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2024

Política y Ciudadanía
Contenido

Breve fundamentación de la materia ................................................................................................................ 3


Sitios de noticias y otros portales de interés: ................................................................................................... 3
Para introducirnos en la materia ....................................................................................................................... 7
Informe OXFAM 2024: Desigualdad S.A. El poder empresarial y la fractura global: la urgencia de una acción
pública transformadora ................................................................................................................................. 7
¿Política o ciudadanía? ................................................................................................................................ 11
Modos de entender la política .................................................................................................................... 11
El problema del poder ................................................................................................................................. 12
Los derechos humanos como base y fundamento de la vida política ............................................................. 12
Declaración Universal de Derechos Humanos......................................................................................... 15
Derecho a la identidad y perspectiva de género ......................................................................................... 20
Varela, Nuria (2008). Feminismo para principiantes. Barcelona: Ediciones B......................................... 20
Desigualdades sociales fundadas en las diferencias de género .................................................................. 23
Federici, Silvia (2018). El patriarcado del salario. Críticas feministas al marxismo. España: Traficantes de
sueños...................................................................................................................................................... 23
Las brechas de género en la Argentina: Estado de situación y desafíos. ................................................ 25
La política como espacio de poder y expresión del patriarcado ................................................................. 27
Millet, Kate (1995). Política sexual. Madrid: Ediciones Cátedra. ............................................................ 27
Principales teorías políticas ............................................................................................................................. 30
La polis griega: el hombre como animal naturalmente político y el Estado como fin de la vida humana.. 30
Aristóteles (s.d.). Política. ........................................................................................................................ 31
Las teorías del contrato social: absolutismo monárquico y democracia liberal representativa ................. 34
Thomas Hobbes y la defensa del poder absoluto del soberano sobre sus súbditos................................... 35
Hobbes, Thomas (2004). Leviatán. Buenos Aires: Hyspa Distribuidora. ................................................. 35
John Locke: la división de poderes y el fundamento del sistema representativo....................................... 39
Locke, John (2002). Segundo tratado sobre el gobierno civil. Buenos Aires: Ladosur. ........................... 39
La política comprendida desde el antagonismo: Carl Schmitt .................................................................... 42
Schmitt, Carl (2014). El concepto de lo político, con un prólogo y tres corolarios. Madrid: Alianza. ...... 42
El neoliberalismo como reconfiguración del liberalismo: El mercado como fundamento y las desigualdades
sociales como motor de la historia.............................................................................................................. 46
Morresi, Sergio (2008). La nueva derecha argentina: la democracia sin política. Los Polvorines: Univ.
Nacional de General Sarmiento............................................................................................................... 46
Entendiendo el Estado..................................................................................................................................... 51
El Estado como estructura que modela y define las relaciones de poder .................................................. 52
Oszlak, Oscar (2009). La formación del Estado argentino. Buenos Aires: Emecé. .................................. 52
El Estado en la teoría marxista .................................................................................................................... 55
Althusser, Louis (1988). Ideología y aparatos ideológicos del Estado. Buenos Aires: Nueva visión. ...... 56
El Estado mínimo del modelo neoliberal: garantizar la seguridad .............................................................. 59

1
Fukuyama, Francis (2005). La construcción del Estado. Hacia un nuevo orden mundial en el siglo XXI.
Barcelona: Ediciones B............................................................................................................................. 59
La experiencia latinoamericana en la construcción del Estado................................................................... 60
García Linera, Álvaro (2010). La construcción del Estado........................................................................ 61
El modelo de Estado de Bienestar ............................................................................................................... 63
Sen, Amartya. El futuro del Estado de bienestar. .................................................................................... 64
Los Estados, las corporaciones y los dispositivos de control y vigilancia .................................................... 65
Cobo, Cristóbal (2019). Acepto las condiciones. Usos y abusos de las tecnologías digitales. Madrid:
Fundación Santillana. .............................................................................................................................. 65
Democracia, sistema representativo y sujeto democrático ............................................................................ 71
El problema de la representación: .............................................................................................................. 71
El “poder del pueblo”: ................................................................................................................................. 71
Rancière, Jacques (2006). El odio a la democracia. Buenos Aires: Amorrortu. ...................................... 71
De Vita, Álvaro (2002). Democracia y justicia. En Teoría y filosofía política. La recuperación de los clásicos
en el debate latinoamericano. Buenos Aires: CLACSO ............................................................................ 73
Las transformaciones en la era del Capitalismo posindustrial ........................................................................ 76
Vicente, Lucía (Coord.) (2020). Atlas del agronegocio transgénico en el Cono Sur. Monocultivos,
resistencias y propuestas de los pueblos. Marcos Paz: Acción por la Biodiversidad. ............................. 77
Hablemos de Megaminería. Manual de educación y difusión sobre las implicancias de la megaminería
(2018). Esquel: Unión de Asambleas de Comunidades Chubutenses. .................................................... 79
Miguez, Pablo. Valorización del conocimiento, cambio tecnológico y plataformas. Sus efectos sobre el
trabajo. .................................................................................................................................................... 82
Ortega, Sebastián. Feos, sucios y malos: cómo se construye el odio hacia migrantes. .......................... 85
Pensar en contexto, otras formas de práctica política .................................................................................... 89
Flax, Javier (2013). Ética, política y mercado: en torno a las ficciones neoliberales. Los Polvorines: UNGS.
................................................................................................................................................................. 89
Anguiano, Arturo. La política del oprimido y la experiencia zapatista. Revista Rebeldía, 68, febrero 2010.
................................................................................................................................................................. 90
Palomino, Héctor. La Argentina hoy-Los movimientos sociales. Revista Herramienta, N° 27................ 91
Cartoneros “Plaza Lavalle”: esencia de lucha y cartón............................................................................ 94

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Breve fundamentación de la materia

El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos


políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio del poroto, del pan, de la carne, del vestido,
del zapato y de los remedios dependen de decisiones políticas. Es tan burro que se enorgullece y
ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la
prostitución, el niño abandonado y el peor de todos los bandidos: el político corrupto y lacayo
del gran capital.

Bertold Bretch

La función principal del sistema educativo es la formación de sujetos que se reconozcan como ciudadanos,
esto es, como individuos comprometidos con su comunidad en la medida en que su propia identidad se
construye a partir de los lazos comunitarios. Esta comunidad puede pensarse como una serie de esferas que
abarcan otras más pequeñas: la pertenencia a la familia humana, la pertenencia a un Estado Nación, a una
ciudad, a un barrio, a una cultura o subcultura, etc. En tanto formadora de ciudadanos, la escuela (como
parte del sistema educativo), tiende a la formación en conocimientos y actitudes que posibiliten la
construcción de una ciudadanía activa y comprometida. Desde esta perspectiva, y atendiendo a las propias
tensiones del sistema educativo que, por un lado debe responder a los intereses del Estado y por otro debe
propender a la generación de sujetos con capacidad de autonomía, es que en la materia se propone un
espacio de pensamiento y discusión en torno a conceptos centrales que hacen a la identidad ciudadana: el
conocimiento de las teorías que fundan y que subyacen a los diferentes discursos políticos; el actual contexto
local, regional y mundial en el que se inserta nuestra propia realidad, y las relaciones de poder que lo
atraviesan; la comprensión del Neoliberalismo como un sistema de valores y creencias que subordina a los
individuos y las sociedades al poder hegemónico de algunos oligopolios; la propia concepción de los
individuos y las comunidades como portadoras de derechos irrenunciables y la exigencia de reclamarlos y
defenderlos; el actual modelo de Estado y sus transformaciones en función de determinados intereses; el
protagonismo que debemos adquirir los sujetos en la actual coyuntura histórica y la emancipación e
independencia real como metas ante la posición que nuestra región está obligada a ocupar en el escenario
internacional. Es por eso que la materia se presenta, más que como una adición de contenidos, como un
espacio de interrogación y de reflexión sobre la mirada que construimos en torno a la realidad y sobre cómo
la interpretamos, pretendiendo ofrecer insumos válidos para ampliar nuestra comprensión del mundo y de
nosotros mismos y para posibilitar, a partir de esta comprensión, una toma de posición fundamentada y
comprometida con la construcción de la sociedad.

Sitios de noticias y otros portales de interés:

Sitios de noticias nacionales:

Agencia Andar: http://www.andaragencia.org/


Agencia de Noticias de Comunicación Alternativa y Popular: https://noticiasancap.org/
Agencia de noticias RedAcción: http://www.anred.org/
Agencia Nova: https://www.agencianova.com/
Agencia Paco Urondo: http://www.agenciapacourondo.com.ar/
Agencia Para la libertad: https://agenciaparalalibertad.org/
Agencia Télam: http://www.telam.com.ar/
Ambito financiero: http://www.ambito.com/
Canal abierto: http://canalabierto.com.ar/
Contrahegemonía: http://contrahegemoniaweb.com.ar/
Diario Contexto: http://www.diariocontexto.com.ar/

3
Diario judicial: https://www.diariojudicial.com/
El disenso: https://www.eldisenso.com/
En orsai: http://www.enorsai.com.ar/
Expediente político: https://www.expedientepolitico.com.ar/
Foro Argentino de Radios Comunitarias (FARCo): http://agencia.farco.org.ar/
Gestión sindical: https://gestionsindical.com/
I Profesional: http://www.iprofesional.com/
Indymedia, centro de medios independientes: https://argentina.indymedia.org/
Infonews: http://www.infonews.com/
La columna vertebral: http://www.lacolumnavertebral.com.ar/
La izquierda diario: http://www.laizquierdadiario.com/
La Noticia web: https://www.lanoticiaweb.com.ar/
La política on line: https://www.lapoliticaonline.com/
La retaguardia: http://www.laretaguardia.com.ar/
La vaca: https://www.lavaca.org/
Letra P: http://www.letrap.com.ar/
Marcha: http://www.marcha.org.ar/
Mariano Moreno noticias: http://www.marianomorenonoticias.com.ar/
Motor económico: http://www.motoreconomico.com.ar/
Notas: https://notasperiodismopopular.com.ar/
Noticias en red: https://notienred.info/
Noticias urbanas: http://www.noticiasurbanas.com.ar/
PharmaBiz Sudamérica (sobre industria farmacéutica): https://www.pharmabiz.net/
Plan B: http://www.planbnoticias.com.ar/
Política argentina: http://www.politicargentina.com/
Prensa obrera: https://prensaobrera.com/
Realpolitik: https://realpolitik.com.ar/
Red Nacional de Medios Alternativos: https://rnma.org.ar/
Red Eco alternativo: http://www.redeco.com.ar/
Sala de prensa ambiental: http://www.periodismoambiental.com.ar/
Sitio de noticias del Poder Judicial: http://www.cij.gov.ar/inicio.html
Tiempo Argentino: https://www.tiempoar.com.ar/

Sitios de noticias provinciales y regionales:

24 baires (Buenos Aires): http://www.24baires.com/


Cholila on line (Chubut): https://cholilaonline.com/
Conclusión (Rosario): https://www.conclusion.com.ar/
Desalambrar (Moreno): http://desalambrar.com.ar/
El ciudadano (Mendoza): https://www.ciudadanodiario.com.ar/
El diario de José C. Paz (José C. Paz): http://eldiariodejosecpaz.com.ar/
El Sol, noticias del Gran Buenos Aires: http://elsolnoticias.com.ar/
El Tribuno (Salta y Jujuy): https://www.eltribuno.com/
Infobaires 24 (Buenos Aires): http://www.infobaires24.com.ar/
Info Blanco sobre Negro (Buenos Aires): http://infoblancosobrenegro.com/
Infocielo (Buenos Aires): https://infocielo.com/
La Arena (La Pampa): http://www.laarena.com.ar/
La nueva comuna (Necochea): http://www.lanuevacomuna.com/
Malviticias (Malvinas Argentinas): http://malviticias.philo.com.ar/
Primer plano online (zona oeste GBA): http://www.primerplanoonline.com.ar/
Sin Mordaza (Rosario): https://www.sinmordaza.com/
SM Noticias (San Miguel): https://www.smnoticias.com/

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Internacionales:

Annur TV: https://www.annurtv.com/


BBC: https://www.bbc.com/
Behind back doors (blog norteamericano): https://bbackdoors.wordpress.com/
Contrapuntos: https://elpais.com/agr/contrapuntos/a
El orden mundial: https://elordenmundial.com/
El Salto (portal feminista español): https://www.elsaltodiario.com/
Infolibre (sitio español): https://www.infolibre.es/
Investig’action: https://www.investigaction.net/es/
Kaos en la red: https://kaosenlared.net/
Katehon: http://katehon.com/es
Lahaine: https://www.lahaine.org/
Latfem periodismo feminista: http://latfem.org/
La Vanguardia: https://www.lavanguardia.com/
Le Monde Diplomatique: https://www.eldiplo.org/
Noticias de América Latina: http://www.nodal.am/
Nueva sociedad, democracia y política en América Latina: http://nuso.org/
Other news: http://www.other-news.info/noticias/
Portal RFI español: http://es.rfi.fr/
Question Digital: http://questiondigital.com/
Rebelión: https://www.rebelion.org/
Red Volatire: http://www.voltairenet.org/es
Resumen latinoamericano: http://www.resumenlatinoamericano.org/
Ruptly TV: https://actualidad.rt.com/
Ser y actuar: https://seryactuar.org/
Sin permiso: http://www.sinpermiso.info/
Telesur: https://www.telesurtv.net/
World socialist web site: https://www.wsws.org/es/

Revistas digitales on line:

Cosecha roja: http://cosecharoja.org/


El cohete a la luna: http://www.elcohetealaluna.com/
El estadista: http://elestadista.com.ar/
El ortiba: http://elortiba.org/
Horizonte comunista: https://horizontecomunista.wordpress.com/
La Garganta Poderosa: http://www.lapoderosa.org.ar/
Question UNLP: http://perio.unlp.edu.ar/ojs/index.php/question/index
Razón y revolución: http://razonyrevolucion.org/
Revista Ajo: http://www.revistaajo.com.ar/
Revista Anfibia: http://www.revistaanfibia.com/
Revista Cítrica: http://revistacitrica.com/
Revista Crisis: https://www.revistacrisis.com.ar/
Revista Desde abajo: https://www.desdeabajo.info
Revista Eco informativo: http://www.ecoinformativo.com.ar/revista/
Revista Hamartia: http://www.hamartia.com.ar/
Revista Panamá: http://panamarevista.com/
Revista Pueblos: http://www.revistapueblos.org/
Revista Sudestada: http://www.revistasudestada.com.ar/
Revista Veintitrés: https://www.veintitres.com.ar/
Voces en el Fénix: http://www.vocesenelfenix.com/

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Para introducirnos en la materia

La organización OXFAM elabora todos los años un informe sobre la situación económica mundial y sus
impactos en las sociedades y poblaciones. Para pensar la política y lo que esta implica es importante tener
una comprensión, al menos general, de la situación que estamos viviendo.
Las crecientes desigualdades, el aumento del desempleo y la informalidad, los modelos productivos que
atentan contra los ecosistemas y las poblaciones, y la concentración cada vez mayor de la riqueza en pocas
manos son el contexto en el que se desarrollan los programas políticos de los Estados, muchas veces
ordenados por organismos internacionales. En este contexto es donde vamos a pensar nuestra condición de
seres que viven en comunidades y la posibilidad (o no) de desarrollarnos.

Informe OXFAM 2024: Desigualdad S.A. El poder empresarial y la fractura global: la urgencia de una acción
pública transformadora
Recuperado de: https://oi-files-d8-prod.s3.eu-west-2.amazonaws.com/s3fs-public/2024-
01/Davos%202024%20Summary%20-%20Spanish.pdf

➜ Jeff Bezos es uno de los hombres más ricos del mundo. Su fortuna, de 167 400 millones de dólares
estadounidenses, ha aumentado en 32 700 millones de dólares desde 2020.1 Bezos viajó al espacio por 5500
millones de dólares, y agradeció a los trabajadores y trabajadoras de Amazon el haberlo hecho posible.
Amazon lleva años esforzándose por evitar la sindicalización de los trabajadores.
La riqueza conjunta de los cinco milmillonarios más ricos del mundo se ha duplicado con creces desde el inicio
de la década actual, mientras que la riqueza acumulada del 60 % de la humanidad se ha reducido. Oxfam
lleva años alertando sobre la creciente y extrema desigualdad. En el año 2024, existe un peligro muy real de
que estos extremos tan alarmantes se estén convirtiendo en la nueva normalidad. Como muestra este
informe, el poder empresarial y monopolístico es una máquina implacable de generación de desigualdades.

Un mundo cruel para la inmensa mayoría de las personas


Para la mayoría de las personas en todo el mundo, el inicio de esta década ha sido tremendamente difícil. En
el momento de escribir este informe, 4.800 millones de personas son más pobres hoy que en 2019. Para las
personas más pobres (generalmente mujeres, personas racializadas y grupos excluidos de la sociedad), la
vida cotidiana se ha vuelto aún más difícil. La desigualdad mundial, es decir, la brecha entre el Norte y el Sur
global ha crecido por primera vez en 25 años.
Los precios están superando a los salarios en todo el mundo: cientos de millones de personas ven cómo cada
mes sus salarios dan para menos y sus perspectivas de un futuro mejor se disipan. El colapso climático,
impulsado por los súper ricos, está aumentando drásticamente la desigualdad global. Las protestas y huelgas
de las y los trabajadores han acaparado titulares y portadas en numerosas ocasiones.
A los Gobiernos les resulta imposible mantener sus finanzas a flote ante el aumento de la deuda y la escalada
de los precios de las importaciones de combustible, alimentos y medicinas. Los países de renta baja y de
renta media-baja desembolsarán cerca de 500 millones de dólares diarios de aquí a 2029 en concepto de
intereses y pagos de deuda, y tendrán que hacer drásticos recortes en el gasto para poder pagar a sus
acreedores. Con frecuencia, estos recortes tienen un impacto especialmente perjudicial para las mujeres.

Un mundo maravilloso para una reducida minoría


Entretanto, el enorme aumento de la riqueza extrema observado desde 2020 se ha hecho patente. La riqueza
de los milmillonarios se ha incrementado en 3,3 billones de dólares (es decir, en un 34 %) desde el inicio de
esta década de crisis; una fortuna que crece a un ritmo tres veces mayor que la tasa de inflación.
Esta riqueza se concentra en el Norte global. Si bien solo el 21 % de la humanidad vive en países del Norte,
estos albergan el 69 % de la riqueza privada y el 74 % de la riqueza milmillonaria del mundo. Los otros grandes
ganadores en este período de crisis son las grandes empresas multinacionales. Para estas, al igual que para
los súper ricos, las dos últimas décadas han sido extraordinariamente lucrativas, y los últimos años han sido
aún mejores: los beneficios de las mayores empresas experimentaron un aumento del 89 % entre 2021 y
2022. Datos recientes muestran que el año 2023 está a punto de batir todos los récords como el más rentable

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hasta la fecha. El 82 % de estos beneficios acaban en manos de accionistas, quienes se encuentran en su
inmensa mayoría entre las personas más ricas.

Una nueva era del monopolio: el excesivo poder empresarial


Estamos viviendo una era marcada por un poder monopolístico que permite a las empresas controlar los
mercados, establecer los términos de intercambio, y obtener beneficios sin temor a perder negocio. No se
trata de un fenómeno abstracto sino de una realidad que nos afecta a todos y todas de muchas maneras:
influye en nuestros salarios, y determina los alimentos y las medicinas que podemos permitirnos pagar. Esta
realidad, lejos de ser una casualidad, es producto del poder que han cedido nuestros Gobiernos a los
monopolios.
El aumento de la concentración en los mercados se observa en todos los sectores. A nivel mundial, a lo largo
de dos décadas, entre los años 1995 y 2015, 60 empresas farmacéuticas se han fusionado en 10 gigantes
mundiales, conocidas como el Big Pharma. Dos multinacionales son propietarias de más del 40 % del mercado
mundial de semillas. Las grandes empresas tecnológicas, conocidas como Big Tech dominan el mercado: tres
cuartas partes del gasto mundial en publicidad online se destinan a Meta, Alphabet y Amazon; y más del 90
% de las búsquedas en Internet se realizan a través de Google. La agricultura se ha consolidado en el
continente africano. E India se enfrenta a una creciente concentración industrial, de la mano de las cinco
empresas principales.
Los monopolios aumentan el poder de las empresas y de sus propietarios en detrimento del resto de la
población. Organismos como el Fondo Monetario Internacional (FMI) coinciden en que el poder de los
monopolios va en aumento y que ello contribuye a la desigualdad. Los márgenes de beneficio promedio de
las grandes empresas se han disparado en las últimas décadas; mientras que, desde 2021, su poder
monopolístico en muchos sectores altamente concentrados les ha permitido coordinarse de manera implícita
para subir los precios y aumentar así sus márgenes, lo que se ha manifestado en las enormes subidas de
precios en los sectores de la energía, la alimentación y el farmacéutico.
Las compañías de capital privado, respaldadas a nivel mundial por 5,8 billones de dólares de efectivo
proveniente de los inversores desde 2009, han utilizado el acceso financiero privilegiado para actuar como
una fuerza monopolizadora en todos los sectores. Más allá del capital privado, las “tres grandes” gestoras de
fondos indexados (BlackRock, State Street y Vanguard) gestionan en total unos 20 billones de dólares en
activos de personas, cerca de una quinta parte de todos los activos bajo gestión, lo que ha profundizado el
poder monopolístico.

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Cuatro maneras en que la concentración de poder empresarial fomenta la desigualdad
El aumento de la monopolización ha reforzado el poder empresarial, cuyo objetivo principal, por encima de
cualquier otro, es aumentar los rendimientos para los accionistas. Con el fin de maximizarlos, las empresas
hacen uso de su poder y actúan de maneras que impulsan y profundizan aún más la desigualdad. En este
informe se examinan cuatro de ellas:

1. Premiando a los ricos, no a las y los trabajadores


Las empresas impulsan la desigualdad al usar su poder para forzar a la baja los salarios y dirigir las ganancias
hacia los súper ricos. En 2022, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) alertó de que la caída histórica
de los salarios reales podría aumentar la desigualdad y agravar el malestar social. Los análisis que hemos
realizado en el marco de este informe revelan que los salarios de 791 millones de trabajadores y trabajadoras
no se han revalorizado con la inflación, lo que ha resultado en una pérdida de 1,5 billones de dólares durante
los últimos dos años, el equivalente a casi un mes (25 días) de sueldo perdido para cada persona empleada.
Las mujeres son, mayoritariamente, quienes ocupan los empleos peor remunerados y más precarios y, en el
año 2019, ganaron solo 51 centavos por cada dólar que los hombres obtuvieron en ingresos. Las personas
racializadas se enfrentan a la explotación en las cadenas de suministro, mientras que las personas blancas se
benefician de manera desproporcionada de los beneficios empresariales.
Además, las empresas han utilizado su influencia para oponerse a las leyes y políticas laborales que podrían
beneficiar a las y los trabajadores, ya sea luchando contra los aumentos del salario mínimo, apoyando
reformas que minan los derechos laborales, estableciendo restricciones políticas a la sindicalización, o incluso
apoyando retrocesos en la regulación sobre el trabajo infantil.

2. Evadiendo y eludiendo impuestos


Las grandes empresas y sus ricos propietarios también impulsan la desigualdad al emprender una guerra
fiscal sostenida y ampliamente eficaz. Los tipos nominales del impuesto sobre la renta empresarial en los
países de la OCDE se han reducido a más de la mitad desde 1980. La planificación fiscal agresiva, el abuso de
los paraísos fiscales y los incentivos resultan en tipos impositivos sobre la renta empresarial mucho más bajos,
con frecuencia próximos a cero.
Esto impulsa la desigualdad de varias maneras. Como el impuesto sobre la renta empresarial recae
primordialmente sobre las personas más ricas, su colapso en las últimas décadas ha supuesto, de facto, otro
recorte fiscal para los ricos. También ha privado a los Gobiernos de todo el mundo, pero especialmente a los
del Sur global, de miles de millones de dólares en ingresos fiscales que podrían utilizarse para reducir la
desigualdad y acabar con la pobreza. Cada dólar de impuestos evadido o eludido es una enfermera que nunca
será contratada, o una escuela que no podrá construirse.

3. Privatizando los servicios públicos

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En todo el mundo, el poder empresarial presiona incesantemente al sector público, mercantilizando y
segregando el acceso a servicios vitales como la educación, el agua y la atención médica, a menudo mientras
las empresas disfrutan de importantes ganancias respaldadas por los contribuyentes. Esto puede socavar la
capacidad de los Gobiernos para prestar este tipo de servicios públicos, universales y de alta calidad que
tienen el potencial de reducir la desigualdad.
Es mucho lo que está en juego. Los servicios básicos suponen industrias de billones de dólares e inmensas
oportunidades para generar ganancias y riqueza para los ricos accionistas. El Banco Mundial y otros actores
de la financiación del desarrollo han priorizado la prestación de los servicios por parte de actores privados,
tratando los servicios básicos como activos y utilizando dinero público para garantizar los rendimientos de
las empresas en lugar de los derechos humanos. Las firmas de capital privado se están apoderando de todo,
desde los sistemas de abastecimiento de agua hasta los centros de atención médica y las residencias de
mayores, en medio de una letanía de preocupaciones sobre sus deficientes e incluso trágicos resultados.
La privatización puede impulsar y reforzar las desigualdades en los servicios públicos esenciales, afianzando
las brechas entre ricos y pobres, excluyendo y empobreciendo a quienes no pueden asumir ese gasto,
mientras que aquellos que se lo pueden permitir acceden a una atención médica y una educación de calidad.
La privatización también puede impulsar las desigualdades por motivo de género, raza, y casta. Por ejemplo,
Oxfam pudo constatar que, en India, las personas de casta dalit tienen que hacer frente a unos costos de
atención médica privada que no pueden pagar; así como a la exclusión de la educación por motivos
económicos, y a una discriminación manifiesta en ambos sectores.

4. Impulsando el colapso climático


El poder empresarial está impulsando el colapso climático, causando a su vez un gran sufrimiento y
exacerbando las desigualdades, también en cuanto a raza, clase y género. Muchos de los milmillonarios del
mundo poseen, controlan, diseñan y se benefician económicamente de procesos que emiten gases de efecto
invernadero, y por tanto, salen ganando cuando las empresas bloquean el progreso hacia una transición
rápida y justa, cuando niegan y tergiversan la verdad sobre el cambio climático y cuando silencian y humillan
a quienes se oponen a la extracción de combustibles fósiles.

Controlar el poder empresarial: tres pasos prácticos


1. Revitalizar el Estado
Un Estado fuerte y eficaz es el mejor baluarte contra el poder empresarial. Es un proveedor de bienes
públicos; un creador y diseñador de mercados; un corrector de las deficiencias del mercado; y un propietario
y operador de empresas comerciales nacionales, que en el año 2018 representaron hasta el 40 % de la
producción nacional en todo el mundo. Los Gobiernos deben asumir una función proactiva en la
configuración de sus economías para el bien común. Por ello, deben:
* Garantizar los servicios públicos que combaten la desigualdad, como la sanidad, la educación, los servicios
de provisión de cuidados y la seguridad alimentaria.
* Invertir en transporte público, energía, vivienda y otras infraestructuras públicas.
* Explorar alternativas públicas (un monopolio público u otras) en sectores que son propensos al poder
monopolístico y fundamentales para abordar la desigualdad extrema e impulsar una rápida transición para
alejarse de los combustibles fósiles. Estos podrían incluir la energía pública, el transporte público (donde los
costos de inversión en la infraestructura implican que solo pueda haber un proveedor eficiente), y otros
sectores en los que existe un beneficio nacional significativo.
* Mejorar la transparencia, la rendición de cuentas y la supervisión de las instituciones públicas (incluidas las
empresas estatales).
* Fortalecer, financiar y dotar de personal la capacidad regulatoria y jurídica para hacer cumplir las normas a
fin de garantizar que el sector privado sirva al bien común.

2. Regular el sector privado


Los Gobiernos deben hacer uso de su autoridad para frenar el exceso de poder del sector privado y evitar
injusticias en sus cadenas de suministro, tanto a nivel nacional como internacional. Deben:
* Acabar con los monopolios privados y poner freno al poder empresarial. Los Gobiernos pueden aprender
de los recientes casos antimonopolio en Estados Unidos y Europa, y de las lecciones de la historia sobre cómo

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se abordó con éxito la concentración de riqueza. También deben poner fin al monopolio sobre el
conocimiento, democratizando el comercio y poniendo fin al abuso de las normas de propiedad intelectual
(por ejemplo, por parte de las grandes farmacéuticas sobre los medicamentos) que impulsan la desigualdad.
* Dar poder a los trabajadores y trabajadoras, y a las comunidades. Las empresas deben pagar salarios dignos
y comprometerse a garantizar la justicia climática y de género: el pago de dividendos y la recompra de
acciones deben prohibirse hasta que esto se haya garantizado. Apoyar, proteger y alentar a los sindicatos.
Los Gobiernos deben adoptar medidas jurídicamente vinculantes para garantizar los derechos de las mujeres
y de las personas racializadas, y para asegurar la debida diligencia en materia de derechos humanos y
medioambiente.
* Aumentar drásticamente los impuestos a las empresas y a los ricos. Esto incluye un impuesto permanente
sobre la riqueza y un impuesto permanente sobre los beneficios extraordinarios. El G20, bajo el liderazgo de
Brasil, debería impulsar un nuevo acuerdo internacional para aumentar los impuestos sobre los ingresos y la
riqueza de las personas más ricas del mundo.

3. Reinventar el sector empresarial


Los Gobiernos pueden utilizar su poder para reinventar el sector privado y dotarlo de un nuevo propósito.
Deben:
* Utilizar todo su poder para crear y promover una nueva generación de empresas que no antepongan los
intereses de sus accionistas (tales como cooperativas de trabajadores y cooperativas locales, empresas
sociales, y empresas de comercio justo), que sean propiedad de los trabajadores y trabajadoras y que estén
gobernadas en el interés de estas personas, de las comunidades locales y del medioambiente. Las empresas
competitivas y rentables no tienen por qué estar encadenadas por la codicia de los accionistas.
* Proporcionar apoyo financiero a empresas justas. Los Gobiernos también pueden utilizar los impuestos y
otros instrumentos económicos para priorizar modelos de negocio justos. No se deben otorgar ayudas
económicas ni contratos públicos a empresas que no cumplan con sus objetivos de cero emisiones netas, que
paguen salarios inferiores al salario digno o que evadan o eludan impuestos.

¿Política o ciudadanía?

Antes de comenzar a profundizar en los contenidos de la materia, vamos a intentar definir la política. Esta
materia tiene por nombre “Política y ciudadanía”; el término política proviene del griego polis y significa
ciudad (veremos que la ciudad para los griegos no era el conjunto de edificios que conforman un
conglomerado urbano, sino específicamente la reunión de quienes eran considerados ciudadanos). Por otra
parte, la palabra latina cive designaba, justamente, a la ciudad. Entonces, podemos decir que política y
ciudadanía son sinónimos. Intentaremos, a lo largo de la materia, comprender el sentido que tienen estas
palabras y lo que implica en la vida de cada una y cada uno de nosotros.
Como vamos a leer en el texto de Hannah Arendt, podemos indicar algunas características que nos permitan
definir la política:
En primer lugar, la tarea de la política es el mantenimiento de la vida en un sentido primario, identificado
con la vida biológica. En este sentido, la función de la política es que todas las personas puedan mantenerse
vivos, a esto se lo llama “biopolítica”.
También, la política está en relación con la condición de los seres humanos de vivir juntos. Este vivir juntos
implica, siempre, la diversidad y diferencia entre los seres humanos. La diversidad abarca lo cultural, lo
religioso y las creencias, los hábitos de consumo, etc. Pero también hay diferencias sociales, económicas,
ideológicas.
En tanto que viven juntos, los seres humanos deben ordenar y gobernar la comunidad del modo que mejor
les parezca. No se trata solamente de que los hombres vivan juntos, sino que además vivan bien.

Modos de entender la política

Hay dos modos generales de comprender la política: como consenso o como disenso.

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Quienes creen que lo más importante es el consenso, afirman que la política debe consistir en una instancia
en la que puedan suprimirse las diferencias para llegar a acuerdos y administrar fácilmente la sociedad.
Sostienen que los ciudadanos pueden ceder sus posiciones en función de un bien común mayor. Esta postura
supone que los seres humanos podemos acudir a la racionalidad para suprimir los conflictos, dejando de lado
otros aspectos más subjetivos.
Otros afirman que la construcción de la sociedad se da a partir del disenso, del desacuerdo o del conflicto.
Entre éstos, hay quienes afirman que la política es antagonismo, es decir, oposición irreconciliable; y hay
quienes sostienen que la política es agonismo, es decir, oposición que, a partir de las particularidades de cada
posición, genere un ámbito común. Quienes mantienen esta posición creen que el conflicto es el origen y el
motor de la política, ya que el consenso es prácticamente imposible porque no se puede abandonar
simplemente la propia posición sin ponerla en discusión ya que no existiría una verdad única sino que se
construye en la conflictividad.

El problema del poder

La vida política se centra en el poder. El poder es la capacidad de imponer la propia voluntad. Supone un
determinado modo de relación en la que intervienen quienes son sujetos o ejercen el poder y quienes son
objetos de ese poder (mando y obediencia), aunque esta relación suele ser muy compleja (por ejemplo, los
medios de comunicación que imponen opinión, etc.). Por otra parte, hay varias formas de ejercicio del
poder: el control de los cuerpos físicos, la presión ideológica y el control del pensamiento, la imposición de
modos de mirar el mundo, el dominio del mercado, etc.
El poder político es el que permite controlar o intervenir significativamente en el control del Estado. El
poder económico es aquel que hace lo mismo en las organizaciones económicas y en general cualquier
clase de poder representa la posibilidad de imponer los criterios propios (valores, ideas, pautas,
propuestas, productos) a la hora de controlar un sector de la actividad humana sea en su organización o en
la distribución de beneficios.
El poder en sí no es ni malo ni bueno; es un elemento fundamental de la interacción social que puede ser
utilizado para fines constructivos o para fines exclusivamente egoístas.

Los derechos humanos como base y fundamento de la vida política

Reflexionar sobre los derechos humanos implica pensar en un conjunto de aspectos que refieren tanto a su
conformación como a su efectiva aplicación y cumplimiento por parte de las instituciones y de los sujetos
individuales, dado que es un asunto que nos corresponde a todos. Por otra parte, se plantea la necesidad de
dicha reflexión en virtud de que cotidianamente observamos cómo son negadas y violadas las libertades de
las personas, afectando seriamente la consecución de una vida digna.
Al observar nuestro comportamiento, tanto a nivel local como a nivel internacional, podemos apreciar que
la vida humana es poco respetada. Precisamente, ante la violación sistemática y la negación de la dignidad
de la vida humana, es como surge la idea de pensar y proclamar los denominados “derechos humanos”, es
decir, un conjunto de principios que tengan validez y propongan un marco regulatorio para las acciones
humanas, más allá de su filiación a determinada cultura o nacionalidad.
Acercamos, ahora, una definición de “derechos humanos” que intenta disparar una reflexión acerca de los
mismos. Esta definición es, simplemente, ese disparador:
 Derecho perteneciente al hombre por el sólo hecho de nacer hombre, independientemente del orden
jurídico, político o social establecido; que es inalterable, inalienable e imprescriptible y pretende la
satisfacción de las necesidades básicas para una vida humana digna
Podemos decir que los derechos humanos son derechos inherentes al ser humano, sin importar su origen,
condición social o económica, ideologías o creencias; estos derechos nos pertenecen por el sólo hecho de ser
humanos. Los derechos humanos son imprescriptibles, inalienables e interdependientes entre sí.
Tras el trauma de la II Guerra Mundial, se publicaron varias declaraciones de derechos en todo el mundo. En
Iberoamérica, con la Constitución de los Estados Unidos de México (1917), en Rusia, con la Declaración
Soviética de los Derechos del Pueblo Trabajador y Explotado (1918) y en Alemania, con la Constitución de

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Weimar (1919). El movimiento de los derechos humanos alcanzó empero una dimensión internacional con
la Declaración de los Derechos del Niño, o Declaración de Ginebra, aprobada por la Sociedad de Naciones en
1924. La II Guerra Mundial aceleró este proceso. En efecto, a la Carta del Atlántico, fruto de una entrevista
que mantuvieron en 1941 Churchill y Roosevelt en un buque de guerra, le siguió muy pronto, en enero de
1942, la Declaración de las Naciones Unidas, en la que 26 Estados se declararon unidos para luchar contra las
potencias del Eje y prometieron permanecer unidos después del conflicto para fundar una organización
internacional cuya misión sería promover la paz en el mundo.
La Carta de las Naciones Unidas, aprobada el 26 de junio de 1945, sella a la vez la creación de la Organización
de las Naciones Unidas y la ratificación internacional de los derechos humanos, cuya defensa se reconoce
como indisociable de la búsqueda de la paz. Luego se promulgaron el Acta Constitutiva de la UNESCO
(Organización de las Naciones para la Educación, la Ciencia y la Cultura), en 1945, y la Declaración Universal
de Derechos Humanos, aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948
en París. Esta declaración supone el primer reconocimiento universal de que los derechos básicos y las
libertades fundamentales son inherentes a todos los seres humanos, inalienables y aplicables en igual medida
a todas las personas, y que todos y cada uno de nosotros hemos nacido libres y con igualdad de dignidad y
de derechos. Independientemente de nuestra nacionalidad, lugar de residencia, género, origen nacional o
étnico, color de piel, religión, idioma o cualquier otra condición, el 10 de diciembre de 1948 la comunidad
internacional se comprometió a defender la dignidad y la justicia para todos los seres humanos.

Clasificación de los derechos humanos en “Generaciones”

La clasificación generacional de los derechos humanos sigue siendo un tema controvertido, en el que no hay
acuerdos sustanciales. Generalmente se admite como criterio de clasificación las tres nociones centrales de
la frase inspiradora de la Revolución francesa: libertad, igualdad, fraternidad; clasificación que puede
observarse en la Declaración Universal de 1948.
Se consideran tres generaciones de derechos, que refieren a diferentes aspectos de la vida humana. Es
necesario recordar que este tipo de clasificación comporta cierta arbitrariedad y que no debe pensarse que
dicha clasificación comporte una jerarquía entre los derechos.

a) Derechos de primera generación: derechos civiles y políticos

Los derechos civiles y políticos son una clase de derechos que protegen las libertades individuales de la
infracción injustificada de los gobiernos y organizaciones privadas, y garantizar la capacidad para participar
en la vida civil y política del Estado sin discriminación o represión.
Los derechos civiles incluyen la garantía de la integridad física de las personas y su seguridad, la protección
contra la discriminación por motivos de discapacidad física o mental, género, religión, raza, origen nacional,
edad u orientación sexual; y los derechos individuales como la libertad intelectual y conciencia, de expresión,
de culto o religión, de prensa, y de circulación.
Los derechos políticos incluyen la justicia natural (la equidad procesal) en la ley, tales como los derechos de
los acusados, incluido el derecho a un juicio justo, el debido proceso, el derecho a obtener una reparación o
un recurso legal, y los derechos de participación de la sociedad civil y la política tales como la libertad de
asociación, el derecho de reunión, el derecho de petición, y el sufragio.

b) Derechos de segunda generación: derechos económicos, sociales y culturales

Aseguran a los diferentes miembros de la ciudadanía igualdad de condiciones y de trato. Incluyen el derecho
a ser empleados, a la educación, los derechos a vivienda y a la salud, así como la seguridad social y las
prestaciones por desempleo. Comenzaron a ser reconocidos por los gobiernos después de la Primera Guerra
Mundial. Podemos mencionar, también, entre estos derechos, los siguientes: derecho al agua, a una
alimentación adecuada, a una vivienda digna, al trabajo, a la educación, a la salud.

c) Derechos de tercera generación: derechos de solidaridad o derechos de los pueblos

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Estos derechos son las exigencias más recientes en el tiempo, ya que surgieron en la década de 1980, y aún
están consolidándose. Son llamados así porque son derechos que aluden al desarrollo de una persona en un
ambiente apropiado. Estos derechos se caracterizan porque, para ser conseguidos o protegidos, se debe
contar con la participación solidaria de todos los individuos y todas las entidades públicas y privadas del
mundo; se vinculan con la solidaridad, cubren a pueblos o la humanidad entera y no solamente a los
individuos, contemplan al ser humano en su universalidad y buscan garantías para la humanidad como un
todo. Podemos mencionar aquí los siguientes derechos: derecho a la autodeterminación de los pueblos,
derecho al desarrollo, derecho al medioambiente sano, derecho a la paz.

Hacia una fundamentación de los derechos humanos

Cuando hablamos de derechos humanos nos referimos a derechos que son inherentes al ser humano. Pero
esto, en sí mismo, no nos dice mucho; si son propios del ser humano, ¿están inscritos en su naturaleza? ¿o,
más bien, son el fruto de acuerdos y convenciones? ¿qué quiere decir “naturaleza humana”?; los acuerdos y
convenciones, ¿por qué razón se erigieron? Las respuestas a estas preguntas no se agotan en unas pocas
páginas; así es que haremos, aquí, una primera aproximación.
Por lo general, se presentan dos posiciones que se han distinguido claramente respecto a esta cuestión: ellas
son el iusnaturalismo y el iuspositivismo. Básicamente, decimos que el iusnaturalismo es una teoría que
postula la existencia de derechos en el ser humano que son propios de su naturaleza, es decir, que se
encuentran antes e independientemente del ordenamiento jurídico de las sociedades; en ese sentido,
podemos afirmar que estos derechos son universales. Esta teoría supone una naturaleza o esencia humana
inmutable, es decir, que no varía y que es común a todos los hombres y mujeres; los derechos naturales
serían, entonces, una característica impresa por Dios o la Naturaleza en el espíritu humano.
Por otra parte, el iuspositivismo sostiene que el derecho adquiere su legitimidad en tanto es instituido por
una autoridad o un legislador (sea éste un soberano, una asamblea o el conjunto de la población), pero que
dicho derecho no es esencial o natural al hombre sino que es prescripto y positivado (puesto) en función del
mantenimiento del orden de una sociedad. Así, el derecho concebido bajo esta teoría es un derecho
generado para lograr una coexistencia pacífica entre los seres humanos, pero desconociendo si deban
fundarse en una naturaleza, ya que la positivación del derecho surge de una voluntad que lo dicta.
En la actualidad, han surgido pensadores y filósofos que sostienen la imposibilidad de lograr un acuerdo a la
hora de sentar los fundamentos de los derechos humanos (Norberto Bobbio es uno de ellos); estas nuevas
posiciones afirman que, más que pensar en un fundamento válido para los derechos, lo que debemos hacer
es, puesto que ya están consensuados y promulgados, es encontrar canales de acción para una efectiva
protección y cumplimiento de los mismos, ya que lo urgente es la necesidad de luchar contra las constantes
violaciones de los mismos.

Algunas formas de discriminación

La discriminación es un fenómeno que podemos ver cotidianamente. La discriminación, en un sentido amplio,


puede entenderse como una manera de clasificar. Pero, la connotación que adquiere este término es aquella
que señala la segregación o diferenciación (generalmente con características peyorativas) de las personas
por sus diferencias. Es así que nos encontramos con variadas formas de discriminación: hacia personas con
discapacidades, personas que padecen enfermedades infectocontagiosas, gente de otras razas o color de
piel, de distintas clases sociales.
Una característica preponderante es que los sectores discriminados terminan en situaciones de marginación,
ya que los actos discriminatorios atentan contra la igualdad de los seres humanos en tanto que sujetos con
derechos.
Hay muchas formas de discriminar: podemos citar desde políticas estatales (por ejemplo la falta de rampas
para discapacitados en las esquinas de las calles, o la ausencia de semáforos que contienen una señal sonora
para los no videntes) hasta formas instauradas en el lenguaje (negro, cabeza, bolita). Estas formas de
discriminar atentan contra la dignidad de las personas que padecen la discriminación, pero también atentan
contra la dignidad de las personas que discriminan. Otras maneras de discriminar son el racismo y la
xenofobia; el racismo refiere a un sentimiento de superioridad de algún grupo determinado que se identifica

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por su pertenencia a una raza, despreciando a las demás (ponemos como ejemplo la ideología
nacionalsocialista de la Alemania de Hitler, las políticas contra los negros practicadas, fundamentalmente en
los Estados Unidos, el antisemitismo); en tanto que la xenofobia remite al odio o desprecio hacia los
extranjeros, que supone un rechazo y aversión hacia las diferencias.
Ante la discriminación, todos somos responsables. No solamente porque asumimos ciertas conductas
discriminadoras (algunas de las cuales están instaladas en nuestra cultura), sino también porque, al igual que
ocurre con la defensa y protección de todos los derechos humanos, tanto los individuos como la sociedad y
el Estado, debemos exigir y lograr la efectiva realización de los derechos. Es responsabilidad de todos
nosotros su cumplimiento; lo que implica que, en cada ámbito de aplicación, debemos hacer la parte que nos
toca, ya que la finalidad es lograr un espacio para el desarrollo integral de todos los seres humanos,
permitiendo el libre ejercicio de nuestras potencialidades y de las de los demás.

