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El autor y sus

FANTASMAS Por Raúl Falcó


Raúl Falcó ensaya alrededor Es autor quien lo declare, o así sea designado
por aquellos que lo afirman o al menos lo su-
de los juegos que existen
ponen. La importancia de que una firma avale
entre la propiedad intelectual el contenido de una obra o de un texto es bas-
y las obras de arte. Esos tante reciente si se la mira desde el punto de
vista del derecho de autor. Pero antes de que se
desplazamientos irónicos entre
ventilara jurídicamente este aspecto, en buena
autoría, identidad personal y medida comercial del asunto (siglo XIX ), dicha
creación han estado en Mozart, importancia siempre fue relevante y residía
por fuerza mucho más en el prestigio del autor
Cervantes, Molière, Whitman,
que en el del editor, que era dueño de todo
Andrés Segovia, Pessoa, lo que publicaba. Lo que hoy es legalmente
Borges, Bioy Casares y Roman irrenunciable en la mayoría de los países (la
así llamada propiedad intelectual y los dere-
Gary. ¿A quién pertenece
chos que engendra) tan sólo se reducía a ser
verdaderamente el ingenio la carnada del anzuelo que el editor-impresor-
creativo de las obras? vendedor deseaba mordieran muchos ávidos
o ingenuos clientes, que en el mejor de los ca-
sos el autor le había procurado previamente al
cederle su obra y su firma a cambio de algún
dinero. Al menos, aunque no participara de las

H
ace poco leí una nota acerca de los lla- ganancias generadas en nombre de su nom-
mados ghostwriters (escritores fantasma) bre, este encabezaba cada volumen publicado
que me hizo reparar en un detalle curio- y, de ser exitoso, le mantenía las puertas abier-
so. Antes de abordarlo, acaso cabe recordar que tas tanto de foros y salones como de nuevas
dichos escritores son contratados para escribir transacciones. Para liberarse de esta situación,
un libro, un estudio, un ensayo o un artículo, algunos autores se aventuraron a ser sus pro-
cuya autoría será atribuida a quien contrata y pios editores, aunque terminó por imponerse
que, a cambio de una cantidad pactada, exclui- la tendencia a pleitear la causa autoral ante los
rá toda mención de quién o quiénes fueron los tribunales y en nombre de su valor exigir una
responsables de escribirlos. En nuestros días, mayor justicia distributiva.
tan propensos a la publicación inmisericorde
de todo tipo de libros y a la aún más abruma- Volviendo al principio, el detalle que me lla-
dora cantidad de escritos destinados a las redes mó la atención fue la diferencia de sentido que
sociales, esta práctica no podía más que prospe- existe entre la palabra ghost, que en inglés sig-
rar, al grado de que también proliferan los obre- nifica más bien “espíritu”, “presencia” (como en
ros de la pluma, discretamente agremiados en holy ghost, Espíritu Santo), y la palabra fantas-
el seno de agencias de colocación que también ma que, por su resonancia helénica, se refiere
en línea ofrecen sus servicios al mejor postor. más bien a una aparición, frecuentemente vi-
Todos suelen ser profesionales o aficionados sible, de orden sobrenatural. Llevada esta dife-
a la escritura, amén de la especialidad que los rencia al tema que nos ocupa, resulta evidente
distingue, más a gusto al frente de una empresa que hablar de escritores-fantasma es incurrir
que sólo involucra su responsabilidad en cuan- en una contradicción, si se considera que su Imagen de la página anterior
to a la calidad que se espera de su trabajo, desde cualidad primordial debe residir en su invisi- (detalle): Solidão (Solitude),
óleo sobre tela de
resignados al abandono de cualquier ambición bilidad. Más feliz viene a ser la nomenclatura
Iberê Camargo, 1904.
autoral hasta candidatos a asumirla tras afilar- inglesa, puesto que el “espíritu” invocado por Fundación Iberê Camargo,
se los espolones con navaja ajena. la palabra ghost ofrece otorgarle al contratante Puerto Alegre, Brasil.

