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¿Contribuir a la “conciencia” de los jueces?

23/07/2021- Por Marta Gerez Ambertín -

https://www.elsigma.com/psicoanalisis-ley/contribuir-a-la-conciencia-de-los-jueces/14018

Se argumenta sobre la “voluntad” delictiva; las pericias y las convicciones de los jueces.
Es a estos últimos a los que tendremos que explicar que poseer una experiencia dialéctica
del sujeto no significa ser “subjetivos” al producir informes periciales. Es que en diversas
ocasiones, la resultante final de estas “pericias” no es el desciframiento de la
“personalidad” del inculpado sino una contribución “especializada” a la formación de la
“convicción” del juez que dictará la sentencia. Anatole France lo resumió brillantemente:
“La certidumbre de los jueces suple la falta de pruebas”…

Imagen: https://www.diariomovil.info/wp-content/uploads/2015/10/justicia-no-ciega.jpg
“Yo soy el que soy”

Los Códigos penales establecen los actos prohibidos de un modo indirecto. No dicen
taxativamente qué es delito; no hacen ontología ni operan a la manera de Exodo 20: “No
matarás”, “no robarás”, se limitan a indicar la “pena” que alcanzará a quien robe o mate.
Como ha destacado Enzensberger su modelo lingüístico es: “Yo soy el que soy”; es decir,
una tautología: lo que es punible es un delito y lo que es un delito es punible.

Sin embargo, desde épocas remotas, se han tenido en cuenta los “motivos” y
“circunstancias” de quien ha incurrido en una acción amenazada con pena. El conocido
Art. 34 de nuestro Código Penal declarará directamente como NO PUNIBLES los actos
cometidos en virtud de problemas psíquicos o en circunstancias personales (defensa
propia, obediencia debida, etc.) que “justifican” esos actos.

En realidad, lo que el Art. 34 está diciendo es que hemos hecho algo penado por la ley,
pero no quisimos hacerlo; fuimos obligados –por una serie de circunstancias– a hacerlo.

Retengamos esto de “no querer”.

Un hombre malo

Eleáticos, socráticos, sofistas, cínicos y estoicos coincidieron en que el mal residía en


defectos del carácter. En el platonismo (adoptado por Agustín y Tomás de Aquino en
este punto) el mal es una “falta”, no posee entidad ontológica, se define por la ausencia
de “bien”.

¿Por qué algunos sujetos están aquejados de “mal”, de “falta”?; ¿qué es un hombre
malo? Millones de definiciones. Tomaremos la que se desprende (sin enunciarse
taxativamente) del Código Penal.

Un hombre malo sería el que no ha querido sofocar sus pulsiones, el que no ha querido
respetar la justicia, el que ha roto el Contrato, el que, como quería el fin, también ha
querido los medios. Esto es el DOLO, el: “podía no hacerlo, pero quise hacerlo”; es decir,
hubo “intención criminal”.
Advirtamos las diferencias con lo que mencionábamos del “no querer” que se
desprende del Art. 34 del Código.

Probar la intención criminal (dolo) es primordial en el proceso penal ya que, no puede


recaer la pena sino sobre aquel que, cometiendo el crimen, ha tenido la voluntad de
cometerlo.

Ahora bien, ¿basta que quede claro que quería delinquir para que se le aplique la pena?
Todavía no. Nuestro Código mencionará tanto en el art. 26 (Condenación Condicional)
como en los Arts. 40 y 41 (Imputabilidad) que habrá de tenerse en cuenta: “la
personalidad moral del condenado, su actitud posterior al delito, los motivos que lo
impulsaron a delinquir; la edad, la educación, las costumbres y la conducta precedente
del sujeto; los antecedentes y condiciones personales, los vínculos personales, la calidad
de las personas...”

Hete aquí la exigencia “codificada” de comprender cómo es este sujeto cuyo acto lo ha
colocado ante los jueces. ¿A qué se apelará para ello? A peritos provenientes de las
ciencias sociales, médicas o psicológicas. Aunque la favorita sea la Psiquiatría. También
ella tendrá la voz cantante cuando se trate de establecer la “insuficiencia de sus
facultades, por alteraciones morbosas de las mismas o por su estado de inconsciencia...”
(C.P. inc. 1º de Art. 34).

¿Para qué se apelará a esos saberes? Para “desentrañar” el aspecto subjetivo del delito
ya que, para los jueces, la fuerza probatoria de la “prueba pericial” se apoya o en la
evidencia material asegurada por los peritos –según las observaciones que hayan
efectuado– o en la confianza que inspiran las experiencias científicas de que han hecho
uso o en la confianza que inspiran ellos mismos; porque sólo teniendo en cuenta su
“pericia” y habilidad puede creerse que los procedimientos del arte han sido
adecuadamente aplicados por ellos.

