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El Estado militar en América Latina

Autor. Rouquié, Alain

Capítulo 8
De los militares legalistas al Estado terrorista
Si bien la peor alternativa no es siempre inevitable, ni siquiera en el continente de las "venas
abiertas", a partir de 1973 la presencia democrática está en peligro. Así, una larga tradición de
estabilidad y de sumisión del ejército al poder civil no impidió la irrupción, duradera, casi
simultánea, del poder militar en Chile y Uruguay. Sin embargo, antes de 1973, se afirmaba con
frecuencia que Chile poseía un sistema político altamente desarrollado, más estable que los de
Francia, Italia y Alemania, mientras que otros países del continente, mejor dotados en cuanto a
riquezas naturales y de distribución más equitativa de la renta nacional, no conocían ni de lejos
una vida política tan armoniosa y apacible.1 En Uruguay, pacífica República de inmigrantes
europeos, que anteriormente poseía un Ejecutivo colegiado, la vida política era tan serena que un
observador señalaba, en 1960, que "el papel de los militares es tan reducido que muchos urugua-
yos incluso han olvidado la existencia del ejército".2

En Chile la subordinación militar, impuesta en 1932 por un gobierno conservador, jamás había sido
cuestionada seriamente, y en Uruguay los militares no habían ocupado el poder en este siglo: los
golpes de Estado de Terra y Baldomir, en 1932 y 1942, fueron realizados por la policía y los
bomberos ante la indiferencia del ejército.

Ahora a principios de los años ochenta, la ex "Suiza americana" posee el siniestro record mundial
de presos políticos. Uno de cada seiscientos uruguayos ha pasado por la cárcel por delito de
oposición.3 La tortura se ha convertido en instrumento de gobierno, practicada, según algunos
testimonios, por el noventa por ciento de los oficiales.4 Estos métodos han alcanzado un grado de
sofisticación científica aterrador.5 Y el laboratorio represivo chileno no tiene nada que envidiarle al
uruguayo. El golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 ha sido uno de los más sangrientos
que haya conocido el continente. Se habla de treinta y cinco mil muertos, entre los cuales se halla
el presidente Allende, muerto con un arma en la mano entre las ruinas del palacio presidencial.
Las hazañas de la DINA, policía política rebautizada CNI en 1977,6 que no vacila en asesinar a los
opositores incluso fuera de las fronteras, no han servido para mejorar la imagen del general
Pinochet ante la opinión pública mundial. Con todo, los militares chilenos, como sus homólogos
uruguayos, pretenden ejercer el poder directamente hasta la última década del presente siglo. Esta
dominación prolongada ha dejado una huella profunda en las sociedades de ambos países, que
desde 1973, han sufrido mutaciones y reestructuraciones profundas, y tal vez irreversibles.

Estado, clases sociales y estabilidad política en Chile antes de 1970

El Chile posterior a 1930 es un caso aparte en el contexto político del continente. Su estabilidad
democrática se basa en un sistema moderno y complejo de partidos políticos. Y, lo que es más,
con una importante representatividad de fuerzas revolucionarias y anticapitalistas, cuya presencia,
aunque minoritaria, en otras partes bastaría para poner en movimiento a las clases dirigentes y las
legiones. La experiencia de la Unidad Popular (1970-1973) apasionó y provocó encendidos
debates en Francia, debido a su similitud con los sistemas partidistas de la Europa Mediterránea.
Visto más de cerca, se observa bajo las similitudes nominales una fuerte y fascinante especi-

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ficidad. El Partido Radical era socialdemócrata. El Partido Socialista no lo era; se reivindicaba


marxista leninista, gravitaba hacia Cuba y sólo aceptaba la vía electoral de palabra. En tales
condiciones, ¿cómo explicar el funcionamiento armonioso del régimen democrático, de las
posibilidades de alternancia, del Frente Popular de 1938 a la Unidad Popular de 1970, en un país
subdesarrollado, dependiente, donde la gran riqueza se codea con la pobreza extrema, donde
existe un enorme abismo social entre los grandes burgueses del Club Unión y los rotos de las
callampas de Santiago o de los fundos del Valle Central? A partir de septiembre de 1973, ya no es
correcto referirse vagamente al "alma chilena" o a la "tradición", salvo que esos conceptos
vaporosos reflejen la articulación específica del Estado con las clases sociales en una sociedad
dependiente poseedora de una historia singular.

En un capítulo anterior observamos el carácter precoz de la formación de un estado centralizado


en Chile, y la ausencia de caudillismo centrífugo en una época en que los países vecinos se
debatían en las convulsiones de la independencia. La "geografía loca" de esa cinta de tierra
apretada entre los Andes y el Pacífico indudablemente facilitó la centralización sobre la cual se
cimenta el "Estado portaliano". La guerra del Pacífico y la victoria sobre Perú y Bolivia (1879-1883)
significaron la anexión de las ricas provincias mineras del Norte, lo cual consolidó la unidad del
país, condicionando su inserción en el mercado mundial. En efecto, la victoria no sólo cimenta el
prestigio del ejército, sino que legitima el poder de la clase dirigente, unificada en torno al Estado
gracias a los nuevos recursos de la exportación. El nitrato de los desiertos del Norte, explotado por
empresas británicas; se convierte en fuente esencial de la prosperidad nacional. Pero con ello el
principal resorte de poder económico quedó fuera de las manos de las clases dominantes. Fue
esto, indudablemente, lo que posibilitó la disociación de los poderes político y económico y
permitió la autonomía del sistema representativo, base de su estabilidad: A esta forma particular
de dependencia corresponde un tipo particular de Estado. El majestuoso edificio del "Estado
portaliano" se trasforma en "Estado de enclave", enriquecido por los derechos e impuestos que
pagan las empresas extranjeras explotadoras del salitre. Las clases dominantes, prácticamente
exentas de presiones fiscales, se reparten los abundantes ingresos del comercio exterior sin
enfrentamientos.7 La falta de poder acumulativo facilita las negociaciones entre sectores
burgueses y aparta las tentaciones exclusivistas, sustentando así el funcionamiento de una
democracia aristocrática basada en el voto restringido. Las riquezas del Estado, que aumentan
con la explotación del cobre en el siglo XX —los capitales norteamericanos reemplazan a los
ingleses—, permiten el reclutamiento precoz y el mantenimiento de una nutrida burocracia, lo cual
es otro de los rasgos particulares del sistema.

En efecto, es a través del Estado que un sector de la clase media se integra a la estructura de
poder. La expansión de los servicios públicos consolida el Estado tradicional y lo "nacionaliza" al
disociarlo, al menos en apariencia, de las decisiones de las clases dominantes. Así se crea una
imagen de neutralidad, de independencia jurídica y política que será, durante mucho tiempo, una
de las singularidades del país.8 La creación de un cuerpo de funcionarios públicos diversificado y
especializado y la tradición del servicio civil despojarán al ejército del monopolio de la
representación profesional del aparato estatal y de sus principales recursos políticos. En tales
circunstancias, el ejército no es sino una rama más de la burocracia pública. Como tal, comparte la
ideología jurídica dominante.

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El hecho de que la riqueza principal escape al control directo de la burguesía y fortalezca el poder
del Estado parece haber paliado los conflictos entre sectores dominantes y permitido el ingreso de
las clases medias a un sistema embebido de ideología legalista y entrecruzado por mediaciones
administrativas. Si bien a partir de 1919, y sobre todo de la gran depresión, clases medias se
incorporan electoral y socialmente es necesario señalar que, a diferencia de México o Venezuela, 9
no sustituyen la hegemonía oligárquica sino que ocupan un puesto subordinado en el marco de la
dominación tradicional.

Esta incorporación se acompaña de (posiblemente se explica por) la relativa lentitud de la


movilización política. La extensión gradual del derecho al voto no provoca un alto grado de
movilización política, capaz de asustar a las clases poseedoras. En 1952, el 54 por ciento de los
ciudadanos con derecho a voto no están inscriptos en los padrones electorales.10 El aislamiento de
los campesinos en sus fundos, donde reina una patronal por derecho divino, la fuerza de los
vínculos de dependencia personal en el campo y la inexistencia de sindicatos agrarios hasta 1965,
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facilitan en parte esta exclusión. La continuidad en la evolución política explica asimismo la
fuerza y plasticidad del Partido Conservador, convertido en Partido Nacional, que aún en 1973
recibía el veinte por ciento de los votos, y anteriormente entre el veinticinco y el treinta y cinco por
ciento. La capacidad de negociación y el pragmatismo de esa organización reflejaban claramente
las reglas de un juego que no le planteaba peligros mortales a la dominación burguesa y el
carácter funcional de la juricidad y el compromiso que constituían su base de sustentación.

Otra consecuencia tangible de la economía de enclave la constituye la configuración de las relaciones


entre las clases. Puesto que la clase obrera organizada estaba concentrada esencialmente en los
centros mineros, las relaciones económicas entre las clases oponían al proletariado chileno
principalmente a una patronal extranjera. Los partidos y sindicatos obreros surgidos a partir de 1920 se
reivindican socialistas, pero en los hechos son más antiimperialistas que anticapitalistas o
antipatronales.12 En cambio; las organizaciones de trabajadores que mantienen relaciones antagónicas
más políticas que económicas con la burguesía local, resultan más tolerables para ésta. Esto de
ninguna manera significa que las relaciones sociales hayan sido idílicas y la condición obrera feliz en
Chile. La historia sangrienta del movimiento obrero está jalonada por las masacres es de Santa Maria
de Iquique (1907) —dos mil muertos—, de Punta Arenas en 1920, de la Coruña en 1925 —tres mil
muertos— y la brutal represión de las huelgas de 1903 en Valparaíso y de 1905 en Santiago. Con todo,
la hostilidad social se ve atemperada por el carácter indirecto o mediatizado de la lucha de clases: el
odio social se trasmuta en negociación política. El conflicto de clase tiene lugar dentro de las
instituciones. Se pasa de la calle al Parlamento, del enfrentamiento (que en ocasiones estalla, pero
siempre en forma aislada) a la concesión.

Muchos otros factores participaron en la formación de este “Estado de compromiso”, cimiento de


los mecanismos democráticos. Se ha dicho que el aislamiento de los centros mineros —de la
pampa salitrera y las grandes minas de cobre en el norte a los yacimientos de carbón en el
extremos sur—, encerrados geográfica y socialmente, alejados de los grandes centros urbanos y
carentes de acceso a los centros de poder, dieron lugar a organizaciones obreras muy
radicalizadas, pero que no significaban un peligro para el orden establecido. Sea como fuere, el
enfrentamiento de los mineros del nitrato o el cobre con los representantes de las empresas
extranjeras y no con la burguesía chilena acentuó el carácter indirecto y fragmentario de las

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relaciones de clase y facilitó su encuadramiento en el terreno estrictamente político. La juricidad


ideológica, transmitida por una clase media buffer que se identifica con el Estado y sus
engranajes, contribuyó una buena medida a la estabilización política. Hasta la Unidad Popular, el
Partido Radical, representante de las capas intermedias, independientes y asalariadas, era el eje
de las concentraciones de izquierda, y ningún partido “frentista” cuestionaba las reglas del
juego.13 El Frente Popular que llega al poder en 1938, y sólo se parece en nombre a sus
homólogos europeos, es una coalición desarrollista que sienta las bases de la industrialización del
país, impulsada por el Estado. La participación de los sindicatos obreros confederados en los
organismos de desarrollo y control económico14 profundiza la asimilación de la clase obrera
organizada. La intervención del Estado en los conflictos laborales, en ocasiones a favor de los
obreros, acentúa la imagen paternalista de un Estado neutral, situado por encima de las clases.
Situación extraña en América latina, hasta el punto que vale la pena detenerse en ella.

El ejército chileno es el ejército de ese Estado. Marginado de la política después de su


intervención progresista en los años 1925-1932, el ejército, tanto por la imagen del Estado del cual
forma parte cuanto por su propio reformismo, aparece como una institución perteneciente a todas
las clases sociales, a la medida de un Estado perteneciente al pueblo. A partir de entonces, al
aislamiento de la sociedad militar, cuyos miembros viven separados del medio civil15 y se aferran a
valores propios, distintos de los de la sociedad global, corresponde un tabú político: el "gran mudo"
es intocable. La juridicidad afecta al aparato de defensa. Régis Debray ha dicho con toda razón
que los valores de la ley y el parlamentarismo habían sido internalizados en Chile, incluso por los
partidos obreros.16 Y a fortiori por los militares. Antes de 1970 existía consenso general de
permanecer en el terreno legal: si el movimiento obrero aceptaba circunscribir la lucha de clases al
terreno demarcado y simbólico de la arena política, lo mismo sucedía con los militares.
Cualesquiera que fuesen los sentimientos y convicciones de los oficiales, existía el consenso
mayoritario de apoyar a los detentadores del poder legal. Lo cual también significaba que, para
que el ejército abandone su actitud de subordinación, es necesario (y suficiente) que el ejecutivo
de prueba de salir del marco de la legalidad. Esta actitud acentúa la autonomía de la esfera
política, que subyace tras la limitación, voluntaria de los enfrentamientos y procedimientos,
factores esenciales para el funcionamiento de una democracia estable.

Las mutaciones del sistema político y el ejército

Estas hipótesis, de resultar justas, muestran a las claras la vulnerabilidad del orden político
constitucional. Este resulta incapaz de resistir por mucho tiempo la polarización de los extremos, el
desbordamiento del marco parlamentario y el ascenso y multiplicación de los enfrentamientos. Pero
cuando Salvador Allende y la Unidad Popular acceden al poder en 1970, el sistema político ya se
encuentra en gran medida quebrantado. La crisis es anterior al ingreso de la izquierda al Palacio de
la Moneda. Se remonta a 1964, a la presidencia del democristiano Eduardo Frei, si bien es la
elección de Allende lo que la pone al desnudo. El sorpresivo ascenso de Allende es fruto de un
enfrentamiento electoral triangular que refleja justamente el divorcio entre la democracia cristiana y
los conservadores del Partido Nacional, que les han retirado su confianza. El país no elige al
socialismo, puesto que Salvador Allende, que obtiene apenas treinta y nueve mil votos más que
Alessandri el candidato, de la derecha, ha disminuido su caudal electoral con respecto a las

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presidencias de 1964: treinta y seis con dos contra treinta y ocho con nueve por ciento. Pero la
Unidad Popular se beneficia con la ruptura entre la gran burguesía y las clases medias, entre las
clases dominantes tradicionales y la burguesía moderna, provocada por la política reformista de Frei.

