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EstherC
Macciardi

3 Taywong
Vickyra
Tolola

Lectura Final
Tolola

Diseño
JanLove
Índice
Sinopsis Capítulo 19

Capítulo 1 Capítulo 20

Capítulo 2 Capítulo 21

Capítulo 3 Capítulo 22

Capítulo 4 Capítulo 23

Capítulo 5 Capítulo 24

Capítulo 6 Capítulo 25

4 Capítulo 7 Capítulo 26

Capítulo 8 Capítulo 27

Capítulo 9 Capítulo 28

Capítulo 10 Capítulo 29

Capítulo 11 Capítulo 30

Capítulo 12 Capítulo 31

Capítulo 13 Capítulo 32

Capítulo 14 Capítulo 33

Capítulo 15 Capítulo 34

Capítulo 16 Epílogo

Capítulo 17 Sobre la autora

Capítulo 18
Sinopsis
Una vez quise morir. Esa fue la noche que conocí a Guy.
El extraño hombre con flores salió de las sombras y me salvó la vida.
Guy. Sonrisa con hoyuelos. Cuerpo de un dios del surf. Inteligente y
divertido. Quedándose sin tiempo.
Nos convertimos en compañeros de viaje a lo largo de la vida,
marcando ítems en nuestras listas. Me había escondido de la felicidad
durante años y mantenía mi vida bajo estricto control.
Guy me enseñó cómo entrar en el mundo y experimentar más.
Trajo luz a las sombras y me ayudó a atravesar la oscuridad.
Me convertí en Phe de nuevo. Viví.
5 Sólo hay un problema.
Nos enamoramos, y esto no era parte de nuestros planes.
Pensé que podríamos enfrentar el futuro juntos, pero Guy tiene un
secreto que lo cambia todo.
A veces, creer las mentiras que nos decimos a nosotros mismos es
más fácil que lidiar con la verdad.
Para Nick, mi compañero de viaje
Y para todos aquellos que luchan en las profundidades

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1
#9 Salvarle la vida a alguien
Vivir es lo más raro del mundo. La mayoría de la gente existe, eso es
todo. —Oscar Wilde

La valla de madera áspera erigida para mantener a la gente alejada


del borde del acantilado rocoso fracasa con frecuencia. Incluso si el consejo
erigiera barreras de tres metros con alambre de púas, los decididos
encontrarían la manera. Cuando se toma la decisión de venir aquí, un
último obstáculo no es nada.
Me poso en la valla, con la madera clavándose en mi trasero mientras
me equilibro y bajo la mirada. Desde que llegué hace media hora, el sol ha

7 descendido, la belleza del atardecer sobre el Océano Índico se ha perdido en


mi moribundo ser. En cambio, con mi largo cabello castaño cayéndome en
la cara, me enfoco insensiblemente en las rocas de abajo, sabiendo que mi
batalla ha terminado.
—Cuidado, te caerás.
Una voz baja detrás me arranca del momento y giro bruscamente la
cabeza. Esperé cerca del estacionamiento hasta que todos los autos se
fueron y nunca esperé a un recién llegado, por no hablar de alguien que
buscara este lugar al atardecer. En la luz que se desvanece, un hombre está
cerca, sonriendo. Apenas lo registro, más allá del hecho de que es un tipo
joven con cabello rubio oscuro tocándole las orejas y un pequeño ramo de
flores blancas y rosadas en la mano. Sin responder, vuelvo a la vista de mi
muerte.
—A mí también me gusta la vista desde aquí —continúa.
Agarro la valla, las astillas me pinchan las manos y miro sorprendida
al hombre sentado a mi lado, asegurándome de que está a una distancia
respetuosa. El creciente atardecer oscurece mucho de él, pero algo captura
mi atención. Los ojos del hombre coinciden con el océano; no con las aguas
cerúleas de un día de verano, sino con las sombras azules de la medianoche.
Sus ojos son del color del agua que me robó a la chica que alguna vez fui.
Apoyo los codos en mis rodillas y clavo las manos en mi cabello,
permitiendo que las hebras caigan hacia adelante y oscurezcan mi rostro.
—¿Vienes aquí a menudo? —pregunta.
Estaba preparada para fingir que no me encontraba aquí y a esperar
a que se fuera, pero su extraño comentario merece una respuesta.
—¿Cuánta gente crees que viene aquí más de una vez? —pregunto,
girando la cabeza hacia él.
—No muchos, supongo. ¿Por qué estás aquí?
—Porque no quiero volver.
—¿Quieres hablar de algo?
Enfadada de que haya logrado atraerme a la conversación, vuelvo a
ponerme el pelo en la cara. Los sonidos de las olas de abajo me llaman a la
oscuridad que lo resolvería todo.
No estoy segura de cuánto tiempo me sentaré y me prepararé para
ceder a la conspiración susurrante de mi cerebro de que me suicide, la que
ha esperado durante meses y finalmente lo ha logrado. Casi.
El hombre no se va y, cuando miro subrepticiamente a un lado de mi
cabello, está en la misma posición, con flores en una mano, dando golpecitos
con los dedos en la cerca. Sus uñas son cortas y limpias, las manos y los
8 brazos bronceados.
¿Por qué me doy cuenta?
—¿Dejaste una nota? —pregunta.
—¿Una nota?
—Y arreglaste tus asuntos.
—¿Qué asuntos?
—Antes de saltar. —Se detiene—. No te detendré, por cierto.
Sus palabras sacuden mi corazón, el mismo que necesito que deje de
latir porque mantiene viva a una persona que odio.
—Bien.
—Pero espero que primero hayas organizado todo.
Me alejo más de él.
—¿Qué hay que organizar?
—Bueno, ¿quién va a recibir tu dinero? ¿Posesiones? Supongo que
tienes algo, ya que no parece que vivas en la calle.
Posesiones. Mi vida es todo posesiones. Todo lo que quiero que me
compren, para ayudarme a dar lo mejor de mí, para aliviar el dolor. Cómoda
y feliz y sin falta de nada. Una imagen no deseada de mis abuelos tropieza
hasta mi mente y me froto la cara, borrándolos.
—¿O sólo viniste aquí sin realmente planear qué hacer?
Sus palabras están invadiendo mi cerebro revuelto; mantener una
conversación coherente es una habilidad que perdí hace días.
—Por favor, cállate o vete. O ambos.
El hombre tiembla un poco contra la brisa costera, fijándome con sus
ojos azul marino, atrayéndome al contacto humano.
—No.
—¿Por qué?
—Porque no.
—Por qué no, ¿qué?
—¿Te gustan las flores? —Me ofrece el ramo y las miro fijamente. Las
cabezas están estropeadas por su mal manejo y todavía están en el celofán
de la tienda, con la etiqueta de precio medio pegada.
—No.
—¿En serio? Pensé que a todas las chicas les gustaban las flores.
Maldita sea. —Las deja caer al suelo—. ¿Qué te gusta?

9 —Ser dejada en paz —digo sin rodeos.


—Ser es un buen comienzo. —Mira hacia adelante—. En lugar de no
ser. ¿No hay una cita de Shakespeare sobre eso en alguna parte? Siempre
hay una cita de Shakespeare sobre el amor o la muerte.
Muerte.
—¿Ser o no ser? —pregunto.
Se ríe.
—Esa es. ¿Te gusta Shakespeare?
Este hombre en pantalones cortos y camiseta descolorida no es
alguien a quien catalogaría como lector de Shakespeare, más bien como del
tipo que vive una vida al aire libre lejos de los libros.
—No. Todo el mundo conoce esa cita —respondo.
—¿Has leído su obra?
—No.
—Entonces, ¿cómo puedes decidir que no te gusta algo que nunca has
visto? —pregunta.
—Supongo...
—Como el futuro. No te gusta el futuro, pero nunca lo has visto.
—Silencio. Estás haciendo que me duela el cerebro. Muévete.
El hombre obedece y se aleja, pero permanece en la valla, suspirando
en silencio al principio y luego más fuerte hasta que estoy lista para
abofetearlo y callarlo.
—¿Qué estás haciendo? —espeto.
—Disfrutando de la vista. ¿Tú?
—Esperando a que te vayas.
—¿Por qué?
—Porque podrías detenerme.
—Dije que no lo haría, pero no me iré, así que tendrás que saltar
conmigo aquí. Si lo haces, por favor asegúrate de no fracasar y lastimarte
seriamente porque un futuro como parapléjica sería más desagradable que
el futuro que temes ahora.
Me trago la duda escabulléndose.
—No tengo miedo al futuro.
—¿No? ¿Entonces por qué huyes de él?

10 —Cállate.
—Pareces una chica inteligente, con tus citas de Shakespeare y todo
eso, estoy seguro de que puedes hacerlo mejor que “cállate” si no quieres
perder una discusión.
Lo miro molesta, apretando los dientes.
—¿Por qué? ¿Por qué estás aquí?
—¿Pregunta filosófica o práctica?
Estoy a punto de decirle que se calle de nuevo, pero su ceja levantada
me lo impide.
—No puedes sentarte aquí conmigo toda la noche.
—¿No puedo? Soy un niño grande. Puedo hacer lo que quiera.
¿Cuántos años tiene? ¿Veintitantos, como yo? ¿Mayor? Tiene más
músculo que la mayoría de los chicos de mi edad.
¿Qué importa todo esto?
Enfadada por su distracción, aparto la mirada otra vez. Deja de
atarme a la tierra, no soy parte del mundo.
—No trataré de persuadirte de qué hacer, o de “hablar”, no te
preocupes. No tiene sentido decirte que te sientas culpable por aquellos que
dejarás atrás porque, si estás aquí, creo que estás más allá del pensamiento
racional sobre la vida o los sentimientos.
—Siento. Me duele. ¡En todas partes, todo y quiero que esto pare! —
Lo digo sin rodeos. Poniendo una mano temblorosa sobre mi boca, cierro los
ojos y vuelvo a la oscuridad a la que me recuerda.
—¿Y crees que la muerte lo detiene? —pregunta—. La muerte no sólo
detiene el dolor. La muerte lo detiene todo. La muerte te detiene a ti.
—Lo sé.
—Todo de ti, no sólo la parte enferma.
—La parte enferma es toda yo.
—No, no lo es. En el fondo lo sabes. Puedes arreglar esto. Puedes tener
una nueva vida.
—Pensé que no ibas a decirme qué hacer.
—No lo hago. Sólo estoy señalando lo obvio.
La presión se acumula en mi cabeza, dolorida mientras sus palabras
asaltan mis oscuros pensamientos.
—Me estás confundiendo. Por favor, otra vez, déjame en paz.
11 Me ignora.
—¿Cómo te llamas?
—¿Cómo te llamas tú?
—Guy.
—Un tipo llamado Guy —digo con una pequeña risa.
—No cualquier tipo.
—Estoy segura de que no.
—Soy el tipo que va a salvarte la vida. —No. Me pongo en pie. Espero
que salte detrás de mí, pero se queda quieto—. ¿Y tú eres...?
—Acabada.
—Ese es un nombre extraño —contesta, sin sentido.
Miro por encima del hombro.
—¿Te crees gracioso?
—La verdad es que no, chica suicida.
La palabra penetra en mi cuerpo, en mi corazón. Esto es lo que seré.
La chica que se suicidó, de la que se hablaba, por la que sentías pena. Pero
no entienden cómo no puedo vivir con esta presión expandiéndose en mi
cráneo, la oscuridad forzándolo todo.
—Phe —digo—. Mi nombre es Phe.
—¿Fi? ¿Fiona?
—No. Fiona no.
—Extraño nombre para una chica extraña. ¿Te gustaría ir a tomar
algo, Phe? —Él también está en pie.
—No, no quiero un trago.
Su frente se arruga por un momento.
—Oh. ¿Demasiado joven? Pareces lo suficientemente mayor.
—Soy lo suficientemente mayor. Es que no salgo mucho. Prefiero mi
propia compañía.
—Pues eso da asco.
—¿Por qué?
—Salta desde ahí y nunca tendrás la oportunidad de vivir la vida, de
arriesgarte con experiencias que te dejen más viva que otras.
12 Me acerco más al borde, para probar mi argumento.
—Mucha gente vive vidas vacías y llenas de nada, Phe, no elijas el
vacío y el olvido cuando tienes tanto. Puedes hacer mucho, créeme.
—No me conoces —le digo al horizonte.
—Tú no te conoces. Eres demasiado joven para saber quién eres y tu
cerebro enfermo no te deja aprender.
Giro la cabeza.
—¿Y por qué eres tan sabio? ¡No eres mucho mayor que yo!
—Ni mucho más sabio tampoco, pero toma una oportunidad en la
vida.
Sigue haciendo esto. Guy no me está alejando físicamente del borde,
pero sus palabras se están enrollando gradualmente alrededor de mi cuerpo
y tirando de mí para devolverme al mundo.
—¿Tienes una lista de cosas que hacer? —pregunta.
Miro de nuevo sus extraños ojos, cada vez más confundida por sus
preguntas al azar. ¿Es esto una treta?
—No.
—Deberías tener una.
—¿Por qué? Estoy a punto de morir. ¿Tienes una tú? —respondo
rápidamente.
—Sí. Pero no he llegado muy lejos con la mía. —Guy saca una hoja de
papel A4 de su bolsillo, una que desdobla y despliega repetidamente—.
Tengo diez cosas en la lista. —Pasa su dedo por el papel—. He hecho dos,
ocho más para terminar.
Si espera que le pregunte cuáles son los ítems, se equivoca.
—¿Puedes ser mi tercera? Hay algo que quiero hacer contigo.
Las posibilidades vuelan por mi mente. Me pidió una bebida. ¿Sexo
con una chica cualquiera? O tal vez es virgen y quiera tachar eso. Valoro su
cuerpo delgado de nuevo. Poco probable.
—¿Algo para marcar en tu lista? No soy esa clase de chica.
Se ríe y me mira, su escrutinio me irrita, pero la mirada de Guy
permanece más tiempo en mis ojos que en mi cuerpo.
—Estoy seguro de que no lo eres —dice en voz baja—. No, no es sexo.
Sonrojada, aparto la mirada. El papel cruje y se aclara la garganta.
—Número Nueve: Sálvale la vida a alguien.
13 Me quedo mirándolo.
—¿Quieres salvarme la vida para poder tacharme de una lista?
—Bueno, no te conozco, así que no hay otra razón. —Señala el ramo—
. Pero traje flores.
Las desamparadas flores descansan en el suelo donde Guy las dejó
caer, y pateo el ramo. Los lirios rosados caen desde el borde del acantilado
y caen del desfiladero. Guy da un paso adelante y mira la caída.
—Es un largo camino hasta el fondo.
Hay un mareo entre mi cabeza y mi estómago, y el instinto natural de
supervivencia de mi cuerpo se activa cuando la roca se desliza desde debajo
de mis sandalias de verano en la dirección de las flores. Me tambaleo hacia
atrás y agarro la valla. Guy se queda cerca del borde y cruza los brazos,
mirándome.
—¿Y? ¿Puedo? —pregunta.
—¿Salvarme la vida?
—Sí.
—¿Por tu lista?
—Sí. —Se quita el pelo rebelde de la cara—. Además, eres demasiado
guapa para ser golpeada contra un montón de rocas.
¿Por qué me sonrojo? Inspecciono mis pies, centrándome en mis uñas
pintadas. Compré el esmalte de uñas rosa neón en un viaje de compras con
mi amiga Erica el mes pasado. Recientemente me he puesto el color para
fingir que soy una chica rosa deslumbrante, no una chica en un agujero
negro.
—¿Por qué no donar sangre? Eso le salvaría la vida a alguien —replico.
La boca de Guy se levanta con una sonrisa, acentuando los hoyuelos.
—Guapa y también inteligente. Es una muy buena sugerencia. Oh,
bueno, ahora estoy aquí. Más vale que te salve.
Me clavo las uñas en las palmas de las manos y siento más dolor.
Sentir.
—Pero mejor que sea rápido —dice en tono casual.
—¿Rápido?
—No tengo mucho tiempo.
—Oh, ¿hay algún sitio en el que tengas que estar? —pregunto
sarcásticamente, y vuelvo a mirarlo.
—No, no tengo mucho tiempo para terminar mi lista.
14 —Pero es una lista de cosas que hacer. Tienes toda la vida para
terminar.
Su sonrisa se le escapa.
—Como dije, no mucho.
Agarro la valla con más fuerza. Mi mundo de hoy está envuelto en una
niebla surrealista y Guy se va sumando a esto cada minuto. Continúa
observándome con la misma mirada impasible, volviéndose más difícil de
ver cuando el sol se pone.
—¿Qué quieres decir con que no tienes mucho tiempo? —pregunto.
Asiente para indicar que debo decir lo obvio—. ¿Quieres decir que estás...?
¿Estás enfermo?
—Eufemismos. ¿No te encantan? Morir. Tengo que completar mi lista
de cosas que hacer primero, por eso no tengo tiempo que perder.
Me balanceo como si un mazo me hubiera golpeado en el pecho,
alejándome más del borde. ¿Cómo puede ser tan indiferente, como si me
dijera que llega tarde a una cita para cenar?
Soy una persona egoísta y mala. Aquí hay un hombre moribundo que
quiere vivir lo suficiente para cumplir sus sueños, y aquí estoy yo, queriendo
morir. Mis pensamientos deben ser evidentes porque Guy se acerca. El
choque se extiende a mis dedos y los aprieto para abrirlos y cerrarlos,
viéndolos temblar. Siento los dedos como parte de mí otra vez.
—Lo siento —susurro.
—¿Por qué? No me conoces.
—Pero eres una buena persona.
—¿Lo soy?
—Te sientes como una buena persona.
—¿Sentir? Pero no sientes nada, chica suicida.
El nudo en mi garganta ahoga la necesidad de decirle que no me llame
así. No puede, porque no lo soy.
No podría. No con Guy mirándome; tiene que irse. Me tengo que ir. No
puedo hacer esto delante de otra persona.
—De acuerdo —digo—. Sálvame la vida.
Se endereza.
—¿En serio?
—Sí. —Puede tacharme de su lista esta noche; puedo cambiar de
15 opinión y volver de nuevo.
Guy sube la valla, luego se gira, extendiendo una mano.
—Déjame llevarte a casa, Phe.
Pongo las manos debajo de mis brazos y él deja caer la suya.
—No a casa.
—¿Adónde?
La sensación se filtra de nuevo hasta mis extremidades, bordeando mi
mente, pero el estado onírico al que he descendido en las últimas semanas
permanece. La realidad es tan tenue como mi cambio de opinión.
—No lo sé. —Me estremezco, la brisa marina de la tarde me pica en
los vellos de los brazos.
—¿Llamo a alguien? —pregunta.
—No lo sé. —Erica. No. No puedo arrastrarla a esto otra vez; no es
responsable e intenta serlo. Los amigos deben ayudarse mutuamente, pero
el amigo enfermo no debe ser una carga. Jen no sabe nada de este lado de
mí. No puedo ir a casa.
Guy se frota la cara.
—¿Cómo llegaste aquí esta noche?
—Autobús. Caminé.
—Espera ahí. Déjame buscar algo. —Se da la vuelta para irse y luego
se detiene antes de echar la mirada atrás—. Esperarás allí, ¿verdad?
Envolviéndome con los brazos, asiento. Guy desaparece en dirección
al estacionamiento. Las estrellas ahora pinchan el cielo, la luna creciente
arroja luz sobre la paz del lugar. La caída que me hacía señas ha quedado
atrás. Me alejo un poco más hacia el banco al otro lado del sendero, sobre
el que me senté cuando perdí la última pelea conmigo misma.
Guy reaparece sosteniendo una botella en mi dirección.
—¿Algo de beber?
—¿Qué es?
—Agua que pretende ser especial porque tiene sabor y está en una
botella de lujo. —Sostiene una taza—. Tengo café, pero está frío. Puedes
quedarte con él, ¿si quieres?
Tomo la botella y la aprieto mientras él se sienta a mi lado. El
incesante llamado de las cigarras y el bajo sonido de los autos que viajan
por una carretera cercana me llegan a la mente. Guy se toma el café.

16 —¿Para quién eran las flores? —pregunto.


—Para quienquiera que las quisiera.
Mira hacia delante, sus largos dedos envueltos alrededor de la taza.
—¿Compras flores al azar para dárselas a las chicas?
—¿Por qué no? Las flores son tiradas por la tienda si no se venden. —
Sonríe para sí—. Me gusta ver las reacciones de la gente.
—No esperaría que encontraras muchas chicas aquí.
—A veces me detengo aquí de camino a casa. Te lo dije, me gusta la
vista. Compré las flores antes y estaban en el auto cuando te vi. —Se detiene
antes de añadir en voz baja—: Parecía que realmente necesitabas flores, Phe.
Estoy temblando otra vez. A la jaqueca se une un cansancio mientras
cedo ante el cambio en mi noche.
—Eso es algo extraño.
—También lo es saltar de las rocas.
—Cierto.
El agua está fría cuando bebo, y la mantengo en mi boca, siento el
burbujeo contra mis mejillas mientras me concentro en el sabor. ¿Fresa?
¿Frambuesa? ¿Algo más exótico? Trago. Lado a lado, no nos miramos el uno
al otro. ¿Guy me está mirando como yo a él? Su flequillo alcanza su frente
y cada pocos minutos aleja un mechón, un gesto que probablemente no se
da cuenta de que está repitiendo.
A pesar del calor de la noche, mi cuerpo tiembla con la conciencia de
lo que casi hice.
—Quizá debería llevarte al hospital —dice.
—¡No!
—Está bien. Pero tengo que llevarte a algún sitio, si no, no podré
tacharte de mi lista. —Me muestra su sonrisa con hoyuelos.
—Tu lista de cosas que hacer. Por supuesto.
—¿Escribirás una?
—Tal vez.
—¿Le pedirás ayuda a alguien?
Cuando giro la cabeza, busca en mis ojos la respuesta que quiere.
—¿Para escribir mi lista?
—No. Para mejorar. Para vivir tu vida en vez de rendirte. —El
trasfondo de sus palabras es claro en la intensidad de la mirada que
17 compartimos. La suya es intensa. De repente me siento abrumada por el
deseo de tocarle la cara, ensuciarme completamente con el contacto humano
y preguntarle qué hay bajo el agua profunda de sus ojos.
—Pediré ayuda. Otra vez —le digo.
—Bien. —Se pone en pie—. Empieza conmigo. Déjame llevarte a algún
lado, o llama a un taxi.
Mi bolso yace en el matorral donde lo dejé caer antes y agarro la
correa.
—Vamos, Phe. —Mientras Guy se aleja a pasos agigantados, dudo,
mirando su figura alta mientras se adentra en las sombras. No estoy segura
de poder confiar en un hombre que anda por lugares de suicidio, con flores,
al atardecer.
¿Pero por qué iba a salvarme la vida si va a hacerme daño?
2
Dos meses después
Me recojo el cabello en una cola de caballo y la sujeto con un elástico
al subir al autobús. Está atestado de cuerpos y me apretujo en medio
asiento vacío, junto a una gran mujer que invade el espacio restante. Menos
mal que mi trasero es más pequeño que el suyo. Con los brazos alrededor
de su bolso de cuero marrón, no quita los ojos del lector electrónico y me
arrastro hasta el borde del asiento, con los pies peligrosamente cerca de
hacer tropezar a cualquiera que se dirija hacia el pasillo.
El viaje hacia la ciudad debería ser corto, pero es largo gracias al
tráfico. He vivido en Perth cinco meses, me mudé aquí desde Melbourne
después de completar mi licenciatura en Medios de Comunicación. No estoy
18 del todo segura de cómo me enfrenté a la competencia y gané el período de
prácticas como periodista en Belle de Jour, ni de cuánto tiempo puedo
mantenerme el trabajo sin colapsar en un lío o saltar de un precipicio. El
hecho de que la popular revista mantuviera abierto el período de prácticas
para mí mientras pasaba tiempo en el hospital, y luego las semanas
siguientes, cuando me tomé un tiempo libre, refuerzan mi confianza. Debo
haberles impresionado de alguna manera en los meses previos a mi crisis y
este voto de confianza se suma a mi determinación de seguir adelante con
mi vida.
Me estremezco, pensando en el día en que casi me convierto en una
historia en las noticias locales. ¿Enferma? Visita a profesionales médicos, te
darán medicamentos y lo arreglarán. ¿Verdad? No. Si hubiera una píldora
mágica, ¿por qué harían nuevas todo el tiempo? Luché contra lo que ahora
sé que es depresión durante años de niña, con estados de ánimo de
adolescente más oscuros y profundos que los de mis amigos, mi realidad
oculta a todo el mundo menos a mi mejor amiga, Erica. Ahora está en el otro
lado del país. Me mudé sola a Perth y comparto una casa con extraños que
se han convertido en amigos nuevos, pero estoy sola sin Erica.
Mi mundo laboral está lleno de los hermosos y famosos rostros y
cuerpos aerografiados que aparecen en los anuncios de las revistas, además
de artículos sobre las últimas dietas o posiciones sexuales. Las mentiras
atraen a los lectores y los engañan sobre que pueden lograr esta realidad,
que este mundo existe y que deben emular la vida a toda costa. Me suscribo
a la mentira yo también, comparando mi apariencia y estilo de vida con los
que me rodean y han tenido éxito. Actúan como si fueran felices y libres,
pero están atrapados en el mundo falso del que forman parte.
Ver la fábula que se construye a mi alrededor tiene el efecto contrario
de lo que pretendía; en lugar de ver más allá de la transparencia, utilizo las
mentiras para golpearme a mí misma. Soy alta y naturalmente esbelta con
lo que mi abuela llama constantemente una “cara bonita”, pero todo lo que
veo son mis defectos. Mi cara menos simétrica, el bulto en mi largo y castaño
cabello que me impide lograr el aspecto elegante sin alisarlo con pinzas, y
realmente odio mis rodillas. Sí, mis rodillas. Me peso todos los días, lo cual
es ridículo porque mi peso no ha cambiado en años. El otro día noté que se
formaban líneas en mi frente de veintiún años, lo que no me sorprende
considerando la cantidad de preocupaciones que tengo. A este paso, tendré
Botox antes de los veinticinco.
Nadie en mi vida de ahora se da cuenta de lo obsesionada que estoy.
Nadie más que Guy ha visto más allá del cuadro brillante que pinto de mí
misma. La verdadera Phe está con los recuerdos de muerte y oscuridad,
sellados de nuevo.
Para distraerme de los pensamientos invasores, reviso los correos

19 electrónicos del trabajo en mi teléfono. Suena una alerta de mensaje y lo leo.


¿Ya has escrito tu lista de cosas que hacer?
Guy me envía mensajes de texto todos los días; al principio era
semanal y luego más frecuente a medida que pasaba el tiempo. Han pasado
dos meses desde nuestra extraña reunión y no nos hemos visto desde
entonces, aunque estemos en la misma ciudad. El tipo se ha convertido en
un amigo, del tipo distante que nunca se ve, pero que siempre está ahí para
hablar fuera de la vida real. No es que hablemos mucho, y él nunca habla
de sí mismo, la mayoría de las veces se fija en cómo voy yo.
Guy me está presionando para que empiece mi lista de cosas por
hacer, como prometí.
El principio de mi lista está escrito en un bloc de notas en casa. Guy
quiere que nos encontremos, comparemos y veamos si hay algo que
podamos hacer juntos. Soy cautelosa. La relación entre nosotros no puede
ir más allá de esta extraña conexión subyacente a todo. Es parte de una
noche que preferiría olvidar.
¿Aún no has completado toda la tuya?, respondo.
Ni siquiera cerca. ¿Cuánto tiempo le queda? Comparémosla.
Continuémosla. Compláceme.
Echo un vistazo a los viajeros, vestidos de negocios y cansados incluso
a las 8.30 de la mañana, atascados en su rutina. Mi vida futura. El autobús
se detiene y la bolsa de la señora se cae de su rodilla, derramando el
contenido sobre el piso. Meto el teléfono en mi bolso y me agacho para
ayudarla. Ella frunce el ceño, sin mirarme a los ojos, y agarra el paquete de
pañuelos que le entrego. No se ofrecen agradecimientos ni reconocimientos.
Saliendo del autobús, me empujan, un tipo me pisa y luego me
empujan por la calle en dirección al edificio de diez pisos en el que trabajo.
En el camino, paso por la cafetería y espero en la fila mi café moca de la
mañana. Ross, el camarero que siempre tiene una sonrisa para mí, está
sirviendo, sus profundos ojos marrones brillan con diversión mientras
tropiezo con mis palabras. Tiene ese efecto en mí. En cuanto miro a los ojos
marrones oscuros que hacen juego con el chocolate que rocía sobre mi café
de la mañana, me pierdo.
Tal vez sea mi falta de citas recientes, pero fantaseo con su boca llena
en mis labios y los dedos delgados que rozan los míos cuando me da la taza,
acariciándome la piel. Ocasionalmente, capto su aroma; café y vainilla, con
un toque de colonia cara. Una vez, al pasar por un centro comercial, pensé
que olí la marca. Volví a la sección de fragancias masculinas y repasé una
selección antes de que la mezcla de olores confundiera mi cerebro y me
avergonzara darme cuenta de lo que estaba haciendo.

20 —Para ti, querida Phe —dice con una sonrisa, palabras que deseo
sean sólo para mí, pero se las dice a todas las chicas que pasan por aquí.
—Gracias.
Un día diré algo más que mi pedido, mi nombre y un “gracias” a Ross,
pero en la fila llena de clientes no hay tiempo para charlar. Así que le
devuelvo su sonrisa con la falsa confianza que descansa en mi superficie y
me voy.

***

Bolígrafo rojo cubre el papel del escritorio frente a mí, oscureciendo la


mayoría del texto mecanografiado. Mi cuerpo se inunda de estrés, el cual se
procesa en frustración y luego las lágrimas amenazan con aparecer. Mi jefa,
Pam, podía elegir otro color o usar lápiz. Las palabras garabateadas en rojo
se burlan de mí, especialmente el “NO” y “RE—ESCRIBIR” en mayúsculas.
Pam comenzó a trabajar en Belle de Jour en las semanas que estuve
fuera; mi jefa original, Nora, fue reclutada por un editor más grande en
Sydney y se fue de repente. Si hubiera conocido a Pam en mi entrevista
inicial, dudo que hubiera aceptado el trabajo. Pam sabe que tengo suerte de
tener el trabajo, más aún desde mi ausencia, y se aprovecha de mi gratitud.
Intento mantener la cabeza baja hasta que haya demostrado mi valía, pero
morderme la lengua se hace cada día más difícil.
Mis tareas diarias son todo lo que Pam no se puede molestar en hacer:
contestar sus correos electrónicos, contestar sus llamadas telefónicas e ir a
por el almuerzo en la tienda de delicatessen más cercana. Después de
grandes insinuaciones mías acerca de aprender a escribir artículos, Pam
cedió y me lo permitió, pero sobre algo que ella eligiera. Emocionada por la
posibilidad de escribir mi primer artículo, mi corazón se hundió cuando me
dieron una lista de productos faciales para escribir una comparación.
Este es mi cuarto borrador.
¿Cuán difícil puede ser escribir un artículo comparando
correctamente cremas hidratantes y sueros?
Miro alrededor de la oficina de planta abierta, que está medio vacía,
la mayoría de la gente en reuniones de las que no tengo conocimiento.
Debería estar vigilando los teléfonos, pero el rojo del papel me roba la
paciencia y tomo mi bolso. Dirigiéndome a través del costoso cuarto
amueblado, más allá de las fotos de las portadas de las revistas, los premios
y los elogios, llego al ascensor.
Una lágrima se me escapa del ojo y limpio la gota con un dedo,
21 maldiciendo. Mi maquillaje se me correrá por la cara si no me controlo.
En el vestíbulo, hago una pausa y saco el teléfono.
Comparemos.
Le doy a enviar el mensaje para Guy.
3
Las mesas fuera del pequeño café se alinean en las aceras,
amontonadas en una pequeña franja; rodeadas de sillas de metal que se
pegan a las piernas en pleno verano en Perth. Aquí no hay menús, sólo un
pizarrón con comida y bebida en el interior del oscuro edificio de paneles de
madera. Los lugares cerca de mi lugar de trabajo están de moda, este está
en el borde del suburbio y es popular entre los lugareños. Después de
arreglar el encuentro con Guy, me tranquilicé y volví arriba a trabajar.
Varias horas después, lo espero. Esto es con poco tiempo; ¿vendrá?
Mientras me siento con mi vaso de agua con gas, me doy cuenta de
que no sé en qué parte de Perth vive Guy, ni cuán lejos le he pedido que
viaje. Después de media hora de espera, muevo mi silla para estar bajo la
sombrilla de lona negra y alejada del fuerte sol.
22 Aparece Guy y entrecierro los ojos contra la brillante luz del sol
mientras se acerca con un paso relajado a su andar. Una jovencita en una
mesa cercana lo mira dos veces a su paso. Guy destaca entre los demás
peatones, más alto que la mayoría, con su cabello rubio oscuro tocándole el
borde de la mandíbula, los músculos de sus brazos bronceados moldeados
por las mangas azules de su camiseta. No presté toda mi atención el día en
las sombras, pero este tipo, este hombre, es sexy. Se me seca la boca cuando
me alcanza y, tan pronto como sus ojos azules oscuros se encuentran con
los míos, mi ritmo cardíaco se acelera.
No esperaba esta reacción hacia él.
Guy saca una silla de debajo de mi mesa y se sienta enfrente.
—Hola, chica hermosa.
Arrugo la nariz, pero su tono sugiere que éste es su saludo habitual
para las mujeres.
—Hola, Guy. ¿Cómo estás?
Guy saca una cartera de lona del bolsillo de su pantalón corto.
—Qué dama tan educada. Estoy muy bien, ¿y tú?
¿Se está burlando de mí?
—Bien, gracias.
Sus ojos azules capturan de nuevo los míos, arrugándose en los
bordes mientras me sonríe.
—Mentirosa. ¿Qué quieres beber?
—Estoy bien. —Indico el vaso de agua y él asiente.
Semanas de comunicación por mensaje han llevado a una especie de
amistad, pero nunca esperé que se comportara como si fuéramos viejos
amigos reunidos para tomar un café rápido. ¿Mencionará lo que pasó la
última vez que nos vimos, porque esta reunión es como si nada hubiera
pasado?
La condensación baja por el cristal y veo caer las gotas mientras
espero a que vuelva. Nuestro segundo encuentro cara a cara y su
indiferencia concuerdan con mis nervios. ¿Se encuentra con muchas
chicas? ¿Es por eso por lo que está relajado con la situación?
Guy regresa y se acomoda en su asiento con una botella de Coca-Cola
al viejo estilo, luego saca un pedazo de papel de sus pantalones cortos.
Sonrío por la imagen, mi trabajo me sigue a todas partes porque delante de
mí hay un hombre salido directamente de un anuncio de felicidad veraniega.
Chicos bronceados en la playa riendo con chicas vestidas con bikinis,
comiendo comida rápida y bebiendo refrescos llenos de azúcar. Modelos con
23 cuerpos que no pertenecen a personas que comen mucho y definitivamente
no hamburguesas. Todo lo que tiene que hacer Guy es perder su camiseta
y habrá marcado todas las casillas.
—¿Soy gracioso? —pregunta, desplegando el papel.
—No, me recuerdas a alguien.
—¿Oh?
—Sólo a un tipo —digo con una media sonrisa.
Sacude la cabeza.
—Sabía que había sentido del humor en alguna parte.
Me relajo de nuevo en mi silla, y mi miedo de que esto sería incómodo
se disipa. El comportamiento de Guy se ajusta a sus mensajes, alegre y
amistoso, sin ningún indicio de la rareza que subyace en nuestra relación.
—Gracias por reunirte conmigo —le digo.
—¡Por fin! —Aleja una hebra de su cabello, fijándome con sus ojos de
agua profunda—. Empezaba a pensar que me estabas dejando de lado y que
no volvería a verte.
—¿Dejando de lado?
—A la lista de cosas por hacer. Estamos haciendo algo juntos,
¿recuerdas? —Sacude el papel hacia mí—. Estoy deseando divertirme
contigo, Phe.
Levanto bruscamente la mirada. Un hombre como él podría, sin duda,
persuadir a cualquier chica con pulso para que se divierta con él, pero la
insinuación no se corresponde con ninguna expresión que pueda sugerir
que va en serio.
—Te ves infeliz. ¿Estás bien?
—Mejor que la última vez que nos vimos.
—Eso no es difícil, ¿verdad? —Toma un trago de su bebida—. No
puedes esconderte detrás de los mensajes de texto cuando estamos cara a
cara.
—Estoy bien, Guy. Estrés diario normal. Cosas del trabajo. —Bajé la
voz—. Sabes que tengo ayuda. Las cosas son diferentes. Estoy mejorando y
los pensamientos oscuros se han ido.
Guy me escudriña, y el mundo exterior se desvanece, devolviéndome
a la última vez que miró dentro de mi alma y me devolvió a la realidad. Vacía
de los pensamientos que controlaban mi mente esa noche, otros me inundan
24 en su lugar.
¿Quién es él?
¿Qué lo está matando?
¿Por qué no puedo dejar de imaginarme cómo es debajo de su
camiseta?
¿Por qué quiere conocerme?
Guy se muerde el labio inferior, sus propios pensamientos guardados.
—Sácala.
—¿Perdón?
—Tu lista. Por eso estamos aquí, ¿no?
—Oh, cierto. —Levanto mi pequeño bolso negro y meto la mano hasta
el fondo—. Lo siento.
—Está bien, soy toda una distracción.
Por supuesto, luciendo como lo hace, Guy tiene que ser un tipo con
amor propio. Le doy una pequeña sacudida de mi cabeza y me guiña el ojo.
Mi pequeño bloc de notas en la mesa contrasta con su página hecha
jirones en los bordes, la gran mancha negra mucho menos legible que mi
letra cuidadosamente impresa.
—¿Las leemos en voz alta? —pregunta Guy.
Mi silla está a centímetros de tocar la de atrás y hay demasiada gente
al tanto de lo que promete ser una conversación muy extraña.
—No.
—Te enseñaré la mía si me enseñas la tuya. —Su boca se tuerce con
diversión.
—¿En serio, Guy?
—Se tenía que decir. —Extiende la mano con la palma hacia arriba—
. Muéstramela.
Mientras Guy toma mi bloc de notas, empuja su lista sobre la mesa.
Leemos en silencio y su lista me intriga:
1. Nadar con tiburones.
2. Pasar la noche cazando fantasmas.
3. Visitar Hawái.
4. Aprender otro idioma.
5. Hacer paracaidismo.
6. Ver el cuadro de Van Gogh “Girasoles”.
25 7. Ver una estrella fugaz.
8. Ver cómo cae la nieve.
9. Salvarle la vida a alguien.
10. Enamorarme.
Los números dos y nueve están tachados.
—¿Entonces no las haces en orden? —pregunto.
Guy levanta la mano en un gesto para silenciarme y para indicar que
aún está leyendo, sus labios fruncidos. Se acaricia la barbilla en una
exagerada pose de profesor de meditación.
—Interesante...
—¿Qué? —Esto no es un diario, pero siento como si las palabras en
la página no debieran ser compartidas.
—Uno de nuestros ítems coincide. Casi dos. “Ver una estrella fugaz”
es una noche juntos “Durmiendo bajo las estrellas”. —Pasa un dedo por la
lista—. Estas son muy femeninas: “Nadar con delfines” y “Beso bajo la
lluvia”.
—¿Me estás juzgando? ¡Mira la tuya! ¿Cazar fantasmas? ¡Al menos
planea algo alcanzable!
—Sí, lo intenté en la prisión de Fremantle. Nunca encontré ninguno.
Quizá cuando vayamos a Inglaterra lo intente en otro lugar.
—¿Nosotros?
—La pintura que quiero ver está en Inglaterra, nos vamos a Inglaterra.
—¡Nunca dije que haría mi lista contigo!
—No todo, sólo los que coinciden. —Se aleja el pelo de la cara mientras
lee—. Mira, puedo enseñarte a surfear y ayudar con el tatuaje, conozco
algunos buenos artistas. —Guy se levanta el borde de la camiseta, revelando
sólidos abdominales decorados con las palabras omnia causa fiunt 1. Me
quedo mirando, sobre todo a sus músculos, para ser honesta, antes de que
su camiseta caiga.
—¿No deberíamos hacer la tuya primero, si no tienes... mucho
tiempo? —le digo.
El rostro de Guy se oscurece y da golpecitos con los dedos en la mesa.
Tal vez no debí haber dicho nada. Guy no parece enfermo, su apariencia es
más vivaz que la de gente con la que me cruzo en la monotonía de mi trabajo
de nueve a cinco. Apenas nos conocemos; cualquier enfermedad que tenga
no es asunto mío. Si quisiera decírmelo, lo haría.
26 —Sí. Cierto. Pero te llevo dos de ventaja y tienes que ponerte al día.
Algunas las podemos terminar rápido, localmente. ¿Con qué quieres
empezar? —Estudia mi lista otra vez—. Esta es fácil. “Pedirle una cita a un
extraño”. Por cierto, yo no cuento.
—¡Esto no es una cita! Además, me lo pediste hace semanas.
—Sí, pero dijiste que no. Tú me pediste que nos reuniéramos hoy.
—Esto sigue sin ser una cita; solo es una reunión entre... —Hago una
pausa. ¿Entre qué? Una chica que casi saltó a su muerte y el hombre que
la detuvo—. Amigos.
—Compañeros de viaje.
—Si viajo contigo.
—Podemos viajar juntos completando nuestras listas —dice, y me
devuelve mi cuaderno—. Tu nueva vida y la mía. ¿Qué te parece?
Mórbidamente quiero saber por qué y cuándo morirá. ¿Y si le han
dado un año y se le acaba el tiempo porque los médicos están equivocados?
—Así que tienes que viajar pronto —le digo.

1 Todo sucede por una razón.


—Más o menos pronto, pero ahora estamos a finales de enero y no
quiero visitar Inglaterra en invierno.
—Es el mejor momento para ver caer la nieve.
—No, puedo verla en Australia, en los campos de nieve del este. Un
verano inglés suena mejor. ¿Puedes en julio?
—No estoy segura.
—Si no puedes permitirte el viaje, lo pago yo.
La insistencia en su conducta de la noche en mi oscuridad vuelve y
me aferro a mi asertividad.
—¿Qué? ¡No!
Se encoge de hombros.
—Estoy forrado, más vale que lo gaste todo antes de irme. —No puedo
evitar estudiar su camiseta descolorida y los pantalones cortos negros y
azules—. Sí, no estoy vestido como si tuviera dinero, lo sé. —Golpea sus
sandalias hawaianas negras contra sus pies bronceados—. Tengo la versión
de diseño de mi calzado falso.
—Muy genial.
27 —Lo soy. —De nuevo, la sonrisa brillante, pero sus ojos no coinciden.
Dreno mi vaso y limpio la condensación de mis manos sobre mi falda.
—¿Otra? —pregunta.
—No, gracias, tengo que volver al trabajo.
—¿Ya has tenido suficiente de mí? —Arquea una ceja—. ¿Dos meses
de no vernos y esto es todo lo que consigo?
—Parece que pasaremos un poco de tiempo juntos —le dije.
—Tengo todo el tiempo del mundo para ti, Phe. —Alarmada por la
intensidad, ante este impresionante hombre deseoso de pasar el tiempo que
le queda conmigo, lucho contra el inusual rubor que me salpica las mejillas.
—Me siento halagada —respondo.
—Entonces, ¿estás lista para esto? Tú y yo, ¿salir un paso de la vida
de vez en cuando?
—¿Qué quieres decir?
—Tengo una lista, tú también. Necesito algo en mi vida que me
distraiga de la mierda y tú también. ¿Qué tal si también nos conocemos
mejor? Podría ser divertido.
—¿En serio? ¿Qué tipo de diversión tenías en mente?
Sonríe, revelando sus sexy hoyuelos.
—Lo que sea que te guste hacer.
¿En el dormitorio o fuera? No voy a seguir esa línea de pensamiento.
Acabo de conocer al tipo. El verdadero Guy. Claro, Phe, ¿cuánto tiempo crees
que resistirás la presencia sexual que tararea alrededor de este hombre?
Guy golpea mi bloc de notas.
—Diez cosas. Te reto a una este fin de semana. Hoy es lunes, llámame
más tarde esta semana y dime qué ítem has elegido.
—¿Ya?
—Que sea bueno. —Bebe profundamente de su botella, el hombre de
las páginas de una revista con su historia de portada tan brillante como la
mía. En mi experiencia, la gente sociable a menudo rema furiosamente bajo
el agua y, en el caso de Guy, sé que esto es cierto.

28
4
1. Hacerme un tatuaje.
2. Dormir bajo las estrellas.
3. Visitar Londres.
4. Nadar con delfines.
5. Beso bajo la lluvia.
6. Asistir a un baile de máscaras.
7. Aprender a surfear.
8. Escribir y publicar un libro.
9. Pedirle una cita a un extraño.
29 10. Enamorarme.

