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MORAL
TEOLOGAL
Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribu-
ción, comunicación pública y transformación, total o parcial, de esta obra sin contar con auto-
rización escrita de los titulares del Copyright. La infracción de los derechos mencionados puede
ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Artículos 270 y ss. del Código Penal).
1. Cada vez más personas se interesan por adquirir una formación filoso-
fica y teológica seria y profunda que enriquezca la propia vida crístia-
na y ayude a vivir con coherencia la fe. Esta formación es la base para
desarrollar un apostolado intenso y una amplia labor de evangeliza-
ción en la cultura actual. Los intereses y motivaciones para estudiar la
doctrina cristiana son variados:
• Padres y madres que quieren enriquecer su propia vida cristiana y la
de su familia, cuidando la formación cristiana de sus hijos.
• Catequistas y formadores que quieren adquirir una buena prepara-
ción teológica para transmitirla a otros.
• Futuros profesores de religión en la enseñanza escolar.
• Profesionales de los más variados ámbitos (comunicación, economía,
salud, empresa, educación, etc.) que necesitan una formación adecúa-
da para dar respuesta cristiana a los problemas planteados en su pro-
pia vida laboral, social, familiar... o simplemente quienes sienten la
necesidad de mejorar la propia formación cristiana con unos estudios
profundos.
2. Existe una demanda cada vez mayor de material escrito para el estudio
de disciplinas teológicas y filosóficas. En muchos casos la necesidad
procede de personas que no pueden acudir a clases presenciales, y bus-
can un método de aprendizaje autónomo, o con la guía de un profesor.
Estas personas requieren un material valioso por su contenido doc-
trinal y que, al mismo tiempo, esté bien preparado desde el punto de
vista didáctico (en muchos casos para un estudio personal).
Con el respaldo académico de la Universidad de Navarra, especial-
mente de sus Facultades Eclesiásticas (Teología, Filosofía y Derecho
Canónico), la Facultad de Filosofía y Letras y la Facultad de Educa-
ción y Psicología, esta colección de manuales de estudio pretende
responder a esa necesidad de formación cristiana con alta calidad pro-
fesional.
3. Las características de esta colección son:
• Claridad doctrinal, siguiendo las enseñanzas del Magisterio de la Igle-
sia católica.
• Exposición sistemática y profesional de las materias teológicas, filoso-
ficas (y de otras ciencias).
• Formato didáctico tratando de hacer asequible el estudio, muchas ve-
ces por cuenta propia, de los contenidos fundamentales de las mate-
rías. En esta línea aparecen en los textos algunos elementos didácti-
eos tales como esquemas, introducciones, subrayados, clasificaciones,
distinción entre contenidos fundamentales y ampliación, bibliografía
adecuada, guía de estudio al final de cada tema, etc.
José M anuel Fidalgo A laiz
José L uis P astor
Directores de la colección
Formato didáctico
PR ESEN TAC IÓ N
K_______________
El cristiano unido a Dios por la gracia santificante es un ser hum ano divi־
nizado, hijo de Dios no solo por haber sido creado, sino tam bién porque
participa de la naturaleza divina. Con la gracia, Dios le otorga las virtudes
sobrenaturales, los dones del Espíritu Santo y diversos carismas, que lo
capacitan para identificarse con Cristo y llevar a cabo la m isión de cola-
borar con Dios en la salvación propia y del m undo entero.
SUMARIO
1. LA VOCACIÓN DEL CRISTIANO. 1.1. El fin sobrenatural. 1.2. El ser humano,
creado para ser otro Cristo · 2. LAS VIRTUDES SOBRENATURALES Y LOS DO-
NES DEL ESPIRITU SANTO · 3. LAS VIRTUDES TEOLOGALES. 3.1. Existencia de
las virtudes teologales. 3.2. Son dones d e Dios. 3.3. Dios es su objeto y su fin. 3.4.
Son necesarias para alcanzar el fin sobrenatural. 3.5. Definiciones ♦ 4. LOS DONES
DEL ESPIRITU SANTO. 4.1. ¿Qué son? 4.2. Son necesarios para vivir com o hijos d e
Dios. 4.3. El núm ero d e los dones. 4.4. Al servicio d e las virtudes teologales · 5. LOS
CARISMAS · 6. LA RELACIÓN DE LAS VIRTUDES HUMANAS Y LAS SOBREÑA-
TURALES. 6.1. El organismo cristiano d e las virtudes. 6.2. Unión d e las virtudes hu-
m anas y sobrenaturales. 6.3. Las virtudes hum anas y las sobrenaturales se necesitan
m utuam ente. 6.4. Unidad d e vida y santidad en la vida ordinaria · 7. LA IGLESIA,
AMBITO DE LA ADQUISICIÓN y EDUCACIÓN DE LAS VIRTUDES. 7.1. El verdade-
ro sentido d e la vida. 7.2. Los vínculos d e la verdad, la caridad y la tradición. 7.3. Los
modelos d e virtud en la Iglesia.
1. La vocación del cristiano 13
1.1. El fin sobrenatural
En el mismo acto en el que Dios decide crear al hombre, lo elige para que sea
su hijo en Cristo, hermano de Cristo.
Las virtudes teológicas o teologales son dones de Dios por los que el hombre
se une a Él en su vida íntima.
Son verdaderas virtudes, es decir, disposiciones permanentes del cristiano
que le permiten vivir como hijo de Dios, como otro Cristo, en todas las cir-
cunstancias. El sujeto de las acciones de creer, esperar y amar es la persona
humana.
Las virtudes teologales no solo perfeccionan las potencias de la persona, sino
que la elevan a un nuevo nivel (sobrenatural) de conocimiento y amor, por-
que son una participación del conocimiento y amor divinos.
No solo llevan hacia Dios, como las demás virtudes, sino que tienen por obje-
to a Dios, a quien se adhieren: tocan a Dios, alcanzan a Dios, es decir, elevan
la capacidad humana de conocer y amar hasta hacer partícipe al hombre del
conocer y amar divinos (cf. S.Th., II-II, q.17, a.6).
Además, Dios es su origen y su fin, porque, a través de la acción del Espíritu
Santo, las infunde en el alma, las activa internamente y hace que las acciones
humanas de creer, esperar y amar acaben en el mismo Dios.
Las virtudes teologales son necesarias para saber que el destino del hombre es
la contemplación amorosa de Dios, cara a cara; y para poder vivir como hijos
de Dios y merecer la vida eterna:
• por la fe, el hombre puede saber, asintiendo a lo que Dios le ha revelado,
que la vida con la Santísima Trinidad es el fin al que está llamado;•
• la esperanza refuerza su voluntad para que confíe plenamente en que, con
la ayuda divina, puede alcanzar su destino; y
• la caridad le confiere el amor efectivo por su fin sobrenatural.
Gracias a las virtudes teologales -que «son la garantía de la presencia y la
acción del Espíritu Santo en las facultades del ser humano» (CEC, n.1813)-,
la persona crece en intimidad con las Personas divinas y se va identificando
cada vez más con el modo de pensar y amar de Cristo.
Perfeccionadas por los dones del Espíritu Santo, las virtudes teologales propor-
cionan la sabiduría o visión sobrenatural, por la que el hombre, en cierto modo,
ve las cosas como las ve Dios, pues participa de la mente de Cristo (cf. ICor 2,16).
Si las virtudes humanas potencian la libertad, con las virtudes teologales y
los dones, la persona adquiere la «libertad gloriosa de los hijos de Dios» (Rm
8,21). El dominio sobre uno mismo ya no es solo el que se alcanza por las
propias fuerzas, sino también el que se adquiere por participar del señorío de
Dios, pues el Espíritu Santo es el principio vital de todo el obrar.
Por todo ello, las virtudes teologales constituyen la esencia y el fundamento
de toda la moral cristiana.
3.5. Definiciones
• Por la fe, «creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha revelado, que la San-
ta Iglesia nos propone, porque Él es la verdad misma» (CEC, n.1418); por
tanto, por la fe, se conoce la intimidad de Dios.
• Por la esperanza «aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como
felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y
apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del
Espíritu Santo» (CEC, n.1817).
• Por la caridad, Dios nos ama y nos da el amor con que podemos librcmen-
te amarle a Él «sobre todas las cosas por Él mismo y a nuestro prójimo
como a nosotros mismos por amor de Dios» (CEC, n.1822).
Los dones del Espíritu Santo son hábitos sobrenaturales que disponen a la
inteligencia y a la voluntad para recibir las inspiraciones e impulsos del Espí-
ritu Santo.
«El hombre justo, que ya vive la vida de la gracia y opera por las correspondientes
virtudes -como el alma por sus potencias- tiene necesidad además de los siete
dones del Espíritu Santo. Gracias a ellos el alma se dispone y fortalece para seguir
más fácil y prontamente las inspiraciones divinas» (León XIII, Ene. Divbium ittud
munus, n.12).
Si son hábitos sobrenaturales, como las virtudes infusas, ¿cuál es la diferencia
entre los dones del Espíritu Santo y dichas virtudes?
• Las virtudes infusas permiten que la persona realice actos sobrenaturales
al "modo humano", es decir, dirigida por su razón iluminada por la fe.
• Los dones, en cambio, permiten que la persona realice actos sobrenatura־
les bajo la influencia directa, inmediata y personal del Espíritu Santo,
que es así el impulsor, el guía y la medida de las acciones de los hijos de
Dios, a fin de que vivan como otros Cristos en el mundo (cf. S.Th., q.68,
aa.1-8).
Los actos realizados bajo la influencia de los dones son los más hu manos, los más
libres, los más personales, y, a la vez, los más divinos, los más meritorios. La ini-
ciativa es de Dios; pero el cristiano, por su parte, tiene que consentir libremente
a la acción divina.
Para vivir como hijo de Dios, el hombre necesita la guía continua del Espíritu
Santo, y los dones 10disponen a seguir esa guía. Por medio de los dones. Dios
le comunica su modo de pensar, de amar y de obrar, en la medida en que es
posible a una criatura (cf. M.M. Philipon, 1997,125).
Los dones perfeccionan a las virtudes teologales para que el cristiano pueda
conformarse a Cristo, vivir como otro Cristo, pensar como Él, tener sus mis-
mos sentimientos y realizar así su misión en esta tierra, que es continuar la
misión de Cristo.
Si las virtudes humanas proporcionan a la persona una cierta connaturalidad con
el bien, las virtudes teologales y los dones le conceden una más perfecta instinti-
vidad o connaturalidad con lo divino, para conocer y obrar el bien: conforman al
hombre con el pensamiento y la voluntad de Cristo, y hacen que le sea connatural
pensar, sentir y obrar como hijo de Dios (cf. S.Th., I-II, q.108, a.l).
Los dones del Espíritu Santo están subordinados enteramente a las virtudes
teologales, a su servicio. Son las virtudes teologales las que unen inmediata-
mente a Dios.
Las virtudes morales sobrenaturales y los dones tienen, respecto a las virtudes
teologales, el valor de medios: ayudan al hombre a unirse mejor a Dios.
Los dones son solo auxiliares de las virtudes teologales, porque proporcionan
a las facultades humanas disposiciones nuevas (sobrenaturales) para que la
persona pueda creer, esperar y amar con la máxima perfección (cf. M.M. Phi-
lipón, 1997,154ss).
5. Los carismas
Carisma (del griego diarismo) es, en la perspectiva cristiana y en general, todo
don gratuito que procede del amor (charis) de Dios.
De modo más concreto, se llaman carismas las gracias que Dios concede a
cada cristiano para llevar a cabo su misión en la Iglesia. En este sentido, san
Pablo afirma: «Cada cual tiene de Dios su propio don, uno de una manera,
otro de otra» (ICor 7,7).
Entre los carismas, san Pablo enumera el poder de hacer curaciones, de obrar
milagros, de profetizar, el don de discernimiento de espíritus, el don de lenguas,
el de interpretarlas, etc. (cf. ICor 12,4-11).
En la Iglesia, todos los miembros están unidos por los vínculos de la verdad,
la caridad y la tradición, necesarios para la educación en las virtudes.
a) El vínculo de la verdad
«De la Iglesia (el cristiano) recibe la Palabra de Dios, que contiene las enseñan-
zas de la "ley de Cristo( » ״CEC, n.2030). Los miembros de la Iglesia comparten
una verdad común, la Palabra de Dios, que contiene enseñanzas de fe y moral.
b) El vínculo de la caridad
«El cristiano realiza su vocación en la Iglesia, en comunión con todos los bau-
tizados» (CEC, n.2030). Esta comunión tiene su fundamento en la comunión
con Cristo, Cabeza del Cuerpo que es la Iglesia. Todos están unidos a la misma
Cabeza, todos son hijos de un mismo Padre, todos están vivificados por el
mismo Espíritu, todos tienen la misma misión (participación en la misión de
la Iglesia, en la misión de Cristo).
En el Cuerpo de la Iglesia, hay una corriente vital que va de Cristo a cada uno:
es la gracia con las virtudes sobrenaturales y los dones que Él da; y hay otra
corriente entre todos los miembros del Cuerpo, los del cielo, los del purgatorio
y los que todavía caminan en esta tierra: «El menor de nuestros actos hecho
con caridad repercute en beneficio de todos, en esta solidaridad entre todos
los hombres, vivos o muertos, que se funda en la comunión de los santos.
Todo pecado daña a esta comunión» (CEC, n.953).
Además de esta dimensión ״ontológica ״de la comunión de los santos, hay
también una dimensión moral, que consiste en la ayuda mutua que unos a
otros se prestan, con la palabra y el ejemplo, movidos por la caridad, para
vivir todas las virtudes a imitación de Cristo.
c) El vínculo de la tradición
Además de la transmisión del depósito de la fe y la moral, en la Iglesia se
transmiten las virtudes de unos miembros a otros, virtudes que cada uno
debe aprender para ser fiel a la historia sobre la que la Iglesia está asentada: la
de la vida, muerte y resurrección de Cristo.
En esta transmisión tienen una especial importancia, en primer lugar, la fa-
milia (iglesia doméstica) y, en segundo lugar, las asociaciones, movimientos,
comunidades, etc., que el Espíritu Santo suscita a lo largo del tiempo, en armo-
nía con la dimensión institucional de la Iglesia.
Ejercicio 1. Vocabulario
Identifica el significado de las siguientes palabras y expresiones usadas:
1. ¿Qué quiere d ecir que las virtud es sobrenaturales son dones gratuitos?
2. ¿Cómo conocem os la existencia de las virtud es teologales?
3. ¿Qué significa que Dios es o b je to y fin de las virtu d e s teologales?
4. ¿Por qué necesitam os las virtud es teologales?
5. ¿Qué significa que los dones del Espíritu Santo nos capacitan para o b ra r de
m odo connatural con Dios?
6. ¿En qué se diferencian los dones de las virtu d e s sobrenaturales?
7. ¿Qué significa que Cristo es el fu nd a m e nto a la vez de la antropología y del
obrar m oral del hom bre?
8. ¿Por qué las virtu d e s sobrenaturales necesitan de las virtud es hum anas y vice-
versa?
9. ¿Qué quiere decir que las virtudes form an un organism o?
10. ¿Por qué no se puede d ecir que haya realidades buenas y nobles exdusivam en-
te profanas?
Ejercicio 3. Comentario de texto
Lee el siguiente texto y haz un comentario personal utilizando los contenidos
aprendidos:
Este tem a comienza con unas reflexiones sobre los significados de la pa*
labra creer y, más concretam ente, sobre la fe com o realidad humana.
Estas reflexiones nos ayudarán a entender m ejor en qué consiste la fe
teologal, de la que nos hablan la Sagrada Escritura y el M agisterio de la
Iglesia.
SUMARIO
t . ¿QUÉ SIGNIFICA CREER? » 2. LA FE COMO REALIDAD HUMANA 3 ׳. AL-
GUNAS ENSEÑANZAS DE LA SAGRADA ESCRITURA SOBRE LA FE · 4. LA FE
EN ALGUNAS ENSEÑANZAS DEL MAGISTERIO. 4.1. El Concilio d e Trento. 4.2. El
Concilio Vaticano 1.4.3. El Concilio Vaticano II. 4.4. El Catecism o de la Iglesia Católica.
4.5. Dos encíclicas sobre la fe: Pides e t ra tio y Lum en ñ de i · 5. LA FE, INICIATIVA
DE DIOS Y RESPUESTA DEL HOMBRE. 5.1. La iniciativa d e Dios. 5.2. La respuesta
del hombre. 5.3. Definición agustiniana d e la fe teologal * 6. LA FE "CRISTIANA".
6.1. Jesucristo, fundam ento de nuestra fe. 6.2. El encuentro con Cristo en la Igle-
sia · 7. FE Y GRACIA. 7.1. La fe es un don gratuito d e Dios. 7.2. La fe es auténti-
cam ente hum ana * 8. LA CERTEZA, LA FIRMEZA Y LA UNIVERSALIDAD DE LA
FE » 9. ELACTODEFE.
1. ¿Qué significa creer?
Tener fe es creer, pero en muchos casos, empleamos la palabra "creer" de
modo impropio:
• Cuando decimos: ״creo que mañana hará buen tiempo", la empleamos en
el sentido de opinar, de tener certeza moral de algo; esta certeza supone
estar convencido de algo por argumentos que son subjetivamente suficien-
tes, aunque no lo sean desde el punto de vista objetivo.
• A veces se emplea en el sentido de admitir la doctrina de una religión
natural, que comporta toda una visión del mundo, o de una corriente filo-
sófica, etc.
• En algunos casos, creer equivale a confiar en algo sin tener para ello nin-
guna base racional. Es el caso del que cree, por ejemplo, que puede conocer
el futuro por las cartas astrales.
• Por último, se emplea también la palabra creer en el sentido de apostar por
alguien; por ejemplo, cuando se dice: ״creo en tal persona: estoy seguro de
que puede realizar bien tal trabajo".
En sentido propio, creer significa "tener por verdadero algo que me comunica
otra persona", un testigo en el que confiamos porque tenemos ciertas garan-
tías de que dice la verdad.
En muchos casos, la relación con el testigo que nos comunica algo no es perso-
nal: recibimos continuamente muchos conocimientos como informaciones, a
través de diversos medios, sin conocer a la persona que los trasmite.
Pero la fe adquiere su más profundo sentido cuando la relación con el testigo
es de amistad personal. Entonces, creer es hacer un acto de fe en una persona
que me conoce y que me comunica su intimidad, su mundo interior. Es una
forma de entrega y aceptación mutua, y no solo el asentimiento a una infor-
mación que el otro me comunica. Se trata de la fe interpersonal o de amistad.
Un caso especialísimo de fe interpersonal es la fe sobrenatural en Dios, o fe
teologal, tal como la concibe la Iglesia.
4 .2 . El C o n c ilio V a tic a n o I
Son interesantes también las enseñanzas del Concilio sobre las relaciones de
la fe con la razón. La fe no es un acto ciego del espíritu, sino un acto acorde
con la razón. En este sentido, hay signos externos, como los milagros y las
profecías, que hacen razonable a la fe, sin que esta deje de ser un don gratuito
de Dios.
Entre la fe y la razón, afirma el Concilio frente a determinados planteamientos
filosóficos, no puede haber contradicción. Es más, se ayudan mutuamente.
La razón ayuda a conocer los fundamentos de la fe, y la fe libra a la razón del
error.
El objeto de la fe es todo lo que se contiene en la palabra de Dios escrita o de
Tradición, y que es propuesto por el Magisterio solemne o por el ordinario y
universal como revelación divina que se debe creer.
Respecto a la existencia de Dios, el Concilio afirma también en la Constitución
dogmática Dei Filius (c.2): «La santa Iglesia, nuestra madre, mantiene y enseña
que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza
mediante la luz natural de la razón humana a partir de las cosas creadas».