Para enfrentar el ascenso de la izquierda, que ya en 1958, agrupada en torno a Salvador Allende,
había estado al borde de derrotar a Jorge Alessandri, candidato de la derecha clásica, y para sacar
al país del estancamiento económico en que se debate desde principios de la década del sesenta, la
democracia cristiana presenta un ambicioso proyecto renovador a las presidenciales de 1964.
Eduardo Frei, elegido por abrumadora mayoría gracias a los votos de los conservadores, que no
presentan candidatos por temor a favorecer al Frente de Acción Popular (FRAP) de Allende, busca
apoyarse en los sectores sociales marginados del juego político y la vida social, y a la vez
modernizar el aparato productivo. Su campaña, financiada en parte por la CIA estadounidense, 17
está teñida de un anticomunismo que a veces cae en lo caricaturesco. Al filocastrismo de su
adversario Frei opone "una revolución en libertad", que encaminará pacíficamente a Chile por una
vía "no capitalista" de desarrollo acorde con la "doctrina social" de la Iglesia. Frei tratará de reformar
las estructuras económicas más arcaicas para quitarle a la izquierda sus banderas y sus bases de
apoyo potenciales. La democracia cristiana se aboca a integrar a los sectores marginales de la
población urbana a la vida política y social, bajo su tutela, por medio de una red de "consejos de
barrio" y "centros de maternidad". Esta política de "promoción popular" que lleva la marca del
"comunitarismo" democristiano se complementa con medidas más radicales en el campo. Se
fomenta la formación de sindicatos campesinos y se promulga una ley de reforma agraria en 1967.
Su objetivo es poner fin al estado de semiservidumbre de los inquilinos, creando la pequeña
propiedad familiar e integrando a los campesinos sin tierra en cooperativas.

Al prometer justicia social y un aumento constante de los salarios, Frei suscita esperanzas en la
población trabajadora. Al modificar la situación de los campesinos, la democracia cristiana
desencadena fuerzas que no puede contener rápidamente ni controlar políticamente.18 La patronal
está preocupada. La gran burguesía latifundista se considera expoliada por una reforma agraria
que le otorga una indemnización "insuficiente" y libera a los peones. El Partido Nacional se siente
traicionado. En 1967, un integrista brasileño publica un libro, prohibido en Chile, intitulado Frei, el
Kerensky chileno; 19 el autor pretende demostrar que la democracia cristiana le abre el camino al
comunismo. Es más o menos lo que piensa la derecha chilena. Cuando el país no logra salir del
marasmo económico, a pesar de algunos años de bonanza debidos a los precios elevados del
cobre, los conflictos sociales se vuelven más violentos y el espectro político se radicaliza; la
democracia cristiana se divide.

Al abrir la caja de Pandora de la participación de los marginados, Frei rompe el "pacto social
explícito" que servía de base de sustentación del modelo político chileno. La movilización popular
fomentada por la democracia cristiana agrava y generaliza las tensiones sociales, sin poder
mantenerlas dentro de los marcos institucionales a los cuales se habían circunscripto hasta el
momento. La aparición de nuevos actores, la puesta en marcha de sectores hasta entonces
marginados y la irrupción en la escena política de confrontaciones sociales imposibles de resolver
mediante el compromiso, quebranta el frágil equilibrio basado en la "disyunción entre el sistema
político y el sistema de desigualdad social".20

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Es entonces que, en el seno de la derecha, se desarrolla y extiende una "nueva" ideología


antidemocrática que asigna al ejército un papel más acorde con los "peligros" del momento. Sus
autores fustigan la concepción de un ejército sometido al poder civil; el neocorporativismo
"portaliano" le asigna un lugar esencial en la estructuración de un Estado nuevo. En octubre de
1969, el regimiento Tacna de Santiago se rebela bajo las órdenes del general Viaux, en protesta
por la disminución del presupuesto militar, los bajos salarios y el desprecio que siente el gobierno
democristiano, según él, por los oficiales. La mayoría de los partidos restan importancia al asunto.
Caracterizan al tacnazo como una especie de huelga militar reivindicativa, carente de alcances
políticos. Los sindicatos y la mayoría de los partidos de derecha e izquierda apoyan a Frei y
defienden la legalidad constitucional. Pero el Partido Socialista defiende las reivindicaciones de los
facciosos, se niega a pronunciarse por la defensa de las "instituciones burguesas”21 y coquetea con
el jefe de la rebelión.22 Los socialistas, fieles al matiz militar de su origen así como a su orientación
maximalista y sus inclinaciones putschistas, saben, indudablemente que el activista Viaux se
encuentra en el otro extremo del espectro político y, sobre todo, que un sector importante de la
oficialidad, sea por resentimiento corporativo, sea por la influencia de la nueva derecha, cuestiona
la sumisión constitucional y la tradición de neutralidad militar que se remonta a 1932. Esos
procesos subterráneos, difíciles de detectar en la faz pública y "sindical" del tacnazo, coinciden
con el acceso a los puestos de mando de unidades, de una generación de oficiales formada
durante la guerra fría y bajo la reorientación estratégica anti-subversiva propiciada por Estados
Unidos. Las nuevas orientaciones de la era procubana eran particularmente enfatizadas en un país
donde, si bien no había guerrillas, la "amenaza comunista" resultaba sumamente grave a los ojos
del Pentágono. Es verdad que a esa altura los cuadros del ejército no se hallaban unificados en
torno a una ideología contrarrevolucionaria oficial, pero la destrucción del mito de la neutralidad
profesional corresponde a la mutación política que sufre el país.23

Uruguay: Estado providencia y latifundios

El Uruguay es "atípico" en más de un sentido. Antes de 1973 el país difiere de la mayoría de sus
vecinos por su alta concentración urbana —más de la mitad de la población reside en Montevideo,
la capital—, su elevado nivel cultural y sus leyes sociales de avanzada. El propio sistema
partidista, piedra angular de la vida nacional, que se remonta a la creación del país, divide a los
ciudadanos, en cierta forma hereditariamente, en dos partidos: el Blanco y el Colorado. Al igual
que en Colombia, ambos partidos son verdaderas comunidades, durante mucho tiempo en guerra
el uno contra el otro, donde la identificación partidista es muy marcada. Uno nace, no se vuelve,
blanco o colorado, y esas "patrias subjetivas" que son las dos grandes familias, sobre todo el
Partido Colorado urbano, cumplieron una función esencial en la asimilación de los inmigrantes
europeos, desde fines del siglo XIX hasta la crisis de los años treinta.

El Partido Colorado, que gobierna sin interrupción durante noventa y tres años, de 1865 a 1958,
crea un ejército a su imagen y semejanza: civilista y colorado. Tan es así, que en 1917 se expulsa
de la Escuela Militar a los cadetes blancos, y en 1958, cuando el Partido Nacional (Blanco) gana
las elecciones, los militares ven el cambio con malos ojos: al nuevo gobierno le resulta difícil
encontrar generales "simpatizantes".24 Hay quienes ven ello una de las razones de la
prescindencia militar: el ejército no es autónomo; al estar vinculado a una familia política, no se

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halla por encima de los partidos ni se arroga el derecho de erigirse en autoridad suprema y
garante de los intereses nacionales.25

Este ejército, sometido a controles de tipo tradicional, se inserta en una sociedad moderna y por
mucho tiempo rica. Modesto Estado buffer entre los dos colosos, Brasil y Argentina, el Uruguay
posee en sus doscientos mil kilómetros cuadrados de superficie algunas ventajas notables:
población homogénea y de baja densidad, integrada esencialmente por los descendientes de los
inmigrantes europeos; un suelo excepcionalmente fértil, que comprende el ochenta y nueve por
ciento de las tierras productivas; clima templado. Gracias a esas ventajas naturales, a principios de
siglo el país es un importante exportador de carne y lana a Europa. La "renta diferencial" generada
por condiciones excepcionalmente favorables para la ganadería extensiva le permite dotarse de
una legislación social progresista. El Estado distribuye una parte de los considerables ingresos del
comercio exterior a los asalariados urbanos, cuyo número se multiplica rápidamente. Por otra
parte, el Estado uruguayo de la "belle époque" asume el control de numerosas ramas de la
industria y los servicios, multiplicando así el número de funcionarios y dependientes.

Pero la urbanización del país (vale decir, su "montevideación") y la expansión de la función pública
contribuyen a mantener las estructuras agrarias tradicionales. De alguna manera la producción
agraria financia el desarrollo urbano. Esto a su vez permite disminuir las tensiones sociales en el
sector productivo y mantener el statu quo en el agro. Los enormes sectores burocráticos han
jugado su papel en la asombrosa estabilidad que conoció el país durante setenta años. La
prosperidad de la que gozó Uruguay hasta la Segunda Guerra Mundial le permitió forjar un sistema
socioeconómico particular, en que la gran propiedad agraria se codea con una suerte de
socialismo urbano; los latifundios son la base del Welfare State. Dicho de otra manera, Uruguay
posee una sociedad de tipo europeo asentada en una agricultura típicamente latinoamericana;
consumo desarrollado que depende de una producción subdesarrollada. Porque la estabilidad
social y política se obtuvo a costa de un sistema productivo débil y una escasa capacidad de
adaptación a las mutaciones económicas.26

Por otra parte, desde 1914 y sobre todo a partir de la crisis de 1930, Uruguay desarrolla industrias
de consumo destinadas a un mercado interno en expansión. Estas se ven golpeadas duramente a
partir de 1955, cuando el "boom coreano", la retracción del mercado de la lana, la caída de los
precios y la falta de capacidad para paliar las ganancias no realizadas mediante la diversificación
de la producción exportable —las superficies dedicadas a la agricultura disminuyen
constantemente— provocan un prolongado estancamiento del comercio exterior y el hundimiento
progresivo de la economía nacional. A pesar de los precios relativamente sostenidos de la carne y
los cereales, el marasmo de las exportaciones se agrava debido a la baja productividad del sector
agroganadero.27 La falta de dinamismo del sector motriz de la vida nacional provoca la recesión de
la economía en su conjunto, cuyo ritmo de crecimiento, a partir de los años cincuenta, coloca al
Uruguay en el pelotón de cola del continente americano.28

No se trata de una mera recesión coyuntural sino de una profunda crisis estructural que cuestiona
la viabilidad del modelo uruguayo, en el cual una sociedad moderna y un aparato productivo
arcaico se combinan para impedir el cambio y la adaptación. Los enfrentamientos entre distintos
sectores sociales por el reparto de un ingreso reducido sustituyen el compromiso permanente que

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caracterizaba a la vida nacional. La "pauperización" del país genera tensiones que hacen peligrar
el pacto social, hasta entonces respetado por todos. Se agudizan las luchas entre grupos sociales
por obtener una tajada mayor de un producto nacional absolutamente estacionario. La inflación
galopante refleja esas luchas, tanto como las mutaciones políticas que se producen a partir de las
elecciones de 1966.29

Los dueños de los grandes medios de producción, es decir, los grandes terratenientes pero
también el poderoso sector financiero y exportador, empiezan a cuestionar las reglas del juego
sociopolítico. A fin de mantener sus ingresos, se oponen a la política redistributiva del Estado
providencial, y las transferencias en favor de los asalariados y la industria. Estos grupos domi-
nantes olvidan el papel jugado por el dirigismo y el paternalismo del Estado en la preservación del
statu quo, para abogar por una política de austeridad y disminución de los gastos públicos. Los
funcionarios, alrededor de doscientas cincuenta mil personas, casi el diez por ciento de la
población del país, son las primeras víctimas de la crisis: en 1967, sus salarios bajan mucho más
que los de otros sectores urbanos.30 Los trescientos veinticinco mil jubilados a cargo del Estado,
cuyo peso excesivo simboliza a la vez el envejecimiento de una población demográficamente
noreuropea y la generosidad de la legislación de las "vacas gordas", también son víctimas inde-
fensas de la nueva situación. Comienza el desmantelamiento de Estado basado en el compromiso.
Este proceso no puede desarrollarse sin violencia. El retorno al liberalismo, exigido por los
productores y poseedores, ataca las bases mismas del sistema uruguayo.

Para ello se requiere el control directo del poder. Con ese fin, en 1968, cuando el señor Pacheco
Areco asume la presidencia a la muerte de Gestido, nuevos funcionarios —hombres de negocios,
banqueros, grandes propietarios— sustituyen a la "clase política", proveniente de los grandes
partidos. Son estos hombres nuevos quienes tratarán de imponerle al país un plan de
estabilización y saneamiento económico, cuyo elemento principal es el freno autoritario de los
aumentos salariales. Se domina la inflación, pero el balance económico muestra un estado
próximo a la quiebra. Si bien el costo social del plan económico no parece preocupar en absoluto a
un gobierno que no busca la popularidad, la resistencia de los asalariados (más del setenta por
ciento de la población activa) es muy fuerte. Ante una oleada de huelgas que conmociona al país,
el gobierno responde con la militarización de los empleados de los bancos nacionalizados y la
imposición de un estado de sitio atenuado (las medidas prontas de seguridad), medidas de emer-
gencia que transforman profundamente el clima social y el carácter del poder.

Es en esa atmósfera tensa, incluso desesperada, agravada por una sensación de decadencia
irreversible, que irrumpe en escena una oposición extraparlamentaria juvenil y clandestina que, por
medio de actos de "violencia simbólica" socava la autoridad del gobierno y tiende a provocar la
disgregación del régimen. El Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros practica la acción
directa, no sin humor y, en un primer momento, sin derramamiento de sangre. Nacidos de la
exasperación ante la quiebra del sueño uruguayo y el derrumbe del Estado providencia, estos
"guerrilleros respetuosos" e imposibles de atrapar desafían al Estado y las clases dominantes, se
vuelven un contrapoder a través del absurdo, y con sus "juicios" a los políticos corruptos provocan
una serie de crisis ministeriales. Ante semejante desafío, que goza de innegable popularidad, la
policía es impotente y el clima político se deteriora rápidamente. El "estado de emergencia" no es
propicio para el florecimiento de las libertades fundamentales. Uruguay se "latinoamericaniza" en

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forma inquietante. Sin embargo, aunque la oposición parlamentaria denuncia algunas decenas de
casos de tortura de presos políticos, las elecciones se realizan normalmente el 28 de noviembre
de 1971, tras una campaña violenta y febril. En efecto, junto a los dos partidos dominantes,
divididos en múltiples corrientes de acuerdo a diferencias cambiantes y generalmente desprovistas
de contenido ideológico o social, la izquierda se presenta en un "Frente Amplio" junto con
disidentes blancos y colorados y el apoyo de los Tupamaros. El candidato presidencial del Frente
es un militar prestigioso y progresista, el general Líber Seregni.

Sorpresivamente, gracias a la ley electoral triunfa el candidato del continuismo, miembro de la


fracción del Partido Colorado a la que pertenece el señor Pacheco Areco. Juan María Bordaberry,
estanciero, ex ministro de Agricultura, es partidario de la mano dura y su única ambición es seguir
las huellas de su antecesor. El Frente Amplio, que obtiene apenas el dieciocho coma ocho por
ciento de los sufragios, asusta pero no vence, para sus dirigentes el resultado constituye una
auténtica derrota, a pesar de haber obtenido el treinta por ciento de los votos en Montevideo. A
pesar de la crisis, el sistema político resiste. Los partidos tradicionales, aun en decadencia,
obtienen más del ochenta por ciento. Pero el "voto tradicional" ha entrado en un proceso de
erosión, y la exasperación de los conservadores, provocada por el miedo al cambio y la violencia,
no permite augurar una solución pacífica a los males del país.

El ejército, arena y objetivo del enfrentamiento político en Chile bajo la Unidad


Popular

El fracaso de la "vía chilena al socialismo" suele ser atribuido tanto al legalismo timorato de los
líderes reformistas de la Unidad Popular, que no fueron capaces de "armar al pueblo", como a la
intervención "desestabilizadora" de Estados Unidos y las conspiraciones de la CIA. Estos análisis,
que no se contradicen mutuamente, merecen ser discutidos, aunque ambos responden a una
lógica mecanicista que de ninguna manera explica los enfrentamientos políticos y sociales de esos
tres dramáticos años en toda su complejidad.