Estiro la página que he arrancado de mi bloc de notas y la coloco en


el refrigerador con un imán azul redondo, sonriendo ante la loca lista.
Imagina cómo reaccionarían mis abuelos a algunas de estas cosas. Mi
compañera de casa, Jen, deambula por la cocina, una ola de perfume floral
anunciando su llegada.
—¿Has visto mi teléfono? —pregunta.
Su cabello rubio platino se adapta al estilo de los años 50. Pasa una
cantidad desmesurada de tiempo perfeccionándolo, su rostro
cuidadosamente maquillado para que coincida con su imagen.
—Ahí. —Apunto al teléfono medio enterrado bajo el correo de hoy.
—¡Gracias!
Jen está sosteniendo un par de tacones rosados; su sentido ecléctico
de vestir refleja su trabajo en una boutique retro cercana. Esta noche su
atuendo consiste en pantalones de capri negros apretados y un top rosa
caramelo con escote de corazón.
Deja caer al suelo un zapato rosa a juego y mete el pie. —¿Qué piensas
de esto? —Mueve el pie.
—Muy bonito.
Jen se adelanta y examina mi lista.
—Esto es interesante. ¿Qué es?
—Una lista de cosas que hacer.
—¡Eso es genial! ¿Ya has hecho algo de aquí? —Pasa una uña larga a
lo largo del papel—. He hecho tres de estas.
—¿En serio?
Señala a su brazo, donde la chica pin-up a color se asoma por debajo
de las mangas de su blusa.
—¡Varias veces para algunos de ellos! Tatuajes, pedir citas a chicos.
—¿Los tatuajes duelen mucho?
—Depende. ¿Por qué? ¿Es lo primero que quieres hacer en la lista?
Empieza con un pequeño tatuaje si lo haces.
—¿Empezar?
Agarra su teléfono del mostrador.
—Oh, sí, una vez que tengas un tatuaje querrás más.
Tal vez no tantos como Jen, cuyo cuerpo está cubierto de un lienzo
30 entintado brillante.
—Casi lo olvido. Tuviste una llamada antes. Lo dejé sonar hasta que
salió la máquina contestadora. ¿Por qué no le das a la gente tu número
móvil?
Puedo adivinar quién, sólo una persona lo hace.
—Sí, a mi abuela no le gusta llamar a mi móvil.
—De acuerdo. Raro, pero justo. Te veré más tarde. —Hace una
pausa—. ¿A menos que quieras salir esta noche?
—¿Vas a ver a Cam?
Jen y Cam, su novio, normalmente están pegados por la cadera, su
relación se ha intensificado en el poco tiempo que los conozco. Algunos días
me pregunto por qué no se muda; está en casa a menudo.
—Sí, pero no sólo él. Nos reuniremos con unos amigos para cenar.
—Gracias, pero estoy cansada.
Jen frunce el ceño.
—Tienes que salir más.
—Eso es lo que sigues diciéndome.
—Eso debería sacarte de aquí. —Jen apunta a la nevera—. Pero
apenas sales de casa aparte del trabajo, así que ¿cómo diablos vas a ir a
Londres?
—Me las arreglaré. —Me doy la vuelta, irritada por su juicio. Sé que
tengo que sacar más de la vida, pero no tengo idea de cómo empezar.
Centrarme en dejar mi marca en el trabajo me quita tiempo, el éxito es
importante y, si necesito quedarme hasta tarde para terminar, lo hago. La
vida social puede esperar.
Con un grito de despedida, Jen se va y la puerta se cierra de golpe
detrás de ella.
Miro la luz parpadeando en el contestador. No sé por qué la abuela no
puede usar mi número de móvil. Erica lo hace, me envía mensajes con
frecuencia y charlamos a diario. Está preocupada, pero más feliz ahora que
los nuevos medicamentos están funcionándome. El oscuro manto de tristeza
ha desaparecido, pero el miedo nunca está lejos, royendo los bordes de mi
vida, esperando la oportunidad de escabullirse en ella.
Sin inspiración para cocinar cualquier otra cosa, saco las sobras de
anoche de la nevera y, mientras caliento la lasaña en el microondas, vuelvo
a leer la página.
31
5
#1 Hacerme un tatuaje

No conozco a Guy, aparte del hecho de que anda por lugares de


suicidio con ramos de flores. Esto es suficiente para ponerlo en la cesta de
“extraño” en mi cabeza y, a pesar de su apariencia externa, no quiero que
sepa dónde vivo hasta que lo conozca mejor. En cambio, el sábado por la
mañana nos encontramos en un estacionamiento a la vuelta de la esquina
de la cafetería. Pasé las últimas noches investigando sobre tatuajes, y ahora
me he preparado para tachar la primera cosa de mi lista.
Guy lleva la misma ropa que a principios de semana y está más pálido,
con ojos enrojecidos.
32 —¿Noche tardía? —le pregunto.
—Más o menos. —Hace girar las llaves de su auto alrededor de su
dedo antes de hacer clic en el mando a distancia. Las luces parpadean en
un deportivo Audi rojo y me detengo.
—¿Ese es tu auto?
—Te dije que estaba forrado.
Esa es la primera verdad confirmada y la primera de mis dudas
disipadas. Tal vez tenga que aceptar que es honesto.
—¿Dónde trabajas?
—No lo hago. Entra.
La capacidad de la gente para silenciarme con respuestas cortas es
algo con lo que tengo que aprender a lidiar y aprender a presionar para
obtener respuestas de su parte. Una de las cosas más irritantes en la vida
es pensar en réplicas inteligentes varias horas más tarde.
—Así que tienes mucho tiempo libre.
Frunce el ceño.
—Phe. Eso no es amable. —Me pongo roja y él ríe—. ¡Bromeo! Lo hago,
pero lleno mi tiempo con las cosas que amo.
—¿Surfeando?
—No surfeo.
—Pero pareces un surfista. Y dijiste que podrías enseñarme.
—Quiero decir, ya no surfeo, un amigo fue capturado por un tiburón.
—Guy abre la puerta y me mira a través de la capota negra del auto.
—Oh, Dios mío, ¿en serio? ¡Lo siento mucho! —Guy se muerde el
labio, luchando con una sonrisa.
—Te estás burlando de mí otra vez, ¿no?
—Sí. Mi misión es enseñarte a no dejar que la gente haga eso. No le
des poder a la gente sobre ti, Phe. —Se sube al auto—. Hago surf. Mucho.
Cuando me uno a él, me preocupa que baje la capota; el calor del
verano se ha acumulado en los últimos días, un verdadero verano en Perth
apoderándose de la ciudad.
—Eso es lo que me preocupa del surf. Los tiburones. —Y el agua.
—Estarás en buenas manos conmigo. —Guy enciende el motor, y la
música fuerte llena instantáneamente el auto. Cuando parpadeo ante el
volumen, lo baja.
—¿Por qué quieres nadar con tiburones? —pregunto.
33 —¿Por qué quieres nadar con delfines?
—Porque me han encantado desde que era una niña pequeña, fuimos
a Sea World dos veces y vimos el programa. En cada actuación, los
adiestradores eligen a niños para alimentar y acariciar a los delfines, pero
no a mí.
—Ay. Pobre de ti —dice, y me erizo con su tono desdeñoso—. No me
gustan los delfines. Prefiero los tiburones.
—¿No te atacarán si te metes al agua con ellos?
—No. No tengo tan buen sabor.
Apuesto a que sí.
Guy maniobra el auto hasta la calle y enciende de nuevo la música, y
la estación del ranking de éxitos locales resuena, terminando la
conversación.
Escondido en un polígono industrial, entre un distribuidor de
aparatos de aire acondicionado y un almacén de fontanería, los cráneos del
pequeño estudio de tatuajes pintados de negro parecen fuera de lugar. Sin
Guy, dudo que hubiera encontrado esto.
Guy sale y camina por el costado del auto y, antes de que tenga la
oportunidad de hacerlo, me abre la puerta.
—Gracias —digo, sorprendida por su caballeroso gesto.
Después de la frescura del auto, la humedad me inunda y agradezco
haberme puesto un vestido corto de verano. Guy se rasca la cabeza.
—¿Dónde te vas a hacer el tatuaje? —Indica la longitud de mi cuerpo
con la mano—. Porque no quieres tener que desnudarte. Pantalones cortos
y la camisa habrían sido mejor.
—¡En mi clavícula! —replico.
—Lástima. —Se aleja a zancadas.
El hecho de que Guy acabe de insinuar que quiere verme desnuda
deja momentáneamente en blanco el miedo de que alguien vaya a
perforarme la piel con una multitud de agujas.
Dentro del estudio, fotos de los tatuajes de los clientes y ejemplos de
arte cubren las paredes de color rojo brillante. Una chica con el cabello azul
y una manga de tatuajes emergiendo de su camiseta negra y holgada levanta
la mirada.
—Hola. ¿Tienen una cita?
Aprieto mi bolso, sintiéndome como si hubiera entrado en la sala de
espera de los médicos, aunque no es como ninguna recepcionista médica
que haya visto.
34 —Hola, Lola. Wes nos está esperando —dice Guy, y me señala.
Lola me echa un vistazo.
—Dios, espero que no quiera un símbolo del infinito en la muñeca, o
una Cruz del Sur, Wes se negará.
—No, ella no lo quiere —replico.
Un hombre de mediana edad con el cabello rapado aparece en la
puerta; cuando divisa a Guy, lo agarra en un abrazo de oso.
—Oye, amigo, ¿cómo te va?
Guy le da palmadas en la espalda.
—No estoy tan mal. ¿Tú?
—¿Esta es la virgen? —le pregunta Wes a Guy, y me mira.
A pesar de los fuertes intentos de no hacerlo, me vuelvo de un color
rosa brillante. El tipo arquea una ceja.
—Virgen de tatuajes, quiero decir —dice Wes con una risa entre
dientes—. Entra, cariño. —Señala la puerta abierta.
—¿Quieres que te tome de la mano? —pregunta Guy—. Estás pálida.
¿Estás preocupada?
—No. Estoy bien.
Cuando paso a Guy, se inclina.
—No agregaste eso a tu lista —susurra.
Tiemblo contra su aliento haciéndome cosquillas en la oreja.
—¿Agregar qué?
Da un paso atrás y cruza los brazos.
—El carnet de virgen, Phe.
—¡Cállate! —espeto—. ¡No hagas suposiciones sobre mí!
—Qué propia eres. ¿Alguna vez maldices? Si yo fuera tú, me habría
dicho que me fuera a la mierda.
Me enderezo y lo miro a los ojos.
—Lo haré si haces más comentarios como ese.
Guy niega con la cabeza con otra sonrisa y luego se da la vuelta.
—Oye, Lola. ¿Puedes echar un vistazo y sugerirme dónde debería
poner mi próximo tatuaje?
—¿Mirar dónde? —contesta ella, levantando la vista de su teléfono.

35 —Donde quieras. —Se apoya en el escritorio y barre su cuerpo con


una mano, señalando la longitud de su cuerpo.
—Claro, Guy. ¿Por qué no le preguntas a tu novia, en su lugar? —Me
apunta con su teléfono.
Espero la respuesta de Guy con interés, pero Wes me lleva a través de
una puerta negra antes de que responda.
El sofá de la habitación de Wes me recuerda a mi médico de cabecera
local, gris y cubierto de papel blanco. Dios mío, ¿sangraré por todas partes?
La estrecha habitación está cubierta de más fotos y hay un pequeño
escritorio sosteniendo una carpeta grande y marcos de fotos que contienen
fotos de niños sonrientes.
—¿Necesitas ayuda para elegir? —pregunta Wes.
Este hombre es un anuncio de su arte, la tinta extendiéndose a través
de cada centímetro expuesto de piel, una mezcla de colores e imágenes que
tomaría un buen estudio descifrar. Se detienen en su cuello, donde un
cráneo rojo y negro decora el frente.
—No.
Después de las últimas noches de búsqueda en Internet, cuando
apareció el diseño que elegí, supe de inmediato que quería éste. Le muestro
a Wes la imagen en mi teléfono. Entrecierra los ojos ante la imagen y gime.
—Uno común. Tengo esto en mi libro.
Recostándose en su silla y extendiendo la mano por encima de su
cabeza, arrastra una carpeta grande y abre en una página con ilustraciones
de diferentes pájaros.
—¿Así? —pregunta, y señala una serie de pequeños pájaros negros
volando.
—Sí, exactamente así.
—¿Cuatro?
Asiento. Pueden ser un cliché, pero significan algo para mí.
Tragándome los nervios, miro su máquina de tatuajes en la esquina.
—Relájate, cariño, son pequeños, no tardarán mucho.
—¿Será doloroso?
—Depende de dónde lo pongas. —Paso mis dedos a lo largo de mi
clavícula hasta mi hombro y arruga la nariz—. Hueso. No prometo nada pero
con más carne es normalmente más fácil. Pero todos son diferentes. Déjame
hacer una plantilla con el diseño.
Wes se concentra en trazar su dibujo mientras yo me siento en el
borde del sofá y balanceo las piernas. ¿Por qué tuvo que decirme que
36 dolería? Por supuesto, hacerte un tatuaje dolerá, Phe.
El ruido y la vibración es la mayor sorpresa, las agujas apenas las
siento. Una sensación de escozor se extiende a través de mi piel. Wes intenta
charlar, pero desconecto, cierro los ojos y considero lo que estoy haciendo.
Todas mis esperanzas y planes habían sido cuidadosamente
empujados a lo más profundo de mi mente por la tinta negra de mis
pensamientos. Los cuatro pájaros que vuelan desde el borde de mi clavícula
hasta mi hombro representan la libertad de mi jaula autoimpuesta. El
tallado de imágenes en mi cuerpo estropea la perfección que anhelo, este
tatuaje es un paso hacia una identidad de la que me escondo. Escribir una
lista de cosas por hacer es un reconocimiento de un futuro que negué que
tenía mientras me hundía bajo las arenas movedizas de mi presente.
¿Qué me impulsó a escribir una? ¿La persistencia de Guy? O fue cada
uno de sus fastidiosos mensajes un recordatorio de que tengo lo que él no:
una oportunidad de vivir mi vida. Una vez más, me hago a la idea de lo que
le pasa. Nunca he conocido a alguien que se esté muriendo, no a alguien
joven, de todos modos.
Y yo. ¿Cuánto tiempo funcionará el medicamento esta vez? ¿Y si mi
cerebro intenta matarme de nuevo?
—Hecho. —Wes me toca suavemente el pecho con una toallita húmeda
y examina su trabajo antes de agarrar un espejo—. Aquí tienes.
La piel enrojecida del procedimiento rodea los pequeños pájaros
negros, uno volando cerca de una peca que nunca noté que tenía allí. No
tuve en cuenta lo visible que sería esto. El tatuaje no se cubrirá con ropa de
verano y solo unas semanas al año con suéteres de invierno.
De vuelta en la tienda, Guy se sienta en el borde del escritorio de Lola,
charlando. ¿Coqueteando? Es difícil decirlo, Lola no responde. La imagino
más con un ciclista de cabello largo, pero ¿quién sabe? Mi lado periodista
se basa en los clichés de las revistas, no siempre útiles en situaciones
sociales.
Aun así, ella lucha con una sonrisa ante cualquier broma que él le
esté contando, y el encanto natural de Guy está ganando. Pero he visto la
profundidad oculta en sus ojos y sé que debajo debe estar luchando por
mantenerse a flote.
Sacudiendo mi obsesión por la muerte, me acerco. Los ojos de Guy se
fijan en mi tatuaje.
—Lindo tatuaje —dice—. Vamos.
¿Eso es todo? ¿Sin elogios por mi valentía y por empezar mi lista?
Irritada, le pago a Lola y lo sigo. Afuera, Guy descansa contra su auto con
el motor encendido.
37 —¿Almuerzo? —pregunta.
—Tengo cosas que hacer.
—¿Cosas?
—Cosas. —Como, no mostrar todavía mi tatuaje fresco al mundo.
—Estás mintiendo.
—Guau, está bien. Estoy mintiendo. —Me subo al refrescante frío de
su auto.
Guy salta a mi lado.
—Ven a mi casa, haré el almuerzo.
La suya. Toco distraídamente mi piel recién marcada.
—Um.
—¿Te preocupa que sea un acosador? ¿Un poco raro? —Arranca el
auto.
Sí. Tal vez.
—No. No lo sé.
Guy inclina la cabeza y me mira de una manera que me eriza los
cabellos del cuello porque en sus ojos descansa una conexión que niego.
—Me parece justo. Pero te salvé la vida, ¿por qué querría hacerte
daño?
Incómoda con la conversación, inclino los conductos de ventilación
para que soplen contra mi piel escocida.
—Cierto.
—Solo almuerzo. Nada más. Te lo prometo. Me gustaría pasar más
tiempo contigo, eso es todo.
—¿Dónde vives?
—Mosman Park.
Uno de los suburbios más caros de Perth.
—Oh. Muy bonito.
—Sí, lo es. Ven a echar un vistazo.
Escudriño su rostro, su expresión es amistosa pero esperanzadora,
me recuerda a un cachorro ansioso. A mi vida le vendría bien un poco de su
entusiasmo y admito que siento curiosidad por él. Tiemblo ante la fresca
temperatura mientras nos estudiamos adecuadamente por primera vez. Una
cosa es segura, mi ritmo cardíaco elevado no es por la ansiedad de estar a
38 solas con él, sino por el deseo de saber qué pasaría si lo estuviera.
La atracción por Guy se construyó a través de mensajes y su gentil
comprensión que me ayudó a superar los tiempos oscuros, no solo alejarme
del borde de las rocas, sino el hecho de que se tomó el tiempo para
mantenerse en contacto. Ahora que estoy sometida a su presencia física, la
atracción hacia él se intensifica. ¿Reflejan los ojos de Guy los mismos
pensamientos? ¿Quiero que lo hagan?
—Tengo algunas cosas que hacer esta tarde. ¿Qué tal si voy esta
noche? —sugiero.
—¡Buen plan!
Nos alejamos del polígono industrial y volvemos a los suburbios y, por
primera vez, hay una extraña tensión entre nosotros, una conciencia de
chico conoce a chica y chica no está del todo segura de los motivos del chico.
6
Conduzco a casa de Guy, esperaba que viviera en uno de los suburbios
más de moda, pero los alrededores están en desacuerdo con su imagen. Una
casa grande y ultramoderna en Mosman Park, entre médicos y millonarios
autodidactas, escondida en la cima de una colina. El tipo no estaba
mintiendo; sí que tiene dinero.
Estaciono a mitad de la calle, no sé adónde voy y, parada en el porche
de mármol de la casa de dos pisos, me siento incómoda. Claro, lo he visto
dos veces y Guy tiene secretos, pero yo también.
El timbre hace eco a través de la casa y Guy abre una de las puertas
dobles con vidrios. Está relajado, lleva vaqueros descoloridos y una camiseta
con rayas rojas y azules que parecen pintura, los pies descalzos. La sonrisa
con hoyuelos me conmueve cada vez, al igual que ser consciente de la
39 reacción de mi cuerpo hacia él. Comienza a igualar a Ross en mi deseo por
su toque. No es bueno.
Camina a través del brillante suelo de baldosas y vacilo antes de
quitarme las sandalias y dejarlas junto a la puerta. Hay una bicicleta
apoyada contra la pared, ensuciando la pintura blanca.
Sigo a Guy a lo largo del pasillo, a través de azulejos de mármol
inmaculados y pulidos y pintura que me da miedo tocar en caso de que
marque con huellas dactilares. La habitación se abre a una cocina funcional
pero de diseño, con utensilios ordenados colgados de un estante en la pared
y electrodomésticos de acero inoxidable relucientes.
—¿Vives en una casa piloto? —pregunto atónita por la falta de platos
vacíos que normalmente se encuentran en las casas de otros chicos que he
conocido.
—Tengo una limpiadora.
—Pero, aun así... ¿vives solo? —Le entrego la botella de vino tinto que
traje.
—Sí. ¿Qué tal ese tatuaje?
Coloco la punta de mis dedos sobre la tinta. Está respondiendo
escuetamente a mis preguntas otra vez.
—Bien. Gran lugar para tener para ti solo.
—Me gusta mi propio espacio —responde—. Son bonitos en ti.
Necesitas decirme quiénes son.
—¿Perdón?
Señala a los pájaros con la botella.
—Los pájaros. Hay cuatro. ¿Quiénes son?
—Solo pájaros. —La mirada que devuelve muestra que sabe que estoy
mintiendo, este hombre me lee fácilmente. Guy localiza un sacacorchos y
abre una botella de vino tinto. Toma copas del tamaño de una pecera de oro
de un armario con frente de cristal, también sin marcas de dedos, y nos
vierte una cada uno.
Entre el olor limpio y fresco de la pintura de la casa, falta algo. No
puedo oler la comida.
—¿Qué estás cocinando?
—¿Yo? Nada.
—Oh. Me invitaste a comer.
—Sí. —Guy saca un puñado de menús de papel del cajón de la cocina
y los deja caer sobre el mostrador—. ¿Qué te gusta?
40 Tomo el primero de la serie de menús. Tailandés. Y el siguiente, chino.
Al hojear me encuentro con indios, italianos, vietnamitas.
—¿Qué te gusta? —pregunto.
—No importa, tú eliges.
—No me importa. —Empujo la pila hacia él.
—Elige. —Los empuja de nuevo sin mirarlos.
—Sinceramente, no me importa.
Guy descansa contra el mostrador y cruza los brazos.
—Phe, toma decisiones.
—¡Lo hago! No me importa qué comer.
—Entonces no comemos. —Guy traga el vino.
Incómodamente, me muevo, debatiendo si irme.
—En serio, no me importa.
—Si estuvieras sola, elegirías lo que quisieras. No te preocupes por lo
que quiera yo.
—¡No lo estoy! —Niego con la cabeza hacia él—. Normalmente, cuando
voy a cenar a casa de alguien, cocinan ellos.
—Puedo cocinar, si quieres.
—No quise decir eso.
Guy saca tres menús y los alinea.
—Estos son mis favoritos. Me comprometo. Elige uno y yo decidiré qué
comeremos.
—Eres raro. Bien.
Después del altercado de las comidas, Guy ordena. Cuando llega la
comida china, vierte el contenido de los recipientes en grandes tazones
blancos para servir. Debajo de los brillantes focos de su cocina, sobre
taburetes en el mostrador, no es la más romántica de las comidas, pero esta
podría ser la razón por la que Guy eligiera el lugar. ¿Estoy malinterpretando
su interés?
—¿Por qué le diste tanta importancia a eso? —pregunto.
—Creo que necesitas aprender a ser más asertiva. Tengo la impresión
de que la gente toma muchas decisiones por ti. —Mezcla el arroz con el pollo
y la salsa de frijoles negros—. ¿Estoy en lo cierto?
—No soy agresiva por naturaleza, pero puedo defenderme sola,
41 gracias.
—No, pero no eres tan segura como pretendes.
Picoteó la comida.
—No sabes cómo soy.
—Sé que probablemente haces lo que la gente espera de ti para evitar
conflictos.
—¿Eres psicólogo o algo así?
Guy niega con la cabeza.
—No.
—¿A qué te dedicas?
—Te lo dije antes. Nada. —Llena las copas de vino—. ¿Tú?
—Escribo para una revista. —Es curioso cómo hemos hablado de todo
y de nada.
—¡Así es! Pero nunca me dijiste cuál.
—Belle de Jour.
Su boca se tuerce mientras lucha con una sonrisa.
—¿En serio?
—¿Qué es lo gracioso?
—El tipo de artículos en ese tipo de revistas... no puedo imaginarte
escribiéndolos. Seguro que no te tragas toda esa mierda. ¿Vida perfecta,
cuerpo perfecto, vida sexual perfecta?
Cambio mi atención al arroz, hablar de sexo con Guy hace que surjan
imágenes que a su vez causan un dolor que no necesito.
—No.
—No es un ambiente muy saludable para alguien como tú.
Permanecemos en silencio hasta que me doy cuenta de que ha eludido
mi pregunta.
—¿Qué quieres decir con que no haces nada?
—No trabajo.
—Pero tienes dinero. Este lugar es muy bonito.
—Tengo dinero, demasiado. Herencia.
—Correcto.
—Así que estoy viviendo lo que queda de mi vida hasta que eso me
alcance de nuevo.

42 La vaguedad de “eso” me tienta a preguntarle qué quiere decir, pero


no estoy segura de que deba. Guy tiene razón, necesito trabajar en mi
asertividad.
—Entonces, ¿qué haces todo el día?
—Vivir mi vida. Algunos días me gusta estar al aire libre: surfear,
caminar, lo que sea. —Apunta al techo con su tenedor—. Otros días me
quedo dentro todo el día. Pintura.
—¿Eres un artista? Eso explica tu camiseta. —Indico las manchas y
ahora que estoy más cerca puedo ver manchas azul claro en sus brazos.
—¿Lo soy? La verdad es que no. Nadie me enseñó nunca, solo me
gusta pintar a veces. Me despeja la cabeza.
—¿Puedo ver lo que pintas?
—No.
Parpadeo ante su brusquedad y Guy señala mi tatuaje.
—Ibas a decirme quiénes son.
Toco los pájaros negros.
—¿Cómo sabes que representan gente?
—No lo sé, solo una suposición.
Inhalo y aguanto la respiración, lo cual es un error porque la falta de
oxígeno me lleva de vuelta a esa noche.
—Mis padres y mi hermano. Y yo.
—¿Qué crees que dirán tus padres sobre el tatuaje? ¿Son anticuados?
Me aclaro la garganta.
—Están muertos.
Guy parpadea varias veces.
—Lamento oír eso.
—Mi hermano también.
—Mierda, lo siento. ¿Accidente?
—¿Puedo no hablar de esto, Guy? —susurro. Demasiado tarde, los
sueños volverán esta noche. Sé por la tensión de mi cabeza y el aliento
entrecortado que las imágenes seguirán. Al menos las lágrimas ya no vienen.
—Yo también perdí a mi familia —dice.
—Lo siento.
Guy se encoge de hombros.
43 —La vida continúa.
Las connotaciones de sus palabras cuelgan pesadamente entre
nosotros: aparte de cuando no lo hace.
Compartimos la botella de vino, charlamos sobre películas que nos
gustan, libros que hemos leído, cualquier cosa menos el uno del otro. Guy
dirige la conversación hacia un territorio neutral, manteniéndonos por
encima del agua y sin mirar lo que hay debajo. Me relajo, es el tipo de
persona que hace chistes malos, su sentido del humor es tan raro como el
resto de él, pero estoy convencida de que es inofensivo.
—¿Deberíamos discutir el siguiente punto de la lista? —pregunta.
—Es tu turno de elegir.
—Todavía tienes que ponerte al día. Otro de los tuyos.
Me imagino la lista pegada a mi refrigerador por un imán.
—No estoy segura.
—¿Qué tal “Pedirle una cita a un extraño”? Esa es fácil y barata —
sugiere.
Juego con el borde de mi manga, ¿por qué tiene que seguir
mencionando ese? También me molesta proyectar la fantasía de un romance
secreto en Guy cuando claramente no está interesado.
—Tal vez.
—Debe haber alguien a quien puedas pedírselo. Si tienes suerte,
podrías terminar haciendo tu décimo.
—¿Décimo?
—Enamorarte. La cosa al final de tu lista.
Río.
—Estoy segura de que, si el tipo lo supiera, correría un kilómetro.
“Hola, ¿quieres ir a una cita y luego podemos enamorarnos?”.
—Meh. Solo cuéntale lo de tu lista. Rompe el hielo.
—Inteligente.
—Claro que lo soy.
Compartimos una sonrisa relajada, sorprendidos por la facilidad con
la que nuestra relación basada en mensajes se ha traducido a cara a cara.
Mientras recoge los platos, observo los movimientos ágiles de Guy. Los
músculos se mueven en su espalda contra su camiseta mientras apila platos
en el lavavajillas, y la idea de tocarlo vuelve a acecharme. Esto no ayuda
cuando se sienta de nuevo cerca de mí, poniendo los brazos en el mostrador
44 de la cocina. Sus manos son delgadas, con pintura azul pegada bajo sus
uñas.
Me confunde se consciente de Guy como hombre, no como el extraño
que cuelga de los acantilados con ramos de flores. Esto es una amistad.
Compañeros de viaje. Nada más. Acaba de probarlo hablando conmigo sobre
invitar a otra persona a salir.
—¿Estás bien? —pregunta.
Miro los ojos que me recuerdan el agua que casi me ahoga, a la
preocupación puesta en su frente. Sus hoyuelos son marcas infantiles que
no concuerdan con su aura de adulto.
—¿Tienes novia? —pregunto.
Arquea una ceja.
—¿Por qué? ¿Te estás presentando voluntaria?
Algo nuevo pasa entre nosotros, aclarando la situación. Guy siente
esto también, la atracción entre nosotros. Trago.
—No. No estoy buscando novio. No por el momento.
—Enamorarme también está en mi lista, si tuviera una novia, estaría
enojada. Supongo que necesito encontrar a alguien.
—Puedes tener novia y no estar enamorado.
—¿Qué sentido tendría eso?
—Los hombres a menudo tienen novias y no están enamorados.
La divertida curva aparece de nuevo en sus labios.
—¿Y las chicas no?
—No tanto, creo que esperan un gran amor.
—¿Tú lo haces?
—En realidad no.
Guy agita el vino que queda en su vaso y luego bebe.
—No esperes toda tu vida a que un príncipe azul te traiga un felices
para siempre, encuentra el tuyo.
—Tengo la intención de hacerlo.
—Bien. La única persona que puede completarte eres tú misma.
Vacío mi copa.
—Eres una persona extraña.
—Mejor que ser algo que no soy. Nada de categorías específicas para
45 mí.
¿Esconde su dolor tan bien como yo? Casi le he preguntado varias
veces esta noche qué le pasa, pero no puedo. Me negué a abrirme sobre el
dolor detrás de mi enfermedad. No puedo esperar que se abra conmigo.
—Tengo una idea —dice Guy, llenándonos las copas—. Honestamente
creo que deberíamos hacer las listas juntos. Enteras.
—Ya dije que estaba de acuerdo con eso.
—Lo sé, pero planifica cosas. Una cada semana más o menos para los
cosas de las listas que podemos hacer cerca. Reunirnos, divertirnos por
unas horas y luego volver a la realidad. Sin ataduras. Sin expectativas. —
Bebo mi vino y lo estudio sobre el borde de la copa. Sin expectativas. ¿Puedo
pasar tiempo con Guy y no querer más? ¿Es eso lo que está insinuando?
¿Enrollarnos casualmente para acompañar a nuestras extrañas citas?
¿Citas?
—¿Por cuánto tiempo? —pregunto—. Quiero decir, ¿cuánto tiempo
tienes?
Se queda mirándome y luego frota su cabeza.
—Unos meses.
—¿Puedo preguntarte qué te pasa?
Suspira y baja la copa.
—No. Te lo diré, pero aún no. No quiero arruinar nuestra velada.
—Oh. Claro. Lo siento, no quise causarte problemas.
—Todo bien, Phe.
No nos hemos movido de la cocina y me duele la espalda de estar
sentada demasiado tiempo en el taburete de respaldo bajo.
—Debería irme. Estoy cansada.
Guy desliza su teléfono por el banco y comprueba la hora.
—Once. ¿Estás bien para conducir a casa?
—Estoy bien. Solo me he tomado un par de copas. Gracias por la
comida.
—Gracias por elegir. —Le hago pucheros y ríe—. ¿Nos ponemos al día
pronto?
—¿Cuando encuentre algo en la lista?
—Si quieres. —Guy también se pone en pie—. ¿Puedo hacer una
pregunta más?
—Está bien... —Esperaba irme antes de que la incómoda despedida
46 nos acompañara. No puedo evitar sentir que las conversaciones en torno a
la “diversión” tienen connotaciones más profundas, o que Guy note mi
atracción por él. No ha estado tan cerca de mí desde la noche que nos
conocimos. Cuando nos sentamos juntos, había una distancia, ahora casi
cara a cara eso es cerca de nuevo. Se frota los labios con un dedo mientras
me estudia y cada vez estoy más convencida de que la atracción es mutua.
—¿Cuál es la abreviación de Phe si no te llamas Fiona?
Respiro temblorosamente, atrapada con la guardia baja.
—Ophelia, pero nadie me llama así. Nunca.
Se encoge de hombros.
—No hay problema, tenía curiosidad porque nunca antes había
conocido a una Phe.
—Nunca he conocido a un Guy antes.
—No uno como yo, eso es seguro. —La conversación sigue siendo
ligera, pero la tensión pesa mucho entre nosotros. Oh, sí, definitivamente
no uno como tú. Nunca he conocido a un hombre que me haga saltar el
corazón cada vez que sus ojos azules y oscuros se encuentran con los míos.
Mantengo la calma y espero que no se dé cuenta de mi reacción.
—Sin duda.
Se acerca más y ruego que no me toque, y desearía que lo hiciera.
—Adiós, Ophelia. Mantén la cabeza por encima del agua.
El nombre me inunda, arrastrándome al pasado y borrando el
presente. Esto rompe la tensión y hace que irme sea más fácil y, después de
murmullar una despedida, salgo al aire libre.
Guy no entiende lo que sus palabras han hecho y a lo que me enfrento
esta noche.

7
El agua llena el auto. Me las arreglé para abrir la puerta un poco
mientras nos sumergíamos en el río, el pánico impulsándome a elegir la opción
equivocada. El auto estaba a flote después de golpear el río pero, cuando abrí
la puerta, el agua de la inundación aceleró la inmersión.
47 Mis padres no se mueven, y les grito mientras la presión vuelve a cerrar
la puerta. Mi hermano pequeño, Robin, no se despierta, atado en su asiento
de auto y durmiendo. Enredo torpemente con la hebilla, jadeando en busca
de aire en el espacio inundado. Mi cabeza se sumerge bajo el agua,
amortiguando mis gritos de ayuda mientras lucho por desatarlo.
La oscuridad nos sumerge, el agua roba a mi familia uno a uno.
Desabrocho a mi hermano y sostengo desesperadamente a Robin en el
pequeño espacio de aire sobre el agua. No puedo sacarnos del auto y
sostenerlo al mismo tiempo. La puerta no se abre contra la presión del agua;
pateo la ventana, pero mis pies descalzos no hacen nada.
Mis gritos son tragados por el agua, robándome mi mundo y mi vida.
Once años es demasiado joven para morir.
Golpeo mis manos contra la ventana, el aire burbujeando desde mi
nariz hasta el cristal mientras el agua consume lo último del aire.
Respiro profundamente, me siento con el corazón saltándome en el
pecho, y cierro los ojos de nuevo. No me estoy muriendo. No estoy teniendo
un ataque al corazón. Puedo respirar. La luz a un lado de mi cama ilumina
mi habitación, y pongo los pies sobre la tierra contando los marcos de fotos
en la parte superior de mi cómoda. Durante unos momentos, me siento con
los brazos abrazándome las piernas antes de estar lo suficientemente
calmada como para volver a acostarme. La lámpara proyecta una sombra
sobre la pared. Ya nunca duermo en la oscuridad.
Los pensamientos vuelven a torturarme, la repetición nocturna de la
noche en que mi padre mató a todos mis seres queridos comienza de nuevo.

48
8
—¿Puedo tocarlo?
Erica no espera una respuesta, sino que pasa suavemente un dedo
por la tinta negra brillante contra mi piel pálida. El tatuaje se curó y, una
semana después, alguien de mi pasado lo ve.
—¿Cuándo hiciste eso? ¿Por qué no me dijiste que te ibas a hacer un
tatuaje? ¡Esto no es propio de ti! —Emite las palabras con sorpresa.
—Está en mi lista de cosas por hacer.
—¿Tienes una lista de cosas que hacer?
—¿No la tiene todo el mundo?
Erica se sienta en el sofá de mi luminosa y espaciosa sala.
49 —Tengo cosas que quiero hacer, pero no una lista real. ¿Las
escribiste?
—Sí. ¿No tienes una?
—Una vaga. Debería haber esperado que estuvieras organizada.
Apuesto a que también tienes plazos para cada una.
Saco la lengua.
—¿Quieres que te lleve a almorzar o no?
—Sí, a esa cafetería donde trabaja el tipo del que me hablaste. El
Señor Pestañas.
—Qué forma tan extraña de llamarlo.
—¡Mencionaste sus pestañas! Quiero decir, vamos, esa no es la parte
de su cuerpo donde la longitud importa.
—¡Erica!
Sonríe con suficiencia.
—¡Las piernas! ¡Tiene que ser más alto que tú! ¿Qué creías que quería
decir?
—Claro —murmuro—. Déjame agarrar mi bolso.
Amigas desde la secundaria, la actitud brillante de Erica hacia el
mundo mancha de color mi gris. Le debo a Erica el haberme ayudado
durante mi adolescencia, criándome con mis abuelos después de la pérdida
de mi familia, y por haber cambiado de ciudad y de escuela, lo que sin duda
desencadenó el lado oscuro de mi mente. Mi amistad con Erica detuvo la
depresión que me ennegreció por completo.
Erica me sigue a mi habitación.
—¿Cómo van los nuevos medicamentos? —pregunta.
La caja descansa en el borde de mi mesita de noche y rápidamente la
meto en un cajón.
—Mejor.
—Me preocupas. Ojalá viviera más cerca para cuando me necesites.
—Estoy bien, Erica. El cambio de medicamentos de hace unos meses
me jodieron la cabeza. Ya no tengo los pensamientos.
Erica ha visto a través de mis mentiras antes y estoy agradecida de
que no estuviera cerca en el momento en que conocí a Guy. Sus mensajes
diarios y llamadas después del día en que casi muero me impulsaron a ver
a mi médico, a seguir con la medicación y a retenerme en un mundo contra
el que luchaba.

50 En los primeros días, el cambio en la medicación arruinó mi capacidad


de pensar, caminando en un aturdimiento de extremidades de plomo que
me alejó de los pensamientos en lugar de lidiar con ellos. Poco a poco, pasé
de no ver un futuro a la insistencia de Guy a crear uno. La presencia de
fondo de Guy me impidió volver a las sombras; ahora le he permitido que
me arrastre hacia el brillante futuro que a él se le está negando.
—Una lista de cosas por hacer es bueno, me dice que estás pensando
en el futuro.
Erica no lo sabe. Nadie lo sabe aparte de Guy y mi psiquiatra. Al día
siguiente de conocer a Guy, vi a mi psiquiatra y le confesé que tenía la
intención de hacerme daño. Guy me envió un mensaje para ver cómo estaba
y le informé que me iban a hospitalizar. Debatí si darle mi número a Guy la
noche que nos conocimos y hay una razón muy arraigada por la que lo hice.
Al hacerlo, me hice responsable ante Guy. Los mensajes continuaron. Los
días que no respondía, Guy enviaba memes graciosos hasta que yo cedía y
respondía. Solo puedo hacer frente a un número finito de fotos graciosas de
gatos en un día.
—Yo también debería escribir una, solo cosas como lugares que quiero
visitar. Pero no un tatuaje. —Erica niega con la cabeza—. ¡Todavía no puedo
creer que hicieras eso!
—Puede que no pare con uno.
Hablo medio en serio.
Nos dirigimos a la ciudad, a pesar de que prefiero quedarme fuera de
ese lugar los fines de semana, pero Erica ha volado desde Melbourne para
visitarnos y quiere comparar Perth con nuestra casa. Se horrorizó cuando
decidí mudarme a la ciudad más solitaria del mundo, aislándome de la
misma manera que Perth. Perth está a más de cuatro mil kilómetros de la
ciudad australiana más cercana. Esperaba que la mudanza me ayudara sin
darme cuenta de que, aunque el estrés era bueno porque conseguí el trabajo
que quería, la reubicación todavía tuvo un efecto en mí. Subestimé la fuerza
de mi atracción hacia la familiaridad de los amigos y la familia. Pero soy más
fuerte de lo que pensaba y me estoy recuperando. Lentamente.
—¿Cuál? —pregunta Erica.
Indico la pequeña tienda escondida entre un agente de bienes raíces
y una librería.
—¡No hay mucho espacio!
—El lugar es más una cafetería que un café.
—Evidentemente. —Arruga la nariz y se sienta, tirando las migas
dejadas en la mesa por los anteriores ocupantes.
Reviso el personal detrás del largo mostrador de mármol y veo a Ross.
51 Inmediatamente agacho la cabeza. Esperaba que no estuviera aquí porque
Erica está obligada a decir algo que estoy segura me delatará.
—¡Yo compro los cafés! ¿Qué te gustaría? —pregunto.
—Latte de vainilla. —No levanta la vista del menú.
Ross está sirviendo a otro cliente, así que me sirve otra persona, y
evito otro intento de ocultar mi atracción hacia él, evitando deliberadamente
mirar en su dirección. Cuando vuelvo a la mesa, la sonrisa suficiente de
Erica lo dice todo.
—Es él. —Chupa la espuma de su cuchara y señala a Ross.
—¡Silencio! —Agarro su mano.
—¿Por qué te sientas para no poder casi ni verlo? Podrías coquetear
con él desde aquí.
—¡No quiero coquetear con él!
—Cielos, yo lo haría. —Bebe de su taza—. Pero, por respeto a ti, no lo
haré.
A Erica le encanta coquetear, y sobre todo le gusta darle calabazas
podridas a cualquiera que se le insinúe de una manera odiosa. Es quince
centímetros más baja que yo, se queja de que es promedio en todo; pero
Erica también es una maestra del disfraz y tiene una impresionante
variedad de maquillaje y ropa. Su cabello es rubio en este momento; la
última vez que la vi, era tan castaño como el mío. Una cosa es cierta; a Erica
nunca le falta atención.
Abro un sobre de azúcar y vierto el contenido en mi café.
—No quiero involucrarme con nadie.
—Una cita o dos no harían daño.
En la escuela, no me molesté con novios, sino que pasé todo mi tiempo
estudiando. Lo mismo cuando fui a la universidad. Claro, tuve novios y pasé
por todo el ciclo de hacer y romper la relación una vez con un tipo de mi
clase de escritura creativa, y luego me di por vencida. Por suerte, yo me
aburrí antes que él. La lucha contra los estados de ánimo oscuros era
suficiente, enfrentarme a más rupturas de la relación habría añadido a la
espiral.
—¿Cómo va el trabajo? ¿Algo mejor? —pregunta Erica.
Me he quejado con Erica muchas veces, mi emoción la posición se
atenuó en semanas, gracias a mi tratamiento por parte de la jefa. ¿Tuvo Pam
el mismo bautismo de fuego cuando empezó? Aún no he descubierto la edad
de Pam ni la trayectoria de su carrera, pero parece pensar que ser una perra
es una gestión aceptable de la gente.
52 —No estoy segura de que Pam piense que pueda hacer el trabajo.
—¡Por supuesto que puedes! No dejes que alguien arruine lo que
quieres lograr. No te quedes si el trabajo te hace infeliz, no vale la pena el
estrés. Siempre puedes buscar otro trabajo, y tendrás experiencia.
—¿Cómo es la vida como graduada? —respondo.
—Buena. Deja de cambiar de tema.
—Espero que no hayas venido aquí a ser mi madre.
—¡Bien!
Mi teléfono suena y lo saco de debajo del de Erica en caso de que
pierda un mensaje del trabajo.
—¡Oye! ¡Dijimos que nada de teléfonos mientras charlamos! —Me
quita el teléfono y mira la pantalla—. ¿Quién es Guy? —Erica levanta la vista
del mensaje.
—Solo un tipo —digo con una sonrisa.
—¿Algún tipo importante?
Dios, espero que el mensaje sea sensato.
—Hola, hermosa. Mira esto —lee Erica—. Um. ¿Hermosa?
Le arrebato el teléfono.
—Es un amigo.
—¿Cómo es que nunca lo mencionaste? ¿Cuánto hace que lo conoces?
—Unos tres meses.
—¿Tres meses? ¡Hace mucho! ¿Quién es?
¿Cómo le explico Guy a Erica? ¿O a cualquiera? Está al margen de mi
vida porque no lo dejaré entrar. Desde que me hice el tatuaje y pasé la noche
con él hace un par de semanas, hemos conversado solo por mensaje; nunca
intenta llamar. ¿Está esperando a que yo me ponga en contacto con él
primero?
Hago clic en el enlace y se abre la página web de un baile benéfico de
disfraces que se celebrará en Perth en un par de semanas. Yo estaba al
tanto, las invitaciones fueron enviadas por correo electrónico para trabajar,
pero los grandes eventos sociales con la expectativa de establecer contactos
no son atractivos.
—Como dije, solo un amigo casual. Solo nos hemos visto un par de
veces.
Erica señala mi teléfono.

53 —¿Foto? ¿Es sexy?


—Supongo...
—¡Foto! —Agarra el teléfono y se desplaza por mis fotos—. Eh. ¿Por
qué no hay fotos? ¿Facebook? ¿Está ahí? —Hace clic para abrir la
aplicación.
—Ni idea, nunca pregunté.
—Son amigos, pero no amigos de Facebook. Eso es raro.
—En realidad no, pero no lo conozco bien.
—¡Bueno, lo suficiente para que te llame hermosa!
—No creo que reserve ese término solo para mí.
—Entonces, ¿de qué hablaba?
—Nada. —Apago el teléfono y lo coloco directamente sobre la mesa.
Erica mira mi mano temblorosa.
—¿Es un acosador? ¿Ése es el problema?
—No, no. —¿Cómo explico esto?— Somos amigos. Estamos...
trabajando juntos en nuestras listas de cosas por hacer.
Erica se sienta.
—¿Qué implica eso?
—Hasta ahora, no mucho. Estamos planeando qué hacer.
—Phe, ¿sabes lo raro que suena eso? Un poco romántico también.
—Nada de romance.
—¿Así que el Sr. Pestañas tiene una oportunidad? ¡Dos hombres para
elegir!
—¡Erica!
Miro por encima del hombro. Ross sirve a un nuevo cliente añadiendo
su encanto natural a la orden, amplias sonrisas para la joven madre y su
hija morena. Ross recuerda los nombres de los habituales, pregunta cómo
va su día con interés genuino; lo he escuchado muchas veces. Miro
fijamente, como lo hago a menudo, imaginando sus labios llenos sobre los
míos, sus manos grandes contra mi piel.
¿“Pedirle una cita a un extraño”?
Ross levanta la mirada, ¿porque tiene un sexto sentido que estoy
mirando o porque se dio cuenta de dónde estaba sentada cuando llegué
aquí? Nuestros ojos se encuentran brevemente, demasiado brevemente
como para medir cualquier interés.

54 No, soy una de los cientos de clientes que pasan por aquí a diario.
Parte del trabajo de Ross es hacer que los clientes vuelvan y el coqueteo es
una herramienta útil que usar. El rechazo sería vergonzoso. Necesito elegir
a alguien que esté innegablemente interesado.

