Slade fue declarado
culpable. Pero había muchas incoherencias en la historia de Elks que
desbarataron por completo la cronología.
—Si hubo inconsistencias, ¿cómo...? —La corté.
—Así era más fácil. Y no olvides que era un Mayor con amigos más
poderosos y el dinero necesario para engrasar los bolsillos adecuados. Lo
que me mata es que cualquiera que conociera a Slade debería haber
sabido lo inteligente que es el hombre. Si la hubiera matado, seguro que no
habría dejado su ADN por todas partes.
Sacudo la cabeza.
—Nunca me he sentido tan indefenso en mi vida. La mayoría de los
supuestos amigos de Slade lo abandonaron. Su familia lo repudió. Fue
condenado en un tribunal de opinión pública mucho antes de que viera el
interior de la sala.
—¿Cómo salió todo al final?
—Elks. Se emborrachó e intentó estrangular a su nueva prometida. Ella
fue a la policía y presentó cargos, y los medios de comunicación se
enteraron. Después de eso, mucha mierda salió a la luz.
»Las grabaciones de seguridad desenterradas del aparcamiento por
el que pasó Slade indican que estuvo allí a la una. Este lugar estaba a diez
minutos de la residencia de los Elks, pero Slade iba a pie esa noche porque
había estado bebiendo, así que había tardado más de una hora. Eso
significa que salió de su casa antes de medianoche. Sin embargo, el forense
sitúa la hora de la muerte entre las 12:30 y la 1:30. Un vecino recordó haber
visto las luces encendidas en el dormitorio y a una persona moviéndose
dentro cuando regresó de su turno en el hospital a la 1:15. Pero el vecino
nunca fue interrogado por los agentes encargados de la investigación
original. También recordaba haber visto el coche de Elks en la entrada, lo
que debería haber sido imposible.
—Ni siquiera puedo empezar a procesar cómo pudo pasar esto.
—Es el ejército. El rango lo es todo. Fue un maldito desastre. Y luego,
cuando salió la verdad, intentaron enterrarlo. Pero con las redes sociales
siendo lo que son, fue imposible una vez que salió a la luz.
—¿Arrestaron al imbécil?
—Se suicidó antes de ir a juicio, confesándolo todo en una nota.
—¡Maldito cobarde! —suelta, enfadada por Slade.
—Ahora puedes ver por qué le cuesta tanto confiar en la gente. El
ejército le dio la espalda, el sistema judicial lo jodió, su familia se lavó las
manos cuando más los necesitaba...
—Te tenía a ti. Créeme, un amigo verdadero es mejor que cien falsos.
—Nunca se han dicho palabras más ciertas. —Astrid salta al oír la voz
de Slade y se vuelve para mirarle.
—Hola —dice en voz baja, con cara de preocupación.
—No voy a gritarte por hablar de ello con mi mejor amigo. Sucedió.
Necesitabas saberlo, pero ahora se ha acabado. —Se encoge de hombros
y le da un beso en el hombro antes de mirarme. No está bien. Una mirada y
puedo ver la verdad.
—¿Tengo tiempo para una ducha antes de cenar?
—Claro, hombre, adelante.
Se marcha sin mirar atrás, el silencio llena la habitación.
—No está bien, ¿verdad?
—¿Lo estarías?
Mira desde mí hacia el pasillo.
—Ve. La cena puede esperar.
Duda antes de bajarse del taburete y dirigirse al dormitorio. Agrego el
resto de los ingredientes a la salsa, preguntándome si habré cometido un
error al decirle que vaya a ver a Slade. El hombre puede ser impredecible,
sobre todo cuando está herido.
Apago la estufa, me dirijo a mi habitación y la encuentro vacía. Miro
hacia la puerta de Slade y la veo ligeramente abierta, así que me dirijo hacia
allí y me detengo antes de entrar en la habitación. No los veo, pero entonces
oigo la ducha. Camino hacia el baño, me paro en la puerta y veo cómo
Slade levanta a Astrid y la aprieta contra la pared de la ducha.
El agua que corre ahoga la mayoría de sus sonidos, pero casi puedo
distinguir el gemido de ella. Sus piernas rodean sus caderas mientras él se
ajusta antes de penetrarla. Se queda quieto un momento para darle tiempo
a adaptarse. También me da tiempo a abrirme la bragueta de los vaqueros
y sacar mi polla. La acaricio de arriba abajo, sin apartar los ojos de la escena
erótica que se desarrolla ante mí.
Una vez más, me encuentro al margen, pero esta vez no me molesta
tanto. Verlos juntos me provoca algo. Ni siquiera estoy seguro de lo que es.
He visto porno tanto como cualquiera, y he visto a Slade follar con mujeres
antes. Pero nada de eso me afectó tanto como esto. Y ni siquiera es lo que
están haciendo. Es quiénes son y lo que significan para mí.
Es porque son míos, aunque sea de formas completamente diferentes.
Sigo acariciando mi polla, observando cómo Astrid echa la cabeza
hacia atrás mientras Slade le chupa el cuello, sin que a ninguno de los dos
les moleste el agua que los golpea. Están tan perdidos en su propio mundo
que me ignoran por completo. Estoy tentado de sacar mi teléfono y
empezar a grabar para poder enseñárselo más tarde, pero nada me hará
apartar mis ojos de ellos ahora mismo.
Los tatuajes de la espalda de Slade casi cobran vida con cada
empujón: el hada y su amante demoníaco atrapados en un momento de
debilidad. Me acerco más, sin querer molestarlos, pero sin poder evitar verlos
mejor. Aprieto mi polla con más fuerza mientras me acaricio, dispuesto a
aguantar tanto como ellos.
Cuando Slade ruge, sé que la está llenando con su semen. Me vienen
a la cabeza imágenes de Astrid en el futuro con el vientre hinchado,
amenazando con llevarme al límite, cuando sus ojos se abren y chocan con
los míos. Se corre con un gemido, agarrando a Slade con más fuerza
mientras su mirada me mantiene cautivo.
Y, aun así, sigo acariciando, bloqueando las rodillas cuando me
empiezan a temblar las piernas. Astrid le da un golpecito en el hombro a
Slade, que se gira y me ve. Baja a Astrid al suelo y le susurra algo al oído. Ella
asiente y él abre la puerta de la ducha para que salga.
Su cuerpo está resbaladizo por el agua, su piel enrojecida por el calor,
pero son sus ojos los que me hacen respirar agitadamente. Reflejan todas
las sucias fantasías que tengo para nosotros. Camina hacia mí, se arrodilla y
vuelve a mirarme. Retiro la mano de la polla y la llevo a su cabello, tirando
de ella hasta que abre la boca y me chupa.
Estoy demasiado lejos de ser gentil, demasiado cerca del límite para
contenerme, pero cuando sus manos se mueven para agarrarme el culo,
me doy cuenta de que no busca ser gentil en absoluto. Me agarro con
fuerza a su cabello y la penetro más profundamente, deteniéndome solo un
instante para ver si puede soportarlo.
Cuando la descarada no tiene arcadas, tiro la cautela al viento y
empiezo a follarle la boca con desenfreno. Sus uñas se clavan en mi culo,
impulsándome mientras Slade nos observa con su propia hambre. Cuando
empieza a zumbar a mi alrededor, no puedo aguantar más. La empujo y la
mantengo en su sitio. No tiene más remedio que tragarse mi semen cuando
sale disparado. Como buena chica que es, se lo bebe todo y se lame los
labios cuando saco mi polla.
—Tú, Astrid Montgomery, eres una peligrosa mujer.
CAPITULO 21

Sentada en el porche trasero con una taza de café en la mano,


contemplo las montañas y me pregunto cómo puede alguien despertarse y
ver toda esta belleza y no sentirse afectado por ella. Hay una ligera niebla
que lo empaña todo, pero el cálido sol baña las montañas de oro por todas
partes.
—Pareces distraída. —Salto al oír la voz de Salem y casi dejo caer la
taza—. Mierda, lo siento —se disculpa, alcanzando la taza.
—No te preocupes. Estaba en mi mundo y no te oí llegar. ¿Me estás
buscando a mí o a uno de los chicos?
—A ti, en realidad. Siento como si no te hubiera visto últimamente.
—Lo sé, y es culpa mía. He estado muy ocupado con el trabajo.
Estamos en las últimas fases, lo que significa que hay muchas idas y venidas
entre mi equipo y yo mientras solucionamos los errores. E ha sido un regalo
del cielo, sin embargo. Si no trabajara para ustedes, estaría tentada a
robárselos.
—Algo me dice que no opondría mucha resistencia.
Sonrío. Pero he visto cómo están los chicos juntos. Le gusto, pero daría
su vida por ellos. Esa es una gran diferencia.
—Entonces, ¿me necesitabas para algo específico, o toda la
testosterona te está afectando?
Se ríe entre dientes y se sienta a mi lado.
—Quizá un poco de ambas cosas. Pero, sobre todo, quiero hablar
contigo.
Siento que me tenso por instinto, pero cuando alarga la mano y me
da una palmadita en la pierna, me relajo un poco.
—Es como un mundo completamente diferente aquí fuera. —Suspira,
mirando a las montañas que yo estaba mirando.
—Lo sé. Y lo digo teniendo una vista bastante espectacular en casa.
Pero hay algo en las montañas que tocan el cielo que hace que el mundo
parezca mucho más infinito.
—Estoy de acuerdo. Da miedo y paz.
Asiento y espero a que pregunte a qué ha venido.
—Nunca había hablado con nadie que fuera como yo, excepto mi
madre y Penn, pero era diferente. Mi madre... Bueno, eso es una larga
historia. Y Penn podría ser superdotado como nosotros, pero parecía de
alguna manera alejado del mundo. Yo era una niña la primera vez que lo vi
y me costaba relacionarme con un hombre de veinte años.
Asiento.
—Aunque supongo que por muy parecidas que fueran nuestras
circunstancias, también eran completamente diferentes.
Cuando no continúo, noto cómo baja los hombros. Me sentiría mal
por ella si no fuera de mí de quien quiere respuestas. Resulta agotador
cuando la gente espera que le reveles todos tus oscuros secretos, pero se
niega a revelar los suyos.
—Mi don viene de la línea femenina de mi familia. No sé qué le pasó
a mi padre. Siempre fuimos mi madre y yo hasta que enfermó. Nos
mudábamos mucho. Como adulta, es difícil ocultar mi don. Pero como niña
que no entendía que era diferente, era imposible.
Doy un sorbo a mi café, sabiendo exactamente cómo se siente.
Cuando empecé a tener visiones de niña, no tenía capacidad para
entenderlas, así que, naturalmente, se lo conté a un adulto. Nunca nadie
me creyó, y cuanto más contaba la verdad, más me perseguían por ello. Al
final, dejé de contárselo a la gente. Al menos hasta que descubrí que lo que
veía no eran solo pesadillas, sino premoniciones.
—¿Cómo conociste a Penn?
Se muerde el labio.
—Nos conocimos de pasada cuando yo tenía siete u ocho años. Pero
me resultaba familiar y no entendía por qué. Mi madre hablaba con él como
si lo conociera desde hacía años, así que quizá yo lo había conocido y no
me acordaba. En cualquier caso, fue la única persona superdotada que
conocí. Me hizo sentir un poco menos sola y mucho menos rara. Me enseñó
cosas sobre mi don que no sabía que podía hacer.
Hace una pausa, con las manos cerradas en puños. Y tengo la
sensación de que acaba de pasar por alto algo importante. No es que me
guste hablar. Pero me recuerda que aún no confía en mí. Aunque no puedo
decir que no me duela. Sé que soy una hipócrita porque no les he contado
todo lo que hay que saber sobre mí. Pero, ¿cómo te abres en canal y revelas
todos tus sucios secretos a gente en la que no puedes confiar?
—De todos modos, nos mudamos de nuevo, y no lo he visto desde
entonces. Me sorprendió cuando me dijiste que te había enviado a
buscarme. Pensé que se habría olvidado de mí con los años.
La miro como si estuviera loca.
—Puedes literalmente curar a la gente. Créeme, eso no es fácil de
olvidar.
—No sabes cuánto desearía que no fuera verdad —susurra.
—Excepto que yo sí. —Deslizo mi mano libre y agarro la suya en un
silencioso momento de unidad. Pase lo que pase en el futuro, aquí y ahora
somos iguales.
—¿Y tú? ¿Cómo conociste a Penn?
Siento que el estómago se me revuelve mientras el ácido me quema
las tripas. Debe de sentir mi necesidad de huir porque me agarra la mano
con más fuerza. Respiro hondo y exhalo el aire lentamente antes de
arriesgarme a contarle un fragmento de mi pasado.
—Evitó que me pegara un tiro —susurro, mirando fijamente esas
montañas, deseando tener la mitad de la fuerza que ellas.
Su mano aprieta la mía hasta el punto de dolerme, pero no me
aparto. Me ayuda a aferrarme al aquí y ahora en lugar de ahogarme en mis
recuerdos. Me giro para mirarla y veo lágrimas en sus ojos, pero no hay
compasión, solo comprensión.
—Todo lo que veo es dolor y muerte. —Nunca llegué a ser una
soñadora porque todo lo que veía eran pesadillas—. Ojalá, por una vez,
pudiera vislumbrar el felices para siempre de alguien. Pero
lamentablemente no
—¿Nunca has tenido una visión de algo bueno sucediendo?
Sacudo la cabeza.
—No. Ni una sola vez. No soy vidente, Salem. Soy un heraldo. Intento
advertir a la gente. —Suelto una carcajada—. Bueno, ya viste lo bien que
me funcionó. Y tus chicos reaccionaron mejor que la mayoría.
—A la gente le asusta lo que no entiende.
—Lo sé. Confía en mí. ¿Pero qué hago con eso? Si mantengo la boca
cerrada, la gente muere. Y si hablo claro, la gente... —Sacudo la cabeza,
sin expresar las cosas de mierda que la gente me ha hecho a lo largo de los
años. Hay cosas que son solo mías.
»Aquel día, el día en que Penn me salvó, estaba muy enfadada con
él. Quitarme la vida no fue algo que decidí hacer por capricho. Lo había
pensado durante mucho, mucho tiempo. No traía más que miseria a la vida
de la gente. Soy el chirrido de los neumáticos en una carretera mojada, la
llamada a la puerta a las cuatro de la madrugada y el último aliento
torturado que abandona los pulmones de alguien. Nadie quiere creer lo que
veo. Pero eso no impide que me eviten como a la peste, porque allá donde
voy, me sigue la muerte.
Las dos nos quedamos calladas un momento mientras me sereno.
—Ya estaba harta, y entonces bam, Penn. Mirando hacia atrás, estoy
bastante segura de que usó su don conmigo, pero algunas de las cosas que
dijo tenían sentido.
—¿Cómo qué?
—Como si la gente solo pudiera hacerme daño si yo se lo permitía.
Solo tenían poder sobre mí si yo lo permitía. Nadie me debía nada, así que,
al final, la cuestión era menos los demás y más yo misma. ¿Podría vivir con
las decisiones que había tomado? La respuesta era sí. Mi dolor provenía de
las acciones de otras personas, no de las mías, y al quitarme la vida les
estaba dando todo el poder. Así que lo recuperé. Dejé de esforzarme por
ayudar a la gente. Si tenía una visión y pensaba que podía influir en el
resultado, decía algo. Pero a veces sé que no estoy ahí para cambiar el
futuro, solo para presenciarlo.
Pienso en la mujer de la cafetería, sabiendo que entra en esa
categoría.
—Ahora vivo una vida tranquila y reservada. No quiero volver a
sentirme como aquel día.
—Y entonces Penn volvió —susurra.
Asiento, mirándola.
—No sé cómo me encontró. Yo era una chica diferente, vivía una vida
diferente. Pero se acercó a mi puerta y llamó como si me visitara todos los
días. Me habló de ti, de lo que podías hacer. Dijo... —Cierro la boca de
golpe. No pensaba contarle la siguiente parte. Me mira con recelo, como si
la hubiera herida, así que cedo.
A la mierda.
—Dijo que había otros como yo. Otros como nosotros ahí fuera. Que
no estaba sola y que todos luchábamos por encontrar nuestro camino en
un mundo que nos veneraba y nos odiaba a la vez.
Se queda con la boca abierta.
—¿Te sorprende?
—¿No? Quiero decir, sabía lo de mi familia y Penn, y luego apareciste
tú, así que me imagino que podría haber algunos más. Pero estás haciendo
que suene como si hubiera mucho más que eso.
—No sé cuántas hay, pero dudo que sean demasiadas. Piensa en lo
difícil que es ocultar esas partes de ti. Ahora imagina que viviéramos miles
de personas en todo el mundo con poderes extraños y a menudo
incontrolables. Al final se sabría.
—¿Quizá sí? Todos vemos esas historias extrañas en las noticias que
tachamos de locura. Quizá haya un elemento de verdad en todas ellas.
—Quizá no todos. Ayer leí sobre una mujer que daba a luz a un pulpo.
Hay cosas que realmente necesito que sigan siendo ficción.
Suelta una risita, rompiendo la tensión.
—De todos modos, cuando Penn se iba, me agarró de la mano, y la
visión de ti pasó por mi cabeza.
Traga saliva antes de mirarme.
—¿Pero cómo sabías que era yo?
—No lo sabía. Penn sí. Su don de alguna manera le permitió ver lo que
yo estaba viendo.
Frunce el ceño antes de negar.
—Es poderoso. Lo sabía de niña, pero ese no es el don de Penn. A
menos que haya desarrollado uno nuevo con los años, entonces no es algo
que pueda hacer.
—Bueno, debe de haberlo hecho porque vio lo mismo que yo, por eso
me dijo que tenía que encontrarte —le digo, sintiéndome algo a la defensiva
porque no estoy mintiendo.
—No estoy explicando esto correctamente. Creo que Penn vio lo que
hiciste. Solo que no creo que fuera el poder de Penn lo que te permitió
compartir la visión. Fue el tuyo.
Sacudo la cabeza de inmediato.
—Nunca antes había podido compartir mis visiones con nadie.
Vuelve a apartar la mirada, tensa una vez más.
—Cuando curo, inyecto energía en la persona a la que ayudo. Pero
tengo que tener cuidado de no agotarme. Si doy demasiado, no me
quedan suficientes defensas naturales para curarme a mí misma. Penn me
enseñó algo más sobre mi don, algo de lo que no sabía nada. Dijo que hay
una dualidad en todos los dones. Él nació con la capacidad de leer las
emociones de los demás, pero también descubrió cómo manipularlas.
—Hijo de puta. ¡Sabía que me había hechizado!
Esboza una sonrisa antes de continuar.
—Él me enseñó que yo podía hacer algo parecido. En lugar de
empujar energía hacia una persona, puedo extraerla.
Lo deja en el aire mientras me doy cuenta de lo que está diciendo.
—Puedo atraer la fuerza vital de alguien hacia mí. Me carga como
una batería y luego puedo pasar esa energía a otra persona si es necesario.
No es algo que haga a la ligera. Me aterroriza esa sensación de estar llena
de poder. Puedo entender fácilmente lo corruptible que podría ser.
—No te conozco tan bien, Salem, pero eres una buena persona.
Irradias bondad. No creo que debas preocuparte porque el poder se te
suba a la cabeza. Pero sabiendo por experiencia cómo puede ser la gente,
me siento mejor sabiendo que tienes una forma de protegerte que otros no
pueden quitarte.
Se desploma aliviada. Supongo que esperaba que la pintara como el
monstruo que claramente cree ser.
—Espero que sepas que nunca te juzgaría por lo que eres o por lo que
puedes hacer. —Me mira con esperanza en los ojos—. Hay suficiente gente
ahí fuera deseando y esperando odiarnos por las cosas que podemos hacer.
No seas tú también uno de ellos.
Ella asiente.
—Cuando Penn vio tu visión, creo que fuiste tú quien se la empujó, no
él quien la sacó.
—Como he dicho, nunca me había pasado antes —le recuerdo.
—Pero Penn es especial. Eso puede hacer que esté más abierto a ello.
Respiro.
—¿Crees que podría hacerlo con otros superdotados? ¿Como tú?
Se encoge de hombros.
—No lo sé. Es solo una teoría, y no es fácil de probar. Me has tocado
varias veces y no he tenido ninguna visión.
Tiene razón. La he tocado y no he visto nada.
—No es raro que pase semanas, incluso meses, sin una. Hay que
recordar que solo veo cosas horribles, casi siempre violentas. Es como si mi
subconsciente llamara a toda esa energía negativa de alguna manera.
—Como alguien que depende de la energía para curarse, lo entiendo
más de lo que crees.
Asiento.
—Así que, si a alguien de los presentes le van a ocurrir cosas oscuras,
entonces no captaré nada. Dicho esto, y es muy importante que lo diga
ahora, no lo veo todo. Nunca pienses que estás a salvo solo porque te avisé.
No entiendo por qué veo algunas cosas y otras no. Yo no las controlo, ellas
me controlan a mí.
—Sé que no fue fácil para ti venir aquí y compartir lo que viste. Y sé
que nosotros lo hicimos diez veces más difícil, aunque lo hiciéramos con la
mejor de las intenciones. Solo quiero decir que, pase lo que pase, gracias
por intentarlo.
Me tenso antes de mirarla a los ojos.
—Nadie me cree nunca. No soy yo compadeciéndome de mí misma.
Es la verdad. Y si la gente no me cree, descarta lo que digo hasta que es
demasiado tarde. Espero que tengas un poco de fe en mí, la suficiente para
alejarte de las luces de Navidad.
Me ofrece una sonrisa, pero no me llena de confianza.
—Bueno, aún faltan cuatro meses para Navidad. Así que estoy bien
por ahora. Estoy segura de que cuando se acerque la fecha, Oz y Zig me
encerrarán en el dormitorio por mi propia seguridad. —Se ríe entre dientes,
pero se lleva la mano al estómago. Se la acaricia ligeramente,
recordándome que no solo está en peligro la vida de Salem, sino también
la de su bebé.
—Con suerte, tendré otra visión que nos dará algo más para seguir
antes de eso. Quiero decir, ¿de qué sirve tener este don si no puedo cambiar
las cosas que veo?
No contesta durante un segundo antes de tragar saliva.
—A veces no es el acontecimiento lo que necesitas navegar, sino las
secuelas.
Sus palabras me atraviesan como un cuchillo. He vivido más secuelas
de las que una persona debería tener. Pero mirando fijamente a los tristes
ojos de Salem, sé una cosa. Perderla lo cambiaría todo. Y Oz y Zig reducirían
el mundo a cenizas en venganza.
CAPITULO 22