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las cualidades que anhela suscribir con su pro- Como se ha dicho, es, pues, autor quien firma
pio nombre, sin la indeseable intromisión del la obra o el texto que asegura ser de su autoría.
“fantasma” contratado. Se nos suele enseñar que esta práctica se vol-
vió normal y casi obligatoria a partir del Rena-
cimiento. Sin embargo, no faltan ejemplos de
En casi todos los campos de la obras plásticas firmadas en Egipto y en Gre-
creación humana, al menos cia. Por lo menos, en este último caso, si bien
en la cultura occidental, la noción sus esculturas no ostentaron firma alguna, la
de autoría se volvió inseparable de fama de Fidias o Praxíteles ya los designaba
una identidad personal que a sus contemporáneos como autores preciados e
incomparables. Aunque el nombre de Homero
la sustentara. En ello radica
puede resumir una gran cantidad de aedos
justamente la posibilidad, por no anónimos, a nadie se le ocurriría cuestionar la
decir la tentación, de también autoría de Sófocles o Eurípides, ni las de Pla-
fingirla o suplantarla. tón y Aristóteles, a pesar de que todo lo que
nos han legado ha sido mediante copias y tes-
timonios. De igual manera, no disponemos de
ningún original de Virgilio, Horacio u Ovidio,
sin que por ello su autoría sea puesta en du-
da. Por lo menos en el mundo de las letras,
eran más bien “fantasmas” quienes consagra-
ban su esfuerzo no a suplantar una supuesta
autoría, sino a copiar textos originales o co-
pias de los mismos con el fin de multiplicar los
ejemplares de las obras más destacadas para
deleite de los ávidos lectores y coleccionistas,
así como para enriquecer los fondos de las bi-
bliotecas más ambiciosas. Hay que esperar las
transcripciones de ciertos copistas medievales
para ver aparecer su firma al calce de algu-
nos de sus manuscritos, como testimonio, no
de su autoría, sino de la calidad sobresalien-
te de su trabajo de escritura o de ilustración.
Otro ejemplo curioso de autoría hacia el siglo
XII , en pleno auge de la arquitectura gótica, lo
representan las firmas iniciáticas de los maes-
tros de obra de las grandes catedrales. Disimu-
lados en los repliegues de algunos remates de
bóveda, aparecen esculpidos unos pequeños
sellos circulares que incluyen diversas figuras
aparentemente decorativas pero que, una vez
completadas las figuras geométricas que supo-
nen, declaran, a modo de firma personal aun-
que anónima, los conocimientos matemáticos
y geométricos que poseía el maestro de obras
En la tradición inglesa, el fantasma a menudo se manifiesta ante los mortales. Mujer
sorprendida por el fantasma de una niña en un espejo, dibujo a tinta de William Bell Scott, s/f, que las estampó discretamente en lo alto de su
Galerías Nacionales de Escocia, Edimburgo. edificación: las habilidades y no la identidad

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como signo de autoría. Ya en esos tiempos, la Del mismo modo, las atribuciones a cargo de
autoría de los grandes autores, teólogos y artis- expertos de telas sin firma han logrado pare-
tas se había vuelto incuestionable y altamente jamente tanto rescates muy apreciables como
distintiva, tanto a través de sus textos y obras estafas de lo más sutiles. En cualquier caso, el
como por los nutridos comentarios y testimo- valor se sigue estableciendo mucho más a par-
nios a que daban lugar. Este hábito no hizo más tir de la superstición autoral que de las cuali-
que acrecentarse a medida que estos textos y dades propias de tal o cual obra, admitiendo
obras de arte fueron proliferando, alcanzando en general una fantasmagoría que podría ca-
su apogeo durante el Renacimiento, además lificarse de “centrípeta”, ya que su lógica gira
de preparar su definitiva primacía gracias a exclusivamente en torno a la anhelada identi-
la invención de la imprenta. En casi todos los dad entre firma y autor.
campos de la creación humana, al menos en la
cultura occidental, la noción de autoría se vol-
vió inseparable de una identidad personal que
la sustentara. En ello radica justamente la po-
sibilidad, por no decir la tentación, de también
fingirla o suplantarla, vuelta su declaración
requisito ineludible de su divulgación. De este
sencillo nudo se desprenden todas las virtuali-
dades de la fantasmagoría que rodea a la au-
toría, considerada como la garantía de que un
texto o una obra son inseparables del nombre
o de la firma que las avalan.

