Está en la página 1de 1

A veces mi vida es como subirse a un auto, acelerar a fondo y de inmediato estrellarse.

Aquí estoy, a solas con el tic tac del reloj verde. Pero hoy soy yo quien acomoda
remordimientos en cada uno de los segundos. Así las cosas.

El monstruo hambriento que busca más carne se me aparece diario en el vidrio de mi reloj.
Como voltear hacia atrás y ver que todo ese desorden de demonio adolescente yo lo causé.

Rabia es mi nombre esta tarde. No he aprendido. No soy bueno, ni mejor. Me dibujan cara
y cuerpo los vectores torcidos de mis acciones. Me enredo y me revuelco. Aahh¡ maldito
ardor de venas¡

No me perdones. No lo hagas, por favor. He de diagnosticar estas manchas en la mirada y


esta peste de mis impulsos. Hoy me he estrellado y he herido a ambos. Pero ni siquiera he
podido aprender con la práctica del dolor mutuo ¿o será que la piel de mi alma pronto
dejara de sentir nada?

Esta vez no voy a escapar. Al diablo con las promesas, las palabras ya no sirven, el poder
de mi aliento lo agoté. No más. Caigo víctima de mis propios errores…

Entrego mis ojos a las consecuencias. Que me coman las furias que he creado. Vengan a
mí, noctívagos que hacen arder el pecho de quien me quiere, vengan, espectros de garras
afiladas, tomen mi abdomen a placer para desgarrarlo mil y mil veces. Sea mi cuerpo
arrojado al infierno para que me pudra ahí siete veces y las cenizas confinadas en algún
lugar donde ningún emisario de la vida pueda tocar mis restos.

También podría gustarte