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Muchas habían sido las intentonas que desde la costa, ya fuera partiendo
de Santa Marta o de Cartagena de Indias, se habían realizado buscando
las ricas tierras que seguramente existían en el interior del continente.
Todas habían fracasado debido a las dificultades que suponía adentrarse
en las abruptas selvas y sortear los impetuosos ríos que las surcaban.
Ésta fue la misión que, poco después de su llegada, le encomendó
Fernández de Lugo. Jiménez de Quesada remontó el río Magdalena,
exploró los valles de su curso medio y en 1537 alcanzó las llanuras de la
meseta de Cundinamarca, situada en el centro de Colombia. Para ello
hubo de afrontar numerosos peligros (plagas tropicales, legiones de
mosquitos y ataques de indígenas provistos de flechas envenenadas) y
superar además una barrera geográfica hasta entonces infranqueable, la
formada por la cadena de los Andes septentrionales.
Los últimos años de su vida los dedicó a escribir una serie de obras
de las cuales se ha perdido la mayor parte. No se conserva ni su
Relación de la conquista del Nuevo Reino de Granada, ni el libro
titulado Ratos de Suesca ni el llamado Compendio historial de las
conquistas del Nuevo Reino, donde al parecer abordaba una historia
completa de los primeros años de colonización. Sí que ha llegado
hasta nosotros su Antijovio, texto en el que narra los acontecimientos
principales ocurridos en Europa en la primera mitad del siglo que le
tocó vivir. La obra trata de demostrar la falsedad de las
aseveraciones y relatos antiespañoles del cronista italiano Paulo
Jovio, historiador de fortuna que gozó de cierto improcedente
predicamento en la época.