Todas las artes son propensas a sustituciones


insospechadas. Empecemos por los ejemplos
más claros, aquellos en los que la firma lo es
todo. En las artes plásticas, su abanico va desde
la falsificación o la copia hasta la participación
de colaboradores anónimos que, en talleres
tan importantes como, por ejemplo, el de Ru-
bens, convierte a los discípulos autorizados a
colaborar con el maestro en los realizadores
de gran parte de las numerosas telas que su
sola firma bastaba para darlas a la luz como
surgidas de su pincel. Dado el valor que suelen
tener las obras de arte plásticas, su garantía re-
side exclusivamente en la firma que las avala,
quedando a cargo del maestro la concepción
y el cuidado estilístico y técnico que caracteri-
zan su producción. Podría decirse que todo lo En las artes plásticas hay tanto falsificaciones como atribuciones: obras cuya autoría
que sucede en el taller se queda en el taller, al es dudosa. Recientemente la inteligencia artificial reveló que una de las obras más famosas
de Rubens no es suya. Sansón y Dalila, óleo, circa 1604, Galería Nacional, Londres.
grado de que, en ausencia de una firma estam-
pada, se sigue subastando este tipo de obras
como, por ejemplo, provenientes del “taller de
Rubens”, evocación nominal que basta para
otorgarles precios no pocas veces cuantiosos.

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La música, en cambio, nos ofrece, sobre la mis-
ma base, una movilidad más inquietante, o si
se prefiere, un desplazamiento hacia la propia
identidad autoral. De nuevo, será autor quien
así lo declare, pero bien puede ser otro el autor
verdadero. Menciono sólo al paso el éxito uni-
versal del lastimoso y grandilocuente “Adagio
de Albinoni”, pergeñado hacia 1945 por un tal
Remo Giazotto a partir de un supuesto manus-
crito del insigne compositor barroco italiano.
Después de décadas de sostenida divulgación,
se sigue interpretando y grabando bajo este tí-
Durante un tiempo se tulo, acuñado sólidamente por una tan comer-
consideró que el Adagio cial como distraída tradición. Aunque vecino,
era una obra recuperada de
muy otro es el caso de la “Suite en la menor”
Tomaso Albinoni. Pronto se
reveló la impostura que había para guitarra, que Andrés Segovia interpretaba
pergeñado Remo Giazotto. en sus recitales de los años veinte y treinta del
siglo pasado, pretendiendo que se trataba misa de réquiem a la memoria de su recién di-
del rescate de una obra del insigne laudista funta esposa, encomendándole en secreto su
Silvius Leopold Weiss (1687-1750) y que, a so- composición nada menos que a W. A. Mozart,
licitud del propio solista, nuestro Manuel M. quien aceptó la comisión ante la oferta de un
Ponce aceptó componer, entre todas las obras pago bastante jugoso (225 florines, cantidad
que le iba dedicando a Segovia. Hay que sub- que Mozart cobraba por una ópera), habiendo
rayar que, a diferencia del engendro de Giazo- rec´o un adelanto de la mitad de este monto
tto, esta suite está compuesta en un brillante por parte de un misterioso y velado mensaje-
estilo barroco que bien pudo engañar al más ro. Todo parece indicar que no era la primera
ducho estilista. Si bien la atribución llegó a vez que el conde recurría a esta estratagema
parecer verosímil, no está de más mencionar para hacerse pasar por compositor, pero no
que la razón que argumentó Segovia para con- hay huella de que antes se hubiese atrevido
vencer a Ponce residía en que, siendo muchos a solicitar los servicios de un autor tan desta-
sus recitales, era deseable ventilar un poco la cado como Mozart. En todo caso, es un hecho
constante presencia del nombre del compo- que esta desproporcionada solicitud terminó
sitor mexicano en sus programas. El nombre por granjearle al conde un lugar en la historia,
de Weiss le fue sugerido por Segovia, al lado de aunque fuera el que menos habría deseado.
los de Strecker y Scarlatti. Tal información Sabemos que Mozart se puso a trabajar en es-
se encuentra en la abundante y apasionante ta obra en medio de las dolencias que comen-
correspondencia que ambos artistas sostuvie- zaban a aquejarlo y que, en cuestión de meses,
ron durante años, ya que el manuscrito de la habrían de terminar con su vida. Interrumpió
partitura se perdió durante la guerra civil es- su labor para componer La clemencia de Tito,
pañola y la música sólo pudo ser recuperada así como para terminar y estrenar La flauta
a partir de una grabación del mismo Segovia mágica. También sabemos que, sintiéndose ca-
del año 1930. da vez más enfermo, asimiló este anónimo pe-
dido a una señal premonitoria de su propia
Sin duda, el caso más famoso de esta sustitución muerte y retomó con este espíritu la labor de
de identidad autoral lo constituye la desme- componer por, así decirlo, su propio réquiem.
dida ambición del conde Franz von Walsegg- Tras haber concluido las primeras tres partes
Stuppach de hacerse pasar por autor de una de su misa y viendo que se acercaba su propio

