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Clave intelectual
Titulo de la edicion original: Peut-on dissocier
l'oeuvre de Vauteur?, editions du Seuil, 2020
ISBN: 978-84-123285-7-8
Depésito legal: M-21674-2021
Introducción
Capitulo 2 - La semejanza
El autor, el narrador, los personajes
Escrituras de sí
El autor y su doble ficcional: Houellebecq y Bénier-Biirckel
Conclusión 163
Agradecimientos 169
Notas 171
PARTE!
El autory la obra
La cuestión de la relación entre la moral del autor y la moral de
la obra adquiere una significación particular a partir de la emer-
gencia de la figura moderna del autor y, más aún, con la ideología
romántica del «creador increado», «hijo de sus obras», según las
expresiones de Pierre Bourdieu."' La creencia en una vinculación
íntima entre la obra y la persona sustenta la inversión y la ad-
hesión a los campos de producción cultural, algo que Bourdieu
denomina illusio.” Esta creencia funda también tanto la responsa-
bilidad penal del autor como la propiedad intelectual: codificada
primero con vistas a la imputación penal de un discurso suscep-
tible de ser sancionado, esa atribución ha justificado la reivin-
dicación de la propiedad de la obra por su autor, como analizó
Michel Foucault.'? Una reivindicación de «paternidad» que fue
reconocida como un derecho y que requería un compromiso en-
tre las pretensiones de los explotadores (editor, galerista) y los de-
rechos de la colectividad (que se reclaman con el pretexto de que
lasideas y la cultura pertenecen a todo el mundo y son, en conse-
cuencia, un bien común relevante para el dominio público).
uNIV
BlBL]OTE“CA ¿SE PUEDE SEPARAR LA OBRA DEL AUTOR? | 33
de las falsificaciones artísticas, ya sean copias o imitaciones
del estilo. Es también el caso de textos apócrifos como La
caza espiritual, que se le imputó falsamente a Rimbaud.'* El
propio autor puede, asimismo, poner en cuestión la pater-
nidad: se trata de una estrategia de responsabilización que
observamos en los procesos judiciales literarios cuando se
trata de escritos anónimos o bajo sendónimo, o cuando el
presunto autor niega haber dado origen a la publicación o
incluso al texto mismo. Céline, por ejemplo, afirmó que las
cartas publicadas en la prensa colaboracionista con su nom-
bre habían sido mutiladas. El autor puede decidir también
descartar de su obra tal o cual producción por razones esté-
ticas, morales o políticas: Céline se opuso a la reedición de
sus panfletos después de la Segunda Guerra Mundial. La ley
otorga al autor el derecho de divulgación. También le reco-
noce el derecho a arrepentirse y a retirarse.
El autor o autora puede, así, decidirse a «retocar» algunas
de sus obras ya divulgadas, como hizo Aragon en las CEuvres
romanesques croisées [Novelas cruzadas]. Esos retoques son
habituales cuando los escritos o creaciones circunstanciales se
incorporan a la «obra» (por ejemplo, la compilación de artícu-
los de prensa o de revista en un volumen o, más aún, en las
obras completas), lo que en ocasiones implica la eliminación de
esas circunstancias a fin de resaltar sus aspectos generales y, por
tanto, su universalidad. En lo que nos concierne, es interesante
examinar este trabajo de eliminación o de reescritura cuando se
trata de circunstancias políticas. Se observa entonces una lógica
de eufemización que aspira a despolitizar el texto (o la imagen)
despegándola de sus condiciones iniciales de producción y de
publicación, es decir, de la constelación de significaciones en la
cual se inscribía originalmente. De esta forma, los lectores de Le
solstice de juin [El solsticio de verano] de Henry de Monther-
lant ignorarán que cuatro páginas de la obra están tomadas de
un artículo publicado en 1941 en La Nouvelle Revue Frangaise,
- 34|GISELE SAPIRO
artículo en el que, para justificar la continuación del arte en la
coyuntura de la guerra y de la ocupación alemana, Monther-
lant creyó oportuno respaldar la declaración de un verdadero
«hombre de acción», Hitler, que había afirmado en el Congreso
nacionalsocialista de 1935 lo siguiente: «No se puede suspen-
der la actividad del espíritu durante un cierto periodo sin una
regresión de la cultura general y una decadencia definitiva».