Declaración Universal de Derechos Humanos


Recuperado de: https://www.un.org/es/about-us/universal-declaration-of-human-rights

Preámbulo
Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad
intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana;
Considerando que el desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de
barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad, y que se ha proclamado, como la aspiración más
elevada del hombre, el advenimiento de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la
miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias;
Considerando esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de Derecho, a fin de que
el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión;
Considerando también esencial promover el desarrollo de relaciones amistosas entre las naciones;
Considerando que los pueblos de las Naciones Unidas han reafirmado en la Carta su fe en los derechos
fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana y en la igualdad de derechos de
hombres y mujeres, y se han declarado resueltos a promover el progreso social y a elevar el nivel de vida
dentro de un concepto más amplio de la libertad;
Considerando que los Estados Miembros se han comprometido a asegurar, en cooperación con la
Organización de las Naciones Unidas, el respeto universal y efectivo a los derechos y libertades
fundamentales del hombre, y
Considerando que una concepción común de estos derechos y libertades es de la mayor importancia para el
pleno cumplimiento de dicho compromiso;
LA ASAMBLEA GENERAL proclama la presente DECLARACIÓN UNIVERSAL DE DERECHOS HUMANOS como
ideal común por el que todos los pueblos y naciones deben esforzarse, a fin de que tanto los individuos como
las instituciones, inspirándose constantemente en ella, promuevan, mediante la enseñanza y la educación,
el respeto a estos derechos y libertades, y aseguren, por medidas progresivas de carácter nacional e
internacional, su reconocimiento y aplicación universales y efectivos, tanto entre los pueblos de los Estados
Miembros como entre los de los territorios colocados bajo su jurisdicción.

Artículo 1.
Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y
conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.

Artículo 2.
Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna
de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social,
posición económica, nacimiento o cualquier otra condición.
Además, no se hará distinción alguna fundada en la condición política, jurídica o internacional del país o
territorio de cuya jurisdicción dependa una persona, tanto si se trata de un país independiente, como de un
territorio bajo administración fiduciaria, no autónomo o sometido a cualquier otra limitación de soberanía.

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Artículo 3.
Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona.

Artículo 4.
Nadie estará sometido a esclavitud ni a servidumbre, la esclavitud y la trata de esclavos están prohibidas en
todas sus formas.

Artículo 5.
Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes.

Artículo 6.
Todo ser humano tiene derecho, en todas partes, al reconocimiento de su personalidad jurídica.

Artículo 7.
Todos son iguales ante la ley y tienen, sin distinción, derecho a igual protección de la ley. Todos tienen
derecho a igual protección contra toda discriminación que infrinja esta Declaración y contra toda provocación
a tal discriminación.

Artículo 8.
Toda persona tiene derecho a un recurso efectivo ante los tribunales nacionales competentes, que la ampare
contra actos que violen sus derechos fundamentales reconocidos por la constitución o por la ley.

Artículo 9.
Nadie podrá ser arbitrariamente detenido, preso ni desterrado.

Artículo 10.
Toda persona tiene derecho, en condiciones de plena igualdad, a ser oída públicamente y con justicia por un
tribunal independiente e imparcial, para la determinación de sus derechos y obligaciones o para el examen
de cualquier acusación contra ella en materia penal.

Artículo 11.
1. Toda persona acusada de delito tiene derecho a que se presuma su inocencia mientras no se pruebe su
culpabilidad, conforme a la ley y en juicio público en el que se le hayan asegurado todas las garantías
necesarias para su defensa.
2. Nadie será condenado por actos u omisiones que en el momento de cometerse no fueron delictivos según
el Derecho nacional o internacional. Tampoco se impondrá pena más grave que la aplicable en el momento
de la comisión del delito.

Artículo 12.
Nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada, su familia, su domicilio o su correspondencia,
ni de ataques a su honra o a su reputación. Toda persona tiene derecho a la protección de la ley contra tales
injerencias o ataques.

Artículo 13.
1. Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado.
2. Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país.

Artículo 14.
1. En caso de persecución, toda persona tiene derecho a buscar asilo, y a disfrutar de él, en cualquier país.
2. Este derecho no podrá ser invocado contra una acción judicial realmente originada por delitos comunes o
por actos opuestos a los propósitos y principios de las Naciones Unidas.

Artículo 15.

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1. Toda persona tiene derecho a una nacionalidad.
2. A nadie se privará arbitrariamente de su nacionalidad ni del derecho a cambiar de nacionalidad.

Artículo 16.
1. Los hombres y las mujeres, a partir de la edad núbil, tienen derecho, sin restricción alguna por motivos de
raza, nacionalidad o religión, a casarse y fundar una familia, y disfrutarán de iguales derechos en cuanto al
matrimonio, durante el matrimonio y en caso de disolución del matrimonio.
2. Sólo mediante libre y pleno consentimiento de los futuros esposos podrá contraerse el matrimonio.
3. La familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección de la
sociedad y del Estado.

Artículo 17.
1. Toda persona tiene derecho a la propiedad, individual y colectivamente.
2. Nadie será privado arbitrariamente de su propiedad.

Artículo 18.
Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye
la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia,
individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la
observancia.

Artículo 19.
Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser
molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas,
sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.

Artículo 20.
1. Toda persona tiene derecho a la libertad de reunión y de asociación pacíficas.
2. Nadie podrá ser obligado a pertenecer a una asociación.

Artículo 21.
1. Toda persona tiene derecho a participar en el gobierno de su país, directamente o por medio de
representantes libremente escogidos.
2. Toda persona tiene el derecho de acceso, en condiciones de igualdad, a las funciones públicas de su país.
3. La voluntad del pueblo es la base de la autoridad del poder público; esta voluntad se expresará mediante
elecciones auténticas que habrán de celebrarse periódicamente, por sufragio universal e igual y por voto
secreto u otro procedimiento equivalente que garantice la libertad del voto.

Artículo 22.
Toda persona, como miembro de la sociedad, tiene derecho a la seguridad social, y a obtener, mediante el
esfuerzo nacional y la cooperación internacional, habida cuenta de la organización y los recursos de cada
Estado, la satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales, indispensables a su dignidad y al
libre desarrollo de su personalidad.

Artículo 23.
1. Toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, a condiciones equitativas y
satisfactorias de trabajo y a la protección contra el desempleo.
2. Toda persona tiene derecho, sin discriminación alguna, a igual salario por trabajo igual.
3. Toda persona que trabaja tiene derecho a una remuneración equitativa y satisfactoria, que le asegure, así
como a su familia, una existencia conforme a la dignidad humana y que será completada, en caso necesario,
por cualesquiera otros medios de protección social.
4. Toda persona tiene derecho a fundar sindicatos y a sindicarse para la defensa de sus intereses.

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Artículo 24.
Toda persona tiene derecho al descanso, al disfrute del tiempo libre, a una limitación razonable de la duración
del trabajo y a vacaciones periódicas pagadas.

Artículo 25.
1. Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y
el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales
necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez
u otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad.
2. La maternidad y la infancia tienen derecho a cuidados y asistencia especiales. Todos los niños, nacidos de
matrimonio o fuera de matrimonio, tienen derecho a igual protección social.

Artículo 26.
1. Toda persona tiene derecho a la educación. La educación debe ser gratuita, al menos en lo concerniente a
la instrucción elemental y fundamental. La instrucción elemental será obligatoria. La instrucción técnica y
profesional habrá de ser generalizada; el acceso a los estudios superiores será igual para todos, en función
de los méritos respectivos.
2. La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana y el fortalecimiento del
respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales; favorecerá la comprensión, la tolerancia y
la amistad entre todas las naciones y todos los grupos étnicos o religiosos, y promoverá el desarrollo de las
actividades de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz.
3. Los padres tendrán derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos.

Artículo 27.
1. Toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las
artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten.
2. Toda persona tiene derecho a la protección de los intereses morales y materiales que le correspondan por
razón de las producciones científicas, literarias o artísticas de que sea autora.

Artículo 28.
Toda persona tiene derecho a que se establezca un orden social e internacional en el que los derechos y
libertades proclamados en esta Declaración se hagan plenamente efectivos.

Artículo 29.
1. Toda persona tiene deberes respecto a la comunidad, puesto que sólo en ella puede desarrollar libre y
plenamente su personalidad.
2. En el ejercicio de sus derechos y en el disfrute de sus libertades, toda persona estará solamente sujeta a
las limitaciones establecidas por la ley con el único fin de asegurar el reconocimiento y el respeto de los
derechos y libertades de los demás, y de satisfacer las justas exigencias de la moral, del orden público y del
bienestar general en una sociedad democrática.
3. Estos derechos y libertades no podrán, en ningún caso, ser ejercidos en oposición a los propósitos y
principios de las Naciones Unidas.

Artículo 30.
Nada en esta Declaración podrá interpretarse en el sentido de que confiere derecho alguno al Estado, a un
grupo o a una persona, para emprender y desarrollar actividades o realizar actos tendientes a la supresión
de cualquiera de los derechos y libertades proclamados en esta Declaración.

Hace más de medio siglo que las Naciones Unidas aprobaron la Declaración Universal de los
Derechos Humanos, y no hay documento internacional más citado y elogiado.
No es por criticar, pero a esta altura me parece evidente que a la Declaración le falta mucho más
que lo que tiene. Por ejemplo, allí no figura el más elemental de los derechos, el derecho a

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respirar, que se ha hecho impracticable en este mundo donde los pájaros tosen. Ni figura el
derecho a caminar, que ya ha pasado a la categoría de hazaña ahora que sólo quedan dos clases
de peatones, los rápidos y los muertos. Y tampoco figura el derecho a la indignación, que es lo
menos que la dignidad humana puede exigir cuando se la condena a ser indigna, ni el derecho a
luchar por otro mundo posible cuando se ha hecho imposible el mundo tal cual es.
En los treinta artículos de la Declaración, la palabra libertad es la que más se repite. La libertad
de trabajar, ganar un salario justo y fundar sindicatos, pongamos por caso, está garantizada en
el artículo 23. Pero son cada vez más los trabajadores que no
tienen, hoy por hoy, ni siquiera la libertad de elegir la salsa con la que serán comidos. Los
empleos duran menos que un suspiro, y el miedo obliga a callar y obedecer: salarios más bajos,
horarios más largos, y a olvidarse de las vacaciones pagas, la jubilación y la asistencia social y
demás derechos que todos tenemos, según aseguran los artículos 22, 24 y 25. Las instituciones
financieras internacionales, las Chicas Superpoderosas del mundo contemporáneo, imponen la
"flexibilidad laboral", eufemismo que designa el entierro de dos siglos de conquistas obreras. Y
las grandes empresas multinacionales exigen acuerdos "union free", libres de sindicatos, en los
países que entre sí compiten ofreciendo mano de obra más sumisa y barata. "Nadie será
sometido a esclavitud ni a servidumbre en cualquier forma", advierte el artículo 4. Menos mal.
No figura en la lista el derecho humano a disfrutar de los bienes naturales, tierra, agua, aire, y a
defenderlos ante cualquier amenaza. Tampoco figura el suicida derecho al exterminio de la
naturaleza, que por cierto ejercitan, y con entusiasmo, los países que se han comprado el
planeta y lo están devorando. Los demás países pagan la cuenta. Los años noventa fueron
bautizados por las Naciones Unidas con un nombre dictado

por el humor negro: Década Internacional para la Reducción de los Desastres Naturales. Nunca
el mundo ha sufrido tantas calamidades, inundaciones, sequías, huracanes, clima enloquecido,
en tan poco tiempo. ¿Desastres "naturales"? En un mundo que tiene la costumbre de condenar
a las víctimas, la naturaleza tiene la culpa de los crímenes que contra ella se cometen.
"Todos tenemos derecho a transitar libremente", afirma el artículo 13. Entrar, es otra cosa. Las
puertas de los países ricos se cierran en las narices de los millones de fugitivos que peregrinan
del sur al norte, y del este al oeste, huyendo de los cultivos aniquilados, los ríos envenenados,
los bosques arrasados, los precios arruinados, los salarios enanizados. Unos cuantos mueren en
el intento, pero otros consiguen colarse por debajo de la puerta. Una vez adentro, en el paraíso
prometido, ellos son los menos libres y los menos iguales.
"Todos los hombres nacen libres e iguales en dignidad y derechos", dice el artículo 1. Que nacen,
puede ser; pero a los pocos minutos se hace el aparte. El artículo 28 establece que "todos
tenemos derecho a un justo orden social e internacional". Las mismas Naciones Unidas nos
informan, en sus estadísticas, que cuanto más progresa el progreso, menos justo resulta. El
reparto de los panes y los peces es mucho más injusto en Estados Unidos o en Gran Bretaña que
en Bangladesh o Ruanda. Y en el orden internacional, también los numeritos de las Naciones
Unidas revelan que diez personas poseen más riqueza que toda la riqueza que producen 54
países sumados. Las dos terceras partes de la humanidad sobreviven con menos de dos dólares
diarios, y la brecha entre los que tienen y los que necesitan se ha triplicado desde que se firmó
la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Crece la desigualdad, y para salvaguardarla crecen los gastos militares. Obscenas fortunas
alimentan la fiebre guerrera y promueven la invención de demonios destinados a justificarla. El
artículo 11 nos cuenta que "toda persona es inocente mientras no se pruebe lo contrario". Tal
como marchan las cosas, de aquí a poco será culpable de terrorismo toda persona que no camine
de rodillas, aunque se pruebe lo contrario.
La economía de guerra multiplica la prosperidad de los prósperos y cumple funciones de
intimidación y castigo. Y a la vez irradia sobre el mundo una cultura militar que sacraliza la
violencia ejercida contra la gente "diferente", que el racismo reduce a la categoría de sub-gente.
"Nadie podrá ser discriminado por su sexo, raza, religión o cualquier otra condición", advierte el
artículo 2, pero las nuevas superproducciones de Hollywood, dictadas por el Pentágono para

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glorificar las aventuras imperiales, predican un racismo clamoroso que hereda las peores
tradiciones del cine. Y no sólo del cine. En estos días, por pura casualidad, cayó en mis manos
una revista de las Naciones Unidas de noviembre del 86, edición en inglés del Correo de la
Unesco. Allí me enteré de que un antiguo cosmógrafo había escrito que los indígenas de las
Américas tenían la piel azul y la cabeza cuadrada. Se llamaba, créase o no, John of Hollywood.

Eduardo Galeano

Sugerimos para trabajar y profundizar en el tema, la colección sobre derechos humanos, género y ESI en la
escuela que publicó el Ministerio de Educación de la Nación:
https://www.educ.ar/recursos/157478/coleccion-en-la-escuela

Derecho a la identidad y perspectiva de género

Los seres humanos vamos construyendo nuestra identidad a partir de nuestra historia, nuestras experiencias,
los mandatos y normas sociales, los rasgos culturales, la educación, etc. Ahora, la identidad es un derecho
que todos los seres humanos tenemos, y este derecho es, justamente, el derecho a decidir quiénes somos y
qué queremos para nuestra propia vida. En nuestro país y en Latinoamérica tenemos una historia que ha
estado atravesada por políticas que han negado las identidades: las prácticas del terrorismo de Estado
durante las dictaduras que se sucedieron en los años setenta y ochenta del siglo pasado han sido un claro
ejemplo a partir de los secuestros y desapariciones de personas, que en muchísimos casos implicó el
nacimiento de niños en centros clandestinos de detención y la separación de esos niños de sus familias para
ser entregados, generalmente, a familias cercanas a quienes ejercieron las dictaduras. Por eso, en nuestro
país, las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo son un ejemplo de lucha por la identidad; otro ejemplo claro
son las agrupaciones “H.I.J.O.S.” (que nuclea a los hijos de desaparecidos y a quienes nacieron durante el
cautiverio de sus padres) e “Historias desobedientes” que agrupa a hijos de militares que fueron
responsables, en los diversos estamentos, del terrorismo de Estado.
Pero el derecho a la identidad (que es lo que abordaremos aquí) también tiene un profundo impacto en la
constitución de los roles sociales determinados por nuestro género. En nuestras sociedades capitalistas se
ha ido construyendo la idea de la superioridad del varón sobre la mujer por la necesidad que tiene el Mercado
de fuerza de trabajo, y también los Estados de reserva humana ante eventuales conflictos. Como decimos,
esta construcción significó que las mujeres ocupen roles subalternos en las sociedades y se identifiquen con
funciones específicas del ámbito privado (reproducción y cuidado de la vida).
La lucha por la igualdad de género y el reconocimiento de las mujeres y disidencias ha puesto en el debate
público el derecho que las personas tienen a decidir, dentro de las propias opciones sobre cómo desarrollar
su propia vida, sobre cómo quieren expresar su personalidad y su socialidad a partir de la propia percepción
de su cuerpo y de su identidad. En este apartado vamos a introducirnos en el debate sobre las desigualdades
de género en nuestras sociedades, principalmente en el ámbito político y laboral. Para ello es importante
que identifiquemos y comprendamos algunas categorías centrales para entender los feminismos y sus luchas.

Varela, Nuria (2008). Feminismo para principiantes. Barcelona: Ediciones B.


Disponible en: http://www.diariofemenino.com.ar/documentos/Feminismo%20para%20principiantes.pdf

¿QUÉ ES EL FEMINISMO?

Me declaro en contra de todo poder cimentado en prejuicios aunque sean antiguos.


MARY WOLLSTONECRAFT

El feminismo es un impertinente —como llama la Real Academia Española a todo aquello que molesta de
palabra o de obra—. Es muy fácil hacer la prueba. Basta con mencionarlo. Se dice feminismo y cual palabra
mágica, inmediatamente, nuestros interlocutores tuercen el gesto, muestran desagrado, se ponen a la
defensiva o, directamente, comienza la refriega.

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¿Por qué? Porque el feminismo cuestiona el orden establecido. Y el orden establecido está muy bien
establecido para quienes lo establecieron, es decir, para quienes se benefician de él.
El feminismo fue muy impertinente cuando nació. Corría el siglo XVIII y los revolucionarios e ilustrados
franceses —también las francesas—, comenzaban a defender las ideas de «igualdad, libertad y fraternidad».
Por primera vez en la historia, se cuestionaban políticamente los privilegios de cuna y aparecía el principio
de igualdad. Sin embargo, ellas, las que defendieron que esos derechos incluían a todos los seres humanos
—también a las humanas—, terminaron en la guillotina mientras que ellos siguieron pensando que el nuevo
orden establecido significaba que las libertades y los derechos sólo correspondían a los varones. Todas las
libertades y todos los derechos (políticos, sociales, económicos...). Así, aunque existen precedentes
feministas antes del siglo XVIII, podemos establecer que, como dice Amelia Valcárcel, «el feminismo es un
hijo no querido de la Ilustración». Es en ese momento cuando se comienzan a hacer las preguntas
impertinentes: ¿Por qué están excluidas las mujeres? ¿Por qué los derechos sólo corresponden a la mitad del
mundo, a los varones? ¿Dónde está el origen de esta discriminación? ¿Qué podemos hacer para combatirla?
Preguntas que no hemos dejado de hacer.
El feminismo es un discurso político que se basa en la justicia. El feminismo es una teoría y práctica política
articulada por mujeres que tras analizar la realidad en la que viven toman conciencia de las discriminaciones
que sufren por la única razón de ser mujeres y deciden organizarse para acabar con ellas, para cambiar la
sociedad. Partiendo de esa realidad, el feminismo se articula como filosofía política y, al mismo tiempo, como
movimiento social. Con tres siglos de historia a sus espaldas, ha habido épocas en las que ha sido más teoría
política y otras, como el sufragismo, donde el énfasis estuvo puesto en el movimiento social.
La teoría del género no se refiere sólo a las mujeres. De igual manera que el género femenino está construido
socialmente y es una obligación para todo el sexo femenino, el género masculino también está edificado
sobre mandatos exigidos para todos los varones. Es decir, todos los hombres deben comportarse según esté
definida la masculinidad en su cultura. Esas características no son innatas ni naturales. Como señala Elizabeth
Badinter a propósito de la identidad masculina, no hay una masculinidad única, lo que implica que no existe
un modelo masculino universal y válido para cualquier lugar, época, clase social, edad, raza, orientación
sexual... sino una gran diversidad de identidades masculinas y de maneras de ser hombre en nuestras
sociedades.
Ser niño o niña se aprende viviendo. A este proceso de aprendizaje del ser humano se le denomina
socialización. Tiene como objetivo que las personas se integren en la sociedad en la que les toca vivir, que
conozcan sus normas y las respeten para evitar ser excluidas y/o castigadas. Niñas y niños se hacen mujeres
y hombres por el proceso de socialización que se encarga de reprimir o fomentar las actitudes que se
consideran adecuadas para cada sexo. Como en el mundo en el que vivimos impera un sistema patriarcal,
discriminatorio y opresor para las mujeres, el proceso de socialización también lo es. Pero además, es
castrante para los varones. Los estereotipos de género tienen como consecuencia la desigualdad entre los
sexos y se convierten en agentes de discriminación, impidiendo el pleno desarrollo de las potencialidades y
las oportunidades de ser de cada persona. Privan a las mujeres y niñas de su autonomía, limitando sus
derechos a la igualdad de oportunidades y a los hombres y niños les niegan el derecho a la expresión de su
afectividad.

EL PADRE DE TODOS LOS PREJUICIOS

El primero, el padre de todos los prejuicios, es el que dice que la desigualdad entre hombres y mujeres es
natural —no las diferencias biológicas, sino las desigualdades entre los derechos de unas y otros—, y prueba
de ello —se añade— es que ha existido siempre. Y es que la lógica del patriarcado respecto a las mujeres es
contraria a la lógica respecto al resto del mundo, es más, es justo lo contrario a la lógica. Así, cuando las
mujeres desmintieron con sus vidas aquellas características que se les decía eran naturales a su ser, incluso
se afirmaba que no era algo impuesto, sino que a las mujeres les gustaban —estar en casa, no opinar, ser
dulces y complacientes, ser pasivas, no tener deseo sexual, no tener inteligencia, sólo sensibilidad...—, en
vez de rectificar el error, ilustres señores explicaban que quien se había equivocado era la naturaleza. Igual
que cuando el patriarcado aseguraba como verdad científica e irrefutable que las mujeres teníamos instinto
maternal. Cuando no una, sino miles de mujeres decidieron no tener hijos, no se cuestionó la mentira
inventada y repetida, eran esas mujeres las que eran raras, eran excepciones, ¡miles de excepciones!

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Lo mismo que ocurrió cuando las mujeres comenzaron a estudiar y crear. De nuevo, en vez de reconocer el
error de haber adjudicado sólo a los varones las capacidades intelectuales, creyeron equivocada a la
naturaleza.

Algunas categorías:

Perspectiva de género
La perspectiva de género entonces, hace referencia a los marcos teóricos adoptados para una
investigación, capacitación o desarrollo de políticas o programas, lo que implica: reconocer las
relaciones de poder que se dan entre los géneros, en general favorables a los varones como grupo
social y discriminatorias para las mujeres; que estas relaciones han sido constituidas social e
históricamente y son constitutivas de las personas y que atraviesan todo el entramado social y se
articulan con otras relaciones sociales, como las de clase, etnia, edad, preferencia sexual y religión.
La perspectiva de género opta por una concepción epistemológica que se aproxima a la realidad desde
las miradas de los géneros y sus relaciones de poder. Sostiene que la cuestión de los géneros no es un
tema a agregar como si se tratara de un capítulo más en la historia de la cultura, sino que las relaciones
de desigualdad entre los géneros tienen sus efectos de producción y reproducción de la discriminación,
adquiriendo expresiones concretas en todos los ámbitos de la cultura: el trabajo, la familia, la política,
las organizaciones, el arte, las empresas, la salud, la ciencia, la sexualidad, la historia.
La mirada de género no está supeditada a que la adopten las mujeres ni está dirigida exclusivamente
a ellas.

Estereotipos de género
Un estereotipo es una imagen mental simplificada creada con algunos elementos acerca de un grupo
de gente que comparte ciertas cualidades, características y habilidades.

El estereotipo tiene la particularidad de haber sido aceptado por la mayoría como patrón o modelo de
cualidades. Por estar basado en creencias, posee características ilógicas e irracionales que limitan la
creatividad y que solo se pueden cambiar mediante el análisis crítico, propio de la educación. El
estereotipo se refiere metafóricamente al molde a partir del cual todas las muestras que salgan de
aquel serán iguales. Este uso desembocó en una metáfora sobre un conjunto de ideas
preestablecidas que se podían llevar de un lugar a otro sin cambios. Se distinguen los estereotipos
racistas, clasistas y de género, entre algunos. Otros ejemplos de estereotipos de género binario se
relacionan con los valores inculcados a ambos sexos. A los varones se los motiva para que demuestren
su “hombría”: se les pide que sean fuertes y valientes. A las mujeres en cambio, se les promueve
valores como la delicadeza y suavidad en el trato con otras personas.
Los estereotipos de género binario constituyen roles de las personas dentro de la sociedad
determinando el desarrollo de sus ocupaciones.
A continuación vamos a abordar algunas categorías fundamentales para comprender la relación del
sexo-género:

Binarismo de género: Categorías rígidas de masculino/hombre y femenino/mujer. Inconvenientes:


excluye a personas que no se identifican en esas categorías, como las personas trans y/o intersex.
Orientación sexual: Refiere a la atracción sexual y afectiva hacia otras personas.
Sexo opuesto: heterosexual.
Mismo sexo: homosexual.
Ambos sexos: bisexual.
Orientación sexual y afectiva hacia personas, más allá de su sexo/género: pansexual.
Cisexual: Individuos cuyos caracteres sexuales primarios son coincidentes con la identidad asignada al
nacer (H/M).Intersexualidad: Refiere a todas aquellas situaciones en las que el cuerpo de un individuo
varía de acuerdo al standard de corporalidad femenina o masculina, médico o culturalmente vigente.
Genital, órganos internos, composición hormonal y composición cromosómica.

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Transgénero: Personas que se autoperciben, sienten y expresan una identidad de género que no
corresponde con el sexo al nacer.
Transexual: Personas que a través de tratamientos hormonales y quirúrgicos adecuan su cuerpo a la
identidad de género autopercibida.
Travesti: Personas que incorporan vestimenta y/o comportamientos acorde a la identidad de género
autopercibida.
LGTBIQ+: "Lesbianas, gays, bisexuales, personas trans, intersex y Queer". El + permite incluir a quienes
no se identifican con ninguna de las categorías incluidas en la sigla.
No binario/e: Personas que rechazan identificarse con el binarismo de género.
En Argentina se han sancionado dos leyes fundamentales en materia de ampliación de derechos
LGBTIQ+. Primero la Ley de Matrimonio Igualitario (Ley N° 26.618), que en su artículo 2 establece
“ (...) el matrimonio tendrá los mismos requisitos y efectos, con independencia de que los contrayentes
sean del mismo o de diferente sexo”.
Y en 2012 se sancionó la Ley de Identidad de Género (Ley Nº 26.743), que rompe la visión biologista
del género asociado al sexo. Es decir, a la corresponsabilidad de los aspectos genitales, a la
composición cromosómica y hormonal, con la asignación del género binario masculino y femenino.
Para entender mejor este punto es interesante detenerse en el artículo Nº2 de la Ley.

Otro aporte teórico significativo es la definición de sexismo.


Se llama sexismo a la discriminación que algunas personas hacen de un sexo por considerarlo inferior.
El sexismo puede ser contra el sexo femenino, contra el sexo masculino y otros géneros. Cada tipo de
sexismo tiene su propia historia y forma de intolerancia. Las creencias sexistas sostienen que los
individuos pueden ser entendidos o juzgados basándose simplemente en las características del grupo
al que pertenecen: en este caso, a su grupo sexual, masculino o femenino. Además reduce a
características homogéneas a todos los varones del grupo “masculino” y a todas las mujeres del
“femenino”, soslayando las enormes diferencias que pueden darse dentro de ellas y ellos.

Patriarcado, en términos generales, alude a la estructura social, política, económica que genera
relaciones de poder desigual entre varones y mujeres y disidencias sexuales.
Este sistema de poder legitima la dominación masculina en todos los órdenes sociales. Cuando
hablamos de Patriarcado estamos haciendo referencia a una de las categorías centrales de la historia
de la teoría feminista y como tal, no está ausente de controversias. Existen diversas críticas en cuanto
al modo en que este concepto ha sido utilizado por algunas vertientes del feminismo. Aun así,
consideramos necesario recuperarlo dado que a través del mismo se ha logrado instalar que las
relaciones de poder entre los sexos responden a un sistema de organización social que, más allá de las
variantes en función del contexto histórico y cultural, se mantiene vigente reproduciendo las
desigualdades de poder.

Desigualdades sociales fundadas en las diferencias de género

Las desigualdades entre hombres y mujeres y disidencias se expresan tanto en el ámbito doméstico como en
el espacio público. Un lugar privilegiado que evidencia estas desigualdades y los conflictos que llevan es el
mundo del trabajo. Numerosos son los ejemplos de desigualdad laboral y de precariedad que padecen las
mujeres (y mucho más las disidencias) en nuestras sociedades capitalistas. Pero estas desigualdades también
se fundan en una concepción que ha marginado a las mujeres a los roles de madre y esposa, de cuidadora y
reproductora, en otras palabras, de “ama de casa”, relegando a la mujer al ámbito privado o, cuando se
inserta en el mundo del trabajo, ubicándola en los llamados “trabajos de cuidado”.

Federici, Silvia (2018). El patriarcado del salario. Críticas feministas al marxismo. España: Traficantes de
sueños.
Recuperado de: https://www.traficantes.net/sites/default/files/pdfs/TDS_map49_federici_web_0.pdf

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La construcción del ama de casa a tiempo completo y del trabajo doméstico en la Inglaterra de los siglos XIX
y XX

Hoy en día, muchas personas consideran que el trabajo doméstico es una vocación natural de las mujeres,
tanto que a menudo se etiqueta como «trabajo de mujeres». En realidad, el trabajo doméstico, tal y como lo
conocemos, es una creación bastante reciente, que aparece a finales del siglo XIX y las primeras décadas del
siglo XX cuando la clase capitalista de Inglaterra y de Estados Unidos, presionada por la insurgencia de la clase
obrera y necesitada de una mano de obra más productiva, emprendió una reforma laboral que transformó
la fábrica, y también la comunidad y el hogar y, por encima de todo, la posición social de las mujeres.
Si se contempla desde el punto de vista de sus efectos sobre las mujeres, esta reforma puede describirse
como la creación del ama de casa a tiempo completo, un complejo proceso de ingeniería social que, en pocas
décadas, sacó a las mujeres ―especialmente a las madres― de las fábricas, aumentó sustancialmente los
salarios de los hombres proletarios, lo bastante como para mantener a un ama de casa no trabajadora, e
instituyó formas de educación popular para enseñar a la mano de obra femenina las habilidades necesarias
para el trabajo doméstico.
No solo los gobiernos y los patrones promovieron esta reforma. Los hombres proletarios también llamaron
a la exclusión de las mujeres de las fábricas y otros lugares de trabajo asalariado, aduciendo que su lugar
estaba en casa. Desde las últimas décadas del siglo XIX, los sindicatos lo reivindicaron con insistencia,
convencidos de que al sacar de la competencia a mujeres y niños se reforzaría el poder de negociación de los
trabajadores. Como escribe Wally Seccombe en Weathering the Storm. Working Class Families from the
Industrial Revolution to the Fertility Decline (1995) [Capeando el temporal. Familias de clase obrera de la
Revolución Industrial al descenso de la fertilidad], en la Primera Guerra Mundial, la idea de un «salario
familiar» o incluso de un «salario digno» se había convertido en «un potente elemento del movimiento
obrero y un objetivo clave de las negociaciones sindicales, respaldado por los partidos obreros de todo el
mundo desarrollado capitalista». De hecho, «ser capaz de ganar un salario suficiente para mantener a la
familia se convirtió en un signo de respetabilidad masculina, que distinguía a las capas altas de la clase
trabajadora de los trabajadores pobres» (Seccombe, 1995: 114).
También causaba gran preocupación entre los defensores de la reforma la cada vez más evidente desafección
de las mujeres de clase obrera hacia la familia y la reproducción.
Trabajando en la fábrica todo el día, ganando un salario propio, acostumbradas a ser independientes y
viviendo en un espacio público con otras mujeres y hombres la mayor parte del día, las mujeres inglesas de
clase obrera y especialmente las «muchachas» de las fábricas, «no estaban interesadas en producir la
próxima generación de obreros»; se negaban a asumir un rol doméstico y amenazaban la moralidad burguesa
con sus maneras escandalosas y sus hábitos masculinos ―como beber y fumar―.
Junto a la preocupación por la crisis de la vida doméstica producida por el empleo de las mujeres, estaba el
miedo a la usurpación de los privilegios masculinos, que se creía que socavaría la estabilidad de la familia y
provocaría enormes males en la sociedad. Durante los debates parlamentarios que en 1847 dieron lugar a la
Ten Hours Act [Ley de las diez horas], un defensor de la restricción de horas de trabajo para las mujeres
advirtió de que «las obreras no solo realizan el trabajo de los hombres, sino que ocupan sus espacios; están
formando diversos clubs y asociaciones y van adquiriendo gradualmente todos aquellos privilegios que se
consideran propios del sexo masculino» (Judy Lown, 1990: 181). Se consideraba que la ruptura de la familia
llevaría al país a la inestabilidad. Los maridos desatendidos abandonarían el hogar, pasarían el tiempo libre
en bares y licorerías y tendrían encuentros peligrosos que fomentarían una actitud rebelde.
Había un riesgo adicional: la combinación de salarios bajos, largas jornadas laborales y falta de trabajo
doméstico diezmó la mano de obra al reducir la esperanza de vida y producir individuos desnutridos que no
podían ser ni buenos obreros ni buenos soldados. Como cuenta Wally Seccombe (1995: 73), «la vitalidad,
salud y resistencia del proletariado urbano fueron agotadas gradualmente durante la primera fase de la
industrialización. Los obreros estaban exhaustos desde muy corta edad y sus hijos estaban enfermos y
débiles. Crecían y vivían en condiciones miserables, se les ponía a trabajar con ocho o diez años y se les
desechaba a los cuarenta, cuando ya no eran capaces de trabajar doce horas al día, cinco días y medio a la
semana, año tras año».

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Así que no nos sorprende que, informe tras informe, a partir de la década de 1840 se empezara a recomendar
que se redujera el número de horas de trabajo de las mujeres en las fábricas, especialmente de las casadas,
para que así pudieran realizar sus tareas domésticas, y se aconsejara a los patrones que se abstuvieran de
contratar a mujeres embarazadas. Detrás de la creación del ama de casa de clase obrera y de la extensión a
esta clase social del tipo de hogar y familia antes reservado a la clase media se hallaba la necesidad de un
nuevo tipo de obrero, más saludable, más robusto, más productivo y, sobre todo, más disciplinado y
«domesticado».

Las brechas de género en la Argentina: Estado de situación y desafíos.


Informe elaborado por la Dirección Nacional de Economía, Igualdad y Género dependiente del Ministerio de
Economía
Recuperado de:
https://www.argentina.gob.ar/sites/default/files/las_brechas_de_genero_en_la_argentina_0.pdf

El trabajo doméstico y de cuidado no remunerado, una clave para entender la desigualdad

El punto de partida para exponer el lugar de las mujeres en el sistema productivo es un concepto básico y
fundamental de la economía: el trabajo. En general, la definición de trabajo que aparece contenida tanto en
las estadísticas como en el diseño de las políticas públicas lo asume como una actividad mediada por un pago
y deja fuera del análisis económico al trabajo doméstico y de cuidados no remunerado que se realiza en los
hogares. Esta dimensión que, en general, no se considera a la hora de pensar las condiciones y posibilidades
de empleo de las personas, hace que la desigualdad se reproduzca y amplíe. Por ello, incorporar al análisis la
distribución social de estos trabajos no remunerados y los roles de género que se reproducen socialmente
es clave para entender las desigualdades que luego se captan en los indicadores laborales y que sí aparecen
de manera visible en gran parte de las estadísticas e información sobre la cuestión.
Históricamente, se ha consolidado una división sexual del trabajo que asigna roles de género: a las mujeres
se les destina el trabajo reproductivo (las tareas necesarias para garantizar el cuidados, bienestar y
supervivencia de las personas que componen el hogar), mientras que el trabajo productivo (vinculado al que
se realiza en el mercado y de manera remunerada), aparece asociado a los varones. Esta particular división
del trabajo constituye un producto histórico y humano y, por lo tanto, es factible de cambios que implican
diversos aspectos de la vida cultural, social, económica, política, entre otras.
Las tareas llamadas comúnmente reproductivas o domésticas, lejos de estar circunscritas al ámbito del hogar,
son pilares del funcionamiento social. Los quehaceres domésticos (limpieza de casa, aseo y arreglo de ropa,
preparación y cocción de alimentos, compras para el hogar; reparación y mantenimiento de bienes de uso
doméstico), los cuidados de personas (de niños/as, enfermos/as o adultos/as mayores miembros del hogar),
el apoyo escolar, recaen de manera asimétrica sobre las mujeres. Según la Encuesta sobre Trabajo No
Remunerado y Uso del Tiempo (EAHU-INDEC, 2013) ellas realizan el 76% de las tareas domésticas no
remuneradas. El 88,9% de las mujeres las realizan y dedican a este tipo de labores un promedio de 6,4 horas
semanales. Mientras tanto, sólo el 57,9% de los varones participa en estos trabajos, a los que les dedican un
promedio de 3,4 horas semanales.
Cuando se analiza la distribución de trabajos no remunerados por intervalos de edad, es posible notar que,
contrario a lo que el sentido común indicaría, la diferencia en la distribución es mayor entre quienes son más
jóvenes (de 18 a 29 años) y menor entre las personas de 60 años y más.
La presencia de niños y niñas en el hogar amplía la brecha en la distribución del trabajo no remunerado: las
mujeres sin niños/niñas menores de 6 años a cargo realizan el 72,7% de estas tareas, mientras que quienes
tienen 2 o más se hacen cargo del 77,8% de ellas.
A su vez, las mujeres dedican más horas al trabajo doméstico aún cuando se compara una que trabaja (fuera
del hogar y de manera paga) en una jornada completa con un varón que se encuentra desempleado (5,9
horas y 3,2 horas respectivamente).
La división social por la cual las mujeres cargan con la mayor parte del trabajo doméstico y de cuidado no
remunerado implica una menor cantidad de horas y recursos disponibles para dedicarles a su desarrollo
personal, productivo, profesional y económico. Esta carga extra de responsabilidad tiene diferentes impactos

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a lo largo de su vida: en sus posibilidades de estudiar, de trabajar por un salario y percibir la misma
remuneración que sus pares varones, desarrollarse en su carrera, obtener puestos jerárquicos, así como
también en sus probabilidades de ser pobre o salir de la pobreza.

El mercado laboral: una inserción marcadamente desigual

Uno de los indicadores en los que es posible identificar el impacto de la asimetría en la distribución de los
trabajos no remunerados, es la tasa de participación de las mujeres en el mercado laboral o tasa de actividad.
Al tener una cantidad de tiempo disponible menor, las mujeres participan menos en el mercado de trabajo.
Además, se insertan laboralmente con peores condiciones: salarios más bajos, doble jornada (paga y no
paga), mayor precarización, altas tasas de desempleo, pobreza de tiempo, entre otras. La tasa promedio de
la participación de las mujeres en el mercado laboral es de 49,2%, 21 puntos porcentuales más baja que la
de los varones (71,2%). Hay diferencias entre las mujeres también. Según datos del INDEC, las que cuentan
con estudios universitarios completos o incompletos tienen una tasa de actividad de 74,3% mientras que las
que poseen secundario incompleto muestran una participación del 35,9% y las que poseen estudios
secundarios completos 55,1%.
Sin embargo, la visión extendida de la tasa de actividad no considera el trabajo que se realiza dentro de los
hogares como parte de la actividad económica aunque, como se expuso, es un fundamento indispensable de
la misma e impacta sobre ella. Si se consideran solamente las horas de trabajo en el mercado de los varones,
estos trabajan 9,8 horas más por semana que las mujeres. Sin embargo, si se suman tanto las jornadas pagas
como las no pagas, es posible afirmar que las mujeres trabajan 7 horas más por semana que los varones.
Pero, siguiendo lo presentado anteriormente, si se considerara a las tareas domésticas y de cuidados no
remuneradas como actividades que aportan valor económico y, por tanto, contribuyen a la actividad
económica, esta diferencia se reduciría sustancialmente. Las personas que se dedican tiempo completo a
estas tareas, las llamadas “amas de casa” (el 27% de las personas registradas como "inactivas") son en un
90,8% mujeres. Si adicionamos su aporte a la actividad económica, entonces la tasa de actividad total (suma
de actividad paga y no paga) se incrementaría 13,7 puntos en mujeres y 4,3 en varones. La brecha de
participación se reduciría, entonces, de 21 puntos porcentuales a 11,6. Tanto estos valores como los
mencionados en el párrafo anterior muestran la necesidad y el desafío de replantear algunas
interpretaciones, definiciones y léxicos utilizados y extendidos con el fin de tener un mejor diagnóstico del
mercado laboral, su estructura y limitantes.
Asimismo, la inserción de las mujeres en la actividad económica remunerada viene de la mano de condiciones
desfavorables tanto en el acceso como en la permanencia. La brecha de ingresos totales entre varones y
mujeres es del 29,0%, calculada como la variación relativa entre la media de ingresos de los varones y el
promedio de ingresos de las mujeres.
Esta brecha se agrava cuando se comparan asalariadas y asalariados informales, superando el 35,6%
promedio de diferencia entre ingresos. La brecha entre varones y mujeres de calificación profesional es de
28,6%, mientras que entre trabajadoras y trabajadores no calificados, es del 35,7%. Desagregando los datos
por jerarquía laboral, se observa que entre los jefes y las jefas la distancia es del 24,1%, entre asalariados y
asalariadas es del 23% y, entre cuentapropistas, del 29,4%. En todos los casos los varones ganan más que las
mujeres.
Además de las brechas de ingresos, se observan fenómenos de segregación horizontal (paredes de cristal) y
vertical (techos de cristal), es decir, la existencia de barreras para la participación de mujeres en
determinados empleos y para el acceso a puestos jerárquicos. Los varones constituyen el 57% del total de
los ocupados. De ellos, el 8,5% de los varones tienen puestos de jefatura o dirección, mientras que este
porcentaje en mujeres es del 4,7%.

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Políticas sociales llevadas a cabo por AMMAR (Asociación de mujeres meretrices de Argentina-Sindicato de
trabajadorxs sexuales de Argentina) en conjunto con el Estado Nacional durante la pandemia de Covid-19
(Fuente: https://latfem.org/ministerio-de-putas-como-ammar-articula-con-el-estado-durante-la-
pandemia/)

La política como espacio de poder y expresión del patriarcado

Las desigualdades entre varones y mujeres (y disidencias) no son el producto de una diferencia biológica sino
de un proceso histórico y social. Hemos visto cómo esas diferencias se expresan en el ámbito doméstico
(tareas de cuidado no remuneradas) como en el mundo del trabajo. Habíamos definido al patriarcado como
una estructura social, política y económica que genera relaciones de poder desiguales entre varones y
mujeres y disidencias de género. El patriarcado como orden político, como una relación de poder y
subordinación, se asienta en la categoría de “sexo” para legitimar el poder de un grupo (los varones) sobre
otro (las mujeres).
Quien ha observado con enorme lucidez la relación entre la división sexual y la política ha sido Kate Millet
(1934-2017). En su libro Política sexual presenta la tesis de que la dominación política como relación de poder
en el espacio público se encuentra sostenida y reforzada por la estructura familiar, una estructura claramente
patriarcal que “naturaliza” la condición de sometimiento, dependencia e inferioridad de la mujer hacia el
varón; es por eso que las relaciones sexuales (propias del ámbito privado e íntimo –doméstico-) y las formas
culturales que adquieren son la clara expresión de la forma en que se estructura el patriarcado.

Millet, Kate (1995). Política sexual. Madrid: Ediciones Cátedra.