Por cierto, los partidarios ortodoxos de las "leyes universales del paso al socialismo" no se
equivocan al señalar que no puede haber revolución sin ejército revolucionario.31 Cualquier
observador comprende sin dificultad que instaurar el socialismo contra la voluntad del sesenta por
ciento de la población, sin recurrir a la coerción, constituiría una hazaña sin precedentes. Ahora
bien, la experiencia de la Unidad Popular está circunscripta en esos límites estrechos. Está
sometida a los condicionamientos asfixiantes de sus orígenes. La primera condición para su
supervivencia es permanecer en el marco de las instituciones "burguesas" y respetar el estado de
derecho que le ha sido confiado. "Mi fuerza —dicen que dijo Allende en una ocasión— radica en la
legalidad."32 Esa fue también su debilidad frente a un Parlamento hostil y una población que en su
mayoría no suscribía su programa de transición al socialismo.

En tales condiciones, el ejército, celoso de su monopolio de la violencia y las armas, era la piedra
de toque y el garante del respeto a las instituciones. ¿Quién puede sostener que los militares, un
sector importante de los cuales empieza a conspirar ya en octubre de 1970 para impedir que
Allende asuma la presidencia y no vacila en asesinar al comandante en jefe del ejército, legalista

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inflexible, hubiera permitido la distribución de armas a los obreros?33 Y considerando que la


derecha militar sólo esperaba eso para intervenir ¿quién puede sostener que "no había otra salida"
que la vía insurreccional, con la constitución de un ejército popular paralelo al profesional o la
eliminación de éste? El ejército chileno de 1970 en nada se parece a las legiones desmoralizadas
de Batista en 1958. Algunos dirigentes de la Unidad Popular, como Carlos Altamirano, han escrito
después que en 1970, en la marea de la victoria, todo era posible. Que incluso se hubiera podido
"ascender a un capitán a comandante en jefe",34 depurar las filas de oficiales, emplear a los
carabineros contra las demás armas. Afirmaba, asimismo, que la mayoría de los oficiales
pertenecían al sector democrático y que hubiera sido conveniente "aplicar una política de
penetración entre los oficiales y la tropa". Ahora bien, es probable que la menor tentativa de invadir
las prerrogativas de las fuerzas armadas, de atacar sus estructuras internas y modificar la
legalidad constitucional hubiera provocado una sublevación militar sin que los sectores
"democráticos" del alto mando pudieran detenerla o abortarla. Disolver las cámaras, crear milicias,
subvertir la jerarquía militar: son otros tantos medios para soldar la unidad de un ejército inquieto
contra un gobierno protegido solamente por su investidura legal.

Paradójicamente, lo más asombroso no es el golpe de Estado de 1973, sino la duración de ese


gobierno que estuvo a punto de no llegar a ver la luz del día. ¿Cómo pudo un régimen
"revolucionario ", integrado por ministros comunistas, gobernar durante casi mil días contra un
ejército cuya doctrina de guerra se funda en la lucha anticomunista, y contra una burguesía que
golpeaba a la puerta de los cuarteles con la ayuda activa del Tío Sam? Esa hazaña fue posible
gracias al respeto que demostró el gobierno por la autonomía, y la integridad institucional de las
fuerzas armadas, a las que Allende trató constantemente de seducir, de atraer, convencer y
tranquilizar. A quienes le objetaban al "camarada presidente" que "sólo la acción de masas
detendrá el golpe de Estado", Allende respondía. "¿cuántas masas se necesitan para detener un
tanque?35 Colocado en el filo de la navaja, o mejor, del sable, el presidente socialista postergaba la
intervención militar dialogando con los jefes del ejército; pensaba que cada día ganado
consolidada su legitimidad y modificada la relación de fuerzas a favor suyo.

La tesis de la conspiración norteamericana no carece de fundamentos sólidos. Las maniobras de


la Internacional Telephone and Telegraph y del señor Kissinger, así como las sumas considerables
que invirtió la CIA en Chile son de público conocimiento gracias a las publicaciones de las
comisiones de investigación parlamentarias de Estados Unidos.36 El gobierno norteamericano
estuvo detrás de la conspiración de Viaux, en octubre de 1970, que costó la vida del general
Schneider y cuyo objetivo era impedir el acceso de Allende al poder.37 En 1971 elabora un plan
destinado a provocar el "caos económico en Chile"38 Las huelgas de transportistas y comerciantes
que paralizan al país en 1972 y 1973 son financiadas en gran medida por la CIA.39 El "bloqueo
invisible", que consiste en suspender los créditos de las agencias internacionales y los Bancos
norteamericanos y limitar la venta de ciertas mercancías "clave" tiene por objeto provocar el
"clamor de la economía chilena", y, con ello, debilitar al gobierno, responsabilizándolo por las
penurias y dificultades económicas. Con todo, hasta septiembre de 1973, los jefes legalistas del
ejército logran desbaratar unas cinco intentonas putschistas fomentadas y apoyadas,
discretamente, se entiende, por especialistas norteamericanos en dirty tricks y había reconocido la
propia "Compañía" con sede en Langley que "los militares solo intervendrán si las condiciones
internas se lo exigen".40 A pesar de los medios empleados, las maniobras orquestadas desde el

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exterior por Estados Unidos fracasan una tras otra. No se puede derrocar un gobierno a golpes de
dólares, al menos en Chile. Y paradójicamente, por lo menos dos de las conspiraciones apoyadas
por la CIA fortalecen al gobierno popular e incluso ayudan a mejorar, en lugar de destruir, sus
relaciones con el ejército.

El asesinato del general Schneider por los conspiradores de octubre de 1970 convence al Congreso,
encargado de ratificar la elección del candidato de la Unidad Popular, a las fuerzas armadas y a la
opinión pública que sólo el respeto por los mecanismos democráticos podría evitar un peligroso salto
al vacío. El fracaso del putsch de los generales Viaux y Valenzuela desarma las intrigas
parlamentarias destinadas a desposeer al candidato minoritario que acaba de triunfar en la consulta
presidencial. Más aún, la muerte del comandante en jefe, mártir de la disciplina militar, tiene como
consecuencia la consagración de ese legalismo constitucional que él había defendido a costa de su
propia vida. El féretro del comandante difunto, transportado por los dos presidentes, el saliente y el
electo, es un símbolo incluso físico del arco de las alianzas del ejército "no deliberante" con las
fuerzas políticas democráticas. La "doctrina Schneider" fue sin duda un arma poderosa para
neutralizar los afanes putschistas de un sector importante del alto mando. La primera huelga de los
camioneros (octubre de 1972), tras una serie de violentas manifestaciones antigubernamentales de
la derecha, acerca a los militares al poder legal. El desorden es patrimonio de la derecha, la
legalidad, de la izquierda. Tres militares en actividad ingresan al gabinete ministerial a fines de
octubre para poner fin a las huelgas patronales. La derecha denuncia la complejidad y la politización
de los generales. El general Prats, sucesor de Schneider, ocupa el Ministerio del Interior y con ello se
convierte en el número dos del gobierno, por consiguiente, la principal barrera contra los golpes de
Estado y el hombre a quien la derecha debe destruir. Pero el apoyo de los militares, que para
muchos significa el comienzo del fin del orden civil, si bien da un respiro a la Unidad Popular,
demuestra claramente que todos los enfrentamientos se centran en la captación del ejército. Como
señala un periodista francés, "el poder depende a partir de ahora de los fusiles", pero no en el
sentido que lo afirmaba la izquierda.41

El ejército apoya legalmente a Allende y, en nombre de la defensa de la Constitución, garantiza la


supervivencia de la experiencia socialista. Será asimismo el sepulturero de la Unidad Popular y el
régimen democrático. Nadie ignora que la mayoría de los generales no sienten la menor simpatía por
el socialismo. Los protagonistas responsables del juego político y, sobre todo en la izquierda, los que
evalúan las relaciones de fuerza y no se limitan a imitar las revoluciones del pasado y tomar su
"impaciencia por un argumentos teórico", saben que el camino es angosto, que el ejército, ligado a
Estados Unidos, bombardeado por la propaganda de la derecha y atraído por los cantos de sirena de
la burguesía con la cual se siente emparentado en todo sentido, debe ser retenido por la fuerza para
evitar su caída en la desobediencia y la rebelión. ¿Quién ganará el aparato militar? ¿La Unidad
Popular, el gobierno legal de una coalición dividida, perjudicada por sus aliados de extrema
izquierda, cuyos argumentos dan armas a la derecha, o la burguesía y Estados Unidos, que poseen
armas mucho más poderosas que el tenue hilo de una legalidad tambaleante?

Porque Estados Unidos, particularmente el Pentágono, sabe que el paciente trabajo realizado en
el seno del ejército chileno puede más que las intrigas rocambolescas de los servicios secretos.
Tanto más por cuanto, a partir de los años sesenta, cuando a la existencia de un poderoso Partido
Comunista se une el viraje procubano del Partido Socialista, Washington, asustado, estrecha sus

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relaciones con el ejército chileno y le brinda una ayuda tan generosa como interesada. En efecto,
Chile es uno de los principales beneficiarios de la ayuda norteamericana en el continente, el
segundo después de Brasil, aventajando a países como Perú, Colombia y Bolivia, que se han
enfrentado a las guerrillas castristas. Con sesenta mil hombres bajo bandera, Chile recibe de
Estados Unidos, en concepto de ayuda militar, ciento sesenta y nueve millones de dólares entre
1946 y 1972 (contra ciento sesenta y dos que recibe Argentina en el mismo período), de los cuales
ciento veintidós corresponden al período 1962-1972.42 A partir de 1965, prácticamente todos los
oficiales chilenos realizan cursos en las escuelas norteamericanas. De 1950 a 1970, cuatro mil
trescientos setenta y cuatro militares chilenos pasan por Panamá o Estados Unidos (contra dos mil
ochocientos ocho argentinos, que poseen una instrucción militar de nivel similar) 43 Es de señalar
que entre 1965 y 1970 realizan cursos unos dos mil hombres, lo cual refleja la fuerte acentuación
de la influencia norteamericana bajo Frei. Por cierto que los cursos no ejercen la misma influencia
en todos los oficiales; Prats, el "general de la democracia", había pasado por Fort Leavenworth.
Más importante aún, mientras le corta los víveres al gobierno de Allende, Estados Unidos
mantiene e incrementa los créditos militares. La ayuda militar, que había descendido a ochocientos
mil dólares en 1970, aumenta a cinco coma siete millones en 1971 y a diez coma nueve millones
en 1972; ése es el único crédito norteamericano otorgado a Chile ese año y una de las sumas más
elevadas que haya recibido el país para ese rubro desde 1962. El Chile de la Unidad Popular
conserva los buques cedidos a préstamo por Estados Unidos y en 1973 participa en el operativo
naval Unitas por primera vez en cuatro años: para complacer a los militares, el gobierno de
izquierda toma una medida que la oposición de izquierda bajo la democracia cristiana siempre
había bloqueado en nombre del antiimperialismo.

El problema del armamento es, desde luego, el centro de las preocupaciones militares. El general
Prats afirma en sus memorias que el mejoramiento de las relaciones con Estados Unidos era una
condición esencial para acrecentar la confianza del ejército, 44 el cual, ante la presencia de
ministros comunista y la visita de Fidel Castro en 1971, hechos dramatizados por la propaganda
obsesiva de la prensa conservadora, temía una ruptura de esa alianza. Sin embargo, los medios
que posee Allende para liberar al ejército de la burguesía y la influencia norteamericana son muy
limitados. Si bien puede contar con el legalismo de un sector de la jerarquía y con la disciplina
vertical que impera en el ejército chileno, no puede impedir que el espíritu de la contraguerrilla y la
mentalidad antisubversiva inculcados por Estados Unidos, e incluso dentro de Chile en la escuela
de los rangers, fundada en 1965, se extienda entre la oficialidad subalterna. Las redes tejidas por
la Francmasonería, a la cual pertenecen el presidente y algunos ministros próximos a los
generales "institucionales", así como la trayectoria de un Partido Socialista que, fiel a su fundador,
siempre ha defendido los presupuestos de Defensa y los intereses del ejército contra la derecha
en el Parlamento, no significan nada para estos oficiales jóvenes, imbuidos de anticomunismo.

La Unidad Popular, que detenta el gobierno pero no el poder porque las Cámaras, el aparato
judicial y un sector importante de la administración pública le son hostiles, está dispuesta a pagar
el precio de las buenas relaciones con los militares. Los créditos militares no sufren los cortes
impuestos a partir de 1971 por el deterioro de la situación económica. El régimen colma las
aspiraciones del ejército en cuanto a sueldos, pertrechos y prestigio. Allende no pierde ocasión de
exaltar la lealtad de estos militares "diferentes", cosa que forzosamente resulta inquietante. En el
terreno político, el presidente de la Unidad Popular busca integrar a los jefes del ejército a su obra

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transformadora, confiándoles puestos de responsabilidad en las industrias y servicios estatales,


apelando a su nacionalismo a fin de ganarlos para la idea de que la seguridad nacional comprende
también la soberanía económica. Pero este enfoque sólo atrae a un sector de los oficiales del Estado
Mayor que, si bien no tienen inclinaciones socialistas, conocen la situación nacional mejor que los
capitanes o coroneles de la contrainsurgencia. Estos "demócratas", entre los cuales se hallan los
generales Prats, Sepúlveda, Pickering, Bachelet, Poblete y el almirante Montero, aparte de su
adhesión inquebrantable a la legalidad, piensan que la Unidad Popular está impulsando un proceso
de "modernización" que merece ser apoyado a fin de evitar convulsiones más graves.45 Estos hom-
bres detentan puestos claves en el ejército y el gobierno y se hacen obedecer. Abortan los putschs y
tratan de neutralizar a la mayoría golpista de la oficialidad. Pero ni la derecha ni la burguesía ni la
extrema izquierda (incluidos los integrantes de la coalición gobernante) facilitan su tarea.

La Unidad Popular, coalición de partidos, se encuentra dividida entre dos líneas, dos estrategias,
pero también dos políticas económicas y dos actitudes con respecto al Estado, y por consiguiente al
ejército. Para un sector, que incluye a la mayoría del Partidos Socialista, acicateada por los gueva-
ristas del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), que no forman parte de la coalición pero
ejercen sobre ella una influencia considerable, es necesario avanzar rápidamente en la construcción
del socialismo, nacionalizar la economía a marchas forzadas, luchar "clase contra clase", "avanzar
para consolidar" el régimen. Para Allende, el Partido Comunista, los radicales y algunos partidos de
menor importancia, es necesario aplicar el programa, delimitar estrictamente el sector nacionalizado
del que debe permanecer en manos privadas, realizar la reforma agraria sin pausa pero sin salir del
marco de la ley para ganar a las clases medias, a las cuales se ha otorgado numerosas ventajas
económicas y sociales.46 Además, los partidarios de esta política consideran que una alianza con la
democracia cristiana, cuyo programa de 1970 era bastante parecido al de la UP, aunque limitaría el
carácter revolucionario de la experiencia, permitiría asentar la transformación en curso sobre bases
mayoritarias y estables y desarrollarla en el marco de la legalidad: se trata, para ellos, de "consolidar
para avanzar". La polarización entre los extremos de las fuerzas políticas chilenas impone otra cosa.
El Partido Socialista, el del presidente, y el MIR no quieren saber nada de alianzas con la burguesía
nacional por intermedio de la democracia cristiana. Su estrategia oficial es la de desbordar él
programa de la UP.47 Son a la vez poder y oposición de izquierda. Asimismo, como señala J. Garcés,
asesor de Allende, una alianza con la democracia cristiana hubiera requerido el marginamiento del
Partido Socialista, adversario a la colaboración de clases, y el consiguiente fin de la Unidad
Popular.48 Si el gobierno divide, la oposición unifica: la democracia cristiana, negadas las garantías
que exige en cuanto a la delimitación del sector público, exasperada por el vuelco de su ala izquierda
hacia la coalición popular,49 cae en los brazos de la derecha y proporciona una base de masas a las
fuerzas contrarrevolucionarias.

