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Mis ambigüedades.

Remigio C

MIS AMBIGÜEDADES
REMIGIO CLEMENTE (CHECHU)

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Mis ambigüedades. Remigio C

¿Que la humildad no cuadra bien?

La gran cuestión que constituye una vanidad ahora como virtud, es no más un pecado mortal.
La humildad no cuadra bien.

Durante algún tiempo trabajé como gerente adjunto, encargado relación personal y ventas en
la Coca-Cola Company; dirigí entrevistas a candidatos a las prácticas laborales funcionarios,
todos de la empresa; y tenía que hacer a todos una pregunta clásica de la entrevista. La pregunta
clásica de la entrevista fue: cite un defecto suyo... Y, durante todos aquellos años, jamás escuché
un defecto, porque todos me decían el mismo defecto: perfeccionismo – ¡vaya! Yo lo hago
todo!.... - y decía yo. no!, quiero que me diga otro defecto: obsesión... en la empresa con el
horario de la empresa - ¡llegar puntual, es una obsesión! - no! ¡No! ...diga algo que realmente
te gustaría cambiar – dedicarme más a la familia y menos a empresa...que soy totalmente
dedicado/a ..etc., - en fin; nadie me dijo que era borracho ocasional o, de hecho; nadie
mencionó que era ineficiente en su puesto; nadie habló que fumaba mucho; ninguno dijo que
tenía defectos.

Pero a la vista de la publicación de la revista semanal, todos los entrevistados afirmaron


merecer el paraíso. Aun los condenados a prisión!. Condenados en prisión por asesinatos dirían
que serían salvados por eso, que ya pagaron.

Y en el mundo en que todos serían condenados y que la humildad era una norma de
convivencia, surgió un mundo en que nadie más puede ser condenado y que la salvación es una
regla. Regla de un dios terrible del juicio final que sonaba en los tímpanos de las iglesias góticas
como “Notre Dame” de Paris, a un Cristo del capítulo 25 de San Mateo, pintado por Miguelo
Angello en la Capilla Sixtina; de un Cristo juez, surgió ese cristo amigable. Jesucristo
simpático, ese Cristo que habla conmigo; ese Cristo que es especial para mí; ese que resignifica
una relación de vanidad; ¡Dios me entiende!, es la famosa expresión que lo justifica y anestesia
la conciencia.

La creencia en la vanidad se sitúa y gana espacio como una nueva virtud hoy en día. Es una
cuestión altamente seria que me hace cuestionar bastante sobre el futuro. Resulta cada vez más
difícil atribuir notas bajas o negativas a los alumnos; es cada vez más difícil penalizar o
sancionar a alguien por alguna cosa; es cada vez más difícil establecer reglas porque,
inmediatamente la vanidad produce la hermenéutica de esa regla, o sea, su reinterpretación; esa

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hermenéutica es fruto de mi ego que lo resignifica todo a todo instante. Esa característica,
surgida en Grecia, del individualismo, reforzada por la burguesía del renacimiento y,
estimulada hoy en el mundo capitalista actual, con la necesidad de ser único, especial, fuerte y
omnipresente.

Nuestra vanidad no permite errores, ni tristeza; no permite más que yo tenga impotencia sexual,
porque hay auxilios químicos que se encargan; no permite que yo me quede triste, porque hay
auxilios químicos y drogas especiales para eso; no permite ya jamás sencillamente vivir o
experimentar el dolor y fracasos, aquello que antiguamente se decía que fortalecía el carácter
y estimulaba el crecimiento, nos llevaba a arriba, que nos hacía ir aprendiendo a cada caída, a
subir más...hoy yo debo subir sin caídas ni fracaso.

El mundo se acaba a cada instante. Y esa individuación muestra y aumenta nuestra sensación
del fin del mundo; una sensación absoluta de que nuestra vanidad ya no es un defecto, desde
hace muchísimo tiempo se convirtió en una virtud sólida. Talvez la virtud más cultivada y
esperada de todas. Es la función de los padres, la de estimular el nuevo nombre de autoestima.
Es la función de los padres, la de eliminar la depresión, angustia, dolor y el llanto. Ya no
podemos seguir conviviendo con esas cosas que animaron a la humanidad en tiempos pasados.

Como era la famosa oración de los salmos: Clamor de un pecador conocido como Cántico
de ascenso gradual (salmo 130)

Desde lo más profundo, oh SEÑOR, he clamado a ti.


¡Señor, oye mi voz!
Estén atentos tus oídos
a la voz de mis súplicas

la gente que está en el abismo, inmediatamente toma algún método de ascensión y cambian de
acción.

En nuestra sociedad y era, ya no arreglamos las cosas, decía (Pe Isaac Reyes, CM....homilía
dominical) y no arreglamos ya las relaciones humanas; lo cambiamos todo. Y al cambiar
zapatos, aparatos y personas que amamos y conocemos, vamos haciendo un trueque por la
vanidad de la novedad. Al sustituir o ignorar a alguien, inmediatamente me hago más
interesante; y nunca me doy cuenta de que ese espejo, continúa siendo el drama de mi vanidad.

Lo que yo no toleré de la persona anterior a quien sustituí es que ella me ha mostrado cuánto
estoy desvaneciendo, envejeciendo o, soy desinteresado. En la nueva persona que estoy
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conociendo, yo exploro y demuestro cuánto interesante, intrigante e importante soy y, así


...A dónde queremos llegar?

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