Al introducir el concepto de “política sexual” hemos de responder, en primer lugar, a la ineludible pregunta:
“¿Es posible considerar la relación que existe entre los sexos desde un punto de vista político?” La respuesta
depende, claro está, de la definición que se atribuya al vocablo “política”. En este ensayo no entenderemos
por “política” el limitado mundo de las reuniones, los presidentes y los partidos, sino, por el contrario, el
conjunto de relaciones y compromisos estructurados con el poder, en virtud de los cuales un grupo de
personas queda bajo el control de otro grupo. Conviene añadir sobre este punto que, si bien la política
debiera concebirse como una ordenación de la vida humana regida por una serie de principios agradables y
racionales, y de la que, por ende, habría de quedar erradicada cualquier forma de dominio sobre otras
personas, la política que todos conocemos, y a la que tenemos que referirnos, no corresponde en absoluto a
semejante ideal.
Utilizo la palabra “política” al referirme a los sexos, porque subraya la naturaleza de la situación recíproca
que estos han ocupado en el transcurso de la historia y siguen ocupando en la actualidad. Resulta

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aconsejable, y hoy en día casi imperativo, desarrollar una psicología y una filosofía de las relaciones de poder
que traspasen los límites teóricos proporcionados por nuestra política tradicional. De hecho, es
imprescindible concebir una teoría política que estudie las relaciones de poder en un terreno menos
convencional que aquel al que estamos habituados. Por tanto, me ha parecido pertinente analizar tales
relaciones en función del contacto y de la interacción personal que surgen entre los miembros de
determinados grupos coherentes y claramente delimitados: las razas, las castas, las clases y los sexos. La
estabilidad de algunos de estos grupos y la continua opresión a que se hallan sometidos se deben,
precisamente, a que carecen de representación en cierto número de estructuras políticas reconocidas.
En los Estados Unidos, los acontecimientos recientes nos han obligado a admitir, cuando menos, que la
relación racial es un nexo político que implica el control general de una colectividad sobre otra, definiéndose
ambas colectividades por factores hereditarios. Aun cuando los grupos que gobiernan por derecho de
nacimiento están desapareciendo rápidamente, subsiste un modelo, arcaico y universal, del dominio ejercido
por un grupo natural sobre otro: el que prevalece entre los sexos. El análisis del racismo descubre una
situación interracial genuinamente política que perpetúa un conjunto de circunstancias opresivas. El grupo
subordinado recibe una ayuda insuficiente de las instituciones políticas existentes y se ve obligado a
renunciar a la posibilidad de organizar una lucha y una oposición política de acuerdo con la ley.
Asimismo, un examen objetivo de nuestras costumbres sexuales pone de manifiesto que constituyen, y han
constituido en el transcurso de la historia, un claro ejemplo de ese fenómeno que Max Weber denominó
relación de dominio y subordinación. En nuestro orden social, apenas se discute y, en casos frecuentes, ni
siquiera se reconoce (pese a ser una institución) la prioridad natural del macho sobre la hembra. Se ha
alcanzado una ingeniosísima forma de “colonización interior”, más resistente que cualquier tipo de
segregación y más uniforme, rigurosa y tenaz que la estratificación de las clases. Aun cuando hoy día resulte
casi imperceptible, el dominio sexual es tal vez la ideología más profundamente arraigada en nuestra cultura,
por cristalizar en ella el concepto más elemental del poder.
Ello se debe al carácter patriarcal de nuestra sociedad y de todas las civilizaciones históricas. Recordemos
que el ejército, la industria, la tecnología, las universidades, la ciencia, la política, las finanzas –en una palabra,
todas las vías del poder, incluida la fuerza coercitiva de la policía- se encuentra por completo en manos
masculinas. Y como la esencia de la política radica en el poder, el impacto de ese privilegio es infalible. Por
otra parte, la autoridad que todavía se atribuye a Dios y a sus ministros, así como los valores, la ética, la
filosofía y el arte de nuestra cultura, son también de fabricación masculina.
Si consideramos el gobierno patriarcal como una institución en virtud de la cual una mitad de la población
(es decir, las mujeres) se encuentra bajo el control de la otra mitad (los hombres), descubrimos que el
patriarcado se apoya sobre dos principios fundamentales: el macho a de dominar a la hembra, y el macho de
más edad ha de dominar al más joven. No obstante, como ocurre con cualquier institución humana, existe a
menudo una gran distancia entre la teoría y los hechos; el sistema encierra en sí numerosas contradicciones
y excepciones. Si bien la institución del patriarcado es una constante social tan hondamente arraigada que
se manifiesta en todas las formas políticas, sociales y económicas, ya se trate de las castas y clases o del
feudalismo y la burocracia, y también en las principales religiones, muestra, no obstante, una notable
diversidad, tanto histórica como geográfica.

Aspectos ideológicos

De acuerdo con las observaciones de Hannah Arendt, el gobierno se asienta sobre el poder, que pude estar
respaldado por el consenso o impuesto por la violencia. El primer caso equivale al condicionamiento a
determinada ideología. Así, por ejemplo, la política sexual es objeto de aprobación en virtud de la
“socialización” de ambos sexos según las normas fundamentales del patriarcado en lo que atañe al
temperamento, al papel y a la posición social. El prejuicio de la superioridad masculina, que recibe el
beneplácito general, garantiza al varón una posición superior en la sociedad. El temperamento se desarrolla
de acuerdo con ciertos estereotipos característicos de cada categoría sexual (la “masculina” y la “femenina”),
basados en las necesidades y en los valores del grupo dominante y dictados por sus miembros en función de
lo que más aprecian en sí mismos y de lo que más les conviene exigir de sus subordinados: la agresividad, la
inteligencia, la fuerza y la eficacia, en el macho; la pasividad, la ignorancia, la docilidad, la “virtud” y la
inutilidad, en la hembra. Este esquema queda reforzado por un segundo factor, el papel sexual, que decreta

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para cada sexo un código de conductas, ademanes y actitudes altamente elaborado. En el terreno de la
actividad, a la mujer se le asigna el servicio doméstico y el cuidado de la prole, mientras que el varón puede
ver realizados sus intereses y su ambición en todos los demás campos de la productividad humana. El papel
restringido que se atribuye a la mujer tiende a detener su progreso en el nivel de la experiencia biológica.
Por consiguiente, todo cuanto constituye una actividad propiamente humana (los animales también traen al
mundo a sus hijos y cuidan de ellos) se encomienda preferentemente al varón. Huelga señalar que la posición
se ve influida por esta distribución de las funciones. No puede dudarse de la interdependencia y
concatenación existentes entre las tres categorías antes citadas: la posición, que cabría definir como el
componente político; el papel, o componente sociológica, y el temperamento, o componente psicológico.
Las personas que gozan de una posición superior suelen asumir los papeles preeminentes, debido, en gran
parte, al temperamento dominante que se ven alentadas a desarrollar. Lo mismo cabría afirmar de las castas
y clases sociales.

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Principales teorías políticas

Ahora vamos a abordar algunas de las teorías políticas más importantes. Esto nos va a servir de marco
contextual para comprender cómo se ha configurado nuestra sociedad contemporánea, tanto en el aspecto
político y económico como en el social. Si bien hay diversas maneras de comprender la política y muchas y
diferentes teorías, seleccionamos sólo algunas porque las consideramos más relevantes para describir y
poner en cuestión nuestra propia sociedad y el modo en que entendemos la política.
Lo importante en esta unidad es entender cómo se piensa el Estado y la sociedad y qué concepción sobre el
ser humano subyace a estos modelos. Porque de la manera que entendamos cómo es el ser humano se va a
desprender qué tipo de sociedad construimos y qué poderes se ponen en juego en ella.

La polis griega: el hombre como animal naturalmente político y el Estado como fin de la vida humana

El modo de vida de la Grecia clásica, así como sus principales pensadores, han tenido una considerable
influencia a lo largo de toda la historia de Occidente. Respecto de la política podemos señalar dos cuestiones
fundamentales que han sido heredadas hasta nuestros días como ideales de vida política:
La primera es que el hombre, como animal político, existe con el fin de lograr una vida buena que se consigue
en la medida que éste busca el bien común. La política, entonces, existe porque existe una pluralidad de
hombres que desean que la vida de la comunidad sea buena.
La segunda es que la política no es una actividad para especialistas, sino para cualquiera que sea ciudadano.
La política era la actividad de todo ciudadano y no se la consideraba como una profesión o un oficio.
La ciudad griega, en particular Atenas, poseía dos instituciones principales. La Asamblea en la que se decidían
los asuntos importantes de la ciudad, y en la que todo ciudadano tenía voz y voto; y las magistraturas, que
eran cargos públicos que decidían sobre las cuestiones cotidianas que hacían al funcionamiento regular de la
ciudad. Los cargos de magistratura eran rotativos y se decidían por sorteo, por lo que todos los ciudadanos,
al menos una vez en la vida, participaban de los puestos de gobierno.
Aristóteles (384-322 a.C.) realizó una descripción de la polis ateniense para la que, además, formuló una
concepción del ser humano particular: en primer lugar, el hombre es un animal político, es decir que está en
su naturaleza formar comunidades y vivir con los demás. En este sentido, la educación va a cumplir un papel
fundamental, al desarrollar hábitos para que las personas privilegien el bien de la comunidad por encima del
suyo propio. Un claro ejemplo de la manera en que los griegos entendían la democracia (concepto que
desarrollaremos más adelante, pero que para los griegos implicaba que todos los ciudadanos participen del
gobierno) es el modo en que se preparaban para la guerra, ya que el objetivo era proteger la vida de sus
vecinos, quienes estaban con ellos en las filas de batalla. Sin embargo, esta concepción del hombre como
animal político era restringida, ya que ni las mujeres ni los niños ni los esclavos participaban de la vida política
a partir de una justificación “natural” de la desigualdad entre éstos y los hombres adultos, los únicos que
representaban el logos y que tenían el uso de la palabra.
En el tratado sobre la Política realiza una breve descripción de cómo es un sistema político, inspirado en el
modelo de la democracia ateniense (que, seguramente, habrán estudiado en Historia). Atenas era una ciudad
que, para cuando Aristóteles escribe, está llegando a tener una población cercana a los 40.000 habitantes.
Como toda ciudad Griega, era a la vez un Estado (diferencia que vamos a ver con los Estados modernos que
se identifican con un territorio más amplio). Para tener en cuenta: Aristóteles describe el modelo ateniense
justo antes de la guerra contra Filipo II de Macedonia, el padre de Alejandro Magno. Luego de esta guerra,
Atenas queda bajo la hegemonía de Macedonia y se disuelve la idea de la democracia.
Hay algunos elementos que aparecen en el fragmento que leerán, que es importante tener en cuenta para
la lectura para que, cuando lean, tengan la precisión de algunas ideas que aparecen allí:
En primer lugar, Aristóteles considera que todo lo que existe tiene un fin u objetivo (este fin se identifica con
la naturaleza “porque la naturaleza de una cosa es precisamente su fin”). Ese fin era llamado por los griegos
el “bien” (agathos en griego). Por eso comienza diciendo que el Estado se forma “en vista de algún bien”. El
bien o fin del hombre es, para Aristóteles la felicidad y la vida política (es decir la vida con otros seres
humanos; recordemos que, como dijimos en nuestro primer encuentro, política viene de polis, que significa
“ciudad”).

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Hace una crítica a quienes dicen que un Estado puede ser gobernado por un rey, como si fuera el padre de
los súbditos, y esa crítica la desarrolla planteando una distinción entre dos ámbitos: el ámbito de la necesidad
y el ámbito de la libertad.
El ámbito de la necesidad es el espacio donde, justamente por razones de necesidad (reproducción de la
especie, sobrevivencia –alimentación, vestido, etc.), las relaciones entre los seres humanos son de
desigualdad y también de violencia. Aquí no hay libertad, porque los seres humanos forman una familia
(tengan en cuenta que una familia en la Antigüedad implicaba la propiedad, la mujer y los hijos, los esclavos
y los animales) para tener lo necesario para vivir; es decir que las personas están empujadas por la necesidad
de vivir. Aquí menciona tres “asociaciones”: la unión de los sexos o pareja, la familia y la aldea o pueblo
(demos en griego), que es como el clan o la unión de varias familias.
Luego pasa a la asociación que llama Estado. Este es el ámbito de la libertad, porque el Estado subsiste para
satisfacer las necesidades pero también es un organismo que se basta a sí mismo. Entonces, el fin del hombre
es el Estado porque el hombre es naturalmente político o sociable, quiere decir que el hombre por naturaleza
(o sea, por su propio fin) busca estar con otros hombres. En el Estado las relaciones son de igualdad, porque
los seres humanos ya tienen satisfechas sus necesidades (esto ya pasó en el ámbito de la necesidad).
El fin del hombre es vivir con otros hombres porque el hombre, a diferencia de los animales, tiene palabra.
La palabra sirve para expresar la justicia y la moral, que los animales no poseen. A través de la palabra, los
hombres deliberan sobre qué es lo mejor para todos. Por eso el Estado es superior a la familia y al hombre
individual. Habíamos dicho que el fin del hombre es la felicidad y la vida política. Una vez que el hombre tiene
satisfechas sus necesidades puede dedicarse a construir su felicidad; pero esta felicidad es comunitaria,
podemos decir que un hombre no puede ser feliz si el Estado (su comunidad, su ciudad) no es feliz, es decir,
un hombre no puede ser feliz si hay alguien en su comunidad que no tiene satisfechas sus necesidades y por
eso no puede salir del ámbito de la necesidad para pasar a la libertad.
Un elemento para la lectura del apartado del Estado y el ciudadano: Aristóteles da una serie de características
que definen al ciudadano, pero lo más importante es la función que cumple en el Estado. Todo ciudadano es
juez, magistrado y miembro de la Asamblea (es decir que para ser ciudadano se deben ejercer las funciones
de gobierno). Por eso el ciudadano es ciudadano pleno en una democracia, donde es todo el pueblo el que
gobierna.

Aristóteles (s.d.). Política.


Recuperado de: https://bcn.gob.ar/uploads/ARISTOTELES,%20Politica%20(Gredos).pdf

Libro primero, capítulo 1: Origen del Estado y de la sociedad

Todo Estado es, evidentemente, una asociación, y toda asociación no se forma sino en vista de algún bien,
puesto que los hombres, cualesquiera que ellos sean, nunca hacen nada sino en vista de lo que les parece
ser bueno. Es claro, por tanto, que todas las asociaciones tienden a un bien de cierta especie, y que el más
importante de todos los bienes debe ser el objeto de la más importante de las asociaciones, de aquella que
encierra todas las demás, y a la cual se llama precisamente Estado y asociación política.
No han tenido razón, pues, los autores para afirmar que los caracteres de rey, magistrado, padre de familia
y dueño se confunden. Esto equivale a suponer que toda la diferencia entre éstos no consiste sino en el más
y el menos, sin ser específica; que un pequeño número de administrados constituiría el dueño, un número
mayor el padre de familia, uno más grande el magistrado o el rey; es de suponer, en fin, que una gran familia
es en absoluto un pequeño Estado. Estos autores añaden, por lo que hace al magistrado y al rey, que el poder
del uno es personal e independiente, y que el otro es en parte jefe y en parte súbdito, sirviéndose de las
definiciones mismas de su pretendida ciencia.
Toda esta teoría es falsa; y bastará, para convencerse de ello, adoptar en este estudio nuestro método
habitual. Aquí, como en los demás casos, conviene reducir lo compuesto a sus elementos indescomponibles,
es decir, a las más pequeñas partes del conjunto. Indagando así cuáles son los elementos constitutivos del
Estado, reconoceremos mejor en qué difieren estos elementos, y veremos si se pueden sentar algunos
principios científicos para resolver las cuestiones de que acabamos de hablar. En esto, como en todo,
remontarse al origen de las cosas y seguir atentamente su desenvolvimiento es el camino más seguro para
la observación.

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Por lo pronto, es obra de la necesidad la aproximación de dos seres que no pueden nada el uno sin el otro:
me refiero a la unión de los sexos para la reproducción. Y en esto no hay nada de arbitrario, porque lo mismo
en el hombre que en todos los demás animales y en las plantas existe un deseo natural de querer dejar tras
sí un ser formado a su imagen.
La naturaleza, teniendo en cuenta la necesidad de la conservación, ha creado a unos seres para mandar y a
otros para obedecer. Ha querido que el ser dotado de razón y de previsión mande como dueño, así como
también que el ser capaz por sus facultades corporales de ejecutar las órdenes, obedezca como esclavo, y de
esta suerte el interés del señor y el del esclavo se confunden.
La naturaleza ha fijado, por consiguiente, la condición especial de la mujer y la del esclavo. La naturaleza no
es mezquina como nuestros artistas, y nada de lo que hace se parece a los cuchillos de Delfos fabricados por
aquéllos. En la naturaleza un ser no tiene más que un solo destino, porque los instrumentos son más
perfectos cuando sirven, no para muchos usos, sino para uno solo. Entre los bárbaros, la mujer y el esclavo
están en una misma línea, y la razón es muy clara; la naturaleza no ha creado entre ellos un ser destinado a
mandar, y realmente no cabe entre los mismos otra unión que la de esclavo con esclava, y los poetas no se
engañan cuando dicen:
Sí, el griego tiene derecho a mandar al bárbaro,
puesto que la naturaleza ha querido que bárbaro y esclavo fuesen una misma cosa.
Estas dos primeras asociaciones, la del señor y el esclavo, la del esposo y la mujer, son las bases de la familia,
y Hesíodo lo ha dicho muy bien en este verso:
La casa, después la mujer y el buey arador;
porque el pobre no tiene otro esclavo que el buey. Así, pues, la asociación natural y permanente es la familia,
y Corondas ha podido decir de los miembros que la componen «que comían a la misma mesa», y Epiménides
de Creta «que se calentaban en el mismo hogar».
La primera asociación de muchas familias, pero formada en virtud de relaciones que no son cotidianas, es el
pueblo, que justamente puede llamarse colonia natural de la familia, porque los individuos que componen el
pueblo, como dicen algunos autores, «han mamado la leche de la familia», son sus hijos, «los hijos de sus
hijos». Si los primeros Estados se han visto sometidos a reyes, y si las grandes naciones lo están aún hoy, es
porque tales Estados se formaron con elementos habituados a la autoridad real, puesto que en la familia el
de más edad es el verdadero rey, y las colonias de la familia han seguido filialmente el ejemplo que se les
había dado. Por esto, Homero ha podido decir:
Cada uno por separado gobierna como señor a sus mujeres y a sus hijos. En su origen todas las
familias aisladas se gobernaban de esta manera. De aquí la común opinión según la que están los
dioses sometidos a un rey, porque todos los pueblos reconocieron en otro tiempo o reconocen aún
hoy la autoridad real, y los hombres nunca han dejado de atribuir a los dioses sus propios hábitos, así
como se los representaban a imagen suya.
La asociación de muchos pueblos forma un Estado completo, que llega, si puede decirse así, a bastarse
absolutamente a sí mismo, teniendo por origen las necesidades de la vida, y debiendo su subsistencia al
hecho de ser éstas satisfechas.
Así el Estado procede siempre de la naturaleza, lo mismo que las primeras asociaciones, cuyo fin último es
aquél; porque la naturaleza de una cosa es precisamente su fin, y lo que es cada uno de los seres cuando ha
alcanzado su completo desenvolvimiento se dice que es su naturaleza propia, ya se trate de un hombre, de
un caballo o de una familia. Puede añadirse que este destino y este fin de los seres es para los mismos el
primero de los bienes, y bastarse a sí mismos es, a la vez, un fin y una felicidad. De donde se concluye
evidentemente que el Estado es un hecho natural, que el hombre es un ser naturalmente sociable, y que el
que vive fuera de la sociedad por organización y no por efecto del azar es, ciertamente, o un ser degradado,
o un ser superior a la especie humana; y a él pueden aplicarse aquellas palabras de Homero:
Sin familia, sin leyes, sin hogar...
El hombre que fuese por naturaleza tal como lo pinta el poeta, sólo respiraría guerra, porque sería incapaz
de unirse con nadie, como sucede a las aves de rapiña.

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Si el hombre es infinitamente más sociable que las abejas y que todos los demás animales que viven en grey,
es evidentemente, como he dicho muchas veces, porque la naturaleza no hace nada en vano. Pues bien, ella
concede la palabra al hombre exclusivamente. Es verdad que la voz puede realmente expresar la alegría y el
dolor, y así no les falta a los demás animales, porque su organización les permite sentir estas dos afecciones
y comunicárselas entre sí; pero la palabra ha sido concedida para expresar el bien y el mal, y, por
consiguiente, lo justo y lo injusto, y el hombre tiene esto de especial entre todos los animales: que sólo él
percibe el bien y el mal, lo justo y lo injusto y todos los sentimientos del mismo orden cuya asociación
constituye precisamente la familia y el Estado.
No puede ponerse en duda que el Estado está naturalmente sobre la familia y sobre cada individuo, porque
el todo es necesariamente superior a la parte, puesto que una vez destruido el todo, ya no hay partes, no hay
pies, no hay manos, a no ser que por una pura analogía de palabras se diga una mano de piedra, porque la
mano separada del cuerpo no es ya una mano real. Las cosas se definen en general por los actos que realizan
y pueden realizar, y tan pronto como cesa su aptitud anterior no puede decirse ya que sean las mismas; lo
único que hay es que están comprendidas bajo un mismo nombre. Lo que prueba claramente la necesidad
natural del Estado y su superioridad sobre el individuo es que, si no se admitiera, resultaría que puede el
individuo entonces bastarse a sí mismo aislado así del todo como del resto de las partes; pero aquel que no
puede vivir en sociedad y que en medio de su independencia no tiene necesidades, no puede ser nunca
miembro del Estado; es un bruto o un dios.
La naturaleza arrastra, pues, instintivamente a todos los hombres a la asociación política. El primero que la
instituyó hizo un inmenso servicio, porque el hombre, que cuando ha alcanzado toda la perfección posible es
el primero de los animales, es el último cuando vive sin leyes y sin justicia. En efecto, nada hay más
monstruoso que la injusticia armada. El hombre ha recibido de la naturaleza las armas de la sabiduría y de la
virtud, que debe emplear sobre todo para combatir las malas pasiones. Sin la virtud es el ser más perverso y
más feroz, porque sólo tiene los arrebatos brutales del amor y del hambre. La justicia es una necesidad social,
porque el derecho es la regla de vida para la asociación política, y la decisión de lo justo es lo que constituye
el derecho.

Libro tercero, capítulo 1: Del Estado y del ciudadano

Cuando se estudia la naturaleza particular de las diversas clases de gobiernos, la primera cuestión que ocurre
es saber qué se entiende por Estado. En el lenguaje común esta palabra es muy equívoca, y el acto que, según
unos, emana del Estado, otros le consideran como el acto de una minoría oligárquica o de un tirano. Sin
embargo, el político y el legislador no tienen en cuenta otra cosa que el Estado en todos sus trabajos; y el
gobierno no es más que cierta organización impuesta a todos los miembros del Estado. Pero siendo el Estado,
así como cualquier otro sistema completo y formado de muchas partes, un agregado de elementos, es
absolutamente imprescindible indagar, ante todo, qué es el ciudadano, puesto que los ciudadanos en más o
menos número son los elementos mismos del Estado. Y así sepamos en primer lugar a quién puede darse el
nombre de ciudadano y qué es lo que quiere decir, cuestión controvertida muchas veces y sobre la que las
opiniones no son unánimes, teniéndose por ciudadano en la democracia uno que muchas veces no lo es en
un Estado oligárquico. Descartaremos de la discusión a aquellos ciudadanos que lo son sólo en virtud de un
título accidental, como los que se declaran tales por medio de un decreto.
No depende sólo del domicilio el ser ciudadano, porque aquél lo mismo pertenece a los extranjeros
domiciliados y a los esclavos. Tampoco es uno ciudadano por el simple derecho de presentarse ante los
tribunales como demandante o como demandado, porque este derecho puede ser conferido por un mero
tratado de comercio. El domicilio y el derecho de entablar una acción jurídica pueden, por tanto, tenerlos las
personas que no son ciudadanos. A lo más, lo que se hace en algunos Estados es limitar el goce de este
derecho respecto de los domiciliados, obligándolos a prestar caución, poniendo así una restricción al derecho
que se les concede. Los jóvenes que no han llegado aún a la edad de la inscripción cívica, y los ancianos que
han sido ya borrados de ella se encuentran en una posición casi análoga: unos y otros son, ciertamente,
ciudadanos, pero no se les puede dar este título en absoluto, debiendo añadirse, respecto de los primeros,
que son ciudadanos incompletos, y respecto de los segundos, que son ciudadanos jubilados. Empléese, si se
quiere, cualquier otra expresión; las palabras importan poco, puesto que se concibe sin dificultad cuál es mi
pensamiento. Lo que trato de encontrar es la idea absoluta del ciudadano, exenta de todas las imperfecciones

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que acabamos de señalar. Respecto a los ciudadanos declarados infames y a los desterrados, ocurren las
mismas dificultades y procede la misma solución.
El rasgo eminentemente distintivo del verdadero ciudadano es el goce de las funciones de juez y de
magistrado. Por otra parte, las magistraturas pueden ser ya temporales, de modo que no pueden ser
desempeñadas dos veces por un mismo individuo o limitadas en virtud de cualquiera otra combinación, ya
generales y sin límites, como la de juez y la de miembro de la asamblea pública. Quizá se niegue que estas
sean verdaderas magistraturas y que confieran poder alguno a los individuos que las desempeñen, pero sería
cosa muy singular no reconocer ningún poder precisamente en aquellos que ejercen la soberanía. Por lo
demás, doy a esto muy poca importancia, porque es más bien cuestión de palabras. El lenguaje no tiene un
término único que nos dé la idea de juez y de miembro de la asamblea pública, y con objeto de precisar esta
idea adopto la palabra magistratura en general y llamo ciudadanos a todos los que gozan de ella. Esta
definición del ciudadano se aplica mejor que ninguna otra a aquellos a quienes se da ordinariamente este
nombre.
Sin embargo, es preciso no perder de vista que en toda serie de objetos en que éstos son específicamente
desemejantes puede suceder que sea uno primero, otro segundo, y así sucesivamente, y que, a pesar de eso,
no exista entre ellos ninguna relación de comunidad por su naturaleza esencial, o bien que esta relación sea
sólo indirecta. En igual forma, las constituciones se nos presentan diversas en sus especies, éstas en último
lugar, aquéllas en el primero; puesto que es imprescindible colocar las constituciones falseadas y corruptas
detrás de las que han conservado toda su pureza. Más adelante diré lo que entiendo por constitución
corrupta.
Entonces el ciudadano varía necesariamente de una constitución a otra, y el ciudadano, tal como le hemos
definido, es principalmente el ciudadano de la democracia. Esto no quiere decir que no pueda ser ciudadano
en cualquier otro régimen, pero no lo será necesariamente. En algunas constituciones no se da cabida al
pueblo; en lugar de una asamblea pública encontramos un senado, y las funciones de los jueces se atribuyen
a cuerpos especiales, como sucede en Lacedemonia, donde los éforos se reparten todos los negocios civiles,
donde los gerontes conocen en lo relativo a homicidios, y donde otras causas pueden pasar a diferentes
tribunales; y como en Cartago, donde algunos magistrados tienen el privilegio exclusivo de entender en todos
los juicios.
Nuestra definición de ciudadano debe, por tanto, modificarse en este sentido. Fuera de la democracia, no
existe el derecho común ilimitado de ser miembro de la asamblea pública y juez. Por lo contrario, los poderes
son completamente especiales; porque se puede extender a todas las clases de ciudadanos o limitar a algunas
de ellas la facultad de deliberar sobre los negocios del Estado y de entender en los juicios; y esta misma
facultad puede aplicarse a todos los asuntos o limitarse a algunos. Luego, evidentemente, es ciudadano el
individuo que puede tener en la asamblea pública y en el tribunal voz deliberante, cualquiera que sea, por
otra parte, el Estado de que es miembro; y por Estado entiendo positivamente una masa de hombres de este
género, que posee todo lo preciso para satisfacer las necesidades de la existencia.

Las teorías del contrato social: absolutismo monárquico y democracia liberal representativa

El contractualismo, o teoría del contrato social, es una teoría que supone que las sociedades se fundan a
través de un pacto o contrato hipotético entre los hombres. El presupuesto es que, naturalmente, el ser
humano no es capaz de vivir con los demás; por tal motivo es que se sugiere la idea del contrato en que los
hombres estipulan ciertas normas de convivencia.
Estas teorías se fundan en una concepción del hombre como un ser que pone en primer lugar su propio
bienestar al bien común; y conciben a la sociedad como una simple suma de individuos atomizados entre sí.
El origen de estas teorías se relaciona con el surgimiento histórico de la Revolución Industrial y la aparición
de la economía de mercado; subordinando la política a la economía.
El poder, al contrario de la concepción griega, está en manos de quienes tienen el control de las riquezas,
que utilizan al Estado como vehículo para lograr sus propios fines. O, en algunas teorías, es delegado por la
comunidad en una asamblea o un individuo que, en representación de los demás sujetos, administra,
gobierna y ejerce el poder.

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Las teorías del contrato social suponen un estado hipotético o ahistórico (es decir que nunca existió o al
menos es indemostrable su existencia) que se denomina “estado de naturaleza”; este estado hipotético
supone cómo es la naturaleza humana, es decir, cómo sería la conducta humana si no hubieran normas, leyes
y acuerdos sociales que regulen la convivencia. El contrato o pacto social es, entonces, la manera en que los
hombres “abandonan” su naturaleza para someterse a las normas sociales, es decir, fundan una sociedad y,
consecuentemente, el Estado político.

Thomas Hobbes y la defensa del poder absoluto del soberano sobre sus súbditos

Uno de los exponentes más importantes fue Thomas Hobbes (1588-1679). Este teórico inglés fue partidario
de la monarquía absoluta y se opuso encarecidamente a quienes promovían la constitución de un parlamento
en el que participen los miembros de la incipiente burguesía. El tratado Leviatán o la materia, forma y poder
de un Estado eclesiástico y civil fue escrito en 1651, luego de terminadas las guerras civiles que se extendieron
entre 1642 y 1649. En este tratado, Hobbes defiende la monarquía absoluta (que se extendió durante los
siglos XVI y XVII por Europa) en la que el rey o soberano podía ejercer un poder despótico sobre sus súbditos.
El punto de partida para este pensador es el materialismo, una doctrina que negaba la existencia del alma y
afirmaba que los seres humanos, como cuerpos materiales, se regían por las mismas leyes que gobiernan el
comportamiento de cualquier cuerpo; el principio que rige la materia es el mismo que rige el
comportamiento humano: rechazo y atracción. Dado que las ciencias de la naturaleza expresaban que un
cuerpo en un estado determinado (reposo o movimiento) permanecía en ese estado si había ausencia de
obstáculos, así los seres humanos se mueven hacia lo que desean y escapan de lo que rechazan hasta que
algún obstáculo les impida alcanzar su objetivo; ésta será la definición de “libertad” para este autor. Sobre
esta base, Hobbes va a construir una teoría de la naturaleza humana cuya consecuencia va a ser un Estado
que limite las libertades de los hombres e imponga el poder a través del terror.
Algo que no suele señalarse, pero que es central en la teoría de Hobbes, es que el Estado que imagina es la
alternativa más válida para que los hombres puedan desarrollar el Mercado; sólo si el Estado somete a sus
súbditos quienes, a través del temor, obedecen las leyes, será posible constituir una sociedad pacífica en la
que los hombres puedan desarrollar sus negocios (dentro del ámbito privado) sin temor a que sus bienes
sean arrebatados o puestos en peligro.

Hobbes, Thomas (2004). Leviatán. Buenos Aires: Hyspa Distribuidora.


Recuperado de: https://filosofiapolitica3unam.files.wordpress.com/2015/08/hobbes-thomas-leviatan-fce-
completo.pdf

La naturaleza ha hecho a los hombres tan iguales en las facultades del cuerpo y del espíritu que, si bien un
hombre es, a veces, evidentemente, más fuerte de cuerpo o más sagaz de entendimiento que otro, cuando
se considera en conjunto, la diferencia entre hombre y hombre no es tan importante que uno pueda
reclamar, a base de ella, para sí mismo, un beneficio cualquiera al que otro no pueda aspirar como él. En
efecto, por lo que respecta a la fuerza corporal, el más débil tiene bastante fuerza para matar al más fuerte,
ya sea mediante secretas maquinaciones o confederándose con otro que se halle en el mismo peligro que él
se encuentra.
En cuanto a las facultades mentales, yo encuentro aún una igualdad más grande, entre los hombres,
referente a la fuerza. Porque la prudencia no es sino experiencia; cosa que todos los hombres alcanzan por
igual, en aquellas cosas a las cuales se consagran por igual. Lo que acaso puede hacer increíble tal igualdad,
no es sino un vano concepto de la propia sabiduría, que la mayor parte de los hombres piensan poseer en
más alto grado que el común de las gentes, es decir, que todos los hombres.
De esta igualdad en cuanto a la capacidad se deriva la igualdad de esperanza respecto a la consecución de
nuestros fines. Esa es la causa de que si dos hombres desean la misma cosa, y en modo alguno pueden
disfrutarla ambos, se vuelven enemigos, y en el camino que conduce al fin (que es, principalmente, su propia
conservación y a veces su delectación tan sólo) tratan de aniquilarse o sojuzgarse uno a otro. De aquí que un
agresor no teme otra cosa que el poder singular de otro hombre; si alguien planta, siembra, construye o
posee un lugar conveniente, cabe probablemente esperar que vengan otros, con sus fuerzas unidas, para

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desposeerle y privarle, no sólo del fruto de su trabajo, sino también de su vida o de su libertad. Y el invasor,
a su vez, se encuentra en el mismo peligro con respecto a otros.
Dada esta situación de desconfianza mutua, ningún procedimiento tan razonable existe para que un hombre
se proteja a sí mismo, como la anticipación, es decir, el dominar por medio de la fuerza o por la astucia a
todos los hombres que pueda, durante el tiempo preciso, hasta que ningún otro poder sea capaz de
amenazarle. Esto no es otra cosa sino lo que requiere su propia conservación, y es generalmente permitido.
Por consiguiente siendo necesario, para la conservación de un hombre, aumentar su dominio sobre los
semejantes, se le debe permitir también.
Además, los hombres no experimentan placer ninguno (sino, por el contrario, un gran desagrado)
reuniéndose, cuando no existe un poder capaz de imponerse a todos ellos. En efecto, cada hombre considera
que su compañero debe valorarlo del mismo modo que él se valora a sí mismo. Y en presencia de todos los
signos de desprecio o subestimación, procura naturalmente, en la medida en que puede atreverse a ello,
arrancar una mayor estimación de sus contendientes, infligiéndoles algún daño, y de los demás por el
ejemplo.
Así hallamos en la naturaleza del hombre tres causas principales de discordia. Primera, la competencia;
segunda, la desconfianza; tercera, la gloria.
La primera causa impulsa a los hombres a atacarse para lograr un beneficio; la segunda, para lograr
seguridad; la tercera, para ganar reputación. La primera hace uso de la violencia para convertirse en dueña
de las personas, mujeres, niños y ganados de otros hombres; la segunda, para defenderlos; la tercera, recurre
a la fuerza por motivos insignificantes, como una palabra, una sonrisa, una opinión distinta, como cualquier
otro signo de subestimación, ya sea directamente en sus personas o de modo indirecto en su descendencia,
en sus amigos, en su nación, en su profesión o en su apellido.
Con todo ello es manifiesto que durante el tiempo en que los hombres viven sin un poder común que los
atemorice a todos, se hallan en la condición o estado que se denomina guerra; una guerra tal que es la de
todos contra todos. Porque la guerra no consiste solamente en batallar, en el acto de luchar, sino que se da
durante el lapso de tiempo en que la voluntad de luchar se manifiesta de modo suficiente. Así la naturaleza
de la guerra consiste no ya en la lucha actual, sino en la disposición manifiesta a ella durante todo el tiempo
en que no hay seguridad de lo contrario. Por consiguiente, todo aquello que es consustancial a un tiempo de
guerra, durante el cual cada hombre es enemigo de los demás, es natural también en el tiempo en que los
hombres viven sin otra seguridad que la que su propia fuerza y su propia invención pueden proporcionarles.
En una situación semejante no existe oportunidad para la industria, ya que su fruto es incierto; y lo que es
peor de todo, existe continuo temor y peligro de muerte violenta; y la vida del hombre es solitaria, pobre,
tosca, embrutecida y breve.
A quien no pondere estas cosas puede parecerle extraño que la Naturaleza venga a disociar y haga a los
hombres aptos para invadir y destruirse mutuamente; y puede ocurrir que no confiando en esta inferencia
basada en las pasiones, desee, acaso, verla confirmada por la experiencia. Haced, pues, que se considere e sí
mismo: cuando emprende una jornada, se procura armas y trata de ir bien acompañado; cuando va a dormir
cierra las puertas; cuando se halla en su propia casa, echa la llave a sus arcas; y todo esto aun sabiendo que
existen leyes y funcionarios públicos armas para vengar todos los daños que le hagan. ¿Qué opinión tiene,
así, de sus conciudadanos, cuando cabalga armado; de sus vecinos, cuando cierra sus puertas; de sus hijos y
sirvientes, cuando cierra sus arcas? ¿No significa esto acusar a la humanidad con sus actos, como yo lo hago
con mis palabras?
Acaso puede pensarse que nunca existió un tiempo o condición en que se diera una guerra semejante, y, en
efecto, yo creo que nunca ocurrió generalmente así, en el mundo entero; pero existen varios lugares donde
viven ahora de ese modo.
En esta guerra de todos contra todos, se da una consecuencia: que nada puede ser injusto. Las nociones de
derecho e ilegalidad, justicia e injusticia están fuera de lugar. Donde no hay poder común, la ley no existe:
donde no hay ley, no hay justicia. En la guerra, la fuerza y el fraude son las dos virtudes cardinales. Justicia e
injusticia no son facultades ni del cuerpo ni del espíritu. Si lo fueran, podrían darse en un hombre que
estuviera solo en el mundo, lo mismo que se dan sus sensaciones y pasiones. Son, aquellas, cualidades que
se refieren al hombre en sociedad, no en estado solitario. Es natural también que en dicha condición no
existan propiedad ni dominio, ni distinción entre tuyo y mío; sólo pertenece a cada uno lo que puede tomar,
y sólo en tanto que puede conservarlo. Todo ello puede afirmarse de esa miserable condición en que el

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hombre se encuentra por obra de la simple naturaleza, si bien tiene una cierta posibilidad de superar ese
estado, en parte por sus pasiones, en parte por su razón.
Las pasiones que inclinan a los hombres a la paz son el temor a la muerte, el deseo de las cosas que son
necesarias para una vida confortable, y la esperanza de obtenerlas por medio del trabajo. La razón sugiere
adecuadas normas de paz, a las cuales pueden llegar los hombres por mutuo consenso. Estas normas son las
que, por otra parte, se llaman leyes de naturaleza.
La condición del hombre es una condición de guerra de todos contra todos, en la cual cada uno está
gobernado por su propia razón, no existiendo nada, de lo que pueda hacer uso, que no le sirva de instrumento
para proteger su vida contra sus enemigos. De aquí se sigue que, en semejante condición, cada hombre tiene
derecho a hacer cualquier cosa, incluso en el cuerpo de los demás. De aquí resulta un precepto o regla general
de la razón, en virtud de la cual, cada hombre debe esforzarse por la paz, mientras tiene la esperanza de
lograrla; y cuando no puede obtenerla, debe buscar y utilizar todas las ayudas y ventajas de la guerra. La
primera fase de esta regla contiene la ley primera y fundamental de la naturaleza, a saber: buscar la paz y
seguirla. La segunda, la suma del derecho de naturaleza, es decir: defendernos a nosotros mismos, por todos
los medios posibles.
De esta ley fundamental de la naturaleza, mediante la cual se ordena a los hombres que tiendan hacia la paz,
se deriva esta segunda ley: que uno acceda, si los demás consienten también, y mientras se considere
necesario para la paz y defensa de sí mismo, a renunciar este derecho a todas las cosas y a satisfacerse con
la misma libertad, frente a los demás hombres, que les sea concedida a los demás con respecto a él mismo.
En efecto, mientras uno mantenga su derecho de hacer cuanto le agrade, los hombres se encuentran en
situación de guerra.
La causa, fin o designio de los hombres (que naturalmente aman la libertad y el dominio sobre los demás) al
introducir esta restricción sobre sí mismos (en la que los vemos formando Estados) es el cuidado de su propia
conservación y por añadidura el logro de una vida más armónica; es decir, el deseo de abandonar esa
miserable condición de guerra que es consecuencia necesaria de las pasiones naturales de los hombres,
cuando no existe poder visible que los tenga a raya y los sujete, por temor al castigo, a la realización de sus
pactos y a la observancia de las leyes de naturaleza que son, por sí mismas, cuando no existe el temor a un
determinado poder que motive su observancia, contrarias a nuestras pasiones naturales, las cuales nos
inducen a la parcialidad, al orgullo, a la venganza y a cosas semejantes.

Del Estado

La multitud suficiente para confiar en ella a los efectos de nuestra seguridad no está determinada por un
cierto número, sino por comparación con el enemigo que tememos, y es suficiente cuando la superioridad
del enemigo no es de una naturaleza tan visible y manifiesta que le determine a intentar el acontecimiento
de la guerra.
Tampoco es suficiente para la seguridad que los hombres desearían ver establecida durante su vida entera,
que estén gobernados y dirigidos por un solo criterio, durante un tiempo limitado, como en una batalla o en
una guerra. En efecto, aunque obtengan una victoria, pro su unánime esfuerzo contra un enemigo exterior,
después, cuando ya no tienen un enemigo común, o quien para unos aparece como enemigo, otros lo
consideran como amigo, necesariamente se disgregan por la diferencia de sus intereses, y nuevamente
decaen en situación de guerra.
El único camino para erigir semejante poder común, capaz de defenderlos contra la invasión de los
extranjeros y contra las injurias ajenas, asegurándoles de tal suerte que por su propia actividad y por los
frutos de la tierra puedan nutrirse a sí mismos y vivir satisfechos, es conferir todo su poder y fortaleza a un
hombre o a una asamblea de hombres, todos los cuales, por pluralidad de votos, puedan reducir sus
voluntades a una voluntad. Esto equivale a decir: elegir un hombre o una asamblea de hombres que
represente su personalidad. Esto es algo más que consentimiento o concordia; es la unidad real de todo ello
en una y la misma persona, instituida por pacto de cada hombre con los demás, en forma tal como si cada
uno dijera a todos: “autorizo y transfiero a este hombre o asamblea de hombres mi derecho de gobernarme
a mí mismo, con la condición de que vosotros transferiréis a él vuestro derecho, y autorizareis todos sus actos
de la misma manera”. Hecho esto, la multitud así unida en una persona se denomina Estado, en latín, Civitas.
Esta es la generación de aquel gran Leviatán, o más bien (hablando con más reverencia), de aquel dios mortal

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al cual debemos, bajo el Dios inmortal, nuestra paz y nuestra defensa. Porque en virtud de esta autoridad
que se le confiere por cada hombre particular en el Estado, posee y utiliza tanto poder y fortaleza, que por
el terror que inspira es capaz de conformar las voluntades de todos ellos para la paz, en su propio país, y para
la mutua ayuda contra sus enemigos, en el extranjero. Y en ello consiste la esencia del Estado, que podemos
definir así: una persona de cuyos actos una gran multitud, por pactos mutuos, realizados entre sí, ha sido
instituida por cada uno como autor, al objeto de que pueda utilizar la fortaleza y medios de todos, como lo
juzgue oportuno, para asegurar la paz y defensa común. El titular de esta persona se denomina soberano, y
se dice que tiene poder soberano; cada uno de los que le rodean es súbdito suyo.
Un Estado ha sido instituido cuando una multitud de hombres convienen y pactan, cada uno con cada uno,
que a un cierto hombre o asamblea de hombres se le otorgará, por mayoría, el derecho de representar a la
persona de todos. Cada uno de ellos, tanto los que han votado en pro como los que han votado en contra,
debe autorizar todas las acciones y juicios de ese hombre o asamblea de hombres, lo mismo que si fueran
suyos propios, al objeto de vivir apaciblemente entre sí y ser protegidos contra otros hombres. De esta
institución del Estado derivan todos los derechos y facultades de aquel o de aquellos a quienes se confiere el
poder soberano por el consentimiento del pueblo reunido.
Todos los hombres han dado la soberanía a quien representa su persona; y como el derecho de representar
la persona de todos se otorga a quien todos constituyen en soberano, solamente por pacto de uno a otro, y
no del soberano en cada uno de ellos, no puede existir quebrantamiento del pacto por parte del soberano, y
en consecuencia ninguno de sus súbditos, fundándose en una infracción, puede ser liberado de su sumisión.
Como cada súbdito es, en virtud de esta institución, autor de todos los actos y juicios del soberano instituido,
resulta que cualquier cosa que el soberano haga no puede constituir injuria para ninguno de sus súbditos, ni
debe ser acusado de injusticia por ninguno de ellos.
Es inherente a la soberanía el ser juez acerca de qué opiniones y doctrinas son adversas y cuáles conducen a
la paz. Es inherente a la soberanía el pleno poder de prescribir las normas en virtud de las cuales cada hombre
puede saber qué bienes puede disfrutar y qué acciones puede llevar a cabo sin ser molestado por cualquiera
de sus conciudadanos. Esto es lo que los hombres llaman propiedad. Estas normas de la propiedad y de lo
bueno y lo malo, de lo legítimo e ilegítimo en las acciones de los súbditos, son leyes civiles, es decir, leyes de
cada Estado particular.
Libertad significa, propiamente hablando, la ausencia de oposición (por oposición significo impedimentos
externos al movimiento); puede aplicarse tanto a las criaturas irracionales e inanimadas como a las
racionales.
De acuerdo con esta genuina y común significación de la palabra, es un hombre libre quien en aquellas cosas
de que es capaz por su fuerza y por su ingenio, no está obstaculizado para hacer lo que desea. Ahora bien,
cuando las palabras libre y libertad se aplican a otras cosas, distintas de los cuerpos, lo son de modo abusivo,
pues lo que no se halla sujeto al movimiento no está sujeto a impedimento.
Temor y libertad son cosas coherentes; por ejemplo, cuando un hombre arroja sus mercancías al mar por
temor de que el barco se hunda, lo hace, sin embargo, voluntariamente, y puede abstenerse de hacerlo si
quiere. Es, por consiguiente, la acción de alguien que era libre: así también, un hombre paga a veces su deuda
sólo por temor a la cárcel, y sin embargo, como nadie le impedía abstenerse de hacerlo, semejante acción es
la de un hombre en libertad. Generalmente todos los actos que los hombres realizan en los Estados, por
temor a la ley, son actos cuyos agentes tenían libertad para dejar de hacerlos.
Del mismo modo que los hombres, para alcanzar la paz y, con ella, la conservación de sí mismos, han creado
un hombre artificial que podemos llamar Estado, así tenemos también que han hecho cadenas artificiales,
llamadas leyes civiles, que ellos mismos, por pactos mutuos han fijado fuertemente, en un extremo, a los
labios de aquel hombre o asamblea a quien ellos han dado el poder soberano; y por el otro extremo, a sus
propios oídos. Estos vínculos, débiles por su propia naturaleza, pueden, sin embargo, ser mantenidos, por el
peligro aunque no por la dificultad de romperlos. Si tomamos la libertad en su verdadero sentido, como
libertad corporal, es decir: como libertad de cadenas y prisión, sería muy absurdo que los hombres clamaran,
como lo hacen, por la libertad de que tan evidentemente disfrutan. Si consideramos, además, la libertad
como exención de las leyes, no es menos absurdo que los hombres demanden como lo hacen, esta libertad,
en virtud de la cual todos los demás hombres pueden ser señores de sus vidas. Y por absurdo que sea, esto
es lo que demandan, ignorando que las leyes no tienen poder para protegerles si no existe una espada en las
manos de un hombre o de varios para hacer que esas leyes se cumplan. La libertad de un súbdito radica, por

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tanto, solamente, en aquellas cosas que en la regulación de sus acciones ha predeterminado el soberano:
por ejemplo, la libertad de comprar y vender y de hacer, entre sí, contratos de otro género de vida, e instruir
sus niños como crea conveniente, etc.