La resultante final de estas “pericias” no será el desciframiento de la “personalidad” del


inculpado sino una contribución “especializada” a la formación de la “convicción” del juez
que dictará la sentencia. Anatole France lo resumió brillantemente: “La certidumbre de
los jueces suple la falta de pruebas”. ¿No dijo acaso el juez Moro (que condenó a Lula da
Silva) que no había ninguna prueba pero que él estaba “convencido” de la culpabilidad?
Las pericias y los jueces

El informe pericial de un expediente sobre un inculpado de uxoricidio dice: “El perfil


[del acusado] (...) refleja un individuo primitivo, con débiles condiciones de control
emocional y de participación en el sentido común, factores que reducen su capacidad de
adaptación al medio circundante”.

¿Qué es un “individuo primitivo”? Supongamos que la respuesta sea: “un tipo medio
salvaje”. En ese caso todos los Neanderthales debieron ser uxoricidas y poco adaptados
al medio circundante (¡ridículo!). Más aún: ¿cuántos de nosotros tenemos serias
dificultades para “controlarnos” ante ciertas situaciones? y, ¿no es acaso el “sentido
común” el menos común de los sentidos?

Si creen que un informe de este tipo no sirve para nada están equivocados;
supuestamente contribuye a la formación de la “convicción” del juez. En realidad, servirá
al juez si este ya ha decidido que penará al inculpado; en cambio, cuando ha decidido la
absolución y del informe psicológico se desprende la culpabilidad... pues invalidará ese
informe.

Ejemplo: un profesor marplatense es acusado de abuso deshonesto a sus alumnos de


jardín de infantes; los informes psicológicos de los niños indican que ello ha ocurrido; el
juez opina lo contrario, pero necesita desacreditar las pericias psicológicas. ¿Qué hace?
Simple, descalifica esos informes apelando a idioteces como estas:

“es evidente que la toma de una posición intelectual dogmática y absoluta frente
a los instrumentos de diagnóstico –por ejemplo una postura psicoanalítica
extrema que haga centrar todo en lo sexológico a la hora de interpretar gráficos–
o el apego a prejuicios discriminatorios o anti institucionales (...) pueden
comprometer, desde lo subjetivo, la labor del intérprete”.

Léase: los psicólogos psicoanalistas son unos dogmáticos que ven sexo por todas
partes, incluso en los dibujos de los niños.

Lamentablemente acudió en apoyo de estos jueces “absolvedores” el ¡ex Presidente la


Delegación Mar del Plata del Colegio de Psicólogos de la Pcia. de Buenos Aires! cuya
brillante contribución fue esta: “a veces los psicólogos se dejan impregnar por los
preconceptos que tienen de acuerdo a la escuela a la que adhieren”.
¿Conclusión? el abusador fue absuelto.

Es de total verdad el chiste: “Si se consulta a un número suficiente de peritos, se


puede confirmar cualquier opinión”. Y es lo que ocurre.

¿Nos sentamos a llorar en el cordón de la vereda? Todo lo contrario. En modo alguno


todo el mundo tribunalicio es como el neanderthal citado. Paulatinamente, el inmenso
esfuerzo que realizan nuestros jóvenes colegas, en esa zona de trato con lo más terrible
y desdichado de la sociedad, va modificando las cosas.

Se trata, por tanto, de redoblar el trabajo de difusión sobre nuestras disciplinas,


especialmente con aquellos que llevan adelante la instrucción y el proceso que
desemboca en la sentencia. ¿Que por qué lo digo? Porque de una encuesta que hicimos a
jueces de instrucción y de sentencia de Tucumán surgía lo siguiente: se admitía la
importancia de las “pericias psicológicas”, pero consultados los entrevistados sobre una
lista de test prospectivos o intervenciones psicológicas revelaban desconocer tanto en
qué consistían las pruebas como en “para qué servían”.

También la mayoría admitía que mejor que encerrar a un individuo era que hiciera una
“terapia” (nadie mejor que los jueces sabe que no se “corrige” a nadie haciéndolo
padecer), pero no estaban muy seguros sobre en qué consisten las “terapias psicológicas
o psicoanalíticas”.

Acuerdo con Foucault: “Lo que está en cuestión no es la inconsciencia del criminal sino
la conciencia del juez”, a él se dirigen nuestros “informes”; así funciona (guste o no)
nuestro sistema. Como decía Juan Luis Vives –uno de los mayores humanistas de la
Europa renacentista– en una obra de 1520:

“Las leyes, (...) por sí mismas son mudas y sordas: en sí ni dicen ni oyen cosa
alguna; (...) tampoco ven nada, pero algunos hombres son utilizados por ellas
para que a través de sus voces hablen y para que a través de su vista y oído vean
y oigan también. A estos hombres acostumbramos a llamarlos jueces”.

Es –entre otras muchas cosas– a estos hombres a los que tendremos que explicar que
poseer una experiencia dialéctica del sujeto no significa ser “subjetivos” al producir
informes periciales. ¿Que no es fácil? Obvio; ¿qué cosa importante lo es?

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