—Necesitas salir más, o al menos darte una puta ducha. Apestas. —


Miro a E con el ceño fruncido y le doy un plato con un sándwich.
—Estoy tan jodidamente cerca. Puedo sentirlo.
—E. Evander —le digo bruscamente cuando me ignora. De mala
gana, se vuelve y me mira—. Sé que esto es importante para ti. Todos lo
sabemos. Pero te necesitamos en forma para luchar. Eso significa que
también tienes que cuidarte. Come esto, dúchate y échate una siesta. Y
que Dios me ayude, si discutes conmigo, enviaré a Salem para la próxima.
Sus ojos se abren de par en par ante mi amenaza antes de cerrarlos
con fuerza y gemir.
—Está bien —concede, abriendo los ojos. Le da un mordisco al
bocadillo y me mira fijamente—. ¿Contento?
—Extasiado.
Tomo asiento en el sofá y miro la pared de pantallas que tiene
delante. Mirarla durante dos minutos me da dolor de cabeza. A saber, cómo
puede pasarse horas mirándola.
—Necesitas un descanso después de esto.
Se encoge de hombros, pero no discrepa, probablemente sabiendo
que no ganará en una discusión ahora mismo.
—Estoy cerca. El juez Jones era aún más sucio de lo que
sospechábamos, y ya suponíamos que se revolcaba en la mierda como el
cerdo que es. Cada pista que sigo me lleva a otra. Para cuando termine,
este hombre tendrá suerte si vuelve a ver el exterior de una celda.
—¿Tan mal? —Ev no se asusta fácilmente, así que cuando me mira
con los ojos muy abiertos y un movimiento brusco de cabeza, vuelvo a mirar
la pantalla—. ¿Algún jugador involucrado del que debamos tener cuidado?
—Toneladas. Pero estoy estudiando cuáles pueden suponer una
amenaza y cuáles son más probable que se escondan bajo una roca una
vez cortados los hilos de su titiritero. Este tipo ha vivido y practicado por todo
el mapa, así que tengo miles de piezas que intentar encajar.
—¿Alguna charla que sugiera que está buscando a la esposa?
—Ex-esposa, y no. Pero eso no significa que no esté buscando.
—Vas más allá. Siempre lo haces en casos así. Pero no puedes salvar
a todo el mundo, E. —Me levanto y me acerco, dándole un apretón en el
hombro. Sé que la madre de Evander fue víctima de violencia doméstica,
así que estos casos siempre lo afectan más.
—Puedo intentarlo. Y a veces, eso es suficiente. —Desliza el plato sobre
su escritorio antes de ponerse en pie—. Gracias por la comida. Ahora voy a
darme esa ducha.
Retrocedo para que pueda pasar a mi lado, maldiciéndome por no
haber dicho nada. Cada uno tiene su cruz. Esta es la de E. No entiendo por
qué coño creo que puedo opinar sobre cómo vive ese hombre. Es solo que
sé lo que es mantener a todo el mundo a distancia, y a veces veo ecos de
eso en E. Y no es el único. Astrid es tan espinosa como un cactus, pero es
fácil ver, una vez que te deja acercarte lo suficiente, que todo es un
mecanismo de defensa. Desea tanto ser amada. Lo veo en la forma en que
mira a Oz y Zig con Salem. Pero el miedo a ser lastimada es como una mano
en la espalda de su camisa, tirando de ella hacia atrás.
Con un suspiro, salgo de la sala de seguridad y bajo corriendo a la
parte principal de la casa, donde encuentro a algunos de los chicos
merodeando por la cocina. Cuando miro el reloj y veo que es la hora de
comer, entiendo por qué.
—Oye, ¿has ido a ver a Ev? —pregunta Crew, acercándose a mí con
una cerveza en la mano.
—Sí, he conseguido que se coma un bocadillo y se duche.
Probablemente volverá al trabajo después, pero es mejor que nada.
—Me aseguraré de que baje a cenar, aunque tenga que llevarlo yo
hasta aquí.
—Buena suerte con eso.
—¿Buena suerte con qué? —pregunta Wilder, entrando en la cocina
con una bolsa de patatas fritas en la mano.
—E —me limito a decir.
Gruñe en señal de comprensión. Mira alrededor de la cocina y frunce
el ceño.
—¿Dónde está Salem? Juro que me dijo que venía hacia aquí para
empezar a comer.
—¿Cuándo fue eso?
Mira su reloj.
—Hace un par de horas.
Me vuelvo hacia el salón y veo a Greg y Jagger, que están viendo los
mejores momentos del fútbol en la tele.
—¿Alguno de ustedes ha visto a Salem?
Jagger me mira y asiente.
—Llamó a la puerta cuando me iba y dijo que quería hablar con Astrid
de algo. Pensé que ya estaría de vuelta. ¿Quieres que vaya a ver cómo
están?
—No, yo iré. Me sorprende que sus hombres no hayan ido a buscarla
—bromeo, sabiendo que Oz y Zig son aún más posesivos ahora que Salem
está embarazada.
—Están revisando las cámaras del perímetro. Al parecer, dos de ellas
cayeron en la misma zona esta mañana. —Debe verme tenso porque
sacude la cabeza—. Ev informó de algún tipo de problema técnico, pero no
cree que sea motivo de preocupación.
No menciono lo distraído que ha estado trabajando en rastrear todas
las sucias acciones del Juez Jones. La mente de E funciona de forma
diferente a la nuestra. Él mismo es como un ordenador, con cincuenta
pestañas abiertas y múltiples programas ejecutándose en segundo plano.
Asiento y salgo. No me cuestiono el extraño presentimiento que tengo.
Puedo investigarlo más tarde. Ahora tengo que encontrar a las chicas y
asegurarme de que todo va bien.
Cuando llego a la casa, abro la puerta de un empujón. Al encontrar
la cocina y el salón vacíos, se me aprietan las tripas. Me dirijo hacia los
dormitorios, pero cuando paso por la puerta lateral, una sombra procedente
del exterior llama mi atención. Doy un rodeo y encuentro a las dos mujeres
sentadas en el porche.
Se giran al ver que me acerco y sonríen. No sé qué cara tengo porque
mientras la sonrisa de Salem se mantiene firme, la de Astrid se escapa.
—¿Qué pasa? —pregunta Astrid, poniéndose en pie, derribando la
taza que estaba en el porche a su lado.
—Nada. No sabíamos dónde estaba Salem. Se suponía que estaba
haciendo la comida —respondo, el alivio de encontrar a los dos de una
pieza hace que mis palabras salgan más agudas de lo necesario.
Los hombros de Astrid se desploman mientras Salem se pone en pie
de un salto.
—Oh, rayos. Perdimos la noción del tiempo charlando. Olvidé lo que
se suponía que estaba haciendo.
—Eso explicaría por qué los hombres deambulan por la casa principal
como zombis hambrientos. Es como si hubieran olvidado cómo valerse por
sí mismos ahora que los has malcriado.
Salem se ríe antes de volverse hacia Astrid.
—Gracias por la charla. No sabía cuánto necesitaba desahogarme
hasta hoy.
Astrid le ofrece una suave sonrisa y asiente antes de que Salem baje
los pocos escalones.
—Te acompaño —le digo a Salem, pero mis ojos se clavan en Astrid,
que se rodea con los brazos en actitud defensiva.
Frunzo el ceño, sin saber por qué se retrae de mí y descubro que no
me gusta nada.
—Está bien, Slade. Estoy segura de que recuerdo el camino. —Salem
se ríe, y aparto los ojos de Astrid y me vuelvo hacia Salem.
—Me sentiría mejor sabiendo que te entregué a salvo.
—Señor, líbrame de los machos sobreprotectores. Bien, será mejor que
nos vayamos antes de que los chicos se rebelen. —Ella mira a Astrid,
observándola, antes de que sus ojos se desvían hacia mí y de nuevo a Astrid.
—Te prepararé un plato y lo pondré en la nevera para cuando
quieras, Astrid.
—Gracias —susurra antes de que baje corriendo los escalones para
reunirme con Salem. Cuanto antes la deje con los demás, antes podré volver
y averiguar qué le pasa a Astrid.
Extiendo mi codo para que Salem deslice su brazo en él antes de
acompañarla de vuelta a la casa principal.
—¿Todo bien entre ustedes?
Me mira y esboza esa sonrisa secreta suya.
—¿Por qué no iba a estarlo?
Hago una mueca que le hace saber que creo que está llena de
mierda.
Se ríe y sacude la cabeza, con los mechones de su cabello castaño
claro ondeándole en el rostro.
—Es agradable, ya sabes, tener a alguien con quien hablar de las
cosas.
—Tienes una casa llena de gente ahí arriba que se colgaría de cada
palabra que digas.
Se detiene, haciendo que me detenga con ella.
—¿No quieres que hable con Astrid?
—No seas estúpida. Solo quería decir que siempre tienes a alguien
dispuesto a escucharte. Ninguno de nosotros te juzgaría jamás. Ya tienes que
saberlo.
—Sí, quiero. Claro que sí. Los quiero a todos por ello. Pero no es lo
mismo que hablar con alguien que lo ha vivido. Es un poco como si me
escucharas quejarme por llevar zapatos de tacón alto. Puede que
simpatices, pero nunca has llevado la versión diabólica de un dispositivo de
tortura, así que no lo entiendes realmente.
No puedo evitar reírme ante su analogía.
—Entendido.
Caminamos en silencio durante un rato antes de abordar un tema, no
estoy seguro de si debo hacerlo.
—¿Te parece raro que Astrid no haya tenido otra visión?
Se encoge de hombros.
—No tengo ni idea de cómo funcionan las visiones de Astrid más allá
de lo que ha dicho. Y antes de que preguntes, si quieres más información,
habla con ella. No quiero que piense que la charla que tuvimos esta
mañana fue una misión de investigación. Eso no es justo para ninguna de las
dos, y rebajará lo que espero que se convierta en una estrecha amistad.
Levanto la mano libre en señal de rendición.
—Cálmate, mamá osa. Solo preguntaba. Pero te gusta, ¿no?
—Por supuesto, me gusta. Es difícil no hacerlo. —Hace una pausa
antes de continuar—. Ella es fuerte. Hay que serlo para vivir con lo que ella
tiene y seguir en pie. Pero también hay algo innatamente frágil en ella.
Como si su fuerza fuera una contraventana de acero que cierra el mundo a
su parte más tierna. No he tenido una vida fácil, pero Astrid tiene cicatrices
tan profundas que hacen que las mías parezcan cortes de papel.
—Podría estar mostrándote lo que quiere que veas.
—Supongo. Pero entonces ella podría decir lo mismo de nosotros,
¿eh? Después de todo, te la llevas a la cama todas las noches y la sostienes
en tus brazos, pero aquí y ahora, me estás preguntando por el carácter de
la mujer. Me parece que deberías tener cuidado con tirar piedras, Slade.
Una podría rebotar y golpearte en el rostro.
No me mira mientras se marcha, subiendo la rampa hacia la parte
principal de la casa. Oigo los vítores cuando se abre la puerta. Me quedo
allí y espero a que la puerta se cierre tras ella antes de volver a casa.
Reflexiono sobre las palabras de Salem y suspiro, sintiéndome como
un imbécil. Tiene razón, aunque fue más amable al decirme que soy un
idiota de lo que yo lo hubiera hecho si los papeles se invirtieran. Tengo que
ser capaz de confiar en lo que veo en lugar de buscar siempre una historia
oculta que pueda aparecer y estropear las cosas.
Me dirijo a la parte trasera de la casa, pero Astrid ya no está en el
porche. Abro la puerta y me cuelo dentro. Me quedo quieto y escucho
movimiento cuando oigo unos mocos procedentes del dormitorio de
Jagger. Me acerco sin hacer ruido y me paro en la puerta, observando a
Astrid sentada en la cama con los pies descalzos metidos debajo de ella
mientras mira por la ventana.
Al notar mi llegada, mira hacia mí y se enjuga una lágrima que corre
por su mejilla. Siento un dolor punzante en el pecho cuando me dirijo hacia
ella. Una parte de mí espera que retroceda, pero cuando me siento a su
lado, se inclina hacia mí y suelta un suave suspiro cuando la rodeo con el
brazo. Nos sentamos en silencio, con el sonido de nuestros corazones
latiendo al unísono como único ruido en la habitación.
Su suave voz rompe el silencio.
—Cuando tenía cuatro años, me secuestró un hombre que
chantajeaba a mi padre.
Sus palabras absorben todo el oxígeno de la habitación. Quiero
hacerle un millón de preguntas, pero Astrid es un libro tan cerrado que no
quiero arriesgarme a alterar sus páginas.
—Me tuvo tres días. Realmente no lo recuerdo. Recuerdo vagamente
estar asustada y confusa, pero eso es todo.
—¿Atraparon al cabrón? —Mi voz suena espesa y entrecortada,
como si hubiera hecho gárgaras con vidrio.
Se encoge de hombros.
—Nadie habló de ello después. Todos olvidaron lo ocurrido y siguieron
con sus vidas.
—Eso está jodido.
—Era tan joven. No estoy segura de que mi cerebro pudiera
procesarlo. Al menos no en aquella época.
Me quedo inmóvil ante sus palabras y tiro de ella hasta que se sienta
en mi regazo. Agarro su mandíbula e inclino su cabeza hacia atrás para que
no tenga más remedio que mirarme.
—¿Qué quieres decir con esa vez?
—Me raptaron de nuevo cuando tenía siete años. Esa vez por un
grupo. Eran un poco más organizados. Me tuvieron durante veinticuatro
horas. Las cuales pasé encerrada en una jaula para perros.
—¿Te hicieron daño? —pregunto, temiendo la respuesta.
—Fueron un poco duros conmigo, pero me dejaron en paz una vez
que me tuvieron. Su único interés era el dinero. Una vez que les pagaron, me
dejaron en un parque.
Sacudo la cabeza, conmocionado. Que te secuestren una vez es una
experiencia horrible para un niño, pero que te secuestren dos veces es una
locura.
—¿Tus padres te llevaron a terapia?
Suelta una carcajada.
—Por supuesto. La terapia es socialmente aceptable entre los ricos.
Las niñas rotas y traumatizadas, no tanto. Cuando me atraparon a los
catorce años, las cosas eran un poco diferentes.
La miro fijamente a los ojos, incapaz de procesar las palabras que
dice.
—Ellos también querían dinero. Siempre se trataba del maldito dinero.
Pero yo ya no era una niña. Mi cuerpo había cambiado, desarrollado, y el
dinero no era lo único en lo que pensaban.
—Astrid, no —susurro, mis manos se deslizan hasta sus caderas,
sujetándola.
—Uno de los hombres me agarró del brazo, su piel desnuda tocó la
mía, y tuve una visión. Lo vi hiriendo y matando a una mujer, y supe que eso
es lo que me pasaría a mí también. Lo único que me mantenía a salvo era
saber que podrían tener que presentar una prueba de vida.
»El líder... me esposó a una silla y me dejó allí. Tenía los brazos atados
a la espalda y atravesados por la madera, por lo que me resultaba imposible
liberarlos. Aun así, eso no me impidió intentarlo.
Se levanta la muñeca y se la frota distraídamente. Tomo su mano
entre las mías, miro su muñeca y observo, por primera vez, unas cicatrices
plateadas y descoloridas.
—No dejé de intentarlo, ni cuando empezaron los gritos ni cuando
sentí que mi piel se desgarraba y la sangre corría por mis brazos. Podía oír mi
visión reproduciéndose en la habitación de al lado, y ni siquiera el dolor de
mi piel desgarrada podía distraerme del horror que le estaba ocurriendo ni
del conocimiento de lo que me esperaba.
Respira entrecortadamente mientras la rodeo con los brazos y la
atraigo hacia mí, abrazándola con fuerza mientras el corazón me galopa en
el pecho.
—Ya puedes parar. Ya no tienes que contármelo.
Continúa como si no me hubiera oído.
—Cuando vino a por mí, desconecté una parte de mi cerebro,
llevándome a un lugar muy lejano. Pude estar allí cuando me hizo esas
cosas. Estaba tan ensimismada que no me di cuenta de que había un
equipo de rescate. Le dispararon y se lo llevaron a rastras. Estaba en brazos
de alguien y en un helicóptero cuando mi cerebro por fin registró que era
libre.
Levanta la cabeza de mi pecho y se le escapan algunas lágrimas más.
—Nunca tuvo la oportunidad de hacerme lo que quería. Los gritos de
esa mujer son solo algunos de los muchos que atormentan mis sueños. Su
tormento dio tiempo al equipo para encontrarme. Su muerte me mantuvo
viva. Tuve que asimilar muchas cosas, sobre todo cuando, unos meses
después, descubrí que mi padre se negó a pagar el rescate. Dijo que la
gente pensaba que era un blando. Como había pagado las dos primeras
veces, la gente pensaba que era un blanco fácil. Decidió adoptar una
postura y no razonar con los terroristas. —Se burla, con la rabia y el dolor
claros en su voz—. Y tomó esa decisión mientras su hija estaba en manos de
un psicópata. El equipo que me rescató vino a por la mujer que murió. Su
marido los contrató para que trajeran a su esposa a casa, y en vez de eso,
me encontraron a mí.
—Ni siquiera sé qué decir, Astrid. Nada de eso debería haberte
pasado. Jesús, nena, eres tan jodidamente fuerte. —Le paso la mano por la
espalda, sintiendo cómo se estremece bajo mis caricias—. Si alguna vez
conozco a tus padres... —Sacudo la cabeza, mordiéndome el labio en el
último momento. No importa lo que yo piense. Siguen siendo los padres de
Astrid.
—Te lo digo porque cuando nos encontraste a Salem y a mí juntas, me
miraste como si esperaras que le hiciera daño.
—No. Astrid... —Pone sus dedos sobre mis labios.
—Tu reacción al verme fue diferente a tu reacción al ver a Salem. Sé
que tengo mis propios problemas, pero sentí frío y tuve que luchar contra un
impulso irrefrenable de salir corriendo. Entonces me di cuenta de que no te
había contado mucho sobre mí. ¿Cómo puedes crear confianza con
alguien si no sabes nada de él, verdad? Y después de que te sinceraras
conmigo sobre la cárcel y esas cosas, quise ser valiente y dejarte entrar un
poco. —Su voz se quiebra al final, así que la acerco y le doy un suave beso
en los labios.
—Gracias por confiar en mí.
Sonríe, una sonrisa pequeña pero verdadera. Mi pulgar pasa por las
cicatrices de sus muñecas, mis ojos bajan hasta ellas antes de subir hasta su
rostro.
—Por eso no te gusta que te aten. Te trae recuerdos. —Me siento
culpable. Soy un cabrón.
Ella asiente distraídamente.
—Estoy bien la mayor parte del tiempo, pero las esposas me llevan de
vuelta allí y a esa sensación de impotencia.
La hago rodar hasta que queda debajo de mí y aprieto mi cuerpo
contra el suyo, alisando su cabello con mi mano.
—Tengo una idea. Implica confianza.
Me mira con recelo.
—De acuerdo.
Me bajo de ella y desaparezco en mi dormitorio. Abro el cajón de la
mesilla y rebusco hasta encontrar lo que busco. Las agarro y me dirijo de
nuevo hacia Astrid, encontrándola exactamente donde la dejé.
Levanto la mano para que vea lo que tengo. Su respiración se
entrecorta un segundo y su rostro palidece al ver las esposas. Levanto la otra
mano y le enseño la llave. Me acerco despacio a la cama, abro el cajón,
meto la llave y lo cierro.
—Quiero esposar una de tus muñecas a la cama. Dejaré la otra libre.
No quiero incapacitarte. Quiero que sepas que puedes alcanzar esa llave
cuando quieras.
—Si puedo alcanzar la llave, ¿para qué molestarse en encerrarme?
—Uno, porque quiero que seas capaz de superar tus miedos. Dos,
porque quiero que disfrutes de la experiencia.
—¿Disfrutar de la experiencia? —Sus ojos se abren de par en par. Mira
las esposas, la puerta y la mesita de noche—. ¿Y no me detendrás si quiero
quitármelas?
—No. Me sentaré y esperaré que me des la oportunidad de volver a
trabajar contigo algún día.
Exhala un suspiro tembloroso antes de asentir lentamente.
—De acuerdo, Slade. Confío en ti.
Esas tres palabras me golpearon más fuerte que cualquier te amo.
Esta mujer tiene amor para dar a raudales, pero la confianza la guarda
como un dragón a su tesoro. Es preciado, y juro en este momento
asegurarme de que no se arrepienta.
—Buena chica. Ahora levántate y desnúdate para mí. Te quiero
completamente desnuda y a mi merced. —Le doy una sonrisa tortuosa,
sintiendo sus nervios apretados. Pero mi valiente chica solo duda un segundo
antes de levantarse de la cama y hacer lo que le ordeno.
Veo cómo se quita primero la camiseta y luego el sujetador; sus
grandes pechos piden ser succionados ahora que están libres. Sus ojos se
clavan en los míos mientras se baja los pantalones y la ropa interior, dejando
que la gravedad haga el resto por ella. Se despoja de la ropa y queda a mis
pies, de pie ante mí, como una jodida diosa.
—Túmbate en la cama —ordeno, con la voz cargada de excitación.
Mi polla está tan dura como para clavar clavos, pero no me desnudo.
Si me saco la polla, acabaré follándomela contra la pared. Y aunque eso
suena como el paraíso, no es lo que ella necesita de mí en este momento.
Se tumba en el centro de la cama y respira entrecortadamente
cuando me inclino sobre ella y me meto en la boca uno de sus sonrosados
pezones.
—Las manos en la cabecera, princesa.
Se levanta y se agarra al cabecero con las dos manos, sacando el
pecho como una invitación silenciosa. No le quito los ojos de encima
mientras agarro las esposas metálicas del marco de la cama y le coloco una
en la muñeca. En cuanto encajo las esposas, su respiración se vuelve
agitada.
—Mantén tus ojos en mí, Astrid. No va a pasar nada que no quieras
que pase. —Ella asiente rápidamente, pero su respiración sigue siendo
demasiado rápida.
Desciendo por su cuerpo y abro sus piernas, mirándola desde entre
sus muslos.
—Lo estás haciendo muy bien. ¿Qué tal una recompensa?
Antes de que pueda responder, me inclino y cierro la boca sobre su
clítoris antes de chuparlo. Jadea y mueve las caderas. La mantengo quieta
mientras me doy un festín, sin aflojar el ritmo, sin querer que su mente se
pierda en ese oscuro lugar. Rodeo su clítoris con los dedos antes de
acariciarlo con la punta de la lengua.
Sacude los brazos y el ruido del metal contra metal la saca de su
estado de lujuria durante un minuto. Sin darle tiempo a que el miedo se
apodere de ella, deslizo dos dedos entre los labios de su sexo, provocándola.
Cuando mis dedos se han impregnado de su excitación, los introduzco en
su interior, curvándolos para llegar a ese punto que tanto le gusta.
Murmura mi nombre y vuelve a concentrarse en mí mientras me
agarra el cabello con la mano que tiene libre. Debería reprenderla por
soltarme, pero el dolor que siento mientras ella tira con fuerza de mis
mechones casi hace que me corra en los pantalones.
Golpeo mi dura polla contra la cama, buscando la felicidad de la
liberación, igual que Astrid cuando aprieta sus caderas contra mi boca.
Deslizo mis dedos dentro y fuera de su coño resbaladizo mientras chupo su
clítoris, sintiendo cómo se aprieta a mi alrededor. La lamo, la chupo y le lamo
el coño como un moribundo en busca del elixir de la vida.
Grita mi nombre y me tira de mi cabello mientras me sujeta. Siento lo
cerca que está, así que cuando suelto los dedos y me maldice, sonrío contra
ella. Sus maldiciones se convierten en gemidos cuando empiezo a follarla
con la lengua y mis dedos acarician su clítoris.
—Qué buena chica, Astrid. ¿Quieres más, cariño? ¿O quieres que
pare?
—Para y te mato —gruñe, haciéndome soltar una risita.
Sin previo aviso, le meto tres dedos y le doy un ligero mordisco en el
clítoris con los dientes. Grita y sus piernas se cierran en torno a mí,
sujetándome mientras me trago su orgasmo.
Suavizo mi tacto, lamiendo suavemente su piel sensible con la lengua
mientras la ayudo a superar las réplicas. Levanto la cabeza y le sonrío.
—¿Qué tal ha ido?
—Has perdido tu vocación de terapeuta. Creo que me acabas de
curar.
—¿En serio? —Me río, me encanta la ligereza que baila en sus ojos.
—No estoy segura. Tal vez deberíamos hacerlo de nuevo, por si acaso.
Esta mujer no tiene ni idea de lo que me está haciendo. Por ahora,
sería mejor que siguiera así. No le costaría mucho hacerme girar alrededor
de su dedo, y nada bueno sale de dejar que alguien más tenga poder sobre
ti.
CAPITULO 23

Me sorprende encontrar a Slade solo en el sofá cuando vuelvo. Me


mira al entrar y da un sorbo a su cerveza.
—¿Dónde está Astrid?
—Está durmiendo la siesta.
—Parece que necesita muchas siestas últimamente.
Sonríe, pero se le pasa rápidamente. Deja la botella de cerveza sobre
la mesa y se inclina hacia delante.
—Me contó un poco de su pasado.
Me acerco al sofá y me siento en el brazo, frente a él.
—¿Qué ha dicho?
Baja la mirada hacia su cerveza, como si estuviera decidiendo si
quiere desvelar sus secretos. Un hilo de celos me recorre al saber lo cercanos
que son. No voy a mentir, es una mierda quedarse al margen, aunque sea
yo quien se contenga. Sé que Slade la necesita más que yo, más de lo que
él sabe. Solo que no me di cuenta de cómo me haría sentir.
—Fue secuestrada.
Sus palabras me sacan de mis pensamientos y me quedo con la boca
abierta, no me lo esperaba en absoluto.
—¿Pero qué coño...? ¿Hablas en serio?
Asiente con la cabeza, con las manos apretadas en puños.
—Lo peor es que no la secuestraron una vez, sino tres. —Frunce el ceño
antes de mirar hacia las habitaciones—. O más, pero solo me contó sobre
tres veces. Quiero creer que es eso, pero... ¡Joder!
—¿Cómo es que no es un caso perdido?
Sacude la cabeza y se encoge de hombros.
—No lo sé. Sobre todo sabiendo un poco por lo que pasó.
Mi sangre se convierte en hielo.
—¡Explícate! —ladro.
Exhala y se pasa las manos por el cabello, frustrado.
—La última fue la peor, aunque era lo bastante joven las dos primeras
veces como para no recordar gran cosa. ¿Sabes que su padre se negó a
pagar el rescate la última vez? Solo está aquí porque el mismo tipo se llevó
a otra persona, y el equipo de rescate enviado para rescatarla se llevó a
Astrid con ellos cuando encontraron a su objetivo muerto.
—¿Murió? Joder. ¿Astrid lo vio? ¿Cuántos años tenía?
—Tenía catorce años. No lo vio, pero pasó al lado, así que lo oyó
como... —Sus ojos se abren de par en par y maldice—. Mierda, no, ella lo
vio. Tuvo una visión. Así que, aunque no vio el acto en sí, no le hizo falta. Ya
lo había presenciado. Así que, cuando empezaron los gritos, sabía
exactamente lo que estaba pasando, y no había nada que pudiera hacer
para detenerlo.
Pienso en cómo la encerramos aquí cuando llegó por primera vez y
cómo intentó huir. Sus reacciones fueron a la vez de miedo y de resistencia.
En aquel momento, estaba confusa. Pero ahora sus acciones tienen sentido.
Me froto los ojos, me siento cansado de repente.
—Tenemos que informar a los demás de esto.
—¿Por qué? Eso no cambia sus razones para estar aquí —me dice con
un suspiro.
—Lo hace, ¿verdad? Tiene que ser así.
Abre la boca, pero vuelve a cerrarla. Nos sentamos en silencio,
mirándonos fijamente, los dos pensando en Astrid y en lo que esto significa.
—Me lo dijo en confianza. Sé que tenemos que decírselo a los demás,
pero no puedo evitar sentirme como una mierda por compartir lo que no
me corresponde compartir. Ella confiaba en mí.
De nuevo, siento esa barra de celos porque tiene razón, sobre todo
sabiendo todo esto. Ganarse la confianza de Astrid debe ser como ganar la
lotería.
—Todavía tenemos que decírselo —le recuerdo en voz baja—. Fueron
francos sobre Salem.
—Sí, pero ella estaba de acuerdo con eso.
Vuelve a mirar hacia el dormitorio antes de maldecir y ponerse en pie.
—Podemos despertarla si quieres y explicárselo.
Sacude la cabeza y vuelve a pasarse los dedos por el cabello,
haciendo que se le erice.
—Si dice que no, tendré que romper su confianza y hacerlo de todos
modos. Así, al menos, podré alegar ignorancia.
—Es una línea muy fina, Slade.
—¿Qué otra opción tengo? Tú mismo lo has dicho —contesta, se
acerca a la silla y agarra su chaqueta del respaldo. Y ahora me siento como
una mierda.
—¿Quieres que vaya contigo?
Se lo piensa un segundo.
—No, quédate con ella. Te mandaré un mensaje si te necesito.
—De acuerdo. Mira, sé que te sientes como una mierda ahora mismo,
pero es lo mejor. Podemos sentarnos con ella y explicárselo. Puede que no
le guste, pero lo entenderá.
—Sí, claro que lo hará —murmura antes de salir y cerrar la puerta tras
de sí sin mirar atrás.
Me acerco a la ventana y miro fijamente hacia fuera, pensando qué
hacer a partir de ahora. Me siento atrapado en el limbo. He estado
esperando a que Slade sintiera algo por Astrid, y ahora que está claro que
lo siente, me pregunto dónde encajo yo. No es su cuerpo lo que me
preocupa. Sé que parece feliz de compartir eso conmigo. ¿Pero qué hay de
su corazón y de todas las demás cosas que hacen que Astrid sea quién es?
El pequeño vistazo que le dio sobre su vida anterior me hace
preguntarme si nos está separando en dos bandos. ¿Siente lo mismo por mí
que por Slade? ¿O soy solo la prima que recibe por follarse a Slade?
Agarro la cerveza de Slade de la mesita y me la bebo. No se ha
mostrado distante conmigo, al menos desde el principio. Nunca he sentido
que quisiera que me fuera a la mierda cuando Slade está cerca. Pero ni una
sola vez me ha pedido más o se ha abierto a mí como hizo con Slade.
¿Mantiene las distancias porque no me quiere así, o se ha dado cuenta de
que me he estado conteniendo?
—Menuda mierda —refunfuño, frotándome la mano por el rostro,
sabiendo que yo mismo he creado este maldito problema. Si mantengo un
pie fuera de esta relación, ¿puedo quejarme de que ella también se
contenga?
Agarro la botella de cerveza vacía y la tiro a la basura antes de
dirigirme al dormitorio. Me paro en la puerta y la miro dormir. Está hecha un
ovillo, casi protegiéndose, algo que observo que no hace cuando duerme
a mi lado y al de Slade.
Pongo a prueba esa teoría y me quito la camiseta, deseando sentir su
piel contra la mía. Me subo a la cama a su lado y la acomodo para poder
pasarle el brazo por debajo. En cuanto lo hago, ella gira hacia mí, su mano
se desliza por mi pecho mientras levanta la cabeza y abre un poco los ojos.
—¿Jagger?
—Shh, solo quiero abrazarte un ratito. Vuelve a dormir.
No discute conmigo. Apoya la cabeza en mi pecho, su cabello
blanco se extiende sobre mi piel mientras deja escapar un suspiro de
satisfacción. A juzgar por sus acciones, el problema soy yo. Cuando no está
despierta y siente mi distancia, no se contiene. Se abre a mí sin sentir la
necesidad de protegerse. Necesito darle una razón para dar el salto y
darme una oportunidad.
Necesito que sepa que no la dejaré caer en vano.
Cuando tenía quince años, murió mi padre. Asumí su papel de
protector de la familia y proveedor de mi madre y mis dos hermanas.
Vivíamos en un parque de caravanas, y el dinero siempre escaseaba hasta
que me alisté y pude enviarles más a casa. Siempre he tenido arraigado el
poner a los demás antes que a mí mismo. Pero desde que llegó Astrid, cada
vez quiero ser más egoísta.
Debo de haberme quedado dormido, porque el sonido de un
mensaje en mi teléfono, seguido de otro, me hace abrir los ojos. Miro fuera y
veo que aún hay luz, así que no puedo llevar mucho tiempo durmiendo. Me
giro hacia el reloj, pero parpadea. Supongo que se habrá ido la luz en algún
momento.
Aparto suavemente a Astrid, que sigue muerta para el mundo, y salgo
de la cama, agarrando mi camiseta por el camino y poniéndomela. Saco
el móvil del bolsillo mientras camino por el pasillo y miro la hora. ¿Solo son las
tres de la tarde? Joder, parece que es más tarde. No suelo dormir la siesta,
así que supongo que eso me ha despistado. Aunque no me arrepiento de
la hora que he pasado a solas con Astrid en brazos.
Veo dos mensajes de Slade y pulso sobre su nombre.
Ven aquí.
Deja a Astrid allí.
Frunzo el ceño al leer el segundo, me alegro de que no esté despierta
para no tener que inventar una excusa. Me calzo las botas y me las abrocho
antes de abrir la puerta y cerrarla en silencio. Fuera hace calor, pero está
nublado, lo que me hace preguntarme si lloverá más tarde.
Estoy tan perdido en mi propio mundo que, cuando abro la puerta de
la casa principal, no capto enseguida el ambiente. No hasta que me doy
cuenta de que hay un silencio absoluto y todas las miradas están puestas en
mí.
—Supongo que Slade los puso al tanto. Es un desastre, lo sé.
Me dirijo a la mesa donde están sentados los demás. Todos menos E,
que está de pie junto a la isla un poco pálido, y Salem, que no aparece por
ninguna parte.
—Ahora mismo está durmiendo la siesta, gracias a Dios —responde
Zig, leyendo mi pregunta no formulada.
—¿Te dijo algo Astrid desde que me fui? —pregunta Slade.
—No, sigue dormida. ¿Por qué?
Slade me mira con una expresión que ya he visto demasiadas veces.
Pura rabia letal.
—¿Quién coño te ha cabreado?
Slade suelta la bomba.
—Ev encontró un vínculo entre el Juez Jones y Astrid. —Es lo último que
esperaba que dijera, y tardo un momento en darme cuenta de la
implicación.
—¿Qué mierda? —Parece que hoy digo mucho eso. Miro a Ev
mientras se agarra al borde de la isla con tanta fuerza que me preocupa
que se rompa—. ¿Ev?
—Aún no tengo todos los detalles, así que creo que todos debemos
mantener la calma hasta que los tenga.
—A la mierda con eso, Ev. Sé que adoras a esa mujer, pero es una
maldita mentirosa y una asesina. No la quiero cerca de mi mujer y mi hijo —
gruñe Oz. Como nadie le lleva la contraria, me acerco a Ev y le agarro la
camiseta por delante.
—Dime qué demonios está pasando. Acabo de tener a esa mujer en
mis brazos durante la última hora, ¿y ahora me dices que es el enemigo?
—Nunca dije eso. Dije... —Lo sacudo, pero se suelta—. Dejé de
trabajar en el archivo de Astrid mientras estaba vadeando la mierda de
Jones. Eso no quiere decir que no lo llevara en segundo plano. Solo que no
estaba persiguiendo nada activamente porque pensaba que todos
habíamos sido ganados por ella.
—Habla por ti —gruñe uno de los tipos, pero no me giro para ver quién
es.
—De todos modos, un nombre apareció cuando estaba revisando los
viejos casos de Jones. Hace seis años, trabajaba como fiscal del distrito. Él,
así como un par de colegas, por lo que he encontrado hasta ahora, fueron
pagados para silenciar las cosas.
—¿Callar las cosas? ¿Qué cosas?
—Hubo un tiroteo en una escuela. No recibió tanta cobertura como
otros tiroteos porque los estudiantes provienen de algunos de los hijos de
puta más ricos del país.
—¿Qué tiene eso que ver con Astrid?
—¿Con Astrid Montgomery? Con nada. Con Astrid Oakes, todo.
Porque ella fue una de las autoras arrestadas.
Lanzo un suspiro entrecortado que me quema los pulmones.
—No. No me lo creo.
—Parece que quien sobornó al juez Jones se las arregló para
mantener su nombre fuera de la mayor parte. Y lo que no pudieron borrar,
lo enterraron. Por eso pido más tiempo antes de que la empleen.
Sacudo la cabeza. No me lo creo. Nada de esto tiene sentido. Me giro
para mirar a Slade, que me mira como si quisiera destrozarlo todo en la
habitación.
—No te lo puedes creer.
—Tiene cicatrices en las muñecas de unas esposas. —Suelta una
carcajada y se levanta, caminando de un lado a otro—. Tengo que decir
que la historia del secuestro fue un buen toque. Me ha tocado la fibra
sensible. Supongo que sabía que no sería tan comprensivo si supiera que las
marcas de las esposas eran por resistirse al arresto.
—Le contó a Salem que conoció a Penn Travis la primera vez, cuando
él evitó que se pegara un tiro. Salem lo vio en un contexto diferente, y yo
también, al principio —interrumpe Zig—. Pero después de enterarme de esto,
tengo que cuestionarme si Astrid era en realidad la mala que buscaba una
salida. Hemos visto cómo los perpetradores tienden a suicidarse al final de
sus juergas, demasiado cobardes para enfrentarse a lo que han hecho.
—¿Y por qué este tipo Penn sigue apareciendo a horas jodidas? —
gruñe Oz—. Si fue el responsable de volar la clínica, sabemos que no tiene
ninguna moral. No se preocupaba por el personal ni por los pacientes, así
que dudo que se preocupe por un grupo de estudiantes. Los únicos que
parecen interesarle son Salem y Astrid, así que no me cuesta creer que
interviniera ese día antes de que ella pudiera apuntarse con el arma.
Diablos, probablemente tuvo algo que ver con la matanza.
Miro el suelo de baldosas, conmocionado. Nada de esto parece real.
—¿Por qué venir aquí entonces?
Miro fijamente a Oz y a Zig.
—No crees que vino aquí para advertir a Salem, ¿verdad?
Oz sacude la cabeza.
—Creo que vino aquí para llevársela. Está esperando a que bajemos
la guardia. Y casi lo hicimos, maldita sea.
—Cuando no pude encontrar a Salem antes, tuve esta sensación... Tal
vez en el fondo, sabía que algo andaba mal. ¡Joder! —Slade se mete las
manos en el cabello y tira de él.
—¿Y ahora qué?
—Ev necesita terminar de cavar. Necesitamos todas las pruebas que
podamos conseguir en esto. También tenemos que encontrar a ese maldito
Penn. Tengo la sensación de que está más cerca de lo que pensamos —
responde Zig.
—¿A alguien más le parece raro que no haya tenido ni una sola visión
desde que está aquí? —pregunta Crew, cruzándose de brazos.
Wilder gruñe, inclinándose hacia delante.
—Si mentía sobre ellos, ¿no habría fingido al menos un par para darse
más credibilidad?
—Cuanto más miente, más profundo es el agujero que se cava. Fingir
que está teniendo una visión podría echar por tierra su historia con la misma
facilidad con que la verifica —señala Hawk.
Greg, que hasta ese momento había permanecido callado, mira
alrededor de la mesa con el ceño fruncido antes de levantarse y tirar la silla
hacia atrás.
—¿Qué? —le gruñe Oz —. Si tienes algo que decir, entonces dilo de
una puta vez.
—¿Por qué? Ya has tomado una decisión. Necesito dar un paseo
antes de decir algo de lo que no pueda retractarme. Tal vez quieras
considerarlo tú mismo.
Sale hacia el garaje dando un portazo.
—Tiene razón. Tenemos que mantener la boca cerrada hasta que
tenga más información. No estoy cómodo rodando con esto sin todos los
hechos. —Evander se endereza, haciendo su camino alrededor del
mostrador.
—Dime que ella no hizo esto, Ev. Es todo lo que necesito. Nada de lo
demás importa. —No para mí, al menos. Si ella vino aquí para hacer lo que
dijo o vino por una razón más siniestra, todavía no ha hecho nada que yo
no pueda detener. Pero si fue responsable del asesinato masivo de niños,
estoy acabado. No hay vuelta atrás.
—No puedo. Todo lo que sé hasta ahora es que fue detenida por el
asesinato de nueve compañeros y tres profesores. Los cargos fueron
presentados y luego misteriosamente retirados antes de que su nombre
fuera borrado de los archivos por completo. Si no fuera por los archivos de
Jones, no habría encontrado tanto. Necesito más tiempo —insiste. Cuando
nadie dice nada más, maldice y vuelve a subir a su habitación. Estoy seguro
de que seguirá indagando hasta descubrir todos los secretos que Astrid creía
haber enterrado.
Me corroe la necesidad de golpear algo, de montar en cólera. Miro a
Slade y veo la misma rabia reflejada en mí. Confiamos en ella, a pesar de
todas las razones por las que no deberíamos. Qué vergüenza.
—¿Debemos jugar limpio o encerrarla hasta que Ev termine? —
pregunta Creed.
—No confío en mí mismo para estar cerca de ella en este momento.
No sin arremeter —admito.
Todas las miradas se dirigen a Slade, pero este niega con la cabeza.
—Ahora mismo no quiero ni mirar a Astrid. Si no vuelvo a ver a esa
zorra, será demasiado pronto —suelta.
El sonido de un gemido hace que todas nuestras cabezas giren hacia
la puerta trasera, donde se encuentra Astrid, mirándonos horrorizada.
CAPITULO 24