***

Respondí al mensaje de Guy con un "Lo pensaré" y no contestó. Eso


fue hace dos días.
Es una persona curiosa, a veces sus mensajes son agudos e
ingeniosos, suavizando los bordes ásperos de los días frustrantes, y otras
veces cortos y obstinados. Esta dicotomía me desconcierta. Me siento
incómoda pasando tiempo con gente sobre la que no estoy segura de cómo
van a reaccionar. Me gusta mi mundo organizado y predecible; la gente que
no dice adiós en mi vida.
Vuelvo al trabajo refrescada después de mi fin de semana con Erica.
Hoy, Pam está entrevistando a una doctora local que es embajadora de las
mujeres, el tipo de mujer que representa a la persona que me gustaría ser
de mayor: exitosa, segura de sí misma y triunfadora. Me queda copiar los
artículos de edición y buscar en los sitios de fotos stock las fotos de
acompañamiento adecuadas. Una hora más tarde y mis ojos se abren
mientras miro a las hermosas playas y paraísos tropicales. La arena intacta
y la soledad añadirían estos lugares a la lista de cualquiera, ¿por qué no
están en la mía? Debido a que vivo en una ciudad rodeada de un océano
imposiblemente azul y arenas blancas, mi preferencia es experimentar el frío
y la dureza.
Y odio el agua.
Me gustaría visitar lugares históricos. Inglaterra. Con mi compañero
de la lista de cosas que hacer. Posiblemente.
Mi teléfono suena.
¿Vienes al baile, Cenicienta? Necesito saberlo.
Guy manda un mensaje con el enlace de nuevo y echo un vistazo
alrededor antes de hacer clic en la invitación. Mi experiencia con los bailes
son los formales de la escuela. Un baile de escuela. Una emoción infantil
que recuerda los sueños infantiles de ser princesa me acompaña mientras
leo la descripción y miro las fotos. Vestidos de baile y gente guapa,
misteriosos príncipes encantados. Niego con la cabeza, consciente de la
emoción que subyace a la atracción de los bailes de disfraces.
¿Cómo sería Guy en un traje? La imagen me divierte, el crudo material
del Guy casual inimaginable con atuendo formal. Sin embargo, es sexy sin
55 ninguna duda. Descarto la idea, Guy no está interesado en mí, y sabemos
demasiado sobre lo que está mal entre nosotros.
De acuerdo, respondo.
Excelente.
Sonrío al mensaje y vuelvo al sitio de fotos de stock y de alguna
manera me encuentro en Etsy, porque ir a un baile de disfraces requiere
investigación, obviamente.
9
#6 Asistir a un baile de máscaras.
Cuando era niña, me encantaba Cenicienta. Absolutamente adoraba
la historia. Pasé semanas absorta en la historia de la chica oprimida y el
apuesto príncipe. Mi mamá se cansó de ver la película de Disney mientras
yo giraba por toda la casa con un vestido azul y diadema. En secreto, quería
ser el hada madrina porque podía hacer magia, tenía planes para mi gato
que podrían o no incluir disfraces.
Entonces, un día leí la versión de los Hermanos Grimm del cuento de
hadas en el que las hermanas feas se cortan partes de sus pies para caber
en la zapatilla de cristal. Víctima de una imaginación hiperactiva toda mi
56 vida, me dio pesadillas durante una semana. Ese fue el final de mi romance
con Cenicienta y todas las princesas Disney. ¿Quién sabe qué horrores hay
en los demás libros?
Esto no me impide pasar los siguientes dos fines de semana
comprando un vestido del que cualquier princesa estaría celosa. Los bailes
de disfraces encierran misterio y encanto, un paso fuera de la realidad y de
llevan atrás en el tiempo. Eventualmente encuentro un vestido que no puedo
permitirme. El vestido me abraza las caderas, alcanzando el suelo. El
corpiño de oro empuja mis no muy amplios pechos arriba, así que parecen
más grandes, apretándome la cintura para darme una figura clásica de reloj
de arena. Hilo de plata corre desde la costura a través del vestido y se
enrosca en un lado del corpiño, brillando como estrellas cuando el vestido
se mueve y atrapa la luz. Los zapatos combinan perfectamente, negros y
dorados, añadiendo varios centímetros a mi altura. Pasé una hora en la
tienda justificando toda la compra. Me dije que esta era mi lista de cosas
que hacer y que debía dejar de lado las limitaciones autoimpuestas, ya sean
financieras o de otro tipo.
Elegir una máscara fue divertido, pasé horas en Etsy buscando algo
diferente. Finalmente escogí una máscara de mariposa dorada estilo
veneciano donde un ojo se extiende hacia arriba en forma de mariposa y las
alas tocan el lado de mi cabello recogido.
La noche del baile, cuando me preparo para salir de casa, Cam y Jen
están en la sala viendo la televisión. Jen me había ayudado a ponerme el
vestido y se había entusiasmado con el corte y la calidad, lamentando el
hecho de que no pudiera tomarlo prestado debido a nuestra diferencia de
altura y complexión. Sus pantalones de atletismo y su blusa azul
extragrande son completamente opuestos a mi atuendo.
Cam me mira fijamente mientras entro a despedirme, y se queda sin
palabras un momento. Coloco mi teléfono en mi bolso dorado y luego levanto
la máscara, evitando sus ojos.
Me gusta Cam; es amistoso y atempera la exuberancia de Jen con su
naturaleza tranquila. En la misma escena que ella, Cam tiene tatuajes
debajo de su camisa negra vintage y el cabello castaño deslizado hacia arriba
al estilo Pompadour. Es unos años mayor que ella, una de esas personas de
las que no se sabe cuántos años tiene. La madurez de Cam supera a la de
Jen en al menos diez años. Tal vez sea injusto, pero a Jen le gusta vivir la
vida sin importar las consecuencias. Se queda sin dinero a los pocos días
de que le paguen, su guardarropa se encuentra repleto de ropa, y no piensa
a largo plazo. Mientras que yo estoy a favor de las trayectorias profesionales
y la jubilación.
—Estás guapa —dice Cam—. Tipo afortunado.
—¿Guy?
57 —Apuesto a que el tipo con el que vas no podrá quitarte las manos de
encima. —Jen le frunce los labios a Cam, aumentando mi incomodidad—.
¿Qué? Está despampanante, pero qué chica no lo estaría, vestida así.
—Ojalá fuéramos —dice Jen, colocando las piernas sobre el regazo de
él.
—Sí, un desperdicio de dinero, nena.
—El baile es de caridad —respondo.
—No tenemos dinero para gastar en obras de caridad. —Asiente—.
Pero diviértete.
Guy compró los boletos, con su protesta habitual de que tenía el
dinero y, si iba a llevar a una chica a un baile, debería pagar. Cedí ante su
punto de vista anticuado. El comentario de Cam sobre que Guy no querría
quitarme las manos de encima me persigue. ¿Me preocupa o me emociona?
Aparto ese pensamiento de mi mente.
El baile de máscaras se celebra en el hotel más caro de la ciudad,
recientemente reformado para poder competir con los establecimientos más
exclusivos de Sídney o Melbourne. Su patrocinio del evento asegura que esta
nueva imagen recibirá mucha atención. El taxi me deja en la entrada de
mármol donde me dirijo a través de los otros allegados y entro en el edificio.
El vasto y moderno vestíbulo está lleno de grupos parlanchines, sus
voces amplificadas por los techos altos. El hotel es una mezcla ecléctica de
tradicional y moderno, las paredes pintadas de gris oscuro están en
desacuerdo con el candelabro de formas inusuales de la parte superior.
Acepté encontrarme con Guy cerca de la entrada pero, ahora que estoy aquí,
desearía que hubiéramos llegado juntos.
Encontrar a Guy podría ser difícil. Cada hombre aquí está oculto por
una máscara y muchos llevan trajes idénticos y solo se distinguen por su
constitución. Nunca he visto a Guy con traje y no puedo imaginarlo en uno,
si agrego la máscara será imposible verlo. Debería haberle pedido que me
recogiera en casa.
Inicialmente, miro rápidamente a los hombres cercanos en caso de
que sea uno de ellos, pero me siento incómoda porque piensan que los estoy
mirando y usando mi máscara como excusa. ¿Qué más puedo hacer, sino
evaluar su altura y complexión para averiguar si alguno de ellos es Guy? No
me interesan los hombres sin rostro.
Diez minutos más tarde la única solución es enviarle un mensaje a
Guy. Una enfermiza preocupación de que no llegue me agarra cuando
comienzo a escribir un mensaje. A mitad de escribir, mi pantalla parpadea
con una foto mía tomada recientemente. Afortunadamente, la máscara
oscurece el pánico, pero estoy secretamente complacida por mi aspecto. La

58 vista en el espejo de antes me dejó sintiéndome demasiado vestida e


incómoda; la chica equilibrada de la foto destaca entre los invitados a su
alrededor.
Guy: Te ves bien, Bella.
Miro en la dirección en la que imagino que fue tomada la foto y hay
un grupo parado en la puerta abierta de la sala de actos, hablando. No está
Guy.
Yo: ¿Dónde estás?
Guy: Mira otra vez
Un hombre se aleja del grupo y se dirige hacia mí. Reconozco la forma
de andar de Guy pero, hasta que llega a mí, es imperceptible entre la
multitud. La máscara blanca de Guy oscurece la mitad de su rostro, pero
su fuerte mandíbula y su boca llena todavía son visibles. La chaqueta negra
bien cortada del juego va desabrochada, y lleva una camisa gris con la
pajarita debajo.
Guy se ve mucho más sexy sin su ropa de surfista y pierdo el control
sobre mi atracción hacia él.
Un silbido bajo acompaña la valoración que Guy hace de mí.
—Te arreglas bien.
—Bien dicho. ¿Así que no eres el príncipe azul?
—No si eres Bella. —Dobla su codo indicando que debo pasar mi brazo
por el suyo.
—¿Bella?
—Llevas dorado, que se parece más al amarillo. La Bella y la Bestia.
—Difícilmente te llamaría Bestia. —No sé si tomarlo del brazo o no.
—Hay tantas respuestas inapropiadas que puedo dar a ese
comentario, y no las diré. —Se detiene—. Te lo he dicho antes, eres hermosa.
Me sonrojo como una adolescente bajo mi máscara y mi maquillaje
pesado.
—Gracias.
—No solo esta noche —dice en voz baja.
Cambio de tema apresuradamente.
—Estás muy diferente en un traje.
—¿Devastadoramente sexy?
—Iba a ir con “bien”. —Sí, y sabes que lo eres.
—¿“Bien”? ¿Ni siquiera atractivo? ¿En serio?
59 —Nunca estoy segura de si vas serio y estás enamorado de ti mismo
o si estás bromeando.
—Ah, un poco de ambos. —Me hace un gesto otra vez para que lo tome
del brazo.
Nos tocamos.
Cada día toco a gente nueva. Estrecho la mano a los clientes, soy
empujada por la gente de camino hacia y desde el trabajo, pero hasta ahora
no me había dado cuenta de que he evitado tocar a Guy. Cuando nos
conocimos, su toque me habría alejado del borde y me habría quitado el
control de mi cuerpo y de mis decisiones.
Mientras enlazo mi brazo con el de Guy, una finalidad golpea también.
La distancia que he tratado de mantener, la ilusión de que nuestra única
conexión es una noche de mi vida que me niego a ver como parte de mí
misma se retira mientras nos conectamos. Su brazo es cálido contra mi piel
desnuda y la curva de su bíceps debajo del traje caro tampoco escapa a mi
atención. Atrapada en el romance del ambiente, el revoloteo nervioso en mi
estómago cambia a deseo por el toque de Guy. Resuelvo limitar la cantidad
de alcohol y contacto físico de la noche.
Seis copas de champán más tarde, el plan fracasa. Nos sentamos en
una gran mesa redonda cubierta por un paño blanco de la longitud del
suelo. En el frente hay placas de identificación, centros de mesa metálicos
de flores pintadas de oro rodeados de chocolates envueltos. El centenar de
mesas están esparcidas alrededor de la enorme sala y miran hacia el
escenario, donde se desarrolla un espectáculo de burlesque.
Todos en nuestra mesa se dejan las máscaras puestas, y esto no
fomenta la conversación. Muchas mesas son grupos que se han reunido; las
otras cinco personas en nuestra mesa son parte de un bufete de abogados,
así que nuestra conversación con ellos apenas va más allá de lo cortés.
La comida servida son solamente entremeses de aspecto curioso.
Olvidé comer, ya que me encontraba demasiado enfocada en prepararme
para esta noche. Una carga suficiente de carbohidratos antes de salir de
casa habría sido sensato, ya que la capacidad del vino espumoso para entrar
en mi torrente sanguíneo rápidamente es evidente debido a mi lengua
suelta.
—¿Cómo sabes tanto sobre las princesas Disney? —le pregunto a
Guy—. Dudo que muchos hombres conozcan los colores de las princesas.
—A mi hermanastra le encantaban las princesas de Disney, y Bella
era su favorita —dice mientras bebe su vino.
—A mí me gustaba Cenicienta.

60 —Interesante. —Lo miro, esperando una sonrisa burlona, pero está


serio—. ¿Significa eso que voy a ser el príncipe azul, después de todo?
—Pensé que habías dicho que era Bella.
Golpea la mesa y espero otro comentario de la Bestia, pero no llega
ninguno.
Las chicas burlesque se balancean por el escenario sobre trapecios
decorados, descendiendo del techo en el resplandor azul de las luces del
escenario. Nunca entendí cómo el burlesque podía ser más que un estriptis
artístico, pero el espectáculo lo refuta. Estas mujeres tienen el control, tanto
de su actuación como del público, no se suscriben a las locas dietas de moda
que mis empleadores me ofrecen; disfrazadas con corsés y encajes, son
dueñas de su sexualidad en lugar de jugar con un falso ideal.
—¿Sabes bailar? —pregunta Guy.
Nuestras máscaras permanecen en su lugar, la ilusión es más
excitante de lo que había imaginado. Soy otra persona esta noche,
disfrazada y libre. Hay gente aquí que reconozco, pero la máscara me
permite fingir que no me doy cuenta, más allá del pequeño mundo de los
medios de comunicación y el marketing de Perth.
—¿Bailar? Depende de qué tipo de baile —respondo.
—Sospecho que conoces el tipo más formal y menos Gangnam Style.
Una imagen de Guy bailando así me divierte y me rio.
—Qué 2012, Guy.
Pasa un dedo por el borde de su copa de vino.
—Ah, así que se ríe, y menudo sonido es.
—¡Por supuesto que me río!
—Entonces estoy contento porque significa que estás un paso más
lejos del borde —susurra.
Con Guy, estoy a un paso de distancia. De una manera extraña,
representa un futuro que nunca consideré, aunque no se encuentre en el
mío mucho tiempo.
Dudo cuando las parejas salen a la pista de baile, doblando y
desplegando la servilleta en mi regazo y evitando los ojos de Guy. Puedo
usar mi confianza como una máscara; pero cuando estoy en nuevas
situaciones no puedo fingir. Una cosa que odio es hacer el ridículo. Fracasar.
La última vez que bailé formalmente fue en mi baile de último año, donde
experimenté momentos incómodos con chicos de la escuela que decidieron
que tocarme el trasero a tientas era lo más alto en la escala de seducción.
Guy me invitará a bailar y nos quedaremos cerca. El pensamiento se
dispara con anticipación al pensar en lo que sucederá una vez que todo mi
61 cuerpo toque el suyo.
—No puedo decirlo por debajo de la máscara, pero sospecho que estás
preocupada. Por favor ríete de nuevo —dice.
—Tú serás el que se ría si intentas bailar conmigo con estos zapatos.
—Bella, no puedes venir a un baile de máscaras y no bailar. Me niego
a dejarte tachar esto de tu lista a menos que bailes al menos una vez. —Guy
se levanta y extiende una mano abierta—. Vamos. Relájate. Nadie puede
verte. Deja salir a la chica divertida esta noche. Sé que está ahí.
Un baile, mis hormonas pueden hacer frente a eso, por supuesto.
Las parejas en la pista de baile se mueven armoniosamente con el
suave sonido del vals, las mujeres con vestidos elegantes y sus parejas de
baile caballerosas y sobrias crean un paso atrás en el tiempo. Me uno a Guy
en el borde de la pista y, cuando nos enfrentamos, desearía que su rostro
no estuviera oculto por la máscara blanca para poder leerlo.
—Pareces el Fantasma de la Ópera.
—Me encanta ese musical. Aunque no estoy seguro de si me gusta la
comparación.
¿Al surfista Guy le gustan los musicales y el arte?
—Cierto.
Una mujer con un vestido rojo escarlata pasa a nuestro lado, su
compañero la lleva a través del suelo con un grácil movimiento que dudo
que pueda emular. Antes de comentarlo, Guy me rodea la cintura y me
acerca, metiendo mi mano en la suya. Esto es más cerca de lo que pretendía.
No lo he pensado bien. Tiene cuidado de no acercarme demasiado, pero su
calidez y su fuerza son evidentes incluso con la brecha entre nosotros. El
agarre firme de Guy contrasta con sus amables manos mientras me guía
hacia los bailarines.
Con mis tacones, estoy cerca de su rostro e, incluso en la oscuridad y
medio escondido, las curvas esculpidas de su rostro y su generosa boca
pintan su belleza. Dudo, y luego le pongo una mano en la espalda. No lleva
chaqueta y el fuerte tendón de los músculos debajo de su camisa me golpea.
A medida que mi cabeza se acerca a la suya, siento su olor a especias y al
océano, el que se encuentra detrás de sus ojos.
—Ves. Puedes bailar —dice Guy mientras me guía por la pista de baile.
En respuesta, tropiezo con sus pies.
—Si no me lo recuerdas y me dejas ir con la corriente, tus pies
sobrevivirán.
—Bien. —No ha alejado su mirada de la mía en todo el tiempo, esta
62 conexión nos mete en el baile. Naturalmente seguimos los movimientos del
otro, como si lo hubiéramos hecho cien veces antes.
A medida que avanza el baile, Guy me abraza más, hasta que
desaparece todo espacio entre nosotros.
No reacciona, pero mi cuerpo sí. Un calor repentino que fluye desde
la punta de los dedos toca la piel desnuda de mis brazos, despertando el
deseo de clavarle los dedos en la espalda. Si mantengo los ojos en los de
Guy, puedo permanecer en tierra, ignorar la fuerza oculta del hombre crudo
bajo su exterior culto y descartar las imágenes de lo que podría hacerme.
Conmocionada pero no del todo sorprendida cuando mis pezones se
endurecen contra mi corpiño, acompañado de un hormigueo no muy casto
en otra parte, rompo el punto de contacto de nuestros pechos. Guy no hace
comentarios ni se detiene; continúa y afloja su agarre sobre mi cintura.
—Lo siento —me susurra al oído mientras muevo la cabeza para mirar
más allá de él. Esto desafortunadamente acerca mi rostro al suyo, el lado de
desenmascarado de nuestras caras se roza. Me alejo ante la sensación.
—¿Por qué?
—Me estoy acercando demasiado.
—Estamos bailando. Estoy bien.
—¿Quieres parar? —El aliento cálido de Guy me acaricia la mejilla, su
nariz tocando mi oreja, y estoy a punto de girar el rostro para saber si un
beso es lo siguiente.
¿Es esto lo que quiero?
Me desenredo.
—Me empiezan a doler los pies.
—Cierto.
—Y estoy cansada.
El lado del rostro de Guy que puedo ver cambia a líneas preocupadas.
—¿Todo bien?
—Creo que sí.
Nos dirigimos a través de los cuerpos danzantes hacia la mesa; me
siento y me sirvo agua de la jarra medio vacía. A pesar de que ninguno de
los dos habla, la conciencia de que el baile ha cambiado de alguna manera
nuestra relación se cierne en el aire cargado entre nosotros. Confundida por
lo que realmente quiero de la situación, y consciente de que tengo trabajo
mañana, resuelvo mantener la línea entre nosotros sin cruzar.
63 —¿Puedo tachar esto de mi lista ahora? —pregunto.
—Bailaste. Ponerte a ti misma en ese trauma merece un tachón.
—¡Bailar no fue traumático! —digo riendo.
—Pero te detuviste. ¿Te hice sentir incómoda?
Todo lo contrario.
—Eres una buena pareja de baile. No me tocaste el trasero, así que
eso fue un extra.
Los hoyuelos aparecen de nuevo.
—Tengo mucho autocontrol. Tu trasero es muy tocable.
—Caballeroso.
Se encoge de hombros.
—Oye, soy un hombre y tú una chica atractiva.
Me pican los dedos de ganas de quitarle la máscara y ver la expresión
detrás de sus palabras, ver si mi deseo se refleja en sus ojos.
—Gracias.
—Esta es la parte en la que me dices que soy sexy. Intercambio de
cumplidos, ¿recuerdas?
—No necesitas que te diga eso.
—Muy cierto. Espero que no estés pensando en irte pronto. Estoy
disfrutando esto, e incluso he visto que empiezas a relajarte.
—Eres buena compañía.
Se ríe.
—¡Y tú eres muy formal!
—Pero no estoy segura de que me vaya a quedar mucho más, lo siento.
Guy sacude la muñeca para leer su reloj.
—Eres Cenicienta, no Bella. Y llegas tarde, son las doce y media.
—Ja, ja. Quédate tú si quieres.
—¿Qué sentido tiene el príncipe sin la princesa?
—No eres un príncipe, solo eres un tipo.
Vuelvo a reírme pero, en vez de reírse, la boca de Guy se tuerce.
—Está bien, vámonos.
Se pone de pie, aleja la silla de la mesa de golpe y luego se aleja a
64 pasos agigantados. Era una broma, él las hace muchas veces, ¿por qué se
ofende por las mías? Me apresuro a alcanzarlo, moviéndome entre las mesas
semi vacías y entrando en el brillante vestíbulo del hotel donde otros
huéspedes se reúnen. La música de la sala de actos es reemplazada por el
sonido de una pareja discutiendo a un volumen incómodo.
—Llamaré a un taxi, ¿podemos compartir uno? —sugiero cuando
alcanzo a Guy.
—¿En qué dirección vives?
—Leederville.
—No es el camino correcto para mí, pero iré contigo, para asegurarme
de que estés a salvo en el taxi —ofrece.
—Estoy bien.
—Haz lo que quieras.
La atmósfera ha bajado a varios grados bajo cero y no estoy segura de
por qué. Pensé que nuestro intercambio era una broma. Guy entierra sus
manos en los bolsillos de su chaqueta y se dirige al exterior mientras llamo
al taxi, deambulando hasta las grandes puertas corredizas de cristal y lo
observo mientras hago la llamada.
Guy se apoya en una pared en el borde del área de recogida fuera del
vestíbulo con las manos en los bolsillos y la máscara todavía puesta.
—Cinco minutos —digo al acercarme.
—De acuerdo.
Me siento a su lado.
—¿Te he molestado?
—¿Molestarme? No, me estaba divirtiendo, eso es todo. Pero entiendo
si ya has tenido suficiente.
—Me divertí mucho. Honestamente.
La pareja que discute pasa de largo y, cuando la mujer tropieza y cae
al suelo, el hombre se para y la mira con los brazos cruzados.
—Pensé que tal vez preferirías estar aquí con otra persona —dice en
voz baja.
—No, tú eres mi compañero de viaje. ¿A quién más podría traer?
Completaremos las listas juntos, ¿recuerdas?
Sus hombros se relajan y se mueve, y nuestras piernas se tocan. La
noche de verano es húmeda, sin brisa para refrescarme la piel calentada por
el baile. Guy sube la mirada adonde la Cruz del Sur brilla con fuerza en el
cielo despejado.
65 —Qué lástima. Ojalá estuviera lloviendo.
—¿Prefieres esperar bajo la lluvia? —pregunto sorprendida.
Guy sonríe bajo su máscara y mantiene su mirada en las estrellas.
—Tu lista. El punto número cinco. Como tu compañero de viaje, estaré
encantado de complacerte.
Beso bajo la lluvia.
Mi corazón se estremece ante su franqueza.
—¿Quieres besarme? —susurro.
—Puramente para propósitos de lista de cosas por hacer.
—Quítate la máscara. —Guy se desata la máscara y se la quita. Su
cabello está levantado de un lado, y lo estudio. Necesito saber la verdad
detrás de las palabras de Guy y de la situación.
—¿Esa es la única razón? —pregunto.
Guy extiende la mano para tocarme la mejilla, pasando un dedo a lo
largo de mi mandíbula, observando el camino que toma antes de mirarme
de nuevo.
—No.
La sensación de su dedo permanece cuando aleja la mano, lucho y
fracaso con parecer una adolescente estupefacta.
—Oh.
—¿No quieres?
Alejo mi pierna de la suya.
—Podría no ser una buena idea.
—¿Por qué?
—No estoy segura... Es solo... —Lucho por encontrar las palabras—.
Me gusta que seamos amigos. —En cuanto la mentira está fuera, me
estremezco.
Guy frunce los labios, su decepción es clara.
—Lo sospechaba. Eres muy protectora.
—¿Fría?
—Protectora. —Cruza los brazos por debajo de los codos—. ¿Es una
de las razones porque hay alguien más?
—Te dije que no lo había.
66 —¿La razón es porque voy a morir?
Me sorprendo con la interjección de la muerte traída a nuestra
conversación, pero el rostro de Guy es impasible. Las palabras no son nada
para él.
—No. No a menos que mi beso te mate.
—Tal vez tu beso haría lo contrario. —Intento equiparar al hombre
que está sentado conmigo con el tipo casual australiano que me llevó a por
un tatuaje, y me doy cuenta de que olvido la profundidad de sus ojos.
—La mayoría de los chicos, hombres, no piden permiso antes de
probar suerte —digo con una pequeña sonrisa.
Se ríe.
—Creo que tú también quieres besarme pero creo que, a veces, la
princesa debería tomar las decisiones.
—¿Me estás poniendo en control de esto? —pregunto, y me pongo en
pie.
Guy también se levanta y me mira. Desliza mi máscara hacia arriba,
colocándola en mi cabello.
—Hasta cierto punto, sí. —Apoya las puntas de sus dedos en mis
labios, y tiemblo—. Pero me gusta tener el control tanto como a ti.
—Algunas cosas no podemos controlar, ¿verdad?
—Algunas cosas que creemos que tenemos que hacer son mejores
cuando nos dejamos. —Se acerca más—. ¿Así que me estás diciendo que
tengo que pedirlo? De acuerdo... —Guy me toca los labios—. ¿Me besarás?
—No sé si puedo.
—¿O tengo que besarte yo?
No tengo ni idea de qué decir, temblando por el más mínimo toque,
negando el deseo que tengo por este extraño hombre al que quiero, pero del
que nunca podría soportar enamorarme y perder. Rompiendo su mirada y
la intensidad del momento, bajo la cabeza.
Suspira.
—No hay problema, me guardaré los labios para mí.
—Hasta que llueva.
—Hasta que llueva y, luego, ¿tengo permiso?
—Tal vez.
Sacude un poco la cabeza.

67 —Malditos veranos en Perth. ¿Podemos ir a Melbourne? Hay más


posibilidades de que me beses allí.
Podría besarlo. Ahora. Aquí. Estamos a segundos; todo lo que se
necesita es que uno de nosotros dé el paso. Un paso hacia Guy y de vuelta
a las profundidades.
Un taxi se acerca, y con él la excusa para romper esto antes de
arrojarme a los brazos de Guy y perderme en la fantasía del apuesto príncipe
que me rescató hace casi tres meses.
—Te llamaré mañana, Bella —dice mientras me dirijo al auto que me
espera—. ¡Y nos vemos la semana que viene para el siguiente punto de la
lista!
10
#9 Pedirle una cita a un extraño
Guy no me contacta al día siguiente. O durante varios días más. Esto
es inusual porque hablamos al menos una vez cada dos días.
El segundo día, le envío un mensaje de texto preguntándole si está
bien y no recibo ninguna respuesta.
¿Tanto lo molesté? Si esto es porque no lo besé, me alegro de no
haberlo hecho. Guy está buscando a alguien cuyos zapatos no puedo llenar;
tengo miedo de apegarme emocionalmente a Guy y un beso o sexo serían el
primer paso hacia eso. ¿Y si me hubiera rendido, lo hubiera besado, si
hubiera sido arrastrada por el momento, hubiéramos continuado la fantasía
y pasado la noche juntos?
68 Tres días más y tres mensajes más, nada. Mi preocupación de que
algo serio pueda pasarle se ha retirado y reemplazado por decepción.
Entiendo la indirecta.
Su rechazo empuja la confusión y la irritación a mis días, y miro mi
lista. ¿Debería planear uno sin él? Pero cada cosa que considero es como
una traición a mi pacto con Guy.
Después de tres semanas de tratar de contactarlo sin respuesta, tomo
mi lista del refrigerador y pongo el papel en el cajón de la cocina para no
tener que recordarlo cada vez que abro la puerta del refrigerador. Continuaré
con la lista, con o sin él.

***

La oportunidad de trabajar en uno de los puntos de la lista surge una


semana después; y estoy segura de que, si no fuera por esa lista, nunca
consideraría hacer esto.
Mis visitas matutinas al café y a Ross se han multiplicado para incluir
también visitas de después del trabajo. De una manera no acosadora, ahora
soy consciente de que no trabaja los martes ni los lunes por la noche. Aun
así, visito el café esos días, en caso de que mi creciente interés en Ross se
haga evidente para el resto del personal si me pierdo esos días.
Escondiéndome detrás de mi portátil como de costumbre, finjo
trabajar; pero en su lugar, investigo para mis propios artículos, preparada
para el día en el que creo, locamente, que se me permitirá publicar alguno
en Belle de Jour. La silla de enfrente se arrastra y alguien se sienta. Levanto
la mirada, directamente a un par de hermosos ojos marrones, con unas
pestañas que no podría lograr sin diez capas de rímel.
—¿Está bien si me siento aquí? —pregunta Ross. Puede que tenga
ojos de chocolate, pero soy yo la que se está derritiendo aquí; pasé de no
interesarme por los hombres a desear a dos en un mes.
—Claro.
Ross pone su taza de café sobre la mesa frente a él, con los dedos
delgados envueltos a su alrededor. Lleva la habitual camisa de trabajo negra
con el logo del café y su cabello oscuro contrasta con su piel pálida. Supongo
que los días en una cafetería no permiten mucho tiempo al sol, o podría ser
una persona sensata y evitar el cáncer de piel.
Pero esos ojos.

69 —¿Trabajando? —pregunta, y bebe su bebida y no se me escapa el


irónico olor a chocolate.
—Sí.
—¿A qué te dedicas? Debes trabajar cerca de aquí, por las veces que
vienes y cómo te vistes. —Señala mi blusa de seda azul, indicando en el
proceso que es el tipo de hombre que puede controlar el impulso de mirar
fijamente los pechos de las mujeres.
—Belle de Jour. Becaria.
—Y mujer de pocas palabras —dice, y muestra sus dientes rectos y
blancos a juego con el resto de su perfección. Jesús, estoy obsesionada. Y
confundida. ¿No estaba considerando acurrucarme con un surfista hace
unas semanas? No, Guy se fue.
Demuestro las habilidades de conversación de una niña de tres años
al no responder con nada en absoluto.
Lista de cosas por hacer.
Hazlo.
Ross se sentó aquí, ¿no? Eso está a mitad de camino.
—¿Te gustaría que nos encontráramos alguna vez? —Lo digo sin
rodeos.
Me estremezco ante la sorpresa en la expresión fría de Ross. Mierda,
dirá que no y ni siquiera puedo fingir que estoy ebria.
—Bueno, me salvaste de pedirlo yo —responde.
—¿Lo hice? —Sacudo la cabeza—. Dios, sueno como una idiota.
—Eres dulce.
—¿Dulce? —Arrugo la nariz.
—No lo olvides, te veo venir aquí todos los días. Soy un observador de
personas, por eso me encanta mi trabajo. Puedo decir mucho sobre cómo se
comporta la gente cuando está aquí. Tú, Phe, eres dulce con la gente. La vez
que pagaste el café del tipo que le faltaba un dólar. ¿Ayudar a las madres
con cochecitos a salir por la puerta cuando sé que llegas tarde? E
imposiblemente educada. Dulce.
—Oh. Claro. —El cumplido no me parece uno pero, si le gustan las
chicas dulces, lo acepto.
—¿Adónde planeabas llevarme? —pregunta.
—No había llegado tan lejos.
—Menos mal que yo sí. ¿Estás ocupada después del trabajo esta
70 noche?
—Sí. No. Quiero decir, mierda.
La media sonrisa que inclina su boca en una comisura sugiere que
está acostumbrado a que las chicas balbuceen a su alrededor. Yo no estoy
acostumbrada a balbucear con los hombres.
—¿Sí o no?
—Es lunes.
—Claro que lo es. ¿Restaurante? ¿Bar? ¿Películas? ¿Todo?
—Um. —Mi mente recorre las opciones. Películas, sin oportunidad de
hablar; ¿qué pasa si solo le gustan las persecuciones de coches y los tiroteos.
En un bar solo me emborracharé. Restaurante, soy quisquillosa; ¿y si me
lleva a un lugar que no me gusta?
—¿Una comida? —sugiero.
—Restaurante será entonces. Tú eliges.
—Sí.
—¿Cuál es?
—¿Perdón?
—Tu elección.
—Oh. Um. —Tal vez las películas habrían sido mejor opción, porque
las posibilidades de tener una conversación parecen escasas si esto
continúa—. Hay algunos lugares bonitos en Subi.
—Está bien, genial. ¿Quieres que te recoja?
—Estoy bien. Te enviaré un mensaje con mi elección más tarde.
Los ojos de Ross brillan. Saca mi recibo del borde de la taza de café y
garabatea un número de teléfono.
—Suena bien. —Entonces se pone en pie e inclina la cabeza hacia la
puerta—. Será mejor que me prepare para mi cita. ¿Ocho?
Asiento, aferrándome a la palabra “cita” mientras veo a su figura alta
salir del café, llevándose mi aliento con él.
Mientras termino mi café, mi mente se remonta a las pocas veces que
me encontré con Guy. Es extraño, porque nos fuimos acercando; y aunque
luché contra la atracción que tengo hacia él, no pensé que mi rechazo
terminara tan fácilmente con las cosas entre nosotros. Enredarme con Guy
no tenía sentido, y ahora estoy doblemente contenta de no haberlo besado.
Ross sería una cita mucho más adecuada y normal.

71 ***

Tiro el vestido corto sobre la pila de ropa que crece en mi cama. Media
docena de cambios y no estoy cerca de elegir. Pantalón hasta la pantorrilla
blanco y top rosa ajustado. No. Tres variaciones de vestidos de verano. No.
Al diablo con eso. Me pongo unos vaqueros negros y delgados y una blusa
blanca suelta que baja bastante desde mi cuello. Los tatuajes me llaman la
atención en el espejo del baño mientras me pongo lápiz labial. Todavía me
sorprendo cuando veo los pájaros; pero me encantan, y ahora estoy
considerando mi próximo tatuaje.
Mientras busco en la sala mis botas de tacón bajo, mi teléfono suena
y me da vueltas el estómago. ¿Y si Ross cancela? Tomo el teléfono de la
mesa.
Guy: Phe :) ¿Cómo están las cosas?
Guy. Después de tres semanas de ignorarme, ¿envía un mensaje
como si hubiéramos hablado ayer?
Yo: Muy bien, gracias.
Coloco el teléfono y suena de nuevo.
Guy: Tengo mi punto de la lista de cosas por hacer
Yo: Estoy ocupada. Te enviaré un mensaje más tarde.
Guy: ¿Ocupada?
Yo: Voy a salir

Esta vez apago el teléfono y lo meto en mi bolso. Guy me contactó;


pero después de ignorarme durante semanas, no voy a dejar todo por él.
No puedo apagar el teléfono. ¿Y si llama Ross? Hago clic en el botón
de encendido y, en un minuto, suena de nuevo.
Guy: ¿Podemos vernos?
Yo: Te enviaré un mensaje de texto más tarde
Guy: ¿Esto es porque no he estado en contacto? Estaba enfermo.
Claro, enfermo durante tres semanas. A punto de responder a esos
mensajes de texto, hago una pausa. Apuesto a que no se refiere a un
resfriado.
Yo: ¿Te encuentras bien ahora?
Guy: Acabo de llegar a casa. Aburrido. ¿Podemos vernos?
72 Yo: Dije que voy a salir.
Guy: Oh. ¿Quizás más tarde?
Yo: Toda la noche. Me encontraré con alguien.
Guy: Bella... ¿Encontraste un príncipe azul?
Miro el reloj del reproductor de DVD. 19:00.
Yo: Voy tarde.
Guy: No hay problema. Ojalá pudiera verte y no besarte de nuevo.
Guy nunca ha pedido verme. No en términos tan fuertes. ¿Cuán
enfermo está?
Yo: ¿Estás bien?
Guy: No
Me muerdo el labio, destrozada por lo que tengo que hacer. Él me
ayudó cuando lo necesité, y de una manera indirecta me está pidiendo mi
ayuda él también.
Pero quiero ver a Ross. No es mi príncipe azul, pero es el objeto de mis
fantasías lujuriosas; el hombre que podría distraerme de mi atracción hacia
un moribundo con el que también fantaseo, pero que estoy segura que me
romperá el corazón. Le mando otro mensaje.
Yo: ¿Dónde quieres que nos encontremos?
Guy: ¿Estás segura?
Yo: Sí.
Guy: ¿Dónde siempre?
¿Llamo a Ross o le mando un mensaje? ¿Estoy desperdiciando mi
única oportunidad?
Una conversación incómoda con Ross más tarde, y me dirijo al café
donde a menudo me encuentro con Guy.
Guy está sentado en su lugar habitual, y mira a su alrededor mientras
me acerco. Tomo una silla y me siento yo también. Está pálido, tiene los ojos
menos brillantes de lo normal y lleva una camisa elegante y vaqueros. Su
cabello es diferente, rapado `en la nuca y los lados, más corto en la parte
superior
—¿Cambio de imagen? —pregunto.
—Mi cabello me estaba molestando. Gracias por venir.
—Está bien. Parece que necesitas alguien con quien hablar. Me
ayudaste cuando yo lo necesité. —Trato de tomar su mano, pero me detengo.
73 —Ah, pero solo hablé contigo cuando lo necesitabas porque estabas
en mi lista. —Sonríe débilmente.
—Qué manera de hacer que una chica se sienta especial.
Sonríe, pero no se disculpa.
—¿Por qué estabas realmente allí esa noche? —pregunto en voz baja—
. ¿Era cierto lo de las flores?
Guy se frota los labios y me mira.
—Omnia causa fiunt.
—¿Qué significa eso?
—Búscalo. —Recoge su taza—. Háblame de tu príncipe azul.
Parpadeo cuando cambia de tema.
—No tengo uno.
—¿Así que no tenías una cita?
—La tenía, pero era la primera.
—Oh. Mierda. Siento haberte estropeado las cosas.
—Está bien, lo hemos reorganizado. Aunque marqué un punto de mi
lista, yo se lo pedí.
Espero a que Guy se ría en acuerdo; pero en vez de eso, se concentra
en la taza que tiene entre las manos.
—Bien. Espero que sea un buen tipo.
—Vine aquí para hablar de ti, no de mí.
Guy termina su café.
—Sí. Déjame comprar esto.
La actitud de este Guy es diferente a la habitual. Se desplaza hacia
atrás desde el mostrador, dejando a los demás pasar delante de él, con las
manos en los bolsillos. Falta la confianza. Evita mis ojos cuando regresa y
se sienta y empuja la taza hacia mí.
—Siempre bebes lo mismo, por eso nunca pregunté —dice.
—No iba a decir nada. Está bien.
Guy se toma su tiempo abriendo un sobre de azúcar y vertiendo el
contenido en su taza. ¿Le pregunto? ¿Espero a que lo diga?
—Dijiste que habías estado enfermo. ¿Estás bien ahora?
—Sí. Tuve que ir al hospital un par de semanas.

74 —Oh. Eso no es bueno. ¿Estás...?


Continúa enfocándose en remover su café.
—Estoy bien. Un chequeo semanal es todo lo que necesito por ahora.
Me relajo.
—Aún tienes tiempo ¿no? Para hacer lo que quieras.
Guy levanta la mirada.
—Sí. Por ahora.
No puedo seguir con esta amistad a menos que entienda lo que está
pasando. Si tenemos una amistad y Guy necesita mi apoyo, tiene que
decirme qué le pasa.
—Tu enfermedad. ¿Es algo que te detendrá primero físicamente?
Quiero decir, ¿solo tienes una cierta cantidad de tiempo antes de que no
puedas caminar, o algo así?
—Qué directa.
—No sé de qué otra manera preguntar. No vas a decirme qué te pasa.
—Nunca volviste a preguntar.
—¿Qué te pasa?
—Prefiero no decirlo.
Pongo mis manos debajo de la mesa y él mira.
—No tengo nada contagioso, así que no te preocupes por eso. Lo que
sea que decidamos hacer juntos, no te transmitiré esto. Está todo dentro de
mí y no va a salir.
¿Cáncer? ¿Por qué sigue evitando mi mirada? Se comporta como
cualquier otra persona normal cada vez que lo veo; y entiendo que esto es
algo de lo que no quiere hablar, pero estoy harta de tratar de entenderlo.
¿Cómo puede estar muriendo este hombre de naturaleza contagiosa que
abraza todo lo que la vida le ofrece? ¿Y por qué no me lo dice?
Bebemos café en silencio mientras cae el sol. Los grupos conversan a
nuestro alrededor, se reúnen para tomar café y se preparan para sus propias
salidas nocturnas. Varias parejas se sientan juntas, tocándose y
conectando.
La conversación sobre nuestro casi beso obviamente no va a ocurrir
Ojalá yo estuviera más familiarizada con el lenguaje corporal; parece
reservado, lo cual tiene sentido. Qué cabezota de mi parte pensar que no me
había contactado porque lo había rechazado cuando la respuesta obvia era
su enfermedad.
La forma en que Guy me abrazó cuando bailamos, la sensación de que
75 sus brazos al abrazarme y el deseo de tener eso de nuevo estaban detrás de
que le pidiera una cita a Ross. Si pudiera encontrar a otro hombre que
quisiera abrazarme y besarme no tendría que luchar contra mis
sentimientos por Guy.
¿Sentimientos? Atracción física que me llevaría a un apego emocional
que no estoy segura de querer. Algo que está ocurriendo involuntariamente.
Ahora lucho por sentarme cerca de Guy sin recordar su fuerza y calidez. Yo
no abrazo a la gente; tocar a alguien es raro, pero su abrazo hizo un agujero
en la pared contra la necesidad de contacto físico. Así como me sacó del
borde hace tres meses, me está jalando hacia un vínculo más fuerte con el
mundo, un vínculo humano.
Lista de cosas por hacer. Compañeros. Cambio de tema.
—Bueno, tu lista. ¿Qué se te ocurrió hacer a continuación? —
pregunto.
—Quiero hacer paracaidismo.
—No tengo ni idea de por qué lo harías, pero está bien.
Se endereza en su silla, sus ojos se iluminan.
—Además, puedo llevarte a surfear. Podemos salir un fin de semana.
—¿Un fin de semana adónde?
—Al sur. Hay una compañía de paracaidismo allí abajo, grandes vistas
de la costa desde el avión.
—Del que pretendes salir, aunque funcione perfectamente.
Hace un suave sonido de diversión y me mira expectante.
—Oh. Um. —Un fin de semana. Nosotros—. Podría estar ocupada.
—¿Te preocupa irte conmigo?
—No. Sí. No lo sé. Después de la otra noche...
—Prometo no besarte, aunque llueva. —Sonríe—. Invita a tu
compañera, conozco a alguien que tiene un lugar de vacaciones cerca de
Dunsborough. Prácticamente frente a la playa. —Se detiene—. Muchos
dormitorios.
Me froto las manos bajo la mesa. ¿Por qué tengo tantos puntos en mi
lista de cosas que incluyen agua?
—Aún no estoy segura del surf.
—Vamos, Phe. La mejor época del año. Además, todavía vas con varios
puntos de desventaja.
—¿No hay muchos tiburones en esa parte de la costa?
76 —Mejor aún, dos pájaros de un tiro. Tú surfeas, yo nado con
tiburones. —Sonríe.
Sacudo la cabeza hacia él. El reto que me planteo de superar mi miedo
al agua podría estar a punto de dar un paso en la dirección correcta.
—¿Este fin de semana? —pregunto.
—Cuanto antes mejor, el tiempo es esencial y toda esa mierda. —Guy
agarra el borde de una servilleta, la oscuridad parpadeando en sus ojos otra
vez antes de que levante la cabeza—. Si estás libre.
¿Qué demonios, por qué no?
—De acuerdo.
Nos alejamos del borde de los temas que evitamos y pasamos la
siguiente hora juntos. Durante la comida, hablamos, la mayoría de las veces
sobre lo que he estado haciendo en el tiempo que hemos estado separados,
siento nuestra reunión más como una cita con cada minuto. Fácilmente
regresamos a la comodidad de la compañía del otro hasta que al final de la
noche soy consciente de lo relajada que estoy con Guy y lo mucho que lo
extrañé.
77
11
Seis meses en Perth y nunca me he aventurado lejos de la ciudad y de
los suburbios; los amigos del trabajo a menudo van a “Bajo Sur” a la región
de Margaret River los fines de semana. Centrada en mi rutina diaria en un
intento de mantenerme centrada, tomar descansos improvisados no ha
estado en mi agenda.
Guy me recoge en un Jeep esta vez y me pregunto cuántos autos tiene.
Me dice que cuatro con una sonrisa burlona, pero no estoy segura de que
esté bromeando. Hay una tabla de surf desgastada atada al portaequipaje;
evito mirarla o pensar en tirarme a la merced de las olas.
El trayecto dura menos de tres horas, ya que la autopista atraviesa la
expansión urbana de Perth hasta que los edificios se hacen más delgados
hasta llegar a los arbustos marrones que bordean las carreteras rectas.
78 Hoy, Guy parece cansado de nuevo, no enfermo, pero con los ojos
ensombrecidos como si no durmiera. Ha vuelto al tipo de humor estrafalario
con el que suelo pasar el tiempo; pero después de nuestra reunión del otro
día soy más consciente de que su sonrisa esconde secretos.
—¿Te sientes bien en este momento? —pregunto.
—Estoy bien, Ophelia.
—No me llames así —respondo—. Phe.
—Creo que Ophelia es un nombre genial.
—Yo no. No lo uses.
Guy frunce los labios y sigue conduciendo.
—¿Por qué?
—Porque no me gusta su historia.
—¿Tuya o de él?
Miro por la ventana, al mundo volando por la ventana, borroso y
monótono.
—Ambas.
—¿Alguna vez te llamaron Ophelia?
—Déjalo ir.
—Phe es una abreviatura extraña.
—Lia. —Trago—. Era Lia.
—¿Y por qué no eres...?
—¡Cállate! —La idea de abrir la puerta del auto y saltar se me viene a
la mente, ya que el fallo ilógico de mi cerebro sugiere que me baje de un auto
en movimiento para escapar de una amenaza que no existe.
Guy mira entre la carretera y yo, incapaz de ocultar la sorpresa en sus
ojos.
—Veo que estás trabajando en lo de ser asertiva. Es bueno verlo.
—Como dije antes, no me conoces bien. Ciertas cosas me molestan.
Como esa. —No quiero que la tensión empiece el fin de semana. Tengo la
intención de relajarme y divertirme en lugar de la rutina estructurada, que
también aplico a mi vida de los fines de semana.
—Entonces, bajo ese exterior cuidadosamente construido, ¿eres una
chica apasionada?
Lo miro de reojo y sus ojos están en la carretera, la boca torcida en
una sonrisa en una esquina.
79 —Supongo que ambos tenemos historias que son dolorosas.
Guy golpea el volante.
—No te preguntaré por la tuya si no me preguntas la mía.
—Está bien. —Pero no lo está. Cada vez que me acerco a Guy me
golpeo con una barrera. Originalmente pensé que las barreras entre
nosotros eran todas mías, pero las suyas se hacen cada vez más visibles.
Repaso lo que me ha dicho de sí mismo y sé poco: está enfermo, es rico, le
gusta la vida al aire libre y a veces pinta. ¿Qué hay de su familia? Mencionó
a una media hermana, pero eso es todo. ¿Dónde están? ¿Por qué vive solo?
Un fin de semana con Guy y voy a encontrar algunas respuestas.
El sonido de su ecléctica mezcla de canciones en el estéreo del auto
viaja con nosotros durante la siguiente hora, la conversación se detienen.
No soy la única que sostiene a alguien a distancia. ¿Es la confusión de Guy
sobre lo que somos o podríamos llegar a ser tan grande como la mía?
La casa de los amigos de Guy está situada en la playa, en una suave
colina, con vistas al Océano Índico. El moderno edificio está en desacuerdo
con la naturaleza que lo rodea, las líneas angulares le dan la sensación de
un edificio de oficinas. La propiedad ha sido diseñada para maximizar las
vistas con un gran balcón alrededor de la planta superior. Varias casas
similares la rodean, con propiedades más viejas que parecen chozas entre
ellas. El precio de la tierra frente al mar por aquí no tienta a todo el mundo
a vender.
La playa al otro lado de la estrecha carretera llena la casa también, a
través de coloridos muebles azules y amarillos y cuadros costeros en las
paredes blancas. Arte hecho de conchas y madera flotante y letreros
pintados que dicen “A la playa” adornan los muebles de mimbre creando un
ambiente clásico de vacaciones junto al mar. Camino hasta la ventana que
hay del piso al techo en la parte delantera de la casa y miro hacia el claro y
plano océano. El sol de la tarde realza la imagen de azul de postal del agua.
—Este lugar es increíble —digo—. Tan tranquilo y hermoso.
—Es un gran lugar para venir a escapar.
La tensión del viaje vuelve a fluir; aferrarse al estrés sería imposible
en un entorno como éste.
—¿A qué hora llegan tus amigos? —pregunta Guy mientras se une a
mí.
—A última hora de la tarde. Jen está trabajando.
—Es hora de una clase de surf —dice.

80 Aprieto la mandíbula y fijo los ojos en el agua.


—Aún no. Estoy cansada.
—¿Un paseo por la playa, entonces?
Mi bolso descansa junto a los pies de Guy, donde lo dejó caer, y recojo
la mochila llena.
—Voy a desempacar primero.
—Suite principal arriba y tres atrás. —Señala una puerta en el
extremo opuesto de la sala de planta abierta y se lleva mi bolso—. Puedes
tener la de arriba.
Lo sigo por las estrechas escaleras.
—¿Estás seguro? ¿No deberíamos dejar que Jen y Cam tengan la
habitación? Son la pareja.
—No. Tú eres la invitada importante, así que tienes la suite y las
vistas.
El dormitorio de arriba está inundado de luz a través de puertas de
doble cristal que conducen al balcón. Me siento en el borde de la enorme
cama. El lujo de la ropa de cama y el baño moderno y elegante que puedo
ver a través de una puerta semiabierta me hacen pensar en un hotel.
—Guau.
Guy cruza la habitación y abre las puertas del balcón. En casa, esto
dejaría entrar los sonidos del tráfico, pero aquí no hay nada más que el
llamado de las urracas en los árboles de abajo.
—Bastante especial, ¿eh?
—Absolutamente. —Ansiosa por una vista directa, me uno a él. Los
árboles de eucalipto bordean el camino opuesto y directamente detrás de
ellos un sendero conduce a través de matorrales marrones hacia la playa de
arena blanca. La posición del balcón ofrece vistas panorámicas de la bahía
Geographe, las prístinas aguas azules tranquilas. Un lugar de ensueño para
cualquier amante de la playa.
—¿Te gusta?
Asiento, empapándome de la paz del medio ambiente. El cielo está
despejado, la vista es perfecta.
—¿Estás segura? —Se golpea los dientes—. No pareces segura, y te
has quedado callada en el viaje. ¿Preferirías estar aquí con el Príncipe Azul?
Lo miro sorprendida.
—No, y no lo llames así. Apenas conozco a Ross, así que no.

81 Cancelé nuestra cita y sé por qué.


Estoy luchando con fuerza contra mi atracción por Guy, y estoy
fracasando.
Las corrientes subterráneas están ahí, una marea que nos arrastra de
un lado a otro. Encerrados en una casa vacía junto a una gran cama lo que
no se dice entre nosotros se hace más fuerte. El vello de mis brazos pica
ante su proximidad, lo suficientemente cerca como para captar su sutil olor,
que me recuerda a nuestro baile. En el baile de máscaras arruiné las cosas
negando que quería que me besara porque la lógica intervino y extendió una
mano para detenerme.
Miro más allá de él.
—Gran vista desde aquí, también.
—Impresionantes vistas al atardecer —responde en voz baja—. ¿Te
gustaría?
—¿El qué?
—¿Te gustaría estar aquí con alguien más?
—No podría estarlo. Nadie más que conozca sería tan estúpido como
para saltar de un avión en funcionamiento.
Rompe su rostro serio con una de sus sonrisas con hoyuelos.
—¡No puedo esperar! Toma, deshaz las maletas. Podemos dar un
paseo por la playa.
Guy empuja la bolsa hacia mí, la pasa y desaparece en el piso inferior.
Aturdida, miro el océano otra vez. ¿Por qué siento como si me estuviera
probando?

