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Hoy muchos cristianos no están satisfechos con esta teoría porque consideran que
no está de acuerdo con dos dogmas centrales de la fe cristiana: el primero, Dios
quiere que todos los hombres sean salvados; el segundo, Cristo murió para la
salvación de todos los seres humanos. Por ello, se preguntan si la teoría del limbo
—que es y sigue siendo, una «teoría teológica», y que nunca ha sido considerada
ni enseñada por la Iglesia como dogma de fe— no debe ser abandonada y
sustituida por una teoría más satisfactoria. Tanto más cuando el número de niños
muertos sin Bautismo es altísimo. ¿Cómo se puede pensar que la mayor parte de
la humanidad, sin ninguna responsabilidad personal, sea excluida de la
salvación? Por otra parte, ¿cómo conciliar la salvación de los niños muertos sin el
Bautismo con la verdad de la fe de la necesidad del Bautismo para ser salvados?
En primer lugar, conviene explicar el término «limbo». Este término deriva del
latín limbus, que significa «borde», «dobladillo» del vestido. Cuando habla
del limbus, la teología católica indica tanto el lugar —en el «borde», el «límite»
de la «región inferior»— donde se encuentran los niños muertos sin el Bautismo,
como la condición espiritual, en la que éstos se encuentran, que es una condición
media entre el paraíso y el infierno.
Este es el limbus puerorum (limbo de los niños), del que aquí se habla. No se
habla, en cambio, del limbus patrum, en el que se encuentran los «padres», es
decir los santos y los justos, sean hebreos o paganos, que no podían ser admitidos
en el paraíso antes que Cristo, por los méritos de su pasión o de su muerte, no los
hubiera liberado y conducido consigo en el paraíso.
¿Cómo se ha llegado a formular la teoría del limbo para los niños muertos sin
bautismo, y en base a qué principios teológicos se ha llegado hoy a su sustancial
superación con la reafirmación de que «hay una esperanza para la salvación de
los niños que mueren sin Bautismo»? Subrayando, pero, que «se trata de motivos
de esperanza en la oración, más que de conocimiento cierto» (n. 102 s).
En primer lugar se destaca que «la teoría del limbo, a la que ha recurrido la
Iglesia durante muchos siglos para hablar de la suerte de los niños que mueren
sin Bautismo, no encuentra ningún fundamento explícito en la revelación, aunque
haya entrado desde hace mucho tiempo en la enseñanza teológica tradicional» (n.
3). También se destaca que «no hay ninguna mención del limbo en la liturgia,
mientras que se han introducido los funerales para los niños muertos sin
Bautismo, que son confiados por la Iglesia a la misericordia de Dios» (n. 5). Por
último, «bien consciente de que el medio normal para alcanzar la salvación en
Cristo es el Bautismo in re, la Iglesia espera que existan otras vías para conseguir
el mismo fin. Puesto que, por su encarnación, el Hijo de Dios «se ha unido en un
cierto modo» a todo ser humano, y puesto que Cristo ha muerto por todos y «la
vocación última del hombre es efectivamente una sola, la divina», la Iglesia
sostiene que «el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de ser asociados, del
modo que Dios conoce, al misterio pascual» (n. 6).
El monje inglés Pelagio enseñaba que los niños podían ser salvados sin estar
bautizados; consideraba inocentes a los niños recién nacidos. A los que morían
sin estar bautizados les aseguraba la entrada en la «vida eterna» (pero no en el
«reino de Dios»), afirmando que Dios no habría condenado al infierno quien no
hubiera pecado personalmente.
Para san Agustín, esta enseñanza de Pelagio negaba la existencia del pecado
original y, por tanto, la necesidad del Bautismo para poderse salvar. Los niños,
por tanto, eran pecadores, que para salvarse necesitaban ser bautizados. En
consecuencia, los niños muertos sin el Bautismo estaban destinados a sufrir la
pena del infierno, al cual son condenados los pecadores. Pero, por desgracia
condenados al infierno, por «pecadores» por causa de la presencia en ellos del
pecado original, los niños muertos sin el Bautismo sufren una «pena mínima»
(poena mitissima), «la pena más ligera de todas», no siendo culpables de pecados
personales.
Los teólogos de la Edad Media se alejan del rigor de san Agustín: así Abelardo,
poniendo de manifiesto la bondad de Dios, afirma que los niños muertos sin el
Bautismo «son privados de la visión de Dios», pero no sufren ninguna pena
añadida; lo mismo afirma Pietro Lombardo. Por su parte, el Magisterio
eclesiástico medieval afirma que los culpables de pecados personales graves y los
niños muertos sin Bautismo «descienden inmediatamente al infierno para ser
castigados, aunque con penas desiguales» (mox in infernum descendere, poenis
tamen disparibus puniendas), tal como se dijo en los Concilios de León II y de
Florencia (n. 22).
En esta atmósfera teológica nace la teoría del limbo. En efecto, es de la opinión
común de los teólogos que los niños muertos sin el Bautismo no ven a Dios, pero
no sufren ningún dolor; es más, según San Tomás de Aquino y Duns Scoto,
conocen una plena felicidad natural a través de su unión con Dios en todos los
bienes naturales. No sufren de la privación de la visión de Dios, porque la
existencia de dicha visión se conoce sólo mediante la fe: puesto que los niños
muertos sin el Bautismo no han tenido la fe en acto ni han recibido el sacramento
de la fe, no conocen la existencia de la visión beatífica y por ello no pueden sufrir
la falta de una realidad de la cual ignoran la existencia (Tomás de Aquino, De
malo, q. 5, a.3). El limbo era así el lugar de «felicidad natural» de los niños
muertos sin el Bautismo (n. 23).
Pero la reflexión teológica sobre este punto no estaba aún madura; por esto el
tema de la suerte de los niños muertos sin Bautismo no fue incluido en el
programa del Concilio Vaticano II. Tanto más que en los dos decenios
precedentes se había debatido profundamente la cuestión de la gratuidad del
orden sobrenatural y de la ordenación de todos los seres humanos a Cristo y a la
redención que por nosotros ha obtenido.
Motivos de esperanza
¿Pero hay motivos de esperanza de salvación para los niños que no hayan
recibido el Bautismo? Los cristianos son hombres y mujeres de esperanza, pero
la esperanza cristiana es una esperanza «contra toda esperanza» (Rom 4,18) y va
mucho más allá de cualquier forma de esperanza humana. Por esto, «los
cristianos, incluso cuando no ven cómo pueden ser salvados los niños no
bautizados, con todo se atreven a esperar que Dios les abrazará en su
misericordia salvadora» (n. 68).
b) Cristo murió por todos, y la vocación última del hombre en realidad es una
sola, la divina; por ello debemos mantener que el Espíritu Santo ofrece a todos la
posibilidad de que, en la forma de Dios conocida, sean asociados al misterio
pascual.
c) Dios no ató su poder a los sacramentos, y por eso puede conferir el efecto de
los sacramentos sin los sacramentos. Dios puede por tanto dar la gracia del
Bautismo sin que el sacramento sea administrado, un hecho que debería ser
especialmente recordado cuando la administración del Bautismo fuera imposible.
http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/cti_documents/rc_con_cfaith_doc_200
70419_bimbi-non-battezzati-de-rosa_sp.html