Las descripciones de Dei Filius y de Dei Verbum tienen una esencial unidad;
sin embargo, en Dei Verbum se pone de relieve la conexión intrínseca entre
la fe y la amistad divina, y con ello la analogía entre la fe sobrenatural y la fe
humana interpcrsonal.
Es también muy interesante la enseñanza del Concilio sobre la libertad del
acto de fe, recogida sobre todo en el n.10 de la Declaración Dignitatís humanae.
«El acto de fe es voluntario por su propia naturaleza, ya que el hombre (...) no
puede adherirse a Dios que se revela a sí mismo, si, atraído por el Padre, no
rinde a Dios el obsequio racional y libre de la fe».
En consecuencia, no se puede imponer nada en materia religiosa. Gracias a la
libertad religiosa, «los hombres pueden ser invitados fácilmente a la fe cris-
tiana, a abrazarla por su propia determinación y a profesarla activamente en
toda la ordenación de su vida».
En la encíclica Fides et ratio (14.1X.1998), san Juan Pablo II afirma que desea
continuar la reflexión iniciada en la encíclica Veritatis splendor (6.VI1I.1993),
«centrando la atención sobre el tema de la verdad y de su fimdamento en reía-
ción con lafe» (n.6).
Una de las grandes preocupaciones que llevan al Papa a escribir esta encíclica es
la falta de puntos de referencia de las nuevas generaciones, y la necesidad de
una base sólida sobre la cual construir la existencia personal y social. Juan Pablo
11manifiesta su convencimiento de que «reafirmando la verdad de la fe» se puede
«devolver al hombre contemporáneo la auténtica confianza en sus capacidades
cognoscitivas y ofrecer a la filosofía un estímulo para que pueda recuperar y de-
sarrollar su plena dignidad» (n.6).
La respuesta del hombre es la «obediencia de la fe» (Rm 1,5; 16,26), por la que
acoge el mensaje divino. Es el elemento subjetivo, porque pertenece al sujeto
que cree.
En la acogida del mensaje por parte del hombre, cabe destacar tres dimensiones:
a) La fe es asentir voluntariamente, confesar, creer que es verdad, afirmar
como verdadero lo que Dios ha revelado. Se trata de una adhesión intelectual
al conjunto de verdades reveladas por Dios (al que se le suele llamar "depósi-
to ״de la fe).
La fe sobrenatural, como toda fe, es esencialmente cognoscitiva -no es una mera
actitud de confianza-; mediante la fe participamos del autoconocimiento que
Dios tiene de sí mismo -de su intimidad y de sus designios ;־esta participación
es limitada, ya que le fe es siempre de lo que no se ve, y tiende a su plenitud en el
Cielo, donde veremos a Dios cara a cara.
Toda fe se funda en la autoridad de verdad de la persona que habla. Está de-
terminada, por tanto, por el valor de esa autoridad.
La fe humana es por sí limitada, ya que ninguna persona humana es regla de
verdad y bien -puede engañarse o engañarnos-. Pero en el caso de la fe teolo-
gal, al ser Dios la Regla de la Verdad y del Bien, la fe debe ser absolutamente
incondicional.
La fe como respuesta a la Revelación divina «es posible y justo darla, poique Dios
es creíble. Nadie lo es como Él. Nadie como Él posee la verdad. En ningún caso
como en la fe en Dios se realiza el valor conceptual y semántico de la palabra
tan usual en el lenguaje humano: "Creo", ״Te creo( » ״S. Juan Pablo II, Audiencia,
13.111.1985).
b) Por la fe, la persona se adhiere incondicional y enteramente a Dios, en-
fregándole « ״el homenaje total de su entendimiento y voluntad ״, asintiendo
libremente a lo que Dios revela» (DV, n.5).
La fe es una respuesta de toda la persona no solo a la doctrina, sino también
a Dios mismo. Por la obediencia de la fe, toda la persona libremente se aban-
dona en Dios y confía plenamente en Él. La fe introduce al hombre en una
relación profundamente personal y amorosa con Dios, una relación de diálogo
y amistad.
«La fe es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo
e inseparablemente el asentimiento libre a toda la wrdad que Dios ha revelado. En
cuanto adhesión personal a Dios y asentimiento a la verdad que Él ha revelado,
la fe cristiana difiere de la fe en una persona humana. Es justo y bueno confiarse
totalmente a Dios y creer absolutamente lo que Él dice. Sería vano y errado poner
una fe semejante en una criatura» (CEC, n.150).
c) La virtud de la fe implica vivir de fe, de acuerdo con la fe. En el cristiano
no solo hay un nuevo conocimiento, una nueva luz, una nueva visión; no solo
afirma y confiesa la verdad revelada (fidelidad intelectual); hay además una
vida nueva, sobrenatural, la vida de Cristo, que está llamada a desarrollarse
en una amistad personal con la Trinidad, en el seguimiento e identificación
con Cristo: vivir como hijos del Padre, como otros Cristos, en el Espíritu Santo.
6. La fe "cristiana"
6.1. Jesucristo, fundam ento de nuestra fe
7. Fe y gracia
7.1. La fe es un don gratuito de Dios
a) Es razonable
AI tratar de la fe como realidad humana hablamos de la intervención de la
inteligencia, que juzga, por una parte, si el testigo es creíble, y, por otra, si lo
que dice el testigo es razonable. Se trata de los juicios sobre la credibilidad del
testigo y de lo que dice.
Pues bien, Jesucristo, con sus obras y palabras da los signos necesarios para
llegar al convencimiento de que es el Hijo de Dios, de modo que creer en Él es
razonable. En este sentido, los milagros que realiza son señales que pretenden
mostrar su divinidad y mover a la fe y a la confianza en Él.
• Por eso, ante la incredulidad de los judíos, Jesús alude a sus obras como
garantía de sus palabras: «Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis;
pero si las hago, creed en las obras, aunque no me creáis a mí, para que
conozcáis y sepáis que el Padre está en mí y yo en el Padre» (Jn 10,3738)־.
• De modo semejante, durante la última Cena, después de afirmar que quien
le ha visto a Él ha visto al Padre, pide: «Creedme: Yo estoy en el Padre y el
Padre en mí; y si no, creed por las obras mismas» (Jn 14,11).
De todas formas, sin la ayuda de la gracia, a pesar de que Jesucristo se da a
conocer suficientemente, el hombre no es capaz de reconocerlo como Hijo de
Dios, y se le presenta como un enigma: como un hombre perfecto, pero, a la
vez, como alguien que es más que un hombre; el conocimiento que tenemos
de Él nos lleva a afirmar de Él algo más, pero no sabemos qué.
La solución a este enigma solo se encuentra al descubrir, con la ayuda de la
gracia, que es el Hijo de Dios: los signos adquieren en ese momento su verda-
dero significado, y el enigma pasa de ser una realidad oscura a ser un misterio
pleno de luz.
b) Es Ubre 45
En el acto de creer algo a una persona humana, interviene también la volun-
tad, porque el contenido de lo que nos dice no es evidente para nuestra inte-
ligencia. Y el asentimiento de nuestra voluntad depende de cuánto queramos
a la persona que nos comunica el conocimiento y de cuánto queramos dicho
conocimiento.
La decisión de creer con fe teologal también es un acto libre de la voluntad: es
un obsequio racional y libre, fruto de una decisión personal de amor y entrega
a una persona, Jesucristo.
En los Evangelios vemos que para creer en Jesucristo y en sus palabras, las
disposiciones de la voluntad, del corazón, son decisivas. Jesús se dirige con
su palabra y sus obras a todos, pero unos creen, y otros, en cambio, se niegan
a creer, aunque ven milagros.
«Es un hecho -afirma san Atanasio- que la enseñanza de la verdad es diferente-
mente recibida según las disposiciones de los oyentes. El Verbo presenta a todos
el bien y el mal; de modo que uno, bien dispuesto hada lo que se le anuncia, tiene
su alma en la luz, y el otro, dispuesto en sentido contrarío y no decidido a fijar la
mirada del alma en la luz de la verdad, permanece en las tinieblas de la ignoran·
cia» {De vita Moysis, 11,65).
El obstáculo que señala san Juan para recibir la luz de la fe es de tipo moral:
«Porque sus obras eran malas». La mala conducta no es compatible con el
amor a la luz. Si uno obra mal y viene a la luz, a Cristo, tiene que estar dis-
puesto a que sus propias obras le acusen. Debe enfrentarse con la realidad de
su vida, recibir el amor de Dios, arrepentirse y seguir a Cristo. Pero el que no
quiere cambiar de vida, odia la luz, rechaza a Cristo y rechaza la verdad que
enseña.
Para ver a Cristo, para creer que es Dios, y decidirnos a vivir de acuerdo con
su Palabra, es imprescindible, por nuestra parte, un corazón limpio, una vo-
!untad buena, que no ponga obstáculos con sus vicios a la luz que Dios conce־
de a nuestra inteligencia: la luz de la fe.
Quizá el mayor obstáculo para recibir el don de la fe es la soberbia. El Señor
atribuye a este pecado la causa de la incredulidad: «¿Cómo podéis creer vosotros,
que recibís gloria unos de otros, y no queréis la gloria que procede del único
Dios?» (Jn 5,44). La glorificación del yo es incompatible con el reconocimiento hu-
miide de que necesitamos la salvación que Dios nos ofrece por medio de Cristo.
8. La certeza, la firmeza
y la universalidad de la fe
Aunque las verdades reveladas por Dios no sean evidentes para nosotros,
nuestro asentimiento es totalmente cierto, porque esa certeza se basa en la
Palabra misma de Dios, que es la Verdad primera, que no puede mentir.
La fe en Jesucristo no es solo lo más cierto, lo más seguro, sino también lo que
más ilumina nuestra existencia; gracias a la fe podemos salir de la duda y de
la incertidumbre respecto a las cuestiones más importantes para nuestra vida
temporal y eterna: «El Verbo era la luz verdadera, que ilumina a todo hombre,
que viene a este mundo» (Jn 1,9).
A pesar de todo, la fe es imperfecta: «Caminamos en la fe y no (...) en la visión»
(2Cor 5,7), y conocemos a Dios «como en un espejo, de una manera confusa (...),
imperfecta» (ICor 13,12). Por eso, «"la fe trata de comprender ״: es inherente a la fe
que el creyente desee conocer mejor a aquel en quien ha puesto su fe, y compren-
der mejor lo que le ha sido revelado; un conocimiento más penetrante suscitará a
su vez una fe mayor, cada vez más encendida de amor» (CEC, n.158).
Basados en la autoridad de Dios y fortalecidos por su gracia, nuestra fe debe
ser tan firme que, antes que perderla, estemos dispuestos a dar nuestra vida,
siguiendo el ejemplo de tantos mártires.
La fe es universal, es decir, se extiende a todas las verdades reveladas por
Dios y propuestas por la Iglesia. Negar una verdad sería poner en entredicho
la autoridad de Dios, cambiando así el verdadero motivo de la fe (la autoridad
divina) por el propio criterio.
9· El acto de fe 47
Lo dicho hasta aquí nos permite describir el acto de fe sobrenatural sintética·
mente de esta manera:
• La virtud de la fe diviniza el entendimiento: lo hace connatural al entcn-
dimiento divino, a las verdades divinas; de este modo, sin llegar a la evi-
dencia (que solo se dará en el cielo), adquiere una especial capacidad para
captar y entender las verdades divinas. Y la Verdad divina por excelencia
es Dios mismo -las tres Divinas Personas-.
• Gracias a la connaturalidad con las verdades divinas que da la fe, el cris-
tiano, al "encontrarse ״con las "palabras y obras" de Jesucristo, es capaz
de descubrir que la Persona de Jesucristo es el Hijo de Dios. Por eso,
podemos afirmar que el primer "acto" de la fe cristiana es "descubrir" y
confesar que Jesucristo es el Hijo de Dios.
• El encuentro con Cristo Vivo -el "descubrimiento" de su realidad como
Hijo de Dios- se lleva a cabo en la Iglesia. La Iglesia, mediante su predica-
ción y los sacramentos, hace presentes de modo permanentemente actúa-
les las palabras y las acciones de Cristo.
• El acto de fe tiene como objeto una Verdad -que Jesucristo es el Hijo de
Dios-; es, por tanto, un acto de la inteligencia; no es un sentimiento, una
mera adhesión subjetiva. Es la captación de una Verdad gracias a la acción
divinizadora de Dios en nuestra alma (evidencia por connaturalidad).
• En esta Verdad, el cristiano -viviendo de ella- va descubriendo una pleni-
tud cada vez mayor, tanto en amplitud como en profundidad: Jesucristo
es el Hijo de Dios; la Paternidad divina; el Espíritu Santo como Persona-
Amor, que es el Espíritu de Cristo; el plan salvador de Dios respecto de los
hombres; los misterios de nuestra fe...
• En razón de la fe, el cristiano es capaz de desarrollar su vida cristiana me-
diantc las otras dos virtudes teologales, en una relación de amistad, cada
vez más íntima, con las tres Divinas Personas.
Ejercicio 1. Vocabulario
Identifica el significado de las siguientes palabras y expresiones usadas:
• C onnaturalidad • M ilagro
• Justificación • Incredulidad
• Fe fiducial • Soberbia
• Predestinación • Edesial
4. ¿Qué significa la fam osa frase de san A gustín: «Credere Deum, creciere Deo, ere-
dere in Deum»
5. ¿Cuáles son las enseñanzas más im portantes del C oncilio de Trento sobre la
fe?
6. Las descripciones de la fe que nos ofrecen D ei Filius y Dei Verbum tie n e n una
esencial unidad; sin em bargo, ¿qué se pone de relieve en Dei Verbum?
10. ¿En qué sentido se afirm a q ue la fe te olo ga l es auténticam ente hum ana?
Ejercicio 3. Comentario de texto
Lee e l s ig u ie n te te x to y haz un c o m e n ta rio p e rso n a l u tiliz a n d o los c o n te n id o s
a p re n d id o s :
«En el conocim iento m ediante la fe nos inspiramos en la Revelación, con la que Dios ״se
da a conocer a Sí mismo ״directam ente. Dios se revela, es decir, perm ite que se le conoz-
ca a El mismo m anifestando a la humanidad "el m isterio de su voluntad". La voluntad
de Dios es que los hombres, por m edio de Cristo, Verbo hecho hombre, tengan acceso
en el Espíritu Santo al Padre y se hagan partícipes de la naturaleza divina. Dios, pues,
revela al hom bre "a Sí mismo", revelando a la vez su plan salvífico respecto al hombre.
Este m isterioso proyecto salvíñco de Dios no es accesible a la sola fuerza razonadora
del hom bre. Por tanto, la más perspicaz lectura dei testim onio de Dios en las criaturas
no puede desvelara la m ente humana estos horizontes sobrenaturales. No abreante el
hom bre "el cam ino de la salvación sobrenatural", cam ino que está íntim am ente unido
al "don que Dios hace de S í'a l hom bre. Con la revelación de Sí m ism o Dios In v ita y
recibe al hom bre a la com unión con Él".
Solo teniendo to do esto ante los ojos, podemos captar qué es realmente la fe: cuál es
el contenido de la expresión "creo".
Si es exacto decir que la fe consiste en aceptar como verdadero lo que Dios ha revela*
do, el Concilio Vaticano II ha puesto oportunam ente de relieve que es tam bién una res*
puesta de todo el hombre, subrayando la dim ensión״existencíary ״personalista ״de ella.
Efectivamente, si Dios "se revela a Sí m ism o"y manifiesta al hombre el salvífico ״misterio
de su voluntad", es justo ofrecer a Dios que se revela esta "obediencia de la fe" por la cual
to do el hom bre librem ente se abandona a Dios, prestándole ״el homenaje total de su
entendim iento y voluntad״, "asintiendo voluntariam ente a lo que Dios revela״.
En el conocim iento m ediante la fe el hom bre acepta como verdad todo el contenido
sobrenatural y salvífico de la Revelación; sin embargo, este hecho lo introduce, al mis-
mo tiem po, en una relación profundam ente personal con Dios mismo que se revela. Si
el contenido propio de la Revelación es la "auto-com unicación ״salvífica de Dios, en*
tonces la respuesta de fe es correcta en la medida que el hom bre -aceptando como
verdad ese contenido salvífico-, a la vez, ״se abandona totalm ente a Dios". Solo un com-
pleto"abandono a Dios ״por parte del hom bre constituye una respuesta adecuada».
SUMARIO
1. NECESIDAD DE LA FE PARA LA SALVACIÓN · 2. FE Y VIDA. 2.1. U fe , fuente
d e la vida moral. 2.2. La ordenación d e la fe a la caridad. Fe formada y fe informe. 2.3.
La unidad de fe y vida moral. 2.4. Fe y vida ordinaria del cristiano 3 ׳. EL CRECI-
MIENTO EN LA FE * 4. FEYORACIÓN. 4.1. Pedir al Señor q u e nos aum ente la fe.
4.2. Hacer actos d e fe. 4.3. Fe y conciencia d e la presencia amorosa de Dios · 5. FE Y
SACRAMENTOS. 5.1. La Confirmación. 5.2. U Eucaristía. S .3 .U Penitencia · 6. FE
Y DONES DEL ESPÍRITU SANTO. 6.1. El don d e entendim iento. 6.2. El don d e cien-
cia. 6.3. El don d e sabiduría. 6.4. El don d e consejo - 7. LA FE ES CONOCIMIENTO
VERDADERO. 7.1. La fe ilumina la existencia del hombre. 7 2 . La sabiduría sobreña-
tural · 8. LA FORMACIÓN EN LA FE. 8.1. Importancia d e la formación en la fe. 8.2.
La Iglesia, m adre y educadora d e la fe; formación en la fe y unión con el Magisterio.
1. Necesidad de la fe para la salvación 51
La fe es el inicio de la salvación, condición necesaria para la amistad con Dios.
El que cree, aceptando el don de la fe, recibe un nuevo ser, que le hace hijo de
Dios: «A cuantos le recibieron les dio potestad de ser hijos de Dios, a los que
creen en su nombre» (Jn 1,12).
«Creer en Cristo Jesús y en Aquel que lo envió para salvamos es necesario para
obtener esa salvación (cf. Me 16,16; Jn 3,36; 6,40 e.a.). "Puesto que ״sin la fe... es
imposible agradar a Dios( ״Hb 11,6) y llegar a participar en la condición de sus
hijos, nadie es justificado sin ella, y nadie, a no ser que ״haya perseverado en ella
hasta el fin' (Mt 10,22; 24,13), obtendrá la vida eterna" (Concilio Vaticano I: D$
3012; cf. Concilio dcTrcnto: DS1532)» (CEC, n.161).
Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres, el único camino de sal-
vación, quien se hace presente en su Cuerpo, que es la Iglesia: «Yo soy el Ca-
mino, la Verdad y la Vida; nadie va al Padre si no es a través de mí» (Jn 14,6).
El mismo Cristo declaró de modo explícito la necesidad de la fe y del bautis-
mo para salvarse: «Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda criatura.
El que crea y sea bautizado se salvará; pero el que no crea se condenará» (Me
16,1516 ;־cf. Jn 3,5). Con estas palabras confirma, al mismo tiempo, la necesi-
dad de la Iglesia, en la que se entra por el bautismo.
Por tanto, «no podrían salvarse aquellos hombres que, conociendo que la Igle-
sia católica fue instituida por Dios a través de Jesucristo como necesaria, sin
embargo, se negasen a entrar o a perseverar en ella» (LG, n.14).
¿Qué sucede entonces con quienes ignoran sin culpa el Evangelio? «Quienes,
ignorando sin culpa el Evangelio de Cristo y su Iglesia -afirma LG-, buscan, no
obstante, a Dios con un corazón sincero y se esfuerzan, bajo el influjo de la gracia,
en cumplir con obras su voluntad, conocida mediante el juicio de la conciencia,
pueden conseguir la salvación eterna» (n.16).