Siento que me cierro, como si un muro de hielo encerrara mi corazón,


apartándolo de todo el mundo. Los oigo hablar, pero no puedo
concentrarme en sus palabras. ¿Qué sentido tiene? Nada de lo que diga
ahora importará. Todo lo que creía saber, todo lo que creía sentir, se ha
convertido en polvo. ¿Por qué sigo haciendo esto, exponiéndome,
esperando un resultado diferente, cuando nada cambia?
—Enciérrala en su habitación hasta que E termine —suelta una voz
enfadada.
El estruendo en mis oídos me impide distinguir quién ha hablado antes
de que una mano me rodee el brazo y me arrastre. Tropiezo, apenas capaz
de ver a través de mis lágrimas. No me molesto en ocultarlas. Dejo que
fluyan, para que cuando estos imbéciles miren atrás y se den cuenta de lo
que han hecho, recuerden este momento. Cuando sueñen conmigo, no
verán las sonrisas que les he dedicado en las últimas semanas. Recordarán
este momento en el que todo se vino abajo. Recordarán el dolor y la
angustia que pusieron en mis ojos cuando pisotearon el corazón con el que
prometieron ser amables.
Espero que los persiga.
Jagger no me dice nada mientras me guía de vuelta a la casa y me
lleva a su habitación, empujándome para que me siente en la cama. Agarra
las esposas del cajón de la mesilla y duda un segundo antes de colocarme
una en la muñeca. Me la aprieta, pero no tanto como para que me duela,
antes de atar la otra a la cama.
No le doy la satisfacción de reaccionar, aunque la confianza que
Slade me había infundido se ha convertido en polvo. El hecho de que no
me inmute debe de hacerle pensar que mi miedo a las esposas también era
mentira, porque su expresión se vuelve estruendosa.
—No te conozco de nada, ¿verdad? —me gruñe.
Levanto la vista hacia él y, al ver mi expresión hueca, es él quien se
estremece. Parece inseguro por un momento, pero entonces suena su
teléfono y el momento se rompe.
Saca el móvil y lee el mensaje, con la mandíbula apretada por lo que
encuentra.
—Volveré.
Bien por él. No me importa.
No espera respuesta. Me deja y vuelve con los demás, que seguían
sentados alrededor de aquella mesa como reyes, juzgando mi valía y
encontrándome falto.
Echo un vistazo a la habitación que ha sido mi hogar durante las
últimas semanas y se me escapa una burbuja de risa que me hace daño en
los oídos de lo irregular que suena. Recuerdo lo desesperada que me sentí
la primera vez que me encerraron aquí, pero eso no es nada comparado
con lo que siento ahora. Me miro el pecho y espero ver astillas de cristal
clavadas en mí. Eso explicaría al menos el dolor, que me hace respirar como
si me apuñalaran una y otra vez.
Al cabo de unos minutos, cuando estoy segura de que estoy sola, me
dirijo al cajón de la mesilla y lo abro con la mano libre. Rebusco hasta
encontrar la llave de las esposas y resoplo por la ironía. Jagger no estaba
aquí cuando Slade me esposó. No sabe que Slade puso la llave en el cajón
para que no entrara en pánico. Nunca la necesité porque le di toda mi
confianza, una confianza que ahora recupero.
Giro la llave en la cerradura y veo cómo se me cae el brazalete de la
muñeca, dejando el otro atado a la cama, antes de dirigirme al armario.
Agarro las maletas que nunca he deshecho, meto las pocas cosas que
tengo desperdigadas en el bolso, incluido el portátil, me lo echo al hombro
y tiro del asa. Ahora me doy cuenta de que nunca me pidieron que me
quedara. Nunca me dijeron que colgara la ropa ni me ofrecieron un cajón
o dos para mí. Siempre fui un cuerpo caliente con el que pasar el tiempo
mientras decidían si mentía. Si yo fuera algo más para ellos, sabrían que todo
esto es mentira.
Aprendiendo de la última vez que intenté escapar, me dirijo
directamente a la puerta principal. Jagger salió volando tan rápido que no
se habría molestado en rearmar el lugar. Rara vez lo hacen ahora que
confían en mí. Resoplo. Confianza. Cierto. Solo era una puta ilusión.
Avanzo sigilosamente por el lateral del edificio, examino donde
recuerdo que están las cámaras y espero a que giren antes de correr hacia
el siguiente punto. Tardo más que si corriera directamente hacia el garaje,
pero es mejor pasar desapercibida el mayor tiempo posible. Una ventaja de
cinco minutos puede marcar la diferencia.
Me cuelo por la entrada trasera del garaje y me mantengo
agachada. Si tengo suerte, la cámara del otro lado no me detectará, pero
como la de más cerca está fija, es más difícil evitarla. Echo un vistazo a mi
coche, pero no me dirijo hacia él. Aún no me han devuelto las llaves, y ahora
me doy cuenta de que no tenían intención de hacerlo. Bueno, que se jodan.
No necesito el coche. Me he dado cuenta de que, con lo rápido que entra
y sale la gente de este sitio, usando el vehículo que les da la gana, las llaves
o están ya en los coches o están colgadas en algún lugar de aquí dentro.
Echo un vistazo a la habitación y encuentro lo que busco: un armario
metálico con tres filas de llaves. Me dirijo hacia él manteniéndome lo más
agachada posible, lo que hace que me ardan los muslos. Prometo por todos
los santos que, si salgo viva de aquí, me pondré en forma. Empezaré a hacer
más cardio o algo así. Tal vez haga yoga caliente o Zumba. Si voy a estar
corriendo constantemente, al menos debería asegurarme de que estoy en
forma para correr. Además, cuando lleguen los zombis —y teniendo en
cuenta la mierda de vida que llevo ahora, digo yo que los zombis serán una
realidad— no quiero ser la chica jugosa y rellenita que parece un sabroso
tentempié. Ahora mismo, lo único que me mantiene en pie es mi rabia. Me
niego a que esos bastardos me hagan más daño del que ya me han hecho.
Aunque sé que es mentira, que una vez que esté a salvo, me derrumbaré.
Pero necesito la mentira.
Centrándome en las llaves, tomo la que tiene el emblema de Audi en
el llavero. Aquí solo hay un Audi, así que me ahorro el estrés de encontrar el
coche que coincide con la llave. Me apresuro hacia él, sin preocuparme ya
de ser sigilosa. La necesidad de ir rápido me empuja. Sé que pronto se darán
cuenta de que me he ido, y entonces vendrán a por mí, preocupados por si
suelto secretos sobre su preciada Salem y la distribución de este lugar.
Quiero estar lejos de aquí antes de que eso ocurra.
Tiro mis cosas en el asiento trasero antes de subirme al coche, ajustar
el asiento y arrancarlo. Compruebo los retrovisores y salgo del garaje. Veo a
dos hombres hablando cerca de la entrada principal de la casa mientras
salgo, pero están demasiado lejos para que pueda distinguir quiénes son.
Gracias a los cristales tintados, tampoco pueden distinguir quién conduce.
Ninguno de los dos corre hacia mí, así que, por suerte, el Audi que sale no
activa ninguna alarma. Así que piso el acelerador y salgo pitando de allí
antes de que se me acabe la suerte.
Mis estúpidas lágrimas comienzan de nuevo cuanto más me alejo.
Cuando llego a la carretera principal, juro que la respiración se me
entrecorta en el pecho por un momento al recordar lo malditamente
orgullosa que estaba de mí misma cuando encontré el desvío hacia el
misterioso rancho Apex. Pues que se jodan. Que se jodan todos. Le deseo lo
mejor a Salem. Espero que mantenga la guardia alta porque, a pesar de
todo, no quiero que le pase nada. Pero es hora de que me vaya.
No soy tan noble como para quedarme aquí encadenada como un
perro por si acaso estoy en el lugar adecuado en el momento adecuado
para salvar a una mujer que probablemente ni siquiera me eche de menos
ahora que me he ido.
—¡Jesús! —siseo cuando me doy cuenta de lo hastiada y amargada
que sueno. No quiero ser esa persona. Trabajé demasiado duro para vencer
a los demonios que pasé años tratando de ahogar en el fondo de una
botella de vodka. No puedo evitar estar cabreada por haber dejado entrar
a Jagger y Slade lo suficiente como para hacerme recaer en los viejos
hábitos. Los sentimientos de inutilidad, de haber sido utilizada y ridiculizada
se manifiestan una vez más, como viejos amigos de otra vida de los que
desearías poder olvidarte.
Sacudo la cabeza, tratando de alejar mis pensamientos caprichosos,
pero el odio hacia mí misma me atenaza y se niega a ceder. Estoy
enfadada, tan enfadada que necesito una palabra más fuerte para
describir lo más que enfadada que estoy. No solo con Slade y Jagger, sino
con todos ellos. Sin embargo, la persona con la que estoy más enfadada
soy yo. Lo sabía, pero las chicas estúpidas toman decisiones estúpidas.
Bueno, ya no.
Me acerco al primer cajero que encuentro y saco todo el dinero que
me permite antes de pasar al siguiente. Lo hago hasta que tengo un buen
fajo de billetes en la mano, gracias a que tengo un límite de retirada alto en
mi banco. Conduzco hasta la pequeña cafetería que hay al principio de
una ruta de senderismo que pasé de camino y que, al parecer, es muy
popular entre los turistas en esta época del año. Pido unos bocadillos y un
par de botellas de agua para llevar antes de entablar una conversación
ligera sobre cómo voy a recorrer los senderos.
La camarera me mira a el rostro y frunce el ceño. Tengo la sensación
de que esta mujer puede ver a través de mi mierda.
—¿Estás bien? Los senderos pueden ser peligrosos si no estás
familiarizado con ellos. No estoy segura de que me sienta cómoda
dejándote vagar por ahí sola, especialmente cuando parece que tu
corazón ha recibido una paliza. Los corazones rotos hacen que sea fácil
quedar atrapado en tu cabeza, y es entonces cuando levantas la vista y te
encuentras perdida.
Muevo mi cabeza con tristeza.
—Ya me he perdido. Pero te prometo que no iré lejos. Solo necesito
estar sola un rato.
Me mira escéptica.
—No vas a hacer nada estúpido, ¿verdad?
Sacudo la cabeza.
—Creo que he alcanzado mi cuota de por vida de decisiones
estúpidas.
Al cabo de un minuto, asiente de mala gana y me ofrece un rápido
adiós con la mano. Me dirijo a la parte trasera del aparcamiento, la más
cercana al sendero, donde he aparcado. Agarro las bolsas del coche, meto
la comida en la mochila y me dirijo hacia el sendero, asegurándome de no
dejar la maleta a la vista. Cuando pierdo de vista la cafetería, doy la vuelta
y sigo en línea recta paralela a la cafetería hasta llegar a la carretera. Cruzo
la calle y me dirijo hacia la estación de autobuses que está a un kilómetro y
medio de aquí, arrastrando mi equipaje detrás de mí.
Cuando llego a la estación, resoplo y, aunque ya es de noche y la
temperatura ha bajado, estoy cubierta de sudor.
Cuando me acerco a la ventanilla, la mujer sentada tras la mampara
de cristal me echa un vistazo y frunce el ceño.
—¿Se encuentra bien?
—Yo... yo... necesito un billete.
—¿Adónde?
—En cualquier lugar lejos de aquí.
Enumera los lugares y elijo tres al azar. Compro billetes para cada
destino, así, si la preguntan, no podrá decir a nadie adónde fui
exactamente. Con un gesto de agradecimiento, me dirijo al baño y aparco
las maletas a mi lado para poder apoyarme en el mostrador. Me miro en el
espejo y hago una mueca de dolor. Vaya, no me extraña que me miren,
más de lo normal. Tengo los ojos hinchados e inyectados en sangre de tanto
llorar, mi piel, normalmente clara, está rosada por haber estado expuesta al
sol demasiado tiempo y mi cabello está hecho un desastre.
Abro el grifo y me echo un poco de agua en el rostro, disfrutando de
su frescor. Cuando me siento más despejada, me tomo unos minutos para ir
al baño antes de buscar en mi bolso una sudadera con capucha. Me la
pongo y me cubro el cabello con la capucha. Del pequeño bolsillo
delantero del bolso saco los lentes tintados y me tapo los ojos. Con la cabeza
palpitando como está, me reprendo por no haberme puesto antes los lentes
de sol cuando estaba bajo el maldito sol, pero mi mente estaba claramente
en otras cosas.
Respiro y me dirijo a la sala de espera. Me siento en un rincón junto a
una señora mayor que hace punto. La silla del otro lado está vacía, salvo
por una gorra de béisbol. El dueño de la gorra está dormido en la silla de al
lado. Me siento con mis maletas, ansiosa por poner distancia entre este lugar
y yo. Mi pierna rebota arriba y abajo nerviosamente mientras el tiempo
parece pasar arrastrándose. Por fin llega el autobús para el que compré un
billete.
Miro rápidamente al hombre dormido que tengo al lado y, antes de
que pueda cuestionar mis actos, le arrebato la gorra y la cubro con mi bolso
mientras me dirijo al autobús. Me muevo inquieta mientras espero para subir,
intentando mantener la calma y no llamar la atención. Está claro que no
estoy hecha para esta vida. Ya soy un manojo de nervios. ¿Cómo seré
dentro de una semana? ¿Intentarán encontrarme o simplemente dejarán
que me vaya? Si vienen, ¿qué harán conmigo? Tengo tantas preguntas
para las que no tengo respuesta que se me revuelve el estómago y la
cabeza me late con más fuerza.
Cuando llego hasta el conductor y le tiendo el billete, me tiemblan
tanto las manos que no puede leerlo. Alarga la mano para sujetarlo y su
meñique roza el mío. Tal vez sea porque tengo las defensas bajas —mi mente
está tan ocupada con todo lo demás que no me estoy protegiendo como
suelo hacerlo— que una visión me golpea fuerte y rápido.
Veo al conductor con los pantalones por los tobillos mientras penetra
a una mujer que está inmovilizada sobre uno de los asientos del autobús.
Una de sus manos se agarra al respaldo del asiento para mantener el
equilibrio, la otra está sobre su boca mientras se la folla brutalmente. Sus
gritos son amortiguados por la mano de él, pero nada detiene el flujo de
lágrimas que brotan de sus ojos aterrorizados. Miro alrededor del autobús,
preguntándome por qué nadie la está ayudando, cuando veo que está
completamente vacío excepto por ellos dos. Echo un vistazo al exterior y
veo que está oscuro y aislado.
Vuelvo al aquí y ahora y retiro la mano.
—¿Estás bien? —pregunta el conductor, la viva imagen de la
preocupación. Sus palabras se sienten como aceite en mi piel después de
lo que acabo de ver.
—Estoy bien —respondo bruscamente.
Espera un segundo antes de indicarme con la cabeza que me siente.
Me doy la vuelta y suelto un suspiro, con el estómago revuelto.
Son visiones como esa las que me atormentan, no solo porque el acto
es tan atroz, sino porque no tengo un marco temporal de cuándo podría
tener lugar. Podría ocurrir mañana, dentro de dos semanas o dentro de dos
años. Incluso si consiguiera localizar a la persona de mi visión, ¿cómo le haría
entender lo que vi? Y si, por algún milagro, la convenciera, ¿qué pasaría?
Tendrían que pasar el tiempo que tardara en hacerse realidad,
aterrorizados, siempre mirando por encima del hombro.
Llamar don a lo que tengo es una broma. No puedo ayudar a nadie.
Lo único que va a pasar es que me volveré loca poco a poco. Ahora
recuerdo por qué me mantengo aislada.
Me abro paso hasta la parte trasera del autobús, agachando la
cabeza, sin querer que nadie se acuerde de mí. Cuando tropiezo con el
bolso de alguien que está tirado en el pasillo, levanto la vista y pego un grito
ahogado al ver a los ojos a la mujer que está siendo violada. Me mira
fijamente mientras me enderezo y sigo adelante, tirándome en el asiento de
atrás, con el corazón retumbando en mi pecho.
Coloco mis bolsas a mi lado para evitar que nadie se siente junto a mí.
Mientras todos están distraídos, me bajo la capucha y me pongo la gorra de
béisbol antes de subirme la capucha por encima. Inclinado hacia atrás,
estudio a la mujer que está cuatro asientos por delante y enfrente de mí e
intento averiguar cuál es la mejor manera de acercarme a ella. Por mucho
que quiera soltarle la verdad, no es una opción. Si piensa que estoy loca, no
me escuchará o, peor aún, la asustaré. Mi mayor temor es que sean mis
acciones las que provoquen la visión. Por ejemplo, si no hago nada, ¿se
bajará del autobús una parada antes que la mía? ¿Y si soy yo quien la asusta
y la hace quedarse quieta, pensando que está más segura a bordo que
fuera conmigo? ¿Y si mis palabras la empujan a la misma situación que
intento evitar? Intento relajarme, sabiendo que voy a estar aquí un rato, así
que todavía no va a pasar nada.
Mantengo mis ojos fijos en ella durante la mayor parte del trayecto,
excepto cuando se desvían hacia la parte delantera del autobús y el
conductor la observa por el espejo retrovisor. A medida que se acerca mi
parada, mi ansiedad aumenta a medida que el autobús se vacía poco a
poco. Cuando la persona sentada detrás de la mujer se baja, me arriesgo y
cambio de asiento. Solo tendré una oportunidad, y rezo a Dios para que
haga caso de mi advertencia antes de que me entere por las noticias.
Exhalo un suspiro, me inclino hacia delante y empiezo a susurrarle.
CAPITULO 25

—¿Cuánto más va a durar esto? —Cruzo los brazos impaciente


mientras Ev teclea Dios sabe qué en su ordenador.
—Todo el puto tiempo que haga falta, Slade. Muchas de estas cosas
han sido enterradas.
—¿Crees que es un encubrimiento del gobierno? —pregunta Zig. No
es difícil dar ese salto. Saben lo de Salem, después de todo. Si hay una
mínima posibilidad de que Astrid tenga visiones, es lógico que también
sepan de ella.
Miro de Zig a Oz y los veo mirando la pantalla, intentando seguir a Ev,
pero el hombre trabaja a velocidades que nos superan.
—No veo que nadie más tenga los medios o los fondos —coincide
Oz—. Borrar algo así, algo que debería haber sido noticia nacional, es casi
imposible. Estoy buscando otras opciones, pero ahora mismo, todo lo que
veo es el gobierno.
—Entonces no estás buscando en los lugares adecuados. —Ev se
vuelve para mirarnos a los tres.
—Sería una buena moneda de cambio —añade Zig.
Ev se cruza de brazos y sacude la cabeza.
—Ustedes ya han decidido que Astrid es culpable, ¿por qué tanta
prisa? ¿Podría ser que no están seguros de que ella sea culpable de las
suposiciones a las que todos han saltado después de todo?
Ninguno de nosotros dice nada a eso. Yo, más que nadie, no quiero
que nada de esto sea verdad. Es por eso que estamos aquí mientras Ev sigue
cavando. No puedo estar cerca de Astrid ahora mismo, no hasta que lo
sepa seguro. Como dijo Greg, terminaré diciendo o haciendo algo de lo que
me arrepentiré. Algo más de lo que ya he hecho. No puedo negar, sin
embargo, que el sentimiento de traición me hizo reaccionar sin pensar.
¿Podría Astrid, mi Astrid, haber hecho esto?
—Muy bien, voy a morder —se queja Oz—. ¿Quién más podría haber
encubierto la participación de Astrid? Y si fueron lo suficientemente hábiles
para ocultar partes de la historia, ¿por qué no ocultarla por completo?
—Sus padres están forrados. ¿Quién coño crees que lo encubrió? —Ev
suspira, frotándose los ojos—. Y supongo que no lo encubrieron todo porque
no tenían por qué hacerlo. Solo necesitaban ocultar lo suficiente para
enterrar la verdad. Aunque hay gente que no ve la verdad, aunque la tenga
delante, cosa que no entiendo.
»Te tomo a ti, Zig. Siempre has tenido la sensación de que algo no iba
bien, ¿verdad? Un saber, o un sexto sentido, si quieres. Y le haces caso
siempre porque rara vez se equivoca. Nadie puede verlo. Nadie puede
sentirlo excepto tú. Y aun así no lo cuestionamos porque te creemos. Te has
ganado nuestra lealtad una y otra vez.
»Astrid no tiene eso. Nadie se puso de su lado. Porque no podían ver
lo que ella veía hasta que era demasiado tarde para detenerla. Después de
eso, no importaba lo que ella dijera o hiciera. Todo el mundo ya había
tomado una decisión sobre ella, como ahora. Era la chica loca que
deberían haber encerrado, pero sus padres ricos no querían lidiar con el
estigma de tener una hija con problemas mentales. En vez de eso,
normalizaron sus problemas —dice “normalizaron” entre comillas.
—¿Qué coño significa eso?
—Significa que, según algunos de los archivos que encontré, en lugar
de dejar que el mundo pensara que Astrid era una chica loca que decía ver
el futuro, sus padres la hicieron pasar por otra niña rica mimada que hacía
lo que otros niños ricos mimados hacen mejor: actuar. Lo que eso hizo en
realidad fue empeorar mil veces las cosas para ella. ¿Te imaginas lo que
debe ser ver lo que ella ve? Las cosas horribles, espantosas, y aun así nadie
te cree cuando dices algo. Esos mismos detractores son los que la denigran
cuando sus visiones cobran vida. Imagina que, además de tener que
enfrentarse a lo que ve, se burlan de ella y hasta su propia familia finge que
no es más que una broma. Todo lo que necesitaba era que una persona la
defendiera. —Prácticamente está gruñendo, y eso hace que se me pongan
los pelos de punta.
—Si tienes algo que decir, Evander, escúpelo. No sé leer la mente —le
digo.
—No importaría si lo fueras. Es todo un montón de mierda, ¿verdad?
Salem puede curar a la gente con su toque, pero Astrid...
—Nunca dije que no creyera que fuera superdotada. Aún no estoy
seguro, porque no ha tenido una visión en todo el tiempo que lleva aquí.
—Imagínate —murmura Zig en voz baja—. Mira, entiendo lo que
intentas decir, Ev. Y una parte de mí piensa que es genial que quieras cubrir
así las espaldas de Astrid, pero no estoy seguro de que se lo merezca. Salem
se ganó nuestra confianza salvándonos la vida. Astrid aún tiene que
demostrar algo.
—Y así es como se mide la valía de alguien, ¿eh? —Ev niega con la
cabeza, vuelve a sus pantallas y continúa tecleando mientras habla.
—Salem puede probar su don. Lo hemos visto funcionar con nuestros
propios ojos —señala Oz.
—Sin embargo, la creí antes de ver el vídeo. Recuerda, yo no estaba
allí el día que ella lo reveló a todos los chicos. Vi la grabación y nunca
cuestioné su validez. Trato con hechos y verdades, pero nunca tuve una
duda cuando se trataba del don de Salem. Tengo esa misma sensación con
Astrid.
La habitación se queda en silencio. Me alejo y trato de pensar en todo
lo que Ev está diciendo. ¿Qué ve él que yo me estoy perdiendo?
Como si pudiera oír mis pensamientos, responde.
—No es que yo vea más, es que no consideras otras posibilidades.
Crees que ahora son todos creyentes gracias a Salem, pero acaban de
admitir abiertamente que fue solo porque ella pudo demostrar que tenía un
don. Astrid no puede probar que su don es real hasta que su visión se haga
realidad. Una parte de mí quiere perder la cabeza por eso porque parece
que olvidan que, si su visión se hace realidad, Salem muere.
—No se va a morir, joder —suelta Zig—. Tomaremos precauciones.
Nada de putas luces de hadas, y pospondremos la Navidad por mucho que
Salem proteste —argumenta, pero Ev se ríe amargamente.
—¿Tomas precauciones contra las cosas que vio Astrid, pero sigues sin
creerla sin pruebas? —Sacude la cabeza—. No puedes tener las dos cosas.
Pero así debe ser siempre para... ¡oh mierda!
—¿Qué? ¿Qué pasa? —Me adelanto mientras Ev teclea otra cosa, y
la gran pantalla de la pared cobra vida.
—Bingo, me apunto.
Veo los titulares nacionales que Ev nos mostró antes sobre el tiroteo en
la escuela en el que Astrid estuvo implicada antes de que su nombre
desaparezca por completo de las siguientes copias. Los desatiendo por un
momento, tratando de encontrar qué fue lo que provocó la reacción de Ev.
Y ahí está, en la página cinco de un periódico local.
—Adolescente vidente vio tiroteo en escuela dos semanas antes de
que ocurriera.
Algo pesado me oprime el pecho a medida que me acerco y veo
más artículos sobre las inquietantes afirmaciones de Astrid, que entonces
tenía dieciséis años.
—Dice que fue a la policía y que la despidieron con una advertencia
sobre la pérdida de tiempo de la policía —lee Oz.
—Jesús, el oficial que la despidió fue el mismo que la arrestó el día
después del tiroteo.
—¿Cómo es que no se me había ocurrido antes? —Me atraganto y el
vómito me sube por la garganta, pero me lo trago.
—Como dije, se cambió el nombre y la influencia de sus padres hizo
desaparecer todo esto.
—Esto no prueba que no estuviera involucrada —dice Oz en voz baja.
—Tenía una coartada hermética. —Ev se gira y señala a la esquina
más alejada de la pantalla—. Así es como ocultaron todo tan fácilmente.
Porque era inocente. La policía habría quedado como unos putos idiotas si
esto salía a la luz. Estaba en una celda mientras se producía la masacre tras
ser detenida la noche anterior por causar disturbios. Estaba esperando a
que sus padres pagaran la fianza, pero nunca aparecieron. Al final, su tutora,
que también es su abogada, vino a recogerla.
—¿Y por qué todo esto si sabían que ella no lo había hecho? —Agito
la mano con rabia sobre los artículos originales del periódico. Enfadado con
ellos, enfadado conmigo, y enfadado con todos nosotros por creer esta
mierda.
—Sabía demasiado. No creían que fuera vidente, así que tenía que
ser la asesina o una cómplice que hubiera participado en el plan desde el
principio. Era la única forma de que conociera los detalles como lo hacía.
La policía realmente la perseguía. Igual que los afligidos habitantes de su
ciudad natal —dice Ev en voz baja mientras pasa a la siguiente pantalla.
Fotos de una Astrid negra y azul tumbada en una cama de hospital,
con el rostro tan hinchada que parece deformada. No sabría que es ella si
no fuera por la masa de cabello blanco.
—¿La atacaron? —gruño.
—Una y otra vez. El pueblo estaba de luto, y ella era el chivo expiatorio
perfecto. Nunca volvió a la escuela. Y tan pronto como el caso fue retirado
en su contra, sus padres se mudaron con ella. Puede que fuera lo único
bueno que hicieron por ella, porque parecían convenientemente ausentes
para todo lo demás. Salvar el mundo tenía prioridad sobre salvar a su única
hija, supongo. —Ev se vuelve para mirarnos, con el rostro duro.
»¿Sabes lo que esto significa? Que, aunque pudiera haber estado a
kilómetros de distancia, encerrada en una celda cuando ocurrió, lo vio todo
como si estuviera allí. Vio cómo mataban a tiros a sus compañeros de clase,
cómo profesores a los que conocía de toda la vida yacían muertos en los
pasillos. Lo vio todo, pero nadie la creyó. Apuesto a que todavía lo ve cada
vez que cierra los putos ojos. —Se vuelve hacia la pantalla.
»Uno de los detectives, James Allen, presentó una queja sobre la
gestión de su caso. Él había estado allí cuando ella hizo su denuncia inicial.
También fue uno de los detectives que tomó declaración a las familias de
las víctimas. —Ev señala un informe y lo amplía para que podamos leer con
más claridad la desordenada escritura—. Claire Delaney enseñaba
Química. Se vistió con un vestido blanco esa mañana, pero cuando fue a
salir de casa, se derramó café por encima y se puso unos pantalones grises
y una camisa rosa. —Pasa a una foto de la profesora tendida en un charco
de sangre antes de subrayar una sección del informe del agente.
»Astrid describió su atuendo, pantalones grises y una camisa rosa, dos
semanas antes de que esto ocurriera. Habló de haber visto un zapato
solitario al pie de la escalera, como si se hubiera caído cuando alguien huía,
demasiado asustado para volver a por él. —Señala otra foto y,
efectivamente, hay un zapato negro de tacón alto al pie de la escalera—.
Podría leerte una docena más de detalles que parecen insignificantes, pero
todas estas son cosas que Astrid no podría haber sabido sin verlas. Claro, ella
podría haber planeado todo hasta el último detalle. Pero no se habría
enterado de las pequeñas cosas como el café derramado, las camisas rosas
y los zapatos abandonados.
Doy un paso atrás cuando me doy cuenta de todo el impacto de lo
que está diciendo, de lo que ha estado intentando decir todo el tiempo.
Mirándome a los ojos, Ev sacude la cabeza antes de mirar a Oz y Zig
con la misma decepción.
—Acabamos de hacerle lo mismo que todos ellos.
—Espera, no es lo mismo —dice Zig, pero no hay mucha convicción
en su voz.
—Bien podría ser. Porque desde donde estoy sentado, una vez más,
no había nadie en su esquina.
Sacudo la cabeza.
—Te equivocas. Esta vez los tenía a ti y a Greg. —Deberíamos haber
sido Jagger y yo, pero gracias a Dios por ellos.
—No importa. Fui yo quien llamó tu atención sobre esta mierda antes
de tener todos los hechos.
—Solo estabas haciendo tu trabajo y nos dijiste que esperáramos
hasta que pudieras seguir investigando. Esto no es culpa tuya —le dice Oz
mientras sus ojos se dirigen a los míos—. Es culpa nuestra. La hemos cagado.
Tenemos que hablar con ella. Disculparnos.
—Todos lo haremos —coincide Zig.
—Deja que Jagger y yo hablemos con ella primero. Ella aceptará tus
disculpas, así es ella. Pero lo que Jagger y yo hicimos... no estoy seguro de
que sea tan indulgente.
Me doy la vuelta, salgo de la habitación y vuelvo a bajar las escaleras.
Intento pensar qué decir, cómo explicarme, cómo justificar mis actos. Pero
no tengo nada. Lo que hicimos, lo que hice, estuvo tan fuera de lugar que
ni siquiera tiene gracia. Cagué en todo lo que estábamos construyendo,
tratándola de mentirosa y de farsante.
Me restriego la mano por el rostro al ver a Greg y Jagger en la mesa.
—¿Dónde están los demás?
—Salem se despertó. Crew y Wilder la llevaron al huerto. Ella no sabe
lo que está pasando, pero sigue preguntando dónde está Astrid, y no
sabíamos qué decirle —responde Greg, su voz vacía de emoción—. Hawk y
Creed están haciendo un recorrido de suministros.
Miro a Jagger y siento que se me caen los hombros.
—Tenemos que ir a hablar con Astrid. Le debemos una disculpa del
demonio.
—Ella no lo hizo, ¿verdad? —Jagger no parece sorprendido—. Es
decir, teníamos toda esa información delante, diciéndonos que era
culpable. Pero una vez que me senté a pensarlo, no me cuadraba. —Se
levanta de un salto y sale por la puerta hacia nuestra casa.
Le sigo y gruño cuando empuja la puerta para abrirla.
—¿No la cerraste?
Se vuelve para mirarme y hace una mueca de dolor.
—La esposé a la cama.
Parpadeo y me detengo en seco antes de correr hacia el dormitorio.
—¿Qué mierda?
Abro la puerta y, efectivamente, la habitación está vacía, las esposas
desechadas siguen enganchadas a la cama.
—¿Cómo diablos salió de esas? —grita Jagger, deteniéndose detrás
de mí.
—La llave estaba en el cajón de la mesita de noche. Intentaba
enseñarle a enfrentarse a sus miedos.
—¡Hijo de puta! ¿Y no pensaste en decírmelo?
—Oh, vete a la mierda. Si hubieras cerrado la puta puerta, habríamos
sabido que se había ido porque habría saltado la alarma. Tienes tanta culpa
como yo.
Abro la puerta del armario y veo que no están sus maletas. Abro de
un empujón la puerta del baño y veo que tampoco están sus artículos de
aseo.
—Llama a Ev. Dile que Astrid se ha ido. Que compruebe las cámaras.
Voy a buscarla por si está escondida en algún sitio.
Me apresuro a pasar junto a él, pero me detengo cuando me llama
por mi nombre.
—Estuvo mal. Lo que descubriste, fue malo, ¿no?
Asiento.
—Sí, es lo peor que puede pasar. Sin embargo, no puedo evitar sentir
que lo que hicimos fue cien veces peor.
Me voy después, no queriendo quedarme hablando cuando Astrid
podría estar cada vez más lejos. Busco en la zona más cercana a la casa
antes de salir. La propiedad es enorme, así que hay muchos sitios donde
esconderse, pero no estoy seguro de que ella se esté escondiendo.
—¡Slade! —Me detengo y giro cuando Jagger y Greg trotan hacia mí.
—¿La encontraste?
—Ev la vio en la cámara. Se fue hace una hora en el Audi.
—¡Joder! —Me tiro del cabello.
—Tenemos que ir tras ella.
—Odio decir esto, chicos, pero puede que no quiera que la
encuentren —afirma Greg.
—No. No lo creo. No puedo dejarla ir así, G. Necesita saber que me
equivoqué. Que todos lo estábamos. No quiero que pase otro segundo
culpándose por confiar en nosotros cuando fuimos nosotros los que la
jodimos. Necesitamos una oportunidad para arreglarlo.
Suelta un suspiro.
—Buena suerte. La vas a necesitar. Los dos fueron unos completos
cabrones con ella. —Me da una palmada en la espalda y asiente a Jagger.
No voy a discutir porque tiene razón, así que me limito a asentir.
—Tienes que contármelo todo y hacerlo rápido —ordena Jagger
mientras los dos nos dirigimos al garaje.
Descuelgo las llaves del Range Rover y se las tiro a Jagger. Estoy
demasiado nervioso para conducir. No puedo concentrarme en la
carretera ni en Astrid. Le cuento todo lo que Ev ha averiguado sobre Astrid
y, cuando termino, Jagger parece haber recibido un puñetazo.
Me mira, con las manos agarrando el volante.
—Quizá deberíamos dejarla marchar. No hemos hecho más que
cagarla desde que la conocimos. Se merece algo mejor que nosotros.
—Cierto. Pero soy demasiado cabrón para dejarla ir. ¿Y de verdad
crees que hay hombres ahí fuera que puedan mantenerla a salvo como
nosotros? —Miro por la ventana—. Tenías razón en que me sentía atraído por
ella. Desde el principio, supe que iba a cambiar mi puto mundo. Y eso me
aterrorizó, Jagger. Así que en vez de ser un hombre y tomar lo que quería, lo
destruí.
»Pasé diez años entre rejas porque confié en la gente equivocada, y
apenas he vuelto a encauzar mi vida. Entonces, de repente, esta... esta
princesa de cuento de hadas entra en mi vida, amenazándolo todo. ¿Qué
se supone que debía hacer? Incluso cuando la dejé entrar, no fue hasta el
final. Diablos, no estoy seguro de haber dejado entrar a ninguno de ustedes
del todo.
Exhalo y mantengo la vista al frente mientras pasamos bajo el gran
cartel de madera de Apex.
—Supongo que es cierto lo que dicen de que no sabemos lo que
tenemos hasta que lo perdemos.
—Creo que nunca la tuvimos realmente, Slade. Los tres retuvimos
partes de nosotros por varias razones. Sé que te estás pateando ahora
mismo, pero no estabas solo en esto. Astrid podría habérnoslo dicho, pero
no lo hizo. Y yo seguí todo, estuviera de acuerdo o no, porque eso es lo que
hacen los buenos soldados, y la última vez que fui contra las órdenes y
escuché mis instintos, llevé a mi equipo a una jodida emboscada. Murieron
porque confié en mi instinto, y mi instinto estaba jodidamente equivocado.
—Vamos, Jagger. Eso es mentira, y lo sabes. Lo que pasó ese día no
fue tu culpa. Fueron órdenes de mierda de un capitán de mierda que nunca
había puesto un pie en el arenero en su vida. Tuviste la sensación de que
algo iba mal, y actuaste en consecuencia. Siento que perdieras a tu equipo,
hombre, más de lo que nunca sabrás. Pero no puedo evitar estar
agradecido. Si no hubieras escuchado, podríamos haberte perdido a ti
también. Crees que, si hubieras tomado una decisión diferente, entonces
todos podrían haber sobrevivido de alguna manera a pesar de la situación
en la que todos fueron arrojados. No lo creo. Creo que, aunque suene
jodido, todos estaban destinados a morir ese día. Solo estás aquí porque
hiciste caso a tu instinto. Deja de castigarte por una mierda que estaba fuera
de tu control. Necesito que vuelvas a confiar en ti mismo, porque eres la
única persona que puede controlarme —admito, haciéndolo reír.
—Bueno, entonces, los dos estamos jodidos.
CAPITULO 26

