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TOMÁS TRIGO

‫\י‬ r

MORAL
TEOLOGAL

EDICIONES UNIVERSIDAD DE NAVARRA, S.A.


PAMPLONA
Manuales ISCR
Instituto Superior de C iencias Religiosas
U niversidad de N avarra

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribu-
ción, comunicación pública y transformación, total o parcial, de esta obra sin contar con auto-
rización escrita de los titulares del Copyright. La infracción de los derechos mencionados puede
ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Artículos 270 y ss. del Código Penal).

O 2020. Tomás Trigo


Ediciones Universidad de Navarra, S.A. (EUNSA)
Campus Universitario · Universidad de Navarra · 31009 Pamplona · España
+34 948 25 68 50 · www.cunsa.es · eunsa@cunsa.cs
ISBN: 978-84*313-5646*0
Diseño cubierta: Pablo Cerezo Marín
Printed inSpain ‫ ־־‬Impreso en España
Colección
M a n u a les d el I n st it u t o S u per io r de C ien cia s R elig iosa s

1. Cada vez más personas se interesan por adquirir una formación filoso-
fica y teológica seria y profunda que enriquezca la propia vida crístia-
na y ayude a vivir con coherencia la fe. Esta formación es la base para
desarrollar un apostolado intenso y una amplia labor de evangeliza-
ción en la cultura actual. Los intereses y motivaciones para estudiar la
doctrina cristiana son variados:
• Padres y madres que quieren enriquecer su propia vida cristiana y la
de su familia, cuidando la formación cristiana de sus hijos.
• Catequistas y formadores que quieren adquirir una buena prepara-
ción teológica para transmitirla a otros.
• Futuros profesores de religión en la enseñanza escolar.
• Profesionales de los más variados ámbitos (comunicación, economía,
salud, empresa, educación, etc.) que necesitan una formación adecúa-
da para dar respuesta cristiana a los problemas planteados en su pro-
pia vida laboral, social, familiar... o simplemente quienes sienten la
necesidad de mejorar la propia formación cristiana con unos estudios
profundos.
2. Existe una demanda cada vez mayor de material escrito para el estudio
de disciplinas teológicas y filosóficas. En muchos casos la necesidad
procede de personas que no pueden acudir a clases presenciales, y bus-
can un método de aprendizaje autónomo, o con la guía de un profesor.
Estas personas requieren un material valioso por su contenido doc-
trinal y que, al mismo tiempo, esté bien preparado desde el punto de
vista didáctico (en muchos casos para un estudio personal).
Con el respaldo académico de la Universidad de Navarra, especial-
mente de sus Facultades Eclesiásticas (Teología, Filosofía y Derecho
Canónico), la Facultad de Filosofía y Letras y la Facultad de Educa-
ción y Psicología, esta colección de manuales de estudio pretende
responder a esa necesidad de formación cristiana con alta calidad pro-
fesional.
3. Las características de esta colección son:
• Claridad doctrinal, siguiendo las enseñanzas del Magisterio de la Igle-
sia católica.
• Exposición sistemática y profesional de las materias teológicas, filoso-
ficas (y de otras ciencias).
• Formato didáctico tratando de hacer asequible el estudio, muchas ve-
ces por cuenta propia, de los contenidos fundamentales de las mate-
rías. En esta línea aparecen en los textos algunos elementos didácti-
eos tales como esquemas, introducciones, subrayados, clasificaciones,
distinción entre contenidos fundamentales y ampliación, bibliografía
adecuada, guía de estudio al final de cada tema, etc.
José M anuel Fidalgo A laiz
José L uis P astor
Directores de la colección
Formato didáctico

Los manuales tienen un formato didáctico básico para facilitar tanto el


eventual estudio del alumno por su cuenta, el autoestudio con preceptor /
tutor, o la combinación de clases presenciales con profesor y estudio per-
sonal.
Estas características didácticas son:
1. Se ha procurado simplificar los contenidos de la materia sin perder la
calidad académica de los mismos.
2. Se simplifican los modos de expresión, buscando la claridad y la senci-
Hez, pero sin perder la terminología teológica. Nos parece importante,
desde un punto de vista formativo, adquirir el uso adecuado de los
términos teológicos principales.
3. En el cuerpo del texto aparecen dos tipos de letra en función de la rele-
vancia del contenido. Mientras que la letra grande significa contenidos
básicos de la materia, la letra pequeña se aplica a un contenido más
explicativo de las ideas principales, más particular o más técnico.
4. El texto contiene términos o expresiones en formato negrita. Se pre-
tende llamar la atención sobre un concepto clave a la hora del estudio
personal.
5. Las enumeraciones y clasificaciones aparecen tipográficamente desta-
cadas para facilitar la visualización rápida de los conceptos, su estudio
y memorización.
6. Al principio de cada tema, inmediatamente después del título, se in-
cluye una síntesis de la idea principal a modo de presentación.
7. En cada tema se presentan varios recursos didácticos:
• Un esquema o sumario de la lección (sirve de guión de estudio y
memorización).
• Un vocabulario de palabras y expresiones usadas en el desarrollo
del tema. Sirve para enriquecer el propio bagaje de términos aca­
démicos y sirve también de autoexamen de la comprensión de los
textos.
• Una guía de estudio. Se trata de un conjunto de preguntas. El cono-
cimiento de las respuestas garantiza una asimilación válida de los
principales contenidos.
• Textos para comentar. Pueden dar pie a lecturas formativas o a ejer-
cicios (guiados por un profesor).
8. Se dispone al final de una bibliografía básica y sencilla de los princi-
pales documentos que pueden servir para ampliar el contenido de la
materia.
8 J

PR ESEN TAC IÓ N
K_______________

En el presente manual pretendo exponer de modo sintético las virtudes teo-


lógales: fe, esperanza y caridad, tomando como base la Sagrada Escritura, la
Tradición y el Magisterio de la Iglesia, y mostrando la relación de cada una de
ellas con las realidades humanas correspondientes: la fe humana, la pasión de
la esperanza, la fortaleza, la justicia o el amor de amistad.
En el Tema 1 se hace un estudio general de las virtudes sobrenaturales y los
dones del Espíritu Santo, dones gratuitos de Dios, que deben estar íntimamen-
te unidos a las virtudes humanas, de modo que el cristiano sea muy humano y
muy sobrenatural, a imagen de Cristo, que es perfecto Dios y hombre perfecto.
En los Temas 2,3 y 4 se estudia la naturaleza de la fe teologal, la vida de fe y
los pecados contra esta virtud. El mismo esquema se sigue en los Temas 5, 6 y
7 respecto a la esperanza.
A la virtud de la caridad se dedican cuatro temas, en los que se estudia la natu‫־‬
raleza de la caridad (Tema 8), el amor de Dios y la respuesta del hombre (Tema
9), las manifestaciones de la caridad con Dios (Tema 10) y las manifestaciones
de la caridad con uno mismo y con el prójimo (Tema 11).
La orientación de fondo es conocer, en primer lugar, en qué consiste cada una
de las virtudes teologales; cómo vivirlas en la vida ordinaria; y qué pecados se
deben evitar respecto a cada una de ellas.
En el Tema 12 se estudia la virtud de la religión, virtud humana relacionada
con la justicia, que adquiere una nueva fisonomía cuando entra a formar parte
del organismo de las virtudes cristianas, cuya cabeza son las virtudes teolo-
gales.
Siguiendo el estilo de los manuales de esta colección, he reducido todo lo posi-
ble las referencias, y las he añadido no a pie de página sino en el propio texto.
Como es lógico en un manual, me he servido de las ideas y exposiciones de
muchos autores, citados en la bibliografía final, pero de modo especial soy
deudor de un trabajo sobre las virtudes teologales realizado hace años por mi
querido amigo y profesor José Luis González-Alió: unos apuntes que sin duda
estaban destinados a la elaboración de un manual. Sea este que ahora publico
un homenaje al que fue un excelente profesor de Teología en la Universidad
Pontificia de la Santa Cruz (Roma). Agradezco también las sugerencias y co-
rrecciones de los profesores Augusto Sarmiento, Ramiro Pellitero y José Anto-
nio García-Prieto.
10 f
S IG LA S
\

AA CONCILIO VATICANO II, Decreto Apostoücam actuositatem (18.


XI.1965).
CA S. JUAN PABLO II, Ene. Centesimas amtus (1.V.1991).
CEC Catechismus Catholicae Ecclesiae (Catecismo de la Iglesia Católica) (11.
XI.1992).
CIC Corpus luris Canoniá (Código de Derecho Canónico) (25.1.1983).
CG SANTO TOMÁS DE AQUINO, Summa contra gentes.
CV BENEDICTO XVI, Encíclica Caritas in veritate (29.VI.2009).
DC BENEDICTO XVI, Encíclica Deus Caritas est (25.XII.2005).
DV CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática Det Verbum (18.
IX.1965).
Dz H. DENZINGER-P. HÜNERMANN, El magisterio déla iglesia. Enchiri‫־‬
dion symbolorum, definitionum et declarationunt de rebusfidei et moribus,
Herder, Barcelona 1999.
GS CONCILIO VATICANO II, Constitución pastoral Gaudium et spes
(7.XII.1965).
LF FRANCISCO, Encíclica Lumenfidei (29.VI.2013).
LG CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática Lumen gentium
(21.XI.1964).
SC BENEDICTO XVI, Ex. Apost. Sacramentum caritatis (22.11.2007).
SRS S. JUAN PABLO II, Encíclica Solliátudo rei socialis (30.XH.1987). 11
SS BENEDICTO XVI, Encíclica Spe salvi (30.IX.2007).
S.Th. SANTO TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae.
UR CONCILIO VATICANO II, Decreto Unitatis redintregatio (21.XI.1964).
VS S. JUAN PABLO II, Encíclica Veritatis splendor (6.VIII.1993).
12 J
L A D IV IN IZ A C IO N
DEL C R IS T IA N O :
LAS V IR T U D E S S O B R E Ñ A ‫־‬
T U R A L E S Y L O S DO NES
D EL ESP ÍR ITU S A N TO

El cristiano unido a Dios por la gracia santificante es un ser hum ano divi‫־‬
nizado, hijo de Dios no solo por haber sido creado, sino tam bién porque
participa de la naturaleza divina. Con la gracia, Dios le otorga las virtudes
sobrenaturales, los dones del Espíritu Santo y diversos carismas, que lo
capacitan para identificarse con Cristo y llevar a cabo la m isión de cola-
borar con Dios en la salvación propia y del m undo entero.

SUMARIO
1. LA VOCACIÓN DEL CRISTIANO. 1.1. El fin sobrenatural. 1.2. El ser humano,
creado para ser otro Cristo · 2. LAS VIRTUDES SOBRENATURALES Y LOS DO-
NES DEL ESPIRITU SANTO · 3. LAS VIRTUDES TEOLOGALES. 3.1. Existencia de
las virtudes teologales. 3.2. Son dones d e Dios. 3.3. Dios es su objeto y su fin. 3.4.
Son necesarias para alcanzar el fin sobrenatural. 3.5. Definiciones ♦ 4. LOS DONES
DEL ESPIRITU SANTO. 4.1. ¿Qué son? 4.2. Son necesarios para vivir com o hijos d e
Dios. 4.3. El núm ero d e los dones. 4.4. Al servicio d e las virtudes teologales · 5. LOS
CARISMAS · 6. LA RELACIÓN DE LAS VIRTUDES HUMANAS Y LAS SOBREÑA-
TURALES. 6.1. El organismo cristiano d e las virtudes. 6.2. Unión d e las virtudes hu-
m anas y sobrenaturales. 6.3. Las virtudes hum anas y las sobrenaturales se necesitan
m utuam ente. 6.4. Unidad d e vida y santidad en la vida ordinaria · 7. LA IGLESIA,
AMBITO DE LA ADQUISICIÓN y EDUCACIÓN DE LAS VIRTUDES. 7.1. El verdade-
ro sentido d e la vida. 7.2. Los vínculos d e la verdad, la caridad y la tradición. 7.3. Los
modelos d e virtud en la Iglesia.
1. La vocación del cristiano 13
1.1. El fin sobrenatural

Dios es infinito, eterno y plenamente feliz; no necesita nada, porque ya lo tiene


todo, toda la gloria, toda la bondad y todo el amor, porque goza de la eterna
entrega entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Entonces, ¿por qué nos ha
creado?
El Magisterio de la Iglesia responde en diversos lugares a esta pregunta:
• En Gaudium et spes: «La Iglesia, aleccionada por la revelación divina, afir-
ma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz más allá
de los límites de la miseria terrestre» (n.18).
• En el Catecismo de ia iglesia Católica: «Dios, infinitamente perfecto y bien-
aventurado en sí mismo, en un designio de pura bondad ha creado libre-
mente al hombre para hacerlo partícipe de su vida bienaventurada (.‫») ״‬
(n.l).
El motivo del acto creador es que Dios quiere -sin ninguna necesidad, con ab-
soluta libertad- que haya otras personas que puedan ser felices participando
de su propia felicidad por el conocimiento y el amor.
La Escritura, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia afirman también que el
fin último de la creación es la gloria de Dios. Gloria de Dios y felicidad del
hombre van unidas. Dar gloria a Dios significa conocerlo y amarlo. Yconocer
y amar a Dios (y ser amados por Él) es lo que nos hace felices.
¿Qué felicidad quiere Dios para la persona creada? Dios quiere para nosotros
no solo la felicidad que se obtiene como fruto del conocimiento y amor natura-
les, sino la que es fruto del conocimiento y amor sobrenaturales: Dios nos ha
destinado a un fin sobrenatural, a participar de bienes que superan totalmente
nuestra inteligencia y nuestro corazón.
El fin sobrenatural al que estamos destinados consiste en ver y amar a Dios tal
como es, cara a cara, en la unidad de su Ser y en la Trinidad de las personas di-
vinas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Estamos llamados a una felicidad sobreña-
tural, infinitamente superior a la felicidad natural: «Sabemos que, cuando él se
manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como es» (ljn 3,2).
El camino para alcanzar este fin sobrenatural es Cristo.
1.2. El ser humano, creado para ser otro Cristo

En el mismo acto en el que Dios decide crear al hombre, lo elige para que sea
su hijo en Cristo, hermano de Cristo.

a) Elegidos en Cristo antes de la creación del mundo


La vocación del hombre en Cristo está expresada de un modo especialmente
claro en la Carta a los Efesios:
«Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido
en Cristo con toda bendición espiritual en los ciclos, ya que en él nos eligió antes
de la creación del mundo para que fuéramos santos y sin mancha en su presencia,
por el amor; nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por Jesucristo conforme al
beneplácito de su voluntad» (Ef 1 3 5 ‫)־‬.

Reflexionemos brevemente sobre este pasaje:


• «En él (en Cristo) nos eligió antes de la creación del mundo». No se trata
de una elección posterior a la creación o al pecado original. Es una «gracia
dada antes de todos los siglos» (2Tm 1,9-10), que nace del amor trinitario.
Ser elegidos en Cristo significa que todo hombre está llamado a ser hijo
de Dios por Cristo, a identificarse con el Hijo de Dios por naturaleza.
• «Para que fuéramos santos y sin mancha en su presencia, por el amor».
Todos los hombres estamos llamados a ser santos identificándonos con
Cristo, como se afirma también en ITs 4,3: «Porque esta es la voluntad de
Dios: vuestra santificación». La santificación consiste en la comunión con
el Padre y con el Espíritu Santo, por medio de la unión personal con Cristo.
• «Por el amor». La clave o la esencia de la identificación con Cristo es el
amor a Dios, y a uno mismo y a los demás por Dios. El amor es la esencia
de la santidad.
• «Nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por Jesucristo». El hombre está
llamado a ser hijo en el Hijo. «En Él y por Él, llama a los hombres a ser,
en el Espíritu Santo, sus hijos de adopción, y por tanto los herederos de su
vida bienaventurada» (CEC, n.l).
A partir de esta revelación, se entiende mejor lo que afirma GS, n.22, que solo
en Cristo el hombre se desvela plenamente al hombre. En Cristo se encuen-
tra el origen eterno, el sentido y el fin de nuestra existencia, la sublimidad de
nuestra vocación.
b) La vocación universa¡ a ¡a santidad en Cristo
La llamada de Dios a ser hijos en el Hijo es una invitación personal a participar
en la intimidad divina del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; es una invitación
a vivir vida sobrenatural. Esta vida sobrenatural de intimidad con la Trinidad
se puede vivir ya en la tierra, y de modo pleno en el Cielo, donde la persona
podrá ver a Dios cara a cara.
Para vivir vida sobrenatural y alcanzar el fin sobrenatural al que estamos lia-
mados, el único medio es la identificación con Cristo, Camino, Verdad y Vida
para todos los hombres.
El Concilio Vaticano II, en la Constitución pastoral Gaudiutn et $pes, afirma: «Esto
vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres (...); la
vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina» (n.22).

La llamada a la identificación con Cristo, a ser santos, es universal, pero a la


vez es personal: Dios llama a "cada uno‫ ״‬: «Yo te he redimido y te he llamado
por tu nombre» (Is, 43,1).
Es además una llamada omnicomprensiva: todas las circunstancias de la vida
de cada uno pueden ser lugar, medio y tiempo oportuno de santificación. Esto
se explica porque la llamada divina es el fundamento mismo del ser del hom-
bre.

c) La identificación ontológica y moral con Cristo


En el Bautismo se produce la identificación ontológica del hombre con Cris-
to. La persona que acepta la verdad y la voluntad salvadora de Dios recibe el
nuevo ser y la nueva vida con la gracia, que configura a cada ser humano con
Cristo, que 10 eleva a la categoría de hijo de Dios y hermano de Cristo, por el
Espíritu Santo (cf. 2C0r 5,17).
La persona que ha renacido en Cristo por la gracia del Espíritu Santo puede
vivir una vida nueva, la vida de los hijos de Dios, miembros del Cuerpo de
Cristo que es la Iglesia. Para vivir esta vida el hombre está capacitado por las
virtudes infusas que recibe con la gracia.
«La Santísima Trinidad da al bautizado la gracia santificante, la gracia de la justi-
ficación, que le hace capaz de creer en Dios, de esperaren él y de amarlo mediante
las virtudes teologales; le concede poder vivir y obrar bajo la moción del Espíritu
Santo mediante los dones del Espíritu Santo; le permite crecer en el bien mediante
las virtudes morales. Así todo el organismo de la vida sobrenatural del cristiano
tiene su raíz en el santo Bautismo» (CEC, n.1266)
Identificado con Cristo por la gracia, el cristiano debe identificarse con Cristo
a través de su conducta libre, de modo que no sea él quien viva, sino Cristo en
él (cf. Gal 2,20). Es la identificación moral, la santidad del obrar.
Identificarse con Cristo implica participar en la misión de Cristo, como miem-
bro de la Iglesia, ejercitando las funciones de sacerdote, profeta y rey.

2. Las virtudes sobrenaturales y los dones del Espíritu Santo


La vida nueva del cristiano, hijo de Dios, que consiste en seguir, imitar e iden-
tificarse con el Hijo por naturaleza, es posible gracias al Don del Espíritu San-
to, que habita en el alma del cristiano.
Dios infunde la gracia en nuestra inteligencia y en nuestra voluntad; y con la
gracia, las virtudes sobrenaturales o infusas y los dones del Espíritu Santo,
que nos dan la posibilidad de obrar como hijos de Dios, en conformidad con
el fin sobrenatural al que estamos llamados.
En el campo de las virtudes sobrenaturales y los dones, la iniciativa y el ere-
cimiento dependen de Dios. Los dones de Dios tienen la primacía no solo
ontológica, sino también histórica: «Nosotros amamos, porque Él nos amó
primero» (ljn 4,19).
En consecuencia:
• son gratuitos, es decir, se adquieren y crecen no por las fuerzas naturales,
sino por el don de la gracia y por los medios que Dios ha dispuesto para
su aumento: oración y recepción fructuosa de los sacramentos. El hombre
debe desearlos, pedirlos, no poner obstáculos para recibirlos y, una vez re-
cibidos, cooperar con sus obras buenas y merecer así su aumento, siempre
causado gratuitamente por Dios;
• no disminuyen directamente por los propios actos, pero pueden dismi-
nuir indirectamente por los pecados veniales, porque enfrían el fervor de
la caridad;
• desaparecen con la gracia por el pecado mortal, excepto la fe y la esperan-
za, que permanecen en estado informe e imperfecto, a no ser que se peque
directamente contra ellas (por ejemplo, por infidelidad, desesperación,
etc.).
Ahora bien, como los dones de Dios no anulan la libertad humana, requieren
la colaboración del hombre. De ahí que la vida moral sea a la vez e insepara-
blcmente don y tarca. Don porque Dios nos llama, nos diviniza con su gracia,
nos da las virtudes sobrenaturales, la capacidad de participar de su vida. Y
tarea porque esos dones de Dios se hacen vida en la medida en que los asumí-
mos personal y libremente (cf. J.L. Illanes, 2007,399-400).
Las virtudes sobrenaturales suelen dividirse en teologales y morales.
La existencia de las virtudes morales sobrenaturales: prudencia, justicia, for‫־‬
talcza y templanza infusas, es doctrina común entre Padres y teólogos.
• En muchos pasajes de la Escritura las virtudes morales se presentan como
dones que se piden a Dios y se reciben de Él.
• Como el cristiano camina hacia su fin sobrenatural a través de todas sus
acciones, parece lógico pensar que las virtudes humanas sean elevadas al
plano sobrenatural, a fin de que pueda realizar con sentido divino todas
las tareas de su vida.

3. Las virtudes teologales


3.Ί. Existencia de las virtudes teologales

La existencia de las virtudes teologales solo la conocemos por la Revelación.


En la Sagrada Escritura, además de los textos en los que se habla de cada una
de ellas, hay otros, como los siguientes, que unen las tres en un conjunto ar-
mónico:
• «Nosotros (...) mantengámonos sobrios, estemos revestidos con la coraza
de la fe y de la caridad, con el yelmo de la esperanza de la salvación» (lTs
5,8).
• «Ahora permanecen la fe, la esperanza, la caridad: las tres virtudes. Pero
de ellas la más grande es la caridad» (ICor 13,13).
De acuerdo con estas enseñanzas bíblicas, el Concilio de Tiento enseña que
«en la misma justificación, juntamente con la remisión de los pecados, recibe
el hombre las siguientes cosas, que se le infunden por Jesucristo, en quien es
injertado: la fe, la esperanza y la caridad» (Sesión VI, cap.7).

3.2. Son dones de Dios

Las virtudes teológicas o teologales son dones de Dios por los que el hombre
se une a Él en su vida íntima.
Son verdaderas virtudes, es decir, disposiciones permanentes del cristiano
que le permiten vivir como hijo de Dios, como otro Cristo, en todas las cir-
cunstancias. El sujeto de las acciones de creer, esperar y amar es la persona
humana.
Las virtudes teologales no solo perfeccionan las potencias de la persona, sino
que la elevan a un nuevo nivel (sobrenatural) de conocimiento y amor, por-
que son una participación del conocimiento y amor divinos.

3.3. Dios es su objeto y su fin

No solo llevan hacia Dios, como las demás virtudes, sino que tienen por obje-
to a Dios, a quien se adhieren: tocan a Dios, alcanzan a Dios, es decir, elevan
la capacidad humana de conocer y amar hasta hacer partícipe al hombre del
conocer y amar divinos (cf. S.Th., II-II, q.17, a.6).
Además, Dios es su origen y su fin, porque, a través de la acción del Espíritu
Santo, las infunde en el alma, las activa internamente y hace que las acciones
humanas de creer, esperar y amar acaben en el mismo Dios.

3.4. Son necesarias para alcanzar el fin sobrenatural

Las virtudes teologales son necesarias para saber que el destino del hombre es
la contemplación amorosa de Dios, cara a cara; y para poder vivir como hijos
de Dios y merecer la vida eterna:
• por la fe, el hombre puede saber, asintiendo a lo que Dios le ha revelado,
que la vida con la Santísima Trinidad es el fin al que está llamado;•
• la esperanza refuerza su voluntad para que confíe plenamente en que, con
la ayuda divina, puede alcanzar su destino; y
• la caridad le confiere el amor efectivo por su fin sobrenatural.
Gracias a las virtudes teologales -que «son la garantía de la presencia y la
acción del Espíritu Santo en las facultades del ser humano» (CEC, n.1813)-,
la persona crece en intimidad con las Personas divinas y se va identificando
cada vez más con el modo de pensar y amar de Cristo.
Perfeccionadas por los dones del Espíritu Santo, las virtudes teologales propor-
cionan la sabiduría o visión sobrenatural, por la que el hombre, en cierto modo,
ve las cosas como las ve Dios, pues participa de la mente de Cristo (cf. ICor 2,16).
Si las virtudes humanas potencian la libertad, con las virtudes teologales y
los dones, la persona adquiere la «libertad gloriosa de los hijos de Dios» (Rm
8,21). El dominio sobre uno mismo ya no es solo el que se alcanza por las
propias fuerzas, sino también el que se adquiere por participar del señorío de
Dios, pues el Espíritu Santo es el principio vital de todo el obrar.
Por todo ello, las virtudes teologales constituyen la esencia y el fundamento
de toda la moral cristiana.

3.5. Definiciones

• Por la fe, «creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha revelado, que la San-
ta Iglesia nos propone, porque Él es la verdad misma» (CEC, n.1418); por
tanto, por la fe, se conoce la intimidad de Dios.
• Por la esperanza «aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como
felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y
apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del
Espíritu Santo» (CEC, n.1817).
• Por la caridad, Dios nos ama y nos da el amor con que podemos librcmen-
te amarle a Él «sobre todas las cosas por Él mismo y a nuestro prójimo
como a nosotros mismos por amor de Dios» (CEC, n.1822).

4. Los dones del Espíritu Santo


4.1. ¿Qué son?

Los dones del Espíritu Santo son hábitos sobrenaturales que disponen a la
inteligencia y a la voluntad para recibir las inspiraciones e impulsos del Espí-
ritu Santo.
«El hombre justo, que ya vive la vida de la gracia y opera por las correspondientes
virtudes -como el alma por sus potencias- tiene necesidad además de los siete
dones del Espíritu Santo. Gracias a ellos el alma se dispone y fortalece para seguir
más fácil y prontamente las inspiraciones divinas» (León XIII, Ene. Divbium ittud
munus, n.12).
Si son hábitos sobrenaturales, como las virtudes infusas, ¿cuál es la diferencia
entre los dones del Espíritu Santo y dichas virtudes?
• Las virtudes infusas permiten que la persona realice actos sobrenaturales
al "modo humano", es decir, dirigida por su razón iluminada por la fe.
• Los dones, en cambio, permiten que la persona realice actos sobrenatura‫־‬
les bajo la influencia directa, inmediata y personal del Espíritu Santo,
que es así el impulsor, el guía y la medida de las acciones de los hijos de
Dios, a fin de que vivan como otros Cristos en el mundo (cf. S.Th., q.68,
aa.1-8).
Los actos realizados bajo la influencia de los dones son los más hu manos, los más
libres, los más personales, y, a la vez, los más divinos, los más meritorios. La ini-
ciativa es de Dios; pero el cristiano, por su parte, tiene que consentir libremente
a la acción divina.

4.2. Son necesarios para vivir com o hijos de Dios

Para vivir como hijo de Dios, el hombre necesita la guía continua del Espíritu
Santo, y los dones 10disponen a seguir esa guía. Por medio de los dones. Dios
le comunica su modo de pensar, de amar y de obrar, en la medida en que es
posible a una criatura (cf. M.M. Philipon, 1997,125).
Los dones perfeccionan a las virtudes teologales para que el cristiano pueda
conformarse a Cristo, vivir como otro Cristo, pensar como Él, tener sus mis-
mos sentimientos y realizar así su misión en esta tierra, que es continuar la
misión de Cristo.
Si las virtudes humanas proporcionan a la persona una cierta connaturalidad con
el bien, las virtudes teologales y los dones le conceden una más perfecta instinti-
vidad o connaturalidad con lo divino, para conocer y obrar el bien: conforman al
hombre con el pensamiento y la voluntad de Cristo, y hacen que le sea connatural
pensar, sentir y obrar como hijo de Dios (cf. S.Th., I-II, q.108, a.l).

4.3. El número de los dones

En el libro de Isaías se señalan seis dones: «Sobre él reposará el Espíritu del


Señor: espíritu de sabiduría y de entendimiento; espíritu de consejo y de for-
taleza; espíritu de ciencia y de temor del Señor, y 10 inspirará con el temor del
Señor» (Is 11,2-3).
El número de siete dones proviene de la versión de los Setenta, en la que se
tradujo por dos vocablos griegos diferentes ‫ ״ ־‬piedad" y "temor de Dios‫ ״‬- la
palabra hebrea "yirah", repetida dos veces.
Los Padres de la Iglesia y los teólogos medievales utilizaban los Setenta y la
Vulgata, por lo que se hizo tradicional el número siete, y la Iglesia así 10enseña
en su magisterio ordinario.
«Se puede decir -afirma san Juan Pablo II- que el desdoblamiento del temor
y de la piedad, cercano a la tradición bíblica sobre las virtudes de los grandes
personajes del Antiguo Testamento, en la tradición teológica, litúrgica y cate-
quética cristiana se convierte en una relectura más plena de la profecía, aplica-
da al Mesías, y en un enriquecimiento de su sentido literal» (Audiencia general,
3-IV-1991).

4.4. Al servido de las virtudes teologales

Los dones del Espíritu Santo están subordinados enteramente a las virtudes
teologales, a su servicio. Son las virtudes teologales las que unen inmediata-
mente a Dios.
Las virtudes morales sobrenaturales y los dones tienen, respecto a las virtudes
teologales, el valor de medios: ayudan al hombre a unirse mejor a Dios.
Los dones son solo auxiliares de las virtudes teologales, porque proporcionan
a las facultades humanas disposiciones nuevas (sobrenaturales) para que la
persona pueda creer, esperar y amar con la máxima perfección (cf. M.M. Phi-
lipón, 1997,154ss).

5. Los carismas
Carisma (del griego diarismo) es, en la perspectiva cristiana y en general, todo
don gratuito que procede del amor (charis) de Dios.
De modo más concreto, se llaman carismas las gracias que Dios concede a
cada cristiano para llevar a cabo su misión en la Iglesia. En este sentido, san
Pablo afirma: «Cada cual tiene de Dios su propio don, uno de una manera,
otro de otra» (ICor 7,7).
Entre los carismas, san Pablo enumera el poder de hacer curaciones, de obrar
milagros, de profetizar, el don de discernimiento de espíritus, el don de lenguas,
el de interpretarlas, etc. (cf. ICor 12,4-11).

En la teología actual hay también un sentido más propio y estricto de caris-


ma, que el Concilio Vaticano II denomina «gracias especiales», distintas de la
gracia habitual, de las virtudes y de los sacramentos (cf. LG, n.12); son dones
que el Espíritu Santo otorga ‫ ״‬libremente", en cuanto que su recepción no va
vinculada a la administración de un sacramento, si bien también estos caris-
mas se complementan con las gracias propiamente sacramentales.
Muchos de esos carismas o «gracias especiales» son ordinarios: Dios los con-
cede a muchos o incluso a todos los cristianos, para acompañar la búsqueda
de la santidad con la participación en la cvangelización.
• Muchos de ellos son gracias que apoyan o completan a diversos talentos
naturales que poseen las personas, como la capacidad de trabajo o la faci-
lidad para cuidar o enseñar a los demás;
• otros son dones que acompañan a diversas vocaciones que existen en la
Iglesia de modo permanente, como el celibato, etc.
De estos dones, unos son transeúntes, mientras otros permanecen en la per-
sona a lo largo de toda su vida.
Existen también carismas que pueden considerarse extraordinarios, en el sen-
tido de poco frecuentes o destinados a tareas muy concretas, necesarias en un
tiempo más o menos largo.
En relación con los carismas extraordinarios se pueden considerar las señales que
Cristo promete que acompañarán a los creyentes (cf. Me 16,1718‫)־‬: una promesa
que se cumple no solo en los primeros tiempos de la Iglesia (como muestra, por
ejemplo, el libro de los Hechos de tos Apóstoles), sino también a lo largo de toda su
historia.
En todo caso, propiamente hablando, todos los carismas se conceden primor-
dial y fundamentalmente en beneficio de la comunidad y no primeramente
para el progreso espiritual del que los recibe. San Pedro exhorta a «que cada
uno ponga al servicio de los demás el don que ha recibido, como buenos ad-
ministradores de la múltiple y variada gracia de Dios» (1P 4,10).
Como todos los dones deben estar al servicio de la comunidad cristiana, el
principio que los reúne y asume a todos es la caridad, que es el mayor de los
dones espirituales (cf. ICor 12,3113 ‫־‬,lss). Por tanto, la valoración de los caris-
mas se mide en relación con la caridad y sus frutos.
Respecto a los carismas o dones extraordinarios, el Concilio Vaticano II nos
recuerda que «no hay que pedirlos temerariamente ni hay que esperar impru-
dentemente de ellos los frutos de los trabajos apostólicos. El juicio acerca de
su autenticidad y a regulación de su ejercicio pertenece a los que dirigen la
Iglesia» (LG, n.12).
La Iglesia está bajo la acción del Espíritu Santo en todos sus miembros: déri-
gos y seglares, hombres y mujeres. En un sentido amplio, todo en la Iglesia
es "carismático" como también todo es "jerárquico‫( ״‬son dos dimensiones de
la misma y única Iglesia). Existe en ella una íntima relación entre los carismas
ordinarios y extraordinarios y el aspecto institucional. No cabe, por tanto, ha-
blar de una Iglesia carismática y otra Iglesia institucional, como dos realidades
separadas y opuestas.

6. La relación de las virtudes humanas y las sobrenaturales


6.1. El organism o cristiano de las virtudes

«Las virtudes no existen aisladas -afirma S. Pinckaers, a quien seguimos de


cerca en este apartado-; forman siempre parte de un organismo dinámico que
las reúne y las ordena alrededor de una virtud dominante, de un ideal de vida
o de un sentimiento principal que les confiere su valor y medida exactas. Al
pasar de un sistema moral a otro, una virtud se integra en un organismo nue-
vo» (2007,170).
El organismo de las virtudes del hombre renacido en el Bautismo es radical-
mente nuevo respecto al concebido por la filosofía griega y romana y por el
pensamiento judío. San Pablo pone de relieve esta novedad, sobre todo en la
Primera carta a los Corintios y en la Carta a los Romanos.
La virtud dominante y el nuevo fundamento del edificio moral, sobre el cual
se asientan las demás virtudes, es la fe en Jesús, crucificado, muerto y resuri‫־‬
tado. El nuevo ideal de vida es la identificación con Cristo. En consecuencia, la
vida moral es radicalmente transformada (cf. S. Pinckaers, 2007,157).
El centro de la moral cristiana es Jesús. Él es la fuente de la santidad y de la
sabiduría nuevas ofrecidas a los hombres por Dios.
Las morales humanas dicen lo que se debe hacer, pero dejan a los hombres solos
ante esas exigencias. El cristiano, en cambio, posee una fuente de vida que actúa
desde el interior: el Espíritu Santo, que lo hace vivir en Cristo y lo modela a ima-
gen de Cristo.
El centro y el fin de la vida del cristiano unido a Cristo por la fe y el amor, se
encuentran en Cristo resucitado, hacia el que camina lleno de esperanza, pero
sin despreciar las realidades terrenas, sino precisamente identificándose con
Cristo en y a través de ellas.
La consecuencia de la fe es la caridad: una virtud que supera a todas las vir-
tudcs humanas, pues tiene su fuente en Dios. El amor de Dios se derrama en
el corazón del cristiano (cf. Rm 5,5) y penetra todas las virtudes, las purifica,
las eleva y les confiere una dimensión divina.
6.2. Unión de las virtudes humanas y sobrenaturales

En el sujeto moral cristiano, las virtudes humanas y sobrenaturales están uní-


das y forman un organismo moral, con un único fin: la identificación con
Cristo y, en consecuencia, la realización en el mundo de la participación en la
misión de Cristo. Las virtudes sobrenaturales y las humanas se exigen mutua-
mente para la perfección de la persona.
Cuando se intenta profundizar en el misterio de la unión de lo humano y lo
sobrenatural (creación-redención) en el hombre, es fácil derivar hacia la com-
prensión de ambos órdenes como yuxtapuestos, sin conexión. La consecuen-
cia es que se tiende a reducir al hombre a un ser unidimensional, prevalecien-
do en unos casos la dimensión natural (naturalismo, laicismo) y en otros la
sobrenatural (esplritualismo, pietismo).
Para evitar los peligros mencionados, es necesario recordar que Cristo es el
fundamento a la vez de la antropología y del obrar moral de todo hombre,
pues todo hombre ha sido elegido en Cristo «antes de la creación del mundo»
para ser santo y sin mancha en la presencia de Dios, por el amor, y predestina-
do a ser hijo adoptivo por Jesucristo (cf. Ef 1,3-7).
De modo análogo a como en Cristo -perfecto Dios y hombre perfecto- se
unen sin confusión la naturaleza humana y la divina, en el cristiano deben
unirse las virtudes humanas y las sobrenaturales. Para ser buen hijo de Dios,
el cristiano debe ser muy humano. Y para ser humano, hombre perfecto, en
el estado actual, necesita la gracia, las virtudes sobrenaturales y los dones del
Espíritu Santo.
«Cierta mentalidad laicista y otras maneras de pensar que podríamos llamar pie·
tistas, coinciden en no considerar ai cristiano como hombre entero y pleno. Para
los primeros, las exigencias del Evangelio sofocarían las cualidades humanas;
para los otros, la naturaleza caída pondría en peligro la pureza de la fe. El resulta-
do es el mismo: desconocer la hondura de la Encamación de Cristo, ignorar que
el Verbo se hizo carne, hombre, y habitó en medio de nosotros (Ioh 1,14)» (S. Josemaría
Escrivá, 1977, n.74).
«Si aceptamos nuestra responsabilidad de hijos suyos, Dios nos quiere muy
humanos. Que la cabeza toque el cielo, pero que las plantas pisen bien seguras
en la tierra. El precio de vivir en cristiano no es dejar de ser hombres o abdicar
del esfuerzo por adquirir esas virtudes que algunos tienen, aun sin conocer a
Cristo. El precio de cada cristiano es la Sangre redentora de Nuestro Señor, que
nos quiere -insisto- muy humanos y muy divinos, con el empeño diario de imi-
tarle a Él, que es perfectos Deus, perfectos homo» (S. Josemaría Escrivá, 1977, n.75).
6.3. Las virtudes humanas y las sobrenaturales se necesitan mutuamente 25
En el estado real del hombre -redimido, pero con una naturaleza herida por el
pecado original y los pecados personales-, las virtudes humanas no pueden
ser perfectas sin las sobrenaturales. Por eso se puede afirmar que solo el cris-
tiano es hombre en el sentido pleno del término.
«Solo la dase de conocimiento que proporciona la fe, la dase de expectativas que
propordona la esperanza, y la capacidad para la amistad con los otros seres hu-
manos y con Dios que es el resultado de la caridad, pueden proveer a las otras
virtudes de lo que necesitan para convertirse en auténticas excelenáas, que con-
formen un modo de vida en el cual y a través del cual puedan obtenerse lo bueno
y lo mejor» (A. Maclntyre, 1992,181).
Pero las virtudes sobrenaturales sin las humanas, carecen de auténtica perfec-
ción, pues la gracia supone la naturaleza. En este sentido, las virtudes huma‫־‬
ñas son fundamento de las sobrenaturales. Por eso, si un cristiano no lucha
por vivir las virtudes humanas, fracasa también en el ejercicio de las sobreña-
turalcs.
Las virtudes humanas pueden ser camino hacia las sobrenaturales:
«En este mundo, muchos no tratan a Dios; son criaturas que quizá no han tenido
ocasión de escuchar la palabra divina o que la han olvidado. Pero sus disposicio-
nes son humanamente sinceras, leales, compasivas, honradas. Y yo me atrevo a
afirmar que quien reúne esas condiciones está a punto de ser generoso con Dios,
porque las virtudes humanas componen el fundamento de las sobrenaturales. Es
verdad que no basta esa capacidad personal: nadie se salva sin la gracia de Cristo.
Pero si el individuo conserva y cultiva un principio de rectitud. Dios le allanará
el camino; y podrá ser santo porque ha sabido vivir como hombre de bien». (S.
Josemaría Escrivá, 1977, nn.74-75).
Las virtudes humanas disponen para conocer y amar a Dios y a los demás. Las
sobrenaturales potencian ese conocimiento y ese amor más allá de las fuerzas
naturales de la inteligencia y la voluntad; asumen las virtudes humanas, las
purifican, las elevan al plano sobrenatural, las animan con una nueva vida, y
así todo el obrar del hombre, al mismo tiempo que se hace plenamente huma-
no, se hace también ‫ ״‬divino‫ ״‬.

6.4. Unidad de vida y santidad en la vida ordinaria

La unión de las virtudes sobrenaturales y humanas significa que toda la vida


del cristiano debe tener una profunda unidad: en todas sus acciones busca
el mismo fin, la gloria del Padre, tratando de identificarse con Cristo, con la
gracia del Espíritu Santo; al mismo tiempo que vive las virtudes humanas,
puede y debe vivir las sobrenaturales. Todas las virtudes y dones se aúnan,
en último término, en la caridad, que se convierte en forma y madre de toda
la vida cristiana.
La íntima relación entre virtudes sobrenaturales y humanas ilumina el va-
lor de las realidades terrenas como camino para la identificación del hombre
con Cristo. El cristiano no solo cree, espera y ama a Dios cuando realiza actos
explícitos de estas virtudes, cuando hace oración y recibe los sacramentos.
Puede vivir vida teologal en todo momento, a través de todas las actividades
humanas nobles; puede y debe vivir vida de unión con Dios cuando lucha por
realizar con perfección los deberes familiares, profesionales y sociales. Al mis-
mo tiempo que construye la ciudad terrena, el cristiano construye la Ciudad
de Dios (cf. GS, cap.3).
«No hay nada que pueda ser ajeno al afán de Cristo. Hablando con profundidad
teológica, es decir, si no nos limitamos a una clasificación funcional; hablando
con rigor, no se puede decir que haya realidades -buenas, nobles, y aun indiferen-
tes- que sean exclusivamente profanas, una vez que el Verbo de Dios ha fijado su
morada entre los hijos de los hombres, ha tenido hambre y sed, ha trabajado con
sus manos, ha conocido la amistad y la obediencia, ha experimentado el dolor y
la muerte. Porque en Cristo plugo al Padre poner la plenitud de todo ser, y reconciliar
por Él todas las cosas consigo, restableciendo la paz entre el cielo y la tierra, por medio de
la sangre que derramó en la Cruz (Col 1,19-20)» (S. Josemaría Escrivá, 2002, n.112).
Desde esta perspectiva, puede apreciarse con más claridad la relevancia moral
de algunas virtudes intelectuales como las ciencias, las técnicas, etc. El cristia-
no no se conforma con realizar bien un trabajo, dominar una técnica o inves-
tigar una ciencia, sino que, a través de esas actividades, busca amar a Dios y
servir a los demás, es decir, vive la caridad. Y por este motivo -el amor- trata
de realizar su trabajo no de cualquier manera, sino con perfección humana y
competencia profesional. Además, ese trabajo así realizado es medio y ocasión
para dar testimonio de Cristo con el ejemplo y la palabra.

7. La Iglesia/ ámbito de la adquisición y educación de las virtudes


En la Iglesia no solo se reciben las virtudes sobrenaturales; es además el ám-
bito en el que se dan las condiciones adecuadas para la educación de todas
las virtudes: es la casa del Padre en la que cada uno se sabe hijo y, por tanto,
libre; en la que cada uno se siente querido por sí mismo y ve reconocidos sus
derechos y su dignidad; en la que cada uno se sabe partícipe de un proyecto
común.
7.1. El verdadero sentido de la vida 27
Para la educación de las virtudes, es necesario un ámbito en el que se conciba
la vida moral como un progreso hacia la meta (telos) de la excelencia humana.
Pues bien, en la Iglesia, el cristiano descubre el verdadero y pleno sentido de
su vida, la meta a la que está llamado, es decir, la vocación a identificarse con
Cristo en su ser y en su misión. La gracia, junto con las virtudes humanas y
sobrenaturales, y todos los dones, que el cristiano recibe en la Iglesia, se pre-
sentan como encaminados al cumplimiento de esa vocación.
Dentro de la vocación universal a la santidad, el cristiano descubre también en
la Iglesia su vocación específica, la misión concreta a la que Dios lo ha destina-
do y para cuya realización lo ha dotado de los talentos y carismas necesarios.

7.2. Los vínculos de la verdad, la caridad y la tradición

En la Iglesia, todos los miembros están unidos por los vínculos de la verdad,
la caridad y la tradición, necesarios para la educación en las virtudes.

a) El vínculo de la verdad
«De la Iglesia (el cristiano) recibe la Palabra de Dios, que contiene las enseñan-
zas de la "ley de Cristo‫( » ״‬CEC, n.2030). Los miembros de la Iglesia comparten
una verdad común, la Palabra de Dios, que contiene enseñanzas de fe y moral.

b) El vínculo de la caridad
«El cristiano realiza su vocación en la Iglesia, en comunión con todos los bau-
tizados» (CEC, n.2030). Esta comunión tiene su fundamento en la comunión
con Cristo, Cabeza del Cuerpo que es la Iglesia. Todos están unidos a la misma
Cabeza, todos son hijos de un mismo Padre, todos están vivificados por el
mismo Espíritu, todos tienen la misma misión (participación en la misión de
la Iglesia, en la misión de Cristo).
En el Cuerpo de la Iglesia, hay una corriente vital que va de Cristo a cada uno:
es la gracia con las virtudes sobrenaturales y los dones que Él da; y hay otra
corriente entre todos los miembros del Cuerpo, los del cielo, los del purgatorio
y los que todavía caminan en esta tierra: «El menor de nuestros actos hecho
con caridad repercute en beneficio de todos, en esta solidaridad entre todos
los hombres, vivos o muertos, que se funda en la comunión de los santos.
Todo pecado daña a esta comunión» (CEC, n.953).
Además de esta dimensión ‫ ״‬ontológica‫ ״‬de la comunión de los santos, hay
también una dimensión moral, que consiste en la ayuda mutua que unos a
otros se prestan, con la palabra y el ejemplo, movidos por la caridad, para
vivir todas las virtudes a imitación de Cristo.

c) El vínculo de la tradición
Además de la transmisión del depósito de la fe y la moral, en la Iglesia se
transmiten las virtudes de unos miembros a otros, virtudes que cada uno
debe aprender para ser fiel a la historia sobre la que la Iglesia está asentada: la
de la vida, muerte y resurrección de Cristo.
En esta transmisión tienen una especial importancia, en primer lugar, la fa-
milia (iglesia doméstica) y, en segundo lugar, las asociaciones, movimientos,
comunidades, etc., que el Espíritu Santo suscita a lo largo del tiempo, en armo-
nía con la dimensión institucional de la Iglesia.

7.3. Los m odelos de virtud en la Iglesia

«De la Iglesia, (el cristiano) aprende el ejemplo de la santidad: reconoce en la


Bienaventurada Virgen María la figura y la fuente de esa santidad; la discierne
en el testimonio auténtico de los que la viven; la descubre en la tradición espi-
ritual y en la larga historia de los santos que le han precedido y que la liturgia
celebra a lo largo del santoral» (CEC, n.2030).
El primer ejemplo y modelo de virtudes que el cristiano encuentra en la Igle-
sia es el mismo Cristo. No es un modelo que vivió hace dos mil años, porque
Cristo es siempre contemporáneo a cada cristiano. «La contemporaneidad de
Cristo respecto al hombre de cada época se realiza en su cuerpo, que es la
Iglesia» (VS, n.25).
Las virtudes solo se pueden aprender y comprender en una relación de amis-
tad. Entre Cristo y cada cristiano hay una relación de amor, de caridad que
supera a cualquier amistad humana. Pero esa amistad, por parte del cristiano,
tiene que reforzarse por medio de los sacramentos, las buenas obras y la ora-
ción.
Además, el cristiano aprende las virtudes de la Virgen y de los santos. Espera
también un particular ejemplo por parte de los pastores. Y todos los cristianos,
por la amistad de caridad y conscientes de su misión de evangelizar, deben
ayudarse unos a otros, con su vida y su palabra, a buscar la plenitud de la
virtud que les llevará a la identificación con Cristo.
Por último, toda la comunidad de la Iglesia y cada miembro en particular
deben testimoniar y enseñar a los demás, con sus virtudes, el nuevo modo de
vida que Cristo quiere instaurar en el mundo.

Ejercicio 1. Vocabulario
Identifica el significado de las siguientes palabras y expresiones usadas:

Fin sobrenatural N aturalism o


Filiación divina Laicismo
Pecado venial Esplritualism o
Revelación divina A ntropología
Visión sobrenatural V irtudes humanas
Santidad V irtudes intelectuales
Versión de los Setenta Carisma extraordinario
Don de piedad Telos
Don de fortaleza C om unión de los santos

Ejercicio 2. Guía de estudio


Contesta a las siguientes preguntas:

1. ¿Qué quiere d ecir que las virtud es sobrenaturales son dones gratuitos?
2. ¿Cómo conocem os la existencia de las virtud es teologales?
3. ¿Qué significa que Dios es o b je to y fin de las virtu d e s teologales?
4. ¿Por qué necesitam os las virtud es teologales?
5. ¿Qué significa que los dones del Espíritu Santo nos capacitan para o b ra r de
m odo connatural con Dios?
6. ¿En qué se diferencian los dones de las virtu d e s sobrenaturales?
7. ¿Qué significa que Cristo es el fu nd a m e nto a la vez de la antropología y del
obrar m oral del hom bre?
8. ¿Por qué las virtu d e s sobrenaturales necesitan de las virtud es hum anas y vice-
versa?
9. ¿Qué quiere decir que las virtudes form an un organism o?

10. ¿Por qué no se puede d ecir que haya realidades buenas y nobles exdusivam en-
te profanas?
Ejercicio 3. Comentario de texto
Lee el siguiente texto y haz un comentario personal utilizando los contenidos
aprendidos:

«Toda la vida cristiana se desarrolla en la fe y en la caridad, en la práctica de todas las


virtudes, según la acción íntim a de este Espíritu renovador, del que procede la gracia
que justifica, vivifica y santifica, y con la gracia proceden las nuevas virtudes que consti-
tuyen el entram ado de la vida sobrenatural. Se trata de la vida que se desarrolla no sólo
por las facultades naturales del hom bre -entendim iento, voluntad, sensibilidad- sino
tam bién por las nuevas capacidades adquiridas (...) m ediante la gracia, como explica
santo Tomás de Aquino. Ellas dan a la inteligencia la posibilidad de adherirse a D ios-
Verdad m ediante la fe: al corazón, la posibilidad de amarlo m ediante la candad, que es
en el hom bre com o ‫ ״‬una participación del m ism o am or divino, el Espíritu Santo‫ ;״‬y a
todas las potencias del alma y de la nueva vida con actos dignos de la condición de los
hombres elevados a la participación de la naturaleza y de la vida de Dios m ediante la
gracia: *consortes divinae n a tu ra e como dice San Pedro.

Es como un nuevo organismo interior, en el que se m anifiesta la ley de la gracia: ley


escrita en los corazones, más que en tablas de piedra o en códices de papel; ley a la
que san Pablo llama, como hemos visto, ‫ ״‬ley del espíritu que da vida en Cristo Jesús‫» ״‬.

(S. J u a n Pablo II, Audiencia general, 3.IV.91)


J
TEMA CONCEPTO
2 \ TE O LÓ G IC O DE FE

Este tem a comienza con unas reflexiones sobre los significados de la pa*
labra creer y, más concretam ente, sobre la fe com o realidad humana.
Estas reflexiones nos ayudarán a entender m ejor en qué consiste la fe
teologal, de la que nos hablan la Sagrada Escritura y el M agisterio de la
Iglesia.

SUMARIO
t . ¿QUÉ SIGNIFICA CREER? » 2. LA FE COMO REALIDAD HUMANA 3 ‫׳‬. AL-
GUNAS ENSEÑANZAS DE LA SAGRADA ESCRITURA SOBRE LA FE · 4. LA FE
EN ALGUNAS ENSEÑANZAS DEL MAGISTERIO. 4.1. El Concilio d e Trento. 4.2. El
Concilio Vaticano 1.4.3. El Concilio Vaticano II. 4.4. El Catecism o de la Iglesia Católica.
4.5. Dos encíclicas sobre la fe: Pides e t ra tio y Lum en ñ de i · 5. LA FE, INICIATIVA
DE DIOS Y RESPUESTA DEL HOMBRE. 5.1. La iniciativa d e Dios. 5.2. La respuesta
del hombre. 5.3. Definición agustiniana d e la fe teologal * 6. LA FE "CRISTIANA".
6.1. Jesucristo, fundam ento de nuestra fe. 6.2. El encuentro con Cristo en la Igle-
sia · 7. FE Y GRACIA. 7.1. La fe es un don gratuito d e Dios. 7.2. La fe es auténti-
cam ente hum ana * 8. LA CERTEZA, LA FIRMEZA Y LA UNIVERSALIDAD DE LA
FE » 9. ELACTODEFE.
1. ¿Qué significa creer?
Tener fe es creer, pero en muchos casos, empleamos la palabra "creer" de
modo impropio:
• Cuando decimos: ‫ ״‬creo que mañana hará buen tiempo", la empleamos en
el sentido de opinar, de tener certeza moral de algo; esta certeza supone
estar convencido de algo por argumentos que son subjetivamente suficien-
tes, aunque no lo sean desde el punto de vista objetivo.
• A veces se emplea en el sentido de admitir la doctrina de una religión
natural, que comporta toda una visión del mundo, o de una corriente filo-
sófica, etc.
• En algunos casos, creer equivale a confiar en algo sin tener para ello nin-
guna base racional. Es el caso del que cree, por ejemplo, que puede conocer
el futuro por las cartas astrales.
• Por último, se emplea también la palabra creer en el sentido de apostar por
alguien; por ejemplo, cuando se dice: ‫ ״‬creo en tal persona: estoy seguro de
que puede realizar bien tal trabajo".
En sentido propio, creer significa "tener por verdadero algo que me comunica
otra persona", un testigo en el que confiamos porque tenemos ciertas garan-
tías de que dice la verdad.
En muchos casos, la relación con el testigo que nos comunica algo no es perso-
nal: recibimos continuamente muchos conocimientos como informaciones, a
través de diversos medios, sin conocer a la persona que los trasmite.
Pero la fe adquiere su más profundo sentido cuando la relación con el testigo
es de amistad personal. Entonces, creer es hacer un acto de fe en una persona
que me conoce y que me comunica su intimidad, su mundo interior. Es una
forma de entrega y aceptación mutua, y no solo el asentimiento a una infor-
mación que el otro me comunica. Se trata de la fe interpersonal o de amistad.
Un caso especialísimo de fe interpersonal es la fe sobrenatural en Dios, o fe
teologal, tal como la concibe la Iglesia.