John Locke: la división de poderes y el fundamento del sistema representativo

John Locke (1632-1704) fue un inglés partidario de los parlamentarios. Cuando escribe sus dos tratados sobre
el gobierno civil en Inglaterra se está produciendo la “Revolución Gloriosa” que obliga al rey a exiliarse e
instaura un gobierno parlamentario. Si bien este proceso será luego suprimido por las fuerzas del rey, el
conflicto se terminará resolviendo con la constitución de una monarquía parlamentaria, que perdura hasta
nuestros días en Inglaterra.
Locke es un adherente al empirismo, una teoría filosófica que afirma que nuestros conocimientos provienen
totalmente de la experiencia. De hecho, en su teoría filosófica, Locke compara nuestra mente con una tabula
rasa o una hoja en blanco sobre la que se van imprimiendo los pensamientos a partir de la experiencia. Locke
también es anticatólico, pero no es ateo como Hobbes; por el contrario, el concepto del hombre como
creatura (y, por lo tanto, propiedad) de Dios es fundamental para entender toda su teoría.
A diferencia de Hobbes, el estado de naturaleza en Locke supone la existencia de la propiedad privada y,
como creatura de Dios, el hombre no será presentado como un ser egoísta y miserable (como sí lo piensa
Hobbes), sino como un ser que, en virtud del mandato divino de crecer y multiplicarse (Génesis 1,28), debe
procurar su propio beneficio pero también, de manera secundaria, el de los demás. El principio de la
propiedad privada como resultado de nuestra acción sobre la naturaleza es el fundamento del contrato social
y, por eso mismo, del Estado. Este principio de la propiedad privada supone que los hombres que no tienen
propiedades deben vender su fuerza de trabajo (el trabajo de su cuerpo y de sus manos, como él mismo
afirma) y trabajar para otro. La teoría de Locke servirá como fundamento para los procesos políticos y
económicos que acompañan la Revolución Industrial y el surgimiento del Capitalismo. Un claro ejemplo es la
constitución de los Estados Unidos que apela directamente a los postulados de Locke.

Locke, John (2002). Segundo tratado sobre el gobierno civil. Buenos Aires: Ladosur.
Recuperado de: http://cinehistoria.com/locke_segundo_tratado_sobre_el_gobierno_civil.pdf

Para entender correctamente en qué consiste el poder político y para remontarnos a su verdadera fuente,
será necesario considerar cuál es el estado en que se encuentran los hombres por naturaleza. Se trata de un
estado de completa libertad para ordenar sus actos, y para disponer de sus posesiones y de sus personas
como juzgue oportuno, dentro de los límites de la ley natural, sin pedir permiso ni depender de la voluntad
de nadie.
Es también un estado de igualdad, en el que todo poder y toda jurisdicción son recíprocas, en el que nadie
tiene más que otro. No hay cosa más evidente que el que seres de la misma especie y rango, nacidos para
disfrutar sin distinción las mismas ventajas de la naturaleza y para hacer uso de las mismas facultades, sean
también iguales entre sí, sin subordinación ni sometimiento, a menos de que el amo y señor de todos ellos
haya colocado, por alguna manifiesta declaración de su voluntad, a uno de ellos por encima de los demás, y
que haya conferido, mediante un evidente y claro nombramiento, el derecho indiscutible de dominio y
soberanía.
Esa misma inclinación natural ha hecho que los hombres reconozcan que están tan obligados a amar a los
demás como a sí mismos. Porque todas las cosas que son iguales deben medirse de un mismo modo. De tal
modo, si yo daño a alguien debo esperar sufrimientos, porque no hay razón para que obligue a los demás a
tratarme a mí con mayor amor que el que yo he demostrado hacia ellos. De modo que mi deseo de ser amado
todo lo posible por aquellos que son naturalmente iguales a mí, me impone el deber natural de profesarles
a ellos el mismo afecto.
Ese estado natural es un estado de libertad pero no de licencia. Porque aunque en tal estado el hombre tenga
una libertad sin límites para disponer de su propia persona o de sus posesiones, sin embargo no tiene la
libertad de destruirse a sí mismo, ni tampoco a alguna de las criaturas que posee, excepto si se la requiere
para un fin más noble que el de su simple preservación. El estado de naturaleza tiene una ley natural por la

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que se gobierna, y esa ley obliga a todos. La razón, que es esa ley, enseña a cuantos seres humanos quieran
consultarla, que siendo todos los hombres iguales e independientes, nadie debe dañar a otro en su vida,
salud, libertad o posesiones. Pues siendo todos los hombres la obra de un Hacedor omnipotente e
infinitamente sabio y siendo todos ellos siervos de un único señor soberano, enviados a este mundo por
orden suya y para cumplir su encargo, todos son propiedad de quien los ha hecho, y los ha destinado a durar
mientras a Él le plazca y no a otro. Y como todos los hombres están dotados de las mismas facultades y
participan de una naturaleza común, no puede suponerse que haya entre nosotros una subordinación que
nos autorice a destruir al prójimo, como si éste hubiese sido hecho para utilidad nuestra, tal como sucede
con las criaturas inferiores. De la misma manera que cada uno de nosotros se ve obligado a conservarse a sí
mismo y a no destruirse por propia voluntad, también se verá obligado, cuando no está en juego su propia
conservación, a preservar a los demás seres humanos, y, a menos que se trate de hacer justicia con un
culpable, no podrá quitar la vida, ni entorpecerla, ni obstaculizar los medios necesarios para conservarla,
atentando contra la libertad, la salud, los miembros o los bienes de otro.
Y para impedir que los hombres invadan los derechos de los otros, que se dañen mutuamente, y para que
sea observada la ley natural, que mira por la paz y la preservación de toda la humanidad, han sido puestos
en manos de todos los hombres los medios para la ejecución de la ley natural; por tal motivo, cualquiera
tiene el derecho de castigar a los transgresores de esa ley, si ésta es violada. Pues la ley natural sería vana,
como todas las leyes que afectan a los hombres en este mundo, si en el estado natural no hubiese nadie con
poder para ejecutarla, defendiendo a los inocentes y poniendo límites al ofensor. Y si un hombre, en estado
de naturaleza, puede castigar a otro por el mal que haya hecho, todos los hombres tendrán ese mismo
derecho, pues en un estado de igualdad perfecta en el cual no hay superioridad ni jurisdicción de uno sobre
otro, y lo que uno pueda hacer para imponer el cumplimiento de la ley, será algo que también los otros
tendrán derecho de hacer.
Así es como, en el estado de naturaleza, un hombre llega a tener poder sobre otro. Pero no es un poder
absoluto y arbitrario que permita a un hombre tratar como a un criminal, cuando lo tiene en sus manos,
según el acalorado apasionamiento o la extravagancia ilimitada de su propia voluntad, sino que
exclusivamente le permite imponer una pena dictada por la serena razón y la conciencia, proporcional a la
transgresión cometida y que pueda servir para que el criminal repare el daño y se abstenga de recaer en su
ofensa. Son estas las dos únicas razones por las cuales puede un hombre dañar legalmente a otro, es decir,
castigarlo. Al transgredir la ley natural, el culpable manifiesta vivir según unas reglas distintas de las de la
razón y de la equidad común, normas que Dios estableció para regir los actos de los hombres en beneficio
de su mutua seguridad.
El estado de guerra es un estado de odio y de destrucción; por lo tanto, declarar mediante palabras o actos,
no como resultado de un impulso de la pasión ni de un arrebato sino con un propósito premeditado y
calculado, contra la vida de otro hombre, coloca a éste en un estado de guerra contra quien ha declarado
dicho propósito. En este caso se expone a que su vida le sea arrebatada por el agraviado, o por cualquier
otro que se le una para defenderlo, haciendo suya la causa de aquél; porque es razonable y justo que yo
tenga el derecho de destruir aquello que amenaza con destruirme a mí. En virtud de la ley fundamental de
naturaleza, un hombre que debe defenderse a sí mismo hasta donde le resulte posible; y si es imposible
salvarlo todo, la salvación del inocente debe tener prioridad. De ahí se deduce que, quien intenta poner a
otro hombre bajo su poder absoluto, se pone a sí mismo en un estado de guerra frente a él. Porque nadie
desearía tenerme sometido a su poder absoluto si no fuera para obligarme por la fuerza a algo que va contra
mi voluntad, es decir, para hacer de mí un esclavo.
Aquí vemos la clara diferencia entre el estado de naturaleza y el estado de guerra. El primero es un estado
de paz, buena voluntad, ayuda mutua y conservación y el segundo es un estado de odio, malicia, violencia y
mutua destrucción. La falta de un juez común que posea autoridad coloca a todos los hombres en un estado
de naturaleza.
Para evitar este estado de guerra es por lo que con gran razón, los hombres se ponen a sí mismos en estado
de sociedad y abandonan el estado de naturaleza.
Dios, que dio la tierra en común a los hombres, les dio también la razón para que hagan uso de ella de la
manera más beneficiosa para la vida y más conveniente para todos. La tierra y todo lo que hay en ella le fue
dada al hombre para el sustento y el bienestar de su existencia. Aunque todos los frutos que la tierra produce
naturalmente y todos los animales que de ellos se alimenta, pertenecen en común a la humanidad, por ser

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productos espontáneos de la naturaleza; y aunque nadie tiene originalmente un dominio privado exclusivo
sobre ninguno de ellos, tal como se encuentran en su estado natural, sin embargo, ocurre que, en tanto
dichos bienes están ahí para que los hombres se sirvan de ellos, necesariamente tendrá que haber algún
medio para que cualquier hombre puede apropiarse o beneficiarse con ellos.
Aunque la tierra y todas las criaturas inferiores pertenecen en común a todos los hombres, cada hombre
tiene, sin embargo, la propiedad de su propia persona; y nadie, fuera de él mismo, tiene derecho alguno
sobre esa propiedad. Podemos decir también, que el trabajo de su cuerpo y la obra de sus manos son
auténticamente suyos. Cualquier cosa que alguien saca del estado en que la naturaleza la produjo y la dejó,
poniendo en esa cosa algo de su esfuerzo y agregando algo que es de sí mismo, la convierte, por ello, en
propiedad suya. Pues al haber sido él quien la ha apartado del estado común en que la naturaleza la había
puesto, agrega a ella mediante su trabajo algo que hace que no tengan ya derecho a ella los demás hombres.
Siendo el trabajo propiedad indiscutible del trabajador, nadie puede tener derecho a lo que resulta después
de ese agregado, al menos cuando queden todavía suficientes bienes comunes para que los usen los demás.
El trabajo estableció la distinción entre lo que devino propiedad suya y lo que permaneció siendo propiedad
común. Su trabajo la ha sacado de las manos de la naturaleza, en las que era común y pertenecía por igual a
todos sus hijos, y con ello se la ha apropiado para sí mismo. La misma ley natural que de esa manera nos
otorga el derecho de propiedad, también pone límites a ese derecho. El hombre puede apropiarse las cosas
mediante su trabajo en la medida exacta en que le es posible utilizarlas para ventaja de su vida antes de que
se echen a perder. Todo aquello que excede ese límite, será de otros.
Habrá sociedad política allí donde cada uno de sus miembros haya renunciado a su poder natural,
entregándolo en manos de la comunidad para todos aquellos casos en los que no esté imposibilitado de
acudir a esa sociedad en demanda de protección para la defensa de la ley que ella estableció. Así, al quedar
excluido todo juicio particular de cada hombre, la comunidad viene a convertirse en un árbitro que según las
normas y reglas establecidas, y por intermedio de ciertos hombres autorizados por esa comunidad para
ejecutarlas, decide acerca de todas las diferencias que puedan surgir entre los miembros de dicha sociedad.

De este modo, el Estado se origina por medio de un poder que establece cuál es el castigo que cabe a las
diferentes transgresiones cometidas por aquellos miembros de la comunidad que piensan que vale la pena
cometer dichas transgresiones. Este es el poder de hacer leyes y a él debe añadirse también el poder de
castigar cualquier daño que se le haga a uno de sus miembros por alguien que no lo es. Eso constituye el
poder de hacer la guerra y la paz. Ambos poderes están encaminados a la protección de la propiedad de
todos los miembros de dicha sociedad, hasta donde sea posible.
Por lo tanto, siempre que cierto número de hombres esté así unido en sociedad renunciando cada uno de
ellos a su poder ejecutivo de ley natural, cediéndolo a la comunidad, entonces y sólo entonces, se constituye
una sociedad política o civil. Esto es lo que saca a los hombres del estado de naturaleza y los coloca dentro
de una sociedad civil.
De esto resulta evidente que la monarquía absoluta, considerada por algunos como el único tipo de gobierno
posible en el mundo es, en realidad, incompatible con la sociedad civil y excluye, por lo tanto, todo tipo de
gobierno civil.
Una vez que un determinado número de hombres ha consentido formar una comunidad o gobierno, quedan
con ello incorporados en un cuerpo político dentro del cual la mayoría tiene el derecho de actuar y decidir
en nombre de todos. Pues cuando, con el consentimiento de cada individuo, ha constituido cierto número
de hombres una comunidad, han hecho de esa comunidad un cuerpo con poder para actuar como un solo
cuerpo, lo cual sólo se consigue por la voluntad y la decisión de la mayoría. Así, pues, que lo que origina y
realmente constituye una sociedad política cualquiera, no es otra cosa que el consentimiento de una
pluralidad de hombres libres que aceptan la regla de la mayoría y que acuerdan unirse e integrarse dentro
de semejante sociedad.
El fin máximo y principal que lleva a los hombres a reunirse en Estados o comunidades, poniéndose bajo un
gobierno, es la preservación de su propiedad. Así es como la humanidad se inclina a entrar en sociedad
política cuanto antes a pesar de todos los privilegios que conlleva el estado de naturaleza, porque mientras
permanezcan dentro de éste su situación es mala. Por eso resulta difícil encontrar hombres que permanezcan
durante algún tiempo en semejante estado. Los inconvenientes a que están expuestos (inconvenientes que
provienen del poder que cada hombre tiene para castigar las transgresiones de los demás) los impulsan a

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buscar seguridad en las leyes establecidas por los gobiernos, a fin de proteger sus propiedades. Esto es lo
que los hace estar tan dispuestos a renunciar a su poder individual de castigar dejándolo en las manos de un
solo individuo elegido entre ellos para esa tarea, y ajustándose a las reglas que la comunidad o aquellos que
han sido autorizados por los miembros de la misma, establezcan de común acuerdo. Y es aquí donde radica
el derecho y el nacimiento de ambos poderes, el legislativo y el ejecutivo y también el de los gobiernos y el
de las sociedades políticas mismas.
Estas son las condiciones que se le imponen al poder legislativo de toda comunidad política, cualquiera sea
su forma de gobierno, según la misión que le ha sido encomendada por la sociedad, por la ley de Dios y por
la ley natural:
Primero: Tienen que gobernar de acuerdo con leyes promulgadas y establecidas, que no podrán ser
modificadas en casos particulares, sino que han de ser idénticas para el rico y para el pobre, para el favorito
que está en la Corte y para el campesino que empuña el arado.
Segundo: Tales leyes no tendrán otro fin último que no sea el bien del pueblo.
Tercero: No podrán los gobernantes aumentar los impuestos sobre los bienes del pueblo sin el
consentimiento de éste, que lo dará directamente o por medio de sus representantes. Esta condición se
aplica, casi exclusivamente, a los gobiernos en los que el poder legislativo funciona de manera permanente,
o allí donde el pueblo no ha reservado una parte del poder legislativo a representantes que él elige de tiempo
en tiempo.
Cuarto: El poder legislativo no deberá ni podrá transferir a ninguna otra persona el poder de hacer leyes, ni
colocarlo en lugar diferente de aquél en el que el pueblo lo ha situado.
Todo poder delegado con el encargo de cumplir un fin determinado debe limitarse a la consecución de ese
fin; si quienes detentan ese poder se apartan manifiestamente de su misión o no se muestran prestos a
concretarla, será necesario poner término a esa misión que se les había encomendado. De este modo, la
comunidad conserva siempre el poder supremo de sustraerse a las tentativas y amenazas de cualquier
persona.

La política comprendida desde el antagonismo: Carl Schmitt

Carl Schmitt fue un teórico alemán () que intentó definir la naturaleza de lo político separando la
identificación de la política con el Estado, ya que esto significa la necesidad de un ordenamiento jurídico (el
Estado) que permita actuar libremente a una unidad política organizada dentro de un territorio (el país). Para
Schmitt la política no se identifica ni con el Estado, ni con las luchas sindicales o partidarias. Para definir la
política hay que encontrar un criterio que permita identificar un “nosotros”, un grupo con un mismo interés
y en conflicto con aquello que se le opone. Schmitt identifica como criterio último la distinción “amigo-
enemigo”; esta distinción supone el antagonismo extremo: el enemigo no es un oponente o un competidor,
es el otro, el radicalmente distinto cuya existencia pone en peligro la existencia misma del “nosotros”. Por
eso el enemigo está en una relación cuyo horizonte es la eliminación del otro, de lo que amenaza nuestra
existencia misma.
Esta concepción de lo político implica una comprensión radical del conflicto. La unidad política sólo es posible
cuando podemos identificar ese otro que es nuestro enemigo, lo que posibilita la construcción de una
identidad común y unificada: la construcción de la comunidad política se realiza a partir de la oposición y el
conflicto.

Schmitt, Carl (2014). El concepto de lo político, con un prólogo y tres corolarios. Madrid: Alianza.
Recuperado de: https://arditiesp.files.wordpress.com/2012/10/schmitt-carl-el-concepto-de-lo-policc81tico-
completo.pdf

El concepto del Estado presupone el concepto de lo político. De acuerdo con el lenguaje que hoy se utiliza,
Estado es el status político de un pueblo organizado dentro de un espacio territorial delimitado. Con ello se
ha dado solamente una perífrasis, no una definición conceptual del Estado que tampoco es necesaria aquí
en dónde se trata de la esencia de lo político. Podemos permitirnos dejar abierta la cuestión de qué es
esencialmente el Estado; si es una máquina o un organismo, una persona o una institución, una sociedad o

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una comunidad, una empresa o un colmenar, o hasta una "serie fundamental de procesos". Todas estas
definiciones e imágenes contienen cantidades demasiado grandes de interpretación, determinación,
ilustración y construcción y, por lo tanto, no pueden constituir un adecuado punto de partida para una
exposición simple y elemental. De acuerdo a su sentido semántico y como fenómeno histórico el Estado es
la condición especial de un pueblo, y a saber: la condición determinante dado el caso decisivo y por ello,
frente a los muchos status individuales y colectivos imaginables, el status a secas. Más por el momento no
se puede decir. Todas las demás características de este conjunto abstracto — status y pueblo — obtienen su
sentido a través del carácter adicional de lo político y se vuelven incomprensibles cuando se malinterpreta la
esencia de lo político.
Es raro hallar una clara definición de lo político. La mayoría de las veces la palabra es empleada sólo en un
sentido negativo, a modo de contraste contra muchos otros conceptos, en antítesis como política y
economía, política y moral, política y Derecho; y, dentro del Derecho, política y Derecho Civil, etc. A través
de estas confrontaciones negativas y frecuentemente también polémicas, es muy posible — dependiendo
del contexto y de la situación concreta — que se pueda describir algo satisfactoriamente claro. Sin embargo,
esto todavía no constituye una determinación de lo específico. En general lo "político" es equiparado con lo
"estatal" o, al menos, se lo relaciona con ello. El Estado aparece, pues, como algo político; y lo político como
algo estatal — evidentemente un círculo insatisfactorio.
Una definición conceptual de lo político puede obtenerse sólo mediante el descubrimiento y la verificación
de categorías específicamente políticas. De hecho, lo político tiene sus propios criterios que se manifiestan
de un modo particular frente a las diferentes áreas específicas relativamente independientes del
pensamiento y del accionar humanos, en especial frente a lo moral, lo estético y lo económico. Por ello lo
político debe residir en sus propias, últimas, diferenciaciones, con las cuales se puede relacionar todo
accionar que sea político en un sentido específico. Supongamos que, en el área de lo moral las
diferenciaciones últimas están dadas por el bien y el mal; que en lo estético lo están por la belleza y la fealdad;
que lo estén por lo útil y lo perjudicial en lo económico o bien, por ejemplo, por lo rentable y lo no-rentable.
La cuestión que se plantea a partir de aquí es la de si hay — y si la hay, en qué consiste — una diferenciación
especial, autónoma y por ello explícita sin más y por si misma, que constituya un sencillo criterio de lo político
y que no sea de la misma especie que las diferenciaciones anteriores ni análoga a ellas.
La diferenciación específicamente política, con la cual se pueden relacionar los actos y las motivaciones
políticas, es la diferenciación entre el amigo y el enemigo. Esta diferenciación ofrece una definición
conceptual, entendida en el sentido de un criterio y no como una definición exhaustiva ni como una expresión
de contenidos. En la medida en que no es derivable de otros criterios, representa para lo político el mismo
criterio relativamente autónomo de otras contraposiciones tales como el bien y el mal en lo moral; lo bello y
lo feo en lo estético, etc. En todo caso es autónomo, no por constituir una nueva y propia esfera de
cuestiones, sino por el hecho que no está sustentado por alguna, o varias, de las demás contraposiciones ni
puede ser derivado de ellas. Si la contraposición del bien y del mal no puede ser equiparada así como así y
simplemente con la de lo bello y lo feo, ni con la de lo útil y lo perjudicial, siendo que tampoco puede ser
derivada de ellas, mucho menos debe confundirse o entremezclares la contraposición del amigo y el enemigo
con cualquiera de las contraposiciones anteriores. La diferenciación entre amigos y enemigos tiene el sentido
de expresar el máximo grado de intensidad de un vínculo o de una separación, una asociación o una
disociación. Puede existir de modo teórico o de modo práctico, sin que por ello y simultáneamente todas las
demás diferenciaciones morales, estéticas, económicas, o de otra índole, deban ser de aplicación. El enemigo
político no tiene por qué ser moralmente malo; no tiene por qué ser estéticamente feo; no tiene por qué
actuar como un competidor económico y hasta podría quizás parecer ventajoso hacer negocios con él. Es
simplemente el otro, el extraño, y le basta a su esencia el constituir algo distinto y diferente en un sentido
existencial especialmente intenso de modo tal que, en un caso extremo, los conflictos con él se tornan
posibles, siendo que estos conflictos no pueden ser resueltos por una normativa general establecida de
antemano, ni por el arbitraje de un tercero "no-involucrado" y por lo tanto "imparcial".
La posibilidad de entender y comprender correctamente — y con ello también el derecho a participar y a
juzgar — está dada aquí sólo por la colaboración y la coparticipación existenciales. Al caso extremo del
conflicto solamente pueden resolverlo entre sí los propios participantes; esto es: cada uno de ellos sólo por
sí mismo puede decidir si la forma de ser diferente del extraño representa, en el caso concreto del conflicto
existente, la negación de la forma existencial propia y debe, por ello, ser rechazada o combatida a fin de

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preservar la propia, existencial, especie de vida. En la realidad psicológica, al enemigo fácilmente se lo trata
de malo y de feo porque cada diferenciación recurre, la mayoría de las veces en forma natural, a la
diferenciación política como la más fuerte e intensa de diferenciaciones y agrupamientos a fin de
fundamentar sobre ella todas las demás diferenciaciones valorativas. Pero esto no cambia nada en la
independencia de esas contraposiciones. Consecuentemente, también es válida la inversa: lo que es
moralmente malo, estéticamente feo o económicamente perjudicial todavía no tiene por qué ser enemigo;
lo que es moralmente bueno, estéticamente bello o económicamente útil no tiene por qué volverse amigo
en el sentido específico, esto es: político, de la palabra. La esencial objetividad y autonomía de lo político
puede verse ya en esta posibilidad de separar una contraposición tan específica como la de amigo-enemigo
de las demás diferenciaciones y comprenderla como algo independiente.
Los conceptos de amigo y enemigo deben tomarse en su sentido concreto y existencial; no como metáforas
o símbolos; no entremezclados y debilitados mediante concepciones económicas, morales o de otra índole;
menos todavía psicológicamente y en un sentido privado-individualista como expresión de sentimientos y
tendencias privadas. No son contraposiciones normativas ni "puramente espirituales". El liberalismo, con su
típico dilema entre espíritu y economía (a ser tratado más adelante), ha intentado diluir al enemigo
convirtiéndolo en un competidor por el lado de los negocios y en un oponente polemizador por el lado
espiritual. Dentro del ámbito de lo económico ciertamente no existen enemigos sino tan sólo competidores
y en un mundo absolutamente moralizado y ético quizás sólo existan adversarios que polemizan. Sin
embargo, que se lo considere — o no — detestable; y, quizás, que hasta se quiera ver un remanente atávico
de épocas bárbaras en el hecho de que los pueblos todavía siguen agrupándose realmente en amigos y
enemigos; o bien que se anhele que la diferenciación desaparecerá algún día de la faz de la tierra; o que
quizás sea bueno y correcto fingir por razones pedagógicas que ya no existen enemigos en absoluto; todo
eso está aquí fuera de consideración. Aquí no se trata de ficciones y normatividades sino de la realidad
existencial y de la posibilidad real de esta diferenciación. Se podrán compartir — o no — las esperanzas o las
intenciones pedagógicas mencionadas; pero que los pueblos se agrupan de acuerdo a la contraposición de
amigos y enemigos, que esta contraposición aún hoy todavía existe y que está dada como posibilidad real
para todo pueblo políticamente existente, eso es algo que de modo racional no puede ser negado.
El enemigo no es, pues, el competidor o el opositor en general. Tampoco es enemigo un adversario privado
al cual se odia por motivos emocionales de antipatía. "Enemigo" es sólo un conjunto de personas que, por lo
menos de un modo eventual — esto es: de acuerdo con las posibilidades reales — puede combatir a un
conjunto idéntico que se le opone. Enemigo es solamente el enemigo público, porque lo que se relaciona con
un conjunto semejante de personas — y en especial con todo un pueblo — se vuelve público por la misma
relación. El enemigo es el hostis, no el inmicus en un sentido amplio. El idioma alemán, al igual que otros
idiomas, no distingue entre el "enemigo" privado y el político, por lo que se vuelven posibles muchos
malentendidos y falsificaciones. El tantas veces citado pasaje "amad a vuestros enemigos" (Mateo 5,44; Lucas
6,27) en realidad dice: “diligite inimicos vestros” y no “diligite hostes vestros”; por lo que no se habla allí del
enemigo político. En la milenaria lucha entre el cristianismo y el islam jamás a cristiano alguno se le ocurrió
tampoco la idea de que, por amor, había que ceder Europa a los sarracenos o a los turcos en lugar de
defenderla. Al enemigo en el sentido político no hay por qué odiarlo personalmente y recién en la esfera de
lo privado tiene sentido amar a nuestro "enemigo", vale decir: a nuestro adversario. La mencionada cita
bíblica no pretende eliminar otras contraposiciones como las del bien y del mal, o la de lo bello y lo feo, por
lo que menos aun puede ser relacionada con la contraposición política. Por sobre todo, no significa que se
debe amar a los enemigos del pueblo al que se pertenece y que estos enemigos deben ser apoyados en
contra del pueblo propio.
La contraposición política es la más intensa y extrema de todas, y cualquier otra contraposición concreta se
volverá tanto más política mientras más se aproxime al punto extremo de constituir una agrupación del tipo
amigo-enemigo. En el interior de un Estado — que como unidad política organizada toma, por sí y como
conjunto, la decisión sobre la amistad-enemistad, — y además, junto a las decisiones políticas primarias y en
defensa de la decisión tomada, surgen luego numerosos conceptos secundarios de lo "político". Por de
pronto, surgen merced a la equiparación de lo político con lo estatal tratada en el primer punto. Esta
equiparación hace que, por ejemplo, la "política de Estado" confronte con las posiciones político-partidarias;
o que se pueda hablar de la política religiosa, la política educativa, la política comunal, la política social, etc.
del propio Estado. Aunque a pesar de todo incluso aquí subsiste, y es constitutivo para el concepto de lo

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político, una contraposición y un antagonismo dentro del Estado — bien que, en todo caso, relativizados por
la existencia de la unidad política estatal, abarcadora de todas las demás contraposiciones. Por último, se
desarrollan también otras especies aun más atenuadas de "política", distorsionadas hasta lo parasitario y
caricaturesco, en las cuales sólo queda algún remanente antagónico de la agrupación amigo-enemigo
original; aspecto éste que se manifiesta en disputas e intrigas, tácticas y prácticas de toda índole, y que
describe como "política" a los negociados y a las manipulaciones más extrañas. Pero que la esencia de la
relación política sigue manteniéndose en la referencia a una contraposición concreta, lo expresa el
vocabulario cotidiano incluso allí en dónde la conciencia plena del "caso decisivo" se ha perdido.
Esto puede verse diariamente en dos fenómenos fácilmente verificables. En primer lugar, todos los
conceptos, ideas y palabras políticas poseen un sentido polémico; tienen a la vista una rivalidad concreta;
están ligadas a una situación concreta cuya última consecuencia es un agrupamiento del tipo amigo-enemigo
(que se manifiesta en la guerra o en la revolución); y se convierten en abstracciones vacías y fantasmagóricas
cuando esta situación desaparece. Palabras como Estado, república, sociedad, clase, y más allá de ellas:
soberanía, Estado de Derecho, absolutismo, dictadura, plan, Estado neutral o total, etc. resultan
incomprensibles si no se sabe quien in concreto habrá de ser designado, combatido, negado y refutado a
través de una de ellas. El carácter polémico domina sobre todo, incluso sobre el empleo de la misma palabra
"político"; tanto si se califica al oponente de "impolítico" (en el sentido de divorciado de la realidad o alejado
de lo concreto) como si, a la inversa, alguien desea descalificarlo denunciándolo de "político" para colocarse
a sí mismo por sobre él autodefiniéndose como "apolítico" (en el sentido de puramente objetivo, puramente
científico, puramente moral, puramente jurídico, puramente estético, puramente económico, o en virtud de
alguna pureza similar). En segundo lugar, en las expresiones usuales de la polémica intra-estatal cotidiana,
frecuentemente se emplea hoy el término "político" como sinónimo de "político-partidario". La inevitable
"subjetividad" de todas las decisiones políticas — que no es sino un reflejo de la diferenciación amigo-
enemigo inmanente a todo comportamiento político — se manifiesta aquí en las mezquinas formas y
horizontes de la distribución de cargos y prebendas políticas. La demanda de una "despolitización" significa,
en este caso, tan sólo una superación del partidismo etc. La ecuación político=partidario es posible cuando
pierde su fuerza la concepción de la unidad política (del "Estado"), abarcadora y relativizadora de todos los
partidos políticos internos conjuntamente con sus rivalidades, a consecuencia de lo cual las contraposiciones
internas adquieren una intensidad mayor que la contraposición común externa frente a otro Estado. Cuando
dentro de un Estado las contraposiciones partidarias se han vuelto las contraposiciones políticas por
excelencia, hemos arribado al punto extremo de la secuencia posible en materia de "política interna"; esto
es: los agrupamientos del tipo amigo-enemigo relativos a la política interna, y no a la política exterior, son
los que se vuelven relevantes para el enfrentamiento armado. En el caso de semejante "primacía de la política
interna", la posibilidad real del combate, que siempre tiene que estar presente para que se pueda hablar de
política, se refiere por lo tanto a la guerra civil y ya no a la guerra entre unidades organizadas de pueblos
(Estados o Imperios).
Al concepto de enemigo y residiendo en el ámbito de lo real, corresponde la eventualidad de un combate.
En el empleo de esta palabra hay que hacer abstracción de todos los cambios accidentales, subordinados al
desarrollo histórico, que ha sufrido la guerra y la tecnología de las armas. La guerra es el combate armado
entre unidades políticas organizadas; la guerra civil es el combate armado en el interior de una unidad
organizada (unidad que se vuelve, sin embargo, problemática debido a ello). Lo esencial en el concepto de
"arma" es que se trata de un medio para provocar la muerte física de seres humanos. Al igual que la palabra
"enemigo", la palabra "combate" debe ser entendida aquí en su originalidad primitiva esencial. No significa
competencia, ni el "puramente espiritual" combate dialéctico, ni la "lucha" simbólica que, al fin y al cabo,
toda persona siempre libra de algún modo porque, ya sea de una forma o de otra, toda vida humana es una
"lucha" y todo ser humano un "luchador". Los conceptos de amigo, enemigo y combate reciben su sentido
concreto por el hecho de que se relacionan especialmente con la posibilidad real de la muerte física y
mantienen esa relación. La guerra proviene de la enemistad puesto que ésta es la negación esencial de otro
ser. La guerra es solamente la enemistad hecha real del modo más manifiesto. No tiene por qué ser algo
cotidiano, algo normal; ni tampoco tiene por qué ser percibido como algo ideal o deseable. Pero debe estar
presente como posibilidad real si el concepto de enemigo ha de tener significado.

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El neoliberalismo como reconfiguración del liberalismo: El mercado como fundamento y las desigualdades
sociales como motor de la historia

Se ha conocido con el nombre de neoliberalismo a las teorías políticas y económicas surgidas a fines de los
años setenta del siglo XX en Estados Unidos como respuesta a la crisis económica sufrida en esa época. Estas
medidas (también conocidas como “Consenso de Washington”) comenzaron a implementarse en los años
ochenta a instancias de organismos financieros internacionales como el Fondo Monetario Internacional y el
Banco Mundial. En América Latina (y, específicamente, en nuestro país) estas medidas se instalaron durante
las dictaduras militares, ya que suponían una transformación social y económica profunda que generaron
mucha resistencia en los pueblos, por lo que debieron implementarse acompañadas de políticas represivas.
Estas medidas incluyen la privatización de empresas estatales, la redirección de la economía hacia el sector
financiero en perjuicio del aparato productivo, la extranjerización de la moneda (generalmente hacia el
dólar), la transnacionalización de las empresas y organismos que controlan las economías y un modelo de
Estado que restringe sus funciones priorizando la seguridad y generando mecanismos para favorecer la
economía de mercado.
El neoliberalismo, como veremos en el texto, es un programa político y económico que promueve una
economía de libre mercado en la que los sujetos se conciben como autointeresados y egoístas; es por eso
que se hace énfasis en la competencia y las libertades individuales y se minusvalora la solidaridad y el bien
común.

Morresi, Sergio (2008). La nueva derecha argentina: la democracia sin política. Los Polvorines: Univ.
Nacional de General Sarmiento.
Recuperado de: https://ediciones.ungs.edu.ar/wp-content/uploads/2018/07/9789876300308-
completo.pdf

Para entender qué es el neoliberalismo y la forma en la que impactó en Argentina, conviene comenzar por
clarificar qué es el liberalismo, para así poder especificar qué es lo que hay de nuevo en el neoliberalismo.
Siguiendo al politólogo italiano Norberto Bobbio, “como teoría económica, el liberalismo es partidario de la
economía de mercado; como teoría política es simpatizante del Estado que gobierne lo menos posible”.
Cuando decimos que el liberalismo es defensor de la economía de mercado, está implicada la protección de
la propiedad privada, incluyendo la propiedad privada de los medios de producción, y, por lo tanto, la
existencia de un mercado de trabajo. Cuando afirmamos que el liberalismo es defensor de un Estado que
gobierne lo menos posible, estamos diciendo que procura un Estado de poderes limitados (Estado de
derecho) y se inclina por un Estado de funciones limitadas (Estado mínimo). Adicionalmente, se podría
agregar que el liberalismo es una teoría política que no se basa en la coacción, sino en el consentimiento
(siquiera hipotético) de la población.
Esta caracterización amplia nos permite avanzar y distinguir tres tipos de liberalismo a los que llamaremos
clásico, moderno y contemporáneo.
El liberalismo clásico se da por iniciado a fines del siglo XVII con las obras de John Locke y se extiende hasta
mediados del siglo XIX. Las características principales de este primer modelo pueden ser resumidas en tres
puntos.
En primer lugar, los liberales clásicos creían que la sociedad debía ser vista como una entidad autosuficiente
y más o menos autoorganizada a través de mecanismos libremente escogidos, como el mercado, encargados
de traducir una serie de movimientos inconexos en un resultado beneficioso para todos, tal como lo
describen Bernard de Mandeville en su Fábula de las abejas o Adam Smith con su metáfora de la mano
invisible.
En segundo lugar, ponían un fuerte énfasis en las libertades personales (civiles). Las libertades consideradas
fundamentales variaban de un autor a otro, pero en general incluían el derecho a la vida, a la propiedad y a
la libertad de movimiento y de palabra.
Por último, el liberalismo clásico mostraba una profunda desconfianza ante el poder político ejercido de
forma discrecional y, paralelamente, un profundo interés por evitar que un hombre o un grupo tuvieran la
posibilidad de obtener ese tipo de dominio. Así, los teóricos y los políticos del siglo XVIII imaginaron o

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recrearon instituciones para limitar las capacidades del gobierno (como la elección de autoridades, la
separación de poderes y los mandatos limitados).
Podemos identificar un segundo modelo de liberalismo, al que algunos estudiosos como Michael Freeden
llaman “social”, “igualitario” o “ético”. Este modelo, al que nosotros preferimos denominar liberalismo
moderno, echó sus primeras raíces en pensadores como Georg Hegel y Alexis de Tocqueville, pero recibió
una forma más acabada con el surgimiento del utilitarismo de John Stuart Mill.
Lo que distingue a este movimiento del anterior es, ante todo, que los liberales comienzan a tener en cuenta
el inexorable ascenso de la democracia entendida como un hecho social. Se trata, entonces, de un liberalismo
modificado por la presencia de un nuevo actor: las clases populares. Podemos situar este segundo momento
entre comienzos del siglo XIX y la última parte del siglo XX.
A diferencia de los liberales clásicos, los modernos no confían en que las sociedades puedan autoorganizarse.
El funcionamiento del mercado, por ejemplo, requiere reglas y autoridades. En este sentido, los liberales
modernos consideran al Estado como una institución cuya meta principal es cohesionar a una sociedad que,
librada a sí misma, se fragmentaría.
El carácter contradictorio de los intereses de las distintas clases sociales provoca el surgimiento de disputas
que sólo pueden dirimirse políticamente. Esto, a su vez, implica la adopción de un método de resolución de
conflictos que tienda hacia formas institucionales democráticas que posibiliten la cohesión social necesaria
para la convivencia pacífica de los diferentes actores. Sin embargo, para los liberales modernos, inclinarse
por formas democráticas no significa que la sociedad tenga que someterse a la dirección de las capas
mayoritarias, sino que las clases dirigentes deben escuchar, procesar y moldear las demandas de los sectores
más bajos. Para lograr este cometido, es imprescindible que, desde el Estado, se intente satisfacer las
necesidades básicas de las clases populares y reorientar sus intereses (por medio de la educación) de modo
tal de hacerlos compatibles con el desarrollo del interés general.
El tercer modelo, el liberalismo contemporáneo o neoliberalismo, surgió en el período de entreguerras con
las obras de la Escuela de Austria. El neoliberalismo se presenta como una opción contradictoria con el
modelo liberal moderno, en el que ve una suerte de desviación del modelo clásico. Para los neoliberales, las
tesis del liberalismo moderno representan una traición a los valores liberales. Más aun, para algunos
neoliberales, como Murray Rothbard, muchos de los liberales modernos (como por ejemplo Thomas H. Green
o John Rawls) estaban equivocados o eran socialistas encubiertos.
El rechazo que los neoliberales muestran por el liberalismo moderno se concentra en la cuestión de la
igualdad socioeconómica. Para los que adhieren al neoliberalismo la desigualdad es el eje dinámico de las
sociedades, porque suponen que una situación donde algunos pueden tener mucho más que otros ofrecería
estímulos para que todos compitan por llegar a los sitios más elevados. En lugar de buscar reducir la
desigualdad, dicen los neoliberales, habría que desestimular los impulsos igualitaristas impuestos por la
izquierda y el liberalismo moderno. Por supuesto, los neoliberales continúan defendiendo la igualdad en el
sentido formal; para ellos, como para los liberales clásicos, el tipo de igualdad que puede y debe ser
defendida es la igualdad abstracta (la que los ciudadanos comparten en su calidad de personas jurídicas, es
decir, la igualdad ante la ley).
El neoliberalismo también difiere del liberalismo moderno en su percepción del rol que debería jugar el
Estado. Según los neoliberales, la intervención del Estado en la economía (que había sido preconizada por
socialdemócratas y liberales modernos que buscaban garantizar mínimos de equidad social y cultural) es
causa de dos males. Por un lado, se afirma, cuando el Estado interviene se producen ineficiencias en la
economía que no harán más que agravarse cuando se intente corregirlas con nuevas intervenciones. Por el
otro, cuando el Estado interviene, la libertad de los individuos (a la que se supone basada en la libertad de
mercado) corre el riesgo de verse limitada.
Sin embargo, contra lo que suele pensarse, la mayoría de los neoliberales no está en contra del Estado. El
neoliberalismo no busca un Estado débil, ni siquiera un Estado extremadamente limitado. Muy por el
contrario, quiere un Estado fuerte y eficaz para garantizar el orden requerido por una economía de mercado
y quiere, además, que el Estado se encargue de corregir al mercado real para que se acerque al mercado
ideal. En efecto, son pocos los neoliberales que creen en la existencia del mercado de competencia perfecta.
Es por ello que proponen que sea el Estado el que asegure que la sociedad se comporte tal como lo haría si
el mercado fuese efectivamente lo que afirma la teoría económica.
Podemos ver algunos conceptos claves del neoliberalismo:

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* El Mercado. Aparece como un modelo en un doble sentido. Por una parte es un modelo científico-
académico: implica una serie de supuestos y rasgos que se le imputan teóricamente con el que el resto de
las prácticas sociales se comparan. Por otra parte, el mercado es un modelo regulador, un ejemplo al que
todas las prácticas sociales deberían intentar imitar.
* El Estado. En general, se define como un polo opuesto al mercado. Se forma así una dicotomía Estado-
Mercado en la cual el primero ocupa el lugar negativo y/o residual. Aunque el Estado tiene un rol que cumplir
(los alcances del mismo varían en diferentes abordajes), ese rol no debería atentar contra la primacía del
mercado.
* Persona/agente/hombre. Hombres y mujeres son considerados como individuos autointeresados (incluso
egoístas) con una estructura de preferencias racional. En general, se pasa sin mucha argumentación de la
apreciación estética (el hombre es un individuo) a una ética (el hombre debe ser considerado apenas como
un individuo con una determinada estructura mental y ciertos rasgos morales).
* La Sociedad. Es vista desde una perspectiva negativa y positiva a la vez. La visión negativa se pone de relieve
cuando se apunta a las asociaciones de individuos que no se comportan de acuerdo con el modelo de
mercado; en esta perspectiva la sociedad se traduce en “colectivismo” o en fuerzas que buscan imponer sus
intereses por vías ilegítimas; en ciertos casos, incluso, se niega que la sociedad exista (aunque sí existirían las
culturas y las naciones). La visión positiva entra en escena cuando el concepto de sociedad es asimilado al
modelo del mercado y contrapuesto al Estado.
* Derechos. Los individuos se suponen siempre dotados de derechos irrebasables, negativos y, en general,
exhaustivos. En la mayor parte de las visiones neoliberales, se privilegia el tratamiento del derecho de
propiedad, que usualmente toma el rol de base o garantía de cualquier otro derecho que sea posible
enumerar. Se supone así que, ante los derechos de propiedad, todos los otros derechos (o deberes) carecen
de sentido.
* Libertad. Esta idea se encuentra ligada a la de derechos. La libertad neoliberal es siempre una libertad en
términos negativos (esto es, libertad como ausencia de impedimentos impuestos de forma voluntaria o
consciente) y se predica necesariamente de individuos y de ninguna otra entidad.
* Igualdad. Para el neoliberalismo la igualdad no es un valor equiparable al de libertad, sino uno que debe
ocupar un lugar subordinado. Puede ser valorada en forma positiva o negativa. Positivamente, cuando se la
entiende como igualdad de los individuos ante la ley. Negativamente cuando se pretende extender la
igualdad a cualquier ámbito extra-jurídico.
* Justicia. Se la entiende únicamente como equivalente al imperio de la ley. Cualquier idea de justicia que
sobrepase esta definición (como por ejemplo el concepto de justicia social) erosiona la libertad y los derechos
individuales.
* Democracia. Este concepto no puede referirse a la sociedad, sino a un tipo de régimen político cuyo
funcionamiento “imita” en cierta forma al mercado ideal. Se considera que, en general, las sociedades
contemporáneas “fetichizan” la democracia; es decir que le atribuyen un valor y un potencial de los que el
sistema democrático carece.