Afirmar la necesidad de la fe para salvarse es afirmar también que nadie se
justifica por sus propias obras, nadie es fuente de su propia justicia. «La sal-
vación mediante la fe consiste en reconocer el primado del don de Dios, como
bien resume san Pablo: "En efecto, por gracia estáis salvados, mediante la fe.
Y esto no viene de vosotros: es don de Dios( ״Ef 2,8s)» (LF, n.19).
2. Fe y vida
La fe es principio, inicio, de una vida nueva, la vida sobrenatural, la vida de
los hijos de Dios: una vida de amistad con las tres Personas divinas.
Mediante la fe, el cristiano va adquiriendo el modo de pensar de Dios; y surge
el diálogo de los que se aman, de los que comparten sus vidas: el diálogo de la
oración y el diálogo de las obras.
La vida moral de los hijos de Dios tiene su fuente en la fe en Dios, que nos
revela su amor. ¿Por qué? Porque los actos de las otras virtudes teologales ne-
cesitan como realidad previa el acto de fe, del mismo modo que todo acto de
la voluntad necesita un acto previo de la inteligencia. Los actos de esperanza
y caridad, por ser auténticamente humanos, son fruto de un acto de conocí-
miento: no se puede desear ni amar lo que no se conoce.
Pero la fe no es solo la fuente de la vida cristiana, sino que es un elemento
esencial de todo su desarrollo. La fe se debe manifestar y estar presente en
todas las obras del cristiano, en los actos de cualquier virtud, que siempre de-
ben ser, en cierto modo, actos de fe. La fe debe penetrar toda la vida cristiana.
«Vale la pena, ante todo, que nos decidamos a tomar en serio nuestra fe cristiana.
Al recitar el Credo, profesamos creer en Dios Padre todopoderoso (...). Pero, esas
verdades ¿penetran hasta lo hondo del corazón o se quedan quizá en los labios?
El mensaje divino de victoria, de alegría y de paz de la Pentecostés debe ser el
fundamento inquebrantable en el modo de pensar, de reaccionar y de vivir de
todo cristiano» (S. Josemaría Escrivá, 2002,129).
Es muy importante tener en cuenta que la fe, a su vez, tiene su fuente en el
Espíritu Santo. En efecto, el Espíritu Santo anima a profesar la fe en Cristo:
«Nadie puede decir ¡ ״Señor, Jesús!", sino por el Espíritu Santo» (ICor 12,3). Y
después del inicio de la fe, todo el desarrollo posterior: identificarse con Cristo
y seguirlo, se realiza bajo la acción del Espíritu Santo. Por tanto, el Espíritu
Santo es la fuente última de la vida moral del cristiano.
3. El crecimiento en la fe
«El primer mandamiento nos pide que alimentemos y guardemos con pru-
dencia y vigilancia nuestra fe y que rechacemos todo lo que se opone a ella»
(CEC, n.2088).
La fe, como todas las virtudes, puede y debe crecer. Pero, como las demás
virtudes sobrenaturales, no se adquiere ni crece por el propio esfuerzo, sino
por don de Dios. La persona puede merecer ese aumento en determinadas
condiciones, pero el aumento mismo solo Dios puede causarlo.
Alimentar la fe quiere decir:
• crecer en la fe mediante los sacramentos, la oración y las buenas obras que
cooperan con la acción de Dios;
• vivir de la fe: ser almas contemplativas, y para ello cuidar tiempos espc-
cíales para el diálogo íntimo con el Señor, y considerar sus "obras y pala-
bras; ״
• vivir de acuerdo con la fe, de modo que las obras sean reflejo de la fe que
se profesa;
• adquirir una formación doctrinal adecuada a la realidad personal de cada
uno, mediante el estudio, la lectura, etc.
Estudiamos a continuación algunos de estos aspectos.
4. Fe y oración
4.1. Pedir al Señor que nos aumente la fe
«Los apóstoles le dijeron al Señor: Auméntanos la fe» (Le 17,5). En otro mo*
mentó, el Evangelio habla de una emocionante oración pidiendo la fe: «Si algo
puedes, compadécete de nosotros y ayúdanos. Y Jesús le dijo: ¡Si puedes...!
¡Todo es posible para el que cree! Enseguida el padre del niño exclamó: ¡Creo,
Señor; ayuda mi incredulidad!» (Me 9,2224)־. La fe es un don de Dios. Teñe-
mos que agradecérsela, y pedirle su incremento con insistencia y audacia.
Por otra parte, toda necesidad puede convertirse en objeto de petición a Dios,
y toda petición a Dios supone poner en acto la fe.
Pero esa fe debe ser audaz y confiada: Cristo, «nos enseña esta audacia filial:
"Todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido". Tal es la
fuerza de la oración, "todo es posible para quien cree", con una fe "que no
duda". Tanto como Jesús se entristece por la "falta de fe" de los de Nazaret
y la "poca fe" de sus discípulos, así se admira ante la "gran fe" del centurión
romano y de la cananea» (CEC, n.2636).
La fe crece -junto con la gracia- mediante los actos de fe, ya sean implícitos o
explícitos, en razón del mérito: no tanto porque sean acciones nuestras, sino
porque son cooperación con la acción divina:
«El hombre no tiene, por sí mismo, mérito ante Dios sino como consecuencia del
libre designio divino de asociarlo a la obra de su gracia. El mérito pertenece a la
gracia de Dios en primer lugar, y a la colaboración del hombre en segundo lugar.
El mérito del hombre retoma a Dios» (CEC, n.2025). Y así, cuando estamos en
gracia «podemos [...] merecer en favor nuestro y de los demás gracias útiles para
nuestra santificación, para el crecimiento de la gracia y de la caridad, y para la
obtención de la vida eterna» (CEC, n.2010).
En especial, ayuda grandemente al fortalecimiento de nuestra fe realizar actos
explícitos de fe: rezar alguno de los Símbolos, hacer actos de fe sobre algún
misterio de nuestra fe en el que nos tengamos que apoyar en un momento
determinado ("Creo en Dios Padre, Creo en la Iglesia, Creo en la presencia de
Cristo en la Eucaristía...) ״.
5.1. La Confirmación
5.2. La Eucaristía
5.3. La Penitencia
Ante las dificultades en la fe, con sus posibles heridas, es importante acudir
al sacramento de la Reconciliación, en el que Dios, al perdonarnos, nos ayuda
con su gracia para luchar especialmente contra aquellos pecados y faltas de
los que nos confesamos.
La fe sin caridad es una "fe muerta", que no se ordena a la amistad con Dios,
y tiende a desaparecer; sin el sacramento de la Penitencia, el alma en pecado
mortal tiende a la aniquilación de todo rastro de vida sobrenatural.
6. Fe y dones del Espíritu Santo
La fe es perfeccionada por los dones intelectuales de entendimiento, ciencia,
sabiduría y consejo.
6.2. El d on de ciencia
El don de ciencia nos ayuda a entender, juzgar y valorar las cosas creadas en
cuanto obras de Dios y en su relación al fin sobrenatural del hombre.
Por el don de ciencia, podemos captar con más claridad la relación que hay en-
tre las realidades humanas y los planes de Dios; advertimos de modo inme-
diato el sentido último que tienen los acontecimientos y las cosas del mundo;
y miramos las obras de Dios con la mirada de quien es su hijo.
Gracias al don de ciencia, contemplamos el mundo con una mirada nueva
que sabe captar en cada criatura la omnipotencia, la belleza, la verdad y la
bondad de Dios.
Ante la Creación, el que se sabe hijo de Dios se siente en la casa de su Padre y
de sus hermanos. Todos los bienes que Dios ha creado son para él, y él es para
Cristo. No es un extraño ante las riquezas creadas, ni las trata como si fueran aje-
ñas. Dios le ha concedido el dominio sobre ellas y lo ha nombrado su colaborador
en la creación; en consecuencia, respetando el ser y el fin de las cosas, las emplea
para servir a Dios y a los demás.
El don de ciencia concede a la persona una visión nueva que le permite descu־
brir el sentido y el lugar de cada ser, de los animales, de las plantas y especial-
mente de los demás hombres. Por este don, se nos da a conocer el verdadero
valor de los seres creados en relación con Dios, para no estimar a las criaturas
más de lo que valen y no poner en ellas, sino en Dios, el fin de nuestra vida (cf.
S.Th., II-II, q.9, a.4).
El don de sabiduría hace al hombre dócil para juzgar con verdad sobre las
más diversas situaciones y realidades bajo el impulso del Espíritu Santo.
El sentido primordial del don de sabiduría es la contemplación amorosa de
Dios. Hace que nos resulte connatural querer todo y solo lo que lleva a Dios,
nos da la inclinación amorosa a seguir lo que Él desea, y por eso podemos
juzgar bien las diversas situaciones y realidades, con la luz del Espíritu Santo.
Es la sabiduría que Dios revela a los pequeños (cf. Mt 11,25).
Gracias al don de sabiduría, el cristiano ve todas las cosas con los ojos de
Dios, también el dolor y el sufrimiento: no los considera una desgracia, sino
una manifestación del amor de su Padre, que le permite purificarse y partid-
par en la redención, uniéndose a la Cruz de Cristo.
San Pablo opone la falsa sabiduría de este mundo, que es "locura a los ojos de
Dios ״, al escándalo de la Cruz, que es la verdadera sabiduría divina: «Porque
el mensaje de la cruz es necedad para los que se pierden, pero para los que se
salvan, para nosotros, es fuerza de Dios. Pues está escrito: Destruiréla sabiduría
de los sabios, y desecharé la prudencia de los prudentes» (ICor 1,18-19). Cristo cru-
cificado es escándalo para los judíos y necedad para los gentiles, pero para los
llamados, fuerza de Dios y sabiduría de Dios (cf. ICor 1,22-24).
6.4. El d on de consejo
Por la fe, conocemos las verdades morales que Dios nos ha revelado. Esas ver-
dades, junto con otras que adquirimos por la luz natural de la razón, son muy
importantes para poder elegir en cada circunstancia las acciones que debemos
poner como medios para alcanzar algún fin bueno. Esa elección es el objeto de
la virtud de la prudencia.
El don de consejo perfecciona de modo especial la virtud de la prudencia.
Nos ayuda a apreciar y elegir en cada momento, y especialmente en las deci-
siones importantes, la acción que más agrada a Dios, tanto en la propia vida
como en la de aquellas personas a las que debamos aconsejar. Directamente
iluminados por el Espíritu Santo, elegimos las acciones que están de acuerdo
con la voluntad de Dios.
Conviene, sin embargo, no olvidar que el Espíritu Santo cuenta con que nosotros
pongamos de nuestra parte los medios de los que disponemos. Concretamente,
para decidir bien, tenemos que vivir los diversos aspectos de la virtud humana
de la prudencia: pensar, pedir consejo si es necesario, tener en cuenta las leccio-
nes del pasado, tratar de ver las cosas como son, etc. Confiar en la iluminación
del Espíritu Santo despreciando los medios ordinarios que Dios proporciona, está
fuera de toda lógica, también de la sobrenatural.
El cristiano no encuentra contradicción entre las inspiraciones del Espíritu y
la obediencia a las enseñanzas de la Iglesia o a los mandatos de quien tiene
autoridad espiritual, porque el mismo Espíritu Santo inspira esa filial sumí-
sión a los legítimos representantes de la Iglesia: «Quien a vosotros oye, a mí
me oye» (Le 10,16).
7. La fe es conocimiento verdadero
La fe proporciona conocimientos verdaderos sobre Dios, el hombre y el mun-
do; junto a verdades que la razón puede llegar a conocer, incluye también
otras que la superan, pues son propias del conocimiento que Dios tiene de sí
mismo y de los seres que ha creado.
Ante algunas tendencias que reducen la fe a un sentimiento, sin contenido de
verdad, es imp>ortante subrayar que:
♦ creer es conocer la verdad: Dios «quiere que todos los hombres se salven y
lleguen al conocimiento de la verdad» (lTm 2,4); es obrar según la verdad
(cf. Jn 3,21); es creer en la verdad (cf. 2Ts 2,11);
♦ Cristo vino a dar testimonio de la verdad: «Para esto he nacido y para esto
he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad; todo el que es de la
verdad escucha mi voz» (Jn 18,37); Él es la Verdad (cf. Jn 16,6); su Evange
lio es Palabra de verdad (cf. Ef 1,13); quienes 10 anuncian son predicadores
de la verdad (cf. 2Tm 2,16; 2C0r 6,7).
Si la fe se redujera a confianza en Dios, despreciando el conocimiento de las
verdades que Él ha revelado, el resultado sería un cristianismo sin verdad y,
por tanto, sin Cristo, que es el Camino, la Verdad y la Vida.
«El hombre -afirma el papa Francisco- tiene necesidad de conocimiento, tiene
necesidad de verdad, porque sin ella no puede subsistir, no va adelante. La fe, sin
verdad, no salva, no da seguridad a nuestros pasos. Se queda en una bella fábula
(...) Recuperar la conexión de la fe con la verdad es hoy aún más necesario, preci-
sámente por la crisis de verdad que nos encontramos» (LF, nn.24-25).
Nos encontramos así con que la fe nos hace más plenamente humanos, con
una mayor capacidad de juzgar las cosas humanas y los medios adecuados
para servir a los demás. Conocemos aquellas verdades que dan razón de la
verdadera realidad del hombre.
♦ «La fe todo lo ilumina con nueva luz y manifiesta el plan divino sobre la
entera vocación del hombre. Por ello orienta la mente hacia soluciones pie-
namente humanas» (GS, n.ll).
♦ «En realidad, el misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del
Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había
de venir, es decir. Cristo nuestro Señor, Cristo, el nuevo Adán, en la mis-
ma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente
el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación.
Nada extraño, pues, que todas las verdades hasta aquí expuestas encuen-
tren en Cristo su fuente y su corona» (GS, n.22).
Conviene recordar que, ante la fe, la sabiduría de la razón no resulta despla-
zada como inútil: ambas son necesarias a la persona para alcanzar el conocí·
miento de la Verdad.
Por muy importante que sea el saber que se adquiere por la fe, por mucho que
supere a la sabiduría racional, no hace de esta un saber superfluo. Sería como
decir que cuanto más grande es un edificio, más inservibles son sus cimientos. La
sabiduría racional es, en efecto, la base racional del saber sobrenatural.
8* La formación en la fe
8.1. Im portancia de la formación en la fe
Es lógico que el que quiere amar a Dios cada vez más trate de conocerlo cada
vez mejor, y ese conocimiento que lleva al amor se adquiere profundizando
en las verdades que Él nos ha revelado:
«Es inherente a la fe que el creyente desee conocer mejor a aquel en quien ha
puesto su fe, y comprender mejor lo que le ha sido revelado; un conocimien-
to más penetrante suscitará a su vez una fe mayor, cada vez más encendida de
amor» (CEC, n.158).
«Como mi Padre me envió, así os envío yo a vosotros» (Jn 20,21; cf. 17,18);
«Quien a vosotros oye, a mí me oye; quien a vosotros desprecia, a mí me des-
precia» (Le 10,16).
«Cristo Nuestro Señor -afirma León XIII- instituyó en su Iglesia un Magisterio
vivo, auténtico y perenne, al que dotó de potestad, adornó con el carisma de la
verdad y confirmó con sus milagros; y quiso que su doctrina fuera recibida
como la suya propia y mandó gravemente que así fuera» (Satis cognitum, ASS
28 (1896) 721).
El contenido de la fe está determinado por la Revelación, tal como es recibida
y enseñada por la Iglesia. Por eso, afirma el Concilio Vaticano I:
«Han de ser creídas con fe divina y católica todas aquellas cosas que se contienen
en la Palabra de Dios -Tradición y Sagrada Escritura- y que la Iglesia nos propo*
ne para la fe bien por una definición solemne, bien por su Magisterio ordinario y
universal» (Dri Filius, cap. 3).
En consecuencia, la Iglesia es la principal y primera formadora de la fe (to-
dos los demás formamos en su nombre y con su autorización).
Por otra parte, no hay verdadera fe si no es en comunión con el Magisterio de
la Iglesia, si no se es fiel a sus enseñanzas.
«La fe no es posible sin un doble auxilio, dos cosas diversas, pero convergentes: la
gracia y la asistencia del Magisterio de la Iglesia establecido por Cristo y asistido
por el Espíritu Santo» (Pablo VI, Alocución, 30.XI.1966).
El Magisterio de la Iglesia tiene el objetivo de velar para que el Pueblo de Dios
permanezca en la verdad. «Para cumplir este servicio, Cristo ha dotado a sus
pastores de infalibilidad en materia de fe y costumbres» (CEC, n.890).
«La infalibilidad del Magisterio -afirma el n.185 del Compendio del Catecismo- se
ejerce cuando el Romano Pontífice, en virtud de su autoridad de Supremo Pastor
de la Iglesia, o el colegio de los obispos en comunión con el Papa, sobre todo reu-
nido en un Concilio Ecuménico, proclaman con acto definitivo una doctrina refe־
rente a la fe o a la moral; y también cuando el Papa y los obispos, en su Magisterio
ordinario, concuerdan en proponer una doctrina como definitiva. Todo fiel debe
adherirse a tales enseñanzas con el obsequio de la fe».
Ejercicio 1. Vocabulario
Identifica el significado de las siguientes palabras y expresiones usadas:
• M ediador • N aturalism o
• Fe inform e • C ontem plación
• C o n trició n • F iliación d ivin a
• Vida sobrenatural • Teología
• Gracias actuales • M agisterio
• C oncepción a n tro p o ló g ica dualista • In fa lib ilid a d
• Á m b ito de la in te n cio n a lid a d • C olegio de los obispos
• E splritualism o
2. ¿Qué sig n ifica que la fe no solo es fu e n te de la vid a m oral, sino un elem ento
esencial de to d o su desarrollo?
4. ¿Qué sig n ifica n estas palabras de san Pablo: «Aunque tuviese ta n ta fe q ue tras-
ladase las m ontañas, si no tu viera caridad, nada soy»?
10. Si el aum ento de la fe solo puede d a rlo Dios, ¿qué puede hacer la persona para
crecer en la fe?
12. ¿Qué diferen cia existe e n tre la sabiduría hum ana y la sabiduría sobrenatural?
13. ¿Qué m odalidades puede revestir el carism a de la in fa lib ilid a d del M agisterio
de la Iglesia?
Ejercicio 3* Comentario de texto
Lee e l s ig u ie n te te x to y h az un c o m e n ta rio p e rso n a l u tiliz a n d o los c o n te n id o s
a p re n d id o s :
«La Iglesia católica, para cum plir el m andato divino: "enseñad a todas las gentes" (M t,
8,19-20 )ו, debe emplearse denodadam ente "para que la palabra de Dios sea difundida
y g lo rific a d a 2 ) ״Tes, 3,1).
Ruega, pues, encarecidam ente a todos sus hijos que ante to d o eleven "peticiones, sú-
plicas, plegarias y acciones de gracias por todos los hom bres... Porque esto es bueno y
grato a Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hom bres se salven y lleguen
al conocim iento de la verdad" (1Tim, 2 ,1 4 )־.
Por su parte, los fieles, en la form ación de su conciencia, deben prestar d ilig e n te aten-
ción a la doctrina sagrada y cierta de la Iglesia. Pues por voluntad de Cristo la Iglesia
católica es la maestra de la verdad, y su m isión consiste en anunciar y enseñar autén-
ticam ente la verdad, que es Cristo, y al m ism o tiem po declarar y confirm ar con su au-
toridad los principios de orden m oral que fluyen de la misma naturaleza hum ana. Pro-
curen además los fieles cristianos, com portándose con sabiduría con los que no creen,
d ifu n d irá n el Espíritu Santo, en caridad no fingida, en palabras de v e rd a d 2 ) ״C0r, 6,6-7)
la luz de la vida, con toda confianza y fortaleza apostólica, incluso hasta el derram a-
m iento de sangre.