Desde luego, el movimiento inverso de politización o de
actualización, en circunstancias particulares, de una obra pu-
blicada en otro contexto también existe, como lo ilustra la re-
edición del panfleto antisemita de Céline Bagatelles pour un
massacre [Bagatelas para una masacre] (1937) en plena ocupa-
ción, mientras la prensa colaboracionista presentaba al autor
como el profeta de los nuevos tiempos.” Estas reediciones se
adornan a menudo con prefacios o con paratextos que explican
la nueva interpretación que se le da al discurso o a la imagen
(lo cual vale también para la música). En 1869, Richard Wagner
reeditó como folleto, esta vez con su nombre real, el panfleto
que había publicado en 1850 bajo el seudónimo de K. Freige-
dank, El judaísmo en la música, precedido de una carta a Marie
Mouchanoff y enriquecido con una serie de «anexos», que re-
cuperó en 1873 en el volumen V de sus Gesammelte Schriften
und Dichtungen [Obras en prosa de Richard Wagner].?! (Este
panfleto, así como los «anexos», fueron en cambio excluidos de
la edición en diez volúmenes de los escritos de Wagner que pre-
paró Dieter Borchemeyer para la editorial Insel Verlag en 1983,
aniversario de la muerte del compositor.)
Tales reinterpretaciones no tienen lugar solo durante la
vida del autor, sino que permanecen bajo control de los de-
rechohabientes según la cláusula del derecho moral. Así, una
versión edulcorada del virulento panfleto antisemita de Lu-
cien Rebatet, Les Décombres [Los escombros], fue reeditada
por su editorial, Pauvert, en 1976, tras la muerte del autor,
como el primer tomo de las Mémoire d'un fasciste [Memorias
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en LExpress. El interés histórico de los expertos habrá conver-
gido con el interés mercantil del editor y con el interés politico
de unos lectores en busca de referencias ideológicas.
La cuestión de editar esas publicaciones polémicas ya se
planteó en 1992 a propósito del Diario, 1939-1945 de Pierre
Drieu La Rochelle: entonces Gallimard tuvo la precaución de
añadir un «aviso del editor» y de incluirlo en la colección Té-
moins [Testimonios] para otorgar un estatus de documento
histórico a semejante torrente de odio y de antisemitismo, útil
sin embargo para comprender aquel turbio periodo. Además,
un diario que su autor no ha destinado a la publicación —a
diferencia del de André Gide, por ejemplo— no se adscribe a la
obra, sino a los materiales biográficos que la envuelven, como
la correspondencia (que pudo también concebirse como una
obra literaria en los siglos XV11 y XVIII).
En 2015, con Les Décombres, lo que reedita Robert Laffont en
la colección Bouquins —que Jean d'Ormesson describió como la
«biblioteca ideal del hombre honesto»— no es un inédito, sino
el superventas de los «años negros». El éxito de esta reaparición
habría convencido a la viuda de Céline y a su abogado para que
accediesen a reeditar los panfletos (véase más adelante), así como
seguramente habría animado a Laffont a emprender la edición
de un volumen de escritos «autobiográficos» del líder de Acción
francesa, Charles Maurras, en la ya mencionada colección Bou-
quins, en esta ocasión con prefacio no de un historiador sino del
director adjunto de Figaro Magazine, quien, para demostrar la
actualidad de sus escritos, evoca, entre otras cosas, la inquietud
que manifestó Maurras durante la inauguración de la gran mez-
quita de París en 1926.7* ¿Maurras en vías de convertirse en un
clásico [classicisation]?
En resumen, las producciones —a veces inacabadas— de un
autor son susceptibles de ser descubiertas e inscritas en el cor-
pus de sus obras post mortem, como sucedió con El primer hom-
bre de Albert Camus o con Suite francesa de Iréne Némirovsky.