El enfoque económico del problema de las clases medias, asustadas por las nacionalizaciones
rampantes y los excesos del "poder popular", jamás dio los resultados esperados porque el
problema era eminentemente político. La dimensión social, la defensa de la distancia que las
separa de los trabajadores y su identificación ideológica con la burguesía, es un factor que debe
tenerse en cuenta. El "efecto bumerang" de las acciones de "poder dual" perpetradas por los
partidarios de la "dictadura popular", 50 quienes exigen la destrucción del Estado burgués y
socavan así las bases mismas del gobierno socialista, juega un papel nada despreciable. Aquellos
que en el propio seno de la coalición gobernante anunciaban el inevitable enfrentamiento y

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apelaban con todas sus fuerzas a la guerra civil, creando retóricamente las irrisorias zonas de
autodefensa obrera (los cordones industriales), que el 11 de septiembre se derrumban sin ofrecer
la menor resistencia, sin duda ayudaron a entregar en bandeja a la derecha, a las asustadizas
clases medias. Por no hablar de la hábil propaganda de la prensa "burguesa", que dedicaba la
primera plana de sus diarios a los "excesos" del MIR, atribuyéndolos al gobierno, y brega por crear
la imagen del "desorden económico y social".51

En todo este período, la derecha, más unida que la izquierda y tan segura de su orientación como
de sus derechos, actúa sin descanso. La burguesía nacional y extranjera no se deja desposeer sin
resistencia. Con el apoyo de masas que le proporciona la democracia cristiana, a un sector
importante de la cual no le disgusta el hecho de no ponerse de acuerdo con la UP, la burguesía
chilena, con sus partidos y organizaciones corporativas, lanza una ofensiva en dos frentes, el
económico y el político-parlamentario; por un lado, sabotaje; por el otro, obstrucción y provocación.
Desde las elecciones de 1970 corren vientos de pánico por todo el país. ¡Hay tanques rusos y
cosacos en la Alameda! Se frenan las inversiones, se fugan los capitales, algunos patrones se
fugan con ellos. Se vacían las cuentas bancarias y se produce una orgía de consumo frenético e
indiscriminado. La política del rumor alimenta a la guerra de nervios: en el sector agrario, los
propietarios enfrentan a las autoridades gubernamentales encargadas de realizar las
expropiaciones de acuerdo con la ley de 1967 o directamente aplican la política de tierra arrasada:
desaparecen los aperos, el ganado es enviado a la Argentina o directamente sacrificado con tal de
no entregarlo a los campesinos. En 1971, cuando la caída de los precios del cobre y el aumento
de los alimentos importados crean dificultades económicas, los comerciantes y minoristas
organizan el desabastecimiento. El acaparamiento de stocks en gran escala y la destrucción
deliberada de ciertos bienes de consumo alimentan a un floreciente mercado negro y obligan al
Estado a burocratizar la distribución y politizar el racionamiento.52

En el terreno político, una implacable guerrilla parlamentaria agrava la situación del país y trata de
obligar al gobierno a romper el marco de la legalidad. A las destituciones en serie de ministros53 se
agrega el rechazo sistemático de todos los proyectos de leyes del gobierno, incluso los más
inocuos, restándole a la Unidad Popular los medios fiscales para realizar sus reformas y
favoreciendo así la inflación. No obstante, la derecha hace aprobar una serie de leyes represivas
(como la ley del control de armas), para emplearlas contra los partidarios del gobierno. La primera
huelga de los propietarios transportistas, aunque no logra —gracias a la intervención del ejército—
derrocar al "gobierno marxista", refleja la polarización de la pequeña burguesía hacia la derecha.
Resta crear un clima para atraer a un ejército "trabajado" sin descanso por los medios
contrarrevolucionarios, que le ofrecen una ideología golpista. Reina un clima de guerra civil. A las
huelgas patronales se une la acción de la ultraderecha extraparlamentaria, que sabotea oleo-
ductos y vías férreas, enfrenta a la policía y a sus adversarios en la calle y trata de provocar
sistemáticamente el caos para que el ejército intervenga. En el terreno ideológico, el pensamiento
integrista critica el apoliticismo de los militares, legitimando así, a priori, el golpe de Estado. Sus
autores afirman que el gobierno de Allende viola el "derecho natural" a través de la sedición (el
poder dual) y los atentados contra la propiedad. Es ilegítimo, puesto que no asegura el "bien
común". Y puesto que la finalidad del sistema (el capitalismo) es más importante que su forma (la
democracia), se puede decir que el ejecutivo está vacante: Allende es un mero usurpador.54

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El golpe de Estado está en marcha. A partir de abril de 1972 ciertos generales pensaban en esa
solución al conflicto entre el poder ejecutivo y el poder legislativo.55 Es necesario detonar el
movimiento y hacer saltar los obstáculos. La extrema izquierda, que en sus discursos pretende
introducir la lucha de clases en el seno del ejército, ayuda a unificar los cuadros militares. A pesar de
ello, los incidentes en la base naval de Valparaíso se deben a una provocación de los oficiales
putschistas, más que a una verdadera infiltración de elementos revolucionarios en las tripulaciones.
La extrema izquierda, con sus ilusiones líricas y deseosa de exagerar su propio peso, cae en todas
las trampas que se le tienden: enarbola como bandera de victoria todas las violaciones de la
legalidad que se le atribuyen, muchas veces sin fundamento. El 22 de agosto, los partidos
mayoritarios en la Cámara aprueban una moción de que el gobierno ha violado la ley y la
Constitución al fomentar los "poderes paralelos" y atentar sin justificación legal contra la propiedad
privada. Los partidos de oposición son mayoritarios en el país. La juricidad del ejército está a salvo.
Los putschistas tienen luz verde. El último obstáculo desaparece cuando el general Prats,
desacreditado mediante bajas provocaciones y puesto en minoría en el consejo de generales,
renuncia al gabinete y, pocos días más tarde, al comando en jefe. Chile retiene el aliento. El
legalismo proclamado por el nuevo comandante en jefe del ejército, Augusto Pinochet, que se
presenta como un "demócrata" pero se niega a remover a los putschistas más notorios, sólo engaña
a medias a la clase política. El comandante en jefe no traiciona en sentido estricto: sigue a sus
tropas. En la mañana del 11 de septiembre se pone en marcha el plan "Yakarta". La situación está
madura; la trágica payasada de un supuesto plan "Z" evocado por los putschistas, que prevería la
liquidación física de la oposición civil y militar, no es más que una burda justificación a posteriori,
rápidamente abandonada. No habrá guerra civil. "El fascismo sí pasará", y con él, el terror blanco.

El golpe de Estado más largo y la militarización del Uruguay

El paréntesis electoral y la tregua aceptada en esa ocasión por los Tupamaros han hecho olvidar una
decisión tomada por Pacheco Areco en septiembre de 1971, que tendrá graves consecuencias. A
partir de entonces, las fuerzas armadas asumen la responsabilidad de las actividades subversivas.
Teniendo en cuenta el entrenamiento antiguerrillero que realizan todos los ejércitos del continente
desde 1962, bajo la égida de Estados Unidos se puede suponer que su forma de acción es más
vigorosa que la de los cuerpos policiales. Tanto más, considerando que el ejército uruguayo es uno
de los más influenciados por Estados Unidos en América del Sud. No sólo que depende de los
equipos norteamericanos por falta de una industria militar propia, sino que el número de militares
uruguayos entrenados en Estados Unidos es muy superior, en cifras relativas, al de sus vecinos (mil
setecientos veintitrés realizan cursos en Estados Unidos entre 1950 y 1970).

A principios de 1972, los Tupamaros se lanzan nuevamente a la acción, dirigida directamente contra
las fuerzas de seguridad. Esta escalada imprevista testimonia la confianza creciente del movimiento
en su propia capacidad de acción tras la derrota electoral del Frente de las izquierdas. El MLN
considera que la lucha armada es la única vía para la realización de las aspiraciones populares. En
momentos en que el nuevo presidente hace aprobar sus leyes represivas en el Parlamento, los
Tupamaros, al asesinar a los militares y policías acusados de integrar una suerte de "Escuadrón de
la muerte", no ignoran que se desatará una represalia de gran envergadura. Eligen la política del mal
mayor, con la esperanza de engrosar sus filas con las víctimas de la represión masiva.

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En tales circunstancias, el Parlamento se apresura a instaurar el "estado de guerra interno" y una


"Ley de orden público" que limita las libertades civiles a la vez que amplía la esfera de acción militar.
Las fuerzas de seguridad se lanzan a una ofensiva mortífera. Son muertos, entre otros, ocho
militantes del Partido Comunista, organización que jamás había manifestado simpatía por los
métodos "aventureristas" de los "robin hood" uruguayos. Lo más importante es que los Tupamaros
subestiman la fuerza del adversario. La intensificación de las operaciones represivas, desem-
barazadas ya de cualquier traba jurídica o constitucional, rinde sus frutos. El país es cuadriculado y
rastrillado. La capital está en pie de guerra. El ejército "aterroriza" a los terroristas, que pasan a la
defensiva. Sus jefes, escondites y arsenales caen uno tras otro. Para septiembre de 1972, el MLN
está prácticamente desmantelado. La estrategia antiguerrillera basada en la procura de información
por cualquier medio demuestra su temible eficacia. Las más irreprochables autoridades morales del
país y el mundo denuncian vanamente la crueldad del trato a los prisioneros; los militares no se
conmueven: realizan su trabajo tal como les han enseñado a hacerlo.

Pero la agonía de los Tupamaros, lejos de llevar a los militares a alejarse de la escena política,
acrecienta sus pretensiones. La creciente indisciplina del ejército reduce día a día la ya precaria
autoridad del Presidente... que parece incapaz de resistir las vicisitudes y responsabilidades de la
guerra revolucionaria. Al otorgar a las "fuerzas conjuntas" carta blanca para liquidar la sedición por
todos los medios, el señor Bordaberry asume un riesgo que a la postre le resultará fatal. Los
militares uruguayos, convencidos de que están defendiendo el interés nacional, no se acomodan a
las prácticas democráticas, aun cuando ellas se limitan al único derecho de crítica parlamentaria.
Los comunicados oficiales del ejército tachan a las mociones parlamentarias contra los excesos
militares de complicidad con la subversión.

La prueba de fuerza con el ejecutivo se inicia en julio de 1972. El ejército se rebela contra el
nombramiento de un nuevo ministro de Defensa, plantea sus condiciones y da a conocer su
programa. Los comunicados militares, que brillan por su ambigüedad, reflejan la existencia de
corrientes contrapuestas en el seno de las fuerzas armadas. En todo caso, permiten neutralizar
a la oposición política y sindical que, lejos de defender las instituciones, señala al señor
Bordaberry como el enemigo principal. Se postula la existencia de una corriente progresista
"peruanista" en las fuerzas armadas uruguayas. Esta hipótesis gana fuerza en agosto de 1972,
cuando un grupo de oficiales de marina, reunidos en el Centro Naval, denuncian la corrupción y
la especulación como otras tantas formas de subversión. En septiembre, habiendo ganado la
batalla de la guerrilla, algunos oficiales —aconsejados, se dice, por sus víctimas, los Tupamaros
detenidos—56 la emprenden contra la "delincuencia económica". Arrestan a varias decenas de
personas vinculadas a los medios financieros y se niegan a ponerlas en libertad a pesar de las
órdenes del Presidente: entre las víctimas de las medidas "purificadoras" se encuentran políticos
pertenecientes a la mayoría oficialista. Por otra parte, los comunicados 4 y 7 del ejército, aunque
ponen el énfasis en la seguridad, el peligro marxista y el orden público, proponen una serie de
reformas estructurales, incluidas la distribución de tierras y la participación obrera en la
administración de las empresas.

Los militares buscan estar presentes en todos los sectores de la vida nacional. Por eso, el resultado
más notable de su rebelión es la creación, en febrero de 1973, del Consejo de Seguridad Nacional
(COSENA), que asesorará al presidente "para la realización de los objetivos nacionales". Integrado

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por los comandantes en jefe de las tres armas y cuatro ministros, el Consejo es presidido por el jefe
del Estado Mayor Conjunto (ESMACC). Así queda institucionalizado el poder militar.

Tras imponer su voluntad al Presidente, los militares aprovechan la creciente oposición para lanzar
la ofensiva contra el Parlamento. Mientras la izquierda, que sobrestima la corriente progresista,
busca alianzas militares, el ejército multiplica sus planteos antidemocráticos a las Cámaras.
Finalmente, el 27 de junio de 1973, el interminable golpe de Estado culmina con la disolución de
las Cámaras y la creación de un Consejo de Estado que asume sus atribuciones. Se disuelven
también los consejos departamentales. Bordaberry se declara responsable de la medida de fuerza.
El orden militar tendrá su fachada civil.57

Las organizaciones sindicales se dividen en torno al análisis de la orientación y el papel de los


militares. La Convención Nacional de Trabajadores (CNT), cuya dirección es mayoritariamente
comunista, había declarado en marzo de 1973 que los comunicados 4 y 7 correspondían en parte
a su programa, pero lanza un llamado a la huelga general contra el golpe de Estado. El
movimiento dura quince días y abarca prácticamente todo el sector público y privado. El país se
paraliza. Los lugares de trabajo son ocupados por los huelguistas, cuya combatividad sorprende al
gobierno y a los militares. El poder "civil-militar", como se llama entonces, acepta negociar pero
luego decreta la disolución de la central obrera y arresta a los dirigentes. La huelga prosigue a
pesar de los decretos de despido de los huelguistas del sector público. Pero cuando el movimiento
empieza a decaer, la CNT resuelve por mayoría ponerle fin, a falta de perspectivas políticas. En
efecto, los partidos de izquierda, principalmente el Partido Comunista y la dirigencia sindical han
aguardado en vano una escisión entre los militares. Esperaban al menos lograr un acuerdo con los
"oficiales progresistas", cosa que no sucede. Contra las expectativas de la izquierda, el golpe de
Estado preventivo tiene el apoyo de todo el ejército; ningún hecho se produce que ponga en duda
su unidad. La tendencia "peruanista", ¿fue un mito, una cortina de humo, un mero ardid para dividir
a la oposición? Se habla del arresto de oficiales presuntamente progresistas o adversarios del
golpe de Estado. Pero ni el general Álvarez ni el coronel Trabal, considerados representantes de la
intangible ala "peruana", son marginados del Estado Mayor. El desarrollo de los acontecimientos
permite concluir que, durante todo ese período, las diferencias en el seno del ejército resultaron
factores de segundo orden en relación a los de unidad.