Los mitos neoliberales sobre la superioridad de lo privado sobre lo público


Vicenç Navarro (Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra, y ex
Catedrático de Economía. Universidad de Barcelona)
Recuperado de: http://blogs.publico.es/dominiopublico/17328/los-mitos-neoliberales-sobre-la-
superioridad-de-lo-privado-sobre-lo-publico/

En España, como resultado de la derechización de la gran mayoría de los principales medios de


información (sean periódicos, radios o canales de televisión) del país, existe un sesgo neoliberal muy
marcado entre los gurús mediáticos en las áreas económicas, que aparecen en programas de
información económica, los cuales constantemente alaban las excelencias del sector privado,
denunciando a su vez las supuestas ineficiencias y despilfarros del sector público. Frecuentemente
estos economistas hacen referencia al modelo económico que suponen existe en EEUU (que
erróneamente definen como liberal), señalando la superioridad de tal modelo sobre el modelo
económico existente en la Europa Occidental, que ven estancado en las rigideces del sistema de

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regulación e intervencionismo público que frena la eficiencia y desarrollo económico de la Europa
Occidental de este continente. Es casi imposible leer los diarios, oír la radio o ver la televisión sin que
este mensaje de
superioridad de lo privado sobre lo público se repita constantemente con una frecuencia machacona
digna del mejor lavado de cerebro. Uno de los que tienen mayor visibilidad mediática en defensa de la
economía privada versus la pública es el Sr. Sala i Martín, el economista neoliberal que la televisión
pública catalana, TV3 (controlada por el partido neoliberal gobernante Convergència Democràtica de
Catalunya), presenta explícitamente como “el economista de la casa”. Este economista neoliberal tiene
un programa de una hora cada dos semanas en TV3 y recientemente hizo un programa con varios
capítulos que le costó al contribuyente catalán nada menos que 400.000 euros (más IVA), programa
que tenía como objetivo promocionar la visión neoliberal de la economía, haciendo un canto a las
excelencias del mundo empresarial, acentuando el valor de la genialidad de los grandes
emprendedores, y atribuyendo el éxito de las empresas más conocidas a la libertad que favorece el
capitalismo. Este programa, Economia en Colors, se presentó de octubre a noviembre del 2015,
habiendo recibido personalmente por cada capítulo 7.500 euros (4.500 como presentador más 3.000
como guionista), facturando un total de 60.000 euros. Es interesante notar que este programa, un
canto al pensamiento liberal a favor del sector privado, se emitió en un medio público pagado por la
ciudadanía a través de sus impuestos.
Otro gurú mediático es el Sr. Daniel Lacalle, asesor de La Sexta, entre otros medios que promueven tal
mensaje con gran vocación apostólica, enfatizando constantemente los méritos de la propiedad,
inversión y gestión privada sobre la pública. Aparece frecuentemente en los medios, y hace unos días
escribió un artículo (“Entender lo que siempre es público”, La Vanguardia, 03.07.16) en donde criticaba
el intento de los partidos de izquierdas de desprivatizar la compañía Aigües Ter-Llobregat
(ATLL), privatizada por el gobierno catalán del partido liberal (Convergència), acusándoles de estar
estancados en una ideología anticuada que conducía a la ineficiencia en los servicios públicos a la
ciudadanía.

¿Qué hay detrás de Apple, Google y otros casos de éxito empresarial?


Dicho pensamiento neoliberal (también activamente promovido por blogs de economía como Nada es
Gratis, un panfleto financiado hasta hace poco por el IBEX-35) desconoce, ignora u oculta varios hechos
básicos, tales como que el modelo económico de EEUU no es liberal, puesto que aquel modelo está
basado en un enorme intervencionismo público. En realidad, el gobierno federal es uno de los
gobiernos más intervencionistas que existen en el mundo occidental. Gran parte de los sectores
económicos en EEUU han sido iniciados, y/o intervenidos, y/o establecidos por el gobierno federal. En
un excelente libro (The Entrepreneurial State), Mariana Mazzucato, profesora de la Universidad de
Sussex, desmonta, caso por caso, la definición del modelo económico estadounidense como liberal.
Analiza, por ejemplo, los grandes éxitos de la economía estadounidense, como Apple, que se
atribuyen, según el credo liberal, a la gran genialidad de Steve Jobs, presentado como ejemplo del rol
central que juega el gran innovador, interpretación ampliamente promovida incluso por la industria
cinematográfica con la película sobre Steve Jobs y en muchos libros y miles de artículos laudatorios de
su figura.
La profesora Mazzucato muestra que Apple no habría existido si no hubiera sido por la activa
intervención del Estado federal. En realidad, no solo Apple, sino toda la industria electrónica, no
hubiera existido sin el gobierno federal, que financió en gran parte los “descubrimientos” que se
atribuyen a los grandes emprendedores privados, incluyendo Steve Jobs. La autora señala en su libro
el proceso de creación de Apple (paso a paso) y de los elementos innovadores que se atribuyen a esta
empresa, mostrando cómo detrás de cada uno de ellos había un trabajo previo, financiado
públicamente, y desarrollado ya sea en instituciones públicas o en privadas (financiadas
públicamente). En realidad, fueron las Fuerzas Armadas del gobierno federal las que introdujeron
el GPS positioning y los voice-activated “virtual assistants”, utilizados por Apple. Y fueron las mismas
Fuerzas Armadas las que financiaron los primeros pasos de la industria electrónica del famoso Silicon
Valley. Y fueron también fondos públicos los que financiaron el touchscreen así como el lenguaje

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HTML, también utilizados por Apple. Y fue, de nuevo, el propio gobierno el que prestó en términos
súper favorables los primeros 500.000 dólares que Apple necesitó para establecerse como empresa.

Sin la intervención pública, las empresas privadas en muchos sectores innovadores no hubieran
existido
Una situación semejante ocurre con Google, compañía que ya en sus inicios recibió fondos públicos
procedentes de la National Science Foundation, institución pública. Y no digamos ya con la industria
farmacéutica, una de las industrias con mayor rentabilidad en EEUU, y que se ha beneficiado
enormemente de la investigación básica financiada públicamente por los National Institutes of Health
con un presupuesto de 30.000 millones de dólares al año, una investigación sin la cual la industria
farmacéutica estadounidense tampoco hubiera existido. Y ha sido, de nuevo, el gobierno federal el
que ha sido el mayor inversor en la industria aeronáutica, a través del gasto militar. En realidad, el
complejo militar-industrial que centra la economía estadounidense en muchos de sus sectores, está
financiado públicamente (ni que decir tiene que ninguno de estos datos aparece en las alabanzas al
emprendimiento de los grandes genios empresariales promovidos por los gurús mediáticos
neoliberales).
En base a estos y otros datos documentados en aquel libro, es cuestionable definir el modelo
estadounidense

como un modelo neoliberal. En realidad, una de las causas que están creando mayor enfado entre la
población estadounidense es la toma de conciencia de que un gran número de las industrias altamente
exitosas, que han sido apoyadas, cuando no financiadas, públicamente en sus orígenes (como Apple y
Google), ahora estén evitando pagar impuestos en EEUU, situando las sedes de sus empresas en el
extranjero.
Por cierto, gran parte de las empresas que ofrecen a nivel estatal en EEUU (nivel semejante al nivel
autonómico en España) elementos básicos, como el agua, son públicas, como también ocurre en el
continente europeo, y lo hacen a unos precios menores y a una calidad mayor que la que provee la
empresa privada a la cual el Sr. Lacalle hace referencia. Ahora bien, le aseguro a usted, lector, que
estos últimos datos raramente aparecen en los grandes medios de información y persuasión de este
país. Así es España (incluyendo Catalunya).

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Entendiendo el Estado

Índice estadístico de asesinatos a manos de las fuerzas de seguridad en Argentina desde el retorno a
la democracia hasta 2020 (Fuente: http://www.correpi.org/2020/archivo-2020-las-necesidades-del-
pueblo-son-esenciales-la-represion-no/#3)

En esta unidad vamos a trabajar algunos conceptos y elementos que nos permitan entender el Estado, su
estructura y su finalidad.
A diferencia de la concepción griega, en la que cada ciudad era un Estado en la medida en que la ciudad se
definía por los lazos creados entre los ciudadanos, en nuestras sociedades modernas los Estados se entienden
como superestructuras que incluyen, entre otros aspectos, a los ciudadanos. Pero los Estados no son los
ciudadanos.
Los Estados modernos comenzaron a formarse en el siglo XIV, pero fueron adquiriendo su forma definitiva a
partir del siglo XVIII. Precisamente, la forma de estos Estados tiene mucha relación con las transformaciones
económicas producidas por las revoluciones industriales, la conquista de nuevos territorios que se
convirtieron en colonias y las ideas políticas heredadas de Locke y de los ideales de la Revolución Francesa.
Estas revoluciones generaron dos aspectos que serán importantes: en el ámbito económico, lo que
conocemos como “división internacional del trabajo”; en el aspecto político, el surgimiento de los
nacionalismos. Por eso identificamos al Estado con la nación.
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Ahora, estos Estados se terminaron de consolidar luego de la Primera Guerra Mundial, y a partir de la
transnacionalización de la economía (pensemos que, por esos años, aparece el organismo que será luego el
Fondo Monetario Internacional, también la “Liga de las naciones” que dio origen a la ONU, pero también las
grandes corporaciones económicas e industriales que empiezan a tener un poder que trasciende las fronteras
de los países). Luego de la Primera Guerra Mundial se configuran prácticamente de forma definitiva las
fronteras entre los países (algunas de ellas se terminarán de constituir tras la Segunda Guerra Mundial, como
en Europa oriental, el sureste asiático y África); esto llevó a que las poblaciones que viven en los territorios
se vayan asimilando a una identidad “nacional” que fragmentó algunos grupos étnicos y vinculó a otros (como
concentrar a grupos antagónicos como los hutus y los tutsis en Ruanda o los serbios y los bosnios en la ex
Yugoslavia).
Finalmente, una característica importante, y que desarrollaremos, es que de la mano de la formación de
estos Estados se conformó un aparato burocrático para el control de la administración y que permitió el
control centralizado de los recursos, y la formación de fuerzas de seguridad de nivel nacional para garantizar
el monopolio de la fuerza de los Estados sobre sus poblaciones. Precisamente, el gráfico con el que iniciamos
la unidad, muestra el número de personas asesinadas en nuestro país a manos de las fuerzas de seguridad
desde el retorno de la democracia en 1983; esto ejemplifica el rol que tienen las fuerzas de seguridad como
aparatos de represión interna del Estado, que desarrollaremos también en la unidad.

El Estado como estructura que modela y define las relaciones de poder

El Estado es un conjunto de instituciones de variados tipos que permite la conformación de un orden social.
Sin embargo, estas instituciones han sido modeladas según los intereses que resultan de las relaciones de
poder entre los grupos sociales. Por eso, podemos ver que hay ciertos elementos que definen al Estado (que
estaremos trabajando en esta unidad), pero que, dependiendo de qué poderes se encuentren controlando u
ordenando dichos elementos, definirán también la función y objetivos del Estado.
A partir de la Revolución Industrial y las revoluciones francesa y americana, y con el advenimiento de las
burguesías al poder, los Estados se fueron configurando a favor de los intereses de esas burguesías frente al
declive de la nobleza y las monarquías. Ahora, la Revolución Industrial también trajo como consecuencia la
división internacional del trabajo que ubicó a algunos países a la cabeza del desarrollo económico, mientras
que otros se convirtieron en proveedores de materias primas y alimentos. Estos últimos países no tuvieron
desarrollo industrial y su economía, al sostenerse con el mercado externo, se volvió dependiente de los países
industrializados. Este proceso se profundizó luego de las guerras mundiales, dejando en evidencia las
enormes desigualdades entre los países desarrollados o del “Primer mundo” y los países subdesarrollados,
también conocidos como “Tercer mundo”.
Argentina no estuvo exenta de este proceso, ya que tras la independencia su principal fuente de ingresos fue
la exportación de cereales, cuero y luego carne. Esta situación posibilitó que las oligarquías de la provincia
de Buenos Aires y algunas familias tradicionales del interior incrementen sus propiedades y riquezas
aprovechando el incipiente Estado como instrumento para esa concentración del poder. Este proceso, que
ocurrió durante la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX conformó un escenario
propicio para instalar un modelo de Estado cuyo fin ha sido históricamente, en nuestro país, beneficiar a los
grupos concentrados de poder.

Oszlak, Oscar (2009). La formación del Estado argentino. Buenos Aires: Emecé.

Capítulo 1: lineamientos conceptuales e históricos

La formación del Estado es un aspecto constitutivo del proceso de construcción social. De un proceso en el
cual se van definiendo los diferentes planos y componentes que estructuran la vida social organizada. En
conjunto, estos planos conforman un cierto orden cuya especificidad depende de circunstancias históricas
complejas. Elementos tan variados como el desarrollo relativo de las fuerzas productivas, los recursos
naturales disponibles, el tipo de relaciones de producción establecidas, la estructura de clases resultante o

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la inserción de la sociedad en la trama de relaciones económicas internacionales, contribuyen en diverso
grado a su conformación.
Dentro de este proceso de construcción social, la conformación del Estado nacional supone a la vez la
conformación de la instancia política que articula la dominación en la sociedad, y la materialización de esa
instancia en un conjunto interdependiente de instituciones que permiten su ejercicio. La existencia del
Estado se verificaría entonces a partir del desarrollo de un conjunto de atributos que definen la “estatidad”
-la condición de “ser Estado”-, es decir, el surgimiento de una instancia de organización del poder y de
ejercicio de la dominación política. Es Estado es, de este modo, relación social y aparato institucional.
Analíticamente, la estatidad supone la adquisición por parte de esta entidad en formación, de una serie de
propiedades: 1) capacidad de externalizar su poder, obteniendo reconocimiento como unidad soberana
dentro de un sistema de relaciones internacionales; 2) capacidad de institucionalizar su autoridad,
imponiendo una estructura de relaciones de poder que garantice su monopolio sobre los medios organizados
de coerción; 3) capacidad de diferenciar su control, a través de la creación de un conjunto funcionalmente
diferenciado de instituciones públicas con reconocida legitimidad para extraer establemente recursos de la
sociedad civil, con cierto grado de profesionalización de sus funcionarios y cierta medida de control
centralizado sobre sus variadas actividades; y 4) capacidad de internalizar una identidad colectiva, mediante
la emisión de símbolos que refuerzan sentimientos de pertenencia y solidaridad social y permiten, en
consecuencia, el control ideológico como mecanismo de dominación. Estos atributos definen un Estado
nacional.
En su origen, la formación de los estados nacionales latinoamericanos implicó la sustitución de la autoridad
centralizada del Estado colonial y la subordinación de los múltiples poderes locales que eclosionaron, luego
de la independencia, como consecuencia de las fuerzas centrífugas desatadas por el proceso emancipador.
La identificación con la lucha emancipadora, precario componente idealista de la nacionalidad, fue
insuficiente para producir condiciones estables de integración nacional. La base material de la nación recién
comenzó a conformarse con el surgimiento de oportunidades para la incorporación de las economías locales
al sistema capitalista mundial y el consecuente desarrollo de intereses diferenciados e interdependientes
generados por tales oportunidades.
Al margen de las complejas mediaciones que intervinieron en cada caso nacional, la articulación de los
mercados internos y su eslabonamiento con la economía internacional, se vieron acompañados por la
consolidación del poder de aquella clase o alianza de clases que controlaba los nuevos circuitos de producción
y circulación de bienes en que se basó la expansión de la economía exportadora. Pero las nuevas formas de
dominación económica, a cuya sombra se consolidaban nuevas relaciones sociales, requerían políticamente
la paralela constitución y control de un sistema de dominación capaz de articular, expandir y reproducir el
nuevo patrón de relaciones sociales.
Este sistema de dominación -el Estado nacional- fue a la vez determinante y consecuencia del proceso de
expansión del capitalismo iniciado con la internacionalización de las economías de la región. Determinante,
en tanto creó las condiciones, facilitó los recursos, y hasta promovió la constitución de los agentes sociales,
que favorecerían el proceso de acumulación. Consecuencia, en tanto a través de estas múltiples formas de
intervención se fueron diferenciando su control, afirmando su autoridad y, en última instancia, conformando
sus atributos.

Capítulo 2: la organización nacional y la construcción del Estado

A pesar de la intensa actividad despertada por las transformaciones en la economía mundial, las posibilidades
de articulación de los factores productivos se vieron prontamente limitadas por diversos obstáculos: la
dispersión y el aislamiento de los mercados regionales, la escasez de población, la precariedad de los medios
de comunicación y transporte, la anarquía en los medios de pago y en la regulación de las transacciones, la
inexistencia de un mercado financiero, las dificultades para expandir la frontera territorial incorporando
nuevas tierras a la actividad productiva. Pero, sobre todo, por la ausencia de garantías sobre la propiedad, la
estabilidad de la actividad productiva y hasta la propia vida -derivadas de la continuidad de la guerra civil y
las incursiones indígenas- que oponían obstáculos prácticamente insalvables a la iniciativa privada. La
distancia entre proyecto y concreción, entre la utopía del “progreso” y la realidad del atraso y el caos, era la
distancia entre la constitución formal de la nación y la efectiva existencia de un Estado nacional. Recorrer esa

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distancia implicaba regularizar el funcionamiento de la sociedad de acuerdo con parámetros dictados por las
exigencias del sistema productivo que encarnaba la idea del Progreso.
Sin embargo, “regularizar” (o “regenerar”, como proponían los hombres de la Organización Nacional) no
significaba restituir a la sociedad determinadas pautas de relación y convivencia ni regresar a un “orden”
habitual momentáneamente disuelto por los enfrentamientos civiles, sino imponer un nuevo marco de
organización y funcionamiento social, coherente con el perfil que iban adquiriendo el sistema productivo y
las relaciones de dominación. Roto el orden colonial, el proceso emancipador había desatado fuerzas
centrífugas que desarticulaban la sociedad sin que las diversas fórmulas ensayadas consiguieran establecer
un nuevo orden. Por eso el “Orden” -así, con mayúsculas- se erigía como cuestión dominante en la agenda
de problemas de la sociedad argentina. Resuelta ésta, podrían encararse con mayor dedicación y recursos
los desafíos del Progreso. Encontrar la mejor forma de organización social constituye el problema de fondo;
solucionado éste, la carrera del progreso se efectuará “al paso del vapor y de la electricidad”. El “orden”
aparecía así ante una esclarecida elite, como la condición de posibilidad del “progreso”, como el marco
dentro del cual, librada a su propia dinámica, la sociedad encontraría sin grandes obstáculos el modo de
desarrollar sus fuerzas productivas.
Por definición el “orden” excluía a todos aquellos elementos que podían obstruir el progreso, el avance de la
civilización, fueran éstos indios o montoneras. Lo ilustra Sarmiento en su Facundo; lo reiteran los mensajes
oficiales. Estas “rémoras” que dificultaban el progreso eran una amenazadora realidad presente, vestigios de
una sociedad cuyos parámetros se pretendía transformar. Por eso, el “orden” también contenía una implícita
definición de ciudadanía, no tanto en el sentido de quienes eran reconocidos como integrantes de una
comunidad política, sino más bien de quienes eran considerados legítimos miembros de la nueva sociedad,
de quienes tenían cabida en la nueva trama de relaciones sociales.
El “orden” también tenía proyecciones externas. Su instauración permitiría obtener la confianza del
extranjero en la estabilidad del país y sus instituciones. Con ello se atraerían capitales e inmigrantes, dos
factores de la producción sin cuyo concurso toda perspectiva de progreso resultaba virtualmente nula.

Capítulo 3: la conquista del orden y la institucionalización del Estado

La penetración ideológica, junto con la cooptación y las diversas formas de penetración material del Estado,
contribuyeron a crear la base consensual sobre la cual podía construirse un sistema de dominación. Si bien,
inicialmente, el Estado nacional se había edificado fortaleciendo principalmente su aparato represivo, ningún
sistema de dominación estable podía sobrevivir sin consolidar, a la vez, un consenso más o menos
generalizado acerca de la legitimidad del muevo orden. Después de todo, combinaciones variables de
coerción y consenso han sido siempre las bases de sustentación de cualquier esquema de dominación
política.
Si bien la penetración ideológica del Estado nacional implica lograr que en la conciencia ordinaria de los
miembros de una sociedad se instalen ciertas creencias y valores hasta convertirlos en componentes propios
de una conciencia colectiva, es preciso diferenciar dos aspectos distintos de este proceso. Por una parte, la
creación de una conciencia nacional, es decir un sentido profundamente arraigado de pertenencia a una
sociedad territorialmente delimitada, que se identifica por una comunidad de origen, lenguaje, símbolos,
tradiciones, creencias y expectativas acerca de un destino compartido. Por otra, la internalización de
sentimientos que entrañan una adhesión “natural” al orden social vigente y que, al legitimarlo, permiten que
la dominación se convierta en hegemonía.
Así como en el primer caso, la penetración ideológica procura crear una mediación entre Estado y sociedad
basada en el sentido de pertenencia a una nación, en el segundo promueve el consenso social en torno a un
orden capitalista, un modo de convivencia, de producción y de organización social que aparece adornado de
ciertos atributos y valores deseables, tales como la libertad e iniciativa individual, la aparente igualdad ante
la ley de empresarios y asalariados, la promesa del progreso a través del esfuerzo personal o la equidad
distributiva que eventualmente eliminará el conflicto social. En ambos casos, sin embargo, lo que está en
juego es la capacidad de producción simbólica del Estado.
La educación constituyó un vehículo privilegiado en el marco de la estrategia de penetración ideológica del
Estado. La escuela primaria cumplía un papel integrador no tanto por la difusión de valores nacionales

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tradicionales, sino por la transmisión de valores seculares y pautas universalistas, una de cuyas
manifestaciones fue el laicismo.
El criterio que lograba imponerse era el de utilizar la educación como instrumento que asegurase la
gobernabilidad de “la masa”.
En el marco de un régimen político oligárquico y restrictivo, esta concepción tendió naturalmente al elitismo
y el enciclopedismo. La creación de “colegios nacionales” y el énfasis puesto en la enseñanza media, en
desmedro de la educación primaria, confirmaban el carácter elitista que inspiraba la política oficial.

El Estado en la teoría marxista

El punto de partida del pensamiento de Marx es que el hombre refleja su esencia en el trabajo. Sin embargo,
en las sociedades capitalistas quien posee los medios de producción no es el trabajador, por lo que el hombre
se encuentra en un estado de alienación, porque al estar separado el trabajador y el medio de producción,
el hombre se aleja de su propia esencia.
La lucha por el control sobre los medios de producción es denominada “lucha de clases”. En ella, el objetivo
histórico es que el proletariado (la clase obrera) se apropie de los medios de producción a fin de liberar a los
hombres de la alienación en la que se encuentran. El fin de esta lucha es la posibilidad de crear una sociedad
en la que no existan clases sociales ya que los medios de producción serán colectivos y los hombres serán los
propietarios de su propio trabajo.
El Estado tiene un papel importante porque existe en función de los intereses de la clase capitalista, es decir
de los dueños de los medios de producción. La función del Estado es sujetar a la sociedad civil interviniendo
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en la lucha de clases y utilizando sus aparatos represivos en función de sus objetivos de clase. Por eso es que
el proletariado debe tomar el poder del Estado para destruir primero el aparato capitalista y luego destruir
el Estado como tal.
Una vez destruido el Estado, la comunidad humana podrá tener el control de los medios de producción pero
en función de toda la comunidad; los hombres así se verán liberados de la opresión del capital y la dominación
del hombre por el hombre.

Althusser, Louis (1988). Ideología y aparatos ideológicos del Estado. Buenos Aires: Nueva visión.
Recuperado de: https://perio.unlp.edu.ar/teorias2/textos/m3/althusser.pdf

¿Qué se aprende en la escuela? Es posible llegar hasta un punto más o menos avanzado de los estudios, pero
de todas maneras se aprende a leer, escribir y contar, o sea algunas técnicas, y también otras cosas, incluso
elementos (que pueden ser rudimentarios o por el contrario profundizados) de "cultura científica" o
"literaria" utilizables directamente en los distintos puestos de la producción (una instrucción para los obreros,
una para los técnicos, una tercera para los ingenieros, otra para los cuadros superiores, etc.). Se aprenden
"habilidades".
Pero al mismo tiempo, y junto con esas técnicas y conocimientos, en la escuela se aprenden las "reglas" del
buen uso, es decir de las conveniencias que debe observar todo agente de la división del trabajo, según el
puesto que está "destinado" a ocupar: reglas de moral y de conciencia cívica y profesional, lo que significa
en realidad reglas del respeto a la división social-técnica del trabajo y, en definitiva, reglas del orden
establecido por la dominación de clase. Se aprende también a "hablar bien el idioma", a "redactar” bien, lo
que de hecho significa (para los futuros capitalistas y sus servidores) saber "dar órdenes", es decir (solución
ideal), "saber dirigirse" a los obreros, etcétera.
Enunciando este hecho en un lenguaje más científico, diremos que la reproducción de la fuerza de trabajo
no sólo exige una reproducción de su calificación sino, al mismo tiempo, la reproducción de su sumisión a las
reglas del orden establecido, es decir una reproducción de su sumisión a la Ideología dominante por parte
de los obreros y una reproducción de la capacidad de buen manejo de la ideología dominante por parte de
los agentes de la explotación y la represión, a fin de que aseguren también "por la palabra" el predominio de
la clase dominante.
En otros términos, la escuela (y también otras instituciones del Estado, como la Iglesia, y otros aparatos como
el Ejército) enseña las "habilidades" bajo formas que aseguran el sometimiento a la ideología dominante o el
dominio de su "práctica”. Todos los agentes de la producción, la explotación y la represión, sin hablar de los
"profesionales de la ideología" (Marx) deben estar "compenetrados" en tal o cual carácter con esta ideología
para cumplir "concienzudamente" con sus tareas, sea de explotados (los proletarios), de explotadores (los
capitalistas), de auxiliares de la explotación (los cuadros), de grandes sacerdotes de la ideología dominante
(sus “funcionarios”), etcétera.
La condición sine qua non de la reproducción de la fuerza de trabajo no sólo radica en la reproducción de su
"calificación" sino también en la reproducción de su sometimiento a la ideología dominante, o de la "práctica"
de esta ideología, debiéndose especificar que no basta decir. "no solamente sino también", pues la
reproducción de la calificación de la fuerza de trabajo se asegura en y bajo las formas de sometimiento
ideológico, con lo que reconocemos la presencia eficaz de una nueva realidad: la ideología.

El Estado

La tradición marxista es formal: desde el Manifíesto y El 18 Brumario (y en todos los textos clásicos
posteriores, ante todo el de Marx sobre La comuna de París y el de Lenin sobre El Estado y la Revolución) el
Estado es concebido explícitamente como aparato represivo. El Estado es una "máquina" de represión que
permite a las clases dominantes (en el siglo XIX a la clase burguesa y a la "clase" de los grandes terratenientes)
asegurar su dominación sobre la clase obrera para someterla al proceso de extorsión de la plusvalía (es decir
a la explotación capitalista).
El Estado es ante todo lo que los clásicos del marxismo han llamado el aparato de Estado. Se incluye en esta
denominación no sólo al aparato especializado (en sentido estricto), cuya existencia y necesidad conocemos
a partir de las exigencias de la práctica jurídica, a saber la policía, los tribunales y las prisiones, sino también

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el ejército, que interviene directamente como fuerza represiva de apoyo (el proletariado ha pagado con su
sangre esta experiencia) cuando la policía y sus cuerpos auxiliares son "desbordados por los
acontecimientos", y, por encima de este conjunto, al Jefe de Estado, al Gobierno y la administración.
Presentada en esta forma, la "teoría" marxista-leninista del Estado abarca lo esencial, y ni por un momento
se pretende dudar de que allí está lo esencial. El aparato de Estado, que define a éste como fuerza de
ejecución y de Intervención represiva "al servicio de las clases dominantes", en la lucha de clases librada por
la burguesía y sus aliados contra el proletariado, es realmente el Estado y define perfectamente su “función"
fundamental.
Es necesario especificar en primer lugar un punto importante: el Estado (y su existencia dentro de su aparato)
sólo tiene sentido en función del poder de Estado. Toda la lucha política de las clases gira alrededor del
Estado. Aclaremos: alrededor de la posesión, es decir, de la toma y la conservación del poder de Estado por
cierta clase o por una alianza de clases o de fracciones de clases. Esta primera acotación nos obliga a distinguir
el poder de Estado (conservación del poder de Estado o toma del poder de Estado), objetivo de la lucha
política de clases por una parte, y el aparato de Estado por la otra.
Para resumir este aspecto de la "teoría marxista del Estado", podemos decir que los clásicos del marxismo
siempre han afirmado que:
1) el Estado es el aparato represivo de Estado;
2) se debe distinguir entre el poder de Estado y el aparato de Estado;
3) el objetivo de la lucha de clases concierne al poder de Estado y, en consecuencia, a la utilización del aparato
de Estado por las clases (o alianza de clases o fracciones de clases) que tienen el poder de Estado en función
de sus objetivos de clase;
4) el proletariado debe tomar el poder de Estado para destruir el aparato burgués existente, reemplazarlo
en una primera etapa por un aparato de Estado completamente diferente, proletario, y elaborar en las etapas
posteriores un proceso radical, el de la destrucción del Estado (fin del poder de Estado y de todo aparato de
Estado).

¿Qué son los aparatos ideológicos de Estado (AIE)?

No se confunden con el aparato (represivo) de Estado. Recordemos que en la teoría marxista el aparato de
Estado (AE) comprende: el gobierno, la administración, el ejército, la policía, los tribunales, las prisiones, etc.,
que constituyen lo que llamaremos desde ahora el aparato represivo de Estado. Represivo significa que el
aparato de Estado en cuestión funciona mediante la “violencia”, por lo menos en situaciones límite (pues la
represión administrativa, por ejemplo, puede revestir formas no físicas).
Designamos con el nombre de aparatos ideológicos de Estado cierto número de realidades que se presentan
al observador inmediato bajo la forma de instituciones distintas y especializadas. Proponemos una lista
empírica de ellas, que exigirá naturalmente que sea examinada en detalle, puesta a prueba, rectificada y
reordenada. Con todas las reservas que implica esta exigencia podemos por el momento considerar como
aparatos ideológicos de Estado las instituciones siguientes (el orden en el cual los enumeramos no tiene
significación especial):
AIE religiosos (el sistema de la distintas Iglesias),
AIE escolar (el sistema de las distintas "Escuelas”, públicas y privadas),
AIE familiar,
AIE jurídico,
AIE político (el sistema político del cual forman parte los distintos partidos),
AIE sindical,
AIE de información (prensa, radio, T.V., etc.),
AIE cultural (literatura, artes, deportes, etc.).
Decimos que los AIE no se confunden con el aparato (represivo) de Estado. ¿En qué consiste su diferencia?
En un primer momento podemos observar que si existe un aparato (represivo) de Estado, existe una
pluralidad de aparatos ideológicos de Estado. Suponiendo que ella exista, la unidad que constituye esta
pluralidad de AIE en un cuerpo no es visible inmediatamente.
En un segundo momento, podemos comprobar que mientras que el aparato (represivo) de Estado (unificado)
pertenece enteramente al dominio público, la mayor parte de los aparatos ideológicos de Estado (en su

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aparente dispersión) provienen en cambio del dominio privado. Son privadas las Iglesias, los partidos, los
sindicatos, las familias, algunas escuelas, la mayoría de los diarios, las instituciones culturales, etc., etc.
Pero vayamos a lo esencial. Hay una diferencia fundamental entre los AIE y el aparato (represivo) de Estado:
el aparato represivo de Estado “funciona mediante la violencia", en tanto que los AIE funcionan mediante la
ideología.
Rectificando esta distinción, podemos ser más precisos y decir que todo aparato de Estado, sea represivo o
ideológico, "funciona" a la vez mediante la violencia y la ideología, pero con una diferencia muy importante
que impide confundir los aparatos ideológicos de Estado con el aparato (represivo) de Estado. Consiste en
que el aparato (represivo) de Estado, por su cuenta, funciona masivamente con la represión (incluso física),
como forma predominante, y sólo secundariamente con la ideología. (No existen aparatos puramente
represivos.) Ejemplos: el ejército y la policía utilizan también la ideología, tanto para asegurar su propia
cohesión y reproducción, como por los 'Valores" que ambos proponen hacia afuera.
De la misma manera, pero a la inversa, se debe decir que, por su propia cuenta, los aparatos ideológicos de
Estado funcionan masivamente con la ideología como forma predominante pero utilizan secundariamente,
y en situaciones límite, una represión muy atenuada, disimulada, es decir simbólica. (No existe aparato
puramente ideológico.) Así la escuela y las iglesias "adiestran" con métodos apropiados (sanciones,
exclusiones, selección, etc.) no sólo a sus oficiantes sino a su grey.
También la familia...
También el aparato ideológico de Estado cultural (la censura, por mencionar sólo una forma), etcétera.
¿Sería útil mencionar que esta determinación del doble “funcionamiento” (de modo predominante, de modo
secundario) con la represión y la ideología, según se trate del aparato (represivo) de Estado o de los aparatos
ideológicos de Estado, permite comprender que se tejan constantemente sutiles combinaciones explícitas o
tácitas entre la acción del aparato (represivo) de Estado y la de los aparatos ideológicos del Estado? La vida
diaria ofrece innumerables ejemplos que habrá que estudiar en detalle para superar esta simple observación.
Ella, sin embargo, nos encamina hacia la comprensión de lo que constituye la unidad del cuerpo,
aparentemente dispar, de los AIE. Si los AIE “funcionan” masivamente con la ideología como forma
predominante, lo que unifica su diversidad es ese mismo funcionamiento, en la medida en que la ideología
con la que funcionan, en realidad está siempre unificada, a pesar de su diversidad y sus contradicciones, bajo
la ideología dominante, que es la de “la clase dominante". Si aceptamos que, en principio, “la clase
dominante” tiene el poder del Estado (en forma total o, lo más común, por medio de alianzas de clases o de
fracciones de clases) y dispone por lo tanto del aparato (represivo) de Estado, podremos admitir que la misma
clase dominante sea parte activa de los aparatos ideológicos de Estado, en la medida en que, en definitiva,
es la ideología dominante la que se realiza, a través de sus contradicciones, en los aparatos ideológicos de
Estado. Por supuesto que es muy distinto actuar por medio de leyes y decretos en el aparato (represivo) de
Estado y “actuar” por intermedio de la ideología dominante en los aparatos ideológicos de Estado. Sería
necesario detallar esa diferencia que, sin embargo, no puede enmascarar la realidad de una profunda
identidad.
Por ahora nos limitaremos a decir que:
1) Todos los aparatos ideológicos de Estado, sean cuales fueren, concurren al mismo resultado: la
reproducción de las relaciones de producción, es decir, las relaciones capitalistas de explotación.
2) Cada uno de ellos concurre a ese resultado único de la manera que le es propia: el aparato político
sometiendo a los individuos a la ideología política de Estado, la ideología "democrática", "indirecta"
(parlamentaria) o "directa" (plebiscitaria o fascista); el aparato de información atiborrando a todos los
"ciudadanos" mediante la prensa, la radio, la televisión, con dosis diarias de nacionalismo, chauvinismo,
liberalismo, etcétera. Lo mismo sucede con el aparato cultural (el rol de los deportes es de primer orden en
el chauvinismo), etcétera. El aparato familiar.... no insistimos más.
3) No obstante, un aparato ideológico de Estado cumple muy bien el rol dominante. Se trata de la Escuela.
Toma a su cargo a los niños de todas las clases sociales desde el jardín de infantes, y desde el jardín de
infantes les inculca -con nuevos y viejos métodos, durante muchos años, precisamente aquellos en los que
el niño, atrapado entre el aparato de Estado-familia y el aparato de Estado-escuela, es más vulnerable-
"habilidades" recubiertas por la ideología dominante (el idioma, el cálculo, la historia natural, las ciencias, la
literatura) o, más directamente, la ideología dominante en estado puro (moral, instrucción cívica, filosofía).

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El Estado mínimo del modelo neoliberal: garantizar la seguridad

A partir del pensamiento de Locke, para quien el Estado tiene como principal función la protección de la
propiedad privada, el neoliberalismo (que se autodefine como una interpretación de Locke, según el teórico
Robert Nozick) ha propuesto un modelo de Estado que permita garantizar la concentración de la propiedad,
profundizar las desigualdades y posibilitar la libre competencia. A partir de aquí, se piensa un Estado cuyas
funciones sean pocas y esenciales, de ahí que se lo llame “Estado mínimo”, porque el objetivo del Estado se
restringe a una función básica, que es la protección y la seguridad interna y externa. Como el motor de la
sociedad es el libre mercado, los Estados no deben utilizar los recursos que extraen de la sociedad para
sostener los derechos de las personas más vulnerables. Es así que derechos básicos como la educación, la
salud, la vivienda o el trabajo no son objeto de las políticas del Estado; por el contrario, el único gasto legítimo
que tiene el Estado sobre los recursos de la sociedad es la conformación del aparato represivo, que es el
dispositivo que garantiza la seguridad (económica) de los propietarios. Todo gasto que exceda esta finalidad
es considerado un abuso de poder.
Francis Fukuyama (1952-) fue asesor del expresidente norteamericano George Bush, y también autor de la
doctrina del “fin de la historia”, que postula que, tras la hegemonía estadounidense en el resto del mundo
luego de la caída del comunismo en 1989, la humanidad llegó al fin de la evolución ideológica que conducirá
definitivamente al mundo hacia la democracia liberal. Aunque ese fin de la historia ha sido refutado hasta
nuestros días, este teórico sostiene que las causas de los conflictos armados y del terrorismo es la
imposibilidad de los países pobres de ser como Estados Unidos. Por eso se vuelve necesaria la “ayuda
humanitaria” norteamericana sobre los demás países o, dicho en palabras del mismo Fukuyama, la
intervención de los Estados Unidos en los otros Estados, cuya experiencia ha mostrado (según él) que la
implantación del modelo de Estado neoliberal ha contribuido a reforzar los demás Estados.

Fukuyama, Francis (2005). La construcción del Estado. Hacia un nuevo orden mundial en el siglo XXI.
Barcelona: Ediciones B.

La construcción del Estado es la creación de nuevas instituciones gubernamentales y el fortalecimiento de


las ya existentes. En el presente libro defiendo la construcción del Estado como uno de los asuntos de mayor
importancia para la comunidad mundial, dado que los Estados débiles o fracasados causan buena parte de
los problemas más graves a los que se enfrenta el mundo, como son la pobreza, el sida, las drogas o el
terrorismo. Sabemos cómo traspasar las fronteras internacionales para hacer llegar los recursos, pero las
instituciones públicas requieren, para su buen funcionamiento, unos determinados hábitos de pensamiento
y se rigen por complejos mecanismos que no admiten ser trasladados.
La idea de que la construcción del Estado, en oposición a su limitación o reducción, debería constituir una
prioridad en nuestro programa político, puede parecerles aberrante a algunas personas. Al fin y al cabo, la
tendencia dominante en la política mundial de los últimos años ha consistido en criticar “el gran gobierno” y
tratar de desplazar las actividades del sector estatal a los mercados privados o a la sociedad civil. Sin embargo,
en el mundo en desarrollo los gobiernos débiles, incompetentes o inexistentes son fuente de graves
problemas.
La ausencia de capacidad estatal en los países pobres ha pasado a revelarse como una seria amenaza para el
mundo desarrollado. Durante un tiempo, Estados Unidos y otros países pudieron fingir que se trataba de
problemas exclusivamente locales, pero el 11-S puso de manifiesto que la debilidad estatal constituía
también un inmenso desafío estratégico. El terrorismo islamista radical, en combinación con el acceso a
armas de destrucción masiva, añadió el factor clave de la seguridad al conjunto de problemas creados por la
gobernanza débil. Tras la intervención militar en Afganistán y en Irak, Estados Unidos ha asumido nuevas e
importantes responsabilidades en la construcción nacional de estos países. La capacidad de fortalecer o
crear, partiendo desde la base, instituciones y competencias estatales hasta ahora ausentes ha pasado a
ocupar un lugar prioritario en la agenda global y probablemente se haya convertido en un requisito
imprescindible para garantizar la seguridad en importantes partes del mundo. Así pues, la debilidad del
Estado constituye un asunto de primer orden tanto en el ámbito nacional como en el internacional.

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El problema de los Estados débiles y la necesidad de construir Estados procedía de muchos años atrás, pero
los atentados del 11-S lo hicieron más evidente. La pobreza no constituye la causa directa del terrorismo:
quienes organizaron los atentados contra el World Trade Center y el Pentágono en esa fecha procedían de
familias de clase media, y su evolución hacia el radicalismo no se produjo en sus países de origen, sino en
Europa Occidental. Sin embargo, los atentados arrojaron luz sobre un asunto clave para Occidente: la oferta
del mundo moderno es muy atractiva porque conjuga la prosperidad material de las economías de mercado
con la libertad política y cultural de la democracia liberal.
La reducción del tamaño del sector estatal fue el asunto predominante en la política durante la crítica década
de los ochenta y principios de los noventa, cuando una amplia variedad de países del antiguo mundo
comunista, Latinoamérica, Asia y África salió del domino del autoritarismo tras lo que se denominó la “tercera
ola” de la democratización. Instituciones financieras internacionales como el Fondo Monetario Internacional
y el Banco Mundial, junto al gobierno de Estados Unidos, recomendaron enérgicamente una serie de medidas
enfocadas a reducir el grado de intervención estatal en los asuntos económicos; se trataba de un paquete de
medidas la que uno de sus autores atribuyó la denominación de “consenso de Washington” y al que sus
detractores en Latinoamérica llamaron “neoliberalismo”. Los sectores estatales de los países en desarrollo
constituían en multitud de casos un obstáculo para el crecimiento y, ante eso, la solución a largo plazo pasaba
por la liberalización económica.
Los Estados necesitarían garantizar el orden público y la defensa ante invasiones externas antes que
proporcionar un seguro de enfermedad universal o educación superior gratuita.
La privatización de las empresas estatales constituye, sin lugar a dudas, un objetivo apropiado de la reforma
económica, pero requiere un grado considerable de capacidad institucional para llevarla a cabo
correctamente. La privatización crea, inevitablemente, asimetrías de gran magnitud en la información cuya
corrección corresponde a los gobiernos. Dado que los objetivos económicos compiten con otros tales como
la distribución justa o el equilibrio étnico en la mayoría de las sociedades, no puede existir un conjunto
óptimo de instituciones, sino únicamente instituciones que traten de hacer prevalecer unos fines sobre otros.
Una buena institución estatal es aquella que atiende con eficiencia y transparencia las necesidades de sus
clientes, es decir, de los ciudadanos del Estado. En áreas como la política monetaria, los objetivos son
relativamente sencillos (la estabilidad del precio de la moneda) y pueden ser alcanzados por tecnócratas
relativamente distanciados de la sociedad. Ahí reside el motivo por el que los bancos centrales se construyen
mediante sistemas que los protegen expresamente de la presión política democrática a corto plazo. Sin
embargo, en sectores como la educación primaria y secundaria, la calidad del rendimiento del organismo
público depende en gran medida del apoyo que éste reciba de los consumidores finales del servicio
gubernamental.
Estados Unidos ha intervenido y/o actuado como autoridad de ocupación en muchos otros países como Cuba,
Filipinas, Haití, la República Dominicana, México, Panamá, Nicaragua, Corea del Sur y Vietnam del Sur. En
cada uno de estos países, Estados Unidos se involucró en lo referente a la construcción de la nación: celebrar
elecciones, tratar de acabar con los caudillos y con la corrupción y fomentar el desarrollo económico.