Organizar la coherencia
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a perturbar la representación de la coherencia de una obra. Es-
tos cambios constituyen normalmente un ajuste a las transfor-
maciones del campo, como ilustra el reemplazo de los motivos
cristianos por símbolos nórdicos en las pinturas realizadas por
Emil Nolde tras el advenimiento del régimen nacionalsocialis-
ta. La revelación, en 2019, de que el pintor al que se consideraba
un simbolo del arte degenerado había abrazado el nazismo y
el antisemitismo provocó una conmoción en Alemania, donde
siempre se le había presentado como víctima del régimen nazi.
En casos extremos, esos cambios se acompañan de una es-
trategia de ocultamiento por cambio de identidad del autor,
como pasó con Romain Gary, quien, «cansado de la imagen de
Romain Gary que [le] habían colgado a la espalda de mane-
ra definitiva hacía treinta afios»,?® publica La vida ante sí bajo
el seudónimo de Émile Ajar. Gracias a esa esa estrategia, y en
contra de la costumbre, Gary obtiene el Premio Goncourt por
segunda vez. El dominio de las reglas que demuestra le permi-
te subvertirlas (rechaza el segundo galardón) y de esta mane-
ra revela la más importante de todas ellas: que una obra está
vinculada a su autor y que, aun cuando aquella lo merezca, el
premio se le concede siempre a este; es a él a quien se consagra
presentándolo al público como digno de una recompensa que
esala vez una distinción, pues el ganador lo es ya para siempre.
La decisión de Jacques Laurent, escritor ligado al grupo
de Los Húsares, de publicar la lucrativa serie Caroline chérie
[Querida Caroline] bajo el seudónimo de Cecil Sant-Laurent
constata igualmente una estrategia de autor reveladora de un
sentido del juego, o más bien de un doble juego entre el polo
de gran producción del campo literario, regido por la sumisión
* Los Húsares (Les Hussards) fue el nombre que recibió una corriente literaria
surgida en los años cincuenta que se oponía al existencialismo sartreano y a la idea
del compromiso intelectual. La novela de Roger Nimier L'Hussard bleu dio nombre
al movimiento.
40 | GISÉLE SAPIRO
cuando esta editorial se hizo con los fondos de Denotl, y re-
sultó más eficaz en el caso de Céline que en el de Rebatet.? El
proyecto de disociación, que estaba en sintonía con los deseos
de Céline, se vio acompañado de la construcción de una figu-
ra de autor que lo presentaba como un genio loco, y por tanto
irresponsable, lo que permitía redimirlo de sus tomas de posi-
ción proalemanas durante la ocupación y de su antisemitismo**
Visto de ese modo, es tanto más paradójico que, en el debate
sobre la reedición de sus panfletos —operación que el autor ha-
bia prohibido en el marco de esa estrategia de «purificación»—,
quienes la preconizan hayan esgrimido el argumento de la in-
tegridad de la obra. El crítico Régis Tettamanzi, que se encargó
de la edición crítica de los panfletos de Céline publicada por la
editorial quebequesa Huit, insiste —no sin razón— en su conti-
nuidad con la obra literaria:
UNIVERSIDAD
AFF seu Q?RE&%N METONÍMICA ENTRE EL AUTOR Y LA OBRA | 43
no escribir los panfletos; a fortiori válido para el compositor
de El anillo del nibelungo. La posición de Tiphaine Samoyault
presupone por el contrario una relación de necesidad entre las
dos que hace referencia a la moral del autor, de la cual quedaría
impregnada la obra. Lo cual nos obliga a analizar la relación de
semejanza entre el autor y la obra.
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forma no exime, sin embargo, al autor o autora de dar cuenta
del contenido de sus obras, a pesar de que Flaubert no asumía
más responsabilidad que la formal, puesto que Madame Bovary
describía una realidad independiente de su imaginación (la
adúltera). Como se ha visto, la imputación penal ha precedido
a la apropiación de las obras por sus autores. Ahora bien, la res-
ponsabilidad penal expresa la creencia colectiva en la responsa-
bilidad moral del autor.