En ese extraño país que es el Uruguay, así como hubo "guerrilleros respetuosos", hay militares
pacientes y discretos que llevan a cabo su acción política contra el régimen democrático con
deliberada lentitud. ¿Táctica destinada a evitar el choque frontal con los sectores perjudicados de
una sociedad compleja y de arraigada tradición liberal? ¿Necesidad de allanar previamente los
conflictos internos y actuar de acuerdo a la relación de fuerzas? Sea como fuere, lo que se
instaura es un régimen mixto bajo la presidencia complaciente del señor Bordaberry, quien
proporciona a los militares putschistas su legitimidad democrática de presidente electo. Pero el
Consejo de Estado de veinticinco miembros civiles, que lo asesora en materia legislativa, debe
elaborar un proyecto de reforma constitucional. El país entra en una etapa de "institucionalización
del proceso revolucionario", según dicen los textos oficiales. Lo cual significa en la práctica que los
militares se insertan masivamente en la administración estatal, donde reemplazan o "duplican" las
funciones de los empleados civiles. Los oficiales dirigen las empresas nacionalizadas, ocupan las
secretarías generales de todos los ministerios y la subdirección o vicepresidencia de todos los

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consejos técnicos y administrativos. Se los encuentra también en cargos diplomáticos y en todas


las delegaciones al extranjero. El señor Bordaberry, cuyas decisiones son supervisadas de hecho
por el Estado Mayor, los asocia a su política económica al otorgarles puestos en el Consejo
Económico Social creado en junio de 1974.

La militarización del Estado viene acompañada de la destrucción de las organizaciones represen-


tativas. Los partidos políticos de izquierda contrarios al golpe de Estado son proscriptos, sus
dirigentes arrestados y su prensa prohibida. Se suprime la libertad de prensa, las publicaciones
contraventoras son cerradas por decreto. También en esto se procede con lentitud: aunque
numerosos dirigentes comunistas se encuentran en la cárcel desde 1973, el partido empieza a ser
perseguido sistemáticamente a partir de 1975, lo cual parecería demostrar que la estrategia basada
en la existencia de contradicciones internas en las fuerzas armadas no carecía de fundamento. Sin
embargo, no cabe duda del antimarxismo del nuevo régimen. Con la excusa de la tutela que ejercían
los "dirigentes marxistas" sobre los sindicatos, prácticamente se anula el derecho de huelga, y los
sindicatos quedan bajo el control del Ministerio de Trabajo, que supervisa todos sus actos.

En 1976, este régimen ilegítimo, que no osa aparecer como dictadura militar y dice respetar la
Constitución republicana y sus componentes tradicionales, los partidos Blanco y Colorado, se
encuentra arrinconado. ¿Habrá que convocar a elecciones, puesto que vence el plazo
constitucional de cinco años? Consultado, el presidente Bordaberry responde que no. Aplicando la
lógica de la "soberanía militar" hasta sus últimas consecuencias, propone en un memorándum,
hecho público tiempo después, la supresión del sistema partidista y la instauración de un Estado
autoritario sustentado sobre las fuerzas armadas. El señor Bordaberry es destituido el 12 de junio
de 1976, debido a sus desacuerdos con la política agraria preconizada por el Estado Mayor (que
favorece a los pequeños productores). ¿Nuevo ardid militar? El Presidente "cae por la derecha", el
Estado Mayor lo acusa de proponer una Constitución contraria "a las más caras tradiciones
democráticas del país". Por consiguiente, se aguarda una "liberalización", a la cual se habría
opuesto el Presidente. En realidad, se trata tan sólo de doblar el cabo de noviembre de 1976,
cuando debían realizarse elecciones generales, prometiendo a la vez respetar lo esencial de la
Constitución y convocar a la consulta electoral en breve plazo. Algunos observadores vinculan
esas tretas jurídico-constitucionales con el asesinato, en Buenos Aires, de Z. Michelini y H.
Gutiérrez Ruiz, líderes de los sectores duros de los partidos tradicionales. El señor Bordaberry ha
perdido la presidencia, si no el poder, pero los militares respetarán su "programa". Ya en 1974 el
presidente depuesto había declarado: "No podrá haber elecciones generales en tanto el marxismo
y los políticos profesionales sigan actuando en nuestro país."58

A pesar del nuevo "golpe de Estado", los militares no abandonan la ficción del poder civil. El señor
Alberto Demicheli, presidente del Consejo de Estado, de ochenta y un años de edad, asume la
presidencia provisional a la espera de la creación de los mecanismos institucionales que permitan
la designación de un nuevo presidente por cinco años. Con ese fin las fuerzas armadas promulgan
una serie de "actos institucionales" destinados a reformar la Constitución. Aparecen ocho actos en
un año. Unos instrumentan el plan político de las fuerzas armadas. Otros configuran un nuevo tipo
de Estado, acorde con un proyecto nacional que rompe por completo con el "modelo batllista”59 del
Estado providencial. La legitimidad de ese poder constituyente es esencialmente militar.60

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De acuerdo con el acto III, el poder ejecutivo es ejercido por el Presidente de la República, "que
actúa con el o los ministros correspondientes, el Consejo Nacional de Seguridad y el Consejo de
Ministros" (artículo 1). El poder ejecutivo es compartido por los militares, mientras que el legisla-
tivo, por imperio del acto II, queda sometido por entero a las fuerzas armadas.61

En virtud de los actos I y IV, el poder militar formaliza la situación inconstitucional creada por el
golpe de Estado. El primero constata "la incompatibilidad de la paz social con el libre juego de los
partidos políticos" para suspender las elecciones por tiempo indeterminado. El acto IV depura al
plantel político uruguayo en vista de las futuras elecciones: excluye de la vida política, por un
período de quince años, a los candidatos presidenciales y vicepresidenciales de las dos últimas
elecciones, los titulares y suplentes de las cámaras legislativas, los candidatos parlamentarios de
los partidos declarados ilegales y los miembros de los comités dirigentes de todos los partidos.62
Así, alrededor de quince mil ciudadanos se ven privados de sus derechos.

El acto VIII anula la inmovilidad y estabilidad de los empleados públicos, considerada una
"situación irritante de privilegio". El poder ejecutivo adquiere el derecho de despedir a los
funcionarios por razones laborales o políticas. El acto VIII suprime la autonomía del poder judicial,
sometiéndolo directamente al ejecutivo. Así queda instaurado el nuevo Estado.63

Durante cinco años, a partir de 1976, el poder ejecutivo "pluralista" es presidido por un abogado de
setenta y dos años, el señor Aparicio Méndez, quien a partir de su designación se destaca por una
serie de declaraciones sorprendentes, que obligan a los militares a limitar sus apariciones
públicas. En sus peroratas antiliberales, dignas de la extrema derecha europea de los años treinta,
el "presidente" denuncia a Francia y al Partido Demócrata de Estados Unidos como "aliados de la
sedición", lo cual no ayuda a mejorar la imagen del régimen en el exterior.

El Consejo de Ministros, con excepción de la cartera de Interior, también es civil, pero los militares
están en todas partes. En verdad que la hipertrofia de las fuerzas militares es anterior a la era
militar, pero el presupuesto de defensa se duplica con creces entre 1968 y 1973. En este último
año, los ministerios del Interior y la Defensa absorben más de la cuarta parte del presupuesto. Se
ha dicho que en 1980 las fuerzas del orden contaban con alrededor de cien mil efectivos, mientras
que en 1970 había unos veinte mil policías y menos de veinte mil militares.64 Aunque la lucha
antiguerrillera no requiere gastos militares similares a los de 1972-1973, el presupuesto militar no
se reduce. Llegará a absorber el cincuenta por ciento de los gastos del Estado.

La ficción de la "lucha contra la sedición" desempeña una función política central en el nuevo
régimen. Los omnipresentes militares no se limitan a rastrillar el país y vigilar a los ciudadanos. En
su afán de destruir los "aparatos ideológicos" de la subversión, el terror no perdona la vida privada.
El arresto de opositores no conoce límites. Las fuerzas del orden persiguen a los contestatarios
incluso hasta Argentina y Brasil.65 La tortura se vuelve práctica administrativa corriente. Aunque
hay "desaparecidos", este régimen militar mata menos que otros. Pero los cinco mil presos
políticos, quince mil ciudadanos en libertad vigilada y alrededor de sesenta mil personas que han
pasado por las cárceles son el testimonio fiel del buen funcionamiento de la máquina del terror,
que para muchos se habría convertido en un fin en sí misma.

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Autor. Rouquié, Alain

Esta tiranía siniestra posee sus rasgos surrealistas. A los discursos calamitosos del "Presidente",
se debe agregar el rescate que se pide por ciertos prisioneros, los gastos de alojamiento que se
cobran a los presos políticos, el vino envenenado enviado a un oponente conservador, por no
mencionar el pillaje autorizado de los domicilios de los "subversivos". La expresión "ejército de
ocupación" parece exacta, y las cosas suceden como si se tratara de mantener las cárceles
colmadas. Los especialistas de la represión arrestan a sus conciudadanos simplemente porque
hay lugar en los centros de detención. Los archivo del ESMACO, repletos tras cincuenta años de
democracia y discusión a la luz del día, y la delación fomentada oficialmente permiten ampliar
constantemente el círculo de los sospechosos. Todo grupo o asociación lo es por naturaleza. La
represión se vuelve retroactiva: ¡En 1980 se arrestó a periodistas por notas escritas en 1968! En
nombre de la seguridad nacional, reina la inseguridad generalizada. El Estado guarnición
reemplaza al Estado Providencia.

Se redobla la vigilancia en los lugares de trabajo y enseñanza para evitar cualquier reunión. Los
servicios públicos se vuelven cuarteles. El sistema educativo, orgullo del Uruguay, es ya coto de
caza de los militares. Es verdad que la Universidad había sido un bastión de la izquierda y que los
sindicatos docentes se habían opuesto vigorosamente al nuevo orden. Un coronel preside el
Consejo de Investigación Científica y otro, el de la enseñanza secundaria (CONAE). La
universidad es depurada y sus centros más prestigiosos desmantelados. Paradójicamente,
obligados por los militares a firmar una "profesión de fe democrática”, más de la mitad de los
profesores de la enseñanza superior son destituidos o se van al exilio.66 La nueva política
educacional es puesta al servicio de la "civilización occidental" y el "orden natural". La mayoría de
los nuevos cargos docentes son ocupados por esposas y parientes de militares. Así se comprende
que el nuevo decano de la Facultad de Agronomía haya podido decir que "es necesario suprimir la
investigación porque menoscaba la enseñanza".

Lógicamente, la política cultural de tierra arrasada se extiende a las publicaciones y la creación


artística. En la actualidad, el país de Rodó, Varela y el semanario Marcha es un páramo cultural.
Como le decía el dirigente blanco exiliado Ferreira Aldunate a un periodista, la supresión de las
libertades desnaturaliza al país y pone en peligro su misma existencia, porque el Uruguay,
"encerrado entre dos gigantes [...] era un clima espiritual, un conjunto de valores aceptados, un
sistema político".67 Pero al destruir esa sutil esencia nacional, ¿acaso los militares no sirven a los
intereses de aquellos que desean transformar al país en un mero espacio económico?

Del estado de guerra al Estado militar en Chile

El golpe de Estado chileno provocó sorpresa por su extrema violencia. Este movimiento
contrarrevolucionario, casi una guerra civil, en nada se pareció a esos putschs pacíficos, como las
crisis ministeriales de la IV República francesa, característicos de la historia contemporánea de
otros países del continente. No se trata tan solo de la inexperiencia política de los militares
chilenos. No hicieron la guerra solamente porque no sabían hacer otra cosa y se los había
educado para ello. El carácter sangriento de las operaciones obedeció a numerosos imperativos
del Estado Mayor sedicioso. El odio de clase atizado por el miedo de los poseedores y las fábulas
acerca de un "plan Z" o una intentona de izquierda en la marina alimentaron la ferocidad de las

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Autor. Rouquié, Alain

operaciones de "limpieza" realizadas en los barrios de emergencia y fábricas. Pero lo cierto es que
los militares aguardaban una vigorosa resistencia civil que no se produjo. A fuerza de escuchar a
la izquierda "revolucionaria" denunciar el "legalismo" y la "democracia formal", apelando con todas
sus fuerzas al inevitable enfrentamiento con el Estado burgués, de ver desfilar los simulacros de
organizaciones paramilitares de izquierda que se jactaban del invencible dispositivo defensivo del
pueblo unido, los generales facciosos simulan creer en el armamento obrero y resuelven golpear
con vigor y celeridad. Aunque Allende hubiera repartido las armas, ¿qué autodefensa obrera
hubiera podido resistir a los obuses, blindados y aviones? Pero tras estos pretextos subyacen
razones políticas y operativas.

Antes de extenderse a los civiles, el terror golpea a los propios militares. Se trata ante todo de
impresionar a los conscriptos y también a esa minoría de cuadros legalistas que se niegan a
participar en el golpe, dado que durante tres años las fuerzas armadas han resistido la influencia
de sus activistas. Se neutraliza a los elementos que pudieran atentar contra los designios de los
putschistas. El grado de brutalidad empleada responde al hecho de que Allende había contado
precisamente con la división del ejército para resistir al putsch68. Sólo la unidad militar podía
garantizar el éxito de los generales facciosos. No había lugar para los tibios. Tras las maniobras de
intimidación contra los suboficiales y marinos legalistas, que preceden al 11 de septiembre, la
oposición militar queda neutralizada. Se arresta a numerosos oficiales: el director general y cinco
generales de carabineros, el arma más civil y popular, así como tres generales de ejército, dos
almirantes y unos cincuenta oficiales subalternos. El general Bachelet, arrestado el 11 de
septiembre, muere en la cárcel, debido probablemente a los malos tratos. Así se pone en vereda al
cuerpo de oficiales. Se elimina a los elementos dudosos. Ciertos testigos afirman que el regimiento
Buin, de Santiago, se niega a participar. La escuela de suboficiales de carabineros se alza contra
los putschistas. Los combates duran tres días, hasta que la aviación bombardea la escuela.
Cuando las radios extranjeras propalan la falsa noticia de que el general Prats avanza desde
Temuco a la cabeza de sus unidades legalistas, se producen algunas sublevaciones aisladas en
ciertos regimientos.69 Se habla de dos mil muertos entre militares y carabineros. Si la Junta
reconoce doscientas bajas propias, 70 es lícito pensar que no todas se deben a una resistencia
popular rápidamente aplastada. Y si el ejército golpea con fuerza e instaura el terror, es justamente
para impedir cualquier reacción de la Unidad Popular. Los militares golpean a la cabeza. Muerto el
presidente, los putschistas buscan dejar fuera de combate a los dirigentes de los partidos obreros,
a fin de desmovilizar por mucho tiempo a las "clases peligrosas".

