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Pettit No Dominación
Pettit No Dominación
í
116 La libertad republicana
L La n o -d o m in a c ió n c o m o b ie n pe r s o n a l
Un bien instrumental
otro que puede practicar esa interferencia, aun siendo muy improbable
que lo haga.
Contra lo argüido hasta aquí, se puede sostener que quienes abrazan
la libertad como no-interferencia no son generalmente conocidos por
su afición ni por su tolerancia a la incertidumbre, el medro estratégico
y la subordinación. ¿Cómo explicar eso? Se puede tal vez responder
que quienes abrazan ese ideal a menudo dan por sentado que la mejor
forma de promoverlo es sirviéndose de las instituciones tradicionales,
no-dominadoras —por las instituciones del derecho consuetudinario,
pongamos por caso—, la justificación más obvia de las cuales —y más
en la tradición— es el deseo de evitar la arbitrariedad. De manera que
lo que esta gente efectivamente acepta no es lo que oficialmente acepta:
no aceptan tanto la libertad como no-interferencia a secas, cuanto la
libertad como no-interferencia bajo el imperio de un derecho así.2
Esta versión restringida del ideal de no-interferencia es lo bastante
parecida al ideal de libertad como no-dominación como para parecer
que excluye la incertidumbre, el medro estratégico y la subordinación.
Y es verdad que éstos últimos son eliminados en el ámbito en el que las
relaciones entre las gentes están estructuradas por los requerimientos
judiciales oportunos. Pero este ideal restringido queda aún a cierta
distancia de la libertad como no-dominación. Pues es compatible con la
tolerancia de la dominación —y de la incertidumbre, el medro
estratégico y la subordinación que van con ella— en los ámbitos en los
que los requerimientos judiciales oportunos abandonan a las gentes a su
propia suerte. Así pues, es compatible, a diferencia de la libertad como
no-dominación, con la dominación que acontezca en el lugar de trabajo,
o en el hogar, o en una miríada de los llamados espacios privados.
No creo que nadie pueda ser indiferente a los beneficios prometidos
por la libertad como no-dominación. Que ustedes sean capaces de vivir
sin la incertidumbre de tener que soportar interferencias; que sean
capaces de vivir sin tener que estar en alerta permanente a la hora de
tratar con los poderosos; y que sean capaces de vivir sin estar
subordinados a otros: tales son los grandes y tangibles bienes que andan
en juego y que proporcionan un vigoroso argumento en favor de los
atractivos instrumentales de la libertad como no-dominación.
Un bien primario
IL La n o -d o m in a c ió n c o m o a s u n t o d e in t e r é s po l ít ic o
A
130 La libertad republicana
I
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ni. La no -d omin ació n es un objetiv o , no una restric ció n
Supuesto que la no-dominación es, en efecto, un valor, y un valor
relevante para el sistema político, la cuestión siguiente es: ¿cómo
134 La libertad republicana
Consecuencialismo y no-consecuencialismo
El consecuencialismo republicano
443; Ingram 1994). La influencia irradiada por este foco de los derechos
naturales se hace sentir claramente en varios documentos posteriores,
inequívocamente republicanos, por lo demás. Así en los Comentarios de
las leyes de Inglaterra de William Blackstone, publicados en la década
de 1760, y desde luego en los Federalist Papers (Lacey y Haakonssen
1991). Yo me inclino, no obstante, a pensar que cuando los republica
nos hablaban de derechos naturales, generalmente trataban de sostener
que determinados derechos resultaban medios esenciales para lograr la
libertad como no-dominación, y que el calificativo de naturales aplica
do a esos derechos no tenía para ellos sino un significado retórico. Y en
particular, que eso no implicaba que los derechos fueran normas fun
damentales que tuvieran que ser respetadas al modo deontológico.4
Cualquiera que haya sido, empero, la verdad en lo que toca a la
tradición histórica, yo creo que la mejor orientación que podemos adoptar
respecto de un valor como el de la no-dominación es, desde luego, la
teleológica, al menos en primera instancia. Hay todo tipo de vías por las
que puede acabar resultando naturalísima la tolerancia de violaciones
políticas al respeto a la no-dominación, siempre que esas violaciones re
presenten el medio más efectivo de incrementar globalmente la no-
dominación. Es posible que la causa de la maximización de la no-domi-
nación exija dar al parlamento poderes especiales e irrestrictos en algún
ámbito, por ejemplo, o dar a los jueces, para determinados tipos de
delitos, un buen margen de discrecionalidad en sus sentencias. Y si la
causa de la maximización de la no-dominación exige tales desviaciones
respecto de una constitución perfecta —de la constitución que es ella
misma paradigma de no-dominación en todos los rasgos de su diseño—
, entonces tendría que resultar lo más natural del mundo la tolerancia
de esas desviaciones; sería un preciosismo, un fetichismo incluso,
insistir en la fidelidad al ideal abstracto.
reflexión —y tal vez tras una revisión de los dos lados—, capaz de
conseguir un equilibrio con nuestros juicios acerca de las respuestas
políticas apropiadas y capaz de contribuir a la extrapolación de esos
juicios a casos nuevos (Rawls 1971; Swanton 1992, cap. 2). Un
republicanismo teleológico dejaría de satisfacer el equilibrio reflexivo si
exigiera ordenamientos intuitivamente objetables. Desde luego yo no
creo que ese republicanismo, ese compromiso consecuencialista con la
libertad como no-dominación, no pase la prueba del equilibrio
reflexivo. Al contrario, estoy convencido de que sus exigencias sólo
llevan a una reforma de nuestras intuiciones en aspectos que,
debidamente meditados, se revelan irresistibles: está, pues, en
equilibrio, por esa vía reflexiva, con nuestras intuiciones sobre el modo
en que deberían organizarse políticamente las cosas. Ya se irá viendo
ésto en el curso del libro.