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fin, le dejó a su discípulo y ayudante Franz Poco duró la impostura, ya que Constanza, en-
Xavier Süssmayr la letra, los temas y apuntes tregada a conservar y difundir el legado de su
suficientes para terminar la obra y poder co- difunto esposo, logró persuadir al conde de
brar la segunda mitad de sus honorarios, pen- Walsegg, al cabo de diez años de insistencia,
sando en la situación precaria en la que estaba de que reconociera la autoría de Mozart. Desde
a punto de dejar a su esposa Constanza. Cabe entonces, dicha obra ha vuelto a ocupar su sitio
mencionar que, en su propio funeral, se inter- en el catálogo de Mozart, aunque se suele olvi-
pretaron esas tres primeras partes (“Introitus”, dar que el fantasma de Süssmayr se encuentra
“Kyrie” y “Dies Irae”), a principios de diciem- al frente de las dos terceras partes de la obra,
bre de 1791. Siguiendo las instrucciones de su si bien es cierto que dispuso de las ideas e indi-
maestro, Süssmayr terminó la obra, la pasó en caciones que le dejó Mozart. No contó con esa
limpio y hasta la firmó con el nombre de Mo- suerte otro fantasma “famoso”, Franco Alfa-
zart, fechándola en 1792, de tal modo que Cons- no, quien para concluir la ópera inacabada de
tanza pudiese cobrar la mitad faltante. Por su Puccini, Turandot, se vio obligado a abrevar su
parte, el conde de Walsegg estrenó “su” misa inspiración en los temas más pringosos de es-
de réquiem el 14 de diciembre de 1793, aniver- ta última gran composición de Puccini, con la
sario de la muerte de su esposa, homenaje que agravante de padecer encima de su cabeza la
pretendía repetir cada año, acaso con menos amenaza de una espada de Damocles que re-
devoción que ambición por seguirse granjean- presentaba el juicio terminante de Arturo Tos-
do el respeto y la admiración de su entorno. canini, encargado de dirigir su estreno, más

Mozart, moribundo, da
instrucciones a su alumno
Franz Xaver Süssmaer.
Nótese la partitura del
Réquiem en las piernas del
compositor. Un momento de
los últimos días de Mozart,
litografía de Eduard
Friedrich Leybold, siguiendo
la descripción de Franz
Schramm, 1857.
Fuente: Wikimedia.

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proclive a censurar que a aprobar sus laborio- nombre: el seudónimo convertido en apodo y
sos esfuerzos. Como en el caso del Réquiem de en segundo nombre, pero una sola y misma
Mozart, Turandot terminada es obra de Giaco- persona respondiendo por ambos.
mo Puccini, aunque a veces no deje de men-
cionarse, en letra chiquita, la intervención del
fantasma Alfano en su conclusión, cosa que ni
siquiera suele sucederles a los fieles empeños
de Süssmayr.