A más largo plazo, las maniobras intimidatorias, las montañas de muertos en las morgues, los
fusilados que flotan en el Mapocho, el encierro ostensible de los sospechosos en el Estadio
Nacional, la política de rehenes, las rastrilladas y los autos de fe provocan un proceso implacable e
irreversible. Los militares buscan eliminar cualquier posibilidad de compromiso. La hora de la
democracia cristiana ha pasado. La Junta no ha trabajado a favor de Frei, a pesar de que éste
bendice la sublevación. La sangre derramada levanta la hipoteca de la restauración de la derecha
civilizada. Lo adversarios, que pensaban que con la eliminación del gobierno "marxista" volvería la
belle époque, se han equivocado. El golpe de Estado del 11 de septiembre significa una verdadera
ruptura histórica, sellada con la sangre de las víctimas. Para salvar al país del "cáncer marxista" y
"proteger la democracia", el ejército no deja el menor vestigio del "Estado de compromiso" y
proclama el estado de sitio, en el cual se adjudica una función tutelar. La represión generalizada y

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el prolongado terror de Estado demuestran que no se trata de un simple rechazo al régimen


precedente y una respuesta "técnica" al impasse en las relaciones ejecutivo/parlamento, como
creían algunos. Los militares asumen el control total del Estado, aun respetando formalmente a los
poderes que no "cedieron" a los "abusos" de la Unidad Popular, como la judicatura y la Controloría
General de la República, 71 y a pesar de que la Constitución de 1925, violada en un todo por los
generales, sigue vigente hasta el referendum de septiembre de 1980.

La Junta, integrada por los comandantes de las tres armas y carabineros, se atribuye todos los
poderes, incluso el de reformar la Constitución. La definición oficial que hacen los militares de sus
funciones no admite limitaciones. El decreto-ley nro. 1 de la Junta precisa: "La fuerza pública,
integrada constitucionalmente [sic] por el ejército, la marina, la fuerza aérea y carabineros,
representa la organización de la que se ha dotado el Estado para salvaguarda y defensa de su
integridad física y moral y su identidad histórico-cultural". Por consiguiente, a partir de ahora, el
ejército no es una rama de la administración pública sino, por el contrario, el Estado es una mera
prolongación del ejército. Y el régimen cuartelero que se instaura impone el orden cerrado.

La represión salvaje -las redadas en el Estadio de Santiago y las ejecuciones sumarias— se


institucionaliza gradualmente. Según los cálculos, las operaciones de extirpación de la "lepra roja"
del primer año provocaron unas treinta mil a cincuenta mil víctimas, mientras que noventa mil
chilenos (sobre una población de nueve millones) fueron arrestados. A partir de 1974, la DINA,
policía política dependiente directamente del ejecutivo, centraliza las operaciones que hasta
entonces habían quedado libradas al celo de los cuerpos del ejército y los jefes de unidad. La
Dirección Nacional de Inteligencia es rebautizada Central Nacional de Información en agosto de
1977, tras el asesinato, en Nueva York, de Orlando Letelier, ex ministro de la Unidad Popular, por
agentes de la DINA. El nombre cambia, los métodos no, aunque a partir de 1978 la residencia
forzada y la deportación tienden a reemplazar a la "desaparición". El cambio de nombre de la
DINA y una muy limitada ley de amnistía, impuesta por la presión internacional y sobre todo de
Estados Unidos, no modifican el clima político ni, menos aún, la naturaleza del régimen. Por el
contrario, en 1977, los partidos que habían escapado a las leyes que golpearon a las fuerza
políticas de izquierda quedan disueltos. El objetivo principal de la medida es amordazar a la
democracia cristiana, sospechosa de haber tomado sus distancias del régimen. Los eufemismos
("estado de emergencia" en lugar de "estado de sitio", "restricción de desplazamientos nocturnos"
en lugar de "toque de queda", "transferencia" por "deportación") buscan mejorar en el exterior la
imagen sumamente deteriorada de un régimen marginado del concierto de las naciones.72

Porque este régimen contrarrevolucionario, creado para proteger a la "democracia" e incluso los
"derechos humanos" contra el "totalitarismo marxista", parte del principio de que el país está en
guerra. La "agresión extranjera" fue derrotada en septiembre de 1973, pero subsiste la amenaza
de la "subversión latente" y las "ideologías extranjeras". La "civilización occidental y cristiana" debe
dotarse de los medios institucionales para su defensa. Es por eso que los militares conservan el
poder en Chile, donde el colectivismo ha pervertido profundamente los espíritus. A partir de 1973,
a excepción de las económicas, todas las carteras ministeriales están en manos de oficiales
superiores de las cuatro armas. Los gobernadores regionales y la mayoría de los intendentes
comunales también son militares. La policía de las ideas y el control de la actividad intelectual no
escapan a las fuerzas armadas. Los rectores y administradores militares se encargan de expurgar

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el cuerpo docente y eliminar las disciplinas críticas de las universidades. La historia y la geografía
pasan por el cedazo del nuevo régimen: la geopolítica, materia en la cual el general Pinochet es un
"experto",73 se vuelve una disciplina por derecho propio y la historia chilena se detiene en los
umbrales del siglo XX.

La criminalización de todo disenso social permite afirmar que Chile se ha convertido en "una casa
correccional para delincuentes políticos". Este Estado autoritario, con sus pretensiones de cruzada
antidemocrática, carece, empero, de un fundamento ideológico capaz de sustentar un consenso o
movilizar a los ciudadanos. Cierto que se elabora una "doctrina de la seguridad nacional" y que en
1974 se crea una Academia de Seguridad Nacional, donde los oficiales reciben instrucción de
parte de profesores civiles provenientes de la derecha demo-cristiana, el Partido Nacional y el
grupo fascitizante Patria y Libertad. Pero la "doctrina" tiene por único objetivo la unificación de las
filas militares, fundamentar estratégicamente y a posteriori la intervención política del ejército y
evitar los estados deliberativos en los cuarteles. Porque, para llevar a cabo la redención política
anunciada, la Junta no necesita convencer y atraer a los ciudadanos, por el contrario, busca
despolitizar e individualizar a consumidores y productores.

A pesar de las frecuentes críticas de los dirigentes de instituciones representativas, el orden militar
sí tiene un proyecto económico y social. La reorganización de la sociedad y la reestructuración
capitalista deben permitir la instauración de una democracia protegida de todo riesgo, "capaz de
enfrentar al adversario que destruyó la soberanía del Estado".74 De esa manera, la obsesión
antimarxista se acomoda a las preocupaciones ideológicas de sus aliados civiles. Se sofoca la
política para liberar la economía. La seguridad nacional coincide con las leyes del capitalismo y la
nueva división internacional del trabajo. La única libertad verdadera es la libre empresa. Ese es el
sentido de la sorprendente declaración del general Pinochet en septiembre de 1977, de que la
"suspensión de ciertos derechos humanos en Chile en realidad protege y garantiza los derechos
humanos".75 Nadie lo ha expresado con mayor claridad que Arturo Fontaine, el editorialista de El
Mercurio: "La libertad y los derechos individuales existen en razón inversa a la presencia del
Estado en la vida social. Cuanto mayor es el estatismo reinante en una sociedad, menos efectiva
es la libertad, por amplio que sea el ejercido de los derechos cívicos… El estatismo lesiona los
derechos esenciales de la persona humana y en particular su libertad real. Más que en el poder de
expresarse a través de las elecciones, ésta radica en el hecho de poseer un margen seguro e
inviolable para hacer su vida, su trabajo y, en general, tomar sus iniciativas sin interferencias
externas".76 Este elogio clásico de la política del zorro libre en el gallinero libre constituye la base
del proyecto transformador de los generales chilenos.

Revolución capitalista y "nuevo autoritarismo"

La contrarrevolución chilena tiene también un proyecto. Sorprendidos por su propia audacia y


ansiosos por justificar la magnitud de la violencia empleada, a los militares no les basta restaurar
el capitalismo, expoliado por los "comensales" de la fiesta socialista. La adopción y puesta en
práctica de las orientaciones hiperliberales inspiradas en la escuela de Milton Friedman, con su
deificación del mercado, obedecen a una lógica en gran medida militar. La hipótesis-conspiración,
según la cual el ejército chileno habría sido condicionado por Estados Unidos para la defensa del

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Autor. Rouquié, Alain

liberalismo económico y el capitalismo multinacional, no resulta convincente. En realidad, Estados


Unidos no exigía tanto en 1973, pero los generales facciosos decidieron aplicar una política inversa a
la de sus adversarios en materia económica, para justificar su poder y responder a las expectativas
de sus aliados civiles. Así como golpearon fuerte en el terreno de la represión política, aplicaron una
política de shock en materia económica. El modelo de los Chicago boys, al restablecer las leyes
"naturales" violadas por los "totalitarios", le impusieron al país los sufrimientos redentores a la medida
de las bienaventuranzas pasadas. El elevado costo social del programa se inscribe política y
moralmente en el haber. Por otra parte, la mercantilización generalizada y la desestatización de
numerosas instituciones y actividades privatizan las reivindicaciones sociales, con lo cuál se pone fin
a la acción, colectiva y, quizá, política. Esta "revolución capitalista", esta desestructuración del tejido
social, es la que debe, en palabras del general Pinochet, asegurar "un futuro sin sobresaltos ni
temores". El "dios-mercado" debe extirpar por tiempo prolongado a los demonios del colectivismo. El
liberalismo salvaje es la garantía política de la libertad de empresa. La cirugía militar garantizará la
reproducción del sistema sin necesidad de recurrir nuevamente a la fuerza.

La liberación de las fuerzas del mercado requiere el concurso de numerosos factores, algunos de
ellos coyunturales. Pero los grandes ejes del modelo son el traspaso de actividades estatales al
sector privado y la supresión de controles, subvenciones y protecciones estatales. No sólo se
reprivatiza las empresas socializadas bajo Allende —con excepción de las minas de cobre
nacionalizadas— y se restablece el mercado libre de la propiedad terrateniente mediante una
contrarreforma agraria, sino que se privatizan esferas de acción tradicionales del Estado,
oficialmente a fin de reducir los gastos públicos. Se hace un dogma de la realidad y libertad de
precios. Se levantan las barreras aduaneras, protectoras de la industria nacional. Las tasas
disminuyen del cien al diez por ciento77 a fin de abrir las puertas a la competencia extranjera y
permitir una restructuración de las industrias. Los capitales extranjeros se benefician de las
mismas prebendas que el nacional. La ley del mercado del trabajo, aplicada mediante la policía
sindical, las negociaciones salariales por empresa y la legalización del lock out, restablecen la
competencia laboral. De ese modo, la mano invisible del mercado impone la armonía en el espacio
económico abierto del mejor de los capitalismos posibles.

Según la Junta, esas medidas ortodoxas y rudas han producido un auténtico " milagro económico".
Uno más. En efecto, la inflación se reduce del quinientos por ciento en 1973 al treinta por ciento en
1978. Las reservas internacionales, constantemente disminuidas a partir de 1972, se recomponen
en 1978. A partir de 1976 se produce una innegable recuperación económica. De 1976 a 1980 la
economía chilena crece a una tasa del nueve por ciento anual.78 A partir de 1974, las
exportaciones aumentan a ritmo relativamente constante. Y el empleo de las ventajas
comparativas del país, así como una primera transformación de sus materias primas permiten una
diversificación creciente y un aumento notable de las exportaciones no tradicionales, que pasan
del siete con nueve por ciento del total en 1970 al treinta por ciento en 1979.79

El revés de la moneda no es tan halagador. Para los responsables de la economía chilena, se trata
del "costo social inevitable para sacar al país del caos". El nivel medio de los salarios se reduce en
un treinta por ciento de 1974 a 1980. El desempleo se duplica en relación a 1970: entre 1975 y 1978
afecta al trece-quince por ciento de la población, sin contar a los beneficiarios del "programa de
empleo mínimo", que brinda trabajo temporario con salarios de hambre a los desocupados.80 La

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Texto. El Estado militar en América Latina

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contracción de los gastos sociales del Estado y el bienestar social tiene consecuencias pavorosas.
Se agrava la desnutrición en ciudades y campos, 81 a la vez que se produce un aumento
espectacular de productos alimenticios de lujo: en 1978, la importación de artículos de confitería
aumenta un dieciséis por ciento, la de whisky en un ciento quince con nueve por ciento.82 Con la
reducción de los gastos públicos se deteriora enormemente el estado sanitario de la población: el
tifus y las enfermedades venéreas hacen estragos aterradores, lo que refleja el reino de la miseria.83

Más allá de un costo social ante el cual ni los tecnócratas ni los amos de Santiago se muestran
excesivamente sensibles, aparecen las debilidades del modelo económico. Las importaciones
aumentan más velozmente que las exportaciones. A partir de 1973, la balanza comercial arroja
un déficit casi constante. El ingreso de capitales financieros incrementa la deuda externa, cuyo
servicio se lleva más de la mitad de los ingresos por concepto de exportaciones, pero las
inversiones disminuyen. El coeficiente de inversión bajo los militares (alrededor del diez por
ciento) es inferior al nivel histórico, del dieciséis por ciento aproximadamente. Algunos autores
sostienen que el país se ha descapitalizado.84 A pesar de la "generosidad y el carácter casi
irresistible de las garantías ofrecidas al capital extranjero" por las autoridades chilenas, según la
Bussiness International Corporation85 Chile recibe menos inversiones extranjeras directas entre
1974 y 1979 que diez años antes. Se han realizado apenas la quinta parte de las inversiones
aprobadas, y el noventa por ciento de éstas se vuelca al sector minero. De ninguna manera se
confirma la tesis de ciertos autores, acerca de la relación directa entre el "estado burocrático
totalitario" y la "profundización" de la industrialización. No sólo se importan menos equipos
industriales que bienes de consumo, sino que, de acuerdo con la teoría de las ventajas
comparadas, el país se desindustrializa. La participación de la industria en el producto nacional
baja del veinticinco por ciento en 1972 al veintiuno por ciento en 1977, volviendo así a la
situación de 1953.86 El gobierno militar se aboca a la explotación de las riquezas naturales, que
ocupan un importante lugar en el boom de las exportaciones no tradicionales. Los bosques del
sur son talados sistemáticamente y la madera se vuelve el nuevo "salario del país" 87 Chile se
encamina así por la vía del subdesarrollo. No para todos, claro está. La concentración eco-
nómica se acentúa fuertemente gracias a la compra de las empresas socializadas y las quiebras
provocadas por el tratamiento de shock. La "extrema riqueza" se concentra en los poderosos
grupos financieros (Cruzat-Larraín y Vial) 88 Así como detrás del marginamiento político subyace
la represión, la concentración acompaña al marginamiento económico. Porque el proyecto
económico liberal hace un buen matrimonio con el proyecto de democracia protegida. El
debilitamiento de la industria reduce las filas del proletariado y la desestatización contrae el
número de empleados públicos: las dos categorías donde la izquierda reclutaba a sus
partidarios. Las "cinco o siete modernizaciones" previstas por el gran timonel Pinochet apuntan
sobre todo a la privatización de la salud, la educación y el sistema jubilatorio. Esta
mercantilización de los servicios públicos posee ventajas por partida doble, de acuerdo a los
reformadores: el retiro del Estado despolitiza las actividades "sensibles"; la capitalización del
seguro social asocia al individuo al sistema de mercado y lo vuelve más individualista. Esta
revolución capitalista global debe conducir a un cambio de mentalidad.89

Esta lógica no parece extraña al régimen seudocivil del Uruguay, cuya economía sigue el camino
del subdesarrollo en grado mayor que la de Chile. Indudablemente, Uruguay es uno de los
poquísimos países del mundo que, estando en paz con sus vecinos, ve disminuir su población. A

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Autor. Rouquié, Alain

una baja tasa de crecimiento demográfico (uno con tres por ciento) se une el hecho de que el diez
por ciento de la población emigró del país entre 1963 y 1975. Doscientos mil uruguayos emigraron
a la Argentina, otros a distintos países incluso Europa. Gracias a esta sangría sin precedentes, el
país perdió no sólo a su elite intelectual sino también a un importante sector de la población activa.
La contracción y envejecimiento de la mano de obra no favorecen el dinamismo económico.