***

Jen apila los platos de la gran mesa de comedor hecha con árbol de
Jarrah y recojo los tazones de servir y los cubiertos. Cuando nos dirigimos
a la cocina, me da un fuerte codazo en las costillas y tropiezo.
—¡Phe! Te mantuviste callada sobre él —sisea ella—. ¿Qué está
pasando?
—¿Qué quieres decir?
Levantando la ceja, Jen coloca los platos en la encimera de mármol
junto al fregadero.
—Cuando dijiste que pasaríamos el fin de semana en casa de un
82 amigo, pensé que te referías a una chica del trabajo. ¿Cuánto tiempo llevas
con él? ¿Por qué no me lo dijiste?
—Sí es un amigo. —Abro el cajón del lavavajillas y dejo caer los
cubiertos en la cesta. Por ahora es un amigo. Para el final del fin de semana,
no estoy tan segura.
—¿Lo crees? —Gira el cuello para mirar a través de la puerta de la
cocina detrás—. ¿Cómo mantienes las manos lejos de él?
Buena pregunta, y una con una respuesta complicada.
—Esta es una de esas situaciones en las que no quiero perder su
amistad.
—¿Cómo sabes que lo harás? Parecen muy en sintonía. Además, más
que una amistad podría llevar a momentos emocionantes. —Jen me empuja
de nuevo y le doy un codazo en la espalda.
—¡Compórtate, Jen!
—Solo lo digo. Es el paquete completo: un tipo apuesto, un cuerpo
sexy y con sentido del humor. También parece inteligente.
—Lo es.
—¿Cuál es el problema? Le gustas; eso es obvio.
Me doy la vuelta y me concentro de nuevo en el lavavajillas. ¿Lo es?
—Las cosas podrían no funcionar. Se... va a ir pronto.
—¿Y qué? ¡Diviértete antes de que se vaya! Claro que no estás
buscando a alguien con quien sentar la cabeza.
—Para nada. —Pero un corazón roto podría hacerme girar en una
dirección que no quiero.
Mira hacia la puerta.
—¡Si no estuviera con Cam, te apartaría del camino! ¡Muy bien, Phe,
toma un poco mientras puedas! ¿No quieres lamerlo centímetro a
centímetro? Esos abdominales...
Mastico el interior de mi labio en lugar de seguir esta línea de
conversación. Sí, quiero. Y más. Ella y Cam llegaron poco después de las
siete y se había servido su primera generosa copa de vino tinto en cuestión
de minutos. He perdido la cuenta del número que ha tomado.
Anteriormente, Guy me llevó a un mercado de productos locales donde
seleccionamos pescado y verduras frescas de granja antes de dirigirnos a
una tienda de botellas dónde Guy seleccionó su vino local favorito. La región
de Margaret River está llena de bodegas, por lo que la selección llevó su
tiempo. El aire de cita no se me escapó; pero en vez de causar tensión me
83 relajé en la atmósfera de las vacaciones.
Más tarde cocinamos juntos mientras esperábamos la llegada de Cam
y Jen, Guy expertamente preparó el pescado mientras yo tomaba el asiento
trasero y cocinaba las verduras. Admito que ya iba con un par de copas de
un agradable y local Sauvignon Blanco de ventaja con Jen cuando llegaron.
Las verduras no tardaron mucho en prepararse y me pasé el tiempo
descansando en el banco de la cocina observando a Guy, cegadoramente
consciente de lo feliz y relajada que estaba a su alrededor. ¿Qué pasaría
después?
Jen apunta detrás de mí.
—Toma el vodka. Ya he bebido bastante vino.
—Jen...
Hace pucheros.
—¡Oye, estoy de vacaciones! —Extiende la mano y agarra la botella.
Sigo a Jen de vuelta de la cocina. Guy se sienta en la mesa, recostado
en su silla con una pierna cruzada sobre la otra, feliz y riéndose de algo con
Cam mientras beben sus cervezas embotelladas. Tipos comunes y corrientes
en la vida cotidiana. ¿Por qué sugirió esto Guy? ¿Para sacarnos de nuestro
mundo de listas de cosas por hacer y convertirnos en una realidad de la que
estamos al borde? Otra pareja viviendo el momento pero planeando un
futuro.
¿Qué es lo que he hecho? Invitar a Jen y Cam aquí también se suponía
que sería una señal para Guy, esto no era un viaje sobre “nosotros” sino
sobre “Guy y Phe”. Ahora he creado la ilusión de dos parejas juntas de
vacaciones.
—¡Sofás! ¡Ahora! Juegos de beber —dice Jen, agitando el vodka y los
vasos de shot en su dirección.
Espero a que Guy se ría y se una, pero su sonrisa se congela.
—No estoy segura... —empiezo.
—¡Vive la vida mientras aún seas joven! —me interrumpe ella,
frunciendo el ceño.
—Guy saltará de un avión mañana, puede que no quiera tener resaca.
—respondo, mirando a Guy.
Cam se ríe.
—Razón de más para hacerlo. ¡Si todo sale mal, podría tener un
momento para vivir rápido, morir joven! —Le lanza un corcho de la mesa a
Guy para llamarle la atención—. ¿Cuán rápido caes?
Guy quita la etiqueta de su botella.
84 —Rápido. Caigo muy rápido.
Mientras dice las palabras, Guy me mira. Sus ojos de un azul
profundo son inescrutables; pero sus palabras me preocupan. Lucho contra
las ganas de extender la mano para tocar la suya. Cada minuto que pasa
cuestiono la sabiduría de permitir que mis dos mundos choquen.
Cediendo al acoso de Jen, me coloco en el sofá amarillo y Guy se sienta
en el suelo cerca de mis pies. Jen y Cam se abrazan en el sofá azul de
enfrente, con las piernas de Jen debajo de ella. Hablamos entre shots o
burlas de Jen. Guy dice poco. Media hora y una botella de vodka después,
el mundo nada. El entusiasmo de Jen por los juegos de beber roza la presión
de grupo.
—Normalmente no bebo mucho —dice Guy, descansando la cabeza en
el sofá—. Debería parar. —Su mejilla toca mis piernas mientras se recuesta
y me mira—. Así que discúlpame si digo cosas raras.
—¡Ooh! ¡Eso me da una buena idea! —dice Jen entusiasmada—.
¡Verdad o reto!
Cam se queja.
—¡Jen, no tenemos trece años!
—¡Será divertido! Quiero saber más sobre el Tipo Misterioso. —Se ríe
y coloca la botella de vodka vacía en la alfombra entre los dos sofás—. No
habla de sí mismo, ¿te has dado cuenta?
—No soy muy interesante —responde con firmeza.
—¿A qué te dedicas? —pregunta.
—Nada.
—De trabajo, quiero decir.
—Nada. Me estoy tomando un tiempo. Viviendo rápido, muriendo
joven.
En su estado de ebriedad, Jen se pierde el sarcasmo.
—Está bien, si puedes permitírtelo.
Guy se arrastra hacia adelante.
—¿Girar la botella?
—¡Oh! ¡Sí! ¡Juego!
Bien evitado, Guy.
Afortunadamente, la botella se detiene en Jen, que juro que es lo que
quería.
—¡Verdad! —Mira a Cam—. ¡Pregunta tú!

85 Cam sonríe astutamente a Jen y se inclina para que su rostro esté


cerca de la de ella.
—¿Alguna vez has besado a una chica?
—¡Por supuesto! ¿No lo han hecho todas? —Le da un beso rápido en
los labios y luego levanta las manos—. Eso no fue muy interesante.
La botella vuelve a girar y me señala.
—¡Mi turno! —llama Jen.
Me estremezco. Espero que esto no vaya adonde creo. Retarme a
besarla.
—Verdad.
—¿Qué es lo único que nadie en esta habitación sabe de ti? —
pregunta.
Lo obvio viene a la mente, el accidente, las muertes. La noche con Guy
en las rocas al menos no cuenta porque él lo sabe. No puedo dar voz a los
recuerdos de mi familia y elegir una opción más segura.
—Crecí con mis abuelos.
—¿En serio? Me preguntaba por qué nunca hablabas de tus padres.
¿Es su historia mala? ¿Qué pasó? ¿Murieron? —cuestiona Jen.
Cam le pone la mano sobre la boca.
—Es una borracha sin corazón. Jen, cállate.
—¡Phe los mencionó!
—Sí, están muertos —digo y empujo la botella, que se detiene,
señalándome de nuevo.
—¡Oye! ¡No es justo! ¡Van dos! ¿O vas a hacerte una pregunta a ti
misma? —responde Jen.
Cam me mira con vergüenza ante el comportamiento despectivo de su
novia; y para mi sorpresa, Guy envuelve su mano alrededor de la mía.
—¿Escuchaste lo que dijo? —le pregunta Guy a Jen.
—¿Cuándo?
Cam toma el vaso de sus manos.
—¡Se supone que las lagunas en la memoria llegan más tarde, no en
minutos!
—Oh. Claro. Siento lo de tus padres.
—Está bien. —Me froto el rostro—. ¿Por qué estoy haciendo esto?
—¿Esa fue tu pregunta?
86 —Sí.
Jen continúa sin darse cuenta de la creciente atmósfera en la
habitación.
—Iré de nuevo. —La botella de vodka se vuelve borrosa en la alfombra
de cerceta y descansa en algún lugar entre Guy y Cam—. ¡Más cerca de Guy!
El silencio de Guy en los últimos minutos me preocupa, la tensión
viene de él. Desde mi posición no puedo ver su expresión, y desearía poder
hacerlo.
—Reto —dice en voz baja.
Una lenta sonrisa cruza el rostro de Jen.
—Esperaba que dijeras eso. Besa a Phe.
—Verdad —responde.
El calor me calienta la cara ante la vergüenza de las palabras de Jen
y su negativa. Esto es malo. Realmente malo. Y está empeorando minuto a
minuto.
—Déjame pensar —dice.
Cam se inclina y susurra al oído de Jen. Su expresión de
concentración cambia a entusiasmo.
—Dime, chico misterioso, ¿qué es lo peor que has hecho en tu vida?
Mi corazón late con cada segundo que no contesta, con Jen pinchando
el nido de avispas de los secretos que guarda.
—Hay muchas opciones —responde—. ¿Cuán malo?
—¿Cuán malo? ¡Oh, por Dios! ¿Has matado a alguien? —Ella colapsa
con otro ataque de risas, su cabello rubio platinado cayendo sobre su rostro.
Trago y me levanto.
—No creo que este juego funcione, Jen. Debería irme a la cama.
Guy me mira desde el suelo, con los ojos brillantes.
—Ella preguntó. Se lo diré.
—No quiero saberlo —susurro.
Miro a Jen, que ahora está sentada inclinada hacia adelante, con los
codos en las rodillas y las manos debajo de la barbilla, expectante.
Guy se levanta y mira directamente a Jen.
—Maté a mi madre.
Las palabras de Guy resuenan dentro de mi cerebro de borracha y
sacudo la cabeza por si escuché mal. Guy se mete las manos en los bolsillos
87 de los vaqueros y sigue mirando a Jen. Su risa se detiene y se endereza.
—¿Qué?
—Está bromeando —comenta Cam—. Estás empujando a la gente a
hacer y decir cosas que no quiere.
Guy dijo las palabras. El mundo se tambalea. No, Cam tiene razón,
está mintiendo para callar a Jen.
—¡Estamos jugando a verdad o reto! —murmura Jen—. ¡Ese es el
objetivo del juego!
¿Lo es? ¿Lo hizo?
—¿Guy?
—Es verdad —dice, sin mirarme.
—¡Claro que lo es! Por eso estás caminando por las calles y no
encerrado —dice Jen sarcásticamente.
—Solo querías una respuesta, no una explicación. ¡Y ya no voy a
seguir jugando tu estúpido y jodido juego! —Guy agarra su cerveza medio
vacía de la mesa y sale descalzo de la casa, la puerta principal se cierra de
golpe detrás de él.
Lo miramos fijamente y nadie habla durante un rato.
—¡Cielos! ¿Crees que lo hizo? —Jen apoya la cabeza en el sofá—.
Psicópata.
Dudo, mirando en la dirección de la puerta. ¿Lo sigo? Cuando me
acerco a la puerta principal, Cam se endereza.
—No irás tras él, ¿verdad?
—Sí.
—¿Qué? ¿Nos dijo que mató a alguien y lo vas a seguir a la oscuridad?
—No le tengo miedo y no le creo.
—¡Dios mío! ¿Y si ahora nos dice que también nos va a matar a
nosotros? —grita Jen.
—Jen, estás borracha. No seas estúpida —dice Cam, y luego me
mira—. ¿Estás segura? La gente normal no dice esas cosas.
—Guy no es gente normal, y yo tampoco. —Meto los pies en mis
sandalias de tiras y camino hacia la noche.

88
12
Una farola a unos pocos cientos de metros de distancia no ofrece
mucha iluminación, pero la gran luna esboza a una figura que camina a
través de la maleza hacia la playa. Me apresuro a cruzar el camino vacío
para alcanzarlo.
—¡Guy! —O no me escucha o me ignora. Parpadeo al salir al camino
iluminado hacia la playa, ajustando los ojos hasta volver a ver su figura—.
¡Guy!
La arena llena mis sandalias y me retrasa a medida que me acerco
más a él. Lo llamo una vez más, más fuerte, y se detiene. No puede fingir
que no me oye en el silencio de la madrugada.
Guy se gira, con la luz de la luna destacando sus rasgos delineados.
89 —¿Por qué me has seguido?
—Porque estoy preocupada por ti.
—Ah.
El espacio entre nosotros es pequeño, pero se siente como un abismo
que no estoy segura de poder cruzar. ¿Por qué dijo lo que hizo? Este hombre
en las sombras de la luna no es el tipo que conozco. Maldice en voz baja y
se sienta.
Cuando Guy no habla, me uno a él en la arena y, durante unos
momentos, miramos fijamente al océano.
—Debería haber aceptado el reto y besarte —dice—. Pero me hizo
enojar.
—Ciertamente la callaste.
Guy clava sus dedos en la arena a su lado.
—Era la verdad —dice—. Maté a mi madre.
Controlo el jadeo de la respiración que amenaza con escapar.
—Entonces, ¿por qué no estás...?
—¿En prisión? Murió hace mucho tiempo. Era un niño.
Las olas bañan la orilla, el agua se oscurece cerca de mis pies y me
retuerzo, sin querer que me toque. Guy habló de esto esta noche por una
razón, no lo necesitaba; tenía otra opción.
—¿Quieres decirme qué pasó?
—Murió al darme a luz. La maté —dice, sin emoción en la voz.
—Guy... —Pongo una mano en su brazo—. No, no lo hiciste. Es
trágico, pero no puedes pensar así. —No se mueve ni responde—. Estoy
segura de que te lo han dicho miles de veces.
Guy toma mi mano y la aleja.
—Le hago daño a la gente, Phe. Mato gente. Vine a este mundo
tomando una vida. Toda mi vida, la gente a la que me acerco sufre. Soy una
maldición. Merezco morir.
La brisa del atardecer me levanta los cabellos de la nuca. Guy no me
mira y sus palabras están borrosas; sacadas de profundidades de las que
no tenía ni idea.
—¡No digas esas cosas! No creo que seas una mala persona.
—No me conoces, Phe.
90 —Porque te escondes.
—Supongo que ya no estoy escondido, ¿verdad?
Tomo su mano de nuevo.
—Quiero saber qué clase de hombre eres bajo la superficie, porque
creo que eres un buen hombre.
—Las cosas son complicadas. —Envuelve sus dedos fríos alrededor de
los míos y aprieta—. Me siento maldito.
Guy se acerca, nuestras piernas se tocan. ¿Una persona normal se
alejaría de él? En este momento quiero más que nunca su cercanía, para
mostrarle que no estoy de acuerdo. Que me importa. El agua oscura cerca
de la orilla es apenas audible bajo la respiración estresada de Guy.
—Ya que sabes algo de mí, ¿puedo preguntarte algo? —pregunta.
—¿Qué?
—Dijiste que tus padres estaban muertos. ¿Qué pasó?
Un intercambio de secretos, deslizándose a través de una grieta en la
barrera entre la parte de Guy que reconoce parte de Phe y quiere apoderarse
de ella. Alejo la mano y me envuelvo las rodillas con los brazos.
—¿Recuerdas que te dije que su muerte fue un accidente? No lo fue.
—Oh.
Respiro hondo.
—Salí.
—¿De dónde?
—No puedo hablar de esto, Guy, las pesadillas empezarán de nuevo.
—Lo entiendo todo sobre las pesadillas.
—Entiendo lo de sentirse maldito —susurro.
Guy me toca la mejilla y tiemblo contra la brisa fresca de la playa, el
miedo desenterrado y la necesidad de Guy de agarrarme. Guy luce igual que
en el café el lunes pasado, cansado y derrotado, y me duele el corazón por
él.
—Quiero explicarte muchas cosas, pero no puedo. No sé cómo hacerlo.
—No necesitas hacerlo hasta que estés lista.
Guy me pone un brazo alrededor de los hombros y apoyo la cabeza
contra su pecho duro.
—¿Por qué confías en mí? —pregunta.
—¿No debería confiar en ti?
91 —Te acabo de decir que lastimo a todos los que están cerca de mí.
—¿Cómo puedes decir eso después de lo que hiciste por mí?
Su falta de respuesta me preocupa y me muevo para mirarlo. Guy
toma mi mano y traza las líneas de mi palma.
—Cuando te vi en la oscuridad, tuve que luchar contra correr y
alejarte a rastras del borde. Quería abrazarte, absorber tu sufrimiento.
Estoy harto de hacer daño a la gente. Pensé que quitarte el dolor podría
absolverme, de alguna manera.
—No creo que lastimes a la gente, Guy.
—No lastimo a la gente deliberadamente. Simplemente sucede. —
Respira hondo y me mira—. Desde el momento en que te vi al borde del
abismo he querido un nosotros, pero tengo miedo. No quiero que te pase
nada.
Le toco el rostro.
—Ya me has ayudado mucho. Esa primera noche y en los días
siguientes.
Guy me mira las manos.
—Te mandé un mensaje todas las noches para que cuando cerraras
los ojos para dormir supieras que a alguien le importaba.
Las palabras de Guy me ahogan; el hombre cuidadosamente
escondido revelando los bordes fracturados de su alma y la profundidad de
su corazón.
—Estar contigo está transformando mi mundo, y no creo que la lista
sea la única razón, ¿verdad?
—¿Y si te hago daño?
—Entonces me las arreglaré.
—¿Lo harás?
Entiendo su necesidad de apartarme del borde. Comparto el odio por
que otra persona pueda sufrir de la misma manera. Todo este tiempo y no
me di cuenta, demasiado ocupada luchando contra la marea oscura
amenazando con hundirme. Guy está nadando en la misma profundidad
que yo.
—Sí. No puedo esconderme del mundo y negar lo bueno por miedo a
lo malo. Tú vives el momento, y yo también debería hacerlo —digo.
Guy se ríe suavemente y me toca la mejilla.
—Viviendo peligrosamente, Phe. Serás la próxima en saltar de un
92 avión.
—Tal vez no trate de vivir peligrosamente en ese momento en
particular.
—¿Entonces qué pasa?
—No quiero esperar a que llueva. —Me acerco más a él, dispuesta a
que me abrace.
—Estás loca.
—Eso ya lo sabemos.
Exhalando, Guy cierra la mano en mi cabello, y luego apoya su frente
contra la mía, su aliento caliente calentándome el rostro.
—Esto nos lleva a algo diferente. No estoy seguro.
—Bésame, aunque solo sea una vez. —Muevo la cabeza para que
nuestros labios se toquen, el zumbido de la conexión es inmediato.
—Si te beso será más de una vez.
—Bien. —Me doy vuelta y me encuentro con su boca envolviendo una
mano alrededor de su cuello para acercarlo. Guy pone una mano en la
arena, me rodea la cintura con su otro brazo y me besa. La cálida presión
de su boca cambia de tímida a más firme mientras presiono mis labios
contra los suyos, respondiendo con entusiasmo y presionándome contra él.
Empuja su boca más fuerte contra la mía; Guy separa mis labios,
explorando mientras empujo mi lengua contra la suya.
Nos besamos durante lo que parece una eternidad, un solo momento
congelado en el tiempo, sin mover o cerrar el resto del espacio entre
nosotros. Anhelo las manos de Guy en mi piel, para también deslizar mis
manos contra la suya, pero esto debe permanecer como un beso.
Guy se aleja lentamente, como si no quisiera separar sus labios de los
míos, y suelta mi cintura. Podríamos besarnos de nuevo, nuestros labios
están lo suficientemente cerca como para que aún parezcan conectados, y
estoy tentada. Muevo la cabeza hacia atrás pero, en la oscuridad, apenas
puedo ver la expresión de Guy.
—Hay algo extraño en nosotros —dice.
Me río.
—¿Lo crees?
—No, sobre nosotros. Juntos. ¿Crees que nos cancelamos el uno al
otro?
—¿Qué quieres decir?

93 —Vida y muerte.
—No hables de la muerte cuando te acabo de besar, Guy. Eso fue para
distraerte.
—¿No porque querías besarme?
—Eso también.
Guy sostiene mi rostro con ambas manos y me besa suavemente otra
vez.
—Estar contigo cambió mi mundo, Phe. No estoy seguro de que pueda
volver a mi antiguo mundo.
—El mundo es un lugar más brillante contigo, eso es seguro. —Tomo
su mano y la aprieto—. No quiero hablar de lo malo o del pasado.
Guy me mete un mechón de cabello detrás de la oreja.
—No quiero quedarme aquí. Volvamos a la casa y esperemos que tu
estúpida amiga se haya dormido.
Camino con Guy de vuelta a la casa; una línea ha sido cruzada.
Podríamos ser cualquier pareja cediendo a nuestra atracción, dando un
paso tentativo en la dirección en la que ambos queremos ir. Pero no lo
somos.
La luz de la puerta principal semiabierta ilumina el sendero y
entramos a una sala de estar vacía. Botellas y vasos vacíos permanecen
esparcidos por la habitación, pero Jen y Cam se han ido. Un apagado Guy
se sienta en el sofá y se frota la arena de los pies.
Levanto la vista cuando oigo un ruido en la cocina. Cam duda en la
entrada con dos grandes vasos de agua y una sonrisa de pesar.
—Hola —dice.
—Hola —respondo.
Guy no dice nada.
Me alivia cuando Cam termina la conversación con el saludo
intercambiado y se dirige al fondo de la casa con sus bebidas. Guy lo mira,
y de vuelta bajo la luz puedo ver más claramente lo borracho que está. El
aire fresco tampoco hizo mucho por mi sobriedad, ni tampoco la sensación
de mareo del beso de Guy.
Su boca se curva cpn una sonrisa y se deja caer contra la parte trasera
del sofá.
—¿Crees que me creyeron, sobre mi madre?
Me siento a su lado.
—Probablemente no.
94 —Es un poco molesta, tu amiga. —Se pasa una mano por la cara—.
Lo siento, es tu amiga, pero es grosera.
—Jen siempre es así cuando está borracha.
Me quita el cabello de mi rostro y acuna mis mejillas.
—Como dije, debería haberte besado si hubiera sabido que lo ibas a
hacer de todos modos.
Antes de que pueda responder, los labios de Guy vuelven a encontrar
los míos y me lleva de la locura de la noche a la calma de su abrazo. Su beso
es lento, sosteniéndome la cabeza en vez de moverse para tocar mi piel. Se
detiene, entierra su rostro en mi cuello, exhala pesadamente y me aprieta.
Le acaricio el cabello.
—¿Estás bien?
—Borracho. Desearía haber mantenido la boca cerrada.
Lo sostengo y lucho contra la excitación provocada por su beso. La
áspera mejilla de Guy me raspa la piel mientras me pone los labios en la
clavícula. Permanecemos en silencio y el calor borracho de nuestro abrazo
junto con la respiración rítmica de Guy conspira contra mí. Empiezo a
quedarme dormida cuando el cuerpo de Guy se vuelve más pesado contra
el mío.
—No puedo dormir aquí —murmuro.
Estirando y sacudiendo la cabeza para despertarse, Guy me estudia
mientras llegamos al momento en que las cosas podrían cambiar aún más.
—¿Te vas a la cama?
—Iba a ir, sí. ¿Estarás bien?
—¿Yo? Sí. —Pone sus labios en mi frente—. Me gustaría unirme a ti,
pero no creo que sea una buena idea.
Aguanto el aliento, la moral adormecida por el alcohol sugiere que
podría pedírselo.
—Correcto.
Guy se levanta y tira de mí hasta ponerme en pie.
—Si no estuvieras tan borracha como yo, te estaría sugiriendo todo
tipo de cosas.
—Y, cuando estemos sobrios, ¿entonces qué?
—Entonces tendré muchas sugerencias —dice en voz baja.
Cuando nos separamos, me acuesto en la cama y reflexiono sobre las
últimas horas en mi cabeza. El destino es una extraña criatura, reuniendo
almas perdidas y luego dando un paso atrás para ver lo que pasa. Lo que
95 me preocupa es cómo se sintió besar a Guy y lo natural que es estar en su
compañía. ¿Cómo puede esto terminar bien?
13
#5 Hacer paracaidismo
El desayuno es tenso. Una Jen con resaca prepara una taza de café
humeante cuando llego abajo, y Guy está en la cocina haciendo tostadas
con mantequilla. Sin hablar con Jen, me dirijo a la cocina con Guy.
—¿Cómo estás? —pregunto—. ¿Listo para hoy?
Se lame la mantequilla de los dedos.
—Sí. No es demasiado tarde para unirte a mí.
—¡No lo creo! Es tu lista de cosas por hacer, no la mía.
—¿Entonces te quedas a mirar?
96 —Por eso vine aquí este fin de semana.
—Correcto. —Le da un mordisco a una tostada—. Tus amigos se van.
Pensé que querrías ir con ellos tú también.
Me duele el estómago. No ha intentado tocarme ni besarme desde que
entré en la habitación; esto fue un error para él.
—Oh. ¿Quieres que lo haga?
—No, Phe. No quiero que lo hagas.
Mientras me ocupo preparando una taza de té, Guy se queda detrás
de mí, y siento su proximidad como si nos estuviéramos tocando.
—¿Estabas muy borracha anoche? —pregunta.
—Bastante. Creo que todos lo estábamos.
—¿Querías besarme?
Me giro sorprendida.
—No, Guy, me tropecé y mis labios se encontraron con los tuyos. ¿Por
qué? ¿No querías hacerlo?
—Anoche fue un desastre —dice—. No quería que supieras esas cosas
sobre mí.
—Bueno, ahora lo hago. Y ellos también. —Señalo a Jen, que ahora
tiene la cabeza sobre la mesa, con el cabello a su alrededor—. ¿Vas a
explicárselo?
—No. Le haré creer que soy un fugitivo prófugo por el asesinato de su
madre.
Aparto la mirada. No podemos volver a esto. No asesinato. Llevo la
culpa del día que sobreviví al asesinato de mi madre y mi hermano. Entiendo
su necesidad de atar el pasado en el interior, pero también sé cómo se
enreda alrededor de su alma y devora.
—Buenos días, Jen. —Guy se sienta frente a ella en la mesa. No
bromeaba sobre fingir que no pasó nada. Se mueve y dice algo que no
escucho.
—No te preocupes. Todos dijimos cosas que no queríamos. —Come
sus tostadas.
Una torpe y pálida Jen se une a mí en la cocina. No la veo a menudo
sin maquillaje, sus labios desnudos y ojos sin pintar suavizan sus rasgos, y
parece años más joven que sus veinticuatro.
—Nos vamos esta mañana.
97 —Guy me lo dijo.
—Ten cuidado, Phe —dice en voz baja—. No sé si confío en él.
—Yo sí. —Tiro la bolsita de té a la basura y vierto leche en mi taza—.
Confío en él más que en nadie.
Las cejas de Jen se levantan.
—Entonces creo que te estás buscando problemas.
—Ayer estabas a favor de emparejarnos.
—Oh, Dios, no empieces una relación con él —se queja de mi pequeña
sonrisa—. Phe, no. ¿Ustedes...?
—No, pero ustedes sí. Ruidosamente. —Jen arruga la nariz en
respuesta y yo la esquivo—. Anoche me abrió los ojos a algunas cosas.
—Espero que sepas lo que estás haciendo.
Miro detrás de ella a Guy, que gira la cabeza como si fuera consciente
de mi escrutinio y me mira a los ojos. Siempre sentí que Guy me veía más
de mí que nadie, y ahora el velo que queda entre nosotros se está cayendo.
Por primera vez en mucho tiempo, sé lo que quiero y lo estoy haciendo.

***
El avión vuela sobre mí y me siento en la arena blanca, protegiéndome
los ojos contra el sol mientras observo. Los afortunados paracaidistas
disfrutan de unas vistas increíbles de la bahía, aunque yo sentiría el vuelo
como el de una mujer condenada. No saldría del avión a menos que alguien
me empujara físicamente o me arrastrara gritando por el aire.
Los preparativos de Guy para el salto tomaron algún tiempo y, cuando
entregó su formulario médico y de renuncia, se me ocurrió que podría haber
mentido. Una vez más, le echo un vistazo a su figura sana y en forma,
tratando de averiguar qué es lo que le pasa. Todo el día he sido hiper
consciente de su proximidad, sufriendo por él. Ahora que he dejado
acercarse a alguien, mi cuerpo anhela más.
También soy consciente de que necesito escuchar más secretos de su
parte antes de permitirme caer más lejos, pero eso implica renunciar a más
de los míos.
Un hombre con dos niños pequeños se me une en la playa donde
esperamos a que el avión dé la vuelta. El niño y la niña rubios se persiguen
entre el agua y la playa mientras el hombre se queda de pie a mi lado con
los brazos cruzados.
—No entienden por qué su mamá quiere saltar de un avión —dice.
98 Asiento.
—No entiendo por qué alguien lo haría.
—Lo hace por caridad, pero ¿y si se hace daño? —Señala a sus hijos—
. O peor.
—Estoy segura de que está bastante segura —le digo. La preocupación
en la cara del hombre de mediana edad es clara. Nunca pensé en
preocuparme de que Guy se hiciera daño.
—Te vi con tu novio. ¿Por qué no saltas tú también? —pregunta.
—No me gustan los deportes extremos. —Me río—. No estoy metida en
nada extremo.
—Sensata. —El niño le tira de la manga, pidiendo algo de beber, y el
hombre mete la mano en su mochila negra.
Sensata.
Ese es el problema. Pensé que lo sensato controlaría mi mundo y
evitaría que la tragedia volviera a tocar mi vida, pero eso ya fracasó una vez.
Lo sensato entumece. La sensatez no deja que nada me impulse a seguir, a
vivir una vida que pueda. ¿Pero puedo llegar a lo extremo?
—¡Ahí está! —grita la niña.
Dos figuras unidas, tan pequeñas como un pájaro en el cielo, caen por
el aire y mi corazón se tambalea en mi boca mientras observo. ¿Quién salta
primero? ¿Este es Guy?
El paracaídas atrapa a la pareja en caída libre, tirando de ellos hacia
arriba hasta que su descenso se reanuda, más lentamente. Estos somos
Guy y yo, cayendo libremente juntos hasta que algo nos salva y ralentiza la
caída hasta la muerte.
Al menos a uno de nosotros.
Las lágrimas me hacen picar los ojos, no porque sepa que voy a perder
a Guy, sino porque a un hombre tan lleno de vida le puedan arrebatar la
suya cuando gente que apenas vive está desperdiciando la suya.
Más lejos, a lo largo de la playa, el paracaidista y el instructor tocan
el suelo y luego corren a lo largo de la playa. La figura de la derecha es
demasiado alta para ser la pequeña mujer que se despidió de sus hijos y
cuyo marido se negó a besarla. La persona podría ser uno de los dos
mochileros holandeses, una pareja encerrada en su excitación antes de
dirigirse al avión de espera; pero al acercarse, sé que este es Guy. Un hombre
en la playa lo ayuda a salir del paracaídas y la emoción de Guy se refleja en
su lenguaje corporal, los brazos gesticulando salvajemente mientras cambia
99 su peso de pie.
Guy corre a través de la arena hacia mí, vigorizado, con mejillas rojas
y ojos brillantes. Me levanta del suelo. Lo agarro de los hombros por la
sorpresa y bajo la mirada hacia él. Me besa fuertemente en la boca y se ríe
sin aliento.
—¡Tienes que hacerlo! ¡Es jodidamente increíble! —Guy me hace girar,
el mundo fuera de control, mientras envuelvo mis brazos alrededor de su
cuello—. ¡Es la segunda cosa más asombrosa que he hecho en mi vida!
—¿Segunda? ¡Has llevado una vida loca si no es la primera! ¿Qué es
mejor que eso?
Me pone en el suelo y acuna mi rostro con sus frías manos.
—Besarte anoche.
La intensidad ha vuelto; sus palabras sonarían trilladas, pero se dicen
con sinceridad. Toco su mejilla con una pequeña sonrisa.
—Corrección, una vida aburrida si eso es lo primero.
—No te subestimes, a ti y al efecto que tienes en la gente. Es seguro
que tienes un efecto en mí. —Me agarra el trasero con las dos manos y lo
aprieta.
Avergonzada, miro a mi alrededor al hombre y a sus hijos, pero
afortunadamente, miran hacia otro lado.
—¡Todavía no puedo creer que hayas saltado de un avión! ¡Es una
locura!
—¡Creo que todo el mundo debería probar el paracaidismo!
Con el entusiasmo de Guy, le abrazo el cuello y lo beso. Tiene el rostro
húmedo, su corazón late contra mi pecho mientras nos abrazamos. Se
separa y me levanta de la arena de nuevo, dándonos vueltas hasta que el
mundo se difumina en vetas de color. Mareada y sin aliento, apoyo la cabeza
contra la de Guy y me aferro. Estamos anclados en nuestro mundo borroso,
fuera de tiempo y lugar, y por primera vez en mi vida aferrarme a alguien
más se siente bien.

***

Espero junto al Jeep a que Guy vuelva de cambiarse. La tensión


oscura de la incomodidad de la noche pasada fue alejada con el viento de
su salto y su tipo de la felicidad es infecciosa, envolviéndose a mi alrededor
y apretándome con la vida. Si hacer algo tan desafiante como Guy puede
traer a alguien a la vida de esta manera, debo vencer mi miedo y dar el paso
100 hacia mis desafíos.
Guy me saluda con un beso cuando llega al auto y me vuelve a dar
vueltas la cabeza por el fácil cambio de amigos a pareja.
—Correcto. ¡A casa a por una ducha y luego a la primera lección de
surf para ti!
—Estaba esperando a ver si te apetecía enseñarme, pensé que
podrías estar cansado después de tu mañana.
Frunce las cejas en fingida severidad.
—Ophelia. Estás tratando de evitar esto, ¿no? Pensé que estábamos
de acuerdo.
—No estuve de acuerdo, exactamente. —Le ofrezco una dulce
sonrisa—. Prefiero no hacerlo. Además, mira no hay olas.
—Aquí no, pero sé dónde hay muchos lugares increíbles para surfear.
—Guy deja caer su escrutinio de mis ojos a mis labios—. Podría pensar en
mejores cosas que hacer con nuestro tiempo si te niegas a surfear.
—¿Es eso cierto? —Me humedezco los labios y me enderezo—. ¿Como
qué?
Se inclina para que sus labios casi toquen los míos.
—Bodegas de vino que visitar.
Sus ojos brillan de alegría antes de subirse al jeep. Estoy apostando a
que eso no es lo que quiere decir.

14
La exuberancia de Guy continúa durante el resto del día con repetidos
relatos paso a paso de su salto. Me burlo de él y se ríe; pero afortunadamente
deja de insistir en que empiece mis clases de surf. Nos dirigimos a una
bodega cercana a almorzar, nos sentamos bajo el dosel de metal fuera del
café en bancos de madera y compartimos una tarde entre los altos viñedos.
Guy se relaja y charla sobre los momentos que ha pasado aquí en el pasado,
y yo alejo la conversación de su entusiasmo por la escena de surf local en
caso de que salte de nuevo a ese tema e intente arrastrarme a la lección que
acepté.
101 No recuerdo la última vez que estuve así de relajada y feliz, y dejo de
lado el pensamiento más oscuro sobre el futuro de Guy y sigo sus mantras.
Vivir por ahora. Estar en el momento. Compartir estos momentos con un
hombre que hoy me mira como si fuera la persona más importante de su
mundo me emociona y me inquieta. Si tan sólo pudiéramos quedarnos en
este lugar y momento más tiempo, una semana, un mes. Para siempre.
La casa está fresca cuando volvemos, el vacío tranquilo da la
bienvenida después de la ocupada tarde entre turistas. Guy tira las llaves
de su auto en la mesa baja cerca de la puerta principal y yo subo a
cambiarme. S eme acelera el pulso cuando oigo sus pasos en la escalera de
madera detrás. A medida que avanzaba la tarde, nos fuimos acercando
físicamente y los toques sutiles se convirtieron en besos arrebatados hasta
que sólo el calor del día nos impidió abrazarnos completamente.
En el dormitorio, me dirijo a las puertas abiertas del balcón. La brisa
del mar sopla en mi cara y cierro los ojos, sintonizando mis sentidos con el
sonido calmante y los olores de la naturaleza. El tranquilo océano recorre la
playa a través del camino, sin oleaje en el agua. El sol de la tarde calienta el
dormitorio; corro las cortinas a través de las puertas, pero la luz del sol brilla
a través del fino material azul. Estoy mirando hacia otro lado de la puerta
del dormitorio y se me pone la piel de gallina al ver a Guy entrar en la
habitación.
—¿Apartando al mundo? —pregunta desde atrás.
—Recuperando el día.
Dedos amables apartan mi cabello de mi cuello, y un escalofrío corre
a través cuando Guy coloca sus labios contra mi piel.
—Un viaje a una bodega no estaba en nuestra lista.
—¿Por qué importa eso?
—Otro paso más lejos de compañeros de viaje, Phe.
Me alejo y me doy la vuelta para mirarlo.
—Creo que el beso de anoche fue un paso mayor.
En un movimiento repentino, Guy me agarra la cabeza y su boca
choca con la mía. Jadeo, lista para alejarlo pero, a quién engaño, he
esperado esto toda la tarde. Deslizo mi mano hacia su nuca y lo sostengo
firmemente, presionándome contra él. Guy me presiona contra la pared y
me mete la lengua en la boca. Nos besamos profundamente hasta que, con
dificultad para respirar, alejo la cabeza.
Guy mantiene mi rostro firme con sus labios cerca de los míos. Me
estudia con la mezcla de deseo y afecto que he visto en sus ojos todo el día:
—No tenemos que volver a Perth esta noche, podemos quedarnos
102 hasta mañana. Pasar la noche juntos.
—Pensé que habías dicho que esperabas que yo tomara las decisiones.
Arquea una ceja.
—Si no lo haces tú, lo haré yo. Estamos fuera de la vida otra vez, Phe.
Viviendo por lo que queremos y yo te quiero a ti.
—¿No una compañera de viaje? —paso mis dedos por sus labios.
—Quiero continuar este viaje contigo, sí; pero nos quiero a nosotros.
¿No crees que el sexo mejoraría la experiencia?
Se me abren los ojos de par en par ante sus directas palabras.
—Qué romántico —digo sarcásticamente.
Guy desliza sus brazos alrededor de mi cintura y me jala hacia sus
caderas. Tropiezo y le pongo una mano en el pecho.
—¿A menos que no quieras?
Me niego a pensar demasiado en esto, dejaré que mi cuerpo tome la
decisión sobre esto. La fuerza de los brazos que me rodean y el músculo
sólido contra el que me sostienen son una tentación suficiente para mí.
Guy malinterpreta mi vacilación.
—Pero entiendo si necesitas un hombre que te ame antes de dar ese
paso.
—No creo que sea capaz de permitirme ser cercana de nadie todavía
—susurro—. Físicamente está bien, no emocionalmente.
Toma mi barbilla.
—Te prometo que tendrás el respeto de alguien que se preocupa por
ti y es exclusivamente tuyo, pero no tenemos que enamorarnos.
—Suena bien para mí.
Guy empuja una mano debajo de mi camiseta y traza un dedo a lo
largo de mi estómago, provocando vibraciones de mi vientre hacia abajo.
—¿Así que estamos bien?
—Espero que lo estemos —digo con una risita. Imprudente, puedo
hacer esto. ¿Qué tiene de malo que una chica quiera sexo sin ataduras?
Acerco a Guy, meto las manos bajo las mangas de su camiseta y clavo
las uñas en el músculo duro. Coloca sus labios sobre los míos, enviando
una ola de sensación a través de mi cuerpo, y la última duda desaparece.
Me pierdo en el momento en que su boca toca la mía, la inexplicable
conexión que nos fusiona. Corre su lengua a lo largo de mi labio inferior y
abro la boca, permitiéndole besarme profundamente. Perdiendo mi agarre
en todo menos en la calidez de Guy y el creciente calor entre nosotros, tomo
103 su cabello y le devuelvo su pasión.
Guy se mueve para besarme en el cuello, con el rastrojo de su barba
de un día raspándome la piel, disparando calor a mi centro. Me jala hacia él
por las caderas y desliza la mano por mi espalda. La forma en que nuestros
cuerpos se moldean uno contra el otro nos arrastra a nuestro intenso
mundo en el que no existe nadie más. Incapaz de respirar, me alejo, pero su
agarre alrededor de mi cintura se aprieta.
Guy pone su frente sobre la mía, su aliento me calienta la piel.
—¿Quieres hacer esto?
—¿Tú lo quieres?
Guy se ríe.
—Soy un hombre, Phe, esa es una pregunta estúpida. —Se quita la
camiseta sobre la cabeza, confirmando que los músculos bronceados de mis
fantasías están a la altura de la realidad. Hago lo mismo y la mirada de Guy
cae sobre mis pechos cubiertos de encaje. Por un momento nos paramos en
el borde del precipicio, en negación de que esto será una conexión
cualquiera. La energía sexual que existe entre nosotros se sustenta en una
corriente de otra cosa, la polarización de la vida y la muerte.
Estoy viva gracias a Guy.
Se sienta en el borde de la cama y me mira a través de ojos que se
oscurecen antes de extender los brazos.
—Ven aquí.
Me siento a horcajadas sobre Guy, y extiende la mano detrás de mí
para desabrocharme el sostén. Deslizo mis brazos por los tirantes y dejo
caer el material de encaje al suelo. Continuando, mirándome, Guy traza
dedos desde mi costado hasta mis senos, rozando mi pezón con su pulgar.
Sostengo la cabeza de Guy y le mordisqueo el labio inferior y me recompensa
con otro beso que me quita el aliento, moviendo las manos hacia mi trasero
y metiendo los dedos en el algodón de mis pantalones cortos. Su excitación
empuja entre la barrera de nuestra ropa; el calor se acumula entre mis
piernas en cada toque y beso.
—Es difícil mantener mi autocontrol a tu alrededor —gruñe.
—Entonces no lo hagas.
—¿No? —pregunta, y levanta la ceja.
Me muerdo la comisura del labio provocadoramente. En un
movimiento repentino, Guy se pone de pie y me da la vuelta sobre la cama,
arrodillándose encima de mí. Normalmente me sentiría expuesta y nerviosa,
104 pero la expresión de Guy es una promesa que anhelo que cumpla.
—¿Confías en mí? —pregunta.
—Confío en ti, o no estaría aquí tirada medio desnuda.
Guy pierde las arrugas preocupadas en su cara y regresa a una
sonrisa perezosa.
—Suena bien para mí.
Me desabrocha los pantalones cortos y me los quito mientras me baja
el material por las piernas. Guy observa mi desnudez con hambre y, por
primera vez en mi vida, no me siento expuesta bajo el escrutinio de un
hombre.
—Eres hermosa, Phe —dice, con la voz ronca—. Pero creo que ya te lo
dije antes.
—Una o dos veces. —Enredo una mano en su cabello y lo tiro hacia
mí.
Poco a poco pasa una mano a lo largo de mi pierna y el suave toque
de sus dedos en la cara interna de mi muslo ilumina el papel con deseo de
Guy. Paso los dedos a través de las crestas de los músculos de su espalda y
lo jalo hacia mí.
—No dejes de besarme —le digo.
Nuestras bocas se encuentran, los dientes chocando con la cruda
intensidad del beso. Guy toma mis muñecas con una de sus grandes manos
y sostiene mis brazos sobre mi cabeza. Hago un sonido sin aliento mientras
los duros besos de Guy se mueven hacia mis pechos antes de que cierre la
boca alrededor de mi pezón endurecido. Separa mis piernas con su rodilla,
los dedos subiendo por mi muslo hasta que descubre mi calor húmedo.
Guy acaricia, provocando, suavemente. A medida que mi excitación
crece, mete un dedo y me muevo contra él, empujándome contra la palma
de su mano. Desliza la lengua a través de mis pechos, burlándose de mis
pezones y convirtiéndolos en picos antes de meterlos en su boca. Me ahogo
en la sensación de su atención a mi cuerpo; sus besos y toques expertos me
llevan al borde del abismo y luego me detengo, hasta que no puedo soportar
más la presión construyéndose.
—¡Guy! —Me sacudo contra su agarre en mis manos, desesperada por
tocarlo yo también.
Guy duda y me mira.
—¿Quieres que pare?
—No. Sí. Quiero decir, deja de hacer eso.

105 —¿Por qué? —Me suelta las manos y desliza las suyas por debajo de
mi trasero, acercándome. Mi cuerpo tiembla de excitación cuando su boca
caliente vuelve a encontrar la mía. Detengo su mano—. Dime.
Estoy parcialmente entrelazada con Guy, pero quiero estar desnuda
debajo de él y completamente rodeada de su cálida fuerza. Ahora que tengo
las manos libres, las muevo a la cintura de sus pantalones cortos y deslizo
mis dedos en el interior.
—¿Por qué crees?
—Oh, cierto. —Se quita de encima con una sonrisa engreída—. Espera
un segundo. —Se saca la billetera del bolsillo y saca un condón, luego baja
sus pantalones cortos. Se sienta en la cama y me pasa el paquete—. Vas a
tener el control de esto, Phe.
Control. Parpadeo; este es un reto mayor que elegir de qué menú
comer.
—¿Y si digo que no lo haré?
—Entonces me pondré la ropa. —Arquea una ceja, la diversión
jugando en la comisura de sus labios. Yo abro los míos, ya ha pasado mi
punto personal de no retorno, y le quito el envoltorio, desgarrándolo y
enrollando el condón en su dura longitud.
Guy se acuesta de nuevo en la cama y me arrastra sobre él. El desafío
en su expresión es inconfundible. Quiere decir en control de verdad.
—De acuerdo —digo, y coloco mis caderas sobre las suyas, consciente
de que mi calor resbala contra su firme cuerpo. Guy inhala bruscamente y
me agarra el trasero.
Cuando lo miro, mi cabello cae sobre su cara. Aparta un mechón y
aparece su sonrisa con hoyuelos.
—Hola.
Le doy un toquecito en la nariz.
—Hola.
Mientras nos besamos, mis pezones rozan el pecho duro de Guy,
nuestros cuerpos ya resbalan con el sudor del calor del verano. El placer
late mientras Guy se desliza contra mí, pero no empuja hacia el interior.
Sostengo sus anchos hombros, relajándome en el poder que Guy me permite
sobre él; su fuerza pesa más que la mía y podría hacerme lo que quisiera
fácilmente. Pero este es Guy, el hombre que me alejó del borde y que apenas
necesita pedirme que confíe en él.
Mirándolo, alcanzo entre nosotros y lo guío al interior. Guy cierra los
ojos, con la boca abierta mientras me bajo lentamente sobre él. Su agarre
en mis caderas se endurece y me inclino hacia adelante de nuevo,
106 mordiéndole la oreja mientras muevo las caderas. Guy dice algo, pero no lo
oigo, perdida en la sensación que me llena mientras me muevo. Gime y
extiende una mano entre nosotros, frotando los dedos contra mí en
sincronía con los movimientos.
Nuestras miradas se encuentran, me paso el cabello por encima de
los hombros y sigo deslizándome contra él, deleitándome con el placer que
aumenta con cada movimiento. De repente, Guy se empuja hacia arriba y
me sostiene en su regazo. Le clavo las uñas en la espalda y gruñe, girándome
sobre la cama antes de hacer una pausa.
—¿Mi turno? —pregunta.
Cuando mi boca dice “sí” sin sonido, empuja con fuerza contra mí.
Guy se mueve lentamente al principio, con los ojos aún fijos en los míos,
antes de aumentar la urgencia. La presión aumenta a medida que el
movimiento de nuestros cuerpos deslizándose a la vez golpea mi clítoris.
Agarro sus tensos hombros y me muevo contra él, incapaz de alejarme
de mi urgencia. Me besa, el movimiento de su lengua coincide con el empuje
de sus caderas. Todo se desborda en un mundo de sensaciones a medida
que subo en espiral hacia el borde, hasta el lugar donde nada existe aparte
del puro placer. Las estrellas bailan en mis ojos cuando grito, el éxtasis
enviando ondas de choque a través de mi cuerpo, tensándome el corazón.
Perdida en este mundo, soy consciente de que las caderas de Guy se tensan
antes de que empuje fuerte una vez más, maldiciendo cuando se viene.
Guy me abraza con fuerza y entierra la cabeza en mi cuello. Me relajo
con los ojos cerrados mientras nuestros corazones laten uno contra el otro.
Pegajosa debajo de las sábanas, las empujo hacia abajo, envolviendo el
algodón alrededor de mi cintura mientras apoyo la mejilla en el húmedo
pecho de Guy. Cierro los ojos y paso un dedo por su piel. El firme latido del
corazón de Guy se ralentiza mientras me acaricia el cabello, lo que me calma
aún más. No me he sentido tan cerca de nadie en años, si es que alguna vez
lo he sentido, y apenas lo conozco. Desconectar mis emociones de una
relación física y no preocuparme por adónde me llevarán las cosas me da
una libertad que no pensé que disfrutaría.
—Viajar contigo será mucho más divertido ahora. —Guy besa mi
cabello húmedo.
Hasta que lleguemos a su destino final.

