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EL CONTRABANDISTA Y EL CAUDILLO

UN ENCANTEMIENTO DE URRACAS 0.5

KJ Charles
EL CONTRABANDISTA Y EL CAUDILLO

MERRICK CAMINÓ SILENCIOSAMENTE por el corredor. Había


dejado a la mujer durmiendo, el pelo negro extendido sobre ese bloque de
madera que esta gente usaba como almohadón. Ella le había sonreído
antes de dormirse, dudaba que estuviera sonriendo cuando llegara la
mañana
El pasaje lo llevó a través de las habitaciones de Boghda. El caudillo
era menos temeroso que muchos en su posición. La puerta a sus
habitaciones apenas estaba cerrada y a Merrick le tomó solo unos
instantes de silencioso trabajo abrirla. Tenía el cerrojo echado también, por
supuesto, pero del lado del pasaje. Para impedir que las personas salieran,
no que entraran.
Empujó la puerta y se deslizó adentro.
El caudillo roncaba como un oso, una enorme masa de carne tatuada
desparramada sobre una enorme cama. Habría sido fácil encargarse de él
en ese momento, mientras dormía, aunque quizás despertara si sentía que
alguien se acercaba. Con seguridad, tendría hombres leales que llegarían
corriendo a un grito. Mejor no acercarse. Merrick lo evitó, los pies
silenciosos por los montones de pieles en el suelo, y vio al hombre que
venía a buscar, de pie al lado de la ventana enrejada, mirando afuera.
Estaba descalzo, desnudo hasta la cintura, los tatuajes como
manchas tenebrosas en su espalda y hombro. Tenía unas líneas oscuras a
lo largo de los brazos y la piel del cuello, debajo del pelo rubio cortado
como fuera. Los cortes recién hechos relucían con ungüento a la luz de la
luna. Merrick había escuchado que a Boghda le gustaban los cuchillos.
Quizás le cortara la garganta al cabrón después de todo.
Se acercó. Vaudrey no volteó.
Había hecho esta mitad del viaje a China, de pie a un costado del
barco, mirando a la nada, perdido en pensamientos que no había querido
compartir con Merrick. En ese entonces, había sido un arrogante
muchacho alto y flaco como un lebrel que había necesitado, y recibido,
unas cuantas palizas bien dadas. Ocho años después, se había llenado
para ajustarse a su altura, tanto que quizás hasta le hizo el honor a Merrick
un día. El joven flacucho y presumido había desarrollado músculos,
buenas maneras y un poquito de respeto por sus superiores, y un don para
manejarse en una pelea. Todavía no tenía ni un maldito sentido común
cuando se trataba de elegir compañeros de cama, a decir verdad. Merrick
creía que tendría que darse por vencido con eso.
—Oi —dijo en voz baja, al hombro de su señor.
Lucien Vaudrey volteó, y la expresión en sus ojos fue de puro y
cansado alivio. Tragó saliva solo una vez, y dijo apenas en un susurro que
fue casi perfectamente despreocupado:
—Oh, eres tú. Ya era hora.
Para ser justos con el cabrón, no hizo un alboroto.
—Ah, bueno, perdóneme por favor, señor. No partamos si no es
conveniente.
—Es muy conveniente.
—Póngase algo con lo que pueda cabalgar —le dijo Merrick—. Nada
más.
Vaudrey se movió silenciosamente para ser un hombre tan alto,
mientras juntaba el mínimo de ropa que necesitaría. Bien pensado. Si
Boghda lo atrapaba intentando huir, Merrick sería clavado en un poste, y
todavía se consideraría afortunado en comparación con lo que le harían a
Vaudrey. Volvió la mirada para ver al bruto que roncaba en la cama,
acarició su cuchillo.
La mano de Vaudrey lo tocó ligeramente en el hombro. Volteó y vio
la rápida sacudida de cabeza.
Bien, si usted lo dice. Merrick abrió el camino más allá de la cama,
pasando al bruto durmiente, y de regreso al pasaje, echando el cerrojo
detrás de ellos. Él había planeado esto durante semanas, ya que Boghda
había encerrado a su señor bajo llave a la primera señal de querer irse. Ya
que había visto las cámaras de castigos, y escuchado lo que Boghda le
hacía a cualquier amante que consideraba menos que fiel. Ya que había
calculado cuánto tiempo le tomaría a Vaudrey perder los estribos con el
bastardo.
Miró de arriba a abajo otro corredor, y avanzó él primero. Solo eran
unos cuantos instantes más hacia el pasaje privado y la salida. Debería
haber dos caballos esperándolos, y una rápida cabalgata los llevaría a
donde la caravana de seda de Ling Lei estaba descansando. Había
gastado todo lo que tenían en sobornos para arreglarlo así, y había
acordado que ellos pondrían las armas cuando la rebelión de Ling Lei
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empezara, lo que enfadaría a Vaudrey como la mierda porque se había