Me siento en la cafetería de veinticuatro horas con las manos


alrededor de la taza de café humeante y sonrío mientras Glory, la mujer que
tengo delante, cuelga el móvil.
—Mi hermana viene a recogerme. Acaba de salir del trabajo, así que
tardará unos veinte minutos.
—Vale, bien. ¿Te importa si me siento aquí mientras esperas? —No
quiero asumir que solo porque la libré del conductor del autobús somos
amigas.
Sus ojos oscuros se clavan en los míos y se entrecierran un poco,
haciendo que me retuerza en el asiento. Se inclina hacia delante y su
cabello negro le cae sobre los hombros mientras habla.
—Chica, ¿de lo que me acabas de salvar potencialmente? Puedes
mudarte a mi maldita casa si quieres.
Sonrío antes de dar un sorbo al café, sorprendentemente bueno.
—Entonces, esta amiga tuya, ¿no lo denunció?
Trago saliva, odiando la forma en que mi piel se siente demasiado
tensa de repente. Es lo que tienen las mentiras. Una vez que dices una,
acabas teniendo que decir más hasta que, al final, has plantado un campo
de mentiras que no tienes más remedio que cultivar. Florecerán durante un
tiempo. Pero cuando la raíz está retorcida de secretos, en algún momento,
tu engaño saldrá a la luz como una mala hierba que se cuela por una grieta
de la acera.
Sabía que no podía bajarme del autobús y abandonar a Glory a su
suerte, igual que sabía que no podía decirle la verdad sin más. Me inventé
la historia de que tenía una amiga que había sido violada por el conductor
y que lo había oído hablar con uno de sus amigos de probar la carne oscura
de Glory más tarde.
Al principio se sorprendió y sospechó. Pero cuando miró por el
retrovisor y vio que el conductor la miraba, lo supo. Lo supo del mismo modo
que muchas mujeres. Sintió el mal en él y vio una premonición propia. No
como la mía, por supuesto. Pero sabía lo que podía pasar si se encogía de
hombros.
Al final, se arriesgó conmigo y nos bajamos los das juntos. Tres paradas
antes para mí, cinco para ella. Su parada la habría convertido en la última
persona del autobús.
—Él es un hombre de familia, va a la iglesia. Ella es una fiestera que se
emborracha y lleva vestidos ajustados.
El rostro de Glory se endurece. Es una historia que todo el mundo ha
oído antes. En estos casos, casi siempre es la víctima la que intenta
demostrar su inocencia y el depredador la que siembra la duda.
Presiono un poco más, no quiero que dude en salir corriendo si vuelve
a ver a ese hombre.
—Ella lo denunció a sus jefes. Le dijeron que estaba equivocada. Ella
no tiene mucha fe en la policía, así que ni siquiera los molestó.
Esa parte de mi historia al menos puedo sacarla de la experiencia. He
sufrido bastantes traumas a lo largo de los años, pero nada me pone la piel
tan de gallina como ver un uniforme de policía, por muy irracional que sea.
—Sabes, tengo una hija. Solo tiene dos años, pero son cosas como
esta las que me asustan sobre el futuro. Sé que algún día tendré que hablarle
de las cosas que los hombres pueden hacer y harán a las chicas jóvenes y
guapas, si tienen la oportunidad. Le enseñaré a mantener su bebida a salvo,
a no ir taxis sin señalizar, a no pasear sola por la noche o por lugares poco
transitados. Le compraré un silbato antivioladores y le enseñaré a dar
puñetazos, y rezaré todos los putos días para que nunca se encuentre en
una situación en la que por fin entienda por qué le he enseñado todas esas
cosas.
—No todos los hombres son malos. —Quiero reírme de la ironía de la
chica con el corazón roto diciendo esa mierda, pero es verdad. Puede que
no les caiga muy bien a los hombres de Apex, pero he visto cómo son con
Salem. Antes se cortarían los brazos que hacerle daño.
—Lo sé. Pero algunos días, parece que la balanza está jodidamente
desequilibrada.
Nos sentamos en silencio, bebiendo nuestras copas, mientras fuera
empieza a llover. Los sonidos de la cafetería se hacen notar —los cubiertos
raspando los platos, la suave charla— y oigo Lose Yourself, de Eminem,
sonando en la cocina. No puedo evitar pensar en lo apropiada que es la
canción cuando se rompe el silencio.
—Vuelvo después de visitar a un viejo amigo el fin de semana. No
puedo conducir, y seguro que no puedo permitirme un billete de avión, pero
parece que eso no es un problema. ¿Cuál es tu historia?
Tienes que amar a alguien a quien no le importa una mierda la
etiqueta social.
—No sé por dónde empezar. Digamos que tiene que ver con hombres
y conmigo descubriendo que, una vez más, no se puede confiar en ellos.
—Chica, lo siento. Sugiero, dada nuestra experiencia combinada, que
intentemos batear para el otro equipo. Pero me encantan las pollas.
Me atraganto con el sorbo de café que había estado bebiendo y a
duras penas consigo no escupírselo encima. No puedo evitar reírme de su
sonrisa.
—Gracias, lo necesitaba.
Las luces parpadean a través de la ventana junto a la que estamos
sentados, llamando nuestra atención, y el teléfono de Glory zumba con un
mensaje de texto entrante.
—Es mi hermana. —Mete la mano en el bolsillo, saca un billete de
veinte y lo tira sobre la mesa—. Esos hombres que mencionaste... ¿son
hombres malos o son hombres buenos que hicieron una mierda?
—No estoy segura de que ahora mismo haya mucha diferencia.
—Ahora mismo, estás demasiado envuelta en tu dolor para pensar
con claridad. Pero mañana o la semana que viene, cuando la rabia se
apague, ¿tu respuesta será la misma?
—No lo sé.
—Entonces resuélvelo. No estoy diciendo que necesites tener un
hombre para ser feliz. Esa es la mayor estupidez que he oído nunca. Nadie
tiene que hacerte feliz, eso es cosa tuya. Tener límites es bueno. Pero
pregúntate esto, ¿los momentos de felicidad superan los momentos de
dolor? Si la respuesta es no, entonces sal de aquí con la cabeza y el dedo
corazón en alto. Pero si la respuesta es sí, entonces tienes que decidir si
puedes perdonarlos. Mi madre solía decir que el amor es como una
inversión. Cuanto más das, mayor es el riesgo. Pero la recompensa puede
ser ilimitada. Puedes darles tu corazón y ponerlo todo de tu parte para vivir
mil momentos felices más con ellos, o puedes cortar por lo sano y marcharte.
Pero si te alejas, hazlo sabiendo que estarás dando esos momentos felices a
la próxima mujer que llegue.
Se dirige a la puerta y se despide con la cabeza mientras la atraviesa,
sus palabras me sorprenden. Tiene razón. Ahora mismo estoy demasiado
cruda para mirar más allá de mi dolor. Pero cuando no lo esté, ¿qué pasará
entonces?
Veo a Glory subir al coche y cerrar la puerta mientras empieza a llover
a cántaros. Me quedo mirando hasta que las luces traseras desaparecen de
mi vista antes de hacer una señal a la camarera para que venga a
rellenarme la taza de café.
—¿Puedo ofrecerle algo más?
—No, estoy bien por ahora, gracias. Pero mi amiga te ha dejado esto.
—Me acerco y le doy los veinte dólares, que se mete en el bolsillo del
delantal con una sonrisa.
—Gracias. Grita si necesitas algo. —Se da la vuelta y se dirige a otra
mesa.
Miro a mi alrededor y veo a un hombre comiendo un trozo de tarta en
la esquina más alejada. Cerca de la puerta hay un par de personas que
parecen estudiantes de medicina o enfermeras con bata, devorando gofres
y café que, por lo que parece, necesitan desesperadamente. Todos están
tan ensimismados que no me prestan atención. Me alegro de no haberme
quitado la gorra y la sudadera porque, afortunadamente, mi aspecto es tan
olvidable como el de cualquier otra persona que pase por allí.
Me recuesto y cierro los ojos un segundo para pensar. Si Apex me está
rastreando, probablemente se habrán dado cuenta de que he subido a un
autobús. Lo que significa que sabrán que he comprado tres billetes. Si
cubren todos los destinos, bajarme del autobús antes de tiempo significa
que no estoy donde se supone que debo estar y que he ganado algo más
de tiempo. La pregunta es: ¿qué hago ahora? ¿Consigo una habitación de
hotel para pasar la noche mientras lo pienso, o me pongo en contacto con
Mandy, mi abogada, y veo si puede sacarme discretamente de aquí para
que Evander no pueda seguirme la pista?
Con un gemido de frustración, me siento y me froto los muslos con las
palmas de las manos. No, a la mierda. ¿Qué estoy haciendo? Estoy
actuando como un maldito criminal, y no lo soy. No importa lo que piensen
los de Apex, lo que pasó con el tiroteo en el colegio no tuvo nada que ver
conmigo. Por mucho que al Oficial Carapolla le hubiera gustado demostrar
lo contrario, fui completamente absuelta de cualquier delito.
No es que haya borrado la visión de mi memoria. Está grabada en mi
cerebro. Todos los detalles eran nítidos, como si los tuviera delante de mí. Sin
embargo, no todas las visiones son tan claras. La de Glory lo fue, pero la de
Salem fue mucho más confusa. No sé por qué algunas son más fuertes que
otras. Nunca he conocido a nadie con mi don particular, así que no tengo
a nadie con quien comparar notas. Lo único que he podido deducir es que
la proximidad a las víctimas es clave. Salem estaba a cientos de kilómetros
cuando tuve mi visión de ella, mientras que estaba cerca de Glory y de las
víctimas del tiroteo en la escuela cuando tuve las visiones de ellas.
Me muerdo el labio y pienso en otros momentos, otras visiones, otros
recuerdos. Retiro todas las partes en las que suelo pensar: el miedo, el temor
a que la escena se desarrolle, la preocupación por las consecuencias, la ira
y la culpa. En lugar de eso, me centro en las imágenes en sí, y me sorprende
ver que mi teoría puede tener cierto peso. Definitivamente hay una
diferencia en la calidad de lo visual cuando la distancia entre las víctimas y
yo es un factor. También hay menos información, como si algo interfiriera en
la frecuencia que sintonizo.
—¿Cómo no me he dado cuenta antes? —murmuro para mis
adentros y bebo un buen trago de café.
Con un suspiro, pienso en lo que dijo Glory. En particular, la parte sobre
saber si Jagger y Slade son hombres malos o buenos que hicieron algo malo.
Aunque me hicieron daño, no puedo meterlos en la categoría del mal.
Estaban protegiendo a sus hermanos y a Salem. El hecho de que yo no esté
bajo su protección duele, pero no los hace malos. Tal vez solo los hace los
tipos equivocados. Al menos para mí.
Con eso resuelto, tengo que cuestionar mis razones para huir y
esconderme. No, no huir. Esa parte está justificada. Tenía que alejarme de
ellos. Pero, ¿por qué me escondo? No creo que me hagan daño. Dios sabe
que han tenido muchas oportunidades si así lo quisieran. Entonces, si no es
miedo, ¿por qué esconderse?
Sorbo lentamente mi café mientras examino mis sentimientos. No es
hasta que deslizo mi taza vacía sobre la mesa que me viene la respuesta.
No quiero que me encuentren porque no confío en ser lo bastante fuerte
para decirles que no. No quiero que me encandilen con sus palabras y me
ofrezcan disculpas que se quedan en nada. Merezco algo mejor que lo que
me dieron. Lo sé. Pero saber lo que es bueno para mí y recordar lo bien que
pueden hacerme sentir se confunden fácilmente.
Hay mujeres que rezuman confianza en sí mismas. No aceptan
mierdas y se defienden. Y si el hombre la caga, se marchan y buscan otro
con el que jugar. Yo no soy esa chica. No rezumo nada. Diablos, todavía
tengo ropa que usé en la escuela secundaria y juguetes de peluche de
cuando era una niña pequeña.
El hecho de que me recuerden constantemente lo indeseable y poco
querible que soy no afectó a mi capacidad de amar. Afectó a mi
capacidad de distinguir el amor bueno del tóxico. Como resultado, siempre
termino con alguien que me trata como basura, porque una parte de mí
cree que eso es lo que merezco. Cuando me utilizan y me abandonan,
asumo toda la culpa y me odio durante un tiempo antes de repetirlo con el
siguiente hombre. Es un círculo vicioso que reproduzco en un bucle sin fin.
Jagger y Slade son los últimos de una larga lista.
Sé que esta situación es diferente. Para empezar, sé que no me
quieren. Nunca me ofrecieron ninguna promesa, solo sexo, e ingenuamente
pensé que era suficiente. Pero la parte racional de mi cerebro sabe que
incluso si todo esto no hubiera ocurrido, solo habríamos estado prolongando
lo inevitable y habríamos caído en el siguiente obstáculo. El problema es que
mi corazón se involucró sin que me diera cuenta, y ya es demasiado tarde
para volver atrás.
Lo que siento es lo único que importa. Y siento mucho. Demasiado
para considerarlo normal tan pronto. No digo que esté enamorada de ellos
todavía. Creo que solo estoy enamorada de la idea de ellos y del potencial
de lo que podríamos ser juntos.
Me muerdo la mejilla, saco un par de billetes del bolsillo y los coloco
bajo el borde de la taza. Me pongo en pie, miro a los estudiantes de
medicina y al camionero, que parece dispuesto a marcharse, y me acerco
a él.
—Hola, perdona que te moleste, pero me preguntaba si podrías
prestarme tu móvil. He perdido el mío y necesito que alguien venga a
recogerme. Te pagaré por ello.
Me mira de arriba abajo —su mirada no es ni escalofriante ni
sentenciosa— antes de asentir y levantarse, sacando su móvil y
acercándoselo a el rostro para desbloquearlo.
—Muchas gracias. —Tomo el teléfono y retrocedo hacia la mesa en
la que había estado sentada para que nadie pueda oírme y hago mi
llamada.
Suena cuatro veces antes de que responda una voz irritada.
—¿Quién es?
—Soy yo, Astrid.
—Jesucristo, Astrid. Me he vuelto loca. Se suponía que tenías que
registrarte. Estuve a dos segundos de hacer un informe de persona
desaparecida.
Contengo un bufido cuando Mandy grita. Le preocupa tanto que
haya tardado todo este tiempo en denunciar mi desaparición cuando llevo
semanas fuera.
—Bueno, como puedes oír, estoy bien. Necesito un coche que me
recoja y me lleve a casa.
—Vale, ¿qué coche y qué casa? —Ella suspira.
—Cualquier coche. Llámame un Uber o un taxi. Tendrás que
pagármelos por adelantado, ya que no tengo ni idea de dónde hay un
cajero automático por aquí. —Y no quiero usar el efectivo que ya tengo por
si algo sale mal y lo necesito. Llámame paranoica, pero no voy a correr
ningún riesgo.
—¿Y dónde es aquí?
Le digo el nombre de la cafetería, la ciudad en la que estoy y a qué
casa quiero ir. Cuando termino, espero a que vuelva a hablar, sabiendo que
se lo está tragando todo.
—¿Quieres volver a casa desde allí? No será barato.
—No es que no me lo pueda permitir. Solo sácame de aquí.
—¿Puedo llamarle a este número?
—No, el teléfono pertenece a un camionero que parece listo para irse.
—¿Un camionero? Que me jodan —maldice de nuevo—. Espera.
Me deja en espera, pero la oigo teclear y hablar con alguien por otra
línea antes de que vuelva.
—El taxi estará contigo en cinco minutos. —Repite el número de
matrícula que le acaban de dar, como si fuera a recordarlo, antes de
decirme que me llamará mañana y cuelga.
—Sí, adiós, Mandy —murmuro mientras me acerco al camionero y le
devuelvo su teléfono. Cuando mis dedos rozan los suyos, me asalta una
visión.
Me agarro al borde de la mesa mientras me tiemblan las piernas. El
ruido de los cristales al romperse y el chirrido de los neumáticos son tan reales
que parece que estoy allí. Capto todos los detalles que puedo antes de que
la visión se desvanezca y vuelva al aquí y ahora.
—¿Está bien?
Levanto la vista al oír la voz y veo a uno de los estudiantes de medicina
inclinado sobre mí. Mierda, ¿cuándo he acabado en el suelo? Puede que
la visión haya terminado rápido, pero me ha pateado el culo.
—Estoy bien. Siento haberte asustado. Me he mareado un momento.
Una bajada de azúcar —digo tímidamente.
Me mira, inseguro, antes de decirme que beba zumo y vuelve a su
mesa.
El camionero me tiende la mano y me ayuda a ponerme en pie.
—¿Seguro que estás bien?
Asiento, pero me detengo al ver la camisa de cuadros rojos y negros
que lleva, la misma de mi visión.
—Lo estaré si me prometes algo. No puedo decirte por qué ni cuándo,
pero necesito que confíes en mí. Sin preguntas.
Se me llenan los ojos de lágrimas y rezo desesperadamente para que
me escuche.
—Hay un gran camión que transporta suministros de madera. La
empresa se llama EN Holms Logistics. La parte de la cabina es verde y el
nombre está escrito en negro en la parte superior y lateral del camión. —
Sacudo la cabeza por haberme desviado del camino—. Cuando lo veas,
acelera y pasa al carril interior. El hombre que va al volante se va a quedar
dormido —ahogo, agarrándolo del brazo cuando se mueve para
retroceder.
»Chocará con la parte trasera de tu camión. Girarás y golpearás el
guardarraíl antes de caer a través de él. Tu camión se incendiará y no
podrás salir porque quedarás atrapado dentro. Sé que no me crees. Si
creyera que puedo hacer que tomes otra ruta, lo haría, pero te lo ruego. —
Me viene a la cabeza la foto de una mujer embarazada y dos niños que se
desprende de la visera cuando el camión vuelca.
»Si no lo haces por mí, hazlo por tu mujer y tus hijos. Por favor.
Suelto su brazo y me alejo a toda prisa, abriendo la puerta de un tirón
cuando un taxi amarillo se detiene frente al edificio. Me meto dentro justo
cuando se abre la puerta de la cafetería, con el camionero de pie en el
umbral y la luz iluminándolo desde atrás. Tiene un aspecto casi angelical.
Solo espero que me escuche y que esto sea lo más cerca que esté de
convertirse en un ángel en mucho tiempo.
CAPITULO 27

Encontramos el Audi en la cafetería cercana a las afueras de la


ciudad. Una camarera recordaba a la chica guapa de cabello blanco. En
primer lugar, porque parecía una princesa de cuento y, en segundo lugar,
porque mencionó que había ido por uno de los senderos para pasar un rato
a solas. Después de que ambos saliéramos corriendo despavoridos,
intentando averiguar por dónde se había ido, me di cuenta de que
habíamos caído en el juego a Astrid.
—Esta no es Astrid. Ella no vendría aquí cuando no tenía ni idea de a
qué se enfrentaba.
Slade me mira incrédulo.
—Sí, lo haría. Eso es exactamente lo que la metió en este desastre en
primer lugar. Recorrió medio país hasta un lugar extraño lleno de hombres
extraños para tratar de convencerlos de algo increíble mientras esperaba
que no sonara como una amenaza. Todo mientras rezaba para que no la
matáramos.
—De acuerdo, cuando lo pones así, suena mal. Pero lo que quiero
decir es esto... —Hago un gesto alrededor de la zona—. ¿Te parece que
Astrid es del tipo que le gusta la naturaleza? ¿O del tipo que disfruta hacer
excursiones al aire libre?
Slade mira a su alrededor y frunce el ceño.
—No. Astrid es mucho más del tipo que jugar videojuegos y ve videos
de gatos haciendo cosas divertidas —admite, lo que me hace soltar una
risita que después se convierte en un suspiro triste.
—No puedo creer que pensáramos que esta mujer era una amenaza.
—Agacho la cabeza, avergonzado, antes de levantar los ojos hacia mi
mejor amigo, y veo reflejada en mí la misma culpa que estoy sintiendo. Al
cabo de un momento, la culpa se transforma en determinación.
—De acuerdo, ¿entonces a dónde iría?
—Lo más lejos posible de nosotros. —Me froto los ojos, intentando
pensar como lo haría Astrid. Pero una Astrid cabreada es una mujer
totalmente distinta a la Astrid de siempre.
—No tiene nada que la ate aquí, así que supongo que irá donde se
sienta segura.
—¿Sin su coche?
Me encojo de hombros.
—No es que le hayamos dejado muchas opciones. —Miro el reloj y
observo la zona, que cada vez está más tranquila.
—Supongo que la estación de autobuses o de tren. Y como la
estación de autobuses está más cerca, quizá queramos empezar por ahí.
Asiente mientras vuelve a bajar por el sendero, acelerando cuando el
coche aparece a la vista. Cuando llegamos abajo, los dos estamos
trotando. Me siento en el asiento del conductor y Slade sube a mi lado. Ni
siquiera se ha puesto el cinturón de seguridad cuando salgo marcha atrás
del aparcamiento y doy la vuelta a la camioneta.
—¿Qué le decimos? —pregunta, como perdido. No lo culpo. Yo me
siento igual.
—Empezamos lamentándolo y seguimos a partir de ahí.
De alguna manera, no creo que lamentarlo vaya a ser suficiente. No
dejo de pensar en su rostro cuando estaba en la puerta escuchándonos
hablar mal de ella. Nunca he sido bueno descifrando las emociones de una
mujer, pero Astrid nunca trató de ocultar lo que sentía, incluso cuando la
confundía. En ese momento, sin embargo, un niño habría sido capaz de leer
la angustia en sus ojos.
Cuando llegamos a la estación de autobuses, Slade salta antes de
que haya aparcado el camión y entra corriendo.
Cuando entro en el edificio está prácticamente desierto, no como en
las estaciones de las grandes ciudades, donde seguiría siendo un caos a
estas horas. Miro a mi alrededor y veo a Slade corriendo hacia los aseos,
claramente sin encontrar a Astrid entre los viajeros que esperan. Vuelvo a
examinar la zona y me dirijo a la taquilla, con la esperanza de encontrar un
hueco.
Llego hasta el mostrador y me apoyo en él. Al notar mi presencia, la
mujer que está detrás del mostrador levanta la cabeza y traga saliva lo
bastante alto como para que yo la oiga a través del cristal de seguridad.
Normalmente, su reacción me parecería divertida. Soy consciente de que
puedo parecer intimidante e intentaría restarle importancia, pero hoy no
tengo tiempo para sutilezas.
—Hola, me pregunto si puedes ayudarme.
—Puedo intentarlo.
—¿Has visto pasar por aquí a una joven de largo cabello blanco y
bonitos ojos morados?
Ella se congela, que es toda la confirmación que necesito.
—Lo siento, señor. No puedo dar ese tipo de información.
—¿No puedes o no quieres?
—Ambos. Estoy segura de que si quisiera que supieras a dónde se
dirigía, te lo habría dicho ella misma.
—Así que sí pasó por aquí —musito.
La mujer abre la boca, pero la vuelve a cerrar rápidamente, con cara
de nerviosismo.
—No intento causar problemas, lo juro. —Suspiro y me paso la mano
por el cabello cuando veo que Slade se dirige hacia aquí. Cuando me ve,
se acerca.
»La mujer que estoy buscando, su nombre es Astrid. —Decido que la
honestidad podría ser la mejor política aquí—. Mi amigo y yo... —Señalo a
Slade cuando se pone a mi lado—. Metimos la pata. Herimos sus
sentimientos al sacar conclusiones precipitadas sobre algo. No se lo merecía.
Lo que sí se merece es una disculpa.
—Probablemente tengas razón. Si la llamas y te dice que está bien
que te dé la información que quieres, entonces está bien. No te preocupes,
puedo esperar —me dice antes de hacer estallar su chicle.
Miro a Slade, que se encoge de hombros y niega sutilmente con la
cabeza.
Seguro que la mujer está pensando que Astrid no contestará, y tendría
razón. Pero, joder, voy a admitir que es porque nunca nos molestamos en
conseguir su número.
—Estoy seguro de que sabes que no contestará. Mi chica sabe
guardar rencor, y sinceramente, debería. Por favor, no te pido nada más
que me indiques la dirección correcta. Si me rechaza cuando la
encontremos, entonces me echaré atrás. Pero al menos tengo que
intentarlo.
Suspira, y dudo que todo esto se deba a la política de la empresa y a
Astrid y tenga más que ver con su propia experiencia. Un tipo la jodió y la
hirió, así que ahora estamos todos en la caseta del perro. No puedo culparla.
¿No hemos estado tratando a Astrid de la misma manera? Nos basamos en
nuestras experiencias colectivas en vez de abrir los putos ojos y ver lo que
teníamos delante.
—Mira, aunque quisiera ayudar, no puedo. La chica era una galleta
inteligente y compró tres entradas separadas, supongo que en caso de que
esto, aquí mismo, sucediera y me desmoronara bajo el ardiente de su
hombre allí. —Señala con la cabeza a Slade, que la está mirando. Tengo
que contener la sonrisa cuando Slade me mira.
—¿Ardiente?
—No finjas que no sabes lo que estás haciendo. La única razón por la
que no hay bragas en el suelo aquí es porque esa mamá bebé de allí está
dormida, y la otra chica está distraída con la lengua en su garganta. En
cuanto a mí, soy inmune a las estupideces.
Cruza los brazos sobre el pecho mientras Slade se inclina hacia
delante y baja un poco la voz.
—Lo entiendo. Siento haberte molestado. Somos hombres. —Se
encoge de hombros—. La cagamos. Es lo que hacemos. Está en nuestro
ADN. Lo sabes, ¿verdad? —pregunta, obviamente teniendo la misma
impresión que yo. Estamos jodidos antes de abrir la boca, gracias a nuestros
apéndices.
—La diferencia entre nosotros y los demás es que somos lo
suficientemente hombres como para asumirlo. Lo suficiente como para
ponernos de rodillas y pedir perdón. Y si tenemos la suerte de que nos
perdone, pasaremos el resto de nuestras vidas adorándola como la diosa
que es.
—Te pasaste un poco al final —le digo con la comisura de los labios.
Me mira y sonríe.
—Ve a lo grande o vete a casa.
Me vuelvo hacia la mujer y me doy cuenta de que tiene las mejillas
sonrojadas mientras mira a Slade con los ojos un poco desorbitados. Sacude
la cabeza y tose para aclararse la garganta.
—Lo siento. Como he dicho, no puedo decirle adónde ha ido. Lo que
puedo decir es que solo tres autobuses han salido de aquí desde que
compró sus billetes, y uno de ellos se dirigía a Washington, que no era uno
de los destinos a los que podría haberse dirigido su chica.
—Gracias —le dice Slade con un guiño, golpeando ligeramente el
escritorio antes de que ambos nos demos la vuelta y nos vayamos.
Saco el móvil y llamo a Evander, que contesta tras dos timbrazos,
como si estuviera esperando mi llamada, que probablemente sea así.
—¿La encontraste?
—No, pero espero que pueda. Sabemos que compró tres billetes en
la estación de autobuses. Tres autobuses salieron en el tiempo que ella
estuvo aquí. Descontando el de Washington, ¿puedes averiguar a dónde se
dirigían los otros dos?
Lo oigo teclear mientras salimos del edificio.
—Vale, los otros dos autobuses se dirigían a California y Nuevo México.
Haciendo una comprobación cruzada aparecen propiedades de Astrid en
esos dos estados. Déjame hackear las cámaras de la estación de autobuses.
—Estamos volviendo ahora, así que mándanos un mensaje si
encuentras...
Me interrumpe.
—La encontré.
Lo he dicho antes, el hombre es una máquina.
—Tomó el autobús con destino a California. Veré si puedo seguir el
autobús usando cámaras callejeras, pero no prometo nada.
Cuelga, así que le paso la información a Slade.
—¿Qué quieres hacer? —pregunto, y él me mira mientras subimos a la
camioneta.
—¿Qué quieres decir con qué quiero hacer? Quiero ir a buscar a
nuestra chica.
—No estoy siendo un idiota aquí. Solo pregunto. Necesitamos estar
dentro o fuera. No voy a perturbar más la vida de esta mujer a menos que
nos la quedemos.
Giro la llave en el contacto, dejando que Slade piense en eso mientras
salgo del aparcamiento. Podríamos irnos a casa y quedarnos allí. Podríamos
dejar que Astrid siguiera con su vida y aprender de nuestros errores para no
cagarla si tenemos la suerte de volver a encontrar a alguien. Pero ese
alguien no será Astrid. Me la imagino con otro hombre y un niño en brazos,
y agarro el volante con fuerza, queriendo atravesar el parabrisas con la
mano.
—Entre los dos, tenemos tantos malditos remordimientos. No quiero
que Astrid sea uno más —admito.
—Ella es esa chica. ¿Sabes cuando oyes a la gente hablar mierda
sobre la que se escapó? Esa es Astrid. Ella será la mujer con la que
mediremos a todas las demás.
Lo miro y veo la firmeza de su mandíbula.
—Si vamos a por todas, no me contendré más —le advierto. No ha
dicho nada, pero sé que se ha dado cuenta.
—Tendremos que ganarnos de nuevo su confianza. No será fácil, y
luchará contra nosotros a cada paso.
—No me tientes con pasar un buen rato, Jagger.
Me río, y él se une, el sonido más ligero que he oído de él en años.
—Entonces, ¿lo haremos?
—Joder, sí. Primero, sin embargo, creo que tenemos que planear la
mierda. Que piense que está a salvo de nosotros.
Asiento.
—De acuerdo. Pero, ¿qué vamos a hacer con los demás? No solo
nosotros la decepcionamos. Todos lo hicimos.
—Tendrán que arreglar ese daño ellos mismos. Quiero que sea feliz
aquí con nosotros. Pero, Jagger, si ella no puede encontrar su felicidad,
entonces tenemos que decidir a qué estamos dispuestos a renunciar. Se lo
debo todo a los chicos. Este es el único lugar que ha sido mi hogar. Pero por
Astrid, me iré. Solo que no sabía que la seguiría hasta que se fuera.
Lo último que quiero hacer es dejar Apex. Como con Slade, estos
chicos son mi familia. Pero no podemos esperar que Astrid haga todos los
sacrificios. No sabemos mucho de su vida, pero no oculta que ha recibido
unos cuantos golpes y ha tenido que curarse sola. Es hora de que alguien se
ponga delante de ella y reciba los golpes.
Es hora de que demos un paso adelante y la pongamos a ella en
primer lugar.
—Lo dije en serio cuando dije que estaba dentro. La quiero aquí.
Quiero dar a los demás la oportunidad de disculparse y llegar a conocerla.
Pero si ella no puede encontrar la felicidad aquí después de lo que todos
hicimos, entonces iremos a donde se sienta segura.
—Trato hecho.
Cuando llegamos a la casa, Greg está esperando fuera.
—¿No la encontraste? —Mira en el asiento trasero mientras pregunta,
sabiendo ya la respuesta.
—No, pero tenemos una idea aproximada de hacia dónde se dirige.
¿Podemos usar el avión? Una vez que Ev la tenga localizada, queremos salir.
Greg mira entre Slade y yo, cruzando los brazos sobre el pecho.
—Va a hacer falta algo más que hablarle dulcemente para
conquistarla.
—Lo sé.
Nos mira durante unos minutos y siento que todo depende de lo que
diga a continuación.
—Bien. Toma el avión. Puedes llamar cuando lo necesites para volver.
Te daré algo de tiempo para ordenar tu mierda.
—Gracias, G. —Slade le hace un gesto con la cabeza y va a
marcharse, pero se detiene cuando Greg le levanta la mano.
—Algunas cicatrices son profundas. Lo que hicimos, lo que hiciste, la
marcó. Tú lo sabes. Pero golpea diferente cuando dejas esa marca en el
tejido cicatricial que ya ha sido dañado.
—La hemos cagado, lo sabemos. Vamos a arreglarlo.
—Eso espero, chicos. Realmente lo espero porque odiaría que ustedes
sean lo que finalmente la rompa.
CAPITULO 28

