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LA SITUACIÓN DEL ARTISTA Y LA ORGANIZACIÓN DEL

TRABAJO ARTÍSTICO EN EGIPTO

Los principales y durante mucho tiempo los únicos mantenedores de los artistas fueron

los sacerdotes y los príncipes; sus más importantes lugares de trabajo se encontraron, pues,

durante toda la época cultural del Antiguo Oriente, en los regímenes religiosos y

cortesanos. En los talleres de estos patronos los artistas trabajaban como empleados libres

o forzados, como jornaleros de libre contratación o como esclavos de por vida. En estos

talleres se realizó la casi totalidad de la producción artística y la más preciosa. Los

primeros hombres que acumularon tierras y posesiones eran guerreros y ladrones,

conquistadores y opresores, caudillos y príncipes; las primeras propiedades racionalmente

administradas debieron de ser los bienes de los templos, es decir, las posesiones de los

dioses, fundadas por los príncipes y administradas por los sacerdotes. Los sacerdotes

vinieron a ser así probablemente los primeros clientes regulares de obras de arte; los reyes

debieron de seguir simplemente su ejemplo.

Al principio el arte del Antiguo Oriente, aparte de la industria doméstica, se limitó a

buscar una solución a los temas que provenían de estos clientes. Sus creaciones consistían

en su mayor parte en ofrendas a los dioses y en monumentos reales, en accesorios para el

culto a los dioses o al monarca, en instrumentos de propaganda que servían o a la fama de

los inmortales o a la fama póstuma de sus representantes terrenos. Ambos, tanto el

estamento sacerdotal como la casa real, formaban parte del mismo sistema hierático; los

temas que confiaban al arte —los temas de la salvación y la consecución de la fama

imperecedera— estaban unidos en el compendio de toda religión primitiva: el culto a los

muertos. Ambos exigían del arte imágenes solemnes, representativas, sublimemente

estilizadas y ambos le inducían a seguir el espíritu de la estética social y lo colocaban al

servicio de sus propios objetivos conservadores. Ambos pretendían prevenir innovaciones

artísticas, asi como reformas de cualquier clase, pues temían toda modificación del orden

de cosas existente y declaraban las reglas tradicionales del arte tan sagradas e intangibles
como el credo religioso tradicional y las formas heredadas del culto. Los sacerdotes

hicieron que los reyes fuesen tenidos por dioses, para incluirlos así en su esfera de

jurisdicción, y los reyes hicieron construir templos a los dioses y sacerdotes para

acrecentar su propia gloria. Cada uno de ellos quería sacar provecho del prestigio del otro;

cada uno buscaba en el artista un aliado para la lucha por el mantenimiento del poder. En

tales circunstancias, al igual que en los períodos de la prehistoria, no podía darse en modo

alguno un arte autónomo, creado por motivos y para fines puramente estéticos. Las obras

de arte gigante, de la escultura monumental y la pintura mural, no fueron creadas

simplemente por sí mismas y por su propia belleza. Las obras plásticas no fueron

encargadas para ser expuestas, como en la Antigüedad clásica o en el Renacimiento,

delante de los templos o en el mercado; la mayoría de ellas estaban en la oscuridad de los

santuarios y en lo profundo de las tumbas[2].

La demanda de representaciones plásticas, de obras de arte sepulcral en particular, es

en Egipto tan grande desde el principio, que se debe suponer que la profesión artística se

independizó en una fecha bastante temprana. Pero la función auxiliar del arte está

acentuada tan fuertemente, y su entrega a los cometidos prácticos es tan completa, que la

persona del artista desaparece casi completamente detrás de su obra. El pintor y el escultor

son y siguen siendo anónimos artesanos que no se muestran jamás personalmente.

Conocemos en total muy pocos nombres de artistas egipcios, y como los maestros no

firmaban sus obras[3], no podemos tampoco relacionar estos pocos nombres con ninguna

obra concreta[4]. Poseemos, es verdad, representaciones de talleres de escultura,

principalmente de Tell-el-Amarna, y hasta la imagen de un escultor que trabaja en una

obra identificable, un retrato de la reina Taia[5], pero la persona del artista y la atribución

de las obras de arte existentes son en todo caso dudosas. Cuando la decoración de las

paredes de una tumba representa ocasionalmente a un pintor o a un escultor y muestra su

nombre, es presumible que el artista pretendió inmortalizarse con tal representación[6],

pero ni ello es seguro ni podemos sacar mucha utilidad de la noticia por la escasez de los
demás datos de la historia del arte egipcio. Es imposible trazar en parte alguna el perfil de

una personalidad artística. Estos supuestos autorretratos no nos dan nunca una

información satisfactoria sobre lo que el artista en cuestión pensaba realmente acerca de sí

mismo y del valor de su obra. Es difícil decir si debemos interpretarlos en el sentido de

que el maestro quiso representar simplemente en estilo de género las circunstancias de su

tarea diaria, o si, empujado por el deseo de la vida y la fama póstumas, como los reyes y

los grandes del reino, quiso erigirse un monumento a la sombra de la fama de aquéllos,

para perdurar así en el pensamiento de los hombres

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