2. La fe como realidad humana


Para entender mejor en qué consiste la fe sobrenatural o fe teologal, nos puede
ayudar la reflexión sobre la fe humana.
En el acto de fe, en el creer a otra persona, se dan siempre dos elementos:
• Creo algo: tengo por verdadero lo que alguien me dice: la fe tiene siempre
un contenido intelectual; es, por tanto, un acto de conocimiento.
• Creo a alguien: tengo algo por verdadero no porque sea evidente para mí,
sino por la "autoridad de verdad" del que me lo dice. Si lo que me dice
fuera evidente para mí, ya no necesitaría creer a esa persona.
En el acto de fe intervienen la inteligencia y la voluntad:
• Con la inteligencia acepto una verdad, y la acepto razonablemente: tengo
razones para creer a la persona que me comunica esa verdad, porque con-
fío en ella, porque es digna de crédito.
• Pero, por muchas razones que haya para creer, la verdad que acepto no es
evidente para mí; por tanto, tengo que "fiarme" de otra persona; y fiarme
de alguien exige un acto de mi voluntad: tengo que querer fiarme.
Como la fe es creer algo a alguien, la inteligencia y la voluntad deben realizar
un doble acto:
a) La inteligencia realiza dos juicios de credibilidad:
• Sobre la persona o testigo: la inteligencia juzga si es creíble, si hay razones
suficientes para saber que no se equivoca y que no nos quiere engañar.
• Sobre el contenido: la inteligencia juzga si lo que dice el testigo es razona-
ble.
b) La voluntad siempre es movida por un bien. Por tanto, es necesario que
creer algo a una persona se le presente como un bien que la mueva a querer
creer. Yesto afecta tanto a la persona como al contenido:
• me interesa, quiero a esa persona, es bueno confiar en ella;
• me interesa, quiero lo que me dice.
Los juicios de credibilidad son condición para que realicemos el acto de fe (lo
hacen razonable), pero lo que nos mueve a creer es el interés, es decir, que
queramos a la persona que nos comunica un conocimiento, y que queramos
esc conocimiento que nos comunica:
a) Querer a la persona que nos comunica un conocimiento: la amistad con el
testigo nos permite juzgarlo como creíble, gracias a la afinidad o connaturali-
dad que se da entre los amigos.
De este modo, el juicio de credibilidad se funda en una evidencia que no es
metafísica, pero tampoco meramente moral: es una evidencia de connatura-
lidad.
b) Querer el conocimiento que el testigo nos trasmite. Aquí juegan un papel de
primer orden las disposiciones de la voluntad. En efecto, cuando alguien nos
traasmite un conocimiento verdadero que afecta, por ejemplo, a nuestra vida
moral, la disposición de la voluntad, del corazón, es clave para creer o no creer.
• La persona que ama el bien, que tiene "buena voluntad‫ ״‬, está bien dis-
puesta para creer al testigo porque ve como bueno y quiere el conocí-
miento que le transmite.
• En cambio, la persona que no ama el bien está como ciega para realizar
bien los juicios de credibilidad, porque no ama el conocimiento que el tes-
tigo le transmite.
Los dos elementos juntos -credibilidad e interés- son lo que determinan la
decisión de creer, y la validez de ambos es lo que hace que esta decisión sea
plenamente humana.
En todo caso, es preciso tener en cuenta que ninguna fe humana puede ser ab-
soluta, ya que ninguna persona humana es regla de verdad y bondad: todos
podemos equivocarnos, o querer engañar.

3. Algunas enseñanzas de la Sagrada Escritura sobre la fe


En la Sagrada Escritura, creer en Dios significa, sobre todo, dos cosas: poner
la confianza en Él, que es fiel a sus promesas, y asentir firmemente a las ver-
dades reveladas por Él, que es veraz.
De la doctrina bíblica sobre la fe, que es muy extensa, nos centramos ahora
solamente en lo que nos enseña el capítulo 11 de la Carta a tos Hebreos.
Comienza por definir la fe como «fundamento de las cosas que se esperan,
prueba de las que no se ven» (11,1). Se trata de la esencia de esta virtud. El que
cree tiene una certeza firme de las promesas de Dios, y posee de modo antici-
pado las cosas invisibles, celestiales.
A continuación, propone a Noé, Abraham, Moisés y otros patriarcas como
ejemplos de fe. Yse señala que
• la fe salva,
+ se apoya en Dios,
#
es necesaria para agradarle;
* es oscura y
• va unida a las obras.
Después de ensalzar a esos hombres que fueron ejemplos de fe; se dice: «Y
aunque todos recibieron alabanza por su fe; no obtuvieron sin embargo la
promesa. Dios había previsto algo mejor para nosotros, de forma que ellos no
llegaran a la perfección sin nosotros» (1139-40). Faltaba Jesucristo, «iniciador
y consumador de la fe» (12,2), que completa la Revelación.
El cambio que se da en el Nuevo Testamento es que Dios ya no se dirige a los
hombres ni actúa en la historia a través de mediadores, sino solo a través de
un único mediador: Cristo.
Ahora la fe se resume -como veremos después- en creer a Cristo, creer por
Cristo, creer en Cristo. Él es, al mismo tiempo, el objeto, el motivo y el testigo
de la fe.
En el Nuevo Testamento tenemos también la persona que realiza de manera
más perfecta la obediencia de la fe: la Virgen María (cf. CEC, n.148).

4. La fe en algunas enseñanzas del Magisterio


4 .1 . El C o n c ilio d e T re n to

Las enseñanzas del Concilio de Trento (1545-1563) sobre la fe se encuentran


principalmente en el Decreto De iustifieatione. Un resumen esquemático sería
el siguiente:
* La fe es «comienzo de la salvación humana, fundamento y raíz de toda
justificación», pero no su causa.
• El hombre no se justifica solo por la fe, sino que la fe y las obras cooperan
en el crecimiento y aumento de la justificación.
• No existe señal segura de predestinación verdadera; por tanto, el hombre
no debe confiar temerariamente en que ya está justificado.
♦ La fe, la esperanza y la caridad se reciben en el mismo acto de la justifica-
ción, junto con el perdón de los pecados.
♦ Por el pecado grave se pierde la caridad, pero no la fe (a no ser que se pe-
que gravemente contra esta virtud).
Con estas enseñanzas, el Concilio de Trento responde a los planteamientos de
Lutero, que no solo exageraba el papel de la fe en la justificación, sino que tam-
bien la reducía a una mera confianza: la llamada "fe fiducial‫ ״‬, la seguridad de
que uno está salvado gratuitamente por Dios.

4 .2 . El C o n c ilio V a tic a n o I

Las enseñanzas del Concilio Vaticano I (1869-1870) sobre la fe se encuentran


principalmente en la Constitución Dei Filius.
En el capítulo 3 encontramos esta importante definición de fe:
«Virtud sobrenatural mediante la cual, impulsados y ayudados por la gracia de
Dios, creemos que son verdaderas las cosas divinamente reveladas por Él, no por
la verdad intrínseca de las cosas conocidas con la luz natural de la razón, sino
por la autoridad del mismo Dios que se revela, que no puede ni engañarse ni
engañamos».

Son interesantes también las enseñanzas del Concilio sobre las relaciones de
la fe con la razón. La fe no es un acto ciego del espíritu, sino un acto acorde
con la razón. En este sentido, hay signos externos, como los milagros y las
profecías, que hacen razonable a la fe, sin que esta deje de ser un don gratuito
de Dios.
Entre la fe y la razón, afirma el Concilio frente a determinados planteamientos
filosóficos, no puede haber contradicción. Es más, se ayudan mutuamente.
La razón ayuda a conocer los fundamentos de la fe, y la fe libra a la razón del
error.
El objeto de la fe es todo lo que se contiene en la palabra de Dios escrita o de
Tradición, y que es propuesto por el Magisterio solemne o por el ordinario y
universal como revelación divina que se debe creer.
Respecto a la existencia de Dios, el Concilio afirma también en la Constitución
dogmática Dei Filius (c.2): «La santa Iglesia, nuestra madre, mantiene y enseña
que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza
mediante la luz natural de la razón humana a partir de las cosas creadas».

4.3. El Concilio Vaticano II

La Constitución Dogmática Dei Vcrbum, en el n.2, nos ofrece esta descripción


de la fe:
«Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el miste*
rio de su voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo
encamado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de
la naturaleza divina. En consecuencia, por esta revelación, Dios invisible habla
a los hombres como amigos, movido por su gran amor y mora con ellos, para
invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía. Este plan de la
revelación se realiza con hechos y palabras intrínsecamente conexos entre sí [...].
La verdad íntima acerca de Dios y acerca de la salvación humana se nos manifies*
ta por la revelación en Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la
revelación».

Las descripciones de Dei Filius y de Dei Verbum tienen una esencial unidad;
sin embargo, en Dei Verbum se pone de relieve la conexión intrínseca entre
la fe y la amistad divina, y con ello la analogía entre la fe sobrenatural y la fe
humana interpcrsonal.
Es también muy interesante la enseñanza del Concilio sobre la libertad del
acto de fe, recogida sobre todo en el n.10 de la Declaración Dignitatís humanae.
«El acto de fe es voluntario por su propia naturaleza, ya que el hombre (...) no
puede adherirse a Dios que se revela a sí mismo, si, atraído por el Padre, no
rinde a Dios el obsequio racional y libre de la fe».
En consecuencia, no se puede imponer nada en materia religiosa. Gracias a la
libertad religiosa, «los hombres pueden ser invitados fácilmente a la fe cris-
tiana, a abrazarla por su propia determinación y a profesarla activamente en
toda la ordenación de su vida».

4.4. El Catecismo de la Iglesia Católica

También el Catecismo hace referencia a la analogía entre fe sobrenatural y fe


humana interpersonal:
«Solo es posible creer por la gracia y los auxilios interiores del Espíritu Santo. Pero
no es menos cierto que creer es un acto auténticamente humano. No es contrario
ni a la libertad ni a la inteligencia del hombre depositar la confianza en Dios y
adherirse a las verdades por Él reveladas. Ya en las relaciones humanas no es con-
trario a nuestra propia dignidad creer lo que otras personas nos dicen sobre ellas
mismas y sobre sus intenciones, y prestar confianza a sus promesas (como, por
ejemplo, cuando un hombre y una mujer se casan), para entrar así en comunión
mutua. Por ello, es todavía menos contrario a nuestra dignidad "presentar por
la fe la sumisión plena de nuestra inteligencia y de nuestra voluntad al Dios que
revela" y entrar así en comunión íntima con El» (CEC, n.154).
Este y otros textos del Magisterio ponen de relieve, junto al carácter sobreña-
tural de la fe, su carácter auténticamente humano. La fe es razonable y libre,
condiciones que se requieren para que, cualquier fe, también la teologal, sea
digna del hombre.

4.5. D os encíclicas sobre la fe: Fides et ratio y Lumen fidei

En la encíclica Fides et ratio (14.1X.1998), san Juan Pablo II afirma que desea
continuar la reflexión iniciada en la encíclica Veritatis splendor (6.VI1I.1993),
«centrando la atención sobre el tema de la verdad y de su fimdamento en reía-
ción con lafe» (n.6).
Una de las grandes preocupaciones que llevan al Papa a escribir esta encíclica es
la falta de puntos de referencia de las nuevas generaciones, y la necesidad de
una base sólida sobre la cual construir la existencia personal y social. Juan Pablo
11manifiesta su convencimiento de que «reafirmando la verdad de la fe» se puede
«devolver al hombre contemporáneo la auténtica confianza en sus capacidades
cognoscitivas y ofrecer a la filosofía un estímulo para que pueda recuperar y de-
sarrollar su plena dignidad» (n.6).

El Papa Francisco, por su parte, publicó la encíclica Lumenfidei, preparada en


parte por Benedicto XVI, el 29 de junio de 2013, primer año de su pontificado.
Lumen fidei, la luz de la fe, es la expresión con que la tradición de la Iglesia se
ha referido al gran don traído por Jesucristo; un don que el hombre moderno,
ufano de su razón, ve como una luz ilusoria, que impide seguir la audacia del
saber. Poco a poco, sin embargo, se ha visto que la luz de la razón autónoma
no ilumina el futuro del hombre, todo se vuelve confuso y es imposible dis-
tinguir el bien del mal.
«Por tanto -afirma el Papa en el n.4-, es urgente recuperar el carácter luminoso
propio de la fe, pues cuando su llama se apaga, todas las otras luces acaban lan-
guideciendo. Y es que la característica propia de la luz de la fe es la capacidad de
iluminar toda la existencia del hombre».

5· La fe, iniciativa de Dios


y respuesta del hombre
AI considerar la fe, hay que tener en cuenta, en primer lugar, la iniciativa
divina de revelarse al hombre, y, en segundo lugar, la acogida, por parte del
hombre, del mensaje divino.
5.1. La iniciativa de Dios 39

Como hemos visto, la enseñanza de la Iglesia nos presenta la fe teologal como


un tipo espccialísimo de fe interpersonal o de amistad.
Vesto es así porque la Revelación es el ofrecimiento de amistad que hace Dios
al hombre, dándose a conocer a sí mismo -su intimidad- y el plan de salva-
ción -de amistad- que tiene con él (cf. DV,n.2).
Dios se revela a lo largo de la historia de la Salvación y, de modo definitivo, en
Jesucristo. En la fe hay, por tanto, un elemento objetivo: el mensaje de Dios.
¿Por qué se revela Dios a los hombres? Porque nos ama y quiere hacer de
nosotros -hijos por creación- sus hijos por la gracia, es decir, partícipes de la
naturaleza divina.
Dios, que nos invita a la amistad con ÉL nos revela su amor y nos comunica su
intimidad: nos dice quién es, cómo es y cuánto nos ama; y espera que el hombre
responda libremente ofreciéndole su amistad íntima y personal.
AI mismo tiempo que se revela. Dios nos da la gracia de la fe para que poda-
mos creer. La fe en Dios es totalmente necesaria para poder llegar a la amistad
con Él, en la que consiste la salvación y el fin del hombre.
La fe teologal es, por tanto, principio de salvación: inicio y condición necesa-
ria para la amistad con Dios.

5.2. La respuesta del hombre

La respuesta del hombre es la «obediencia de la fe» (Rm 1,5; 16,26), por la que
acoge el mensaje divino. Es el elemento subjetivo, porque pertenece al sujeto
que cree.
En la acogida del mensaje por parte del hombre, cabe destacar tres dimensiones:
a) La fe es asentir voluntariamente, confesar, creer que es verdad, afirmar
como verdadero lo que Dios ha revelado. Se trata de una adhesión intelectual
al conjunto de verdades reveladas por Dios (al que se le suele llamar "depósi-
to‫ ״‬de la fe).
La fe sobrenatural, como toda fe, es esencialmente cognoscitiva -no es una mera
actitud de confianza-; mediante la fe participamos del autoconocimiento que
Dios tiene de sí mismo -de su intimidad y de sus designios‫ ;־‬esta participación
es limitada, ya que le fe es siempre de lo que no se ve, y tiende a su plenitud en el
Cielo, donde veremos a Dios cara a cara.
Toda fe se funda en la autoridad de verdad de la persona que habla. Está de-
terminada, por tanto, por el valor de esa autoridad.
La fe humana es por sí limitada, ya que ninguna persona humana es regla de
verdad y bien -puede engañarse o engañarnos-. Pero en el caso de la fe teolo-
gal, al ser Dios la Regla de la Verdad y del Bien, la fe debe ser absolutamente
incondicional.
La fe como respuesta a la Revelación divina «es posible y justo darla, poique Dios
es creíble. Nadie lo es como Él. Nadie como Él posee la verdad. En ningún caso
como en la fe en Dios se realiza el valor conceptual y semántico de la palabra
tan usual en el lenguaje humano: "Creo", ‫ ״‬Te creo‫( » ״‬S. Juan Pablo II, Audiencia,
13.111.1985).
b) Por la fe, la persona se adhiere incondicional y enteramente a Dios, en-
fregándole «‫ ״‬el homenaje total de su entendimiento y voluntad‫ ״‬, asintiendo
libremente a lo que Dios revela» (DV, n.5).
La fe es una respuesta de toda la persona no solo a la doctrina, sino también
a Dios mismo. Por la obediencia de la fe, toda la persona libremente se aban-
dona en Dios y confía plenamente en Él. La fe introduce al hombre en una
relación profundamente personal y amorosa con Dios, una relación de diálogo
y amistad.
«La fe es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo
e inseparablemente el asentimiento libre a toda la wrdad que Dios ha revelado. En
cuanto adhesión personal a Dios y asentimiento a la verdad que Él ha revelado,
la fe cristiana difiere de la fe en una persona humana. Es justo y bueno confiarse
totalmente a Dios y creer absolutamente lo que Él dice. Sería vano y errado poner
una fe semejante en una criatura» (CEC, n.150).
c) La virtud de la fe implica vivir de fe, de acuerdo con la fe. En el cristiano
no solo hay un nuevo conocimiento, una nueva luz, una nueva visión; no solo
afirma y confiesa la verdad revelada (fidelidad intelectual); hay además una
vida nueva, sobrenatural, la vida de Cristo, que está llamada a desarrollarse
en una amistad personal con la Trinidad, en el seguimiento e identificación
con Cristo: vivir como hijos del Padre, como otros Cristos, en el Espíritu Santo.

5.3. Definición agustiniana de la fe teologal

San Agustín resume los aspectos esenciales de la fe teologal en una famosa


frase de su Sermón 144: Credere Deum, credere Deo, credere in Deum:
• Credere Deum: creer lo que Dios revela. Dios es el objeto o contenido esen-
cial de la fe, ya que la verdad sobre Dios (su esencia y existencia, sus atri-
butos, la Trinidad de Personas, su Providencia y su tarca creadora y salva-
dora, etc.) es el centro de la Revelación.
* Credere Deo: creer porque es Dios quien lo revela. Dios es el motivo último
y principal de la fe: creemos por Él. Creemos basados en la autoridad de
Dios, que no puede engañarse ni engañarnos.
De todas formas, el asentimiento de la fe no es un acto ciego del espíritu, porque
Dios ha querido que los auxilios interiores del Espíritu Santo vayan acompaña-
dos de las pruebas exteriores de su revelación. En efecto, los milagros de Cristo
y de los santos, las profecías, la propagación y la santidad de la Iglesia, su fecun-
didad y su estabilidad son signos ciertos de la Revelación divina, motivos de
credibilidad (cf. CEC, n.156).
* Credere m Deum: creer con el fin de amar a Dios, entrando en Él, unión-
donos personalmente a Él. La fe supone una adhesión a Dios, como ser
personal; es un encuentro personal del hombre con Dios, que compromete
todo su ser, y le lleva a confiar plenamente en Él.

6. La fe "cristiana"
6.1. Jesucristo, fundam ento de nuestra fe

Dentro de la enseñanza de la Iglesia sobre la Revelación y, en consecuencia,


sobre la fe, está el hecho de que la plenitud de la Revelación se da en Cristo:
Dios «envió a su Hijo, la Palabra eterna, que alumbra a todo hombre, para que
habitara entre los hombres y les contara la intimidad de Dios» (DV, n.4).
¿Qué significa que Cristo sea la plenitud de la revelación? Muchas cosas, pero
ahora queremos resaltar un aspecto fundamental: el encuentro personal con
Dios y, por tanto, la relación de amistad con Él, se realiza en Cristo.
Esto implica que el único medio que tenemos los hombres para entrar en
la vida de amistad con Dios -para salvarnos- es el conocimiento y amor de
amistad con Jesucristo, Dios y hombre verdadero.
La absoluta singularidad de la fe de la Iglesia Católica, que hace que se dis-
tinga esencialmente de la fe religiosa en general, radica en el hecho de que
se basa en el descubrimiento de que un hombre concreto e histórico: Jesús
de Nazaret -nacido de una mujer hebrea, en tiempo de Heredes el Grande y
muerto en una cruz en Jerusalén, bajo Poncio Pilato-, es el Hijo de Dios: una
Persona divina.
«Para el cristiano, creer en Dios es inseparablemente creer en Aquel que él ha
enviado, "su Hijo amado", en quien ha puesto toda su complacencia. Dios nos ha
dicho que les escuchemos. El Señor mismo dice a sus discípulos: "Creed en Dios,
creed también en mí" (jn 14,1). Podemos creer en Jesucristo porque es Dios, el
Verbo hecho carne: "A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el
seno del Padre, él lo ha contado" (¡n 1,18). Porque "ha visto al Padre" (Jn 6,46), él
es único en conocerlo y en poderlo revelar» (CEC, n.151).
Por eso, cuando a un cristiano se le pregunta por qué cree, la respuesta definí‫״‬
tiva es «por Cristo nuestro Señor».
El carácter específico de la fe cristiana se puede expresar así: Credere Chris-
tum, credere Christo, credere in Giristum.
• Credere Christum: creer que Cristo es el Hijo de Dios, y creer todo lo que Él
nos revela: su Palabra, su testimonio.
• Credere Christo: creer por Cristo; porque Él, que es el Hijo de Dios, nos lo
revela.
• Credere iti Christum: creer en Cristo, adherirse a Él. «"Creemos en" Jesús
cuando acogemos personalmente en nuestra vida y nos confiamos a Él,
10

uniéndonos a Él mediante el amor y siguiéndolo a lo largo del camino»


(LF, n.18).
De aquí surge una aparente paradoja:
• de una parte, creemos que Cristo es el Hijo de Dios (es aquello que se cree,
la verdad, que se resume en la expresión credere Christum);
• de otra, creemos porque Cristo es el Hijo de Dios (es por lo que se cree:
credere Christo, creer por Cristo).
Esta aparente paradoja se resuelve en razón del encuentro personal con Jesu-
cristo que la fe lleva consigo.

6.2. El encuentro con Cristo en la Iglesia


«No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea -afirma
Benedicto XVI-, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Perso-
na, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva»
(DC, n.l)
¿Cómo se ‫ ״‬descubre‫ ״‬la Persona de Jesucristo? De un modo análogo a como
se descubre a cualquier persona: a través de sus obras y palabras.
Ahora bien, como Jesucristo, después de su Ascensión, no está "físicamente‫״‬
entre nosotros, el encuentro con la Persona de Jesucristo se lleva a cabo me-
diante la Iglesia, la cual es "sacramento" de Jesucristo, esto es, signo eficaz de
la presencia de Cristo en el mundo.
Toda la actividad de la Iglesia está ordenada a permitir y facilitar el encuentro
personal de cada hombre con Jesucristo.
«‫ ״‬Creer‫ ״‬es un acto eclesial. La fe de la Iglesia precede, engendra, conduce y ali·
menta nuestra fe. La Iglesia es la madre de todos los creyentes. ‫ ״‬Nadie puede
tener a Dios por Padre si no tiene a la Iglesia por Madre"» (CEC, n.181).
A creer en la Persona de Cristo y creer en su doctrina, corresponde una doble
faceta en relación con la fe en la Iglesia:
• creer en ella como continuadora de la obra de Cristo y
• creer en las enseñanzas de su Magisterio.

7. Fe y gracia
7.1. La fe es un don gratuito de Dios

La fe es un don de Dios, una gracia, porque es una participación en el auto-


conocimiento que Dios tiene de Sí mismo -lo cual es solo propio de Dios-, y
tiene como finalidad que el hombre llegue a ser amigo de Dios.
Por eso «cuando San Pedro confiesa que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo,
Jesús le declara que esta revelación no le ha venido "de la carne y de la sangre,
sino de mi Padre que está en los ciclos" (Mt 16,17). La fe es un don de Dios, una
virtud sobrenatural infundida por El. "Para dar esta respuesta de la fe es nccesa-
ria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio interior del
Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y
concede ‫׳‬a todos gusto en aceptar y creer la verdad'"» (CEC, n.153).
Para descubrir a una persona, como dijimos al hablar del juicio de credibili-
dad, es necesario tener connaturalidad con ella; por eso, para descubrir que
Jesucristo es Dios -que no es una persona humana sino divina- es necesario
tener connaturalidad con Él. Ahora bien, esto exige tener connaturalidad con
Dios. Y esa connaturalidad solo nos la puede dar Él mismo; y nos la da me-
diante la gracia; en particular, mediante la gracia de la fe.
La fe es un don gratuito que Dios hace al hombre para que sea capaz de creer.
«Queda claro que la fe, según la doctrina de san Pablo, aun siendo una virtud, es
ante todo un don: "A vosotros se os ha concedido la gracia de que (...) creáis en
Cristo"; y es suscitada en el alma por el Espíritu Santo. Más aún, es una virtud
por ser un don "espiritual", don del Espíritu Santo que hace al hombre capaz de
creer. Y lo es ya desde su inicio, como definió el Concilio de Orange (529), al afir-
mar: "También el inicio de la fe, más aún, la misma disposición a creer... tiene
lugar en nosotros por el don de la gracia, es decir, de la inspiración del Espíritu
Santo, quien lleva nuestra voluntad de la incredulidad a la fe"» (S. Juan Pablo II,
Audiencia, 8.V.1991).

7.2. La fe es auténticamente hum ana

La fe es un don sobrenatural y, a la vez, es razonable y libre, condiciones que


se requieren para que cualquier fe, también la teologal, sea digna del hombre

a) Es razonable
AI tratar de la fe como realidad humana hablamos de la intervención de la
inteligencia, que juzga, por una parte, si el testigo es creíble, y, por otra, si lo
que dice el testigo es razonable. Se trata de los juicios sobre la credibilidad del
testigo y de lo que dice.
Pues bien, Jesucristo, con sus obras y palabras da los signos necesarios para
llegar al convencimiento de que es el Hijo de Dios, de modo que creer en Él es
razonable. En este sentido, los milagros que realiza son señales que pretenden
mostrar su divinidad y mover a la fe y a la confianza en Él.
• Por eso, ante la incredulidad de los judíos, Jesús alude a sus obras como
garantía de sus palabras: «Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis;
pero si las hago, creed en las obras, aunque no me creáis a mí, para que
conozcáis y sepáis que el Padre está en mí y yo en el Padre» (Jn 10,3738‫)־‬.
• De modo semejante, durante la última Cena, después de afirmar que quien
le ha visto a Él ha visto al Padre, pide: «Creedme: Yo estoy en el Padre y el
Padre en mí; y si no, creed por las obras mismas» (Jn 14,11).
De todas formas, sin la ayuda de la gracia, a pesar de que Jesucristo se da a
conocer suficientemente, el hombre no es capaz de reconocerlo como Hijo de
Dios, y se le presenta como un enigma: como un hombre perfecto, pero, a la
vez, como alguien que es más que un hombre; el conocimiento que tenemos
de Él nos lleva a afirmar de Él algo más, pero no sabemos qué.
La solución a este enigma solo se encuentra al descubrir, con la ayuda de la
gracia, que es el Hijo de Dios: los signos adquieren en ese momento su verda-
dero significado, y el enigma pasa de ser una realidad oscura a ser un misterio
pleno de luz.
b) Es Ubre 45
En el acto de creer algo a una persona humana, interviene también la volun-
tad, porque el contenido de lo que nos dice no es evidente para nuestra inte-
ligencia. Y el asentimiento de nuestra voluntad depende de cuánto queramos
a la persona que nos comunica el conocimiento y de cuánto queramos dicho
conocimiento.
La decisión de creer con fe teologal también es un acto libre de la voluntad: es
un obsequio racional y libre, fruto de una decisión personal de amor y entrega
a una persona, Jesucristo.
En los Evangelios vemos que para creer en Jesucristo y en sus palabras, las
disposiciones de la voluntad, del corazón, son decisivas. Jesús se dirige con
su palabra y sus obras a todos, pero unos creen, y otros, en cambio, se niegan
a creer, aunque ven milagros.
«Es un hecho -afirma san Atanasio- que la enseñanza de la verdad es diferente-
mente recibida según las disposiciones de los oyentes. El Verbo presenta a todos
el bien y el mal; de modo que uno, bien dispuesto hada lo que se le anuncia, tiene
su alma en la luz, y el otro, dispuesto en sentido contrarío y no decidido a fijar la
mirada del alma en la luz de la verdad, permanece en las tinieblas de la ignoran·
cia» {De vita Moysis, 11,65).

¿Cuál es la causa de la incredulidad? De modo general, es la mala disposición


de la voluntad, que se produce por la realización de obras malas. Afirma san
Juan:
«Vino la luz al mundo y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque
sus obras eran malas. Pues todo el que obra mal odia la luz y no viene a la luz,
para que sus obras no le acusen. Pero el que obra según la verdad viene a la luz,
para que sus obras se pongan de manifiesto, porque han sido hechas según Dios»
(Jn 3,1921‫)־‬.

El obstáculo que señala san Juan para recibir la luz de la fe es de tipo moral:
«Porque sus obras eran malas». La mala conducta no es compatible con el
amor a la luz. Si uno obra mal y viene a la luz, a Cristo, tiene que estar dis-
puesto a que sus propias obras le acusen. Debe enfrentarse con la realidad de
su vida, recibir el amor de Dios, arrepentirse y seguir a Cristo. Pero el que no
quiere cambiar de vida, odia la luz, rechaza a Cristo y rechaza la verdad que
enseña.
Para ver a Cristo, para creer que es Dios, y decidirnos a vivir de acuerdo con
su Palabra, es imprescindible, por nuestra parte, un corazón limpio, una vo-
!untad buena, que no ponga obstáculos con sus vicios a la luz que Dios conce‫־‬
de a nuestra inteligencia: la luz de la fe.
Quizá el mayor obstáculo para recibir el don de la fe es la soberbia. El Señor
atribuye a este pecado la causa de la incredulidad: «¿Cómo podéis creer vosotros,
que recibís gloria unos de otros, y no queréis la gloria que procede del único
Dios?» (Jn 5,44). La glorificación del yo es incompatible con el reconocimiento hu-
miide de que necesitamos la salvación que Dios nos ofrece por medio de Cristo.

8. La certeza, la firmeza
y la universalidad de la fe
Aunque las verdades reveladas por Dios no sean evidentes para nosotros,
nuestro asentimiento es totalmente cierto, porque esa certeza se basa en la
Palabra misma de Dios, que es la Verdad primera, que no puede mentir.
La fe en Jesucristo no es solo lo más cierto, lo más seguro, sino también lo que
más ilumina nuestra existencia; gracias a la fe podemos salir de la duda y de
la incertidumbre respecto a las cuestiones más importantes para nuestra vida
temporal y eterna: «El Verbo era la luz verdadera, que ilumina a todo hombre,
que viene a este mundo» (Jn 1,9).
A pesar de todo, la fe es imperfecta: «Caminamos en la fe y no (...) en la visión»
(2Cor 5,7), y conocemos a Dios «como en un espejo, de una manera confusa (...),
imperfecta» (ICor 13,12). Por eso, «"la fe trata de comprender‫ ״‬: es inherente a la fe
que el creyente desee conocer mejor a aquel en quien ha puesto su fe, y compren-
der mejor lo que le ha sido revelado; un conocimiento más penetrante suscitará a
su vez una fe mayor, cada vez más encendida de amor» (CEC, n.158).
Basados en la autoridad de Dios y fortalecidos por su gracia, nuestra fe debe
ser tan firme que, antes que perderla, estemos dispuestos a dar nuestra vida,
siguiendo el ejemplo de tantos mártires.
La fe es universal, es decir, se extiende a todas las verdades reveladas por
Dios y propuestas por la Iglesia. Negar una verdad sería poner en entredicho
la autoridad de Dios, cambiando así el verdadero motivo de la fe (la autoridad
divina) por el propio criterio.
9· El acto de fe 47
Lo dicho hasta aquí nos permite describir el acto de fe sobrenatural sintética·
mente de esta manera:
• La virtud de la fe diviniza el entendimiento: lo hace connatural al entcn-
dimiento divino, a las verdades divinas; de este modo, sin llegar a la evi-
dencia (que solo se dará en el cielo), adquiere una especial capacidad para
captar y entender las verdades divinas. Y la Verdad divina por excelencia
es Dios mismo -las tres Divinas Personas-.
• Gracias a la connaturalidad con las verdades divinas que da la fe, el cris-
tiano, al "encontrarse‫ ״‬con las "palabras y obras" de Jesucristo, es capaz
de descubrir que la Persona de Jesucristo es el Hijo de Dios. Por eso,
podemos afirmar que el primer "acto" de la fe cristiana es "descubrir" y
confesar que Jesucristo es el Hijo de Dios.
• El encuentro con Cristo Vivo -el "descubrimiento" de su realidad como
Hijo de Dios- se lleva a cabo en la Iglesia. La Iglesia, mediante su predica-
ción y los sacramentos, hace presentes de modo permanentemente actúa-
les las palabras y las acciones de Cristo.
• El acto de fe tiene como objeto una Verdad -que Jesucristo es el Hijo de
Dios-; es, por tanto, un acto de la inteligencia; no es un sentimiento, una
mera adhesión subjetiva. Es la captación de una Verdad gracias a la acción
divinizadora de Dios en nuestra alma (evidencia por connaturalidad).
• En esta Verdad, el cristiano -viviendo de ella- va descubriendo una pleni-
tud cada vez mayor, tanto en amplitud como en profundidad: Jesucristo
es el Hijo de Dios; la Paternidad divina; el Espíritu Santo como Persona-
Amor, que es el Espíritu de Cristo; el plan salvador de Dios respecto de los
hombres; los misterios de nuestra fe...
• En razón de la fe, el cristiano es capaz de desarrollar su vida cristiana me-
diantc las otras dos virtudes teologales, en una relación de amistad, cada
vez más íntima, con las tres Divinas Personas.
Ejercicio 1. Vocabulario
Identifica el significado de las siguientes palabras y expresiones usadas:

• Fe interpersonal • A sentim iento

• C onnaturalidad • M ilagro

• Evidencia de connaturalidad • Razón autónom a

• Juicio de cred ib ilid ad • Revelación

• Justificación • Incredulidad

• Fe fiducial • Soberbia

• Predestinación • Edesial

Ejercicio 2· Guía de estudio


C ontesta a las s ig u ie n te s p re g u n ta s:

1. ¿Es lo m ism o creer que opinar?

2. ¿Cómo intervienen la inteligencia y la vo lu n ta d en el acto de creer?

3. ¿Qué significa que la am istad es el fu nd a m e nto del ju ic io de credibilidad?

4. ¿Qué significa la fam osa frase de san A gustín: «Credere Deum, creciere Deo, ere-
dere in Deum»

5. ¿Cuáles son las enseñanzas más im portantes del C oncilio de Trento sobre la
fe?

6. Las descripciones de la fe que nos ofrecen D ei Filius y Dei Verbum tie n e n una
esencial unidad; sin em bargo, ¿qué se pone de relieve en Dei Verbum?

7. ¿Cuáles son los elem entos o b je tivo y subjetivo de la fe teologal?

8. ¿En qué consiste la absoluta singularidad de la fe de la Iglesia Católica, que


hace que se d istinga esencialm ente de la fe religiosa en general?

9. ¿Qué quiere d ecir que la v irtu d de la fe diviniza el entendim iento?

10. ¿En qué sentido se afirm a q ue la fe te olo ga l es auténticam ente hum ana?
Ejercicio 3. Comentario de texto
Lee e l s ig u ie n te te x to y haz un c o m e n ta rio p e rso n a l u tiliz a n d o los c o n te n id o s
a p re n d id o s :

«En el conocim iento m ediante la fe nos inspiramos en la Revelación, con la que Dios‫ ״‬se
da a conocer a Sí mismo‫ ״‬directam ente. Dios se revela, es decir, perm ite que se le conoz-
ca a El mismo m anifestando a la humanidad "el m isterio de su voluntad". La voluntad
de Dios es que los hombres, por m edio de Cristo, Verbo hecho hombre, tengan acceso
en el Espíritu Santo al Padre y se hagan partícipes de la naturaleza divina. Dios, pues,
revela al hom bre "a Sí mismo", revelando a la vez su plan salvífico respecto al hombre.
Este m isterioso proyecto salvíñco de Dios no es accesible a la sola fuerza razonadora
del hom bre. Por tanto, la más perspicaz lectura dei testim onio de Dios en las criaturas
no puede desvelara la m ente humana estos horizontes sobrenaturales. No abreante el
hom bre "el cam ino de la salvación sobrenatural", cam ino que está íntim am ente unido
al "don que Dios hace de S í'a l hom bre. Con la revelación de Sí m ism o Dios In v ita y
recibe al hom bre a la com unión con Él".

Solo teniendo to do esto ante los ojos, podemos captar qué es realmente la fe: cuál es
el contenido de la expresión "creo".

Si es exacto decir que la fe consiste en aceptar como verdadero lo que Dios ha revela*
do, el Concilio Vaticano II ha puesto oportunam ente de relieve que es tam bién una res*
puesta de todo el hombre, subrayando la dim ensión‫״‬existencíary‫ ״‬personalista‫ ״‬de ella.
Efectivamente, si Dios "se revela a Sí m ism o"y manifiesta al hombre el salvífico ‫ ״‬misterio
de su voluntad", es justo ofrecer a Dios que se revela esta "obediencia de la fe" por la cual
to do el hom bre librem ente se abandona a Dios, prestándole ‫״‬el homenaje total de su
entendim iento y voluntad‫״‬, "asintiendo voluntariam ente a lo que Dios revela‫״‬.

En el conocim iento m ediante la fe el hom bre acepta como verdad todo el contenido
sobrenatural y salvífico de la Revelación; sin embargo, este hecho lo introduce, al mis-
mo tiem po, en una relación profundam ente personal con Dios mismo que se revela. Si
el contenido propio de la Revelación es la "auto-com unicación‫ ״‬salvífica de Dios, en*
tonces la respuesta de fe es correcta en la medida que el hom bre -aceptando como
verdad ese contenido salvífico-, a la vez, ‫ ״‬se abandona totalm ente a Dios". Solo un com-
pleto"abandono a Dios‫ ״‬por parte del hom bre constituye una respuesta adecuada».

( S J uan P ablo II,


Audiencia General, 27.111.1985)
TEMA LA V ID A C R IS T IA N A ,
3 V ID A DE FE

La fe no consiste únicam ente en creer que son verdaderas determinadas


proposiciones reveladas por Dios y enseñadas por la Iglesia. La fe im p ll·
ca necesariamente vivir de acuerdo con la verdad, y la verdad tiene un
nom bre: Cristo. Tener fe y vivir de fe significa identificarse con Cristo y
seguir en el m undo la m isión de Cristo.

SUMARIO
1. NECESIDAD DE LA FE PARA LA SALVACIÓN · 2. FE Y VIDA. 2.1. U fe , fuente
d e la vida moral. 2.2. La ordenación d e la fe a la caridad. Fe formada y fe informe. 2.3.
La unidad de fe y vida moral. 2.4. Fe y vida ordinaria del cristiano 3 ‫׳‬. EL CRECI-
MIENTO EN LA FE * 4. FEYORACIÓN. 4.1. Pedir al Señor q u e nos aum ente la fe.
4.2. Hacer actos d e fe. 4.3. Fe y conciencia d e la presencia amorosa de Dios · 5. FE Y
SACRAMENTOS. 5.1. La Confirmación. 5.2. U Eucaristía. S .3 .U Penitencia · 6. FE
Y DONES DEL ESPÍRITU SANTO. 6.1. El don d e entendim iento. 6.2. El don d e cien-
cia. 6.3. El don d e sabiduría. 6.4. El don d e consejo - 7. LA FE ES CONOCIMIENTO
VERDADERO. 7.1. La fe ilumina la existencia del hombre. 7 2 . La sabiduría sobreña-
tural · 8. LA FORMACIÓN EN LA FE. 8.1. Importancia d e la formación en la fe. 8.2.
La Iglesia, m adre y educadora d e la fe; formación en la fe y unión con el Magisterio.
1. Necesidad de la fe para la salvación 51
La fe es el inicio de la salvación, condición necesaria para la amistad con Dios.
El que cree, aceptando el don de la fe, recibe un nuevo ser, que le hace hijo de
Dios: «A cuantos le recibieron les dio potestad de ser hijos de Dios, a los que
creen en su nombre» (Jn 1,12).
«Creer en Cristo Jesús y en Aquel que lo envió para salvamos es necesario para
obtener esa salvación (cf. Me 16,16; Jn 3,36; 6,40 e.a.). "Puesto que ‫״‬sin la fe... es
imposible agradar a Dios‫( ״‬Hb 11,6) y llegar a participar en la condición de sus
hijos, nadie es justificado sin ella, y nadie, a no ser que ‫״‬haya perseverado en ella
hasta el fin' (Mt 10,22; 24,13), obtendrá la vida eterna" (Concilio Vaticano I: D$
3012; cf. Concilio dcTrcnto: DS1532)» (CEC, n.161).
Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres, el único camino de sal-
vación, quien se hace presente en su Cuerpo, que es la Iglesia: «Yo soy el Ca-
mino, la Verdad y la Vida; nadie va al Padre si no es a través de mí» (Jn 14,6).
El mismo Cristo declaró de modo explícito la necesidad de la fe y del bautis-
mo para salvarse: «Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda criatura.
El que crea y sea bautizado se salvará; pero el que no crea se condenará» (Me
16,1516‫ ;־‬cf. Jn 3,5). Con estas palabras confirma, al mismo tiempo, la necesi-
dad de la Iglesia, en la que se entra por el bautismo.
Por tanto, «no podrían salvarse aquellos hombres que, conociendo que la Igle-
sia católica fue instituida por Dios a través de Jesucristo como necesaria, sin
embargo, se negasen a entrar o a perseverar en ella» (LG, n.14).
¿Qué sucede entonces con quienes ignoran sin culpa el Evangelio? «Quienes,
ignorando sin culpa el Evangelio de Cristo y su Iglesia -afirma LG-, buscan, no
obstante, a Dios con un corazón sincero y se esfuerzan, bajo el influjo de la gracia,
en cumplir con obras su voluntad, conocida mediante el juicio de la conciencia,
pueden conseguir la salvación eterna» (n.16).
Afirmar la necesidad de la fe para salvarse es afirmar también que nadie se
justifica por sus propias obras, nadie es fuente de su propia justicia. «La sal-
vación mediante la fe consiste en reconocer el primado del don de Dios, como
bien resume san Pablo: "En efecto, por gracia estáis salvados, mediante la fe.
Y esto no viene de vosotros: es don de Dios‫( ״‬Ef 2,8s)» (LF, n.19).

2. Fe y vida
La fe es principio, inicio, de una vida nueva, la vida sobrenatural, la vida de
los hijos de Dios: una vida de amistad con las tres Personas divinas.
Mediante la fe, el cristiano va adquiriendo el modo de pensar de Dios; y surge
el diálogo de los que se aman, de los que comparten sus vidas: el diálogo de la
oración y el diálogo de las obras.

2.1. La fe, fuente de la vida moral

La vida moral de los hijos de Dios tiene su fuente en la fe en Dios, que nos
revela su amor. ¿Por qué? Porque los actos de las otras virtudes teologales ne-
cesitan como realidad previa el acto de fe, del mismo modo que todo acto de
la voluntad necesita un acto previo de la inteligencia. Los actos de esperanza
y caridad, por ser auténticamente humanos, son fruto de un acto de conocí-
miento: no se puede desear ni amar lo que no se conoce.
Pero la fe no es solo la fuente de la vida cristiana, sino que es un elemento
esencial de todo su desarrollo. La fe se debe manifestar y estar presente en
todas las obras del cristiano, en los actos de cualquier virtud, que siempre de-
ben ser, en cierto modo, actos de fe. La fe debe penetrar toda la vida cristiana.
«Vale la pena, ante todo, que nos decidamos a tomar en serio nuestra fe cristiana.
Al recitar el Credo, profesamos creer en Dios Padre todopoderoso (...). Pero, esas
verdades ¿penetran hasta lo hondo del corazón o se quedan quizá en los labios?
El mensaje divino de victoria, de alegría y de paz de la Pentecostés debe ser el
fundamento inquebrantable en el modo de pensar, de reaccionar y de vivir de
todo cristiano» (S. Josemaría Escrivá, 2002,129).
Es muy importante tener en cuenta que la fe, a su vez, tiene su fuente en el
Espíritu Santo. En efecto, el Espíritu Santo anima a profesar la fe en Cristo:
«Nadie puede decir ‫¡ ״‬Señor, Jesús!", sino por el Espíritu Santo» (ICor 12,3). Y
después del inicio de la fe, todo el desarrollo posterior: identificarse con Cristo
y seguirlo, se realiza bajo la acción del Espíritu Santo. Por tanto, el Espíritu
Santo es la fuente última de la vida moral del cristiano.

2.2. La ordenación de la fe a la caridad. Fe formada y fe informe

La Sagrada Escritura nos enseña que la fe debe ir unida a la caridad; en caso


contrario, sería una fe muerta. Recordemos algunos textos del Nuevo Testa-
mentó:
• «El justo vivirá de la fe» (Rm 1,17).
• «Aunque tuviera tanta fe como para trasladar montañas, si no tengo cari-
dad, no sería nada» (ICor 13,2).
«Porque en Cristo... no vale... sino la fe que actúa por la caridad» (Gal 5,6;
cf. ICor 7,19).
• «Así también la fe, si no va acompañada de obras, está realmente muerta»
(St 2,17).
• «Quien dice que permanece en Dios debe caminar como Él caminó»
(ljn 2,6).
El Magisterio de la Iglesia, haciéndose eco de la enseñanza de la Escritura,
enseña que «la fe, si no va acompañada de la esperanza y la caridad, no une
perfectamente al hombre con Cristo, ni lo convierte en miembro vivo de su
cuerpo» (Concilio de Trento. Dz 838,800).
El don de la fe -afirma el Catecismo- permanece en el que no ha pecado contra
ella. Pero la fe sin obras, es decir, privada de la esperanza y de la caridad (la
fe informe) «no une plenamente el fiel a Cristo ni hace de él un miembro vivo
de su Cuerpo» (CEC, n. 1815).
• San Agustín, comentando Jn 6,9 («Esta es la obra de Dios, que creáis en
aquel que Él ha enviado»), explica que no basta creer a Dios (credere Deum),
sino que es necesario creer en Él (credere m Deum). ¿Qué significa este creer
"en Dios"? se pregunta. Y responde: «Amar con fe, creer con amor, cami-
nar hacia Él por la fe, incorporarse a sus miembros... Esta es la fe que nos
exige el Señor. No una fe cualquiera, sino "la fe que obra por la caridad‫» ״‬
(Tr. In ¡n 29,6).
• Santo Tomás, por su parte, afirma: «La fe informe no es suficiente para
salvarse, ni es fundamento de la vida cristiana, sino la sola fe formada que
obra por la caridad» (S.Th., III, q.68, a.4, ad3).
A no ser que peque directamente contra la fe, la persona que pierde la gracia y
la caridad por el pecado mortal puede mantener la fe como mero conocimien-
to. Esta fe se llama fe informe o fe muerta, que no es una verdadera virtud.
Solo la persona realmente unida a Dios por la caridad cree y espera en sentido
propio.
La persona que se encuentra en esa situación de fe informe o muerta debe saber
que tienen el camino abierto hacia la contrición y el perdón, hacia la recuperación
de la vida sobrenatural. Sería un error que abandonara la oración o la asistencia a
Misa, que dejara de hacer actos de fe y de esperanza. Porque esos actos son fruto
de gracias actuales que el Señor le da para que llegue a la contrición y al sacra-
mentó de la Penitencia.
2.3. La unidad de fe y vida moral

En la encíclica Veritatis splendor, Juan Pablo 11afirma que la separación radical


entre libertad y verdad, característica de nuestro tiempo, es consecuencia, maní-
festación y realización de otra dicotomía más grave y nociva: la que se produce
entre fe y moral. «Esta separación constituye una de las preocupaciones pasto-
rales más agudas de la Iglesia en el presente proceso de secularismo» (VS, n.88).
Ante esta situación, es necesario presentar el verdadero rostro de la fe cristia-
na, que no consiste solo en un conjunto de verdades que los cristianos tienen
que ratificar con su mente. La fe cristiana es, sobre todo, «un conocimiento de
Cristo vivido personalmente, una memoria viva de sus mandamientos, una
verdad que se ha de hacer vida» (VS, n.88).
Ante algunas corrientes teológicas que, a partir de una concepción antropo-
lógica dualista, reducen la fe al ámbito de la intencionalidad, y niegan que
determine el actuar concreto de la persona, la misma encíclica afirma que la fe
tiene un contenido moral concreto: «La fe tiene también un contenido moral:
suscita y exige un compromiso coherente de vida; comporta y perfecciona la
acogida y la observancia de los mandamientos divinos» (VS, n.89).

2.4. Fe y vida ordinaria del cristiano

Consecuencia de la unión de la fe con la vida moral es que la fe se puede y


se debe vivir en todas las circunstancias de la vida. No solo la ponemos en
acto cuando oramos o participamos en la liturgia; o cuando, en situaciones
extraordinarias de peligro o dificultad, sentimos más vivamente la necesidad
de acudir a Dios en petición de ayuda.
La fe nos capacita para ver la llamada de Dios a colaborar con Él en la gran
obra de la redención, también cuando nos encontramos con nuestros deberes
ordinarios (en el trabajo profesional, en la vida familiar y social, etc.), con el
descanso, con las alegrías y las penas de cada jornada. Dios espera la fe, la
esperanza y el amor de sus hijos en todos los momentos de su vida.
Todas las realidades humanas nobles son campo para vivir y crecer en la fe:
«Tanto si coméis, como si bebéis, o hacéis cualquier otra cosa, hacedlo todo
para la gloria de Dios» (ICor 10,31). En todas se puede descubrir la voz de
Dios, que nos invita a responder con amor a su Amor.
«En rigor -afirma san Josemaría Escrivá-, no se puede decir que haya nobles rea-
lidades exclusivamente profanas, una vez que el Verbo se ha dignado asumir una
naturaleza humana íntegra y consagrar la tierra con su presencia y con el trabajo
de sus manos» (2002, n.120).
Cuando no se tiene en cuenta el valor santificador de las realidades terrenas,
se tiende a dividir la vida en dos ámbitos sin conexión: uno sería el del trato
con Dios: la vida de piedad, los sacramentos, etc.; el otro, el de las relaciones
con los demás y con el mundo, en el que la fe no tendría nada que decir.
A esta división se refería san Josemaría, en la homilía "Amar al mundo apasio-
nadamente" con estas palabras: «¡Que no, hijos míos! Que no puede haber una
doble vida, que no podemos ser como esquizofrénicos, si queremos ser cristianos:
que hay una única vida, hecha de carne y espíritu, y esa es la que tiene que ser -en
el alma y en el cuerpo- santa y llena de Dios: a ese Dios invisible, lo encontramos
en las cosas más visibles y materiales» (S. Josemaría Escrivá, 2001, n.114).
Para la mayor parte de los cristianos, su lugar de encuentro con Dios es la vida
ordinaria; es en medio de las cosas materiales de la tierra donde tienen que
santificarse y, por tanto, donde deben vivir de fe, esperanza y caridad.
Es preciso ver la existencia cristiana como compuesta de carne y espíritu. Cuando
se presenta como algo solo espiritual o espiritualista, el cristiano termina ence-
rrado en un mundo religioso separado de las realidades materiales, y renuncia a
informar la sociedad con el espíritu de Cristo.
El cristiano vive su fe en la vida ordinaria ejerciendo sus derechos y cumplien-
do sus deberes, y, con su reflexión personal e iluminado por la fe, tomando
las decisiones profesionales, familiares, políticas, etc., que le parezcan mejores
delante de Dios.

3. El crecimiento en la fe
«El primer mandamiento nos pide que alimentemos y guardemos con pru-
dencia y vigilancia nuestra fe y que rechacemos todo lo que se opone a ella»
(CEC, n.2088).
La fe, como todas las virtudes, puede y debe crecer. Pero, como las demás
virtudes sobrenaturales, no se adquiere ni crece por el propio esfuerzo, sino
por don de Dios. La persona puede merecer ese aumento en determinadas
condiciones, pero el aumento mismo solo Dios puede causarlo.
Alimentar la fe quiere decir:
• crecer en la fe mediante los sacramentos, la oración y las buenas obras que
cooperan con la acción de Dios;
• vivir de la fe: ser almas contemplativas, y para ello cuidar tiempos espc-
cíales para el diálogo íntimo con el Señor, y considerar sus "obras y pala-
bras‫; ״‬
• vivir de acuerdo con la fe, de modo que las obras sean reflejo de la fe que
se profesa;
• adquirir una formación doctrinal adecuada a la realidad personal de cada
uno, mediante el estudio, la lectura, etc.
Estudiamos a continuación algunos de estos aspectos.