107
15
Me siento en el mostrador de la cocina y observo cómo Guy convierte
las sobras de anoche en una comida, echándole salsas y especias que
encuentra en un armario. El agua borbotea mientras añade la pasta y me
gruñe el estómago.
—¿Estás bien? —pregunta, frotándome la pierna con una mano.
—Sé que estamos viviendo en el ahora, pero me preocupo.
Frunce el ceño.
—No te preocupes. ¿Por qué preocuparse?
—Sobre ti.
—Cuando estoy contigo, me olvido de la vida. ¿No es lo mismo para
108 ti?
Nuestro paso hacia una relación sexual no significa que tengamos que
compartir todo sobre nosotros mismos, pero la cercanía exige que sepa más.
—Sí pero, aunque no quieras contarme toda la historia, necesito saber
qué te está pasando. Siento como si sólo conociera a la mitad de ti.
—¿Qué quieres saber? —Estudia el contenido de la sartén y lo
revuelve.
—¿Qué crees?
—No lo sé. Podría ser cualquier cosa.
¿Está siendo deliberadamente evasivo? Respiro profundamente. He
sentido la fuerza de este hombre, pero también he visto al Guy cuyo dolor
apareció brevemente anoche.
—¿Crees que puedes decírmelo ya? —pregunto.
—¿El qué?
Trago.
—Lo que te está matando.
Guy coloca cuidadosamente la cuchara en el mostrador de la cocina.
—Pensé que podría salirme con la mía. —Levanta la vista con una
pequeña sonrisa—. Pero entiendo que quieras saberlo.
—Y entiendo que no quieras hablar de tu enfermedad, pero te lo pido
como amiga...
—Y amante.
—Como alguien a quien le importa.
Me mira unos momentos y me preocupa haber llevado las cosas
demasiado lejos.
—Bien, ¿pero me dirás qué te pasó? ¿La historia completa sobre tu
familia?
Es mi turno de apartar la mirada. Un intercambio de secretos, de
cosas que intentamos mantener alejadas del lugar que hemos creado juntos.
—No estoy segura de que pueda.
—Tumor cerebral.
Las palabras brotan de la nada y levanto la cabeza.
—Oh. —Ensayé una reacción para el día en que Guy inevitablemente
me lo dijese, y esa respuesta patética no era mi plan. ¿Cómo puede esperar
que reaccione razonablemente cuando lanza las palabras así y luego sigue
cocinando como pidiéndome que le pasara la sal?
109 —Lo siento.
—Sí. —Se frota con una mano su corto cabello—. Del tipo inoperable.
Bueno, lo hicieron hace años. Trataron de sacar lo que había y pensaron
que lo habían hecho. Regresó. —Mientras habla, Guy me mira directamente,
pero su cara es impasible. Cómo alguien puede aceptar el hecho de que se
enfrenta a la muerte y actuar con indiferencia, no lo sé. Cuando miré a la
muerte a la cara, estaba en una neblina y acepté la idea. ¿Es su elección
ignorarlo porque no puede luchar?
—¿Te duele?
—A veces.
—Dijiste que tu enfermedad no te afectaba físicamente. Pensé que los
tumores cerebrales hacían eso.
—Todo el mundo es diferente, Ophelia.
Me tenso con que use, una advertencia para que deje de preguntar
más.
—Correcto.
—Por eso estoy planeando todo rápidamente. Necesito organizar mi
viaje al Reino Unido.
Tumor cerebral. Me lo imagino incapaz de caminar, de hablar...
—¿Pero dentro de unos meses podrás?
—Sí, pero cuanto antes mejor. ¿Julio?
—Supongo. Pediré permiso y veré cómo van las cosas.
—Genial.
En este momento, todo lo que quiero es sostener a Guy, las lágrimas
amenazan con derramarse, pero no creo que sea la simpatía lo que quiere.
La tristeza que siento por él se mezcla con el alivio de que finalmente me lo
haya dicho, que confíe en mí. Ahora entiendo por qué nunca quiso decir la
verdad.
—Tu turno —dice—. Háblame de tu familia.
No puedo estar tan tranquila en la superficie como Guy; los recuerdos
están demasiado cerca. Tengo una versión condensada de la historia, una
que uso en las raras ocasiones en las que me veo obligada a contarla. Pasé
de psicóloga a doctora y a terapeuta en un alegre paseo cuando era
adolescente, he perfeccionado mi versión de la historia. Hechos. Corta.
Rápida.
—Mi padre drogó a mi familia y se estrelló contra un río. Todos
murieron. Menos yo. Obviamente. Creen que puso sedantes en algo que
110 comimos o bebimos esa tarde y mi mamá y mi hermano se desmayaron
durante el viaje. En el auto, entre el momento en que salimos de casa y el
se metió en el agua, vomité. Mi padre estaba enfadado conmigo, muy
enfadado, y ahora sé por qué. Vomité las drogas. Sabía lo que estaba
haciendo cuando el auto chocó con el agua.
Guy me mira en silencio y, por una vez, es incapaz de responder.
—Cuando el auto se sumergió, intenté ayudar a mi hermanito, pero
apenas tuve tiempo de salvarme. Tuve suerte. A pesar de que era tarde por
la noche y estábamos en algún lugar tranquilo, otro auto que pasó vio el
accidente. Un hombre que nunca he visto desde que me salvó la vida. —Me
limpio los ojos, molesta porque una lágrima haya encontrado la salida—. Al
menos mi madre y mi hermano no se enteraron porque estaban... dormidos.
Mi padre debió estar consciente antes de ahogarse, porque no había drogas
en su sistema. Algunos días me alegro de que sufriera.
—Y te sientes culpable —dice Guy en voz baja.
—Sí. Siempre. Debería haber muerto cuando tenía once años, no
debería estar aquí.
—Pero lo estás —susurra—. Fuerte, hermosa y más capaz de lo que
crees. Vive la vida que te han dado, eso es lo que tu madre habría querido.
—Ese es el problema, lo estoy haciendo, y lo odio. De pequeña, antes
de que muriera, hablaba de lo inteligente que era, de todo lo que lograría.
Ahora tengo que hacerlo, porque el éxito es mi legado para ella.
Guy sacude la cabeza y toma mis dos manos con las suyas,
alejándome del borde de mis recuerdos hasta él.
—No. Te equivocas. Tu madre habría querido que vivieras una vida de
color, sin ahogarte en la oscuridad después de todos estos años.
—Pero quiero hacerlo. Quiero tener éxito, ser alguien.
—Eres alguien. Cualquier cosa que elijas hacer, serás increíble. —Guy
toma mi rostro en sus manos y me mira directamente a los ojos—. No te
subestimes.
Pongo mis manos sobre las de Guy, ignorando la creciente ansiedad.
Un momento decimos que no habrá ataduras y al siguiente apretaremos el
hilo que nos une. Una tragedia en el pasado y la amenaza de muerte, la
culpa que sigue.
—Voy a enseñarte a ser Ophelia —dice—. No puedes volver a ser Lia,
pero no tienes que ser Phe.
—Y yo voy a enseñarte que no tienes que pasar por cosas por tu
111 cuenta.
Me besa la frente.
—Lo sé, porque tengo a mi compañera de viaje.
Se vuelve hacia la sartén, revolviendo con la cuchara en una mano y
sosteniendo mi mano en la otra. Una pareja relajada, natural y normal
cuando no somos nada. Secretos revelados, cuerpos compartidos, ¿hay
alguna forma de evitar que nos enredemos?
16
Cuando llegué a casa de Dunsborough, Jen fue cautelosa, y después
de un par de días se enfrentó a mí, una vez que había tomado un par de
copas de vino. Cuando le conté a Jen lo que Guy me había dicho de su
madre, se quedó callada. El tema no se ha mencionado desde entonces. La
desaprobación de Jen por Guy me enoja porque nunca la entendí como una
persona que juzga y no entiende nuestra situación.
Paso menos tiempo en mi casa compartida y camino las aguas de una
relación con Guy. De vuelta en Perth, una ráfaga de mensajes de Guy
desciende durante el día y nos ponemos al día por la tarde por lo menos
cada dos días. Ya hemos pasado de reuniones sobre la lista a lo que la gente
normal llamaría citas. En dos semanas, estoy cayendo libremente en Guy
más rápido de que él a través del cielo australiano.
112 Esta noche nos reuniremos en casa de Guy con la pretensión de
discutir las listas y nos engañaremos sobre que esta es la principal conexión
entre nosotros. Nos sentamos en la mesa de Guy en su brillante cocina con
grandes vasos de vino y su laptop.
—Este fin de semana pensé que podríamos hacer frente a uno de los
ítems de tu lista —dice Guy.
—¿Tengo que elegir? —No surfear.
Se encoge de hombros.
—Claro. He estado investigando todo. Incluso he tomado una hoja de
tu libro supremamente organizado y he empezado a planear un horario de
lo que podemos hacer y cuándo.
—Entonces probablemente necesitemos discutir lo que estás
planeando. —No voy a volver a personas que organizan mi vida por mí.
—Claro. Quiero decir que he encontrado lugares y horarios de
apertura, no tiene sentido ir más allá de eso antes de hablar contigo. —Bebe,
mirándome por encima de su copa de vino—. Aparte del viaje al extranjero.
—Correcto.
Guy saca sitios web marcados en su laptop y me habla de su
investigación. El viejo entusiasmo ha vuelto; el hombre de la playa que me
dejó acercarme se ha sumergido de nuevo.
Hace clic en la página siguiente, una página turística de una ciudad
entre el mar y el desierto.
—Uno de los tuyos. Dormir bajo las estrellas.
—Espero que no te refieras a literalmente dormir bajo las estrellas.
Guy se ríe.
—Llevaré una tienda de campaña, que no cunda el pánico. —Hace clic
por el sitio, abriendo una nueva página—. Aquí. Para probar que hay un
campamento real en el que podemos quedarnos.
—De acuerdo. —Me pongo de pie y levanto la mano para tomar su
copa de vino; cuando me la pasa, sus dedos tocan los míos. Desde el sexo,
la forma en que Guy me mira es diferente. Esperaba que volviera a ser casual
pero respetuoso, como si no hubiéramos hecho más que besarnos, pero algo
ha cambiado. Esta diferencia no es sólo la línea que cruzamos físicamente
hace un par de fines de semana, sino una comprensión más profunda que
revelar más la piel del otro.
El sexo no se ha repetido, a pesar de ponernos al día en lo que
negamos son citas, pero la necesidad de unirnos se intensifica con cada
mirada o toque. Rozar los dedos con Guy inmediatamente desencadena una
113 ola de excitación inconsistente con un gesto tan inocente. Envuelve con u
mano la mía y frota la parte trasera un momento, su cambio de expresión
es un entendimiento asentido de que comparte mi necesidad.
—¿Cuándo quieres acampar? —pregunto mientras sirvo el vino.
—¿Pronto? Sabes que no quiero perder el tiempo.
—Suena divertido.
Toma el vaso que le ofrezco y me mira.
—Tu cara no dice eso.
—Nunca he acampado, eso es todo.
Guy me envuelve las piernas con el brazo y apoya la cabeza contra mi
cadera, sorprendiéndome con su relajada intimidad.
—¡Te divertirás!
—Claro... —Le acaricio el cabello—. ¿Adónde quieres ir para
someterme a esto?
—Al norte. —Abre una página marcada con fotografías de un cielo
lleno de estrellas sobre rocas monolíticas en el desierto—. Al desierto de
Pinnacles.
—No está muy lejos, ¿verdad?
—Unas horas en auto. Nos tomaremos un fin de semana libre. —Otra
vez la mirada. Lo no dicho: ¿recuerdas lo que hicimos en nuestro último fin
de semana?
—¿En una tienda?
—En una tienda. —Mueve la mano y me frota el trasero—. No
subestimes la diversión que puedes tener en una tienda.
Abro los ojos de par en par en respuesta a sus palabras y a la
repentina visión de subirme sobre Guy y pedirle que no demuestre lo que
está sugiriendo, pero ya no me está mirando.
—Raro. —Apunta a la pantalla del portátil.
—¿Qué es raro?
—Desde que empecé a investigar, no paro de encontrar fotos y
anuncios en otros sitios que visito, exactamente lo que buscaba. Así.
Cruceros con delfines.
—¡Oh! Delfines. ¿Qué tal eso en vez de acampar? —Miro la pantalla—
. Eso es normal. Todo lo que buscas probablemente reaparecerá como
anuncios.

114 —¿Cómo?
—Supongo que Internet nos acecha. —Me río, pero Guy no lo hace—.
Además, a veces los anuncios son útiles.
—¿Cómo nos acechan?
—No estoy segura. Supongo que tu historial de búsqueda se comunica
con los sitios de publicidad. Cookies o algo así.
Cierra la tapa.
—No creo que me guste eso. ¿Puedo evitar que suceda?
—No estoy segura. Puede que haya algo en tu navegador que puedas
usar, no lo sé.
—¿Para que alguna compañía al azar pueda ver todo lo que busco en
Internet?
—¿Por qué? ¿Algo que esconder? —me burlo.
Guy sacude la cabeza, pero su cara está preocupada.
—Nada en absoluto. No me gusta que me vigilen, eso es todo.
—Nadie te está mirando.
Rueda su silla hacia atrás y me lleva a su regazo.
—Vi algo en la televisión sobre cómo el gobierno quiere que los ISPs
revelen los detalles del historial de búsqueda de la gente. ¿Es eso lo que está
pasando? Jodidamente raro.
—Eso está relacionado con el crimen. No creo que estemos en el punto
del Gran Hermano en la historia todavía.
—Aun así.
Envuelvo con ms brazos la cabeza de Guy, lo acerco, consciente de
que al hacer esto su rostro está cerca de mis pechos, y la parte superior que
llevo puesta tiene suficiente escote como para que pueda verlo. Gira la
cabeza y coloca sus labios suavemente sobre la piel de la parte superior de
mis pechos, luego me frota la espalda. Este contacto físico que hemos
evitado no está ayudando a la excitación que comienza instantáneamente
con él.
Me mira.
—¿Te vas a casa pronto?
—¿Por qué? ¿Quieres que lo haga?
—No, pero siempre empiezas a mirar el reloj alrededor de las diez, y
corres a casa antes de que termine la noche. ¿Estás segura de que no eres
115 Cenicienta?
Le beso la frente, sabiendo que, si esta conversación continúa, no me
iré a casa.
—Tengo que levantarme temprano para ir a trabajar.
Suspira y se mueve, así que tengo que ponerme en pie.
—Un día, haré que lo dejes todo y te pierdas. El mundo sigue
funcionando sin tu control.
Arrugo la nariz ante su típica honestidad.
—Sí, lo entiendo. Soy una maniática del control. Estoy trabajando en
eso, gracias al hecho de que señalas que lo hago regularmente.
—Así que quédate. —Extiende su mano y toma la mía.
—No lo he planeado.
—Te presto mi cepillo de dientes.
Niego con la cabeza, tentada.
—No sé.
Me arrastra de vuelta a su regazo y me sujeta por la cintura.
—Vamos a detener esto, Phe.
—¿Detener qué?
—Desde la noche en Dunsborough, me he obsesionado contigo. Me
has robado todos los pensamientos racionales de mi cabeza y los has
reemplazado por sueños tuyos. Y estoy confundido porque no estoy seguro
de lo que quieres. —Me acaricia el cuello—. Creo que quieres más, pero eres
cautelosa y no lo puedo adivinar.
Mi corazón se salta un latido en mi pecho.
—No estaba segura de lo que querías.
—¿En serio, Phe? ¿Crees que diría que no, si me dijeras que quieres
más?
—Pero esto es confuso; hemos pasado de amigos a amantes
potenciales y…
Rompe en una de sus sonrisas.
—¿Potenciales? Creo que hemos ido más allá de eso.
—Quiero decir amantes potenciales, no una cosa de una noche. —
Frunzo el ceño ante sus bromas.
—Oh, de ninguna manera es suficiente una noche. No contigo. —Guy
mete sutilmente sus manos debajo de mi camisa, acariciándome el vientre
116 con suaves dedos, disparando el doloroso calor entre mis piernas—. Todo el
día tengo visiones de ti desnuda. Necesito comprobar que esas visiones son
exactas.
—¿Es eso cierto?
—Sí, así que si pudieras quitarte la ropa y meterte en mi cama sería
de ayuda. —Me burlo de él y le agarro la mano. Frunce el ceño—. ¿O te
decepcioné la última vez? ¿Es eso lo que está mal?
Los recuerdos de sus manos y su boca en mi piel y el apagar el mundo
por uno nuestro propio me acercan más a ceder ante él. Me deja besos
suaves a lo largo del cuello, con las manos deslizándose a lo largo de mi
costado y empujando mi camiseta hacia arriba.
—No, no me decepcionaste. ¿Por qué pensarías eso?
—Eres un libro cerrado. Quédate —dice, con su boca moviéndose
contra el sensible espacio de mi cuello.
Tiemblo. Sensata, Phe. Trabajo.
—No puedo.
—Respuesta equivocada. —Guy sube aún más mi camisa y le agarro
la mano, pero él aleja mis dedos de un empujón—. Vamos. Quédate. No
puedo prometerte que dormirás mucho.
—¡Ese es el problema! —protesto, pero le permito que me quite la
camisa.
Guy se humedece los labios al mirarme. Soy incapaz de apartarme del
nosotros físico, el crujido de la energía que se interpone entre nosotros y nos
une. Desde el fin de semana en Dunsborough, cuando estamos juntos, nos
tocamos constantemente: los dedos entrelazados, acariciando la piel,
cualquier cosa para mantener el control sobre lo que tenemos.
—Está bien, príncipe encantador —susurro, y apoyo mi cabeza en la
suya.
Guy se pone de pie, me agarra y envuelvo con mis piernas su cintura.
—Silencio. Te lo dije, nada de príncipes. —Me besa tranquilamente,
sus labios suaves y burlones contra los míos—. Ve a por el lobo feroz.
Le muerdo el labio inferior, deseando no parar.
—¿El gran lobo malo?
—Oh, sí. —Se dirige hacia las escaleras, todavía sujetándome contra
sí—. Él te ve mejor, te escucha mejor, y te come...
—¡Dios mío! —Me río y pongo mi mano sobre su boca.
117 Los ojos de Guy brillan y aleja la cabeza de mi mano.
—Te quedas. Fin de la historia.
17
Cuando tengo pesadillas, siempre me siguen a la luz del día. He
aprendido a bloquear los recuerdos y a dejar la mente en blanco, pero la
ansiedad desencadenada por mi subconsciente no desaparece en horas. En
esos días, mi mundo está envuelto en rojo; estoy en alerta constante contra
las amenazas a mi paz mental. Cuando estos días coinciden con
experiencias negativas en el trabajo, las cosas me dan vuelta.
Veo que el cambio está ocurriendo, como si estuviera fuera y
observara a la ansiosa Phe incapaz de concentrarse, haciendo listas
interminables o con la mirada perdida. La reconozco y odio cuando vuelve a
entrar. No la quiero aquí, pero sé que es difícil sacudírmela de encima.
El tiempo con Guy apaga la ansiedad; pero lejos de Guy, las cosas se
magnifican y esto me preocupa. ¿A quién le estoy mintiendo más cuando
118 digo que esto es sin ataduras, sin conexión real: a él o a mí?
La tarde en Dunsborough cuando le dije a Guy que sólo quería algo
físico tenía la intención de seguir adelante. No esperaba sentir nada más
que placer sexual. Entonces me dije que esto era un hecho aislado, una
liberación de la frustración acumulada y de las emociones de meses de
control. Error. Cada vez que tenemos sexo, me acerco más a Guy. La
conexión física es diferente que antes; nadie me ha mirado a los ojos ni me
ha hablado al perderse en la intensidad física. Sí, tengo el cuidado y respeto
de Guy; pero en sus ojos veo más. Algo nos rodea, cada vez me ata más a
Guy de una manera que no puede más que ser malsana.
Así es como el miedo se arrastra, por la pérdida a la que me enfrento.
No hablamos de la enfermedad de Guy, de la misma manera que él no me
cuestiona sobre mi estado mental. He intentado investigar su condición en
Internet, pero me encontré con una confusa serie de síntomas y variedades
de tumores cerebrales. Una cosa es segura: Guy se verá afectado
físicamente.
Nos engañamos porque estamos viviendo en el ahora, pero nuestras
vidas están centradas en lo que nos espera. No estoy segura de poder hacer
frente a un futuro brillante que se vuelva negro de nuevo. Me digo que soy
más fuerte, que estoy caminando hacia esto con los ojos bien abiertos, pero
mi corazón también está abierto y expuesto.
A través de Guy estoy aprendiendo que no tengo que permanecer
congelada en un momento o controlada por el pasado, y que mi dependencia
de los medicamentos sólo para cambiar mi vida está mal. Se hace eco de las
sugerencias que me han hecho durante años, pintando un cuadro holístico
de mi recuperación. Guy me convence de que asista a clases de yoga con él
y le acompañe a dar paseos los fines de semana. Ya no somos compañeros
de viaje, somos compañeros. Amantes. Una pareja.
Intento retroceder y forzar las ataduras, pero están demasiado
apretadas. Necesito ver cómo termina esto.

119
18
#2 Dormir bajo las estrellas
El polvo rojo y los largos caminos nos llevan en dirección a Pinnacle.
El cielo de Australia Occidental no contiene nada más que sol, algunas veces
en el año no aparecen nubes durante semanas. Esto hará el ver las estrellas
hermoso. Cuanto más nos alejamos de la ciudad, más relajada me siento, el
zumbido del motor y la música de Guy incitando un clima de vacaciones.
Posiciono el aire acondicionado para que sople sobre mi rostro y me
recuesto, con los ojos cerrados.
—¿Cómo estuvo tu semana? —pregunta Guy.
—Bastante bien. Hablé con Pam sobre escribir otro artículo y dijo que

120 pensaría en publicarlo.


—¿De qué trata el artículo?
Lo miro de reojo.
—Problemas de salud mental.
—Hmm. —Golpea el volante—. Es genial que se lo hayas pedido, ¿Pero
tienes ganas de revisar ese tipo de cosas?
—¿Por qué no querría?
—Investigar sobre cosas que ocultas, Phe, podría desencadenar algo.
Miro por la ventana, hacia el paisaje de arena roja y matorrales.
Podríamos estar en el mismo lugar que hace una hora porque nada ha
cambiado.
—Estoy bien. Sabes que lo estoy. ¡Quiero hacer esto y se lo pedí, lo
que fue algo importante para mí!
—Lo siento. Me preocupo por ti.
—Eso es dulce y muy perspicaz; pero si vas a enseñarme a ser más
asertiva, te aplicaré la nueva actitud a ti también.
—Oh, ¿en serio? —Guy arquea una ceja y me mira.
—Sí. Así que cállate.
Guy se ríe.
—Entonces, ¿no has acampado antes?
—No. No estoy segura de que me vaya a gustar.
—Siempre puedes dormir en el Jeep si odias tanto dormir en una
tienda.
—¿No es la idea de la lista de cosas que hacer el hacer cosas que
nunca hayamos hecho antes?
—Cierto. La tuya me intriga, como si te plantearas desafíos en vez de
hacer cosas que disfrutas.
Lo sé.
—¿Crees que no disfrutaré durmiendo bajo las estrellas?
—No si no te gusta acampar.
—¿Qué hay de ti? ¿Acampas mucho? —pregunto.
—No tanto como antes. —Guy comienza a contar historias sobre sus
acampadas cuando era niño, y más tarde de adolescente. Me imagino al Guy
más joven con los amigos que menciona, y me pregunto por qué pasa tanto
tiempo solo.
El camping está ubicado en una pequeña ciudad con poco más que
121 algunos cafés y tiendas básicas, gran parte del lugar está orientado al
turismo. Salimos de la carretera y atravesamos las puertas del camping, el
océano azul brillante a unos cientos de metros más allá de los chalets y la
zona de tiendas de campaña. Guy desaparece en el área de recepción y yo
espero.
—¿Alguna vez has visto los Pinnacles? —pregunta Guy mientras salta
de vuelta al Jeep—. Podríamos parar ahí primero.
—He oído hablar de ellos.
—No pareces muy entusiasmada.
—¿No deberíamos armar la tienda o lo que sea antes de que se ponga
el sol? ¿Ir mañana en su lugar?
—Eres una mujer muy práctica, Phe. Tal vez podamos colarnos en el
Parque Nacional durante la noche, o al menos acercarnos. Las estrellas
serán irreales allí.
Tenemos para elegir una amplia variedad de espacios increíbles frente
al mar; la temporada turística casi ha terminado. Me quedo atrás mientras
Guy saca todo el equipo de camping de la parte trasera del Jeep. Saca la
lona de la bolsa y sacude la tienda de campaña hasta ponerla en su lugar;
los músculos de sus brazos y hombros se flexionan mientras lo hace. Su
camiseta está recortada en los brazos, revelando el borde de su pecho
bronceado junto con sus bermudas bajas a la altura de las caderas. Mi sexy
surfista australiano.
Guy se endereza.
—¿Me vas a ayudar o solo vas a mirar mi increíble cuerpo?
—Ja, ja. —Levanto una bolsa de lona y pongo estacas en el suelo,
luego miro a Guy desesperada.
Niega con la cabeza.
—Te lo has perdido si nunca has acampado antes.
—No es exactamente el alojamiento que les gustaba a mis abuelos.
—¿Así que nada de campamento escolar? —Guy agarra un par de
estacas y un martillo y se pone a asegurar la tienda de campaña.
—Una vez, pero estuvimos en chalets. —Señalo la fila de edificios
azules de madera detrás de nosotros.
—Correcto. ¿Habrías preferido eso?
—No. Tengo que dormir bajo las estrellas para marcarlo en la lista. O
al menos en una tienda.

122 Sonríe y lanza el martillo al aire, luego lo atrapa.


—Exactamente.
Con mi ayuda, Guy termina de armar la tienda. En el interior hay dos
pequeños sectores para dormir y un espacio entre ellos donde Guy ha dejado
la nevera portátil con la comida y la bebida. Transporto mi saco de dormir
recién comprado desde el auto y Guy aparece a mi lado para sacar mi bolsa.
—Me alegra ver que viajas ligera.
—No necesito mucho para acampar una noche.
—Apuesto a que escribiste una lista —dice con una media sonrisa—.
Y lo marcaste todo.
—¿Tú no lo hiciste?
—No, solo metí cosas en el auto.
—¿Cómo sabes que no has olvidado nada?
Guy agarra mi rostro con ambas manos, sus ojos azules examinando
los míos.
—Tengo las cosas importantes y estoy contigo, ¿qué importa lo
demás?
Saca dos sillas bajas de camping de la parte trasera del Jeep y las
coloca.
—Para ti. —Hace un gesto y me siento.
La zona con césped para las tiendas de campaña se extiende hasta la
playa, diluyéndose hasta convertirse en arena a unos cientos de metros de
distancia. Una brisa marina sopla por el calor de la tarde, llevando el aroma
del ozono y el llamado de las gaviotas. Cierro los ojos y respiro
profundamente.
Paz.
—Esto pone las cosas en perspectiva, ¿no crees? —pregunta.
Abro un ojo y veo que Guy se ha sentado en la otra silla, mirando
también hacia la playa.
—Este lugar es pacífico.
—No hay ciudad, no hay tráfico, solo naturaleza. Creo que la gente se
relaja porque lugares como este vacían nuestras mentes. La realidad está
muy lejos y no puede entrometerse.
—Supongo.
—Esto es vida, allá en la ciudad, solo existimos, ¿no crees?
—Entonces deberías mudarte aquí, si no tienes que trabajar. Pasar
123 tus días surfeando y lo que sea que quieras.
—Me encantaría, pero hay cosas que me mantienen en la ciudad.
Especialmente ahora. —Extiende la mano, agarra la mía y nos sentamos en
la extraña paz que creamos, en silencio.

***

El parque nacional cercano es un verdadero desierto, las antiguas


estructuras rocosas surgen desde la arena y se elevan por encima. Había
visto fotos, pero nunca me había dado cuenta de cuántos pilares dentados
había aquí, hay miles que se extienden a través del desierto. Entre ellos,
rocas bajas, erosionadas, con cimas redondeadas que se parecen
incómodamente a las lápidas. Deambulo con Guy por las rocas más altas,
agarrándole la mano; solos en el paisaje espeluznante.
Nos dirigimos al mirador, Guy está ansioso por mostrarme la puesta
del sol detrás de las puntas erosionadas. La puesta del sol ocurre
rápidamente en esta parte del mundo, la caída repentina del sol arroja al
mundo a la oscuridad en cuestión de minutos. Aquí, esa oscuridad es
precedida por la espectacular gama de colores del atardecer, las rocas
iluminadas frente a un telón de fondo naranja oscuro y rojo intenso.
Perdida en la belleza de la escena frente a mí, me apoyo contra el capó
del Jeep, apenas notando el brazo de Guy alrededor de mi cintura.
—Ahora nos escabullimos para encontrar las estrellas —dice,
acercándome.
Conducimos lentamente hacia las sombras, y Guy apaga el motor. Por
un momento me quedo mirando las estrellas que emergen de la moribunda
puesta de sol y fluyen de pronto sobre el paisaje extraterrestre. El parecido
del lugar con la película El Marciano me deja con la incertidumbre de si
podré respirar cuando me baje del auto.
La puerta se cierra cuando Guy sale, rompiendo mi ensueño. Lo sigo,
y el aire húmedo lleno del olor de la tierra arenosa es respirable, después de
todo.
—Sube al techo —sugiere Guy.
—¿El techo?
—Sí. —Se sube y cuelga las piernas delante del parabrisas, con la
mano extendida. Me uno a él, el cálido metal pegado a mis piernas
desnudas.
En el techo no estamos mucho más cerca de las estrellas, sino
124 rodeados por un dosel que cae al suelo detrás de las piedras. Guy flexiona
las rodillas contra su pecho.
—Y aquí tenemos “Introducción a Cómo sentirse insignificante” —
dice.
El púrpura y el azul de la Vía Láctea llevan una trayectoria a través
del cielo nocturno, brillante y surrealista; se elevan detrás de la alta
formación rocosa sumándose a la sensación de estar sentado en otro
planeta. Reclino la cabeza y las brillantes estrellas de arriba llenan la
oscuridad y me marean.
—Estás callada —dice Guy.
—Nunca he visto algo tan hermoso —susurro—. No puedo creer que
esto esté tan cerca de donde vivo.
—Técnicamente, lo que estás viendo está a años luz de distancia.
Le doy un codazo.
—Sabes a lo que me refiero.
Guy me rodea los hombros con un brazo y me arrastro por el techo
para que pueda abrazarme más fuerte.
—Qué increíblemente triste que algo tan hermoso sea más brillante
justo antes de morir —dice—. Algunas de las estrellas se han ido hace
mucho y la luz de su muerte acaba de llegar a nosotros.
—No digas eso. —Parece que las estrellas pululan por el cielo y me
concentro, deseando una estrella fugaz—. Las estrellas no están todas
muertas.
—Nacen nuevas estrellas todo el tiempo, habrá muchas ardiendo en
este momento que aún no podemos ver porque su luz no ha tenido tiempo
de alcanzarnos. —Se ríe suavemente—. Te digo que olvides el pasado, y lo
miramos directamente.
—Deja de analizar lo que podría ser un momento romántico —digo
con un suspiro.
—Aquí estamos solos, besándonos bajo la luz de miles de estrellas. —
Inclina mi rostro hacia él y coloca un suave beso en mi boca—. En un mundo
donde estoy desconectado de todo menos de ti. ¿Eso es romántico?
—Mejor. —Le toco los labios y luego miro a mi alrededor—. Podríamos
estar en Marte.
—Podríamos, pero preferiría que no.
Me alejo y me recuesto para intentar distinguir las constelaciones.
—Tienes razón, me siento desconectada. Mirando lo que hay afuera,
lo que desconocemos, nada es abrumador.
125 —¿Por qué tienes miedo? —pregunta Guy mientras yace a mi lado,
también con la mirada en el cielo.
—No tengo miedo.
—Ambos le tememos a la vida y a lo que tiene que ofrecer cuando en
realidad deberíamos “ser” juntos.
Giro la cabeza hacia él.
—Pero tú haces eso. Vives el momento.
Guy sigue con la mirada levantada y me agarra de la mano.
—En días como este, sí. Otros días, tengo miedo. Me preocupa haber
tomado otra mala decisión.
—¿Sobre qué?
—Muchas cosas.
Le aprieto la mano.
—¿Podemos quedarnos con las estrellas?
—Si mañana podemos ver el fuego de un nuevo amanecer. —Guy dice
las palabras en voz baja, como si hablara consigo mismo.
—Por supuesto.
Rodando hasta estar sobre su lado, Guy baja la mirada,
protegiéndome del cielo.
—¿Te hago sentir viva?
—Qué pregunta tan extraña.
—Desde la noche que te conocí, nunca has mencionado lo que casi
hiciste. Creo que estás mejor ahora, no curada, pero mejor. ¿Qué ha
cambiado?
—¿Medicación? —sugiero.
—¿Aceptación?
—¿De qué?
—De que la destrucción y la pérdida no son inevitables.
—¿Por qué eres siempre tan serio en la oscuridad? —usurro, y l toco
la mejilla.
—Porque no puedes verme bien.
—Creo que veo más de ti de lo que crees.
Aparta la mirada y no responde durante unos momentos.
126 —Me gusta que estés viva. Viviendo de verdad, como te dije que era
posible.
—No quiero pensar en esa noche, Guy. —Extiendo la mano y meto los
dedos en su cabello—. Pero me alegro de que estuvieras allí.
—Diría que yo también me alegro de que estuvieras allí, pero eso
sonaría mal. —Me hormiguea la piel donde traza suavemente mis rasgos con
los dedos, como un ciego memorizando los contornos del rostro de su
amante—. Creo que yo también tenía miedo de vivir, hasta hace poco.
—¿Porque te dolerá pronto?
—No, porque no sé lo que me depara el futuro.
Nos quedamos en silencio, e intento distinguir sus rasgos en la
creciente oscuridad.
—¿Quieres hablar de eso?
—No. Lo siento. No tengo ni idea de por qué he mencionado nada.
Arruinando el momento, ¿eh?
Me acerco más, manteniendo mi boca cerca de la suya.
—Bésame.
—Te besaré mientras brillen las estrellas —susurra. Guy me acerca y
se equilibra cuando se desliza contra el techo.
Me río.
—O mientras no nos caigamos del techo del auto.
—Phe, Phe, Phe —dice con un suspiro—. La chica que es buena para
mí. —Me atrae hacia él, de modo que bajo la mirada, con el cabello rozando
su rostro. La tierra que nos rodea es silenciosa, el único sonido es nuestra
respiración. El pecho de Guy sube y baja contra el mío al balancearme sobre
su duro cuerpo.
—Podríamos ser las últimas personas en este mundo marciano —
susurro.
Me quita el cabello del rostro y me cubre el rostro y la boca con besos.
—Creo que probablemente lo seamos.
—Solo yo y un tipo en nuestro mundo de estrellas.
—¿Eres feliz? —pregunta.
—¿Tú lo eres?
—Espectacularmente.
Nos besamos bajo la Vía Láctea, bajo las estrellas brillantes, su
momento congelado en el tiempo compartido con nosotros. El pasado de las
127 estrellas ilumina nuestro presente, y ya hemos vivido en un futuro que tal
vez nunca veamos.

***

El campamento está tranquilo y oscuro cuando el Jeep llega a las


puertas cerradas. Salimos de un salto y Guy me agarra la mano, guiándonos
hasta la tienda. Enciende una lámpara eléctrica que cuelga en el centro y
luego se sienta en uno de los sacos de dormir.
—¿Seguro que no quieres dormir afuera? —pregunta.
—Muy gracioso.
—¿Nos desnudamos, entonces?
Guy se quita la camiseta y acaricia el saco de dormir a su lado. ¿Qué
más esperaba al compartir una tienda con él? El sexo es parte de nuestro
trato, y no tengo quejas sobre lo buenos que somos juntos, pero la
intensidad del acto sexual a veces me preocupa. Me doy cuenta de que cada
vez estamos más unidos y tengo miedo de no ser capaz de dejarlo ir. ¿Estoy
engañándome todavía sobre poder desenredarme de Guy?
—¿No te sientes como si estuvieras flotando en el mundo después de
mirar las estrellas? —pregunta—. Yo lo hago. Quiero tocar la realidad, a ti,
y volver a la Tierra. ¿Suena extraño?
—Un poco. —Me siento con él y paso mis dedos por su pecho; mis
manos le acarician los hombros.
—¿Fui demasiado intenso? Creo que tuve un pequeño momento
existencialista antes —dice riendo—. Bésame.
Me acerco, y nos besamos de una manera que se vuelve demasiado
familiar, la amabilidad y la comprensión de Guy brotando de sus labios.
Como de costumbre, lo complementa con algo puramente sexual y
absolutamente masculino.
—¿Sabes por qué el sexo cuando acampas es genial? —pregunta.
—Ilumíname.
—Porque es follar intenso 2.
Lo golpeo en el pecho y se ríe, agarrando mis brazos. Guy los mantiene
apartados mientras tira de mi camiseta, susurrando lo que va a hacer en
cuanto me quite la ropa y cómo, si no me la quito yo, lo hará él. Mi habilidad
para resistir cualquier cosa que Guy sugiera es deficiente.
128 Guy tiene razón; como siempre, el sexo con él es intenso. Cada vez
captura un poco más de mi alma cuando su cuerpo se funde con el mío,
como si estuviéramos reconectándonos con algo que una vez perdimos. El
uso que hace Guy de la palabra “follar” juega en mi mente después. ¿Es eso
lo que realmente está haciendo? Quizás Guy pueda negar lo que está
pasando y sepa como reprimir sus sentimientos mejor que yo.
Más tarde, mientras duermo en sus brazos, Guy se aleja.
—Enseguida vuelvo.
La pérdida de su calor corporal me golpea y me acurruco más dentro
del saco de dormir, contra el suelo duro, mientras estiro el suave material
hasta la nariz. Estoy adormecida cuando las cremalleras de la tienda se
cierran unos minutos más tarde, en el punto entre dormir y despertar,
cuando moverse es demasiado esfuerzo.
—¿Phe?
No contesto. Guy se arrastra y luego su cálido cuerpo se instala junto
al mío. Me acaricia el cabello y luego me besa la frente, increíblemente dulce
cuando eso es lo último que era hace diez minutos.

2 In tends (en tiendas) en el original, juego de palabras con la pronunciación de intense

(intenso).
—Malas decisiones —dice en voz baja. ¿Con quién está hablando?
¿Conmigo o consigo mismo? Guy se mueve de nuevo y lo oigo suspirar,
pierdo el consuelo de su cuerpo contra el mío cuando se aleja de mí.
Nos decimos mucho el uno al otro y a la vez tan poco, al borde de la
vida del otro. Me dice que soy suya, pero no creo que él sea mío.

129
19
Nos sentamos en la mesa fuera de la cafetería donde nos vimos la
primera vez. Técnicamente, la segunda vez. Cada vez que venimos aquí,
quien llega primero elige esta mesa. Menos de dos meses y tenemos nuestro
lugar. ¿Y ahora qué? ¿Una canción? ¿Nombres cariñosos?
Guy está en uno de sus estados de ánimo distraídos, los días que no
es accesible. Estoy aprendiendo que va de un extremo a otro. Tranquilo e
introspectivo, con un campo de fuerza a su alrededor, o abierto y sociable,
arrastrando a todos con su entusiasmo. Me tomo estos cambios de humor
con calma, entendiendo su deseo de mantener cosas ocultas a los demás.
La mañana siguiente a la observación de las estrellas Guy no estaba
cuando me desperté, y regresó media hora más tarde de un paseo por la
playa. Volvió a su alegre y brillante personalidad, dejando de ser el hombre
130 serio en la oscuridad. Guy habló sobre nuestro viaje a Pinacles y, después
de un desayuno rápido, empacamos y nos fuimos a casa.
Esta es la primera vez que nos vemos desde entonces y, aunque estuve
ocupada en el trabajo y cansada, no pude descubrir si la ausencia esta
semana es deliberada. Su estado de ánimo actual no ayuda. Guy juega con
el borde de su reloj y cuando la reunión desemboca en conversaciones sobre
el tiempo, decido presionar.
—¿Cómo estás, Guy? Estás callado.
—¿Qué hacemos ahora? —Levanta sus ojos hacia los míos.
—No sé, yo... ¿Adónde quieres que vaya esto?
—No, en la lista, Phe. —Frunce el ceño—. ¿Por qué? ¿Estás
preocupada por lo que pasa entre nosotros?
—No, ¿debería estarlo?
—Ya sabes por qué. Porque me iré pronto.
Me muevo en mi asiento y miro a la pareja detrás de Guy, agarrados
de la mano, con las cabezas juntas compartiendo una broma. El elefante en
la habitación está a punto de pisotearlo todo.
—Eso es algo con lo que tengo que lidiar —digo con rigidez—. Pero es
una sombra que no quiero sobre nosotros. Sobre ti.
Levanta una mano para apartarse del rostro el cabello que ya no está
ahí, un hábito que es difícil de matar, y entonces bebe un sorbo de su café.
Rezo para que no vuelva a empezar una conversación sobre lo negativo.
—¿Puedo elegir el siguiente ítem de las listas? —pregunta.
—Tú elegiste la última vez.
—Bien. Tú eliges. No hay muchas que podamos hacer localmente, así
que deberíamos empezar nuestros planes para irnos.
Asiento, no solo nos estamos adentrando más en la vida del otro, sino
más en el exterior del mundo en el que estamos.
—Tengo curiosidad por saber por qué tantas cosas de tu lista son
ordinarias —dice—. Espero que tengas más imaginación.
—Puede que sean ordinarios para ti, pero hay cosas en la lista que
son un gran paso fuera de lo común para mí —replico.
—¿No es solo porque así estás segura de que los cumplirás todos?
Me siento y cruzo los brazos.
—¿Qué hay del surf?
—Fácil.
131 —Para ti.
—Fácil de lograr, puedo enseñarte a menos de media hora de donde
vives, apenas es un ítem importante.
Las imágenes de mí misma en el agua desencadenan ansiedad,
empujando a su vez la irritación por la desestimación de Guy de algo enorme
para mí.
—¡Solo porque ya surfeas! ¡El surf todavía puede ser un gran problema
para alguien más! ¡Yo no me burlo de los ítems de tu lista!
—Lo siento. —Los dedos largos de Guy se enroscan alrededor de mi
mano y la aprietan.
Nos sentamos en silencio por unos momentos, la mano de Guy
rodeando la mía. Miro fijamente los anillos de café en la mesa, mis manos,
la gente de alrededor. A cualquier sitio menos a él.
—Es el agua, ¿verdad, Ophelia? —pregunta—. No te gusta el agua. Lo
noté en la playa.
—Sé nadar.
—¿Pero no quieres?
Saco mi mano de debajo de la suya y me cruzo de brazos.
—Por lo que me pasó. Mi familia se ahogó y yo casi me ahogo,
¿recuerdas?
—Correcto.
Lo miro, sorprendida por su indiferencia.
—¿Oíste lo que dije?
—Tu familia se ahogó y tú casi lo haces, así que naturalmente tienes
miedo de ir bajo el agua. Me lo dijiste antes. Lo entiendo.
—Lo entiendes. ¿No crees que esto es importante para mí?
—Phe, la gente presiona a otros a derramar sus pensamientos y
miedos. Si quisieras hablar de esto, lo harías, no te lo estoy pidiendo.
—¡Pero eres muy frío con algo sobre lo que me es muy difícil hablar!
—¿Qué quieres que diga? ¿Que lamento tu pérdida? ¿Felicitaciones
por salvarte? Phe, si quieres hablar con alguien sobre lo que pasó, te
escucharé.
Cada palabra que dice hace que aumente mi ansiedad, mi ira porque
no le importe.
—Vaya. Gracias. —Me pongo en pie—. Tengo que volver al trabajo.
132 Guy no se mueve ni intenta tocarme y, antes de que pueda responder,
me voy corriendo.
Por lo general, cuando surgen los recuerdos del día en que el agua se
robó a mi familia, me arrastran de vuelta y me preparan para las pesadillas
inevitables. Hoy los pensamientos son encauzados hacia la ira. No quería
trivialidades ni miradas de preocupación, pero no esperaba que fuera tan
desdeñoso con el miedo que me provoca la situación.

***

La reacción de Guy ronda mi mente el resto de la tarde, arrastrando


mis pensamientos al final de la discusión cada vez que hay una pausa en
mi trabajo. Cuestiono mi decisión de permitirle acercarse, de desearlo, y
resurgen todas las dudas sobre si esta relación debe seguir adelante.
Entonces me preocupo porque estoy exagerando; pero cuando se
desencadena el miedo, la lógica desaparece.
Una nube de frustración se cierne sobre mí durante todo el camino a
casa en el autobús, mi poca paciencia al ser empujada por extraños me lleva
a gruñirles.
Esto es malo. Me molesta lo que Guy dice y hace. Realmente malo.
Con la cabeza inclinada ante la posibilidad de contacto visual con alguien,
me bajo del autobús.
Guy me espera en la parada del autobús, bajo el techo de metal, con
un ramo de flores rosadas en la mano. Me paro en seco y me aparto del
camino del flujo de cuerpos.
—¿Otra vez flores en oferta especial? —pregunto con sarcasmo—.
¿Buscando una chica cualquiera a quien dárselas?
—No. Las compré para ti. Quiero explicarme.
Una joven me lanza una mirada curiosa al pasar, luego se queda
mirando a Guy antes de mirarme de vuelta y levantar una ceja.
—¿Sobre qué?
—Por qué reaccioné como lo hice ante lo que me dijiste.
El silbido de la puerta que se cierra detrás de mí y el olor a diesel
acompañan la salida del autobús. Guy sostiene las flores hacia mí.
—Esta vez no las tires por un acantilado.
El celofán se arruga cuando tomo las rosas. Su media sonrisa me
133 molesta.
—No las tiré. Las pateé.
Guy se adelanta, poniendo sus dedos suavemente sobre mi mejilla.
—Lo siento, Phe. No quiero alterarte.
Su preocupación es genuina; su gesto es una disculpa hecha frente a
escolares que se ríen y miradas divertidas de los transeúntes. ¿Por qué hacer
esto en público?
—Ven a mi casa y hablamos —le digo.
Arruga la nariz.
—¿Soy bienvenido? Jen piensa que soy un psicópata.
—¡No lo piensa!
—¡La escuché decirlo!
—No me importa lo que piense.
Guy me abraza por los hombros mientras nos dirigimos a mi casa.
—Eso es una mejora para ti. Te importa lo que piensen todos.
Podría replicar que no, pero tiene razón. O la tenía.
La casa resuena mientras cierro la puerta.
—Te diré algo, cocinaré. Una ofrenda de paz —dice.
Me froto la cabeza, confundida ante su arremetida de tomar el control
de mi tarde cuando todavía estoy enojada con él.
—No tienes que hacer eso. Te invité a entrar para hablar.
—También podemos hablar. Quiero cuidar de ti. Tú trabajaste y yo no
hice nada hoy aparte de molestarte.
¿Cuidar de mí? Indico el arco iris de manchas en la punta de sus
dedos.
—Hoy has pintado.
—A veces me gusta desconectar mi mente. Especialmente cuando la
gente menciona la muerte.
La expresión de Guy me congela en el momento; y con eso, dejo ir mi
ira, y la culpa se abre paso en su lugar.
—Oh. Mierda. Lo siento. No pensé que la conversación pudiera
molestarte a ti también.
Niega con la cabeza.
—No, me disculpo por desencadenar todo lo que hice en ti. —Guy abre
134 un armario y saca un paquete de arroz—. ¿Qué tienes que vaya con esto? —
Cuando no respondo, abre la nevera y revisa el interior como si fuera un
residente—. ¿Esta es toda tu comida?
—La mayoría lo es. Jen está pasando más tiempo con Cam
últimamente.
—Lindo —comenta—. Pobre tipo.
—Qué malicioso.
Se encoge de hombros y pone un recipiente de crema agria en el
mostrador.
—No me gusta la mayoría de la gente. Hacen que me duela la cabeza.
—Pero tienes amigos, los he conocido. No muchos o a menudo, pero
existen.
—Conocidos. Prefiero no apegarme a la gente. —Saca una silla de la
cocina—. Siéntate.
Aún más confundida, hago lo que dice y coloco el ramo todavía
empaquetado en la mesa de madera frente a mí. ¿Está diciendo de una
manera indirecta que no quiere apegarse a mí? Uno de nuestros silencios
sigue mientras me pierdo en esos pensamientos y él corta vegetales.
—La mayoría de la gente —dice después de unos minutos, sin girarse.
—Eres confuso —le digo.
—Me confundo a mí mismo a diario. —Guy saca otra silla y se sienta—
. Yo no hablo de mí mismo y tú tampoco. Por eso no reaccioné antes. Pensé
que éramos iguales, que no querías que me entrometiera.
—¿Quieres que te haga preguntas?
—A veces, pero normalmente no. Como siempre digo, quiero vivir el
presente y no pensar en el futuro. Tienes que hacer lo mismo, pero no pensar
en el pasado.
—Tú también te preocupas por el pasado, Guy.
Golpea la mesa.
—Demasiado. Me gusta mi regalo. La vida ha sido genial desde que
conocí a esta chica al borde de su vida.
—¿Así que dejamos lo serio? —pregunto.
—¿A menos que quieras hablar de tu familia?
—No.
—No te preocupes; entonces, sobre el surf...