La experiencia latinoamericana en la construcción del Estado

A partir de los años cincuenta y sesenta se produjeron en nuestra región numerosos intentos para revertir
las crecientes desigualdades en los pueblos. Nuestra historia, efectivamente, viene arrastrando experiencias
de colonialismo, genocidios, explotación y desigualdades desde que los europeos llegaron a nuestro
continente.
De la mano de los movimientos emancipatorios y revolucionarios se fueron tejiendo diversas teorías sobre
la política y la sociedad, el Estado, la economía y las posibilidades concretas de transformar las instituciones
para construir una sociedad más justa en la que los pueblos sean libres, reconociendo las diversidades y
suprimiendo las diferentes formas de explotación. Muchas de estas teorías se han inspirado en el marxismo,
pero haciendo interpretaciones creativas sobre la lucha de clases tomando también otros conflictos y formas
de pensar. Un ejemplo de esto es el Zapatismo (que estudiaremos un poco al final de la materia) y también
los diferentes progresismos que se produjeron tanto en la segunda mitad del siglo XX como en los primeros
años del XXI.

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El proceso que ocurrió en Bolivia con el ascenso de Evo Morales al poder, convirtiéndose así en el primer
presidente indígena del país, implicó un duro golpe para las oligarquías de Bolivia. Este proceso fue el
resultado de la organización popular y de los pueblos originarios tras largos años de lucha.
Álvaro García Linera (1962-) fue vicepresidente durante el gobierno de Evo Morales. Formado en sociología
y adherente al marxismo, fue uno de los principales teóricos del progresismo en Bolivia y América Latina,
reconocido también a nivel internacional. En su concepción del Estado retoma los elementos más
importantes del marxismo (que ya hemos visto en el texto de Oszlak) pero para pensar cómo es posible
transformar ese Estado e interpretar el complejo movimiento que llevó al Movimiento al Socialismo al
gobierno y a un líder sindical a la presidencia de Bolivia.

García Linera, Álvaro (2010). La construcción del Estado.


Conferencia magistral dictada en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.
Recuperado de: http://iec.conadu.org.ar/files/publicaciones/1515083408_la-construccion-del-estado-
2010.pdf

Una lectura propone que estaríamos asistiendo a los momentos casi de la extinción del Estado, casi a la
irrelevancia del Estado. Se trata de una lectura no anarquista: lindo sería que fuera una realidad el
cumplimiento del deseo anarquista de la extinción del Estado. No; al contrario, es una lectura conservadora
que plantea que en la actualidad la globalización, esta interdependencia planetaria de la economía, la cultura,
los flujos financieros, la justicia y la política estuvieran volviendo irrelevante el sistema de Estados
contemporáneo. Esta corriente interpretativa, académica y mediática dice que la globalización significaría un
proceso gradual de extinción de la soberanía estatal debido a que cada vez los Estados tienen menos
influencia en la toma de decisiones de los acontecimientos que se dan en el ámbito territorial, continental y
planetario; y emergería supuestamente otro sujeto de los cambios conservadores, que serían los mercados
con su capacidad de autorregulación. Esta corriente también menciona que a nivel planetario estaría
surgiendo un gendarme internacional y una justicia planetaria que debilitaría el papel del monopolio de la
coerción, del monopolio territorial de la justicia que poseían anteriormente los Estados.
Esta lectura extincionista del Estado olvida que los flujos financieros que se mueven en el planeta, no se
distribuyen por igual entre las regiones y entre los Estados, que los flujos financieros no por casualidad
benefician a determinados Estados en detrimento de otros, benefician a determinadas regiones en
detrimento de otras regiones. Y que esta supuesta gendarmería planetaria encargada de poner orden y
justicia en todo el mundo, no es más que el poder imperial de un Estado que se atribuye la tutoría sobre el
resto de los Estados. Por último olvida, como lo están mostrando los efectos de la crisis de la economía
capitalista del año 2008 y 2009, que quien al final paga los platos rotos de la orgía neoliberal, de los flujos
financieros y del descontrol de los mercados de valores, son los Estados y los recursos públicos de los Estados.
En otras palabras, frente a esta utopía neoliberal de la extinción gradual del Estado, lo que van demostrando
los hechos es que son los Estados los que al final se encargan de privatizar los recursos, de disciplinar la fuerza
laboral al interior de cada Estado territorialmente constituido, de asumir con los recursos públicos el Estado
los costos, los fracasos, o el enriquecimiento de unas pocas personas.
Es evidente que una parte del Estado es un gobierno, aunque no lo es todo. Parte del Estado es también el
parlamento, el régimen legislativo cada vez más devaluado en nuestras sociedades. Son también las fuerzas
armadas, son los tribunales, las cárceles, es el sistema de enseñanza y la formación cultural oficial; son los
presupuestos del Estado, es la gestión y uso de los recursos públicos. Estado es también no solamente la
legislación sino también acatamiento de la legislación. Estado es narrativa de la historia, silencios y olvidos,
símbolos, disciplinas, sentidos de pertenencia, sentidos de adhesión. Estado es también acciones de
obediencia cotidiana, sanciones y expectativas.
Cuando definimos al estado, estamos hablando de una serie de elementos diversos, tan objetivos y
materiales como las fuerzas armadas, como el sistema educativo, y tan etéreos pero de efecto igualmente
material como las creencias, las obediencias, las sumisiones y los símbolos. El estado en sentido estricto son
entonces instituciones, no hay estado sin instituciones, es lo que Lenin denominaba “la máquina del estado”.
Es la dimensión material del estado, el régimen y el sistema de instituciones: gobierno, parlamento, justicia,
cultura, educación, comunicación; en su dimensión de instituciones, de normas, procedimientos y
materialidad administrativa que le da vida a esa función gubernativa. Pero también ese conglomerado, ese

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listado que hemos dicho que es el estado, no es solamente institución, dimensión material del estado, sino
también son concepciones, enseñanzas, saberes, expectativas, conocimientos. Es decir, esta sería la
dimensión ideal del estado. El estado tiene una dimensión material, que describió muy bien Lenin, como el
régimen de instituciones. Pero también el estado es un régimen de creencias, es un régimen de percepciones;
es decir, es la parte ideal de la materialidad del estado: el estado es también idealidad, idea, percepción,
criterio, sentido común. Pero detrás de esa materialidad y detrás de esa idealidad del estado, el estado es
también relaciones y jerarquías entre personas sobre el uso, función y disposición de esos bienes; jerarquías
en el uso, mando, conducción y usufructo de esas creencias. Las creencias no surgen de la nada, son fruto de
correlaciones de fuerza, de luchas, de enfrentamientos. Las instituciones no surgen de la nada, son frutos de
luchas, muchas veces de guerras, de sublevaciones, revoluciones, de movimientos, de exigencias y
peticiones.
Tenemos entonces los tres componentes de todo estado: todo estado es una estructura material,
institucional; todo estado es una estructura ideal, de concepciones y percepciones; todo estado es una
correlación de fuerzas. Pero también un estado es un monopolio, un estado es monopolio de la fuerza, de la
legislación, de la tributación, del uso de recursos públicos. Podemos entonces cerrar esta definición del
estado en las cuatro dimensiones: todo estado es institución, parte material del estado; todo estado es
creencia, parte ideal del estado; todo estado es correlación de fuerzas, jerarquía en la conducción y control
de las decisiones; y todo estado es monopolio. El estado como monopolio, como correlación de fuerzas, como
idealidad, como materialidad, constituyen las cuatro dimensiones que caracterizan cualquier estado en la
sociedad contemporánea.
En términos sintéticos podemos decir entonces que un estado es un aparato social, territorial, de producción
efectiva de tres monopolios –recursos, coerción y legitimidad-, en el que cada monopolio, de los recursos,
de la coerción y de la legitimidad, es un resultado de tres relaciones sociales. Tenemos entonces, utilizando
brevemente a los físicos, que el estado es como una molécula, con tres átomos y dentro de cada átomo tres
ladrillos que conforman el átomo. Un estado es un monopolio exitoso de la coerción; un estado es un
monopolio exitoso de la legitimidad, las ideas fuerza que regulan la cohesión entre gobernantes y
gobernados; y un estado es un monopolio de la tributación y de los recursos públicos. Pero cada uno de estos
monopolios exitosos y territorialmente asentados está a la vez compuesto de tres componentes: una
correlación de fuerzas entre dos bloques con capacidad de definir y controlar, una institucionalidad, y unas
ideas-fuerza que cohesionan. El monopolio de la coerción tiene una dimensión material: fuerzas armadas,
policía, cárceles, tribunales. Tiene una dimensión ideal: el acatamiento, la obediencia y el cumplimiento de
esos monopolios, que cotidianamente lo ejecutamos los ciudadanos sin necesidad de reflexionarnos,
dimensión ideal del monopolio. Pero a la vez este monopolio y su conducción es fruto de la correlación de
fuerzas, de luchas, de guerras pasadas, sublevaciones, levantamientos y golpes, que han dado lugar a la
característica de este monopolio. Igualmente con la legitimidad, el monopolio de la legitimidad territorial,
tiene una dimensión de correlación de fuerzas, igual el monopolio de los tributos y de los recursos públicos.
Tenemos entonces un acercamiento más completo al estado como relación de dominación. El concepto que
nos daba Marx del estado como una máquina de dominación entonces tiene sus tres componentes
complejos: es materia, pero también es idea, es símbolo, es percepción, y es también lucha, lucha interna,
correlación de fuerzas internas fluctuantes. Si el estado es sólo máquina, entonces hay que tumbar la
máquina, pero no basta tumbar la máquina del estado para cambiar el estado; porque muchas veces el
estado es uno mismo, son las ideas, los prejuicios, las percepciones, las ilusiones, las sumisiones que uno
lleva interiorizadas, que reproducen continuamente la relación del estado en nuestras personas. E
igualmente, esa maquinalidad esa idealidad presente en nosotros, no es algo externo a la lucha, son frutos
de luchas. Cada cuerpo es la memoria sedimentada de luchas del estado, en el estado y para el estado. Y
entonces la relación frente al estado pasa evidentemente, desde una perspectiva revolucionaria, por su
transformación y superación; pero no simplemente como transformación y superación de algo externo a
nosotros, de una maquinalidad externa a nosotros, sino de una maquinalidad relacional y de una idealidad
relacional que está en nosotros y por fuera de nosotros. Por eso los clásicos, cuando hablaban de la
superación del estado en un horizonte postcaptitalista, no lo ubicaban meramente como un hecho de
voluntad o de decreto, sino como un largo proceso de deconstrucción de la estatalidad en su dimensión ideal
material, material e institucional en la propia sociedad.

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¿Cuáles son los componentes de una crisis estatal general? ¿Cuándo vamos a decir que estamos pasando, no
meramente un cambio de gobierno, un cambio de administración de la maquinaria del Estado, sino un
cambio de unas estructuras de poder y de dominación a otras estructuras de poder y dominación? Cuando
hay una crisis estatal general. ¿Y cómo identificamos una crisis estatal general? A partir de cinco elementos.
La transición de un Estado a otro Estado tiene varias etapas. La primera etapa es cuando se devela la crisis
del Estado. ¿Qué significa que se exprese una crisis del Estado? En primer lugar, que la pasividad, la tolerancia
del gobernado hacia el gobernante comienza a diluirse. En segundo lugar, que surge inicialmente de manera
aislada, puntual, pero con tendencia a crecer, a irradiarse, a encontrar otros escenarios de aceptación, un
bloque social disidente con capacidad de movilizarse socialmente y de expandir territorialmente su protesta.
En tercer lugar, una crisis estructural del Estado en su primera fase de develamiento surge cuando la protesta,
el rechazo y el malestar, comienzan a adquirir ámbitos de legitimidad social. Cuando una marcha, una
movilización, una demanda y un reclamo salen del aislamiento y de la apatía del resto de la población y
comienzan a captar la sintonía, el apoyo, la complacencia de sectores cada vez más amplios de la sociedad.
Por último, la crisis se devela en su primera fase cuando surge un proyecto político no cooptable por el poder,
no cooptable por los gobernantes, con capacidad de articulación política y de generar expectativas colectivas.
Luego vendrá un segundo momento de la crisis del Estado que, siguiendo a Gramsci, hemos denominado el
“empate catastrófico” Es cuando estas movilizaciones que pasan de lo local a lo regional, que logran
expandirse a otras regiones, que tienen capacidad de irradiación y de articular distintas fuerzas sociales, se
expanden a nivel nacional. Pero no solamente se expanden a nivel nacional, sino que logran presencia y
disputa territorial de la autoridad política en determinados territorios.
Un tercer momento de la crisis del Estado es lo que denominamos el momento de la sustitución de las élites.
Sustitución de élites es cuando el bloque dirigencial de estos sectores sociales articulados acceden al
gobierno. Lo que vemos entonces es un proceso de descolonización del Estado, que se había ido
construyendo, de la sociedad, que desde los ámbitos comunitarios, sindicales y barriales, logra perforar el
armazón del Estado. Es a partir de ese momento, en este proceso de sustitución de élites políticas, que el
Estado comienza a ser una herramienta, donde comienza a atravesarse una nueva correlación de fuerzas.
Ninguna clase dominante abandona voluntariamente el poder, a pesar de que uno se esfuerza para que lo
hagan. Ninguna clase dominante ni ningún bloque de poder pueden aceptar de la noche a la mañana que
quien era su sirviente o empleada ahora sea su legislador o su ministro. Ninguna clase dominante puede
aceptar pacíficamente, que los recursos que anteriormente servían para viajar a Miami, comprarse su piscina,
su Hummer para él, para la esposa, para la amante, para la hija, para la nieta, desaparezcan de la noche a la
mañana, y que esos recursos, en vez de dilapidarse en un viaje a París o a Miami, en la compra de una
hacienda o de un collar de perlas, sean utilizados para crear más escuelas, para crear más hospitales, para
mejorar los salarios.
En el caso de Bolivia avanzamos en un proceso de descolonización política (indígenas en puestos de mando),
de descolonización cultural (hablar el aymara, el quechua, el guaraní, tiene el mismo reconocimiento oficial
que hablar en castellano, en palacio, en vicepresidencia, en el parlamento, en la universidad, en la policía, en
las fuerzas armadas). Descolonización política y cultural, entonces, pero no nos detuvimos ahí, sino que
pasamos y dimos el salto a un proceso de descolonización económica y material de la sociedad al depositar
la propiedad de los recursos económicos, los recursos públicos, a potenciar por encima de la empresa privada
extranjera, al Estado; por encima de la propiedad terrateniente, a la comunidad campesina y al pequeño
propietario. Tierra, recursos naturales, hoy son de propiedad del Estado, de los movimientos, de los
campesinos y de los indígenas, en una proporción mayoritaria de lo que era hace tres, cuatro o cinco años
atrás. Está claro que no iba a ser aceptado fácilmente y, como lo previó inicialmente Robespierre, luego Lenin,
Katari, iba a tener que darse un momento de definición de la estructura de poder.

El modelo de Estado de Bienestar

Se conoce como Estado de Bienestar a un modelo de Estado que pretende la redistribución de la riqueza de
manera tal que los más perjudicados por el sistema económico puedan acceder a beneficios y servicios
básicos universales. Este modelo surgió en Europa y Estados Unidos luego de la Segunda Guerra Mundial. Se

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identifica este modelo con el concepto de “liberalismo moderno” y tuvo su origen en las reivindicaciones por
las mejoras laborales.
Hay que diferenciar un modelo de bienestar de un modelo socialista. El Estado de Bienestar busca equilibrar
las desigualdades sociales a través del uso de los recursos que el Estado extrae a la sociedad (principalmente,
en calidad de impuestos, tasas y retenciones) que se destinan a garantizar derechos básicos de carácter
universal como la salud y la educación. Pero este modelo no pone en cuestión la economía capitalista, sino
que promueve una mayor intervención del Estado en beneficio de los que menos tienen a fin de evitar, lo
más posible, conflictos sociales que lleven a una fragmentación y crisis de la sociedad.

Sen, Amartya. El futuro del Estado de bienestar.


Conferencia pronunciada en el Círculo de Economía de Barcelona. Publicado en La Factoría, n° 8, febrero de
1999.
Recuperado de: https://red.pucp.edu.pe/wp-
content/uploads/biblioteca/Amartya_Sen_El_futuro_del_Estado_Bienestar.pdf

En efecto, el Estado de bienestar, tal como lo conocemos, es uno de los grandes logros de la civilización
europea, es una de las grandes contribuciones de Europa al mundo. El resto del mundo ha emprendido esta
dirección, imitándolo cada vez más, valorando positivamente, en muchos aspectos, lo que ha sucedido en
Europa desde que concluyera la Segunda Guerra Mundial.
Creo que es importante tener esto en cuenta porque hay algo muy importante, y de largo plazo, en lo que es
la perspectiva del Estado de bienestar. Los problemas a corto plazo con que a veces se enfrentan las
economías pueden suponer una tentación para la economía de alejarse de un compromiso a largo plazo,
pero esto sólo se podrá hacer a gran coste. No se sacrifican los grandes logros de la civilización, porque en
un determinado momento se están atravesando problemas de corto plazo.
Entonces deberemos examinar si algunas de las dificultades previstas en la misma naturaleza del Estado de
bienestar y su sustentabilidad, son realmente problemas a largo plazo o no. Problemas que no podremos
soslayar sin desmantelar en cierta medida el Estado de bienestar tal como lo hemos entendido.
Vamos a hacer un par de comentarios antes de proceder. Primero: ¿Cuál es la naturaleza de ese Estado de
bienestar? La naturaleza del Estado de bienestar consiste en ofrecer algún tipo de protección a las personas
que sin la ayuda del Estado puede que no sean capaces de tener una vida mínimamente aceptable según los
criterios de la sociedad moderna, sobretodo la Europa moderna. La idea fundamental versa en torno a la
interdependencia entre los seres humanos.
En este sentido, el Estado de bienestar, tiene algo en común con la economía de mercado, porque la
economía de mercado también es algo donde el individuo solo no es absolutamente nada. En la economía
de mercado las personas dependen unas de otras, y nadie ha explicado esto tan claramente como Adam
Smith en "La riqueza de las Naciones". Toda la base de la economía de mercado gira en torno a la capacidad
de interactuar entre sí, de depender unos de otros, de poder hacer cosas para los demás y que ellos hagan
cosas por ti.

La economía de mercado

Adam Smith no se limita a considerar el intercambio, donde la principal motivación surge de la búsqueda de
la ganancia individual. Es decir, tengo algo que me gustaría intercambiar por algo que tienes tú, y tú estás
dispuesto a intercambiar lo que tú tienes por lo que yo tengo. Y esto redunda en un cambio mutuamente
beneficioso, siendo esa la base del intercambio en la economía de mercado.
Pero como decía Adam Smith la economía de mercado no es sólo un asunto de intercambio, sino que también
incorpora la producción, la creación de instituciones que hacen posible y duradero el intercambio. Esto
requiere una confianza mutua y que si alguien me promete algo yo pueda creérmelo. Que si usted me dice
que se compromete a hacer algo, yo pueda creérmelo. Pues bien, esto son cosas que suponen una
dependencia directa de un determinado tipo de comportamiento del otro, que es algo que acepto como
parte de la ética de una economía de mercado, de una economía capitalista.
A veces la gente comete el error de pensar que la economía capitalista sólo florece a partir del afán de lucro.
La economía capitalista prospera, ante todo, a base del "ethos" capitalista, que incluye también el orgullo en

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la calidad de la producción, orgullo que se siente por la capacidad de realizar lo que uno ha prometido. El
carácter de confianza es una faceta muy importante del "ethos" capitalista y la búsqueda de beneficios encaja
en esa estructura más amplia.
Tal como la economía de mercado funciona poniendo en sintonía a diferentes personas, pues el Estado de
bienestar hace exactamente lo mismo. Advierte que es posible que algunas personas se adentren en una
situación muy difícil, por causa de enfermedad, pueden necesitar asistencia médica y aunque tengan un
patrimonio suficiente, quizá no puedan permitirse pagar los gastos, según el tipo de enfermedad, o quizá se
empobrezcan o pierdan el trabajo, o puede que tengan un bajo nivel salarial u otro tipo de problemas, como
discapacidades de toda suerte que les impide tener una renta decente. Lo que entonces aporta el Estado es
un apoyo básico para que no caiga en ese agujero de la pobreza, no se hunda en la pobreza. El Estado de
bienestar impide que alguien llegue a un estado de existencia que se podría calificar de vergonzoso en la
sociedad moderna.
Pues bien, el Estado de bienestar, evolucionó lentamente y se ha producido un cierto consenso sobre estas
garantías básicas, de manera que el ser humano puede confiar en la ayuda de los demás. En función de la
gravedad de las circunstancias, esta ayuda puede ser mayor o menor, es algo que también depende de una
serie de circunstancias.
La idea subyacente del Estado de bienestar, en cierto sentido, es la de una sociedad interdependiente, donde
la idea de la responsabilidad está ampliamente compartida.

Los Estados, las corporaciones y los dispositivos de control y vigilancia

Dado que los Estados son estructuras e instituciones que ejercen poder sobre la población, podemos ver que
siempre han estado presentes diferentes mecanismos de control (ideológico o no) sobre los ciudadanos. Con
el advenimiento de las nuevas tecnologías, estos dispositivos y mecanismos de control se han perfeccionado
y son omnipresentes. Por otra parte, estos mecanismos funcionan para resguardar a los Estados de cualquier
acto de rebelión o que pueda poner en peligro la supervivencia y reproducción de las condiciones que
sostienen a los Estados.
Pero no solamente los Estados son quienes monopolizan los dispositivos de espionaje, control y vigilancia.
En un mundo que se ha globalizado y transnacionalizado, las corporaciones tienen más poder que los Estados
y muchas veces los mismos Estados se someten al poder de estas grandes transnacionales. El espionaje y la
vigilancia no se reducen a los intereses políticos de los Estados, sino que también responden a los intereses
económicos del Mercado.
Con la explosión de internet, más los dispositivos que quedaron como remanentes tras la Guerra Fría, se ha
configurado una red de control y vigilancia sobre la casi totalidad del planeta; muchas veces, estos
dispositivos tienen usos militares, pero otras tantas uso civil. Los algoritmos y programas presentes en
nuestros aparatos tecnológicos y lo que se conoce como “internet de las cosas” son instrumentos de
recolección de información sobre nuestra vida y lo que hacemos. Otras veces, con el argumento de la
inseguridad, dejamos que los organismos estatales y supraestatales nos observen permanentemente
diluyendo la posibilidad de desarrollar una vida en la intimidad. La vigilancia se ha globalizado y cualquiera,
desde cualquier lugar, tiene acceso a nuestros datos; esto viene generando un enorme trabajo a nivel político
y también jurídico, dado que las legislaciones de los Estados aún no se han desarrollado a la velocidad que lo
hace la técnica.

Cobo, Cristóbal (2019). Acepto las condiciones. Usos y abusos de las tecnologías digitales. Madrid:
Fundación Santillana.

Un «agente doble» es un término de contrainteligencia según el cual un miembro de una agencia de


espionaje termina trabajando para la organización adversaria. Eso es más o menos lo que uno puede llegar a
sentir cuando quiere acceder a un servicio digital y tiene que ponerse a trabajar para dicho servicio a fin de
comprobar que uno no es un robot. Es una dulce ironía de internet. En un servicio que fue creado para las
personas (de hecho, se llama internet de las personas) hoy los humanos tenemos que demostrar que no

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somos un robot, bot u otro software. Para ello es necesario realizar una serie de tareas, como identificar
imágenes o reconocer textos, en beneficio del propio sistema.
Esta ironía se repite en los entornos digitales. Dicho esto, valdría la pena preguntarse si internet es una
herramienta que se utiliza para diversificar las formas de colaboración, participación y socialización, o bien
funciona como una herramienta de control, en manos de unos pocos. Es probable que la respuesta no sea
sencilla, ni dicotómica, pero todo hace pensar que internet funciona como un agente doble, y por ello es tan
importante hacer transparente su función y sus implicaciones sociales a fin de comprender su complejidad y
al mismo tiempo poder decidir de qué lado estamos y así evitar terminar colaborando con el bando
equivocado.
Algo similar ocurre cuando pensamos en cómo internet contribuye a la democracia. ¿En qué medida internet
se ha convertido en una plataforma para consolidar el diálogo e intercambio democrático de una ciudadanía
más global?
Es imposible conocer el número de plataformas que existen para canalizar las inquietudes y acciones que
desarrollan individuos y organizaciones de la sociedad civil en pro de un bien común. Hoy ya son parte del
ecosistema digital. Formas de organización colectiva, canales de expresión ciudadana, instrumentos para
articular financiamiento conjunto, herramientas para elaborar narrativas colectivas, plataformas de votación
y/o de contenidos distribuidos son algunos de los ejemplos de cómo la ciudadanía ha ganado un enorme
terreno en los circuitos digitales. Todos estos serían ejemplos de una de las dimensiones de este doble agente
tecnológico, pero sobre la internet color de rosas ya se ha escrito suficiente y no necesariamente es sobre lo
que hoy parece más relevante reflexionar.
[…] A partir de la expansión de internet también se ponen de moda otros tipos de guerras. En estas no se
combate con municiones ni soldados, sino con códigos y programadores. Las llamadas ciberguerras, hoy
bastante frecuentes entre las naciones más poderosas, redibujan de manera interesante la conceptualización
visual que teníamos ante la idea de conflictos. En este caso la lucha es mucho más abstracta y los territorios
que se conquistan son de carácter virtual, lo cual no los hace menos importantes, pero son diferentes a los
enfrentamientos de antaño. Los países cada vez asignan más recursos a la defensa virtual de sus respectivas
soberanías digitales.
En este nuevo contexto las potencias y sus aliados comparten entre sí información y tecnología y buscan
nuevas maneras de ayudarse y de protegerse. Todas son dinámicas bastante similares a las de los conflictos
bélicos tradicionales. Sin querer sugerir que las guerras entre distintos pueblos puedan equipararse a las
guerras cibernéticas, es de todos modos interesante observar que transitamos hacia formas más ambiguas o
abstractas de lo que se entiende por guerra (y poder). Por ejemplo, situaciones de robos o manipulación de
datos, o ciberataques o plagios de sistemas informáticos, son parte de los conflictos de la nueva realidad que
nos toca vivir. A modo de referencia, el cálculo actual por delitos cibernéticos mundiales (ciberataques,
ciberespionaje, etc.) puede costar al mundo casi 600 000 millones de dólares, aproximadamente el 0,8 % de
PIB global. Un ejemplo de estos delitos informáticos se observa en el país que originalmente dio vida a
internet.
El ataque informático ruso a las elecciones de 2016 (entre la candidata presidencial demócrata, Hillary
Clinton, y el aspirante republicano, Donald Trump) no solo incluyó el hackeo y la filtración de los correos
electrónicos de los demócratas. Además, se generó una trama como resultado de un ciberejército de cuentas
falsas de Facebook y Twitter, formada por una legión de impostores controlada por los rusos, cuyas
operaciones siguen sin conocerse del todo. Las empresas estadounidenses que inventaron la plataforma para
redes sociales no pudieron evitar que sus redes se convirtieran en motores de engaños y propaganda. Según
indica el New York Times, tanto en Twitter como en Facebook, las huellas digitales de los rusos se encuentran
en cientos o miles de cuentas falsas que de forma regular publicaban mensajes contra Clinton. La falsedad
tal vez fue una parte modesta dentro del estruendo de voces genuinamente estadounidenses que
participaron en el tumulto preelectoral, pero ayudó a encender una llama de ira y sospechas en un país
polarizado. Aún se investiga si hubo algún tipo de coordinación entre el equipo de Trump y el Gobierno ruso
en la injerencia electoral. A la fecha, si bien se ha confirmado la intromisión rusa, aún se desconoce con
exactitud en qué medida Trump o su equipo participaron en ella. El caso, aún bajo investigación, ha causado
una profunda crisis de confianza en las instituciones y en la democracia norteamericana.
Este tránsito de la trinchera a la pantalla parece una buena metáfora para comprender cómo las formas de
poder han cambiado su interfaz, son estéticamente más seductoras (las imágenes suelen ser menos
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violentas), son más amigables, aparentemente son menos dañinas o invasivas, pero no por ello están
ausentes de situaciones de peligro o de abusos de poder. Es más, quizás una de las grandes dificultades es
que a la luz del día puedan no parecer una situación preocupante para un desconocedor.
La información es poder, es una frase que se repite tanto que parece un cliché. Pero es una de las aristas
claves para comprender cómo se accede, administra e imparte el poder en nuestros días. Tanto la tecnología
como la innovación son medios para acceder a todo tipo de objetivos. Sin embargo, el poder es más bien un
fin en sí mismo y, por tanto, veremos cómo distintas organizaciones (naciones, conglomerados, empresas,
movimientos) utilizan la tecnología como un medio para llegar a un fin superior. Este fin último suele tener
directa relación con alcanzar, retener o ampliar alguna forma de poder. Sabemos que hay distintas formas
de poder y que el poder se puede ejercer para distintos objetivos. Tus objetivos pueden ser en beneficio de
la humanidad, pero el poder también puede ser utilizado para hacer daño o afectar a otros.
El poder no es un concepto nuevo. Está alojado en la médula de nuestra humanidad y está presente en todos
y cada uno de los capítulos de la historia del ser humano, en sus logros y tragedias. Han indica que el poder
es una forma de asimetría. En este contexto entendemos el poder como la capacidad de dirigir o impedir las
acciones actuales o futuras de otros grupos de individuos. Es decir, el poder es aquello por lo que logramos
que otros tengan conductas por las que, de otro modo, no habrían optado.
[…] Actualmente existe un sesgo hacia lo tecnológico que suele vincularse directa o indirectamente con
cualquier cambio social, ya sea económico, ideológico, psicológico o educativo. Ese es el poder de la
tecnología en nuestros días y es difícil conseguir liberarse por completo de lo tecnológico en la manera que
tenemos de pensarnos como sociedad. Asumiendo ese sesgo, pero tratando de comprender sus
implicaciones, vamos a explorar algunas formas de ejercer poder en las cuales la tecnología juega un papel
sustantivo.
Como ya hemos dicho, las formas de poder también evolucionan. Hoy día, en la era digital el poder es menos
visible. Por ejemplo, nadie ha visto a Google o Facebook cara a cara. Solo unos cuantos han podido peregrinar
hasta sus templos en Silicon Valley y algunos pocos han tenido la opción de hablar con sus creadores. Pero la
inmensa mayoría de usuarios se relaciona con estos gigantes tecnológicos de manera virtual, remota, sin un
solo intercambio físico. Es por ello por lo que las representaciones que tenemos de estos conglomerados
tecnológicos son completamente abstractas y sujetas a propaganda. Estas son compañías que se venden
como jóvenes, sofisticadas, muy interesadas en ayudar a que el mundo esté a nuestra disposición y que sobre
todo buscan transmitir la idea de que todo es cool, todo puede resolverse con tecnología y cuanto más
conectado estás, mejor vas a vivir. Con todos estos mensajes positivos no es fácil leer entre líneas que el
usuario no necesariamente es el cliente, sino que, como veremos, en muchos casos es un proveedor de datos
que serán vendidos o transferidos a terceros.
Cuando en el año 2013 se dan a conocer al mundo las filtraciones de Snowden, el exagente de NSA (National
Security Agency), se generó una gran controversia. Todos los ojos miraron a quien era el inquilino de la Casa
Blanca, Barack Obama. El entonces presidente, que saltó a la fama de la mano de las redes sociales, tenía un
enorme conflicto que afectaba de manera importante a su credibilidad y a la de su Administración. En una
de sus primeras conferencias de prensa después de que Snowden destapara los abusos y espionaje de la
agencia norteamericana, el presidente Obama dijo: «No se puede tener el 100 % de seguridad y, además,
tener un 100 % de privacidad y cero inconvenientes». Si bien hay muchas maneras de leer esta afirmación,
una de ellas es que hay que estar dispuesto a ceder ciertas formas de poder para recibir algunos beneficios
que nos ofrece la era actual. Pero también podríamos interpretar que el tique de acceso a la era digital no es
a coste cero. ¿Cuáles son los costes que tenemos que asumir?, ¿quién gana y quién pierde en este nuevo
escenario?, ¿tienen realmente los ciudadanos derecho a voz o a la negociación de derechos y
responsabilidades en este contexto? Y, por qué no, ¿de qué lado del mostrador están los Estados en este
respecto?, ¿es posible confiar en un Estado que espía a sus ciudadanos?
A continuación, exploraremos cuatro formas de ejercer poder y control en la era actual. Evidentemente
dependiendo de cómo se utilice este poder puede ser llevado hacia fines positivos o no. En este caso, donde
lo que buscamos es ofrecer mayores herramientas para la reflexión, pondremos el énfasis en aquellos
aspectos de cuidado o que nos parece crítico tomar en consideración desde la perspectiva de la ciudadanía.

Vigilancia y monitoreo. Es la capacidad de recoger, grabar, trazar, dar seguimiento, recuperar, recopilar,
reconocer, agregar y sistematizar una cantidad sustantiva de datos que se generan en los espacios tanto
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analógicos como digitales vinculados a nuestra vida en línea (y off line también). Si bien estos datos pueden
ser utilizados para uso individual de la organización que los recopila, la realidad indica que la capacidad de
vigilancia y monitoreo crece en la medida en que los datos almacenados son intercambiados o
complementados con terceras fuentes de información generadas en otros momentos por iguales o por otros
interlocutores. Y todo esto aunque los sujetos cuyos datos han sido recopilados no estén al tanto (falta de
transparencia) de que su información está siendo guardada, procesada, transferida o comercializada en
beneficio de terceros. Dado que este no es un hecho nuevo y que la literatura nos lo ha advertido desde hace
décadas (recordemos metáforas como gran hermano, panóptico o vigilancia líquida), uno de los principales
logros de esta forma de ejercer poder es que la vigilancia se ha hecho invisible. Es decir, ya no reparamos o
simplemente no vemos al panóptico. Parece que no es importante saber que nos vigilan y lo hemos
naturalizado. Nos resignamos a decir «yo no tengo nada que ocultar», asumiendo que es normal e inevitable
el que estemos siempre vigilados tanto por empresas como por Estados. Tan es así, que hoy observamos que
los altos niveles de sobrexposición en los circuitos digitales no es algo impuesto por un poder externo, sino
que es una decisión libre de quien decide compartir su vida privada en los diferentes canales y espacios
digitales. ¿Para qué imponer sistemas de vigilancia cuando las personas por voluntad propia optan por
ventilar toda su vida privada?

Influencia. Dime qué te gusta y te diré quién eres. La vasta cantidad de datos que existe sobre las personas
en los circuitos digitales permite construir una detallada demografía de nuestros perfiles. Los sistemas de
procesamiento actuales no solo logran conocer nuestros perfiles generales (por ejemplo: edad, género,
origen étnico, ubicación geográfica, nivel de ingresos económicos o nivel de estudios), sino que logran ir
mucho más allá. El procesamiento de estos datos fue el objetivo de la mercadotecnia durante el siglo
anterior. Sin embargo, hoy en día el poder que existe para recopilar y triangular nuestra huella digital permite
construir una fotografía mucho más nítida de nuestros perfiles actuales y futuros. Este conocimiento no se
agota en la habilidad de sistematizar nuestros datos, sino que ahora avanza hacia la posibilidad de predecir
con altos niveles de certeza aspectos bastante íntimos de nuestra personalidad, por ejemplo, la orientación
sexual, la opinión religiosa y política, el nivel de inteligencia, el consumo de sustancias adictivas o incluso si
nuestros padres están separados o no. No solo recibimos los contenidos de nuestra preferencia, sino que se
reconstruye una realidad digital hecha a nuestra medida, donde encontramos personas que tienen similares
gustos a nosotros y casi con las mismas inquietudes y aspiraciones. Este conocimiento tan profundo, basado
en avanzados mecanismos de procesamiento de datos, puede llevar a crear estrategias masivas de
hipersegmentación que buscan obtener una importante influencia en nuestro comportamiento (behavioral
microtargeting). Bajo este bombardeo de mensajes se vuelve especialmente complejo poder distinguir lo
que es verdad de aquello que no lo es. En el muro de noticias de Facebook, por ejemplo, todas las ideas se
ven idénticas ya sean o no ciertas. Si una adolescente de 17 años en Barranquilla busca en las redes sociales
el término «#YoTambién» (nombre del movimiento contra el acoso sexual), ella encontrará contenidos
completamente diferentes a los encontrados por un hombre de 50 años viviendo en Nueva York que busque
el mismo término. Esto ocurre por las llamadas «burbujas de filtro» que personalizan las búsquedas, y por
las noticias de las redes sociales que nos muestran lo que «otros» piensan, no lo que nosotros queremos ver.

Pérdida del autocontrol. La atención es un recurso muy apetecido. En internet todos quieren atraer tu
atención, pero este no es un fenómeno nuevo. Cuando la televisión era la reina existía gran preocupación
por la cantidad de horas que los televidentes pasaban frente a la gran pantalla (principalmente en el salón
de casa). La diferencia, en relación con las tecnologías digitales, tiene que ver con el hecho de que estas
pantallas nos acompañan todo el día. Por tanto, el consumo es más ubicuo, pero también aumenta en cuanto
a la cantidad de exposición a estos dispositivos. Existen trabajos científicos que sugieren que esto es un
detonador de nuevas adicciones. Los algoritmos de inteligencia artificial provistos de una cantidad de datos
personales sin precedentes resultan particularmente difíciles de resistir. Hay quienes dicen que la tecnología
no es una droga como el tabaco, sino más bien una adicción del comportamiento, como el juego. […] Existen
investigaciones que evidencian la correlación entre un uso excesivo del móvil y consecuencias negativas en
la salud mental, como ansiedad, depresión, estrés o baja autoestima. Lo que es una realidad es que hoy se
registra una importante cantidad de accidentes producto del uso del teléfono mientras se conduce o se
camina. Más allá del diagnóstico médico, sobre si puede o no definirse como una patología, está claro que

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hoy existe una creciente preocupación por la cantidad de horas que los sujetos (especialmente los menores
de edad y jóvenes) están expuestos a las tecnologías digitales. En este contexto, parece muy importante
reflexionar y tomar medidas frente a cómo las personas han ido perdiendo o debilitando sus mecanismos de
autocontrol.

Sobrecarga cognitiva. Una forma alternativa de control y censura no está en restringir el acceso a la
información, sino en todo lo contrario, en inundar los canales de comunicación con exceso de información
que muchas veces es simplemente distracción o información falsa. El psicólogo David Lewis acuñó el término
«síndrome de fatiga informativa». Si bien no está reconocido en los manuales médicos, se caracteriza por un
debilitamiento de la capacidad analítica, déficit de atención y cansancio producto de la alta exposición, el
consumo y el manejo excesivo de información. En la era de la sobreabundancia lo que escasea es la atención.
Antes el acceso a la información era un recurso escaso, hoy parece serlo la atención. Existiendo una cantidad
prácticamente ilimitada de recursos interesantes, pero también de distractores, la capacidad de enfocarnos
en lo más sustantivo parece ser una habilidad especialmente importante. Sin embargo, los dispositivos
digitales, y la telefonía móvil en particular, son diseñados tomando en consideración todos nuestros
comportamientos y debilidades. Distraer nuestra vulnerable atención es algo que puede hacerse fácilmente
al estimular nuestra capacidad de sorpresa e incertidumbre. Esta sensación de alerta directamente
relacionada con la estimulación de la dopamina es una de las estrategias más comúnmente utilizadas por los
diseñadores de tecnología. Diferentes estudios dan cuenta del interés que existe por analizar y comprender
el papel del sistema dopaminérgico frente al uso de internet. Por ejemplo, cuando los niños utilizan
videojuegos quedan tan inmersos en la realidad virtual de sus pantallas que adoptan mecanismos para
prolongar esta hiperestimulación (activadora de la dopamina) tanto como puedan. De manera similar, el
permanente bombardeo informativo al que estamos expuestos parece llevarnos a tener un espectro de
atención más reducido. Es decir, el tiempo que podemos poner nuestro foco en algo parece más limitado o
por lo menos nos cuesta más esfuerzo administrarlo. A ello se suma el que proveedores de contenidos y
servicios digitales estén permanentemente dándonos más contenidos de los que podemos consumir.
Quienes no cuentan con las herramientas y las capacidades para administrar esta sobrecarga cognitiva están
consumidos por su propio consumo en un tsunami de datos. Tal como concluye Herbert Simon, acaparar la
atención también es una forma de poder. Lo que la información consume es obvio, consume la atención de
los receptores.

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Los 5 países con la Policía desarmada y la criminalidad más baja
Publicado: 19 feb 2015 09:12 GMT
Recuperado de: http://actualidad.rt.com/sociedad/166859-paises-policia-armas-crimenes-eeuu

Los agentes policiales en el Reino Unido, Islandia, Nueva Zelanda, Irlanda y Noruega no llevan armas
de fuego al realizar labores de patrulla. Todos estos países tienen tasas de criminalidad inferiores a las
de EE.UU., que cuenta con uno de los servicios policiales más armados del mundo.
La sociedad estadounidense ya se ha acostumbrado a que los agentes de Policía lleven armas de fuego
y las usen. Sin embargo, existen países occidentales más seguros donde esta práctica es considerada
una provocación y una violación de la ley, constata 'The Washington Post'.
Un tercio de los residentes de Islandia posee rifles de caza, lo que no obsta para que a los policías no
les permita portar armas de fuego. En 2013 fue registrado el primer caso de muerte de un ciudadano
islandés abatido por un representante de las fuerzas del orden, según 'Christian Science Monitor'.
La práctica del patrullaje sin armas es una realidad para los oficiales británicos en todo el país excepto
en Irlanda del Norte. En 2013, mientras los agentes policiales cometieron 461 "homicidios
justificados" en EE.UU., en el Reino Unido no había sido registrado ni un caso semejante.
La mayor parte de los oficiales de la Policía de Irlanda ni siquiera están entrenados en el uso de armas
de fuego: a pesar de ello, el país tiene índices de criminalidad mucho más bajos que en EE.UU.
En Nueva Zelanda "solo una docena de policías, todos de alto rango a nivel nacional, tiene derecho a
llevar armas de fuego en cualquier ocasión", afirmó Philip Alpers, profesor de la Escuela de Salud
Pública en Sídney. Sin embargo, en este país "es más peligroso ser agricultor que oficial de Policía".
Los asesinatos son extremadamente raros en Noruega. A pesar de que la sociedad de este país
escandinavo quedó desmoralizada después del atentado cometido por el nacionalista Anders Breivik,
que acabó con la vida de 77 personas en 2011, la tradición del patrullaje policial sin armas se ha
conservado en este Estado, uno de los más seguros del mundo.

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Democracia, sistema representativo y sujeto democrático

La democracia se comprende generalmente como el “gobierno del pueblo”, en relación con la etimología del
término (demos=pueblo; cratos=gobierno, poder). Pero, para tener una mejor comprensión del concepto, es
necesario señalar dos aspectos:
La palabra democracia alude a una forma de gobierno, y se contrapone con la monarquía, la oligarquía o los
totalitarismos. Es, entonces, un sistema de gobierno en el que la ciudadanía ejerce su propio gobierno, ya
sea de modo directo (como en la Antigua Grecia o en los Cantones Suizos), ya sea de manera indirecta, a
través de la elección de representantes que cumplen las funciones de gobierno.
El segundo sentido de democracia se relaciona con la idea del poder. Podemos decir que excede los límites
de una forma de gobierno, ya que implica la idea de un sujeto que porta el poder: ese sujeto es el “pueblo”.
Pueblo designa tanto el colectivo social como los individuos que lo componen en tanto son sujetos de
derechos. Es decir que la democracia está ligada estrechamente al ejercicio de los derechos.