4. Fe y oración
4.1. Pedir al Señor que nos aumente la fe

«Los apóstoles le dijeron al Señor: Auméntanos la fe» (Le 17,5). En otro mo*
mentó, el Evangelio habla de una emocionante oración pidiendo la fe: «Si algo
puedes, compadécete de nosotros y ayúdanos. Y Jesús le dijo: ¡Si puedes...!
¡Todo es posible para el que cree! Enseguida el padre del niño exclamó: ¡Creo,
Señor; ayuda mi incredulidad!» (Me 9,2224‫)־‬. La fe es un don de Dios. Teñe-
mos que agradecérsela, y pedirle su incremento con insistencia y audacia.
Por otra parte, toda necesidad puede convertirse en objeto de petición a Dios,
y toda petición a Dios supone poner en acto la fe.
Pero esa fe debe ser audaz y confiada: Cristo, «nos enseña esta audacia filial:
"Todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido". Tal es la
fuerza de la oración, "todo es posible para quien cree", con una fe "que no
duda". Tanto como Jesús se entristece por la "falta de fe" de los de Nazaret
y la "poca fe" de sus discípulos, así se admira ante la "gran fe" del centurión
romano y de la cananea» (CEC, n.2636).

4.2. Hacer actos de fe

La fe crece -junto con la gracia- mediante los actos de fe, ya sean implícitos o
explícitos, en razón del mérito: no tanto porque sean acciones nuestras, sino
porque son cooperación con la acción divina:
«El hombre no tiene, por sí mismo, mérito ante Dios sino como consecuencia del
libre designio divino de asociarlo a la obra de su gracia. El mérito pertenece a la
gracia de Dios en primer lugar, y a la colaboración del hombre en segundo lugar.
El mérito del hombre retoma a Dios» (CEC, n.2025). Y así, cuando estamos en
gracia «podemos [...] merecer en favor nuestro y de los demás gracias útiles para
nuestra santificación, para el crecimiento de la gracia y de la caridad, y para la
obtención de la vida eterna» (CEC, n.2010).
En especial, ayuda grandemente al fortalecimiento de nuestra fe realizar actos
explícitos de fe: rezar alguno de los Símbolos, hacer actos de fe sobre algún
misterio de nuestra fe en el que nos tengamos que apoyar en un momento
determinado ("Creo en Dios Padre, Creo en la Iglesia, Creo en la presencia de
Cristo en la Eucaristía...‫) ״‬.

4.3. Fe y conciencia de la presencia am orosa de Dios

La vida de los hijos de Dios, en el ámbito específico de la virtud de la fe, tiene


como un elemento central la oración. De alguna manera, la fe y la oración se
identifican, ya que la fe es la respuesta a la llamada de Dios, a su Revelación,
y eso ya es oración.
Es objeto de la fe, en particular, que Dios está presente en todas las cosas, que
la Trinidad habita en el alma en gracia, que Jesucristo está en la Eucaristía, etc.
En la medida en que nuestra fe es viva, no solo sabemos estas verdades, sino
que nos hacemos conscientes de ellas en todo instante y actuamos de acuerdo
con esa conciencia. Aquí se apoya, por tanto, toda la práctica espiritual de la
"presencia de Dios".
La conciencia de que estamos en presencia de Dios, apoyada siempre en la
fe, es más explícita en los momentos dedicados exclusivamente a la oración.
Y si la fe se mantiene viva continuamente, si somos siempre conscientes de la
presencia de Dios en nuestra alma, brota necesariamente el trato, el diálogo
con Él, y se llega a la oración continua, a la vida de oración propiamente dicha,
a la unión de acción y contemplación en la vida cristiana.
• «Ora continuamente el que une la oración a las obras y las obras a la ora-
ción. Solo así podemos encontrar realizable el principio de la oración con-
tinua» (CEC, n.2745).
• «Pero no se puede orar "en todo tiempo" si no se ora, con particular dedi-
cación, en algunos momentos: son los tiempos fuertes de la oración cristia-
na, en intensidad y en duración» (CEC, n.2567).
58 5. Fe y sacramentos
Por su propia constitución, la fe cristiana es sacramental. Esto significa, entre
otras cosas, que la fe se alimenta, crece, se robustece y se manifiesta en los
sacramentos.
Los sacramentos no solo suponen la fe, sino que «también la fortalecen, la ali-
montan y la expresan con palabras y acciones; por eso se llaman sacramentos
de la fe» (CEC, n.1123).
Todos los sacramentos son sacramentos de la fe, pues se apoyan en la fe de la
Iglesia, y la manifiestan. Pero aquí solo haremos una breve referencia a tres de
ellos: la Confirmación, la Eucaristía y la Penitencia.

5.1. La Confirmación

«La Confirmación confiere crecimiento y profundidad a la gracia bautismal:


• nos introduce más profundamente en la filiación divina que nos hace decir
"Abbá, Padre‫; ״‬
• nos une más firmemente a Cristo;
• aumenta en nosotros los dones del Espíritu Santo;
• hace más perfecto nuestro vínculo con la Iglesia;
• nos concede una fuerza especial del Espíritu Santo para difundir y de-
fender la fe mediante la palabra y las obras como verdaderos testigos de
Cristo, para confesar valientemente el nombre de Cristo y para no sentir
jamás vergüenza de la cruz» (CEC, n.1303).
Es muy importante convencerse de la necesidad que todos tenemos del sa-
cramento de la Confirmación, en el cual Dios mismo nos confirma en la fe,
nos une más íntimamente a la Iglesia y nos fortalece, para que así podamos
comprometernos mucho más, como testigos de Cristo, a extender y defender
la fe con obras y palabras (cf. LG n.ll).

5.2. La Eucaristía

«Este es el Misterio de nuestra fe», proclama el sacerdote después de las pala-


bras de la consagración. La Eucaristía es el misterio de la fe por excelencia y
«el compendio y la suma de nuestra fe» (CEC, n.1327).
«La fe de la Iglesia -afirma Benedicto XVI en la Exhortación Apostólica Sacro-
mentum caritatis- es esencialmente fe eucarística y se alimenta de modo par-
ticular en la mesa de la Eucaristía» (n.6). Por eso, la Eucaristía es la fuente, el
centro y el culmen de la vida de la Iglesia y de la vida cristiana de cada uno
de sus miembros (cf. SC, n.10; LG, n.ll).
AI participar en la Eucaristía escuchando la Palabra, confesando nuestra fe,
entregando nuestra vida por Cristo, con Él y en Él, para la gloria del Padre,
en la unidad del Espíritu Santo, y recibiendo el cuerpo de Cristo, ponemos en
acto nuestra fe.
A la vez, todo lo que recibimos en la Eucaristía: el perdón de los pecados veniales,
la renovación del Bautismo, la predicación de la Palabra de Dios, la comunión con
Cristo y la transformación en el cuerpo de Cristo mediante el Espíritu Santo, nos
une más con Cristo; y nos enriquece y fortalece de tal manera que nos capacita
para vivir realmente lo que respondemos a las palabras del sacerdote después de
la consagración: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección...».
En la Eucaristía recibimos el alimento, la fuerza, que nos impulsa a ser testigos
de Cristo en el mundo con obras y palabras, y a colaborar eficazmente con Él
en la redención, viviendo así nuestra fe y nuestra vocación a ser otros Cristos.
La unión con Cristo por la fe, la esperanza y el amor, debe crecer constante-
mente, y para eso se nos da Él mismo en la Eucaristía. Por medio de este sacra-
mentó nos revestimos de Cristo, crece nuestra fe en Él, nos connaturalizamos
con Él.
«La comunión con la Carne de Cristo resucitado, "vivificada por el Espíritu Santo
y vivificante", conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bau-
tismo. Este crecimiento de la vida cristiana necesita ser alimentado por la comu-
nión eucarística, pan de nuestra peregrinación, hasta el momento de la muerte,
cuando nos sea dada como viático» (CEC, n.11392).

5.3. La Penitencia

Ante las dificultades en la fe, con sus posibles heridas, es importante acudir
al sacramento de la Reconciliación, en el que Dios, al perdonarnos, nos ayuda
con su gracia para luchar especialmente contra aquellos pecados y faltas de
los que nos confesamos.
La fe sin caridad es una "fe muerta", que no se ordena a la amistad con Dios,
y tiende a desaparecer; sin el sacramento de la Penitencia, el alma en pecado
mortal tiende a la aniquilación de todo rastro de vida sobrenatural.
6. Fe y dones del Espíritu Santo
La fe es perfeccionada por los dones intelectuales de entendimiento, ciencia,
sabiduría y consejo.

6.1. El don de entendimiento

El don de entendimiento o inteligencia es una luz sobrenatural que hace al


hombre aprender los misterios y las verdades divinas bajo la guía misma del
Espíritu Santo.
Lo propio del don de entendimiento es que el Espíritu Santo nos ilumina para
que podamos penetrar más profundamente en los misterios que Dios nos ha
revelado, a los que nos hemos adherido por la fe.
Creemos, por ejemplo, que somos hijos de Dios; pero el Espíritu Santo, con su
don de entendimiento, hace que penetremos profunda e intuitivamente, de modo
sobrenatural, en esa verdad y en sus implicaciones prácticas.

La fe, perfeccionada por el don de entendimiento, llega a alcanzar una vivísi-


ma intensidad y una certeza inquebrantable de las verdades reveladas. Los
misterios permanecen siempre, pero el don de entendimiento puede ilumi-
narlos con una maravillosa claridad. Santo Tomás llega a afirmar que «en esta
misma vida, purificado el ojo del espíritu por el don de entendimiento, puede
verse a Dios en cierto modo» (I-II, q.69, a.2, ad3).
Gracias al don de entendimiento, la persona puede ver la vida, los sucesos y
acontecimientos personales y ajenos, con «la mente de Cristo» (ICor 2,16).

6.2. El d on de ciencia

El don de ciencia nos ayuda a entender, juzgar y valorar las cosas creadas en
cuanto obras de Dios y en su relación al fin sobrenatural del hombre.
Por el don de ciencia, podemos captar con más claridad la relación que hay en-
tre las realidades humanas y los planes de Dios; advertimos de modo inme-
diato el sentido último que tienen los acontecimientos y las cosas del mundo;
y miramos las obras de Dios con la mirada de quien es su hijo.
Gracias al don de ciencia, contemplamos el mundo con una mirada nueva
que sabe captar en cada criatura la omnipotencia, la belleza, la verdad y la
bondad de Dios.
Ante la Creación, el que se sabe hijo de Dios se siente en la casa de su Padre y
de sus hermanos. Todos los bienes que Dios ha creado son para él, y él es para
Cristo. No es un extraño ante las riquezas creadas, ni las trata como si fueran aje-
ñas. Dios le ha concedido el dominio sobre ellas y lo ha nombrado su colaborador
en la creación; en consecuencia, respetando el ser y el fin de las cosas, las emplea
para servir a Dios y a los demás.
El don de ciencia concede a la persona una visión nueva que le permite descu‫־‬
brir el sentido y el lugar de cada ser, de los animales, de las plantas y especial-
mente de los demás hombres. Por este don, se nos da a conocer el verdadero
valor de los seres creados en relación con Dios, para no estimar a las criaturas
más de lo que valen y no poner en ellas, sino en Dios, el fin de nuestra vida (cf.
S.Th., II-II, q.9, a.4).

6.3. El don de sabiduría

El don de sabiduría hace al hombre dócil para juzgar con verdad sobre las
más diversas situaciones y realidades bajo el impulso del Espíritu Santo.
El sentido primordial del don de sabiduría es la contemplación amorosa de
Dios. Hace que nos resulte connatural querer todo y solo lo que lleva a Dios,
nos da la inclinación amorosa a seguir lo que Él desea, y por eso podemos
juzgar bien las diversas situaciones y realidades, con la luz del Espíritu Santo.
Es la sabiduría que Dios revela a los pequeños (cf. Mt 11,25).
Gracias al don de sabiduría, el cristiano ve todas las cosas con los ojos de
Dios, también el dolor y el sufrimiento: no los considera una desgracia, sino
una manifestación del amor de su Padre, que le permite purificarse y partid-
par en la redención, uniéndose a la Cruz de Cristo.
San Pablo opone la falsa sabiduría de este mundo, que es "locura a los ojos de
Dios‫ ״‬, al escándalo de la Cruz, que es la verdadera sabiduría divina: «Porque
el mensaje de la cruz es necedad para los que se pierden, pero para los que se
salvan, para nosotros, es fuerza de Dios. Pues está escrito: Destruiréla sabiduría
de los sabios, y desecharé la prudencia de los prudentes» (ICor 1,18-19). Cristo cru-
cificado es escándalo para los judíos y necedad para los gentiles, pero para los
llamados, fuerza de Dios y sabiduría de Dios (cf. ICor 1,22-24).

6.4. El d on de consejo

Por la fe, conocemos las verdades morales que Dios nos ha revelado. Esas ver-
dades, junto con otras que adquirimos por la luz natural de la razón, son muy
importantes para poder elegir en cada circunstancia las acciones que debemos
poner como medios para alcanzar algún fin bueno. Esa elección es el objeto de
la virtud de la prudencia.
El don de consejo perfecciona de modo especial la virtud de la prudencia.
Nos ayuda a apreciar y elegir en cada momento, y especialmente en las deci-
siones importantes, la acción que más agrada a Dios, tanto en la propia vida
como en la de aquellas personas a las que debamos aconsejar. Directamente
iluminados por el Espíritu Santo, elegimos las acciones que están de acuerdo
con la voluntad de Dios.
Conviene, sin embargo, no olvidar que el Espíritu Santo cuenta con que nosotros
pongamos de nuestra parte los medios de los que disponemos. Concretamente,
para decidir bien, tenemos que vivir los diversos aspectos de la virtud humana
de la prudencia: pensar, pedir consejo si es necesario, tener en cuenta las leccio-
nes del pasado, tratar de ver las cosas como son, etc. Confiar en la iluminación
del Espíritu Santo despreciando los medios ordinarios que Dios proporciona, está
fuera de toda lógica, también de la sobrenatural.
El cristiano no encuentra contradicción entre las inspiraciones del Espíritu y
la obediencia a las enseñanzas de la Iglesia o a los mandatos de quien tiene
autoridad espiritual, porque el mismo Espíritu Santo inspira esa filial sumí-
sión a los legítimos representantes de la Iglesia: «Quien a vosotros oye, a mí
me oye» (Le 10,16).

7. La fe es conocimiento verdadero
La fe proporciona conocimientos verdaderos sobre Dios, el hombre y el mun-
do; junto a verdades que la razón puede llegar a conocer, incluye también
otras que la superan, pues son propias del conocimiento que Dios tiene de sí
mismo y de los seres que ha creado.
Ante algunas tendencias que reducen la fe a un sentimiento, sin contenido de
verdad, es imp>ortante subrayar que:
♦ creer es conocer la verdad: Dios «quiere que todos los hombres se salven y
lleguen al conocimiento de la verdad» (lTm 2,4); es obrar según la verdad
(cf. Jn 3,21); es creer en la verdad (cf. 2Ts 2,11);
♦ Cristo vino a dar testimonio de la verdad: «Para esto he nacido y para esto
he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad; todo el que es de la
verdad escucha mi voz» (Jn 18,37); Él es la Verdad (cf. Jn 16,6); su Evange­
lio es Palabra de verdad (cf. Ef 1,13); quienes 10 anuncian son predicadores
de la verdad (cf. 2Tm 2,16; 2C0r 6,7).
Si la fe se redujera a confianza en Dios, despreciando el conocimiento de las
verdades que Él ha revelado, el resultado sería un cristianismo sin verdad y,
por tanto, sin Cristo, que es el Camino, la Verdad y la Vida.
«El hombre -afirma el papa Francisco- tiene necesidad de conocimiento, tiene
necesidad de verdad, porque sin ella no puede subsistir, no va adelante. La fe, sin
verdad, no salva, no da seguridad a nuestros pasos. Se queda en una bella fábula
(...) Recuperar la conexión de la fe con la verdad es hoy aún más necesario, preci-
sámente por la crisis de verdad que nos encontramos» (LF, nn.24-25).

7.1. La fe ilumina la existencia del hombre

A veces se insiste demasiado en el aspecto oscuro del conocimiento de fe. Cier-


tamente, el conocimiento de fe está teñido de oscuridad: «Ahora vemos como
en un espejo, borrosamente» (ICor 13,12). Pero esta oscuridad es solo relativa,
porque es conocimiento cierto de una verdad que orienta e ilumina la existen-
cia humana, la visión del mundo y nuestro camino en el tiempo (cf. LF, n.4);
conocimiento que se funda en la autoridad de Dios, que no puede engañarse
ni engañarnos.
«Yo soy la luz que ha venido al mundo para que todo el que crea en mí no
permanezca en tinieblas» (Jn 12,46). La fe en Jesús ilumina la vida de todo
hombre, el verdadero sentido de su existencia. «Quien cree ve; ve en una luz
que ilumina todo el trayecto del camino, porque llega a nosotros desde Cristo
resucitado, estrella de la mañana que no conoce ocaso» (LF, n.l).
Ya hemos mencionado en el Tema 2 la llamada del papa Francisco en la encíclica
Lumen fute¡ a recuperar con urgencia el carácter luminoso propio de la fe, en un
mundo en el que, una vez constatada la incapacidad de la razón para iluminar el
futuro, el hombre ha renunciado a la búsqueda de «una luz grande, de una ver-
dad grande», y se ve sumido en una oscuridad en la que es imposible distinguir
el bien del mal (cf. LF, n.3).
¿Cómo ilumina la fe nuestra existencia? En la fe, Dios nos revela su amor, nos
transforma en sus hijos y nos da nuevos ojos para ver la realidad: los ojos mis·
mos de Jesús. Por eso ya los primeros cristianos consideraban la fe como una
madre: nos da a luz, engendra en nosotros la vida divina, y nos da una visión
luminosa de la existencia (cf. LF, n.5).
Importa señalar que la fe no nos da "una" visión de la existencia entre otras, sino
la visión que tiene Dios mismo: nos descubre su Amor por nosotros, su llamada
a la amistad con Él, su voluntad de hacemos hijos en el Hijo, su plan de salvación.
Y para que podamos ver y amar en todo momento qué es lo bueno, lo que le agra-
da, lo que nos lleva a la salvación y a la felicidad, nos da no solo unas enseñanzas
exteriores, sino sus propios ojos y su propio corazón.

7.2. La sabiduría sobrenatural

Recordemos brevemente que existe una virtud humana que es la sabiduría


racional, un hábito de la razón que, a partir de las primeras verdades de lo
real y del conocimiento del universo visible, se eleva al conocimiento de Dios
como creador, causa última de todas las cosas, y al conocimiento de las cosas
en relación con Dios.
El conocimiento de fe, perfeccionado por los dones del Espíritu Santo, y espe-
cialmente por el don de sabiduría, nos proporciona una sabiduría muy supe-
rior a la que podemos alcanzar con nuestra razón: la sabiduría sobrenatural.
La sabiduría sobrenatural es una participación de la visión de Dios y, precisa-
mente por ello, guía al hombre en su camino terreno: es una luz que le enseña
a pensar y actuar en todo momento como hijo de Dios.
Mediante la fe, el cristiano va adquiriendo el modo de "pensar" de Dios, la «men-
te de Cristo» (ICor 2,16), los mismos sentimientos de Cristo Jesús (cf. Flp 2,5). Ve
las personas, las cosas, la historia, los acontecimientos, desde una perspectiva
nueva que Dios le da.

La fe ilumina el sentido de toda la vida del hombre y especialmente de aque·


lias circunstancias y situaciones que resultan incomprensibles para la razón,
como el dolor y la muerte:
«Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que fuera de
su Evangelio nos abruma. Cristo resucitó, destruyendo la muerte con su muerte,
y nos dio la vida, para que, hijos en el Hijo, clamemos en el Espíritu: “Abba!, ¡Pa-
dre!"» (GS, n.22).

Nos encontramos así con que la fe nos hace más plenamente humanos, con
una mayor capacidad de juzgar las cosas humanas y los medios adecuados
para servir a los demás. Conocemos aquellas verdades que dan razón de la
verdadera realidad del hombre.
♦ «La fe todo lo ilumina con nueva luz y manifiesta el plan divino sobre la
entera vocación del hombre. Por ello orienta la mente hacia soluciones pie-
namente humanas» (GS, n.ll).
♦ «En realidad, el misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del
Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había
de venir, es decir. Cristo nuestro Señor, Cristo, el nuevo Adán, en la mis-
ma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente
el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación.
Nada extraño, pues, que todas las verdades hasta aquí expuestas encuen-
tren en Cristo su fuente y su corona» (GS, n.22).
Conviene recordar que, ante la fe, la sabiduría de la razón no resulta despla-
zada como inútil: ambas son necesarias a la persona para alcanzar el conocí·
miento de la Verdad.
Por muy importante que sea el saber que se adquiere por la fe, por mucho que
supere a la sabiduría racional, no hace de esta un saber superfluo. Sería como
decir que cuanto más grande es un edificio, más inservibles son sus cimientos. La
sabiduría racional es, en efecto, la base racional del saber sobrenatural.

8* La formación en la fe
8.1. Im portancia de la formación en la fe

Es lógico que el que quiere amar a Dios cada vez más trate de conocerlo cada
vez mejor, y ese conocimiento que lleva al amor se adquiere profundizando
en las verdades que Él nos ha revelado:
«Es inherente a la fe que el creyente desee conocer mejor a aquel en quien ha
puesto su fe, y comprender mejor lo que le ha sido revelado; un conocimien-
to más penetrante suscitará a su vez una fe mayor, cada vez más encendida de
amor» (CEC, n.158).

Además, el deseo de conocer cada vez mejor la fe forma parte de la fe viva,


de la fe a la que acompañan las obras: «No cesamos de rezar y pedir por vo-
sotros, para que alcancéis un pleno conocimiento de su voluntad con toda sa‫־‬
biduría e entendimiento espiritual (...) dando como fruto toda clase de obras
buenas y creciendo en el conocimiento de Dios» (Col 1,9-10).
Por último, el deber de difundir el Evangelio a todos los hombres de todas
las culturas, exige la oportuna formación en la fe y en el modo de expresarla.
Como fruto del deseo de profundizar cada vez más en las verdades de fe a fin
de conocer más a Dios y amarlo más, nace y se desarrolla la ciencia teológica
o Teología.
8.2. La Iglesia, madre y educadora de la fe; formación en la fe y unión
con el M agisterio

«Como mi Padre me envió, así os envío yo a vosotros» (Jn 20,21; cf. 17,18);
«Quien a vosotros oye, a mí me oye; quien a vosotros desprecia, a mí me des-
precia» (Le 10,16).
«Cristo Nuestro Señor -afirma León XIII- instituyó en su Iglesia un Magisterio
vivo, auténtico y perenne, al que dotó de potestad, adornó con el carisma de la
verdad y confirmó con sus milagros; y quiso que su doctrina fuera recibida
como la suya propia y mandó gravemente que así fuera» (Satis cognitum, ASS
28 (1896) 721).
El contenido de la fe está determinado por la Revelación, tal como es recibida
y enseñada por la Iglesia. Por eso, afirma el Concilio Vaticano I:
«Han de ser creídas con fe divina y católica todas aquellas cosas que se contienen
en la Palabra de Dios -Tradición y Sagrada Escritura- y que la Iglesia nos propo*
ne para la fe bien por una definición solemne, bien por su Magisterio ordinario y
universal» (Dri Filius, cap. 3).
En consecuencia, la Iglesia es la principal y primera formadora de la fe (to-
dos los demás formamos en su nombre y con su autorización).
Por otra parte, no hay verdadera fe si no es en comunión con el Magisterio de
la Iglesia, si no se es fiel a sus enseñanzas.
«La fe no es posible sin un doble auxilio, dos cosas diversas, pero convergentes: la
gracia y la asistencia del Magisterio de la Iglesia establecido por Cristo y asistido
por el Espíritu Santo» (Pablo VI, Alocución, 30.XI.1966).
El Magisterio de la Iglesia tiene el objetivo de velar para que el Pueblo de Dios
permanezca en la verdad. «Para cumplir este servicio, Cristo ha dotado a sus
pastores de infalibilidad en materia de fe y costumbres» (CEC, n.890).
«La infalibilidad del Magisterio -afirma el n.185 del Compendio del Catecismo- se
ejerce cuando el Romano Pontífice, en virtud de su autoridad de Supremo Pastor
de la Iglesia, o el colegio de los obispos en comunión con el Papa, sobre todo reu-
nido en un Concilio Ecuménico, proclaman con acto definitivo una doctrina refe‫־‬
rente a la fe o a la moral; y también cuando el Papa y los obispos, en su Magisterio
ordinario, concuerdan en proponer una doctrina como definitiva. Todo fiel debe
adherirse a tales enseñanzas con el obsequio de la fe».
Ejercicio 1. Vocabulario
Identifica el significado de las siguientes palabras y expresiones usadas:

• M ediador • N aturalism o
• Fe inform e • C ontem plación
• C o n trició n • F iliación d ivin a
• Vida sobrenatural • Teología
• Gracias actuales • M agisterio
• C oncepción a n tro p o ló g ica dualista • In fa lib ilid a d
• Á m b ito de la in te n cio n a lid a d • C olegio de los obispos
• E splritualism o

Ejercicio 2. Guía de estudio


C on te sta a la s siguientes preguntas:

1. Si la fe es necesaria para la salvación, ¿qué sucede entonces con quienes ig n o -


ran sin culpa el Evangelio?

2. ¿Qué sig n ifica que la fe no solo es fu e n te de la vid a m oral, sino un elem ento
esencial de to d o su desarrollo?

3. ¿Por qué la fe sin la caridad no sirve de nada?

4. ¿Qué sig n ifica n estas palabras de san Pablo: «Aunque tuviese ta n ta fe q ue tras-
ladase las m ontañas, si no tu viera caridad, nada soy»?

5. ¿Qué sign ifica creer ‫״‬en D ios‫? ״‬

6. ¿En q ué consiste la dicotom ía e n tre fe y m oral, señalada p o r Juan Pablo II en la


encíclica Veritatissplendor?

7. ¿Qué q u ie re d e cir te n e r presencia de Dios?

8. ¿Qué diferen cia existe e n tre el don de e n te n d im ie n to y el d o n de ciencia?

9. ¿Qué relación existe e n tre la v irtu d de la prudencia y el d on de consejo?

10. Si el aum ento de la fe solo puede d a rlo Dios, ¿qué puede hacer la persona para
crecer en la fe?

11. ¿Qué sign ifica que la fe tie n e una d im ensión cognoscitiva?

12. ¿Qué diferen cia existe e n tre la sabiduría hum ana y la sabiduría sobrenatural?

13. ¿Qué m odalidades puede revestir el carism a de la in fa lib ilid a d del M agisterio
de la Iglesia?
Ejercicio 3* Comentario de texto
Lee e l s ig u ie n te te x to y h az un c o m e n ta rio p e rso n a l u tiliz a n d o los c o n te n id o s
a p re n d id o s :

«La Iglesia católica, para cum plir el m andato divino: "enseñad a todas las gentes" (M t,
8,19-20 ‫)ו‬, debe emplearse denodadam ente "para que la palabra de Dios sea difundida
y g lo rific a d a 2 ) ‫ ״‬Tes, 3,1).

Ruega, pues, encarecidam ente a todos sus hijos que ante to d o eleven "peticiones, sú-
plicas, plegarias y acciones de gracias por todos los hom bres... Porque esto es bueno y
grato a Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hom bres se salven y lleguen
al conocim iento de la verdad" (1Tim, 2 ,1 4 ‫)־‬.

Por su parte, los fieles, en la form ación de su conciencia, deben prestar d ilig e n te aten-
ción a la doctrina sagrada y cierta de la Iglesia. Pues por voluntad de Cristo la Iglesia
católica es la maestra de la verdad, y su m isión consiste en anunciar y enseñar autén-
ticam ente la verdad, que es Cristo, y al m ism o tiem po declarar y confirm ar con su au-
toridad los principios de orden m oral que fluyen de la misma naturaleza hum ana. Pro-
curen además los fieles cristianos, com portándose con sabiduría con los que no creen,
d ifu n d irá n el Espíritu Santo, en caridad no fingida, en palabras de v e rd a d 2 )‫ ״‬C0r, 6,6-7)
la luz de la vida, con toda confianza y fortaleza apostólica, incluso hasta el derram a-
m iento de sangre.

Porque el discípulo tiene la obligación grave para con Cristo M aestro de conocer cada
día m ejor la verdad que de Él ha recibido, de anunciarla fielm ente y de defenderla con
valentía, excluyendo los m edios contrarios al espíritu evangélico. Al m ism o tiem po, sin
em bargo, la caridad de C risto le acucia para que trate con amor, prudencia y paciencia
a los hom bres que viven en el error o en la ignorancia de la fe. Deben, pues, tenerse
en cuenta ta n to los deberes para con Cristo, el Verbo vivificante que hay que predicar,
com o los derechos de la persona humana y la m edida de la gracia que Dios por Cristo
ha concedido al hom bre, que es invitado a recibir y profesar voluntariam ente la fe».

(Concilio Vaticano II, Declaración Dignitatis


humanae, 7.XII.1965, n .l)
TEMA C O N FESIO N Y C U S T O D IA
4 DE LA FE

Si la fe es necesaria para la salvación, fuente de la vida cristiana y elem en-


to esencial de su desarrollo, es lógico que el cristiano difunda ese bien
tan grande por to d o el m undo, que lo custodie com o un tesoro y que
evite perderlo, aunque le cueste la vida. Son los temas de este capítulo: la
confesión y com unicación de la fe, cóm o custodiarla ante las dificultades
con las que nos podem os encontrar, y los pecados contra la fe.

fe.
SUMARIO M

I 1. LA DIMENSIÓN APOSTÓLICA Y SOCIAL DE LA FE · Ί.1 . La confesión pública


y explícita de la fe. Ί .2. La difusión de la fe y el apostolado > 2. CUSTODIA Y SAL‫־‬
VAGUARDA DE LA FE. 2.1. Im portancia de guardar la fe. 2.2. La incoherencia entre fe
y vida. 2.3. Precaución respecto a las lecturas y otros m edios d e comunicación. 2.4. La
enseñanza. 2.S. La‫״‬com m unicatio in sacris”. 2.6. M atrimonios m ixtos y con disparidad
d ecu lto · 3. PRINCIPIOS DEL ECUMENISMO CATÓLICO SOBRE LA BÚSQUEDA
DE LA UNIDAD DE LA FE. 3.1. Principios teológico-dogm áticos. 3.2. Principios espi-
rituales y pastorales. 3.3. La práctica del ecum enism o · 4 . PECADOS CONTRA LA
FE. 4.1. Las dudas de fe. 4.2. La incredulidad. 4.3. El fideísmo.
70 1. La dimensión apostólica y social de la fe
«El discípulo de Cristo no debe solo guardar la fe y vivir de ella, sino también
profesarla, testimoniarla con firmeza y difundirla: "Todos vivan preparados
para confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirle por el camino de la
cruz en medio de las persecuciones que nunca faltan a la Iglesia".
»El servicio y el testimonio de la fe son requeridos para la salvación: "Todo
aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él
ante mi Padre que está en los cielos; pero a quien me niegue ante los hombres,
le negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos‫( » ״‬CEC, n.1816).
Del mismo modo que el cristiano participa de las funciones sacerdotal y real
de Cristo, también participa de su función profética. Y lo hace ensenando a
otros la Palabra de Dios, llevando el Evangelio a todo el mundo. La misión de
difundir la fe no es exclusiva de los sacerdotes y religiosos, sino que incumbe
a todo bautizado.

1.1. La confesión pública y explícita de la fe

Una consecuencia de vivir coherentemente la fe es confesarla con las obras


y con las palabras, comunicarla: «A través de la vida moral la fe llega a ser
"confesión", no solo ante Dios, sino también ante los hombres: se convierte en
testimonio» (VS, n.89).
El modo habitual de confesar la fe es vivir y comportarse siempre y en cual-
quier circunstancia con plena naturalidad de acuerdo a la fe que se profesa.
En algunas ocasiones es necesaria una confesión pública y explícita de la fe.
Esta confesión de la fe toma diversas formas:
a) Confesión pública eclesial: el cristiano en muchas ocasiones, por ejemplo,
en la Santa Misa, realiza un acto público y externo de su fe mediante la recita-
ción de un Símbolo.
b) Confesión pública de la fe: en ocasiones especiales, el cristiano deberá
hacer un testimonio público -esto es, formal y ante otras personas- de su fe,
incluso a costa de su propia vida, como han hecho tantos mártires. Concreta-
mente,
• cuando lo exige el honor de Dios; por ejemplo, si, al ser interrogado por la
legítima autoridad, el silencio o el disimulo equivale a negar la fe;
♦ cuando lo exige el bien espiritual del prójimo; por ejemplo, si de no ha-
cerlo se sigue grave escándalo en el prójimo.
Nunca debemos negar la fe, ni directa ni indirectamente, porque supone un
desprecio a Dios: «Al que me niegue delante de los hombres, también le ne-
garé delante de mi Padre que está en los ciclos» (Mt 10,33). La gravedad de
la negación de la fe radica fundamentalmente en la relación personal a Cristo
que la fe lleva consigo, y cuya negación supone.
Algunas veces puede ser lícito ocultar o disimular prudentemente la fe, siem-
pre que la ocultación o disimulo no equivalga a su negación, y siempre que
exista una causa justa.

1.2. La difusión de la fe y el apostolado

La dimensión social de la fe se concreta, sobre todo, en el apostolado; en el


deber de difundirla y darla a conocer, tal como nos ha mandado Jesucristo de
modo explícito:
• «Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda criatura. El que crea y sea
bautizado se salvará, pero el que tío crea se condenará» (Me 16,25-16);
• «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándoles en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo cuanto 0 $he
mandado» (Mt 28,19-20).
«La Iglesia ha nacido con el fin de que, por la propagación del Reino de Cristo en
toda la tierra, para gloria de Dios Padre, todos los hombres sean partícipes de la re-
dención salvadora, y por su medio se ordene realmente todo el mundo hacia Cristo.
Toda la actividad del Cuerpo Místico, dirigida a este fin, se llama apostolado, que
ejerce la Iglesia por todos sus miembros y de diversas maneras; porque la vocación
cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación a) apostolado» (AA, n.2).
El apostolado se puede realizar de múltiples modos y en todas las circuns-
tancias de la vida. En primer lugar, el cristiano difunde la fe con su modo de
vivir: realizando bien sus deberes profesionales, familiares, sociales, etc.
El cristiano debe vivir de tal manera que refleje el rostro de Cristo; de este modo,
los demás se sentirán atraídos por Dios: «Alumbre así vuestra luz ante los hom-
bres, pa ra que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre, que está
en los cielos» (Mt 5,16).
Sobre la base de la vida, adquiere autoridad moral la palabra, por la que co-
municamos la fe a las personas con las que nos relacionamos directa o indi-
rectamente.
«La luz de Cristo brilla como en un espejo « 1 el rostro de los cristianos, y así se di-
funde y llega hasta nosotros, de modo que también nosotros podamos participar
en esta visión y reflejar a otros su luz, igual que en la liturgia pascual la luz del
cirio enciendo otras muchas velas. La fe se transmite, por así decirlo, por contacto,
de persona a persona, como una llama enciende otra llama» (LF, n.37).
En la propagación de la fe, tienen una especial importancia las familias ere-
yentes. «Por eso el Concilio Vaticano II llama a la familia, con una antigua ex-
presión, "Ecclesia domestica" (LG, n.ll). En el seno de la familia, «los padres
han de ser para sus hijos los primeros anunciadores de la fe con su palabra y
con su ejemplo, y han de fomentar la vocación personal de cada uno y, con
especial cuidado la vocación a la vida consagrada» (LG, n.ll).

2. Custodia y salvaguarda de la fe
Como afirma el Catecismo, otro de los deberes respecto a la fe es «guardarla
con prudencia y vigilancia, y rechazar todo lo que se oponga a ella» (CEC,
n.2088).
Así se expresaba san Pablo poco antes de morir: «Pues yo estoy a punto de
derramar mi sangre en sacrificio, y el momento de mi partida es inminente.
He peleado el noble combate, he alcanzado la meta, he guardado la fe. Por lo
demás, me está reservada la merecida corona que el Señor, el Justo Juez, me
entregará aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que han deseado
con amor su venida» (2Tim 4,6-8).

2.1. Im portancia de guardar la fe

Si bien debemos evitar todo pecado y apartamos de las ocasiones de caer, en el


caso de los pecados contra la fe esta obligación es especialmente grave, ya que:
• «La fe es el inicio de la salvación humana, el fundamento de toda justifica-
ción, "sin fe, en efecto, es imposible agradar a Dios‫( » ״‬Concilio de Trento).
• «Nuestra vida moral tiene su fuente en la fe en Dios que ñas revela su
amor. S. Pablo habla de la "obediencia de la fe" como de la primera obli-
gación. Hace ver en el "desconocimiento de Dios" el principio y la expli-
cación de todas las desviaciones morales. Nuestro deber para con Dios es
creer en Él y dar testimonio de Él» (CEC, n.2087).
• La pérdida de la fe nos separa de los medios ordinarios de la recepción de la
gracia -los sacramentos- y de la capacidad de pedir los auxilios oportunos.
♦ Finalmente, la fe es un don sobrenatural, y somos incapaces de recuperarla
con nuestras propias fuerzas.

2.2. La incoherencia entre fe y vida

La fe y la vida están intrínsecamente unidas y se requieren mutuamente: la fe


lleva a las obras, y las obras realizadas por amor a Dios nos disponen a recibir
un aumento de las virtudes sobrenaturales.
Por eso, cuando una persona deja de vivir de modo coherente con su fe se
pone en ocasión de atentar contra la misma fe. La persona tiene necesidad
íntima de coherencia y unidad. Si la conducta (vida) no es coherente con el
pensamiento (fe), y no se rectifica por el arrepentimiento y la recepción de la
misericordia divina, se acaba cambiando el pensamiento para justificar la con-
ducta. Podríamos expresar así un famoso adagio: ‫ ״‬Cuando no se vive lo que
se cree, se acaba creyendo lo que se vive".
En muchos casos, la causa de la ruptura entre fe y vida se debe a la negligen-
cía, es decir, a la falta de amor a Dios y a los demás; al mismo tiempo que la
persona va cediendo poco a poco ante el propio egoísmo, va perdiendo interés
por corresponder al amor de Dios, por la oración, por la felicidad y salvación
de las personas, etc.
En esa situación, todas aquellas ideas que ponen en duda la fe cristiana e in-
cluso la misma existencia de Dios, ideas que en otros momentos se rechazaban
como falsas, pueden resultar atractivas porque vendrían a justificar intelec-
tualmente la vida práctica que uno se resiste a abandonar.

2.3. Precaución respecto a las lecturas y otros m edios de comunicación

Uno de los peligros contra el verdadero amor a la verdad y, por tanto, contra
la fe es escuchar a falsos maestros, a personas que difunden ideas contrarias a
las enseñanzas de la Iglesia, a través de libros, conferencias o cualquier medio
de comunicación.
El conocimiento de ideas erróneas expuestas como si fueran verdaderas no es
algo inofensivo, entre otras razones por la atracción que ejerce sobre nosotros
la parte o apariencia de verdad que contienen siempre los errores, o el prestí-
gio en otros campos de la persona que los expone.
Cuando alguien, por justas razones, debe leer o escuchar ideas contrarias a la
verdad, debe tener en cuenta que nadie puede considerarse inmune al error;
solo una persona pagada de sí misma puede pensar que tiene suficiente ma-
durez intelectual para distinguir siempre lo verdadero de lo falso. La madurez
intelectual, por el contrario, se caracteriza por la aceptación de los propios
límites.
Por tanto, se deben poner los medios para evitar las consecuencias negativas:
leer autores de obras sobre esos temas con auténtico sentido cristiano, pedir
orientación y consejo a personas con recta doctrina, cuidar la vida de piedad,
fomentar un espíritu humilde y crítico, y acudir a nuestra Madre, Asiento de la
Sabiduría.
Los pastores de la Iglesia deben custodiar el depósito de la fe, y responder al
derecho que tienen los fieles de ser guiados por el camino de la sana doctrina.
Para eso, «tienen el derecho y el deber de velar para que ni los escritos ni la
utilización de los medios de comunicación social dañen la fe y las costumbres
de los fieles cristianos» (CIC, c.823 §1).
Tienen también el deber y derecho de exigir que los fieles sometan a su juicio los
escritos que vayan a publicar y tengan relación con la fe o la moral, y de reprobar
los escritos nocivos para una y otra (cf. CIC, c. 823 §1).
En particular, la Iglesia presta una especial atención a las ediciones de la Sa-
grada Escritura, para evitar interpretaciones erróneas. Por eso, establece que
los libros de la Sagrada Escritura solo pueden publicarse si han sido apro-
hados por la Sede Apostólica o por la Conferencia Episcopal, y 10 mismo las
traducciones a la lengua vernácula, que deberán ir acompañadas además de
las notas aclaratorias necesarias y suficientes (cf. CIC, c.825).
La Iglesia vela también por los libros de teología, historia de la Iglesia, catecismos,
y libros sobre otras materias religiosas y morales (cf. CIC, c.827).

2.4. La enseñanza

Es un hecho que en la mayor parte de los centros de enseñanza no se tiene en


cuenta, en la formación que imparten, la concepción cristiana de la vida. En
muchos, por el contrario, la formación está contagiada de ideologías contra-
rías a la fe y a la razón. Por otra parte, cada vez son más los católicos que no
tienen libertad a la hora de elegir el lugar de estudio para sus hijos.
Como los padres son los primeros responsables de la educación de sus hijos,
es muy importante que se informen bien sobre la educación religiosa y moral
que estos están recibiendo, incluso aunque el centro de enseñanza al que acu-
den haya gozado de una larga tradición católica.
En la medida de lo posible, se debe evitar acudir a los centros de enseñanza
que no imparten formación cristiana. Ahora bien, si no hay otra posibilidad
factible, los padres, además de enseñar a sus hijos la fe en casa y en la pa-
rroquia, deben tomar las medidas oportunas para contrarrestar las posibles
malas influencias de la escuela.
La actual situación acentúa la importancia del derecho y deber de los padres
de promover centros de enseñanza de inspiración cristiana, y de exigir a los
gobernantes que se defienda ese derecho y se ayude a cumplir ese deber, pues
la escuela es subsidiaria de la familia.

2.5. La "com m unicatio in sacris"

La "communicatio in sacris‫ ״‬es la participación conjunta de católicos y acató-


!icos en los mismos actos de culto público, es decir, actos de culto conformes
a las prescripciones o costumbres litúrgicas de la Iglesia católica o de las co-
munidades no católicas.
El principio general que se debe tener en cuenta es el siguiente: «Está prohibí-
da por ley divina la comunicación en las cosas sagradas que ofenda la unidad
de la Iglesia o lleve al error formal o al peligro de errar en la fe, o sea ocasión
de escándalo y de indiferentismo» (Concilio Vaticano II, Decr. Orientalium Ec-
clesitirum, n.26).
Por lo demás, es muy interesante conocer las disposiciones del Código de De-
recito Canónico, concretamente el canon 844, que se refiere a la recepción de los
sacramentos.

2 .6 . M atrim onios m ixtos y con d is p a rid a d d e culto

Una especial importancia en este ámbito la tienen los matrimonios mixtos


(entre católico y bautizado no católico) y los matrimonios con disparidad de
culto (entre católico y no bautizado).
• En el caso de los matrimonios mixtos, los esposos corren el peligro de vivir
en el seno de su hogar el drama de la desunión entre los cristianos, que
todavía no se ha superado.
• En el caso de la disparidad de culto, las dificultades pueden ser mayo-
res: «Divergencias en la fe, en la concepción misma del matrimonio, pero
también mentalidades religiosas distintas pueden constituir una fuente de
tensiones en el matrimonio, principalmente a propósito de la educación de
los hijos. Una tentación que puede presentarse entonces es la indiferencia
religiosa» (CEC, n.1634).
Por esas razones, la Iglesia pide una especial prudencia. Según el Código de
Derecho Canónico, un matrimonio mixto necesita, para su licitud, el permiso
expreso de la autoridad eclesiástica (cf. CIC, can.1124). En el caso de la dis-
paridad de culto se requiere una dispensa expresa del impedimento para la
validez del matrimonio (cf. CIC, can.1086).
«Este permiso o esta dispensa supone que ambas partes conozcan y no excluyan
los fines y las propiedades esenciales del matrimonio: además, que la parte cató-
lica confirme los compromisos -también haciéndolos conocer a la parte no católi-
ca- de conservar la propia fe y de asegurar el Bautismo y la educación de 105 hijos
en la Iglesia Católica (cf. CIC can.1125)» (CEC, n.1635).

3. Principios del ecumenismo católico sobre


la búsqueda de la unidad de la fe
Se conoce por ecumenismo el esfuerzo de las diferentes confesiones cristianas
orientado a la reconciliación de la cristiandad dividida. En este sentido, signi-
fíca lo mismo que ‫ ״‬movimiento ecuménico", que fue definido por el Concilio
Vaticano II como aquellas «actividades e iniciativas que, según las diferentes
necesidades de la Iglesia y las circunstancias de los tiempos, se suscitan y se
ordenan a fomentar la unidad de los cristianos» (UR, n.4).
El Decreto Unitatis redintregatio del Concilio Vaticano II, el documento magis-
terial de máximo rango sobre el ecumenismo, afirma que la división entre los
cristianos «contradice clara y abiertamente la voluntad de Cristo, es un escán-
dalo para el mundo y perjudica a la causa santísima de predicar el Evangelio
a toda criatura» (n.l), y propone a todos los católicos los medios, caminos y
formas para responder a la llamada de Dios a restaurar la unidad.
En 1995 Juan Pablo 11 publicó la encíclica L// omites utium sint, sobre el empeño
ecuménico. Al principio del nuevo milenio, el santo papa afirmó que el anhelo de
Cristo por la unidad es «imperativo que nos obliga, fuerza que nos sostiene y salu-
dable reprodte por nuestra desidia y estrechez de corazón» (Carta Novo millenmo
ineunte, n.48).
Exponemos a continuación, siguiendo el Decreto del Concilio, los principios
dogmáticos y pastorales del ecumenismo, y los criterios que se deben tener en
cuenta para ponerlo en práctica.
3.1. Principios teológíco-d ogm átkos 77
• La Eucaristía es signo y causa de la unidad. Cristo instituyó el sacramento
admirable de la Eucaristía, «por el cual se significa y realiza la unidad de la
Iglesia» (UR, n.2).
• El Espíritu Santo, enviado por Cristo, es el «Principio de la unidad de la
Iglesia» (UR, n.2). Por tanto, la unidad no es obra humana, sino fruto del
Espíritu Santo.
♦ El elemento visible de la unidad es la jerarquía apostólica y concretamen-
te el Papado (cf. UR, n.2).
♦ La "triple unidad" querida por Cristo contiene la profesión de fe, el minis-
terio de los sacramentos y el gobierno jerárquico:
«Jesucristo quieFe que (...) su pueblo crezca y lleve a la perfección su comunión
en la unidad: en la confesión de una sola fe, en la celebración común del culto
divino y en la concordia fraterna de la familia de Dios» (UR, n.2).

3.2. Principios espirituales y pastorales

• Es importante que los católicos se preocupen de sus hermanos separados,


pero, sobre todo, deben preocuparse de la renovación institucional católica:
Los fieles católicos «deben considerar con ánimo sincero y atento todo aquello
que hay que renovar y llevar a cabo en la propia familia católica, para que su vida
dé un testimonio más fiel y más claro de la doctrina y de las normas entregadas
por Cristo por medio de los Apóstoles» (UR, n.4).
• La renovación católica implica, en primer término, la búsqueda de la san-
tidad personal:
«Por lo tanto, todos los católicos deben tender a la perfección cristiana y, cada
uno según su condición, esforzarse para que la Iglesia, que lleva en su cuerpo la
humildad y mortificación de Jesús, se purifique y se renueve cada día más, hasta
que Cristo se la presente a sí mismo gloriosa, sin mancha ni arruga» (UR, n.4).
• Condición previa para la obra ecuménica es el respeto a la libertad y a las
legítimas diversidades dentro de la Iglesia católica (cf. UR, n.4).
• Es necesario que los católicos admiren todos los bienes cristianos que se
encuentran en los hermanos separados:
«Es justo y saludable reconocer las riquezas de Cristo y las obras de virtud en la
vida de otros que dan testimonio de Cristo, a veces hasta el derramamiento de la
sangre: Dios es siempre admirable y digno de admiración en sus obras» (UR, n.4).
• Es preciso reconocer que las divisiones entre cristianos son un obstáculo
«para que la Iglesia lleve a cabo la plenitud de la catolicidad que le es pro-
pia en aquellos hijos que, incorporados a ella ciertamente por el bautismo,
están, sin embargo, separados de su plena comunión» (UR, n.4).

3.3. La práctica del ecumenismo

En el segundo capítulo del Documento magisterial se dan criterios y normas


para la práctica del ecumenismo por los fieles católicos.
Se comienza recordando un principio fundamental: «La preocupación por el
restablecimiento de la unión atañe a la Iglesia entera, tanto a los fieles como a
los pastores; y afecta a cada uno según su propia capacidad, ya sea en la vida
cristiana diaria o en las investigaciones teológicas e históricas» (UR, n.5). Se
trata por tanto de un aspecto importante de la vida cristiana.
A continuación, se afirma la importancia, para el ecumenismo, de la verdade-
ra renovación de la Iglesia, que «consiste esencialmente en un aumento de la
fidelidad a su vocación» (UR, n.6).
La condición indispensable del auténtico ecumenismo es la conversión in-
terior:
«Porque los deseos de unidad brotan y maduran como fruto de la renovación de
la mente, de la negación de sí mismo y de una efusión libérrima de la caridad»
(UR, n.7). Cuanto más pura según el Evangelio sea la vida de los fieles cristianos
tanto mejor promoverán la unión
La oración común por la unidad de los católicos con los hermanos separados
tiene una gran importancia ecuménica. El alma de todo el movimiento ecumé-
nico es la «conversión del corazón y santidad de vida, junto con las oraciones
públicas y privadas por la unidad de los cristianos» (UR, n.8).
Aunque en algunas circunstancias especiales sea Utico y aun deseable que los ca-
tólicos se unan con los hermanos separados en la oración, no es lícito considerar
la coinunicatio in sacris «como un medio que puede usarse indiscriminadamente
para restaurar la unidad de los cristianos» (UR, n.8).
La Iglesia anima también a conocer la mentalidad de los hermanos separados,
a lo que pueden contribuir las reuniones entre ambas partes, sobre todo para
hablar de cuestiones teológicas, siempre que los que participen en ellas, bajo la
vigilancia de los prelados, sean verdaderamente expertos (UR, n.9).
4. Pecados contra la fe 79
4.1. Las dud as de fe

«El primer mandamiento nos pide que alimentemos y guardemos con pru-
dencia y vigilancia nuestra fe y que rechacemos todo lo que se opone a ella.
Hay varias maneras de pecar contra la fe:
♦ La duda voluntaria respecto a la fe descuida o rechaza tener por verdadero
lo que Dios ha revelado y la Iglesia propone creer.
♦ La duda involuntaria designa la vacilación en creer, la dificultad de superar
las objeciones con respecto a la fe o también la ansiedad suscitada por la
oscuridad de ésta.
Si la duda se fomenta deliberadamente, la duda puede conducir a la ceguera
del espíritu» (CEC, n.2088).
Es importante tener en cuenta que la duda de fe no es la mera dificultad de
aceptar una verdad que nos supera, sino la puesta en duda de la veracidad o
sabiduría de Dios -de Cristo- que la fe formalmente supone. En este sentido,
la duda consentida de fe atenta a su mismo fundamento formal, y constituiría
un pecado grave.

4.2. La incredulidad

«La incredulidad es el menosprecio de la verdad revelada o el rechazo volunta-


rio de prestarle asentimiento» (CEC, n.2089).
La incredulidad como pecado es algo diferente a la mera carencia involuntaria
de fe. Tampoco es propiamente un incrédulo el que oye la predicación de la fe
pero no percibe el mensaje como algo que le afecta realmente a él, o no cae en
la cuenta de que es una "revelación" divina. «Incredulidad, en sentido preciso,
es solo el acto espiritual mediante el cual alguien niega reflexivamente el asen-
timiento a una verdad que se ha presentado ante sus ojos con suficiente claridad
como palabra de Dios» (J- Pieper, 1976,353).
El Catecismo de la Iglesia Católica, citando el Código de Derecho Canónico, c.751,
distingue tres tipos de incredulidad:
♦ «Se llama herejía la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de
una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz
sobre la misma;
#
apostasía es el rechazo total de la fe cristiana;
• cisma, el rechazo de la sujeción al Sumo Pontífice o de la comunión con los
miembros de la Iglesia a él sometidos» (CEC, n.2089).
La herejía supone una ‫ ״‬elección‫ ״‬-herejía procede dei griego haireísthai, que
significa elegir, dividir, preferir- entre unas verdades y otras de las enseñadas
por la Iglesia como objeto de fe.
La herejía mira no tanto a la veracidad de Cristo como a la veracidad de la
Iglesia como depositaría de la fe.
Dice así santo Tomás: «De la rectitud de la fe cristiana se puede uno desviar de
dos maneras. La primera: porque no quiere prestar su asentimiento a Cristo, en
cuyo caso tiene mala voluntad respecto del fin mismo. La segunda: porque tiene
la intención de prestar su asentimiento a Cristo, pero falla en la elección de los
medios para asentir, porque no elige lo que en realidad enseñó Cristo, sino lo que
le sugiere su propio pensamiento» (S.Th. 1111‫־‬, q.ll, a.1).
La apostasía es el completo abandono de la fe cristiana para pasarse a otra re-
ligión o quedarse sin ninguna. Es el pecado más grave contra la fe, porque su·
pone despreciar totalmente la verdad divina y rechazar la veracidad de Dios,
que es la Verdad.
La raíz de la herejía y de la apostasía es la misma: erigir la propia razón en
criterio único de verdad y rechazar la autoridad de Dios.