negado rotundamente a involucrarse en ello en el pasado. Como Merrick lo
veía, siempre se podía hacer más dinero. Y ya que fue idea de Vaudrey
meterse en la cama de un bárbaro, y el trabajo de Merrick sacarlo como
sea, otra vez, bien podría el imbécil purasangre aceptar las malditas
consecuencias.
El imbécil purasangre lo sujetó por el hombro en ese momento, y
Merrick también lo escuchó.
Guardias.
Él sacó su cuchillo y se movieron aun cuando volteaban la esquina,
levantando la mano para sofocar el grito de muerte del guardia. Dejó caer
el cuerpo, sintiendo la sangre que borboteaba contra sus dedos, y vio a
Vaudrey, desarmando pero con un mayor alcance, hundir el puño en la
garganta del segundo guardia, rompiendo algo.
Merrick normalmente olvidaba que su amo era un Vaudrey, malo
hasta la médula, su familia el peor costal de bastardos de Inglaterra. No lo
mostraba —excepto de vez en cuando, como cuando peleaba y esa vena
cruel resplandecía como un cuchillo. Pudo verla ahora. A Vaudrey le tomó
solo unos segundos derribar al guardia, con apenas unos cuantos
gruñidos, y entonces estiró una mano exigiendo el cuchillo.
Merrick sacudió la cabeza. Vaudrey lo miró furioso, señalando
enojado en dirección de las habitaciones de Boghda con la cabeza. Era
mejor que el guardia que no había logrado evitar que escapara estuviera
muerto por la mañana, decía. Bien, Merrick también lo sabía tras cinco
meses es este infierno, así que estiró la mano y él mismo hundió el cuchillo
en el corazón del hombre.
Criado, ¿correcto? Haces el trabajo sucio de tu señor.
El resto del viaje a la luz de la luna fue bastante fácil. Afuera a través
del rocoso pasaje, por la puerta que se cerraría detrás de ellos y con
cualquier huella borrada si la chica de servicio a la que había sobornado y
con la que se había acostado tenía algún sentido común. Abajo por las
frías y arenosas pendientes, un rápido y frenético galope a través del
accidentado terreno, fuera de la fortaleza en el costado de la montaña en
donde habían estado metidos durante cinco largos meses, mientras el
deseo del enorme caudillo por el larguirucho contrabandista inglés se
convertía en posesión y obsesión. No hablaron ni se detuvieron hasta que
llegaron a la caravana de Lin Lei y fueron metidos en uno de los carros que
acompañaban a los muchos camellos. Merrick se apuró en hacer que
Vaudrey se escondiera en el compartimento debajo del piso, tapado por
rollos de seda cruda. Apestaba a opio y a pólvora.
—¿Está bien? —Merrick preguntó, observando a su señor hecho un
ovillo para entrar en el pequeño espacio que lo ocultaría aunque los jinetes
de Boghda los alcanzaran. Un par de días, escondiéndose ahí iba a ser
una agonía para una Long Meg como él. No se quejaría hasta después.
—Bien.
—Él lo cortó. Boghda.
—Sí.
—¿Por qué?
—Porque es un maldito animal.
—Que es lo que dije cuando llegamos aquí —Merrick señaló—. Y
usted dijo: en verdad es más bien encantador, y tuve que callarme y
dejarlo por su cuenta.
—Él era más bien encantador en ese entonces. —La voz de Vaudrey
sonó ligera otra vez, tras ese breve gruñido traidor—. Si nos hubiéramos
ido después de tres meses, lo habría llamado un delicioso interludio.
—No hará caso, ¿o sí? Dios, lo que necesita es un guardián.
—Tengo un guardián. —Vaudrey levantó el brazo y le tocó el dorso
de la mano ligeramente, todo el agradecimiento que intercambiarían—. Tú
eres en verdad muy adecuado.
Merrick sorbió.
—¿Y qué hay con la siguiente vez?
—¿Qué siguiente vez?
—La siguiente vez que le diga que no nos enrede con algún maníaco
peligroso que nos mate solo porque usted quiera meterle la polla. ¿Me va
a escuchar?
La sonrisa de Vaudrey apenas fue visible a través de la luz de la luna
que se filtraba.
—Por supuesto que no.
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Merrick sacudió la cabeza desesperado, intentando contener una


sonrisa, y cerró la portezuela cuando la caravana se movió en su largo
viaje rumbo a Shanghái.
Sobre la Autora

KJ CHARLES es escritora y editora. Vive en Londres con


su esposo, dos hijos, un jardín con bastantes cosas con
espinas, y un gato con problemas de manejo de asesinatos.
EL CONTRABANDISTA Y EL CAUDILLO

Gracias a quienes participaron en la elaboración de


este trabajo.

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