Firmo los cambios antes de enviar el correo electrónico, emocionada


de que al menos el juego está completado. Menos mal que toda la
promoción y la mierda recae en otra persona porque me siento como si
pudiera dormir durante un año.
Me levanto y estiro los brazos por encima de la cabeza. Me duele la
espalda de tanto estar sentada. Mi nuevo móvil empieza a vibrar en la mesa,
así que lo agarro y suelto un suspiro cuando veo que es Mandy. Estoy
tentada de ignorarlo. Pero solo vendrá, y entonces será mucho más difícil
deshacerse de ella.
—Hola, ¿qué pasa?
—La recaudación anual de fondos es en dos semanas. La ausencia
de tus padres se notará, así que tienes que ir.
—No voy a ir, Mandy, y sabes por qué. Alguien me reconocerá, y la
prensa se meterá en mis asuntos otra vez. He tenido suficiente de tratar con
los buitres de los medios de comunicación para toda la vida.
—La gente hará preguntas, Astrid. Han pasado años... —insiste, pero
la interrumpo.
—Bueno, entonces tal vez es hora de decirles la verdad.
—¿Y arriesgarme a que salga todo lo demás? —Parece horrorizada.
Me pellizco el puente de la nariz y me acerco a las puertas de cristal,
contemplando la tentadora piscina.
—No me importa. Ya no soy una niña. No hay nada que esta gente
pueda hacer o decir que sea peor que lo que ya se ha dicho y hecho.
—Dices eso ahora, pero ambas sabemos que no es verdad. La última
vez, fue un arma. La próxima vez, podría ser un cóctel de medicamentos
recetados. Tu edad puede haber cambiado, pero mentalmente, no.
Siempre serás víctima de tus circunstancias, por eso será más fácil lidiar con
las consecuencias si dirigimos la dirección en la que se derrumba.
—Como siempre, tu compasión me asombra, Mandy. Pero la última
vez que lo comprobé, trabajabas para mí. Oh, sé que te trajeron mis padres,
pero he estado pagando tus honorarios desde que cumplí los veintiuno.
No dice nada, pero su resoplido suena tan condescendiente como
suele ser su voz. Durante años, esta mujer me ha tratado como algo que
rasparía de la suela de sus Louboutins, y yo se lo he permitido. Después de
todo, ha sido la única constante en mi vida. Pero mi lealtad hacia ella se
basa en mi culpa y gratitud. Gratitud que se retorció en mi cerebro cuando
era niña para hacerme sentir que se lo debía. Dios sabe que ella cultivó ese
sentimiento para poder doblegarme a su voluntad. Tal vez si las últimas
semanas no hubieran sucedido, la habría dejado salirse con la suya, como
siempre lo he hecho.
Pero algo en mí ha cambiado. No puedo decir que sea porque estoy
siendo demasiado emocional. En todo caso, me siento insensible. Toda mi
vida parece un jodido juego de Jenga, pero en lugar de construir una torre
con ladrillos, la construimos con mentiras. Cada día, las mentiras cambian
de sitio mientras las sacamos y las movemos para que encajen mientras
esperamos a que todo se venga abajo. Al diablo con eso, y al diablo con
ella. Estoy lista para derribar la torre.
—Tienes mi respuesta, y ahora tengo que irme. Tengo una reunión. —
Cuelgo sin despedirme y marco otro número.
—Hola, ¿habla el Detective Allan?
—¿Astrid?
Me trago un nudo en la garganta y caigo de rodillas, dejando que las
lágrimas me corran por el rostro. No he hablado con este hombre desde el
día en que cumplí dieciocho años. El hecho de que aún me tenga
agregada en su teléfono no debería hacerme sentir tan cruda por dentro,
pero así es. Para una chica que ha sido olvidada por todo menos por el caos
que se arremolina a su alrededor, lo significa todo.
—Sí. —Toso para aclararme la garganta cuando mi voz sale apenas
por encima de un graznido—. Sí, soy yo.
Exhala con fuerza.
—Jesús, es tan bueno escuchar tu voz. Pienso mucho en ti.
Sonrío entre lágrimas, secándomelas con la mano que me queda libre
mientras me meto las rodillas bajo el pecho.
—Solo quería darte las gracias. No sé si te lo he dicho antes.
—Me lo dijiste. Pero no había nada que tuvieras que agradecerme.
¿Estás bien, cariño?
Asiento, aunque él no puede verme.
—Lo estaré.
—¿Quieres hablar de ello?
Me río, recordando otro lugar y otro momento en que me dijo
exactamente esas mismas palabras. Le conté mis mayores miedos y mis
secretos más oscuros, y no huyó. No se lo contó al mundo y, desde luego, no
me trató como a un bicho raro. De hecho, arriesgó su trabajo y su familia por
mí. No estoy segura de haber confiado más en alguien en mi vida, y lo único
que me pidió a cambio fue que fuera feliz.
—Bueno, empezó así... —Le cuento todo lo que me ha pasado en los
dos últimos meses, pasando por alto a Salem y su don, y omitiendo los
nombres de todos. Se enorgullecen de su intimidad, y no voy a invadirla solo
por la forma en que me trataron.
Ponerme al nivel de otro no me hará sentir mejor. Tomar el camino más
alto a veces apesta, pero al menos la vista es mejor desde aquí arriba.
—Joder, no haces las cosas a medias, ¿verdad? —Oigo una puerta
de mosquitera que se abre y se cierra detrás de él antes de oír el crujido de
un columpio—. Vale, bueno, ¿supongo que quieres algo de ayuda para
entenderlo todo?
—Sí, pero también quiero hablarte de otra cosa.
—Vale, tengo curiosidad. Empecemos con tu abogada. Entiendo que
tenías las manos atadas cuando eras niña, pero ahora eres adulta. Ella hizo
su trabajo, y sé que te sientes en deuda con ella por eso, pero le pagaron
una puta tonelada por hacerlo. No es tu amiga, cariño. Nunca lo fue. Lo sé
porque podría haber dado un paso adelante, pero no lo hizo. Hizo lo que
tenía que hacer por ella, no por ti. Si fueras otra persona... —Se aleja, pero
sé lo que iba a decir. Si fuera cualquier otra persona, me habría echado de
esa casa hace mucho tiempo. Pero mi situación lo hacía todo mucho más
difícil.
—Ella sabe mucho. Podría hacerlo público. Y si lo hace, tu nombre
podría salir a la luz. —Que es la razón principal de mi llamada—. No creo que
diga algo por qué va contra la ley y la crucificarían. Pero, aunque lo haga,
ya no soy detective.
Exhalo.
—Así que los rumores eran ciertos. Intenté seguirte por internet, pero
no tienes muchas redes sociales.
—Soy demasiado viejo para esa mierda. Se lo dejaré a mis nietos.
Ahora soy investigador privado, especializado en casos sin resolver.
—¿De verdad? ¿Te gusta?
—A mí sí. Menos mierda burocrática, y hay algo realmente
satisfactorio en dar un cierre a una familia. Pero basta de hablar de mí. Yo
digo que despidas a la abogada. Consigue uno nuevo para manejar tu
patrimonio y toda la mierda de tus padres. Demonios, deberías contratar un
asistente mientras estás en ello. Si te pareces en algo a la chica que
recuerdo, todavía te estás dejando llevar.
Me río entre dientes porque no se equivoca.
—Vale. Y gracias. Necesitaba saber que estarías bien antes de
presionar más a Mandy.
—Presiona. Soy más duro de lo que parezco y lo bastante como para
hacer retroceder a esos cabrones. Si me necesitas, dilo y me subiré a un
avión.
Maldita sea, estas lágrimas son implacables. Pero en serio, ni siquiera
sabe dónde vivo. Después de todo lo que he pasado últimamente, esto es
exactamente lo que necesitaba. Que me recordaran que importo.
—Gracias —resoplo. Se queda callado, dejándome un momento
para recomponerme.
—Ahora, vamos a hablar de estos hombres, ¿de acuerdo?
—No tenemos por qué hacerlo. Realmente no importan en el gran
esquema de las cosas. Era estúpido desear algo normal de todos modos,
¿no?
—No es estúpido, cariño, sino poco realista. Hazme un favor. No
aspires a lo normal. Aspira a lo exquisito porque tú, querida, eres demasiado
buena para lo normal. Te mereces algo mágico, algo que te quite el aliento.
Tenían el mundo entero en la palma de sus manos. Tienen que ser idiotas de
clase A para dejarte escapar.
Suspiro.
—Hay una parte de mí que pensaba que vendrían a buscarme. En lo
más profundo de mi corazón, quería que me localizaran y me dijeran que se
equivocaron, que cometieron un error y que me eligieron a mí. Es estúpido,
lo sé. Pero por un momento yo...
Me llevo la mano al pecho, sintiendo cómo mi corazón late
metódicamente bajo mi palma a pesar de las grietas que tiene.
—Casi tenía todo lo que deseaba —susurro.
—Todavía tengo conexiones. ¿Quieres que los localice y les dispare
por ti? Porque lo haré —gruñe, haciéndome sonreír.
—Estaré bien. —Y lo estaré. Esta conversación no hace más que
reforzar todo lo que he estado pensando desde que llegué a casa hace dos
semanas—. Pero gracias. Nunca nadie se había preocupado tanto como
para cometer un asesinato por mí —me burlo—. Pero no me gustaría que te
arrestaran por mí. Créeme, no es divertido.
—Por favor. Soy un ex-policía. Sé cómo deshacerme de un cadáver
—exclama mientras suena el timbre de la puerta. Lo ignoro porque no
espero a nadie.
—Es bueno saberlo. Eso me lleva a lo que iba a decir a continuación.
Tenía una idea sobre cómo podríamos ayudarnos mutuamente.
Se queda callado un momento.
—¿Ayudarnos unos a otros cómo?
Apoyo la cabeza contra las rodillas y me recuerdo a mí misma que
esto es lo que hay que hacer. Ya es hora.
—Sigo teniendo visiones, pero convencer a la gente es más difícil que
ver cómo mueren.
Necesitada de aire, me pongo en pie, me acerco a las puertas de
cristal y las abro de un empujón. El calor me envuelve de inmediato,
desterrando el frío que me ha ido calando hasta los huesos al recordar mis
visiones, y respiro hondo.
—Salvé a una mujer de ser violada. —Dejo que eso cuelgue entre
nosotros mientras camino por la cubierta, los tablones de madera están
calientes bajo mis pies descalzos—. Todas mis visiones suelen hacerse
realidad. ¿Sabes lo que se siente? ¿Ver el mal en acción y no poder
detenerlo? Cuando digo algo, nadie me escucha. Me llega tanto puto odio
que los verdaderos culpables acaban pareciendo inocentes. Después de
mudarme aquí, pensé que sería mejor. Me escondía mucho, y cuando salía,
tenía cuidado de evitar el contacto. Al cabo de un tiempo, casi me
convencí de que mi don había desaparecido, de que quien me maldijo con
él se dio cuenta de que era demasiado débil y me lo quitó.
—Nunca fuiste débil —me reprende, su voz ronca me reconforta—. No
sé por qué puedes hacer lo que haces, pero creo de todo corazón que te
fue dado porque podrías ser la única persona viva lo suficientemente fuerte
para manejarlo.
—Aunque casi no lo hago, ¿verdad? —susurro.
—Casi. Solo cuenta en herraduras y granadas de mano. Tú no fallaste
a nadie, Astrid. Fue la gente a tu alrededor la que falló. Tal vez por eso las
cosas salieron como salieron. Los pusieron a prueba, y los encontraron faltos.
Respiro ante sus palabras. Maldice y se disculpa, pero niego,
contemplando la quietud de la piscina.
—No, entiendo lo que querías decir. Puede que siguiera estando
jodida, pero cuando mi vida era un caos, un lugar seguro donde tuviera a
alguien que me protegiera habría marcado la diferencia. ¿Sabes por qué lo
sé? Porque una vez, tú fuiste ese escudo para mí.
Hace un ruido que suena como si estuviera luchando contra las
lágrimas, lo que hace que las mías empiecen a fluir de nuevo.
—Estoy llorando como un bebé. —Me río, limpiándome las mejillas,
cuando lo oigo refunfuñar:
—Yo también.
—En fin. Una vez que empecé a entrar en contacto con la gente de
nuevo, las visiones volvieron. Es básicamente por lo que he estado recluida
todos estos años. ¿Pero la mujer que salvé de ser violada? No podía no
intentar hacer algo. Sabía que, si le decía la verdad, me ignoraría. Así que
hice algo que nunca había hecho antes cuando se trata de mis visiones.
Mentí. Le dije que el hombre que vi violándola había violado a una amiga
mía y que lo oí presumir a sus amigos de lo que quería hacer con ella.
—Eso era arriesgado y bastante fácil de refutar para ella si hacía
preguntas.
—Lo sé. Y en un caso de mi palabra contra la suya, o la de cualquiera,
siempre voy a perder con una reputación como la mía. Pero la violación y
el asesinato no son lo mismo.
»Las mujeres tenemos un radar de repulsión incorporado. Pero la
mayoría de las veces lo ignoramos. No vemos las señales hasta que es
demasiado tarde o estamos demasiado metidas. Pero siempre hay una o
dos banderas rojas. Solo tienes que prestar atención. Ella me escuchó y lo
observó, y lo vio mirándola. Y en un autobús lleno de gente... —Me dejo
llevar porque el resto es obvio.
—Una bandera roja —resopla—. Muchas veces, la gente ignora sus
instintos o los ignora porque cree que está exagerando. Cuando, en
realidad, no están reaccionando lo suficiente. Pero me alegro de que te
hiciera caso. Hiciste bien.
—Me sentí bien. Jamás había impedido una visión. Nunca había
pensado mucho en cómo transmitía lo que veía. Siempre quise que la gente
lo supiera. Pero esta vez... —Tomo aire—. Mi mentira la salvó, y me sentí bien.
Como si algo encajara. Y pensé, lo hice. La salvé, y como mentí, Glory volvió
a casa sana y salva, y salvé a su hija de vivir las secuelas. Entonces, empecé
a pensar, tengo este don, y si tienes razón, me fue dado por una razón. Pero
todo lo que he estado haciendo es esconderme como una cobarde.
—Dime lo que necesitas. —Así de simple. Dios mío, este hombre...
—Solía desear que fueras mi padre. ¿Te lo he dicho alguna vez?
—Oh, Dios, me estás matando, niña. Habría sido un honor ser tu padre,
Astrid. De verdad, de verdad que lo sería.
Sonrío, sintiéndome más ligera. La tristeza siempre estará dentro de mí.
Mi cuerpo y mi mente fueron moldeados por tragedias que me desgarraron
por las costuras y cambiaron el tejido mismo de lo que me hizo... ser yo. Pero
ya no tengo miedo.
—Necesito tu ayuda. Tengo recursos, o el dinero para recursos.
—De acuerdo.
—Puedo financiar un equipo de gente, comprarte un maldito avión si
hace falta.
—De acuerdo.
—E-Espera, ¿qué?
—Dije que de acuerdo. Hagámoslo.
—Pero... ¿no quieres tiempo para pensarlo? Quiero decir, ¿te das
cuenta de lo que te estoy pidiendo?
—Primero intenta convencerme. Ahora, intenta convencerme de que
no lo haga. Las mujeres son tan confusas. No me extraña que esté
divorciado.
Hago una mueca.
—Lo siento. Estoy contenta, no me malinterpretes, extasiada, en
realidad, pero no creí que sería tan fácil.
—Ambos sabemos que lo que pides no será nada fácil. Pero eso no
impide que sea lo correcto. Estoy divorciado, Astrid. Mis hijos son mayores y
puedo visitar a mis nietos cuando quiera.
—Dijiste que amas lo que haces...
—Y lo hago. Pero no tienes múltiples visiones al día. Todavía voy a tener
mucho tiempo para trabajar en casos sin resolver. En realidad, van de la
mano.
Cierro la boca de golpe, sintiéndome completamente abrumada.
—¿Astrid?
Respiro hondo varias veces para recomponerme.
—Astrid, ¿estás bien?
—¿Te gustaría venir a visitarme? Podemos limar todos los detalles y...
—Solo dime cuándo y dónde.
Con una sonrisa, le digo que me ocuparé de sus billetes de avión y le
alquilaré un coche. Intenta discutir conmigo, pero no me echo atrás. Ya está
haciendo bastante por mí. Cuando cuelgo, dejo el teléfono en una de las
tumbonas que rodean la piscina y me quito el mono, colocándolo encima
del móvil.
No estaba segura de que esa fuera la dirección que iba a tomar
cuando llamé a James. Mi principal motivo había sido advertirle sobre
Mandy y lo que podría hacer o decir cuando la despidiera. Pero escucharlo
me recordó que hay gente buena en el mundo, gente que todavía quiere
marcar la diferencia. Y debajo de todas las capas de dolor y desconfianza,
sé que no estoy preparada para renunciar a ser una de ellas.
Miro el reloj y pongo una alarma para no olvidarme de volver a
aplicarme la crema solar antes de caminar hasta el borde de la piscina.
Respiro hondo y me zambullo, dejando atrás todas mis preocupaciones
mientras el agua fresca me envuelve. Nado a lo largo de la piscina, dando
patadas desde el lateral y nadando hacia atrás, mientras mi mente se va
vaciando de todo a medida que me concentro en mis movimientos.
Cuando suena el despertador, siento los brazos como fideos mojados.
En lugar de volver a ponerme crema solar, decido darme una ducha y leer
un rato. Nado hasta la escalera, salgo, me escurro el agua del cabello y me
maldigo por haberme olvidado de agarrar una toalla. Me doy la vuelta para
volver a entrar y me quedo helada al darme cuenta de que no estoy sola.
El torbellino de pensamientos y emociones no deseadas regresa con
una ráfaga tan fuerte que tropiezo cuando los ojos de Slade y Jagger se fijan
en mi figura en bikini.
—¿Qué hacen aquí?
CAPITULO 29

Me obligo a quedarme donde estoy en lugar de apresurarme a


agarrarla. El bikini morado hace que sus ojos violetas parezcan aún más
vivos. Aunque intento no apartar la vista de su rostro, soy humano. Sus curvas
me hacen la boca agua y la polla dura cuando imagino sus gruesos muslos
rodeando mi cabeza mientras me la como hasta que se corre.
—Hemos venido a por ti —le digo, acercándome un paso.
—Entonces lamento que hayan desperdiciado el viaje.
Slade camina hacia ella y ella se mantiene firme hasta que se da
cuenta de que no va a detenerse. Se hace a un lado y levanta las manos,
pero él no se detiene hasta que está justo delante de ella.
—Astrid.
Su nombre en sus labios activa un interruptor en ella. Da un paso
adelante y lo empuja. Él intenta recuperar el equilibrio, pero está demasiado
cerca del borde de la piscina. Astrid se tapa la boca con las manos mientras
me río.
Cuando Slade sale a la superficie y la mira, sacude la cabeza con una
sonrisa en el rostro.
—Supongo que debería estar agradecido de no haber estado al final
de la escalera.
El comentario parece poner sobria a Astrid de inmediato.
—No tiene gracia. Podría haberte hecho daño. Dios, ya ni siquiera
reconozco quién soy.
—Oye, está bien. Él está bien. Y seamos honestos, se lo merecía. ¿Te
haría sentir mejor si me empujaras a mí también?
—No, ni un poco.
Slade nada hacia un lado y sale a flote, con el agua, saliéndole de los
vaqueros y pegándole la camiseta al cuerpo.
—No hay nada aquí para ustedes.
—Estás aquí —le digo, acercándome, sabiendo que no hay forma de
pasar de mí.
—Vine aquí para alejarme de ustedes. Pensé que serías feliz. —Se
vuelve para mirar a Slade—. Creí que no soportarías mirarme. —Su rabia la
obliga a hablar, pero no logra ocultar el quiebre de su voz al sentir su dolor.
—Lo siento. Lo siento mucho, joder. —Toma su brazo, pero ella se lo
aparta.
—Sí, yo también. Pero no te preocupes, están a salvo de mí. No tengo
armas. —Ella clava el cuchillo un poco más profundo.
Slade gruñe y vuelve a agarrarla, tirando de ella hacia su pecho y
rodeándola con los brazos mientras ella intenta luchar contra él. Ella golpea
su pecho, sollozando y maldiciéndonos a los dos antes de que se le acaben
las fuerzas.
—Vamos a meterla dentro. Ya ha estado bastante tiempo al sol —
digo, acortando la distancia entre nosotros.
Slade asiente, soltándola y da un paso atrás para que pueda agarrar
a Astrid en brazos. Slade se quita la camiseta y la tira a la cubierta antes de
abrirse el botón de los vaqueros y bajárselos por las caderas. Lo dejo
haciéndolo y llevo a Astrid dentro.
—Espero que tus padres no estén aquí, o van a quedar marcados de
por vida —bromeo, tratando de aligerar el ambiente, porque sé que Slade
entrará en cualquier momento, jodidamente desnudo.
—Mis padres están muertos. No hay nadie aquí a quien pueda asustar,
excepto a mí. Pero esperen, ustedes ya lo hicieron.
Había olvidado, con lo dulce que había sido últimamente, lo afilada
que puede ser su lengua cuando está a la ofensiva.
—Lo siento, Astrid. No lo sabía. —Me dirijo a las escaleras y la subo. No
me molesto en preguntarle cuál es su habitación, no espero que me lo diga.
En lugar de eso, elijo la primera habitación que encuentro y abro la puerta
de una patada.
Al respirar, sé al instante que es la habitación de Astrid. Puedo oler su
aroma único a naranjas y algo sutilmente floral. Veo la puerta abierta del
cuarto de baño, la llevo dentro y la bajo con cuidado.
En cuanto se pone en pie, intenta pasar a mi lado a empujones, pero
se queda inmóvil cuando ve a Slade, a quien noto detrás de mí.
—¿En serio? —gruñe antes de arrancar una toalla de la barandilla y
lanzársela.
—Aw, no seas así, princesa. Sé que echabas de menos mi polla tanto
como yo, a tu coño caliente y resbaladizo —responde Slade.
Pongo los ojos en blanco y no me atrevo a darle un puñetazo en el
rostro.
—No estás ayudando, imbécil —le digo bruscamente. Sonríe sin
arrepentirse cuando miro por encima del hombro para fulminarlo con la
mirada.
—¿Esto es una broma para ti? ¿Crees que es divertido? Noticia de
última hora, imbécil, esta es mi puta vida —grita antes de dejar caer los
hombros—. Váyanse a casa, los dos. Déjenme con mi broma de vida.
Los ojos de Slade brillan cuando se da cuenta de que ha ido
demasiado lejos. Me empuja y la atrae hacia su pecho, abrazándola con
fuerza. Ella mantiene los brazos a los lados. Puede que no lo esté empujando,
pero definitivamente no está dispuesta a participar.
—Soy un idiota. Ignórame. —Se echa hacia atrás y agarra su
mandíbula, echándole la cabeza hacia atrás y mirándola fijamente a los
ojos—. ¿Qué tal si te duchas y te pones algo, y luego hablamos? —insiste
suavemente.
—Yo, sinceramente, no quiero oír lo que tienes que decir. Lo sientes.
Genial, súper. Pero sinceramente, ¿y qué coño? Confié en ti. Confié en
ustedes dos, y lo pisotearon. ¿Y ahora qué? Ahora que estás aquí, dos
semanas demasiado tarde, debo añadir, lanzando insinuaciones y disculpas
como confeti, y se supone que debo sonreír y abrir las piernas. ¿Debo fingir
que no me has hecho daño, que no me has roto el corazón? —Termina en
un susurro mientras me acerco a ella por detrás y deslizo su cabello por
encima del hombro antes de depositar un beso en la piel que dejo al
descubierto.
El dolor en su voz me hace saber que hará falta algo más que una
disculpa para arreglar lo que hemos roto.
—No esperamos que hagas como si no hubiera pasado nada. La
hemos cagado. Lo asumimos. Lo único que te pedimos es una oportunidad
para demostrarte lo que valemos. Déjanos ganarnos tu confianza —
murmuro mientras mis labios recorren la piel de su hombro hasta el punto en
que se une a su cuello.
—No. Lo siento, no puedo. —Se separa de los dos y camina desde el
baño hasta su cama, envolviéndose con los brazos para protegerse.
Miro a Slade, que se queda mirando a Astrid con una expresión feroz
en el rostro.
—¿Ni siquiera nos darás la oportunidad de explicarte?
—¿Quieres decir como lo hiciste conmigo?
Slade se lame los labios y sonríe.
—Me lo merecía. ¿Quieres saber cuál es la mayor diferencia entre tú
y yo, cariño?
Él se acerca, y con la cama detrás de ella, Astrid no tiene adónde ir.
—¿Eres un imbécil gigante? —pregunta con una dulce sonrisa.
—Eso y que nunca me rindo. Nunca. Y cuando algo es mío, lucharé
hasta la muerte para conservarlo.
Se le saltan las lágrimas, pero sacude la cabeza.
—Menos mal que entonces nunca fui realmente tuya.
Slade me pide que me mueva. Hablamos de esto, preparándonos
para cualquier posible resultado, así que venimos preparados. Cuando me
hago a un lado, Slade se abalanza sobre ella y la tira sobre la cama. Ella
suelta un grito de sorpresa, pero para cuando se recompone lo suficiente
como para defenderse, Slade ya la tiene colocada donde quiere. La agarra
por los brazos y la empuja hacia la cama, dejándome espacio suficiente
para maniobrar a su alrededor mientras saco las esposas del bolsillo trasero
y le pongo una de las pulseras en la muñeca.
—¿Qué demonios? Chicos, paren —grita. No es rival para Slade, que
no le cede ni un milímetro.
Enhebro la cadena de las esposas en los barrotes y engancho el otro
brazalete en su otra muñeca. Slade se baja de ella cuando ve que está
sujeta.
—Chicos, esto no tiene ni puta gracia. Déjenme ir. —Se revuelve en la
cama. Puede que me convierta en un imbécil sabiendo que se está
volviendo loca, pero mi cuerpo no puede evitar reaccionar ante ella
retorciéndose semidesnuda mientras las sábanas se enredan bajo ella.
—No sé, me siento como en los viejos tiempos —bromea Slade, y sus
ojos se dirigen a los míos. La tensión de su mandíbula es el único signo externo
de que no le afecta todo tan poco como finge.
—Voy a darme una ducha y dejaré que Jagger hable contigo un
minuto. Los dos la hemos cagado y los dos queremos arreglarlo. Sé que no
confías en nosotros, pero estamos dispuestos a trabajar para que algún día
nos perdones.
Empieza a insultarnos de nuevo, pero Slade se limita a mirarme.
Aunque no nos dirigimos la palabra, sé que me está diciendo que deje de
contenerme, que me haga hombre y acepte lo que quiero, o que esta vez
me retire para siempre. Debe de encontrar lo que busca en mis ojos, porque
asiente y se dirige al baño, cerrando la puerta tras de sí.
Vuelvo mi atención a Astrid, que ha dejado de moverse. Sus manos se
aferran al cabecero de la cama.
—Déjame ir, Jagger. No puedes obligarme a perdonarte. No funciona
así.
—¿Quién lo dice? —pregunto, inclinándome sobre ella.
—Lo digo yo. Y si estás trabajando en lo del Estocolmo, yo renunciaría
si fuera tú. Creo que soy inmune a ser rehén en este punto.
Hago una pausa ante ese comentario, odiando que nos meta a Slade
y a mí en esa categoría, sabiendo lo que ha vivido. Pero tampoco puedo
culparla por decirlo.
Bien, es hora de otra táctica.
—Sabes, te deseé desde el segundo en que puse mis ojos en ti —
admito, arrastrándome por su cuerpo, empujándome entre la cuna de sus
muslos.
»Me dije que Slade te necesitaba más que a mí, que podía darte mi
polla pero contener mi corazón. Te vi acercarte, te vi suavizar sus bordes, y
deseé ser él. Nunca he estado celoso de Slade. Ha sido mi amigo durante
tanto tiempo que no sé dónde empieza uno de nosotros y acaba el otro.
Pero verlo enamorarse de ti un poco más cada día, me dieron ganas de
matarlo. No porque no quisiera que se metiera en tu corazón, sino porque
temía que no hubiera suficiente espacio para mí también. Pensé que, si me
contenía, no me dolería tanto si tenía que renunciar a ti. Si al final solo querías
a uno de los dos, sabía que tenía que ser él. Pero ahora...
Me mira con los ojos muy abiertos y el pecho agitado. Me meto la
mano en el bolsillo trasero, saco la navaja y la abro.
—Sabiendo lo que se siente al perderte, fui un maldito tonto al creer
que sobreviviría. —Deslizo mi cuchillo por la parte delantera de la parte
superior de su bikini y rajo el material, dejando al descubierto sus pechos.
—Jagger. —Su voz tiembla, en una mezcla de conmoción y turbación.
—No te haré daño, pequeña.
—Ya lo has hecho.
No le pido que confíe en mí. Se lo demuestro deslizando la punta del
cuchillo por el borde de su areola. Le rozo el pezón con la lengua y arrastro
la navaja entre el valle de sus pechos hasta el ombligo, rodeándole el
ombligo antes de cortar la tela a la altura de las caderas. Doblo la navaja y
me la vuelvo a meter en el bolsillo antes de arrancarle los trozos de tela
húmeda y tirarlos al suelo.
—Nunca más. Lo juro por mi vida, nunca volveré a dudar de ti. —Mis
palabras son mi juramento. Mientras las lágrimas corren por sus mejillas, sé
que ella también lo oye. Solo que no lo cree.
Deslizándome por su cuerpo, le abro las piernas de par en par, aliviado
cuando no se resiste. Pero no me gusta la expresión desolada de su rostro.
Mi chica es fuego y descaro, caos y calamidad, todo envuelto en el cuerpo
de una princesa de cuento de hadas. Ahora mismo, la mujer que tengo
delante está hueca y vacía. Nosotros le hicimos eso. Tomamos todo lo que
la hacía brillar y lo apagamos con una crueldad que se abrió camino en su
alma como una maldita marca.
Utilizo los pulgares para abrirla y froto su humedad con la lengua.
Puede que ahora no le guste mucho, pero su cuerpo sigue sabiendo que es
mío.
—Sé que no confías en las palabras que escuchas, y está bien. Pero
voy a asegurarme de que sientas cada puta promesa que te haga.
Meto la lengua en su interior mientras ella levanta las caderas de la
cama y jadea. Parece el paraíso extendido ante mí y sabe a pecado.
Chupo su clítoris y deslizo los dedos por su húmedo coño hasta que se
impregnan de su excitación. Cuando gime, meto los dedos y oigo cómo se
abre la puerta al oír sus gritos.
Miro por el rabillo del ojo y veo a Slade observándonos desde la
puerta, con la mano en la polla mientras contempla la expresión de éxtasis
en el rostro de Astrid. Se mantiene en la sombra para que ella no pueda verlo
observándola. Puede que sea yo quien tenga su sabor en los labios, pero es
él quien se la está bebiendo.
Me deleito con ella, manteniéndola al borde del orgasmo antes de
retirarme. Me burlo de ella hasta que delira suplicándome más. Solo
entonces libero mi llorosa polla de los confines de mis vaqueros. Los bajo
junto con mis boxers, alineo mi polla con su coño goloso y la penetro.
Se corre al instante, apretándome la polla con tanta fuerza que es
casi doloroso. Ver cómo se deshace así por mí —no, por mi culpa— me hace
perder el poco control que me queda.
Salgo de ella y junto sus piernas antes de empujarlas hacia abajo para
que sus rodillas queden apretadas contra su pecho. Solo entonces vuelvo a
introducirme en su interior. Así está aún más apretada, si cabe. Su coño es
como un canto de sirena para mi polla borracha. No llevo condón, y sé que
debería darle a elegir después de todo lo que ha pasado entre nosotros.
Pero no lo hago. No puedo. La necesidad compulsiva de marcarla como
mía, de cubrir sus entrañas con mi semen, la puta necesidad de engendrarla
lo supera todo. Es demasiado. Hago erupción, llenándola mientras la
penetro un par de veces más y me quedo quieto, con la punta de la polla
rozando su cuello uterino.
Solo cuando sus piernas empiezan a temblar de forma incontrolable
consigo apartarme y recuperar la compostura. Me salgo de ella y le abro las
piernas, sintiendo cómo mi polla se retuerce al ver cómo mi semen sale de
ella.
—Eres mía, Astrid. Puede que haya jodido lo que teníamos antes, pero
puedo ser un hombre mejor. Hoy, mañana y todos los días hasta que te des
cuenta.
—¿Hasta que me dé cuenta de qué? —susurra.
—Que no voy a ninguna parte.
CAPITULO 30