Porque el discípulo tiene la obligación grave para con Cristo M aestro de conocer cada
día m ejor la verdad que de Él ha recibido, de anunciarla fielm ente y de defenderla con
valentía, excluyendo los m edios contrarios al espíritu evangélico. Al m ism o tiem po, sin
em bargo, la caridad de C risto le acucia para que trate con amor, prudencia y paciencia
a los hom bres que viven en el error o en la ignorancia de la fe. Deben, pues, tenerse
en cuenta ta n to los deberes para con Cristo, el Verbo vivificante que hay que predicar,
com o los derechos de la persona humana y la m edida de la gracia que Dios por Cristo
ha concedido al hom bre, que es invitado a recibir y profesar voluntariam ente la fe».
fe.
SUMARIO M
2. Custodia y salvaguarda de la fe
Como afirma el Catecismo, otro de los deberes respecto a la fe es «guardarla
con prudencia y vigilancia, y rechazar todo lo que se oponga a ella» (CEC,
n.2088).
Así se expresaba san Pablo poco antes de morir: «Pues yo estoy a punto de
derramar mi sangre en sacrificio, y el momento de mi partida es inminente.
He peleado el noble combate, he alcanzado la meta, he guardado la fe. Por lo
demás, me está reservada la merecida corona que el Señor, el Justo Juez, me
entregará aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que han deseado
con amor su venida» (2Tim 4,6-8).
Uno de los peligros contra el verdadero amor a la verdad y, por tanto, contra
la fe es escuchar a falsos maestros, a personas que difunden ideas contrarias a
las enseñanzas de la Iglesia, a través de libros, conferencias o cualquier medio
de comunicación.
El conocimiento de ideas erróneas expuestas como si fueran verdaderas no es
algo inofensivo, entre otras razones por la atracción que ejerce sobre nosotros
la parte o apariencia de verdad que contienen siempre los errores, o el prestí-
gio en otros campos de la persona que los expone.
Cuando alguien, por justas razones, debe leer o escuchar ideas contrarias a la
verdad, debe tener en cuenta que nadie puede considerarse inmune al error;
solo una persona pagada de sí misma puede pensar que tiene suficiente ma-
durez intelectual para distinguir siempre lo verdadero de lo falso. La madurez
intelectual, por el contrario, se caracteriza por la aceptación de los propios
límites.
Por tanto, se deben poner los medios para evitar las consecuencias negativas:
leer autores de obras sobre esos temas con auténtico sentido cristiano, pedir
orientación y consejo a personas con recta doctrina, cuidar la vida de piedad,
fomentar un espíritu humilde y crítico, y acudir a nuestra Madre, Asiento de la
Sabiduría.
Los pastores de la Iglesia deben custodiar el depósito de la fe, y responder al
derecho que tienen los fieles de ser guiados por el camino de la sana doctrina.
Para eso, «tienen el derecho y el deber de velar para que ni los escritos ni la
utilización de los medios de comunicación social dañen la fe y las costumbres
de los fieles cristianos» (CIC, c.823 §1).
Tienen también el deber y derecho de exigir que los fieles sometan a su juicio los
escritos que vayan a publicar y tengan relación con la fe o la moral, y de reprobar
los escritos nocivos para una y otra (cf. CIC, c. 823 §1).
En particular, la Iglesia presta una especial atención a las ediciones de la Sa-
grada Escritura, para evitar interpretaciones erróneas. Por eso, establece que
los libros de la Sagrada Escritura solo pueden publicarse si han sido apro-
hados por la Sede Apostólica o por la Conferencia Episcopal, y 10 mismo las
traducciones a la lengua vernácula, que deberán ir acompañadas además de
las notas aclaratorias necesarias y suficientes (cf. CIC, c.825).
La Iglesia vela también por los libros de teología, historia de la Iglesia, catecismos,
y libros sobre otras materias religiosas y morales (cf. CIC, c.827).
2.4. La enseñanza
«El primer mandamiento nos pide que alimentemos y guardemos con pru-
dencia y vigilancia nuestra fe y que rechacemos todo lo que se opone a ella.
Hay varias maneras de pecar contra la fe:
♦ La duda voluntaria respecto a la fe descuida o rechaza tener por verdadero
lo que Dios ha revelado y la Iglesia propone creer.
♦ La duda involuntaria designa la vacilación en creer, la dificultad de superar
las objeciones con respecto a la fe o también la ansiedad suscitada por la
oscuridad de ésta.
Si la duda se fomenta deliberadamente, la duda puede conducir a la ceguera
del espíritu» (CEC, n.2088).
Es importante tener en cuenta que la duda de fe no es la mera dificultad de
aceptar una verdad que nos supera, sino la puesta en duda de la veracidad o
sabiduría de Dios -de Cristo- que la fe formalmente supone. En este sentido,
la duda consentida de fe atenta a su mismo fundamento formal, y constituiría
un pecado grave.
4.2. La incredulidad
4 .3 . El fid e ís m o
S ím bolo Escándalo
A postolado In d ife re n tism o
C uerpo M ístico M a trim o n io m ix to
Ecclesia domestica M a trim o n io con disparidad de c u lto
Libación Incredulidad
N egligencia Herejía
D epósito de la fe Apostasía
Communicatio in sacris Fideísm o
Ecum enism o Preám bulos de la fe
M o vim ie n to ecum énico
Por consiguiente, se im pone a todos los fieles cristianos la noble obligación de trabajar
para que el mensaje d ivin o de la salvación sea conocido y aceptado por todos los hom -
bres de cualquier lugar de la tierra.
Para ejercer este apostolado, el Espíritu Santo, que produce la santificación del pueblo
de Dios por el m inisterio y por los Sacramentos, concede tam bién dones peculiares a
los fieles (cf. 1C0r 12,7) "distribuyéndolos a cada uno según quiere” (IC o r 12,11), para
que ”cada uno, según la gracia recibida, poniéndola al servicio de los otros”, sean tam -
bién ellos ”adm inistradores de la m u ltifo rm e gracia de D ios'(1 Pe 4,10), para edificación
de to d o el cuerpo en la caridad (cf. Ef 4,16).
De la recepción de estos carismas, incluso de los más sencillos, procede a cada uno de
los creyentes el derecho y la obligación de ejercitarlos para bien de los hom bres y edi-
ficación de la Iglesia, ya en la Iglesia misma, ya en el m undo, en la libertad del Espíritu
Santo, que 'sopla donde quiere* (Jn 3,8), y, al m ism o tiem po, en unión con los herm a-
nos en C risto, sobre to d o con sus pastores, a quienes pertenece el juzgar su genuina
naturaleza y su debida aplicación, no por cie rto para que apaguen el Espíritu, sino con
el fin de que to d o lo prueben y retengan lo que es bueno (cf. ITes 5,12; 19,21)».
(C o n c il io V a t ic a n o II, Decreto Apostolicam octuositotem
sobre el apostolado de los laicos, 18.XI.1965, n.3)
TEMA CONCEPTO TEO LÓ G IC O
5 DE E S P E R A N ZA
fe
SUMARIO Λ
5. ¿Qué esperamos?:
el objeto de la esperanza
Por la virtud de la esperanza, esperamos poseer a Dios mismo y, en consc-
cuencia, la felicidad plena y eterna, como participación de la felicidad divina.
«Podemos, por tanto, esperar la gloría del cielo prometida por Dios a los que le
aman (cf. Rm 8,2830 )־y hacen su voluntad (cf. Mt 7,21). En toda circunstancia,
cada uno debe esperar, con la gracia de Dios, "perseverar hasta el fin" (cf. Mt
10,22; cf. Ce. Trento: DS1541) y obtener el gozo del cielo, como eterna recompensa
de Dios por las obras buenas realizadas con la gracia de Cristo. En la esperanza,
la Iglesia implora que "todos los hombres se salven" (lTm 24). Espera estar en la
gloría del cielo unida a Cristo, su esposo» (CEC, n.1821).
El objeto de la esperanza, poseer a Dios mismo, incluye esencialmente la san-
tidad, el ser y el obrar realmente como hijos de Dios. Si vivimos como hijos de
Dios, como otros Cristos, guiados por el Espíritu Santo, también heredaremos
su gloria:
«Y si somos hijos, también herederos: herederos de Dios, coherederos de Cristo;
con tal de que padezcamos con él, para ser con él también glorificados. Porque
estoy convencido de que los padecimientos del tiempo presente no son compara-
bles con la gloria futura que se ha de manifestar en nosotros» (Rm 8,17-18).
Como la vocación a la santidad es vocación a ser otros Cristos y a seguir la
misión de Cristo, esperamos realizar, poniendo los medios queridos por Dios,
la misión que Él mismo nos ha encomendado: colaborar con Cristo en la sal-
vación de todos los hombres, participando en su triple misión: sacerdotal, pro-
fótica y real. Se trata de la vocación cristiana, a la que Dios llama en principio
a todas las personas.
También esperamos con esperanza sobrenatural que Dios nos ayude con su
gracia a recorrer el camino específico que nos invita a recorrer a cada uno,
siempre dentro de la vocación universal a la santidad: el matrimonio, el celi-
bato, etc.
Esperamos, en consecuencia, que Dios nos dé los medios necesarios o con-
venientes para llegar a poseerlo en el Cielo: tanto los medios sobrenaturales
como los humanos.
En resumen: «Por la esperanza deseamos y esperamos de Dios con una firme
confianza la vida eterna y las gracias para merecerla» (CEC, n.1843).
• Desesperanza • Jansenistas
• D iligencia • Q uietista
״Bienaventuranza
1. ¿Qué diferencia existe e n tre las esperanzas hum anas y la esperanza teologal?
«En este sentido, es verdad que quien no conoce a Dios, aunque tenga m últiples espe-
ranzas, en el fondo está sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda la vida
(cf. Ef 2,12). La verdadera, la gran esperanza del hom bre que resiste a pesar de todas las
desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha am ado y que nos sigue am ando
״hasta el extrem o ״, ״hasta el to ta l cum plim iento( ״cf. Jn 13,1; 19,30). Quien ha sido toca-
do por el am or empieza a in tu ir lo que sería propiam ente ״vida״. Empieza a in tu ir qué
quiere decir la palabra esperanza que hem os encontrado en el rito del Bautism o: d e la
fe se espera la *vida eterna* la vida verdadera que, totalm ente y sin am enazas, es sen-
cillam ente vida en toda su plenitud. Jesús que dijo d e sí m ism o q u e había venido para
q u e nosotros tengam os la vida y la tengam os en plenitud, en abundancia (cf. Jn 10,10),
nos explicó tam bién qué significa *vida ״: “Esta es la vida eterna: q u e te conozcan a ti,
único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo( ״Jn 17,3). La vida en su verdadero sen-
tid o no la tien e uno solam ente para sí, ni tam poco sólo por sí mismo: es una relación. Y
la vida entera es relación con quien es la fu en te d e la vida. Si estam os en relación con
Aquel que no m uere, q u e es la Vida m ism a y el Amor m ism o, entonces estam os en la
vida. Entonces ״vivimos» ״.
30.XI.2007, n. 27)
J
TEMA
6 * \י
V IV IR DE E S P E R A N ZA
El cam inante cam ina porque desea llegar a la m eta y sabe que la puede
alcanzar. La v irtu d de la esperanza teologal nos m ueve a cam inar por
la senda que lleva al Padre, a identificarnos con C risto y a seguir en el
m undo la m isión de Cristo. Y cam inam os porque tenem os la certeza de
que Dios O m nipotente y M isericordioso quiere nuestra salvación, y nos
da los m edios necesarios para alcanzarla.
SUMARIO
1. LA ESPERANZA, FUNDAMENTO DE LA LUCHA DEL CRISTIANO. 1.1. Con·
fianza absoluta en Dios y desconfianza en nuestras propias fuerzas. 1.2. Esperar con-
tra toda esperanza: la reafirm ación de la esperanza an te sufrim ientos y tribulacio-
nes · 2. ESPERANZA Y ORACIÓN. 2.1. La oración, prim er fruto d e la vida d e es-
peranza. 2.2. La esperanza se alim enta con la oración · 3. ESPERANZA Y SACRA-
MENTOS. 3.1. La Confirm ación. 3.2. La Eucaristía. 3.3. La Penitencia. 3.4. La Unción de
los enferm os · 4 . LA RELACIÓN DE LA ESPERANZA CON ALGUNAS VIRTUDES
HUMANAS. 4.1. La m agnanim idad y la m agnificencia cristianas. 4.2. La paciencia y
la perseverancia para alcanzar el Reino de Dios. 4.3. La alegría · 5. ESPERANZA
Y DONES DEL ESPÍRITU SANTO. 5.1. El don de fortaleza. 5.2. El don de tem or de
Dios · 6 . ESPERANZA TEOLOGAL Y ESPERANZAS HUMANAS. 6.1. La consum a-
ción escatológica del Reino de Dios, objeto de la esperanza. 6.2. Esperanza y actitud
ante las tareas y realidades tem porales.
100 1. La esperanza, fundamento de la lucha del cristiano
Esperar en Dios significa confiar totalmente en Él, en su amor por cada uno
de nosotros, un amor incondicional y eterno: Dios nos ama siempre, nos ayu-
da siempre, nos perdona siempre. Él es el primero que desea nuestra salva-
ción; está más interesado que nosotros mismos en hacemos felices.
Los cristianos debemos estar convencidos de que sin Dios no podemos nada.
«Sin Mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5), les dice a los Apóstoles durante la
última cena. Sin Él no podemos realizar ni los deberes más sencillos.
Por eso, no hay verdadera confianza en Dios si no va acompañada de la hu-
mildad, es decir del reconocimiento de la verdad sobre nuestras propias fuer-
zas. La verdad es que tenemos unos talentos naturales dados por Dios que
debemos desarrollar por medio de las virtudes y poner a su servicio; pero esas
fuerzas no son suficientes para vivir vida sobrenatural y alcanzar la meta a la
que estamos llamados.
A esta actitud humilde ante Dios hace referencia la primera Bienaventuranza:
«Bienaventurados los pobres de espíritu, porque suyo es el Reino de los Cielos»
(Mt 5,3). La pobreza de espíritu es el reconocimiento de la indigencia de la perso-
na, que no puede poner su esperanza en los bienes temporales, sino solo en Dios.
En cambio, con Dios, con su gracia, tenemos su propia fortaleza para superar
todos los obstáculos que nos encontremos en el camino. Por eso exclama san
Pablo: «Todo lo puedo en Aquel que me conforta» (Filp 4,13).
2. Esperanza y oración
2.1. La oración, primer fruto de la vida de esperanza
Entre los diversos componentes básicos de la vida espiritual en los que se ejer-
ce, entre otras, la virtud de la esperanza, destaca, en particular, la oración: en
efecto, toda oración tiene un aspecto de petición o impetración, al presentarse
la criatura indigente ante su Creador, el hijo ante su Padre todopoderoso; y la
confianza es la actitud básica del trato con Dios visto de esa forma; es una de
las condiciones de la eficacia de dicha oración, según la explicación teológica
clásica.
Se puede decir, pues, que la oración es un acto de la virtud de la esperanza;
incluso uno de sus actos principales, si no el principal.
La esperanza «se expresa y se alimenta en la oración, particularmente en la del
Padre Nuestro, resumen de todo lo que la esperanza nos hace desear» (CEC,
n. 1820).
Ya hemos dicho que la esperanza es el impulso inicial de la oración, pero, a la
vez, la oración enriquece la esperanza.
a) Primero, mediante la contemplación de Cristo, descubriendo su Corazón
lleno de misericordia y de perdón, especialmente contemplando su Pasión y
Resurrección.
b) En segundo lugar, mediante la consideración de la Gloria, que hace crecer
nuestro deseo.
Es importante fomentar la esperanza del cielo, poseer una presencia esperan-
zada y amorosa del fin. En caso contrario, el esfuerzo diario tiende a aparecer
como absurdo. En el pensamiento del Cielo encontramos el más profundo
motivo para mantener con perseverancia y alegría la lucha de cada jornada.
San Pablo pregunta a los cristianos de Corinto: «Si los muertos no resucitan
106 (···) ¿para qué nos ponemos continuamente en peligro? (...). Si los muertos
no resucitan, comamos y bebamos, que mañana moriremos» (ICor 15,2932)־.
Pensar con frecuencia en el Ciclo no es egoísmo, sino agradecimiento a Dios, que
nos quiere tanto que nos ha creado para damos la felicidad eterna, y, una vez caí-
dos, nos ha redimido para abrimos de nuevo las puertas de su Casa.
c) En tercer lugar, mediante la consideración de la fealdad del pecado y de la
condenación eterna.
Esta consideración da lugar en el corazón del pecador a la contrición imper-
fecta o de atrición (diferente a la contrición perfecta, que brota del amor de
Dios amado sobre todas las cosas). Esta conmoción de la conciencia es también
un don de Dios, y puede ser el comienzo de una evolución interior que culmi-
na, bajo la acción de la gracia, en la absolución sacramental (cf. CEC, n.1453).
Por eso, también el temor al infiemo es necesario en la Nueva Ley: «Existen, en
la nueva alianza, hombres camales, alejados todavía de la perfección de la ley
nueva: para incitarlos a las obras virtuosas, el temor del castigo y ciertas prome-
sas temporales han sido necesarias incluso bajo la nueva alianza» (CEC, n.1964).
De ahí que la virtud de la esperanza sea también «el temor de ofender el amor
de Dios y de provocar su castigo» (CEC, n.2090). Una manifestación más de la
misericordia divina.
d) Por último, para alimentar nuestra esperanza, debemos hacer actos concre-
tos de esperanza.
«Deja que se consuma tu alma en deseos... Deseos de amor, de olvido, de santi-
dad, de Cielo... No te detengas a pensar si llegarás alguna vez a verlos realiza-
dos -como te sugerirá algún sesudo consejero-: avívalos cada vez más, poique el
Espíritu Santo dice que le agradan los "varones de deseos".
»Deseos operativos, que has de poner en práctica en la tarea cotidiana» (S. José-
mana Escrivá, 1986, n.628).
3. Esperanza y sacramentos
El cristiano, consciente de su propia debilidad y sólidamente convencido de la
sabiduría y el poder de Dios, pide al Señor la luz y la fortaleza, y recurre para
ello a los sacramentos y a la oración, y coopera con el Espíritu Santo, siguien-
do sus impulsos e inspiraciones.
La gracia que recibimos a través de los sacramentos nos fortalece para ser
valientes en el seguimiento de Cristo. Todos los sacramentos acrecientan la
gracia y, con ella, la virtud de la esperanza, pero especialmente podemos ha-
cer referencia a la Confirmación, la Eucaristía, la Penitencia y la Unción de
enfermos.
3.1. La Confirmación
3.2. La Eucaristía
3.3. La Penitencia
4.3. La alegría
Pelagianism o • Perseverancia
3. Explica p o r qué decim os que la fo rtale za cristiana está ig u alm en te alejada del
pelagianism o y de la pasividad.
9. ¿Qué se puede d e cir a los que afirm an que la esperanza del C ielo lleva a aban-
donar el esfuerzo p o r m ejorar este m undo?
Ejercicio 3. Comentario de texto
Lee el siguiente texto y haz un comentario personal utilizando los contenidos
aprendidos:
«Sufrir con el otro, por los otros; sufrir por am or de la verdad y d e la justicia; sufrir a
causa del am or y con el fin d e convertirse en una persona que am a realm ente, son
elem entos fundam entales d e hum anidad, cuya pérdida destruiría al hom bre m ism o.