Sin embargo, la fuga de cerebros no preocupa gran cosa a los poderes públicos. El señor Vegh
Villegas, ministro de Economía, miembro del Consejo de Estado y padre del nuevo modelo
económico, sostiene que el éxodo beneficia al país porque significa un aumento del ingreso
nacional gracias a las remesas de fondos por parte de los exiliados.90

La política neoliberal de estos monetaristas acérrimos, que apuestan todo al comercio exterior, no
se preocupa por la salud intelectual del país. La política "friedmaniana" del señor Vegh Villegas y
sus colaboradores, 91 inspirada en la escuela de Chicago, comprende no sólo un recorte drástico
de los gastos del Estado y la apertura de las fronteras, sino también las concentración de la
riqueza, en los sectores de mayores ingresos, con el fin de reactivar el ahorro, eliminar las
industrias "ineficientes" o de "costo excesivo" y el fomento de las industrias nacionales que puedan
competir en el exterior.92

Las consecuencias sociales de semejante política se expresan en algunas cifras. Según el Banco
Central, el índice del salario real (cien en 1968) baja a sesenta y nueve en junio de 1977. La
desocupación en Montevideo asciende del siete por ciento en 1972 al trece por ciento en 1977. El
nuevo modelo de estabilización financiera y economía abierta reduce el mercado de consumo
interno, golpeando duramente a las industrias no exportadoras, las cuales, por otra parte, sólo
cuentan con créditos caros. Esta política ni siquiera perdona a los ganaderos, quienes se quejan
amargamente de la presión fiscal: la producción disminuye constantemente.

Los grandes beneficiarios son los sectores financieros exportadores. La inflación y la política de
elevadas tasas de interés redunda en la alta rentabilidad de la actividad financiera. Las industrias
exportadoras (carne, cueros y pieles, textil, calzado) reciben ayuda fiscal y bancaria. Estas "primas a
la exportación", que se llevan una buena tajada del presupuesto estatal, permitieron aparentemente
un cierto crecimiento de las exportaciones no tradicionales en 1974-1975. Pero la atracción del
capital especulativo y la incertidumbre política se combinan para mantener al Uruguay en el punto
más bajo (junto con Haití y Guatemala) de la escala de las inversiones. Lo cual es un mal augurio
para el éxito del modelo.

Porque a pesar de la desestructuración global del sistema político y social al costo que ya conocemos,
Uruguay no se convierte en el Hong Kong sudamericano, como lo deseaban los monetaristas más
acérrimos. Hasta ahora, a pesar de la nueva división internacional de la producción, los inversores
extranjeros en América latina gravitan hacia los mercados en expansión. Los salarios uruguayos no
son lo suficientemente bajos como para atraer a las industrias de montaje, y el país se halla demasiado
lejos de Estados Unidos como para competir con las maquiladoras de la frontera mexicana. Por otra
parte, al producir principalmente para la demanda externa, el "modelo" acrecienta la dependencia del
país. La crisis argentina de 1976 provocó una sensible contracción de las exportaciones industriales
uruguayas. El milagro uruguayo no se produjo. El crimen no siempre paga.

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¿Habéis dicho fascismo?

¿Cómo definir a estos regímenes autoritarios que, surgidos en el seno de una democracia estable,
se instalan mediante la violencia y buscan restablecer la supremacía del mercado? La analogía
política posee larga vida. El pasado reconforta y permite visualizar el porvenir, a la vez que
condiciona las alianzas que conducen al mismo. No se trata de un problema meramente
terminológico ligado a las tentaciones fáciles de la tipología. Por cierto, la ardorosa polémica que
se desarrolla en los medios intelectuales de la izquierda latinoamericana tiende a caer en el
fetichismo de las palabras, pero no se detiene allí. El decano, el Partido Comunista chileno, define
al régimen de Pinochet como fascista. El partido de Corvalán debía caer fatalmente en esa
definición del adversario en virtud de su propia cultura política. Dejando de lado que Chile no es un
país imperialista, ¿acaso la definición clásica del Séptimo Congreso de la Internacional Comunista
no le calza a la dictadura como anillo al dedo? Basta adaptar la formulación tácita de "dictadura
abierta y terrorista de los elementos más reaccionarios, más chovinistas y más imperialistas del
capital financiero" a un país dependiente y ya sabe uno con quién tiene que vérselas y, al igual que
en 1935, puede visualizar las alianzas más amplias.

Por otra parte, ¿acaso no se trata, como en las clásicas experiencias europeas, de un régimen
contrarrevolucionario nacido de la derrota de la clase obrera gracias a la movilización de una clase
media aterrorizada? Además, ese autoritarismo posee una ideología: la de la seguridad nacional.93 Y
por último, tales dictaduras surgen siempre en el seno de sociedades de desarrollo capitalista tardío,
donde la burguesía, al igual que en Alemania e Italia, se muestra débil e incapaz de emprender el
camino del progreso social. Sin embargo, todo esto se aplica escasamente a Chile y en nada al
Uruguay donde el moroso golpe de Estado tuvo un carácter más bien preventivo. Para tomar una
distinción clásica, estos regímenes son, quizá, "verdugocracias"; no son totalitarios sino autoritarios,
porque carecen de una ideología destinada a regimentar a los ciudadanos. En Chile, la doctrina de la
seguridad nacional al uso militar apareció después del golpe de Estado. La movilización de las clases
medias se detiene con el ascenso de Pinochet, quien no ha creado partido alguno. Estos regímenes sin
partido único ni aparato de movilización no poseen ni aspiran a una base de masas. No movilizan a los
ciudadanos: los despolitizan. No adoctrinan a los trabajadores: los incitan a volver al sector privado. No
los hacen marchar juntos (zusammen marchieren) y conservando el paso, sino que los aíslan. Por
feroces que sean, no todas las dictaduras o regímenes contrarrevolucionarios son fascistas ipso facto.
El fascismo hitleriano o mussoliniano empleaba una retórica anticapitalista, ausente en los ditirambos al
mercado sudamericano. El fascismo es, ante todo, el "disfraz popular de la contrarrevolución"; como
decía Bertolt Brecht, "pretende proteger al proletario como el proxeneta protege a la prostituta". Nada
de eso sucede aquí, donde la violencia se ejerce sin tapujos. Los militares no se ocultan.

Por consiguiente, este "fascismo dependiente" es dependiente pero no es fascismo. En cuanto a la


fórmula de un "fascismo exterior", exportado por Estados Unidos para reducir a Chile y Uruguay al
estado de colonias, suena bien pero es insuficiente.94 Sería necesario demostrar que los ejércitos,
instrumentos de esta dominación, son exclusivamente mercenarios, a las órdenes de un Estado
extranjero, o nacionales sólo de nombre. La diatriba se aparta de la realidad. En ambos casos,
Estados Unidos favoreció soluciones "limpias" de "democracias restringidas" y ambas dictaduras
demostraron durante el gobierno de Carter que eran capaces de enfrentara la administración
norteamericana en caso de necesidad.

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En realidad, incluso en circunstancias y enfrentamientos sociales análogos, a sociedades


diferentes corresponden dictaduras contrarrevolucionarias disímiles. Aunque las condiciones sean
parecidas, no se puede repetir el fascismo fuera de su contexto europeo de preguerra. Además,
las similitudes entre los dos "fascismos" que estamos analizando son tan limitadas como diferentes
las sociedades chilena y uruguaya. En Chile, la dictadura militar surge en una sociedad muy
"movilizada, polarizada y politizada"95 y evoluciona hacia un poder unipersonal ratificado en los
plebiscitos mediante los cuales el general Pinochet asegura su preeminencia. La nostalgia por el
orden y un cierto éxito económico le dan al régimen una cierta legitimidad sectorial. En Uruguay,
donde la clase obrera no fue vencida ni los partidos tradicionales desmantelados, el proceso de
militarización se produce casi sin rupturas. El noviembre de 1980, los generales sin rostro,
divididos, convocan a un referéndum para legitimar su poder, pero son derrotados. Este régimen
sin líder, sin éxitos económicos y sin unidad se encuentra a la deriva, a la espera de que surja un
caudillo militar o se produzca el derrumbe final. El nombramiento del general Gregorio Álvarez a la
presidencia en agosto de 1981 es, tal vez, el esbozo de la realización de la primera hipótesis.

El objetivo de estos Estados militares no es fundar un nuevo orden político sino suprimir la política.
Estas repúblicas militares gozan de cierta autonomía en relación tanto a Estados Unidos como a
las burguesías que se benefician con su instauración. El dirigismo espontáneo de esos oficiales de
ejércitos estatales no coincide sino coyunturalmente con las políticas neoliberales que propugnan.
Los oficiales uruguayos, funcionarios uniformados, no están todos convencidos, sobre todo en los
grados subalternos, alejados de esos negocios jugosos que son patrimonio de sus superiores, 96
de la necesidad de privatizar las empresas públicas y "adelgazar" el Estado. Pruebas al canto: la
facultad otorgada al Estado de despedir a los funcionarios no se aplica con todo el rigor que
desearían los economistas de la escuela de Chicago. Se dirá que es una contradicción secundaria,
Pero, cómo explicar el hecho de que en Chile las minas de cobre nacionalizadas en 1970 no
fueran devueltas a las empresas norteamericanas. Porque los militares se negaron a
desnacionalizar ese recurso natural estratégico. Y es también por eso que el Estado tiene peso
determinante en la economía y que, a pesar de la privatización de las empresas nacionalizadas
por la Unidad Popular, los gastos públicos representan el treinta por ciento del PBI, contra el
veintidós con cinco por ciento en 1960.97 Más que definir el carácter de esos regímenes, es
necesario determinar las funciones que desempeñan los militares en ellos. Constituyen una suerte
de hegemonía sustitutiva frente a las crisis que hemos analizado. Un corset para reemplazar al
cuerpo y la carne de una clase dirigente coherente. La prótesis militar sustituye a la naturaleza viva
una de un consenso organizado y eficiente. El Estado-aparato reemplaza al Estado- relación de
fuerzas sociales. Lo cual no significa que el ejército está por encima de las clases o que es
instrumento de la burguesía, sino que puede actuar de acuerdo con las dos modalidades, no
alternativa sino simultáneamente.

Notas

1 Véase Ernst Halperin, Nationalism and Communism in Chile, Cambridge, 1965, págs. 27-28.

2 Theodor Wyckoff, "Tres modalidades del militarismo latinoamericano”, Combate (San José, septiembre-octubre 1960),
pág. 15.

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3 Cifras presentadas ante la Subcomisión de las Naciones Unidas para la Prevención de la Discriminación y la Protección
de Minorías. Le Monde, 21-22 agosto 1977. Ver también los informes de Amnesty International.

4 Según el oficial Julio César Cooper en una conferencia de prensa convocada por Amnesty International. Véase "Uruguay,
Fillin Gaps", en Latin American Political Reports, Londres, 9 marzo 1979. Véanse las revelaciones del oficial H.W. García
Rivas en Proceso (México), 16 junio 1980.

5 Véase "Répression en Uruguay. A côté des méthodes de torture 'classique', des techniques pharmacologiques sont de
plus en plus souvent employées". Le Monde, 20 junio 1978; "Le laboratoire uruguayen", Le Monde, 14 junio 17979.

6 La Dirección Nacional de Inteligencia, que responde directamente al jefe del Estado, es reemplazada en agosto de 1977
por la Central Nacional de Información con las mismas atribuciones.

7 Salvo durante la crisis de 1891 que enfrentó al presidente Balmaceda con el Congreso y culminó con el suicidio de aquél
tras una breve guerra civil. Balmaceda era partidario de un rol más activo del Estado en la economía nacional. En cuanto al
"Estado enclave", véase, entre otros, Aníbal pinto, "Desarrollo económico y tensiones sociales en Chile". Trimestre
económico (México, octubre-diciembre 1963), págs. 641-658.

8 Véase Antonio García, "Reflexiones sobre los cambios políticos en América latina. Las clases medias y el sistema de
poder", Revista mexicana de sociología (julio-septiembre 1968) págs. 593-602.

9 Véase Fernando Henrique Cardoso y E. Faletto, ob. cit, págs. 118-135.

10 Atilio Botón, "El estudio de la movilización política en América latina: la movilización electoral en la Argentina y Chile",
Desarrollo económico (Buenos Aires, julio -septiembre 1972), págs. 211-243. Véase también Ricardo Cruz Cooke, Geogra-
fía electoral de Chile. Santiago, 1952, págs. 13-50.

11 Los sindicatos campesinos fueron ilegales hasta 1937, después de lo cual se tolera su existencia pero son muy difíciles
de constituir legalmente. La participación campesina se reduce aun más con la exclusión de los analfabetos.

12 Véase Maurice Zeitlin, ”The Social Determinants of Political Democracy in Child", en James Petras, Maurice Zeitlin y col.,
ob. cit., págs 220-234.

13 Ob. cit., pág. 232. Antonio García, ob. cit., pág. 548.

14 Véase Liliana de Riz, Sociedad y política en Chile (de Portales a Pinochet). México, 1979, págs. 60-63.

15 Véase RA. Hansen, ob. cit., págs. 119-136, y Antonio Cavalla Rojas, Organización y estructura de las fuerzas armadas
chilenas México, 1978 (mimeografiado), págs 60-65.

16 Régis Debray, Entretiens avec Allende sur la situation au Chili. París, 1971, Págs. 24-41. (Edición en español:
Conversaciones con Allende. Barcelona, 1971).

17 La CIA había recibido autorización para invertir tres millones de dólares para garantizar la elección de Frei Se utilizó por
lo menos la mitad de esa suma. Véase el informe del Senado. Covert action in Chile, 1963-1973, cit., págs. 9-15. Se dice

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que Frei aprovechó esta ayuda sin saberlo.

18 La lentitud de la reforma se agrava al quedar marginados los asalariados temporarios de los fundos. Durante el primer
año y en el marco de la misma ley, Allende expropia tantas propiedades como Frei de 1965 a 1970. También enfrentará el
problema de los obreros rurales temporarios.

19 Fabio Vidigal Xavier de Silveira, Frei, el Kerensky Chileno. Buenos Aires, 1968, pág. 173.

20 Liliana de Riz, ob. cit., pág. 199.

21 Véanse las declaraciones de los partidos: "Declaraciones para la historia", Punto final (Santiago), 28 octubre 1969.
Asimismo, los debates en el Senado sobre la crisis, con la intervención de A. M. Carrera en favor del ejército. República de
Chile, Diario de sesiones del Senado, 29 octubre 1969, págs. 130-134. El senador socialista Aniceto Rodríguez trató de
refutar las acusaciones de golpismo en declaraciones posteriores, a la vez que declaraba que su partido no podía defender
"un civilismo trasnochado". Ultima Hora (Santiago), 11 noviembre 1969.