Muy otros son los deslices que la fantasmago-


ría autoral nos reserva en el terreno de las le-
tras. Sin duda, el caso del escritor-fantasma es
muy similar a la suplantación de identidad au-
toral que pretendió el conde de Walsegg al con-
tratar a Mozart. Firmar la obra de otro como
si fuese propia suele pues ser producto de un
contrato, aunque no haya faltado la ocasión en
la que un manuscrito perdido haya sido publi-
cado bajo el nombre de quien tuvo la suerte o el
deseo de apropiárselo. Hubo un tiempo en que
el premio Nobel soviético (1965) Mijaíl Shólo-
jov (1905-1984) fue acusado de haberlo hecho
con su gran novela El Don apacible, difícilmen-
te atribuible a un joven autor –como él– que,
aunque de origen cosaco, no podía conocer con
semejante lujo de detalles la vida y los conflic-
tos de este grupo étnico, con la agravante de
que sus demás escritos son del todo ajenos al
lirismo epopéyico de esta gran novela. Ya nadie Sin embargo, el espacio literario, acaso por ser
parece creer tampoco que un actor y empre- el más proclive a la reflexión (en ambos senti-
“Aparteme luego con el morisco
sario llamado William Shakespeare haya po- dos: pensante e imaginaria), incita al autor a
por el claustro de la Iglesia
Mayor, y roguele me volviese dido ser “prestanombres” del discreto Francis incurrir en una serie de desplazamientos de
aquellos cartapacios, todos Bacon o de un no asesinado Christopher Mar- su propia identidad que, contrariamente a la
los que trataban de don lowe. Por otra parte, numerosos son los auto- superstición centrípeta en torno a la firma del
Quijote, en lengua castellana,
res que recurren a un seudónimo para firmar artista plástico, se caracteriza por una tenden-
sin quitarles ni añadirles nada,
ofreciéndole la paga que él
sus obras. Inmortales son Molière, Voltaire, cia centrífuga respecto a la garantía autoral,
quisiese” (El Quijote). Cide Stendhal y tantos otros que prefirieron la bre- pasando de la firma simple y llana, y del disi-
Hamete Benengeli escribe la vedad de una suerte de apellido a su nom- mulo que pretende el seudónimo a la simula-
historia de Don Quijote, grabado bre verdadero: de fácil recuerdo y, al menos ción del homónimo y al simulacro que ofrece
de Gustave Doré, 1863.
en un principio, de cómodo resguardo. Pero el heterónimo. Un caso ejemplar de mención
si algo distingue al seudónimo es que siem- del autor dentro de su obra misma se puede
pre disimula al mismo autor. Lo que escribía, encontrar en el sexto capítulo de la primera
presentaba y publicaba Molière nunca dejó parte del Quijote, en el que el cura y el barbero
de ser lo que concebía Jean-Baptiste Poque- revisan la biblioteca de Don Quijote, dan con
lin, al grado además de que, en la cúspide de la Galatea de Cervantes y “resulta que el bar-
la fama, es muy probable que sólo su familia bero es amigo suyo y no lo admira demasiado,
y algún juez lo conocieran por su verdadero y dice que es más versado en desdichas que en