Pero una vez m ás surge la pregunta: ¿som os capaces d e ello? ¿El o tro es tan im portante
com o para que, por él, yo m e convierta en una persona q u e sufre? ¿Es tan im portante
para mí la verdad com o para com pensar el sufrim iento? ¿Es tan grande la prom esa del
am or que justifique el don d e m í m ism o? En la historia d e la hum anidad, la fe cristiana
tien e precisam ente el m érito d e haber suscitado en el hom bre, d e m anera nueva y m ás
profunda, la capacidad d e estos m odos d e sufrir q u e son decisivos para su humani*
dad. La fe cristiana nos ha enseñado que verdad, justicia y am or no son sim plem ente
ideales, sino realidades d e enorm e d en sid ad En efecto, nos ha enseñado que Dios -la
Verdad y el Amor en perso n a- ha querido sufrir por nosotros y con nosotros. Bernardo
deC laraval acuñó la m aravillosa expresión: Im passibilisestDeus, sed n o n incompassibilis,
Dios no puede padecer, pero puede com padecer. El hom bre tien e un valor tan grande
para Dios que se hizo hom bre para poder com -padecer Él m ism o con el hom bre, d e
m odo muy real, en carne y sangre, com o nos m anifiesta el relato d e la Pasión d e Jesús.
Por eso, en cada pena hum ana ha entrado uno que com parte el sufrir y el padecer; d e
ahí se difunde en cada sufrim iento la co n so la d o , el consuelo del am or participado d e
Dios y así aparece la estrella d e la esperanza. C iertam ente, en nuestras penas y pruebas
m enores siem pre necesitam os tam bién nuestras grandes o pequeñas esperanzas: una
visita afable, la cura de las heridas internas y externas, la solución positiva d e una crisis,
etc. También estos tipos d e esperanza pueden ser suficientes en las pruebas m ás o
m enos pequeñas. Pero en las pruebas verdaderam ente graves, en las cuales tengo que
tom ar mi decisión definitiva d e anteponer la verdad al bienestar, a la carrera, a la po-
sesión, es necesaria la verdadera certeza, la gran esperanza d e la que hem os hablado».
SUMARIO
1. GUARDAR LA ESPERANZA · 2. PECADOS CONTRA LA ESPERANZA. 2.1.
La desesperación. 2.2. La presunción · 3. ALGUNAS TENDENCIAS ACTUALES
SOBRE LA SALVACIÓN: NEO-PELAGIAN1SMO Y NEO-GNOSTICISMO. 3.1. El neo-
pelagianism o. 3.2. El neo-gnosticism o
1. Guardar la esperanza 119
Si bien la fe es el inicio de la salvación, la esperanza es su primer impulso: sin
ella, el hombre no es capaz de desearla, ni siquiera de tener deseos de tener de-
seos; se convierte en algo inmóvil en su incapacidad, que le impide acercarse
a Jesús como fuente de su salvación. Por eso hay que custodiarla y defenderla
como uno de los grandes tesoros que se nos ha dado.
A la esperanza se opone el peligro del empequeñecimiento del corazón, que
consiste en dejar que nuestro corazón vaya poniendo sus ilusiones en los bie-
nes de esta tierra, mientras abandona poco a poco la esperanza de la vida
eterna.
«No tenemos aquí ciudad permanente, sino que vamos en busca de la venido-
ra» (Hebr 13,14). Todos los bienes humanos que buscamos y disfrutamos en
esta vida deben ordenarse a la búsqueda y contemplación de Dios en el ciclo.
Pero puede suceder que, casi siempre poco a poco, centremos nuestra vista y
nuestro corazón en los bienes limitados y los convirtamos en metas absolutas.
«Si transformamos los proyectos temporales en metas absolutas, cancelando del
horizonte la morada eterna y el fin para el que hemos sido creados -amar y alabar
al Señor, y poseerle después en el Cielo-, los más brillantes intentos so toman
en traiciones, e incluso en vehículo para envilecer a las criaturas. Recordad la
sincera y famosa exclamación de San Agustín, que había experimentado tantas
amarguras mientras desconocía a Dios, y buscaba fuera de Él la felicidad: ¡ ״nos
creaste. Señor, para ser tuyos, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse
en Ti". Quizá no exista nada más trágico en la vida de los hombres que los engaños
padecidos por la corrupción o por la falsificación de la esperanza, presentada
con una perspectiva que no tiene como objeto el Amor que sacia sin saciar» (S.
Josemaría Escrivá, 1977, n.208).
¿Cómo evitar este peligro? ¿Cómo hacer para no dejamos engañar o para no
engañarnos a nosotros mismos convirtiendo las esperanzas humanas en abso-
!utas? Se trata de vivir la esperanza teologal, como hemos visto en el tema an-
terior. Pero hay dos virtudes que hemos de tener en cuenta para que nuestro
corazón desee a Dios por encima de todo, de modo que los bienes temporales
se orienten siempre a Él.
• La primera es el desprendimiento, que nos capacita para mantener el co-
razón libre respecto a los bienes materiales (medios económicos, salud,
tiempo, etc.). Esa libertad se conquista, con la gracia de Dios, de diversas
maneras, pero especialmente empleando dichos bienes para servir a los
demás y no a nuestro egoísmo o afán de posesión.
• La segunda es la humildad, que nos ayuda a buscar los bienes espirituales
(por ejemplo, los conocimientos, la ciencia, etc.) ordenándolos a la gloria
Dios y al bien de los demás.
En todo caso, conviene que, con la luz de Dios, examinemos con frecuencia
las intenciones que nos mueven en nuestro obrar, de modo que, si detectamos
que esas intenciones se centran en nuestro egoísmo o en nuestro orgullo, recti-
fiquemos, también con la gracia de Dios, y pongamos de nuevo en Él nuestro
corazón.
En esta lucha por buscar siempre el amor de Dios, hemos de estar prevenidos
contra un enemigo de la esperanza: el desánimo.
Al comprobar una y otra vez nuestra debilidad y miseria, puede surgir el pensa-
miento ·animado quizá por el diablo, el gran desanimador ־de que, por mucho
que luchemos, nunca podremos alcanzar la santidad, vivir como hijos de Dios,
realizar nuestra vocación cristiana en el mundo; y que, en consecuencia, no vale
la pena seguir intentándolo; o ai menos, que lo mejor es renunciar a metas dema-
siado elevadas.
2.1. La desesperación
2.2. La presunción
b) La presunción herética
No va directamente contra la esperanza, sino contra la fe, y se refiere a los
medios necesarios para salvarse.
Si es formalmente herética lleva consigo la perdida directa de la fe y, como
consecuencia, la de la esperanza y de la caridad.
Si no lo fuera, afectaría a la esperanza en cuanto que el deseo de felicidad no
sería razonable, haciendo de él una veleidad.
Hay tres tipos de presunción herética:
• La presunción pelagiana, que consiste en considerar que la salvación es
fruto del puro esfuerzo humano. La gracia sería una ayuda de Dios para
obrar bien y alcanzar el Cielo, pero meramente exterior y de tipo ejempla-
rizante.
• La presunción luterana, que considera que para salvarse basta una ״fe fi-
dudal ״en Dios: creer con firmeza que Dios nos va a salvar. Serían innece-
sañas e imposibles las obras buenas para salvarnos, porque la naturaleza
humana está corrompida y todas las obras que hacemos los pecadores son
pecados; somos incapaces de hacer obras buenas.
• La presunción farisaica. En este caso, se considera que para salvarse basta
con un cumplimiento externo y material de la Ley, olvidando que la esen-
cia de la misma está en el amor a Dios y al prójimo.
c) Causas de la presunción
Entre las causas de la presunción, además de los errores contra la fe, hay que
tener en cuenta la soberbia y la vanidad.
Santo Tomás distingue dos tipos de presunción, que se originan en dos cau-
sas diferentes (cf. S.Th., ΙΙ-Π, q.21, a.4).
♦ La presunción que se funda en las propias fuerzas, como si fueran suficien-
tes para lograr algo que, en realidad, excede a la capacidad humana. La
causa de esta presunción es la vanagloria.
• La presunción que se apoya de manera desordenada en la misericordia y
en el poder de Dios, por el cual se espera obtener la salvación sin mérito, y
el perdón sin arrepentimiento. La causa de esta presunción es la soberbia:
el hombre se considera a sí mismo tan grande que llega a pensar que, aun-
que peque. Dios no le va a castigar ni a excluirlo de su gloria.
3.1. El neo-pelagianism o
3.2. El neo-gno$tici$mo
Esta tendencia ve la salvación como una realidad meramente interior «la cual
tal vez suscite una fuerte convicción personal, o un sentimiento intenso, de es-
tar unidos a Dios, pero no llega a asumir, sanar y renovar nuestras relaciones
con los demás y con el mundo creado» (n.2).
«Desde esta perspectiva, se hace difícil comprender el significado de la En-
carnación del Verbo, por la cual se convirtió miembro de la familia humana,
asumiendo nuestra came y nuestra historia, por nosotros los hombres y por
nuestra salvación» (n.2).
La salvación consistiría en elevarse con la inteligencia hasta los misterios de la
divinidad. La consecuencia es que el cuerpo y el cosmos material pierden su
sentido: ya no se reconocen en esas realidades las huellas de la mano de Dios.
Ejercicio 1. Vocabulario
Identifica el significado de las siguientes palabras y expresiones usadas:
• Intenciones Acedía
• D esánim o Vanidad
• Presunción Pelagianism o
«Los que responden a esta m entalidad pelagiana o sem ipelagiana, aunque hablen de
la gracia de Dios con discursos edulcorados ״en el fondo solo confían en sus propias
fuerzas y se sienten superiores a otros por cum plir determ inadas norm as o por ser in-
quebrantablem ente fíeles a cie rto e stilo católico''. Cuando algunos de ellos se dirigen
a los débiles diciéndoles que to d o se puede con la gracia de Dios, en el fondo suelen
tra n sm itir la idea de que to d o se puede con la voluntad hum ana, com o si ella fuera
algo puro, perfecto, om nipotente, a lo que se añade la gracia. Se pretende ignorar que
״no todos pueden todo״, y que en esta vida las fragilidades humanas no son sanadas
com pleta y definitivam ente por la gracia. En cualquier caso, com o enseñaba san Agus-
tín , Dios te invita a hacer lo que puedas y a p e d ir lo que no puedas; o bien a decirle al
Señor hum lldem ente:"D am eloquem epidesy pídeme loquequieras*.
En el fondo, la falta de un reconocim iento sincero, d o lo rid o y orante de nuestros lím ites
es lo que im pide a la gracia actuar m ejor en nosotros, ya que no le deja espacio para
provocar ese bien posible que se integra en un cam ino sincero y real de crecim iento.
La gracia, precisam ente porque supone nuestra naturaleza, no nos hace superhom bres
de golpe. Pretenderlo sería confiar dem asiado en nosotros mismos. En este caso, detrás
de la ortodoxia, nuestras actitudes pueden no corresponder a lo que afirm am os sobre
la necesidad de la gracia, y en los hechos term inam os confiando poco en ella. Porque si
no advertim os nuestra realidad concreta y lim itada, tam poco podrem os ver los pasos
reales y posibles que el Señor nos pide en cada m om ento, después de habernos capa
citado y cautivado con su don. La gracia actúa históricam ente y, de ordinario, nos tom a
y transform a de una form a progresiva. Por ello, si rechazam os esta m anera histórica y
progresiva, de hecho podem os llegar a negarla y bloquearla, aunque la exaltem os con
nuestras palabras».
SUMARIO
1. LA REALIDAD HUMANA DEL AMOR. 1.1. El am or natural a Dios. 1.2. El am or
natural a uno m ism o. 1.3. El am or natural a los dem ás. 1.4. Amor de am istad y justi-
d a * 2. LA CARIDAD EN LA SAGRADA ESCRITURA. 2.1. A ntiguo Testam ento. 2.2.
N uevoTestam ento · 3. LA CARIDAD EN EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA · 4 . LA
VIRTUD DE LA CARIDAD, DON DEL ESPIRITU SANTO Y PARTICIPACIÓN SOBRE-
NATURAL EN EL AMOR DE DIOS * 5. ALGUNAS CARACTERÍSTICAS DE LA CA-
RIDAD.
128 1» La realidad humana del amor
La persona humana existe por un acto de amor de Dios; hemos sido creados
a imagen de Dios; y estamos llamados, desde el momento de la creación, a la
amistad con nuestro Creador. Estamos hechos para ser amados y amar.
Lo primero que necesitamos de modo radical para existir, vivir y progresar
desde el punto de vista físico, psíquico y espiritual es ser y sabernos amados.
Si se cumple esa primera necesidad, podemos amamos ordenadamente a no-
sotros mismos, y entonces podemos también desplegar de modo adecuado
nuestra inclinación a amar a los demás (como a nosotros mismos) y a Dios
(con todo el corazón).
Ahora bien, como estamos llamados a un fin sobrenatural, que no podemos
alcanzar con nuestras propias fuerzas, necesitamos no solo la fe y la esperan-
za, sino también un amor nuevo, sobrenatural, que Dios nos regala con la
gracia santificante: se trata de la virtud teologal de la caridad. «La caridad
asegura y purifica nuestra facultad humana de amar. La eleva a la perfección
sobrenatural del amor divino» (CEC, n.1827).
Estudiamos a continuación las tres dimensiones del amor humano o natural:
a Dios, a uno mismo y a los demás, porque son la base natural de la virtud
sobrenatural de la caridad.
Somos hijos de Dios por creación, y estamos llamados a ser hijos de Dios por
la gracia. Se puede hablar, por tanto, de una doble imagen de Dios en el no-
sotros:
• la natural, por la que somos personas; y
• la sobrenatural, por la que somos hijos de Dios por gracia.
Vse puede hablar también de una doble filiación:
• filiación por creación (por la que participamos del ser de Dios) y
• filiación por gracia (por la que participamos de la naturaleza divina).
De acuerdo a esta doble imagen o filiación, hay una doble capacidad de amar
tanto a Dios como a uno mismo y a los demás hombres.
AI ser hijos de Dios por creación, tenemos la inclinación a y la capacidad de
amar a Dios como nuestro Creador y Señor con un amor total. Una vez que
descubrimos la existencia de Dios, podemos descubrir también con nuestra
razón práctica que debemos amarlo por encima de todo. Se trata, por tanto,
de un precepto de ley natural, no el primero que se conoce, pero sí el primero
en importancia.
Este mandamiento se formula así en el Evangelio según san Mateo: «Amarás
al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente.
Este es el mayor y el primer mandamiento» (Mt 22,37-38); y en el de san Mar-
eos: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con
toda tu mente y con todas tus fuerzas» (Me 12,30).
Santo Tomás explica así esos textos evangélicos (cf. S.Th., II-II, q.44, a.5):
• con todo el corazón, de modo que todo lo hagamos con la intención de
amar a Dios;
* con toda la mente, sometiendo a Dios nuestra inteligencia o entendimien-
to;
♦ con toda el alma, es decir, con todos los apetitos y potencias;
• con todas las fuerzas, de modo que nuestra acción exterior le obedezca.
Amar a Dios sobre todas las cosas quiere decir que debemos amarlo más que
a cualquier criatura, aunque puede suceder que nuestros afectos y sentimicn-
tos reaccionen más ante una persona humana.
El amor natural a Dios da lugar a la virtud de la religión, que estudiaremos en
el último capítulo de este manual.
El amor a uno mismo es una tendencia que Dios ha puesto en nuestra natu-
raleza, y consiste en el deseo natural del bien propio y de la felicidad. Este
amor natural se prolonga en un amor voluntario y libre a uno mismo, que
debe ser ordenado por la recta razón. Entonces ya no solo es bueno natural-
mente, sino también moralmcnte, es decir, virtuoso.
Para que esa tendencia natural se desarrolle de modo adecuado, necesitamos
ser amados de verdad. Nos capacitamos así para amar a los demás "como a
nosotros mismos ״, para ״tratar a los demás como querríamos nos trataran a
nosotros" o "para no querer para los demás lo que no querríamos para noso-
tros", que son diversas formulaciones de la misma regla de oro del amor. El
dar y el darse es siempre una respuesta al amor recibido.
130 No cabe oponer, por tanto, el amor a uno mismo y el amor a los demás. Por el
contrarío, el amor ordenado de la persona hada sí misma hace posible el amor
de amistad: «La forma y la raíz» del amor de amistad -afirma santo Tomás- es
el amor con el que la persona se ama a sí misma, «ya que con los demás tenemos
amistad en cuanto nos comportamos con ellos como con nosotros mismos» (S.Th.,
II-II, q.25,a.4c).
El amor a los demás nace como respuesta al amor que hemos recibido de
otras personas. Somos criaturas e indigentes: todo lo que somos y tenemos
lo recibimos de alguien que nos ama antes de que existamos; somos un don
gratuito, un fruto del amor de Dios.
Además, somos también fruto del amor de nuestros padres y de todas las perso-
ñas que de algún modo nos han ayudado a desarrollamos en todos los aspectos.
Cuando descubrimos que, sin merecerlo, somos amados por otros y que gracias
a ese amor somos lo que somos, se despierta en nosotros el agradecimiento, que
solo puede cumplirse correspondiendo con amor, nada mueve tanto al amor
como saberse amados.
d) La amistad personal
Toda amistad auténtica mira a la otra persona como persona (nunca como
objeto). Ysiempre tiende hacia la amistad personal, en la que no solo se mira
a la persona en cuanto persona, sino en cuanto es ״esta persona ״.
La amistad personal tiene, entre otras, las siguientes características:
• El bien común en el que se basa son las personas en sí mismas. Dicho
de otro modo, la amistad personal tiene como base la amistad misma, la
comunidad creada mediante la entrega y la aceptación mutua de las per-
sonas: el ״nosotros ״que así se constituye, que no es la mera suma de dos
״yo ״.
• En otros tipos de amistad, el amor mutuo es consecuencia de la unión que
se produce por participar de un bien común; la unión de las personas es
previa al amor y su fundamento. En cambio, en la amistad personal el vín-
culo de unión es el mismo amor; la unión es consecuencia del amor, que
da lugar al "nosotros ״.
• En toda verdadera amistad hay alguna comunicación de la interioridad
(ideas, proyectos, sentimientos), de acuerdo con los bienes que se com-
parten y la mayor o menor confianza mutua. Esta comunicación (sobre la
base de la imprescindible confianza) caracteriza especialmente a la amis-
tad personal.
En general, la amistad personal se crea a partir de una amistad previa y, por
tanto, surge de una cierta unión. Pero en sí esta unidad previa ha sido solo
ocasión de la amistad, no su fundamento.
Uniendo amor de amistad y justicia, puede decirse que «la justicia es la virtud
que, sustentada en la humildad y en el amor de amistad a Dios y a los demás,
inclina al hombre a dar a cada uno lo suya» (R. García de Haro, 1992,628).
La justicia no puede considerarse como una virtud que excluye el amor, ni el
amor como una especie de sentimiento que viene "desde fuera" a perfeccionar
la justicia. La justicia se asienta sobre el amor de amistad.
• El amor de amistad es el fundamento, el origen y la finalidad de la virtud
de la justicia, porque lo que mueve a la acción justa es el bien de la per-
sona. Sin amor no puede existir la justicia como virtud (cf. J. Noriega,
2006, 351).
• El amor, a su vez, necesita de la justicia para poder actuar eficaz y justa-
mente, porque debe ser dirigido por la razón, que le señala la verdad sobre
el bien.
La justicia fundada en el amor de amistad pide el más profundo respeto a la
dignidad personal de todos y cada uno de los hombres, cuyo fundamento
está en el amor Creador de Dios, que ama a todos y cada uno de ellos "por sí
mismos".
Esto se traduce en:
• ayudar a los demás tratando de hacerles el bien como si fuera para noso-
tros mismos (beneficencia y benevolencia);
• respetar y amar los derechos de los demás; dar a cada uno lo que se le debe
dar en justicia;•
• amar y defender la vida; entre otros modos, mediante la constitución de
una familia en la que, como fruto del amor esponsal, los hijos sean reci-
bidos, cuidados y educados con la dignidad de personas: amados por sí
mismos;
134 humanizar el mundo mediante el trabajo, haciendo de la tierra el "hogar
de los hombres";
• construir una sociedad digna del hombre, especialmente haciendo cultu-
ra.