4 .3 . El fid e ís m o

El fideísmo en sentido propio es una postura herética que, como reacción al


racionalismo, se hizo especialmente presente en el siglo XIX. Consiste en nc-
gar que la razón -dañada por el pecado- sea capaz de llegar a verdades ciertas
especialmente en los temas que hacen referencia a Dios y al hombre como
criatura (existencia de Dios creador y providente, existencia de la ley moral
natural, etc.). Afirma que el hombre solo puede alcanzar la verdad y la certeza
en estas cuestiones por la Revelación sobrenatural.
La radical insuficiencia de la razón que afirman los fideístas es una insuficien-
cia esencial: existiría una necesidad absoluta de la Revelación sobrenatural
para conocer tales verdades, y no solo una necesidad moral, como enseña el
Magisterio de la Iglesia.
En efecto, Pío XII, en la encíclica Humani generis (nn. 1 y 2), afirma que la razón
humana, «hablando absolutamente, procede con sus fuerzas y su luz natural
al conocimiento verdadero y cierto de un Dios único y personal, que con su
providencia sostiene y gobierna el mundo y, asimismo, al conocimiento de la
ley natural, impresa por el Creador en nuestras almas».
La necesidad de la Revelación divina para alcanzar esos conocimientos con fa-
cilidad, firme certeza y sin ningún error, no es, por tanto, esencial, sino moral,
debido a que la razón, para ejercer ese poder natural que posee, se encuentra con
obstáculos que proceden de los sentidos, de la imaginación, de las malas tenden-
cías derivadas del pecado original, etc.
El fideísmo ha sido reprobado diversas veces por el Magisterio de la Iglesia.
Su aspecto más radical está en la total separación entre fe y razón, que ‫־־‬al
afirmar que no es posible el conocimiento racional de los preambulafidei- lleva
a una concepción totalmente voluntarista de la fe, atentando a su carácter au-
ténticamente humano.
Los prenmbuin fidei o preámbulos de la fe son las verdades que hay que recorrer
previamente con las fuerzas naturales de la inteligencia humana para poder fun-
damentar la racionalidad del acto de fe, de modo que este sea digno de Dios que
lo pide y del hombre que lo hace.
El fideísmo, al negar la capacidad de la razón para llegar al conocimiento de
la existencia de Dios y de la ley natural, conduce a afirmar que cuando los
cristianos invocan la ley natural y la defienden en el orden social, político, eco-
nómico, etc., lo que están intentando es imponer a los demás criterios ‫ ״‬confe‫*־‬
sionales", exclusivos de su religión.
Si un católico acepta este planteamiento, puede llegar a la incoherencia de man-
tenor principios cristianos en el ámbito privado, mientras defiende criterios con-
trarios en el ámbito público.
Ejercido 1. Vocabulario
Identifica el significado de las siguientes palabras y expresiones usadas:

S ím bolo Escándalo
A postolado In d ife re n tism o
C uerpo M ístico M a trim o n io m ix to
Ecclesia domestica M a trim o n io con disparidad de c u lto
Libación Incredulidad
N egligencia Herejía
D epósito de la fe Apostasía
Communicatio in sacris Fideísm o
Ecum enism o Preám bulos de la fe
M o vim ie n to ecum énico

Ejercicio 2. Guía de estudio


Contesta a las siguientes preguntas:

1. ¿Porqué el apostolado, la d ifu sió n de la fe, es un d e b e r de to d o s los cristianos?


2. ¿Podría d e cir algunas razones p o r las que es un deber im p o rta n te guardar y
cuidar la fe?
3. ¿Por qué resulta un p e lig ro contra la fe v iv ir de m odo incoherente con ella?
4. ¿Qué se debe hacer cuando sea necesario leer algún e scrito co n tra rio a la fe?
5. ¿Qué crite rio s conviene te n e r en cuenta respecto a la comm unicatio in sacrís a
fin de e v ita r los peligros para la fe?
6. ¿Qué significa que la co nd ició n indispensable del a u té n tico ecum enism o es la
conversión in te rio r?
7. ¿Qué diferencia existe e n tre herejía y apostasía?
8. ¿En qué consisten las dudas de fe y cóm o se debe proceder ante ellas?
9. ¿Qué es el fideísm o? ¿Cómo se m anifiesta actualm ente?
Ejercicio 3. Comentario de texto
Lee e l s ig u ie n te te x to y h az un c o m e n ta rio p e rso n a l u tiliz a n d o los c o n te n id o s
a p re n d id o s :

«Loscristianosseglaresobtienenel derecho y la obligación delapostolado por su unióncon


Cristo Cabeza. Ya que insertos en el bautism o en el Cuerpo M ístico de Cristo, robustecidos
por la Confirm ación en la fortaleza del Espíritu Santo, son destinados al apostolado por el
mismo Señor. Son consagrados com o sacerdocio real y gente santa (cf. IPe 2,410‫ )־‬para
ofrecer hostias espirituales por m edio de todas sus obras, y para dar testim onio de Cristo
en todas las partes del m undo. La caridad, que es com o el alma de todo apostolado, se
comunica y m antiene con los Sacramentos, sobre to d o de la Eucaristía.

El apostolado se ejerce en la fe, en la esperanza y en la caridad, que derram a el Espíritu


Santo en los corazones de todos los m iem bros de la Iglesia. Más aún, el precepto de la
caridad, que es el m áxim o m andam iento del Señor, urge a todos los cristianos a pro-
curar la gloria de Dios por el advenim iento de su reino, y la vida eterna para todos los
hom bres: que conozcan al único Dios verdadero y a su enviado Jesucristo (cf. Jn 17,3).

Por consiguiente, se im pone a todos los fieles cristianos la noble obligación de trabajar
para que el mensaje d ivin o de la salvación sea conocido y aceptado por todos los hom -
bres de cualquier lugar de la tierra.

Para ejercer este apostolado, el Espíritu Santo, que produce la santificación del pueblo
de Dios por el m inisterio y por los Sacramentos, concede tam bién dones peculiares a
los fieles (cf. 1C0r 12,7) "distribuyéndolos a cada uno según quiere” (IC o r 12,11), para
que ”cada uno, según la gracia recibida, poniéndola al servicio de los otros”, sean tam -
bién ellos ”adm inistradores de la m u ltifo rm e gracia de D ios'(1 Pe 4,10), para edificación
de to d o el cuerpo en la caridad (cf. Ef 4,16).

De la recepción de estos carismas, incluso de los más sencillos, procede a cada uno de
los creyentes el derecho y la obligación de ejercitarlos para bien de los hom bres y edi-
ficación de la Iglesia, ya en la Iglesia misma, ya en el m undo, en la libertad del Espíritu
Santo, que 'sopla donde quiere* (Jn 3,8), y, al m ism o tiem po, en unión con los herm a-
nos en C risto, sobre to d o con sus pastores, a quienes pertenece el juzgar su genuina
naturaleza y su debida aplicación, no por cie rto para que apaguen el Espíritu, sino con
el fin de que to d o lo prueben y retengan lo que es bueno (cf. ITes 5,12; 19,21)».
(C o n c il io V a t ic a n o II, Decreto Apostolicam octuositotem
sobre el apostolado de los laicos, 18.XI.1965, n.3)
TEMA CONCEPTO TEO LÓ G IC O
5 DE E S P E R A N ZA

En este ca pitu lo vam os a estudiar en qué consiste la v irtu d teologal de la


esperanza, y su significado y función en la vida cristiana. Aunque la ¡dea
de esperanza nos parece clara, cuando tratam os de profundizar en ella y
exponerla con precisión podem os encontrar alguna d ificu lta d . Por eso,
tratarem os de explicar con cie rto detenim iento, entre otras cuestiones,
por qué es necesaria esta virtu d , cuando ya se poseen la fe y la caridad.

fe
SUMARIO Λ

1. LA ESPERANZA COMO APERTURA HACIA EL FUTURO Y ACTITUD HUMANA


ESENCIAL · 2. ENSEÑANZA DE LA SAGRADA ESCRITURA SOBRE LA ESPE‫־‬
| RANZA TEOLOGAL. 2.1. Antiguo Testam ento. 2.2. Nuevo Testam ento 3 ‫־‬. LASEN‫־‬
SEÑANZAS DEL MAGISTERIO. 3.1.Concilio deTrento. 3.2.ConcilioVaticanoll.3.3.La
encíclica Spesalvi 4 ‫־‬. ¿EN QUÉ CONSISTE LA VIRTUD DE LA ESPERANZATEO-
LOGAL? · 5. ¿QUÉ ESPERAMOS?: EL OBJETO DE LA ESPERANZA · 6. ¿POR
QUÉ NECESITAMOS LA VIRTUD TEOLOGAL DE LA ESPERANZA? * 7. LA RE-
LACIÓN DE LA ESPERANZA CON LA FE. 7.1. La esperanza necesita la fe. 7.2. La fe
necesita la esperanza. 7.3. La certeza d e la fe y la certeza d e la esperanza · 8. LA
RELACIÓN DE LA ESPERANZA CON LA CARIDAD. 8.1. La esperanza y la caridad se
necesitan m utuam ente. 8.2. El desprecio d e la esperanza.
1. La esperanza como apertura hacia el 85
futuro y actitud humana esencial
La persona tiende de modo natural a buscar su propio bien, su perfección
humana, su realización plena. Esta tendencia se manifiesta en que todas las
facultades de la persona buscan su bien propio:
• la razón busca la verdad sobre el bien,
• la voluntad ama el bien conocido por la razón,
• el apetito concupiscible desea los bienes placenteros,
• el apetito irascible desea alcanzar el bien difícil.
Cuando, por medio de la razón, conocemos algún bien concreto y nos damos
cuenta de que es bueno para nuestra perfección como personas y de que pode-
mos conseguirlo, surge el deseo de alcanzarlo. Comienza así un proceso que
puede terminar en la búsqueda de ese bien o en su rechazo.
Los deseos de bienes más o menos arduos, difíciles de conseguir, como, por
ejemplo, el conocimiento de una ciencia o de una técnica, cuidar con cariño a
una persona enferma un día tras otro..., nacen del apetito irascible (los de-
seos de bienes placenteros, en cambio, son propios del apetito concupiscible).
¿Qué sentimientos surgen en nosotros cuando deseamos un bien difícil?
• Si consideramos que podemos conseguirlo, experimentamos el sentimien-
to de esperanza: anhelamos ese bien y estamos dispuestos a superar las
dificultades que se presenten.
• En cambio, si pensamos que no podemos conseguirlo, sentimos desespe-
ranza, y nos planteamos abandonar la consecución de ese bien debido a las
dificultades que hacen imposible obtenerlo.
Cuando la esperanza de alcanzar un bien que deseamos está razonablemente
fundada (y aquí es necesaria la prudencia para acertar), nos sentimos moti-
vados, nos esforzamos y actuamos con diligencia a fin de llegar a la meta.
Estamos ilusionados por conseguir ese bien. En el fondo, lo que nos motiva
(lo que nos mueve a actuar), lo que nos ilusiona, es el amor al bien que espe-
ramos alcanzar.
Si llegamos a la conclusión de que no podemos aspirar a esa meta que nos ilu·
siona, porque existen dificultades imposibles de superar, debemos abandonar el
proyecto y buscar otro que esté a nuestro alcance. Sería absurdo esforzarse por
conseguir un objetivo imposible para nosotros.
La esperanza debe tener un fundamento, algo que nos haga confiar en que
vamos a conseguir el bien que deseamos: las propias fuerzas, la ayuda de otra
persona o personas, unos medios concretos, etc. Para conseguir algo no basta
con querer; es preciso poder.
No podemos vivir sin esperar: nuestra vida es un caminar hacia nuestra propia
felicidad. Buscamos bienes porque pensamos que nos van a dar la felicidad. El
que no espera nada, el que vive una vida sin sentido, es fácil que termine en la
enajenación o en el suicidio, porque no tiene razón alguna para hacer nada.
En resumen, podríamos definir la esperanza humana como la aspiración,
sostenida por la confianza, a unos bienes futuros que contribuyen a nuestra
perfección y felicidad.
Una vez que, movidos por la esperanza, comenzamos el camino hacia algún
bien difícil de alcanzar, pueden surgir diversos obstáculos, que despiertan
en nosotros diferentes pasiones o sentimientos: audacia, temeridad, miedo,
cobardía, ira, etc.
Para encauzar y educar esas pasiones hacia el bien, cuando nos enfrentamos
a peligros graves, necesitamos la virtud humana de la fortaleza; y otras vir-
tudes como la magnanimidad, la paciencia o la perseverancia, cuando no se
trata de dificultades graves.
El sentimiento de esperanza y estas virtudes humanas, como veremos, tienen
una relación muy directa con la virtud teologal de la esperanza.

2. Enseñanza de la Sagrada Escritura sobre la esperanza teologal


2.1. Antiguo Testamento
El Antiguo Testamento puede leerse como una exhortación a la esperanza:
ciertamente, el núcleo de su mensaje es la promesa y la espera del Mesías, y,
por tanto, de la Salvación y de la unión con Dios.
A pesar de todo, en el Antiguo Testamento no aparece todavía la esperanza
con todos los aspectos que después nos revela Jesucristo. Y, sobre todo, falta la
plena seguridad que nos ofrece la Redención obrada por Cristo.
«La esperanza cristiana recoge y perfecciona la esperanza del pueblo elegido que
tiene su origen y su modelo en la esperanza de Abraham en las promesas de Dios;
esperanza colmada en Isaac y purificada por la prueba del sacrificio (cf. Gn 17,4-8;
22,1-18). "Esperando contra toda esperanza, creyó y fue hecho padre de muchas
naciones" (Rm4,18)» (CEC, n. 1819).
2.2. Nuevo Testamento 87
Con la Encarnación del Verbo se alcanza el cumplimiento de la esperanza
anunciada en el Antiguo Testamento.
Cristo es el fundamento de nuestra esperanza, ya que Él es el autor de nuestra
salvación: «En ningún otro [que no sea Jesucristo] está la salvación; pues no
hay ningún otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, por el que tengamos
que ser salvados» (Hech 5,12). «Cristo Jesús nuestra esperanza» (lTm 1,1).
La esperanza es la atracción que Dios pone en nuestra alma hacia Él en razón de
la Cruz de Cristo: «Y Yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia
mí. Deda esto señalando de qué muerte iba a morir» (Jn 12,32-33).
A la vez, Cristo nos revela el objeto de la verdadera esperanza, lo que pode-
mos esperar confiando plenamente en Él: el Reino de Dios, la unión con Dios,
la verdadera felicidad del hombre.
De todas las características de la esperanza expresadas en el Nuevo Testa-
mentó, señalamos las siguientes:
a) El objeto de la esperanza es Dios y la vida eterna:
• San Pedro, en su primera carta, bendice a Dios Padre, «que por su gran
misericordia nos ha engendrado de nuevo -mediante la resurrección de
Jesucristo de entre los muertos- a una esperanza viva, a una herencia in-
corruptible, inmaculada y que no se marchita, reservada en los cielos para
vosotros» (1P1,34).
• También san Pablo habla, en la carta a Tito, de «la esperanza de la vida
eterna, que ha prometido desde toda la eternidad el que no miente, Dios»
(Tt 1,2; cf. Tt 3,4-7).
b) La esperanza se apoya en la promesa, el poder y la fidelidad de Dios y de
Jesucristo. Por eso, no debemos temer. Dios está a nuestro favor.
• «No temáis, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros
el Reino» (Le 12,32).
• «Cuando me haya marchado y os haya preparado un lugar, de nuevo ven-
dré y os llevaré junto a mí, para que, donde yo estoy, estéis también voso-
tros» (Jn 143).
• «Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no perdonó a su
propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con
él todas las cosas?» (Rm 8,31-32).
• «Mantengamos fírme la confesión de la esperanza, porque fiel es el que
hizo la promesa» (Hebr 10,23).
c) El objeto de la esperanza es futuro, pero está apoyado en algo que ya se
tiene. Ya ahora somos hijos de Dios, y tenemos en nuestros corazones al Espí-
ritu Santo.
• «Mirad qué amor tan grande nos ha mostrado el Padre: que nos llamemos
hijos de Dios, ¡y lo somos! (...) Queridísimos: ahora somos hijos de Dios, y
aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se maní-
fieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como es» (ljn 3,1-2).
• «Una esperanza que no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derra-
mado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha
dado» (Rm 5,5).
d) La esperanza es espera paciente y perseverante.
• «Y todos os odiarán a causa de mi nombre; pero quien persevere hasta el
fin, ese se salvará» (Mt 10,22).
• «Por tanto, hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor (...). Te-
ned también vosotros paciencia, fortaleced vuestros corazones, porque la
venida del Señor está cerca» (St 5,78‫)־‬.
e) La esperanza tiene una firmeza absoluta: Dios no puede mentir.
• «Y por esto Dios, al querer demostrar con mayor claridad a los herederos
de la promesa la inmutabilidad de su decisión, la reafirmó con un jura-
mentó; para que, gracias a dos cosas inmutables por las cuales es imposible
que Dios mienta, los que buscamos refugio en la posesión de la esperanza
que nos es ofrecida, tengamos un poderoso consuelo, que es para nosotros
como ancla segura y firme de nuestra vida» (Hebr 6,17-19).

3. Las enseñanzas del Magisterio


Son muy abundantes las enseñanzas del Magisterio sobre la virtud de la espe-
ranza. Por motivos de brevedad, nos limitamos a exponer solo algunas y de
modo sucinto.

3.1. Concilio de Trento

El Concilio de Trento afirma la existencia de la virtud de la esperanza junto al


resto de las virtudes teologales; y sobre el objeto, el motivo y la necesidad de
esta virtud, afirma que los justos deben «esperar de Dios, por su misericordia
y por los méritos de Jesucristo, el premio eterno» (Sesión VI, De iustíficatíone,
c.16, can.26).
Afirma también el Concilio de Trento que, aunque todos deben tener la más
firme esperanza en la ayuda de Dios, no debe nadie prometerse algo absolu-
tamente seguro, pues las personas pueden sustraerse a la gracia de Dios (cf.
Ibtdem, c.13).

3.2. Concilio Vaticano II

Del Concilio Vaticano II tienen especial interés las enseñanzas de la Constitu-


ción Pastoral Gaudium et $pe$ sobre las relaciones entre la esperanza sobrenatu-
ral y las esperanzas humanas, entre progreso temporal y Reino de los Cielos.
La esperanza escatológica o esperanza de la vida eterna no aleja al cristiano
de las actividades materiales: es el mensaje que se recuerda en el n.21 de GS:
«La esperanza escatológica no disminuye la importancia de las tareas terrenas,
sino que más bien proporciona nuevos motivos de apoyo para su cumplimiento».
Es también una de las ideas centrales del cap. III, que trata de la actividad
humana en el mundo:
• «El mensaje cristiano no aparta a los hombres de la construcción del mun-
do ni les impulsa a despreocuparse del bien de sus semejantes, sino que les
obliga más a llevar a cabo esto como un deber» (GS, n.34).
• «Se nos advierte que de nada le sirve al hombre ganar todo el mundo si
se pierde a sí mismo. No obstante, la espera de una tierra nueva no debe
amortiguar, sino más bien avivar, la preocupación de perfeccionar esta tie-
rra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de al-
guna manera anticipar un vislumbre del siglo nuevo. Por ello, aunque hay
que distinguir cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del reino
de Cristo, sin embargo, el primero, en cuanto puede contribuir a ordenar
mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al reino de Dios» (GS,
n.39).
Los cristianos -cada uno según su vocación- son llamados a ser ciudadanos
de la ciudad celeste, pero, al mismo tiempo, son ciudadanos de la ciudad
terrena de modo pleno. La fe y la esperanza de ningún modo pueden ser
motivos de alienación para el cristiano, sino todo lo contrario: le llevan a en‫־‬
frentarse con seriedad a la actividad humana.
El cristiano no solo cree, espera y ama a Dios cuando realiza actos explícitos
de estas virtudes, cuando hace oración y recibe los sacramentos. Puede vivir
vida teologal en todo momento, a través del ejercicio de todas las actividades
humanas nobles; puede y debe vivir vida de unión con Dios cuando procura
realizar con perfección los deberes familiares, profesionales y sociales. Cons-
fruyendo la ciudad terrena, puede y debe construir la ciudad de Dios.

3.3. La encíclica Spe salvi

Entre las enseñanzas más recientes sobre la esperanza es necesario citar la


encíclica de Benedicto XVI Spe salvi (30.IX.2007).
Benedicto XVI comienza su encíclica citando unas palabras de la carta de san
Pablo a los Romanos (8,24): «Spe salvi facti sumus», en esperanza fuimos sal-
vados. Dios nos ha dado la esperanza de la salvación, gracias a la cual pode-
mos afrontar nuestro presente.
El Papa, ya desde el comienzo, enlaza la esperanza escatológica con la vida
de cada día. Solo si la vida lleva a una meta que justifique el esfuerzo del cami·
no, y de la que podemos estar seguros, podemos afrontar el presente, aunque
sea fatigoso.
A lo largo de la encíclica, el Papa responde ampliamente a las cuestiones im-
pilcadas en el punto de partida: «¿De qué género ha de ser esta esperanza para
poder justificar la afirmación de que a partir de ella, y simplemente porque
hay esperanza, somos redimidos por ella? Y, ¿de qué tipo de certeza se trata?»
(a l).

4. ¿En qué consiste la virtud


de la esperanza teologal?
El Catecismo de la Iglesia Católica define así la virtud teologal de la esperanza:
«La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos
y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las
promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios
de la gracia del Espíritu Santo» (CEC, n.1817).
Ycita a continuación dos textos de la Escritura:
«Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de
la promesa» (Hebr 10,23).
♦ «El Espíritu Santo que Él derramó sobre nosotros con largueza por medio
de Jesucristo nuestro Salvador‫ ״‬para que‫ ״‬justificados por su gracia‫ ״‬fuese-
mos constituidos herederos‫ ״‬en esperanza‫ ״‬de vida eterna» (Tit 3,6-7).
En el resumen del n.1843 del Catecismo se añade algo importante: «Por la espe-
ranza deseamos y esperamos de Dios con una firme confianza la vida eterna y
las gracias para merecerla».
Parafraseando la definición de fe‫ ״‬tomada del Concilio Vaticano I, podríamos
dar también otra definición análoga de la esperanza teologal: virtud sobre-
natural, infundida por Dios en la voluntad, por la cual confiamos con plena
seguridad alcanzar la vida eterna y los medios necesarios para llegar a ella,
apoyados en el auxilio omnipotente de Dios.
La virtud de la esperanza es sobrenatural y, a la vez, auténticamente humana.
Es sobrenatural
♦ por su objeto: Dios, la felicidad eterna;
♦ por su origen: es un don inmerecido, gratuito, que Dios infunde en nuestra
alma;
♦ por su fundamento: la omnipotencia de Dios.
Es perfectamente humana porque «corresponde al anhelo de felicidad puesto
por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las
actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos;
protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en
la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva
del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad» (CEC, n.1818).
Además, la esperanza también es humana porque el acto de esperanza es:
♦ razonable, ya que tiene como fundamento la lealtad omnipotente de Dios,
que es fiel a sus promesas (cf. Hebr 10,23); por eso, el cristiano puede dar
razón de su esperanza (cf. 1P3,15); y
♦ libre, pues solo espera quien quiere esperar.

5. ¿Qué esperamos?:
el objeto de la esperanza
Por la virtud de la esperanza, esperamos poseer a Dios mismo y, en consc-
cuencia, la felicidad plena y eterna, como participación de la felicidad divina.
«Podemos, por tanto, esperar la gloría del cielo prometida por Dios a los que le
aman (cf. Rm 8,2830‫ )־‬y hacen su voluntad (cf. Mt 7,21). En toda circunstancia,
cada uno debe esperar, con la gracia de Dios, "perseverar hasta el fin" (cf. Mt
10,22; cf. Ce. Trento: DS1541) y obtener el gozo del cielo, como eterna recompensa
de Dios por las obras buenas realizadas con la gracia de Cristo. En la esperanza,
la Iglesia implora que "todos los hombres se salven" (lTm 24). Espera estar en la
gloría del cielo unida a Cristo, su esposo» (CEC, n.1821).
El objeto de la esperanza, poseer a Dios mismo, incluye esencialmente la san-
tidad, el ser y el obrar realmente como hijos de Dios. Si vivimos como hijos de
Dios, como otros Cristos, guiados por el Espíritu Santo, también heredaremos
su gloria:
«Y si somos hijos, también herederos: herederos de Dios, coherederos de Cristo;
con tal de que padezcamos con él, para ser con él también glorificados. Porque
estoy convencido de que los padecimientos del tiempo presente no son compara-
bles con la gloria futura que se ha de manifestar en nosotros» (Rm 8,17-18).
Como la vocación a la santidad es vocación a ser otros Cristos y a seguir la
misión de Cristo, esperamos realizar, poniendo los medios queridos por Dios,
la misión que Él mismo nos ha encomendado: colaborar con Cristo en la sal-
vación de todos los hombres, participando en su triple misión: sacerdotal, pro-
fótica y real. Se trata de la vocación cristiana, a la que Dios llama en principio
a todas las personas.
También esperamos con esperanza sobrenatural que Dios nos ayude con su
gracia a recorrer el camino específico que nos invita a recorrer a cada uno,
siempre dentro de la vocación universal a la santidad: el matrimonio, el celi-
bato, etc.
Esperamos, en consecuencia, que Dios nos dé los medios necesarios o con-
venientes para llegar a poseerlo en el Cielo: tanto los medios sobrenaturales
como los humanos.
En resumen: «Por la esperanza deseamos y esperamos de Dios con una firme
confianza la vida eterna y las gracias para merecerla» (CEC, n.1843).

6. ¿Por qué necesitamos la virtud teologal de la esperanza?


Cuando, con la razón, conocemos algún bien concreto como adecuado a la
perfección de nuestra naturaleza, y nos damos cuenta de que podemos con-
seguirlo con la fuerza de nuestra voluntad, surge en nosotros el deseo y la
esperanza de alcanzarlo, aunque sea lejano y difícil.
Ahora bien, la gloria del Cielo, la contemplación de Dios cara a cara, la par-
ticipación en la vida intratrinitaria de conocimiento y amor, la participación
en la felicidad con la que son felices las tres Personas divinas, no es un bien
propio de nuestra naturaleza humana; por tanto, no podemos alcanzarlo con
las fuerzas de nuestra voluntad; y en consecuencia, no podemos desearlo real-
mente.
Sin embargo. Dios nos revela que ese bien es real y posible para nosotros,
gracias a su poder amoroso.
Entonces, ¿cómo podremos desearlo? Es necesario que Él mismo eleve núes-
tra voluntad para que podamos desear ese bien que es solo propio de Dios.
Pues bien. Dios eleva nuestra voluntad dándonos, con la gracia santificante, la
virtud teologal de la esperanza.
«Cuando Dios se revela y llama al hombre, este no puede responda‫ ־‬plenamente
al amor divino por sus propias fuerzas. Debe esperar que Dios le dé la capacidad
de devolverle el amor y de obrar conforme a los mandamientos de la caridad. La
esperanza es la espera confiada de la bendición divina y de la visión bienaventu-
rada de Dios; es también el temor de ofender el amor de Dios y de provocar su
castigo...» (CEC, n.2090).
¿En qué se funda, por tanto, nuestra esperanza sobrenatural? En Dios, que
es omnipotente. No se funda en nuestras fuerzas naturales, pues con estas no
podríamos alcanzar la vida eterna, ni siquiera desearla.

7. La relación de la esperanza con la fe


7.1. La esperanza necesita la fe

La esperanza necesita de la fe: primero, porque la fe es el fundamento general


de la vida cristiana; y también porque la fe es necesaria para conocer el objeto
de la esperanza y saber que es alcanzable, es decir, para saber que
♦ Dios quiere que todos los hombres se salven,
♦ tiene poder para hacerlo, y
♦ de hecho, da a todos los medios necesarios para recorrer ese camino hacia
ÉL
La esperanza necesita la fe, pues no se puede tender hacia lo que no se conoce,
ni se puede confiar en llegar a una meta, sin saber que es alcanzable, y que se
tienen los medios para alcanzarla.
La esperanza tiene como fundamento un acto de conocimiento, un acto de fe,
que comprende tanto la bondad del bien al que se tiende, como la posibilidad
de alcanzarlo en razón de la promesa de un Dios omnipotente, amante, mise-
ricordioso y leal.

7.2. La fe necesita la esperanza

La fe necesita la esperanza para ser eficaz (no le basta solo la caridad): en


efecto, sin la esperanza de la salvación, la fe se transformaría en una verdad
quizá atractiva y sugerente, pero inútil en la práctica, ineficaz en las diversas
situaciones personales concretas de la vida cristiana y en la búsqueda del fin
último, de la felicidad.
Más aún, siguiendo las enseñanzas de santo Tomás (cf. S.Th., ΙΙ-1Ι, q.4, a.7 y
q.17, a.7), podemos afirmar que la esperanza
• estimula la fe, acrecienta el deseo de conocer más y mejor a Dios, que es el
Bien que confiamos alcanzar;
♦ ayuda a perseverar en la fe, a adherirse a ella con más firmeza, a superar
los obstáculos que se oponen a ella;
* en definitiva, da a la fe estabilidad y perfección.

7.3. La certeza de la fe y la certeza de la esperanza

Conviene distinguir entre la certeza intelectual de la fe, y la certeza o seguri-


dad de la esperanza.
La certeza de la esperanza no significa "saber con certeza" que me voy a sal-
var, sino "confiar" en que Dios me da todos los medios que necesito para sal-
varme, aunque yo puedo fallar. La certeza de la esperanza es, por tanto, una
certeza moral, apoyada en la certeza de fe de saber que Dios quiere que todos
los hombres se salven.
«Cuando me siento capaz de todos los horrores y de todos los errores que han
cometido las personas más ruines, comprendo bien que puedo no ser fiel... Pero
esa incertidumbre es una de las bondades del Amor de Dios, que me lleva a estar,
como un niño, agarrado a ios brazos de mi Padre, luchando cada día un poco para
no apartarme de Él» (5. Josemaría Escrivá, 1981,14,3).
El protestantismo confunde certeza de fe y certeza de esperanza, o incluso
fe y esperanza, ya que afirma precisamente la certeza infalible de la propia
salvación personal.
El Concilio de Trento, siguiendo la enseñanza de la Sagrada Escritura, sale al paso
de ese error cuando dice: «Aunque todos tienen que tener la más firme esperan-
za en la ayuda de Dios, no debe nadie prometerse algo absolutamente seguro...
Pues deben temer, sabiendo que han renacido a la esperanza de la gloria, pero a
la gloria todavía no» (cf. Dz 823-826).
Una esperanza entendida como certeza infalible de la propia salvación parali-
za de hecho la vida cristiana: hace inútil la cooperación del hombre.

8. La relación de la esperanza con la caridad


«El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la
caridad» (CEC n.1818). La esperanza, edificada sobre la fe, es el fundamento
de la caridad: abre el camino del amor a Dios.

8.1. La esperanza y la caridad se necesitan mutuamente

La esperanza necesita de la caridad para estar viva y traducirse en verdaderos


actos meritorios de cara a la vida eterna.
Sin embargo, la esperanza informe, es decir, sin caridad, no es inútil del todo,
permite a) alma, junto a la fe informe, iniciar el camino de la vuelta a Dios, de la
conversión, que sin esperanza (o sin fe) es mucho más difícil.
La esperanza "viva‫ ״‬, formada por la caridad, busca a Dios como un Bien no
solo alcanzable, sino del que ya se está disfrutando, del que ya se poseen
realmente las primicias; y ese convencimiento de estar ya amando realmente
a Dios hace que aumente el deseo de unirse cuanto antes totalmente a ÉL Por
eso, las personas verdaderamente enamoradas de Dios, los santos, manifies-
tan ardientemente ese deseo y esa confianza.
En cuanto al orden entre la esperanza y la caridad, formalmente es superior
y primera la caridad, ya que, sin ella, la esperanza está muerta y es ineficaz, y
además la caridad une ya efectivamente con Dios.
Sin embargo, desde otro punto de vista, la esperanza se puede considerar
como anterior a la caridad, ya que esta se apoya en la esperanza de Dios; y
ambas se sustentan en la fe. En efecto, dada la distancia que hay entre el hom-
bre y Dios, no puede haber verdadera caridad, sin la seguridad de alcanzarlo
que da precisamente la esperanza.
En resumen, podemos decir que la esperanza se encuentra entre las otras dos
virtudes teologales: constituye como el paso de la fe a la caridad.
8.2. Eí desprecio de la esperanza

En nuestra época, como en otras, se observa una cierta tendencia a despreciar


la esperanza, porque se piensa que luchar en esta vida para alcanzar un pre-
mío es egoísmo.
Desear la propia salvación, la propia santidad y felicidad, el premio, es algo
bueno y sobrenatural, pues no es más que otra forma de expresar el deseo de
Dios.
Dios quiere esa felicidad eterna para nosotros: nos ha creado para hacernos
felices entrando en amistad con Él en esta vida y después en el Cielo. No que-
rer la propia felicidad sería contrario a nuestra naturaleza, creada por Dios; no
querer nuestra felicidad eterna sería contrario al querer de Dios y, por tanto,
una ofensa a su Amor por nosotros.
Además, todo bien, aunque se busque desinteresadamente, si es un bien ver-
dadero, es siempre un bien para el sujeto.
El deseo de la felicidad plena, que Dios ha puesto en lo más íntimo del co-
razón humano para que lo busquemos a Él como Bien absoluto, y que consti-
tuye el objeto de la esperanza cristiana, es bueno, y nada tiene que ver con el
egoísmo, que consiste en buscar la felicidad en el endiosamiento del yo, y no
en Dios.
Otra cosa es que el deseo de Dios y el amor a Él deban ser purificados a lo largo
de esta vida. Por ejemplo, debemos pedir al Señor que nos ayude a amarlo a Él
solo por ser quien es. Bondad Infinita, de modo que la intención de nuestras
acciones sea solo el amor a Dios. Además, el Espíritu Santo, si somos dóciles a
sus inspiraciones, nos purifica de diversos modos, haciendo que pasemos por
las dificultades que más nos convengan.
La Iglesia rechazó explícitamente las tesis protestantes y jansenistas contra la ho-
nestidad de la esperanza, y las explicaciones de corte quictista o semiquietista
(Molinos, Fénelon) sobre la llamada "santa indiferencia", "amor puro", etc. Nie-
ga, por tanto, que sea bueno un amor sin esperanza, un amora Dios que incluyera
la indiferencia total ante la propia salvación, ante la propia posesión de Dios y la
felicidad consiguiente.
Ejercicio 1. Vocabulario
Identifica el significado de las siguientes palabras y expresiones usadas:

• A p e tito concupiscible • Vida in tra trin ita ria

• A p e tito irascible • Esperanza inform e

• Desesperanza • Jansenistas

• D iligencia • Q uietista

• Esperanza escatológica • O m nipotencia d ivin a

‫ ״‬Bienaventuranza

Ejercicio 2. Guía de estudio


Contesta a las siguientes preguntas:

1. ¿Qué diferencia existe e n tre las esperanzas hum anas y la esperanza teologal?

2. ¿Cuál es el o b je to de la esperanza teologal?

3. ¿Qué ha d ich o el C oncilio V aticano II sobre la esperanza?

4. Por la fe sabem os que D ios nos ha llam ado al C ielo, es o m n ip o te n te , m isericor-


dioso y fie l; y p o r la caridad tendem os a u nirn o s plenam ente con Él. ¿Cuál es
entonces la fu n ció n de la esperanza?

5. ¿Qué significa que la fe necesita la esperanza para ser eficaz?

6. ¿En qué se diferencian la certeza de la esperanza y la certeza de la fe?

7. ¿En qué sentido se puede d e cir que la esperanza es a n te rio r a la caridad?

8. ¿Qué quiere d e cir que la esperanza te o lo g a l es auténticam ente hum ana?

Ejercicio 3. Comentario de texto


Lee el siguiente texto y haz un comentario personal utilizando los contenidos
aprendidos:

«En este sentido, es verdad que quien no conoce a Dios, aunque tenga m últiples espe-
ranzas, en el fondo está sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda la vida
(cf. Ef 2,12). La verdadera, la gran esperanza del hom bre que resiste a pesar de todas las
desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha am ado y que nos sigue am ando
‫ ״‬hasta el extrem o ‫״‬, ‫ ״‬hasta el to ta l cum plim iento‫( ״‬cf. Jn 13,1; 19,30). Quien ha sido toca-
do por el am or empieza a in tu ir lo que sería propiam ente ‫ ״‬vida‫״‬. Empieza a in tu ir qué
quiere decir la palabra esperanza que hem os encontrado en el rito del Bautism o: d e la
fe se espera la *vida eterna* la vida verdadera que, totalm ente y sin am enazas, es sen-
cillam ente vida en toda su plenitud. Jesús que dijo d e sí m ism o q u e había venido para
q u e nosotros tengam os la vida y la tengam os en plenitud, en abundancia (cf. Jn 10,10),
nos explicó tam bién qué significa *vida‫ ״‬: “Esta es la vida eterna: q u e te conozcan a ti,
único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo‫( ״‬Jn 17,3). La vida en su verdadero sen-
tid o no la tien e uno solam ente para sí, ni tam poco sólo por sí mismo: es una relación. Y
la vida entera es relación con quien es la fu en te d e la vida. Si estam os en relación con
Aquel que no m uere, q u e es la Vida m ism a y el Amor m ism o, entonces estam os en la
vida. Entonces ‫ ״‬vivimos‫» ״‬.

XVI, Encíclica Spe salvi,


(B e n e d ic t o

30.XI.2007, n. 27)
J
TEMA
6 * ‫\י‬
V IV IR DE E S P E R A N ZA

El cam inante cam ina porque desea llegar a la m eta y sabe que la puede
alcanzar. La v irtu d de la esperanza teologal nos m ueve a cam inar por
la senda que lleva al Padre, a identificarnos con C risto y a seguir en el
m undo la m isión de Cristo. Y cam inam os porque tenem os la certeza de
que Dios O m nipotente y M isericordioso quiere nuestra salvación, y nos
da los m edios necesarios para alcanzarla.

SUMARIO
1. LA ESPERANZA, FUNDAMENTO DE LA LUCHA DEL CRISTIANO. 1.1. Con·
fianza absoluta en Dios y desconfianza en nuestras propias fuerzas. 1.2. Esperar con-
tra toda esperanza: la reafirm ación de la esperanza an te sufrim ientos y tribulacio-
nes · 2. ESPERANZA Y ORACIÓN. 2.1. La oración, prim er fruto d e la vida d e es-
peranza. 2.2. La esperanza se alim enta con la oración · 3. ESPERANZA Y SACRA-
MENTOS. 3.1. La Confirm ación. 3.2. La Eucaristía. 3.3. La Penitencia. 3.4. La Unción de
los enferm os · 4 . LA RELACIÓN DE LA ESPERANZA CON ALGUNAS VIRTUDES
HUMANAS. 4.1. La m agnanim idad y la m agnificencia cristianas. 4.2. La paciencia y
la perseverancia para alcanzar el Reino de Dios. 4.3. La alegría · 5. ESPERANZA
Y DONES DEL ESPÍRITU SANTO. 5.1. El don de fortaleza. 5.2. El don de tem or de
Dios · 6 . ESPERANZA TEOLOGAL Y ESPERANZAS HUMANAS. 6.1. La consum a-
ción escatológica del Reino de Dios, objeto de la esperanza. 6.2. Esperanza y actitud
ante las tareas y realidades tem porales.
100 1. La esperanza, fundamento de la lucha del cristiano

La fe es la fuente de la vida moral, pero su primer impulso -la tensión a la


perfección sobrenatural del hombre- es la esperanza. Gracias a la esperanza
el hombre es capaz de tender a su perfección moral sobrenatural, la identifi-
cación con Cristo, para alcanzar su fin sobrenatural. Si la persona no tuviera
esperanza sobrenatural, no podría desear el fin y, por tanto, quedaría inmovi-
lizada, no podría luchar para avanzar hacia él.
El papel de la esperanza en la vida espiritual es el de motor. La caridad da
forma a la santidad, y la fe es su fundamento y su inicio, pero gracias a la
esperanza de alcanzar la meta, y a la esperanza de contar con los medios, la
persona se pone efectivamente en marcha hacia la unión con Dios, acude a
las fuentes de la gracia, lucha cada día por avanzar en el camino, y vuelve a
recomenzar si cae o se descamina.
«Se nos ofrece la salvación -afirma Benedicto XVI- en el sentido de que se nos
ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar
nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y
aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta
meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino» (SS, n.l).

La esperanza nos proporciona el empeño por alcanzar a Dios, el hambre y sed


de santidad, el afán de luchar para adquirir y ejercitar las virtudes, el recurso a
la oración confiada, la contemplación de Dios (trasunto de la visión beatífica),
el deseo de que otras personas se unan también a Dios para ser felices como
nosotros.
La vida cristiana es vida de esperanza, vida de deseos de Dios, deseos de fe·
licidad, de santidad, de fidelidad, de apostolado, de llevar a Cristo a todos los
hombres, de servir... Por eso, los cristianos, viviendo la alegría en la esperan·
za, somos almas ilusionadas en la venida del Reino de Dios, y eso es 10 que
pedimos diariamente en el Padrenuestro: «Venga a nosotros tu Reino».

1.1. Confianza absoluta en D ios y desconfianza en nuestras propias fuerzas

Esperar en Dios significa confiar totalmente en Él, en su amor por cada uno
de nosotros, un amor incondicional y eterno: Dios nos ama siempre, nos ayu-
da siempre, nos perdona siempre. Él es el primero que desea nuestra salva-
ción; está más interesado que nosotros mismos en hacemos felices.
Los cristianos debemos estar convencidos de que sin Dios no podemos nada.
«Sin Mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5), les dice a los Apóstoles durante la
última cena. Sin Él no podemos realizar ni los deberes más sencillos.
Por eso, no hay verdadera confianza en Dios si no va acompañada de la hu-
mildad, es decir del reconocimiento de la verdad sobre nuestras propias fuer-
zas. La verdad es que tenemos unos talentos naturales dados por Dios que
debemos desarrollar por medio de las virtudes y poner a su servicio; pero esas
fuerzas no son suficientes para vivir vida sobrenatural y alcanzar la meta a la
que estamos llamados.
A esta actitud humilde ante Dios hace referencia la primera Bienaventuranza:
«Bienaventurados los pobres de espíritu, porque suyo es el Reino de los Cielos»
(Mt 5,3). La pobreza de espíritu es el reconocimiento de la indigencia de la perso-
na, que no puede poner su esperanza en los bienes temporales, sino solo en Dios.

En cambio, con Dios, con su gracia, tenemos su propia fortaleza para superar
todos los obstáculos que nos encontremos en el camino. Por eso exclama san
Pablo: «Todo lo puedo en Aquel que me conforta» (Filp 4,13).

a) La fortaleza divina y la debilidad humana


Cuando reconocemos humildemente nuestra debilidad, abrimos el corazón
para que el Señor nos pueda dar su fortaleza. «Llevamos este tesoro en vasos
de barro, para que se reconozca que la sobreabundancia del poder es de Dios
y que no proviene de nosotros» (2C0r 4,7).
Nuestra fortaleza está en Dios: «Pero él me dijo: "Te basta mi gracia, porque
la fuerza se perfecciona en la flaqueza‫ ״‬. Por eso, con sumo gusto me gloriaré
más todavía en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo. Por
lo cual me complazco en las flaquezas, en los oprobios, en las necesidades, en
las persecuciones y angustias, por Cristo; pues cuando soy débil, entonces soy
fuerte» (2C0r 12,9-10).
«Para el hombre herido por el pecado no es fácil guardar el equilibrio moral. El
don de la salvación por Cristo nos otorga la gracia necesaria para perseverar en
la búsqueda de las virtudes. Cada uno debe siempre pedir esta gracia de luz y de
fortaleza, recurrir a los sacramentos, cooperar con el Espíritu Santo, seguir sus
invitaciones a amar el bien y guardarse del mal» (CEC, n.1811).

El cristiano no desconoce ni desprecia las fuerzas humanas. Al contrario, va-


lora y trata de adquirir la virtud humana de la fortaleza, «virtud moral que
asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien»
(CEC, n.1808), y otras virtudes humanas relacionadas con ella: magnanimi-
dad, paciencia, perseverancia.
Pero el cristiano es consciente de que las virtudes humanas no son suficientes
para alcanzar la santidad, el fin sobrenatural al que aspira por la virtud teolo-
gal de la esperanza, sino que necesita la gracia divina y las virtudes sobreña-
turales. Solo con la fuerza de Dios podemos mantenernos firmes ante los pe-
ligros y lanzamos con audacia a la consecución de la meta a la que aspiramos.
«La ascética del cristiano exige fortaleza; y esa fortaleza la encuentra en el Creador.
Somos la oscuridad, y Él es clarísimo resplandor; somos la enfermedad, y Él es
salud robusta; somos la debilidad, y Él nos sustenta, quia tu es, Deus, fortitudo mea
(Ps XLII,2), porque siempre eres, oh Dios mío, nuestra fortaleza. Nada hay en esta
tierra capaz de oponerse al brotar impaciente de la Sangre redentora de Cristo.
Pero la pequenez humana puede velar los ojos, de modo que no adviertan la
grandeza divina. De ahí la responsabilidad de todos los fieles, y especialmente de
los que tienen el oficio de dirigir -de servir- espiritualmente al Pueblo de Dios, de
no cegar las fuentes de la gracia, de no aveigonzarse de la Cruz de Cristo» (San
Josemaría Escrivá, 2002, n.80).

b) Gracia de Dios y colaboración del hombre


«Quien te hizo sin ti, no te justificará sin ti» (San Agustín, Sermón 169). El
Señor nos exhorta a velar, a luchar contra los enemigos de nuestra salvación:
«Velad, porque no sabéis el día ni la hora» (Mt 25,13).
«Cuando no se lucha consigo mismo, cuando no se rechazan terminantemente
los enemigos que están dentro de la ciudadela interior -el orgullo, la envidia, la
concupiscencia de la carne y de los ojos, la autosuficiencia, la alocada avidez de
libertinaje-, cuando no existe esa pelea interior, los más nobles ideales se agostan
como laflor del heno, queal salir el sol ardiente, se seca lahierba, cae laflor, y se acaba
su vistosa hermosura. Después, en el menor resquicio brotarán el desaliento y la
tristeza, como una planta dañina e invasora» (S. Josemaría Escrivá, 1977, n.211).
Ahora bien, para luchar eficazmente contra uno mismo, es imprescindible el
conocimiento propio, el reconocimiento de nuestras debilidades y miserias, a
la vez que confiamos en la misericordia y fortaleza de Dios.
El conocimiento de uno mismo lo adquirimos, en primer lugar, pidiéndole luz
al Señor; y después, poniendo los medios adecuados, como examinar nuestras
acciones en su presencia, recibir con sencillez las correcciones que nos hagan, etc.
El conocimiento de la propia debilidad no lleva al desánimo, sino a la oración
confiada, en la que pedimos la fuerza para hacer la voluntad de Dios y le ro-
gamos que no nos deje caer en la tentación.
La fortaleza cristiana está tan alejada del pelagianismo, que pone su confian-
za en las propias fuerzas, como del quietismo o de la pasividad, que espera la
ayuda extraordinaria de Dios mientras olvida que es el mismo Dios quien le
ha dado al hombre unas fuerzas naturales que debe desarrollar.

1.2. Esperar contra toda esperanza: la reafirmación de la esperanza ante


sufrimientos y tribulaciones

La esperanza «...protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; di-


lata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna» (CEC, n.1818).
La esperanza juega un papel muy importante en los aspectos negativos de la
vida espiritual. Ya hemos hecho referencia a su importancia para levantarse de
las caídas y volver al camino, cuando actúa como confianza en la misericordia
divina.
La esperanza en Dios se manifiesta, de modo especial, cuando llegan los sufrí-
mientos físicos o morales, las contradicciones de todo tipo. Gracias a la espe-
ranza, nada nos hacer dudar del amor de Dios y de su providencia amorosa,
convencidos de que si permite un mal es para nuestro bien.
Ante los sufrimientos y contradicciones de la vida, los cristianos reacciona-
remos bien si vivimos de esperanza: si nos apoyamos en la fortaleza de Dios
para superar todas las dificultades, si confiamos en que Dios no nos abando-
na nunca, aunque en esos momentos lo pueda parecer: «¿Es que puede una
mujer olvidarse de su niño de pecho, no compadecerse del hijo de sus entra-
ñas? !Pues aunque ellas se olvidaran. Yo no te olvidaré» (Is, 49,15).
Más aún, como se puede ver en diversos lugares de la Sagrada Escritura, esos
sufrimientos queridos expresamente por Dios están destinados prccisamen-
te -entre otros motivos- a que avivemos y pongamos en ejercicio nuestra
esperanza en Él, a que comprendamos mejor aún que nuestra esperanza de
santidad y salvación solo debe apoyarse en Dios, a que nos abandonemos con
confianza absoluta en sus manos.
La confianza en Dios conduce al santo abandono: una actitud de hijo que,
totalmente seguro de que su Padre Dios lo ama con locura y desea su felicidad
con más intensidad que él mimo, quiere con todo su corazón lo que quiera su
Padre, parezca bueno o malo.
Ante el sufrimiento, el hijo de Dios tiene la absoluta certeza de que su Padre
Dios solo quiere el bien para él: «Todas las cosas cooperan para el bien de los
que aman a Dios» (Rm 8,28). «El testimonio de los santos no cesa de confirmar
esta verdad:
• Así Santa Catalina de Siena dice a "los que se escandalizan y se rebelan
por lo que les sucede‫״‬: ‫ ״‬Todo procede del amor, todo está ordenado a la
salvación del hombre. Dios no hace nada que no sea con este fin‫( ״‬dial.4,
138).
• YSanto Tomás Moro, poco antes de su martirio, consuela a su hija: "Nada
puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que Él quiere, por muy malo
que nos parezca, es en realidad lo mejor" (carta).
• Yjuliana de Norwich: "Yo comprendí, pues, por la gracia de Dios, que era
preciso mantenerme firmemente en la fe y creer con no menos firmeza que
todas las cosas serán para bien..7710« shalt see thyselfthat all MÁNNER of
thing shaií be weil (rev.32)» (CEC, n.313).
En definitiva, vivir de esperanza en el sufrimiento y en el dolor nos conduce,
con la fe y el amor, a la identificación con Cristo en la Cruz, que culmina en la
Resurrección: no hay Cruz sin Resurrección, ni Resurrección sin Cruz: no hay
esperanza teologal sin sufrimiento, ni el sufrimiento adquiere todo su sentido
sin la esperanza teologal.

2. Esperanza y oración
2.1. La oración, primer fruto de la vida de esperanza

La esperanza lleva a esperarlo todo de Dios, a acudir siempre a Él con una


oración confiada, en la que pedimos la fuerza para hacer su voluntad y le
rogamos que no nos deje caer en la tentación, convencidos de las palabras
de san Pablo: «Fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados por encima
de vuestras fuerzas; antes bien, con la tentación, os dará también el modo de
poder soportarla con éxito» (ICor 10,13).
Dios es fiel, está siempre con nosotros, especialmente cuando no tenemos nin-
gún apoyo humano, y por eso lo invocamos con la certeza de que siempre nos
escucha.
«Un lugar primero y esencial de aprendizaje de la esperanza es la oración. Cuan-
do ya nadie me escucha. Dios todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar
con ninguno, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios. Si ya no hay
nadie que pueda ayudarme -cuando se trata de una necesidad o de una expecta-
tiva quesupera la capacidad humana de esperar-. Él puede ayudarme» (SS, n.32).
Por ello, la primera consecuencia de la esperanza es pedir todo a Dios. La
oración de petición es la primera manifestación de la filiación divina.
Cristo no se cansa de enseñarnos y animarnos a pedir con confianza. Son mu-
chas las parábolas sobre la certeza de que Dios nos escucha como el mejor de
los Padres. Y esa oración de petición fundada en la esperanza sobrenatural es
lo que se llama impetración: pedir con la seguridad de recibir.
La convicción de que no podemos nada sin la gracia de Dios, y la certeza de
que Él nos da todos los medios para llegar a la meta, nos llevan a iniciar, pro-
seguir y terminar siempre nuestras acciones acudiendo a su ayuda.