135 Me quedo mirándolo. Para un hombre que puede ser intuitivo, todavía
tiene la habilidad de sorprenderme con su grosero desprecio por mis
sentimientos.
—¿En serio, Guy?
—Si no vamos a mirar atrás, miremos hacia delante. Tienes miedo al
agua. Quiero ayudarte a enfrentar eso. ¡Vamos, salté de un avión y me
aterrorizan las alturas!
—No sabía eso.
Guy se encoge de hombros y vuelve a la sartén humeante.
—¿Cuál es el fin de una lista llena de cosas fáciles? Te estás
desafiando con todo lo que has escrito.
Está mirando la lista, sujeta a la nevera por un imán, parcialmente
oscurecida por los papeles de la pizzería local.
—No exactamente todo.
—Hmm.
La comida es acompañada por una charla relajada sobre una nueva
película que queremos ver y lo incito a que me cuente más sobre su
experiencia de paracaidismo. En ese momento, nunca consideré que Guy
pudiera estar asustado; no había ningún indicio de nervios cuando se alejó
de mí para cruzar el campo esa tarde.
Nos acurrucamos en el sofá, me tumbo contra el pecho de Guy y él
juega con mi cabello. Perdida en un drama televisivo durante media hora,
Guy me sorprende cuando habla.
—Esto ha cambiado. Nosotros. Ya no somos solo algo físico.
Lo miro.
—¿Eso te preocupa?
—Un poco. —Me toca los labios, y veo al Guy intenso regresando—.
Por favor, no lo hagas.
—¿Hacer qué?
—Enamorarte de mí.
Trago, con mi estómago tensándose ante sus palabras
—No lo estoy. No lo haré.
—Me preocupo demasiado por ti como para dejar que pase. No quiero
arruinarnos. Quiero decir, probablemente lo haga, de todos modos, pero no
me ayudes.
Tomo su mano.

136 —No hagas esto. —No estropees esto—. Aprovechemos al máximo


nuestro tiempo.
Me muevo y pongo las manos sobre su pecho, ansiosa por calmarlo
con un beso.
—Bueno, tuvimos una discusión y eso nos empuja al reino de la
“pareja normal”; pero no lo somos, y no espero que lo seamos. ¿De acuerdo?
—De acuerdo. —El velo de seriedad cae de sus ojos, un alivio en su
expresión que me duele, involuntariamente.
No espero que seamos una pareja normal, pero el deseo de ser más
aumenta cada día. Borro el pensamiento de mi mente con un beso,
arrojando los miedos internos y la frustración a un feroz abrazo hasta que
los pensamientos son borrados y reemplazados por el deseo físico por él. La
negación es más fácil si tuerces la emoción hacia una dirección diferente.
20
La Playa Mullaloo está a poca distancia de mi casa y Guy me pasa a
buscar con dos tablas de surf atadas al techo del auto. Llegamos al
estacionamiento, cerca del club de surf de piedra caliza, y vislumbro el
brillante Océano Índico más allá de los árboles. Aprieto las manos mientras
Guy sale del auto de un salto, moviéndose mientras desata la tabla del
techo. Abre mi puerta.
—¿Lista?
—No. Pero vamos.
—Nos tomaremos las cosas con calma, lo prometo.
No somos los únicos surfistas en la playa, es media mañana y ya hay
algunos haciendo una pausa para descansar; los surfistas serios con sus
137 trajes de neopreno abiertos hasta la cintura se sientan, beben y comen.
Cerca de allí, hay un grupo de personas en fila en las tablas con un
instructor, cinco tablas seguidas.
—Hola, hombre. —Un hombre de la edad de Guy con el cabello
castaño asiente hacia Guy mientras nos acercamos.
—Hola. ¿Cómo está el surf hoy? —Guy apoya la tabla de surf
desgastada frente a él.
—Bien. Aunque demasiado lleno. —Señala a los alumnos cercanos,
una fila de personas en la arena aprendiendo a ponerse en pie en una tabla
de surf. Hay un segundo grupo en el océano, el instructor les da
instrucciones mientras reman—. Deberías haber bajado temprano.
—Esperaba a Phe. —Le hago un pequeño saludo al hombre sentado
en la arena—. Phe, este es Gordy.
Gordy extiende su húmeda mano y yo la tomo. Su agarre es duro
cuando la sacude.
—Encantado de conocerte. ¿Esta es tu chica, Guy?
—Supongo que lo es. —Me pone un brazo alrededor de la cintura—.
Fuimos compañeros de viaje.
—¿Han estado lejos?
—No. Pero pronto.
—Genial.
Cambio mi peso de un pie a otro, midiendo la fuerza de las olas,
aliviada de que cerca de la orilla rompan bajas. Guy charla con Gordy y yo
desconecto, incapaz de seguir su conversación llena de jerga de surf. Antes
de que me arrastre a una tabla de surf y me empuje al mar, necesito
familiarizarme con el agua.
Me acerco al borde de la playa donde el cálido océano recorre la orilla,
mirando la espuma. El agua atraviesa mis sandalias y me las quito,
permitiendo que el agua tibia toque mis pies. Lo más cerca que he estado de
nadar desde el accidente es tener el agua hasta el tobillo. Tuve un ataque
de nervios en las clases de natación de la escuela dos años después de las
muertes y desde entonces he evitado la piscina y la playa. Una chica
australiana asustada por el surf; definitivamente no encajo en la imagen de
Guy.
Echo la mirada atrás, adonde habla con su amigo, con mariposas
revoloteando detrás de mi ombligo. Su aspecto es el mismo que el de la
segunda vez que nos vimos, piernas musculosas definidas con pantalones
de surfista azules y una camiseta suelta cubriendo su amplia espalda. Su
cabello es aún más corto, un recordatorio del otro Guy, el que se mantiene

138 a distancia.
Como si supiera de mi inspección, se da vuelta y me muestra una
sonrisa antes de dejar la tabla y venir.
—Puede que tengas que ir un poco más profundo que eso.
Meto las manos en los bolsillos de los pantalones cortos.
—Lo sé. ¿Está bien si solo remo primero?
—Claro. Tenemos todo el día.
Le lanzo mi bolso y me quito los pantalones cortos y la camiseta,
revelando un bikini azul que compré hace varias semanas en un intento de
decirme a mí misma que iba a hacer esto. Guy me mira mientras abro el
bolso y meto la ropa.
—Jesús, Phe —dice con los ojos en mi pecho.
—¿Qué?
—Menos mal que estoy sosteniendo este bolso, porque estoy pensando
en la otra noche y los pensamientos no son muy limpios.
—Bueno, detente. Estoy segura de que estás acostumbrado a ver
chicas en bikini.
—Oh, sí, pero tú eres diferente.
—Iba a besarte, pero ahora no lo haré —replico.
—Ay, vamos. —Frunce los labios.
Con un pequeño suspiro, coloco una mano sobre su pecho y apoyo
brevemente mis labios sobre los suyos.
—Deja el bolso en el suelo y quédate conmigo mientras estoy en el
agua, por favor.
—Claro que sí.
Un Guy sin camisa regresa y me agarra la mano. Nos adentramos en
aguas poco profundas, donde las olas rompen contra mis rodillas. Puedo
hacerlo, pero la idea de que el agua me arrastre bajo las olas me revuelve el
estómago. Cuando llegamos al punto en que el agua me llega a la cintura,
el movimiento de las olas amenaza con arrancarme los pies de la arena.
Agarro el brazo de Guy con ambas manos.
—Ayh. Cuidado con esas uñas.
Aparecen marcas rojas en su brazo y las relajo con una disculpa.
Una ola más grande salpica hasta mi pecho, y un sonido de pánico se
me escapa de la boca, mientras vuelvo a agarrar a Guy.
—Oye, Phe, no te preocupes. Mira el océano, el agua está en calma.
139 —¿Entonces de dónde vino esa ola?
Sonríe.
—¡Eso no fue una ola!
—Y eso es lo que me molesta. —Cada célula de mi cuerpo me grita que
dé la vuelta y salga del agua, pero no puedo moverme, balanceándome en
los empujones y tirones de la marea, aferrándome a Guy.
—¿Quieres seguir adelante?
Niego con la cabeza, mi cabello volando alrededor de mi rostro, porque
las palabras no son posibles. Jadeo y se me tensa el pelo.
—Phe, respira hondo. Estás bien.
—No lo estoy —me las arreglo para decir con un chirrido—. Llévame
de vuelta.
—Quédate aquí. Solo unos minutos.
—No puedo moverme y ya vienen. Guy, por favor.
—¿Qué vienen? ¿Las olas?
—Los recuerdos. No puedo hacer esto. No puedo dejarlas entrar. —
Las lágrimas empujan hasta mis ojos, me duele la cabeza al intentar
controlarlas y mi voz se eleva.
—Te tengo. —Guy me suelta la mano y me envuelve a su alrededor—
. ¿Cuándo fue la última vez que te metiste al agua?
—Hace ocho años. —Sacudo la oscuridad que entra, la falta de aliento
cuando el agua me atrapa—. No puedo. Por favor. Llévame de vuelta.
—Estamos cerca de la orilla. Date vuelta. Podemos volver andando.
—¡No puedo! ¡No puedo moverme! —Contengo el aliento, mi corazón
se salta un latido y aumenta la ansiedad—. ¡Guy!
—Phe, shh. Te llevaré de vuelta.
—¡La arena me está succionando!
Guy se muerde la boca y no responde. No me sorprende, está en un
metro de agua con una mujer histérica. Con un movimiento rápido, me
levanta con los brazos debajo de mis piernas húmedas y yo envuelvo mis
brazos alrededor de su cuello, enterrando mi rostro en su hombro. Su piel
se encuentra cálida por el sol, perfumada con el océano y protector solar,
calmante. Me concentro en él, en alejar los recuerdos. Qué estúpida, pensar
que podría hacer todo esto de una vez.
—No creo que pueda surfear hoy —le digo contra el hombro.

140 —¿Tú crees? —dice, riendo.


—Esto no es gracioso. —Llegamos al agua que llega hasta los tobillos
y me doy cuenta de que hay curiosos—. Dios, qué avergonzada estoy.
Sácame de aquí.
Lucho contra Guy, me deja caer de pie y vuelvo a zancadas adonde
había dejado la tabla de surf y mi bolso. Me alcanza cuando tropiezo,
tratando de ponerme los pantalones cortos en una pierna.
—Phe... —Guy me envuelve con sus brazos—. Estás temblando. Lo
siento mucho.
Lucho por controlar mi respiración, que no se ve favorecida por el
hecho de que Guy me agarré tan fuerte que apenas puedo respirar
—Necesito salir de aquí. —Mi voz es amortiguada contra su pecho.
—No te preocupes. —Vuelve a hurgar en el bolso y me da las llaves de
su auto—. Estaré contigo en un minuto.
El océano se burla de mí mientras miro desde la seguridad del Jeep
de Guy, mi ropa húmeda e incómoda porque me la puse sobre el bikini
mojado. Tranquilo, azul y hermoso, el Océano Índico es parte de un paraíso
que otras personas anhelan visitar, y a mí todo lo que el lugar me trajo fue
la oscuridad que evito.
Estoy enojada conmigo misma.
Guy aparece con la tabla y su bolso, caminando descalzo por el
aparcamiento con los pies llenos de arena. Me muerdo una uña, esperando
sus bromas, no estoy lista para lidiar con él si es incapaz de apreciar mi
situación.
Colocando una toalla de rayas azules y blancas en el asiento, Guy se
sube y me mira.
—Tienes algo de color en el rostro.
—Mmm.
—¿Estás bien ahora?
—Lo estaré.
Envuelve una mano alrededor de la mía, el consuelo y su comprensión
calmándome
—Sobreestimé lo que podías hacer. Lo siento.
—No, no lo sientas. Sin ti no habría llegado tan lejos.
—Sé que te sientes fatal ahora mismo, pero lo que hiciste fue algo
bueno. Miedo. Estás sintiendo. —Me besa la frente; mantiene sus labios en
el punto entre mis cejas.
141 —¿Sentir? He sentido durante mucho tiempo.
—Pero sentimientos malos. Estás tratando con ellos; eso es bueno. Me
sorprende que no tuvieras una crisis total. —Me acaricia la mejilla.
—¿Ser llevada de vuelta a la orilla por ti no fue una crisis total? No
tienes idea de lo avergonzada que estoy por eso.
—En realidad no. Te he visto peor. —Mantiene la vista al frente
mientras mete las llaves en el arranque.
—Creo que te gusta rescatarme —le digo.
—¿Rescatarte? No, tú te estás rescatando a ti misma. Yo solo estoy
mirando.
—Y a ti. ¿Quién te está rescatando?
—No necesito que me rescaten.
—No he olvidado lo que me dijiste hace unas semanas, Guy. Tú
también necesitas ayuda con tus miedos.
—No tengo miedo de nada más que de herirte. —No me mira, echando
una mirada por encima del hombro mientras da marcha atrás—.
Deberíamos almorzar. Celebremos lo que acabas de hacer porque eres
increíble, joder.
A medida nos alejamos de la playa, mi pánico retrocede. No le creo,
sobre sus miedos ni mi supuesta incredibilidad.

142
21
#10 Enamorarse
Me duele el cuerpo después de lidiar con el pánico y estoy cansada,
quiero ir a casa y esconderme pero, en vez de eso, regresamos a casa de
Guy.
Me gusta la casa de Guy, a quién no le encantaría este nivel de lujo;
pero hay un aire de esterilidad en el lugar. Las zonas de estar no parecen
habitadas, en todas partes está limpio y ordenado. Me gusta tener una casa
ordenada; pero compartir casa significa que no hay posibilidad de tener la
casa exactamente como me gustaría, así que no me preocupo.
—¿Quieres ver una película esta noche? —pregunta mientras se sirve
un poco de agua—. ¿O salir a algún lado?
143 —¿Qué tal hacer más planes? —pregunto—. Algo que me haga olvidar
el desastre de esta mañana.
Sonríe.
—¡Genial! Espera a ver lo que tengo.
Desaparece y regresa con una carpeta de papel grueso. Nos sentamos
lado a lado en el mostrador y Guy saca fotos de lugares que quiere visitar.
Poco a poco, me aleja del incidente en la playa mientras miro fotos de
Londres y de lugares ingleses de interés turístico. Tal vez ahora sea el
momento de centrarse en los ítems fuera del país rodeado de océano en el
que vivo.
Garabateo notas mientras él hojea la investigación impresa que ha
realizado sobre hoteles y vuelos, con puntos resaltados en colores
fluorescentes.
—¡Esto es exhaustivo, Guy!
—A decir verdad, he planeado esto durante años. Tengo carpetas
llenas de planes desde que era adolescente.
—Deberías haber hecho el rito de iniciación de mochilero australiano,
trabajar en un bar en Londres.
Echa un vistazo a las fotos.
—Consideré ir, pero no había nadie a quien llevar conmigo.
—Estoy segura de que eres el tipo de persona que podría encontrar y
hacer amigos muy fácilmente.
—A veces. —Distribuye en el mostrador fotos de verdes paisajes
ingleses y contrastantes paisajes urbanos de edificios grises—. Inglaterra
sería mejor en verano.
—Estoy de acuerdo.
Me mira de reojo.
—Estaba esperando a la persona adecuada para ir con ella.
—E ir está en tu lista de deseos —le recuerdo.
—Sí, y eso. —Salta del taburete y regresa con un paquete de papas
fritas—. He notado algo extraño, Phe.
—¿Más extraño que nosotros? —Tomo una papa frita y la muerdo por
la mitad.
—Sobre nuestras listas. Estaba pensando nuevamente en esto el otro
día. Podemos completar casi todos los ítems en Australia.
—¿Porque vivimos en un país increíble? —Busco otra papa.
144 —¿Crees que estamos evitando el resto del mundo?
—Solo pensé que tu lista era deliberadamente local. Me sorprendió ver
que te ibas al extranjero.
—¿Por qué?
—La planificación y... el tiempo que te queda.
—Oh, cierto. —Se frota la cabeza—. Pero tú no tienes excusa. Debe
haber otros países que quieras visitar.
—Los hay.
—¿Entonces por qué no están en tu lista?
—No lo sé. Supongo que podría hacer eso más tarde.
Guy se tensa y durante unos minutos se queda en silencio.
—Así que la tuya no es realmente una lista de cosas que hacer,
¿verdad?
—¡Sí!
Junta los papeles en un montón y los vuelve a meter en la carpeta.
—¿Escribiste una lista que pensaste que podíamos hacer juntos y
dejaste algunas cosas que querías hacer?
—No. Supongo que no soy lo suficientemente valiente para ir lejos —
suspiro—. No empieces a analizar las cosas de nuevo, Guy. Un minuto me
estás enseñando a vivir el momento y al siguiente estás destrozando las
cosas.
—¿Crees que deberíamos cambiar nuestras listas? —pregunta.
—¿Cambiarlas? ¿Te refieres a añadir cosas?
—Poner algo desafiante en la lista, imposible de completar. —El viejo
e intenso Guy está de vuelta, lejos del surfista despreocupado de la playa.
Es extraño que me atraiga más este Guy; que la energía que irradia en este
momento me acerque más. Reconozco los pensamientos profundos en sus
ojos, la emoción que sumerge empujando hacia la superficie. Es más como
yo en momentos como éste, y conscientemente tengo que alejarme.
—Creo que verás que ya tienes eso en tu lista, cazar fantasmas.
Levanta una ceja.
—¿No crees en la vida después de la muerte, Ophelia?
—No creo en fantasmas.
—Pero persiguen tus sueños, ¿no es así? —Cruza el mostrador y me
145 toca lamano.
Trago con fuerza.
—No. No lo hacen.
—Lo hacen. Te he escucho mientras dormías.
No. Las pesadillas viven dentro de mí; nadie las oye y las hace realidad
—Siento si te desperté.
—Traté de despertarte, pero no pude. Tampoco me dejaste abrazarte.
—Se lleva mi mano a los labios y la besa suavemente—. Quería despertarte,
decirte que todo estaba bien.
—Gracias por cuidarme.
—Claro que te cuido. Pero me preocupo. No quiero que vuelvas a estar
enferma.
Me bajo del taburete y me acerco a él, le aliso el cabello.
—Estoy bien. Mejor. No soy la chica de las rocas.
La preocupación no deja su frente arrugada.
—Pero no ha desaparecido por completo. La tienes bajo control, eso
es todo. No quiero ser responsable de traerla de vuelta.
—Haces lo contrario, lo sabes —susurro.
—Eso espero. Fue insensible de mi parte pensar que podía empujarte
a superar tus miedos. Incluso arrogante. —Me envuelve la cintura con un
brazo y me sostiene más cerca.
—Tus locas habilidades de yoga me ayudarán a recuperarme —le digo,
y envuelvo con mis brazos su cuello—. Bésame. No quiero hablar de esto.
Lo hace, lenta y tiernamente, y luego entierra su rostro en mi cuello.
¿Tiene el mismo miedo por mi futuro que yo?
—Creo que necesitamos una cosa imposible en nuestras listas, de esa
manera nunca las terminaremos —dice, y aprieta su agarre en mi cintura.
—¿Quieres hablar de lo que te está pasando? —susurro contrasu
cabello.
—No. No puedo.
—Nunca lo haces, Guy. A veces pienso que hablar puede ayudarte a
enfrentar lo que está pasando. ¿Cómo estás ahora?
—Tú no quieres hablar de ti. Yo no quiero hablar de mí.
Le muevo la cabeza, deseando poder meter mis dedos dentro y sacar
lo que lo esté matando, y luego le sostengo el rostro para que tenga que
146 mirarme.
—Solo prométeme que lo harás si lo necesitas. Puedes hablarme de
cualquier cosa. Haré lo que pueda para ayudar.
Guy cambia a lo que hace cada vez que tocamos el tema de su muerte:
me besa. El patrón se ha vuelto predecible, a medida que nos saca del
abismo y nos lleva a la vida a través de la fuerza de su pasión. Puedo medir
la profundidad de su necesidad de escapar por si su tacto es áspero y su
lujuria incontrolable o si me hace el amor suavemente. De cualquier
manera, apartamos el futuro que nos amenaza y mantenemos la cabeza
fuera del agua.
Guy me levanta sobre el banco de la cocina y se presiona entre mis
muslos, con las manos envueltas en mi cabello mientras su boca magulla la
mía. Desesperada por unirme a su intento de alejarnos de la dirección en
que se dirigía nuestra conversación, le agarro las caderas con mis piernas e
igualo su intensidad.
A veces cuando Guy tiene las manos sobre mí, su piel contra la mía,
quiero llorar. No porque un día no vuelva a tocarme otra vez, sino porque
despierta en mí algo nuevo. El toque y el beso de Guy profundizan en el
centro de lo que soy y liberan las emociones que he escondido durante años.
Hemos pasado días y noches explorando el cuerpo del otro, negándonos que,
con cada momento que estamos juntos, nos volvemos más que amantes.
Guy descansa sus manos alrededor de mi cintura, sosteniéndome en
mi lugar. Sus dedos se me clavan en la piel, pero no me importa, apenas me
doy cuenta. Solo cuando deja de besarme me doy cuenta de que tengo los
labios hinchados por la feroz pasión de los últimos minutos.
Arrastra su pulgar por mi boca. Lo oculto está desprotegido por un
momento mientras nuestros ojos se encuentran en la comprensión.
—¿Estás bien? —pregunto.
—Te amo, Phe —dice, apartándome mi cabello húmedo del rostro.
Su admisión derriba los cimientos de las mentiras que hemos vivido,
y las lágrimas que prometí que no derramaría por él me escuecen en los
ojos.
—Sabía que esto no podía seguir siendo sencillo.
Los ojos que examinan los míos no están llenos de ternura sino de
confusión.
—¿Por qué te amo? —pregunta, tomándome el rostro con ambas
manos—. ¿Por qué hicimos eso?
—Creo que a veces el amor se te acerca de puntillas por mucho que
147 intentes esconderte —susurro, y lo acerco—. Te a...
—¡No! ¡No lo digas! —Los ojos de Guy se abren de par en par,
alarmados.
—¿Por qué? Estoy diciendo la verdad. Míranos. Piensa en nosotros. —
Nuestros cuerpos permanecen unidos de una manera tan natural que me
duele el corazón. Aunque nuestra piel se toca, no soy consciente de nada
más que de la extraña energía que nos rodea cuando estamos juntos.
—Lo sé, y nunca pensé que conocería a alguien como tú. Nunca pensé
que me enamoraría. No creí que fuera posible.
Una vez más, las palabras deben ser afectuosas; pero es infeliz
mientras me agarra contra sí.
—Guy, ¿no podemos vivir el momento como siempre? —susurro.
Guy mueve la cabeza y suavemente me da besos en el rostro, y el calor
regresa.
—Me parece bien amarte pero, por favor, no me ames tú a mí —
murmura.
No le permito evitar esto, estar en esto por sí solo.
—Demasiado tarde. Te amo. Quién eres y cómo me haces sentir.
Ahora. Aquí. En este momento.
Miro de nuevo las oscuras aguas azules de sus ojos, observo cómo la
tristeza se disipa y se relaja.
—Supongo que caímos juntos —dice.
—Supongo que lo hicimos.
—Ven aquí. —Me atrae hacia él y me acomodo contra su pecho; su
corazón late contra mi oreja—. Lo siento.
—¿Por qué?
—Por lo que sea que pase después.
—Nosotros. Nosotros somos lo que pasa después —le susurro, y lo
abrazo más fuerte.
Las palabras son pronunciadas, cruzando una línea mayor que la que
sobrepasamos cuando nuestra relación se volvió sexual. Esto lo cambia todo
y nada, porque hemos estado en este lugar durante meses.

148
22
Erica se sienta con las piernas cruzadas en mi cama, mientras me
preparo para la noche planeada y agarro mi teléfono.
—Santa mierda, Phe. ¿Ese es Guy? —Da la vuelta al teléfono; el fondo
es una foto de Guy y mía que tomé hace un par de noches, en una caminata
nocturna por el parque cerca de su casa. Tiene una cara tonta, pero ni
siquiera eso le quita mérito a su aspecto; elegí esta foto porque la felicidad
que espero causar brilla en sus ojos.
—Sí.
Sacude la cabeza.
—Guau. Bien hecho. No me extraña que nunca me hayas enseñado
una foto antes. ¿Cuántos años tiene?
149 —Veintitrés.
Erica sigue mirando.
—No puede ser buena persona también. Los tipos que se ven así o son
arrogantes o gays.
Me rio de su estereotipamiento.
—Claro, Erica. Puede que lo encuentres un poco intenso o raro, pero
es una gran persona. ¡Y definitivamente no es gay!
—Debe ser bueno. Tus nubes oscuras se han ido. —Erica se levanta
y se dirige hacia donde estoy maquillándome los ojos con una brillante
sombra dorada—. Me alegro por ti. ¡No puedo esperar a conocerlo! —Me
empuja—. ¿Así que lo elegiste a él en vez de al tipo de la cafetería?
Ross. Me preocupaba visitar el café después de nuestra cita
cancelada, pero él estuvo tranquilo ante la situación. Se burló de mí por
romperle el corazón y me disculpé profusamente. Al final, Ross me dijo que
dejara de avergonzarme cada vez que traía un café. Todavía lo visito a diario,
pero nunca he llevado a Guy a ese lugar.
La última visita de Erica a Perth fue hace más de dos meses, pero esos
meses parecen años. Hablo con ella regularmente, le di una versión
condensada de mi relación con Guy. No le he contado a Erica lo su
enfermedad, imaginando el alboroto que hará por mi relación con él. O tal
vez ese sea mi subconsciente diciéndome que debería preocuparme más.
Erica conoce a la Phe que estoy dejando atrás y quiero que conozca a la
nueva y más segura. Erica necesita ver en quién me estoy convirtiendo, no
preocuparse por lo que pasará.
En las semanas transcurridas desde que Guy y yo cambiamos de
velocidad, la vida ha acelerado. La confianza que tímidamente creció entre
nosotros finalmente construyó un puente entre nuestras vidas. Tenemos
una regla tácita de guardar nuestros secretos dentro de la relación y no
compartirlos fuera de esta. Guy tiene razón, ahora que hemos entrado en
nuestro mundo, es difícil volver al de los demás.
—Estoy segura de que te gustará. —Dependiendo de su estado de
ánimo. Los estados de ánimo más tranquilos de Guy han aumentado
recientemente; niega que su comportamiento se deba a nuestra admisión,
pero me preocupa que las palabras hayan ido demasiado lejos. Luego lo
suaviza con el Guy exuberante, el que me dice que me ama y la verdad es
clara a sus ojos, así que mi miedo se disipa.
—Debe ser especial, si te has enamorado de él. Puedo ver el cambio
en ti. ¿Sigues viendo al psiquiatra regularmente?
—He aprendido a no faltar a las citas. ¡Además, te tengo a ti
regañándome si lo hago!
150 —Sí, vendré aquí y te llevaré a los médicos si alguna vez pienso que
necesitas que lo haga.
Dejo mi brocha y agarro un pintalabios rosa, evitando los ojos de
Erica. Nunca la llamé en mi peor momento y, si Erica lo supiera, estaría
dolida. Sí, llamar a Erica habría tenido más sentido que estar sola en las
adversidades, pero estaba ocupada y no sentí que valiera la pena su tiempo.
No sentí que valiera la pena el tiempo de nadie.
—Guy dijo que vendría esta noche —le digo, y froto un poco de lápiz
labial en la comisura de mi boca.
—¿Tiene algún amigo sexy que pueda traer? —pregunta con una
sonrisa.
—¿Qué le pasó a Rob?
—Terminamos las cosas. Ya no éramos una pareja, apenas tenía
tiempo para mí. —Erica agarra un par de aretes de un joyero en el tocador.
—Si sales con un futbolista tienes que esperar que esté ocupado
durantela temporada de fútbol.
—Eso no era todo con lo que estaba ocupado. —Erica frunce los
labios, derramando indiferencia.
—Oh. ¿Otra chica? —pregunto, como si lo necesitara.
—Sí. —Sostiene los aretes largos de plata contra su oreja—. ¿Me
prestas esto?
Erica y Rob eran la pareja de la escuela secundaria que se predijo
serían novios de la infancia casados y juntos de por vida. Me sorprende que
Erica no dijera algo. Siempre está ahí para mí, y era mi turno de estar ahí
para ella.
—Lamento oír eso. ¿Por qué no lo dijiste? Y claro, puedes usarlos.
—Sinceramente, no me molesta. Fuimos a la deriva hace meses; un
final natural. Supongo que para cuando terminamos éramos amigos más
que nada.
—Bien.
¿Cómo puede ser tan indiferente con su ruptura? Esto y mi resistencia
a contarle detalles de mi vida son nuevas medidas contra lo mucho que está
cambiando. La distancia física entre Erica y yo es equiparable a una amistad
que se desvanece a medida que nuestras vidas se alejan una de la otra.
Erica da un paso atrás y admira sus pendientes.
—Estoy bien. Estoy feliz. Tú también, ¡vamos!

151 Nos dirigimos al pub local en donde hemos quedado para


encontrarnos con Guy. Le aseguré a Erica que no sería la tercera en
discordia; Guy se quedará a tomar una copa y luego se irá. Fue ella la que
insistió en reunirse con él; Guy está ocupado y la visita de Erica desde
Melbourne es demasiado efímera para organizar algo más que este breve
encuentro.
Son las siete de la noche y el pub ya está lleno, los grupos llenan las
mesas redondas de madera a medida que más grupos se unen a ellos con
ruidosos saludos. Reconozco a algunos de los clientes regulares de los
sábados por la noche por las visitas con Jen y ocasionalmente con Guy. Nos
dirigimos a la abarrotada barra y empujo entre dos grupos mientras intento
atraer la atención del barman. Erica se aprieta junto a mí y, unos minutos
más tarde, con bebidas en la mano, en vano miramos alrededor del pub
buscando un lugar.
Dos hombres que conozco vagamente se acercan a nosotras e
intercambiamos incómodos saludos. Claramente hemos olvidado sus
nombres. Esto cambia rápidamente a que los dos hombres coqueteen con
nosotras, no muy sutilmente. Para mi consternación, Erica se une,
coqueteando con uno de ellos y dejándome alejarme del otro.
Dos chicos solos, dos chicas solas. Puedo adivinar lo que piensan que
va a pasar. Además, como suele ocurrir, uno es más guapo que el otro,
aunque ninguno de los dos es comparable a Guy. Andy, el más alto y menos
atractivo de los dos con un corte militar y más músculos de los que me
gustan en un hombre, sigue ofreciéndose a comprarme bebidas y se acerca.
Cortésmente me niego y saco el teléfono de mi bolso para mandar un
mensaje a mi novio desaparecido. Afortunadamente, la música en el lugar
está alta, lo que asegura que la conversación con Andy sea evitada.
—¿Guy no viene? —dice Erica en mi oído mientras me mira.
—Debería estar aquí pronto.
Guy no ha respondido a mi mensaje preguntándole dónde está. Él
eligió este lugar de encuentro; no entiendo por qué no ha aparecido. Ayer se
rio de mi emoción de ver a Erica después de un par de meses y me dijo que
estaba deseando conocerla. Entonces, ¿dónde está?
—¿Y le preguntaste si iba a traer a algún amigo?
Señalo al tipo atento a su lado.
—¿Importa eso ahora?
Ella sonríe.
—Supongo que no.
Cada vez más enojada con lo cerca que se está moviendo hacia mí el
amigo de su amante, mantengo la concentración en mi teléfono y sonrío
152 educadamente en lugar de hablar. Erica quiere divertirse y yo estoy
preocupada por Guy.
Después del tercer mensaje, finalmente recibo una respuesta:
No puedo ir. Lo siento.
¿Estás bien?
Tengo que quedarme en casa esta noche.
¿Se encuentra mal? Ayer estaba bien.
Está bien.
¿Estás fuera?
Sí. Erica se está divirtiendo.
No te diviertas demasiado sin mí.
¿Estás seguro de que estás bien?
Algo así.
¿Algo así? Miro a Erica, puedo imaginar su reacción si la alejo de sus
nuevos amigos hasta casa de Guy. Recientemente se ha quejado de su falta
de vida social y está decidida a disfrutar de su fin de semana fuera de casa.
Esta situación me recuerda a la vez que dejé todo cuando arreglé una cita
con Ross.
¿Qué es lo que necesitas? ¿Estás enfermo?, escribo.
No te estreses. ¿Vendrás mañana?
Iré esta noche si lo necesitas.
No. Diviértete con Erica. Estaré bien.
Te llamaré cuando llegue a casa.
Claro que sí. Buenas noches, chica hermosa xx
Me estreso. Guy mete mucho debajo de la superficie y rara vez admite
que necesita ayuda, para que insinúe que no está bien es inusual. Cuando
le digo a Erica que no va a venir, se desilusiona momentáneamente y luego
regresa con sus nuevos amigos. Esto me irrita, ¿no vino Erica a verme a mí?
Esta irritación se extiende a un intercambio de palabras sobre la situación
de los “chicos cualquieras”. Como Guy no viene, persuado a Erica para ir a
un lugar donde se pueda bailar. A algún lugar lejos de estos hombres
molestos.

153
23
A la tarde siguiente, dejo a Erica en el aeropuerto y me dirijo a casa
de Guy. Sus mensajes de esta mañana eran más brillantes, sofocando mi
miedo de que estuviera enfermando. Investigué de nuevo sobre los tumores
cerebrales, pero dejé de leer después de unos minutos, sintiéndome
intrusiva. La voz regañona diciéndome que estoy haciendo algo malo al
empezar a encariñarme con Guy. ¿Empezar? Ya estoy encariñada.
Un Guy desaliñado abre la puerta, parpadeando al sol.
—¿Qué hora es?
—Las tres. ¿Estás bien?
Hay círculos oscuros que le rodean los ojos y tiene el cabello revuelto,
así que aliso un mechón. La parte delantera de su camisa blanca a medio
154 abotonar está cubierta con un arco iris de colores, como un delantal que se
usa en los niños en la escuela. Rayas amarillas se extienden por su cara.
—Tres. Guau. —Da un paso atrás—. Pasa.
Guy entra en la casa e inmediatamente comienza a recoger objetos de
la mesa del comedor. Hojas de papel A4 garabateadas con dibujos que no
puedo distinguir, pinturas de pastel al óleo esparcidas en el suelo.
—¡Oh! —Deja caer el montón y me examina la cara—. Nunca dije hola.
Tropiezo cuando hace chocar su boca contra la mía, aprovechando la
sorpresa de mis labios separados mientras hunde su lengua en mi boca. Me
quedo congelada y perpleja, incapaz de responder, así que me suelta.
—¿Así que te sientes mejor? —pregunto.
—Lo estoy. —Frota el pulgar contra mi labio—. Pediré comida y
saldremos.
—¿Adónde?
—¡Ni idea! —Aprieta los papeles en sus brazos y con el pie apila las
pinturas en un montón.
—¿Quizás deberías cambiarte?
—Buena idea. Me voy a duchar. ¿Quieres unirte a mí?
—Um.
—Siento haberme distraído anoche —dice, y abre un armario cercano,
metiendo los papeles. Veo más apilados en el interior.
—Erica quería conocerte.
—Ah. —Se aprieta la nariz—. ¿Esta noche?
—Solo se quedaba el fin de semana, ¿recuerdas?
—¿Es sábado?
—No, domingo.
Sonríe.
—¡Ups!
—¿Ups?
—Me perdí un día. Pensé que habías llamado el viernes.
—No. —Suspiro—. ¿Has dormido, Guy?
—No lo creo. No me sentía muy bien, así que te llamé y pasé tiempo
dibujando. Y pintando. Supongo que perdí la noción del tiempo.
—¿Dijiste que no te sentías bien? —Aprieto los dientes. Anoche fue
una excusa. No quería conocer a mi amiga.
155 —Estaba bien, pero no podía salir. Hay gente a la que no quiero ver.
—¿En Northbridge?
—Cada vez que voy a la ciudad por la noche los veo, y me molestan.
—¿Quién?
—Gente. Nadie importante. —Se frota el rostro con ambas manos, una
sombra de preocupación en su cara—. Espero no haber molestado a tu
amiga.
No, pero me has molestado a mí.
—Todo bien. —Indico hacia el desorden que queda en el piso de
madera—. Parece que anoche fuiste muy productivo.
—¡Claro que sí! Cierto. Ducha. —Sube las escaleras y vuelve a
aparecer segundos después—. ¿Vienes?
—No.
—¡Una maldita pena!
Me siento en el sofá sintiéndome como arrastrada y escupida por un
torbellino.
Después de diez minutos debatiendo sobre si abrir el armario y mirar
el trabajo de Guy, reaparece con un pantalón corto y una camiseta limpios.
Guy se arrastra por el sofá a mi lado.
—¿Podríamos quedarnos en casa? —sugiere, pasando los dedos por
mi rostro. En respuesta, como siempre, mi rostro y mi cuerpo resplandecen
de calor.
—¿Dijiste que querías salir?
—Mmm. —Guy me besa el cuello, los labios se quedan en el punto de
mi pulso mientras su brazo serpentea para agarrarme la cintura—. Lo sé,
pero creo que quiero estar a solas contigo.
Cuando su otra mano se desliza por mi muslo, agarro sus dedos.
—¡Guy! ¿Por qué prepararse para salir y luego empezar esto?
Su fresca fragancia me adentra más en los recuerdos del sexo, el
aroma frutal de su champú y la fragancia del océano de su jabón que me
recuerda cómo sabe esto en su piel. Ignorándome, planta besos a lo largo de
mi cuello y clavícula, agarrándome la pierna mientras lo hace. Me muevo
contra él, luchando contra el deseo de hacer exactamente lo que me indica.
De repente, se aleja.
—¡Anoche hice otra cosa! Olvidé decírtelo.
156 Se levanta del sofá y yo recupero el aliento, tocándome la piel donde
estaban sus labios. Guy camina alrededor de la habitación, mirando debajo
de las revistas, y luego entra en la cocina. He visto a Guy centrado y feliz
antes, pero esto es extraño. ¿Su tumor cerebral le hace esto?
—Lo perdí. —Está en la puerta de la cocina, con los labios fruncidos.
—¿Qué estás buscando?
—Papel. Una copia impresa. —Agita las manos y escanea la
habitación.
—¿Ahí dentro? —sugiero y señalo el armario.
Guy se golpea la frente con la palma de la mano.
—¡Por supuesto! —Busca dentro y saca dos trozos de papel—. Aquí.
Tengo una copia para ti.
Me pasa una confirmación de reserva para los vuelos a Inglaterra en
julio.
—¡Guy!
—¿Qué?
—¡No puedes hacer esto! Necesito comprobar si puedo tomarme el
tiempo libre del trabajo. Te lo dije.
—Bueno, ahora tienes las fechas.
—¡No puedo decir que sí!
—¿Por qué? Phe, tengo que ir pronto. —Se apoya en la mesa de café
frente a mí, con los hombros caídos.
Extiendo la mano y le toco la cara.
—¿Seguro que estás bien? Pareces un poco... agitado.
—¿Sí? Lo siento. A veces me concentro demasiado en las cosas.
—Tu amor por la vida —digo con una sonrisa.
—Aprovecharlo al máximo. A veces no hay suficientes horas en el día,
así que hago más. —Se pica la pintura amarilla pegada debajo de la uña.
—¿Sin dormir?
—De vez en cuando. —Señala la hoja—. Vamos, toma eso y dale la
fecha a Recursos Humanos en el trabajo. Di que sí.
Miro cuidadosamente los horarios de vuelo y el coste.
—¿Has pagado por esto?
—Sí. Quiero hacerlo. No me lo devuelvas.
—¡No puedo hacer eso! ¡Ese es tu dinero!
157 —No puedo llevarme todo esto conmigo, Phe. —Se frota la nariz con el
dorso de la mano—. Pensé que tal vez podrías quedarte también con mi casa.
—Guau. Guy. ¿Podemos limitarnos a un tema de conversación? —Y
no ese.
—Bien. Tómalo. —Señala el papel—. Reserva tus vacaciones en el
trabajo y luego planearemos qué hacer.
Doblo cuidadosamente la hoja y me meto el papel en el bolsillo.
—Tal vez deberías descansar, Guy. Relajarte un poco.
Frunce el rostro.
—¿Soy demasiado? Hay tanto que quiero hacer antes de que se me
acabe el tiempo.
Me pongo en pie.
—¿Qué tal si voy a casa y tú vienes a la mía más tarde?
Aparecen los hoyuelos en su cara.
—¿Quieres decir cuando me haya calmado?
—¡Eres agotador! Estoy cansada de anoche. Se suponía que iba a ser
una visita rápida para ver si estabas bien.
—Estoy absolutamente bien. —Me besa brevemente en la boca.
—Si vamos a salir, yo también tengo que cambiarme. —Señalo mi
pantalón negro desaliñado y mi holgada camiseta gris.
—No te preocupes, iré más tarde. Supongo que debería desayunar.
—Almorzar.
Sonríe.
—Almorzar.
Guy desaparece en la cocina dejándome con una incertidumbre que
no puedo ignorar, y con la certeza de que le pasa algo que está eligiendo
ocultar.

158
24
Guy aparece en mi casa un par de horas más tarde, trayendo consigo
energía que juro que no debería tener. Un pensamiento me golpea y lo
estudio. ¿Guy se droga? Si está viviendo la vida al máximo y permaneciendo
despierto toda la noche, podría ser así es como se las arregla.
—¿Estás bien? —pregunta, examinando mi cara a cambio.
—Lo estoy. ¿Ya has dormido?
—No. Quería verte. —Pone su mano detrás de mí y me agarra el
culo—. Iba a sugerir que nos quedáramos en casa, pero realmente quiero ir
a la ciudad.
—¿En serio? ¡Anoche no quisiste! —digo, irritada.
—¡También tengo algo que mostrarte! ¡Deprisa! —Señala mi bolso—.
159 ¿Lo tienes todo?
—Sí.
—¡Vamos!
Cuando salimos de la casa, se detiene junto a un deportivo negro que
no reconozco. Las luces parpadean cuando golpea el control remoto y lo
observo.
—¿Tienes un auto nuevo?
—Sí. ¿Te gusta?
—Muy bonito. Costoso.
Sin responder, Guy se mete en este. Me uno a él, acomodándome en
el frío asiento de cuero color crema. La extraña combinación de la fragancia
de un auto nuevo se mezcla con la colonia familiar de Guy.
Un auto no es necesario para la duración del viaje que estamos
haciendo, un autobús sería igual de bueno. Es extraño que Guy quisiera
alardear de esto; recientemente ha elegido conducir su todoterreno antes
que sus autos más llamativos.
—Debes tener mucho dinero —le digo.
—Sabes que sí. Es gracioso que nunca preguntes por qué.
—No creí que fuera asunto mío. —Aliso mi vestido corto. Tantas
preguntas que no he hecho porque decidí no hacerlo—. ¿De dónde sacas el
dinero si no trabajas?
—Heredé mucho. Mi padre fue uno de los millonarios originales de
Silicon Valley. Era parte del equipo que inventó Internet. —Me mira
fijamente—. Impresionante, ¿eh?
—Supongo. Sí. ¿Era americano? —Me pica el cuero cabelludo, y la voz
que me pregunta por qué he decidido no entrometerme se hace más
fuerte—. No eres estadounidense, ¿verdad?
—No, australiano. Mi madre lo era, y yo nací aquí. Mi padre murió el
año pasado. Se separó de mi madrastra y, como único hijo superviviente,
heredé mucho dinero.
Otra pregunta ignorada aparece.
—Correcto. ¿Así que no tienes familia?
—La verdad es que no. Al menos no cerca.
—¿No te sientes aislado pasando por todo esto tú solo?
—Siempre estuve aislado, Phe —dice en voz baja—. ¡Pon un poco de
160 música!
El volumen del sistema de sonido me ataca los oídos cuando presiona
un control y yo agarro el botón que está frente a mí.
—¡Guy! ¡Baja eso!
—¡Lo siento! —La música se calla y hace un gesto a la pantalla LCD
con la lista de emisoras de radio—. Tu elección.
Me trago la sensación de que definitivamente pasa algo con Guy y elijo
la primera estación guardada en su dispositivo. ¿Ha tenido malas noticias
sobre su condición y ha elegido vivir más y más rápido?
***
El club que Guy escoge está en las afueras de las áreas populares e,
inmediatamente, estoy al límite. La clientela está muy lejos del club en
donde pasé la noche con Erica ayer. Los escalones, que dan paso
directamente a la calle, bajan desde la entrada no guardada hacia una
habitación oscura. Ajusto mi mirada y me quedo en el borde de la puerta,
contra paredes pintadas de oscuro, cubiertas de carteles de películas
clásicas y volantes mal impresos de bandas locales. Hay un hombre alto con
cola de caballo en el bar. Con él hay una chica con vaqueros y una camiseta
negra con las mangas cortadas ásperamente. Me mira con desdén. Pensé
que iba a algún lugar que Guy y yo solemos visitar y elegí un vestido que me
compré la semana pasada: rosa pálido y femenino. Nadie más en este lugar
es rosa pálido y femenino.
Guy no habla con nadie, lo que me confunde aún más. Si iba a traerme
a un lugar así, asumiría que conocía a alguien. Incluso para un domingo, la
pequeña habitación está llena.
Me siento con Guy en un taburete de la barra bajo las luces de neón.
—¿Por qué hemos venido aquí? —pregunto.
—Porque no quiero que nadie sepa que estoy en la ciudad —dice sin
mirarme, y levanta la mano para llamar al hombre del bar.
Pido una Coca-Cola y Guy se ríe, y luego me compra una con vodka.
No bebo mucho y, desde la desastrosa noche en Dunsborough, no he visto
a Guy beber mucho. Esta noche toma chupitos, animándome a unirme.
Tomo uno, pero me da náuseas el sabor del tequila agrio.
—Pídeme otro vodka —le susurro al oído sobre la música—, con Coca-
Cola, Guy.
—Ah. —Veo cómo Guy llama al barman y coloca su billetera en la
barra. El nerviosismo permanece, pero sus ojos son brillantes.
El desaliñado camarero me mira con desinterés mientras coloca un
vaso en la barra frente a mí y varios chupitos más frente a Guy.

161 Me siento en el taburete, tensa, sin querer nada más que irme. ¿Cómo
puedo persuadir a Guy para que se vaya a casa antes de emborracharse?
Guy habla exuberantemente, como lo hace a veces, sobre sus planes para
Inglaterra. Intento interrumpir un par de veces con mis propias sugerencias,
pero me ignora. Lo miro a los ojos y son distantes, como si estuviera
contando una película que está viendo en su mente. Normalmente en días
como estos, amo su gregarismo 3 y la luz que esto trae a mi vida; pero esta
noche me preocupa.
—¿Estás seguro de que todo está bien? —le pregunto, viendo cómo se
toma su décimo chupito.
—¡Sí!
—No pareces tú mismo.
—¡Phe! ¡Solo me estoy divirtiendo! ¿Qué hay de malo con eso? —Se
inclina desde su taburete para que su boca se encuentre con la mía, un beso
duro y repentino antes de darse la vuelta y tomarse otro chupito con un
guiño hacia mí.
—¡Algunos tenemos que trabajar mañana! —protesto.

3 [Persona, cosa] Que forma parte de un grupo sin distinguirse de los demás, especialmente

si carece de ideas e iniciativas propias y sigue siempre las de los demás.