El problema de la representación:

El sistema representativo lleva consigo algunos problemas, entre ellos la despolitización de la sociedad. Los
individuos dejan lo político (la búsqueda del bien común) en manos de una elite más o menos especializada,
y se repliegan en sus propios intereses privados; lo que trae consigo que los lazos comunitarios pierdan
fuerza.
Representar significa hacer presente algo que no está; en este caso quien representa ocupa el lugar de otro,
decide en nombre de otro. Pero esto, a su vez, comporta otras dificultades: ¿quién y cómo representa?, ¿qué
parte se representa?, ¿qué mecanismos son los legítimos para construir la representación?, ¿qué intereses
están en juego?

El “poder del pueblo”:

Esta idea significa que el poder no reside en quien ocupa el cargo de gobierno, sino que se encuentra en la
base, en la comunidad. Pero el pueblo es quien se constituye como sujeto de derechos; es decir que el pueblo
podría ser todas y todos aquellos que tienen derechos. Rancière nos dirá que, precisamente, el pueblo no
tiene una identificación particular, ya que designa a quienes están en situación de igualdad unos con otros.
El concepto de “pueblo” sigue siendo problemático y conflictivo, y se vuelve difícil, en nuestras sociedades
capitalistas en las que los sujetos están atomizados, construir un auténtico poder del pueblo.

Rancière, Jacques (2006). El odio a la democracia. Buenos Aires: Amorrortu.

Democracia quiere decir, ante todo, esto: un “gobierno” fundado nada más que en la inexistencia de título
alguno para gobernar. Pero hay varias maneras de considerar esta paradoja. Podemos excluir simplemente
el título democrático, por cuanto es la contradicción de cualquier título para gobernar. También podemos
negar que el azar sea el principio de la democracia, y separar democracia de sorteo. Así hacen nuestros
modernos, expertos en valerse, según las veces, de la diferencia o similitud de épocas. El sorteo, nos dicen,
era adecuado para aquellos tiempos antiguos y para aquellas pequeñas aldeas de escaso desarrollo
económico. Nuestras sociedades modernas, formadas por tantos engranajes delicadamente imbricados,
¿podrían ser gobernadas por hombres elegidos por la suerte, que ignoran la ciencia de esos frágiles
equilibrios? Hemos hallado para la democracia principios y medios más apropiados: la representación del
pueblo soberano por sus elegidos, la simbiosis entre élite de los elegidos por el pueblo y la de aquellos a los
que nuestras escuelas han formado en el conocimiento del funcionamiento social.
Pero el fondo del problema no reside en la diferencia de tiempos y escalas. Si el sorteo, para nuestros
“demócratas”, se opone a todo principio serio de selección del gobernante, es porque hemos olvidado, al
mismo tiempo, lo que significaba democracia y el tipo de “naturaleza” que el sorteo pretendía contrariar. A
la inversa, si la cuestión de la importancia que debe concedérsele se mantuvo vigente en la reflexión acerca
de las instituciones republicanas y democráticas desde la época de Platón hasta Montesquieu, si le dieron
cabida repúblicas aristocráticas y pensadores poco preocupados por la igualdad, es porque el sorteo era el

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remedio para un mal a la vez mucho más grave y mucho más cercano que el gobierno de los incompetentes:
el gobierno de una competencia específica, la de hombres con habilidad para tomar el poder mediante
artimañas. El sorteo fue luego objeto de un formidable trabajo de olvido. Oponemos con la mayor naturalidad
la justicia de la representación y la competencia de los gobernantes a su arbitrariedad y a los riesgos mortales
de la incompetencia. Pero el sorteo jamás favoreció a los incompetentes. Si se volvió impensable para
nosotros, es porque estamos habituados a considerar natural una idea que ciertamente no lo era para Platón,
y que tampoco lo era para los constituyentes franceses o norteamericanos de hace dos siglos: la de que el
primer título para seleccionar a quienes son dignos de ocupar el poder es el hecho de que desean ejercerlo.
Platón sabe que la suerte no se deja desechar tan fácilmente. Utiliza, sin duda, toda la ironía deseable para
evocar ese principio considerado en Atenas como amados por los dioses y supremamente justo. El
procedimiento democrático del sorteo concuerda con el principio del poder de los sabios en un aspecto
esencial: el buen gobierno es el gobierno de aquellos que no desean gobernar. Si existe una categoría que se
debe excluir de la lista de los aptos para gobernar es, en todo caso, la de los que quieren obtener el poder
mediante artimañas.
No hay gobierno justo sin participación del azar, es decir, sin participación de aquello que contradice la
identificación del ejercicio del gobierno con el de un poder deseado y conquistado. Este es el principio
paradójico que se presenta cuando el principio del gobierno se separa del de las diferencias naturales y
sociales, es decir, cuando hay política. La condición para que un gobierno sea político es que esté fundado
en la ausencia de título para gobernar.
Hay un orden natural de las cosas según el cual los hombres reunidos son gobernados por quienes poseen
los títulos para gobernarlos. La historia conoció dos grandes títulos para gobernar a los hombres: uno que
estriba en la filiación humana o divina, o sea, la superioridad por nacimiento; otro que estriba en la
organización de las actividades productivas y reproductivas de la sociedad, o sea, el poder de la riqueza. Las
sociedades son gobernadas habitualmente por una combinación de estos dos poderes a los que fuerza y
ciencia aportan, en diversas proporciones, su refuerzo.
Esto es lo primero que quiere decir democracia. La democracia no es ni un tipo de constitución ni una forma
de sociedad. El poder del pueblo no es el de la población reunida, el de su mayoría o el de las clases
trabajadoras. Es simplemente el poder propio de los que no tienen más título para gobernar que para ser
gobernados. De este poder no es posible desembarazarse denunciando la tiranía de las mayorías, la estupidez
del gran animal o la frivolidad de los individuos consumidores. Porque entonces de lo que hay que
desembarazarse es de la política misma. Esta no existe más que si hay un título suplementario de los que
funcionan corrientemente en las relaciones sociales. El escándalo de la democracia, y del sorteo que es su
esencia, es revelar que ese título no puede ser sino la ausencia de título; que, en última instancia, el gobierno
de las sociedades no puede descansar más que en su propia contingencia.
Y un poder político significa, en última instancia, el de quienes no tienen razón natural para gobernar sobre
quienes no tienen razón natural para ser gobernados.
Tanto hoy como ayer, lo que organiza a las sociedades es el juego de las oligarquías. Y no hay, estrictamente
hablando, ningún gobierno democrático. Los gobiernos son ejercidos siempre por la minoría sobre la
mayoría.
Suele simplificarse la cuestión reduciéndola a la oposición entre democracia directa y democracia
representativa. Caso en el cual se puede, simplemente, hacer juga la diferencia de tiempos y la oposición de
la realidad a la utopía. La democracia directa, se dice, era buena para las ciudades griegas antiguas o para los
cantones suizos de la Edad Media, donde toda la población de hombres libres podía caber en una sola plaza.
A nuestras vastas naciones y a nuestras sociedades modernas sólo les conviene la democracia representativa.
La representación nunca fue un sistema inventado para paliar el crecimiento poblacional. No es una forma
de adaptación de la democracia a los tiempos modernos y a los vastos espacios. Es, de pleno derecho, una
forma oligárquica, una representación de minorías poseedoras de título para ocuparse de los asuntos
comunes. En la historia de la representación, los representados son siempre primero estratos sociales,
órdenes, posesiones, ya se entienda que dan título para ejercer el poder, ya sea que un poder soberano les
otorgue, llegado el caso, una voz consultiva. Y la elección tampoco es en sí una forma democrática por la cual
el pueblo haga oír su voz. Es, por origen, la expresión de un consentimiento demandado por un poder
superior, y que sólo es un consentimiento verdadero cuando es unánime.

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La práctica espontánea de todo gobierno tiende a angostar esa esfera pública convirtiéndola en su asunto
privado, lo cual le hace expulsar hacia la vida privada las intervenciones y los lugares de intervención de los
actores no estatales. La democracia, entonces, muy lejos de ser la forma de vida de individuos consagrados
a su felicidad privada, es el proceso de lucha contra esta privatización. Ampliar la esfera pública no significa,
como lo pretende el llamado discurso liberal, demandar el avance creciente del Estado sobre la sociedad.
Significa luchar contra un reparto de lo público y lo privado que se asegura a la oligarquía una dominación
doble: en el Estado y en la sociedad.
¿Qué pretendemos decir, exactamente, al declarar que vivimos en democracias? Estrictamente entendida,
la democracia no es una forma de Estado. Es la actividad pública que contraría la tendencia de todo Estado a
acaparar la esfera común y a despolitizarla. Todo Estado es oligárquico. Lo que denominamos democracia es
un funcionamiento estatal y gubernamental exactamente inverso: elegidos eternos que acumulan o alternan
funciones municipales, regionales, legislativas o ministeriales, y que tienen amarrada a la población por un
lazo fundamental, el de la representación de los intereses locales; gobiernos que hacen las leyes ellos
mismos; representantes del pueblo masivamente surgidos de una escuela de administración; ministros o
colaboradores de ministros reubicados en empresas públicas o semipúblicas; partidos financiados por el
fraude en los mercados públicos; hombres de negocios que invierten sumas colosales a fin de obtener un
mandato electoral; jefes de imperios mediáticos privados que utilizan sus funciones públicas para apoderarse
de los medios públicos de comunicación. En síntesis: el acaparamiento de la cosa pública a través de una
sólida alianza entre la oligarquía estatal y la oligarquía económica.
Nosotros no vivimos en democracias. Vivimos en Estados de derecho oligárquicos, es decir, en Estados donde
el poder de la oligarquía está limitado por el doble reconocimiento de la soberanía popular y de las libertades
individuales. Conocemos las ventajas de este tipo de Estados, así como sus límites. En ellos las elecciones son
libres. Aseguran, en lo esencial, la reproducción del mismo personal dominante bajo etiquetas
intercambiables, pero las urnas no suelen estar atestadas y es posible cerciorarse de ello sin arriesgar la vida.
La administración no es corrupta, salvo en esos asuntos de mercados públicos donde se confunde con los
intereses de los partidos dominantes. Se respetan las libertades de los individuos, aunque al precio de
notables excepciones para todo cuanto atañe al cuidado de las fronteras y de la seguridad del territorio. Hay
libertad de prensa: quien, sin ayuda de los poderes financieros, quiera fundar un diario o un canal de
televisión capaces de llegar al conjunto de la población, encontrará serias dificultades pero no terminará en
la cárcel. Los derechos de asociación, reunión y manifestación permiten que se organice una vida
democrática, es decir, una vida política independiente de la esfera estatal. Permitir es, evidentemente, una
palabra equívoca. Esas libertades no son regalos de los oligarcas. Fueron ganadas mediante la acción
democrática, y si conservan su efectividad es sólo por esta acción. Los “derechos del hombre y del ciudadano”
son los de quienes les dan realidad.
El gobierno apacible de la oligarquía desvía las pasiones democráticas hacia los placeres privados y las vuelve
insensibles al bien común. Pero, en el mundo terrenal todas las cosas buenas tienen su reverso: la multitud
eximida de la preocupación de gobernar se abandona a sus pasiones privadas y egoístas. O bien los individuos
que la componen se desinteresan del bien público y se abstienen en las elecciones, o bien las encaran desde
el solo punto de vista de sus intereses y de sus caprichos de consumidores.

De Vita, Álvaro (2002). Democracia y justicia. En Teoría y filosofía política. La recuperación de los clásicos
en el debate latinoamericano. Buenos Aires: CLACSO
Disponible en: http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/se/20100613124627/5vita.pdf

El componente normativo de la teoría competitiva de la democracia puede ser descrito, brevemente, de la


siguiente forma. La democracia, para esta tradición, es esencialmente un método competitivo de selección
de elites políticas (y las instituciones necesarias para el funcionamiento de ese método). Y es en la naturaleza
competitiva del régimen democrático que encontramos su razón de ser normativa: líderes políticos
autointeresados se ven obligados, en virtud de la disputa competitiva del voto popular, a tener en cuenta las
preferencias y los intereses de los no líderes, so pena de no ser electos o reelectos. Podemos formular la
norma moral que está por detrás de ese raciocinio. Se trata de una norma de consideración igual de las
preferencias e intereses de cada elector –que, como los líderes, no se supone que sean motivados por

73
ninguna otra cosa a no ser su propio interés. En principio, cada elector tendría o debería tener una
oportunidad igual de ver sus propias preferencias prevalecer en el mecanismo de agregación de preferencias
individuales que son las elecciones. El proceso democrático es, en sí mismo, una forma de justicia distributiva:
distribuye poder político, un recurso crucial para la distribución de cualquier otro bien social en la sociedad.
Y si todos tienen una oportunidad equitativa de expresar sus preferencias en relación con las decisiones
políticas, los resultados del proceso democrático tenderían a corresponder a los intereses de una mayoría o,
por lo menos, a los de una pluralidad de los electores. La regla de la mayoría es el único procedimiento
decisorio que permite dar algún sentido a la recomendación utilitarista de que las leyes y las políticas públicas
maximizan la utilidad media, entendiéndose a la utilidad como la satisfacción de preferencias individuales.
La tradición competitiva supone que los intereses políticos de los ciudadanos tienen como base el interés
propio de cada persona. En la versión de la democracia competitiva que expresa con mayor claridad esta
suposición, el elector “compra” (al votar) uno de los diferentes paquetes de políticas públicas ofrecidos por
los líderes y partidos políticos en base a una “renta de utilidad” de lo que eso le asegurará. La objeción a este
argumento es la siguiente: si bien esa suposición es apropiada para analizar la competencia en el mercado y
la conducta de la elección del consumidor, deja de serlo cuando lo que está en cuestión son elecciones
políticas cuyas consecuencias afectan a otros y no solamente a aquellos que las hicieron. De esta objeción,
¿se seguiría que los electores y los legisladores deberían hacer sus elecciones políticas motivados por una
preocupación por el bien común?
Una segunda objeción, que puede ser vista como un desdoblamiento de la primera, distingue las cuestiones
públicas que envuelven un desacuerdo moral de aquellas en las cuales no hay un componente de esa
naturaleza. La agregación de preferencias o, de una forma más realista, los cálculos de costo-beneficio que
interpretan de forma aproximada esa agregación –que es lo que se hace cuando se formula las preguntas
¿quién es el que gana? (¿qué intereses prevalecen?) y ¿quién es el que pierde? (¿qué intereses son frustrados
con una decisión política “X”?)– son menos objetables cuando se trata de decidir cuestiones controvertibles
del segundo tipo. El procedimentalismo de la democracia competitiva puede ser suficiente para justificar
moralmente los resultados políticos cuando solamente deben ser computados intereses y preferencias
individuales. Basta que existan procedimientos equitativos para decidir qué preferencias deberán prevalecer
en los resultados. Sin embargo, es mucho menos satisfactorio en relación con las cuestiones que involucran
un importante componente de desacuerdo moral. En este caso, un procedimiento que solamente tenga en
cuenta nuestros intereses individuales, ignorando nuestros juicios morales –o tratándolos como meras
preferencias–, no es suficiente para justificar moralmente los resultados políticos. Para esclarecer mejor la
demarcación que estoy haciendo, podemos recurrir a la distinción propuesta por Dworkin entre cuestiones
de policy y cuestiones de principio. Las decisiones legislativas o gubernamentales de policy son aquellas que,
a pesar de beneficiar intereses individuales de una forma diferenciada, no requieren, como justificativo, sino
apelar a una noción de utilidad o de bienestar general (entendiéndose eso como una función de preferencias
individuales). Son ejemplos de esto decisiones tales como la de distribuir beneficios diferenciados a
determinados sectores de la economía con el objetivo de elevar las exportaciones, la de prohibir la
propaganda de cigarrillos o hacer lo propio con la portación de armas por parte de civiles (porque se supone
que eso contribuirá para la reducción de los índices de criminalidad). Las decisiones de principio, en
contraste, son aquellas que no pueden ser adecuadamente justificadas (y este es uno de mis argumentos en
este texto) excepto haciendo referencia a una concepción de justicia social y política que no puede ser
considerada como una consecuencia pura y simple de la equidad de procedimientos deliberativos y
decisorios. Esas son las cuestiones públicas que no es posible debatir sin hacer uso de una interpretación
específica de la norma de la igualdad moral, norma ésta que se encuentra en la esencia del status del
concepto de ciudadanía. ¿Qué se espera de las instituciones sociales y políticas, si se cree que las personas
deben ser tratadas como moralmente iguales? Es en relación con las cuestiones públicas que involucran
respuestas con frecuencia divergentes a esta pregunta, que no es suficiente contar votos y declarar vencedor
al lado que posea una cantidad mayor; también es necesario que las decisiones políticas se apoyen en las
mejores razones y argumentos posibles. Lo que hace de un argumento “el mejor posible”, en este contexto,
es, entre otras consideraciones que pueden ser pertinentes, una interpretación plausible de la norma de
igualdad moral. Para ilustrar lo dicho, difícilmente podríamos aceptar que la agregación de preferencias sea
la forma adecuada de decidir si los migrantes nordestinos recién llegados a la ciudad de São Paulo deben ser
excluidos –como un concejal de la ciudad de São Paulo llegó a proponer algunos años atrás– de los servicios

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sociales del municipio. Eso sería profundamente injusto, aunque una mayoría de los electores paulistanos
apoyase tal política.
Vamos a suponer que existe un elevado grado de consenso entre los electores sobre la necesidad de eliminar
la pobreza absoluta (ya sea porque consideran eso una injusticia profunda, porque los más privilegiados estén
preocupados por externalidades negativas atribuidas a la pobreza, tales como la criminalidad violenta). ¿Por
qué, aún así, podrían no adoptarse políticas públicas efectivas de combate a la pobreza? El problema es que
la creencia sobre la necesidad de eliminar la pobreza es exógena a la discusión pública; lo que es endógeno
al proceso político, y operativo para influir en las decisiones políticas, son las creencias sobre cuál es la forma
más eficaz de hacer eso. Pueden presentarse dos estrategias para la discusión pública. Una de ellas sostiene
que la forma más directa y rápida de reducir la pobreza consiste en la distribución de beneficios en dinero a
las familias pobres –tales como la beca escolar y la jubilación rural en el marco del programa brasileño–,
sumando esto a políticas de promoción del capital físico y humano de los pobres, tales como la
universalización del acceso a la educación y a la salud básicas, la ampliación del acceso al crédito y la
distribución equitativa de la tierra. La segunda crítica, a la tributación redistributiva y a la ineficiencia estatal,
apunta esencialmente al crecimiento económico, relegando a las políticas defendidas por la primera
propuesta a un papel subsidiario. Si la información sobre las alternativas de políticas públicas y la capacidad
cognitiva de procesarla son desigualmente distribuidas, es posible que la comunicación política induzca a los
electores que serían beneficiados por la expansión de oportunidades sociales de la primera estrategia a
adoptar creencias favorables a la segunda. En esas condiciones, esto es, en condiciones de distribución muy
desigual de recursos políticos cruciales, la discusión pública puede llevar a muchos ciudadanos a sostener
creencias que los dejan en peor situación.

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Las transformaciones en la era del Capitalismo posindustrial

76
En esta unidad vamos a abordar algunos de los problemas que se plantean en nuestras sociedades,
generalmente derivados de modelos económicos que priorizan el Mercado y las grandes ganancias por sobre
la vida de las personas.
La división internacional del trabajo ha tenido como consecuencia, de una parte, la dependencia económica
de los Estados productores de materias primas, pero de otra parte, la agudización de las desigualdades
sociales en el seno de la misma sociedad. Por otra parte este modelo, que busca maximizar las ganancias a
cualquier precio, es sumamente destructivo del medioambiente y perjudica la salud de millones de seres
humanos.
Particularmente, en nuestro país se promueve un modelo de producción extractivista que consiste en la
explotación intensiva de los recursos naturales; dado que el Estado se ha corrido de su rol de contralor de las
empresas y de garante de los derechos de las personas, este tipo de producción se lleva a cabo con capitales
privados transnacionales. La concentración de la tierra y las riquezas y la destrucción de los recursos no
renovables se presentan como dos características esenciales de este modelo. Por ejemplo, según datos
aportados por la Federación Agraria Argentina, el Ministerio de Economía y otros organismos, el 3% de los
productores agrarios concentran el 50% de las tierras cultivables; los principales cultivos se asocian a
transgénicos como la soja, el maíz, el algodón y el arroz (como señala el Censo Nacional Agropecuario
realizado en 2018); el uso de agrotóxicos pone a la Argentina como el país que más utiliza agrotóxicos en el
mundo (alrededor de 93 litros por año por persona, según datos de 2019); y la principal exportación son los
productos agrarios y sus derivados (semillas de soja, maíz, y derivados como aceite y biodiesel) que alcanzan
el 58% de las exportaciones totales del país pero representan sólo el 10,8% del PBI (según datos de 2017).
Por otra parte, lo que se denomina “Capitalismo 4.0” o economía de plataformas es uno de los resultados de
la llamada cuarta revolución industrial o sociedad de la información. Inexorablemente, en el mundo vamos
camino a un avance tecnológico que promete liberar al hombre de su trabajo. Pero esto es más probable en
los países industrializados y desarrollados; sin embargo en los países subdesarrollados esta nueva economía
se ha traducido en una mayor precarización de las y los trabajadores y en una mayor explotación del trabajo.
Uno de los problemas que se plantean con estos modelos productivos es el rol que debe jugar el Estado
frente al avance de una economía que destruye el entorno en que vivimos y que, además, significa una mayor
exclusión y explotación de los seres humanos.
Otro de los aspectos a tener en cuenta es, como consecuencia de la expulsión de las personas de los lugares
donde viven ya sea por causa de conflictos armados o por la apropiación indiscriminada de la tierra por parte
de algunas grandes corporaciones transnacionales, el flujo migratorio que se incrementa año a año. La
cantidad de personas que vagan de un país a otro se presenta como un gran desafío para pensar nuestra
noción de ciudadanía, pero también para los Estados. Las causas de este desafío se encuentran, entre otras,
en la falta de recursos que tienen algunos Estados para acoger migrantes, en la misma concentración de la
tierra que impide que los migrantes puedan encontrar destinos donde afincarse, en los intereses políticos de
algunos Estados para quienes los migrantes son seres humanos “de segunda” que, en el mejor de los casos,
pueden convertirse en mano de obra barata. Pero también juegan un papel fundamental los discursos
xenófobos y racistas que se instalan exitosamente en los sectores medios y bajos de las sociedades, discursos
que actúan como mecanismos ideológicos de control para expulsar a los migrantes.

Vicente, Lucía (Coord.) (2020). Atlas del agronegocio transgénico en el Cono Sur. Monocultivos, resistencias
y propuestas de los pueblos. Marcos Paz: Acción por la Biodiversidad.
Recuperado de: https://www.biodiversidadla.org/Atlas

La instalación del modelo

Argentina. 23 de marzo de 1996. En sólo 81 días se aprobó la primera soja transgénica de América Latina.
Fue autorizada en base a estudios de la empresa Monsanto, en tiempo récord y sin siquiera traducir los
dictámenes de la compañía. Gobernaba el país Carlos Menem.
Comenzaba un cambio rotundo del agro en el Cono Sur.
La soja fue modificada en sus genes para resistir el herbicida glifosato. El químico mataba todas las plantas
consideradas malezas por la publicidad del producto, y solo dejaba en pie a la soja. De hecho, el nombre

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formal de la semilla era “soja RR” (por su resistencia al “Roundup Ready”, marca comercial del preparado
que contiene el herbicida glifosato, también producido por Monsanto).
El crecimiento fue geométrico. En 2002, año de crisis en Argentina, ya se sembraban más de 11 millones de
hectáreas con soja transgénica. Comenzó a cultivarse ilegalmente, sin aprobación, en Brasil, Paraguay y
Bolivia, con semillas ingresadas clandestinamente desde Argentina.

Quién aprueba los transgénicos: de ambos lados del mostrador

Los actores que permiten la comercialización y siembra de organismos genéticamente modificados son
funcionarixs y académicxs vinculados directamente a las empresas que producen esas mismas semillas.
Caso testigo es la Comisión Nacional Asesora de Biotecnología Agropecuaria (Conabia), de Argentina, creada
en 1991 por el gobierno de Carlos Menem. Su integración fue secreta durante 26 años, hasta 2017, cuando
la nómina de integrantes fue filtrada por la prensa. De 34 integrantes, 26 pertenecían a las empresas o tenían
conflictos de intereses.
La Conabia está dominada por integrantes de la Asociación de Semilleros de Argentina (ASA, donde confluyen
todas las empresas multinacionales de semillas transgénicas), Argenbio (organización de lobby científico-
político fundado por las empresas Syngenta, Monsanto, Bayer, Basf, Bioceres, Dow, Nidera y Pioneer), la
Asociación de Productores de Siembra Directa (Aapresid), directivos de Bayer-Monsanto, semillera Don
Mario, Bioceres/Indear, Syngenta y DuPont-Pioneer, entre otros.
El avance territorial del modelo transgénico fue arrasador. Uruguay pasó de 9.000 hectáreas con soja en el
año 2000 a 1.100.000 en 2018. Argentina contaba con 6,6 millones de hectáreas con soja (convencional) en
1996, y llegó al pico máximo de 20.500.000 hectáreas de soja transgénica en 2015. El maíz pasó de 4,1
millones de hectáreas en 1996 a 6,9 millones en 2015.

Cáncer, daño genético y juicios

La Agencia Internacional para la Investigación sobre el Cáncer (IARC) es un ámbito especializado de la


Organización Mundial de la Salud (OMS). Luego de un año de trabajo de 17 expertos de once países, en marzo
de 2015 emitió un documento inédito: “Hay pruebas convincentes de que el glifosato puede causar cáncer
en animales de laboratorio y hay pruebas limitadas de carcinogenicidad en humanos (linfoma no Hodgkin)”.
Detalló que la evidencia en humanos corresponde a la exposición de agricultores de Estados Unidos, Canadá
y Suecia, con publicaciones científicas desde 2001. Y destacó que el herbicida “también causó daño del ADN
y los cromosomas en las células humanas” (situación que tiene relación directa con el cáncer).
El IARC-OMS recordó que, en estudios con ratones, la Agencia de Protección Ambiental (EPA) de Estados
Unidos había clasificado al glifosato como posible cancerígeno en 1985 pero luego (1991) modificó la
calificación. Los científicos del IARC consideraron que, desde la reevaluación de la EPA hasta 2015, hubo
“hallazgos significativos y resultados positivos para llegar a la conclusión de que existen pruebas suficientes
de carcinogenicidad en animales de experimentación” y afirman que estudios en personas reportaron
“incrementos en los marcadores sanguíneos de daño cromosómico” después de haber sido expuestas a
fumigaciones con glifosato.
El documento se llamó “Evaluación de cinco insecticidas organofosforados y herbicidas”. Fue publicado en la
sede del IARC en Lyon (Francia) y remarca que las evaluaciones son realizadas por grupos de “expertos
internacionales” seleccionados sobre la base de sus conocimientos y sin conflictos de interés (no pueden
tener vinculación con las empresas).
Con la nueva evaluación, el glifosato fue categorizado en el “Grupo 2A” que, en parámetros de la
Organización Mundial de la Salud, significa: “Probablemente cancerígeno para los seres humanos”. Esta
categoría se utiliza cuando hay “pruebas limitadas” de carcinogenicidad en humanos y “suficiente evidencia”
en animales de experimentación. La evidencia “limitada” significa que existe una “asociación positiva entre
la exposición al químico y el cáncer” pero que no se pueden descartar “otras explicaciones”. El IARC-OMS
trabaja sobre cinco categorías de sustancias que tienen relación con el cáncer. El “Grupo 2A” es la segunda
categoría en peligrosidad, sólo superada por “Grupo 1”, donde se ubican, por ejemplo, el asbesto y la
radiación ionizante.

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La reclasificación del IARC-OMS fue un gran respaldo para las comunidades que luchan contra la afectación
que producen los agrotóxicos. Por otro lado, de forma insólita, las empresas del agronegocio y los periodistas
del sector (que antes utilizaban a la IARC como argumento favorable) cambiaron radicalmente y
descalificaron el dictamen del mayor organismo mundial de estudio del cáncer.

Concentración de la tierra

En Argentina se perdieron 87.000 establecimientos productivos entre 1988 y 2002, una disminución del 21%:
de 414.285 establecimientos, quedaron 327.285. En el mismo período, aumentó la superficie media de las
chacras, que pasó de 469 a 550 hectáreas. Sucede lo mismo que en los otros cuatro países: las fincas son
cada vez menos, y más grandes.
En 2018 se realizó el censo agropecuario y los datos preliminares se hicieron públicos a fines de 2019. Las
estadísticas confirman que en el país continúa la tendencia de la década anterior: en comparación al año
2002, desaparecieron el 25,5% de los establecimientos productivos. Si se tiene en cuenta el censo de 1988
(anterior al inicio del modelo transgénico) la caída es del 41,5%.
Los datos de este último censo también confirman el aumento de la superficie promedio de las chacras: de
550 hectáreas en 2002, se pasó a un promedio de 690 hectáreas.
Se confirma también la tendencia a concentrar mucha tierra en pocas manos: el 1% de las explotaciones
agropecuarias controla el 36,4% de la tierra, mientras que el 55% de los pequeños productores (con menos
de 100 hectáreas) cuentan con solo el 2,2% de la tierra.
En Argentina, hay tres prácticas a través de las cuales se ha producido la concentración de la tierra: la compra-
venta, el arrendamiento y los desalojos forzosos. Pero los empresarios-productores también cuentan con
herramientas de comunicación y organización novedosas para la historia del agro argentino, principalmente
los llamados “pooles de siembra”, “fondos comunes de inversión” o “fideicomisos”. La lógica de fondos de
inversión y de los pooles permite que ahorristas independientes puedan invertir en producción de
commodities, pero también que puedan entrar en juego una diversidad de recursos económicos externos al
sistema, como fondos de jubilaciones europeas o dinero de origen dudoso (blanqueo de capitales,
especulación financiera, etc).
Los alquileres a corto plazo -por uno o dos años- son parte de una lógica extractivista basada en la movilidad
del capital, uno de los pilares del capitalismo colonial moderno.

Hablemos de Megaminería. Manual de educación y difusión sobre las implicancias de la megaminería


(2018). Esquel: Unión de Asambleas de Comunidades Chubutenses.
Recuperado de: https://megamineria.com.ar/hablemos-de-megamineria/

Megaminería y patologías asociadas

Enfermedades ambientales
Las enfermedades ambientales son aquellas causadas por el deterioro de los elementos del ambiente, ya sea
el aire, el agua o el suelo, debido a la contaminación con distintos tipos de desechos y la consecuente
secuencia de transporte, en la cadena trófica, de sustancias contaminantes causantes de desequilibrios en
los procesos vitales.
En la salud humana dependen de:
• A qué dosis o concentración del contaminante se estuvo o está expuesto.
• El tiempo de exposición.
• La edad y el momento de la exposición (ventanas de vulnerabilidad).
• La existencia de situaciones especiales como: desnutrición, hepatopatías, nefropatías, lactancia.

¿Cuáles son los daños que se producen por el proceso de lixiviación con cianuro?
Este proceso industrial utilizado en la separación de metales en la industria minera, produce daños a corto y
largo plazo:
• A corto plazo, por accidentes.

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• A largo plazo, debido a los desechos cianurados, la movilización de metales pesados y el drenaje ácido.

Efectos químicos del cianuro en el medio ambiente


1. La permanencia del cianuro libre y sus productos de descomposición, que son tóxicos por un tiempo
considerable.
2. La movilidad de los metales pesados y la fácil disolución de sus sales, gracias al tercer efecto, el cual la
potencia (drenaje ácido).
3. La generación de drenaje ácido producido por la oxidación de los sulfuros contenidos en la roca.

¿Es cierto que el cianuro se descompone en productos no tóxicos?


Sí, a este fenómeno se lo denomina fotólisis, pero aunque esta reacción parece tan simple, para que se
produzca en el agua cianurada de fuentes de aguas o diques de cola se necesitan determinadas condiciones:
a) Medio neutro: ni ácido, ni básico.
b) Oxígeno: presente sólo en la superficie.
c) Luz solar: no estará presente en la totalidad de los depósitos que contienen cianuro.
d) Por otro lado, es una reacción en etapas cuyos productos intermedios son tóxicos y ponen en peligro a los
organismos vivos:
• cianógeno.
• cianatos (permanecen mucho tiempo).
• tiocianatos (se detectó mortandad de truchas).
• clorocianógeno.
• amonio (altamente tóxicos).

¿Se ha demostrado que el mecanismo de descomposición del cianuro ocurre como lo describen las empresas
mineras?
No se ha demostrado.
A continuación presentamos algunos estudios, informes e investigaciones que lo confirman.
1. En un informe de la Agencia de Protección Ambiental de los EEUU (EPA) desconocen el alcance de la
fotólisis, inclusive si esta ocurre en gran medida. En las dos oportunidades en que el informe menciona la
fotólisis usa la expresión “podría ocurrir” y concluye diciendo que se desconoce el alcance de esta reacción.
2. Estudios realizados por el Geoquímico Robert Moran demostraron la presencia de cianuro en una
proporción de varios mg por kg en:
• Missouri: (25 años después de la explotación minera).
• Auschwitz: (45 años después del uso del gas CNH en las cámaras de exterminio usadas por los nazis).
3. En el Estudio de Impacto Ambiental del Proyecto Cordón Esquel se hicieron cambios de último momento
ante el cuestionamiento de la presencia de cianuro en el dique de colas.
Se establecieron diferentes metodologías para intentar garantizar la descomposición del cianuro:
• Proceso natural y agregado de solución ácida sobre las colas para convertir el cianuro en cianuro de
hidrógeno.
• Proceso INCO: consiste en tratar el cianuro con óxido sulfuroso y oxígeno. Este proceso se realiza en la
planta antes de depositarse en el dique de colas y aseguran que las colas saldrán de planta con un ínfimo
porcentaje de cianuro (1mg/litro).
4. Consultada la tesis “Degradación microbiana de cianuros” realizada por el Ing. Marcelo Bellini, magíster en
Metalurgia Extractiva, aportada por la propia empresa minera a nuestra solicitud, encontramos el dato de 3
mg cada litro para el proceso INCO. En sus conclusiones afirma que “no existe un método químico que
resuelva desde el punto de vista técnico y en forma económica, el problema de los residuos cianurados
resultantes de la industria minera”. Por último, y ante los desastres ambientales conocidos en los últimos
años, afirma que es necesario prevenir descontaminando los residuos y propone su método de “Degradación
microbiana”.

Enfermedades causadas por contaminación con cianuro

Intoxicación con cianuro

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Una de las características de este compuesto tan letal para los seres vivos es su capacidad de combinación
con los metales, entre ellos el hierro.
En todas las células (de bacterias, hongos, parásitos, plantas, animales y el ser humano) una función vital es
la respiración. Una de las moléculas indispensables para esta función es una proteína llamada citocromo-C
oxidasa, que posee en el centro de su compleja estructura un átomo de hierro.
Cuando el cianuro entra en las células, “captura” el hierro y la enzima deja de ser funcional.
La consecuencia es que la célula deja de “respirar” y muere.
Vías de ingreso al organismo del cianuro
• Respiratoria
• Epidérmica
• Conjuntival
• Digestiva
Síntomas de intoxicación
Intoxicación AGUDA
Exposición a altas dosis, síntomas inmediatos:
• Irritación de mucosas, ardor de boca y faringe;
• Dolor de cabeza, mareo, confusión, ansiedad;
• Náuseas, vómitos, convulsiones;
• Taquicardia, dolor en el pecho, edema pulmonar;
• Alternancia de respiración rápida con lenta y jadeante;
• Coloración de la piel roja o rosa brillante; Intoxicación CRÓNICA
Exposición a bajas dosis, prolongada en el tiempo.
• Cardiovasculares: palpitaciones.
• Respiratorios: irritación y tensión en el pecho.
• Neurológicos: dolor de cabeza, vértigo, fatiga, alteraciones en el apetito y el sueño.
• Gastrointestinales: náuseas y vómitos.
• Dermatológicos: dermatitis, brotes escarlatiniformes y pápulas.
• Endocrinos: agrandamiento de la glándula tiroides, disfunción tiroidea en el metabolismo de la vitamina
B12.
• Reproductivo: en animales se demostró que produce malformaciones o cambios degenerativos. En
humanos podría producir alteraciones en el desarrollo del feto.
Dosis LETAL para un adulto
• Gas cianuro de hidrógeno (HCN): 90-100 mg.
• Cianuro de sodio (NaCN) sólido: 150-300 mg (tamaño de un grano de maíz).

Enfermedades causadas por liberación de metales pesados

Intoxicación con arsénico


Vías de ingreso al organismo del arsénico:
• Respiratoria: 50-60% de absorción.
• Digestiva: 60-90% de absorción.
Efectos sobre el organismo:
• Arseniatos: compiten con el fósforo, inhiben enzimas del ciclo de Krebs y enzimas que sintetizan serotonina
y dopamina, entre otras;
• Arsenitos: se unen a sulfhidrilos de receptores hormonales, aumentan peróxido de hidrógeno y radicales
libres de oxígeno;
• Se metaboliza en el hígado;
• Se reducen de As (V) a As (III);
• Se excreta por el riñón;
• Se acumula en la queratina.
Manifestaciones no cancerígenas:
• Dermatológicas:
• Uñas: estrías de Mees, blanquecinas longitudinales.

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• Hiperhidrosis, sudoración excesiva: de palma y plantas, sudoración, edema y disestesias (trastorno en la
sensibilidad táctil).
• Hiperqueratosis (engrosamiento de la piel): difusas o localizadas, simétricas, palmas, plantas y dorso de
manos. o melanodermia (coloración oscura de la piel): gotas de lluvia gris pizarra.
• Gastrointestinales: vómitos y diarreas.
• Renales: hematuria (sangre en la orina)
• Hepáticas: hipertensión portal cirrótica, acúmulo de arsénico.
• Cardiovasculares: hipertensión arterial.
• Respiratorias: fibrosis pulmonar, enfisema, enfermedad pulmonar obstructiva crónica.
• Hematológicas: leucopenia, anemia, plaquetopenia.
• Endocrinológicas: diabetes.
• Neurológicas: encefalopatía crónica evolutiva.
Neuropatía sensitiva motora.
• Reproductivas: abortos, recién nacido bajo peso, fisura palatina, agenesia renal, microcefalia.
Manifestaciones cancerígenas:
• Cáncer de piel espinocelular o basocelular.
• Cáncer de pulmón, vejiga, próstata, angiosarcoma hepático, laringe, estómago, linfomas, leucemias.

Intoxicación con plomo


Es la causa de intoxicación ambiental más frecuente. La OMS estima que en los países en desarrollo el 15 al
20% del retraso mental podría ser causado por la exposición al plomo.
Vías de ingreso al organismo del plomo:
• Digestiva: agua, alimento, polvo;
• Respiratoria: polvo.
Formas de intoxicación
• Aguda: la forma más frecuente de presentación es la encefalopatía aguda por plomo, tiene el 25% de
mortalidad y 40% de trastornos neurológicos (retraso mental o trastornos del comportamiento)
• Crónica: conocida como SATURNISMO.
Signos y síntomas de la intoxicación por plomo:
• Gastrointestinales: anorexia, náuseas, vómitos, dolor abdominal, constipación, disgeusia (sabor metálico).
• Sistema músculo esquelético: dolor articular y muscular (crónico).
• Otros efectos crónicos: hipertensión arterial, baja talla, pérdida de peso, debilidad.
• Sistema Nervioso Central.
• Escasa concentración, cefalea, fatiga, trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH).
• Retraso en aparición del habla y desarrollo del lenguaje; problemas de conducta, hiperactividad.
• Signos de hipertensión endocraneana.
• Encefalopatías: Reducción de masa cerebral, ataxia, convulsiones, coma.

Miguez, Pablo. Valorización del conocimiento, cambio tecnológico y plataformas. Sus efectos sobre el
trabajo.
Publicado en Voces en el Fénix, 5 de enero de 2020
Recuperado de: https://vocesenelfenix.economicas.uba.ar/valorizacion-del-conocimiento-cambio-
tecnologico-y-plataformas-sus-efectos-sobre-el-trabajo/

La relación entre el cambio tecnológico y el aumento de la productividad del trabajo, así como sus efectos
sociales y técnicos, ha sido investigada desde la primera revolución industrial por pensadores, ingenieros,
historiadores y economistas como Ure, Babbage, Ricardo, Marx y Schumpeter, para mencionar los más
reconocidos. A su vez, el avance del proceso de acumulación capitalista y de la innovación, con el
consecuente reemplazo de trabajadores por máquinas y su efecto sobre el empleo, siempre ha generado
fuertes resistencias, desde el movimiento luddista en el siglo XIX hasta la resistencia sindical en el siglo XX.
En el siglo XXI debemos considerar un elemento adicional para evaluar el impacto del desempleo tecnológico:
el efecto de las tecnologías de la información y la comunicación (TICS) y las plataformas, propias de un

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capitalismo que se basa en la valorización del conocimiento como eje del aumento de la productividad y las
ganancias.
El avance del cambio tecnológico alimenta un fantasma, el del llamado “desempleo tecnológico” y, en última
instancia, el del reemplazo total de trabajadores por máquinas o, lo que es lo mismo, la inminencia del “fin
del trabajo”. Sin embargo, como se trata de un proceso técnico y social complejo para analizar con
fundamento estas consideraciones es necesario diferenciar, por un lado, los efectos de distintos tipos de
cambios del proceso de producción y por el otro, el verdadero estatus de las transformaciones recientes a
partir de la llamada “Cuarta revolución industrial”, la “Industria 4.0”, así como el avance de un “capitalismo
de plataformas”. Para avanzar sobre estas cuestiones conviene distinguir los efectos de procesos que se
superponen pero que son diferentes y clarificar sus efectos sobre el empleo y el mercado de trabajo, como
son los procesos de automatización, la robotización y la digitalización de la producción.
El proceso de automatización de la producción tiene que ver con la eliminación del factor humano en los
procesos productivos y podemos rastrear su origen desde el propio nacimiento de la gran industria del siglo
XIX y su desarrollo en las industrias de producción en serie (automóviles, electrodomésticos, etc.) e industrias
de flujo continuo (petroleras, cementeras, etc.) del siglo XX. La reducción de la intervención del hombre y su
reemplazo por mecanismos automáticos han movido a la innovación capitalista a partir de las virtudes
asociadas a las máquinas. La principal virtud de las máquinas es la capacidad de cristalizar conocimientos y
saberes sociales de todo tipo en su creación y funcionamiento, así como la poca resistencia que ofrecen al
propietario para su uso. Como señala la conocida expresión “las máquinas no se rebelan”: ellas evitan al
capital el tener que “lidiar” con las reivindicaciones del trabajo.
La tendencia a la automatización en el siglo XX acompaña los cambios en la organización del trabajo del
taylorismo y el fordismo, que buscando economías de tiempo introdujeron deliberadamente dispositivos
automatizados en numerosos procesos industriales. Producir mayores volúmenes de mercancías con menor
número de trabajadores es una señal de aumento de la productividad del trabajo efectivamente empleado.
Estos procesos se dieron en el contexto de un capitalismo de tipo fordista (y de un socialismo real igualmente
industrializante) donde la producción de bienes homogéneos era acompañada del consumo en masa de los
mismos y a su vez los aumentos de productividad eran negociados y acompañados con aumentos de salarios.
A partir del predominio de los modos de acumulación fordistas, el estudio de los tiempos y de los
movimientos del proceso de trabajo industrial acompañaba la estandarización de componentes y la
automatización de los procesos.
El auge de las TICs supone la digitalización, es decir, la posibilidad técnica de convertir todo tipo de señales
(sonidos, imágenes, información, datos, etc.) en códigos formados por ceros y unos (0 y 1) y transmitirlos por
las redes (Arpanet y luego Internet, con mayores flujos y velocidad gracias a la fibra óptica). La revolución
informática supuso cambios en el hardware y el software y cierta renovación de las computadoras hasta la
introducción de las computadoras personales (PC) y la difusión general de la informática y del estudio de los
sistemas de información.
La revolución informática fue transversal a todos los sectores económicos y su aplicación contribuyó también
al despegue de otras ramas de la tecnología, como la biotecnología desde los años setenta y la
nanotecnología desde los años ochenta, potenciando los procesos de producción basados en la valorización
de conocimiento. La primera surge a partir del descubrimiento de la estructura del ADN en 1953, pero
potenciada por la informática influye en las transformaciones posteriores del sector farmacéutico y
agropecuario, así como en la ingeniería genética y la medicina. La nanotecnología es la “ciencia de los
materiales” que permite elaborar materiales y objetos con propiedades (magnéticas, ópticas, eléctricas,
térmicas, etc.) mejoradas o nuevas”, como cerámicas flexibles, cauchos metálicos, etc. Este auge de las
ciencias está en la base de la producción de bienes conocimiento-intensivos y establece nuevas relaciones
entre la universidad y la industria, forzando también a una transformación de la producción y del trabajo
demandado y potenciando la polarización de las calificaciones en todos los sectores productivos, no solo en
sectores high tech.
Con el auge de las TICs se potencian las transformaciones de la automatización, la robotización y la
digitalización de la producción, y de la mano de la reestructuración de la fábrica fordista –su des-integración
vertical– desde los años ochenta y la fragmentación global de los procesos de producción desde los años
noventa comienzan a tomar fuerza las ideas en torno a un posible “fin del trabajo”, como rezaba el título de
un discutido best seller de Jeremy Rifkin publicado en 1994 y que suscitó numerosos debates en esa década.