LASEMEJANZA |47
dominantes constituía en sí un título de moralidad; quienes no
formaban parte de ellas debían hacer valer su reputación, su ho-
nestidad, su situación matrimonial, su abnegación a la familia.**
Por ejemplo, el abogado de los hermanos Goncourt, que no es-
taban casados —lo cual podía resultar sospechoso— hizo valer
la colaboración entre ambos como prueba de sus valores fami-
liares, los presentó como unos «buenos jóvenes» y citó, «como
rasgo destacable», el hecho de que tenían «una vieja criada des-
de hace veinte afios».*
Si bien han servido en ocasiones para exonerar a algunos
escritores de ser perseguidos por actuar de mala fe (pero no de
la responsabilidad objetiva de esos actos), por lo general estos
argumentos son insuficientes para poner en tela de juicio la
identificación del autor con su obra, que está profundamente
arraigada en las representaciones colectivas. «Madame Bovary
soy yo», habría afirmado Flaubert. Que esta frase, cuya fuente
nunca ha sido autentificada, siga circulando es sintomático de
la importancia atribuida en nuestra tradición cultural a la rela-
ción entre el autor y sus personajes. Si estas palabras llaman la
atención [frappe les esprits] es porque la identidad que presu-
ponen resulta a primera vista imposible: todo parece separar al
escritor Gustave Flaubert —un burgués educado en oposición
a su clase social que adopta una mirada lúcida y feroz sobre
la sociedad— de esos pequeñoburgueses cuya imaginación se
pobló de quimeras a causa de las novelas populares que leían.
Y, sin embargo, el hecho de que Flaubert haya podido pronun-
ciarla abre un vasto proyecto interpretativo sobre las relaciones
entre la obra y su autor que está en el corazón mismo de la
empresa biográfica.
La demarcación entre el autor y sus personajes se ve menos-
cabada por los casos en que se recurre a la ficción para esquivar
la censura, incluida la antocensura que impone la presión social.
En Si la semilla no muere, relato autobiográfico que evoca, entre
otros, el tema entonces tabú de la homosexualidad, André Gide
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llegaba a la conclusión de que «las memorias nunca son sinceras
sino a medias, por grande que sea el cuidado por decir la verdad;
todo es siempre más complicado de lo que se dice. Puede incluso
que uno se acerque más a la verdad en la novela».* Constatación
que se hace eco quizás de un intercambio con Marcel Proust, que
le habría escrito: «Puede usted contarlo todo —exclama—, pero
a condición de no decir nunca: Yo».”
Las estrategias de distanciamiento no conciernen solo a los
personajes ficcionales sino también a la figura del narrador.
Según la convención clásica, este se identifica con el autor, del
cual expresa la voz y el posicionamiento ético. Balzac no duda
en juzgar a sus personajes. En el mismo sentido, las faltas de
conducta deben castigarse, a fortiori en el teatro, donde la voz
narrativa está menos presente.®® El fiscal imperial Pinard le re-
procha a Flaubert, que había optado deliberadamente por un
narrador impersonal y objetivo, no haber reprobado el com-
portamiento de su heroína. Que ella se suicidara era en su opi-
nión insuficiente, en la medida en que el acto estaba sujeto a su
propia decisión.*
Introducida en Francia por Flaubert, que se inspiraba en
Goethe,* esta distinción entre el autor, el narrador y sus perso-
najes se ha convertido en una convención de la literatura mo-
derna. Ha permitido hacer una distinción entre representación
y apología que ha terminado por ser reconocida en los tribuna-
les. Así, los procesos iniciados en 2005 por provocación al odio
racial y religioso, injuria pública de carácter racial, atentado
contra la dignidad humana y difusión de un mensaje pornográ-
fico susceptible de ser visto por menores contra Flammarion y
contra Éric Bénier-Biirckel, el editor y el autor de una novela ti-
tulada Pogrom [Pogromo], cuyo personaje principal, que habla
en primera persona, es antisemita, se saldaron con la absolución
de todos los cargos que se le imputaban al acusado: el tribunal
estableció una diferencia entre la apología y la representación,
considerando que «la creación artística necesita de una mayor
LA SEMEJANZA ¡49
libertad para el autor, que puede expresarse tanto sobre te-
mas consensuados como sobre temas que duelen, chocan o
inquietan».*' Una distinción similar entre el autor y su per-
sonaje sostiene la sentencia en apelación que libera al rapero
Orelsan de las actuaciones judiciales interpuestas a raíz de las
denuncias de cinco asociaciones feministas por provocación a
la discriminación, al odio y a la violencia contra las personas
en razón de su sexo durante un concierto en la sala Bataclan
(el 13 de mayo de 2019), donde había cantado varias canciones
de su repertorio de tonalidad sexista: aunque sean en prime-
ra persona, las canciones incriminadas fueron interpretadas
por el juez como evocando «personajes imaginarios», en un
género, el rap, que es «por naturaleza un modo de expresión
brutal, provocador, vulgar, incluso violento, puesto que en él
se ve el reflejo de una generación decepcionada y rebelde».”