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versos y que el libro tiene algo de buena inven- naerenses. Nombrado a partir de apellidos de
ción, propone algo y no concluye nada. El bar- la ascendencia de ambos autores, resulta tan
bero, sueño de Cervantes o forma de un sueño inesperado como revelador lo que Borges de-
de Cervantes, juzga a Cervantes” (J. L. Borges, clara al respecto:
“Magias parciales del Quijote”). Otro desliz que
nos reserva Cervantes, ahora respecto a su pro- Con Bioy Casares ocurrió algo misterioso: lo que
pia autoría, en el noveno capítulo de la mis- escribe Bustos Domecq no nos gusta a ninguno de
ma primera parte, consiste en declararnos que los dos. Pero surge ese tercer hombre y nos obliga
esta novela ha sido traducida del árabe, que su a escribir. Y escribimos contra nuestra voluntad.
autor es un tal Cide Hamete Benengeli y que No nos hacen gracia los chistes, nos desagrada el
el narrador adquirió el manuscrito en el mer- estilo; pero nos vemos obligados por ese perso-
cado de Toledo y lo mandó traducir por un naje misterioso que engendramos entre los dos.
morisco, al que alojó durante casi dos meses A mí no me gusta lo que escribe; Bioy Casares Jorge Luis Borges y Adolfo
hasta que concluyese su tarea. De aquí a que creo que se resigna más fácilmente que yo, pero Bioy Casares crearon
un tercer escritor, Bustos
los personajes de la segunda parte hayan leí- tampoco le gusta mucho […] A nosotros, perso-
Domecq. Aquí vemos a la
do la primera parece que no hubo más que un nalmente, nos desagrada, más bien. Pero no po- pareja de autores veraneando
paso, del mismo talante y en la misma direc- demos obrar de otro modo. Se amontona chiste en Mar del Plata, 1943.
ción que los ya referidos. Otro caso notable de sobre chiste, variante sobre variante; todo eso
mención del autor, aunque esta vez trastoca- queda muy entreverado, un poco desagradable,
da, se encuentra en Leaves of Grass (Hojas de un poco enmarañado… Pero, ¿qué vamos a ha-
hierba) de Walt Whitman. El poeta se ha vuelto cer? Tenemos que acatar las órdenes de ese mis-
personaje de su vasto y epopéyico poema, con terioso colaborador”.
su mismo nombre, pero, a diferencia del au-
tor, nacido en Long Island, periodista, casto y (Borges el memorioso, conversaciones de Jorge
taciturno, el Whitman del poema a veces tam- Luis Borges con Antonio Carrizo, FCE )
bién ha nacido en Long Island, otras en alguno
de los estados del Sur, y es efusivo y orgiástico.
Para colmo de bienaventuranzas literarias, el
lector, actual o futuro, también es un persona-
je del poema y dialoga con la figura del poeta
que el poeta ha inventado. En este ejemplo, la
homonimia del poeta ha sido conservada, a pe-
sar de las contundentes diferencias que lo dis-
tinguen de sí mismo.

Muy otra es la condición que requieren los au-


tores sensibles a esta posible prohijación de
reflejos variables de sí mismos, cuando se ven
por, así decirlo, orillados a recurrir a la inven-
ción de heterónimos para situarse dentro de
su propia obra, o, por el contrario, para sepa-
rarse o excluirse de la misma. Ignoro si la in-
vención de Honorio Bustos Domecq, autor de
cuentos policiales y reseñas críticas, prohijado
y biografiado por la ociosa y tenaz amistad de
Jorge Luis Borges con Adolfo Bioy Casares, en-
gañó durante algún tiempo a los lectores bo-