Como es lógico, el amor no se agota en la promoción de los bienes que le son
debidos a la otra persona. De hecho, se despliega en otras muchas virtudes:
generosidad, veracidad, amabilidad, gratitud, misericordia, solidaridad, etc.,
que se suelen estudiar en la asignatura de Justicia o Moral social.
Estas virtudes humanas son asumidas, perfeccionadas y elevadas al orden
sobrenatural por la vitud teologal de la caridad o amor sobrenatural, que se
nos da con la gracia santificante, y que vamos a estudiar en los apartados si-
guientcs.
De todo lo que nos enseña el Señor a lo largo del Antiguo Testamento, quere-
mos señalar solamente una verdad fundamental: Dios ama al hombre.
Desde el mismo acto creador, todas las acciones de Dios a lo largo de la his-
toria de la Salvación son una muestra de amor a los hombres en general, y al
pueblo escogido y a cada persona en particular.
Dios crea ai hombre para hacerlo partícipe de su felicidad por el conocimien-
to y el amor. Dios muestra su amor por el hombre y le pide que corresponda
libremente con su amor: lo invita, por tanto, a la amistad con Él: «Amarás al
Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas»
(Dt 6,5; cf. Dt 10,12-13).
AI mismo tiempo, el Señor pide a los hombres que se amen unos a otros como
se aman a sí mismos: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lev 19,18), y
enseña las concreciones de esc amor en muchos pasajes.
2.2. Nuevo Testamento 135
En el Nuevo Testamento, Dios se revela a los hombres como Amor: «Dios es
amor» (ljn 4,18).
El amor de Dios a los hombres se manifiesta, de modo especial, en la entrega
de Jesucristo por nosotros:
«Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo unigénito, para que todo el
que cree en él no perezca, sino que tenga la vida eterna» (Jn 3,t6); «En esto se ma-
nifestó entre nosotros el amor de Dios: en que Dios envió a su Hijo Unigénito al
mundo para que recibiéramos por él la vida» (ljn 4,9); «Dios probó su amor hacia
nosotros en que, siendo pecadores, murió Cristo por nosotros» (Rm 5,8).
Ejercicio 1· Vocabulario
Identifica el significado de las siguientes palabras y expresiones usadas:
• A m or de am istad • Justificación
2. ¿Qué sign ifica am ar a D ios con to d o el corazón, con toda el alm a y con toda la
m ente?
6. ¿Qué sign ifica que la v irtu d de la caridad es una p a rticip a ció n del A m or con
que Dios se ama a sí m ismo?
7. ¿Cuál es e l *m o tivo * de la caridad?
ו4ו
8. ¿Qué enseña el C on cilio de T rento sobre la relación e n tre la ju s tific a c ió n y la
caridad?
M editando los m isterios gozosos del santo Rosario, se revive la subida a la colína donde
el evangelista Lucas relata la experiencia de María, que desde Nazaret de Galilea "se
puso en cam ino hacia la m ontaña* (Le 1,39) para llegar a una aldea de Judá donde vivía
Isabel con su m arido Zacarías.
¿Que im pulsó a María, una muchacha joven, a afrontar aquel viaje? ¿Qué, sobre todo,
la llevó a olvidarse de sí misma para pasar los prim eros tres meses de su embarazo al
servicio de su prim a, necesitada de ayuda? La respuesta está escrita en un Salmo: *Co-
rro por el cam ino de tus m andam ientos Señor, pues tú m i corazón dilatas*(Sal 118,32).
El Espíritu Santo, que hizo presente al H ijo de Dios en la carne de María, ensanchó su
corazón hasta la dim ensión de Dios y la im pulsó por la vía de la caridad.
La visitación de María se com prende a la luz del acontecim iento que le precede inm e-
diatam ente en el relato del Evangelio de Lucas: el anuncio del Ángel y la concepción de
Jesús por obra del Espíritu Santo. El Espíritu Santo descendió sobre la Virgen, el poder
del A ltísim o la cubrió con su sombra (cf. Le 1,35). Aquel m ism o Espíritu la im pulsó a
*levantarse"y a p a rtir sin tardanza*(Le 1,39), para ayudar a su anciana pariente.
Jesús acaba de comenzar a form arse en seno de María, pero su Espíritu ya ha llenado el
corazón de ella, de form a que la Madre comienza ya a seguir al H ijo divino: en el cam ino
que de Galilea conduce a Judá es el m ism o Jesús el que "im pulsa" a María, infundién-
dolé el ím petu generoso de salir al encuentro del prójim o que tiene necesidad, el valor
de no anteponer sus legítim as exigencias, dificultades, peligros para su propia vida. Es
Jesús quien la ayuda a superar to d o dejándose guiar por la fe que actúa por la caridad
(Gal 5,6).
M editando este m isterio, com prendem os bien por qué la caridad cristiana es una vír-
tu d teologal. Vemos que el corazón de María está visitado por la gracia del Padre, es
penetrado por la fuerza del Espíritu e im pulsado interiorm ente por el H ijo; o sea, vemos
un corazón hum ano perfectam ente insertado en el dinam ism o de la santísim a T rini-
dad. Este m ovim iento es la caridad, que en María es perfecta y se convierte en m odelo
de la candad de la Iglesia, com o m anifestación del am or trin ita rio (cf. Deus caritas est,
n.19).
Que María nos obtenga el don de saber am ar com o ella supo amar. Oramos por todos
los cristianos para que puedan decir con San Pablo: "El am or de C risto nos aprem ia"
(2C0r 5,14), y con la ayuda de María sepan d ifu n d ir en el m undo el dinam ism o de la
caridad».
fe
SUMARIO Λ
1.1. Elamorcreador
Como Creador, el amor de Dios hacia nosotros tiene las siguientes caracterís-
ticas:
• es el fundamento de nuestra existencia: existimos por un acto de amor
de Dios, que nos constituye en el ser y nos mantiene en la existencia. Ser
personas creadas significa que estamos siendo conocidos y queridos por
Dios. Somos, por tanto, hijos de Dios por creación;
• es el fundamento de nuestra dignidad. Creado a imagen de Dios, el hom-
bre es «la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma»
(GS, n.24); Dios le da ״todo lo que es ״, que consiste radicalmente en no ser
algo sino alguien;
• es el amor que da al hombre todo el universo para que lo cultive y lo cuide
como su ámbito propio;•
• es un amor personal: nos quiere a cada uno como si fuésemos su único
hijo: su amor no se divide;
1.2. El am or santificador
La iniciativa en
* la amistad entre Dios y el hombre es de Dios: «Nosotros ama-
mos, porque El nos amó primero» (ljn, 4,19).
Este amor de amistad de Dios al hombre se puede caracterizar brevemente de
la siguiente manera:
• Es un amor paterno: Dios da al hombre la participación en la naturaleza
divina, convirtiéndolo así en hijo de Dios Padre y hermano de Dios Hijo,
con el corazón lleno del amor del Espíritu Santo. Y por ser sus hijos. Dios
nos da como herencia su propia felicidad (cf. S.Th., II-II, q.23, a.lc): «Nos
ha regalado los preciosos y más grandes bienes prometidos, para que por
estos lleguéis a ser partícipes de la naturaleza divina» (2P1,4).
• Es un amor de amistad personal íntima: las Personas divinas se dan al
hombre. Dios se da a Sí mismo a nosotros. Pero no solo en el Cielo, sino ya
en esta vida, pues la Santísima Trinidad habita en la persona en gracia.
Además, Dios se entrega realmente al hombre en la Eucaristía, que «significa y
realiza la comunión de vida con Dios» (CEC, n.1325). El Señor no solo ha querido
ser amigo del hombre y elevarlo por la caridad a la amistad con Él, sino también
que esa unión de amistad intima se realice y permanezca por la recepción del
Cuerpo y la Sangre de Cristo: «El que come mi carne y bebe mi sangre permanece
en mí y yo en él» (Jn 6,56).
Ejercicio 1. Vocabulario
Identifica el significado de las siguientes palabras y expresiones usadas:
« ״Dios es am or, y quien permanece en el am or perm anece en Dios y Dios en él( ״IJn 4,
Ί 6). Estas palabras de la Primera carta de Juan expresan con claridad m eridiana el co-
razón de la fe cristiana: la im agen cristiana de Dios y tam bién la consiguiente imagen
del hom bre y de su cam ino. Además, en este mism o versículo, Juan nos ofrece, por así
decir, una form ulación sintética de la existencia cristiana:׳׳Nosotros hemos conocido el
am or que Dios nos tiene y hemos creído en él".
Hemos creído en el am or de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundam ental
de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino
por el encuentro con un acontecim iento, con una Persona, que da un nuevo horizonte
a la vida y, con ello, una orientación decisiva. En su Evangelio, Juan había expresado
este acontecim iento con las siguientes palabras: *Tanto amó Dios al m undo, que entre-
gó a su H ijo único, para que todos los que creen en él tengan vida eterna* (cf. 3,16). La
fe cristiana, poniendo et am or en el centro, ha asum ido lo que era el núcleo de la fe de
Israel, dándole al m ism o tiem po una nueva profundidad y am plitud. En efecto, el israe·
lita creyente reza cada día con las palabras del Libro del Deuteronomio que, com o bien
sabe, com pendian el núcleo de su existencia:*Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es
solam ente uno. Amarás al Señor con to d o el corazón, con toda el alm a, con todas las
fuerzas* (6,4-5). Jesús, haciendo de ambos un único precepto, ha unido este m anda-
m iento del am or a Dios con el del am or al prójim o, contenido en el Libro del Levitico:
*Amarás a tu prójim o com o a ti m ism o* (19,18; cf. Me 1 2 ,2 9 3 1 )־. Y, puesto que es Dios
quien nos ha am ado prim ero (cf. U n 4,10), ahora el am or ya no es sólo un*m andam ¡en-
to", sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro».
SUMARIO
1 . LA CARIDAD, RESUMEN DE LA LEY, VÍNCULO DE LA PERFECCIÓN · 2 . LA
CARIDAD, FORMA DE TODAS LAS VIRTUDES - 3 . EL CRECIMIENTO DE LA CA-
RIDAD · 4 . EL DON DE PIEDAD * 5 . MANIFESTACIONES DE LA CARIDAD HA-
CIA DIOS. 5.1. Amar a Dios por sí m ism o. 5.2. A legrarse y com placerse en los bienes
divinos. 5.3. G ozarse por la presencia d e Dios. 5.4. D esear aum entar los bienes divinos.
5.5. Identificarse con la voluntad d e Dios y cum plirla. 5.6. Tratar a Dios, hablar con Él
en la oración * 6 . LOS PECADOS CONTRA EL AMOR A DIOS. 6.1. La indiferencia.
6.2. La ingratitud. 6.3. La tibieza. 6.4. La acedía (acedía, acidia) o pereza espiritual. 6.5.
El odio a Dios ♦ 7 . PÉRDIDA DE LA CARIDAD Y MUERTE DEL ALMA.
1. La caridad, resumen de la ley, vínculo de la perfección 153
Por su excelencia e importancia en la vida cristiana, la caridad es la mayor
de las virtudes: «La caridad nunca acaba. Las profecías desaparecerán, las
lenguas cesarán, la ciencia quedará anulada (...) Ahora permanecen la fe, la
esperanza, la caridad: las tres virtudes. Pero de ellas la más grande es la cari-
dad» (ICor 13,8.13).
El Prólogo del Catecismo de la Iglesia Católica termina recordando el principio
que ya enunciaba el Catecismo Romano: la finalidad de la doctrina y la ense-
ñanza es el amor que no acaba. «Todo acto de virtud perfectamente cristiano
no tiene otro origen que el amor, ni otro término que el amor» (CEC, n.25).
El amor a Dios es el término y el fin de la vida moral. La caridad considera
totalmente a Dios como el fin y la felicidad. «La culminación de todas nuestras
obras es el amor. Ese es el fin; para conseguirlo, corremos; hacia él corremos;
una vez llegados, en él reposamos» (S. Agustín, Ep. ]0 . 10,4. Citado en CEC,
n.1829).
Por esta razón, la caridad se sitúa, ya en este mundo, en un estado de eternidad, y
conservará invariablemente su naturaleza en el cielo, aunque allí será elevada en
su grado y su acción. En cambio, como la fe y la esperanza corresponden al estado
de peregrinación sobre la tierra, en el cielo desaparecerán: la fe se convertirá en
visión y la esperanza en posesión de Dios.
La caridad representa, por su naturaleza, y también psicológica y moralmen-
te, la unión más íntima y pura posible con Dios. La fe y la esperanza solo
son virtudes en sentido pleno cuando están penetradas y vivificadas por la
caridad:
• La esperanza no defrauda, «porque el amor de Dios ha sido derramado en
nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rm
5,5).
• «Aunque tuviera tanta fe como para trasladar las montañas, si no tengo
caridad, no sería nada» (ICor 13,2; cf. Gal 5,6).
La caridad nos alcanza la libertad de los hijos de Dios, el señorío de nuestros
propios actos, al ser guiados por el Espíritu Santo -el Amor de Dios- desde
nuestra propia intimidad.
«La práctica de la vida moral animada por la caridad da al cristiano la libertad
espiritual de los hijos de Dios. Este no se halla ante Dios como un esclavo, en el
temor servil, ni como el mercenario en busca de un jornal, sino como un hijo que
responde al amor del ״que nos amó primero" (ljn 4,19)» (CEC, n.1828).
2. La caridad, forma de todas tas virtudes
La caridad vivifica, da forma, a todas las demás virtudes y actos de la vida
cristiana.
«El ejercicio de todas las virtudes está animado e inspirado por la caridad. Esta es
"el vínculo de la perfección" (Col 3,14); es la forma de las virtudes; las articula y las
ordena entre sí; es fuente y término de su práctica cristiana. La caridad asegura y
purifica nuestra facultad humana de amar. La eleva a la perfección sobrenatural
del amor divino» (CEC, n.1827).
Esta doctrina tradicional sobre la excelencia de la caridad y su relación con las
demás virtudes, se concreta teológicamente en la afirmación de que la caridad
perfecciona las demás virtudes como forma extrínseca de ellas. Esto significa
lo siguiente:
• No es la forma "intrínseca", porque si no la caridad sería de hecho la úni-
ca virtud: cada virtud tiene su propia razón formal, su objeto propio, que
la caracteriza y especifica.
• Es, por tanto, una forma accidental, no esencial, pero con consecuencias
muy importantes.
• La caridad hace que las demás virtudes se ordenen a la unión con Dios,
y por tanto, que sean "buenas" en su sentido más estricto; es decir, que se
adecúen a su fin.
La función de las virtudes es relacionar a la persona con el fin; pero como el fin
del hombre es sobrenatural (la amistad con Dios), las virtudes sin la caridad no
pueden ponerlo en relación con dicho fin.
• En particular, la caridad impera y ordena los actos de todas las virtudes,
dirigiéndolos hacia Dios.
«La caridad, que es el amor de Dios, impera a todas las demás virtudes, y aunque
sea una virtud específica atendiendo a su propio objeto, por el influjo de su
imperio es común a todas las otras virtudes, por lo que se dice que es forma y
madre de todas ellas» (Santo Tomás, De »talo, q.8, a.2c).
• Además, solo con la caridad los actos de las demás virtudes son mérito-
ríos: es una de las condiciones del mérito sobrenatural.
En este sentido se dice que la caridad "vivifica" a las demás virtudes, o que estas,
sin la caridad, están "muertas": no porque no puedan obrar por sí mismas, sino
porque sus actos no son directamente eficaces en el orden sobrenatural.
• También, por lo mismo, se llama a veces a la caridad fundamento y raíz
(aunque es más apropiada esta denominación para la fe), o también madre
de las virtudes.
Por todo lo dicho, los diez mandamientos pueden resumirse en la caridad
con Dios, con uno mismo y con el prójimo: «Amarás al Señor tu Dios con
todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el
primer mandamiento. El segundo es como este: Amarás a tu prójimo como a
ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas»
(Mt 22,37-40).
3. El crecimiento de la caridad
Como todas las virtudes infusas, la caridad crece por infusión, a través de la
gracia y los sacramentos; nosotros solo podemos pedir ese crecimiento, me-
reccrlo, disponernos para recibirlo, etc.; sobre todo, poniendo en ejercicio la
caridad que ya tenemos.
La caridad puede crecer indefinidamente en intensidad durante esta vida,
aunque no llegará a ser perfecta hasta el ciclo. En extensión, la caridad debe
de hecho ser máxima desde el principio (amor universal), pero en la práctica
crece en extensión en la medida en que uno entra en relación con personas
concretas.
La meta de la vida cristiana es la perfección de ia caridad. Dios nos eligió en
Cristo «antes de la creación del mundo para que fuéramos santos y sin man-
cha en su presencia, por el amor» (Ef 1,4).
A través de los sacramentos recibimos la caridad o un aumento de caridad.
Pero de todos ellos merece una reflexión especial la Eucaristía, sacramentum
caritatis, el sacramento de la caridad (cf. S.Th., III, q.73, a.3).
La Eucaristía es el sacramento de la caridad, en primer lugar, porque es el don
que Jesucristo hace de sí mismo, revelando así el amor infinito de Dios por
cada uno de nosotros.
Por otra parte, el fruto principal de recibir la Eucaristía es la unión íntima con
Cristo y, por tanto, el aumento de la caridad con Dios: «El que come mi carne
y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él» (Jn 6,56).
«Como el alimento corporal sirve para restaurar la pérdida de fuerzas, la Eucaris-
tía fortalece la caridad que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse; y esta cari-
dad vivificada borra los pecados veniales (cf. Concilio de Trento: D$ 1638). Dándose
a nosotros. Cristo reaviva nuestro amor y nos hace capaces de romper los lazos
desordenados con las criaturas y de arraigamos en Él» (CEC, n.1394).
En tercer lugar, la participación en el sacramento de la Eucaristía hace que
crezca y se haga plenamente efectivo nuestro amor a los demás.
Como enseña el Catecismo, uno de los frutos de la Comunión eucarística es la uni-
dad del Cuerpo místico: «La Eucaristía hace ¡a Iglesia. Los que reciben la Eucaristía
se unen más estrechamente a Cristo. Por ello mismo. Cristo los une a todos los
fieles en un solo cuerpo: la Iglesia» (CEC, n.1396).
4. El don de piedad
El don de piedad es el don del Espíritu Santo por el que «rendimos a Dios
nuestro culto y cumplimos nuestros deberes para con Él, por instinto filial,
puesto en nosotros por el Espíritu Santo» (S.Th., Il-II, q.121, a.lc).
El don de piedad, que se extiende a todas las formas de la virtud de la justicia,
da al cristiano la conciencia gozosa y sobrenatural de ser hijo de Dios y her-
mano de todos los hombres, y lo impulsa a imprimir en todas sus relaciones
con Dios y con los demás el sentido filial y fraterno, característico de los miem-
bros de una misma familia (cf. M.M. Philipon, 1997,287-288).
Con palabras de Juan Pablo II, mediante el don de piedad, «el Espíritu sana
nuestro corazón de todo tipo de dureza y lo abre a la ternura para con Dios y
para con los hermanos» (Regina Coeli, 28.V.1989).
• La ternura, como actitud sinceramente filial para con Dios, se expresa
en una oración de profunda confianza en Él, porque lo experimentamos
como Padre providente y bueno, que está continuamente pendiente de
cada uno de sus hijos.
• Respecto a la caridad con los demás, el don de piedad alimenta en nuestro
corazón la mansedumbre, la comprensión, la tolerancia y el perdón. De
ese modo, el don de piedad está -afirma Juan Pablo II en el mismo lugar-
«en la raíz de aquella nueva comunidad humana que se fundamenta en la
civilización del amor».