Eso no impide que, como hacía notar Gérard Genette, «cier-
tos enunciados de la ficción narrativa, en particular aquellos
que generalmente se califican como discurso indirecto libre,
tienen un estatuto indeciso o incluso indecidible, puesto que
el lector no sabe si debe relacionarlos con un personaje o con
el autor-narrador»
Las formas de distanciamiento van desde la postura ob-
jetivista del experto que estudia un medio social —retomada
tras Flaubert por los naturalistas— hasta la adopción de una
perspectiva interna al universo ficcional, gracias a la técnica del
testimonio o del monólogo interior, pasando por la ironía. Esta
demarcación entre el narrador o la narradora y el autor sustenta
el punto de vista «esteta» que reivindica la libertad artística y
los derechos de la ficción. Pero el punto de vista esteta puede
asimismo ser asumido en primera persona y escenificarse en
relatos autobiográficos, memorias o diarios intimos.*
En la literatura, como en la canción, el cine, el teatro o la
ópera, las relaciones entre el autor, el punto de vista narrati-
vo y los personajes forman de este modo un espacio relacional
Escrituras de sí
LA SEMEJANZA |51
Los diarios de Gabriel Matzneff, donde el autor exhibe, magni-
ficándolos, actos caracterizados como pederastia (La Prunelle
de mes yeux [La niña de mis ojos], 1993), han sido retirados del
mercado por su editorial, Gallimard, tras la publicación del tes-
timonio de una de sus víctimas, Vanessa Springora, titulado sig-
nificativamente El consentimiento, sobre el abuso que sufrió con
catorce años, y tras el posterior anuncio de la apertura de una
investigación por «violación de menores» por parte de la Fisca-
lía de París (véase el capitulo 4).% Los diarios no publicados en
vida del autor son susceptibles de revelar rasgos que conducen
a releer su obra. Haciendo públicos prejuicios y sentimientos
de odio hasta entonces reservados al ámbito privado, el diario
íntimo de Drieu La Rochelle desveló los vínculos ocultos entre
las disposiciones ético-políticas del autor y la obra.
El relato autobiográfico —género renovado en la era moder-
na por Las confesiones de Rousseau— se diferencia de las memo-
rias, orientadas a la vida pública, por la focalización en la esfera
de lo privado y lo intimo. Sobre la base de un ethos de sinceridad,
este género lo ejemplificaron durante el periodo de entreguerras
André Gide con Si la semilla no muere (1921) y Michel Leiris
con La edad el hombre (1939), dos relatos centrados en el des-
cubrimiento de la sexualidad, un tema tabú que el psicoanálisis
freudiano situó en el centro de la formación de la personalidad.””
En esta línea se inscriben los géneros contemporáneos del
autoanálisis (Annie Ernaux, Didier Eribon, Edouard Louis) y
de la autoficción (Camille Laurens, Christine Angot, Chloé De-
laume...). En el autoanálisis, el «yo» narrativo adopta una posi-
ción objetivista de superioridad —sociológica, en los ejemplos
citados— respecto a la familia del autor o autora (El lugar de
Ernaux, Regreso a Reims de Eribon), al niño y al o la adoles-
cente (Para acabar con Eddy Bellegueule de Edouard Louis) o la
persona del autor en diversas situaciones (relaciones amorosas,
como en La ocupación de Ernaux, vida doméstica o profesional,
como en La mujer helada, de la misma autora).