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Es muy posible que el gran poeta portugués O mejor: fue la reacción de Fernando Pessoa
de principios del siglo XX , Fernando Pessoa contra su inexistencia como Alberto Caeiro…
(1888-1935), hubiera declarado algo de este Aparecido Caeiro, traté luego de descubrirle, in-
mismo talante respecto a los tres heterónimos consciente e instintivamente, unos discípulos.
y varios seudónimos que engendró, acaso pa- Arranqué de su falso paganismo al Ricardo Reis
ra no sentirse tan solo en esa Lisboa, cuares- latente, le descubrí un nombre y lo ajusté a sí mis-
mada de tradición propia reciente, pero sobre mo, porque a estas alturas ya lo veía. Y de pronto,
todo para situar la poesía que firmó con su derivación opuesta de Reis, surgió impetuosa-
propio nombre en un contexto en el que se le mente otro individuo. De un trazo, sin interrup-
impuso la necesidad de crear una genealogía ción ni enmienda, brotó la Oda triunfal de Álvaro
espiritual, dentro de la cual él mismo pudiera de Campos. La oda con ese nombre y el hombre
diferenciarse y encontrar un lugar entre los con el nombre que tiene.
polos opuestos que lo habitaban como una ne-
Parece difícil llevar
cesidad para encontrar su propia voz. De es- Parece difícil llevar la heteronimia más lejos de
la heteronimia ta manera, nacieron, en primer lugar, Alberto lo que Pessoa imaginó y creó. Sin embargo, el
más lejos de lo que Caeiro (1889-1915), autor de dos libros, panteís- caso del escritor francés Romain Gary (Vilna,
Pessoa imaginó y ta whitmaniano, padre espiritual de los dos he- 1914 - París, 1980) le añade una nueva dimen-
creó. Sin embargo, terónimos subsiguientes y del mismo Pessoa; sión, al situar a su imaginario heterónimo más
Álvaro de Campos (1890- ), futurista y amante allá de la realidad de los libros, como una suer-
el caso del escritor
de las máquinas; así como Ricardo Reis (1897- ), te de gólem en las calles de París. Tras haber
francés Romain neoclásico autor de odas y elegías. Nos queda el tenido la vida agitada de un lituano, dos veces
Gary (Vilna, mismo Pessoa, simbolista y un tanto ocultista, migrante, antes de hacerse francés y ser conde-
1914 - París, 1980) dedicado a la imaginación, investigador solem- corado por sus méritos en combate con la fuer-
le añade una nueva ne de cosas fútiles, huidizo al grado de que Pie- za aérea del ejército de liberación de Francia, y
dimensión, al situar rre Hourcade, que lo conoció poco antes de su entonces cambiar su nombre de Roman Kacew
muerte, pudo escribir: “Nunca, al despedirme, a Romain Gary, se dedica a escribir y multiplica
a su imaginario
me atreví a volver la cara; tenía miedo de ver- tanto los volúmenes que publica bajo su nuevo
heterónimo más lo desvanecerse, disuelto en el aire”. El mismo nombre como aquéllos que atribuye a diver-
allá de la realidad Pessoa nos ha dejado un testimonio sobreco- sos seudónimos: René Deville, Fosco Sinibaldi,
de los libros. gedor de esta proliferación de heterónimos: Shatan Bogat, Jack Ribboas… Sin embargo, su
novela Les racines du ciel (Las raíces del cielo)
Un día […] me acerqué a una cómoda alta y, to- se hace acreedora, en 1956, al afamado Premio
mando un manojo de papeles, comencé a escribir Goncourt y Gary siente que al fin su talento ha
de pie, como escribo siempre que puedo. Y escri- sido reconocido. Durante casi veinte años, pu-
bí treinta y tantos poemas seguidos, en una suer- blica en promedio un título al año, pero sufre y
te de éxtasis cuya naturaleza no podría definir. se deprime a causa de la creciente indiferencia
Fue el día triunfal de mi vida, y nunca tendré otro del público y de la crítica. Ante esta situación,
así. Empecé con un título, El guardián de reba- que le resulta cada vez más intolerable, se de-
ños. Y lo que siguió fue la aparición de alguien en cide a prohijar a un autor heterónimo, Émile
mí, al que inmediatamente llamé Alberto Caeiro. Ajar, que publica tres novelas antes de que la
Perdón por lo absurdo de la frase: en mí apare- cuarta, La vie devant soi (La vida por delante),
ció mi maestro. Esa fue la sensación inmediata se vea también distinguida por el Premio Gon-
que tuve. Y tanto fue así que, apenas escritos los court (1975). No sin saborear las mieles de un
treinta poemas, en otro papel escribí, también sin éxito, sin duda vengativo, se ve en la obligación
parar, Lluvia oblicua, de Fernando Pessoa. Inme- de “producir” al autor de dicha novela ante el
diata y enteramente… Fue el regreso de Fernando jurado que acaba de distinguirlo, ya que una
Pessoa-Alberto Caeiro a Fernando Pessoa a secas. de las reglas de oro del Goncourt dicta que bajo