El amigo se alegra de los bienes de su amigo como si fueran propios. Del mismo
modo, nosotros nos alegramos de la Bondad de Dios, de las maravillas de su
Amor misericordioso, de que otras muchas personas lo quieran y le den gloria.
Como es lógico, también nos duele todo lo que duele al Señor: nuestros peca-
dos y los de todo el mundo. Y ese dolor nos conduce a reparar, a desagraviar
con la penitencia, que nace del amor y aumenta el amor.
El amigo goza de la presencia del amigo; los que se quieren desean estar juntos.
La persona que ama a Dios goza de la presencia de la Trinidad en su alma:
«Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos
a él y haremos morada en él» (Jn 14,23); goza de la presencia de Jesucristo en
la Eucaristía; goza de saber que está siempre bajo la mirada cariñosa de Dios.
En el amor a Dios, como en el amor humano, tiene un papel muy importante el
corazón. Amar a Dios con todo el corazón y con todas las fuerzas implica amarlo
no solo con la voluntad, sino también con los afectos sensibles, con los sentimien-
tos. Jesucristo ha querido que quedara expresa constancia en los Evangelios de los
afectos de su Corazón.
5 .6 . T ra ta r a D io s , h a b la r co n Él en la o ra c ió n
Los amigos se tratan, hablan, se comunican sus ideas, sus penas y alegrías. En
la amistad con Dios es esencial también el trato personal, la oración: es un
acto de amor y camino para crecer en el amor.
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Dios ha sido el primero que, por amor a nosotros, nos habla de sí mismo
y nos anuncia su plan de salvación. Nos comunica su intimidad, nos habla
en el interior de nuestro corazón, en la Sagrada Escritura y en la Iglesia:
«Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe 10 que hace su señor; a
vosotros, en cambio, os he llamado amigos, porque todo lo que oí de mi
Padre os lo he hecho conocen» (Jn 15,15).
• Nosotros podemos hablar con Él en todo momento, porque siempre nos
escucha. Yese trato tiene su culmen en la Eucaristía, donde se puede dar,
en esta vida, la mayor unión del hombre con Dios.
En la vida del cristiano es lógico que haya tiempos dedicados exclusivamente
a la oración, pero poco a poco toda la vida, si se vive por amor a Dios, se con-
vierte en oración; y con su gracia, podemos tratar a Dios, que está en nuestra
alma en gracia, a lo largo de toda la jornada.
«En medio de las ocupaciones de la jomada, en el momento de vencer la tenden-
cia al egoísmo, al sentir la alegría de la amistad con los otros hombres, en todos
esos instantes el cristiano debe reencontrar a Dios. Por Cristo y en el Espíritu
Santo, el cristiano tiene acceso a la intimidad de Dios Padre, y recorre su camino
buscando ese reino, que no es de este mundo, pero que en este mundo se incoa y
prepara» (S. Josemaría Escrivá, 2002, n.116).
6.1. La indiferencia
6.2. La ingratitud
«La acedía o pereza espiritual llega a rechazar el gozo que viene de Dios y a
sentir horror por el bien divino».
Cuando trata sobre la oración, el Catecismo enumera la acedía entre las tenta-
ciones del orante:
«Otra tentación a la que abre la puerta la presunción, es la acedía. Los Padres es-
pirituales entienda! por ella una forma de aspereza o desabrimiento debidos a la
pereza, al relajamiento de la ascesis, al descuido de la vigilancia, a la negligencia
del corazón. ״El espíritu (...)está pronto pero la carne es débil" (Mt 26,41). Cuan·
to más alto es el punto desde el que alguien toma decisiones, tanto mayor es la
dificultad. El desaliento, doloroso, es el reverso de la presunción. Quien es humil·
de no se extraña de su miseria; esta le lleva a una mayor confianza, a mantenerse
firme en la constancia» (CEC, n.2733).
«El odio a Dios tiene su origen en el orgullo; se opone al amor de Dios cuya
bondad niega y lo maldice porque condena el pecado e inflige penas» (CEC,
n.2094).
Puede presentar dos formas:
♦ Odio de abominación: cuando se considera que Dios es un mal para el
sujeto; se da, por ejemplo, cuando se acusa a Dios de los males que uno
sufre.
♦ Odio de enemistad: cuando se considera que Dios es un mal en sí; se opo-
ne al amor de benevolencia y amistad; es mucho más grave.
En la práctica, el odio a Dios se suele manifestar en blasfemias, sacrilegios,
aversión a la Iglesia o a sus miembros más representativos, etc., dada la impo-
sibilidad de ״dañar" directamente a Dios y de manifestar así ese odio.
162 7. Pérdida de la caridad y muerte del alma
AI estar la caridad íntimamente unida a la gracia santificante y a la presencia
de la Trinidad en el alma, y al ser la virtud que vivifica todas las demás, se
deduce inmediatamente que la pérdida de la caridad es equivalente a la pér-
dida de la gracia, es decir, supone la muerte del alma.
El hombre, sin caridad, puede seguir obrando a través de otras virtudes, pero, al
estar informes, al no dirigirse al fin último, sus actos no son meritorios (aunque
disponen a la persona para poder recuperar la caridad y la gracia).
La caridad se pierde por cualquier pecado mortal, ya que perder la gracia su-
pone perder la caridad, y pecar mortalmcnte es una aversio a Deo, es decir, una
enemistad con Dios, lo contrario de la caridad.
Ejercicio 1. Vocabulario
Identifica el significado de las siguientes palabras y expresiones usadas:
Piedad • Indolencia
Infusión • Rencor
Ternura
«La caridad constituye la esencia del ״m andam iento" nuevo que enseñó Jesús. En efec-
to , la caridad es el alm a de todos los m andam ientos, cuya observancia es ulteriorm ente
reafirm ada, más aún, se convierte en la dem ostración evidente del am or a Dios: ״En
esto consiste el am or a Dios: en que guardem os sus m andam ientos( ״IJn 5,3). Este
amor, que es a la vez am or a Jesús, representa la condición para ser amados p o r el Pa-
dre: ״El que recibe mis m andam ientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me
ame, será am ado de m i Padre; y yo lo amaré y me m anifestaré a é i( ״Jn 14,21).
El am or a Dios, que resulta posible gracias al don del Espíritu, se funda, portento, en la m e·
diación de Jesús, com o él mism o afirm a en la oración sacerdotal: ״Yo les he dado a conocer
tu nom bre y se lo seguiré dando a conocer, para que el am or con que tú me has amado
esté en ellos y yo en ellos( ״Jn 17,26). Esta m ediación se concreta sobre todo en el don que
él ha hecho de su vida, don que por una parte testim onia el am or mayor y, por otra, exige
la observancia de lo que Jesús manda: ״Nadie tiene mayor am or que el que da su vida por
sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando( ״Jn 15,1314)־.
La caridad cristiana acude a esta fuente de amor, que es Jesús, el H ijo de Dios entrega־
do por nosotros. La capacidad de amar com o Dios ama se ofrece a to d o cristiano com o
fru to del m isterio pascual de m uerte y resurrección.
La Iglesia ha expresado esta sublim e realidad enseñando que la caridad es una v irtu d
teologal, es decir, una v irtu d que se refiere directam ente a Dios y hace que las criaturas
humanas entren en el círculo del am or trin ita rio . En efecto. Dios Padre nos ama com o
ama Cristo, viendo en nosotros su im agen. Esta, por decirlo así, es dibujada en nosotros
por e l Espíritu Santo, que com o un artista de iconos la realiza en e l tiem po.
También es el Espíritu Santo quien traza en lo más íntim o de nuestra persona las líneas
fundam entales de la respuesta cristiana. El dinam ism o del am or a Dios brota de una
especie de ״connaturalidad ״realizada por el Espíritu Santo, que nos ״diviniza ״según el
lenguaje de la tradición oriental.
Con la fuerza del Espíritu Santo, la caridad anim a la vida m oral del cristiano, orienta
y refuerza todas las demás virtudes, las cuales edifican en nosotros la estructura del
hom bre nuevo. Como dice el Catecismo de la Iglesia católica, ״el ejercicio de todas las
virtudes está anim ado e inspirado por la caridad. Esta es 'el vínculo de la perfección'
(Col 3,14); es la form a de las virtudes; las articula y las ordena entre sí; es fuente y térm i-
no de su práctica cristiana. La caridad asegura y purifica nuestra facultad humana de
amar. La eleva a la perfección sobrenatural del am or divino( ״n.1827). Como cristianos,
estamos siem pre llam ados al amor».
SUMARIO
1. MANIFESTACIONES DEL AMOR DE CARIDAD HACIA UNO MISMO ♦ 2. MA-
NIFESTACIONES DEL AMOR DE CARIDAD HACIA LOS DEMÁS. 2.1. Universalidad
y orden en el am or al prójimo. 2.2. Amor, justicia y caridad. 2.3. La misericordia. 2.4. El
am or preferencial a los pobres. 2.5. El perdón. 2.6. El am or a los enem igos. 2.7. La solí-
daridad. 2.8. Evangelización y apostolado * 3 . LOS PECADOS CONTRA EL AMOR
AL PRÓJIMO. 3.1. El odio. 3.2. La envidia. 3.3. La ira. 3.4. La discordia. 3.5. El escándalo.
3.6. La cooperación al mal.
166 1. Manifestaciones del amor de caridad hacia uno mismo
El amor de caridad a uno mismo no solo conserva el amor natural de sí, sino
que eleva y perfecciona.
1 0
Los deberes que se derivan de ese amor natural (amar y respetar el propio
cuerpo, apreciar la vida terrena, desarrollar las capacidades naturales, ejer-
citar la propia profesión, procurar el progreso en beneficio propio y de los
demás, defender y ejercitar la propia libertad, etc.) adquieren con la caridad
su sentido pleno.
El amor de caridad hacia uno mismo se manifiesta en:
• Buscar, por encima de todo, la propia perfección sobrenatural y la salva-
ción eterna: querer ser partícipes de la naturaleza divina (cf. 2P 1,4), querer
ser santos como nuestro Padre Celestial es santo, identificarnos con Cristo,
vivir la filiación divina, realidad que debe llenar nuestra voluntad, nuestra
inteligencia, nuestros afectos.
• Poner los medios para alcanzar la santidad: evitar el pecado, recibir los
sacramentos, hacer oración, practicar las virtudes, procurar la necesaria
formación doctrinal y espiritual, etc. Por ejemplo, la mortificación corpo-
ral ponderada, aunque podría parecer que va contra el amor al cuerpo, es
necesaria para la propia santidad, que está por encima del bien corporal.
• Buscar para uno mismo los bienes humanos espirituales (cultura, edu-
cación, trabajo, buena fama, prestigio, etc.), corporales y materiales ex-
temos, en la medida en que son necesarios o convenientes para la propia
santidad o la de los demás.
En consecuencia, no nos amamos de verdad a nosotros mismos con amor de
caridad si no buscamos ante todo la santidad, poniendo los medios para al-
canzarla.
Tampoco la vivimos cuando no buscamos tanto los bienes que nos enrique-
cen como personas (cultura, educación, trabajo, etc.), como los que necesita-
mos para llevar una vida digna: medios económicos, salud, descanso, etc. Los
atentados contra la propia vida y salud van en contra de la caridad hacia a
nosotros mismos.
2. Manifestaciones del amor de caridad hacia los demás 167
El amor de caridad -que incluye, perfecciona, sana y eleva el amor natural y
la justicia- es un reflejo del amor paterno de Dios a los hombres: es un amor
fraterno: de hijos de Dios a los hijos de Dios.
En consecuencia, el amor que debemos a los demás en virtud de la caridad
debe tener las siguientes manifestaciones generales:
• Profundo respeto a la dignidad de la persona humana y a todos sus bic-
nes: materiales, espirituales y sobrenaturales.
• Amor con obras de servicio, de acuerdo a las capacidades propias de cada
uno, siguiendo el ejemplo de Jesús, que no vino a ser servido sino a servir.
• Amor de amistad humana y sobrenatural, que mira siempre directamente
a la persona misma, por encima de sus cualidades personales: es universal,
no hace acepción de personas, y su manifestación máxima es el amor por
los enemigos.
• Amor misericordioso: busca siempre, ante las miserias y necesidades de
los demás, ahogar el mal en abundancia de bien; sus manifestaciones tipo
son las obras de misericordia materiales y espirituales, y una opción prefe-
rente por los pobres.
• Amor evangelizador y apostólico, que ofrece a todos la verdad salvadora:
Cristo mismo.
La caridad hacia los demás debe ser universal: debemos amar a todas las per-
sonas como Dios las ama.
A la vez, la caridad hacia los demás debe ser ordenada. La prudencia sobreña-
tural nos ayudará a decidir en cada circunstancia de acuerdo con el orden del
amor. Aquí solo queremos señalar el siguiente criterio general:
La caridad hacia los demás debe comenzar por las personas con las que teñe-
mos una mayor proximidad natural: cónyuge, hijos, padres, hermanos; pa-
rientes próximos, amigos, bienhechores, compañeros, vecinos, etc.
«El cuarto mandamiento encabeza la segunda tabla. Indica el orden de la caridad.
Dios quiso que, después de él, honrásemos a nuestros padres, a los que debemos
la vida y que nos han transmitido el conocimiento de Dios. Estamos obligados
a honrar y respetar a todos los que Dios, para nuestro bien, ha investido de su
autoridad» (CEC, n.2197).
2.2. Amor, justicia y caridad
En las "obras de caridad" con el prójimo hay que incluir, por tanto, todas las
obras de amor y justicia. No se puede reducir la caridad con los demás a al-
gunas acciones especiales. En la vida del cristiano, todo debe ser movido por
la caridad hacia Dios y todo debe tener como fin la caridad hacia Dios.
2.3. La misericordia
La misericordia es una virtud moral que guarda una relación especial con la
caridad. Fruto del amor a los demás, perfecciona nuestro corazón, nuestra
voluntad, para compadecernos de las miserias y necesidades del prójimo. La
persona misericordiosa considera en cierto modo como propias las miserias
ajenas, y se siente impulsada a socorrerlas en la medida de sus posibilidades.
La misericordia no destruye la justicia. Cuando Dios usa de misericordia no obra
contra la justicia, sino que hace algo que está por encima de ella. Del mismo modo,
cuando nosotros vivimos la misericordia, superamos las exigencias de la justicia
viviendo la generosidad. «La misericordia prevalece frente al juicio» (St 2,13).
La misericordia es, en primer lugar, un acto interno de benevolencia y compa-
sión, pero se manifiesta en actos externos que consisten en hacer el bien a las
personas que lo necesitan: «No amemos solo de palabra y con la lengua, sino
con obras y en verdad» (ljn 3,18).
Santo Tomás muestra que la misericordia, en sí misma, es la mayor virtud hu-
mana, porque le compete volcarse en los otros y socorrer sus deficiencias, que
es lo propio de Dios, que muestra de modo extraordinario su omnipotencia
cuando la ejerce con nosotros.
Señala también santo Tomás que es la virtud más agradable a Dios en cuanto que
presta una utilidad más inmediata al prójimo, como revelan las palabras de Oseas
6,6, referidas en Mt 12,7: «Misericordia quiero y no sacrificio», y las de Hebreos
13,16: «No os olvidéis de hacer el bien y compartir lo vuestro, porque Dios se
complace en esa clase de sacrificios» (cf. S.Th., II-II, q.30, a.4).
Es imposible precisar el número de obras de misericordia que se pueden rcali-
zar, pero una antigua tradición ha señalado catorce ejemplos de misericordia,
siete de orden corporal y siete de orden espiritual (cf. CEC, n.2447).
• Instruir al que no sabe, aconsejar al que lo necesita, consolar al triste, corre-
gir, perdonar, sufrir con paciencia los defectos del prójimo y rezar a Dios
por los vivos y los difuntos, son obras de misericordia espirituales.
♦ Dar de comer a los hambrientos, visitar a los enfermos y a los presos, dar
techo o vestido a quien no lo tiene, enterrar a los muertos son obras de mi-
sericordia corporales. «Entre estas obras, la limosna hecha a los pobres es
uno de los principales testimonios de la caridad fraterna; es también una
práctica de justicia que agrada a Dios» (CEC, n.2447).
Los pobres son los que carecen de bienes necesarios; no solo materiales, sino
también del espíritu, como los bienes de la cultura, la religión, etc. San Juan
Pablo II, en la encíclica Centesimas mmus (1.V.1991), habla de la opción prefe־
rcncial de la Iglesia por los pobres:
«Hoy más que nunca, la Iglesia es consciente de que su mensaje social se hará
creíble por el testimonio de las obras, antes que por su coherencia y lógica interna.
De esta conciencia deriva también su opción preferencial por los pobres, la cual
nunca es exclusiva ni discriminatoria de otros grupos. Se trata, en efecto, de una
opción que no vale solamente para la pobreza material, pues es sabido que, espe-
cialmente en la sociedad moderna, se hallan muchas formas de pobreza no sólo
económica, sino también cultural y religiosa» (CA, n.57).
El Señor nos invita a reconocer su presencia en los pobres, y nos dice que
reconocerá a sus elegidos en lo que hayan hecho por los pobres: «En verdad
os digo que cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí
me lo hicisteis» (Mt 25,40).
La miseria humana atrae la compasión de Cristo, «que la ha querido cargar
sobre sí e identificarse con los "más pequeños de sus hermanos". También por
ello, los oprimidos por la miseria son objeto de un amor de preferencia por parte
de la Iglesia» (CEC, n.2448).
La caridad se manifiesta de modo especial en la ayuda eficaz y generosa que
prestamos a las personas necesitadas, una caridad que debe ir unida a la vir-
tud de la pobreza o desprendimiento, que consiste esencialmente en des-
prenderse de corazón de todos los bienes (solo un corazón libre puede amar
de verdad a Dios y a los demás), porque «el amora los pobres es incompatible
con el amor desordenado de las riquezas o su uso egoísta» (CEC, n.2445).
El amor a los pobres es también uno de los motivos del deber de trabajar:
«El que robaba, que no robe ya más, sino que trabaje seriamente, ocupándose
con sus propias manos en algo honrado, para que así tenga con qué ayudar al
necesitado» (Ef 4,28).
Como ya hemos dicho, la caridad lleva en primer lugar a dar a los demás lo
que se les debe en justicia. Respecto a los pobres, afirma san Juan Crisóstomo
que no hacerlos partícipes de los propios bienes «es robarles y quitarles la vida
(...) lo que poseemos no son bienes nuestros, sino los suyos» (cf. CEC, n.2446).
Es preciso -recuerda el Concilio Vaticano II en el Decreto Aposto!icom actuosifa-
tem- «satisfacer ante todo las exigencias de la justicia, de modo que no se ofrezca
como ayuda de caridad lo que ya se debe a título de justicia» (n.8).
2.5. El perdón
El perdón es, en primer lugar, el gran don de Dios a los hombres pecadores:
«Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo
el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Pues Dios no envió a
su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por
él» (Jn 3,16-17).
La historia de la salvación y, de modo especial, la vida de Jesús es la historia
del perdón de Dios a los hombres.
Dios misericordioso nos perdona y nos pide que perdonemos a los demás,
que seamos misericordiosos como Él es misericordioso. Y Jesús nos enseña a
orar así: «Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a
nuestros deudores» (Mt 6,12).
Hay una íntima relación entre la misericordia de Dios y la nuestra: si Dios nos
perdona, también nosotros debemos perdonar; la condición de que Dios nos
perdone es que nosotros perdonemos a nuestro prójimo. Se trata de una cnse-
ñanza continua en la Sagrada Escritura:
• «Entonces su señor lo mandó llamar y le dijo: "Siervo malvado, yo te he
perdonado toda la deuda porque me lo has suplicado. ¿No debías tú tam-
bién tener compasión de tu compañero como yo la he tenido de ti?» (Mt
1832-33)
• «Porque si les perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará
vuestro Padre celestial. Pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vues-
tro Padre os perdonará vuestros pecados» (Mt 6,14-15).