LA SEMEJANZA | 53
entera del asesinato a balazos de un niño o de una embarazada
palestinos.® Al mismo tiempo, el paratexto (la dedicatoria del
autor de Pogrom: «A los negros y a los árabes»), o las tomas
de posición adoptadas en los medios a raíz del caso Houelle-
becg, sitúan al autor con respecto a la ficción, lo que repre-
senta una estrategia de connivencia pensada para provocar
un escándalo mediático que favorecerá las ventas del libro sin
exponer al autor a sanciones penales como consecuencia del
respeto a la autonomía de los universos ficcionales, como se
ha visto con Pogrom.
El crítico Jéróme Meizoz ha analizado la ambigiiedad inhe-
rente a Plataforma, que presenta, de acuerdo con la definición
planteada por Susan Suleiman, las características de una novela
de tesis —la intriga tiende hacia la tesis antiislámica, apoyada
por tres personajes adyuvantes que la reiteran sin puntos de vis-
ta contradictorios y por un intertexto doctrinal que alimenta la
función ideológica del narrador—, pero también los indicios
que invitan a una lectura distanciada y convierten el libro en un
«pastiche satírico de la novela de tesis»: «Este dispositivo hábil-
mente caricaturesco parece que alimenta dos maneras posibles
de leer: una lectura “ordinaria” seria de las opiniones antiislá-
micas (a la que muchos críticos se han adhendo) y una lectura
“literaria” en segundo grado».*
Meizoz deconstruye asimismo la postura de Houellebecq,
que juega hábilmente con la semejanza entre él y su personaje
—en 1999 había declarado no saber muy bien lo que, en sus no-
velas, procede de la autobiografia®— y hace suyas las palabras
de este. El escritor califica de este modo al islam como la reli-
gión «más idiota» en una entrevista para la revista Lire en 2001,
lo que le mereció la reprobación de Pierre Assouline, el director
de la revista, en su editorial y la del escritor marroquí Abdel-
lllah Salhi en Libération. Ambos son también muy críticos con
la novela, que por su parte han alabado no solamente Philippe
Sollers y Joysane Savigneau en Le Monde des livres, sino también
LA SEMEJANZA | 55
crítica del escritor (Michel Braudeau), Houellebecq se deshacía
de toda responsabilidad y negaba ser un autor o un intelectual
comprometido: «Pedirme opinión sobre un tema, cuando se
me conoce, es absurdo. Porque cambio de opinión con bastante
frecuencia».® Sin embargo, sobre ese tema en concreto el autor
de Sumisión (2014) muestra una constancia infalible que no
deja duda alguna sobre la sinceridad de sus declaraciones: «La
lectura del Corán es una cosa repugnante. Desde su nacimien-
to, el islam destaca por su voluntad de someter al mundo. Su
naturaleza es someter. Es una religión beligerante, intolerante,
que hace infeliz a la gente», señalaba en el Figaro Magazine el
25 de agosto de 2001. Una constancia que da lugar a una inter-
pretación de esta narración política que describe el ascenso al
poder en Francia de un partido musulmán —Sumisión— de
nuevo como una novela de tesis,” si bien se presta a la misma
doble lectura que Plataforma debido a la dimensión irónica.
Es una estrategia comparable, a pesar de todo lo que sepa-
ra este caso del precedente, a la que adoptó Roman Polanski
cuando, en una entrevista con Pascal Bruckner difundida en el
documento de presentación de su película Yo acuso, sugirió una
analogía entre el caso Dreyfus y su propia situación. La analogía
no atañe a los actos —la película no trata sobre pederastia ni
sobre violaciones— ni a las opiniones del autor, sino al supuesto
antisemitismo de los ataques que se le habían dirigido y a su su-
puesta inocencia. Las feministas han denunciado en infinidad
de ocasiones el carácter aberrante de este paralelismo entre la
falsa acusación de traición a la que tuvo que hacer frente el capi-
tán Dreyfus y los actos de violencia probados contra una menor
por los cuales fue condenado el cineasta (volveré sobre ello en
el capítulo 4).