2.2. La esperanza se alimenta con la oración

Entre los diversos componentes básicos de la vida espiritual en los que se ejer-
ce, entre otras, la virtud de la esperanza, destaca, en particular, la oración: en
efecto, toda oración tiene un aspecto de petición o impetración, al presentarse
la criatura indigente ante su Creador, el hijo ante su Padre todopoderoso; y la
confianza es la actitud básica del trato con Dios visto de esa forma; es una de
las condiciones de la eficacia de dicha oración, según la explicación teológica
clásica.
Se puede decir, pues, que la oración es un acto de la virtud de la esperanza;
incluso uno de sus actos principales, si no el principal.
La esperanza «se expresa y se alimenta en la oración, particularmente en la del
Padre Nuestro, resumen de todo lo que la esperanza nos hace desear» (CEC,
n. 1820).
Ya hemos dicho que la esperanza es el impulso inicial de la oración, pero, a la
vez, la oración enriquece la esperanza.
a) Primero, mediante la contemplación de Cristo, descubriendo su Corazón
lleno de misericordia y de perdón, especialmente contemplando su Pasión y
Resurrección.
b) En segundo lugar, mediante la consideración de la Gloria, que hace crecer
nuestro deseo.
Es importante fomentar la esperanza del cielo, poseer una presencia esperan-
zada y amorosa del fin. En caso contrario, el esfuerzo diario tiende a aparecer
como absurdo. En el pensamiento del Cielo encontramos el más profundo
motivo para mantener con perseverancia y alegría la lucha de cada jornada.
San Pablo pregunta a los cristianos de Corinto: «Si los muertos no resucitan
106 (···) ¿para qué nos ponemos continuamente en peligro? (...). Si los muertos
no resucitan, comamos y bebamos, que mañana moriremos» (ICor 15,2932‫)־‬.
Pensar con frecuencia en el Ciclo no es egoísmo, sino agradecimiento a Dios, que
nos quiere tanto que nos ha creado para damos la felicidad eterna, y, una vez caí-
dos, nos ha redimido para abrimos de nuevo las puertas de su Casa.
c) En tercer lugar, mediante la consideración de la fealdad del pecado y de la
condenación eterna.
Esta consideración da lugar en el corazón del pecador a la contrición imper-
fecta o de atrición (diferente a la contrición perfecta, que brota del amor de
Dios amado sobre todas las cosas). Esta conmoción de la conciencia es también
un don de Dios, y puede ser el comienzo de una evolución interior que culmi-
na, bajo la acción de la gracia, en la absolución sacramental (cf. CEC, n.1453).
Por eso, también el temor al infiemo es necesario en la Nueva Ley: «Existen, en
la nueva alianza, hombres camales, alejados todavía de la perfección de la ley
nueva: para incitarlos a las obras virtuosas, el temor del castigo y ciertas prome-
sas temporales han sido necesarias incluso bajo la nueva alianza» (CEC, n.1964).
De ahí que la virtud de la esperanza sea también «el temor de ofender el amor
de Dios y de provocar su castigo» (CEC, n.2090). Una manifestación más de la
misericordia divina.
d) Por último, para alimentar nuestra esperanza, debemos hacer actos concre-
tos de esperanza.
«Deja que se consuma tu alma en deseos... Deseos de amor, de olvido, de santi-
dad, de Cielo... No te detengas a pensar si llegarás alguna vez a verlos realiza-
dos -como te sugerirá algún sesudo consejero-: avívalos cada vez más, poique el
Espíritu Santo dice que le agradan los "varones de deseos".
»Deseos operativos, que has de poner en práctica en la tarea cotidiana» (S. José-
mana Escrivá, 1986, n.628).

3. Esperanza y sacramentos
El cristiano, consciente de su propia debilidad y sólidamente convencido de la
sabiduría y el poder de Dios, pide al Señor la luz y la fortaleza, y recurre para
ello a los sacramentos y a la oración, y coopera con el Espíritu Santo, siguien-
do sus impulsos e inspiraciones.
La gracia que recibimos a través de los sacramentos nos fortalece para ser
valientes en el seguimiento de Cristo. Todos los sacramentos acrecientan la
gracia y, con ella, la virtud de la esperanza, pero especialmente podemos ha-
cer referencia a la Confirmación, la Eucaristía, la Penitencia y la Unción de
enfermos.

3.1. La Confirmación

El sacramento de la Confirmación nos une más íntimamente a la Iglesia, y el


Espíritu Santo nos fortalece de modo especial. De este modo, podemos ser
auténticos testigos de Cristo en todas las circunstancias, y extender y defender
nuestra fe con obras y palabras, y siempre con caridad (cf. LG, n.ll).
Por medio de la unción con el santo crisma, el confirmado recibe el sello del
Espíritu Santo, que «marca la pertenencia total a Cristo, la puesta a su servicio
para siempre, pero indica también la promesa de la protección divina en la
gran prueba escatológica» (CEC, n.12%).

3.2. La Eucaristía

En una oración tradicional de la Iglesia decimos: «¡Oh sagrado banquete, en


que Cristo es nuestra comida; se celebra el memorial de su pasión; el alma
se llena de gracia, y se nos da la prenda de la gloria futura!».
«Cristo, que pasó de este mundo al Padre, nos da en la Eucaristía la prenda de la
gloria que tendremos junto a El: la participación en el Santo Sacrificio nos identiíi*
ca con su Corazón, sostiene nuestras fuerzas a lo largo del peregrina r de esta vida,
nos hace desear la Vida eterna y nos une ya desde ahora a la Iglesia del cielo, a la
Santísima Virgen María y a todos los santos» (CEC, n.1419).

La Eucaristía es el alimento que nos da fuerza para recorrer el camino hasta el


encuentro con Dios en la vida eterna; alimento prefigurado en la comida con
la que Elias caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta llegar al monte de
Dios, el Horeb (cf. IR 19,18‫)־‬. Es el alimento que necesitamos para superar las
dificultades y tentaciones, para enamorarnos cada vez más de Dios, deseando
el encuentro definitivo con nuestro Amor.
La Eucaristía es, a la vez, prenda de vida eterna. Dar algo en prenda signi-
fica entregar a una persona un bien como garantía de una promesa, o como
señal de amor. «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y
yo lo resucitaré en el último día» (Jn 6,54). Cuando recibimos a Cristo en la
Eucaristía recibimos al Resucitado. La Eucaristía es la misma vida eterna en
nosotros.
«De esta gran esperanza (...), no tenemos prenda más segura, signo más maní·
fiesto que la Eucaristía. En efecto, cada vez que se celebra este misterio, "se realiza
la obra de nuestra redención" y "partimos un mismo pan que es remedio de in·
mortalidad, antídoto para no morir, sino para vivir en Jesucristo para siempre"»
(CEC, n.1405).
En la celebración de la Eucaristía, aclamando, decimos: «Anunciamos tu
muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!». Celebrar la Eucaris-
tía es preparar, degustar y, en cierto modo, adelantar, el encuentro definitivo
con Cristo.
En efecto, la Eucaristía anticipa el encuentro con Dios, y al celebrarla po-
demos pregustar la Gloria prometida, saborear el Cielo en la tierra. Por eso,
debemos vivirla con la disposición de anhelar el Cielo, la meta, el encuentro
definitivo con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. De este modo, ponemos
en Dios el centro de nuestra vida, de nuestros deseos c ilusiones, de nuestro
corazón.
La participación en la Eucaristía es el consuelo en los sufrimientos, dificulta-
des y reveses del camino, porque además de asegurarnos la vida eterna, don-
de el Señor enjugará las lágrimas de nuestros ojos, hace que veamos las cosas
de la tierra con sentido de eternidad, desde el Cielo, con los ojos mismos de
Dios.
«La Iglesia sabe que, ya ahora, el Señor viene en su Eucaristía y que está ahí en
medio de nosotros. Sin embargo, esta presencia está velada. Por eso celebramos
la Eucaristía "Mientras esperamos la gloriosa venida de Nuestro Salvador Jesu-
cristo", pidiendo entrar "en tu reino, donde esperamos gozar todos juntos de la
plenitud eterna de tu gloria; allí enjugarás las lágrimas de nuestros ojos, porque, al
contemplarte como Tú eres. Dios nuestro, seremos para siempre semejantes a ti y
cantaremos eternamente tus alabanzas, por Cristo, Señor Nuestro‫( » ״‬CEC, n.1404).

3.3. La Penitencia

El sacramento de la penitencia, entre otras cosas, perfecciona «el deseo y la


resolución de cambiar de vida con la esperanza de la misericordia divina y la
confianza en la ayuda de su gracia» (CEC, n.1431).
El sacramento de la penitencia ofrece al que ha perdido la gracia bautismal
por el pecado grave «una nueva posibilidad de convertirse y de recuperar la
gracia de la justificación. Los Padres de la Iglesia presentan este sacramento
como ‫ ״‬la segunda tabla (de salvación) después del naufragio que es la perdida
de la gracia‫( » ״‬CEC, n.1446).
Sacramento de la misericordia divina, es el mayor testimonio de como el
Amor Paterno de Dios se convierte en misericordia cuando sus hijos pecan.
Ante la tentación de la desesperación o del desánimo que el diablo puede
insinuar cuando caemos en el pecado, la certeza de la misericordia de Dios,
que nos espera como el padre del hijo pródigo, más aún, que nos busca, como
el pastor que busca a la oveja que ha perdido, nos lleva al arrepentimiento y a
la confesión de nuestros pecados en el sacramento de la Penitencia, donde es-
cuchamos la voz de Dios que nos llena de esperanza y alegría: «Yo te absuelvo
de tus pecados...».

3.4. La Unción de los enfermos

A través de este sacramento, el Señor consuela, da paz y anima a sus hijos a


superar las dificultades de la enfermedad grave o la fragilidad de la vejez.
Una tentación que puede presentarse ante la proximidad de la muerte es la
del desaliento y la angustia. Pues bien, el Espíritu Santo, por medio de la
Unción de los enfermos, renueva nuestra confianza y nuestra fe en Dios (cf.
CEC, n.1520).
«Es la ultima de las sagradas unciones que jalonan toda la vida cristiana; la del
Bautismo había sellado en nosotros la vida nueva; la de la Confirmación nos ha-
bía fortalecido para el combate de esta vida. Esta última unción ofrece al término
de nuestra vida terrena un escudo para defenderse en los últimos combates y
entraren la Casa del Padre» (CEC, n.1523). Es la última y definitiva manifestación
de la misericordia de Dios.

4. La relación de la esperanza con algunas virtudes humanas


4.1. La m agnanim idad y la magnificencia cristianas

En el cuerpo de la moral cristiana, la magnanimidad adquiere una dimensión


que no poseía en la ética pagana. La magnanimidad pagana pone la grandeza
del hombre al servicio de la sociedad. En el nuevo orden cristiano, la magna-
nimidad se pone al servicio de la caridad: por amor a Dios, el hombre procu‫־‬
ra restaurar en sí mismo la obra de Dios (cf. A. Gauthier, 1962,741).
AI entrar en relación con la esperanza teologal, la magnanimidad ya no espe-
ra conquistar la grandeza simplemente humana, sino la grandeza de Dios, la
santidad a la que el mismo Cristo nos llama, que no desprecia sino que inclu-
ye la perfección humana.
Se trata de una conquista para la que no cuentan las fuerzas del hombre, sino la
fuerza divina. El hombre, sin embargo, no permanece pasivo: la virtud de la espe-
ranza es un dinamismo sobrenatural que arrastra al cristiano a alcanzar a Dios y,
por tanto, a poner los medios para extender el Reino de Dios en la tierra.
La esperanza teologal aparece, pues, como una magnanimidad sobrenatural
que viene a coronar la magnanimidad humana, y como la condición misma
del desarrollo completo de esta:
«Aquel que para conquistar la grandeza de Dios cuenta solo con Dios, es también
el único que tiene fundamento para confiar en sí, bajo la dependencia de Dios,
para la conquista de la grandeza humana. Aquel que espera de Dios su salvación,
la única salvación verdadera, superior al hombre, divina, es el único que tiene
derecho a contar con sus propias fuerzas, reparadas y sostenidas por Dios, para
salvar en el hombre lo humano. Ahora bien, la esperanza divina está ofrecida a
todos y por ella, como por el don de fortaleza, queda deshecha la aristocracia de
la magnanimidad natural, y puede instaurarse el único humanismo de masa que
no sea una utopía» (A. Gauthier, 1962,742-743).
Por otra parte, la magnanimidad, junto con la humildad, son los supuestos
esenciales para la conservación y fomento de la esperanza teologal. La pérdi-
da culpable de la esperanza tiene sus raíces en la falta de grandeza de ánimo
y en la falta de humildad (cf. J. Pieper, 1976,379).
Por su parte, la magnificencia dirigida por las virtudes teologales se lanza sin
miedo a la realización de grandes obras orientadas al servicio de los demás,
especialmente de los más necesitados, y, sobre todo, al culto a Dios. En este
sentido, la magnificencia está íntimamente relacionada con la santidad, «ya
que su efecto principal -afirma santo Tomás- se ordena a la religión o santi-
dad» (S.Th., II-II, q.134, a.2, ad3).
Jesús alaba el gasto (unos trescientos denarios, el sueldo de un año) que hace una
mujer en Betania, rompiendo el frasco de nardo purísimo para derramarlo sobre
la cabeza del Maestro. Ante el "escándalo" de los que la reprenden, Jesús afirma:
«Dejadla, ¿porqué la molestáis? Ha hecho una buena obra conmigo, porque a los
pobres los tenéis siempre con vosotros, y podéis hacerles bien cuando queráis,
pero a mí no siempre me tenéis. Ha hecho cuanto estaba en su mano: se ha antici-
pado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura. En verdad os digo: dondequiera
que se predique el Evangelio, en todo el mundo, también lo que ella ha hecho se
contará en memoria suya» (Me 14,6-9).

4.2. La paciencia y la perseverancia para alcanzar el Reino de Dios

La gracia divina vigoriza la paciencia y la perseverancia, especialmente ante


la persecución y las tribulaciones: «Hermanos míos: considerad una gran ale­
gría el estar cercados por toda clase de pruebas, sabiendo que vuestra fe pro-
bada produce la paciencia. Pero la paciencia tiene que ejercitarse hasta el final,
para que seáis perfectos e íntegros, sin defecto alguno» (St 1,2-4).
Gracias a la ayuda de Dios, el cristiano, cuyo modelo es Cristo, vive la pacien-
cia perdonando a los que le ofenden, renunciando a todo deseo de venganza
(cf. Mt 18,21-35; Rm 12,20), refrenando todo sentimiento de cólera o irritación,
guardando calma y paz ante las ofensas.
El cristiano fundamenta su paciencia en la certeza de que Dios es Sabiduría y
Amor, y, por tanto, todo lo dispone, incluso los sufrimientos y contrariedades,
para el bien de los que le aman.
Además, ve en los sufrimientos un medio para purificarse de los pecados y
para reparar por las ofensas de Dios, cooperando así con Cristo en la aplica-
ción de la redención. Como san Pablo, puede decir que se alegra en sus pa-
decimientos por los demás y completa en su carne lo que falta a la Pasión de
Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia (cf. Col 1,24).
La paciencia cristiana no es simple resignación ante la cruz, sino aceptación vo-
luntaria de lo que Dios quiere, implica paz y serenidad ante las dificultades, y
agradecimiento a Dios que permite al cristiano asociarse al misterio de la Cruz.
La perseverancia es necesaria para salvarse: «Y todos os odiarán a causa de
mi nombre; pero quien persevere hasta el fin, ese se salvará» (Mt 10,22). Pues
bien, gracias a la esperanza, podemos «esperar la gloria del ciclo prometida
por Dios a los que le aman y hacen su voluntad. En toda circunstancia, cada
uno debe esperar, con la gracia de Dios, "perseverar hasta el fin" y obtener el
gozo del cielo, como eterna recompensa de Dios por las obras buenas realiza-
das con la gracia de Cristo» (CEC, n.1821).
La perseverancia en el camino de la santidad es imposible sin la gracia. Y la
perseverancia hasta la muerte (la perseverancia final) requiere un auxilio es-
pedal de Dios enteramente gratuito, que nadie puede estrictamente merecer,
y que debe pedirse confiadamente a Dios (cf. S.Th., II-I1, q.137, a.4).

4.3. La alegría

La alegría cristiana nace de la confianza en Dios, de su promesa de que nos


dará el Cielo, porque Él está más interesado en nuestra felicidad temporal y
eterna que nosotros mismos. Por eso podemos sentirnos gozosos incluso en
momentos de prueba: «Alegres en la esperanza; pacientes en la tribulación»
(Rm 12,12).
«Por grandes que sean nuestras limitaciones/ los hombres podemos mirar con
confianza a los ciclos y sentimos llenos de alegría: Dios nos ama y nos libra de
nuestros pecados. La presencia y la acción del Espíritu Santo en la Iglesia son la
prenda y la anticipación de la felicidad eterna/ de esa alegría y de esa paz que
Dios nos depara» (S. Josemaría Escrivá/ 2002/ n.126).
A veces, quizá por influencia de planteamientos antropológicos pesimistas/ se
han visto la alegría y el gozo en la vida cristiana como algo de lo que se debería
sospechar, y se ha pensado que la santidad es esencialmente triste y amarga,
en espera de la alegría eterna. Frente a esa visión, que no puede fundarse en el
Evangelio, hay que afirmar que la vida del cristiano es necesariamente alegre:
No interpretemos «la Palabra de Dios en los límites de estrechos horizontes. El
Señor no nos impulsa a ser infelices mientras caminamos, esperando solo la con-
solación en el más allá. Dios nos quiere felices también aquí, pero anhelando el
cumplimiento definitivo de esa otra felicidad, que solo Él puede colmar entera-
mente» (S. Josemaría Escrivá, 2002, n.126).

5. Esperanza y dones del Espíritu Santo


5.1. El don de fortaleza

El don de fortaleza confiere la firmeza en la fe y la constancia en la lucha inte-


rior, para vencer los obstáculos que se oponen al amor a Dios.
Ya hemos aludido a la relación de la fortaleza con la esperanza: la fortaleza
humana y sobrenatural es necesaria para afrontar las dificultades que encon-
tramos en el camino hacia nuestra meta. Por eso, se puede considerar que el
don de fortaleza perfecciona de modo especial la virtud teologal de la espe-
ranza.
La virtud de la fortaleza humana y sobrenatural nos hace fuertes para luchar
por ser fieles a Dios, pero normalmente no evita la angustia y el miedo al
sufrimiento. Pues bien, gracias al don de fortaleza no sucumbimos ante esas
dificultades, porque nos reviste de la fuerza misma de Dios.
Una de las diferencias más importantes entre la virtud y el don de fortaleza
es que este fortalece el alma de tal manera que confiamos en superar todos
los obstáculos que se puedan presentar en la búsqueda de la santidad, en la
identificación con Cristo.
El don de fortaleza nos convierte en valientes testigos de Cristo ante cual-
quier peligro o enemigo, como sucedió a los Apóstoles el día de Pentecostés:
de pronto, se sienten llenos de valentía y se presentan ante el pueblo y el Sane-
drín para dar testimonio de Jesús.
El don de fortaleza no solo lleva al heroísmo en lo grande, sino también en lo
pequeño, a la amorosa fidelidad en el cumplimiento de los deberes ordina-
ríos de la vida, en la lucha por ser coherentes con las propias convicciones, en
soportar las ofensas, en la perseverancia en el camino de la verdad, a pesar de
los ataques e incomprensiones.

5.2. El d on de tem or de D ios

La correspondencia más clásica entre dones y virtudes teologales atribuye a


la esperanza el don de temor de Dios, en concreto su aspecto de temor filial.
El don de temor perfecciona la esperanza, e impulsa a reverenciar la majestad
de Dios y a temer, como teme un hijo, apartarse de Él, no corresponder a su
amor.
Para entender el papel del don de temor de Dios, conviene analizar previa-
mente la relación del temor con la esperanza.
Afirma el Catecismo que la esperanza «... es también el temor de ofender al
amor de Dios y de provocar el castigo» (CEC, n.2090).
Desde un punto de vista meramente humano, el temor se relaciona con el sentí-
miento de esperanza: la búsqueda del bien difícil pero posible, despierta en no-
sotros la esperanza de alcanzarlo; pero los obstáculos que encontramos, suscitan
el temor de no llegar a la meta que nos hemos propuesto. No tememos el bien que
deseamos y buscamos, sino los escollos que nos estorban en el camino.

En el caso de la esperanza sobrenatural sucede algo semejante. Cuando la Sa-


grada Escritura y toda la tradición de la Iglesia nos hablan de "temor de Dios",
no nos quieren decir que debemos "temer a Dios", ya que Dios es el Bien Ab-
soluto. Lo que se quiere expresar es que, como buenos hijos, debemos temer
todo lo que suponga ofender a Dios, separarnos de Él, no amarlo.
La verdadera causa del temor es la posibilidad de ser infieles a Dios hacien-
do mal uso de nuestra libertad. Mientras la esperanza brota de la confianza en
Dios, el temor brota de la desconfianza en nosotros mismos.
Es clásica la distinción entre temor servil y temor filial. El primero es, sobre
todo, el miedo al castigo. El segundo es el verdadero temor de Dios, el temor a
ofenderlo por ser Él quien es. Bondad Infinita, que nos ama con locura.
«"Timor Dotnini $anctu$". -Santo es el temor de Dios. -Temor que es veneración
del hijo para su Padre, nunca temor servil, porque tu Padre-Dios no es un tirano»
(S. Josemaría Escrivá, 1945, n.435).
El don de temor de Dios perfecciona la virtud de la esperanza, al acentuar la
confianza y el abandono filiales en las manos divinas. Impide que la esperan-
za caiga en una falsa seguridad o, por el contrario, en la desesperación.
Con el don de temor de Dios -afirma S. Juan Pablo II-, «el Espíritu Santo infunde
en el alma, sobre todo, el temorfilial, que es el amor de Dios: el alma se preocupa
entonces de no disgustar a Dios, a mado como Padre, de no ofenderlo en nada, de
"permanecer‫ ״‬y de crecer en la caridad (cf. Jn 15,4-7). De este santo y justo temor,
conjugado en el alma con el amor de Dios, depende toda la práctica de las virtu-
des cristianas, y especialmente de la humildad, de la templanza, de la castidad,
de la mortificación de los sentidos» (Angelus, 11.VI.1989).

6. Esperanza teologal y esperanzas humanas


6.1. La consum ación escatológica del Reino de Dios, objeto de la esperanza

Jesucristo vino a establecer el Reino de Dios, un reino de amor, justicia y paz.


El reinado de Dios, que comienza ya en esta tierra, no tendrá su consumación
más que en la vida eterna.
Como afirma el Concilio Vaticano II, la Iglesia «no alcanzará su consumada
plenitud sino en la gloria celeste, cuando llegue el tiempo de la restauración
de todas las cosas y cuando, junto con el género humano, también la creación
entera, que está íntimamente unida con el hombre y por él alcanza su fin, será
perfectamente renovada en Cristo» (LG, n.48).
La virtud de la esperanza hace que nuestros deseos sean aquellos por los que
vale la pena dar la vida, y sitúa los demás en su verdadera dimensión, en su
transitoriedad. Hace que no convirtamos las esperanzas temporales en metas
absolutas, sino en medios para que todos alcancemos la esperanza de la vida
eterna.
En este sentido, la esperanza cristiana nos ayuda a juzgar adecuadamente las con-
cepciones materialistas, que ponen toda su esperanza en un mundo mejor, que
seria fruto exclusivo del trabajo humano, de la ciencia, de la técnica, etc. Algunas
de estas concepciones criticaron la esperanza cristiana como si llevase al hombre
a un total desinterés por los bienes terrenos.
6.2. Esperanza y actitud ante las tareas y realidades temporales 115
La esperanza cristiana no rechaza las esperanzas terrenas nobles, sino que las
orienta a Dios, verdadero fin del hombre y del mundo. «La virtud de la espe-
ranza responde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo
hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las
purifica para ordenarlas al Reino de los cielos» (CEC, n.1818).
El corazón cristiano valora las ilusiones humanas nobles porque son divinas;
sabe apreciar todo lo bueno que hay en la vida del hombre; más aun, lo enri-
quece y le da su pleno sentido:
«No es que el cristiano no advierta todo lo bueno que hay en la humanidad, que
no aprecie las limpias alegrías, que no participe en los afanes e ideales terrenos.
Por el contrarío, siente todo eso desde lo más recóndito de su alma, y lo comparte
y lo vive con especial hondura, ya que conoce mejor que hombre alguno las pro·
fundidades del espíritu humano» (S. Josemaría Escrivá, 2002, n.133).
El Concilio Vaticano II, ante la acusación de que «la religión, por su propia
naturaleza, es un obstáculo para esta liberación, porque, al orientar el espíritu
humano hacia una vida futura ilusoria, apartaría al hombre del esfuerzo por
levantar la ciudad temporal» (GS, n.20), dice:
«Enseña la Iglesia que la esperanza escatológica no merma la importancia de las
tareas temporales, sino que más bien proporciona nuevos motivos de apoyo para
su ejercicio. Cuando, por el contrario, faltan ese fundamento divino y esa espe-
ranza de la vida eterna, la dignidad humana sufre lesiones gravísimas ·‫־‬es lo que
hoy con frecuencia sucede-, y los enigmas de la vida y de la muerte, de la culpa
y del dolor, quedan sin solucionar, llevando no raramente al hombre a la deses-
peración» (GS, n.21).
116
Ejercicio 1. Vocabulario
Id e n tific a e l s ig n ific a d o de las s ig u ie n te s p a la b ra s y e xp re sio n e s usadas:

Perfección m oral sobrenatural • C on trició n im perfecta o a trició n

Ascética • C on trició n perfecta

C oncupiscencia de la carne • M agnanim idad

C oncupiscencia de los ojos • M agnificencia

Pelagianism o • Perseverancia

Santo abandono • In s tin to del e spíritu

Im petración • Tem or filia l

Prenda de la g lo ria • Tem or servil

C ontem plación de C risto

Ejercicio 2. Guía de estudio


Contesta a las siguientes preguntas:

1. ¿Qué sign ifica que la esperanza tie n e el papel de m o to r en la vid a e spiritu a l?

2. ¿Es verdad que la esperanza en la fo rta le za de D ios hace despreciables las fu e r-


zas hum anas?

3. Explica p o r qué decim os que la fo rtale za cristiana está ig u alm en te alejada del
pelagianism o y de la pasividad.

4. ¿Qué tie n e que ver la esperanza con los su frim ie n to s y contradicciones d e la


vida?

5. ¿Qué relación existe e n tre la v irtu d de la esperanza y la U nción de los enfer-


mos?

6. ¿Cómo podem os fo m e n tar la esperanza del Cielo?

7. ¿Cuál es la relación de la v irtu d de la m agnanim idad con la v irtu d te o lo g a l de


la esperanza?

8. ¿Qué relación existe e n tre el te m o r y la esperanza?

9. ¿Qué se puede d e cir a los que afirm an que la esperanza del C ielo lleva a aban-
donar el esfuerzo p o r m ejorar este m undo?
Ejercicio 3. Comentario de texto
Lee el siguiente texto y haz un comentario personal utilizando los contenidos
aprendidos:

«Sufrir con el otro, por los otros; sufrir por am or de la verdad y d e la justicia; sufrir a
causa del am or y con el fin d e convertirse en una persona que am a realm ente, son
elem entos fundam entales d e hum anidad, cuya pérdida destruiría al hom bre m ism o.
Pero una vez m ás surge la pregunta: ¿som os capaces d e ello? ¿El o tro es tan im portante
com o para que, por él, yo m e convierta en una persona q u e sufre? ¿Es tan im portante
para mí la verdad com o para com pensar el sufrim iento? ¿Es tan grande la prom esa del
am or que justifique el don d e m í m ism o? En la historia d e la hum anidad, la fe cristiana
tien e precisam ente el m érito d e haber suscitado en el hom bre, d e m anera nueva y m ás
profunda, la capacidad d e estos m odos d e sufrir q u e son decisivos para su humani*
dad. La fe cristiana nos ha enseñado que verdad, justicia y am or no son sim plem ente
ideales, sino realidades d e enorm e d en sid ad En efecto, nos ha enseñado que Dios -la
Verdad y el Amor en perso n a- ha querido sufrir por nosotros y con nosotros. Bernardo
deC laraval acuñó la m aravillosa expresión: Im passibilisestDeus, sed n o n incompassibilis,
Dios no puede padecer, pero puede com padecer. El hom bre tien e un valor tan grande
para Dios que se hizo hom bre para poder com -padecer Él m ism o con el hom bre, d e
m odo muy real, en carne y sangre, com o nos m anifiesta el relato d e la Pasión d e Jesús.
Por eso, en cada pena hum ana ha entrado uno que com parte el sufrir y el padecer; d e
ahí se difunde en cada sufrim iento la co n so la d o , el consuelo del am or participado d e
Dios y así aparece la estrella d e la esperanza. C iertam ente, en nuestras penas y pruebas
m enores siem pre necesitam os tam bién nuestras grandes o pequeñas esperanzas: una
visita afable, la cura de las heridas internas y externas, la solución positiva d e una crisis,
etc. También estos tipos d e esperanza pueden ser suficientes en las pruebas m ás o
m enos pequeñas. Pero en las pruebas verdaderam ente graves, en las cuales tengo que
tom ar mi decisión definitiva d e anteponer la verdad al bienestar, a la carrera, a la po-
sesión, es necesaria la verdadera certeza, la gran esperanza d e la que hem os hablado».

(Benedicto XVI, Encíclica Spe salvi,


30.XI.2007, n.39)
TEMA LA C U S T O D IA
7 . DE L A ESPERANZ A

La esperanza sobrenatural, com o to d as las virtudes teologales, e s un don


d e Dios q u e m anifiesta su gran am or por nosotros, y q u e e s im prescin·
dible para nuestra salvación. Por ta n ta es lógico que la custodiem os y
defendam os d e to d o aquello q u e pueda ponerla en peligro, sobre to d o
d e nuestra tendencia a la soberbia, que nos p u ed e inclinar tan to a la
presunción com o a la desesperación.

SUMARIO
1. GUARDAR LA ESPERANZA · 2. PECADOS CONTRA LA ESPERANZA. 2.1.
La desesperación. 2.2. La presunción · 3. ALGUNAS TENDENCIAS ACTUALES
SOBRE LA SALVACIÓN: NEO-PELAGIAN1SMO Y NEO-GNOSTICISMO. 3.1. El neo-
pelagianism o. 3.2. El neo-gnosticism o
1. Guardar la esperanza 119
Si bien la fe es el inicio de la salvación, la esperanza es su primer impulso: sin
ella, el hombre no es capaz de desearla, ni siquiera de tener deseos de tener de-
seos; se convierte en algo inmóvil en su incapacidad, que le impide acercarse
a Jesús como fuente de su salvación. Por eso hay que custodiarla y defenderla
como uno de los grandes tesoros que se nos ha dado.
A la esperanza se opone el peligro del empequeñecimiento del corazón, que
consiste en dejar que nuestro corazón vaya poniendo sus ilusiones en los bie-
nes de esta tierra, mientras abandona poco a poco la esperanza de la vida
eterna.
«No tenemos aquí ciudad permanente, sino que vamos en busca de la venido-
ra» (Hebr 13,14). Todos los bienes humanos que buscamos y disfrutamos en
esta vida deben ordenarse a la búsqueda y contemplación de Dios en el ciclo.
Pero puede suceder que, casi siempre poco a poco, centremos nuestra vista y
nuestro corazón en los bienes limitados y los convirtamos en metas absolutas.
«Si transformamos los proyectos temporales en metas absolutas, cancelando del
horizonte la morada eterna y el fin para el que hemos sido creados -amar y alabar
al Señor, y poseerle después en el Cielo-, los más brillantes intentos so toman
en traiciones, e incluso en vehículo para envilecer a las criaturas. Recordad la
sincera y famosa exclamación de San Agustín, que había experimentado tantas
amarguras mientras desconocía a Dios, y buscaba fuera de Él la felicidad: ‫¡ ״‬nos
creaste. Señor, para ser tuyos, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse
en Ti". Quizá no exista nada más trágico en la vida de los hombres que los engaños
padecidos por la corrupción o por la falsificación de la esperanza, presentada
con una perspectiva que no tiene como objeto el Amor que sacia sin saciar» (S.
Josemaría Escrivá, 1977, n.208).
¿Cómo evitar este peligro? ¿Cómo hacer para no dejamos engañar o para no
engañarnos a nosotros mismos convirtiendo las esperanzas humanas en abso-
!utas? Se trata de vivir la esperanza teologal, como hemos visto en el tema an-
terior. Pero hay dos virtudes que hemos de tener en cuenta para que nuestro
corazón desee a Dios por encima de todo, de modo que los bienes temporales
se orienten siempre a Él.
• La primera es el desprendimiento, que nos capacita para mantener el co-
razón libre respecto a los bienes materiales (medios económicos, salud,
tiempo, etc.). Esa libertad se conquista, con la gracia de Dios, de diversas
maneras, pero especialmente empleando dichos bienes para servir a los
demás y no a nuestro egoísmo o afán de posesión.
• La segunda es la humildad, que nos ayuda a buscar los bienes espirituales
(por ejemplo, los conocimientos, la ciencia, etc.) ordenándolos a la gloria
Dios y al bien de los demás.
En todo caso, conviene que, con la luz de Dios, examinemos con frecuencia
las intenciones que nos mueven en nuestro obrar, de modo que, si detectamos
que esas intenciones se centran en nuestro egoísmo o en nuestro orgullo, recti-
fiquemos, también con la gracia de Dios, y pongamos de nuevo en Él nuestro
corazón.
En esta lucha por buscar siempre el amor de Dios, hemos de estar prevenidos
contra un enemigo de la esperanza: el desánimo.
Al comprobar una y otra vez nuestra debilidad y miseria, puede surgir el pensa-
miento ·animado quizá por el diablo, el gran desanimador‫ ־‬de que, por mucho
que luchemos, nunca podremos alcanzar la santidad, vivir como hijos de Dios,
realizar nuestra vocación cristiana en el mundo; y que, en consecuencia, no vale
la pena seguir intentándolo; o ai menos, que lo mejor es renunciar a metas dema-
siado elevadas.

Muchos autores espirituales ponen en guardia contra esta tentación y, entre


otras cosas, nos recuerdan:
• que el desánimo puede ser causado por nuestra excesiva confianza en
nuestras propias fuerzas; y que, por tanto, debemos confiar más en la gra-
cia de Dios; y
• que si sabemos aprovechar nuestras caídas, estas pueden ser oportunida-
des de crecer en la humildad y en el amor.

2. Pecados contra la esperanza


En los pecados contra la esperanza, un elemento fundamental es el de "no
dejarse querer por Dios".
Los pecados contra la esperanza son la desesperación y la presunción:
• «Por la desesperación, el hombre deja de esperar de Dios su salvación per-
sonal, el auxilio para llegar a ella o el perdón de sus pecados. Se opone a la
Bondad de Dios, a su Justicia -porque el Señor es fiel a sus promesas- y a
su misericordia» (CEC, n.2091).
• «Hay dos clases de presunción. O bien el hombre presume de sus capad-
dades (esperando poder salvarse sin la ayuda de lo alto), o bien presume
de la omnipotencia o de la misericordia divinas, (esperando obtener su
perdón sin conversión y la gloria sin mérito)» (CEC, n.2092).

2.1. La desesperación

La desesperación va directamente contra la esperanza y consiste en la carencia


de deseos de salvación
• ya porque la persona ha puesto todos sus deseos en realidades materiales,
• ya por encontrase sin fuerzas para apoyarse en Dios. La carencia de fuer-
zas puede ser motivada por la desconfianza en la ayuda de Dios y en su
misericordia con los pecadores.
En el primer caso, se da una ausencia total de deseos -a la persona no le in-
teresa ir al Cielo, le interesan solo los bienes alcanzables aquí y ahora-; no ve
la necesidad de ser salvada. En lo humano se manifiesta en el "pasotismo" y
la futilidad.
En el segundo, hay un rastro de deseo, pero ineficaz. Y se manifiesta en el
agostamiento, una especie de "depresión espiritual", una incapacidad de que-
rer luchar, un "nada vale la pena". La persona piensa que no es querida por
Dios.
En la vida cotidiana, esta falta de esperanza -la desesperación- comienza por
un progresivo abandono de $ medios para mantener la vida interior; He-
1 0

va a compensar la falta de alegría con el apego a los bienes temporales; y


finalmente se cae en la indiferencia religiosa, o en un desánimo cada vez más
profundo lleno de tristeza.
Algunas causas de la desesperación son las siguientes:
• La falta de fe ante las contradicciones de la vida: desgracias, serios problc-
mas económicos, sufrimientos, etc.•
• Una vida alejada de Dios, sobre todo por la avaricia y la lujuria (que debí-
litan el ánimo ante el bien arduo de la esperanza), y la acedía.

2.2. La presunción

La presunción puede ser de dos tipos: la presunción propiamente dicha o sim-


pie y la presunción herética.
a) La presunción simple
Es la falta de deseos reales de ir al Cielo y de amar a Dios. Suele ocultarse tras
una actitud de frivolidad y futilidad.
La persona presuntuosa quizá dice que desea la salvación, pero en el fondo
no está dispuesta a poner los medios, porque realmente no la desea. Supone
que cuando llegue el momento de la muerte bastará pedir perdón a Dios sin
arrepentimiento, oque la actitud vital de falta de interés no tiene importancia,
fundamentando todo en la misericordia y bondad divinas, pero rechazando
la consideración de que el amor de Dios pide la respuesta libre del hombre.

b) La presunción herética
No va directamente contra la esperanza, sino contra la fe, y se refiere a los
medios necesarios para salvarse.
Si es formalmente herética lleva consigo la perdida directa de la fe y, como
consecuencia, la de la esperanza y de la caridad.
Si no lo fuera, afectaría a la esperanza en cuanto que el deseo de felicidad no
sería razonable, haciendo de él una veleidad.
Hay tres tipos de presunción herética:
• La presunción pelagiana, que consiste en considerar que la salvación es
fruto del puro esfuerzo humano. La gracia sería una ayuda de Dios para
obrar bien y alcanzar el Cielo, pero meramente exterior y de tipo ejempla-
rizante.
• La presunción luterana, que considera que para salvarse basta una ‫ ״‬fe fi-
dudal‫ ״‬en Dios: creer con firmeza que Dios nos va a salvar. Serían innece-
sañas e imposibles las obras buenas para salvarnos, porque la naturaleza
humana está corrompida y todas las obras que hacemos los pecadores son
pecados; somos incapaces de hacer obras buenas.
• La presunción farisaica. En este caso, se considera que para salvarse basta
con un cumplimiento externo y material de la Ley, olvidando que la esen-
cia de la misma está en el amor a Dios y al prójimo.

c) Causas de la presunción
Entre las causas de la presunción, además de los errores contra la fe, hay que
tener en cuenta la soberbia y la vanidad.
Santo Tomás distingue dos tipos de presunción, que se originan en dos cau-
sas diferentes (cf. S.Th., ΙΙ-Π, q.21, a.4).
♦ La presunción que se funda en las propias fuerzas, como si fueran suficien-
tes para lograr algo que, en realidad, excede a la capacidad humana. La
causa de esta presunción es la vanagloria.
• La presunción que se apoya de manera desordenada en la misericordia y
en el poder de Dios, por el cual se espera obtener la salvación sin mérito, y
el perdón sin arrepentimiento. La causa de esta presunción es la soberbia:
el hombre se considera a sí mismo tan grande que llega a pensar que, aun-
que peque. Dios no le va a castigar ni a excluirlo de su gloria.

3. Algunas tendencias actuales sobre la salvación:


neo-pelagianismo y neo-gnosticismo
La Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe publicó el 22 de febrero
de 2018 la Carta Píacuit Deo, en la que se trata de algunas tendencias actuales
sobre la salvación, que tienen rasgos generales comunes con el pelagianismo
y el gnosticismo. Estas tendencias son de algún modo consecuencias de la difi-
cuitad que tiene el mundo contemporáneo para percibir que Jesús es el único
Salvador de todo el hombre y de toda la humanidad.
Frente a estas tendencias, la Carta Píacuit Deo desea reafirmar que «la salvación
consiste en nuestra unión con Cristo, quien, con su Encarnación, vida, muerte
y resurrección, ha generado un nuevo orden de relaciones con el Padre y entre
los hombres, y nos ha introducido en este orden gracias al don de su Espíritu,
para que podamos unirnos al Padre como hijos en el Hijo, y convertirnos en
un solo cuerpo en el "primogénito entre muchos hermanos" (Rm 8,29)» (n.4).
Teniendo en cuenta que los planteamientos de estas corrientes están directa-
mente relacionados con la virtud de la esperanza, resumimos a continuación
las ideas más importantes.

3.1. El neo-pelagianism o

El neo-pelagianismo está vinculado al individualismo, que, centrado en el su-


jeto autónomo, tiende a ver al hombre como un ser cuya realización depende
únicamente de su fuerza.
«En esta visión, la figura de Cristo corresponde más a un modelo que inspira
acciones generosas, con sus palabras y gestos, que a Aquel que transforma
la condición humana, incorporándonos en una nueva existencia reconciliada
con el Padre y entre nosotros a través del Espíritu (cf. 2Cor 5,19; Ef 2,18)» (n.2).
La tendencia nco-pclagiana lleva a vivir la vida cristiana como si fuéramos no-
sotros, con nuestras estructuras puramente humanas, los autores de nuestra
salvación, sin reconocer que dependemos, en lo más profundo de nuestro ser,
de Dios y de los demás (cf. n.3).

3.2. El neo-gno$tici$mo

Esta tendencia ve la salvación como una realidad meramente interior «la cual
tal vez suscite una fuerte convicción personal, o un sentimiento intenso, de es-
tar unidos a Dios, pero no llega a asumir, sanar y renovar nuestras relaciones
con los demás y con el mundo creado» (n.2).
«Desde esta perspectiva, se hace difícil comprender el significado de la En-
carnación del Verbo, por la cual se convirtió miembro de la familia humana,
asumiendo nuestra came y nuestra historia, por nosotros los hombres y por
nuestra salvación» (n.2).
La salvación consistiría en elevarse con la inteligencia hasta los misterios de la
divinidad. La consecuencia es que el cuerpo y el cosmos material pierden su
sentido: ya no se reconocen en esas realidades las huellas de la mano de Dios.

Ejercicio 1. Vocabulario
Identifica el significado de las siguientes palabras y expresiones usadas:

• V irtu d del de d esp re nd im ie nto Presunción luterana

• H um ildad Presunción farisaica

• Intenciones Acedía

• D esánim o Vanidad

• Desesperación In dividu a lism o

• Presunción Pelagianism o

• Presunción sim ple G nosticism o

• Presunción herética Fe fid u c ia l


Ejercicio 2. Guía de estudio
C on te sta a las s ig u ie n te s p re g u n ta s :

1. ¿En qué consiste el em pequeñecim iento d e l corazón y cóm o evitarlo?

2. ¿Cómo luchar contra el desánim o en la vida cristiana?

3. ¿Cuáles son las causas de la desesperación?

4. ¿Cuáles son los tip o s de presunción herética?

5. ¿En qué consiste el neo-pelagianism o?

6. ¿En qué consiste el neo-gnosticism o?

Ejercicio 3* Comentario de texto


Lee e l s ig u ie n te te x to y h az un c o m e n ta rio p e rso n a l u tiliz a n d o los c o n te n id o s
a p re n d id o s :

«Los que responden a esta m entalidad pelagiana o sem ipelagiana, aunque hablen de
la gracia de Dios con discursos edulcorados ‫״‬en el fondo solo confían en sus propias
fuerzas y se sienten superiores a otros por cum plir determ inadas norm as o por ser in-
quebrantablem ente fíeles a cie rto e stilo católico''. Cuando algunos de ellos se dirigen
a los débiles diciéndoles que to d o se puede con la gracia de Dios, en el fondo suelen
tra n sm itir la idea de que to d o se puede con la voluntad hum ana, com o si ella fuera
algo puro, perfecto, om nipotente, a lo que se añade la gracia. Se pretende ignorar que
‫ ״‬no todos pueden todo‫״‬, y que en esta vida las fragilidades humanas no son sanadas
com pleta y definitivam ente por la gracia. En cualquier caso, com o enseñaba san Agus-
tín , Dios te invita a hacer lo que puedas y a p e d ir lo que no puedas; o bien a decirle al
Señor hum lldem ente:"D am eloquem epidesy pídeme loquequieras*.

En el fondo, la falta de un reconocim iento sincero, d o lo rid o y orante de nuestros lím ites
es lo que im pide a la gracia actuar m ejor en nosotros, ya que no le deja espacio para
provocar ese bien posible que se integra en un cam ino sincero y real de crecim iento.
La gracia, precisam ente porque supone nuestra naturaleza, no nos hace superhom bres
de golpe. Pretenderlo sería confiar dem asiado en nosotros mismos. En este caso, detrás
de la ortodoxia, nuestras actitudes pueden no corresponder a lo que afirm am os sobre
la necesidad de la gracia, y en los hechos term inam os confiando poco en ella. Porque si
no advertim os nuestra realidad concreta y lim itada, tam poco podrem os ver los pasos
reales y posibles que el Señor nos pide en cada m om ento, después de habernos capa­
citado y cautivado con su don. La gracia actúa históricam ente y, de ordinario, nos tom a
y transform a de una form a progresiva. Por ello, si rechazam os esta m anera histórica y
progresiva, de hecho podem os llegar a negarla y bloquearla, aunque la exaltem os con
nuestras palabras».

(F rancisco, Exhortación A postólica G audeteetexsultate,


19.111.2018, nn. 49 y 50)
127
TEMA ' CONCEPTO TEO LÓ G IC O
8 DE C A R ID A D

Abordam os en este tem a el concepto de caridad teologal; pero antes es


preciso recordar la base en la que se sustenta: el am or hum ano, n atu ral
a uno m ism o, a los dem ás y a Dios. Esa capacidad hum ana de am ar es
elevada al nivel sobrenatural por la virtu d de la caridad, pero no es sus-
titu id a por ella.

SUMARIO
1. LA REALIDAD HUMANA DEL AMOR. 1.1. El am or natural a Dios. 1.2. El am or
natural a uno m ism o. 1.3. El am or natural a los dem ás. 1.4. Amor de am istad y justi-
d a * 2. LA CARIDAD EN LA SAGRADA ESCRITURA. 2.1. A ntiguo Testam ento. 2.2.
N uevoTestam ento · 3. LA CARIDAD EN EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA · 4 . LA
VIRTUD DE LA CARIDAD, DON DEL ESPIRITU SANTO Y PARTICIPACIÓN SOBRE-
NATURAL EN EL AMOR DE DIOS * 5. ALGUNAS CARACTERÍSTICAS DE LA CA-
RIDAD.
128 1» La realidad humana del amor
La persona humana existe por un acto de amor de Dios; hemos sido creados
a imagen de Dios; y estamos llamados, desde el momento de la creación, a la
amistad con nuestro Creador. Estamos hechos para ser amados y amar.
Lo primero que necesitamos de modo radical para existir, vivir y progresar
desde el punto de vista físico, psíquico y espiritual es ser y sabernos amados.
Si se cumple esa primera necesidad, podemos amamos ordenadamente a no-
sotros mismos, y entonces podemos también desplegar de modo adecuado
nuestra inclinación a amar a los demás (como a nosotros mismos) y a Dios
(con todo el corazón).
Ahora bien, como estamos llamados a un fin sobrenatural, que no podemos
alcanzar con nuestras propias fuerzas, necesitamos no solo la fe y la esperan-
za, sino también un amor nuevo, sobrenatural, que Dios nos regala con la
gracia santificante: se trata de la virtud teologal de la caridad. «La caridad
asegura y purifica nuestra facultad humana de amar. La eleva a la perfección
sobrenatural del amor divino» (CEC, n.1827).
Estudiamos a continuación las tres dimensiones del amor humano o natural:
a Dios, a uno mismo y a los demás, porque son la base natural de la virtud
sobrenatural de la caridad.

1.1. El am or natural a Dios

Somos hijos de Dios por creación, y estamos llamados a ser hijos de Dios por
la gracia. Se puede hablar, por tanto, de una doble imagen de Dios en el no-
sotros:
• la natural, por la que somos personas; y
• la sobrenatural, por la que somos hijos de Dios por gracia.
Vse puede hablar también de una doble filiación:
• filiación por creación (por la que participamos del ser de Dios) y
• filiación por gracia (por la que participamos de la naturaleza divina).
De acuerdo a esta doble imagen o filiación, hay una doble capacidad de amar
tanto a Dios como a uno mismo y a los demás hombres.
AI ser hijos de Dios por creación, tenemos la inclinación a y la capacidad de
amar a Dios como nuestro Creador y Señor con un amor total. Una vez que
descubrimos la existencia de Dios, podemos descubrir también con nuestra
razón práctica que debemos amarlo por encima de todo. Se trata, por tanto,
de un precepto de ley natural, no el primero que se conoce, pero sí el primero
en importancia.
Este mandamiento se formula así en el Evangelio según san Mateo: «Amarás
al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente.
Este es el mayor y el primer mandamiento» (Mt 22,37-38); y en el de san Mar-
eos: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con
toda tu mente y con todas tus fuerzas» (Me 12,30).
Santo Tomás explica así esos textos evangélicos (cf. S.Th., II-II, q.44, a.5):
• con todo el corazón, de modo que todo lo hagamos con la intención de
amar a Dios;
* con toda la mente, sometiendo a Dios nuestra inteligencia o entendimien-
to;
♦ con toda el alma, es decir, con todos los apetitos y potencias;
• con todas las fuerzas, de modo que nuestra acción exterior le obedezca.
Amar a Dios sobre todas las cosas quiere decir que debemos amarlo más que
a cualquier criatura, aunque puede suceder que nuestros afectos y sentimicn-
tos reaccionen más ante una persona humana.
El amor natural a Dios da lugar a la virtud de la religión, que estudiaremos en
el último capítulo de este manual.

1.2. El am or natural a uno mismo

El amor a uno mismo es una tendencia que Dios ha puesto en nuestra natu-
raleza, y consiste en el deseo natural del bien propio y de la felicidad. Este
amor natural se prolonga en un amor voluntario y libre a uno mismo, que
debe ser ordenado por la recta razón. Entonces ya no solo es bueno natural-
mente, sino también moralmcnte, es decir, virtuoso.
Para que esa tendencia natural se desarrolle de modo adecuado, necesitamos
ser amados de verdad. Nos capacitamos así para amar a los demás "como a
nosotros mismos‫ ״‬, para ‫ ״‬tratar a los demás como querríamos nos trataran a
nosotros" o "para no querer para los demás lo que no querríamos para noso-
tros", que son diversas formulaciones de la misma regla de oro del amor. El
dar y el darse es siempre una respuesta al amor recibido.
130 No cabe oponer, por tanto, el amor a uno mismo y el amor a los demás. Por el
contrarío, el amor ordenado de la persona hada sí misma hace posible el amor
de amistad: «La forma y la raíz» del amor de amistad -afirma santo Tomás- es
el amor con el que la persona se ama a sí misma, «ya que con los demás tenemos
amistad en cuanto nos comportamos con ellos como con nosotros mismos» (S.Th.,
II-II, q.25,a.4c).

El amor a los demás nace como respuesta al amor que hemos recibido de
otras personas. Somos criaturas e indigentes: todo lo que somos y tenemos
lo recibimos de alguien que nos ama antes de que existamos; somos un don
gratuito, un fruto del amor de Dios.
Además, somos también fruto del amor de nuestros padres y de todas las perso-
ñas que de algún modo nos han ayudado a desarrollamos en todos los aspectos.
Cuando descubrimos que, sin merecerlo, somos amados por otros y que gracias
a ese amor somos lo que somos, se despierta en nosotros el agradecimiento, que
solo puede cumplirse correspondiendo con amor, nada mueve tanto al amor
como saberse amados.