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ningún motivo un autor puede recibirlo dos ve- rar como tal al cabo de una obra, sino más bien
ces. Convence y prepara a su sobrino segundo, aquel que sabe que su condición de fantasma
Paul Pavlowitch, para que se presente a recibir va de la mano del hecho mismo de condescen-
el galardón, haciéndose pasar por Émile Ajar, der a la autoría. Sírvame para ilustrarlo esta
no sin antes haberle diseñado una biografía irrespetuosa edición de una página de Borges
a modo, convirtiéndolo en un trasterrado en que lo expresa con todo el rigor y la sencillez a
Brasil, prófugo de la justicia francesa por un los que puede reducirse el caso:
oscuro asunto de aborto clandestino. El mismo
Pavlowitch, a los tres días de haber recibido el Al otro, a Borges, es a quien le suceden las cosas
premio, declara que renuncia al mismo, an- […] De Borges tengo noticias por el correo y veo
te lo cual el presidente del jurado, el escritor su nombre en una terna de profesores o en un dic-
Hervé Bazin, declara a su vez que, sea cual fue- cionario biográfico […] Sería exagerado afirmar
re la opinión del premiado, el Goncourt es un que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo
premio irrenunciable. Como era de esperarse, vivir para que Borges pueda tramar su literatura
se desata una tormenta en el ámbito literario y esa literatura me justifica […] Yo he de quedar
francés, dando lugar a todo tipo de acusacio- en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero
nes y presunciones, entre las cuales no faltó me reconozco menos en sus libros que en muchos
alguna que señalase cierto parecido bastante otros o que en el laborioso rasgueo de una guita-
sospechoso entre el estilo de Émile Ajar y el de rra […] Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y
Romain Gary. Pero tuvieron que pasar cinco todo es del olvido o del otro… No sé cuál de los dos
años, hasta el suicidio de Gary en 1980, para escribe esta página.
que se supiera la verdad de este embrollo, gra-
cias a un texto póstumo del mismo Gary, Vie et (J. L. Borges, “Borges y yo”, El hacedor)
mort d’Émile Ajar (Vida y muerte de Émile Ajar),
y su confirmación posterior en un libro de Pa-
vlowitch, L’homme que l’on croyait (El hombre
que se creía). En ambos textos se relatan los
pormenores, al fin y al cabo bastante jocosos,
de esta trompetilla dirigida al mundo literario,
tanto a causa de la vanidad herida de un autor
como en denuncia de unos usos y costumbres
más supeditados a la moda que a la creación li-
teraria. A fin de cuentas, por mucho que le pe-
se a la Academia Goncourt, Romain Gary habrá
sido el único escritor francés en obtener dos
veces tan afamada distinción.

Como espero haber podido mostrar, la identi- Raúl Falcó es escritor, músico, dramaturgo, traductor, director de
dad autoral bien puede ser más un punto de escena, productor. Ha publicado varios libros de ensayo, poesía, relatos
partida o hasta una superstición que una cer- y teatro. Ha sido concertista (flauta) con diversas agrupaciones y
maestro de la Escuela Superior de Música del INBA (1980-1998).
tidumbre amparada en su sola declaración. El De su producción teatral se destacan las obras codirigidas con Juan
recorrido que va del homónimo al seudónimo José Gurrola: Espejos, La rosa del tiempo y Las leyes de la hospitalidad.
Ha traducido a autores como Quignard, Pascal, Rousseau, Bataille,
y se desdobla en el heterónimo se despliega pa-
Leiris, Cocteau y Beckett, entre otros. Ha dirigido algunas de sus obras
ra indicarnos la inestabilidad y la ambigüedad así como varias óperas. Fue director del Teatro Casa de la Paz de la
que puede encerrar para todo autor el hecho UAM (1995-1999); de la Compañía Nacional de Ópera (2001-2006);
del Taller de Perfeccionamiento Vocal de Conaculta (2008-2010)
mismo de pretender serlo. El autor-fantasma
y del Estudio de la Ópera de Bellas Artes (2019-2023).
no es sólo el que acepta por contrato no figu-

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