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“ S O BRE T O D O ,

I NTE N T A R A LGO”
Franklin D.
Roosevelt
y la reivindicación
del optimismo
“Sobre todo, intentar algo”

Franklin D. Roosevelt y la
reivindicación del optimismo

Por Andrés Acevedo Niño


Capítulo I

Cuando, en la tarde del 28 de julio de 1921, Franklin Delano Roosevelt se embarcó


en el yate Pocantico para remontar el rio Hudson hasta el Bear Mountain State
Park, no podía prever que aquel sería el viaje definitivo de su vida. Una mirada
rápida por la historia revela numerosos ejemplos de viajes que han definido el
destino de los viajeros. En la mayoría de ellos, el aventurero podía, desde antes de
embarcar, anticipar que aquella sería una expedición que lo transformaría. Eso
fue cierto tanto para Fernando de Magallanes como para Neil Armstrong, no así
para Franklin Delano Roosevelt. La suya sería una expedición menor, un paseo
cotidiano en un día de verano, en el que nada parecía presagiar que los eventos
que tendrían lugar en el Bear Mountain State Park cambiarían su vida.

Su comportamiento a bordo fue típico de su personalidad encantadora. Con su


risa inconfundible y su capacidad inusual para tener a la mano una anécdota
apropiada para cada ocasión y público, FDR acaparó la atención del resto de los
pasajeros. Era un verano extraordinariamente caluroso en el Estado de Nueva
York y el sonido ecuánime de las olas rompiendo con la proa del Pocantico le
daban a FDR la impresión de que no había nada de qué preocuparse: después de
todo, se trataba de una simple reunión con boy scouts.

En el verano de 1921, FDR ya era una estrella del partido demócrata


estadounidense. La suya era una trayectoria profesional predefinida; era la misma
secuencia de cargos públicos que su primo lejano, el presidente Theodore
Roosevelt, había seguido con éxito hasta llegar a la presidencia: de la legislatura
estatal había pasado a servir como secretario asistente de la marina, de ahí a
gobernador de Nueva York y, finalmente, presidente de la nación. FDR ya había
pasado por la legislatura estatal y la asistencia de la marina y ahora se preparaba
para el siguiente escalón: la gobernación de Nueva York. Era momento, pues, de
cultivar sus vínculos con asociaciones importantes, como la asociación de la cual
era presidente: el consejo de boy scouts de Nueva York.
Después de desembarcar en el Bear Mountain State Park, un autobús llevó a FDR
y sus acompañantes hasta el refugio en el que se reunirían con cerca de 2,000 boy
scouts. Luego de la cena, FDR –siempre presto a entretener a una audiencia– se
levantó de su silla y pronunció uno de sus discursos insignia. “Era un maestro en lo
que decía y en cómo lo decía, siempre teniendo en mente su audiencia y su
propósito” observaría Frances Perkins, sobre la habilidad de FDR de ganar
corazones con sus palabras. No fue sorpresa, entonces, que al finalizar su discurso
varios niños se acercaron a saludarlo. FDR, como de costumbre, apretó varias
manos.

Tal vez el virus se transmitió en uno de esos apretones, o tal vez bajó por su
garganta junto con la limonada que sirvieron en la cena. Lo cierto es que esa
noche, FDR se tumbó en su cama y el enemigo invisible ya estaba actuando
sobre su organismo.

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