En el proceso de nuestra educación y desarrollo, nos hacemos conscientes


progresivamente del amor recibido de nuestros padres y de los demás, y esa
es la clave para que podamos percibir, antes o después, el amor de Dios, que
es una llamada a vivir en amistad con Él.
• Amarse a uno mismo significa amar el propio ser, la vida y la salud, lo
cual comporta buscar honradamente los bienes materiales necesarios para
la subsistencia y una vida digna: alimento, casa, vestido, etc.; descansar y
poner los medios para evitar la enfermedad, el dolor, el sufrimiento y la
muerte.
• El amor a uno mismo tiene también un papel esencial en el plano espiri-
tual; significa amar la perfección personal: el progreso intelectual y cul-
tural, y la excelencia moral. En este sentido, la persona se debe amar a sí
misma con un amor más fuerte que el amor de amistad, pues tiene consigo
misma algo superior a la unión entre personas: la unidad.•
• El amor a uno mismo lleva a amar a Dios. Si es natural queremos a no-
sotros mismos, es natural también querer para nosotros 10 mejor, el Sumo
Bien. Solo en Él podemos encontrar la felicidad que naturalmente desea-
mos.
1.3. El amor natural a los demás 131
El amor natural a los demás, cuando es vivido de acuerdo con la razón, se
convierte en la virtud del amor de amistad.
Se puede definir el amor de amistad como la virtud que capacita a la persona
para querer y hacer el bien al otro como si fuera para ella misma.
«Cuando uno ama a alguien con amor de amistad, quiere el bien para él como
lo quiere para sí mismo. Por eso lo aprehende como otro yo, esto es, en cuanto
quiere el bien para él como para sí mismo. De ahí que el amigo se diga ser otro
yo» (S.Th., I-ll, q.28, a.lc).
Señalamos a continuación algunos aspectos importantes del amor natural de
amistad porque todos ellos deben ser integrados en el amor de caridad. Si no
se vive bien el amor natural hacia los demás no se puede vivir bien la virtud
de la caridad: las virtudes humanas, no debemos olvidarlo, son necesarias
para vivir bien las sobrenaturales.

a) Dimensiones del amor de amistad: la benevolencia y la unión afectiva


La benevolencia consiste en querer de modo eficaz el bien para el otro. Esto
implica que el que ama procura, en la medida de sus posibilidades, el bien
para la persona amada: beneficencia. Se trata, por tanto, de un amor efectivo.
No se reduce a respetar la dignidad de la persona, ni a un sentimiento genérico de
humanidad. El amor de amistad exige poner los medios adecuados para que la
persona amada pueda alcanzar los bienes que necesita para perfeccionarse como
persona.
Pero el amor de amistad es algo más que querer y hacer el bien al otro: «Con-
lleva una unión afectiva entre quien ama y la persona amada, de modo que
el primero considera a la segunda como unida a él o como perteneciéndole, y
por eso se mueve hacia ella» (S.Th., II-II, q.27, a.2c).
Es, por tanto, un amor unitivo: añade a la benevolencia y beneficencia otro
acto de la voluntad que es la unión de afecto. Por el amor de amistad, el
que ama se hace uno con la persona amada, que es aprehendida como aller
tpse, otro yo. «Es propio del amor -afirma santo Tomás- unir al amado con el
amante, en tanto sea posible» (CG, IV, c.54).
Una característica esencial del amor de amistad es la gratuidad: el término del
amor es ‫ ״‬el otro‫ ״‬. La intención del que ama va hacia la persona amada y se
detiene en ella, rechazando el retorno a sí mismo como un pecado destructor
de ese amor (S. Pinckaers, 1971,390).
b) Amor de amistad y amor de concupiscencia
El amor de amistad difiere del amor de concupiscencia/ que es el amor con el
que se aman los bienes que deseamos para alguien (para uno mismo o para
otra persona). Esos bienes no son amados por sí mismos, sino en cuanto son
medios para amar a otro.
El amor de amistad, en cambio, es el amor con el que se ama a la persona para
la que se quieren esos bienes. En este caso, la intención del que ama va a la
persona amada y se detiene en ella.

c) Especificaciones del amor de amistad


El amor de amistad se funda en un bien común o en la participación en un
proyecto común. Como el bien tiene razón de fin, el bien común es el fin co-
mún de los amigos.
Hay tantos tipos de amistad como tipos de bienes comunes puede haber entre
personas. Por ejemplo, el bien de la cultura y la seguridad funda la amistad
civil, el bien de la intimidad conyugal funda el matrimonio como amistad
conyugal, el bien del hogar funda la familia como amistad familiar, etc.

d) La amistad personal
Toda amistad auténtica mira a la otra persona como persona (nunca como
objeto). Ysiempre tiende hacia la amistad personal, en la que no solo se mira
a la persona en cuanto persona, sino en cuanto es ‫ ״‬esta persona‫ ״‬.
La amistad personal tiene, entre otras, las siguientes características:
• El bien común en el que se basa son las personas en sí mismas. Dicho
de otro modo, la amistad personal tiene como base la amistad misma, la
comunidad creada mediante la entrega y la aceptación mutua de las per-
sonas: el ‫ ״‬nosotros‫ ״‬que así se constituye, que no es la mera suma de dos
‫ ״‬yo‫ ״‬.
• En otros tipos de amistad, el amor mutuo es consecuencia de la unión que
se produce por participar de un bien común; la unión de las personas es
previa al amor y su fundamento. En cambio, en la amistad personal el vín-
culo de unión es el mismo amor; la unión es consecuencia del amor, que
da lugar al "nosotros‫ ״‬.
• En toda verdadera amistad hay alguna comunicación de la interioridad
(ideas, proyectos, sentimientos), de acuerdo con los bienes que se com-
parten y la mayor o menor confianza mutua. Esta comunicación (sobre la
base de la imprescindible confianza) caracteriza especialmente a la amis-
tad personal.
En general, la amistad personal se crea a partir de una amistad previa y, por
tanto, surge de una cierta unión. Pero en sí esta unidad previa ha sido solo
ocasión de la amistad, no su fundamento.

1.4. Am or de am istad y justicia

Uniendo amor de amistad y justicia, puede decirse que «la justicia es la virtud
que, sustentada en la humildad y en el amor de amistad a Dios y a los demás,
inclina al hombre a dar a cada uno lo suya» (R. García de Haro, 1992,628).
La justicia no puede considerarse como una virtud que excluye el amor, ni el
amor como una especie de sentimiento que viene "desde fuera" a perfeccionar
la justicia. La justicia se asienta sobre el amor de amistad.
• El amor de amistad es el fundamento, el origen y la finalidad de la virtud
de la justicia, porque lo que mueve a la acción justa es el bien de la per-
sona. Sin amor no puede existir la justicia como virtud (cf. J. Noriega,
2006, 351).
• El amor, a su vez, necesita de la justicia para poder actuar eficaz y justa-
mente, porque debe ser dirigido por la razón, que le señala la verdad sobre
el bien.
La justicia fundada en el amor de amistad pide el más profundo respeto a la
dignidad personal de todos y cada uno de los hombres, cuyo fundamento
está en el amor Creador de Dios, que ama a todos y cada uno de ellos "por sí
mismos".
Esto se traduce en:
• ayudar a los demás tratando de hacerles el bien como si fuera para noso-
tros mismos (beneficencia y benevolencia);
• respetar y amar los derechos de los demás; dar a cada uno lo que se le debe
dar en justicia;•
• amar y defender la vida; entre otros modos, mediante la constitución de
una familia en la que, como fruto del amor esponsal, los hijos sean reci-
bidos, cuidados y educados con la dignidad de personas: amados por sí
mismos;
134 humanizar el mundo mediante el trabajo, haciendo de la tierra el "hogar
de los hombres";
• construir una sociedad digna del hombre, especialmente haciendo cultu-
ra.
Como es lógico, el amor no se agota en la promoción de los bienes que le son
debidos a la otra persona. De hecho, se despliega en otras muchas virtudes:
generosidad, veracidad, amabilidad, gratitud, misericordia, solidaridad, etc.,
que se suelen estudiar en la asignatura de Justicia o Moral social.
Estas virtudes humanas son asumidas, perfeccionadas y elevadas al orden
sobrenatural por la vitud teologal de la caridad o amor sobrenatural, que se
nos da con la gracia santificante, y que vamos a estudiar en los apartados si-
guientcs.

2· La caridad en la Sagrada Escritura


Vamos a ver, en primer lugar y muy brevemente, qué nos dice la Palabra de
Dios sobre la virtud de la caridad.

2.1. Antiguo Testamento

De todo lo que nos enseña el Señor a lo largo del Antiguo Testamento, quere-
mos señalar solamente una verdad fundamental: Dios ama al hombre.
Desde el mismo acto creador, todas las acciones de Dios a lo largo de la his-
toria de la Salvación son una muestra de amor a los hombres en general, y al
pueblo escogido y a cada persona en particular.
Dios crea ai hombre para hacerlo partícipe de su felicidad por el conocimien-
to y el amor. Dios muestra su amor por el hombre y le pide que corresponda
libremente con su amor: lo invita, por tanto, a la amistad con Él: «Amarás al
Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas»
(Dt 6,5; cf. Dt 10,12-13).
AI mismo tiempo, el Señor pide a los hombres que se amen unos a otros como
se aman a sí mismos: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lev 19,18), y
enseña las concreciones de esc amor en muchos pasajes.
2.2. Nuevo Testamento 135
En el Nuevo Testamento, Dios se revela a los hombres como Amor: «Dios es
amor» (ljn 4,18).
El amor de Dios a los hombres se manifiesta, de modo especial, en la entrega
de Jesucristo por nosotros:
«Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo unigénito, para que todo el
que cree en él no perezca, sino que tenga la vida eterna» (Jn 3,t6); «En esto se ma-
nifestó entre nosotros el amor de Dios: en que Dios envió a su Hijo Unigénito al
mundo para que recibiéramos por él la vida» (ljn 4,9); «Dios probó su amor hacia
nosotros en que, siendo pecadores, murió Cristo por nosotros» (Rm 5,8).

De manera muy clara, aparece en el Nuevo Testamento la invitación de Dios


a la amistad con Él:
• «El que me ama será amado por mi Padre, y yo le amaré» (Jn 14,21).
• «Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando. Ya no os llamos sicr-
vos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor; a vosotros, en cambio,
os he llamado amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he hecho
conocer» (Jn 15,14-15).
• «El que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» (ljn 4,16).
El amor a los demás adquiere ahora una nueva dimensión. Yano se trata solo
de amar a los demás como nos amamos a nosotros mismos (cf. Mt 22,3538‫)־‬,
sino de amarlos como Cristo nos ama. Es el mandamiento nuevo:
«Un mandamiento nuevo os doy: que osaméis uñosa otros. Como yo os he ama‫־‬
do, amaos también unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos:
si os tenéis amor unos a otros (...) Este es mi mandamiento: que os améis los unos
a los otros como yo os he amado (...) Esto os mando: que os améis los unos a los
otros» (Jn 13,3415,12.17 ;35‫)־‬.

«Jesús hace de la caridad el mandamiento nuevo. Amando a los suyos ‫ ״‬hasta


el fin‫ ״‬, manifiesta el amor del Padre que ha recibido. Amándose unos a otros,
los discípulos imitan el amor de Jesús que reciben también en ellos. Por eso
Jesús dice: ‫ ״‬Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; per-
mancccd en mi amor‫ ״‬. Y también: ‫ ״‬Este es el mandamiento mío: que os améis
unos a otros como yo os he amado‫( » ״‬CEC, n.1823).
Otra de las novedades principales respecto al Antiguo Testamento, conse-
cuencia de lo anterior, es el amor a los enemigos, que supera la ley del talión:
«Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo os
digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis
hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre buenos y
malos, y hace llover sobre justos y pecadores» (Mt 5,4345‫)־‬.
El amor a Dios va unido al amor a los demás:
«A Dios nadie le ha visto jamás. Si nos amamos unos a otros. Dios permanece en
nosotros, y su amor alcanza en nosotros su perfección (...) Si alguno dijere: "Amo
a Dios", y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues el que no ama a su hor·
mano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve (...). En esto conocemos
que amamos a los hijos de Dios: en que amamos a Dios y cumplimos sus manda‫־‬
mientos» (ljn 4,12.20; 5,2).
Una enseñanza especialmente importante del Nuevo Testamento es la exce-
lencia de la caridad:
«Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad,
sería como el bronce que suena o un golpear de platillos. Yaunque tuviera el don
de profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, y aunque tuviera tan·
ta fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, no sería nada. Y aunque
repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo para dejarme quemar, si no
tengo caridad, de nada me aprovecharía (...) La caridad nunca acaba (...) Aho‫־‬
ra conozco de modo imperfecto, entonces conoceré como soy conocido. Ahora
permanecen la fe, la esperanza, la caridad: las tres virtudes; pero de ellas la más
grande es la caridad» (ICor 13,113‫)־‬.
La persona que mejor se ha identificado con el amor de Cristo al Padre y hacia
nosotros es la Virgen María. Ella se entrega totalmente a Dios, cumpliendo
en todo su Voluntad, y esc amor se manifiesta en el servicio y la entrega a los
demás en Nazaret, en casa de su prima Isabel, en Caná, en el Calvario.

3. La caridad en el Magisterio de la Iglesia


La claridad de las enseñanzas sobre la caridad en la Sagrada Escritura y en
la Tradición de la Iglesia explica las limitadas intervenciones del Magisterio.
Señalamos a continuación algunas intervenciones explícitas:
• La condena, por parte de Martín V (Bula Ad hoc praecipue, 6.1.1420), del
error de Nicolás Serrurier, que afirmaba que el amor a uno mismo no es
objeto de la caridad, junto al amor a Dios y al prójimo.
• El Concilio de Trento afirma lo siguiente sobre la relación entre la justifi-
cación y la caridad: «Si alguno dijere que los hombres se justifican, o por
sola imputación de la justicia de Cristo, o por la remisión de los pecados.
excluida la gracia y la caridad que se difunde en sus corazones por el Es-
píritu Santo y les queda inherente; o también que la gracia, por la que nos
justificamos, es solo el favor de Dios, sea anatema» (Dz 821).
♦ Diversas condenas a Bayo y Jansenio, que negaban la posibilidad del amor
natural a Dios como distinto de la caridad sobrenatural (Dz 1034-1038;
1394-1400).
♦ En los documentos del Concilio Vaticano II hay numerosos textos sobre
la caridad, en los que se tratan 105 temas clásicos, pero sin aportaciones
nuevas importantes, ni tan desarrollados como en el caso de la fe y la espe-
ranza.
♦ En el Catecismo de la Iglesia Católica se contienen muchas enseñanzas sobre
la virtud de la caridad, especialmente en la tercera parte, sobre la vida en
Cristo.
♦ Cabe destacar, por último, dos encíclicas de Benedicto XVI: Deus caritas est
(25.X1I.2005) y Caritas in vertíate (29.VI.2009).
En Deus caritas est, su primera encíclica, Benedicto XVI quiere hablar del amor
del que Dios nos colma, un amor que debemos comunicar a los demás. En
la primera parte, que tiene un carácter más especulativo, el Papa precisa «al-
gunos puntos esenciales sobre el amor que Dios, de manera misteriosa y gra-
tuita, ofrece al hombre y, a la vez, la relación intrínseca de dicho amor con la
realidad del amor humano» (n.l).
La segunda parte, de carácter más concreto, trata de cómo cumplir de manera
eclesial el mandamiento del amor al prójimo. Si bien el tema es muy amplio,
el propósito de la encíclica es insistir sobre algunos elementos fundamentales
a fin de «suscitar en el mundo un renovado dinamismo de compromiso en la
respuesta humana al amor divino» (n.l).
En la encíclica Caritas in veritate, Benedicto XVI retoma las enseñanzas de la
encíclica Populorum progressio (26.III.1967) de Pablo VI sobre el desarrollo hu-
mano integral, y las actualiza, siguiendo el proceso de actualización que co-
menzó Juan Pablo II con su encíclica Sollicitudo rei socialis (30.XII.1987).
138 4. La virtud de la caridad, don del Espíritu Santo
y participación sobrenatural en el amor de Dios
El Catecismo defíne la caridad como «la virtud teologal por la cual amamos a
Dios sobre todas las cosas por Él mismo y a nuestro prójimo como a nosotros
mismos por amor de Dios» (n.1822).
La virtud infusa de la caridad es una participación del Amor con el que Dios
se ama a sí mismo y ama a cada una de sus criaturas, del Amor con que el
Padre y el Hijo se aman y espiran al Espíritu Santo, del mismo Espíritu Santo
en cuanto Amor.
La "misión‫ ״‬propia de la caridad es elevar nuestra voluntad para que po-
damos amar a las Personas divinas como Ellas se aman entre sí. Esto quiere
decir que, gracias a la virtud de la caridad, podemos
• aceptar -de un modo limitado- la donación real que las Personas divinas
hacen de sí mismas al hombre, y
• donarnos nosotros mismos a Dios.
De este modo, entramos a participar en la comunión divina de Personas que
es Dios.
«Si se compara la vida cristiana a un edificio en construcción, es fácil reconocer
en la fe el fundamento de todas las virtudes que lo componen. Es la doctrina del
Concilio de Trento, según el cual la fe es el comienzo de la salvación humana,
fundamento y raíz de toda justificación. Pero la unión con Dios mediante la fe
tiene por finalidad la unión con Él en el amor de caridad, amor divino del que
participa el alma humana como fuerza operante y unificadora» (5. Juan Pablo II,
Audiencia , 2.V.91).

El objeto de la caridad es Dios, y, de modo secundario, todo lo que Dios ama


con amor de benevolencia: uno mismo, las demás personas humanas, los án-
geles; aunque la caridad es una virtud única e indivisible.
El motivo de la caridad es la Bondad de Dios, y ese es también el motivo por
el que debemos amar todo lo que Dios ama y como Él lo ama:
• en primer lugar, a nosotros mismos y a los demás, incluso a los enemigos
y pecadores, con amor de caridad, pues en todos los seres humanos se
refleja la Bondad divina, todos han sido creados a su imagen y semejanza,
y por todos ha muerto Cristo para justificarlos, convertirlos en hijos y des-
tinarlos a la misma felicidad;
• y, en segundo lugar, a todos los seres creados, tratándolos no como si fue-
ramos sus dueños absolutos, sino como colaboradores de Dios y adminis-
tradores de sus bienes.
La caridad nos capacita para amar a Dios por Él mismo, porque es infinita-
mente amable y amante, y a uno mismo y a los demás por Dios. Amar "por
Dios‫ ״‬-es importante señalarlo- es el objeto formal, que diferencia el amor
sobrenatural de caridad del amor natural.

5. Algunas características de la caridad


Señalamos a continuación, a modo de resumen, algunas características de la
virtud de la caridad.
* Es amor de amistad. La caridad es, como hemos dicho, un cierto amor
de amistad entre el hombre y Dios. Dios nos ama primero, con su infinito
amor, y nosotros respondemos al amor de Dios. También el amor de cari-
dad al prójimo es de amistad, aunque el prójimo no corresponda de hecho
a ese amor, ya que se le ama en y por Dios.
* Sobrenatural y gratuita. La caridad es la participación del mismo Amor
con el que las Personas divinas se aman entre sí y aman a todos los hom-
bres. Supera las posibilidades naturales de cualquier persona que no sea
divina. Si es sobrenatural, no es fruto de nuestro esfuerzo, sino don de
Dios: «El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por me-
dio del Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rm 5,5).
* Cristiana. El amor al Padre pasa por el amor a Cristo, a través de la Santí-
sima Humanidad de Jesús.
* Es el amor más grande posible en el hombre, por su objeto y su naturaleza.
Esto no quiere decir que, de hecho, sea siempre intensiva o sensiblemente
superior a otros amores humanos; aunque sí lo será también en estos dos
sentidos cuando sea perfecta en el cielo; y lo es, con frecuencia, en las al-
mas santas.*
* Incondicional. La entrega del hombre a Dios -a las Personas divinas- es
absolutamente incondicional: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu cora-
zón y con toda tu alma y con toda tu mente» (Mt 22,37). En cambio, la en-
trega del hombre a una persona creada está condicionada, pues ninguna
persona creada es absolutamente buena. Solo Dios es Bueno (cf. Mt 17,22).
140 * Perfecta pero finita. La caridad es en sí misma perfecta, pues ya amamos
en esta vida a las Personas divinas como Ellas se aman, y es esencialmente
igual en el Cielo que en la tierra, aunque por ser finita puede ir creciendo
hasta el momento de la muerte, en el que se acaba el tiempo para merecer.
* Auténticamente humana. Mediante la caridad se realiza en plenitud la
tendencia natural humana a la entrega incondicionada. El ser humano,
creado a imagen de Dios, «no puede encontrar su propia plenitud si no es
en la entrega sincera de sí mismo a los demás» (GS, n.24).

Ejercicio 1· Vocabulario
Identifica el significado de las siguientes palabras y expresiones usadas:

• In clin a ció n natural • U nión afectiva

• Fin sobrenatural • A m or de concupiscencia

• F iliación p o r creación • A m istad personal


• F iliación p o r gracia • A m or u n itiv o

• Ley natural • A m oresponsal

• A m or de am istad • Justificación

• Benevolencia • O bjeto form al


• G ratuidad

Ejercicio 2. Guía de estudio


C on te sta a las s ig u ie n te s p re g u n ta s :

1. ¿En qué consiste el am or n atu ral a Dios?

2. ¿Qué sign ifica am ar a D ios con to d o el corazón, con toda el alm a y con toda la
m ente?

3. Explica p o r qué el am or a uno m ism o no es algo opuesto al am or a D ios y a los


demás.

4. ¿En qué d ifie re el am or de am istad del am or de concupiscencia?

5. ¿Cómo se relacionan el am or de am istad y la v irtu d de la justicia?

6. ¿Qué sign ifica que la v irtu d de la caridad es una p a rticip a ció n del A m or con
que Dios se ama a sí m ismo?
7. ¿Cuál es e l *m o tivo * de la caridad?
‫ ו‬4‫ו‬
8. ¿Qué enseña el C on cilio de T rento sobre la relación e n tre la ju s tific a c ió n y la
caridad?

Ejercicio 3. Comentario de texto


Lee el siguiente texto y haz un comentario personal utilizando los contenidos
aprendidos:

«La caridad perfecta de María.

¡Queridos herm anos y hermanas!

M editando los m isterios gozosos del santo Rosario, se revive la subida a la colína donde
el evangelista Lucas relata la experiencia de María, que desde Nazaret de Galilea "se
puso en cam ino hacia la m ontaña* (Le 1,39) para llegar a una aldea de Judá donde vivía
Isabel con su m arido Zacarías.

¿Que im pulsó a María, una muchacha joven, a afrontar aquel viaje? ¿Qué, sobre todo,
la llevó a olvidarse de sí misma para pasar los prim eros tres meses de su embarazo al
servicio de su prim a, necesitada de ayuda? La respuesta está escrita en un Salmo: *Co-
rro por el cam ino de tus m andam ientos Señor, pues tú m i corazón dilatas*(Sal 118,32).
El Espíritu Santo, que hizo presente al H ijo de Dios en la carne de María, ensanchó su
corazón hasta la dim ensión de Dios y la im pulsó por la vía de la caridad.

La visitación de María se com prende a la luz del acontecim iento que le precede inm e-
diatam ente en el relato del Evangelio de Lucas: el anuncio del Ángel y la concepción de
Jesús por obra del Espíritu Santo. El Espíritu Santo descendió sobre la Virgen, el poder
del A ltísim o la cubrió con su sombra (cf. Le 1,35). Aquel m ism o Espíritu la im pulsó a
*levantarse"y a p a rtir sin tardanza*(Le 1,39), para ayudar a su anciana pariente.

Jesús acaba de comenzar a form arse en seno de María, pero su Espíritu ya ha llenado el
corazón de ella, de form a que la Madre comienza ya a seguir al H ijo divino: en el cam ino
que de Galilea conduce a Judá es el m ism o Jesús el que "im pulsa" a María, infundién-
dolé el ím petu generoso de salir al encuentro del prójim o que tiene necesidad, el valor
de no anteponer sus legítim as exigencias, dificultades, peligros para su propia vida. Es
Jesús quien la ayuda a superar to d o dejándose guiar por la fe que actúa por la caridad
(Gal 5,6).
M editando este m isterio, com prendem os bien por qué la caridad cristiana es una vír-
tu d teologal. Vemos que el corazón de María está visitado por la gracia del Padre, es
penetrado por la fuerza del Espíritu e im pulsado interiorm ente por el H ijo; o sea, vemos
un corazón hum ano perfectam ente insertado en el dinam ism o de la santísim a T rini-
dad. Este m ovim iento es la caridad, que en María es perfecta y se convierte en m odelo
de la candad de la Iglesia, com o m anifestación del am or trin ita rio (cf. Deus caritas est,
n.19).

Todo gesto de am or genuino incluso el más pequeño, contiene en sí un destello del


m isterio in fin ito de Dios: la m irada de atención al herm ano, estar cerca de él, com partir
su necesidad, curar sus heridas, responsabilizarse de su fu tu ro , todo, hasta en los más
m ínim os detalles, se hace teologal cuando está anim ado por el Espíritu de Cristo.

Que María nos obtenga el don de saber am ar com o ella supo amar. Oramos por todos
los cristianos para que puedan decir con San Pablo: "El am or de C risto nos aprem ia"
(2C0r 5,14), y con la ayuda de María sepan d ifu n d ir en el m undo el dinam ism o de la
caridad».

(Benedicto XVI, 31.V.2007)


143
TEMA ' EL A M O R DE D IO S Y LA
9 . RESPUESTA D E L H O M BR E

Vamos a considerar e l am or de caridad a Dios, a nosotros m ism os y a


los demás. Pero antes de nada es preciso considerar que el prim ero en
am ar es Dios. Solo a p a rtir del conocim iento del am or que Dios nos tie -
ne -a m o r creador y red e n to r-, podem os responder con nuestro am or,
elevado al nivel sobrenatural por la v irtu d de la caridad, a quien nos ha
am ado prim ero, y a los dem ás por am or a Dios.

fe
SUMARIO Λ

1. EL AMOR DE DIOS A LOS HOMBRES. 1.1. El am or creador. 1.2. El am or santifi-


cador - 2 . NUESTRO AMOR DE CARIDAD A DIOS * 3. EL AMOR DE CARIDAD
HACIA NOSOTROS MISMOS - 4 . EL AMOR AL PRÓJIMO EN Y POR DIOS, PRO-
LONGACIÓN DEL AMOR A DIOS. 4.1. El hom bre representante d e Dios en la tierra.
4.2. El am or d e caridad a los dem ás.
144 1. El amor de Dios a los hombres
El amor de Dios a los hombres es causa de la bondad de los mismos, y no la
bondad de estos la razón del amor de Dios: los hombres son buenos porque
Dios los ama, y no los ama porque sean buenos: el amor de Dios a los hom-
bres es siempre un dar y un darse. En cambio, los hombres amamos porque el
amado es bueno.
Como el amor de Dios a sus criaturas se manifiesta en el bien que les comuni-
ca, distinguimos en su único acto de amor diversos tipos de amores según los
efectos producidos o bienes que comunica.
Vamos a considerar esto a la luz de la Revelación: Dios nos ha manifestado su
amor de dos maneras, íntimamente unidas en su único decreto creador, pero
formalmente distintas: como Creador y como Santificador.

1.1. Elamorcreador

Como Creador, el amor de Dios hacia nosotros tiene las siguientes caracterís-
ticas:
• es el fundamento de nuestra existencia: existimos por un acto de amor
de Dios, que nos constituye en el ser y nos mantiene en la existencia. Ser
personas creadas significa que estamos siendo conocidos y queridos por
Dios. Somos, por tanto, hijos de Dios por creación;
• es el fundamento de nuestra dignidad. Creado a imagen de Dios, el hom-
bre es «la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma»
(GS, n.24); Dios le da ‫ ״‬todo lo que es‫ ״‬, que consiste radicalmente en no ser
algo sino alguien;
• es el amor que da al hombre todo el universo para que lo cultive y lo cuide
como su ámbito propio;•
• es un amor personal: nos quiere a cada uno como si fuésemos su único
hijo: su amor no se divide;

1.2. El am or santificador

Como santificador, el amor de Dios es un amor de amistad, por el que invita


al hombre a participar de su vida íntima.
Dios nos ama de tal modo, que nos invita a ser sus amigos y quiere eficaz-
mente nuestro bien: «Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Uni-
genito, para que todo el que cree en ól no perezca, sino que tenga la vida
eterna» (Jn 3,16); «Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por
sus amigos» (Jn 15,13).
Como tal amor de amistad, la caridad es un amor de benevolencia recíproco
entre Dios y el hombre, que está fundado en una comunicación de bienes; es
unión de afectos y voluntades.
Por eso, santo Tomás afirma que la caridad «significa no solo amor de Dios, sino
también cierta amistad con Él, la cual añade al amor la correspondencia en el
mismo con cierta comunicación mutua». Esta amistad con Dios, «que consiste
en cierto trato familiar con Él, comienza aquí en la vida presente por la gracia y
culminará en la vida futura por la gloria» (S.Th., MI, q.65, a.5c).

La iniciativa en
* la amistad entre Dios y el hombre es de Dios: «Nosotros ama-
mos, porque El nos amó primero» (ljn, 4,19).
Este amor de amistad de Dios al hombre se puede caracterizar brevemente de
la siguiente manera:
• Es un amor paterno: Dios da al hombre la participación en la naturaleza
divina, convirtiéndolo así en hijo de Dios Padre y hermano de Dios Hijo,
con el corazón lleno del amor del Espíritu Santo. Y por ser sus hijos. Dios
nos da como herencia su propia felicidad (cf. S.Th., II-II, q.23, a.lc): «Nos
ha regalado los preciosos y más grandes bienes prometidos, para que por
estos lleguéis a ser partícipes de la naturaleza divina» (2P1,4).
• Es un amor de amistad personal íntima: las Personas divinas se dan al
hombre. Dios se da a Sí mismo a nosotros. Pero no solo en el Cielo, sino ya
en esta vida, pues la Santísima Trinidad habita en la persona en gracia.
Además, Dios se entrega realmente al hombre en la Eucaristía, que «significa y
realiza la comunión de vida con Dios» (CEC, n.1325). El Señor no solo ha querido
ser amigo del hombre y elevarlo por la caridad a la amistad con Él, sino también
que esa unión de amistad intima se realice y permanezca por la recepción del
Cuerpo y la Sangre de Cristo: «El que come mi carne y bebe mi sangre permanece
en mí y yo en él» (Jn 6,56).

• Es amor misericordioso: el amor divino, como consecuencia del pecado


del hombre, se nos manifiesta fundamentalmente en forma de misericor-
dia, superando siempre el mal con la abundancia de bien y permanecicn-
do fiel a Sí en su amor por encima de los pecados de los hombres.
146 2. Nuestro amor de caridad a Dios
Los seres humanos tenemos la capacidad y la inclinación natural a amar a
Dios como Creador. Pero Dios nos llama a un amor superior al amor natural,
a un amor sobrenatural, un amor de amistad entre Él y nosotros:
«Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando. Ya no os llamo siervos, por-
que el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros, en cambio, os he llamado
amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer» (jn 15,14-15).
La amistad que Dios ofrece pide ser correspondida por el hombre, y le con-
cede la gracia -y, con ella, la virtud de la caridad- para elevarlo a la categoría
de amigo e hijo. En consecuencia, el amor total a Dios tiene la característica de
amistad filial que se reconoce en el Corazón de Cristo. Unidos a Cristo por la
gracia, podemos amar a Dios con amor de amistad filial, como hijos (herma-
nos de Cristo) y amigos, con el amor que el Espíritu Santo infunde en nuestros
corazones.
La amistad entre el hombre y Dios fue querida por Él desde el principio. Per-
dida por el pecado original. Él la ha restituido por Cristo de una forma más
profunda: no por razón de la sangre, sino por la del espíritu (cf. Jn 1,1213‫)־‬, y
llamando al hombre a participar de la familia divina:
«En esto se manifestó entre nosotros el amor de Dios: en que Dios envió a su
Hijo Unigénito al mundo para que recibiéramos por él la vida. En esto consiste el
amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y envió
a su Hijo como víctima propiciatoria por nuestros pecados» (ljn 4,9-10).

3. El amor de caridad hacia nosotros mismos


La caridad por la que amamos todo lo que Dios ama como Dios lo ama y por-
que Dios lo ama, implica que nos amemos a nosotros mismos como y porque
Dios nos ama. Debemos amarnos a nosotros mismos, por tanto, con amor de
caridad (cf. S.Th., II-II, q.25, a.4).
El amor de caridad hacia uno mismo es participación del amor con el que
Dios nos ama. Dios ama a cada persona por sí misma, con un amor que le ha
llevado a morir en la cruz para salvarla y hacerla hija suya. Vivir la caridad
con nosotros mismos es amarnos como Dios nos ama y porque Dios nos ama.
♦ Algunas palabras del Señor que parecen negar la bondad del amor a uno
mismo deben ser bien interpretadas: «Porque el que quiera salvar su vida
la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará»
(Me 8,35); «Si alguno viene a mí y no odia a su padre y a su madre y a su
mujer y a sus hijos y a sus hermanos y a sus hermanas, hasta su propia
vida, no puede ser mi discípulo» (Le 14,26).
• Con estas y otras palabras, Jesús indica el camino de la caridad a uno mis-
mo, que reclama siempre abrirse a Dios y a los demás. El mejor modo de
amarme y salvar mi vida (algo que Jesucristo quiere con todo su corazón)
es «perderla» por Cristo y el Evangelio: entregarla.

4. El amor al prójimo en y por Dios, prolongación del amor a Dios


«El segundo [mandamiento] es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a
ti mismo» (Mt 22,39).
«Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros. Como yo os he
amado, amaos también unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis
discípulos, si os tenéis amor unos a otros» (Jn 13,34).
En el amor al prójimo también podemos distinguir dos niveles: el natural y el
sobrenatural.

4.1. El hom bre representante de Dios en la tierra

En el lenguaje bíblico ser ‫ ״‬imagen de Dios" no solo significa ser ‫ ״‬parecido a


Dios‫ ״‬, sino también ser ‫ ״‬representante de Dios".
Del mismo modo que en el hombre se da una doble "imagen‫ ״‬de Dios (la
natural, por la que somos personas; y la sobrenatural, por la que somos hijos
de Dios por gracia), también se da una doble "representación de Dios": la
natural, por la que el hombre está llamado a hacer presente el amor Creador
de Dios; y la sobrenatural, por la que debe hacer presente el amor paterno de
Dios.
Por eso, el "cómo‫ ״‬del segundo mandamiento conlleva una doble lectura:
• en el nivel natural: "amarás a los otros como personas, como a ti mismo"; y
• en el nivel sobrenatural: "amarás a los otros como hijos de Dios, como
Cristo nos ha amado".
El primero corresponde a la virtud humana del amor, que implica vivir la
justicia y otras virtudes humanas, como hemos visto en el Tema anterior; el
segundo, a la virtud teologal de la caridad.
4.2. El amor de caridad a los demás

El amor de caridad -que incluye, perfecciona, sana y eleva el amor natural- es


un reflejo del amor paterno de Dios a los hombres: es un amor fraterno, de
hermanos, de hijos de Dios a los hijos de Dios.
El amor de caridad con el que amamos al prójimo es una participación del
amor divino. Esta participación se realiza por obra del Espíritu Santo, a quien
hay que pedir que nos la conceda y aumente.
El amor de caridad a los demás es fruto de la acción del Espíritu Santo en nuestra
alma. Es Él quien nos hace capaces de amar al prójimo como Cristo lo amó.

a) El motivo del amor de caridad hacia los demás


Por ser amor de caridad, el motivo por el que amamos a los demás es difcren-
te al motivo del amor solo humano:
• El motivo del amor humano: la persona es digna de ser amada por ser
persona, y creada por Dios. Nos mueve el amor a la persona (es un amor
natural, al que estamos inclinados naturalmente) y el amor a Dios (tam-
bien natural).
• El motivo del amor sobrenatural de caridad: nos mueve el amor sobreña·
tural a Dios, un amor que Dios nos ha regalado -la virtud de la caridad-,
por el que podemos amar como Dios ama y por el motivo que Dios ama,
que es Él mismo: porque amamos a Dios con ese amor sobrenatural, ama-
mos a esa persona, pues amamos todo lo que Dios ama y como Dios lo
ama.
Si el amor a Dios nos mueve a amar al prójimo, el amor al prójimo es la maní-
testación y la medida del amor a Dios:
«Si alguno dice: "Amo a Dios", y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues
el que no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. V
hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, que ame también a su
hermano» (ljn 4,2021‫)־‬.

b) Amar a los demás como Cristo nos ama


En la intimidad del Cenáculo, dice Jesús a los Apóstoles: «Un mandamiento
nuevo os doy: que os améis unos a otros. Como yo os he amado, amaos tam-
bien unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis
amor unos a otros» (Jn 13,34-35). V poco después, insiste: «Este es mi manda-
miento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado» (Jn 15,12).
Se trata de un mandamiento nuevo por varios motivos: por el modelo de este
amor, que es el amor de Cristo por los hombres; y por su medida y modo,
pues debe ser universal y absoluto: amar como Cristo ama.
Por ser amor de caridad, nuestro amor a la persona llega mucho más allá de
lo que podría llegar con nuestras fuerzas naturales de amor: podemos llegar a
dar nuestra vida: «Como yo os he amado».

c) El amor de caridad busca el bien sobrenatural para el prójimo


Por ser amor de caridad, el bien que buscamos para el otro es también un bien
diferente. No solo buscamos el bien natural, sino también el bien sobrenatural:
la salvación, la bienaventuranza divina. Esta constituye ahora el sumo bien
del hombre, compartido con aquellos a quienes ha sido dado.
Los demás hombres son amados en esta amistad precisamente en cuanto partí*
cipan de este bien divino o son llamados a él (cf. S.Th., 1111‫־‬, q.26, a.4c), y lo que
se desea para el prójimo según el amor de caridad es, precisamente, el bien de la
bienaventuranza plena (cf. Noriega, 2006,213214‫)־‬.
De este modo, el amor de caridad incluye, perfecciona, sana y eleva todos los
demás amores entre los hombres.
Santo Tomás explica que con aquellos que están unidos a nosotros, tenemos
diversas amistades, dependiendo del modo de unión con ellos. Pero, desde
el momento en que el bien sobre el que se funda cualquier amistad honesta
está ordenado, en cuanto fin, hacia el bien sobre el que se funda la caridad (la
bienaventuranza), se deriva de ello que la caridad impera el acto de cualquier
amistad. Se puede decir, por tanto, que de esta manera la caridad se convierte
en la madre de todas las demás amistades (cf. S.Th., II-II, q.26, a.7c).

d) El amor de caridad hacia los demás es amorfraterno


El amor de caridad es un amor fraterno. La caridad de un hijo de Dios hacia
los demás hijos de Dios implica amarlos siempre por sí mismos, por su valor
como personas e hijos de Dios -copartícipes, por tanto, de la bienaventuranza
divina-, superando sus limitaciones y defectos.
Es un amor que busca ayudar a los demás en sus necesidades -especialmente,
las espirituales- y tiene carácter de misericordia; un amor que es universal y
vence al mal con la abundancia de bien, cuya máxima manifestación es perdo-
nar a los enemigos.
Ese amor y las obras que implica son fruto de la acción del Espíritu Santo en el
alma: «‫ ״‬La caridad con la que formalmente amamos al prójimo es una partid‫־‬
pación de la caridad divina". Y esa participación se realiza por obra del Espíritu
Santo, que así nos hace capaces de amar no solo a Dios, sino también al prójimo,
como Jesucristo lo amó. Sí, también al prójimo, porque habiéndose derramado
el amor de Dios en nuestros corazones, podemos amar a los hombres e incluso,
de algún modo, a las mismas criaturas irracionales como las ama Dios» (S. Juan
Pablo II, Audiencia general, 22.V.91).

Ejercicio 1. Vocabulario
Identifica el significado de las siguientes palabras y expresiones usadas:

• A m or creador • Im agen de Dios

• A m or sa ntifica do r • Bien sobrenatural

• A m istad filia l • Bienaventuranza d ivin a

• Perfección sobrenatural • A m or fra te rn o

Ejercicio 2. Guía de estudio


Contesta a las siguientes preguntas:

1. ¿Cuáles son las características d e l am or creador de Dios?

2. ¿Qué añade el am or sa n tifica d o r al am or creador de Dios?

3. ¿Qué significa am ar a D ios con am or de am istad filia l?

4. ¿Qué características generales tie n e el am or d e am istad de D ios al hom bre?

5. ¿En qué consiste el am or de caridad hacia nosotros m ism os?

6. ¿Cuál es el m o tivo del am or de caridad hacia los demás?

7. El m a n da m ie nto ‫ ״‬nuevo‫ ״‬deJesús, ¿en qué se ntid o es “nuevo"?

Ejercicio 3. Comentario de texto


Lee el siguiente texto y haz un comentario personal utilizando los contenidos
aprendidos:

«‫ ״‬Dios es am or, y quien permanece en el am or perm anece en Dios y Dios en él‫( ״‬IJn 4,
Ί 6). Estas palabras de la Primera carta de Juan expresan con claridad m eridiana el co-
razón de la fe cristiana: la im agen cristiana de Dios y tam bién la consiguiente imagen
del hom bre y de su cam ino. Además, en este mism o versículo, Juan nos ofrece, por así
decir, una form ulación sintética de la existencia cristiana:‫׳׳‬Nosotros hemos conocido el
am or que Dios nos tiene y hemos creído en él".

Hemos creído en el am or de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundam ental
de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino
por el encuentro con un acontecim iento, con una Persona, que da un nuevo horizonte
a la vida y, con ello, una orientación decisiva. En su Evangelio, Juan había expresado
este acontecim iento con las siguientes palabras: *Tanto amó Dios al m undo, que entre-
gó a su H ijo único, para que todos los que creen en él tengan vida eterna* (cf. 3,16). La
fe cristiana, poniendo et am or en el centro, ha asum ido lo que era el núcleo de la fe de
Israel, dándole al m ism o tiem po una nueva profundidad y am plitud. En efecto, el israe·
lita creyente reza cada día con las palabras del Libro del Deuteronomio que, com o bien
sabe, com pendian el núcleo de su existencia:*Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es
solam ente uno. Amarás al Señor con to d o el corazón, con toda el alm a, con todas las
fuerzas* (6,4-5). Jesús, haciendo de ambos un único precepto, ha unido este m anda-
m iento del am or a Dios con el del am or al prójim o, contenido en el Libro del Levitico:
*Amarás a tu prójim o com o a ti m ism o* (19,18; cf. Me 1 2 ,2 9 3 1 ‫)־‬. Y, puesto que es Dios
quien nos ha am ado prim ero (cf. U n 4,10), ahora el am or ya no es sólo un*m andam ¡en-
to", sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro».

(Béneoicto XVI, Encíclica Deus caritas est,


25.XII.2005,n.1)
152 J
LA C A R ID A D , FUENTE
10 Y C U LM E N DE LA V ID A
M O R A L C R IS T IA N A
‫ץ‬

La caridad es la clave de la vida cristiana; sin caridad, ninguna obra, por


m uy ardua que fuera, tendría valor de eternidad. Todas las actividades
del cristiano deben estar m ovidas por el am or a Dios, deben ser respues-
tas adecuadas a su am or creador y redentor. En este capítulo estudia-
remos además algunas m anifestaciones concretas de la caridad hacia
Dios, dejando para el siguiente las m anifestaciones de la caridad con los
dem ás y con nosotros mismos.

SUMARIO
1 . LA CARIDAD, RESUMEN DE LA LEY, VÍNCULO DE LA PERFECCIÓN · 2 . LA
CARIDAD, FORMA DE TODAS LAS VIRTUDES - 3 . EL CRECIMIENTO DE LA CA-
RIDAD · 4 . EL DON DE PIEDAD * 5 . MANIFESTACIONES DE LA CARIDAD HA-
CIA DIOS. 5.1. Amar a Dios por sí m ism o. 5.2. A legrarse y com placerse en los bienes
divinos. 5.3. G ozarse por la presencia d e Dios. 5.4. D esear aum entar los bienes divinos.
5.5. Identificarse con la voluntad d e Dios y cum plirla. 5.6. Tratar a Dios, hablar con Él
en la oración * 6 . LOS PECADOS CONTRA EL AMOR A DIOS. 6.1. La indiferencia.
6.2. La ingratitud. 6.3. La tibieza. 6.4. La acedía (acedía, acidia) o pereza espiritual. 6.5.
El odio a Dios ♦ 7 . PÉRDIDA DE LA CARIDAD Y MUERTE DEL ALMA.
1. La caridad, resumen de la ley, vínculo de la perfección 153
Por su excelencia e importancia en la vida cristiana, la caridad es la mayor
de las virtudes: «La caridad nunca acaba. Las profecías desaparecerán, las
lenguas cesarán, la ciencia quedará anulada (...) Ahora permanecen la fe, la
esperanza, la caridad: las tres virtudes. Pero de ellas la más grande es la cari-
dad» (ICor 13,8.13).
El Prólogo del Catecismo de la Iglesia Católica termina recordando el principio
que ya enunciaba el Catecismo Romano: la finalidad de la doctrina y la ense-
ñanza es el amor que no acaba. «Todo acto de virtud perfectamente cristiano
no tiene otro origen que el amor, ni otro término que el amor» (CEC, n.25).
El amor a Dios es el término y el fin de la vida moral. La caridad considera
totalmente a Dios como el fin y la felicidad. «La culminación de todas nuestras
obras es el amor. Ese es el fin; para conseguirlo, corremos; hacia él corremos;
una vez llegados, en él reposamos» (S. Agustín, Ep. ]0 . 10,4. Citado en CEC,
n.1829).
Por esta razón, la caridad se sitúa, ya en este mundo, en un estado de eternidad, y
conservará invariablemente su naturaleza en el cielo, aunque allí será elevada en
su grado y su acción. En cambio, como la fe y la esperanza corresponden al estado
de peregrinación sobre la tierra, en el cielo desaparecerán: la fe se convertirá en
visión y la esperanza en posesión de Dios.
La caridad representa, por su naturaleza, y también psicológica y moralmen-
te, la unión más íntima y pura posible con Dios. La fe y la esperanza solo
son virtudes en sentido pleno cuando están penetradas y vivificadas por la
caridad:
• La esperanza no defrauda, «porque el amor de Dios ha sido derramado en
nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rm
5,5).
• «Aunque tuviera tanta fe como para trasladar las montañas, si no tengo
caridad, no sería nada» (ICor 13,2; cf. Gal 5,6).
La caridad nos alcanza la libertad de los hijos de Dios, el señorío de nuestros
propios actos, al ser guiados por el Espíritu Santo -el Amor de Dios- desde
nuestra propia intimidad.
«La práctica de la vida moral animada por la caridad da al cristiano la libertad
espiritual de los hijos de Dios. Este no se halla ante Dios como un esclavo, en el
temor servil, ni como el mercenario en busca de un jornal, sino como un hijo que
responde al amor del ‫ ״‬que nos amó primero" (ljn 4,19)» (CEC, n.1828).
2. La caridad, forma de todas tas virtudes
La caridad vivifica, da forma, a todas las demás virtudes y actos de la vida
cristiana.
«El ejercicio de todas las virtudes está animado e inspirado por la caridad. Esta es
"el vínculo de la perfección" (Col 3,14); es la forma de las virtudes; las articula y las
ordena entre sí; es fuente y término de su práctica cristiana. La caridad asegura y
purifica nuestra facultad humana de amar. La eleva a la perfección sobrenatural
del amor divino» (CEC, n.1827).
Esta doctrina tradicional sobre la excelencia de la caridad y su relación con las
demás virtudes, se concreta teológicamente en la afirmación de que la caridad
perfecciona las demás virtudes como forma extrínseca de ellas. Esto significa
lo siguiente:
• No es la forma "intrínseca", porque si no la caridad sería de hecho la úni-
ca virtud: cada virtud tiene su propia razón formal, su objeto propio, que
la caracteriza y especifica.
• Es, por tanto, una forma accidental, no esencial, pero con consecuencias
muy importantes.
• La caridad hace que las demás virtudes se ordenen a la unión con Dios,
y por tanto, que sean "buenas" en su sentido más estricto; es decir, que se
adecúen a su fin.
La función de las virtudes es relacionar a la persona con el fin; pero como el fin
del hombre es sobrenatural (la amistad con Dios), las virtudes sin la caridad no
pueden ponerlo en relación con dicho fin.
• En particular, la caridad impera y ordena los actos de todas las virtudes,
dirigiéndolos hacia Dios.
«La caridad, que es el amor de Dios, impera a todas las demás virtudes, y aunque
sea una virtud específica atendiendo a su propio objeto, por el influjo de su
imperio es común a todas las otras virtudes, por lo que se dice que es forma y
madre de todas ellas» (Santo Tomás, De »talo, q.8, a.2c).
• Además, solo con la caridad los actos de las demás virtudes son mérito-
ríos: es una de las condiciones del mérito sobrenatural.
En este sentido se dice que la caridad "vivifica" a las demás virtudes, o que estas,
sin la caridad, están "muertas": no porque no puedan obrar por sí mismas, sino
porque sus actos no son directamente eficaces en el orden sobrenatural.
• También, por lo mismo, se llama a veces a la caridad fundamento y raíz
(aunque es más apropiada esta denominación para la fe), o también madre
de las virtudes.
Por todo lo dicho, los diez mandamientos pueden resumirse en la caridad
con Dios, con uno mismo y con el prójimo: «Amarás al Señor tu Dios con
todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el
primer mandamiento. El segundo es como este: Amarás a tu prójimo como a
ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas»
(Mt 22,37-40).

3. El crecimiento de la caridad
Como todas las virtudes infusas, la caridad crece por infusión, a través de la
gracia y los sacramentos; nosotros solo podemos pedir ese crecimiento, me-
reccrlo, disponernos para recibirlo, etc.; sobre todo, poniendo en ejercicio la
caridad que ya tenemos.
La caridad puede crecer indefinidamente en intensidad durante esta vida,
aunque no llegará a ser perfecta hasta el ciclo. En extensión, la caridad debe
de hecho ser máxima desde el principio (amor universal), pero en la práctica
crece en extensión en la medida en que uno entra en relación con personas
concretas.
La meta de la vida cristiana es la perfección de ia caridad. Dios nos eligió en
Cristo «antes de la creación del mundo para que fuéramos santos y sin man-
cha en su presencia, por el amor» (Ef 1,4).
A través de los sacramentos recibimos la caridad o un aumento de caridad.
Pero de todos ellos merece una reflexión especial la Eucaristía, sacramentum
caritatis, el sacramento de la caridad (cf. S.Th., III, q.73, a.3).
La Eucaristía es el sacramento de la caridad, en primer lugar, porque es el don
que Jesucristo hace de sí mismo, revelando así el amor infinito de Dios por
cada uno de nosotros.
Por otra parte, el fruto principal de recibir la Eucaristía es la unión íntima con
Cristo y, por tanto, el aumento de la caridad con Dios: «El que come mi carne
y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él» (Jn 6,56).
«Como el alimento corporal sirve para restaurar la pérdida de fuerzas, la Eucaris-
tía fortalece la caridad que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse; y esta cari-
dad vivificada borra los pecados veniales (cf. Concilio de Trento: D$ 1638). Dándose
a nosotros. Cristo reaviva nuestro amor y nos hace capaces de romper los lazos
desordenados con las criaturas y de arraigamos en Él» (CEC, n.1394).
En tercer lugar, la participación en el sacramento de la Eucaristía hace que
crezca y se haga plenamente efectivo nuestro amor a los demás.
Como enseña el Catecismo, uno de los frutos de la Comunión eucarística es la uni-
dad del Cuerpo místico: «La Eucaristía hace ¡a Iglesia. Los que reciben la Eucaristía
se unen más estrechamente a Cristo. Por ello mismo. Cristo los une a todos los
fieles en un solo cuerpo: la Iglesia» (CEC, n.1396).

4. El don de piedad
El don de piedad es el don del Espíritu Santo por el que «rendimos a Dios
nuestro culto y cumplimos nuestros deberes para con Él, por instinto filial,
puesto en nosotros por el Espíritu Santo» (S.Th., Il-II, q.121, a.lc).
El don de piedad, que se extiende a todas las formas de la virtud de la justicia,
da al cristiano la conciencia gozosa y sobrenatural de ser hijo de Dios y her-
mano de todos los hombres, y lo impulsa a imprimir en todas sus relaciones
con Dios y con los demás el sentido filial y fraterno, característico de los miem-
bros de una misma familia (cf. M.M. Philipon, 1997,287-288).
Con palabras de Juan Pablo II, mediante el don de piedad, «el Espíritu sana
nuestro corazón de todo tipo de dureza y lo abre a la ternura para con Dios y
para con los hermanos» (Regina Coeli, 28.V.1989).
• La ternura, como actitud sinceramente filial para con Dios, se expresa
en una oración de profunda confianza en Él, porque lo experimentamos
como Padre providente y bueno, que está continuamente pendiente de
cada uno de sus hijos.
• Respecto a la caridad con los demás, el don de piedad alimenta en nuestro
corazón la mansedumbre, la comprensión, la tolerancia y el perdón. De
ese modo, el don de piedad está -afirma Juan Pablo II en el mismo lugar-
«en la raíz de aquella nueva comunidad humana que se fundamenta en la
civilización del amor».

5. Manifestaciones de la caridad hacia Dios


«La fe en el amor de Dios encierra la llamada y la obligación de responder a la
caridad divina mediante un amor sincero. El primer mandamiento nos ordena
amar a Dios sobre todas las criaturas por él y a causa de él (cf. Dt 6,4-5)» (CEC,
n.2093).
Como vimos en el tema anterior, la caridad hacia Dios tiene la característica
de amistad filial. Ahora nos preguntamos: ¿qué manifestaciones tiene amar a
Dios con amor de amistad filial? Podemos señalar las siguientes:
5.1. Am ar a D ios por sí m ism o 157
Amamos a Dios por sí mismo, con amor de benevolencia, es decir, por su Bon-
dad. Este amor nuestro es la respuesta al amor creador y redentor de Dios. De
este modo, la relación del cristiano con Dios es una relación de amor mutuo.

5.2. Alegrarse y complacerse en los bienes divinos

El amigo se alegra de los bienes de su amigo como si fueran propios. Del mismo
modo, nosotros nos alegramos de la Bondad de Dios, de las maravillas de su
Amor misericordioso, de que otras muchas personas lo quieran y le den gloria.
Como es lógico, también nos duele todo lo que duele al Señor: nuestros peca-
dos y los de todo el mundo. Y ese dolor nos conduce a reparar, a desagraviar
con la penitencia, que nace del amor y aumenta el amor.

5.3. Gozarse por la presencia Dios

El amigo goza de la presencia del amigo; los que se quieren desean estar juntos.
La persona que ama a Dios goza de la presencia de la Trinidad en su alma:
«Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos
a él y haremos morada en él» (Jn 14,23); goza de la presencia de Jesucristo en
la Eucaristía; goza de saber que está siempre bajo la mirada cariñosa de Dios.
En el amor a Dios, como en el amor humano, tiene un papel muy importante el
corazón. Amar a Dios con todo el corazón y con todas las fuerzas implica amarlo
no solo con la voluntad, sino también con los afectos sensibles, con los sentimien-
tos. Jesucristo ha querido que quedara expresa constancia en los Evangelios de los
afectos de su Corazón.

5.4. Desear aumentar los bienes divinos

El amigo quiere hacer el bien a su amigo en la medida en que le sea posible.


También nosotros, amigos de Dios, deseamos, en cuanto nos sea posible, au-
mentar sus bienes y promover eficazmente su gloria en el mundo.
• Este deseo nos encamina, por una parte, a entregarnos a Él, a orientar la
vida entera a su gloria, a la construcción de su Reino no como una cosa
más entre otras, sino como finalidad última de todas nuestras acciones:
«Tanto si coméis, como si bebéis, o hacéis cualquier otra cosa, hacedlo todo
para gloria de Dios» (ICor 10,31).
• Por otra, nos lleva a querer que todos los hombres conozcan y amen cada
vez más a Dios, especialmente por medio del apostolado con el ejemplo y
la palabra: «Que te alaben los pueblos, oh Dios, que todos los pueblos te
alaben» (Sal 67,4).