Tan pronto como se retira, cierro las piernas de golpe y giro la cabeza,
sintiendo cómo la vergüenza intenta abrirse paso a través de mi rabia. Pero
entonces me recuerdo a mí misma que no tengo nada de lo que
avergonzarme. Si quieren follarme, que lo hagan. Es para lo único que sirvo,
¿no? Así que estoy más que feliz de seguirles la corriente. Pero si creen que
volveré a entregarles voluntariamente pedazos de mi corazón, están
delirando.
Evito mirar a Jagger mientras se quita la ropa. Mis ojos se dirigen a
Slade, que sale del baño acariciándose la polla. Aprieto los muslos,
recordando lo que se siente al tenerlo dentro de mí. No importa que me
acabe de follar Jagger, no cuando Slade me mira así.
Por eso hui. No confiaba en mí misma con ellos. El poder que tienen
sobre mí me hace sentir débil y necesitada. Y estar esposada a la puta cama
mientras me hacen lo que quieren solo lo aumenta. Lo peor es que me excita
la impotencia. Después de todo lo que he pasado y los traumas que he
soportado, nunca habría pensado que tener a otra persona tomando el
control sería tan liberador. Incluso hay una parte de mí a la que le gusta que
la manoseen. No quiero que me hagan daño, pero me mentiría a mí misma
si no admitiera que ser inmovilizada y follada con fuerza hace que se me
doblen los dedos de los pies.
Una mano en la garganta o un puño en el cabello me han
proporcionado el tipo de felicidad que solo puede venir de entregarse a
alguien por completo, confiando en que no llevarán las cosas demasiado
lejos. Ellos me dieron eso. La chica rara que no caía bien a nadie tuvo la
oportunidad de ser libre entre dos de las fuentes más improbables. Pero follar
con mi corazón y follar con mi cuerpo no son lo mismo.
—Ahora te toca a ti, ¿eh? ¿Vas a joderme la actitud? —le digo
bruscamente cuando no se mueve.
Se queda ahí, recorriendo mi cuerpo con la mirada como una cálida
caricia, encendiendo las brasas que Jagger avivó antes que él. Slade me
ignora mientras le quita a Jagger la llave de las esposas y me libera. Antes
de que pueda levantarme de la cama, me levanta y me lleva al baño. Una
vez dentro, veo que ha llenado la bañera y ha añadido mis burbujas
favoritas. Me mete en ella con cuidado y me coloca un mechón de cabello
detrás de la oreja.
—No voy a follarte. Todavía no. Voy a cuidarte, y tú vas a dejarme.
Suelto una carcajada y pongo los ojos en blanco.
—¿Y por qué lo haría?
—Porque necesito arreglar lo que rompí. Te hice daño una y otra vez.
Sé que lo hice. Y lo siento mucho, joder.
—No te creo.
Su mano me aprieta la mandíbula con fuerza, no tanto como para
hacerme daño, pero sí lo suficiente como para que no pueda apartarme.
—No quería amarte, pero tú me atrajiste de todos modos. Nunca supe
que te necesitaba hasta que te fuiste, y no podía respirar sin ti. Puedes estar
cabreada conmigo todo lo que quieras. Yo también lo estoy, pero eso no
cambiará lo que siento por ti.
—¿Estás enfadado conmigo? —jadeo sorprendida.
—Huiste —suelta, con la otra mano chapoteando en el agua—. Me
abandonaste.
Me quedo con la boca abierta como un pez fuera del agua.
—Estás loco de remate. Absolutamente loco.
—Estoy loco por ti. Y si crees que voy a dejar que me dejes otra vez, te
mostraré lo que es realmente la locura.
—Diviértete con eso. Voy a subir las maletas y a buscar comida para
todos —dice Jagger desde la puerta.
Lo miro y lo fulmino con la mirada.
—No hace falta que traigas las maletas. No se van a quedar. Ninguno
de los dos.
—Oh, bien. Te haremos una maleta entonces, y cuando estés vestida,
podemos irnos. —Slade sonríe mientras Jagger desaparece.
—¿Irme? ¿Y dónde diablos crees que voy?
—A casa con nosotros.
Sacudo la cabeza.
—Esta es mi casa. Tienes que llamar a tu médico para que te cambie
la medicación o algo. No sé qué está pasando, pero no voy a jugar más a
estos juegos contigo. ¿Quieres follarme, Slade? Adelante. ¿Quieres que te la
chupe? Pásame un cojín para mis rodillas. Pero cualquier otra cosa está
fuera de la maldita mesa.
Gruñe, y su mano pasa de mi mandíbula a mi garganta, que agarra
mientras se inclina y me pellizca la boca con los dientes.
—Me follaré tu apretado coño y lo llenaré con mi semen. Luego te
follaré también esa boquita tan bonita que tienes. Haré que te ahogues con
mi polla mientras goteas sobre mis dedos.
Mi coño sufre espasmos ante sus crudas palabras.
—Y después de eso, me deslizaré en tu culo mientras Jagger se desliza
en tu coño. Te tomaremos juntos, una y otra vez, hasta que solo puedas
pensar en tenernos dentro de ti. Pero no solo quiero tu cuerpo, Astrid. Lo
quiero todo. Cada lágrima, cada palabrota, cada marca que me hagas en
la espalda: quiero tu oscuridad, tu luz y todas las sombras intermedias.
Puedes decirme lo que quieras, castigarme con tus palabras. Hazlo. Me lo
merezco. Pero no te dejaré. Lucharé por nosotros porque no soy el tipo de
hombre que huye de sus problemas.
—Que te jodan —gruño, sabiendo que esa burla iba dirigida a mí—.
Dejaste claro lo que pensabas de mí. ¿Por qué demonios no me iría?
—¿Por qué demonios no te quedas y luchas? ¿Acaso no valgo la
pena? —grita. Me suelta y se deja caer sobre el culo, ladeando la cabeza
mientras repite la pregunta. Solo que esta vez, sus palabras encierran un
asco que, a pesar de mi rabia, no me gusta oír. Ni un poquito—. ¿No vale la
pena luchar por mí? ¿No lo valgo?
Frunce el ceño y me mira a el rostro mientras las persianas caen sobre
sus ojos. Si no hubiera captado el destello de pánico, habría pensado por su
expresión inexpresiva que no le importa. Pero ahora me doy cuenta de que
ese rostro no es más que una máscara.
—No me odies. —Es una orden, pero su voz se quiebra y su dolor se
filtra. Y maldita sea, se siente como un cuchillo en las tripas.
—No te odio. Odio lo que nos hacemos el uno al otro. En lo que nos
convertimos el uno al otro. Somos tóxicos juntos.
—Podemos empezar de cero. Borrón y cuenta nueva.
—No hay ningún «borrón y cuenta nueva» para nosotros, Slade. Ni
para ti, ni para mí, ni para Jagger. Nos han pasado demasiadas cosas.
Nuestros pasados ya nos han moldeado. El prólogo de nuestra historia
comenzó años antes de que nos convirtiéramos en nosotros. No podemos
saltarnos eso para llegar a la parte buena. No en la vida real.
Cierra los ojos un momento, asimilando mis palabras. Por un segundo,
creo que va a asentir, a rendirse ante el último obstáculo y a marcharse. Me
sorprende que ahora me siga doliendo tanto como antes.
Solo cuando abre los ojos, hay una mirada de pura posesión que arde
desde lo más profundo de ellos. Entonces sé que he subestimado hasta
dónde puede llegar este hombre.
No puedo ver mi propio futuro, pero no necesito ser vidente para ver
cómo se va a desarrollar esto. Van a ganar. Me van a destrozar, y voy a
dejar que lo hagan. Porque por mucho que me hayan herido, estoy más
viva con ellos que nunca.
—Te amo.
Trago saliva ante sus suaves palabras.
—Estoy enamorado de ti, y nada de lo que digas o hagas lo cambiará.
¿Sabes lo que pienso? —Se inclina más cerca, sus dedos ahora recorren mi
clavícula—. Creo que tú también me amas. Nos amas a los dos, y eso te
aterra. Puede que no hayamos empezado en la misma página, pero
acabaremos juntos. Cuando acabemos, estaremos tan entrelazados que
nunca serás libre.
Se inclina más hacia mí y me besa suavemente.
—No tengo todas las respuestas, Astrid. Ojalá las tuviera —dice antes
de presionar su frente contra la mía—. Todo lo que sé es que estaba
destinado a amarte.
—¿Entonces por qué —sollozo en voz baja—, duele tanto?
—Duele porque te importa. Porque es real.
Cierro los ojos y lo respiro. Mis emociones se derrumban a mi alrededor
mientras caigo por el precipicio de la ira hacia las rocas escarpadas.
Mantengo los ojos cerrados mientras caen mis lágrimas. Las saboreo en los
labios antes de que caigan por la barbilla al agua.
—Astrid. —El sonido de mi nombre en sus labios como la tortura más
dulce. Placer mezclado con veneno, sus labios rozando mi garganta y
cerniéndose sobre mi pulso que late rápidamente. Una amenaza y una
promesa de que este hombre es capaz de besarme dulcemente y
arrancarme la yugular de un solo golpe.
Se mueve y oigo el chasquido de una botella al abrirse antes de que
sus manos enjabonadas empiecen a deslizarse sobre mí, empezando por los
hombros y bajando por la espalda. Sus gestos son dominantes y a la vez
relajantes, y me hacen entrar en un estado casi de trance.
—Recuéstate, mascota. Deja que me ocupe de ti.
Hago lo que me pide sin pensarlo ni resistirme, con los ojos cerrados,
negándome a salir de mi estado de ensoñación y dejar que la realidad me
invada.
Sus manos se deslizan por mi clavícula y descienden hasta mi pecho
mientras me lava los pechos con un tacto tan tierno que casi hace que se
me salten más lágrimas. Sus manos descienden por mi cuerpo hasta llegar a
mis piernas. Engancha la mano bajo mi rodilla flexionada y levanta la pierna
por encima del borde de la bañera, abriéndome para él. Sus dedos
acarician mi sensible clítoris antes de introducirse en mi interior.
—Me gusta cuidar de ti. Nunca había podido hacer eso por nadie. Mis
hermanos eran mayores que yo. Y cuando me alisté, era uno de los más
jóvenes. Lo mismo cuando fui a la cárcel. Sabía cuidar de mí mismo, pero
¿qué sabía yo de cuidar de otra persona? Demonios, nunca había tenido
un perro. Entonces apareció Salem, y era tan... —Su voz se entrecorta,
buscando la palabra adecuada.
Sé lo que quiere decir, a pesar de todo. Hay algo infinitamente dulce
en Salem. No importa lo que la vida le depare, de algún modo, la enormidad
de su don parece redondear los bordes afilados y dentados que alguien
como yo ha ido adquiriendo por el camino. No puedo evitar sentir un poco
de envidia.
—Salem es fácil de querer —digo en voz baja. A diferencia de mí. Pero
no lo digo en voz alta. Abro los ojos, lo miro y lo encuentro mirándome
fijamente, sus ojos encuentran los míos.
—Lo es. Quererla era fácil y seguro. Podía cuidarla como a una
hermana. Nunca fue mía, así que nunca tuve que preocuparme por
causarle ningún daño. Sabía que Oz y Zig la mantendrían a salvo de todos,
incluso de mí.
Alargo la mano y toco su mejilla. La tristeza de sus ojos llama a las
partes huecas de mi alma, instándome a actuar como un bálsamo y
calmarlo como él puede calmarme a mí.
—Y luego estabas tú. Eres cualquier cosa menos segura y fácil. Pero
Dios, te deseaba más que al aire, y eso me cabreaba.
No puedo evitar sonreír. Una parte de mí se deleita en el hecho de
que una don nadie como yo pueda tener un efecto tan profundo en alguien
como él.
Gira su rostro hacia mi mano y me besa la palma.
—Amarte es como intentar contener el fuego. Tan jodidamente
hermosa, pero tocarte me abre a un mundo interminable de dolor. No
estaba preparado para ti. Se supone que soy un mercenario malvado. Y
aquí estoy, arrodillado ante una princesa de cuento de hadas, muerto de
miedo.
Se retira y me ofrece la mano. La miro por un momento, intentando
ver todos los hilos que la atan. Al final, me dejo guiar por el corazón y deslizo
mi mano en la suya.
Me levanta y agarra una toalla para envolverme con ella. Me levanta
y me estrecha contra su pecho.
—Tengo miedo —admite una vez más. No puedo mentir y decir que
no me parece increíblemente sexy que se haya abierto y haya compartido
su debilidad conmigo—. Miedo de cagarla otra vez. Demonios, tengo miedo
de hacerlo bien. Pero no huiré, Astrid. Lucharé. Y ahora mismo, necesito que
tú también luches. Lucha por lo que los tres podríamos tener. Lucha por mí,
aun sabiendo que volveré a meter la pata y tendrás que darme una patada
en el culo por ello. —Baja la boca hasta que sus labios se ciernen sobre los
míos—. Lucha por ti, por la chica solitaria e invisible que solías ser. Te veo,
Astrid. Te veo.
Sus palabras susurradas son mi perdición. Se me doblan las piernas y
los sollozos me sacuden el cuerpo. Me levanta con facilidad y me lleva al
dormitorio, donde me espera Jagger, con una clara expresión de
preocupación en el rostro. Slade me coloca en el centro de la cama y se
sube detrás de mí mientras Jagger se tumba frente a mí.
No me resisto a que encajen a mi alrededor como piezas de un puzzle.
Y así es como me duermo, envuelta en su calor, dejando que se derrita poco
a poco el hielo en el que me he encerrado desde el día en que los dejé.
CAPITULO 31

Han pasado dos semanas desde que llegamos. Dos semanas


construyendo puentes que tan estúpidamente incendiamos. Dos semanas y
ni una sola persona ha venido a visitarnos hasta hoy.
—Entonces, ¿quién es este tipo? —pregunto, sosteniendo mi taza de
café lo suficientemente fuerte como para agrietarse.
Astrid levanta la vista del melón que está cortando para fulminarme
con la mirada desde el otro lado de la isla de la cocina.
—Es mi amigo.
—Si es tan buen amigo, ¿por qué no ha venido a visitarte? ¿Cómo es
que no sabía que habías desaparecido cuando estabas en Apex? —le
respondo, sabiendo que, si no tengo cuidado, desharé todo el trabajo duro
que Jagger y yo hemos hecho desde que estamos aquí.
Astrid es testaruda como el demonio, pero la hemos ido agotando
poco a poco. Creo que incluso alguien como yo puede tener la paciencia
de un santo si el premio final merece la pena. Por supuesto, hubo
contratiempos en el camino, y sé que hoy va a ser difícil para todos nosotros.
—Solía ser detective.
Mi cuerpo entero se tensa justo cuando Jagger entra en la habitación,
con el sudor chorreándole por el cuerpo mientras agarra una botella de
agua de la nevera.
—¿Qué te pasa? ¿Por qué parece que estás estreñido? —Me estudia
atentamente antes de mirar a Astrid.
—Parece que Slade no aprueba a mi amigo.
—No dije eso. Dije que no podía ser un gran amigo si no ha estado
aquí para ti.
Los ojos de Jagger se entrecierran.
—¿Él?
Astrid lanza un trozo de melón en su dirección.
—No puedo soportarlo cuando los dos actúan como locos
cavernícolas posesivos.
Jagger rodea la isla y la aprisiona contra ella, quitándole sabiamente
el cuchillo de la mano y dejándolo en el suelo. Rodea su nuca con la mano
y la besa.
Mi polla se pone dura como una roca en un nanosegundo.
No tengo ningún interés en Jagger sexualmente, ni siquiera una
curiosidad pasajera. Pero verlo tomar el control de nuestra chica me excita
cada puta vez.
—No tienes ni idea de lo posesivos que podemos llegar a ser,
pequeña. Nos hemos estado conteniendo para no asustarte —admite,
apartándose para poder mirarla.
—¿Siempre estuviste así de loco?
Le guiña un ojo antes de robarle un trozo de melón y metérselo en la
boca.
—Puedes fingir que no te gusta todo lo que quieras, Astrid. Pero los dos
sabemos que, si te quitara ese diminuto short, te apartara las bragas y
deslizara los dedos dentro, te encontraría mojada. Admítelo, te gusta lo
posesivos que somos contigo —gruño, sintiendo a mi polla implorar por alivio.
Murmura algo para sí misma que no puedo oír, pero no me pierdo el
rubor que se extiende por su pecho y su rostro.
—Se llama James Allan. Solía ser detective —dice ella, reanudando
tranquilamente su picado.
Levanto los ojos.
—Formaba parte del equipo de investigación del tiroteo.
Ella se sobresalta, pero Jagger la rodea con los brazos por detrás y la
atrae hacia su pecho. El cuchillo cae sobre la encimera mientras ella se
agarra a sus antebrazos y clava sus ojos en los míos. Tantas sombras en esos
preciosos ojos embrujados.
—Creo que es hora de que hablemos. Sé que aún tenemos un largo
camino por recorrer para ganarnos tu confianza, pero no se trata de eso. Se
trata de que tengamos las herramientas para ayudarte a exorcizar algunos
de esos fantasmas, princesa.
Parpadea lentamente, con los dientes hundidos en el labio. Resopla,
se separa de Jagger y se dirige al asiento de la ventana, que ofrece una
vista perfecta del paisaje exterior.
—¿Qué importa si no me creen de todos modos? No serán los
primeros, ni los últimos. —Se rodea con los brazos mientras miro a Jagger, y
ambos vamos hacia ella.
Es nuestra culpa. Verla así, intentando protegerse de nosotros, me
revuelve el estómago. Pero esa es la penitencia que pagaremos hasta el día
en que nos busque en lugar de esconderse.
—Cuéntanos todo, Astrid. No iremos a ninguna parte. No sin ti —
promete Jagger mientras nos sentamos a ambos lados de ella, ofreciéndole
nuestro apoyo.
Ella asiente distraídamente mientras su mente se traslada al pasado.
—Tuve una visión del tiroteo en la escuela dos semanas antes de que
ocurriera. Una de mis profesoras me devolvió un trabajo que había corregido
y nuestros dedos se tocaron. —Cierra los ojos y respira hondo antes de
exhalar el aire—. A día de hoy, sigue siendo una de las visiones más vívidas
que he tenido. Entonces no sabía por qué, pero empiezo a pensar que las
visiones son más claras cuando la víctima está cerca.
—¿Ella fue una de las víctimas? —pregunta Jagger en voz baja.
Astrid asiente.
—Fue una de los tres profesores asesinados aquel día. Les dijo a sus
alumnos que se escondieran mientras ella bloqueaba la puerta. La
cerradura estaba rota. —Se atraganta y me toma de la mano—. Se sacrificó
para dar tiempo a los demás. En mi visión vi lo mejor y lo peor de las personas.
Cuando volví en mí y vi que la profesora se cernía sobre mí con la
preocupación reflejada en su rostro, supe que tenía que decir algo. Podía
vivir con las burlas y el ridículo, pero no podía vivir con su sangre en mis
manos.
Vuelve la mirada hacia la ventana.
—Nadie me creyó. Ni la profesora, ni el director, ni los niños de mi clase.
Pensaron que era una broma. Me escucharon, pero no oyeron ni una
maldita palabra de lo que dije. No podía hacerlos oír la verdad. Era como si
gritara a pleno pulmón, pero todo caía en un saco roto.
Utilizo el pulgar para dibujar círculos sobre el dorso de su mano,
manteniéndola anclada en el aquí y ahora mientras pasea por las pesadillas
de su pasado.
—La policía tampoco me creía. Así que decidí que tenía que hablar
más alto, más directo a ellos para que me hicieran caso, para que me
escucharan. Hice destrozos en la escuela, rompí los cristales de un coche de
policía. Pero eso solo hizo que me vieran como un problema. Me arrestaron
y me metieron en una celda la noche antes del tiroteo y me dejaron allí.
Nadie vino a buscarme. Cuando se produjo el primer disparo en la escuela,
empecé a gritar. Grité hasta que me sangró la garganta y me quedé sin voz.
Todos me ignoraron. Y entonces empezaron a sonar los teléfonos —susurra,
con las lágrimas resbalando por sus mejillas.
Las llamadas telefónicas que solo puedo imaginar eran de los
aterrorizados niños atrapados en el edificio con un asesino.
—Pasaron muchas cosas después de aquello, pero casi todo está
borroso. Me encerré en mí misma, sin hacer nada. Incluso cuando me
detuvieron como cómplice, me quedé sentada sin hacer nada. Entonces el
detective James Allan apareció de la nada. Se arrodilló frente a mí, me tomó
de las manos y me dijo: “Te tengo, Astrid”. Y lo hizo.
Saca la mano y se limpia el rostro.
—Mandy, mi abogada, acabó viniendo y pagó mi fianza. Pero fue
James quien prácticamente se pegó a mi lado, manteniendo alejados a los
buitres. Mis padres volaron a casa, invirtieron dinero en el asunto e hicieron
que su equipo de relaciones públicas diera vueltas al asunto. Luego
volvieron a marcharse. No estoy segura de todos los detalles. Apenas
reaccionaba.
»Cuando se retiraron los cargos contra mí, pensé que las cosas
mejorarían. Pero la gente me odiaba. Toda la ciudad me odiaba. No
asumieron ninguna responsabilidad por haberme ignorado. En lugar de eso,
me echaron la culpa a mí por maldecir a la ciudad.
»Me atacaron más de una vez. Unas cuantas veces tuve que
quedarme en el hospital durante un tiempo. Un día decidí que ya era
suficiente. Le robé una pistola al policía que dormía frente a mi puerta y me
marché en contra de los deseos del médico. Me dirigí a casa y, cuando
llegué al puente que separaba nuestra ciudad del resto del mundo, trepé
por la barandilla y me apunté con la pistola a la cabeza. Pensé que debía
unirme a los que no había podido salvar.
Me levanto de un salto, con el corazón en la garganta y el vómito
arremolinándose en mis entrañas, al darme cuenta de que casi la perdemos
antes de tenerla.
—Dios, Astrid. —La voz de Jagger es áspera y está llena de las mismas
emociones que siento yo.
—Penn me salvó aquel día. No sé cómo me encontró o si fue cosa del
destino, pero me convenció y nunca volví a pensar en rendirme así.
»Cuando llegué a casa, Mandy estaba allí. Me informó de que mis
padres habían muerto en un atentado en uno de los hospitales en los que
habían estado ayudando. Habían previsto esa posibilidad, así que se habían
hecho los preparativos necesarios, y mi estado de orfandad se ocultó al
mundo. Después de todo, ¿qué más daba? Llevaba años sola y Mandy era
mi tutora, así que nadie cuestionaba su presencia cuando era necesario. La
casa se vendió y me mudé aquí. Sus muertes se mantuvieron en secreto para
mantenerme a salvo y callar su evidente negligencia. James era el único,
aparte de mi abogada, que lo sabía. Mantuvo el secreto porque sabía que
necesitaba empezar de cero lejos de la ciudad que me odiaba. Que me
metieran en el sistema de acogida, sobre todo para alguien que venía con
el dinero y los problemas que yo tenía, sería mucho más perjudicial que
beneficioso. Podría haber perdido su trabajo si alguien descubría que lo
sabía y no hacía nada. También ayudó a suprimir cualquier información que
saliera sobre mí. Intervino cuando yo no tenía a nadie. —Me mira, queriendo
que lo entienda.
Me inclino hacia delante y beso su sien.
—Entonces será un honor estrechar la mano del hombre que protegió
a mi chica.

Cuando suena el timbre de la puerta una hora más tarde, Astrid se


levanta de un salto y se dirige a la puerta. Después de que Jagger y yo
consiguiéramos entrar aquí con tanta facilidad, mejoramos las medidas de
seguridad. Pero prefiero que venga uno de los nuestros a revisar todo el
sistema.
—Déjame abrir la puerta, Astrid.
—Sabes que he conseguido abrir la puerta yo sola durante años,
¿verdad, Slade?
—Eso fue antes de que me tuvieras. —Beso su mejilla y, cuando veo
que se detiene un coche de alquiler, abro la puerta y deslizo la mano para
apoyarla en mi pistola.
—Oh, joder —resopla cuando Jagger se pone detrás de ella y tira de
su espalda.
—Sigue diciendo groserías y te pondré sobre mis rodillas. Me importa
un carajo quién esté aquí para presenciarlo —le advierte.
—Cavernícola —refunfuña mientras un puto mamut enorme sale del
coche.
El tipo aparenta tener unos cuarenta o cincuenta años y, aunque su
cabello oscuro muestra signos de envejecimiento con pocas unas pocas
canas esparcidas en las sienes, su cuerpo en forma, no. Camina por delante
del coche hacia la puerta y me ve. Me mira de arriba abajo antes de posar
sus ojos en Astrid, y una sonrisa se dibuja en su rostro.
—Astrid.
—¡James! —chilla antes de soltarse del agarre de Jagger y correr a los
brazos de James.
La gira y la vuelve a poner en pie mientras gruño, no me gusta ver las
manos de otro hombre sobre ella.
—Supongo que se disculparon. —Mira de Astrid a mí.
Enarco una ceja, sorprendido de que nos haya mencionado.
—Slade. —Le ofrezco la mano cuando Astrid no responde. La alcanza
y le da un apretón antes de ofrecerle la mano a Jagger.
—Jagger —ofrece, su voz apretada.
—Soy James, pero supongo que ya lo saben. Astrid, tal vez quieras
dejarme ir antes de que uno de tus hombres intente destriparme.
Se da la vuelta y nos mira.
—Ni se les ocurra. Si le ponen un dedo encima, los mato a los dos.
—¿Amenazando con asesinar delante de un policía, nada menos? —
le pregunto.
—Ex-policía —corrige James—. Y solo digo, de ex-policía a ex-soldado,
la lastimas de nuevo, y me importa una mierda quién eres, nadie encontrará
sus cuerpos.
—Dios mío. Me rindo. —Astrid levanta las manos antes de entrar en la
casa.
La levanto antes de que llegue demasiado lejos y la llevo al sofá,
donde la siento en mi regazo y la rodeo con los brazos. Jagger se deja caer
a nuestro lado y James se sienta en el sillón de enfrente con una sonrisa de
oreja a oreja.
—La felicidad te sienta bien, niña.
—Ya casi no soy una niña.
—Siempre serás una niña para mí.
No sé si lo dice por nuestro bien, pero asiento en señal de
reconocimiento de lo que está insinuando. Astrid no le interesa más que
como padre.
—Me alegro de que lo hayan resuelto todo.
—No del todo. Siguen en la caseta del perro —resopla Astrid, mientras
se acurruca contra mí, meneando el culo en mi regazo y poniéndome la
polla dura.
—Sí, eso parece —dice secamente.
Me río, viendo por qué a Astrid le gusta el tipo.
—¿Quieres algo de beber, James?
—No, estoy bien por ahora. Pero gracias.
Después, charlamos durante unos minutos y veo cómo Astrid sonríe y
se ríe. Me encanta verla así, relajada y feliz. Ojalá pudiera verla más a
menudo. Debo de haberme perdido en ese pensamiento, porque lo
siguiente que oigo me hace reaccionar bruscamente.
—Sinceramente, si has cambiado de opinión sobre lo que hablamos,
está bien. Estoy feliz de haber venido a verte de todos modos.
—Espera, no. No voy a cambiar de opinión.
—¿Hablaron de qué? —Jagger y yo preguntamos al mismo tiempo.
Está claro que él también se ha perdido algo.
James no contesta, dejando que Astrid tome la iniciativa. De nuevo,
mi opinión sobre el tipo crece.
—Está bien, James. Saben lo de mi don. Es solo que no he tenido
ocasión de hablarles de esto porque no estaba segura de si seguirían aquí
—admite, haciendo que me ponga tenso.
Al sentirlo, gira la cabeza y me mira, con pesar en los ojos.
—Sé lo que me han estado diciendo, pero aún me cuesta confiar en
que lo dicen en serio. Me imaginaba que al final se hartarían de mí y se irían
a casa. Tienen trabajos y vidas que no me incluyen.
—Y una mierda. Eres nuestra vida. Obviamente, no hemos hecho un
buen trabajo mostrándotelo, cariño. Estaremos donde quiera que estés. Si
realmente no quieres volver, entonces nos quedaremos aquí contigo.
—Tiene razón, Astrid. Si quieres quedarte aquí, nos lo arreglaremos. No
nos importa lo que tengamos que hacer. Solo te queremos a ti.
Inhala un par de veces antes de echarse a llorar.
La atraigo hacia mí mientras Jagger agarra su cabeza.
—¿Qué mierda? —murmura, pero James solo se ríe.
—Creo que acaba de darse cuenta de las cosas.
—¿Nena?
Levanta la cabeza, sus ojos llorosos pierden la cautela siempre
presente que ha tenido las últimas semanas.
—Lo siento.
—No tienes nada que lamentar.
Se gira para ver también a Jagger y toca su barbilla con la punta de
los dedos.
—Lo siento. Siento haber huido. Siento haberlos hecho trabajar tan
duro por mi huida. No sé lo que estoy haciendo.
—Te estás protegiendo como siempre lo has hecho. Pero ese es
nuestro trabajo ahora, ¿vale? —Jagger besa las yemas de sus dedos antes
de volver a centrarse en James.
—¿Qué estaban tramando?
Beso la punta de la nariz de Astrid mientras ambos nos volvemos para
mirar a James, cuya única atención es Astrid.
—No sabía que esperar cuando vine, pero esto es exactamente lo
que deseaba. Llevo tanto tiempo preocupada por ti. No podría haberlos
elegido mejor para ti ni aunque los hubiera creado yo mismo.
—¿No te molesta que esté con nosotros dos?
James frunce el ceño.
—Astrid es especial. Siempre iba a necesitar algo especial a cambio.
Sí, definitivamente puedo ver por qué le gusta a Astrid.
—Le pedí a James que trabajara conmigo —suelta Astrid.
—¿Haciendo videojuegos? —pregunta Jagger, sorprendido. No es el
único. James no parece muy aficionado a los videojuegos.
—No. De momento, es un investigador privado especializado en casos
sin resolver. Pero necesito a alguien, o a un equipo, que me ayude con mis
visiones. —Se muerde el labio, aún recelosa de hablar de ellas con nosotros.
—¿Cómo?
Explica lo de la mujer en el autobús y el camionero en la cafetería y
cómo quiere encontrar la manera de comunicar lo que ve a las probables
víctimas de forma que se lo crean.
—Sé que suena estúpido, y puede que no funcione en absoluto.
Nunca va a ser fácil explicarle a alguien que está en peligro y cómo lo sé,
pero quiero intentarlo. Tengo que intentarlo. —Respira hondo cuando
termina.
Asiento.
—Lo sé, princesa. Y creo que es una buena idea. No puedo
imaginarme tener que pasar por lo que tú pasas ni lo impotente que debes
sentirte. No estoy seguro de cómo podemos ayudar, pero cualquier cosa
que necesites de mí y de Jagger, solo tienes que pedirla. Demonios, estoy
seguro de que cualquiera de los chicos de Apex ayudará.
—¿En serio?
—De verdad, Astrid.
Exhala aliviada justo cuando suena el timbre de la puerta. Me mira
con el ceño fruncido.
—¿No esperas a nadie más?
Ella niega con la cabeza, y Jagger saca su pistola y se dirige a la
puerta. Astrid se pone en pie, pero antes de que pueda moverse, estoy de
pie frente a ella, y James se acerca para colocarse a mi lado de modo que
quede completamente cubierta.
—Oh, joder —maldice Jagger.
—¿Qué? ¿Quién es? —Suelto un chasquido cuando abre la puerta y
aparece un rostro conocido.
—¿Qué, la familia no puede visitarlos ahora? —se queja Oz, y me
quedo de piedra porque no es solo Oz el que está en la puerta de Astrid.
No, es toda la familia Apex.
CAPITULO 32