22 Eso, al menos, es lo que sostiene el general Viaux. Véase Florencia Varas, Conversaciones con Viaux. Santiago, 1972,
pág. 120. Allende le habría ofrecido una embajada.

23 Véase Augusto Varas, Felipe Agüero, Felipe Bustamante, Chile. Democracia, fuerzas armadas. Santiago, 1980, cap. IX,
págs. 170-177.

24 Federico Fasano Martins, Después de la derrota, un eslabón débil llamado Uruguay. México, 1980, pág. 139.

25 Wyckoff, ob. cit, págs. 13-14.

26 El rendimiento uruguayo es sumamente bajo en comparación con el de otras economías especializadas del mismo tipo.
Las explotaciones lecheras rinden la cuarta parte de sus similares neocelandesas, y las ovejas rinden 2,9 kg de lana, por
cabeza, contra 4,9 kg. para este último país. Para producir una tonelada de carne se requieren 27 animales en Uruguay,
pero 17 en la Argentina y 13 en Holanda. Una de las causas de esta situación es la insuficiencia de las inversiones.

27 La tasa de aumento de la producción fue nula entre 1951 y 1968.

28 La tasa de crecimiento anual per capita del PBI fue del 0,7 por ciento de 1950 a 1960 y del -0,1 por ciento de 1960 a
1970. ONU—CEPAL, Estudio económico de América latina. Nueva York, 1970.

29 El aumento del costo de la vida rozó el 136 por ciento en 1967.

30 El índice llega al 60,2 en 1967 (100 = 1957), contra 91,4 para la industria. Universidad de la República. Instituto de
Economía, El proceso económico en el Uruguay. Montevideo, 1969, págs. 274-330.

31 Véase, entre otros, Gabriel Smirnow, La revolución desarmada. Chile, 1970-1973. México, 1977.

32 Según Joan Garcés, asesor de Allende. Véase sobre todo, "Allende, les militaires et la voie socialiste au Chili", Le
Monde, 18 y 19 diciembre 1973.

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33 El incidente de los "baúles cubanos" desembarcados en el aeropuerto de Santiago con destino a la Presidencia,
demuestra hasta qué grado los militares estaban alertas. A principios de 1972, unos baúles misteriosos provenientes de
Cuba llegan a Pudahuel. La oposición habló de importación ilegal de armas. El gobierno respondió que se trataba de obras
de arte. Sobrevino un período de tensión que culminó en la aprobación de la "ley de control de armamentos", que permitía
a las fuerzas armadas requisar todo para asegurase de que su monopolio no había sido violado. La ley fue utilizada por los
militares facciosos contra la izquierda. Véase Paul E. Sigmund, The Overthrow of Allende an the Politics of Chile (1964-
1976). Pittsburgh, 1977, pág. 183.

34 Carlos Altamirano, Chili, les raisons dime défaite. París, 1979, pág. 130. Altamirano atribuye esta ocurrencia al general
Prats, en vísperas de su renuncia.

35 Régis Debray, "Il est mort dans sa loi", Le Nouvel Observateur, 17 septiembre 1973.

36 Covert Action in Chile, ob. cit.,; US Congress, Senate Committee on Foreign Relations, Multinational Corporations and
United States Foreign Policy, Hearings, 93rd Congr., 1st Sess, 1973; en dos partes, una de las cuales se intitula "The
International Telephone and Telegraph Cy and Chile (1970-1971). Alleged Assassination. Plots Involving Foreing Leaders:
In term Report, 1975.

37 Alleged Assassination..., págs. 240-248. P. García, ed., El caso Schneider. Santiago, 1972.

38 Covert Action…, pág. 25 y The International Telephone..., pags. 626-720.

39 Se asignaron 13 millones de dólares a ese fin. Véase Joan Garcés, Allende et l'expérience chilienne. París, 1976, pág. 62.

40 The International Telephone..., págs. 623-624.

41 Marcel Niedergang, "Le Pouvoir derrière les fusils", Le Monde, 2 noviembre 1972.

42 US Overseas Loans and Grants… Véase también: United States-Chilean Relations, Hearing before the Subcommittee
on Inter-American Affairs of the Committee on Foreign Affairs House of Representatives, 93rd Congress, 1st. Sess.,
Washington, 6 mayo 1973, págs. 13-14.

43 Según USA Defense Department, Military Assistance and Military Sales, 1967, 1971, 1975, en Aportes, Paris, octubre
1967. Marcha. 14 julio 1972;NACLA Report (Nueva York), enero 1976.

44 General Carlos Prats, Una vida por la legalidad México, 1976, pág. 44. El memorándum presentado por los generales a
Allende en abril de 1973 insistía en dos cuestiones: delimitación de sectores económicos y relaciones con Estados Unidos.

45 Ob. cit., pág. 34.

46 La política de expansión económica y el incremento del poder adquisitivo de los trabajadores acrecienta los beneficios
de las pequeñas y medianas empresas; la extensión del seguro social a los trabajadores independientes mejora la situación
de las clases medias. Véase la polémica sobre las clases medias y un eventual "compromiso histórico" en Punto final,
órgano del MIR, "En pos de las clases medias", 15 febrero 1972; "Las clases medias y el poder de los trabajadores", 25
marzo 1972. Antonio Bandeira, Ideological Struggle in Chile: the Middle Class and the Military, Toronto, 1974.

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47 El XXII Congreso del PS chileno, reunido en Chillón en 1967, preoconizaba la `violencia revolucionaria [como] única vía
que conduce a la toma del poder económico y político", considerando que las formas de acción legal conducían a la lucha
armada. Alain Joxe, Le Chili sous Allende. París, 1974, págs. 38-39.

48 Garcés, ob. cit., pág. 177 y Joxe ob. cit.

49 La escisión de izquierda de la DC se inicia en 1969 con la formación del Movimiento de Acción Popular Unificada
(MAPU), integrado por fundadores de la DC como Rafael Gumucio y personalidades tan destacadas como Jacques
ChonchoL El MAPU formó parte de la UP. En julio de 1971, otra fracción de izquierda que apoya a Allende rompe con la
DC para formar Izquierda cristiana.

50 Manuel Cabieses Donoso, "Una dictadura militar necesaria", Punto final (3 julio 1973) expresa el punto de vista del MIR.
En cuanto al poder popular, véase el artículo X de A. Silva y P. Santa Lucía, "Los cordones industriales", Les Temps
modernes (enero 1975), págs. 707-743.

51 De octubre a marzo de 1971, 177 artículos de primera página de El Mercurio se refieren al "caos". Garcés, ob. cit., pág. 191.

52 El aprovisionamiento es controlado por los consejos populares llamados Juntas de Abastecimiento y Precios (JAP),
creados en julio de 1971, que se transforman en organismos políticos partidistas, y por una secretaría de comercialización y
distribución presidida en 1973 por el general Bachelet.

53 Véase Joan Garcés, "L'Affaire Toha", Le Problème chilien. Démocratie et contre-révolution. Verviers (Bélgica), 1975,
págs. 139-182.

54 Ricardo Cox, "Defensa social interna". En Instituto de Estudios generales, Fuerzas armadas y seguridad nacional.
Santiago, 1973, págs. 91-117.

55 Así lo reveló el general Pinochet en 1974. Le Monde, 15 marzo 1974.

56 Fasano Mertens, ob. cit, págs. 150-151.

57 Véase el análisis detallado de los acontecimientos y las resoluciones en el artículo de François Lerrin y Cristina Torres, "Les
transformations institutionnelles de l'Uruguay (1973-1978)", Problèmes d'Amérique latine (no 49, noviembre 1978), págs., 9-57.

58 Entrevista en el semanario brasileño Veja, 30 diciembre 1974.

59 Nombre del presidente reformista colorado José.Batlle y Ordóñez, fundador del Uruguay moderno.

60 Según el acto II, artículo 7: "La preservación de la seguridad nacional es de competencia y responsabilidad directa de
las fuerzas armadas a través de los órganos establecidos por la ley" (Diario Oficial de la República Oriental del Uruguay.
Documentos. 28 junio 1978, pág. 3).

61 Por este acto se crea un Consejo Nacional integrado por los 25 miembros del Consejo de Estado y por la junta de
generales, compuesta de 21 oficiales. El nuevo Consejo aprueba por mayoría de dos tercios, lo cual otorga a los militares
poder de veto. Su misión es designar el presidente de la República.

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62 Actos institucionales, suplemento de El Soldado (s/f), pág. 31.

63 En los considerandos del acto II se dice que gracias a "la acción coherente y sistemática de las fuerzas armadas”, el
poder ejecutivo es "la espina dorsal de la organización política nacional" (Diario Oficial cit., pág. 2).

64 Véase el informe anónimo pero a todas luces de origen militar publicado por la revista mexicana Cuadernos del Tercer
Mundo (enero 1978), "Uruguay, la vida cotidiana". Las cifras oficiales, reproducidas en el Military Balance de Londres, son
mucho más reducidas.

65 El secuestro de dos refugiados en Porto Alegre (Rio Grande do Sul) por la policía uruguaya reveló, gracias a la libertad
de prensa recientemente adquirida en Brasil, que tales prácticas eran corrientes en años anteriores. Con el cambio de clima
político en Brasilia, el incidente provocó cierta tensión diplomática entre ambos países. Veja, 29 noviembre 1978, e Istoé,
misma fecha.

66 Existe un informe muy completo de los cambios provocados y la política aplicada en el expediente elaborado por la OIP
y la FISR y presentado a la Asamblea General de la UNESCO, París, octubre 1978: Uruguay (1973-1978). Notes on
Education, Science, Culture, Communication (mimeogr.), 62 páginas.

67 Véase la entrevista concedida por el señor Wilson Ferreira Aldunate J.P. Clerc, Le Monde, 7 septiembre 1978.

68 Entrevista a J. Garcés (13 noviembre 1973). Véase también Paul Drake, ob. cit., págs. 330-335., y Alain Joxe. "L'Armeé
chilienne et les avatars de la transition", Les Temps modernes, junio 1973, págs. 2006-2036.

69 New York Times, 27 septiembre 1973; Latin America Political Report (Londres), 9 noviembre 1973. Le Monde, 15
septiembre 1973; Le Nouvel Observateur 1 y 8 octubre 1973, y entrevista a Joan Garcés, 13 noviembre 1973.

70 Entrevista al general Pinochet, Le Monde, 15 marzo 1974.

71 La Contraloría, institución mitad Consejo de Estado y mitad Tribunal de Cuentas, hostigó a Allende constantemente.

72 En diciembre 1977, la Asamblea General de la ONU condena a Chile por violaciones a los derechos humanos. En 1978,
el general Pinochet convoca a un plebiscito donde los electores deben elegir entre el apoyo a su persona y la aprobación
de la resolución de la ONU.

73 Augusto Pinochet, Geopolítica. Santiago, 1968.

74 Discurso del general Pinochet, El Mercurio, edición internacional, 11 junio 1977.

75 Citado por Philippe Grenier, "Le Chili du général Pinochet", Problèmes d'Amérique latine (no 58, diciembre 1980), pág. 46.

76 El Mercurio, edición internacional, 11 agosto 1975.

77 Sergio Bitar, "Libertad económica y dictadura política. La junta militar chilena (1973-1978)", Comercio Exterior (México,
29 octubre 1979), pág. 1070.

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78 Véanse los trabajos de Mario Lanzarotti y Carlos Ominami, sobre todo "Vers une nouvelle régulation économique",
Amérique latine N° 6, verano- 1981), pág. 42.

79 Ob. cit, pág. 43. Banco Sudameris, Études économiques. La situation économique du Chili, París, octubre 1980.

80 S. Bitar, ob. cit., pág. 1074.

81 El consumo diario de proteínas per capita bajó de 53,2 por ciento en 1974 a 43,1 en 1978. Véase H. Vega, "Políticas
económicas y desmultiplicación de los panes". Análisis (Santiago), n° 6, 1979. Véase también: "¿Cómo vive nuestro pueblo
trabajador? Los salarios reales", Mensaje ' (Santiago), septiembre 1977 y Banco Interamericano de Desarrollo, Progreso
económico y social en América latina. Washington, 1978.

82 Sergio Spoerer, Los desafíos del tiempo fecundo. México, 1970, pág. 43.

83 R. Urzúa, "Salud, impacto de la recesión y deterioro de sus niveles". Mensaje (julio 1977) y Bitar, ob. cit., pág. 1076.

84 Ob. cit., pág. 1073.

85 Business in Latin America (30 marzo 1977), citado por Carlos Ominami, "Libéralisation au Chili", Le Monde diplomatique,
enero 1981.

86 Según Bitar, ob. cit., pág. 1073, y del 27,2 por ciento en 1970 al 24 por ciento según Ominami y Lanzarotti, ob. cit, pág. 42.

87 Chile-ficción. La política en 1982" ¿Qué pasa?, 26 abril 1979.

88 Véase el excelente Mapa de la extrema riqueza, de F. Dahse, Santiago, 1979.

89 Véase "Chile's Radical Experiment", Newsweek, 25 mayo 1981 y el informe especial de Amérique latine, "Chili, un projet
de révolution capitaliste". En cuanto al cambio de mentalidad, véase el suplemento económico de Ercilla, Santiago (n° 6,
1981), donde se exponen las ventajas de la economía de mercado. En cuanto al sistema de capitalización en oposición al
de bienestar social, "Reforma previsional: compare su futuro", Ercilla, 26 noviembre 1980 y los comentarios de Javier
Martínez en "Chile nuevo: une fois encore", Amérique latine (verano 1981), págs. 27-29.

90 El Día (Montevideo), 27 mayo 1977.

91 Hay un balance de los fundamentos teóricos de la nueva política económica en José Manuel Quijano, "Uruguay, balance
de un modelo friedmaniano", Comercio exterior (México), febrero, 1978, págs. 173-211. Para una interpretación más polí-
tica de la relación entre el régimen militar y el proyecto económico global, se puede consultar a Nelson Minello, La
militarización del Estado en América latina. Un análisis de Uruguay. México, El Colegio de México, 1976.

92 Según la revista neoliberal, vocero del señor Vegh Villegas, Búsqueda (Montevideo), mayo 1975.

93 Teotonio dos Santos, "Socialismo y fascismo en América latina", Revista mexicana de sociología (enero-marzo 1977),
págs. 186-187.

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94 Esta tesis del colonial-fascismo, formulada por Helgio Jaguaribe para el caso de Brasil (Les Temps moderne; octubre
1967, pág. 602) ha conocido últimamente un nuevo auge. Véase "Fascismo y colonialismo en el caso chileno", Chile-
América (Roma), julio-agosto 1970, págs. 70-80. Para una crítica de la misma véase Atilio Borón, "El fascismo como
categoría histórica: en torno al problema de las dictaduras en América latina", Revista mexicana de sociología (abril-junio
1977), págs. 481-530.

95 Manuel Antonio Garretón, Procesos políticos en un régimen autoritario. Dinámicas de institucionalización y oposición en
Chile (1973-1980). Santiago, 1980 (mimeogr.), pág. 9.

96 Fasola Mertens, ob. cit., pág. 148.

97 Banco Sudamesis, ob. cit

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