5.5. Identificarse con la voluntad de D ios y cumplirla

El amor de amistad no es solo afectivo, sino también eficaz. Jesucristo afirma


claramente: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos» (Jn 14,15). Y san
Juan enseña: «Hijos, no amemos de palabra y con la boca, sino con obras y de
verdad» (ljn 3,18).
El amor a Dios se manifiesta en el cumplimiento de su voluntad por amor:
«Fruto del Espíritu y plenitud de la ley, la caridad guarda los mandamientos
de Dios y de Cristo: "Permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamicn-
tos, permaneceréis en mi amor" (Jn 15,9-10; cf. Mt 22,40; Rm 13,8-10)» (CEC,
n.1824).
La caridad lleva a la unión de voluntades: a querer lo que Dios quiere, como
lo quiere y cuando lo quiere: «Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os
mando» (Jn 15,14). En la Sagrada Escritura, se nos enseña una y otra vez que
amar a Dios implica cumplir su voluntad:
• «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendre-
mos a él y haremos morada en él» (Jn 14,23).
• «No todo el que me dice: "Señor, Señor", entrará en el Reino de los Cielos,
sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos» (Mt 7,21).
• «Estos son mi madre y mis hermanos: quien hace la voluntad de Dios, ese
es mi hermano y mi hermana y mi madre» (Me 3,3435‫)־‬.
• «Sacrificio y ofrenda no quisiste, pero me preparaste un cuerpo; los holo-
caustos y sacrificios por el pecado no te han agradado. Entonces dije: "He
aquí que vengo, como está escrito de mí al comienzo del libro, para hacer,
oh Dios, tu voluntad"» (Hebr 10,57‫;)־‬

5 .6 . T ra ta r a D io s , h a b la r co n Él en la o ra c ió n

Los amigos se tratan, hablan, se comunican sus ideas, sus penas y alegrías. En
la amistad con Dios es esencial también el trato personal, la oración: es un
acto de amor y camino para crecer en el amor.
#
Dios ha sido el primero que, por amor a nosotros, nos habla de sí mismo
y nos anuncia su plan de salvación. Nos comunica su intimidad, nos habla
en el interior de nuestro corazón, en la Sagrada Escritura y en la Iglesia:
«Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe 10 que hace su señor; a
vosotros, en cambio, os he llamado amigos, porque todo lo que oí de mi
Padre os lo he hecho conocen» (Jn 15,15).
• Nosotros podemos hablar con Él en todo momento, porque siempre nos
escucha. Yese trato tiene su culmen en la Eucaristía, donde se puede dar,
en esta vida, la mayor unión del hombre con Dios.
En la vida del cristiano es lógico que haya tiempos dedicados exclusivamente
a la oración, pero poco a poco toda la vida, si se vive por amor a Dios, se con-
vierte en oración; y con su gracia, podemos tratar a Dios, que está en nuestra
alma en gracia, a lo largo de toda la jornada.
«En medio de las ocupaciones de la jomada, en el momento de vencer la tenden-
cia al egoísmo, al sentir la alegría de la amistad con los otros hombres, en todos
esos instantes el cristiano debe reencontrar a Dios. Por Cristo y en el Espíritu
Santo, el cristiano tiene acceso a la intimidad de Dios Padre, y recorre su camino
buscando ese reino, que no es de este mundo, pero que en este mundo se incoa y
prepara» (S. Josemaría Escrivá, 2002, n.116).

6. Los pecados contra el amor a Dios


En el Catecismo de la Iglesia Católica (n.2094) se trata de los siguientes pecados
contra el amor de Dios:

6.1. La indiferencia

«La indiferencia descuida o rechaza la consideración de la caridad divina; des-


precia su acción preveniente y niega su fuerza».
Suele manifestarse en no dar la debida importancia a la vida espiritual, las
prácticas religiosas, etc., y retraerse de cumplirlas.

6.2. La ingratitud

«La ingratitud omite o se niega a reconocer la caridad divina y devolverle amor


por amor».
6.3. La tibieza

«La tibieza es una vacilación o negligencia en responder al amor divino; puede


implicar la negación a entregarse al movimiento de la caridad».
Es el enfriamiento voluntario de la caridad, por la dificultad que supone la
realización de los actos que conducen a Dios. No siempre es fácil de detectar
y de valorar; de ahí la importancia de conocer los síntomas y los medios para
combatirla.

6.4. La acedía (acedía, acidia) o pereza espiritual

«La acedía o pereza espiritual llega a rechazar el gozo que viene de Dios y a
sentir horror por el bien divino».
Cuando trata sobre la oración, el Catecismo enumera la acedía entre las tenta-
ciones del orante:
«Otra tentación a la que abre la puerta la presunción, es la acedía. Los Padres es-
pirituales entienda! por ella una forma de aspereza o desabrimiento debidos a la
pereza, al relajamiento de la ascesis, al descuido de la vigilancia, a la negligencia
del corazón. ‫ ״‬El espíritu (...)está pronto pero la carne es débil" (Mt 26,41). Cuan·
to más alto es el punto desde el que alguien toma decisiones, tanto mayor es la
dificultad. El desaliento, doloroso, es el reverso de la presunción. Quien es humil·
de no se extraña de su miseria; esta le lleva a una mayor confianza, a mantenerse
firme en la constancia» (CEC, n.2733).

La acedía, afirma también el Catecismo, «es una forma de depresión o de perc-


za debida al relajamiento de la ascesis y que lleva al desaliento» (CEC, n.2755).
Santo Tomás comenta así la definición de acedía que nos ofrece el Damasceno:
«La acidia, según el Damasceno, es cierta tristeza que apesadumbra, es decir, una
tristeza que de tal manera deprime el ánimo del hombre, que nada de lo que hace
le agrada, igual que se vuelven frías las cosas por la acción corrosiva del ácido.
Por eso la acidia implica cierto hastío para obrar, como lo muestra el comentario
de la Glosa a las palabras del Salmo 106,18: Toda comida les daba náuseas. Hay quien
dice también que la acidia es la indolencia del alma en empezar lo bueno» (S.Th., Il-Il,
q.35, a.ls).

AI final de la cuestión sobre la acedía, en el artículo 4, santo Tomás, siguiendo


a san Gregorio, cita las hijas de la acedía:•
• La desesperación se produce porque el hombre huye del fin espiritual.
#
La pusilanimidad tiene su causa en que el hombre huye de los medios
espirituales arduos que conducen al fin.
♦ La indolencia respecto a los preceptos es causada porque el hombre huye
de los bienes que afectan a la justicia común.
♦ La impugnación de los bienes espirituales que contristan se hace, a veces,
contra los hombres que los proponen, y eso da lugar al rencor.
♦ Otras veces la impugnación recae sobre los bienes mismos e induce al
hombre a detestarlos, y entonces se produce la malicia.
♦ Por último, cuando la tristeza debida a las cosas espirituales impulsa a
pasar hacia los placeres exteriores, se produce la divagación de la mente
por lo ilícito.
La divagación de la mente por lo ilícito se manifiesta de varias formas: curio-
sidad, verbosidad, inquietud corporal (la divagación mental se manifiesta en
la falta de quietud física), inestabilidad (variabilidad de proyectos).
En la orientación y formación espiritual es importante no confundir la acedía
con la depresión psíquica. Las manifestaciones pueden ser muy parecidas,
pero se trata de dos ámbitos diferentes, aunque puedan estar relacionados: el
moral y el psicológico.
Si a una persona que sufre un trastorno depresivo se le dan los consejos que se da-
rían a una persona perezosa y tibia, se le podría hacer daño en lugar de ayudarla.

6.5. El odio a Dios

«El odio a Dios tiene su origen en el orgullo; se opone al amor de Dios cuya
bondad niega y lo maldice porque condena el pecado e inflige penas» (CEC,
n.2094).
Puede presentar dos formas:
♦ Odio de abominación: cuando se considera que Dios es un mal para el
sujeto; se da, por ejemplo, cuando se acusa a Dios de los males que uno
sufre.
♦ Odio de enemistad: cuando se considera que Dios es un mal en sí; se opo-
ne al amor de benevolencia y amistad; es mucho más grave.
En la práctica, el odio a Dios se suele manifestar en blasfemias, sacrilegios,
aversión a la Iglesia o a sus miembros más representativos, etc., dada la impo-
sibilidad de ‫ ״‬dañar" directamente a Dios y de manifestar así ese odio.
162 7. Pérdida de la caridad y muerte del alma
AI estar la caridad íntimamente unida a la gracia santificante y a la presencia
de la Trinidad en el alma, y al ser la virtud que vivifica todas las demás, se
deduce inmediatamente que la pérdida de la caridad es equivalente a la pér-
dida de la gracia, es decir, supone la muerte del alma.
El hombre, sin caridad, puede seguir obrando a través de otras virtudes, pero, al
estar informes, al no dirigirse al fin último, sus actos no son meritorios (aunque
disponen a la persona para poder recuperar la caridad y la gracia).
La caridad se pierde por cualquier pecado mortal, ya que perder la gracia su-
pone perder la caridad, y pecar mortalmcnte es una aversio a Deo, es decir, una
enemistad con Dios, lo contrario de la caridad.

Ejercicio 1. Vocabulario
Identifica el significado de las siguientes palabras y expresiones usadas:

Forma intrínseca • P rovidente

Forma extrínseca • A fectos sensibles

Forma accidental • In g ra titu d

Aversio a Deo • Tibieza

A m or fra te rn o • P usilanim idad

Piedad • Indolencia

Infusión • Rencor

Ternura

Ejercicio 2. Guía de estudio


Contesta a las siguientes preguntas:

1. ¿Qué sign ifica q ue el am or a D ios es, teleo ló g ica m e n te, el té rm in o y el fin de la


vida m oral?

2. ¿Cómo se debe e nte n de r la expresión “ la caridad es la form a de todas las v irtu -


des‫? ״‬

3. ¿Se puede perder la caridad y no perder la gracia santificante? ¿Por qué?

4. ¿Qué im p lica am ar a D ios con am istad filia l?


5. ¿Se puede am ar a Dios, aunque n o $e cum pla vo lu n ta ria m e n te a lg u n o de sus
m andam ientos?

6. ¿Por qué decim os q ue la Eucaristía es el sacram ento de la caridad?

7. ¿En qué se ntid o podem os aum entar 10$ bienes divinos?

8. ¿Qué tie n e q ue ve r el d o n de piedad con la filia c ió n divina?

9. ¿Cuáles son las características de la acedía o pereza espiritual?

Ejercicio 3. Comentario de texto


Lee e l s ig u ie n te te x to y h a z un c o m e n ta rio p e rso n a l u tiliz a n d o lo s c o n te n id o s
a p re n d id o s :

«La caridad constituye la esencia del ‫ ״‬m andam iento" nuevo que enseñó Jesús. En efec-
to , la caridad es el alm a de todos los m andam ientos, cuya observancia es ulteriorm ente
reafirm ada, más aún, se convierte en la dem ostración evidente del am or a Dios: ‫ ״‬En
esto consiste el am or a Dios: en que guardem os sus m andam ientos‫( ״‬IJn 5,3). Este
amor, que es a la vez am or a Jesús, representa la condición para ser amados p o r el Pa-
dre: ‫ ״‬El que recibe mis m andam ientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me
ame, será am ado de m i Padre; y yo lo amaré y me m anifestaré a é i‫( ״‬Jn 14,21).

El am or a Dios, que resulta posible gracias al don del Espíritu, se funda, portento, en la m e·
diación de Jesús, com o él mism o afirm a en la oración sacerdotal:‫ ״‬Yo les he dado a conocer
tu nom bre y se lo seguiré dando a conocer, para que el am or con que tú me has amado
esté en ellos y yo en ellos‫( ״‬Jn 17,26). Esta m ediación se concreta sobre todo en el don que
él ha hecho de su vida, don que por una parte testim onia el am or mayor y, por otra, exige
la observancia de lo que Jesús manda:‫ ״‬Nadie tiene mayor am or que el que da su vida por
sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando‫( ״‬Jn 15,1314‫)־‬.

La caridad cristiana acude a esta fuente de amor, que es Jesús, el H ijo de Dios entrega‫־‬
do por nosotros. La capacidad de amar com o Dios ama se ofrece a to d o cristiano com o
fru to del m isterio pascual de m uerte y resurrección.

La Iglesia ha expresado esta sublim e realidad enseñando que la caridad es una v irtu d
teologal, es decir, una v irtu d que se refiere directam ente a Dios y hace que las criaturas
humanas entren en el círculo del am or trin ita rio . En efecto. Dios Padre nos ama com o
ama Cristo, viendo en nosotros su im agen. Esta, por decirlo así, es dibujada en nosotros
por e l Espíritu Santo, que com o un artista de iconos la realiza en e l tiem po.
También es el Espíritu Santo quien traza en lo más íntim o de nuestra persona las líneas
fundam entales de la respuesta cristiana. El dinam ism o del am or a Dios brota de una
especie de ‫״‬connaturalidad‫ ״‬realizada por el Espíritu Santo, que nos ‫״‬diviniza‫ ״‬según el
lenguaje de la tradición oriental.

Con la fuerza del Espíritu Santo, la caridad anim a la vida m oral del cristiano, orienta
y refuerza todas las demás virtudes, las cuales edifican en nosotros la estructura del
hom bre nuevo. Como dice el Catecismo de la Iglesia católica, ‫״‬el ejercicio de todas las
virtudes está anim ado e inspirado por la caridad. Esta es 'el vínculo de la perfección'
(Col 3,14); es la form a de las virtudes; las articula y las ordena entre sí; es fuente y térm i-
no de su práctica cristiana. La caridad asegura y purifica nuestra facultad humana de
amar. La eleva a la perfección sobrenatural del am or divino‫( ״‬n.1827). Como cristianos,
estamos siem pre llam ados al amor».

(S. J u a n P a b l o II, Audiencia general,

13X 1999, nn. 3-4)


J 165
LAS M A N IF E S T A C IO N E S
DE L A C A R ID A D CON U N O
M IS M O Y CON EL P R Ó JIM O

¿Cómo se refleja en la vida del cristiano el am or sobrenatural a sí mism o


y a los demás? De m il maneras. Aquí estudiam os algunas de las m anifes-
taciones más im portantes, com o el perdón o la m isericordia. Tratamos
tam bién los pecados contrarios a la caridad con uno m ism o y con el
prójim o, dedicando un poco más de atención al escándalo y la coope-
ración al mal.

SUMARIO
1. MANIFESTACIONES DEL AMOR DE CARIDAD HACIA UNO MISMO ♦ 2. MA-
NIFESTACIONES DEL AMOR DE CARIDAD HACIA LOS DEMÁS. 2.1. Universalidad
y orden en el am or al prójimo. 2.2. Amor, justicia y caridad. 2.3. La misericordia. 2.4. El
am or preferencial a los pobres. 2.5. El perdón. 2.6. El am or a los enem igos. 2.7. La solí-
daridad. 2.8. Evangelización y apostolado * 3 . LOS PECADOS CONTRA EL AMOR
AL PRÓJIMO. 3.1. El odio. 3.2. La envidia. 3.3. La ira. 3.4. La discordia. 3.5. El escándalo.
3.6. La cooperación al mal.
166 1. Manifestaciones del amor de caridad hacia uno mismo
El amor de caridad a uno mismo no solo conserva el amor natural de sí, sino
que eleva y perfecciona.
1 0

Los deberes que se derivan de ese amor natural (amar y respetar el propio
cuerpo, apreciar la vida terrena, desarrollar las capacidades naturales, ejer-
citar la propia profesión, procurar el progreso en beneficio propio y de los
demás, defender y ejercitar la propia libertad, etc.) adquieren con la caridad
su sentido pleno.
El amor de caridad hacia uno mismo se manifiesta en:
• Buscar, por encima de todo, la propia perfección sobrenatural y la salva-
ción eterna: querer ser partícipes de la naturaleza divina (cf. 2P 1,4), querer
ser santos como nuestro Padre Celestial es santo, identificarnos con Cristo,
vivir la filiación divina, realidad que debe llenar nuestra voluntad, nuestra
inteligencia, nuestros afectos.
• Poner los medios para alcanzar la santidad: evitar el pecado, recibir los
sacramentos, hacer oración, practicar las virtudes, procurar la necesaria
formación doctrinal y espiritual, etc. Por ejemplo, la mortificación corpo-
ral ponderada, aunque podría parecer que va contra el amor al cuerpo, es
necesaria para la propia santidad, que está por encima del bien corporal.
• Buscar para uno mismo los bienes humanos espirituales (cultura, edu-
cación, trabajo, buena fama, prestigio, etc.), corporales y materiales ex-
temos, en la medida en que son necesarios o convenientes para la propia
santidad o la de los demás.
En consecuencia, no nos amamos de verdad a nosotros mismos con amor de
caridad si no buscamos ante todo la santidad, poniendo los medios para al-
canzarla.
Tampoco la vivimos cuando no buscamos tanto los bienes que nos enrique-
cen como personas (cultura, educación, trabajo, etc.), como los que necesita-
mos para llevar una vida digna: medios económicos, salud, descanso, etc. Los
atentados contra la propia vida y salud van en contra de la caridad hacia a
nosotros mismos.
2. Manifestaciones del amor de caridad hacia los demás 167
El amor de caridad -que incluye, perfecciona, sana y eleva el amor natural y
la justicia- es un reflejo del amor paterno de Dios a los hombres: es un amor
fraterno: de hijos de Dios a los hijos de Dios.
En consecuencia, el amor que debemos a los demás en virtud de la caridad
debe tener las siguientes manifestaciones generales:
• Profundo respeto a la dignidad de la persona humana y a todos sus bic-
nes: materiales, espirituales y sobrenaturales.
• Amor con obras de servicio, de acuerdo a las capacidades propias de cada
uno, siguiendo el ejemplo de Jesús, que no vino a ser servido sino a servir.
• Amor de amistad humana y sobrenatural, que mira siempre directamente
a la persona misma, por encima de sus cualidades personales: es universal,
no hace acepción de personas, y su manifestación máxima es el amor por
los enemigos.
• Amor misericordioso: busca siempre, ante las miserias y necesidades de
los demás, ahogar el mal en abundancia de bien; sus manifestaciones tipo
son las obras de misericordia materiales y espirituales, y una opción prefe-
rente por los pobres.
• Amor evangelizador y apostólico, que ofrece a todos la verdad salvadora:
Cristo mismo.

2.1. Universalidad y orden en el am or al prójimo

La caridad hacia los demás debe ser universal: debemos amar a todas las per-
sonas como Dios las ama.
A la vez, la caridad hacia los demás debe ser ordenada. La prudencia sobreña-
tural nos ayudará a decidir en cada circunstancia de acuerdo con el orden del
amor. Aquí solo queremos señalar el siguiente criterio general:
La caridad hacia los demás debe comenzar por las personas con las que teñe-
mos una mayor proximidad natural: cónyuge, hijos, padres, hermanos; pa-
rientes próximos, amigos, bienhechores, compañeros, vecinos, etc.
«El cuarto mandamiento encabeza la segunda tabla. Indica el orden de la caridad.
Dios quiso que, después de él, honrásemos a nuestros padres, a los que debemos
la vida y que nos han transmitido el conocimiento de Dios. Estamos obligados
a honrar y respetar a todos los que Dios, para nuestro bien, ha investido de su
autoridad» (CEC, n.2197).
2.2. Amor, justicia y caridad

Existe desde hace tiempo la tendencia a oponer justicia y caridad o, más en


general, justicia y amor. La razón histórica de esta oposición hay que buscarla
en la evolución de estos conceptos en el pensamiento moral moderno, espe-
cialmente a partir de Lutero: el amor y la caridad se convirtieron en sentimien-
tos sin significado moral, mientras la justicia perdió su carácter de virtud y se
redujo al cumplimiento externo de las leyes.
Es preciso volver a recordar que todos los deberes de amor humano y justicia
son asumidos por la caridad o amor sobrenatural.
El primer deber del amor de amistad, como hemos visto, es vivir la justicia, dar
a cada uno su derecho. La caridad -amor sobrenatural- solo es verdadera si se
asienta sobre esa base natural: el cristiano no vive la caridad si no cumple, en
primer lugar, sus deberes de amor de amistad y justicia. La justicia es inseparable
de la caridad, intrínseca a ella (cf. CV, n.6).

A la vez, el cristiano debe tener en cuenta que todas las manifestaciones de


amor y justicia, si se viven ‫ ״‬por amor a Dios", adquieren valor teologal y sal-
vífico: son, por tanto, manifestaciones de caridad.
Amar a los demás "por amor a Dios", es decir, movidos por la caridad, no anula
el amor humano hacia las personas, sino todo lo contarlo: !0 fortalece y lo per-
fecciona. La caridad -afirma Benedicto XVI- «es una fuerza extraordinaria, que
mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo
de la justicia y de la paz» (CV, n.l), y a vivir las demás virtudes humanas: la ge-
ncrosidad, la gratitud, la amabilidad, la misericordia, el amor a los padres y a los
hijos, el amor conyugal...

En las "obras de caridad" con el prójimo hay que incluir, por tanto, todas las
obras de amor y justicia. No se puede reducir la caridad con los demás a al-
gunas acciones especiales. En la vida del cristiano, todo debe ser movido por
la caridad hacia Dios y todo debe tener como fin la caridad hacia Dios.

2.3. La misericordia

La misericordia es una virtud moral que guarda una relación especial con la
caridad. Fruto del amor a los demás, perfecciona nuestro corazón, nuestra
voluntad, para compadecernos de las miserias y necesidades del prójimo. La
persona misericordiosa considera en cierto modo como propias las miserias
ajenas, y se siente impulsada a socorrerlas en la medida de sus posibilidades.
La misericordia no destruye la justicia. Cuando Dios usa de misericordia no obra
contra la justicia, sino que hace algo que está por encima de ella. Del mismo modo,
cuando nosotros vivimos la misericordia, superamos las exigencias de la justicia
viviendo la generosidad. «La misericordia prevalece frente al juicio» (St 2,13).
La misericordia es, en primer lugar, un acto interno de benevolencia y compa-
sión, pero se manifiesta en actos externos que consisten en hacer el bien a las
personas que lo necesitan: «No amemos solo de palabra y con la lengua, sino
con obras y en verdad» (ljn 3,18).
Santo Tomás muestra que la misericordia, en sí misma, es la mayor virtud hu-
mana, porque le compete volcarse en los otros y socorrer sus deficiencias, que
es lo propio de Dios, que muestra de modo extraordinario su omnipotencia
cuando la ejerce con nosotros.
Señala también santo Tomás que es la virtud más agradable a Dios en cuanto que
presta una utilidad más inmediata al prójimo, como revelan las palabras de Oseas
6,6, referidas en Mt 12,7: «Misericordia quiero y no sacrificio», y las de Hebreos
13,16: «No os olvidéis de hacer el bien y compartir lo vuestro, porque Dios se
complace en esa clase de sacrificios» (cf. S.Th., II-II, q.30, a.4).
Es imposible precisar el número de obras de misericordia que se pueden rcali-
zar, pero una antigua tradición ha señalado catorce ejemplos de misericordia,
siete de orden corporal y siete de orden espiritual (cf. CEC, n.2447).
• Instruir al que no sabe, aconsejar al que lo necesita, consolar al triste, corre-
gir, perdonar, sufrir con paciencia los defectos del prójimo y rezar a Dios
por los vivos y los difuntos, son obras de misericordia espirituales.
♦ Dar de comer a los hambrientos, visitar a los enfermos y a los presos, dar
techo o vestido a quien no lo tiene, enterrar a los muertos son obras de mi-
sericordia corporales. «Entre estas obras, la limosna hecha a los pobres es
uno de los principales testimonios de la caridad fraterna; es también una
práctica de justicia que agrada a Dios» (CEC, n.2447).

2.4. El am or preferencial a los pobres

Los pobres son los que carecen de bienes necesarios; no solo materiales, sino
también del espíritu, como los bienes de la cultura, la religión, etc. San Juan
Pablo II, en la encíclica Centesimas mmus (1.V.1991), habla de la opción prefe‫־‬
rcncial de la Iglesia por los pobres:
«Hoy más que nunca, la Iglesia es consciente de que su mensaje social se hará
creíble por el testimonio de las obras, antes que por su coherencia y lógica interna.
De esta conciencia deriva también su opción preferencial por los pobres, la cual
nunca es exclusiva ni discriminatoria de otros grupos. Se trata, en efecto, de una
opción que no vale solamente para la pobreza material, pues es sabido que, espe-
cialmente en la sociedad moderna, se hallan muchas formas de pobreza no sólo
económica, sino también cultural y religiosa» (CA, n.57).

El Señor nos invita a reconocer su presencia en los pobres, y nos dice que
reconocerá a sus elegidos en lo que hayan hecho por los pobres: «En verdad
os digo que cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí
me lo hicisteis» (Mt 25,40).
La miseria humana atrae la compasión de Cristo, «que la ha querido cargar
sobre sí e identificarse con los "más pequeños de sus hermanos". También por
ello, los oprimidos por la miseria son objeto de un amor de preferencia por parte
de la Iglesia» (CEC, n.2448).
La caridad se manifiesta de modo especial en la ayuda eficaz y generosa que
prestamos a las personas necesitadas, una caridad que debe ir unida a la vir-
tud de la pobreza o desprendimiento, que consiste esencialmente en des-
prenderse de corazón de todos los bienes (solo un corazón libre puede amar
de verdad a Dios y a los demás), porque «el amora los pobres es incompatible
con el amor desordenado de las riquezas o su uso egoísta» (CEC, n.2445).
El amor a los pobres es también uno de los motivos del deber de trabajar:
«El que robaba, que no robe ya más, sino que trabaje seriamente, ocupándose
con sus propias manos en algo honrado, para que así tenga con qué ayudar al
necesitado» (Ef 4,28).
Como ya hemos dicho, la caridad lleva en primer lugar a dar a los demás lo
que se les debe en justicia. Respecto a los pobres, afirma san Juan Crisóstomo
que no hacerlos partícipes de los propios bienes «es robarles y quitarles la vida
(...) lo que poseemos no son bienes nuestros, sino los suyos» (cf. CEC, n.2446).
Es preciso -recuerda el Concilio Vaticano II en el Decreto Aposto!icom actuosifa-
tem- «satisfacer ante todo las exigencias de la justicia, de modo que no se ofrezca
como ayuda de caridad lo que ya se debe a título de justicia» (n.8).

2.5. El perdón

El perdón es, en primer lugar, el gran don de Dios a los hombres pecadores:
«Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo
el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Pues Dios no envió a
su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por
él» (Jn 3,16-17).
La historia de la salvación y, de modo especial, la vida de Jesús es la historia
del perdón de Dios a los hombres.
Dios misericordioso nos perdona y nos pide que perdonemos a los demás,
que seamos misericordiosos como Él es misericordioso. Y Jesús nos enseña a
orar así: «Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a
nuestros deudores» (Mt 6,12).
Hay una íntima relación entre la misericordia de Dios y la nuestra: si Dios nos
perdona, también nosotros debemos perdonar; la condición de que Dios nos
perdone es que nosotros perdonemos a nuestro prójimo. Se trata de una cnse-
ñanza continua en la Sagrada Escritura:
• «Entonces su señor lo mandó llamar y le dijo: "Siervo malvado, yo te he
perdonado toda la deuda porque me lo has suplicado. ¿No debías tú tam-
bién tener compasión de tu compañero como yo la he tenido de ti?» (Mt
1832-33)
• «Porque si les perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará
vuestro Padre celestial. Pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vues-
tro Padre os perdonará vuestros pecados» (Mt 6,14-15).
El perdón de Dios es siempre el motivo y el modelo del perdón que nosotros
debemos vivir con nuestros hermanos:
• «Sed, por el contrario, benévolos unos con otros, compasivos, perdonándoos mu-
tuamente como Dios os perdonó en Cristo» (Ef 4,32).
• «Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga queja con-
tra otro; como el Señor os ha perdona, haced también así vosotros» (Col
3,13).
Del mismo modo que Dios nos perdona siempre, también nosotros debemos
estar dispuestos a perdonar siempre a nuestros hermanos:
• «Entonces, se acercó Pedro a preguntarle: "Señor, ¿cuántas veces tengo
que perdonar a mi hermano cuando peque contra mí? ¿Hasta siete?" Jesús
le respondió: "No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete»
(Mt 18,21-22).
• «Si tu hermano peca, repréndele; y si se arrepiente, perdónale. Y, si peca
siete veces al día contra ti, y siete veces vuelve a ti, diciendo: "Me arrepicn-
to"; le perdonarás» (Le 1734‫)־‬-
2.6. El am or a los enem igos

La enseñanza de Jesús es clara: «Habéis oído que se dijo: Amarás a tu próji-


mo y odiarás a tu enemigo. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad
por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en ios
cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre jus-
tos y pecadores» (Mt 5,4345).
La universalidad del amor exige en particular el amor a los que han perdido
la amistad con Dios o no la han tenido todavía (ya que Dios les ama, buscan-
do a la oveja descarriada, etc.), y el amor a los enemigos personales, es decir,
a aquellos que nos han hecho algún mal, nos odian, etc.
«Cristo murió por amor a nosotros cuando éramos todavía enemigos (cf. Rm
5,10). El Señor nos pide que amemos como él hasta nuestros enemigos (cf. Mt 5,44),
que nos hagamos prójimos del más lejano (cf. Le 10,2737‫)־‬, que amemos a los ni-
ños (cf. Me 9,37) y a los pobres como a él mismo (cf. Mt 25,40.45)» (CEC, n.1825).
El amor a los enemigos, formulado negativamente, supone deponer todo
odio y deseo de venganza, no devolver mal por mal, etc. Positivamente, exige
amarlos en cuanto hombres e hijos de Dios, y a buscar la reconciliación y a
concederla si el otro la pide.
La caridad implica orar por los enemigos: «Amad a vuestros enemigos y rezad
por los que os persigan» (Mt 5,44), y tratar de comportarnos con ellos lo me-
jor posible: es lo que quiere indicar el Señor con la famosa imagen de poner
la otra mejilla. Así, cuando el servidor del sumo sacerdote le dio una bofetada,
Jesús le contestó con mansedumbre: «Si he hablado mal, declara ese mal; pero
si tengo razón, ¿por qué me pegas?» (Jn 18,23).

2.7. La solidaridad

En íntima relación con la caridad y la misericordia está la virtud cristiana de


la solidaridad, sobre la que san Juan Pablo II escribió la famosa encíclica Solli-
aludo rei sociolis (30.XII.1987).
La solidaridad es la respuesta como actitud moral y social, y como virtud, a la
interdependencia, entendida como categoría moral y como sistema determi-
nante de relaciones en el mundo, en sus aspectos económico, cultural, político
y religioso (cf. SRS, n.38).
La solidaridad no es pues «un sentimiento superficial por los males de tantas
personas, cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinaciónfinne y perseveran­
te de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno,
para que todos seamos verdaderamente responsables de todos» (SRS, n.38).
Esta determinación se funda en la convicción de que lo que frena el pleno de-
sarrollo es el afán de ganancia y la sed de poder. Esas "actitudes y estructuras
de pecado" -afirma san Juan Pablo II- «solamente se vencen -con la ayuda de
la gracia divina-‫ ׳‬mediante una actitud diametralmente opuesta: la entrega por
el bien del prójimo, que está dispuesto a "perderse", en sentido evangélico,
por el otro en lugar de explotarlo, y a "servirlo" en lugar de oprimirlo para el
propio provecho» (SRS, n.38).

2.8. Evangelización y apostolado

La caridad nos mueve a ayudar a los demás no solo desde el punto de vista
material, sino también y sobre todo espiritual, procurando que conozcan y
amen a Dios, para que Dios los haga entrar en su Reino.
El cristiano tiene la misión divina de colaborar con Cristo en el establecimien-
to del Reino de Dios participando no solo de su función sacerdotal y real, sino
también de la función profética. Esta implica enseñar a otros la Palabra de
Dios, llevando el Evangelio a todo el mundo: «Id al mundo entero y predicad
el Evangelio a toda criatura» (Me 16,15).
El cristiano, con la gracia de Cristo, debe ser luz del mundo, sal de la tierra (cf.
Mt 5,13-14). La misión de evangelizar no es exclusiva de los que han recibido el
sacerdocio ministerial o de los religiosos. Todos los cristianos han recibido en el
Bautismo la misión de ser testigos de Cristo.
La misión de enseñar la realizamos con el ejemplo y la palabra. En primer lu-
gar, con el ejemplo de nuestra vida, en la que tratamos de identificarnos con
Cristo; de ese modo, damos a conocer a Cristo con nuestras obras.
«Hemos de conducimos de tal manera, que los demás puedan decir, al vemos:
este es cristiano, porque no odia, porque sabe comprender, porque no es fanático,
porque está por encima de los instintos, porque es sacrificado, porque manifiesta
sentimientos de paz, porque ama» (San Josemaría Escrivá, 2002, n.122).
En segundo lugar, con la palabra, para enseñar a los demás la verdad salva-
dora que hemos recibido, siendo fieles al Magisterio de la Iglesia, en la que
recibimos y ejercemos nuestra función profética.
La misión de evangelizar se realiza en las circunstancias propias de cada uno:
viviendo los deberes ordinarios, las relaciones profesionales, familiares y so-
cíales; estando presentes en el mundo del trabajo, de la cultura, de la ciencia,
del arte, del cine, de la literatura, del deporte, de la política.
174 «Para la Iglesia no se trata solamente de predicar el Evangelio en zonas geográ-
ticas cada vez más vastas o poblaciones cada vez más numerosas, sino de alean·
zar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores
determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes ins-
piradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la
Palabra de Dios y con el designio de salvación» (Pablo VI, Exhort. apost. Evangelii
nuntmdi, n.19).
El apostolado cristiano no es algo postizo; es fruto y consecuencia del amor a
Dios, y por tanto resulta algo connatural en nuestra vida.
«Cristo nos enseñó, definitivamente, el camino de ese amor a Dios: el apostolado
es amor de Dios, que se desborda, dándose a los demás. La vida interior supone
crecimiento en la unión con Cristo, por el Pan y la Palabra. Yel afán de apostolado
es la manifestación exacta, adecuada, necesaria, de la vida interior» (San Josema-
ría Escrivá, 2002, n.121).

3. Los pecados contra el amor al prójimo


Tratamos ahora brevemente algunos pecados contra el amor al prójimo, si-
guiendo de cerca las definiciones que nos ofrece el Catecismo de la Iglesia Cató-
tica. Nos extendemos algo más en el pecado de cooperación al mal.

3.1. El odio

«El odio voluntario es contrario a la caridad. El odio al prójimo es pecado


cuando se le desea deliberadamente un mal. El odio al prójimo es un pecado
grave cuando se le desea deliberadamente un daño grave. "Pues yo os digo:
Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis
hijos de vuestro Padre celestial.‫( ״ ״‬Mt 5,44-45)» (CEC, n.2303).
No se debe confundir el sentimiento de odio con el pecado de odio. El sentí-
miento puede ser algo involuntario, provocado por el mal que nos han hecho.
A veces, según la gravedad del mal que hemos padecido, el sentimiento pue-
de ser muy fuerte, y requerir que pase cierto tiempo hasta poder ver las cosas
con serenidad. Solo hay pecado cuando se consiente con la voluntad en desear
un mal a nuestro prójimo.

3.2. La envidia

«La envidia es la tristeza experimentada ante el bien del prójimo y el deseo


desordenado de apropiárselo. Es un pecado capital» (CEC, n.2553). El décimo
mandamiento nos exige que la desterremos de nuestro corazón.
«La envidia es un pecado capital. Manifiesta la tristeza experimentada ante
el bien del prójimo y el deseo desordenado de poseerlo, aunque sea en forma
indebida. Cuando desea al prójimo un mal grave es un pecado mortal:
San Agustín veía en la envidia el "pecado diabólico por excelencia" (De disciplina
christiana, 7,7).
"De la envidia nacen el odio, la maledicencia, la calumnia, la alegría causada por
el mal del prójimo y la tristeza causada por su prosperidad" (San Gregorio Mag-
no, Moralia in Job, 31,45)» (CEC, n.2539).
«La envidia representa una de las formas de la tristeza y, por tanto, un rechazo
de la caridad; el bautizado debe luchar contra ella mediante la benevolencia.
La envidia procede con frecuencia del orgullo; el bautizado ha de esforzarse
por vivir en la humildad:
"¿Querríais ver a Dios glorificado por vosotros? Pues bien, alegraos del progreso
de vuestro hermano y con ello Dios será glorificado por vosotros. Dios será ala-
bado -se dirá- porque su siervo ha sabido vencer la envidia poniendo su alegría
en los méritos de otros" (San Juan Crisóstomo, In epistulam ad Romanos, homilía
7,5)» (CEC, n.2540).

3.3. La ira

«Recordando el precepto: "No matarás‫( ״‬Mt 5,21), nuestro Señor pide la paz
del corazón y denuncia la inmoralidad de la cólera homicida y del odio:
La ira es un deseo de venganza. "Desear la venganza para el mal de aquel a quien
es preciso castigar, es ilícito"; pero es loable imponer una reparación "para la co-
rrección de los vicios y el mantenimiento de la justicia" (Santo Tomás de Aquí-
no, Summa theologiae, 22‫־‬, q.158, a.l, ad3). Si la ira llega hasta el deseo deliberado
de matar al prójimo o de herirlo gravemente, constituye una falta grave contra la
caridad; es pecado mortal. El Señor dice: "Todo aquel que se encolerice contra su
hermano, será reo ante el tribunal" (Mt 5,22)» (CEC, n.2302).

3.4. La discordia

Como indica la etimología, es la no coincidencia de corazones o voluntades.


Otra cosa es la diferencia de opiniones, criterios, etc., que puede ser buena, aun-
que con frecuencia lleve a la discordia por no moderarla ni controlarla. Cuando
la discordia se transforma en hechos, con palabras o con obras, se da la riña.
La discordia puede manifestarse fácilmente en riñas, enfados y discusiones
con las personas con las que convivimos, el cónyuge, los hijos, los padres... Si
no tratamos de pedir perdón y corregirnos, luchando por adquirir las virtudes
de la amabilidad y la mansedumbre, nos vamos distanciando afectivamente
de los demás y hacemos difícil la convivencia.

3.5. El escándalo

«El escándalo es la actitud o el comportamiento que llevan a otro a hacer el


mal. El que escandaliza se convierte en tentador de su prójimo. Atenta contra
la virtud y el derecho; puede ocasionar a su hermano la muerte espiritual. El
escándalo constituye una falta grave, si por acción u omisión, arrastra delibe‫־‬
radamente a otro a una falta grave» (CEC, n.2284).
«El escándalo adquiere una gravedad particular según la autoridad de quie-
nes 10 causan o de la debilidad de quienes lo padecen. Inspiró a nuestro Señor
esta maldición: ‫ ״‬Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en
mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que
mueven los asnos y le hundan en lo profundo del mar" (Mt 18,6; cf. ICor 8,10-
13). El escándalo es grave cuando es causado por quienes, por naturaleza o
por función, están obligados a enseñar y educar a los otros. Jesús, en efecto, lo
reprocha a los escribas y fariseos: los compara a lobos disfrazados de corderos
(cf. Mt 7,15)» (CEC, n.2285).
En nuestros días ha adquirido una particular importancia el escándalo públi-
co, con consecuencias gravísimas y difíciles de controlar:
«El escándalo puede ser provocado por la ley o por las instituciones, por la
moda o por la opinión.
• Así se hacen culpables de escándalo quienes instituyen leyes o estructuras
sociales que llevan a la degradación de las costumbres y a la corrupción
de la vida religiosa, o a "condiciones sociales que, voluntaria o involunta-
riamente, hacen ardua y prácticamente imposible una conducta cristiana
conforme a los mandamientos" (Pío XII, Discurso 1 junio 1941).
• Lo mismo ha de decirse de los empresarios que imponen procedimientos
que incitan al fraude, de los educadores que "exasperan" a sus alumnos
(cf. Ef 6,4; Col 3,21), o los que, manipulando la opinión pública, la desvían
de los valores morales» (CEC, n.2286).
«El que usa los poderes de que dispone en condiciones que arrastran a hacer
el mal se hace culpable de escándalo y responsable del mal que directa o indi-
rectamente ha favorecido. "Es imposible que no vengan escándalos; pero, ¡ay
de aquel por quien vienen!" (Le 17,1)» (CEC, n.2287).
El escándalo debe ser reparado en la medida de lo posible. Si el escándalo ha
sido público, se debe reparar públicamente, aunque de hecho nunca se podrá
hacer plenamente; si es privado, se debe reparar ante los que recibieron su
influjo.

3.6. La cooperación al mal

Se entiende por cooperación al mal o cooperación al pecado ajeno la realiza-


ción de un acto que facilita a otro cometer una acción mala.
El Catecismo (n.1868) explica cómo puede ser esa cooperación: «El pecado es
un acto personal. Pero nosotros tenemos una responsabilidad en los pecados
cometidos por otros cuando cooperamos a ellos:
• participando directa y voluntariamente;
• ordenándolos, aconsejándolos, alabándolos o aprobándolos;
• no revelándolos o no impidiéndolos cuando se tiene obligación de hacerlo;
• protegiendo a los que hacen el mal».
En el número citado, el Catecismo se refiere a una cooperación al mal ilícita.
Ahora bien, teniendo en cuenta que el que coopera en la mala acción de otra
persona no es causa de la mala voluntad de esa persona, es más, que puede
rechazarla sinceramente, se plantea, el problema de saber si hay situaciones
en los que es lícito cooperar el mal; y, en caso afirmativo, hasta qué punto se
puede cooperar.
Para responder a estas cuestiones es necesario tener en cuenta los diversos
tipos de cooperación:
En primer lugar, se debe distinguir entre cooperación formal y material:
• En la cooperación formal, el que coopera consiente plenamente en la mala
acción del otro.
• En la cooperación material, no se consiente ni aprueba la acción del otro;
se tolera o se sufre. En este último caso, se trata de acciones que no es po-
sible, física o moralmente, evitar.
A su vez, la cooperación material al mal se puede clasificar de la siguiente
manera: inmediata o mediata; remota o próxima.
• La cooperación inmediata consiste en la participación en la misma acción
mala con otro u otros; se da, por ejemplo, cuando se ayuda a otro a cscon-
dcr un objeto robado, conociendo o no su origen. La mediata consiste en
proporcionar medios para la acción mala de otro; por ejemplo, vender un
cuchillo que después se utilizará para un asesinato.
• La cooperación remota no influye en la acción inmoral, como sería, por
ejemplo, dar dinero a un necesitado y este, después, lo usa para embria-
garse; la cooperación próxima, en cambio, facilita más directamente la ac-
ción mala.
Podemos ahora formular algunos principios morales:
• La cooperación formal es siempre pecado.
• La cooperación material en general, es también moralmente ilícita, pues
pertenece a la responsabilidad del hombre, cuando actúa, no solo que sus
obras sean buenas, sino también que lo sean las que se puedan derivar de
ellas por la acción de otras personas.
• Sin embargo, hay circunstancias en que la cooperación material al mal
puede ser lícita. En efecto, puede suceder que una persona tenga la nece-
sidad acuciante de un bien, y que solo pueda conseguirlo con una acción
de la que otro se servirá para hacer el mal.
Para que la cooperación al mal pueda ser lícita, se requiere, en primer lugar,
que sea necesaria, es decir, que no haya otro medio para alcanzar el bien al
que se tiende o de evitar el mal que se rechaza.
Si se da esta condición de necesidad, el acto de cooperación puede ser equipa-
rado a un acto voluntario indirecto o acción de doble efecto; en consccuen-
cia, su licitud se juzga de acuerdo con los mismos criterios:
• la acción que se realiza y el fin por el que se realiza han de ser buenos;
• la acción mala (a la que se coopera) no puede ser el medio por el que se
consigue el bien necesario;
• debe darse una causa justa. Esta última condición es muy importante
porque manifiesta que el compromiso del cristiano y del hombre recto es
siempre con el bien y de ninguna manera con el mal: no se puede cooperar
a algo malo si no hay una razón suficientemente justa que permita plan-
tearse esa licitud.
La existencia o no de una causa justa se mide por la existencia o no de pro-
porción entre la entidad del bien que se necesita conseguir (o del mal que se
quiere rechazar) y la gravedad del mal al que se coopera.
Por último, nunca es lícita la cooperación material inmediata a acciones que
son especialmente graves, como puede ser el aborto, el asesinato, etc. (cf. S.
Juan Pablo II, Ene. Evangelium vitae, n.74).
Este principio, sin embargo, no es universalmente válido en todas las acciones
morales: por ejemplo, la cooperación material al onanismo del cónyuge es inme-
diata, pero es moralmente aceptable si existen motivos proporcionados (cf. Pío XI,
Ene. Casti coimubii, 31.X1I.1930).

Ejercicio 1. Vocabulario
Id e n tific a e l s ig n ific a d o de las s ig u ie n te s p a la b ra s y e xp re sio n e s usadas:

• M isericordia • M aledicencia

• Venganza • C alum nia

• S olidaridad • D iscordia
• Evangelización • Escándalo

• A postolado • Reparar

• Envidia • C ooperación fo rm a l

• Pecado ca p ita l • C ooperación m aterial

Ejercicio 2. Guía de estudio


Contesta a las siguientes preguntas:

1. ¿Cuáles son las princip ale s m anifestaciones de la caridad con u no m ism o?

2. ¿Se puede pecar p o r no am arnos bien a nosotros m ism os?

3. ¿Cuáles son las m anifestaciones generales de la caridad con los demás?

4. ¿Se puede v iv ir la caridad sin la justicia?

5. ¿Qué relación existe e n tre el am or a los pobres y e l d eber de trabajar?

6. ¿Cómo se puede m anifestar e l a m o r a los enem igos?

7. ¿Por qué la evangelización es una m anifestación de caridad con los demás?

8. ¿En q ué consiste la envidia? ¿Cómo se pueden superar los se ntim ie n tos de


envidia?

9. ¿En qué se diferen cia e l escándalo de la cooperación al mal?

10. ¿Conoces a lg ú n c rite rio m oral sobre la cooperación al mal?


Ejercicio 3. Comentario de texto
Lee e l s ig u ie n te te x to y h az un c o m e n ta rio p e rso n a l u tiliz a n d o los c o n te n id o s
a p re n d id o s :

«*Caritas in vertíate" es el p rincip io sobre el que gira la doctrina social de la Iglesia, un


p rin cip io que adquiere form a operativa en criterios orientadores de la acción m o-
ral. Deseo volver a recordar particularm ente dos de ellos, requeridos de manera espe-
cial por el com prom iso para el desarrollo en una sociedad en vías de globalización: la
justicia y el bien común.

Ante todo, la justicia. Ubi societas, ibi ius: toda sociedad elabora un sistema propio de
justicia. La caridad va más allá de la justicia, porque amar es dar, ofrecer de lo "m ío‫ ״‬al
otro; pero nunca carece de justicia, la cual lleva a dar al o tro lo que es "suyo", lo que
le corresponde en v irtu d de su ser y de su obrar. No puedo ‫״‬dar‫ ״‬al o tro de lo m ío sin
haberle dado en prim er lugar lo que en justicia le corresponde. Quien ama con caridad
a los demás, es ante to d o ju sto con ellos. No basta decir que la ju sticia no es extraña
a la caridad, que no es una vía alternativa o paralela a la caridad: la justicia es *insepa‫־‬
rabie de la caridad*, intrínseca a ella. La ju sticia es la prim era vía de la caridad o, com o
d ijo Pablo VI, su ‫ ״‬m edida mínima", parte integrante de ese a m o r‫״‬con obras y según la
verdad‫( ״‬IJn 3,18), al que nos exhorta el apóstol Juan. Por un lado, la caridad exige la
ju sticia , el reconocim iento y el respeto de los legítim os derechos de las personas y los
pueblos. Se ocupa de la construcción de la ‫״‬ciudad del hom bre‫ ״‬según el derecho y la
ju sticia . Por otro, la caridad supera la ju sticia y la com pleta siguiendo la lógica de la
entrega y el perdón. La "ciudad del hom bre" no se prom ueve sólo con relaciones de de-
rechos y deberes sino, antes y más aún, con relaciones de gratuidad, de m isericordia y
de com unión. La caridad m anifiesta siem pre el am or de Dios tam bién en las relaciones
humanas, otorgando valor teologal y salvíñco a to d o com prom iso p o r la ju sticia en el
mundo».

(B e n e d ic t o XVI, Ene. Caritas in vertíate,


29.VI.2009, n.6)
J 181
L A V IR T U D
DE LA R E LIG IÓ N

La v irtu d de la religión es una virtu d humana que hunde sus raíces en la


tendencia natural de la inteligencia a la búsqueda de la verdad absoluta,
y de la voluntad al am or del bien absoluto, es decir, a la búsqueda de
Dios, en el que la persona espera encontrar la felicidad a la que aspira
por naturaleza.
Cuando entra a form ar parte del organism o de las virtudes cristianas, la
virtu d de la religión se transform a, porque a través de la fe, la esperanza
y la caridad, la persona toca al Dios al que buscaba, que se ha revelado
y encarnado.

SUMARIO
1. NATURALEZA DE LA VIRTUD DE LA RELIGIÓN · 2. RAÍCES DE LA VIRTUD
DE LA RELIGIÓN * 3. LA RELIGIÓN Y LAS VIRTUDES TEOLOGALES * 4. LA
FUNCIÓN ORDENADORA Y UNIFICADORA DE LA RELIGIÓN · 5. ACTOS ESPE-
CÍFICOS DE LA VIRTUD DE LA RELIGIÓN. 5.1. La devoción. 5.2. La adoración. 5.3.
La oración. 5.4. El sacrificio. 5.5. Promesas y votos. 5.6. El juram ento · 6. EL DEBER
SOCIAL DE LA RELIGIÓN Y EL DERECHO A LA LIBERTAD RELIGIOSA < 7. PE-
CADOS CONTRA LA VIRTUD DE LA RELIGIÓN. 7.1. La superstición y el culto in-
debido. 7.2. La idolatría. 7.3. Adivinación, magia, espiritismo. 7.4. La irreligión. 7.5. La
blasfemia · 8. EL ATEÍSMO, EL AGNOSTICISMO Y EL LAICISMO. 8.1. Formas de
ateísm o. 8.2. Causas del ateísm o. 8.3. El agnosticism o y el laicismo. 8.4. El prim er re-
medio: el testim onio cristiano.
182 1. Naturaleza de la virtud de la religión
La religión es la virtud moral que inclina al hombre a dar a Dios el respeto, el
honor y el culto debidos como primer principio de la creación y gobierno de
todas las cosas.
Es considerada una parte de la virtud de la justicia, que consiste en dar a cada
uno lo que le es debido, en este caso a Dios.
La religión, como todas las virtudes, tiene una dimensión interior que, en mu-
chos casos, se manifiesta exteriormente.
• La dimensión interior es esencial, sin ella los actos externos de culto que-
darían vacíos. El Señor recordó a unos fariseos y escribas las palabras de
Isaías: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está muy
lejos de mí» (Mt 15,8). Esta dimensión interior se podría resumir en el acto
voluntario de entrega a Dios (acto de devoción).
• Ahora bien, la persona humana, por ser espíritu encarnado, debe mani-
festar su reverencia a Dios también con actos exteriores: palabras, obras,
gestos, que, por una parte, expresan la entrega interior y, por otra, excitan
o mueven a la mente a practicar los actos espirituales con los que se une a
Dios, pues «el alma necesita para su unión con Dios ser llevada como de la
mano por las cosas sensibles» (S.Th., II-II, q.81, a.7c).
El desprecio de la dimensión extema de la religión en aras de la pureza espiritual
manifiesta, casi siempre, el desconocimiento de la naturaleza humana, y suele
apoyarse en concepciones antropológicas espiritualistas que, en el fondo, niegan
la bondad de lo corporal, y tienen como consecuencia la destrucción misma de la
religión.

La virtud de la religión se enriquece y transforma profundamente cuando es


sobrenaturalizada por la gracia y las virtudes sobrenaturales. El culto cristiano
-conservando toda la riqueza humana de esa virtud- lleva la impronta de la
filiación divina.
Por tanto, nuestra relación con Dios no es la que podríamos tener solo por ser
creados (hijos por creación), sino la que tenemos como hijos por la gracia, par-
tícipes de la naturaleza divina, llamados a formar parte de la familia de Dios
Padre, Hijo y Espíritu Santo.
2. Raíces de la virtud de la religión
La virtud de la religión tiene sus raíces en la sabiduría, en la humildad y en el
amor.
Por la sabiduría, conocemos y "reconocemos" la dignidad de Dios como Crea-
dor y Señor del cosmos y de cada uno de nosotros.
Por tener su raíz en la sabiduría, la idea o concepto que nos hacemos de Dios
tiene una importancia capital para nuestra vida religiosa, y todo error en este
aspecto se traduce en una deformación práctica de la religión.

Por la humildad, aceptamos el lugar que nos corresponde y consideramos


nuestro propio ser y todas las cosas del mundo como dones recibidos de su
amor.
La humildad es necesaria para mantener viva nuestra conciencia creatural,
cuya perdida nos conduciría a considerarnos a nosotros mismos como "crea-
dores‫ ״‬, seres autónomos y dueños absolutos del mundo, negando radical-
mente nuestra esencial dimensión religiosa.
Por otra parte, la humildad y, por tanto, la perfección de la persona, crece cuanto
mejor se vive la virtud de la religión. Santo Tomás explica que dar a Dios honor
y reverencia no es para bien de Dios, porque tiene toda la gloria y nada podemos
añadirle, sino para nuestro bien, pues «por el hecho de honrar y reverenciar a
Dios, nuestra alma se humilla ante Él, y en esto consiste la perfección de la misma,
ya que todos los seres se perfeccionan al subordinarse a un ser superior» (S.Th.,
II-II, q.81, a.7c).