Lo admito, soy una cobarde. Permanezco escondida detrás de James


y Slade, preguntándome si podría escabullirme sin que nadie se diera
cuenta. Cuando apartan a Slade y veo a Ev mirándome, sé que estoy
jodida. Sus ojos de cachorrito hacen que los míos se llenen de lágrimas un
segundo antes de que me levante y me apriete con fuerza.
—Lo siento mucho, Astrid.
Asiento contra su camiseta, que estoy empapando de lágrimas y
probablemente de mocos.
—Está bien —susurro. Lo extrañaba. Solo que no me había dado
cuenta de cuánto hasta ahora porque todos mis sentimientos estaban
envueltos en Slade y Jagger.
—No lo está, pero lo estará, joder —promete antes de dejarme en el
suelo y pasarme a otra persona.
Levanto la cabeza y veo a Greg sonriéndome ampliamente.
—Joder, eres un regalo para la vista.
Lo abrazo con fuerza antes de volver a mirarlo.
Se le escapa la sonrisa y me mira con el ceño fruncido.
—Se acabó correr. Me has quitado diez años de vida. Te enseñaré a
usar una pistola. Así, si esos payasos te cabrean, podrás dispararles.
Me río cuando James habla desde detrás de mí.
—Me gusta.
—A mí también. —Presento a Greg a James antes de que una mano
en mi brazo robe mi atención. Miro a Crew y a Wilder, y se me cae el
estómago como una piedra.
—Lo sentimos. La jodimos. Todos lo hicimos, pero eso es lo que hacen
las familias. Pero se supone que no debes huir. Se supone que debes poner
sal en nuestro café y Nair en nuestro shamp... —Crew empieza, pero Wilder
lo golpea en su estómago.
—Jesús, Crew, no le des ideas a la mujer.
No puedo evitar la pequeña sonrisa que se dibuja en mis labios antes
de caer.
—Lo siento. Nunca había tenido una familia.
Wilder abre la boca para preguntar, pero la vuelve a cerrar antes de
darme un rápido abrazo y retroceder de nuevo para que Crew pueda
abrazarme a mí también.
—La hemos jodido. Nunca te hicimos sentir como en familia, pero lo
haremos mejor, lo prometo. Gracias por sacar a estos dos de su miseria.
Nunca he visto a dos hombres adultos llorar tanto en mi vida.
—Oye, no lloramos —se queja Slade.
—Más o menos lo hicimos —admite Jagger.
—Jódete, Jagger. Estabas triste. Estaba triste de una manera varonil —
replica Slade, y yo estallo en carcajadas ante su ridiculez.
—Jesús, suena como tú, Oz —oigo decir a Zig mientras miro al trío que
está más cerca de la puerta.
Zig, Salem y Oz se quedan mirándome, esperando mi reacción
mientras Crew y Wilder se escabullen. Salem es la primera en dar un paso
adelante, con el labio tembloroso mientras avanza hacia mí.
—Lo siento —susurra y empieza a llorar.
Acorto la distancia y la rodeo con mis brazos.
—No tienes nada que lamentar.
—Les conté a Oz y a Zig un poco de lo que me dijiste. Es mi culpa por
amar a los idiotas.
Me río, abrazándola más fuerte.
—Cierto, pero te perdono de todos modos. Resulta que me encantan
mis propios idiotas —susurro para que solo ella pueda oírme.
—Astrid. —Sé que Salem me siente tensa cuando Zig dice mi nombre.
Trago saliva antes de soltarla y enfrentarme a él y a su hermano.
—Nosotros... —Zig es interrumpido por Oz que me mira y me aprieta lo
suficiente como para que el aire salga de mis pulmones—. Lo siento. Joder,
Oz, no puede respirar. No puedo disculparme si está muerta. —Zig me
arranca de los brazos de Oz y me abraza a él, afortunadamente con un
poco más de suavidad que el chiflado de su hermano.
Entorno los ojos hacia Oz y empiezo a cantar. Sus ojos se abren de par
en par antes de mirar a su alrededor.
—¿Qué está haciendo?
—Oh, no. He visto esto antes. Lo estás maldiciendo, ¿verdad? —Salem
sacude la cabeza—. Menos mal que tengo otro amante.
—Joder, ¿Salem? Eso es simplemente mezquino. ¿Y qué quieres decir
con maldecir? Jesús, ¿hace calor aquí? Juro que me siento un poco
mareado. —Oz se seca la frente con el dorso de la mano.
—No te preocupes, no durará para siempre.
—¿No durará para siempre? ¿QUÉ DEMONIOS ME HAS HECHO? —Sus
ojos se abren aún más antes de agarrar su polla.
—No. Hoy no, Satanás. —Sale corriendo y no puedo contenerme más.
Me parto de risa.
—Ustedes dos son malos. —Zig se ríe.
—Se lo merece. —Me encojo de hombros, mirando a Zig.
Respirando hondo, hago algo que nunca había hecho antes.
—Durante toda mi vida me han tratado como a un segundón, un
bicho raro o una mentirosa. Me han secuestrado más veces de las que me
gustaría admitir, me han utilizado, golpeado y olvidado. He hecho cosas de
las que no me enorgullezco, pero nunca he tratado a nadie como todos
ustedes me han tratado a mí. Entiendo que fue en nombre del amor, y yo
era una extraña, pero nunca me dieron una oportunidad. Era culpable
hasta que se demostrara mi inocencia, e incluso entonces, seguía siendo la
mala. Me hicieron daño.
»Me he escondido del mundo por mi don, he intentado detener las
visiones, pero... Ellas me hacen ser quien soy, buena o mala. Sí, hui en vez de
quedarme a defenderme, a luchar, y por eso, lo siento. Estaba herida y
enfadada. Y nunca había tenido nada por lo que luchar. Pero como me
han dicho unas cuantas veces hoy, la familia la caga, pero, al fin y al cabo,
seguimos siendo familia.
Zig me mira durante un segundo y me da un susto de muerte cuando
me rodea con sus brazos. Se aparta y me mira a los ojos.
—Lo siento mucho, Astrid. Más de lo que nunca sabrás. Y tienes razón
en todo. —Respiro y sonrío.
—Creo que he oído suficientes disculpas para toda la vida. ¿Qué tal
si empezamos de nuevo?
Sonríe y me tiende la mano para que se la estreche.
—Zig. Soy el líder de este grupo de perdedores y el gemelo más sexy.
—Y una mierda lo eres —grita Oz desde algún lugar detrás de mí,
haciéndome sonreír.
Deslizo mi mano entre la enorme de Zig y la estrecho.
—Soy Astrid. Tengo visiones sobre la muerte y... —Intento pensar en lo
más importante que tiene que saber de mí mientras observo la habitación.
Mis ojos se posan en Slade y Jagger, que me observan con una sonrisa en
sus apuestos rostros—. Y soy de ellos —digo, sin apartar los ojos de ellos.
—Claro que lo eres, Astrid. Y eso también te hace nuestra. —
Sonriendo, me vuelvo para mirar a Zig.
—Entonces, ¿vendrás a casa?
—Um, Zig, ella tiene una mansión y una piscina. Quizá deberíamos
mudarnos todos aquí. —Oz se acerca, aún sujetándose la polla, apoya la
cabeza en mi hombro y bate sus pestañas hacia mí.
Cómo he podido pensar que sería capaz de mantener mis defensas
en su sitio con estos tipos son algo que me supera. Apoyo la cabeza en la
de Oz y vuelvo a encontrar a Slade y Jagger entre la multitud.
—A mí no me importa. El hogar está donde ellos estén.

Cuando el día se hace de noche, nos reunimos alrededor de la


hoguera, asamos malvaviscos y bebemos vino. Bueno, la mayoría de
nosotros.
—Echo de menos el vino —dice Salem con nostalgia, mirando mi vaso.
Le sonrío.
—Sería dejar el café lo que me mataría, creo.
Ella gime.
—El embarazo es tan divertido. —Sus hombros se encogen. Parece
triste.
—Eh, ¿qué pasa? —pregunta Zig, apartándose de Crew y Wilder
como si percibiera su melancolía.
—Nada.
—Sí, no, no me creo esa mierda en absoluto. Háblame.
Siento que estoy molestando. Miro al otro lado de la piscina y veo a
Slade y Jagger hablando con James, que tiene la cabeza echada hacia
atrás de la risa. Me encanta lo acogedores que son todos con él.
—Solo estoy aburrida. Ignórame. —Vuelvo a sintonizar con la
conversación ante las palabras de Salem.
—Salem —dice Zig su nombre en voz baja y llena de pesar.
—Está bien, Zig. Es solo que... he pasado de estar atrapada en una
celda a estar atrapada en la selva a estar atrapada en el rancho, y antes
de que nos demos cuenta, Nugget estará aquí, y mi vida ya no será mía. Sé
todas las razones por las que tenemos que tener cuidado. Es solo que es duro
ver mi vida pasar.
Zig da un pequeño respingo.
—Oh Dios, no. No quise decir eso. No tú y Oz. Mierda, debería
callarme. Lo estoy estropeando todo. —Deja caer el rostro entre las manos.
—Oye, está bien. Voy a arriesgarme y decir que las hormonas del
embarazo están haciendo efecto.
Suelta una carcajada y levanta la vista.
—Probablemente. No pasa nada. Ignórame.
Zig me mira en busca de ayuda, pero no sé qué decir.
—Si te hace sentir mejor, sé lo que se siente. Tengo una casa bonita
porque paso mucho tiempo aquí. Quizá —susurro en falso lo bastante alto
para que Zig me oiga—, podrías convencer a los chicos de que te
construyan una piscina o una biblioteca en el rancho.
Ella se anima al instante, mirando a Zig, que se encoge de hombros.
—No veo por qué no.
Se lanza sobre él con un chillido de felicidad.
—Bueno, mi trabajo aquí está hecho —bromeo, limpiándome las
manos de un lado a otro mientras Zig me guiña un ojo.
Salem se vuelve para mirarme y suspira.
—Supongo que los estilos de vida de los ricos y recluidos son un poco
diferentes a los de los ricos y famosos.
—O rico e infame, en mi caso. Las dos únicas cosas a las que me han
invitado este año son un baile benéfico para alguna fundación, al que hago
una donación considerable antes que gastarme dos mil dólares en el plato
de comida más pequeño del mundo y escuchar a imbéciles pretenciosos
comparar tamaños de polla.
—¿Qué era lo otro?
—¿Eh? —Frunzo el ceño mirando a Salem, perdiendo el hilo de mis
pensamientos.
—¿Qué fue lo otro a lo que te invitaron?
—Oh, la Ciudad de Halloween.
—¿Y ahora qué? —pregunta Zig.
Sonrío y me siento.
—Soy voluntaria en la unidad infantil de un hospital a unos treinta
minutos de aquí. Cassidy tiene ocho años. Lleva cuatro años luchando
contra la leucemia de forma intermitente. Su padre es rico y,
sorprendentemente, muy simpático. Adora a su hija y Cassidy está
obsesionada con Halloween. Así que hace tres años, cuando les dijeron que
Cassidy no volvería a ver Halloween, compró un terreno cerca del hospital y
construyó un pueblo temático de Halloween solo para ella, para que
pudiera celebrarlo antes. Y para que todos los niños enfermos pudieran
usarlo mucho después de que Cassidy se hubiera ido.
—Oh, Jesús. —Salem empieza a llorar.
Sacudo la cabeza.
—Ella desafió las probabilidades. Esa niña aún resiste. Si la
determinación es la cura, nos sobrevivirá a todos. Todos los años me invitan
a una fiesta que organizan. Tuvieron que aplazarla dos veces porque le dio
una infección, pero ya está mejor.
—¿Cuándo es?
—Mañana. Tengo un montón de regalos para los niños, y cuando los
haya cargado, iré a visitarlos. —Pego una sonrisa, sin querer pensar en que
esta podría ser la última vez que vea su bonito rostro. A la muerte no le
importa a quién viene a buscar. No le importa tomar una mano pequeña o
una desgastada por el tiempo.
—¿Quieres compañía? —pregunta Zig.
Salem lo mira, con los ojos muy abiertos.
—¿En serio?
—Quiero que estés siempre a salvo. Pero no puedo encerrarte en una
prisión, por muy bonita que sea la jaula.
Me mira.
—¿Cómo es la seguridad allí?
—No estoy segura. Hay mucho personal que acompaña a los niños,
además de padres y hermanos. Tenemos paramédicos en el lugar, por si
acaso, y normalmente uno o dos policías.
Asiente con la cabeza.
—De acuerdo, déjame hablar con los otros y se nos ocurrirá algo.
¿Crees que tu amigo el ex-detective podría ayudar?
—¿James? Oh sí, seguro. Él no sabe nada de Salem. Yo no compartiría
secretos que no son míos, pero él sabe de mí. Siempre lo ha sabido. Y nunca
ha traicionado mi confianza. De hecho, se ha puesto en peligro solo para
mantenerme a salvo. No estoy diciendo que tengas que contarle nada que
no quieras; solo digo que no tienes que preocuparte por tener un desliz. Es
un buen hombre. El mejor, de hecho.
—Me alegro que lo hayas conocido, Astrid —me dice cariñosamente,
alborotándome el cabello antes de ir a reunirse con los demás y dejarnos a
Salem y a mí charlando.
—¿Es patético admitir lo emocionada que estoy por ir a la Ciudad de
Halloween? ¿Puedo disfrazarme? —Parece tan vertiginosa y feliz ahora
mismo que nunca le diría que no.
—Siempre lo estoy, así que prepárate. Hay una tienda de disfraces en
la ciudad. Conozco a la dueña, así que la llamaré. ¿Crees que los chicos
querrán disfrazarse también?
—¿Por los niños? Claro que sí. Debajo de todo ese exterior rudo, son
solo un montón de blanditos.
Miro a los hombres, todos riendo y bromeando, y siento que algo se
asienta dentro de mí. Algo que no había sentido en mucho, mucho tiempo.
Paz.
CAPITULO 33

—Muy bien, esto es lo último. —Cierro el maletero de golpe y subo al


asiento trasero junto a Astrid.
—¿Te he dicho lo sexy que estás hoy?
—Por el amor de Dios, ojalá pudiera quitarme las orejas. —James gime
desde el asiento del copiloto, haciendo reír a Slade mientras pone el camión
en marcha.
—Una o dos veces, tal vez. —Sonríe.
—Bueno, es verdad. —Y lo es.
El vestido que lleva se ciñe a su pecho —se hunde entre sus pechos
para dejar entrever lo que hay bajo el material transparente— y se ciñe a la
cintura antes de caer en suaves capas hasta el suelo con un brillante efecto
ombré morado y azul. Lleva el cabello por encima del hombro y recogido
en una elegante trenza, dejando algunos mechones libres alrededor del
rostro. En la cabeza lleva una diadema de plata y cristal. En la parte trasera
del vestido, que le llega desde los hombros hasta los tobillos, lleva un par de
alas de plumas negras y moradas, cuyas puntas apenas tocan el suelo
cuando camina.
Entrar en el coche fue una pesadilla para ella, pero me imagino lo que
pensarán los niños cuando la vean después.
—No puedo creer que los otros no me digan de qué van. —Hace un
mohín.
—Probablemente porque aún no lo han decidido. Salem es la única
que ha elegido su disfraz, y no nos ha dicho a ninguno de nosotros de qué
va a ir. Pronto lo sabrás —le dice Slade.
—Supongo. Siento haberlos hecho salir antes, pero siempre llevo
primero los regalos al hospital. Algunos niños están demasiado enfermos
para irse y no quiero que se sientan excluidos.
—No tienes que disculparte por nada. Además, así podemos
comprobar el lugar discretamente antes de que lleguen todos los chicos —
le recuerdo.
Se voltea para mirarme y sonríe.
—Cierto. —Sus ojos recorren mi cuerpo y suspira—. ¿Les he dicho lo
sexys que están los dos? —Ella me voltea.
James gime con fuerza.
—Lo siento, pero no puedes culparme por apreciar las vistas. Tengo
dos 007 por el precio de uno —bromea, deslizando la mano por el brazo de
mi chaqueta negra, que consiguió que nos hicieran a medida a Slade y a
mí esta mañana. A veces el dinero tiene sus ventajas. No puedo decir que
me guste el traje, pero si sigue mirándome así, estoy dispuesto a hacer una
excepción.
—Tú también estás muy elegante, James.
El hombre en cuestión se vuelve para mirarnos, con los dientes postizos
ya en la boca, mientras sisea a Astrid, haciéndola reír.
—El Drácula más guapo que he visto nunca. —Aprieta la mano contra
el pecho y adopta un falso acento sureño.
—Dejando las bromas, Astrid, esto es algo muy dulce.
Astrid se encoge de hombros y sonríe tímidamente.
—Me encantan los niños. No me miran como si fuera un bicho raro.
Quizá sea porque todavía creen en la magia. En cualquier caso, disfruto
tanto visitándolos como ellos conmigo. Ojalá pudiera hacer más, pero la
vida rara vez es injusta con quienes se lo merecen. En cambio, el hacha
siempre parece caer sobre los inocentes.
—¿Cómo acabaste de voluntaria aquí de todos modos? Está un poco
lejos de tu camino.
—Puede ser, pero sé lo que es estar en el hospital y no tener a nadie
a mi lado. Ya es aterrador con todos los médicos y enfermeras a tu alrededor
entrando y saliendo, y usando grandes palabras que no entiendes. Pero no
tener a nadie... Solo quieren que alguien se preocupe de que siguen ahí,
luchando por mejorar. Necesitan importarle a alguien. Eso es lo que todos
queremos al final, ¿verdad? ¿Importar?
—Por supuesto —asiento, deslizando la mano por su muslo.
Apoya la cabeza en mi hombro.
—De todos modos, cuando era más joven me metí en un montón de
problemas y, debido a quiénes eran mis padres, me soltaron con una
advertencia y me dieron servicio comunitario, y como de todos modos pasé
tanto tiempo en el hospital... —Se interrumpe y la rodeo con el brazo—. Así
que cuando me mudé aquí, supongo que me lo perdí. Un día, tenía
problemas con un juego en el que estaba trabajando y decidí tomarme un
descanso. Me subí al coche y empecé a conducir, y acabé en el hospital.
Supongo que lo llevo en la sangre, ya que mis padres eran así. Desde
entonces soy voluntaria allí. —Me mira con una sonrisa antes de volver a
apoyar la cabeza en mi hombro.
Esta mujer... No deja de sorprenderme.
La atraigo hacia mí y beso su cabeza antes de mirar por la ventana y
contemplar el atardecer.
—Es hermoso.
—Lo sé.
—Queríamos decir lo que dijimos. Si quieres que nos quedemos aquí,
haremos que funcione.
Levanta la cabeza para mirarme y la sacude.
—No voy a mentir y decir que porque esté dispuesta a arreglar las
cosas con ustedes dos todo se ha arreglado milagrosamente. Tenemos
cosas que solucionar y llevará tiempo. La confianza es así de graciosa. Es
difícil ganársela por lo valiosa que es, pero una vez que se rompe, nunca
puede volver a ser lo que era antes —susurra, asestando el golpe con
suavidad, pero no disminuye el impacto.
Como si lo intuyera, desliza la mano hasta mi mandíbula, tirando de
mí hasta que mis labios están a un susurro de los suyos.
—Eso no significa que no puedas hacer algo igual de hermoso con
todas las piezas rotas. Algunas cosas son más bonitas por sus defectos, no a
pesar de ellos.
Acorto la distancia que nos separa y la beso suavemente, vertiendo
en ella todo lo que nunca encuentro palabras para decir.
—Estamos aquí.
Retrocedo ante las palabras de Slade y veo el hospital.
—Puedes aparcar en la plaza reservada marcada como AM, cerca
de la entrada —le indica Astrid, haciendo silbar a Slade.
—¿Tienes tu propia plaza de aparcamiento?
Se encoge de hombros, parece incómoda.
—Querían hacer algo bonito por mí. Cualquiera puede usarlo. Pero
una vez que salen las invitaciones para la celebración de Halloween, la
gente tiende a dejármelo a mí.
—Bueno, eso facilita las cosas. Soy un anciano, así que cargar con
todo el contenido de las cuarenta y siete jugueterías que has vaciado me
preocupaba un poco. —James se ríe.
—¿Crees que me he pasado? —Se muerde el labio.
Sí. Ella malditamente se fue por la borda.
—No, en absoluto —miento entre dientes.
Mientras Slade aparca, ella se ríe y se inclina, besándome
rápidamente.
—Mentiroso.
Slade sale y le abre la puerta a Astrid, tomando su mano mientras la
ayudo a sacar las alas para que no se rompa el cuello. Una vez fuera del
coche, ambos esperan a que James y yo salgamos. Nos acercamos al
camión mientras James se acomoda, lo que me hace resoplar.
—Ríete, chico pingüino. Agradece que no tienes que preocuparte de
que tu disfraz se te suba por el culo.
—No necesitaba saberlo —dice Astrid mientras toma un montón de
regalos.
—¿Qué haces? —Le quito las cajas con la mirada.
—¿Llevar algunos de los regalos? —Frunce el ceño, confusa.
—No. No en mi guardia. Tienes tres hombres fornidos aquí ahora para
llevarlos por ti.
—Espera, ¿yo? ¿Dónde están? —Ella mira alrededor del
aparcamiento, y Slade la golpea en las costillas, haciéndola chillar.
—Pagarás por eso más tarde, cariño —murmura Slade en su oído lo
suficientemente alto como para que el resto de nosotros lo escuche.
—Menos mal que estamos en el hospital. Creo que me sangran los
oídos —dice James, y Astrid suelta una risita cuando la empujo para
apartarla.
Una vez que tenemos los brazos llenos con todo lo que podemos
llevar, nos dirigimos al interior, girando cabezas en cuanto cruzamos las
puertas. Seguimos a Astrid, y tardamos diez minutos en llegar a la unidad
infantil después de subir un millón de tramos de escaleras. Nos había dicho
que los ascensores suelen estropearse más a menudo de lo que funcionan,
así que era mejor subir por las escaleras, y estamos de acuerdo. Lo último
que queríamos era quedarnos atrapados dentro de uno toda la noche y
perdernos toda la diversión. Solo podía imaginarme los rostros de los
bomberos al rescatar a un hada, dos agentes secretos y un vampiro con
problemas irritante.
Cuando llegamos a la planta correcta, un médico sale de una de las
habitaciones justo cuando abrimos la puerta de la escalera.
—Astrid, cuánto tiempo sin verte —brama con una voz profunda que
resuena en el pasillo de colores brillantes.
—Hola, Dr. Denish. Venimos con regalos.
—Ya lo veo. Pero, ¿por qué has subido por las escaleras? Deben de
estar agotados —dice mirándonos.
Yo, James y Slade giramos la cabeza para mirar a Astrid.
—No, está bien. Ahora tengo tres hombres grandes y fuertes. Pueden
con todo.
—No hay problema con los ascensores, ¿verdad? —Slade suspira.
El médico parece confuso.
—No. Llevo doce años trabajando aquí y no recuerdo ninguna vez
que haya estado fuera de servicio.
—Estás muerta para mí, Astrid Montgomery. ¿Me oyes? Muerta —
gruñe James, haciéndome reír a pesar de que me duelen los brazos.
—Te vas a arrepentir después, cariño —le advierto, y sonrío cuando se
estremece.
El médico tose.
—Bien, vamos a entregar todo esto. —Se da la vuelta y nos guía por
donde ha venido, pasando su placa para abrirnos la puerta.
Cuando el personal ve a Astrid, todos se acercan y la saludan, pero
me doy cuenta de que nadie la toca. Me da que pensar porque todos
somos muy táctiles con ella. Pero ahora que lo pienso, recuerdo que dijo
algo sobre evitar a la gente. En aquel momento, pensé que era por cómo
la trataban. Estaba claramente equivocado.
Vemos cómo Astrid sonríe y se ríe mientras les cuenta a todos las cosas
que hemos traído y sobre los chicos que vendrán más tarde. Para cuando
nos hacen pasar a conocer a los chicos, tiene a todo el mundo comiendo
de la palma de su mano.
En cuanto entramos en la habitación, tengo que preguntarme cómo
es posible que mi chica piense que es invisible cuando tiene esa maldita luz
cegadora que atrae a todo el mundo hacia ella.
—Ella no lo ve. Ha crecido mucho, pero sigo viendo a esa niña
aterrorizada que lleva dentro. Lo que le pasó fue trágico, pero no le impidió
ver el bien en la gente. Le impidió ver lo bueno que había en ella misma —
me dice James mientras los tres observamos cómo nuestra princesa hechiza
entra a una sala llena de niños.
—Lo conseguiremos. Algún día se verá a ella misma como nosotros la
vemos —dice Slade, observándola con un hambre rayando en lo
inapropiado para el lugar donde estamos.
—¿Y qué ves cuando la miras? —pregunta James con curiosidad,
pero esta vez soy yo el que contesta, pensando en las palabras de Astrid de
antes mientras echa la cabeza hacia atrás y se ríe.
—Magia.
Asiente como si entendiera exactamente lo que quiero decir. Y
probablemente lo entiende. Fue él quien vio algo en la chica rota que se
cruzó en su camino cuando el resto del mundo cerraba los ojos por
ignorancia.
—Tienes razón, lo es, y no solo por lo que puede hacer. Mírala. Mira las
caras de los niños, cómo se aferran a cada palabra suya.
—Está en su elemento. —Sonrío cuando uno de los niños se ríe a
carcajadas provocando la reacción de los demás.
—Exactamente. A los niños les asusta la oscuridad, pero Astrid solo ha
conocido la oscuridad. De algún modo, encontró la forma de navegar por
ella y ahora enseña a estos niños a hacer lo mismo. Ha sido testigo de lo peor
que el mundo puede ofrecer, y eso es todo lo que ve. Creo que durante
mucho tiempo se consideró mala por ello. Ahora, sin embargo, creo que lo
está entendiendo.
—¿Entender qué?
—No hay mal sin bien. Y ella es buena. Ella es el equilibrio. Y esto —
Señala con la cabeza a Astrid, y a la pila de regalos, rodeada de niños con
batas de hospital—, no hace más que demostrarlo.
CAPITULO 34

—Luego te voy a follar con esas botas —gruñe Slade.