Estos casos atestiguan, mal que les pese a los adeptos de la
crítica interna, que la ficción misma se ilumina con las estrate-
gias del autor en el espacio público y con los elementos biográfi-
cos. En una investigación anterior® estudié las relaciones entre
la historia familiar y la historia nacional tal como son construi-
das o reconstruidas por Drieu La Rochelle en sus escritos de ca-
rácter autobiográfico Estado civil (1921) y Burguesía soñadora
(1937). Ese análisis mostraba que si la adhesión a las profecías
sobre la decadencia del escritor, que optó por el fascismo, en-
cuentra su fundamento en la experiencia del declive familiar,
el trabajo de reconstrucción de la historia familiar es a su vez
enormemente tributario de una visión ideológica del mundo
que le da sentido al vincularla al naufragio del viejo orden fren-
te a la modernidad. Símbolo de la indeterminación identitaria,
la oscilación entre el sueño y la realidad, que organiza la obra y
el pensamiento de Drieu, adquiere todo su sentido en relación
con esa experiencia de declive y con el sentimiento de impoten-
cia social que este genera, como se desprende de la lectura de su
novela autobiográfica Burguesía soñadora.
El caso de Wagner es asimismo revelador de la semejanza
moral entre el autor y su obra, incluso en ese arte, la música,
que en principio es más abstracto: aunque su obra musical ha-
bía quedado cuidadosamente separada de las convicciones an-
tisemitas de su autor desde la posguerra, dicha separación fue
cuestionada por algunos investigadores. Adorno ya había seña-
lado que los «personajes repugnantes» de su obra —Alberich,
Mime, Beckmesser— eran «caricaturas de judíos».” Jean-Jac-
ques Nattiez demuestra que no solamente transmiten mensajes
antisemitas óperas como Los maestros cantores de Núremberg o
Parsifal, sino también la música de la Tetralogía. Por añadidura,
Nattiez explica que el antisemitismo de Wagner está estrecha-
mente imbricado en sus estrategias musicales y se dirige en par-
ticular a dos competidores a los que admira y envidia a la vez:
Felix Mendelsohn y Giacomo Meyerbeer.”
El grado de semejanza entre la obra y su autor o autora va-
ría, pero sobre todo toma formas más o menos transparentes y
asumidas, abriendo un espacio interpretativo que solo el recur-
so a elementos externos a la obra permite determinar. Dichos
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elementos son de dos órdenes: por una parte el habitus' y la
trayectoria social individual y colectiva, es decir, familiar, gene-
racional y/o nacional; por otra parte, las estrategias del autor en
el campo de producción cultural, que debe confrontar con las
estrategias intelectuales'o estéticas tal como estas se manifiestan
en la obra misma (elecciones temáticas, formales, estilísticas,
discursivas, etc.), de tal manera que la postura adoptada se con-
vierte en un lugar privilegiado para estudiar la articulación en-
tre esos dos tipos de estrategia. Mientras que el derecho de autor
protege la originalidad de la forma, sociológicamente se consi-
dera —como sugiere Pierre Bourdieu— que es en la confluencia
entre las disposiciones éticas y estéticas o intelectuales del autor
y el espacio de posibles (temáticos, estilísticos, genéricos)* de
un campo con una historia específica donde arraigan las elec-
ciones formales y donde esa originalidad adquiere todo su sen-
tido.” Según el grado de autonomía del campo, el trabajo de
dar forma a los materiales tenderá a inscribirlos en un diálogo
con esa historia específica tanto 0 más que con las inquietudes
actuales del mismo. En cambio, la moral de la obra remite a las
disposiciones ético-políticas profundas de su autor o autora,
que están más o menos eufemizadas o sublimadas en el pro-
ceso de conformación, en función de su doble estrategia en el
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