La respuesta adecuada al don de Dios es el amor. Ahora bien, nuestra relación


con Dios no es de igualdad, sino asimétrica: es la relación de la criatura con el
Creador, de quien ha recibido gratuitamente todo lo que es y tiene.
En consecuencia, debemos reconocer su señorío absoluto, y, ante la imposibi-
lidad de corresponder según estricta justicia a sus dones, debemos manifestar
nuestro agradecimiento, que implica la entrega total de uno mismo. La gra-
titud aparece así como la respuesta adecuada, el acto religioso más perfecto.

3. La religión y las virtudes teologales


Las virtudes teologales tienen como objeto directo a Dios creído, esperado y
amado; por ellas, el hombre se une íntimamente a Dios, establece un contacto
directo con Él. En cambio, el objeto propio de la virtud de la religión son los
medios para dar gloria a Dios: los actos internos y externos de culto (cfr. S.Th.,
II-II, q.81,a.5c).
Esta proposición se enriquece si se considera la virtud de la religión en sentido
amplio, es decir, como la relación del hombre con Dios, en la medida en que res-
ponde de la manera debida a la realidad del Dios santo, que se revela al hombre,
y que viene a su encuentro aquí y ahora en la Iglesia y en sus sacramentos. En tal
caso, se puede decir que la virtud de la religión comprende entre sus elementos
más importantes la fe, la esperanza y la caridad, y después el culto (cf. Günthbr,
1988,329).
En la vida moral de la persona cristiana, las virtudes teologales son el alma
de la virtud de la religión. Su raíz ya no es meramente natural, sino sobreña-
tural: la fe, la esperanza y la caridad son, en el cristiano, la causa de los actos
propios de la religión.
En efecto, el culto que los cristianos damos a Dios presupone que creemos en
Él, uno y trino, principio y fin de todas las cosas; que tenemos la esperanza
de que Él acepta nuestros dones; y que nuestra voluntad está conformada a la
suya por la caridad.
La ordenación del hombre a Dios (ordo hominis ad Deum), propia de la religión,
se convierte por la fe en ordofiliorum, in Christo; ad Patrem, per Spiritum Sane-
tum, en la relación de un hijo, en Cristo, con su Padre, con un corazón enamo‫־‬
rado por el amor del Espíritu Santo.
La ruptura entre la criatura y el Creador ha sido cancelada por Cristo, al con-
vertir al hombre en hijo de Dios y miembro de su Cuerpo Místico, haciéndolo
partícipe, a la vez, de su función real, profética y sacerdotal, por medio del
Bautismo.
Por último, conviene tener en cuenta que se da un influjo recíproco entre la re-
ligión y las virtudes teologales. Así, la devoción es causada por la caridad, pues
por amor se dispone uno a servir con prontitud a Dios; pero también la caridad
se nutre de la devoción, al igual que toda amistad se conserva y crece por el ínter-
cambio de muestras de afecto y por la meditación (cf. S.Th., II-II, q.82, a.2, ad2).

4* La función ordenadora
y unifkadora de la religión
Aunque la virtud de la religión tiene unos actos específicos -que estudiare-
mos a continuación-, abarca en realidad la entera vida de la persona, pues to-
das las acciones, por el hecho de ser realizadas para la gloria de Dios, perte­
necen a esta virtud, en cuanto son imperadas por ella. Por esta razón, puede
decirse que religión y santidad se identifican (cf. S.Th., N-Π, q.81, a.8), y que
la religión tiene la preeminencia entre todas las virtudes morales (cf. S.Th.,
II-II, q.81, a.6).
La virtud de la religión no puede ser considerada, por tanto, como una virtud
más entre otras, pues debe animar y configurar toda la vida del cristiano:
«Tanto si coméis, como si bebéis, o hacéis cualquier otra cosa, hacedlo todo
para gloria de Dios» (ICor 10,31; cf. Col 3,17).
Mientras la caridad convierte la vida moral en amorosa donación a Dios, la
virtud de la religión le confiere el carácter cultual, la convierte en culto a
Dios.
El cristiano, que participa de la función sacerdotal de Cristo, ofrece toda su vida
como ofrenda viva, santa, agradable a Dios: este es su culto espiritual (cf. Rm
12,1). Refiriéndose especialmente a los laicos, afirma el Concilio Vaticano II: «To-
das susobras, oraciones, tareas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el trabajo
diario, el descanso espiritual y corporal, si se realizan en el Espíritu, incluso las
molestias de la vida, si se llevan con paciencia, todo ello se convierte en sacrificios
espirituales agradables a Dios por Jesucristo (cf. 1P2,5)» (LG, n.34).

La religión desempeña, en consecuencia, una importante función arquitecto


nica en la vida de la persona:
♦ dirige todos los aspectos de su actividad a la gloría de Dios, y no a la bus-
queda desordenada de la propia excelencia;
♦ la mueve a vivir las exigencias de la justicia como glorificación de Dios,
constituyendo así la garantía más fundamental de la justicia en la socie-
dad; y
♦ ordena su relación con el mundo, a fin de que toda la creación glorifique a
Dios a través del hombre (cf. M. Rhonheimer, 2000,254-255).
La virtud de la religión asegura, de este modo, la unión de culto y moral i-
dad. El verdadero culto a Dios, que implica el deseo sincero de cumplir su
voluntad, exige vivir todas las demás virtudes morales. Jesús fustiga la falta
de amor, como contradictoria con el verdadero espíritu de adoración a Dios
(cf. Mt 12,1-14).
En la predicación apostólica aparece con frecuencia la importancia de unir el culto
a Dios con el cumplimiento de su voluntad en todos los campos de la vida: «La
religiosidad pura e intachable ante Dios Padre es esta: visitar a los huérfanos y a
las viudas en su tribulación y guardarse incontaminado de este mundo» (St 1,27).
186 5. Actos específicos de la virtud de la religión
Aunque, como hemos dicho, todo acto de la vida cristiana puede ser un acto
de la virtud de la religión en la medida en que con él se da gloria explícita a
Dios, esta virtud tiene también unos actos específicos.
Los actos de culto son actos de la inteligencia y la voluntad, y, como es lógico,
suelen ir acompañados de afectos sensibles, aunque a veces pueden faltar. Es
bueno dar culto a Dios con todas las facultades, en cuerpo y alma.

5.1. La devoción

La devoción (de devovere, entregarse) consiste en la voluntad de entregarse


plenamente al servicio de Dios.
Es fundamentalmente un acto interno, que debe estar presente en los demás
actos de culto, vivificándolos y dirigiéndolos hacia su fin: la gloria de Dios.
Se acrecienta por la meditación de la bondad de Dios y por el conocimiento
propio.
• Cuando la persona considera el amor de Dios y todos sus beneficios, se en-
ciende el amor hacia Él, y este amor es la causa de la devoción. «Nada nos
induce tanto a amar a alguien -afirma santo Tomás- como experimentar
el amor que a nosotros nos tiene» (CG, IV, 54). El amor de Dios se hace es-
peciaimente visible en la Humanidad de Cristo. De ahí que la meditación
de su vida sea lo que más excite nuestra devoción (cf. S.Th., II-II, q.82, a.3,
ad2).
• A la vez, la reflexión sobre los propios defectos y pecados lleva a la perso-
na a buscar la ayuda de Dios y su misericordia, evitando así la presunción,
que impide someterse a Él (cf. S.Th., II-II, q.82, a.3c).

5.2. La adoración

Adorar a Dios significa reconocerlo como Dios, Creador y Salvador, como


Amor infinito y misericordioso; reconocer nuestra nada, pues existimos por-
que Dios nos ha creado; alabar a Dios y humillarnos a nosotros mismos. «Ado-
rarás al Señor tu Dios y solamente a Él darás culto» (Le 4,8), dice Jesús citando
el Deuteronomio (6,13).
«La adoración de) Dios único libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la
esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo» (CEC, n.2097).
La adoración es el acto de culto en sentido estricto/ es decir, tributar a Dios el
honor debido por su excelencia, como muestra de nuestra sumisión hacia él.
La adoración es, ante todo, un acto interior: «Dios es espíritu, y los que lo
adoran deben adorar en espíritu y en verdad» (Jn 4,24), que puede expresarse
exteriormente, en público o en privado.
Puede expresarse con palabras y con gestos: ponerse de rodillas, hacer una ge·
nuflexión, una inclinación de la cabeza o del cuerpo, postrarse en el suelo, etc.
Debemos acompañar siempre esas palabras y gestos con la actitud interior de
adoración para que no se transformen en algo rutinario o vacío.
La adoración directa a Dios se denomina culto de latría. La adoración indircc-
ta, tributada a los ángeles y a los santos, debido a su excelencia, que es fruto de
su unión con Dios, se denomina culto de dulía; hiperdulía en el caso especial
de la Santísima Virgen.
Conviene distinguir también la adoración o culto de latría absoluto, que es el
tributado a Dios, del culto de latría relativo, tributado a objetos materiales, en
cuanto están relacionados o representan a Dios (por ejemplo, las reliquias de
la verdadera Cruz, las imágenes de Jesucristo, etc.).
El culto de dulía absoluto se da a los ángeles y a los santos; y el relativo, a
sus imágenes o reliquias. «El culto cristiano de las imágenes no es contrario al
primer mandamiento que proscribe los ídolos» (CEC, n.2132). Cuando vene-
ramos una imagen, veneramos a la persona que en ella se representa.

5.3. La oración

«La oración cristiana es una relación de Alianza entre Dios y el hombre en


Cristo. Es acción de Dios y del hombre; brota del Espíritu Santo y de nosotros,
dirigida por completo al Padre, en unión con la voluntad humana del Hijo de
Dios hecho hombre» (CEC, n.2564).
Orar es tratar a Dios, hablar con Dios, sabiendo que siempre somos escucha-
dos. Dios mismo es quien inspira nuestras oraciones. Jesucristo nos da ejem-
pío de oración al Padre, nos enseña a orar (el Padre Nuestro) y nos insiste en
«la necesidad de orar siempre y no desfallecer» (Le 18,1).
• La oración puede ser vocal (con palabras o gestos) y mental (solo con actos
internos de la inteligencia, la voluntad y los afectos).
• Cuando en la oración mental predomina el raciocinio, se llama discursiva
o meditación. Si predomina el corazón, se habla de oración afectiva. Y se
llama contemplativa cuando es simple, intuitiva, sin discurrir: la persona
admira y se goza en Dios.
• Por último, la oración puede ser privada o pública. La oración pública es
siempre vocal, debe estar regulada por la Iglesia, y hacerse oficialmente en
su nombre y por las personas legítimas.

5.3.1. Las características de la verdadera oración


• Humilde. La humildad es la base de la oración, la disposición necesaria
para recibir los dones de Dios. «Dios resiste a los soberbios, y a los humil-
des da la gracia» (St 4,6).
La humildad implica reconocer que no siempre sabemos cuáles son los bienes
convenientes para nuestra vida, y, por tanto, confiamos en la sabiduría y provi-
dencia de nuestro Padre. Pidamos loque pidamos, siempre ha de ser sobre la base
de que loque queremos es: «Hágase tu voluntad».
• Filial. La oración es la relación de los hijos de Dios con su Padre. De ah!
que nuestra oración deba ser sencilla, perseverante y confiada.
• Cristiana. Nuestra oración al Padre debe ser en Nombre de Jesús. «Y lo
que pidáis en mi nombre eso haré, para que el Padre sea glorificado en el
Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré» (Jn 14,13-14).
• Eclesial. «El Espíritu Santo que enseña a la Iglesia y le recuerda todo lo
que Jesús dijo, será también quien la instruya en la vida de oración» (CEC,
n.2623).

5.3.2. Las formas de la oración

a) La oración de bendición y adoración


«La oración de bendición es la respuesta del hombre a los dones de Dios: por-
que Dios bendice, el corazón del hombre puede bendecir a su vez a Aquel que
es la fuente de toda bendición» (CEC, n.2626).
En la oración de adoración exaltamos la grandeza y omnipotencia de Dios,
que nos ha creado y ha creado el universo; su amor, que nos ha salvado y libe-
rado del pecado y de la muerte.

b) La oración de petición
«Mediante la oración de petición mostramos la conciencia de nuestra relación
con Dios: por ser criaturas, no somos ni nuestro propio origen, ni dueños de
nuestras adversidades, ni nuestro fin último; pero también, por ser pecadores,
sabemos, como cristianos, que nos apartamos de nuestro Padre. La petición ya
es un retomo hacia Él» (CEC, n.2629).
• El primer movimiento de la oración de petición es la petición de perdón.
La oración personal, como la celebración de la Eucaristía, debe comenzar
con la petición de perdón (cí. CEC, n.2631).
• Hay una jerarquía en las peticiones. Lo primero que debemos pedir es la
venida del Reino («venga a nosotros tu Reino»); a continuación, lo que es
necesario para acogerlo y para cooperar a su venida (cf. CEC, n.2632).
• Una oración de petición que nos conforma muy de cerca con la oración de
Jesús es la oración de intercesión. Interceder es pedir en favor de otro. Es
propia de un corazón conforme a la misericordia de Dios (CEC, nn.2634 y
2635).

c) La oración de acción de gracias


«Dad gracias por todo, porque eso es lo que Dios quiere de vosotros en Cristo
Jesús» (lTs 5,18). El agradecimiento a Dios por todos sus beneficios se maní-
fiesta en la oración de acción de gracias.
La más importante acción de gracias del cristiano es la participación en la
Eucaristía, en la que Cristo da gracias al Padre por liberarnos del pecado y de
la muerte.

d) La oración de alabanza
«La alabanza es la forma de orar que reconoce de la manera más directa que
Dios es Dios. Le canta por Él mismo, le da gloria no por lo que hace, sino por
lo que Él es. Participa en la bienaventuranza de los corazones puros que le
aman en la fe antes de verle en la gloria (...) La alabanza integra las otras for-
mas de oración y las lleva hacia Aquel que es su fuente y su término: "un solo
Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y por el cual somos nosotros"
(ICor 8,6)» (CEC, n.2639).

5.4. El sacrificio

Sacrificio es toda obra que realizamos para unirnos a Dios, adorarlo, darle
gracias y pedirle perdón.
El sacrificio es un acto externo, pero, para ser autentico, debe ser expresión
de la entrega interior a Dios. Jesús recuerda las palabras del profeta Oseas:
«Misericordia quiero y no sacrificio» (Mt 9,13; 12,7; cf. Os 6,6).
«El único sacrificio perfecto es el que ofreció Cristo en la cruz en ofrenda total
al amor del Padre y por nuestra salvación (cf. Hebr 9,13-14). Uniéndonos a
su sacrificio, podemos hacer de nuestra vida un sacrificio para Dios» (CEC,
n.2100)
El culto que el hombre tributa a Dios alcanza su plenitud en la Eucaristía. En
ella, los cristianos, por Cristo, con Él y en Él, en la unidad del Espíritu Santo,
pueden dar al Padre todo el honor y toda la gloria. El alma de este culto espi-
ritual es el mismo Espíritu Santo. En ella se cumplen las palabras de Cristo:
«Pero llega la hora, y es esta, en la que los verdaderos adoradores adorarán al
Padre en espíritu y en verdad» (Jn 4,23).
El cristiano que participa en la Santa Misa -centro y raíz, fuente y culmen
de toda la vida cristiana- participa sacramentalmente de la muerte y resu-
rrección de Cristo; entrega su vida con Él; adora a Dios a través de Él; le da
gracias, implora su perdón y le pide todo tipo de bienes, a través de la oración
de Cristo. A partir de ahí, toda su vida puede y debe convertirse en un culto
espiritual a Dios.
Si la virtud de la religión, como hemos visto, exige una vida moral coherente, esta
solo puede darse plenamente si la persona enraíza toda su vida en la Eucaristía.
En efecto, en ella, como afirma Benedicto XVI, «fe, culto y ditos se compenetran
recíproca mente como una sola realidad, que se configura en el encuentro con el
agapé de Dios. Así, la contraposición usual entre culto y ética simplemente desa-
parece. En el "culto" mismo, en la comunión eucarística, está incluido a la vez el
ser amados y el amar a los otros» (DC, n.14).

5.5. Prom esas y votos

El Bautismo, la Confirmación, el Matrimonio y el Orden sacerdotal implican


determinadas promesas. Pero, además, el cristiano, por devoción personal,
puede hacer otras promesas a Dios: realizar un acto bueno, una oración, una
limosna, una peregrinación, etc., que debe cumplir como manifestación de
respeto y amor al Señor (cf. CEC, n.2101).
El voto consiste en la promesa deliberada y libre hecha a Dios acerca de un
bien posible y mejor, y debe cumplirse por la virtud de la religión (cf. CIC,
can. 1191,§1).
«La Iglesia reconoce un valor ejemplar a los votos de practicar los consejos
evangélicos (cf. CIC, can.654).
«La santa madre Iglesia se alegra de que haya en su seno muchos hombres y mu-
jeres que siguen más de cerca y muestran más claramente el anonadamiento de
Cristo, escogiendo la pobreza con la libertad de los hijos de Dios y renunciando a
su voluntad propia. Estos, pues, se someten a los hombres por Dios en la busque-
da de la perfección más allá de lo que está mandado, para parecerse más a Cristo
obediente» (LG, n.42).
En algunos casos, la Iglesia puede, por razones proporcionadas, dispensar de
los votos y las promesas (CIC, can.692; 1196-1197)» (CEC, n.2103).

5.6. El juramento

Jurar es tomar a Dios por testigo de lo que se afirma. Es un acto de la virtud


de la religión.
El Señor nos enseña: «También habéis oído que se dijo a los antiguos: No ju-
rarás en vano, sino que cumplirás los juramentos que le hayas hecho al Señor.
Pero yo os digo: no juréis de ningún modo (...) Que vuestro modo de hablar
sea ‫ ״‬sí, si‫" ; ״‬no, no". Lo que exceda de esto viene del Maligno» (Mt 5, 33-
34,37).
La tradición cristiana interpretó siempre este texto no en el sentido de la pro-
hibición absoluta del juramento, sino de que se debe reservar para casos so-
lemnes. Salvo en esos casos, debe bastar nuestra palabra para que los demás
confíen en lo que afirmamos o prometemos.
Teniendo en cuenta lo anterior, el Catecismo enseña que «las promesas hechas
a otro en nombre de Dios comprometen el honor, la fidelidad, la veracidad
y la autoridad divinas. Deben ser respetadas en justicia. Ser infiel a ellas es
abusar del nombre de Dios y, en cierta manera, hacer de Dios un mentiroso
(cf. ljn 1,10)» (CEC, n.2147).

6. El deber social de la religión


y el derecho a la libertad religiosa
El Concilio Vaticano II, en la Declaración Dignitatis húmame, que aquí vamos
a sintetizar, enseña que la persona humana, por su dignidad de persona, tiene
derecho a la libertad religiosa.
Antes de exponer el alcance de ese derecho, el η. 1 de la Declaración recuerda
tres principios previos:
• La única y verdadera religión subsiste en la Iglesia católica.
• Todos los hombres tienen el deber de buscar la verdad, sobre todo la que
se refiere a Dios y a su Iglesia, y ser fieles a esa verdad una vez conocida.
• «La verdad no se impone de otra manera, sino por la fuerza de la misma
verdad».
¿En qué consiste la libertad religiosa? «En que todos los hombres deben estar
libres de coacción, tanto por parte de personas particulares como de los gru-
pos sociales y de cualquier poder humano, de modo que, en materia religiosa,
ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia, ni se le impida que actúe
conforme a ella en privado o en público, solo o asociado con otros, dentro de
los límites debidos» (n. 2).
Como está fundado en la naturaleza humana, este derecho lo tienen todas las
personas, también aquellas que no cumplan el deber de buscar la verdad y ser
fieles a ella.
La Iglesia recuerda que Dios, mediante la razón, nos hace partícipes de su ley
moral, y que cada uno tiene el deber y el derecho de buscar la verdad religiosa,
y de seguir fielmente los dictámenes de la ley divina que reconoce por medio
de su conciencia. En consecuencia, no se puede forzar a una persona a obrar
en contra de su conciencia, ni impedir que obre de acuerdo con ella, especial-
mente en materia religiosa.
Además, como hemos visto en este tema, el ejercicio de la virtud de la religión
consiste sobre todo en actos internos voluntarios, libres, por los que nos re-
lacionamos directamente con Dios. Estos actos no pueden ser mandados ni
prohibidos por una autoridad meramente humana.
Como la naturaleza humana es social, pertenece al derecho a la libertad re-
ligiosa que las personas puedan manifestar externamente sus actos internos
de religión, que se comuniquen con otros en materia religiosa y que vivan su
religión de forma comunitaria.
Como afirma el Catecismo, citando la Declaración Dignitatis humanae, «el deber de
rendir a Dios un culto auténtico corresponde al hombre individual y socialmente
considerado. Esa es "la doctrina tradicional católica sobre el deber moral de los
hombres y de las sociedades respecto a la religión verdadera y a la única Iglesia
de Cristo‫( ״‬DH, n.l)» (CEC, n.2105).
Por las mismas razones, las comunidades religiosas tienen el derecho de en-
señar su fe y profesarla públicamente de palabra y por escrito, e incluso maní-
festar libremente el valor peculiar de sus creencias religiosas para la ordena-
ción de la sociedad.
En diversas épocas de la historia, y ahora también de un modo nuevo, el de-
recho a la libertad religiosa de la familia no ha sido reconocido. De ahí la
importancia de la enseñanza de la Iglesia en este tema:
«Cada familia, en cuanto sociedad que goza de un derecho propio y primordial,
tiene derecho a ordenar libremente su vida religiosa doméstica bajo la dirección
de los padres. A éstos corresponde el derecho de determinar la forma de educa-
ción religiosa que se ha de dar a sus hijos, según sus propias convicciones reli-
giosas.
Así, pues, la autoridad civil debe reconocer el derecho de los padres a elegir con
verdadera libertad las escuelas u otros medios de educación, sin imponerles ni
directa ni indirectamente gravámenes injustos por esta libertad de elección.
Se violan, además, los derechos de los padres,
• si se obliga a los hijos a asistir a lecciones escolares que no corresponden a
la persuasión religiosa de los padres,
• si se impone un único sistema de educación del que se excluye totalmente
la formación religiosa» (DH, n.5).
En la misma Declaración, la Iglesia enseña que el derecho del hombre a la
libertad religiosa no solo tiene su fundamento en la dignidad de la persona,
sino también en la Revelación divina.
• El acto de fe es libre, es una respuesta voluntaria a Dios y, por tanto, nadie
puede ser forzado a asentir a la fe en contra de su voluntad. Dios llama
a los hombres a servirle en espíritu y en verdad, a responder con amor a
su Amor, pero no los coacciona, porque tiene en cuenta la dignidad de la
persona que Él mismo ha creado, y respeta su libertad.
• En los Evangelios vemos que Jesús «dio testimonio de la verdad, pero no
quiso imponerla por la fuerza a los que le contradecían. Pues su reino no
se defiende a golpes, sino que se establece dando testimonio de la verdad y
prestándole oído, y crece por el amor con que Cristo, levantado en la cruz,
atrae a los hombres a Sí mismo» (DH, n.ll).
En consecuencia, el cristiano debe conocer cada vez mejor la verdad que reci-
bió de Cristo, anunciarla y defenderla con valentía; al mismo tiempo, la cari-
dad de Cristo le manda que trate con prudencia y paciencia a quienes viven
en el error o en la ignorancia de la fe. Debemos difundir la luz de la vida «en el
Espíritu Santo, con caridad sincera, con la palabra de la verdad» (2C0r 6,67‫)־‬.
194 7. Pecados contra la virtud de la religión
Veamos ahora en qué consisten los pecados contra la virtud de la religión. Lo
haremos transcribiendo en gran parte las definiciones que nos ofrece el Cate-
cismo de la iglesia Católica.

7.1. La superstición y el culto indebido

La superstición consiste en dar culto a quien no se debe.


El culto indebido a Dios puede darse, por ejemplo, atribuyendo eficacia a la
materialidad de las oraciones o de los signos sacramentales, sin importar las
disposiciones interiores de la persona (cf. CEC, n.2111).

7.2. La idolatría

La idolatría consiste en tributar a una criatura la adoración debida exclusiva-


mente a Dios.
«La idolatría no se refiere solo a los cultos falsos del paganismo. Es una tenta-
ción constante de la fe. Consiste en divinizar lo que no es Dios. Hay idolatría
desde el momento en que el hombre honra y reverencia a una criatura en lugar
de Dios. Trátese de dioses o de demonios (por ejemplo, el satanismo), de po-
der, de placer, de la raza, de los antepasados, del Estado, del dinero, etc. "No
podéis servir a Dios y al dinero‫ ״‬, dice Jesús (Mt 6,24)» (CEC, n.2113).

7.3. Adivinación, magia, espiritismo

La adivinación es la superstición que trata de averiguar las cosas futuras u


ocultas por medios indebidos: el recurso a Satán o a los demonios, la evoca-
ción de los muertos, etc.
«La consulta de horóscopos, la astrología, la quiromancia, la interpretación
de presagios y de suertes, los fenómenos de visión, el recurso a "médiums"
encierran una voluntad de poder sobre el tiempo, la historia y, finalmente, los
hombres, a la vez que un deseo de granjearse la protección de poderes ocultos.
Están en contradicción con el honor y el respeto, mezclados de temor amoro-
so, que debemos solamente a Dios» (CEC, n.2116).
«Todas las prácticas de magia o de hechicería mediante las que se pretende
domesticar potencias ocultas para ponerlas a su servicio y obtener un poder
sobrenatural sobre el prójimo -aunque sea para procurar la salud-, son grave-
mente contrarias a la virtud de la religión.
• Estas prácticas son más condenables aún cuando van acompañadas de
una intención de dañar a otro, recurran o no a la intervención de los demo-
nios. Llevar amuletos es también reprensible.
• El espiritismo implica con frecuencia prácticas adivinatorias o mágicas. Por
eso la Iglesia advierte a los fieles que se guarden de él. El recurso a las me-
dicinas llamadas tradicionales no legitima ni la invocación de las potencias
malignas, ni la explotación de la credulidad del prójimo» (CEC, n.2117).

7.4. La irreligión

Los principales pecados de irreligión son la acción de tentar a Dios con pala-
bras o con obras, el sacrilegio y la simonía.
• «La acción de tentar a Dios consiste en poner a prueba, de palabra o de
obra, su bondad y su omnipotencia. Así es como Satán quería conseguir
de Jesús que se arrojara del templo y obligase a Dios, mediante este gesto,
a actuar (cf. Le 4,9). Jesús le opone las palabras de Dios: ‫ ״‬No tentaréis al
Señor, tu Dios‫( ״‬Dt 6,16). El reto que contiene este tentar a Dios lesiona el
respeto y la confianza que debemos a nuestro Creador y Señor. Incluye
siempre una duda respecto a su amor, su providencia y su poder (...)»
(CEC, n.2119).
• «El sacrilegio consiste en profanar o tratar indignamente los sacramentos y
las otras acciones litúrgicas, así como las personas, las cosas y los lugares
consagrados a Dios. El sacrilegio es un pecado grave sobre todo cuando es
cometido contra la Eucaristía, pues en este sacramento el Cuerpo de Cris-
to se ñas hace presente substancialmente (cf. CIC can.1367.1376)» (CEC,
n.2120).
• «La simonía (cf. Hech 8,9-24) se define como la compra o venta de cosas es-
pirituales (...). Es imposible apropiarse de los bienes espirituales y de com-
portarse respecto a ellos como un poseedor o un dueño, pues tienen su fuen-
te en Dios. Sólo es posible recibirlos gratuitamente de Él» (CEC, n.2121).

7.5. La blasfemia

«La blasfemia se opone directamente al segundo mandamiento. Consiste en


proferir contra Dios -interior o exteriormente- palabras de odio, de reproche.
de desafío; en injuriar a Dios, faltarle al respeto en las expresiones, en abusar
del nombre de Dios. Santiago reprueba a ‫ ״‬los que blasfeman el hermoso Nom-
bre (de Jesús) que ha sido invocado sobre ellos‫( ״‬St 2,7).
• La prohibición de la blasfemia se extiende a las palabras contra la Iglesia
de Cristo, los santos y las cosas sagradas.
• Es también blasfemo recurrir al nombre de Dios para justificar prácticas
criminales, reducir pueblos a servidumbre, torturar o dar muerte. El abuso
del nombre de Dios para cometer un crimen provoca el rechazo de la reli-
gión.
»La blasfemia es contraria al respeto debido a Dios y a su santo nombre. Es de
suyo un pecado grave (cf. CIC can. 1396)» (CEC, n.2148).

8. El ateísmo, el agnosticismo y el laicismo


Uno de los problemas más graves de nuestra época es el ateísmo, que rechaza
la existencia de Dios, apoyándose frecuentemente en una falsa concepción de
la autonomía humana.

8.1. Formas de ateísmo

El ateísmo adopta formas muy diversas, que se podrían resumir en las si-
guientes:
• Ateísmo pragmático. Es el de las personas indiferentes a la cuestión reli-
giosa, que no se plantean la existencia de Dios ni de la vida eterna; de los
escépticos ante todo lo trascendente; de los que orientan su vida al bien-
estar material.
• Ateísmo antropocéntrico o humanismo ateo. Afirma la autonomía radi~
cal del hombre y de su libertad hasta negar toda dependencia del hombre
respecto de Dios. Para esta forma de ateísmo, «la esencia de la libertad
consiste en que el hombre es el fin de sí mismo, el único artífice y creador
de su propia historia» (GS, n.20).
• Ateísmo sistemático. Pone la liberación del hombre en su liberación eco-
nómica y social. Pretende «que la religión, por su propia naturaleza, es un
obstáculo para esta liberación, porque, al orientar el espíritu humano hacia
una vida futura ilusoria, apartaría al hombre del esfuerzo por levantar la
ciudad temporal» (GS, n.20).
8.2. Causas del ateísmo 197

El ateísmo, considerado en su total integridad, no es un fenómeno originario,


sino derivado de varias causas:
• Algunas personas llegan al ateísmo porque se rebelan contra Dios al no
conseguir integrar su idea de Dios con el misterio del mal, del sufrimien-
to, especialmente del sufrimiento de los inocentes.
• En otras personas, el ateísmo nace por conceder carácter absoluto a los
bienes humanos, considerados en la práctica como sucedáneos de Dios.
• En muchos casos, el ateísmo se debe a la ignorancia religiosa, a la orien-
tación anticlerical y pretendidamente científica de la enseñanza recibida
en la familia y en la escuela, al ambiente hostil a la religión en el que las
personas han vivido desde su infancia.
• Hay ateos que rechazan no a Dios sino a una falsa representación de Dios:
un dios permisivo, complaciente e irrelevante; un dios riguroso y severo,
justiciero y sin corazón, que se opone a la libertad y a la alegría del ser hu-
mano y no perdona sus errores; un dios distante, alejado del hombre y de
sus problemas (el deísmo), etc.
• La Iglesia nos recuerda, también, que en la génesis del ateísmo «puede
corresponder a los creyentes una parte no pequeña, en cuanto que, por
descuido en la educación para la fe, por una exposición falsificada de la
doctrina, o también por los defectos de su vida religiosa, moral y social,
puede decirse que han velado el verdadero rostro de Dios y de la religión,
más que revelarlo» (GS, n.19).

8.3. El agnosticism o y el laicismo

Está muy extendido también el agnosticismo, que, aunque no niega o no se


pronuncia sobre la existencia de Dios, equivale con mucha frecuencia a un
ateísmo práctico (cf. CEC, nn.21232128‫)־‬.
En el ámbito de la vida pública, el ateísmo y el agnosticismo se manifiestan en
el laicismo, entendido como la voluntad de prescindir de Dios en la ordena-
ción de la vida cultural, social y política, y en la pretensión de construir una
sociedad sin referencias religiosas, exclusivamente terrena, sin culto a Dios ni
aspiración trascendente alguna, fundada únicamente en los recursos materia-
les y orientada casi exclusivamente al goce de los bienes de la tierra.
8.4. El primer remedio: el testim onio cristiano

El remedio del ateísmo, que vale también para el agnosticismo y el laicismo,


hay que buscarlo, en primer lugar, en «la exposición adecuada de la doctrina
y en la integridad de vida de la Iglesia y de sus miembros» (GS, n.2l).
La iglesia y cada uno de sus miembros debemos reflejar a Dios en nuestro
ejemplo y en nuestras palabras, dando testimonio de una fe viva y madura,
que percibe con lucidez las dificultades de cada persona, las comprende, y
pone los remedios oportunos, sin rechazar a nadie.
«Mucho contribuye, finalmente, a esta afirmación de la presencia de Dios el
amor fraterno de los fieles, que con espíritu unánime colaboran en la fe del
Evangelio y se alzan como signo de unidad» (GS, n.21).

Ejercido 1. Vocabulario
Identifica el significado de las siguientes palabras y expresiones usadas:

C ulto • Id ola tría

D evoción • Irre lig ió n

S acrificio • A divinación

Promesa • M agia

V oto • E spiritism o

Juram ento • Sim onía

A doración • S acrilegio

Alabanza • Blasfem ia

Intercesión • A teísm o práctico

Promesa • A gnosticism o

S uperstición • Laicism o

Ejercicio 2. Guía de estudio


C on te sta a las s ig u ie n te s p re g u n ta s :

1. La re lig ió n ¿es una v irtu d m oral o una v irtu d teologal?

2. Explica la relación de la v irtu d de la re lig ió n con la sabiduría, la h um ild ad y el


am or.
199
3. ¿Cuál es el o b je to p ro p io de la v irtu d de la re lig ió n ? ¿Y e l de la fe?

4. ¿Qué sign ifica que la v irtu d de la re lig ió n asegura la u n ió n de c u lto y m oral¡-


dad?

5. ¿En qué consiste la fu n ció n ordenadora y u nificad o ra de la v irtu d de la re li-


gión?

6. ¿Qué relación existe entre la dim ensión in te rio r y la dim ensión e x te rio r d e la
v irtu d de la religión?

7. ¿Cuáles son las características de Ea verdadera oración?

8. ¿Cuáles son las form as de la oración? ¿En qué consisten?

9. ¿En qué consiste el derecho a la lib e rta d religiosa?

10. ¿Cuáles son las causas del ateísm o?

Ejercicio 3. Comentario de texto


Lee el siguiente texto y haz un comentario personal utilizando 10$ contenidos
aprendidos:

«La razón más alta de la dignidad hum ana consiste en la vocación del hom bre a la
unión con Dios. Desde su m ism o nacim iento, el hom bre es invita do al diálogo con Dios.
Existe pura y sim plem ente p o r el am or de Dios, que lo creó, y por el am or de Dios, que
lo conserva. Y sólo se puede decir que vive en la p le nitu d de la verdad cuando recono-
ce librem ente ese am or y se confía por entero a su Creador. M uchos son, sin em bargo,
los que hoy día se desentienden del todo de esta íntim a y v ita l unión con Dios o la nie-
gan en form a explícita. Es este ateísm o uno de los fenóm enos más graves de nuestro
tiem po. Y debe ser exam inado con toda atención.

La palabra‘,ateísmo‫ ״‬designa realidades m uy diversas. Unos niegan a Dios expresamen-


te. O tros afirm an que nada puede decirse acerca de Dios. Los hay que som eten la cues-
tió n teológica a un análisis m etodológico tal, que reputa com o in ú til el p ro p io plantea-
m iento de la cuestión. Muchos, rebasando indebidam ente los lím ites sobre esta base
puram ente científica o, por el contrario, rechazan sin excepción toda verdad absoluta.
Hay quienes exaltan ta n to al hom bre, que dejan sin contenido la fe en Dios, ya que les
interesa más, a lo que parece, la afirm ación del hom bre que la negación de Dios. Hay
quienes im aginan un Dios por ellos rechazado, que nada tie n e que ver con el Dios del
Evangelio. O tros ni siquiera se plantean la cuestión de la existencia de Dios, porque, al
parecer, no sienten inquietud religiosa alguna y no perciben el m otivo de preocuparse
por el hecho religioso. Además, el ateísm o nace a veces com o violenta protesta contra
la existencia del mal en el m undo o com o adjudicación indebida del carácter absoluto
a ciertos bienes hum anos que son considerados prácticam ente com o sucedáneos de
Dios. La misma civilización actual, no en sí misma, pero sí por su sobrecarga de apego a
la tierra, puede d ific u lta r en grado notable el acceso del hom bre a Dios.

Quienes voluntariam ente pretenden apartar de su corazón a Dios y soslayar las cues-
tiones religiosas, desoyen el dictam en de su conciencia y, por tanto, no carecen de cul-
pa. Sin em bargo, tam bién los creyentes tienen en esto su parte de responsabilidad.
Porque el ateísmo, considerado en su to ta l integridad, no es un fenóm eno originario,
sino un fenóm eno derivado de varias causas, entre las que se debe contar tam bién la
reacción crítica contra las religiones, y, ciertam ente en algunas zonas del m undo, sobre
todo contra la religión cristiana. Por lo cual, en esta génesis del ateísm o pueden tener
parte no pequeña los propios creyentes, en cuanto que, con el descuido de la educa-
ción religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina, o incluso con los defectos
de su vida religiosa, m oral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro
de Dios y de la religión».

(C o n c il io V a t ic a n o II, Const. Pastoral


Gaudium etspes, n. 19)
J 201

B IB L IO G R A F ÍA
K-------------------------

BENEDICTO XVI, Encíclica Caritas in veritate (29.VI.2009).


BENEDICTO XVI, Encíclica Deus Caritas est (25.XII.2005)
BENEDICTO XVI, Encíclica Spe salvi (30.IX.2007)
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f‫׳‬--------------------------------------------- 203

ÍN D IC E

Presentación.............................................................................. 8

S ig la s ........................................................................................ 10

Tema 1. LA DIVINIZACIÓN DEL CRISTIANO: LAS VIRTUDES SOBRENATU-


RALES Y LOS DONES DEL ESPÍRITU S A N T O ........................... 12
1. La vocación del cristiano................. 13
1.1. El fin sobrenatural............................................................................. 13
1.2. El ser humano, creado para ser otro Cristo....................................... 14
a) Elegidos en Cristo antes de la creación del m undo..................... 14
b) La vocación universal a la santidad en C risto............................. 15
c) La identificación ontológica y moral con Cristo .......................... 15
2. Las virtudes sobrenaturales y los dones del Espíritu Santo........................ 16
3. Las virtudes teologales............................................................................... 17
3.1. Existencia de las virtudes teologales................................................. 17
3.2. Son dones de Dios............................................................................. 17
3.3. Dios es su objeto y su fin .................................................................. 18
3.4. Son necesarias para alcanzar el fin sobrenatural............................... 18
3.5. Definiciones ..................................................................................... 19
4. Los dones del Espíritu Santo ..................................................................... 19
4.1. ¿Qué son?......................................................................................... 19
4.2. Son necesarios para vivir como hijos de Dios.................................... 20
4.3. El número de los dones.................................................................... 20
4.4. Al servicio de las virtudes teologales................................................ 21
5. Los carismas.............................................................................................. 21
204 6. La relación de las virtudes humanas y las sobrenaturales.......................... 23
6.1. El organismo cristiano de las virtudes ............................................. 23
6.2. Unión de las virtudes humanas y sobrenaturales............................. 24
6.3. Las virtudes humanas y las sobrenaturales se necesitan mutuamente 25
6.4. Unidad de vida y santidad en la vida ordinaria ............................... 25
7. La Iglesia, ámbito de la adquisición y educación de las virtudes................ 26
7.1. El verdadero sentido de la v id a ........................................................ 27
7.2. Los vínculos de la verdad, la caridad y la tradición.......................... 27
a) El vínculo de la verdad................................................................ 27
b) El vínculo de la caridad .............................................................. 27
c) El vínculo de la tradición............................................................. 28
7.3. Los modelos de virtud en la Iglesia................................................... 28
Ejercicios............................................................................................................ 29

Tema 2. CONCEPTO TEOLÓGICO DE FE........................................................ 31


1. ¿Qué significa creer?................................................................................... 32
2. La fe como realidad humana...................................................................... 32
3. Algunas enseñanzas de la Sagrada Escritura sobre la fe ............................ 34
4. La fe en algunas enseñanzas del Magisterio............................................... 35
4.1. El Concilio de Trento........................................................................ 35
4.2. El Concilio Vaticano I ....................................................................... 36
4.3. El Concilio Vaticano II ..................................................................... 36
4.4. El Catecismo de la Iglesia Católica........................................................ 37
4.5. Dos encíclicas sobre la fe: Fides et ratio y Lumen fidei......................... 38
5. La fe, iniciativa de Dios y respuesta del hombre........................................ 38
5.1. La iniciativa de D ios......................................................................... 39
5.2. La respuesta del hombre................................................................... 39
5.3. Definición agustiniana de la fe teologal............................................. 40
6. La fe ‫ ״‬cristiana" ......................................................................................... 41
6.1. Jesucristo, fundamento de nuestra f e ................................................ 41
6.2. El encuentro con Cristo en la Iglesia................................................. 42
7. Fe y gracia.................................................................................................. 43
7.1. La fe es un don gratuito de Dios........................................................ 43
7.2. La fe es auténticamente hum ana....................................................... 44
a) Es razonable................................................................................ 44
b) Es libre........................................................................................ 45
8. La certeza, la firmeza y la universalidad de la f e ........................................ 46 205
9. El acto de fe ................................................................................................ 47
Ejercicios............................................................................................................ 48

Tem a 3. LA V ID A CRISTIANA, V ID A DE F E .................................................... 50


1. Necesidad de la fe para la salvación........................................................... 51
2. Fe y vida .................................................................................................... 51
2.1. La fe, fuente de la vida moral............................................................ 52
2.2. La ordenación de la fea la caridad. Fe formada y fe informe............ 52
2.3. La unidad de fe y vida m oral............................................................ 54
2.4. Fe y vida ordinaria del cristiano....................................................... 54
3. El crecimiento en la f e ................................................................................ 55
4. Fe y oración................................................................................................ 56
4.1. Pedir al Señor que nos aumente la f e ................................................ 56
4.2. Hacer actos de f e .............................................................................. 56
4.3. Fe y conciencia de la presencia amorosa de Dios.............................. 57
5. Fe y sacramentos........................................................................................ 58
5.1. La Confirmación............................................................................... 58
5.2. La Eucaristía .................................................................................... 58
5.3. La Penitencia..................................................................................... 59
6. Fe y dones del Espíritu Santo..................................................................... 60
6.1. El don de entendimiento .................................................................. 60
6.2. El don de ciencia.............................................................................. 60
6.3. El don de sabiduría........................................................................... 61
6.4. El don de consejo.............................................................................. 61
7. La fe es conocimiento verdadero................................................................ 62
7.1. La fe ilumina la existencia del hombre............................................. 63
7.2. La sabiduría sobrenatural ................................................................ 64
8. La formación en la f e .................................................................................. 65
8.1. Importancia de la formación en la fe ................................................. 65
8.2. La Iglesia, madre y educadora de la fe; formación en la fe y unión con
el Magisterio .................................................................................... 66
Ejercicios............................................................................................................ 67
206 Tema 4. CONFESION Y CUSTODIA DE LA FE................................................. 69
1. La dimensión apostólica y social de la f e .................................................... 70
1.1. La confesión pública y explícita de la fe ........................................... 70
1.2. La difusión de la fe y el apostolado................................................... 71
2. Custodia y salvaguarda de la f e ................................................................. 72
2.1. Importancia de guardar la f e ............................................................. 72
2.2. La incoherencia entre fe y vida ......................................................... 73
2.3. Precaución respecto a las lecturas y otros medios de comunicación... 73
2.4. La enseñanza .................................................................................... 74
2.5. La "communicatio insacris"............................................................. 75
2.6. Matrimonios mixtos y con disparidad de culto................................. 76
3. Principios del ecumenismo católico sobre la búsquedade la unidad de la fe . 76
3.1. Principios teológico-dogmáticos...................................................... 77
3.2. Principios espirituales y pastorales .................................................. 77
3.3. La práctica del ecumenismo............................................................. 78
4. Pecados contra la f e .................................................................................... 79
4.1. Las dudas de fe ................................................................................. 79
4.2. La incredulidad................................................................................ 79
4.3. El fideísmo........................................................................................ 80
Ejercicios............................................................................................................ 82

Tema 5. CONCEPTO TEOLÓGICO DE ESPERANZA....................................... 84


1. La esperanza como apertura hacia el futuro y actitudhumana esencial...... 85
2. Enseñanza de la Sagrada Escritura sobre la esperanzateologal .................. 86
2.1. Antiguo Testamento......................................................................... 86
2.2. Nuevo Testamento............................................................................ 87
3. Las enseñanzas del Magisterio .................................................................. 88
3.1. Concilio de Trento............................................................................ 88
3.2. Concilio Vaticano II........................................................................... 89
3.3· La encíclica Spe s a lv i .......................................................................... 90
4. ¿En qué consiste la virtud de la esperanza teologal? .......................... 90
5. ¿Qué esperamos?: el objeto de la esperanza............................................... 91
6. ¿Porqué necesitamos la virtud teologal de la esperanza?........................... 92
7. La relación de la esperanza con la fe ........................................................... 93
7.1. La esperanza necesita la fe ............................................................... 93
7.2. La fe necesita la esperanza................................................................ 94
7.3. La certeza de la fe y la certeza de la esperanza................................. 94 207
8. La relación de la esperanza con la caridad.................................................. 95
8.1. La esperanza y la caridad se necesitan mutuamente......................... 95
8.2. El desprecio de la esperanza ............................................................. 96
Ejercicios............................................................................................................ 97

Tema 6. VIVIR DE ESPERANZA...................................................................... 99


1. La esperanza, fundamento de la lucha del cristiano................................... 100
1.1. Confianza absoluta en Dios y desconfianza en nuestras propias fuer·
zas.................................................................................................... 100
a) La fortaleza divina y la debilidad hum ana.................................. 101
b) Gracia de Dios y colaboración del hom bre.................................. 102
1.2. Esperar contra toda esperanza: la reafirmación de la esperanza ante
sufrimientos y tribulaciones............................................................. 103
2. Esperanza y oración .................................................................................. 104
2.1. La oración, primer fruto de la vida de esperanza............................. 104
2.2. La esperanza se alimenta con la oración .......................................... 105
3. Esperanza y sacramentos........................................................................... 106
3.1. La Confirmación............................................................................... 107
3.2. La Eucaristía .................................................................................... 107
3.3. La Penitencia..................................................................................... 108
3.4. La Unción de los enfermos............................................................... 109
4. La relación de la esperanza con algunas virtudes humanas....................... 109
4.1. La magnanimidad y la magnificencia cristianas............................... 109
4.2. La paciencia y la perseverancia para alcanzar elReino de Dios......... 110
4.3. La alegría.......................................................................................... 111
5. Esperanza y dones del Espíritu Santo........................................................ 112
5.1. El don de fortaleza............................................................................ 112
5.2. El don de temor de Dios.................................................................... 113
6. Esperanza teologal y esperanzas humanas................................................. 114
6.1. La consumación escatológica del Reino de Dios, objeto de la esperanza 114
6.2. Esperanza y actitud ante las tareas y realidades temporales............ 115
Ejercicios................................................................................................................ 116

Tema 7. LA CUSTODIA DE LAESPERANZA........................................................ 118


1. Guardar la esperanza................................................................................. 119
208 2· Pecados contra la esperanza....................................................................... 120
2.1. La desesperación.............................................................................. 121
2.2. La presunción................................................................................... 121
a) La presunción sim ple.................................................................. 122
b) La presunción herética................................................................ 122
c) Causas de la presunción.............................................................. 122
3. Algunas tendencias actuales sobre la salvación: neo-pelagianismo y neo-
gnosticismo................................................................................................ 123
3.1. El neo-pelagianismo......................................................................... 123
3.2. El neo-gnosticismo............................................................................ 124
Ejercicios............................................................................................................ 124

Tema 8. CONCEPTO TEOLÓGICO DE CARIDAD............................................. 127


1. La realidad humana del am or.................................................................... 128
1.1. El amor natural a Dios....................................................................... 128
1.2. El amor natural a uno mismo............................................................ 129
1.3. El amor natural a los demás ............................................................. 131
a) Dimensiones del amor de amistad: la benevolencia y la unión
afectiva........................................................................................ 131
b) Amor de amistad y amor de concupiscencia............................... 132
c) Especificaciones del amor de amistad.......................................... 132
d) La amistad personal..................................................................... 132
1.4. Amor de amistad y justicia............................................................... 133
2. La caridad en la Sagrada Escritura............................................................. 134
2.1. Antiguo Testamento......................................................................... 134
2.2. Nuevo Testamento............................................................................ 135
3. La caridad en el Magisterio de la Iglesia..................................................... 136
4. La virtud de la caridad, don del Espíritu Santo y participación sobrenatural
en el amor de Dios...................................................................................... 138
5. Algunas características de la caridad ......................................................... 139
Ejercicios............................................................................................................ 140

Tema 9. EL AMOR DE DIOS Y LA RESPUESTA DEL HOMBRE....................... 143


1. El amor de Dios a los hombres................................................................... 144
1.1. El amor creador ............................................................................... 144
1.2. El amor santificador.......................................................................... 144
2. Nuestro amor de caridad a Dios................................................................. 146 209
3. El amor de caridad hacia nosotros mismos................................................ 146
4. El amor al prójimo en y por Dios, prolongación del amora Dios............... 147
4.1. El hombre representante de Dios en la tierra..................................... 147
4.2. El amor de caridad a los dem ás........................................................ 148
a) El motivo del amor de caridad hacia los demás........................... 148
b) Amar a los demás como Cristo nos ama ..................................... 148
c) El amor de caridad busca el bien sobrenaturalpara el prójimo..... 149
d) El amor de caridad hacia los demás es amor fraterno.................. 149
Ejercicios............................................................................................................ 150

Tema 10. LA CARIDAD, FUENTE Y CULMEN DE LA VIDA M O RAL CRISTIA·


N A .............................................................................. 152
1. La caridad, resumen de la ley, vínculo de la perfección .............................. 153
2. La caridad, forma de todas las virtudes...................................................... 154
3. El crecimiento do la caridad....................................................................... 155
4. El don de piedad........................................................................................ 156
5. Manifestaciones de la caridad hacia D ios................................................... 156
5.1. Amar a Dios por sí mismo ............................................................... 157
5.2. Alegrarse y complacerse en los bienes divinos................................. 157
5.3. Gozarse por la presencia Dios........................................................... 157
5.4. Desear aumentar los bienes divinos.................................................. 157
5.5. Identificarse con la voluntad de Dios y cumplirla............................ 158
5.6. Tratar a Dios, hablar con Él en la oración.......................................... 158
6. Los pecados contra el amor a Dios ............................................................ 159
6.1. La indiferencia ................................................................................. 159
6.2. La ingratitud .................................................................................... 159
6.3. La tibieza ......................................................................................... 160
6.4. La acedía (acedía, acidia) o pereza espiritual ................................... 160
6.5. El odio a Dios ................................. 161
7. Pérdida de la caridad ymuerte del alm a.................................................... 162
Ejercicios............................................................................................................ 162

Tema 11. LAS MANIFESTACIONES DE LA CARIDAD CON UNO M ISM O Y


CON EL PR Ó JIM O ........................................................... 165
1. Manifestaciones del amor de caridad hacia uno mismo............................. 166
210 2. Manifestaciones del amor de caridad hacia los dem ás............................... 167
2.1. Universalidad y orden enel amor al prójimo.................................... 167
2.2. Amor, justicia y caridad.................................................................... 168
2.3. La misericordia................................................................................. 168
2.4. El amor preferencial a lospobres....................................................... 169
2.5. El perdón.......................................................................................... 170
2.6. El amor a los enemigos..................................................................... 172
2.7. La solidaridad................................................................................... 172
2.8. Evangelización y apostolado ............................................................ 173
3. Los pecados contra el amor al prójimo....................................................... 174
3.1. El odio.............................................................................................. 174
3.2. La envidia......................................................................................... 174
3.3. La ir a ................................................................................................ 175
3.4. La discordia...................................................................................... 175
3.5. El escándalo..................................................................................... 176
3.6. La cooperación al m al....................................................................... 177
Ejercicios............................................................................................................ 179

Tema 12. LA VIRTUD DE LA RELIGIÓN.......................................................... 181


1. Naturaleza de la virtud de la religión......................................................... 182
2. Raíces de la virtud de la religión................................................................ 183
3. La religión y las virtudes teologales........................................................... 183
4. La función ordenadora y unificadora de la religión.................................... 184
5. Actos específicos de la virtud de la religión............................................... 186
5.1. La devoción...................................................................................... 186
5.2. La adoración..................................................................................... 186
5.3. La oración......................................................................................... 187
5.3.1. Las características de la verdadera oración ........................... 188
5.3.2. Las formas de la oración....................................................... 188
a) La oración de bendición y adoración .............................. 188
b) Laoración de petición...................................................... 188
c) La oración de acción de gracias....................................... 189
d) Laoración de alabanza..................................................... 189
5.4. El sacrificio....................................................................................... 189
5.5. Promesas y votos.............................................................................. 190
5.6. El juramento..................................................................................... 191
6. El deber social de la religión y el derecho a la libertad religiosa................. 191 211
7. Pecados contra la virtud de la religión....................................................... 194
7.1. La superstición y el culto indebido................................................... 194
7.2. La idolatría....................................................................................... 194
7.3. Adivinación, magia, espiritismo....................................................... 194
7.4. La irreligión...................................................................................... 195
7.5. La blasfemia..................................................................................... 195
8. El ateísmo, el agnosticismo y el laicismo .................................................... 196
8.1. Formas de ateísmo............................................................................ 196
8.2. Causas del ateísmo............................................................................ 197
8.3. El agnosticismo y el laicismo............................................................ 197
8.4. El primer remedio: el testimonio cristiano........................................ 198
Ejercicios........................................................................................................................... 198

B ib lio g ra fía .................................................................................................................. 201

ín d ic e ............................................................................................................................ 203

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