—Ah, mierda, lo siento. —Desliza una mano por mi pierna, sus dedos
desaparecen bajo mi vestido—. ¿Te quedas conmigo esta noche?
—No lo sé. Me estás asustando un poco.
—¿Por qué?
—Hoy eres intenso.
Guy levanta las manos con las palmas hacia afuera.
—Pararé. No más alcohol.
—Creo que quiero irme. —Me bajo del taburete de la barra.
Se pasa una mano por el cabello y me mira, permaneciendo sentado.
—Algunos días quiero olvidar.
Suspiro y le pongo una mano en la pierna.
—Lo entiendo, pero esto no es propio de ti. Creí que te gustaba la
adrenalina natural.
Guy baja del taburete.
—¿Piensas que estoy drogado? —pregunta, frunciendo el ceño
mostrando incredulidad.
162 —No lo sé, ¿lo estás?
—No, no lo estoy. Ya no uso drogas.
—¿Ya?
—Vamos, todos fumaron un poco de hierba cuando eran adolescentes.
Eso es todo lo que quería decir.
—¡Yo no lo hice!
Resopla.
—Bien. Bueno, nada ilegal. Prometido.
Miro la línea de vasos de chupito vacíos.
—No creo que puedas conducir a casa.
—No te preocupes, tú sí puedes. —Saca las llaves de un bolsillo y me
las tira.
Las atrapo. No he bebido mucho, pero no me gusta la idea de conducir
su auto.
—¿Podemos llamar a un taxi?
—¡Phe! Vamos, no voy a dejar ese auto en la ciudad durante la noche.
No estará ahí cuando vuelva mañana. —Me agarra la mano—. Volvamos a
mi casa.
No estoy acostumbrada a conducir, no estoy acostumbrada a autos
tan potentes. Intento conducir y Guy se ríe, borracho, de mi segundo
chirrido de neumático en unos pocos minutos hasta que controlo el
rendimiento del auto y nos llevo a su casa.
—Deberíamos ir a algún lugar el próximo fin de semana —anuncia
mientras navego por la calle a través de su suburbio.
—¿Algo en la lista?
—No. He tenido suficiente de eso por ahora.
Pero eso es lo que somos. Quiénes somos. Si sacamos eso de la
ecuación, perdemos la única excusa de que no somos una pareja real al cien
por cien.
—¿Qué quieres decir?
—Esto.
—¿Esto?
Espero una respuesta; pero Guy ahora está cambiando las emisoras
de radio, el ruido de cada cambio de tema me confunde.
—Baja la música.
163 Lo hace. Entonces no dice nada. Con la cantidad de alcohol que tomó,
me sorprende que el viaje no lo haya adormecido.
Llegamos y entramos en su casa oscura. Guy avanza a pasos
agigantados, pulsando interruptores hasta que todas las habitaciones de
abajo están iluminadas. Lo sigo hasta la cocina, entrecerrando los ojos.
El papel y las pinturas están de vuelta, esparcidos por la mesa; el
fregadero de la cocina lleno de tazas y vasos vacíos.
—¿Algo de beber? —pregunta, tomando un par de vasos del armario
con frente de cristal.
—No. —Saca una botella de vino del estante de todos modos—.
¿Puedes parar ahora, por favor?
Durante unos momentos, me observa.
—Está bien. ¿Algo más?
Antes de registrar lo que está sucediendo, la puerta de la cocina se
cierra de golpe detrás de mí y me clavan contra la madera, mi cabeza
sostenida firmemente por Guy mientras su boca choca con la mía. Mi mente
protesta pero mi cuerpo cede inmediatamente, la necesidad de su beso me
quita el aliento. Guy me levanta contra sus caderas, con una mano que se
desliza hacia mi culo debajo de mi vestido, y clava los dedos en la piel. Aparto
la boca y Guy mordisquea por mi cuello hasta que llega a mi clavícula. Me
empuja más contra la pared, me baja el vestido del hombro y el material se
tensa mientras las correas se estiran hacia abajo.
No dice nada, no me mira, luego se concentra en su exploración de
mis senos expuestos, con su respiración acelerada. ¿Lo detengo o me dejo
llevar por el momento? Guy desplaza mi peso y luego aparta mis braga a un
lado, y tomo una fuerte inhalación cuando mete un dedo. Murmura algo
contra mi piel y desliza un segundo dedo en el interior, empujando su pulgar
sobre mi clítoris al mismo tiempo.
Estoy aturdida, pero no lo detengo. Esta es la primera vez que conecta
físicamente conmigo en días, y anhelo ser deseada por él. No quiero parar.
Guy es apasionado, pero nunca así de desenfrenado. El movimiento de su
mano despierta mi propio deseo y arrastro su cabeza hacia la mía y meto mi
lengua en su boca.
Retira los dedos, me vuelve a agarrar por debajo del culo y me empuja
contra la pared.
—Jesús, he querido follarte toda la noche —jadea, y me hunde los
dientes en el hombro.
Inhalo agudamente en reacción a sus palabras y sus acciones. La
respiración de Guy viene en jadeos duros y rápidos contra mi cuello
164 mientras regresa a presionar sus dedos dentro de mí, chupando mis
pezones. No esperaba que esto me excitara tan fácilmente, pero la intensidad
de la noche se desborda y estoy perdida en él.
Guy lucha con el botón de sus vaqueros, y yo le ayudo a bajar la
cremallera. Me deja caer al suelo un momento y saca un condón de su
bolsillo trasero.
—Te llevaría a la cama, pero quiero hacer esto aquí —dice en voz baja.
Mi corazón golpea contra mi pecho. La intensidad que emana de él no
es aterradora sino contagiosa, ser deseada en este nivel, que me mire como
si quisiera devorarme, ahonda también en el centro de mi yo primario.
—¿Aquí? —pregunto con voz ronca. Fijo mis ojos en los suyos, lo
escucho abrir el envoltorio y deslizar el condón sobre sí mismo.
—Joder, sí. —Guy me vuelve a jalar contra la pared y su punta empuja
contra mí. Se detiene lo suficiente para que le indique si he cambiado de
opinión, pero le sujeto la cintura y lo acerco.
Dada la luz verde, Guy empuja en mi interior y contengo el aliento.
Con un brazo en la pared por encima de mí y el otro agarrando mi culo, Guy
continúa empujando, observando mi expresión. Me muevo contra él,
igualando sus respiraciones superficiales mientras mi cuerpo golpea contra
la madera de la puerta. Guy agarra la parte de atrás de mis muslos y me
separa las piernas, me mece y me estira. Agarro un puñado de su cabello y
le levanto la cara, rozando mis dientes contra su labio. Gruñe y empuja más
fuerte, más frenético de lo que nunca ha estado.
—Qué apretada estás —jadea, y vuelve a meterme la lengua en la
boca.
Uno de mis zapatos cae al suelo. El otro le sigue, pero apenas noto
algo más que el orgasmo construyéndose. Aguanto la respiración contra la
ola, tensándome alrededor de Guy hasta que la felicidad golpea. Le muerdo
el hombro para dejar de gritar y, en cuestión de segundos, Guy iguala mi
liberación, empujándose hasta el fondo.
Se mueve contra mí durante un momento y mi conciencia de lo que
me rodea regresa, la madera dura contra mi espalda y la posición incómoda
en la que Guy me sostiene. Me libera suavemente y me devuelve mi equilibrio
mientras me pongo de pie.
—Eso fue intenso —murmura, y me cubre el rostro con besos.
Me aferro a él.
—¡Me lo dices a mí! ¿Qué demonios te pasa?
Guy se quita el condón y hace un nudo antes de arrojarlo al cubo de
la cocina, y yo me ajusto la ropa.
165 —Viviendo la vida con la chica que amo —dice mientras regresa,
subiéndose la cremallera del pantalón. Su rostro está sonrojado, con sudor
en la frente mientras me mira con los ojos llenos de dolorosa ternura.
—¿De verdad estás bien? —susurro, y le toco la boca.
—Sí. Deja de preocuparte. —Me da una nalgada—. Cama. Más de
donde vino eso.
Retrocedo y cruzo los brazos.
—¿Y si no quiero pasar la noche con un hombre loco por el sexo?
Sonríe.
—Pero esa es la razón exacta por la que deberías querer quedarte aquí
esta noche.
Guy toma mi mano y besa mis dedos en un gesto romántico que es
extraño considerando la pasión animalista de hace unos minutos. Mis
piernas tiemblan por el sexo duro y rápido al subir. No sé qué debería
molestarme más: el comportamiento de Guy o el hecho de que disfrutara
con lo que hizo. Cada día con Guy doy un paso más hacia ser una persona
diferente.
Suya.
25
Paso el día siguiente en una neblina de felicidad, con el cuerpo
zumbándome con los efectos secundarios de la noche con Guy. Después del
lujurioso encuentro en la cocina, cambió a hacer el amor con una intensa
dulzura en donde me dijo que me amaba y me miró como si fuera la cosa
más preciosa del mundo.
Los recuerdos y las imágenes pasan de hacerme sonrojar a crear una
necesidad de más, pero el malestar subyace en la noche. Guy parecía más
tranquilo esta mañana, aunque ya estaba despierto y trabajando en su
portátil cuando desperté. No puedo evitar la preocupación de que algo haya
ocurrido en su vida para desencadenar ese comportamiento. Con eso viene
el miedo sobre qué y por qué no me lo ha dicho.
Intercambio un par de mensajes de texto con Guy y acordamos que
166 venga a mi casa; me ofrezco a cocinar. Para mi alivio, Jen sale por la noche
con Cam, y me ducho y me cambio.
El Guy que llega unas horas más tarde inmediatamente me preocupa,
llevando el aire que tiene cuando hay cosas que le están molestando. Tiene
los ojos hundidos, el sobreesfuerzo de los últimos días le alcanza en la cara
pálida, envejeciéndole.
—Necesito hablar contigo —dice en voz baja en cuanto cierro la
puerta.
—Muy bien... —No hay beso. Ningún toque. Nada. Una ansiedad
progresiva reemplaza el alegre zumbido del día. Guy me mira y luego aparta
la mirada—. ¿Ahora?
—Supongo.
Me dirijo a la cocina pero, cuando me doy la vuelta para hablar con
él, todavía está en el pasillo. Su agitación es clara cuando se pasa una mano
por el cabello, mirándose los pies. Trago; mi sexto sentido tiene razón y no
quiero tener razón.
—¿Todo bien?
—En realidad no. —Se apoya contra la pared en el pasillo.
—¿Qué pasa, Guy? ¿Ha ocurrido algo? —Hago una pausa—. ¿El
doctor te dijo algo malo? ¿Es eso lo que está pasando?
Se ha alejado de nuevo, de la forma en la que Guy se pliega hacia
dentro, la paz y la felicidad perdidas. El otro hombre, ahogándose.
—Esto no es bueno. Está mal.
—¿Qué?
En sus ojos hay una persona diferente, no la que me miró tiernamente
y compartió su corazón. Está distraído, apagado, como si viera a través de
mí.
—Hago daño a la gente. Mato a la gente.
—Guy, ya hablamos de esto. ¿Qué ha pasado?
—Lo saben y me dijeron que esto está mal, que no debería hacer esto.
—¿Quién lo sabe?
—Mi familia. Sabía que me estaban vigilando de nuevo. Se supone que
me van a dejar en paz, pero siempre interfieren.
—Ven y siéntate.
Guy sacude la cabeza y cruza los brazos sobre el pecho.
—Debería irme.
167 —No. ¡No lo hagas! —Me acerco y lo tomo del brazo, doblando mis
dedos alrededor de su chaqueta—. No te vayas. Explícame lo de tu familia.
—¿Explicarlo? Cierto. Por lo que les hice, mi padre no me quería. Me
envió a vivir con mis abuelos durante años y se mudó con su segunda
esposa. —Me mira—. Como te dije, murió hace un año, por primera vez no
fue por mi culpa. Me mudé lejos del resto de la familia. No quería estar cerca
de ellos. Pero eso no les impide seguir todo lo que hago.
—¿Quizás estén preocupados por ti y quieran reparar puentes antes
de que te vayas?
Guy se clava las uñas en las palmas de las manos.
—No les importa, se meten en mi cabeza y me dicen qué hacer. Si no
escucho, me molestan con recordatorios. Diciéndome lo malo que soy. Ahora
saben sobre ti y me dicen que te deje en paz.
—Esta es tu vida, Guy. Ignóralos. Podemos decidir qué hacer. Ya que
cosas malas sucedieron en el pasado, hagamos que esto sea bueno. No me
harás daño.
—¡Ese es el problema! ¡Un día lo haré! —Se pasa ambas manos por el
rostro—. Pensé que quizá esta vez no lo haría, que algo bueno sobreviviría.
—¿Qué quieres decir? Guy, por favor. —Mientras coloca una mano en
la manija de la puerta, me adelanto alarmada. No puede irse así, con
malentendidos—. Dime. Dime qué te pasa, tienes que hacerlo.
Pone las manos en la puerta, mirando hacia otro lado. Su respiración
rápida y su postura rígida no se parecen a nada que haya visto en Guy
antes.
—¡No he matado solo a mi madre! —dice con los dientes apretados—.
No solo lastimo a los que amo. La gente muere a mi alrededor. Mi hermana...
la maté. Mi novia... la maté.
Doy un paso atrás y cruzo mis brazos, los ojos abriéndose de par en
par.
—¿Qué?
Se vuelve hacia mí y baja la mirada.
—Así que sí, tal vez tu compañera tenga razón. ¡Soy un psicópata!
Por primera vez le tengo miedo a Guy. Su altura y volumen me
amenazan, y conozco su fuerza. Entonces miro en sus profundos ojos azules
y todo lo que veo es dolor. No es una amenaza. En la playa, cuando me habló
de su madre, esa era su interpretación y no la realidad.
—¿Las mataste o murieron?
—Murieron por mis acciones. ¿Y si lo haces tú? —Intento agarrarlo de
168 nuevo y aparta mis manos de sus brazos—. No. Te mataré a ti también.
—Guy, cálmate.
—¿No lo ves? Me dejé caer en esto, pensé que podrías salvarme, pero
todo lo que haré es hundirte conmigo. —La agitación en su rostro se extiende
por su cuerpo mientras se pasa las manos repetidamente a través del
cabello—. Mierda, mierda, mierda. Ves, no deberíamos haber ido allí.
Deberíamos haber parado.
Una llave gira en la cerradura y Guy da un salto para alejarse de la
puerta. Una sorprendida Jen entra en casa. La sonrisa relajada de su rostro
se congela cuando ve a Guy.
—¿Estás bien? —me pregunta.
—Estoy bien.
—No pareces bien. ¿Qué está pasando?
Guy la empuja y sale de la casa. Jen tropieza y luego lo mira fijamente.
—Jesús, ese hombre es grosero.
Me aferro al dolor que se extiende a través de mi pecho desde donde
él arrancó el pedazo de sí mismo que pensé que le había dado, y le doy a
Jen una sonrisa falsa.
—Lo siento, tuvimos una pelea. Todo bien.
Jen sacude la cabeza.
—Es malas noticias, Phe. Te lo sigo diciendo. No te metas con él.
Entra en casa y yo me quedo de pie en la entrada, con la mano en la
puerta. ¿Lo sigo? Cerrando la puerta detrás de mí, bajo por los bajos
escalones de piedra y camino a lo largo del camino. La carretera está llena
de autos y gente que se pasea por la acera bajo el sol otoñal, viviendo sus
vidas ordinarias. Nada de Guy. Incapaz de saber adónde se dirigía, sacudida
por el encuentro, me alejo.
Guy me agarró y me empujó con fuerza hacia atrás. No me permito
acercarme a la gente porque no puedo abrirme, asustada de que no
entiendan lo que hay debajo de mi fachada. Mira lo que pasa la primera vez
que dejo entrar a alguien en mi mundo.

169
26
Guy no contesta a mis llamadas o mensajes. Nada. Normalmente,
tomaría esto como un significado de que algo se ha acabado; si un amigo
deja de responder capto la indirecta. En mi limitada experiencia con los
hombres, esto es claramente “déjame en paz”.
Pero mi sexto sentido no me lo permite. Este es un hombre cuya
máscara se desvaneció y reveló a alguien desgarrado por el dolor,
volviéndose loco para alejarme. Este es el hombre por el que estoy
empezando a preocuparme profundamente, y se está ahogando.
Dos días después, incapaz de dejar de pensar y de preocuparme,
aparto mi orgullo y me dirijo a casa de Guy. Tal vez esté avergonzado y no
sepa cómo contactarme.

170 Tal vez no quiera hacerlo.


Una mujer abre la puerta, y la sorpresa en su cara coincide con la
mía. Hay preocupación en sus delicados rasgos, pero todo lo que noto es lo
impresionante que es. Alta, elegante, con el cabello castaño oscuro atado
apartado de la cara, acentuando su rostro esculpido. Parece unos años
mayor que yo, pero no mucho.
—Soy Phe. Me pregunto... —Arrastro las palabras mientras me
escudriña—. Estoy buscando a Guy.
La mano de la mujer descansa sobre la puerta, un gran anillo de
diamantes sobre un anillo de matrimonio. Dios, por favor, no.
—¿Guy?
—Guy Drew. Vive aquí.
Frunce el ceño.
—¿Conoces a Noah?
—¿Noah?
—Noah. El hombre que vive aquí.
La puerta cerrada con llave que retiene todas las sospechas menores
que he tenido sobre él es desbloqueada por sus palabras y las dudas ocultas
salen corriendo.
—Dijo que se llamaba Guy —digo, y odio lo patético y estúpido que
suena eso.
La mujer da un paso atrás y abre más la puerta.
—Es Guy, pero también es Noah.
—¿Eres su...? —Agito mi mano hacia sus anillos—. ¿Soy una completa
idiota?
Sonríe.
—Soy Lottie. La prima de Noah.
Noah. ¿Qué demonios está pasando?
—¿Entonces no está aquí?
—¿Estás involucrada con él?
Su expresión curiosa me confunde aún más.
—Somos amigos. Más que eso. Es complicado. Estaba preocupada por
él, tuvimos una discusión hace un par de días, y no he sabido de él desde
entonces.
—No está aquí, Noah ha vuelto al hospital y he venido a recoger
171 algunas de sus cosas.
—Oh. Claro.
—Te ha dicho que está enfermo, ¿no? —Asiento, y me mira con
recelo—. No le gusta ver a la gente cuando está en el hospital. Si quieres, le
preguntaré si quiere verte.
—Llamaría si quisiera verme —digo derrotada. Podría haberme
llamado. Habría ayudado—. Volverá a salir del hospital, ¿verdad?
—Sí, pero no sé cuánto falta para que lo haga. Le diré a Noah que lo
estabas buscando.
—No, está bien. Probablemente sea mejor dejar las cosas.
—Espero que no pienses que soy grosera, pero creo que debo estar de
acuerdo contigo.
Sí, grosera, pero finjo una sonrisa que no me apetece dar.
Esa noche el encuentro da vueltas en mi cabeza, y me convenzo de
que Lottie mintió. Entonces concluyo que me he estado mintiendo a mí
misma. Al final de la noche, he llegado a la conclusión de que Guy está
casado con Lottie y ambos me mintieron: sobre su nombre, su situación y
quién es. El hospital es el eslabón perdido. Si esta es la única verdad, otras
partes también podrían serlo. Pero, si Guy no quiere verme, ¿qué más da la
verdad?
172
27
—Me alegro de que se haya ido —dice Jen.
Su comentario inesperado me sorprende, interrumpiéndome el ver las
noticias a medias, sentadas juntas en nuestra sala de estar.
—¿Guy?
—Sí. Algo con él era raro.
—Eso espero, ya que se está muriendo. —Miro mi teléfono por décima
vez en otros tantos minutos, esperando una respuesta de Erica.
El silencio de Jen no dura mucho.
—A mí me pareció que estaba bien.
—No significa que lo esté.
173 Ningún mensaje.
—¿Dónde está?
—¿En el hospital?
—¿Dónde?
—No lo sé.
—¿No lo dijo?
Miro a Jen con una expresión que le dice que se calle.
—No. No lo he visto desde esa noche hace dos semanas. Como dijiste,
se ha ido.
Germina la semilla de la duda plantada por Lottie. Guy mintió sobre
su nombre. ¿Qué más?
—Phe, creo que tienes una idea romántica de Guy que te impide ver
la verdad.
—¿Qué verdad?
Jen acuna su taza de café y bebe.
—No me has hablado mucho de él y entiendo por qué, porque no me
gusta. ¿Cómo se conocieron?
—Extraña historia.
Suspira.
—Correcto. ¿Conoces a sus amigos?
—Algunos de ellos. Es un poco solitario.
—¿Y qué le pasa?
—Tumor cerebral.
—Hm. —Jen se toma el resto de su café—. Dime, si le importa su
relación, ¿por qué iría al hospital y no te diría dónde?
—Te lo dije, tuvimos una discusión y tal vez estuviera demasiado
enfermo para decírmelo.
—Hace dos semanas. ¿Y no ha estado en contacto? No, Phe. Aléjate,
ahora.
—Me importa —susurro.
—Él obviamente no se preocupa por ti.
No escucho nada más de lo que Jen me dice, sus palabras hacen eco
de la voz en mi cabeza diciéndome lo mismo, pero la que está en mi cabeza
va más allá. Te dijo que te amaba y mintió. No confíes en él.

174 Pero me permití amarlo; abrir mi corazón a un hombre que sabía que
me dejaría eventualmente. Aunque nunca esperé que termináramos así.
28
La presión del trabajo disminuyó cuando pasé tiempo con Guy,
empujando ese lado de mi vida dentro de un compartimiento en lugar de ser
mi foco. Ahora que Guy desapareció, sé que nuestra relación era mi nuevo
enfoque. En vez de obsesionarme con cada palabra que escribía en el
trabajo, me obsesionaba con todo lo que hacía con Guy.
Había pasado de usar una cosa para tratar de completarme a otra. El
miedo al fracaso me seguía, como con todo lo demás en mi vida; pero la idea
de que me hayan engañado más allá de lo que podría haber predicho me
arrastra hacia el fondo. Después de mi tercera llamada telefónica nocturna
en otros tantos días buscando consuelo de las nubes, Erica insiste en que
vuelva a ver los médicos. Estoy enojada, no sólo con Guy, sino con la
facilidad con la que puedo volver a la depresión. La oscuridad insidiosa no
175 es lo peor, sino el miedo. Miedo de que esto siempre me controle.
Mi psiquiatra se niega a tocar mis medicamentos hasta que haya
hablado de nuevo con un psicólogo. Este también es un patrón típico, una
visita a un psicólogo equivale a alguien que intenta decirme que mi
razonamiento está equivocado. No entienden que es más fácil protegerme
que abrirme. A menos que abra el candado de la cadena que me arrastra,
no seguiré adelante.
Guy tiene razón. Le tengo miedo a la vida y me escondo. Pero mira lo
que pasó cuando puse mi confianza en alguien que podía mostrarme que la
vida no era como pensaba. Mintió.
Dejo una reunión inicial con el psicólogo en la que intenté evitar
intentos de hablar sobre mi pasado, y me dirijo a los terrenos del hospital
donde se encuentra la clínica. Como tengo veinte minutos hasta que llegue
mi autobús, reviso los correos electrónicos del trabajo y deambulo por los
frondosos terrenos. Sonrío al mensaje de Erica en la pantalla deseándome
buena suerte, pero la sonrisa se congela cuando hay uno de Guy debajo.
Phe. Lo siento. Puedo explicarlo.
Las emociones de las últimas cuatro semanas me golpean como un
diluvio y me sumerjo en una pared baja al lado de la entrada de la clínica.
Los autos pasan, dando vueltas y buscando aparcamientos mientras miro
el nombre. Guy. Guy no. Mi primer instinto es ignorarlo, enterrarlo de nuevo
bajo tierra, pero mi ira se apodera de él.
Noah. No quiero verte.
La fresca brisa otoñal se agarra al borde de mi falda mientras
permanezco sentada con el teléfono en la mano debatiendo qué hacer. Me
duele la cabeza después de la sesión con el psiquiatra, exhausta como si
hubiera corrido un maratón, y el contacto de Guy me empuja aún más a
esconderme en mi casa.
Necesito explicarlo.
¿Como el mentir sobre tu verdadero nombre?
No. Phe. Por favor.
No quiero verte a menos que me expliques todo. Quién eres y por
qué estás enfermo. Si es que estás enfermo y no mentiste sobre eso
también.
Mi estómago se llena de ácido mientras miro fijamente las palabras
que quiero gritarle en vez de reducirlas a letras en la pantalla de un teléfono.
¿Cómo suenan en su cabeza cuando las lee? ¿Escucha ira? ¿Dolor?
Te lo explicaré, responde.
Esperaba silencio o evasión del tema, no un acuerdo. El mundo que
176 me rodea se retira mientras me encuentro encerrada en la conversación en
la pantalla de mi teléfono, con la mente llena de preguntas que quiero hacer.
¿Dónde estás?, pregunto.
Casa. ¿Dónde estás tú?
Clínica. Psiquiatra.
¿Estás bien?
¿Qué crees?
Dime dónde estás e iré a por ti.
Inclino mi cabeza hacia el cielo azul de Perth, el que se extiende
infinitamente, raramente nublado. ¿Cómo puedo confiar en él?

***

Rechazo la oferta de Guy y tomo un taxi a su casa. Se ofreció a venir


a la mía, pero esto es bajo mis condiciones. Quiero su explicación y luego
poder trazar una línea. Seguir adelante. Cuando llego, un Guy sin camisa
abre la puerta. Si no estuviera tan enfadada, estaría distraída por el
recuerdo de su cuerpo contra el mío. Sus vaqueros oscuros moldean su ágil
figura, pero sus ojos vuelven a estar rodeados de sombras oscuras, el cabello
rubio más largo y despeinado.
—Hola, Phe —dice su voz suave.
El color cubre las puntas de los dedos de su mano que descansan en
la puerta, un arcoíris de las pinturas que nunca me muestra. No respondo
y abre más la puerta para que pueda entrar.
La casa está tan prístina como siempre, y lo sigo a su gran salón. Nos
quedamos torpemente de pie y cruzo los brazos sobre el pecho en caso de
que intente abrazarme. Guy agarra una camiseta gris con un logo
descolorido y se la pone por la cabeza.
—¿Quién eres? —exijo—. ¿Por qué dijo tu prima que eras Noah? ¿Por
qué mentiste sobre tu nombre?
—Soy Guy. —Saca una billetera del bolsillo trasero y la abre antes de
sacar su licencia de conducir—. Noah es mi nombre de pila, pero ya no lo
uso.
Me quedo mirando la licencia. Noah Guy Drew.
—¿Algo más?
—No mentí. Mi familia me sigue llamando Noah, pero Guy no significa
nada para ellos. —Estamos más cerca pero más lejos de lo que nunca hemos
estado.
177 —¿El nombre o la persona no significa nada?
—Ambos. Cuando me mudé a Perth el año pasado, dejé todo lo que
pude. Ya no podía tenerlos controlándome. Creo que estar cerca de ellos me
hizo hacer las cosas malas.
—¿Qué cosas malas? Sigues mencionándolas, pero nunca
explicándolas correctamente.
—Mi madre, mi hermana... otras personas. Si me mantengo alejado,
no puedo causar ningún problema.
Cruzo los brazos con más fuerza y mantengo mi distancia.
—¿Pero no les importa que te estés muriendo? ¿No quieren ayudarte?
—Lottie sí, lo entiende y puedo pedirle ayuda. —Sonríe—. Comprueba
que me vaya bien de todos modos. Me lleva al hospital si las cosas van cuesta
abajo. No me importa cuando está en mi cabeza.
La habitación está vacía de fotografías o signos de vida. Incluso las
casas de muestra tienen fotos falsas de personas sonrientes, tomadas de los
sitios de fotos de stock que paso el tiempo revisando en el trabajo. ¿Por qué
nunca me di cuenta?
Equivocada.
Me di cuenta de muchas cosas, pero nunca me permití prestar
atención.
Una cosa ha cambiado en la habitación. Una enorme obra de arte en
lienzo se extiende a lo largo de la pared del salón, antes desnuda. Un paisaje
oceánico, azul oscuro, el cielo empolvado por un arcoíris que se refleja en el
agua como una mancha de aceite. Atraída por la vitalidad, me acerco hasta
que la imagen abarca toda mi visión.
—Esa eres tú —dice Guy desde detrás de mí—. Y yo.
A pesar de la vívida combinación de colores primarios, el cielo del
arcoíris es un caos en desacuerdo con las aguas tranquilas. El océano
oscuro parece más seguro, de alguna manera. Me vuelvo hacia Guy y miro
fijamente sus dedos pintados de colores.
—¿Qué quieres decir?
—Cuando te miro veo a una chica que está a un mundo de distancia
de la que casi se quita la vida. Pero también veo que está merodeando a tu
alrededor otra vez. El color que irradia de ti recientemente se está
desvaneciendo. Quería capturar mi recuerdo de ti. De nosotros. Estás
sufriendo, y es mi culpa.

178 —No estoy sufriendo. Estoy enojada contigo —miento.


—Lo entiendo. Desaparecí, nunca me puse en contacto y…
—No, no es por eso. —Lo que negué cuando estábamos juntos ya no
puede ser ignorado. ¿Por qué estaba dispuesta a parecer ingenua y estúpida
cuando me di cuenta de esto hace mucho tiempo?
A veces, creer las mentiras que nos decimos a nosotros mismos es
más fácil que tratar con la verdad.
—No estás enfermo, ¿verdad, Guy? No físicamente. Has mentido.
Guy se pasa los dedos por el cabello y deja las manos entrelazadas,
los codos hacia afuera mientras me mira.
—Sí que estoy mal.
—¿Me has mentido? ¿Te estás muriendo?
Guy cierra los ojos.
—Lo estoy.
—¿Qué te pasa?
En un movimiento repentino, Guy se mueva hacia a una unidad alta
de color madera y tira de un cajón en la parte inferior. Busca en el interior
y saca una hoja de papel. Su lista de cosas por hacer. Guy empuja el papel
hacia mí; hay ítems extra garabateados desde la última vez que me mostró.
—Tengo que terminar esto, pero ya no quiero hacerlo.
No tomo el papel.
—¿Por qué?
—Porque, cuando lo haga, voy a morir. —Su tono plano es el de la
aceptación, el de alguien que se rinde y ya no pelea. Por primera vez desde
que entré en la casa, me duele el corazón.
—¿Cómo? ¿Cómo puedes precisar eso?
Guy arruga el papel con la mano y luego se sienta lentamente en el
gran sofá de cuero cercano.
—¿Crees en la eutanasia?
Sus palabras pican.
—¿Estás hablando de ti mismo? ¿Estás sufriendo?
—Siempre. Hasta que te conocí. Ahora estoy demasiado asustado para
terminar mi lista. Me prometí que eso haría antes de matar a alguien más.
—Lo que dices no tiene sentido. ¿Prometiste qué harías qué?
En el siguiente silencio, la ola de la verdad se construye, rodando
179 hacia adelante lista para separarnos.
—¡No merezco tener una vida cuando ellas no la tienen! ¿Cuántos más
puedo tomar? ¿Y si me llevo el tuya?
—Guy, ¡detente!
Respirando pesadamente, aprieta el papel y me mira fijamente.
—Cuando termine el último ítem, voy a terminar con mi vida.
—¿Porque estás sufriendo? —pregunto, luchando contra la cresta de
la ola—. ¿Porque no quieres sufrir?
—¡Porque no valgo la pena! —grita—. ¿No has escuchado? ¡No merezco
una vida!
El color que rodea mi visión se funde a medida que la realización
golpea y me hundo. En el fondo sabía que Guy escondía la verdad, pero
nunca esperé esto. Apenas puedo formar las palabras.
—¿Te vas a suicidar?
—Sí.
—¿Por qué?
—No merezco vivir.
Junto las palabras con dificultad mientras lucho por tener suficiente
aliento para hablar.
—¿Quién te dijo eso?
—Ellos lo hacen. —Empuja sus dedos contra un lado de su cabeza—.
¿Recuerdas que creo en fantasmas? Los recuerdos también pueden ser
fantasmas, lo sabes. Me empujan hasta el borde, me torturan, y les prometí,
a mí mismo, que terminaría con todo antes de destruir cualquier otra cosa
que amara.
Una imagen de mí misma en el atardecer en el borde de las rocas salta
a mi mente.
—¡No! ¡Tú me detuviste! ¡No estás de acuerdo con huir de la vida! —
No responde—. ¡Estás mintiendo! ¡Estás diciendo esto para que me vaya!
¿No puedes terminar nuestra relación como una persona normal?
—Estoy enfermo. Las veces que dije que estaba en el hospital, la gente
decía que podían salvarme la vida y curarme. Tengo una sentencia de
muerte, Phe, la gente con mi condición muere todo el tiempo.
—¿Qué condición?
Guy sale de la habitación, se dirige a la cocina. Abre un armario y
saca cajas blancas con etiquetas de prescripción.
—Cuando era adolescente, pensaban que era esquizofrénico.
180 Entonces decidieron que no, que era bipolar. ¡Ahora dicen que tengo dos por
el precio de uno! ¿Pero qué demonios importa qué etiqueta me den? —
Golpea los paquetes en la mesa frente a mí—. Tomo todo esto y aun así le
sucede mierda a la gente a mi alrededor. Cada vez que la vida va bien, todo
se vuelve mierda otra vez y alguien sale herido. Las cosas que me pasan a
mí y a mi alrededor no son porque tenga una enfermedad mental. ¡Esto es
algo que hago yo! No voy a vivir el resto de mi vida con miedo.
—¿Miedo a qué?
La postura y el tono de Guy me hacen picar la nuca. ¿Es peligroso?
¿Guy dice que va a hacerme daño? Agarro mi bolso, asegurándome de estar
cerca de la puerta.
—¿No estás escuchando? —grita—. Ya es bastante malo que no pueda
tener una vida normal, pero hay cosas que me controlan. Los médicos dicen
que pueden controlarlos, pero las fuerzas son más grandes que eso.
El hombre que tengo delante mantiene su sensación de derrota,
derrotado contra el mostrador de la cocina mientras mira al suelo con la
boca tensa. Guy cree lo que dice, pero su lucidez no se corresponde con su
enfermiza racionalidad.
—Guy. No creo que estés bien.
—¡Por supuesto que no, joder!
—No, quiero decir que deberías estar en el hospital. ¿Quieres que
llame a tu prima? —pregunto suavemente.
—No tiene sentido.
—¡Lo hay! ¡Puedes mejorar!
—¡Mentira, Phe! —Levanta la cabeza.
Respiro profundamente.
—¿Me dejaste enamorarme de ti a pesar de que estabas planeando
esto?
—Hice algo peor que eso —dice con la voz ronca, moviéndose hacia
mí—. Me enamoré de ti.
Retrocedo.
—¡Estás mintiendo! ¡No me amas! De lo contrario, no te quedarías ahí
y me dirías que quieres suicidarte.
—¡No quiero, pero tengo que hacerlo!
—¿Por qué? —grito.
—¡Para no hacerte daño! —Se acerca y extiende la mano antes de
181 dudar y bajarlas.
—¿Cuán loco suena eso, Guy? ¿Puedes entender lo doloroso que es
esto? El hombre que ha pasado meses enseñándome cómo vivir mi vida
quiere volver a llenarla de infelicidad eligiendo morir. ¡Eres un maldito
hipócrita!
Los ojos del Guy se abren de par en par.
—Maldecir. Eso es nuevo.
—¡No te burles de mí, joder! —grito, y le empujo el pecho—. ¡No se
dicen cosas así y luego se bromea!
—No lo estoy. —Me agarra de los brazos—. Phe, estoy confundido.
—¿Tú estás confundido? El hombre que amo me acaba de decir que
no vale la pena vivir su vida, una vida de la que creía que formaba parte.
—Ese es el problema. —Me acerca más de los brazos, con
respiraciones cortas y rápidas que coinciden con las mías—. He encontrado
a alguien que hace que la vida valga la pena.
—¡Pero quieres suicidarte! ¡Déjame ir!
—Déjame explicarte.
Agarro la lista arrugada en su mano y miro a través de ojos borrosos.
Su décimo ítem está tachado. “Enamorarme”.
—¿Por qué tachaste eso?
—Te lo dije. Te amo.
Aprieto la lista en mi mano mientras intento controlar mi enojo.
—¡No! ¡No lo haces! Estás enfermo. —Me palpita el corazón, una
enfermedad negra me supera—. ¿Cómo pudiste hacer esto conociendo mi
historia?
—Phe. Ya no quiero hacerlo. ¡No quiero terminar nunca mi lista! —
Envuelve una mano alrededor de la mía y me agarra, pero alejo los dedos.
—No puedo confiar en ti. Meses, y no dijiste una palabra. Mentiste,
me dijiste que tenías un tumor cerebral.
—¡Tengo algo aquí! —Se golpea la cabeza—. Sacándome la vida. Mi
enfermedad puede ser un tumor. Nada puede sacarme esto de la cabeza.
—¡No quiero escuchar más de esta locura! ¡Nunca debí dejarte entrar
en mi vida! —Se me seca la boca y mi corazón late tan fuerte que las palabras
de Guy se desvanecen en el fondo, me muevo hacia el pasillo y hacia su
puerta principal.
—¡No te vayas!
182 Me detengo y miro hacia atrás.
—Por favor, no vuelvas a contactarme.
—¡Phe! ¡Intento explicarte por qué las cosas son diferentes ahora!
Un hombre cubierto de color es el más oscuro que he visto en todo el
tiempo que hemos estado juntos. Perdido, confundido, infeliz; pero estoy
entumecida por sus palabras, reteniendo desesperadamente el derrumbe
porque no estoy segura de si la ira será la primera y poco útil reacción. Me
tiemblan las manos y las pongo debajo de mis brazos.
—Las cosas son muy diferentes ahora —digo con la voz ronca—.
Tienes razón.
—Por favor, no te vayas, Phe —dice, de pie en la puerta de la cocina,
con los hombros caídos—. No dejes que te destruya a ti también.
—¡No me has destruido! ¡No te lo permitiré! Así que no te atrevas a
añadirme a tu trastornada lista de cosas por las que mereces morir —le digo.
Guy parpadea varias veces. Dios mío, cree que ya lo ha hecho.
—De acuerdo.
—¡Soy una persona más fuerte desde que te conocí! —Me golpeo en el
pecho—. ¡Sí, has arrancado algo en lo que creía, que me hacía feliz, pero no
vas a derribar lo que soy! —Mi corazón se retuerce con más dolor del que
estoy dispuesta a mostrar. ¿Cómo puede ser este el hombre al que he
retenido ahí dentro?— Necesitas ayuda. Yo no puedo ayudarte.
—Puedo cambiar. Estoy cambiando, igual que tú.
—¡No! ¡Ni siquiera te conozco, Guy o Noah o quienquiera que seas!
Me asusto cuando suena el timbre de la puerta de Guy y se mete las
manos en los bolsillos, retrocediendo. El estridente sonido del tono de
llamada de Guy me interrumpe y saca el teléfono del bolsillo.
—Lottie. —Escucha un momento, mirando al suelo—. Sí, estoy en
casa. —Escucho débilmente su voz desde el teléfono—. Lo sé. Ahora estoy
bien. Necesitaba hablar con Phe.
Alguien golpea la puerta. Me doy la vuelta y la abro. Lottie me mira
sorprendida, con el teléfono en su oreja, luego termina la llamada y mete el
teléfono en su bolso al pasar.
—¡Dije que estoy bien! No me iré contigo otra vez —dice Guy,
regresando a la cocina—. El hospital no me habría dejado salir si no
pensaran que estoy bien —dice.
Lottie se frota la ceja con dedos delicados mientras vuelve sus ojos de
color verde oscuro hacia mí.
183 —Pensé que tú debías ser Phe. Él te mencionó, y yo sumé dos y dos.
—¿Estará bien? —le pregunto indicando hacia dónde se fue.
—No es peligroso, ni para sí mismo ni para los demás, a pesar de lo
que piense. —Cierra suavemente la puerta principal—. Ha vuelto a tomar
su medicación y va en la dirección correcta, tal vez sea bueno que te haya
visto hoy, para explicarte. Aunque estaba tratando de persuadirlo de que no
lo hiciera.
—¿Por qué? —Frunzo el ceño ante su interferencia.
—Por si no te las entendías, lo último que necesita es una ex histérica.
Trago. Ex.
—Bueno, como puedes ver, no lo soy. Pero me contó sus planes. Sobre
querer suicidarse.
—Al menos ahora se lo ha dicho a la gente. —Descansa contra la pared
y mira en dirección a Guy.
—Realmente no lo conocía, ¿verdad? —susurro.
—No es una mala persona. Noah ha experimentado muchas tragedias
en su vida, pero estoy segura de que puede superarlas. Es más fuerte de lo
que cree.
Un eco de Guy diciéndome lo mismo me pasa por la cabeza.
—Eso espero. Parece estar bien, sólo... enfermo.
—Sí. Espero que ahora que te ha visto acepte que no ha repetido el
pasado.
—¿Qué quieres decir?
Lottie se muerde el labio mientras me estudia.
—Tal vez algún día te lo cuente él mismo.
—No lo creo. No puedo volver a verlo. —Empujo hacia abajo a la Phe
que quiere caminar detrás de Guy, agarrarlo y alejarlo del borde de la forma
en la que me ayudó él. Está resurgiendo de donde la he sumergido en la
tristeza confusa y enojada de las últimas semanas.
Vine aquí esperando que me dijera dónde había estado y por qué había
mentido, pero esto es incomprensible.
—Tengo que irme. Dile a Guy… Noah… que espero que las cosas
funcionen. No puedo enfrentarme a él ahora mismo.
Abro la puerta y salgo de la vida de Guy. El aire fresco me golpea,
llenándome los pulmones mientras jadeo por aire. Al borde de un ataque de
pánico, cierro los ojos y me concentro en respiraciones lentas y profundas.
184 Irme.
La culpa me sigue hasta la parada del autobús, y estoy enfadada
porque la emoción lo mire siquiera. ¿Por qué me siento culpable cuando es
Guy el que causó el daño? Si hubiera desaparecido y nunca me hubiera
contactado de nuevo las cosas serían más fáciles que descubrir que me
había traicionado tan espectacularmente. En el autobús, miro por la
ventana y vuelvo a perderme en el borde del agua profunda, escuchando la
inhalación y la exhalación de mi aliento.
En la última semana me había alejado de él, acepté que no volvería a
ver a Guy; y ahora emerge de nuevo y hace esto. Con mi mente anestesiada
por la conmoción, veo el mundo pasar por la ventana. Pero en mi mente está
Guy y la angustia en su cara cuando hablaba de su enfermedad, cuando me
decía cómo lastimarme lo lastimaba a él.
No tengo la capacidad de ayudar a alguien que me engañó durante
tanto tiempo.
29
Los días que siguen a la confesión de Guy pasan en una neblina
amortiguada. Paso el tiempo recogiendo cuidadosamente el doloroso cordón
que envuelve mi corazón, furiosa conmigo misma por sentirme como lo hago.
Juré que no me enamoraría porque la lluvia radiactiva volaría otra vez mi
vida en pedazos, pero lo hice. Sin embargo, me sorprendo a mí misma. Con
el vacío doloroso viene la aceptación de que esto no es mi culpa. No hice
nada malo aparte de enredarme con una persona mentirosa. Una mente
enferma. Con mi historia, soy consciente de cómo la enfermedad mental
puede crear un comportamiento que la gente nunca consideraría, pero
nunca arrastré a nadie conmigo.
Entiendo poco acerca de la condición de la que me habló Guy y miro
los sitios de apoyo. Mi corazón se desgarra de nuevo al leer las historias de
185 otros enfermos, de su batalla de toda la vida. Esto no me hace cambiar de
opinión sobre Guy. Sabía que nos estábamos volviendo cercanos, era
consciente de que al final descubriría la verdad, pero no se detuvo. ¿Intentó
Guy llevar a cabo sus planes? Solo ese pensamiento me enferma y me
confunde más.
¿De quién me enamoré? Guy. Un hombre que no existe.
Durante las próximas semanas, Guy intenta llamar, su número
parpadea en la pantalla de mi teléfono cada dos días. No deja mensajes de
voz ni de texto. No vuelvo a llamar, pero le envío un mensaje pidiéndole que
no se ponga en contacto conmigo. Cortar limpiamente con el pasado que
compartimos tiene sentido. ¿Esto está mal por mi parte? Posiblemente, pero
la única manera en la que puedo sobrellevarlo es reunir todo lo que dejé que
se derramara y empujar las emociones de vuelta en mi interior. Guy
devuelve un mensaje de “Lo entiendo” y me dice que está en el hospital.
Una semana después, Lottie me llama. No reconozco el número y,
pensando que la llamada está relacionada con el trabajo, contesto.
—¿Hola, Phe?
—¿Quién habla?
—Lottie. Llamo de parte de Noah.
Noah. Parpadeo ante las últimas imágenes que tengo de él, confundido
y perdido.
—¿Qué quieres decir en su nombre?
—Está preocupado por ti. Le dije que dejara esto, que su relación ha
terminado y lo entiende. Pero creo que ayudaría si pudiera decirle que estás
bien.
—Dile a Guy que estoy bien y que me preocupo por él.
Considero terminar la llamada. No quiero volver a pensar en Guy otra
vez.
—Noah dejó de tomar su medicación hace un par de meses, eso es lo
que pasó —explica Lottie.
—No, lo que pasó es que me dijo que se llamaba Guy y que se estaba
muriendo —respondí—. No tengo ni idea de su motivación para hacer esto,
pero espero que te ayude a entender por qué no quiero volver a verlo ni saber
de él. —Me detengo, consciente de lo fría que sueno—. Lo siento, espero que
le vaya bien, pero a mí también me ha ido mal. Soy demasiado frágil para
lidiar con lo que ha pasado entre nosotros.
—Lo entiendo —dice en voz baja—. Noah está mejor que antes ahora
que ha vuelto al hospital. Una vez que su medicación sea estable de nuevo
estará bien. Espero que puedas ver que esto fue lo que causó su
186 comportamiento.
—No todo su comportamiento. Guy no estaba bien, pero no era
totalmente irracional, funcionaba lo suficiente como para mantener la
verdad oculta. Tuvo muchas oportunidades de explicarlo, pero siguió
mintiéndome. Podría haberlo ayudado. ¿Te ha contado toda nuestra
historia?
—No. No me habla mucho de ti, pero dice que está hablando con su
psicólogo sobre por qué se comportó así.
—Lo siento, Lottie. No tengo fuerza para arriesgarme a volver a estar
cerca de Guy. Necesito olvidarme de él.
—Creo que lo entiende.
Cierro los ojos e inhalo.
—¿Pero está bien?
—Estará bien. Esto es lo peor que lo ha pasado en años. Creo que la
muerte de su padre el año pasado agravó la situación en la que se
encontraba en un par de años antes y nunca se afligió adecuadamente.
Estoy segura de que volverá a la normalidad.
¿Normal? ¿Qué es normal? ¿Par él o a para cualquiera? Lottie habla
con mucha convicción, y tiene la llave para desbloquear la caja que guarda
más secretos de Guy. Vacilo. Podría pedirle hablar con él, ¿pero luego qué?
No. Puede que haya perdido a mi compañero de viaje, pero mi camino
está más claro.