83
El último paso de esta saga consiste probablemente en la denominada plataformización de la producción.
Se habla incluso de un “capitalismo de plataformas”. La plataforma es lo que conecta a un público de
oferentes y otro de demandantes o usuarios de cierto servicio. La forma que adopta la organizaron es el
modelo de negocios de los grandes oligopolios de Internet: Google, Amazon, Facebook, ahora Uber o Airbnb.
Hay plataformas de comercio electrónico (como Amazon), otras basadas en mercancías gratuitas (datos que
voluntariamente cedemos y actualizamos todos los días que luego son vendidos como Facebook o Google) o
plataformas “on demand” para servicios de movilidad como Uber o alquileres temporarios como Airbnb, así
como servicios de correo, mensajería o delivery de productos como Rappi o Glovo. Los activos intangibles de
las plataformas son los algoritmos (el Page Rank de Google y el Edge Rank de Facebook) y la materia prima
son los datos, potenciada por el manejo del big data.
El trabajo que generan es para un limitado número de programadores y analistas de datos envueltos en el
desarrollo de algoritmos. En 2018 Facebook tenía 30.000 empleados en todo el mundo, Google 85.000,
Microsoft 130.000 y Apple apenas 123.000. Es muy poco comparado con el trabajo que “comanda” la
plataforma, ya que son millones los choferes de Uber o los repartidores de Rappi o de Amazon en el último
kilómetro de entrega. O si comparamos los trabajadores directos de Amazon con sus depósitos robotizados
con Walmart, el mayor empleador en comercio minorista del mundo.
Las plataformas están generando a nivel de las ciudades una transformación en la forma de la provisión de
diferentes servicios que requieren abordarlos desde una aproximación tecnológica, económica, social y
laboral. Estas transformaciones están en curso y se superponen con las transformaciones tecnológicas
derivadas de la dinámica de la innovación propia del capitalismo, las mencionadas tendencias a la
automatización, la robotización y más reciente uso de las TICs en la industria y los servicios.
En relación con los cambios mencionadas, debemos analizar y clarificar los efectos de las transformaciones
en la industria asociados al paradigma de la “Industria 4.0” respecto del propio proceso de “plataformización”
de numerosos sectores productivos. Los cambios en los sectores de informática, biotecnología y la
digitalización de la información vienen transformando aceleradamente la dinámica del capitalismo, lo que
viene siendo estudiado desde muy diferentes perspectivas teóricas por disciplinas como la economía del
conocimiento, la economía industrial y los estudios sociales de la ciencia y la tecnología.

Trabajo y desempleo tecnológico

Estos cambios suponen a su vez un replanteo del futuro del trabajo en los procesos productivos del
capitalismo contemporáneo. Asociados a las transformaciones en curso surgen teorizaciones que van desde
el “fin del trabajo” resultante de la automatización total de los procesos productivos hasta la idea de una
polarización aún mayor y creciente del mercado de trabajo en función de la competencias y calificaciones,
especialmente las ligadas al sector TIC y de datos, que auguran inserción plena a los trabajadores high
tech frente al sometimiento del resto de la fuerza de trabajo menos calificada a las inclemencias de un
desempleo tecnológico más o menos inevitable.
Ciertamente, el avance del cambio tecnológico alimenta un fantasma, el aumento del llamado “desempleo
tecnológico” y del reemplazo total de trabajadores por máquinas. Pero se trata de un proceso social más
complejo, cuyo saldo no está tan claro (incluso las ideas sobre un avance creciente de la robotización deben
ser matizadas). Varias razones invitan a la prudencia en este sentido:
• En primer lugar, la automatización completa no es posible. Las maquinas no se hacen ni se mantienen a sí
mismas, ni trabajan de manera totalmente autónoma: el diseño, la programación y la reparación de las
máquinas los hacen seres humanos.
• En segundo lugar, la automatización avanza lentamente y de manera muy heterogénea en las distintas
empresas, sectores y ramas (no es igual en todos los sectores ni en todos los países). A modo de ejemplo,
Foxxcon es la empresa china de manufactura que había anunciado en 2011 que iba a reemplazar 500.000
trabajadores (casi la mitad de sus 17 plantas en China) por un millón de robots en 5 años, pero en 2016 sólo
había incorporado 60.000.
• Tercero, cuanto más avanza la automatización, el trabajo no es que desaparece, sino que se vuelve más
intelectual (por lo general, el trabajo intelectual desplaza al manual). Se trata de movilizar saberes, capacidad
de representarse circuitos, anticipar desperfectos. Un trabajo cognitivo que requiere mayor involucramiento
en el trabajo, aunque generalmente supone más destrucción que creación neta de empleo.

84
• Cuarto, el cambio técnico supone un aumento de la productividad del trabajo, pero no significa mejores
salarios, ni condiciones de trabajo (solo fue así en el fordismo). En relación a este punto, la reducción del
papel del trabajo como factor de integración social en la sociedad capitalista no significa su desaparición (el
fin del trabajo), sino la necesidad de pensar formas de integración que no pasen necesariamente por la
inserción efectiva en una relación laboral. Esto nos lleva al siguiente punto.

El vínculo social entre el trabajo, el cambio tecnológico y el empleo

La relación salarial es la relación social central de las sociedades capitalistas y las variables que la afectan
producen efectos sobre las lógicas de la integración social. Las sociedades capitalistas habían alcanzado
durante el siglo XX un desarrollo que aseguraba que el trabajo suponía al mismo tiempo el acceso a un ingreso
suficiente para la reproducción del trabajador y su familia durante una vida de trabajo y la integración social
en el capitalismo. Sin negar las importantes excepciones a esta mirada simplificada ni las contradicciones
inherentes a este proceso, puede decirse que operaba en el imaginario –y aún lo hace– la posibilidad de una
vida organizada en torno al trabajo, a una vida en la ciudad y a una movilidad social ascendente. La potencia
de esta imagen habilita incluso tentativas de reedición del proceso en sociedades donde efectivamente tuvo
lugar, así como las aspiraciones a construirla allí donde no se alcanzó a lograrlo. Sin embargo, las
transformaciones en curso parecen encaminar los procesos en un sentido divergente al de los famosos
“treinta años gloriosos” del capitalismo ocurridos en la segunda posguerra.
Como hemos señalado, por numerosas razones se transforma el trabajo industrial de la mano de la
automatización, el cambio tecnológico y la valorización del conocimiento. Pero también en trabajo en los
demás sectores de la producción. Por ejemplo, en el sector agrícola el trabajo se reduce aún más que con la
“industrialización del agro” operada en los años sesenta con los tractores y cosechadoras. En el sector de
servicios aumenta el trabajo y no solo en los sectores clásicos de “amalgama” de la industria (transporte,
comunicaciones), sino en servicios a la producción (logística, consultoría, marketing).
El crecimiento del trabajo de servicios, que antes estaban internalizados en las empresas, se expande con la
fragmentación global de la producción, que se produce concentrando el trabajo creativo en las casas matrices
y llevando la manufactura a países de bajos salarios. Eran mayores también los requerimientos
organizacionales debido al aumento de la complejidad de la gestión ante la dispersión geográfica de los
distintos departamentos y de la necesidad de coordinación entre filiales y casas matrices.
Por todo ello, desde los años setenta el crecimiento del empleo en el sector terciario es complementario a la
relativa reducción de los planteles de plantas industriales en el centro, al tiempo que se trasladan a países de
menores salarios de la periferia. No obstante, a pesar de estos movimientos, buena parte de los países –
tanto desarrollados como en desarrollo– muestran un mayor volumen de empleo en los servicios.
Estos trabajos requieren nuevas habilidades, calificaciones y competencias, pero se prestan bajo formas de
contratación sumamente precarias en comparación con la relación canónica fordista, contratada en principio
por tiempo indeterminado. A nivel del mercado de trabajo crece junto con el desempleo un trabajo de tipo
precario, aumenta el trabajo autónomo, prolifera un trabajo más intermitente e inestable. Lo que ya no está
garantizado es precisamente la integración social por la vía del trabajo. La relación salarial debilitada ya no
puede ser garante de la acumulación del capital y por ello esta se expande sobre la base del crecimiento de
la deuda. Lejos de estar en crisis, esta lógica parece haberse estabilizado y formar parte de las nuevas reglas
del juego y de un conflicto entre salarios y un capitalismo de rentas –tecnológicas, financieras, agrarias,
urbanas, inmobiliarias– más que de ganancias industriales.
De este modo, los efectos combinados de estos cambios tecnológicos, el ascenso de las TICS, la valorización
del conocimiento y la emergencia de las plataformas son ambivalentes y arrojan un panorama de enorme
incertidumbre sobre la evolución del trabajo a futuro, que dependerá en cada país también de la solidez de
la estructura económica y del mercado de trabajo sobre los cuales se inscriban estas transformaciones.

Ortega, Sebastián. Feos, sucios y malos: cómo se construye el odio hacia migrantes.
Publicado en Cosecha Roja, el 3 de noviembre de 2021.
Recuperado de: https://cosecharoja.org/feos-sucios-y-malos-como-se-construye-el-odio-hacia-migrantes/

85
Benito y Cristina, venezolanos, de 24 y 25 años, llegaron a la Argentina el 16 de marzo de 2020, tras una
travesía por tierra a través de Perú y Bolivia. Después de cumplir dos semanas de cuarentena en un hotel de
La Quiaca subieron a un micro con otras 59 personas, en su mayoría migrantes de países latinoamericanos:
venezolanos, colombianos, brasileños, bolivianos y peruanos. Algunos, como Benito y Cristina, tenían planes
de radicarse en el país. Otros quedaron varados luego del cierre de las fronteras por la pandemia de Covid-
19.
Un grupo de pasajeros contó que los subieron engañados. Les habían prometido llevarlos al aeropuerto,
donde había “un vuelo listo” para regresarlos a sus países. En cambio, los trasladaron a Buenos Aires. Después
de 30 horas de viaje hacinados los recibió la policía de la Ciudad, que los demoró durante ocho horas y los
trasladó a diferentes hoteles para una nueva cuarentena. “Nos trataron como criminales, como si fuéramos
narcotraficantes”, contaron Benito y Cristina a Clarín.
Durante semanas los medios locales y nacionales cubrieron la noticia: se refirieron al engaño de las
autoridades jujeñas, al reclamo de las organizaciones de la sociedad civil, al estado de salud de una nena que
llegó con fiebre y debió ser trasladada al hospital, a la investigación de la justicia federal por una posible
violación del decreto de aislamiento obligatorio.
Lejos de la mirada estigmatizante y criminalizadora habitual, la mayoría de los medios puso el foco en la
vulneración de los derechos de los migrantes. Pero esa atención duró poco: con el paso de los días, las
semanas, los meses, los migrantes y refugiados volvieron lentamente a ocupar ese lugar que los medios les
tienen reservado, el de las noticias policiales. Volvieron a ser los responsables de los males de nuestra
sociedad. Una vez más, los feos, sucios y malos.
En las PASO 2021, 417 mil extranjeros residentes en la Ciudad de Buenos Aires estuvieron habilitados para
votar. Veinte veces más que dos años atrás, cuando apenas podían hacerlo 21 mil. El aumento responde a la
entrada en vigencia de la totalidad del nuevo Código Electoral porteño, que implementa el empadronamiento
automático para los extranjeros mayores de 16 años que tienen domicilio real en la ciudad sobre los que no
recae alguna inhabilitación.
Un ejercicio veloz: si escribimos “voto migrante” y otras opciones similares en el buscador de La Nación y
Clarín veremos que entre el 1 de junio y el 12 de septiembre -día de las Paso- publicaron, en total, apenas
tres notas sobre el tema.
En ese mismo lapso esos diarios mencionaron a extranjeros de países latinoamericanos en al menos 21
artículos sobre crímenes, violencia narco o robos: 11 de Colombia, cuatro de Brasil, dos de Ecuador y una de
Bolivia, Chile, Paraguay y Uruguay.
“Mató en Colombia, huyó a la Argentina y cayó 6 años después por robar un auto en la Ciudad”, “Mono”, el
narco colombiano que se fugó en la Patagonia y teme por una bala”, “Detienen en Almagro a un dealer
colombiano que tenía un posnet para cobrar sus drogas”, “Un misterioso colombiano detrás de Dumbo, el
capo narco prófugo”, son algunos de los títulos. Todos vinculan la nacionalidad colombiana con el tráfico de
drogas o el sicariato.
La construcción de las narrativas sobre las personas migrantes en los medios de comunicación se produce a
través de algunas operaciones básicas: la criminalización, la estigmatización, la espectacularización y la
generalización u homogeneización. Todas ellas, vinculadas e interrelacionadas entre sí, apuntan a la
construcción de estereotipos a partir de la asociación de la migración con la idea de amenaza. Ese “otro” se
convierte en un sujeto “socialmente peligroso” que pone en peligro una determinada forma de vida.
Una operación clásica podría resumirse en el siguiente mito: “los extranjeros vienen al país a delinquir”, un
latiguillo repetido hasta el hartazgo no solo por ciudadanos de a pie, sino también por funcionarios a cargo
del diseño de políticas de seguridad. Los datos oficiales lo desmienten: solo el 6 por ciento de las personas
detenidas en Argentina son extranjeros. Y un dato aún más significativo: apenas el 1 por ciento de los
migrantes tuvieron algún conflicto con la ley penal.
“La población migrante está invisibilizada en los medios de comunicación”, explica Celeste Farbman,
coordinadora de Comunicación de la Comisión Argentina para Refugiados y Migrantes (Caref). “En los pocos
casos donde aparecen como protagonistas de las noticias, son ubicadas como responsables de algún delito”,
agrega.
Aunque la gran mayoría (el 99 por ciento) nunca tuvo problemas con la justicia, las personas migrantes
aparecen sobrerrepresentadas en las páginas policiales. Según el Monitoreo de medios gráficos sobre el
tratamiento de las noticias vinculadas a personas migrantes y refugiadas en Argentina publicado por CAREF

86
en 2019 el 61,5% de las noticias de los principales medios nacionales que incluyen a migrantes tratan sobre
asuntos policiales y de seguridad. En la gran mayoría de las coberturas los extranjeros aparecen como
victimarios.
En muchas de esas coberturas el principal foco de la atención no está puesto en el “qué” sino en el “quién”:
“Un colombiano y 4 dominicanos, presos por narcos en la Patagonia” / “Caen dos hermanos paraguayos por
crimen del colectivero Alcaraz” / “Haitiana con VIH mordió a una médica”. A partir de estas operaciones,
explica el informe, “los medios favorecen la estigmatización de las personas inmigrantes y la proliferación de
discursos racistas y xenófobos”.
Otras formas de estigmatización tienen que ver con la construcción de la idea de que los migrantes son
responsables de la pérdida de nuestros derechos: “vienen a estudiar gratis”, “a usar nuestros hospitales” y
“nos quitan el trabajo”, una serie de mitos reforzado por la mirada de los medios, que nunca contempla los
aportes económicos y sociales de la migración. Según el informe “Cómo los Inmigrantes contribuyen a la
Economía Argentina”, de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), los extranjeros pagan más
impuestos que los gastos que le generan al Estado.
La investigación, además, desmiente la supuesta relación entre desocupación y migración. En 1994, por
ejemplo, el desempleo alcanzó el 18,4 por ciento del universo de trabajadores y trabajadoras. En 2002 fue
del 25 por ciento y en 2015 bajó al 5,9 por ciento. Durante todo ese período, la proporción de inmigrantes
en la población del país se mantuvo estable.
Los Simpson lo predijeron. En el capítulo “Y dónde está el inmigrante”, emitido por primera vez en mayo de
1996, una manifestación de vecinos y vecinas llega hasta las puertas de la oficina del alcalde de Springfield
para reclamar por el aumento de impuestos. “Este asunto requiere liderazgo de verdad”, anuncia el alcalde
Diamante a sus colaboradores mientras sale a enfrentar a los manifestantes: “Sus impuestos son altos por
causa de los inmigrantes”, dice. La explicación viene acompañada de un anuncio: expulsarán a todos aquellos
que están en situación irregular.
La estrategia de culpar a la migración es una clásica estrategia para desviar la atención de los problemas
políticos, sociales o económicos. En octubre de 2018, miles de manifestantes marcharon al Congreso de la
Nación para protestar contra el proyecto de Presupuesto que había enviado el entonces presidente Mauricio
Macri. La Policía de la Ciudad reprimió a los manifestantes en la plaza y luego salió de cacería por los
alrededores, gaseó jubilados, le pegó a hombres y mujeres y detuvo a 26 personas.
Entre los detenidos había cuatro extranjeros. Ninguno de ellos había estado esa tarde en las protestas. Al día
siguiente el gobierno de Mauricio Macri lanzó una feroz campaña pública en su contra. Reclamaron un “juicio
abreviado” y su expulsión inmediata. Los medios aliados acompañaron la ofensiva. “Quiénes son los cuatro
extranjeros detenidos: un turco amante del Che, dos hermanos venezolanos y un paraguayo con dos hijos
argentinos”, tituló el diario Clarín.
Juntos, gobierno y medios, construyeron la mentira: dijeron que Anil Baran, un joven turco de 27 años al que
detuvieron en las afueras de la estación de trenes de Constitución cuando venía de Córdoba para hacer unos
trámites, había llegado al país para organizar las protestas contra el G20, planificado para el mes siguiente.
A dos hermanos venezolanos los acusaron de ser espías infiltrados del gobierno de Maduro.
Las mentiras se diluyeron con el tiempo. Se demostró que las versiones eran falsas, que ninguno de los cuatro
había participado en las protestas. Todos fueron sobreseídos. Pero al gobierno le sirvió desviar la atención
de la opinión pública: durante semanas se debatió sobre los cuatro extranjeros detenidos y no sobre el brutal
ajuste que intentaba aprobar el Congreso.
En la vereda de enfrente, el principal paladín del odio anti-migrantes es Sergio Berni. En 2014, cuando era
secretario de Seguridad de la Nación, adjudicó el aumento de los índices de delito a la migración: “Estamos
infectados de delincuentes extranjeros”, dijo. Algunos años después, ya en un rol opositor defendió el DNU
de Macri que derogó la ley de Migraciones y habilitaba la expulsión exprés de extranjeros acusados de delitos.
Entre 2020 y 2021, ya al frente del ministerio de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires, construyó una
campaña en redes sociales bajo el sello Fuerza Buenos Aires: ahí difunde videos y publicaciones con una
narrativa securitaria que vincula la migración latinoamericana con el narcotráfico. Nadie podría acusarlo de
oportunista. Lleva casi una década acusando a las personas migrantes de delincuentes.
El virus chino, la cepa india o manaos, la idea de que quienes migran dispersan el virus. A pesar de algunas
excepciones la pandemia de covid-19 no logró quebrar la mirada estigmatizante de los medios sobre la

87
migración. “Hay una línea de continuidad: ni antes ni ahora la migración fue tratada como un tema de
derechos humanos”, dice Farbman.
En esta línea de continuidad no solo opera una mirada criminalizante sino también un proceso de
invisibilización. Según el Monitoreo de medios realizado por CAREF hay una subrepresentación de las mujeres
y del colectivo LGBTTIQ+. Si bien el porcentaje de mujeres que llegan al país es superior al de varones, sólo
aparecen en el 12,5 por ciento de las publicaciones.
De todas las noticias analizadas, en solo el 5,4 por ciento de los casos las fuentes son los propios migrantes.
En la mayoría de los casos quienes hablan son autoridades gubernamentales, policiales o replican
publicaciones de otros medios o de redes sociales. “No son considerados o consideradas como fuentes de
información válidas ni siquiera en las noticias que protagonizan”, critica Farbman.
Los medios continúan construyendo un enfoque subjetivo que silencia a las personas inmigrantes: un
discurso sobre migrantes pero sin migrantes.

88
Pensar en contexto, otras formas de práctica política

En esta unidad vamos a acercarnos a algunas de las experiencias que se están realizando en nuestra región.
Estas experiencias se relacionan con una nueva manera de entender la política y la economía, que privilegian
a los sectores vulnerables y se fundan en la solidaridad y el cooperativismo como valores esenciales para el
desarrollo de los seres humanos.
Iniciaremos con una breve contextualización sobre cómo el neoliberalismo ha provocado el deterioro y la
precarización de las condiciones de trabajo, generando un ejército de desocupados, muchos de los cuales
nunca tendrán trabajo. Por ejemplo, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos
(OCDE), a una familia en Argentina le lleva seis generaciones salir de la pobreza. Estas poblaciones quedan
excluidas del mercado y pasan a engrosar los millones de seres humanos que no tienen expectativa de
supervivencia, pero que también se convierten en grandes cargas para los Estados y las sociedades. En
nuestras sociedades actuales en las que el valor de las personas está dictado por su asimilación al Mercado,
la vida de estas personas que han sido expulsadas no tiene, prácticamente, valor. Sin embargo, en muchos
lugares se dan experiencias de autoorganización social que, por fuera de los marcos normativos estatales o
luchando contra esos marcos normativos, van generando nuevas formas de desarrollo económico y social de
manera solidaria.

Flax, Javier (2013). Ética, política y mercado: en torno a las ficciones neoliberales. Los Polvorines: UNGS.

Declive y deterioro del trabajo asalariado. La ficción de la ineptitud del desempleado en un contexto de
desempleo forzoso

El fin del trabajo es el nombre del conocido libro que el economista Jeremy Rifkin publicó a mediados de los
años 90. Por entonces ya se veía con claridad el impacto de las nuevas tecnologías, fenómeno que se conjugó
con las políticas neoliberales de mercados autorregulados y el repliegue del Estado de Bienestar y de las
funciones sociales del Estado a nivel global. El abandono a su suerte de buena parte de la población asalariada
por parte del Estado y por parte del mercado, obligó a las personas a desarrollar nuevas estrategias de
supervivencia mediante la organización de sectores alternativos, denominados genéricamente tercer sector.
No es nuestro objetivo analizar el trabajo de Rifkin, sino señalarlo como un signo de nuestro tiempo,
emergente de una época en la que tuvieron que revisarse algunas teorías. En todo caso, el declive del trabajo
asalariado no corresponde a la emancipación humana de las necesidades y del yugo laboral, sino que se
refiere a la pérdida de fuentes de trabajo asalariado y a la imposibilidad de los desposeídos de convertir su
fuerza de trabajo en mercancía en un mercado laboral que, proporcionalmente, se achica de manera
permanente, aumentando el desempleo forzoso, la población excedente y la superfluización –en términos
de Hanna Arendt– de esa población excedente.
La población excedente pasa a ser innecesaria, inútil, superflua y se enfrenta al riesgo cierto de nuevos
holocaustos como dejan entrever movimientos fascistas xenófobos que ven en los extranjeros una amenaza
a sus propios puestos de trabajo.
La estigmatización y, lo que es peor, la autocomprensión de los desocupados como inaptos y “superfluos” no
es meramente una consecuencia del desempleo, sino del trabajo entendido meramente como trabajo
asalariado en un contexto cultural de darwinismo social, ideología dominante reforzada desde el Consenso
de Washington, por la cual los que quedan afuera del mercado son ellos mismos responsables de su propia
condición, por su presunta falta de aptitudes. Quienes constituyeron su identidad social en la esfera laboral,
no sólo pierden el trabajo, sino que a veces se sienten desnudos de identidad y aislados de la inserción social
que le posibilitaba su empleo. Esto es posible cuando se asimila la posibilidad de realización propia con el
empleo asalariado. Otros, ni siquiera llegan a constituirse como sujetos capaces de póiesis y, menos aún, de
praxis en tanto quedan entrampados en ese espacio desértico de quienes no alcanzaron los beneficios de la
civilización mercantil y perdieron los recursos que les hubiera brindado su cultura tradicional, si aún la
tuvieran.

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El achicamiento del mercado laboral responde a las estrategias empresariales que, aprovechando
innovaciones tecnológicas y ventajas competitivas espurias –en los términos de una Nueva Ley de Gresham1–
reducen a sus empleados de planta a un núcleo mínimo y toman trabajadores eventuales por períodos cortos,
con salarios más bajos, mediante la precarización de los regímenes laborales, modificados a través de
maniobras de lobbying sobre los gobiernos de turno o mediante el chantaje de retirar las inversiones con la
consecuente pérdida de fuentes de trabajo.
Creo innecesario fundamentar acá que la ideología de la supervivencia del más apto y de la competencia sin
límites constituyen la mismísima negación de la ética. Frente a esta nueva realidad parece haber varias
alternativas principales compatibles y combinables. En primer lugar, recuperar la capacidad del Estado
constitucional de derecho para regular el mercado de trabajo y las obligaciones de empresas y corporaciones,
con el objetivo de crear nuevos puestos de trabajo, en términos de trabajo asalariado, en un contexto de
restablecimiento de derechos sociales perdidos (distribución primaria). Otra alternativa consiste en
establecer un nuevo plexo de derechos fundamentales en términos de un ingreso de ciudadanía (como nueva
modalidad de la distribución secundaria). Por último, vehiculizar recursos a través de un tercer sector –que
incluye la economía social– alternativo al Estado y al mercado, pero articulado con ambos. En este capítulo
nos centraremos en analizar el ingreso de ciudadanía.
En todos los casos, somos conscientes que el Estado es un aparato en disputa y los cambios dependerán de
la capacidad de organización e incidencia en la agenda pública de los movimientos sociales de trabajadores
y de trabajadores desempleados.

Anguiano, Arturo. La política del oprimido y la experiencia zapatista. Revista Rebeldía, 68, febrero 2010.
Recuperado de:
http://biblioteca.clacso.edu.ar/ar/libros/mexico/xochimil/coloquio/Docs/Mesa10/Arturo%20Anguiano.pdf

Una de las aportaciones fundamentales del EZLN (Ejército Zapatista de Liberación Nacional) a la
reorganización y relanzamiento de la lucha social y política, además de la persistencia y continuidad de sus
iniciativas, ha sido la brega por una política distinta a la estatal en crisis, por otra política de los de abajo, de
los oprimidos.
Desde mi punto de vista, la otra política que se procura desde abajo busca romper las jerarquías y
supeditaciones de la política estatal, las que a final de cuentas generan conformidad y resignación, esto es:
parálisis, desmovilización. Es, de entrada, una política de autoafirmación de los oprimidos que rechaza
suplantaciones, formas de representación fingidas que disfrazan en la práctica la exclusión y la
mercantilización de relaciones sociales (y políticas) en extremo desiguales. La política del oprimido es, en
cambio, una política que busca recuperar el sentido original de lo político, entendido como el hacer y el
decidir en colectivo, por parte de la comunidad, sobre las cuestiones de la vida colectiva.
La política implica así a pueblos y comunidades muy distintos, en territorios múltiples y diferenciados, pero
primero que nada requiere la intervención, la participación. La política del oprimido involucra a la sociedad,
a la comunidad, no concibe al individuo perdido en la abstracción anuladora del mercado, sino
desembocando en el torrente de lo colectivo, que no puede ser sino concreto, específico, múltiple (social,
profesional, étnico, ecológico, etcétera), pero susceptible de encontrar intereses y propósitos unificadores,
generales, universales, o sea, de carácter político.
En realidad, en el contexto del orden conservador, social y políticamente degradado, acaparado por una
oligarquía estatal (la clase política) entreverada y dependiente de la oligarquía financiera, solamente los
oprimidos, los de abajo, los discriminados y proscritos —todos los excluidos— son quienes pueden (y
necesitan vitalmente) transformar lo político en un sentido igualitario, sostenido en la resistencia y la acción
conjunta autónoma.
Es decir, hace falta desestatizar la política, separar lo político del Estado y, aunque puede resultar paradójico,
hay que desprivatizarlo, desprofesionalizarlo, en fin, en México nos urge igualmente descorporativizarlo;

1
La ley de Gresham establece que la “mala moneda” reemplaza a la “buena moneda”, es decir que, ante la dificultad
de mantener el valor real (material) de una moneda (por ejemplo, oro), ésta se va reemplazando por otra de menor
material (por ejemplo, cobre) pero mantiene el valor simbólico original. La nueva ley de Gresham se refiere a que el
“mal capitalismo”, es decir el capitalismo que no tiene en cuenta los derechos sociales y ambientales, ha ido ocupando
el lugar del “buen capitalismo”, aquel que se identificaba con el modelo de Estado de Bienestar.
90
desmantelarlo y reconstruir el poder desde la sociedad. Rehacer el tejido social destruido por el
neoliberalismo es condición de la política del oprimido. Expropiada, acaparada por la clase política, por las
elites estatales y los poderosos de quienes se nutren y para quienes existen, la política necesita ser regresada
a la sociedad, volverla espacio y vida de todos los ciudadanos, de las colectividades, de los pueblos, es decir,
fortaleciendo a los nuevos y viejos actores de la sociedad (sobre todo pueblos, comunidades, organizaciones
sociales y civiles).
La política del oprimido significa la posibilidad de la verdadera democracia, de una democracia radical,
autogestiva y emancipatoria, que incluso puede inventar formas de representación inéditas. No es una
democracia excluyente, como la democracia liberal con representaciones postizas, en que se sustenta el
capitalismo. Para alcanzarla, sin embargo, se requiere vivir la política como resistencia en los distintos
espacios donde se encuentran y desarrollan los oprimidos. Poner en práctica, a contracorriente, los muy
variados derechos individuales y colectivos, menguados y secuestrados por la política institucional
prevaleciente.
A mi parecer, no hace falta buscar un nuevo sujeto social transformador, distinto al que consideraba
históricamente la izquierda. De hecho, el concepto del proletariado en Marx iba mucho más allá de los
obreros industriales. Si hoy hablo del oprimido pienso en todos los explotados, sometidos, discriminados,
ultrajados, excluidos, proscritos, esto es: trabajadores, campesinos, indígenas, mujeres, desempleados,
poblaciones colonizadas, minorías nacionales, migrantes, todos los diferentes, los otros que somos los que
no somos los de arriba y su clase política. Todos ellos, todos nosotros, necesitan, necesitamos, la política para
sobrevivir, para resistir, pero también para salir de la opresión e impulsar proyectos libertarios alternativos,
opciones de emancipación.
La política del oprimido es, necesariamente, una política anticapitalista y no puede sino enfrentar al
capitalismo —y al Estado capitalista, cualquiera que sea su forma— más que oponiendo un proceso de
resistencia largo, múltiple, en todos los terrenos. Contra lo que se nos ha querido hacer creer, la
mundialización, el neoliberalismo, la democracia procedimental (o formal o burguesa o liberal o como se
quiera llamar) no son fatalidades, procesos ineluctables del devenir histórico de la humanidad. Son
estrategias deliberadas del capital para reproducir su dominio lo que, por supuesto, no significa que no se
sostengan en ciertas tendencias objetivas. La mundialización, la economía, la democracia y, en general, los
Estados y los procesos políticos podrían, pueden organizarse, impulsarse de otra manera, con otros ritmos,
con fines distintos a los de la ganancia y la reproducción de la dominación de clase. Al menos es lo que piensa
parte del movimiento social y político que descansa en la reforma del capitalismo. La lógica del oprimido es
otra, pero puede coincidir circunstancialmente en algunos puntos y momentos.
Hoy, el EZLN (Ejército Zapatista de Liberación Nacional) aparece como el único actor político (político-militar
todavía) que plantea en México la política en términos no estatales, es decir, en términos de la política de la
sociedad, de los de abajo y que la piensa en los olvidados conceptos de estrategia y de clase. Por esto, es el
único proyecto de lucha efectiva contra la mundialización neoliberal y el orden conservador en crisis, no sólo
en nuestro país, sino en buena parte del planeta. Por eso su impacto a nivel mundial, su influencia en las
resistencias que brotan y se despliegan un poco por todas partes. Su consigna de construir “un mundo donde
quepan muchos mundos”2 se sostiene en su proyecto libertario, donde la resistencia, la crítica, la rebeldía
son condiciones para la emancipación, es decir, para lograr la libertad, la igualdad, la justicia y la democracia
sustentadas en la autonomía (territorial, social, política) de los actores, en su autoorganización, en sus
prácticas sociales y políticas propias, en su autogestión y autogobierno.

Palomino, Héctor. La Argentina hoy-Los movimientos sociales. Revista Herramienta, N° 27.


Recuperado de: https://www.herramienta.com.ar/articulo.php?id=282

Los nuevos movimientos sociales en la Argentina reflejan los esfuerzos de reconstrucción de los lazos sociales
a través de nuevas formas de organización. Los cambios en las formas del trabajo, en sus dimensiones
contractuales y organizativas, sostienen un enfoque más atento a la construcción social de los movimientos
y no sólo a sus formas de protesta y movilización, concebidas aquí como emergentes de una actividad más
vasta de creación de lazos y organizaciones sociales.
Los emprendimientos encarados por los movimientos de trabajadores de empresas recuperadas,
organizaciones de desocupados y asambleas barriales se inscriben en lo que tiende a denominarse

91
actualmente "economía social", un espacio público donde el trabajo no se intercambia sólo ni principalmente
por remuneraciones monetarias. Pero a diferencia de las formas que prevalecieran anteriormente en este
campo, las impulsadas actualmente por los movimientos adquieren una dimensión política: en estas nuevas
formas el trabajo es la política.
La pobreza y el desempleo constituyen hoy el núcleo de deslegitimación del sistema económico vigente, lo
que el normal funcionamiento de la economía de mercado no puede resolver. Como contrapartida, los
movimientos sociales obtienen buena parte de su legitimidad mostrando, de cara a la sociedad, soluciones
originales para la pobreza y el desempleo por fuera del sistema económico institucionalizado.
Los movimientos sociales se orientan hacia la construcción de redes de economía alternativa que les
posibiliten consolidar su desarrollo, partiendo de las necesidades e impulsando la generación de actividades
en el marco de una nueva economía social. Esta estrategia plantea una respuesta al problema central que ni
el funcionamiento de la economía formal ni las iniciativas estatales pueden resolver en el corto plazo: la
generación de empleos.

Movimientos piqueteros

Los movimientos de desocupados están conformados por varias decenas de grupos que responden a
orientaciones políticas diferentes: algunas se vinculan con partidos políticos o centrales sindicales; otros
privilegian su autonomía con respecto a los mismos; otros siguen a líderes populistas. De este modo, una
misma denominación, piqueteros, recubre orientaciones muy distintas, más allá de su enorme impacto
político y sobre todo mediático.
En esta presencia inciden, sin duda, sus dimensiones. Según estimaciones de los propios grupos piqueteros,
su capacidad de movilización agregada -la de todas las organizaciones que agrupan a los desocupados-
incluye más de 100.000 personas en todo el país. Sin embargo, esta cifra empalidece frente a los varios
millones de desocupados y subocupados, por lo que más que su dimensión, es la acción misma de los
piquetes la que explica su visibilidad: los cortes de ruta alcanzan un fuerte efecto político, multiplicado a
través de los medios de comunicación. Se trata de acciones maximalistas, que contrastan con los fines en
principio minimalistas que animan las movilizaciones: éstas se circunscriben en su mayoría a la obtención de
subsidios por desempleo y bolsas de alimentos.
Aunque algunos grupos piqueteros se limitan sólo a sostener estos reclamos, otros destinan los recursos
hacia actividades diversas, desarrollando desde hace varios años acciones de alcance más vasto en el seno
de las comunidades en las que están implantados territorialmente: merenderos y comedores, centros
educativos y, sobre todo, emprendimientos productivos en los que vuelcan los subsidios y alimentos
obtenidos a través de las movilizaciones, como el desarrollo de huertas comunitarias, la venta directa de la
producción a través de redes de comercialización alternativas, la elaboración y manufactura artesanal e
industrial de productos frutihortícolas, panaderías, tejidos y confecciones artesanales e industriales, entre
otras. De este modo, los cortes de ruta constituyen sólo la punta del iceberg de una construcción social
mucho más compleja.
La organización de estas actividades económicas adquiere formas autogestionarias y cooperativas, aunque
en los diferentes grupos piqueteros no existen criterios comunes sobre el carácter de estos
emprendimientos, su viabilidad y desarrollo futuro. Algunos plantean enfoques distributivos radicales sobre
el producto de los emprendimientos autogestionados, rechazan la generación de excedentes, o bien
distribuyen estos excedentes entre los productores y sus familias. El fundamento de este enfoque remite a
una concepción más general que identifica la noción de excedente económico con la de plusvalía y el
beneficio privado, asimilación conceptual que lleva al extremo de rechazar la generación de excedentes en
nombre del imperativo moral de rechazo al capitalismo. Aunque esto pueda ser discutible en términos
económicos y filosóficos, tiene efectos prácticos considerables sobre la movilización permanente de los
piqueteros: mientras los proyectos productivos autogestionados no generen condiciones de sustentabilidad
económica en el mediano y largo plazo, se reproducen las condiciones para seguir reclamando subsidios y
recursos al Estado. Por eso, más allá de su impacto económico, este enfoque tiene efectos importantes en el
reforzamiento de la identidad grupal y en el estímulo de la actividad piquetera.

Empresas recuperadas

92
Los trabajadores que recuperan empresas replantean la jerarquía relativa del derecho al trabajo y de la
propiedad privada. Frente a los valores de la sociedad mercantil que privilegian el derecho de propiedad, los
trabajadores erigen como central el derecho al trabajo y ponen en discusión la función social de la propiedad.
No se trata de una discusión puramente retórica, sino que se traduce en la instalación de procedimientos
jurídicos inéditos, que anteponen la necesidad de preservar las fuentes de trabajo frente a las rutinas de
quiebra y liquidación de bienes productivos que prevalecen en el derecho mercantil.
La recuperación de empresas constituye un ejemplo de la lucha por la ampliación de los derechos sociales y
obliga a reflexionar sobre su impacto en la sociedad, más allá de sus dimensiones intrínsecas. En efecto, la
distancia entre éstas y sus efectos culturales y sociales es inmensa, ya que unas pocas empresas -alrededor
de 150- dispersas en el territorio, diversas por sus actividades y por las tradiciones políticas de los diez mil
trabajadores que agrupan, ponen en cuestión el conjunto del sistema de relaciones laborales. Al asumir la
autogestión en unas pocas unidades productivas, los trabajadores bloquean la herramienta privilegiada de
los empresarios en la negociación colectiva: éstos ya no pueden apelar a su recurso de última instancia, el
cierre del establecimiento (huelga de inversiones o lock out) como instrumento de presión sobre los
trabajadores, quienes, ante la amenaza, pueden contestar ahora con la posibilidad de ocupar y autogestionar
las empresas en dificultades. De allí que no cabe medir la fuerza del movimiento de empresas recuperadas
exclusivamente en términos de su dimensión -reducida- sino en términos de sus efectos culturales, políticos
y sociales más amplios.

La politización, tal como es promovida en los nuevos movimientos sociales, constituye una diferencia clave
respecto de los desarrollos de la economía social durante los años noventa. En aquel contexto la economía
social aparecía como complementaria del retiro del Estado de la actividad económica, y fue impulsada por
los organismos multilaterales de crédito que alentaban su desarrollo al mismo tiempo que el de los mercados.
El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y el Banco Mundial promovieron el apoyo a
microemprendimientos autónomos, destinados a consolidar un amortiguador social de lo que
conceptualizaban como los costos de la transición hacia una moderna economía de mercado.
El colapso de esa ilusión encuentra a los actores sociales más afectados por el modelo en la dura lucha por la
supervivencia, apelando a mecanismos relativamente similares a aquellos, pero implementados en oposición
a ese modelo: las actividades de la economía social son impulsadas como alternativas frente al fracaso de la
economía de mercado; si antes sustituían la intervención estatal, ahora tratan de suplir las carencias de una
economía basada en la empresa privada, incapaz de responder a las necesidades de la población. De
paradigma alternativo a la intervención estatal, la economía social comienza a ser concebida como paradigma
alternativo a la economía de mercado.
En los movimientos, los emprendimientos de economía social surgen del propio proceso de movilización y
participación, son inescindibles de éstos y del componente contracultural de los movimientos sociales, que
reflejan la emergencia de nuevos valores -igualitarismo, solidaridad, cooperación-, como opuestos al
individualismo egoísta del empresarialismo predominante en la pasada década. El componente
contracultural se refleja en el carácter político que asumen la producción, distribución y consumo de esta
nueva economía, orientadas contra la concepción tradicional de actividades en la que las necesidades eran
resueltas automáticamente en la esfera económica a través del salario.
En esta nueva economía social el trabajo se articula en un espacio público en el que la retribución de los
agentes no es necesariamente, ni tan sólo, de carácter monetario. Las actividades de la economía social son
públicas y se diferencian de las del espacio privado características del mercado o la economía doméstica.
También se diferencian de las actividades estatales, donde si bien éstas son públicas, la retribución de sus
agentes es centralmente monetaria.
En los emprendimientos impulsados por movimientos piqueteros, asambleas barriales y trabajadores de
empresas recuperadas, el desarrollo de capacidades se manifiesta en las propias actividades y la sinergia se
deriva de los objetivos de articulación tanto de las experiencias afines como de la instalación de canales
transversales entre los movimientos; el respeto se deriva de la regla de horizontalidad en la vinculación entre
los miembros de cada movimiento; la solidaridad constituye a la vez un objetivo y una condición de
existencia; la confianza deriva de la propia pertenencia al movimiento.

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Cartoneros “Plaza Lavalle”: esencia de lucha y cartón
5 de noviembre de 2021.
Recuperado de: https://lapoderosa.org.ar/2021/11/esencia-de-lucha-y-carton/

Con la tracción comunitaria, las y los cartoneros se organizan para sobrevivir. Hace ocho años que 17
compañeras y compañeros se reunieron para dar nacimiento a la Cooperativa Plaza Lavalle de Esteban
Echeverría, provincia de Buenos Aires. Desde entonces, todas esas historias de vida se unificaron a través de
un objetivo en común: recuperar y vender cartón, en condiciones laborales dignas.
Ante la necesidad de trabajo que circula sin fin por las calles, vislumbraron una salida colectiva. Eduardo
Rafael Farías, presidente de la cooperativa, empujó el proyecto desde el principio: «La idea nació en el barrio
Bafico, en el terreno de un compañero. Comenzamos por unificar los materiales recuperados; hicimos una
venta colectiva y alquilamos la camioneta de un vecino donde trasladamos los bolsones para abaratar
costos».
Gracias a la solidaridad de vecinas, vecinos y organizaciones sociales, lograron obtener su propio espacio para
juntar los materiales. «Hoy somos 200 compañeras y compañeros, y hay 100 que están esperando sumarse.
En un mes juntamos entre 50 y 60 toneladas de diversos materiales», nos cuenta Eduardo. El proyecto no
para de crecer, y Roxana Lastra, secretaria de la cooperativa, también es testigo: «En el marco de la
pandemia, cada vez más cartoneras y cartoneros se sumaron. Cando vemos compañeros que andan con el
carrito a mano, les hablamos, entregamos folletos y les invitamos a ser parte».
Hoy las y los trabajadores apoyan la Ley de Envases con Inclusión Social, que propone que las empresas se
hagan cargo del costo del reciclado de los envases generados para el mercado. El cuidado del medio ambiente
y la búsqueda de condiciones laborales dignas son una prioridad, al igual que la generación de puestos de
trabajo y el aporte a la comunidad; por eso, Eduardo denuncia que no tienen el espacio físico que
corresponde para las tareas que sostienen: «Hablamos con la Secretaría de Gobierno y Secretaría del
Ambiente, que dependen de la Municipalidad, para conseguir un lugar más grande, pagando la mitad de
alquiler o llegando a un acuerdo, pero no hubo respuestas». A pesar de las trabas, la cooperativa se organiza
para paliar la crisis alimentaria que golpea duro, gracias a sus ollas populares. «Tenemos comedores en el
barrio Siglo XX, El Zaizar, Monte Chico y La Morita. Cada espacio alimenta a más de 40 familias, son las mismas
cartoneras o sus hijas quienes empujan esto», relata Roxana.
Con el deseo de eliminar los basurales a cielo abierto, las y los cooperativistas recuperan el suelo a través del
reciclado.
Un eslabón ambiental imprescindible, ahora falta que los escuche el Estado.

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