El perdón de Dios es siempre el motivo y el modelo del perdón que nosotros
debemos vivir con nuestros hermanos:
• «Sed, por el contrario, benévolos unos con otros, compasivos, perdonándoos mu-
tuamente como Dios os perdonó en Cristo» (Ef 4,32).
• «Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga queja con-
tra otro; como el Señor os ha perdona, haced también así vosotros» (Col
3,13).
Del mismo modo que Dios nos perdona siempre, también nosotros debemos
estar dispuestos a perdonar siempre a nuestros hermanos:
• «Entonces, se acercó Pedro a preguntarle: "Señor, ¿cuántas veces tengo
que perdonar a mi hermano cuando peque contra mí? ¿Hasta siete?" Jesús
le respondió: "No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete»
(Mt 18,21-22).
• «Si tu hermano peca, repréndele; y si se arrepiente, perdónale. Y, si peca
siete veces al día contra ti, y siete veces vuelve a ti, diciendo: "Me arrepicn-
to"; le perdonarás» (Le 1734)־-
2.6. El am or a los enem igos
2.7. La solidaridad
La caridad nos mueve a ayudar a los demás no solo desde el punto de vista
material, sino también y sobre todo espiritual, procurando que conozcan y
amen a Dios, para que Dios los haga entrar en su Reino.
El cristiano tiene la misión divina de colaborar con Cristo en el establecimien-
to del Reino de Dios participando no solo de su función sacerdotal y real, sino
también de la función profética. Esta implica enseñar a otros la Palabra de
Dios, llevando el Evangelio a todo el mundo: «Id al mundo entero y predicad
el Evangelio a toda criatura» (Me 16,15).
El cristiano, con la gracia de Cristo, debe ser luz del mundo, sal de la tierra (cf.
Mt 5,13-14). La misión de evangelizar no es exclusiva de los que han recibido el
sacerdocio ministerial o de los religiosos. Todos los cristianos han recibido en el
Bautismo la misión de ser testigos de Cristo.
La misión de enseñar la realizamos con el ejemplo y la palabra. En primer lu-
gar, con el ejemplo de nuestra vida, en la que tratamos de identificarnos con
Cristo; de ese modo, damos a conocer a Cristo con nuestras obras.
«Hemos de conducimos de tal manera, que los demás puedan decir, al vemos:
este es cristiano, porque no odia, porque sabe comprender, porque no es fanático,
porque está por encima de los instintos, porque es sacrificado, porque manifiesta
sentimientos de paz, porque ama» (San Josemaría Escrivá, 2002, n.122).
En segundo lugar, con la palabra, para enseñar a los demás la verdad salva-
dora que hemos recibido, siendo fieles al Magisterio de la Iglesia, en la que
recibimos y ejercemos nuestra función profética.
La misión de evangelizar se realiza en las circunstancias propias de cada uno:
viviendo los deberes ordinarios, las relaciones profesionales, familiares y so-
cíales; estando presentes en el mundo del trabajo, de la cultura, de la ciencia,
del arte, del cine, de la literatura, del deporte, de la política.
174 «Para la Iglesia no se trata solamente de predicar el Evangelio en zonas geográ-
ticas cada vez más vastas o poblaciones cada vez más numerosas, sino de alean·
zar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores
determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes ins-
piradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la
Palabra de Dios y con el designio de salvación» (Pablo VI, Exhort. apost. Evangelii
nuntmdi, n.19).
El apostolado cristiano no es algo postizo; es fruto y consecuencia del amor a
Dios, y por tanto resulta algo connatural en nuestra vida.
«Cristo nos enseñó, definitivamente, el camino de ese amor a Dios: el apostolado
es amor de Dios, que se desborda, dándose a los demás. La vida interior supone
crecimiento en la unión con Cristo, por el Pan y la Palabra. Yel afán de apostolado
es la manifestación exacta, adecuada, necesaria, de la vida interior» (San Josema-
ría Escrivá, 2002, n.121).
3.1. El odio
3.2. La envidia
3.3. La ira
«Recordando el precepto: "No matarás( ״Mt 5,21), nuestro Señor pide la paz
del corazón y denuncia la inmoralidad de la cólera homicida y del odio:
La ira es un deseo de venganza. "Desear la venganza para el mal de aquel a quien
es preciso castigar, es ilícito"; pero es loable imponer una reparación "para la co-
rrección de los vicios y el mantenimiento de la justicia" (Santo Tomás de Aquí-
no, Summa theologiae, 22־, q.158, a.l, ad3). Si la ira llega hasta el deseo deliberado
de matar al prójimo o de herirlo gravemente, constituye una falta grave contra la
caridad; es pecado mortal. El Señor dice: "Todo aquel que se encolerice contra su
hermano, será reo ante el tribunal" (Mt 5,22)» (CEC, n.2302).
3.4. La discordia
3.5. El escándalo
Ejercicio 1. Vocabulario
Id e n tific a e l s ig n ific a d o de las s ig u ie n te s p a la b ra s y e xp re sio n e s usadas:
• M isericordia • M aledicencia
• S olidaridad • D iscordia
• Evangelización • Escándalo
• A postolado • Reparar
• Envidia • C ooperación fo rm a l
Ante todo, la justicia. Ubi societas, ibi ius: toda sociedad elabora un sistema propio de
justicia. La caridad va más allá de la justicia, porque amar es dar, ofrecer de lo "m ío ״al
otro; pero nunca carece de justicia, la cual lleva a dar al o tro lo que es "suyo", lo que
le corresponde en v irtu d de su ser y de su obrar. No puedo ״dar ״al o tro de lo m ío sin
haberle dado en prim er lugar lo que en justicia le corresponde. Quien ama con caridad
a los demás, es ante to d o ju sto con ellos. No basta decir que la ju sticia no es extraña
a la caridad, que no es una vía alternativa o paralela a la caridad: la justicia es *insepa־
rabie de la caridad*, intrínseca a ella. La ju sticia es la prim era vía de la caridad o, com o
d ijo Pablo VI, su ״m edida mínima", parte integrante de ese a m o r״con obras y según la
verdad( ״IJn 3,18), al que nos exhorta el apóstol Juan. Por un lado, la caridad exige la
ju sticia , el reconocim iento y el respeto de los legítim os derechos de las personas y los
pueblos. Se ocupa de la construcción de la ״ciudad del hom bre ״según el derecho y la
ju sticia . Por otro, la caridad supera la ju sticia y la com pleta siguiendo la lógica de la
entrega y el perdón. La "ciudad del hom bre" no se prom ueve sólo con relaciones de de-
rechos y deberes sino, antes y más aún, con relaciones de gratuidad, de m isericordia y
de com unión. La caridad m anifiesta siem pre el am or de Dios tam bién en las relaciones
humanas, otorgando valor teologal y salvíñco a to d o com prom iso p o r la ju sticia en el
mundo».
SUMARIO
1. NATURALEZA DE LA VIRTUD DE LA RELIGIÓN · 2. RAÍCES DE LA VIRTUD
DE LA RELIGIÓN * 3. LA RELIGIÓN Y LAS VIRTUDES TEOLOGALES * 4. LA
FUNCIÓN ORDENADORA Y UNIFICADORA DE LA RELIGIÓN · 5. ACTOS ESPE-
CÍFICOS DE LA VIRTUD DE LA RELIGIÓN. 5.1. La devoción. 5.2. La adoración. 5.3.
La oración. 5.4. El sacrificio. 5.5. Promesas y votos. 5.6. El juram ento · 6. EL DEBER
SOCIAL DE LA RELIGIÓN Y EL DERECHO A LA LIBERTAD RELIGIOSA < 7. PE-
CADOS CONTRA LA VIRTUD DE LA RELIGIÓN. 7.1. La superstición y el culto in-
debido. 7.2. La idolatría. 7.3. Adivinación, magia, espiritismo. 7.4. La irreligión. 7.5. La
blasfemia · 8. EL ATEÍSMO, EL AGNOSTICISMO Y EL LAICISMO. 8.1. Formas de
ateísm o. 8.2. Causas del ateísm o. 8.3. El agnosticism o y el laicismo. 8.4. El prim er re-
medio: el testim onio cristiano.
182 1. Naturaleza de la virtud de la religión
La religión es la virtud moral que inclina al hombre a dar a Dios el respeto, el
honor y el culto debidos como primer principio de la creación y gobierno de
todas las cosas.
Es considerada una parte de la virtud de la justicia, que consiste en dar a cada
uno lo que le es debido, en este caso a Dios.
La religión, como todas las virtudes, tiene una dimensión interior que, en mu-
chos casos, se manifiesta exteriormente.
• La dimensión interior es esencial, sin ella los actos externos de culto que-
darían vacíos. El Señor recordó a unos fariseos y escribas las palabras de
Isaías: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está muy
lejos de mí» (Mt 15,8). Esta dimensión interior se podría resumir en el acto
voluntario de entrega a Dios (acto de devoción).
• Ahora bien, la persona humana, por ser espíritu encarnado, debe mani-
festar su reverencia a Dios también con actos exteriores: palabras, obras,
gestos, que, por una parte, expresan la entrega interior y, por otra, excitan
o mueven a la mente a practicar los actos espirituales con los que se une a
Dios, pues «el alma necesita para su unión con Dios ser llevada como de la
mano por las cosas sensibles» (S.Th., II-II, q.81, a.7c).
El desprecio de la dimensión extema de la religión en aras de la pureza espiritual
manifiesta, casi siempre, el desconocimiento de la naturaleza humana, y suele
apoyarse en concepciones antropológicas espiritualistas que, en el fondo, niegan
la bondad de lo corporal, y tienen como consecuencia la destrucción misma de la
religión.
4* La función ordenadora
y unifkadora de la religión
Aunque la virtud de la religión tiene unos actos específicos -que estudiare-
mos a continuación-, abarca en realidad la entera vida de la persona, pues to-
das las acciones, por el hecho de ser realizadas para la gloria de Dios, perte
necen a esta virtud, en cuanto son imperadas por ella. Por esta razón, puede
decirse que religión y santidad se identifican (cf. S.Th., N-Π, q.81, a.8), y que
la religión tiene la preeminencia entre todas las virtudes morales (cf. S.Th.,
II-II, q.81, a.6).
La virtud de la religión no puede ser considerada, por tanto, como una virtud
más entre otras, pues debe animar y configurar toda la vida del cristiano:
«Tanto si coméis, como si bebéis, o hacéis cualquier otra cosa, hacedlo todo
para gloria de Dios» (ICor 10,31; cf. Col 3,17).
Mientras la caridad convierte la vida moral en amorosa donación a Dios, la
virtud de la religión le confiere el carácter cultual, la convierte en culto a
Dios.
El cristiano, que participa de la función sacerdotal de Cristo, ofrece toda su vida
como ofrenda viva, santa, agradable a Dios: este es su culto espiritual (cf. Rm
12,1). Refiriéndose especialmente a los laicos, afirma el Concilio Vaticano II: «To-
das susobras, oraciones, tareas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el trabajo
diario, el descanso espiritual y corporal, si se realizan en el Espíritu, incluso las
molestias de la vida, si se llevan con paciencia, todo ello se convierte en sacrificios
espirituales agradables a Dios por Jesucristo (cf. 1P2,5)» (LG, n.34).
5.1. La devoción
5.2. La adoración
5.3. La oración
b) La oración de petición
«Mediante la oración de petición mostramos la conciencia de nuestra relación
con Dios: por ser criaturas, no somos ni nuestro propio origen, ni dueños de
nuestras adversidades, ni nuestro fin último; pero también, por ser pecadores,
sabemos, como cristianos, que nos apartamos de nuestro Padre. La petición ya
es un retomo hacia Él» (CEC, n.2629).
• El primer movimiento de la oración de petición es la petición de perdón.
La oración personal, como la celebración de la Eucaristía, debe comenzar
con la petición de perdón (cí. CEC, n.2631).
• Hay una jerarquía en las peticiones. Lo primero que debemos pedir es la
venida del Reino («venga a nosotros tu Reino»); a continuación, lo que es
necesario para acogerlo y para cooperar a su venida (cf. CEC, n.2632).
• Una oración de petición que nos conforma muy de cerca con la oración de
Jesús es la oración de intercesión. Interceder es pedir en favor de otro. Es
propia de un corazón conforme a la misericordia de Dios (CEC, nn.2634 y
2635).
d) La oración de alabanza
«La alabanza es la forma de orar que reconoce de la manera más directa que
Dios es Dios. Le canta por Él mismo, le da gloria no por lo que hace, sino por
lo que Él es. Participa en la bienaventuranza de los corazones puros que le
aman en la fe antes de verle en la gloria (...) La alabanza integra las otras for-
mas de oración y las lleva hacia Aquel que es su fuente y su término: "un solo
Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y por el cual somos nosotros"
(ICor 8,6)» (CEC, n.2639).
5.4. El sacrificio
Sacrificio es toda obra que realizamos para unirnos a Dios, adorarlo, darle
gracias y pedirle perdón.
El sacrificio es un acto externo, pero, para ser autentico, debe ser expresión
de la entrega interior a Dios. Jesús recuerda las palabras del profeta Oseas:
«Misericordia quiero y no sacrificio» (Mt 9,13; 12,7; cf. Os 6,6).
«El único sacrificio perfecto es el que ofreció Cristo en la cruz en ofrenda total
al amor del Padre y por nuestra salvación (cf. Hebr 9,13-14). Uniéndonos a
su sacrificio, podemos hacer de nuestra vida un sacrificio para Dios» (CEC,
n.2100)
El culto que el hombre tributa a Dios alcanza su plenitud en la Eucaristía. En
ella, los cristianos, por Cristo, con Él y en Él, en la unidad del Espíritu Santo,
pueden dar al Padre todo el honor y toda la gloria. El alma de este culto espi-
ritual es el mismo Espíritu Santo. En ella se cumplen las palabras de Cristo:
«Pero llega la hora, y es esta, en la que los verdaderos adoradores adorarán al
Padre en espíritu y en verdad» (Jn 4,23).
El cristiano que participa en la Santa Misa -centro y raíz, fuente y culmen
de toda la vida cristiana- participa sacramentalmente de la muerte y resu-
rrección de Cristo; entrega su vida con Él; adora a Dios a través de Él; le da
gracias, implora su perdón y le pide todo tipo de bienes, a través de la oración
de Cristo. A partir de ahí, toda su vida puede y debe convertirse en un culto
espiritual a Dios.
Si la virtud de la religión, como hemos visto, exige una vida moral coherente, esta
solo puede darse plenamente si la persona enraíza toda su vida en la Eucaristía.
En efecto, en ella, como afirma Benedicto XVI, «fe, culto y ditos se compenetran
recíproca mente como una sola realidad, que se configura en el encuentro con el
agapé de Dios. Así, la contraposición usual entre culto y ética simplemente desa-
parece. En el "culto" mismo, en la comunión eucarística, está incluido a la vez el
ser amados y el amar a los otros» (DC, n.14).
5.6. El juramento
7.2. La idolatría
7.4. La irreligión
Los principales pecados de irreligión son la acción de tentar a Dios con pala-
bras o con obras, el sacrilegio y la simonía.
• «La acción de tentar a Dios consiste en poner a prueba, de palabra o de
obra, su bondad y su omnipotencia. Así es como Satán quería conseguir
de Jesús que se arrojara del templo y obligase a Dios, mediante este gesto,
a actuar (cf. Le 4,9). Jesús le opone las palabras de Dios: ״No tentaréis al
Señor, tu Dios( ״Dt 6,16). El reto que contiene este tentar a Dios lesiona el
respeto y la confianza que debemos a nuestro Creador y Señor. Incluye
siempre una duda respecto a su amor, su providencia y su poder (...)»
(CEC, n.2119).
• «El sacrilegio consiste en profanar o tratar indignamente los sacramentos y
las otras acciones litúrgicas, así como las personas, las cosas y los lugares
consagrados a Dios. El sacrilegio es un pecado grave sobre todo cuando es
cometido contra la Eucaristía, pues en este sacramento el Cuerpo de Cris-
to se ñas hace presente substancialmente (cf. CIC can.1367.1376)» (CEC,
n.2120).
• «La simonía (cf. Hech 8,9-24) se define como la compra o venta de cosas es-
pirituales (...). Es imposible apropiarse de los bienes espirituales y de com-
portarse respecto a ellos como un poseedor o un dueño, pues tienen su fuen-
te en Dios. Sólo es posible recibirlos gratuitamente de Él» (CEC, n.2121).
7.5. La blasfemia
El ateísmo adopta formas muy diversas, que se podrían resumir en las si-
guientes:
• Ateísmo pragmático. Es el de las personas indiferentes a la cuestión reli-
giosa, que no se plantean la existencia de Dios ni de la vida eterna; de los
escépticos ante todo lo trascendente; de los que orientan su vida al bien-
estar material.
• Ateísmo antropocéntrico o humanismo ateo. Afirma la autonomía radi~
cal del hombre y de su libertad hasta negar toda dependencia del hombre
respecto de Dios. Para esta forma de ateísmo, «la esencia de la libertad
consiste en que el hombre es el fin de sí mismo, el único artífice y creador
de su propia historia» (GS, n.20).
• Ateísmo sistemático. Pone la liberación del hombre en su liberación eco-
nómica y social. Pretende «que la religión, por su propia naturaleza, es un
obstáculo para esta liberación, porque, al orientar el espíritu humano hacia
una vida futura ilusoria, apartaría al hombre del esfuerzo por levantar la
ciudad temporal» (GS, n.20).
8.2. Causas del ateísmo 197
Ejercido 1. Vocabulario
Identifica el significado de las siguientes palabras y expresiones usadas:
S acrificio • A divinación
Promesa • M agia
V oto • E spiritism o
A doración • S acrilegio
Alabanza • Blasfem ia
Promesa • A gnosticism o
S uperstición • Laicism o
6. ¿Qué relación existe entre la dim ensión in te rio r y la dim ensión e x te rio r d e la
v irtu d de la religión?
«La razón más alta de la dignidad hum ana consiste en la vocación del hom bre a la
unión con Dios. Desde su m ism o nacim iento, el hom bre es invita do al diálogo con Dios.
Existe pura y sim plem ente p o r el am or de Dios, que lo creó, y por el am or de Dios, que
lo conserva. Y sólo se puede decir que vive en la p le nitu d de la verdad cuando recono-
ce librem ente ese am or y se confía por entero a su Creador. M uchos son, sin em bargo,
los que hoy día se desentienden del todo de esta íntim a y v ita l unión con Dios o la nie-
gan en form a explícita. Es este ateísm o uno de los fenóm enos más graves de nuestro
tiem po. Y debe ser exam inado con toda atención.
Quienes voluntariam ente pretenden apartar de su corazón a Dios y soslayar las cues-
tiones religiosas, desoyen el dictam en de su conciencia y, por tanto, no carecen de cul-
pa. Sin em bargo, tam bién los creyentes tienen en esto su parte de responsabilidad.
Porque el ateísmo, considerado en su to ta l integridad, no es un fenóm eno originario,
sino un fenóm eno derivado de varias causas, entre las que se debe contar tam bién la
reacción crítica contra las religiones, y, ciertam ente en algunas zonas del m undo, sobre
todo contra la religión cristiana. Por lo cual, en esta génesis del ateísm o pueden tener
parte no pequeña los propios creyentes, en cuanto que, con el descuido de la educa-
ción religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina, o incluso con los defectos
de su vida religiosa, m oral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro
de Dios y de la religión».
B IB L IO G R A F ÍA
K-------------------------
ÍN D IC E
Presentación.............................................................................. 8
S ig la s ........................................................................................ 10
ín d ic e ............................................................................................................................ 203