Sonrío mientras me levanto el dobladillo del vestido y bailo un poco
con mis botas negras hasta el muslo con mil millones de hebillas. Me han
quitado las alas para ponerme la cazadora de cuero y pasar de princesa a
motera chic.
—¿Por qué esperar? Hay un laberinto ahí detrás. Seguro que
podríamos perder a todos estos chicos durante un rato —afirma Jagger.
Lo fulmino con la mirada y retrocedo.
—Oh, no, señor. Mantén las manos quietas. No voy a ser responsable
de asustar a ninguno de estos niños.
—Aguafiestas. —Hace un mohín, haciéndome reír.
—Pobrecito. Te prometo que te compensaré más tarde.
Me agarra de las caderas y me atrae hacia él, besándome con
fuerza.
—Más te vale.
—Eww, Astrid está besando a un chico. —Una vocecita rompe el
ambiente, haciendo reír a Jagger mientras me alejo de él.
Me doy la vuelta y miro a Emma, la niña de casi seis años que acaba
de terminar la fisioterapia en las piernas tras sufrir un accidente de coche
que acabó con la vida de su padre y su hermano. Su madre agarra su mano
con fuerza y sonríe, aunque puedo ver las ojeras. Ella me recuerda que,
aunque el cuerpo puede curarse rápidamente, el dolor no tiene límite de
tiempo.
—Tienes toda la razón. Los chicos son asquerosos. Rápido, salgamos
de aquí antes de que nos encuentre alguno más. —Le ofrezco mi mano y
miro a su madre—. ¿Por qué no vas a tomarte un descanso? He oído que
tienen unos chocolates calientes increíbles. —Señalo la dirección general
donde sirven la comida y las bebidas.
—¿Estás segura? —pregunta ella, rodeándose con los brazos.
—Absolutamente. Vamos a ver si podemos llegar al centro del
laberinto antes que los chicos. —Les saco la lengua y Emma me copia,
haciéndonos reír a todos.
—Vale, gracias. Hice doble turno y estoy agotada, pero no quería que
se perdiera esto.
—No te preocupes. Ve a relajarte. Vendremos a buscarte cuando
terminemos.
—Muchas gracias. Pórtate bien con Astrid, cariño.
—Lo haré —promete Emma antes de correr y darle un abrazo a su
madre.
Cuando vuelve hacia nosotros, nos ponemos de pie y esperamos a
que su madre se vaya antes de que Emma mire a Slade.
—Eres muy alto.
—Eres muy bajita.
Pone los ojos en blanco, llena de descaro.
—Claro que lo soy. Solo tengo seis años.
Slade abre los ojos.
—¿Qué? ¿De verdad? Creía que tenías al menos diez años.
Emma suelta una risita y se acerca para tomar su mano. Sus ojos se
clavan en los míos, inseguros, pero me limito a asentir y sonreír. La visión de
su pequeña mano en la de él hace que me convierta en un montón de
baba.
—¡Astrid!
Me giro al oír gritar mi nombre y suelto una carcajada. Salem camina
hacia nosotros disfrazada de calabaza naranja gigante. Los chicos que la
rodean llevan idénticos disfraces de soldados, pero más parecidos a los de
Toy Story que a los que la mayoría de ellos vistieron en sus antiguas vidas.
Salem sonríe cuando me fijo en su disfraz y veo que lleva unos leggings
negros y una camiseta negra de manga larga debajo. Tiene sentido, porque
si no, no sé cómo iba a entrar en el coche vestida así.
—Esto no era lo que me imaginaba —admito.
—Quería optar por algo sexy, pero entonces vi esto y no pude
resistirme.
—Sigues siendo sexy. —Zig besa su sien, haciéndola suspirar.
—Siento llegar tarde. Tuvimos tráfico en el camino, algún tipo de
accidente. Además, también dejamos algunas cosas en el hospital —
admite Oz.
—No tenían por qué hacerlo.
—Queríamos —dice Ev, rodeando a Oz para darme un abrazo.
—Me encanta esta ropa. Creo que tu próximo avatar debería ser así.
—Los ojos de Ev se desvían hacia Emma, y se agarra el pecho.
—No me dijiste que conocías a Viuda Negra —susurra en voz alta,
haciendo que Emma suelte una risita.
—Deja de intentar robarme a mi chica —le advierte Slade,
agachándose a la altura de Emma—. Yo digo que hagamos de esto una
carrera para ver quién llega más rápido al centro. Los ganadores se llevan
chocolate caliente y palomitas. Ahora, como mi chica, puedes subirte a mis
hombros y liderar el camino si quieres, y-
Emma ya está levantando los brazos para que la agarre antes de que
él pueda terminar, haciéndonos reír a todos.
—Bueno, eso no es justo. Vale, ¿quién quiere ser mi compañero de
equipo? —grita Jagger. Es entonces cuando me doy cuenta de que hay un
montón de niños y sus cuidadores y padres mirándonos con una sonrisa en
el rostro. Un niño en silla de ruedas, que es nuevo, así que aún no sé cómo
se llama, levanta la mano.
»¡Sí, anotado! —grita Jagger antes de correr hacia él. Habla
rápidamente con el hombre que lo acompaña, que supongo que es su
padre, antes de que ambos levanten al niño entre los dos y lo pongan a la
espalda de Jagger.
—¿Estás bien, hombrecito? —pregunta Jagger.
—Sí. Vamos a patear traseros —responde el chico.
Todos los demás chicos deciden que ahora también necesitan
compañeros, así que me acerco a Salem y enlazo mi brazo con el suyo.
—¿Qué dirías si te dijera que sé dónde hay un atajo? —le murmuro al
oído.
Me mira y se ríe.
—Yo digo, lidera el camino, compañera de equipo.
Nos acercamos sigilosamente a la abertura del laberinto, con la niebla
saliendo a nuestros pies desde las máquinas de niebla del interior. Justo antes
de entrar, Salem grita:
—Si te duermes, pierdes. —Y suelta una risita antes de agarrarme de
la mano y arrastrarme al interior.
Ambas corremos, riendo, ignorando los gritos de tramposas y el
golpeteo de los pies.
—Espera, por aquí. —Tiro de ella en una dirección diferente a la que
ella tira de mí—. Se supone que debo guiarte.
—Mierda, lo sé. Me entró el pánico —admite, haciendo que las dos
volvamos a soltar una carcajada.
Avanzamos por el laberinto, consiguiendo solo chocar con Greg antes
de salir corriendo, gritando de risa cuando intenta seguirnos.
—Aquí —susurro cuando encuentro la sección que busco. Señalo una
abertura oculta. En realidad, solo es lo bastante grande para niños, lo que
significa que tendremos que pasar gateando.
—Sabía que tenía que haberme puesto el disfraz de ninja sexy —se
queja Salem mientras intenta abrirse paso antes de retroceder—. Ayúdame
a quitarme esto. Será mucho más fácil pasar sin él.
Ella levanta los brazos mientras le quito el traje por la cabeza, y ambas
resoplamos cuando terminamos.
—Empújalo contigo, o encontrarán la puerta.
—Oh, cierto. Buen punto.
Consigue pasar con facilidad y le paso el disfraz antes de también
arrastrarme. Nos tiramos al suelo un segundo mientras la niebla flota a
nuestro alrededor, recuperando el aliento, antes de girar la cabeza y
apuntar hacia el pabellón del centro del laberinto, del que sale más niebla
del falso caldero del centro.
—Lo hemos conseguido. —Se ríe Salem, poniéndose en pie y bailando
la danza de la victoria. Ahora me toca a mí reírme mientras la observo,
sintiéndome un poco disgustada conmigo misma por el hecho de que la
embarazada tenga más energía que yo.
Con un gruñido, me doy la vuelta y me pongo de rodillas,
haciéndome otra promesa de ponerme en forma.
—Oh, lo siento. No me di cuenta de que alguien ya nos había ganado.
Levanto la cabeza al oír la voz de Salem, preguntándome quién
demonios nos ha ganado, cuando me doy cuenta de que el pabellón está
iluminado con luces de hadas. Una oleada de náuseas me invade mientras
miro fijamente a Salem, las luces parpadean sobre su piel mientras se dirige
a la figura vestida toda de negro que tiene delante. Y me doy cuenta de
que mi visión está cobrando vida.
Todo sucede a cámara lenta cuando la persona agarra a Salem y
empiezan a forcejear. Me pongo en pie justo cuando Salem le da un
rodillazo. Él la suelta, doblándose de dolor, y ella cierra la mano en un puño
y le da un puñetazo.
Estoy corriendo a Salem antes de registrarlo.
—Salem. ¡Corre! —grito, y ella gira la cabeza para mirarme, y veo con
horror cómo el tipo saca una espada de una vaina a su espalda, porque lo
que yo creía que era una espada de disfraz es en realidad una espada
samurái muy real.
La espada ya está en camino cuando llego hasta Salem y la empujo
para apartarla. Un dolor abrasador me recorre el pecho y el estómago
mientras caigo al suelo. Salem grita y su terror atraviesa el cielo nocturno
como la espada me había atravesado la piel.
—¡Salem! —Oigo rugir a alguien, demasiado lejos para ayudar.
—Joder —gruñe la persona.
Siento que se mueve, así que le doy una patada y los tiro al suelo,
enviando fragmentos de dolor a mis pulmones y robándome el aliento. La
noche se llena de gritos y lágrimas.
A medida que mi visión se desvanece, todo lo que puedo ver son las
luces parpadeantes. Parece un error tener algo tan bonito aquí durante
algo tan feo.
Salem se arrodilla a mi lado.
—Corre, Salem —me ahogo, pero ella niega con la cabeza.
—No se mueve. Creo que cayó sobre su espada. —Se acerca a mí,
pero me alejo, casi vomitando por el dolor.
Manchas negras bailan ante mis ojos mientras evito su contacto.
—No. El bebé —digo, saboreando la sangre.
—Tengo que hacerlo, Astrid. Morirás.
—Entonces moriré. Pero tu bebé no.
Salem tiene que cargar con la herida para curarme. Con la herida
que tengo, no hay forma de que su bebé sobreviva.
Un ruido a nuestra izquierda hace que Salem levante la cabeza.
—¡Oh Dios, ayúdala! —grita.
Parpadeando, giro la cabeza y me encuentro con la mirada
horrorizada de Oz mirándome.
—Oh Jesús, Astrid. —Me abre la chaqueta de un tirón y maldice antes
de quitarse la camisa de un tirón y presionarla contra mi estómago.
Grito de dolor y todo se vuelve negro cuando oigo a Oz llamar a un
médico. Todo lo que sucede a continuación es un borrón de ruido y manos
que me tocan mientras me siento a la deriva.
Cuando la oscuridad se desvanece, giro la cabeza y miro al hombre
que yace inmóvil en el suelo. Cuando se sobresalta y rueda hacia mí, me
sobresalto y tardo un segundo en darme cuenta de que alguien le ha dado
una patada. Pero no es eso lo que me tiene mirando atónita. Es el rostro
familiar.
—Penn —jadeo.
Salem, que está siendo sujetada por Greg, se vuelve para mirar al
hombre caído. Me devuelve la mirada, con lágrimas rodando por sus
mejillas.
—¿Qué?
—Es Penn.
Vuelve a mirar al hombre antes de sacudir la cabeza y sollozar.
—Ese no es Penn, Astrid. No he visto a ese hombre en mi vida.
Desaparece de mi vista cuando Jagger aparece frente a mí, con el
rostro húmedo por las lágrimas, mientras me limpia el rostro con una mano
temblorosa.
—Todo fue un truco —gimoteo. Y es entonces cuando finalmente
cedo al dolor y me desmayo.

Cuando me despierto, el dolor es tan intenso que casi desearía no


haberlo hecho. Oigo el ruido de las discusiones y me pregunto dónde estoy
y qué ha pasado.
—Slade —murmuro, pero incluso me duelen los labios, así que no digo
nada más.
—Señor, le digo ahora mismo que si no se va, llamaré a seguridad.
—Adelante. Te reto, joder. —Lo oigo gruñir antes de dejar que la
oscuridad me lleve de nuevo.
La siguiente vez que me despierto, el dolor sigue ahí, pero al menos
recuerdo lo que ha pasado. Consigo abrir los ojos y encuentro a Jagger y
Slade sentados a mi lado, hablando en voz baja entre ellos.
—Hola —susurro.
Se diría que lo he gritado a pleno pulmón con lo alto que saltan los
dos.
—Mierda, Astrid. —Jagger se inclina y me besa en la frente. Slade me
agarra la mano y me la estrecha, besándome el dorso.
—¿Qué ha pasado? ¿Cuánto tiempo llevo aquí?
—Desde ayer. ¿Qué recuerdas?
—Todo, creo. Solo que no sé qué pasó después de desmayarme.
¿Salem?
—Ella está bien. Agitada, pero físicamente está bien. Oz, Greg y Wilder
han vuelto a casa con ella.
Intento disimular mi reacción ante lo rápido que se han ido, teniendo
en cuenta que estoy en el hospital, pero Jagger debe de notarlo.
—La obligamos a irse a casa porque seguía intentando curarte.
Lo recuerdo.
—No dejaría que me tocara.
—Gracias. —Giro la cabeza y veo a Zig entrar en la habitación. Desliza
una bandeja de cartón con bebidas sobre la mesa al final de la cama antes
de caminar hacia mi lado libre.
Se inclina sobre mí y presiona su frente contra la mía.
—Nunca podré pagarte lo que hiciste. —Se aparta, y la visión de sus
ojos húmedos me desconcierta.
—Salem sobreviviendo es pago suficiente.
Acerca una silla a la cama y se sienta a mi lado, mirando a Slade y
Jagger con una inclinación de cabeza.
—Enviamos a Salem a casa porque estar cerca de ti y no poder
curarte la estaba volviendo loca. Siempre siente la compulsión de curar,
pero normalmente puede contenerla. Pero siendo tú... —Toma aire—. Con
lo que hiciste y casi morir y no poder curarte por el bebé, fue demasiado.
Necesita descansar.
—¿Pero se pondrá bien?
—Estará bien ahora que puedo llamarla y decirle que estarás bien.
Exhalo un suspiro y hago una mueca de dolor. Me ha dolido.
—Lo siento.
—¿Qué coño tienes que lamentar?
—La visión fue culpa mía.
—¿Cómo fue tu culpa? No puedes controlar tus visiones.
No digo nada. Sé que tiene razón, pero eso no niega mi culpa.
—Vale, ¿qué te parece esto? Nos dejas que te digamos lo que
sabemos, y tú nos dices lo que crees que sabes. Y nosotros lo resolveremos
todo entre medias. Pero primero, dejemos algo muy claro. No eres
responsable de lo que pasó. ¿De acuerdo? Nada de esto es culpa tuya.
—Vale —respondo. Mi voz suena pequeña y frágil, cosa que odio.
—Antes de hablar, ¿cómo te sientes? ¿Necesitas algún
medicamento? —pregunta Slade
Niego, aunque me joda.
—Volveré a desmayarme, y no puedo hacerlo hasta que sepa qué
mierda está pasando. ¿Qué ha dicho el médico?
Slade gruñe, haciéndome fruncir el ceño.
—Es malo, ¿eh?
—No es eso. La espada te cortó desde el hombro derecho hasta la
cadera izquierda. Perdiste mucha sangre y tu corazón se paró. De hecho,
paró tres veces antes de que llegara tu abogada con un DNR . Cuando tu
corazón se paró la tercera vez, los médicos se negaron a trabajar en ti.
—¿Qué? Pero yo no tengo un DNR.
—Lo sabía, joder —suelta Slade—. James dijo que despediste a la
mujer y nunca había mencionado un DNR antes, así que pidió un favor a
alguien que conoce para comprobarlo.
—Ella no sabe que ha sido despedida. Aún no he podido hablar con
ella.
—¿Qué coño gana mintiendo?
—Dinero. Ella tiene, o tenía, el control de todos mis bienes. Así que mi
herencia de mis padres, mis ingresos de mis videojuegos, que es bastante
dinero, además tengo dos fondos fiduciarios fuertes de mis abuelos.
—Siento que me estoy perdiendo algo. —Zig mira entre todos nosotros.
—Mis padres murieron cuando yo tenía dieciséis años. Dados los
lugares en los que trabajaban, sabían que era una posibilidad, así que
hicieron arreglos con su abogada, pero los actualizaron después del tiroteo,
por si morían antes de que yo cumpliera los dieciocho. En lugar de
emanciparme y declararme económicamente independiente, tenían todo
un plan para hacer creer al mundo que seguían vivos.
—Sigo sin entender el razonamiento —gruñe Jagger, cabreado por mí.
—En aquel momento, pensé que tenían complejo de inmortalidad. La
gente los quería por lo que hacían. Pensé que querían que ese amor durara
para siempre. Y puede que eso fuera parte de ello. Pero ahora, mirándolo
con ojos más viejos, me pregunto si, a su manera, intentaban protegerme.
—¿Cómo te protege mentir al mundo sobre que están vivos? Podrías
haberte independizado y... —Slade se calla y maldice.
—¿Qué me estoy perdiendo? —Jagger mira a Slade antes de fruncir
el ceño hacia mí.
—No hay forma de que me hubieran concedido la independización,
no después de todo lo que pasó. Lo más probable es que hubiera acabado
en un centro psiquiátrico. Podría haber tenido el dinero, pero me habrían
encontrado mentalmente inestable. A su manera, seguía teniendo la
protección y la posible amenaza de sus nombres y tener a su abogada
como mi tutora evitaba que la gente hiciera demasiadas preguntas.
—Joder, qué desastre. ¿Cómo es que no dijiste la verdad cuando
cumpliste los dieciocho? —pregunta Zig.
—Porque sí —digo, como si fuera una respuesta perfectamente
razonable. Pero por sus caras, supongo que no—. Porque necesitaba poder
esconderme. No quería volver a ser noticia de primera plana. Luego,
después de un tiempo, simplemente no importaba. Le seguí la corriente
porque era más fácil. Pero después de todo lo que pasó en Apex... no sé.
Supongo que estaba harta de esconderme, de no tener control sobre mi
vida, y por fin encontré mis agallas.
—Siempre tuviste agallas. Eras como un gatito siseante cuando
llegaste. Puede que el mundo te golpeara un poco, pero siempre fuiste más
fuerte de lo que creías —me dice Slade, apartándome el cabello del rostro.
Le sonrío. Entonces recuerdo a los niños y se me borra la sonrisa.
—¿Qué pasó con los niños? ¿Estaban todos bien?
—Todos están bien. Asustados, pero estarán contentos de saber que
vas a estar bien —responde Jagger.
Giro la cabeza para mirar a Zig y le tiendo la mano.
—Puse todo esto en marcha, y ni siquiera lo sabía. Si me hubiera
mantenido alejada, ella nunca habría estado en peligro.
—Eso no lo sabes. Todavía podría haber sucedido. Salem siempre
estará en riesgo. Tomaste la mejor decisión con la información que tenías.
No sé cómo tú y Salem hacerle frente a toda esa mierda. Sé que estos dones
pueden hacerte parecer una superheroína, pero sigues siendo humana y
haces lo mejor que puedes.
—Siempre pensaste que yo era el que le haría daño, y tú eras...
Su dedo me tapa la boca.
—No. No eres responsable de lo que ha pasado. No eres la villana de
esta historia. Eres la heroína. Y si no hubieras aparecido ese día, nunca te
habrías cruzado con Slade y Jagger.
Exhalo y asiento, porque sé que tiene razón. Además, no puedo
cambiar el pasado.
Cuando llaman a la puerta, todos miramos hacia allí y Ev asoma la
cabeza. Cuando ve que estoy despierta, sonríe ampliamente y se acerca,
dejando ver a James detrás de él. Zig se aparta para que Ev pueda darme
un suave abrazo. Luego Ev retrocede para que James pueda rodearme con
sus brazos.
—Estás tan jodidamente castigada —ahoga, haciéndome reír y
arrancándome un siseo de dolor—. Mierda, lo siento, cariño. Me diste un
susto de muerte.
—A mí también me asustó —admito mientras me besa la cabeza y
vuelve a levantarse.
Lo miro a él y a Ev y me preparo.
—Salem me dijo que el hombre que hizo esto no era Penn Travis.
Entonces, ¿quién demonios era?
—Su nombre es Dean McKinney. Es un ex soldado de Black Ops que
desapareció en combate hace dieciocho años. Fue declarado
oficialmente muerto nueve años después. —Ev suspira, apoyándose en el
extremo de la cama.
—No lo entiendo. Él fue el hombre que evitó que me suicidara después
del tiroteo. Él fue el hombre que vino a mi casa y provocó una visión... Joder.
La visión nunca fue sobre Salem. Era sobre él. Pensé que la tenía porque
Penn-Dean estaba conectado con Salem. Pero no fue por eso. Tuve la visión
porque él era el asesino.
—Asesino en potencia. Cambiaste el resultado, Astrid. Lo cambiaste
todo —me recuerda James.
Entonces recuerdo que él vio la visión que yo vi.
—Salem dijo que no era el don de Penn, ver mi visión de la forma en
que lo hizo. Ella pensó que podría haber sido una parte de mi don. Pero no
creo que sea eso. ¿Y si esta persona Dean está dotado también?
—¿Dotado cómo? —Zig es todo negocios ahora—. ¿Crees que
manipuló lo que viste?
—No. Tal vez. Su cara, cuando vio lo que hice, no era de horror sino
de determinación. Definitivamente me usó para sacarla. Debe haber sabido
dónde estaba todo el tiempo. Solo que era mucho más difícil llegar a ella
en Apex. —Pienso en lo que pasó en el laberinto y lo comparo con mi visión.
—Mi visión no era la más clara. No es raro, pero esta vez fue porque
estaba manipulado. Cuando la vi, me centré en la víctima. Iba vestida toda
de negro, algo que había olvidado por completo, probablemente porque
había empezado la noche como una maldita calabaza. El atacante
también iba vestido de negro. Pensé que era una máscara, pero no llevaba
ninguna en el laberinto, así que creo que difuminó lo que vi de alguna
manera. Está claro que el bastardo controla su don mucho mejor que yo.
Recuerdo ver morir a Salem. —Las lágrimas caen por mis mejillas.
—Nunca mencionaste cómo, ahora que lo pienso —dice Zig, y
cuando lo miro, al menos tiene la decencia de parecer avergonzado—.
Cierto.
Tose.
—¿Qué recuerdas?
—Recuerdo la espada. La vi blandirse, y luego el estómago de Salem
se puso rojo. —Me tapo la boca con la mano, me siento mal.
—Shh. Tranquila, nena. Estás bien. Salem está bien —dice Slade,
pasándome la mano por el brazo.
—¿Dónde está ese imbécil de Dean?
—En el piso de abajo, con un destacamento policial vigilándolo hasta
que puedan llevárselo.
—¿Por qué crees que lo hizo? —pregunta Ev.
Vuelvo a pensar en todo.
—Porque iba detrás del bebé —jadeo.
Zig y Ev salen por la puerta antes de que pueda decir nada más.
—Vayan —les ordeno a Slade y Jagger.
—Me quedaré con ella. No me iré de su lado —jura James.
Con una rápida inclinación de cabeza, Slade y Jagger los siguen.
James se sienta a mi lado, me toma la mano y me seca las lágrimas
con la otra.
—Cálmate, Astrid, o te vas a poner mala. Y no creo que quieras
vomitar con todos esos puntos que te mantienen unida.
—No puedo evitarlo. ¿Por qué salvaría mi vida solo para intentar matar
a un bebé?
—No lo sé, Astrid. Realmente no lo sé.
Parece que esperamos toda una vida a que vuelvan. Cuando lo
hacen, sé que algo va mal.
—Por favor, dime que no se escapó.
—Está muerto —responde Zig.
Suspiro aliviada, pero la expresión adusta de su cara me deja sin
aliento.
—¿Qué? Pensé que te sentirías aliviado.
—Lo estoy. Pero Dean no murió por sus heridas. Fue asfixiado, y no
había ni un solo policía cerca cuando ocurrió.
—Alguien lo silenció —resume James.
—Eso parece.
—Mierda —maldice James cuando los ojos de Zig se dirigen a los míos.
—Necesito volver con mi familia, pero no te dejaremos aquí. En
cuanto estés bien para viajar, todos volveremos a Apex. Los chicos pueden
empaquetar lo que necesites y enviarlo al rancho. —Asiento sorprendida.
No voy porque me lo digan, aunque quiero ir con ellos. Necesito ir.
James me aprieta la mano mientras Zig lo mira.
—Me gustaría extenderte una invitación para que te unas a nosotros
también. Sé que te preocupas por Astrid y creo que nos vendría bien toda
la ayuda posible.
—Me encantaría ir contigo. Puede que no vuelva a perder de vista a
Astrid.
Apenas ha pronunciado sus palabras cuando la habitación del
hospital que me rodea se disuelve. Me encuentro en un sótano. James está
tendido en el suelo, con una mujer inclinada sobre él, gritando su nombre
mientras aprieta las manos contra su pecho. La sangre cubre su piel y se
acumula alrededor de ambos.
Cuando se le cierran los ojos, echa la cabeza hacia atrás y grita.
Salgo de mi asombro y me encuentro con un montón de caras
preocupadas que me miran fijamente. Giro la cabeza para mirar a James,
sintiendo que se me parte el corazón, para ver los ojos muy abiertos.
—Algo cambió cuando dijiste que vendrías con nosotros.
—Ya lo has visto.
—¿Qué? —pregunto confusa.
—Vi destellos. No estaba claro, pero lo vi, Astrid. La vi.
Sorprendida, me quedo en silencio, con lágrimas corriendo por mi
cara.
—Quizá Salem tenía razón. Tal vez haya algo más en mi don.
—¿Qué has visto? —me pregunta uno de los chicos.
—James. Tirado en el suelo sangrando. Había una mujer allí. Creo que
ella estaba tratando de salvarlo.
—Shh, está bien. Puedo irme a casa si quieres. —James me esboza
una sonrisa, pero su cara sigue pálida por el shock.
—Pero no sé si el catalizador es que te dejemos o que vengas
conmigo.
—¿Sabes qué? No importa. Ya has cambiado el resultado de tus
visiones dos veces. Confío en que puedas hacerlo de nuevo.
Asiento con la cabeza, esperando por Dios que tenga razón.
EPILOGO

El proceso de curación, después de que alguien intente desollarte, es


una putada. Ya no tengo puntos, gracias a Dios, pero juro que el picor
constante me perseguirá para siempre.
—Joder, joder, joder. ¿Cómo haces siempre eso? —maldice Ev,
lanzando el mando sobre la mesa.
Aparto la mirada del televisor y muevo los dedos hacia él.
—Tengo unas habilidades locas, Ev. Eso es todo lo que necesitas saber.
Slade se inclina al pasar y me besa en la mejilla.
—¿Le estás pateando el trasero otra vez, nena?
—Por supuesto. —le sonrío.
Ev refunfuña mientras se levanta y se dirige a la cocina.
—¿Tienes que humillar siempre al hombre? —pregunta James sin
levantar la cabeza del periódico que está leyendo en la mesa.
—Es importante mantener la humildad de estos chicos.
—Cierto —refunfuña Salem desde el sofá a mi lado, extendiendo el
puño para chocarlo.
Me río entre dientes y choco el puño mientras se quita de una patada
el cruasán que tiene en equilibrio sobre su enorme barriga.
—Veo que Pepita se siente peleona esta mañana.
—Mañana, tarde y noche. Lo juro, esta chica nunca duerme. No es
un buen presagio para cuando llegue.
—Mira todos los tíos que tienes para ayudarte. Estarás bien —le dice
Creed, y sube sus pies a su regazo para masajearlos.
—Oh, querido, dulce bebé Jesús. Estoy tan contenta de que hayan
vuelto. Son mis favoritos.
Hawk y Creed se perdieron todo lo que pasó porque habían estado
trabajando en un caso, y estaban cabreados. Como resultado, se han
mantenido unidos desde entonces, intercambiando trabajos con Crew y
Wilder.
—Creía que yo era tu favorito —se queja Hawk mientras le da un vaso
de zumo.
Sabiamente, Salem no dice nada. La mujer los tiene envueltos
alrededor de su dedo. Es hilarante de ver.
—Oye, Astrid, hay un mensaje para ti.
Miro a James, que frunce el ceño mirando el móvil.
—Ya voy.
Hawk me tiende la mano para ayudarme a levantarme, que acepto
agradecida antes de ponerme de pie. Cuando me dieron el alta en el
hospital y llegué al rancho, me negué a pedir ayuda. Me dijeron que era de
la familia, que dejara de ser una mocosa testaruda y que dejara que se
ocuparan de mí. Lloré durante una hora. Nunca me había pasado eso.
Desde entonces, acepto toda la ayuda que me ofrecen.
Otra cosa que ocurrió fue que me enfrenté a Mandy por el numerito
que montó en el hospital con el DNR. Le informé de que la denunciaría por
fraude, robo e intento de asesinato. Me amenazó con contarle al mundo la
verdad, sobre todo si lo hacía. Así que en lugar de dejar que Mandy
controlara mi pasado, tomé las riendas de mi futuro y yo misma di la noticia.
Escribí una carta abierta al mundo, contando mi verdad. Slade y Jagger
estuvieron a mi lado en todo momento.
Y por una vez, el mundo me escuchó.
Tengo que decir que, dada mi historia, me ha sorprendido la
aceptación de la gente. En lugar de condenas, hubo elogios. Donde antes
había odio, ahora hay curiosidad. Gente de la época en que se produjo el
tiroteo incluso vino a hablar de cómo yo había intentado ayudar y había
sido perseguida y ridiculizada por ello.
Mandy perdió su licencia para ejercer, fue inhabilitada, acusada y
ahora está a la espera de juicio.
James sigue trabajando en los casos sin resolver, de los que ahora está
inundado gracias a nuestra asociación, aunque no pude vislumbrar el
pasado, por muy útil que fuera. Seguimos planeando trabajar juntos, pero
ahora me estoy centrando en curarme. Mientras tanto, con toda la
exposición que he tenido, se han puesto en contacto conmigo personas
que creen tener dones.
—¿Crees que podría ser alguien que cree que tiene un don?
—Ni idea. Toma. —Y me da su móvil.
Hago clic en la pestaña e inicio sesión para ver el mensaje. Aparece
una foto de un hombre y una mujer de pie, uno al lado del otro. Delante de
ellos hay dos niños, uno de unos cinco o seis años y el otro un poco mayor,
quizá diez. En los brazos del hombre hay un bebé envuelto en una manta
rosa con un gorrito de flores en la cabeza.
El hombre sonríe ampliamente, su rostro me resulta familiar, pero no
puedo ubicarlo hasta que lo amplío. Me llevo una mano temblorosa a la
boca y sonrío.
—¿Qué pasa? —Jagger camina detrás de mí, sudoroso por su carrera.
El hombre tiene más energía en su dedo pequeño del pie que yo en todo
mi cuerpo.
—El camionero del que tuve una visión la noche que me fui. Vi cómo
otro camión chocaba contra el suyo, lo empujaba a través del guardarraíl
y se incendiaba. Estaba atrapado dentro.
Jagger me rodea el pecho con el brazo y me atrae hacia él.
—Tú lo salvaste.
—Se salvó. No sabía si me escucharía —susurro, recordando la foto de
su familia y su mujer embarazada.
—Me alegro de que lo hiciera —dice Jagger en voz baja.
—Yo también.
Vuelvo a alejar la imagen y me fijo en lo que está escrito debajo de la
foto.
—Gracias a ti. Gracias a ti, tengo el mundo entero en mis manos.
Resoplo para no llorar como un bebé.
—Hace que todo merezca la pena, ¿verdad? —James me mira con
complicidad.
Asiento y extiendo la mano para apretarle el hombro. La única sombra
en el horizonte es la visión que he tenido de él. Eso, y tratar de averiguar si
Dean trabajaba solo o no.
—Toma. —Le devuelvo a James su teléfono.
—Voy a darme una ducha rápida. Ahora vuelvo, ¿vale? —Jagger me
besa la sien y me palmea el culo mientras se va.
Suena el timbre y Hawk se lanza sobre el sofá para alcanzarlo, pero
nadie parece asustado, así que supongo que saben quién es.
Me acerco a la isla, pensando qué quiero picar. Hawk vuelve a entrar
con tres cajas de donuts en las manos y la cartera en precario equilibrio
encima.
—Tú, señor, eres un dios —proclamo, acercándome para ayudarlo.
Se las arregla para deslizarlas sobre la isla mientras las tomo. Lo único
que consigo es tirar su cartera al suelo. Al agacharme despacio para
recogerla, veo una foto dentro de la cartera, que ha caído abierta. Miro
fijamente la foto más antigua de Hawk y Creed con una mujer alta y
musculosa de pie entre ellos. Tiene el cuerpo y el porte de una bailarina. Es
guapa, como una modelo, y la sonrisa que lleva le ilumina todo su rostro.
Nunca había visto esa sonrisa, pero he visto esa cara convertida en una
máscara de terror.
—¿De qué la conoces? —susurro, tomando la cartera y mirando
fijamente la foto.
—¿Astrid? —dice Hawk mi nombre, su voz hace que todos se giren
para mirarme.
Oigo movimiento, y entonces Creed está a su lado, agarrando la
cartera de mis manos mientras Slade se acerca y tira de mí hacia sus brazos.
—Esa es la mujer de mi visión. Es la que intenta salvar a James.
—¿Qué? ¿Estás segura?
Asiento.
—Muy segura.
—Joder.
—¿Qué está pasando? —pregunta Ev, mirando la foto—. Esa es tu
esposa, ¿verdad?
Levanto la cabeza para mirar a Hawk, que traga saliva.
—Sí, esa es nuestra esposa.
Sujeto a Slade con más fuerza para evitar que se me doblen las
piernas, porque se me ocurre otra cosa. Cuando vi la visión por primera vez,
había algo familiar en la mujer, pero no podía ubicarla. Mi atención se había
centrado en James. Ahora, al ver esa cara y su cabello rubio miel, sé que la
he visto antes, en persona y en una visión.
Es la mujer de la cafetería. La que dispara y mata a alguien sin
remordimiento.
Y ahora, sabiendo lo que sé, tengo que preguntarme si esa persona
podría resultar ser alguien a quien quiero.
PROXIMO LIBRO
Solía ser esa chica.

La soñadora que creía en los cuentas de


hadas.

Y supe que tenía razón al tener fe cuando un


momento de casualidad me llevó a ustedes.

Hasta que sus mentiras quedaron expuestas y el


sueño se desvaneció.

Ahora sé que fue solo el punto


de inflexión.

Un único momento en el que la vida se desvió


peligrosamente de curso.

Ahora soy esa chica.

La que una vez la hicieron fuerte pero la


dejaron romperse en los resto de nuestro felices
para siempre.

Sin embargo, aquí estamos de nuevo, en otro


, en otro lugar.

Solo que en vez de quitarles el corazón, recibo una bala.

Debería haberme quedado bien lejos.

Pero, ¿cómo sigo adelante si todos los me llevan a ustedes?

Apex Tactical #3
SOBRE LA AUTORA
Candice Wright es la autora del bestseller internacional
Underestimated Series. Candice vive en el soleado (a veces) Reino Unido
con sus tres hijos ligeramente desquiciados y su sufrido compañero. Cuando
no está ocupada criando a la próxima generación de locos, se la puede
encontrar sentada ante el ordenador escribiendo palabras que espera que
resuenen o acurrucada leyendo historias de los autores que cultivaron su
amor por la palabra escrita.
TRADUCIDO, CORREGIDO & EDITADO
POR:

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