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Que loca la soledad, que parece que nunca te deja.

Cual droga, una vez que la pruebas, parece


muy difícil eliminarla del organismo. Casi como si pudiéramos regodearnos en ella. A veces, pasa a
ser un estado natural de las cosas. Y entonces te invade, te abraza, y parece que nunca te suelta.

Y es tan individual, tan personal, subjetivo y singular, que es casi imposible hacerle entender a
nadie como se siente. Como te quema por dentro y te va pudriendo de a poco. Como esa
enfermedad de los árboles que los va secando de apoco…como un veneno para ratas…

Se te escapa la vida, y nunca, ni un minuto, te dejas de sentir solo. Qué fue lo que faltó que no
puedo sentirme mejor, no lo sé. Como esquivarlo, confrontarlo o eliminarlo no lo sé. Ya nada me
llena. Por más logros que uno consiga, no deja de pensar en lo que falta.

Dice que lo que no te mata te fortalece, que las cosas pasan por algo, que nunca se te presenta
una batalla que no puedas librar. Pero, la verdad, si me preguntan en serio, me rindo.

Estoy acá y vos no estas. A mi nada me distrae, todo el tiempo son tardes grises que nadie nunca
entenderá. La vida duele sin vos. No sé cómo luchar contra el silencio que evidencia mi aterradora
soledad.

Todos alguna vez nos enamoramos de esa persona con la que viajas cada mañana en el tren o el
colectivo. Todos cerramos los ojos y nos imaginamos que se acercaba a encararnos y nos
confesaba que sentía lo mismo. Todos llegamos corriendo a la parada, o a la estación, porque
sabíamos que en ese viaje estaba él o ella. Y no queríamos perdernos una nueva oportunidad de
que por fin sucediera.

Todos sonreímos frente al cristal, frente a nuestro propio reflejo, que suspira y sueña encuentros
imposibles, y caricias fugadas. Todos cerramos los ojos y nos concentramos en el aroma de alguna
persona que nos llama la atención.

Pero que frustrante es cuando solo sucede en tu cabeza.

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