30
Mis sesiones con el psicólogo son más profundas que antes. Mis
conversaciones pasadas con Guy cavaron sobre los miedos y pensamientos
enterrados y los empujaron a la superficie. Por primera vez en terapia dejé
de sentirme culpable por la muerte de mi familia y enmarqué mi vida con lo
que quiero y necesito en lugar de lo que se espera. Nunca he apreciado cómo
mi confianza en el trabajo ha aumentado últimamente, ni cómo ha mejorado
mi capacidad para defenderme y no aceptar críticas infundadas. Hablar con
el psicólogo pintó un cuadro de la persona en la que me estoy convirtiendo.
Mi respuesta a la traición de Guy, mi negativa a dejar que esto me
arrastrara a un agujero negro, demuestra la fuerza que Guy me dio, y eso
187 me confunde muchísimo.
Me uno a Jen en salidas nocturnas, me convierto en parte de su
círculo social, pero este es el único lugar en el que me mantengo al margen.
Guy ha cortado de raíz cualquier deseo de empezar una relación. Quiero
pasar el tiempo dictando mi propia vida. Finalmente tengo el control, pero
de una manera diferente; la necesidad de gestionar cada mínimo detalle de
mi vida se desliza hacia la capacidad de confiar en mí misma.
Mi última sesión con una psicóloga en la clínica pasa en conversación
más que en análisis, y sugiere que reduzcamos las sesiones a mensuales, y
luego a menos. Varios meses de terapia y finalmente estoy llegando al final.
Espero poder algún ser libre de la medicación. Pase lo que pase, no puedo
imaginarme volver a donde estaba hace siete meses.
Afuera, la muy necesaria lluvia inunda el estacionamiento. Cuando
llegué antes las nubes en el cielo eran escasas y, al levantar la cabeza, me
golpea la ironía. En la sala tranquila con Cathy mis nubes oscuras se
alzaron pero, aquí fuera, vuelvo a entrar en ellas. La vida avanza tan rápido
como las nubes viajan sobre mí, y viviré esa vida al máximo.
La lluvia rebota en el piso y, como no tengo chaqueta ni paraguas, me
dirijo a la pequeña cafetería del hospital para esperar a que pase la
tormenta. En el luminoso vestíbulo hay dos ascensores y varios grandes
letreros en los que enumeran los médicos y los departamentos del gran
hospital privado. Pasa una pareja, con la mujer embarazada y los zapatos
chirriando mientras su pareja se preocupa por ella. Les sonrío y me aparto
del camino mientras sigo buscando la dirección que necesito tomar.
Estoy a punto de ir a la recepción baja de madera cuando una figura
cercana me llama la atención. Un hombre alto de cabello rubio se dirige por
el pasillo alfombrado en mi dirección.
Guy se detiene cuando me ve. Un hombre pasa de largo, la repentina
parada de Guy casi le hace tropezar.
Se me seca la boca al verlo. Es la primera vez que lo veo en casi seis
semanas. Se acerca con una sonrisa cautelosa, los hoyuelos clavados en sus
mejillas. La cara de Guy ha perdido la palidez de la última vez que lo vi, su
cabello crecido de nuevo al largo de la noche en la que nos conocimos.
—Hola, Phe —dice en voz baja—. ¿Cómo estás?
—Estoy bien. Buscando café. —Las palabras salen de mi boca, pero
no soy consciente de nada más que de mi corazón derramando sangre en
mis oídos. El Guy que he tenido en mi mente es el hombre enfermo que me
contó su horrible secreto, indicando a su vez lo poco que significaba para él.
El que está frente a mí ahora es el viejo Guy. Al que amaba.
Arruga la nariz.
188 —No lo hagas. El café es malo. Es mejor que encuentres un lugar
cerca.
Nos miramos con recelo mientras la lluvia rebota en el patio del
hospital, e inclino la cabeza.
—Estoy pasando el tiempo hasta que eso pare.
—Buena idea.
Aparece una mujer que sostiene la mano de un niño pequeño y
empuja un cochecito, llevando al niño al ascensor. Me aparto del camino,
consciente de que estamos obstruyendo las puertas, pero Guy se queda y
mantiene abierta la puerta de metal pesado, asegurándose de que no se
cierren sobre el niño que se dirige hacia ella.
—Gracias —dice, y le sonríe a Guy.
—No se preocupe —responde.
Guy se aleja de nuevo y mi corazón salta un poco hacia el hombre que
es un caballero por naturaleza, sin perder la sutil segunda mirada que le da
la madre.
—No estarás enferma otra vez, ¿verdad? —pregunta frunciendo el
ceño.
—Psicólogo.
—Oh. ¿Está ayudando?
—Sí. Inmensamente. —Hago una pausa—. ¿Tú?
—Psiquiatra.
—Todos los psis —digo con una sonrisa débil.
Guy mete la mano en los bolsillos de su chaqueta negra.
—Siempre nos encontramos en los lugares más extraños.
—Correcto. —Me froto la mejilla, no sé qué pasará después. Una voz
interior me impulsa a correr, pero otra voz diferente susurra que me quede
y hable—. Gracias.
—¿Por qué?
—Por mostrarme el camino que recorrer.
Un músculo tiembla en la mejilla de Guy.
—Fue un viaje divertido contigo. Me alegro de que siguieras adelante
y no te alejaras del camino.
Me río.
—Te encantan las metáforas, ¿no?
189 —La vida es una gran metáfora. —Sonríe—. ¿Cómo va la lista?
Me pongo tensa.
—Bien. ¿Y la tuya?
—Rompí la lista, Phe —dice en voz baja—. Así que gracias.
—¿Qué hice?
—Me mostraste una nueva dirección.
¿Cómo puede contener tanto un momento ordinario? Estamos en
público, en realidad, pero todo lo que siento es que la cuerda se está
tensando a nuestro alrededor otra vez. Lucho en contra de tocar a Guy;
molesta de desear su toque también. Míranos. Nunca habríamos
funcionado.
—¿Quieres decir que has cambiado de opinión sobre tu falta de
futuro? —pregunto.
—He decidido seguir tu ejemplo y no huir de lo que me depara el
futuro. —Suspira—. Estoy aceptando que tengo esta... enfermedad y que no
soy esto.
—¿Y trabajar con los problemas con tu pasado?
—¿Lo estás haciendo tú?
Me río.
—Qué conversación tan extraña y qué lugar tan extraño para tenerla.
Guy me toma del codo como lo hizo en el baile de disfraces y me guía
a un área de asientos. Hay dos sillones tapizados y una mesa redonda baja
situados cerca de la ventana en la parte delantera del hospital. Su toque
desencadena el pasado, echando a un lado las últimas semanas. Cuando se
sienta, me uno a él. Se inclina hacia adelante, con los codos en las rodillas
y su barbilla ahuecada con ambas manos.
—Siento mucho lo que hice —dice—. Sobre las mentiras.
De nuevo, estoy atrapada en el oleaje; la presencia de Guy es la
verdadera razón por la que me he mantenido alejada. Es más que su
enfermedad como yo soy más que la mía. Pero esta extraña sensación de
verle de nuevo me ha reconectado con un trozo perdido de mi alma es
borrada por la duda de que podría volver a confiar en él.
—Diría que está bien, pero no lo está, Guy. Pero gracias por
disculparte.
—Intenté hablar contigo y explicarte, pero no contestabas a mis
llamadas.
190 Me siento en mis manos.
—No podía. No te conocía. No eras el hombre que amaba.
La lluvia llena el mundo exterior; el aire fresco me destroza la espalda
al abrirse las puertas de entrada de cristal cercanas. Mantengo los ojos fijos
en la ventana, convenciéndome de que lo borroso es la lluvia y no mis ojos.
—Lo entiendo. —Su voz está cargada de sinceridad y tristeza—. Te
extrañé —dice, y las palabras apenas se escuchan—. Me arrepiento de no
haberte dicho la verdad cada minuto de cada día desde que te fuiste.
—¿Por qué no me lo dijiste al principio?
—Pensé que huirías. Tenías tus propios problemas de salud mental.
No pensé que quisieras una relación con un hombre que tuviera la suya.
—Error, no quería una relación con un hombre que me mintiera.
Cuando pienso en lo que escondiste y en lo que planeaste hacer, me siento
enferma. —Miro en sus ojos de agua profunda—. Lo que más duele es que
no pudiste pedirme ayuda.
—Hice algo malo. Dejé de tomar mis medicamentos porque me sentía
mejor cerca de ti. Pensé que podría estar bien y entonces te merecería.
—Te habría aceptado. Todo sobre ti, excepto el plan de acabar con tu
vida.
—Creo que ya había cambiado de opinión al respecto —dice con una
pequeña sonrisa—. Unas semanas contigo y los planes comenzaron a
desbaratarse. Hasta que las voces volvieron para recordármelo.
—¿Y ahora?
—Las voces lo arruinaron todo y luego se fueron. Nunca debí haber
dejado de tomar los medicamentos. —La mesa redonda y baja entre nosotros
es una barrera contra la posibilidad de contacto físico. ¿Estoy aliviada o
infeliz por eso? ¿Qué haría si se acercara?— Pero no sé si volveré a ser Noah,
aunque ya no sea el malo.
—Prefiero cuando eres sólo un tipo. Me gusta.
Guy se ríe, los ojos se le iluminan.
—Guy era más feliz, hasta que metí la pata. —Su teléfono suena y lo
saca de su chaqueta. Echa un vistazo al texto—. Mierda. Lo siento. Tengo
que irme.
—Oh. Claro.
Se pone en pie.
—¿Necesitas que te lleve a algún lado? Puedo dejarte en el camino.
191 El aguacero continúa, una lámina vertical de agua del cielo sin señales
de parar. Diez minutos hasta el autobús, diez minutos desde el autobús
hasta mi casa. Bajo la lluvia.
¿Pero puedo ir con Guy y resistirme a pedirle volver a verlo? Yo
también me pongo en pie, casi choco con Guy y me ayuda a recuperar el
equilibrio agarrándome del brazo. El olor del océano llega hasta aquí,
trayéndome recuerdos de su piel contra la mía.
Guy se sube la cremallera de su chaqueta de lona negra.
—¿Bien?
—Sí. Gracias.
Pasamos la entrada arqueada con el viento soplando el agua hacia
nosotros y me estremezco bajo mi delgada chaqueta. La presencia de Guy
envía una mezcla de emociones, liberando otras que no quiero.
No puedo ir con él.
—Creo que tomaré el autobús —le digo.
Da un paso a un lado.
—Está bien. ¿Estás segura?
—Probablemente sea lo mejor.
—Probablemente.
Tiemblo cuando el viento empuja contra mi delgada chaqueta.
—¿Todavía vas a ir a Inglaterra el mes que viene?
—¿Tú vas?
—No lo creo. —He considerado esto una y otra vez, he cambiado de
opinión muchas veces. Algunos días la idea de continuar mi viaje me atrae,
otras soy contenida por la Phe que está al acecho, la que está llena de
ansiedad y dudas. ¿Podría viajar tan lejos sola?
Guy asiente y se muerde el labio.
—Ir estaba en mi lista de cosas que hacer. La que ya no existe,
¿recuerdas? Así que no puedo.
—Lo siento, no lo pensé.
Intercambiamos más sonrisas incómodas y Guy vuelve a meterse las
manos en los bolsillos de su chaqueta.
—Bueno, supongo que te veré por ahí, Phe.
—Sí, podemos pasar el rato juntos en la sala de psiquiatría.
—No creo que las cosas vuelvan a llegar ahí, ¿verdad?

192 No lo sé. ¿Lo harán?


—Adiós, Guy. Noah.
¿Por qué estoy luchando contra las lágrimas? Cuando me fui la última
vez, no sentí el nudo que siento ahora. El dolor en los ojos de Guy de ese día
es reemplazado por la esperanza; la esperanza se oscurece cuando aparto la
mirada otra vez.
—Guy. Para ti, soy Guy.
Aterrorizada de que las emociones me inunden junto con la lluvia,
salgo al asfalto para cruzar la carretera, con la mirada borrosos. Un auto
chirria hasta detenerse delante de mí. Al mismo tiempo, Guy me toma del
brazo y me lleva a la acera.
—Pensé que habías dicho que habías perdido tu deseo de morir —
pregunta.
—Gracioso.
La lluvia me aplana el cabello, goteando por mi nariz, y Guy parpadea
para quitarse las gotas de lluvia de sus largas pestañas.
—¿Cómo va tu lista de cosas que hacer?
—Fui a surfear. Estoy tomando clases.
—Vaya. Eso es increíble, Phe. Bien hecho.
Me encojo de hombros.
—Me llevaste la mitad del camino.
—Lo hice. —Guy extiende una mano y limpia la lluvia de mi mejilla,
sus dedos fríos descansando sobre mi piel mientras me mira—. Siempre
estoy feliz de ayudar con tu lista, aunque me haya deshecho de la mía.
—Estoy asombrada de lo mucho que he hecho en sólo unos meses.
Sonríe.
—Escribe otra. Retos más grandes. En el extranjero.
Cambio mi peso de un pie a otro mientras el agua me salpica los pies;
no podemos hablar de listas.
—Debería irme.
—Por supuesto.
No quiero alejarme; ya no me doy cuenta de nada más que de la
posibilidad de acercarme al hombre cuya presencia me recuerda que dejó
de hundirme.
—Número cinco —susurra.

193 No tengo la oportunidad de responder antes de que la boca de Guy se


encuentre con mis labios, una gota de lluvia de su nariz tocando la mía al
mismo tiempo. Sus labios son fríos y familiares, la suavidad volviéndose
firme a medida que presiono los míos sobre los suyos en respuesta.
Me alejo antes de que el beso se profundice. Nos paramos, con los
dedos en las mejillas del otro, y me duele el corazón porque no puedo hacer
lo que ambos queremos. Está conectado a una parte de mí misma que estoy
cortando: ingenua, asustada y confundida. Pero él también es responsable
de alejar a la nueva Phe de ella. Su rostro brilla bajo la lluvia, el resplandor
de su sonrisa no se compara con la triste comprensión de sus ojos.
—La vida nunca es como en las películas, ¿verdad? —pregunta, y
sacude el agua de su chaqueta.
—No.
Un auto salpica en el agua cercana y una mujer se sube a la acera de
al lado. La mirada curiosa que me da me hace darme cuenta de que estoy
bajo la lluvia fuera de un hospital con un hombre que nunca quería volver
a ver. Un hombre cuyo beso me reunió con una parte de mí que nunca
devolverá.
—Mantén la cabeza encima el agua, Ophelia —susurra, y roza con sus
labios mi boca, rozándome la mejilla con su incipiente barba.
Algo ha llenado mi garganta de algodón, absorbiendo las palabras.
Tengo este momento para pedirle a Guy que se quede, ir a algún lado y
hablar, pero no puedo decir nada.
Suspira.
—Entiendo lo que dices al no decir nada. Mi número no ha cambiado
si quieres que nos veamos alguna vez. Pero entiendo perfectamente por qué
esto debería ser un hola y un adiós.
—Está bien —me las arreglo para susurrar.
Guy me toca la mejilla por última vez, rozando el agua de mi piel.
—¿Sabes qué tiene de especial besarse bajo la lluvia? —En silencio,
sacudo la cabeza—. Amar a alguien es fácil cuando el sol brilla pero, cuando
estás atrapado en la tormenta, descubres quién está preparado para estar
contigo. Estaré allí de nuevo si me necesitas.
Estoy a segundos de pedirle que espere cuando Guy se da la vuelta y
corre por la calle hacia el estacionamiento. Lucho contra la necesidad de
llamarle, pero tiene razón. La vida nunca es como en las películas.

194
31
#7 Aprender a surfear
Un mes después
Estoy sobre el océano, más cerca que la última vez, y lista para luchar
contra las olas. Pero el agua ya no me controla. Ya no tengo miedo. Remo
con la tabla de surf a través del agua, esforzándome por tomar las olas que
me han eludido durante los últimos diez minutos. La emoción y la alegría
de surfear es mi nuevo subidón natural.
Veo una avanzando más cerca y la esperanza se eleva, una
determinación de golpear la ola y limpiar la energía negativa que se ha
acumulado esta semana. Estoy pensando en mudarme más cerca de la
195 playa y venir aquí más a menudo. La ansiedad es ahora emoción, el miedo:
euforia.
Me subo a la tabla, la cera debajo de los pies empujando entre los
dedos de mis pies mientras muevo la tabla en la ola y, de repente, estoy
sobre el agua. La energía de la naturaleza está bajo mis pies, tomándome,
pero no tirando de mí hacia abajo. Estoy volando sobre el mundo como lo
imaginaba de niña; como un pájaro cabalgando sobre el viento. El tiempo se
desvanece a medida que escapo de la realidad hasta que el mundo es sólo
yo y la ola.
El agua me rocía en la car al volverme uno contra lo que una vez luché.
Finalmente acepto el peligro de la vida y lo persigo. La ingravidez se apodera
de mí mientras acelero y me dirijo hacia la orilla. El poder de la ola empuja
mi tabla y me muevo a través, arriba y abajo de la ola, ganando velocidad.
Todos mis sentidos pertenecen a la naturaleza; el aire que pasa corriendo,
el sonido de la ola rompiendo mientras el agua salpica a mi alrededor y una
gaviota llora en lo alto.
Hoy en día cuando nado en aguas profundas es para cabalgar por
encima y no para ser arrastrada bajo la superficie.
En la orilla me quedo de pie con mi tabla y sin más pensamiento que
remar de nuevo. Sé que seguiré adelante hasta que mi cuerpo no me lo
permita, y luego me iré a casa con los músculos doloridos y exhaustos. Todo
lo que quiero hacer mañana es volver.
Saludo a mis compañeros surfistas. He estado surfeando durante un
par de meses y algunos días me quedo y charlo, discutiendo sobre las olas
y los mejores lugares para ir, pero hoy no. Estoy planeando ir más lejos, un
fin de semana con un grupo, pronto. Es irónico cómo la niña aterrorizada
por el agua pasa ahora gran parte de su tiempo libre sumergida en el mundo
del surf.
Hoy veo a Guy, su figura alta tan reconocible como la tabla
personalizada que una vez trató de persuadirme de usar. Sé que Guy
también me ve porque se detiene. Desde el día que nos encontramos en el
hospital, he pensado mucho en él. El Guy que conocí ese día era diferente
al que había conocido todo el tiempo, quizás porque era el verdadero
hombre, no se escondía detrás de la exuberancia mientras intentaba en vano
mantenerse a flote. Entiendo que la gente puede recuperarse y cambiar; pero
tengo muchas preguntas sin respuesta, ¿soy demasiado frágil para
arriesgarme a ver a Guy de nuevo o más fuerte de lo que pienso?
No he hablado con Guy desde el encuentro del mes pasado, y ahora
el destino nos une por segunda vez. Siempre había la posibilidad de que nos
encontráramos y, aunque paso el tiempo deseando compartir esta
experiencia con el hombre que me enseñó a dejarme ir, no me atrevo a
perdonarle la traición.
196 Mi mente viaja en círculos para intentar descifrar por qué mintió y
durante tanto tiempo, cuán enfermo estaba, ¿y debería haber aceptado que
puede mejorar? Pero cuando alguien te dice que tiene la intención de
suicidarse al mismo tiempo que te dice que te ama, ¿cómo podría hacerlo?
Mis pensamientos suicidas fueron un momento débil; los suyos un plan de
larga duración. ¿Cómo es tan fácil dejarlo ir, para mí o para él?
Espero a que Guy esté en el agua, buscando sus propios segundos de
libertad, y me voy.
32
El sol de invierno brilla a través de la ventana, a través de mi
escritorio, y acuno mi taza de café moca mientras reviso mis correos
electrónicos de trabajo matutinos. A mi lado, abierto por la página catorce,
hay un ejemplar de la revista de este mes. Las páginas catorce y quince
están cubiertas por un artículo. Mi artículo. No sobre cremas faciales o las
últimas dietas, sino mi depresión y recuperación. No, toda la historia no está
ahí; veintiún años de mi vida no pueden condensarse en una copia
inteligente. Mi experiencia es una base para entrevistar a otras mujeres de
mi edad sobre las presiones de ser adultas, un golpe contra la etiqueta de
egoísta de la Generación Y.
Si esto resuena en una persona que busca ayuda en lugar de
encontrarse colgada del borde en un lugar donde no hay un Guy con flores
197 esperando, he tenido éxito.
Releo el artículo por décima vez. Una copia similar se encuentra en el
sitio web invitando a hacer comentarios, pero la copia impresa es física. En
mi mano. Llego al final y a la última línea, que me ahoga cada vez. “No
esperes toda tu vida a que un príncipe azul te traiga una felicidad para
siempre, encuentra la tuya”.
¿Guy sigue el sitio web de la revista? ¿Se ha visto a sí mismo en mis
palabras? Guy dijo una vez que visitó el sitio web, pero yo también podría
ser un recuerdo doloroso para él. Erica compartió mi emoción y la gente se
me ha acercado preguntándome si la historia es cierta, si el hombre de las
flores existe. Sonrío y doy una respuesta vaga, añadiendo algo sobre una
licencia artística.
Guy. Miro la fecha en mi escritorio. 8 de julio. Nuestro viaje a
Inglaterra debía comenzar este fin de semana. El fin de semana pasado abrí
un cajón y encontré el extraño boceto de Guy, un mapa del Reino Unido con
puntos de referencia garabateados artísticamente, una línea roja punteada
de un lugar a otro. Recordé las discusiones y debates sobre adónde iríamos;
su deseo por la historia y el país en contra del mío por lo moderno y los
compromisos que estábamos estableciendo.
Esto desencadenó dolor, en el que me sumerjo la mayor parte del
tiempo. Verlo en la playa durante el fin de semana, a pesar de que no
hablamos, trajo recuerdos de nuestras conversaciones.
El dolor en forma de cuchillo en el pecho que me golpeó el día que Guy
me abrió con sus mentiras disminuye pero nunca se detiene. Si le quito el
engaño, Guy es la única persona en mi vida con la que me relacioné. Cuando
Guy se acercó a la cruda Ophelia, se apoderó de algo más que de su corazón.
No tener que fingir alrededor de Guy significó que me convertí en la chica
que se ahogó con su familia y perdió el caparazón de una persona que
sobrevivió. Aunque no puedo volver a ser Lia, y no quiero volver a ser
Ophelia, hizo que pudiera ser Phe.

198
33
Las puertas se cierran detrás de mí, dejando fuera el último aliento
del aire invernal de Perth. Me paro en el borde de la terminal del aeropuerto
y dejo mi pesada mochila en el suelo. Frotándome el hombro, respiro hondo
y luego exhalo la duda. Puedo hacer esto. Me mudé al otro lado de Australia
para comenzar una carrera por mi cuenta; un viaje a Inglaterra no es nada.
Temporal. Emocionante. Nuevas experiencias que me he negado a mí misma
abiertas ante mí, un elemento de la lista de cosas que hacer.
Una familia pasa a empujones, con las maletas rodando sobre el suelo
de baldosas mientras pelean con dos niños pequeños. La admiración de la
niña rubia contrasta con los labios fruncidos de su hermano mayor. Me echo
a un lado para evitar que me golpeen de nuevo. El flujo constante de llegadas
pasa mientras permanezco quieta y escudriño la sala en busca del
199 mostrador de facturación.
Localizando la fila correcta, arrastro mi pesada mochila por el suelo.
Llego tarde, lo que no me gusta, pero miré el reloj en casa mientras discutía
si seguir adelante con esto. Hace tiempo que quité mi lista de cosas por
hacer de la nevera, pero ahora tengo el papel doblado metido en un bolsillo
dentro del bolso.
Incapaz de olvidarlo y de lo cerca que estuvimos de reunirnos, casi
llamé a Guy para preguntarle si él también había venido. Entonces recordé
que, la última vez que nos vimos, Guy me dijo que se había dado por vencido
con su lista de cosas por hacer, que incluye nuestro planeado viaje al
extranjero. Llamar a Guy y pedirle que viniera sería injusto, tirando de él
hacia atrás cuando está claro que ha seguido adelante.
La chica en el mostrador de facturación toma mi billete y mi pasaporte
como si no tuviera derecho a estar aquí, haciendo un comentario en voz alta
sobre cómo se iba a cerrar la facturación en unos minutos. Sonrío a pesar
de que mi corazón palpita de miedo a perder el vuelo.
Me apresuro a través de seguridad, subiendo por la escalera mecánica
con una pequeña bolsa con mis cosas esenciales: teléfono, libro, pasaporte,
dinero. La vieja Phe con su ansiedad sobre si he recordado todo vuelve a
salir a la superficie; pero tiene su lista de verificación metida en su bolso
junto a la lista de cosas que hacer.
Los rezagados pasan por la puerta de embarque de mi avión y hundo
los hombros con alivio de que no haya un avión lleno de gente esperándome.
Miro la pantalla con la hora de embarque y frunzo el ceño. No llego tan tarde
como la estúpida chica de facturación había insinuado.
El hombre de cabello oscuro en la puerta tiene una calidez sincera;
quizás disfrute más de su trabajo que la chica de abajo. Toma mi tarjeta de
embarque con los dedos bien cuidados y, cuando sonríe, sus hoyuelos me
recuerdan a Guy.
—¿Entonces no soy la última? —pregunto, a falta de aliento por mis
viajes de pánico a través de la terminal.
—En absoluto, hay unos cuantos detrás de ti. Espero que salgan
pronto del bar. —Me guiña el ojo y le devuelvo la sonrisa.
Sólo una vez que me siento en el estrecho asiento junto a la ventana,
con el bolso encima de mí, me relajo. Miro el asfalto de abajo y el personal
de la aerolínea como hormigas cargando el equipaje en el avión y, por
primera vez, la emoción llena mi cuerpo en lugar de los nervios. Alguien me
dijo una vez que la ansiedad y el miedo son la misma reacción química, y
cómo interpreté la sensación señalada. No estoy segura de estar de acuerdo;
la emoción no puede venir sin nervios.
200 Veo una foto de Londres en la portada de la revista de la aerolínea y
la saco del bolsillo del asiento, hojeando el artículo.
Un compañero de viaje se sienta a mi lado y me centro en el texto,
analizando críticamente el artículo como siempre lo hago, girándome hacia
un lado para evitar el contacto.
—Si voy a Londres contigo, ¿me prometes que irás a Escocia?
Levanto la cabeza ante la voz. Guy. Señala al papel en mis manos
temblorosas.
—Sabes que no me gustan las alturas, ¿verdad? No estoy seguro de
poder subir a esa gran rueda de la fortuna.
—El Ojo de Londres —chillo.
—Sí, eso. —Arrastra los pies desde su asiento y apoya la cabeza en el
asiento—. No estaba seguro de si vendrías.
Miro fijamente la aparición. Mira hacia adelante, con una sonrisa
relajada. El cabello rubio toca sus orejas y, cuando se mueve, el olor familiar
de su seguridad y calidez me llega. Me aferro a las palabras.
—Dijiste que no ibas a hacer nada más en tu lista; no creí que fueras
a ir.
—No tengo una lista. Estoy viajando. —Se gira en su asiento, rozando
con sus piernas las mías—. ¿Compañeros de viaje?
Mi piel se pone de gallina bajo su escrutinio, los ojos azul oscuro me
arrastran de vuelta a quienes éramos. Extiende una mano y la envuelve
alrededor de la mía, reconectando.
—Sabíamos que ambos estaríamos aquí, ¿no? —pregunta en voz
baja—. Yo sí. Sabía que, si estabas aquí, estaríamos destinados a viajar
juntos de nuevo.
—Sí. —Muerdo el interior de mi mejilla, deteniendo el flujo de palabras
que luchan por salir de mi boca. Sí, esperaba que Guy estuviera aquí y negué
que la esperanza fuera lo que me llevó a este momento y lugar.
Guy me pasa el pulgar por el dorso de la mano y le aprieto los dedos.
¿Por qué dejé esto tanto tiempo? Podría haberme puesto en contacto con él
después del beso en el hospital, pero nunca lo hice.
Permanecemos en silencio tomados de la mano mientras la tripulación
de cabina sube y baja comprobando que los cinturones de seguridad de los
pasajeros están abrochados. Si la cabeza ya me daba vueltas por el hecho
de haber llegado al aeropuerto, la presencia de Guy me ha llevado del
espacio al cielo. Mis palmas sudan bajo la suya.
—¿Tienes miedo de volar? —pregunta mientras los motores retumban
a la vida debajo de nosotros.
201 —No. ¿Y tú?
—Salté del último avión en el que estuve, espero quedarme dentro de
éste.
Me vuelvo hacia él, con mis mejillas sonrojándose mientras mi pecho
se contrae con la alegría de verlo. Extiende su otra mano y me alisa el
cabello.
—¿Crees que a veces la vida puede ser como en las películas? —
pregunta—. ¿Puedo besar a la chica y matar a los chicos malos?
—¿Quiénes son los malos?
Se encoge de hombros.
—¿Quién sabe? Haré la parte de “besar a la chica”.
Guy pone sus labios sobre los míos y, en un abrazo incómodo,
obstruido por asientos de avión y cinturones de seguridad, nos besamos. Su
boca es familiar, su sabor y su tacto me empujan de vuelta a la tierra a
medida que el avión acumula velocidad a lo largo de la pista. Quién sabe si
es por el despegue por lo que me duele el estómago, o por la emoción de
estar de vuelta con el hombre que me puso en el camino en el que estoy.
El avión se tambalea y se inclina hacia un lado y yo entierro mi cara
en el pecho de Guy, inhalando su calor, e ignoro mi confusión. Guy descansa
su barbilla sobre mi cabeza, frotándome la espalda.
—Ya no huyo del futuro, Phe. Quiero hacer uno. Contigo.
—¿Por qué no me llamaste?
—Tenía miedo de que dijeras que no.
Levanto la mirada para verlo.
—¿Y si hubiera dicho que no cuando te sentaste a mi lado hoy?
—Entonces pasaría las próximas veinte horas explicando por qué
deberías decir que sí.
Gimo y me muestra la sonrisa con hoyuelos que he echado de menos.
—Sabía que, si estabas aquí, ya habías dicho que sí.
—Y yo sabía que, si estabas aquí, nunca podría decir que no.
La luz del cinturón de seguridad se apaga y me muevo para estar más
cerca de Guy.
—Creo que deberíamos empezar un nuevo viaje —susurra—. Y esta
vez sé adónde voy.

202
34
#3 Visitar Londres
#6 Ver el cuadro “Girasoles” de
Van Gogh
Me siento en el banco bajo de madera mientras Guy se queda de pie
a unos metros de distancia frente al cuadro. Hay otros turistas esparcidos
por la habitación, hablando en voz baja mientras pasan lentamente de
pintura a pintura. Guy permanece en su sitio durante varios minutos,
detrás del cordón rojo, como si estuviera en su lugar. Sonrío para mí misma
cuando un par de adolescentes cambian su atención de las obras maestras
203 al hombre alto y musculoso con las manos en los bolsillos de los vaqueros,
ajeno a su interés. Tengo una gran vista de su retaguardia mientras ellas
pueden apreciar que su rostro es una atracción tan grande como su cuerpo.
Vuelvo a parpadear al ver a Guy como el hombre que me abrazó, cuya boca
tocó cada centímetro de mi piel y cuyos ojos sostuvieron tanto amor como
dolor. El hombre al que amaba.
Todo el mundo conoce las pinturas de los girasoles, a juzgar por el
número de personas es una gran tarjeta de atracción para la galería. No soy
una fanática del arte, así que la visita de hoy a la Galería Nacional de
Londres no me atraía. Sin embargo, mi deseo de reconectar con Guy durante
un par de días antes de emprender mi viaje previsto a otras partes del Reino
Unido me empujó a venir aquí también. Las cosas son fáciles entre nosotros
otra vez, las horas sentados juntos en un avión reforzando el viejo
“nosotros”, pero ¿puedo dar un paso más allá y permitirme cerrar? Nuestro
largo vuelo involucró conversaciones aún más largas, pero muchos temas
fueron eludidos.
Le dije a Guy que aún tiene secretos que revelar, que ahora tiene que
responder a todas las preguntas que debería haber hecho antes. Ahora está
bien; este Guy es el hombre que caminó hacia mí en el café la segunda vez
que nos vimos: tan vibrante como el arte que hemos estudiado hoy. El otro
hombre que me dijo que quería morir en el mismo aliento que me dijo que
me amaba no está aquí. ¿Pero qué pasa si este hombre conmigo ahora es él,
Noah, y sólo Guy me amaba?
Anoche, cuando llegamos al hotel de Londres, Guy me contó la
historia de su hermanastra, Sally. Las palabras eran duras para él y la
emoción cruda en su voz mientras contaba el día que la encontró en la cama,
llorando porque le dolía mucho la cabeza. Él tenía ocho años. Sally cuatro
años. No había nadie más cerca y quería cuidarla. Guy se las arregló para
abrir la botella de medicina que su niñera solía darle cuando estaba enfermo
y le dio a Sally unas cuantas cucharadas. Luego metió a Sally en la cama,
para mejorar, sin querer molestar a nadie más. Nunca lo hizo; Sally murió.
Durante gran parte de la vida de Guy creyó que había matado a su
hermana, que la decisión de medicarla había envenenado a Sally. El padre
de Guy también culpó a su hijo pequeño, mezclado en su mente con la
muerte de su esposa, pero años después Guy descubrió que había muerto
de meningitis. El Guy enfermo se negó a creer esto, convenciéndose de que
habían mentido para detener su culpa. En su mente, la decisión de no
encontrar a un adulto que la ayudara sino tratar de cuidarla él mismo causó
la muerte de Sally.
Escuché con horror y me acerqué a él. Guy se negó a mirarme durante
la mayor parte de la historia, claramente todavía lucha para llegar a un
acuerdo con esta parte de su pasado. Pero ahora cree que no fue
responsable, y eso es lo que importa.
204 Levanto la mirada. El hombre que se mezcla como cualquier otro
turista necesita revelar el resto de sus secretos para que pueda seguir
adelante, con o sin él.
Guy se acerca.
—¿No estás mirando más de cerca las pinturas?
—Lo haré. La habitación es claustrofóbica con gente apiñada.
—¿Qué tal si te compro un paño de cocina con los girasoles puestos,
y luego puedes mirar la foto cuando quieras? —Extiende una mano.
—Creo que preferiría una taza. —Agarro sus dedos y me pone en pie—
. ¿Qué se siente al ver el cuadro que te inspiró a pintar?
—Increíble. Este lugar es increíble. Podría quedarme aquí todo el día.
—Su sonrisa se ensancha ante mi pobre intento de disfrazar el
aburrimiento—. No te asustes, no te obligaré. Vamos, te compraré un paño
de cocina.
—Taza. Y no olvides que más tarde irás al Ojo de Londres conmigo.
—Tendrás que agarrarme la mano.
Entrelazo mis dedos con los suyos.
—Por supuesto.
Se detiene en la entrada de la tienda de regalos y sacudo la cabeza.
—Estaba bromeando sobre la taza, no la llevaré por Inglaterra durante
varias semanas.
—Está bien, quiero comprar un recuerdo. Dudo que vuelva a estar de
visita aquí pronto.
Miro a través de la puerta a los estantes de tarjetas y enormes
impresiones de obras de arte en las paredes. La gente se acurruca en la
concurrida tienda, seleccionando su botín.
—Te veré en la cafetería, creo.
Guy se ríe de mí.
—No te preocupes. —Me besa la frente.
Lo observo un momento mientras entra en la tienda, confundida por
la naturalidad con la que nuestras vidas han vuelto a encajar. Su naturaleza
tranquila estaba a menudo en primer plano y, con su lado oscuro
desaparecido, casi puedo creer que es mi Guy otra vez. Casi.
Bajo las escaleras, alejándome de la tranquila calma de la galería, y
entro en uno de los cafés cercanos, donde pido dos cafés del mostrador bajo
las brillantes paredes anaranjadas. El café está tan concurrido como el resto
de la galería, pero veo una esquina decorada con grandes asientos de cuero
205 negro debajo de pequeñas pinturas. Bebo mi café moca mientras espero a
Guy.
Reaparece, sosteniendo una bolsa de plástico impresa con el logotipo
de la Galería. Cuando Guy se sienta, entra y saca un paño de cocina.
—Aquí tienes.
Me quejo y la doblo sobre mi rodilla, mirando otra vez a la sonrisa con
hoyuelos de Guy.
—Gracias. Te compré un café.
Guy se sienta y se arrastra por el asiento de cuero. Mientras sorbe su
bebida, cae en silencio. Sé por qué. Le aprieto la mano en un gesto tácito de
que todo está bien.
—Supongo que hay algunas cosas que tengo que explicarte —dice en
voz baja.
¿Quiero saber esto? ¿Qué me lleve de vuelta? La mitad de mí no quiere
que lo haga, pero esa es la mitad que no hizo las preguntas antes.
—¿Aquí?
—No puedo aferrarme a esto más tiempo.
—¿Lo que tienes que decirme es tan malo que necesitas que estemos
en público y no pueda volverme loca? —digo, y le doy un golpe en el costado.
No se ríe.
—Sobre lo que he dicho en el pasado, los dos hablamos de todo en el
avión. ¿No es así?
—Como siempre lo hacemos.
—Y tenemos que hablar o esto no funcionará. No arreglaremos esto
hasta que no queden secretos.
—De acuerdo.
Coloca su taza en la mesa baja.
—Mentí por omisión, pero también mentí, punto. Algunas cosas son
ciertas: mi padre murió y me dejó dinero, mi madre murió al dar a luz, y soy
Noah y Guy. Algo de lo que dije no era verdad. Cuando me volví a enfermar
creí lo que te dije, como la loca idea de que mi padre inventó Internet. —Su
voz es baja, por debajo de las silenciosas voces de los demás en la sala.
—No creí que fuera cierto lo de tu padre.
Me toma de la mano.
—Mi padre me dejó con mis abuelos después de la muerte de mi
hermana. Se mudó a Estados Unidos con mi madrastra un par de años.
206 Volvió, pero nunca me permitió acercarme a él. Me cuidaron una serie de
niñeras. Inventé una razón para su falta de amor y desaparición, para
explicar por qué tenía que irse y estaba ocupado todo el tiempo. Mi padre
trabajó en el campo de los “puntocom” desde el principio y ganó un montón
de dinero. Dinero que ahora tengo yo.
Un par de turistas se sientan en una mesa junto a nosotros, charlando
en japonés mientras mezclan el azúcar con el café.
—Y ahora estoy bien de nuevo. Estable. He decidido planear un futuro
fuera de mí mismo. Encontrar trabajo. —Guy mira a la pareja y baja la voz—
. Lo último. He luchado en contra de decirte esto durante meses. O te alejas
o lo entiendes, por eso te lo digo ahora, antes de que nos acerquemos. No
quiero perderte.
—¿Qué? —le pregunto y le aprieto los dedos.
—Cómo nos conocimos. Creo que eso fue el destino, como te dije
antes, pero nunca te dije por qué estaba allí.
Mi estómago se tambalea, tengo los pelos de punta en los brazos por
la forma en que la brisa causó la noche en las rocas.
—¿Tú también planeabas saltar? —susurro.
—No. —Se pasa una mano por la cara y no habla, con la boca
formando palabras que no dirá—. Traía flores al lugar que tú elegiste. Nunca
esperé que alguien más estuviera allí.
La única razón obvia de esto me viene a la mente y miro atrás, los ojos
abriéndose de par en par.
—¿Quién murió allí, Guy? ¿Tu padre?
—No. Murió de un ataque al corazón el año pasado, aunque creo que
su corazón nunca se curó después de que mamá muriera.
El miedo familiar de que Guy me diga algo que no quiero oír vuelve.
¿Puedo seguir haciendo esto?
—¿Quién murió? —Por un momento Guy mira hacia adelante de una
manera muy familiar. La lucha contra el decir las palabras es evidente en
su tensa cara. Pongo una mano sobre la suya—. Dímelo.
—Mi novia. Ex. En realidad no era mi novia. Nunca la amé, no como
te amo... —Se detiene a sí mismo—. Emma me amaba, pero yo estaba
enfermo, la alejé. No tenía la capacidad de sentir lo que ella quería que
sintiera.
—Y ella... ¿Allí? —Cierro los ojos, centrándome en empujar hacia
abajo la emoción creciente, controlando el efecto de sus palabras.
—Sí. Hacía tres años, ese día que nos conocimos.

207 Mis ojos permanecen cerrados, luchando contra la imagen de una


chica que cae hasta la muerte. Le quito la mano de encima, el sudor me sale
por la piel.
—No la salvaste a ella, así que querías salvarme a mí —digo en voz
baja—. Alejaste tu culpa convirtiéndome en ella, ¿es eso lo que pasó?
—No. Nunca. Nunca fuiste ella en mi mente. Ni una sola vez. —Su
expresión es dura, tan enfática como su voz.
—¿Entonces por qué?
—¿Crees que me iría y dejaría a alguien que estaba a punto de
suicidarse? —pregunta roncamente—. Ya había causado tres muertes. No
importaba quién fueras, hombre o mujer, vieja o joven, no me iba sin ti.
—Pero después de eso. Te metiste en tu vida, me enseñaste a seguir
adelante y a vivir. ¡Hiciste todo eso porque querías arreglar lo que creías que
habías causado! —Contengo mi tono ascendente y levanto la cabeza para
mirar a Guy.
—No, Phe. Eso no es cierto. Nos llevamos bien. Cuanto más nos
acercábamos y más felices éramos, más lejos estaba de ser Noah. Noah
causó todos los problemas. Por eso era Guy. Soy Guy.
Respiro con dificultad. ¿Fui alguien más para Guy todo este tiempo?
Dice que no, pero ¿cómo puedo creerlo? Dejo mi taza y miro fijamente mis
manos en mi regazo. El jet lag se suma al surrealismo de las palabras, hay
una mayor distancia entre mí y el mundo real.
—Phe, escúchame. —Extiende la mano con cautela y yo me cruzo de
brazos contra el pecho, parpadeando para alejar las lágrimas—. Siento que
lo que digo te moleste, pero tenía que decírtelo. No entiendes lo importante
que eres o cómo me has cambiado. ¿Por qué importa cómo nos conocimos?
Lo único que saco de eso es que estábamos destinados a conocernos.
—Cada vez que creo que lo entiendo, me confundes más, Guy.
—No tenía que decirte la verdad, pero lo hice. No quiero volver a tener
secretos. Se comen mi realidad. —Se acerca más—. Quiero que seas mi
realidad.
—Me enamoré de ti, y no quería hacerlo. Me has hecho daño. —
Sostengo mi mano contra mi pecho—. No entiendes cuánto. Estoy corriendo
un gran riesgo al dejarte volver a entrar.
—Lo sé y lo siento, pero subí al avión ayer para luchar por lo que creía.
Tú. Yo. Nosotros.
Parpadeo hacia él, me duele el corazón. No por sus palabras, sino
porque tengo miedo de volver a caer.
208 —¿Podría funcionar? Los dos somos un desastre.
—Éramos un desastre. ¿Podemos empezar de nuevo? Algo nos unió y
nunca nos permitió dejarlo ir por completo.
—Quiero hacerlo, pero estoy muy confundida. Te extrañé, quería que
estuvieras allí ayer. Esto se siente bien, pero...
—Empezamos nuestro viaje de nuevo. —Guy toma mis brazos y tira
de ellos para que tenga que descruzarlos—. Mírame. —El hombre con los
ojos que amenazaban con ahogarme me devuelve la mirada, la intensidad
me acerca—. Te amo.
Me ahogo con mis palabras, las lágrimas brotan.
—Tengo miedo de amarte de nuevo.
Guy deja caer sus manos de mis brazos.
—Sé que te lastimé, me dejaste acercarme, me contaste tu historia y
nunca te conté la mía. Volví porque esperaba que quisieras que luchara por
ti. Por nosotros. Te he contado mis secretos, incluso los que escondí del
mundo. Ahora me tienes a mí. No creo que pueda entregarme a nadie más.
—Me acuna la mejilla—. Phe, una vez pensé que era una persona completa
y odiaba a esa persona. Entonces te conocí y me di cuenta de que tenía una
segunda parte y ella me completaba. El problema es que te perdí. Por eso
estoy luchando por ti ahora.
Cierro los ojos y respiro profundamente, encajando las piezas del
rompecabezas en mi cabeza. Su novia. Su madre. Su hermana. Ahora lo sé
todo y, si lo juzgo por esto, soy tan mala como las palabras que una vez se
dijo a sí mismo. Hay una gran razón por la que necesito trazar una línea
debajo de esa noche, para siempre.
—No entiendo por qué me sentía completa contigo, incluso cuando
sabía que escondías partes de ti mismo. Ahora tengo miedo de que este Guy
sea demasiado diferente del que me enamoré, de que no podamos ser ni la
mitad de lo que éramos.
—Somos dos partes que hacen un todo, si no, ¿por qué estaríamos
aquí otra vez, ahora?
Sus palabras se pronuncian como un hecho y no como una pregunta,
seguidas inmediatamente por sus labios sobre los míos. Guy inclina mi cara
hacia la suya con sus largos dedos bajo mi barbilla. Ahora todo está
expuesto, de vuelta a una crudeza de almas que comparten un
entendimiento en el toque del otro. Pone su boca sobre la mía; labios suaves
al principio hasta que le devuelvo el beso, sosteniendo su cabeza. El beso de
Guy llega al lugar dentro de mí donde mi amor por él todavía vive, y llena el
vacío con el suyo.

209 —Me alegro de que estuvieras allí —le susurro, y le toco la mejilla.
—¿En el avión?
—No, la noche que me salvaste la vida. Tal vez parte de mí ya supiera
que había un mundo al que pertenecía, en el que tú también vivías.
—¿Y podemos volver allí? —pregunta.
—Hay mucha más vida para explorar juntos.
—Compañeros de viaje —dice con una sonrisa.
—En nuestro mundo y el de ellos.
Me envuelvo con sus brazos, el mundo exterior retrocede. ¿A quién le
importa lo que pasó antes? Vivimos para lo que suceda después. Guy es mi
segunda parte, su mundo encajando en su lugar con el mío mientras mi
cuerpo se funde con el suyo a través de nuestro abrazo. La fusión de
nuestras vidas ocurrió hace meses, en el momento en que me alejé de la
muerte y entré en un nuevo futuro. Este hombre me trajo vida y luz, se
arriesgó mientras luchaba contra la oscuridad. Incluso cuando se perdió, se
aferró ferozmente a su creencia en nosotros.
Epílogo
"Todo hombre muere, pero no todo hombre vive de verdad."
Sir William Wallace

Las olas se me resistieron hoy, escurridizas y frustrantes, pero me


negué a dejar que el océano ganara. Guy quería ir a Margaret River, donde
los surfistas habían hecho circular noticias de olas monstruosas dejadas
por la tormenta en retirada. Me mostró las imágenes en su teléfono, olas tan
altas como un edificio de varios pisos sobre un surfista que apenas podía
verse. Le dije que podía haber vencido a mi miedo al agua, pero que también
había vencido a mi deseo de morir. Guy arrugó la nariz y vagó por casa
durante unos minutos, debatiendo qué hacer y, finalmente, nos dirigimos a

210 nuestro lugar favorito para tomar olas.


En el momento en que la ola está debajo de mi tabla, estoy perdida en
un mundo creado por la batalla durante esos pocos segundos antes de que
termine el viaje. Estoy aquí con Guy, pero persiguiendo la cima que sólo
podemos conseguir por separado. La rivalidad estalla cuando toma más olas
que yo, sus años de experiencia superando mi año con una curva de
aprendizaje tan empinada como el océano en el que cabalgo.
El viaje al Reino Unido continuó y, con nuestros secretos a la vista,
seguimos adelante y los dejamos atrás. Desde que regresamos a Australia,
nuestra creciente cercanía a lo largo de los meses se ha cimentado en una
relación amorosa y de confianza. Nuestra relación probablemente tenga
menos secretos que la gente común que nunca ha luchado en las
profundidades. Nuestros corazones y almas están anclados juntos para
luchar contra las inevitables tormentas que enfrentaremos en el futuro.
Arrastro mi tabla hasta la orilla y la dejo caer en la arena, dolorida
después de haber reemplazado finalmente la frustración por la euforia.
Busco a Guy en la playa y nos vemos al mismo tiempo. Este es un día casual;
él lleva pantalones cortos y chaleco en lugar de su traje de neopreno que
usa cuando el surf tiene que ser serio. Aún espero que desaparezca hacia el
sur para tomar olas monstruosas y lo dejaré ir, por supuesto.
Me observa mientras me acerco, extendiendo la mano para sostener
mi cabeza húmeda y besarme con sus cálidos labios. Su flequillo, demasiado
largo, me hace cosquillas en la frente mientras me pongo de puntillas para
presionar con más fuerza mis labios contra los suyos. En respuesta, me
rodea con un brazo.
—¿Finalmente atrapaste una? —pregunta, con los ojos brillando.
—Siempre lo hago.
—Nunca te rindes, esa es una de las cosas que amo de ti. —Vuelve a
rozar con su boca la mía.
—Espero que una de muchas.
Su mano corre por mi trasero y me pega contra sus caderas.
—Una de muchas.
Le alejo la mano y saco una toalla de la parte superior de la mochila.
Extiendo la toalla sobre la arena y me siento para quitar peso de mis piernas
cansadas. Guy se sienta a mi lado y me pasa una botella de agua. El Océano
Índico se agita, escondiendo el azul cerúleo bajo las blancas crestas de las
olas. El sol de verano de Perth calienta mis brazos desnudos, secando mi
chaleco rosa.
—Nunca pensé que encontraría paz en el agua —me digo a mí misma
a medias, y apoyo la cabeza en el hombro de Guy—. Me encanta mi vida
211 contigo. Estoy a un mundo de distancia de la chica que era hace un año.
Gracias.
—Sabes que tú también me salvaste la vida, Phe —susurra él, y apoya
su cabello húmedo contra el mío—. Creo que estamos en paz.
Le doy un codazo en el brazo para que tenga que envolverme con su
fuerza.
—Sólo prométeme que nunca intentarás ser mi príncipe azul —
susurro.
—Estoy feliz de ser sólo Guy, si es tu tipo.
Guy nunca volvió a su antiguo nombre, argumentando que Noah es
la parte enferma de sí mismo cuando está descontrolado y que Guy fue el
hombre que encontró la paz conmigo. El resto de su familia es cautelosa,
preocupada de que vuelva a pasarlo mal y de que entre nosotros se cree una
tormenta perfecta de enfermedad mental que nos ahogará a los dos. Lo que
no entienden es la profundidad de nuestra comprensión mutua; la
comprensión de Guy que tengo ahora podría evitar esta situación. Nos
hemos comprometido a no estar nunca solos en un punto sin retorno; una
promesa que nos diremos el uno al otro si nos dirigimos hacia allí.
El único lugar hacia el que nos movemos ahora es a una nueva vida.
—Te amo —susurro, y miro a mi alrededor, asegurándome de que
realmente vea y no solo escuche.
Guy acaricia los mechones de cabello húmedo de mi rostro y apoya
las puntas de sus dedos contra mi mejilla.
—Y te amo. Siempre.
—Si fuéramos una película, ¿cuál crees que seríamos? —pregunto,
quitándome la arena de entre mis dedos.
—Nuestra vida no es como en las películas, ¿recuerdas? En ellas, la
historia termina con un final feliz.
—¿Estás diciendo que no seremos felices para siempre? —le pregunto,
y le doy un golpe en la pierna.
—No, porque esta historia no está cerca del final. Esto es sólo el
principio. Las historias tienen que terminar para tener un final feliz.
Nuestra historia original comenzó con dolor y confusión, rodeada de
oscuridad y miedo al futuro. Pero las historias, como el futuro, pueden ser
reescritas. El destino ayuda a unir a la gente, y a veces las razones del por
qué no tienen sentido hasta meses después. El destino me trajo a Guy la
noche que me salvó la vida, sin saber que yo salvaría la suya.
Tenemos amor. Tenemos entendimiento. Tenemos aceptación. No sólo
el uno con el otro, sino sobre todo con nosotros mismos.
212 Tenemos un futuro que va mucho más allá de los veinte elemenos de
una lista.
Nadar en las mismas aguas profundas que Guy fue duro, pero luchar
en las profundidades con él es mejor que perderme entre los que nunca
encuentran la salida de las aguas poco profundas.
Sobre la autora
Lisa es una autora de best-
sellers de Amazon de romance
contemporáneo y paranormal,
incluyendo la serie de best-sellers
Blue Phoenix de romance de rock.
Es originaria del Reino
Unido, pero se mudó a Australia en
2001 y ahora vive en Perth,
Australia Occidental, con su
esposo, tres hijos y un perro.
Lisa ha pasado los últimos
213 18 meses con estrellas de rock
imaginarias que han hecho
realidad sus sueños.
También se le da de asco escribir biografías.
214

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