Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Esta es una obra de ficción. Las similitudes con personas, lugares o eventos
reales son puramente coincidencia.
Boletín Digital
Inocencia
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
El despertar
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Oh, Dios. ¿Cómo es que todo había acabado mal en tan poco
tiempo? Cora se llevó una mano a la cabeza mientras las luces del
club daban vueltas y se movían sin sentido. Agitó la cabeza y se
tambaleó, sin energía y con los ojos empañados, en el agujero
ruidoso.
Helena. Necesitaba encontrar a Helena. O a Europa.
Se suponía que iba a preguntarles si esa noche podía dormir en
su sofá.
Porque no podía ir a casa.
Ja. Casa. ¡Qué locura!
Nunca había sido su hogar. Y ahora ya no podía volver allí.
No después de que Paul la hubiera esperado y abordado al pie
de las escaleras, cuando intentaba marcharse para encontrarse con
sus amigas.
La casa estaba a oscuras, Timmy dormía y Diana aún estaba en
su cena. Paul estaba ebrio, eso estaba claro. Se había apoyado en
la pared del vestíbulo, bloqueando la puerta principal para que ella
no pudiera salir.
—Eres tan hermosa, Cora. Creo que ya es momento de dejar de
fingir.
Había intentado esquivarlo y llegar a la puerta.
—Tengo que irme, señor Donahue. Mis amigas me esperan.
—Paul. —Golpeó la mano contra la pared detrás de la cabeza de
Cora, logrando acorralarla—. ¿Cuántas veces te lo tengo que decir?
Dime Paul.
Su aliento se había puesto amargo por el whisky. Levantó una
mano para tocarle el rostro y ella lo apartó.
—¡Basta! —siseó incrédula—. ¿Qué está haciendo? ¡Tiene
esposa! Y un niño precioso.
Pero la sofocó con su cuerpo.
—No puedo detenerme. Te quiero, Cora. Me vuelves loco.
Viendo ese apretado cuerpito tuyo. —Le puso una mano en la
cintura y la apretó—. Oyendo la ducha hace un rato y saber que
estabas ahí arriba, desnuda.
Intentó girarse, apartarse de él, pero la sujetó con ambas manos
y la empujó contra la pared.
La besó.
O bueno, más bien debería decir que aplastó su boca contra la
suya y trató de meter su hinchada lengua entre sus labios.
Le dio un rodillazo en los testículos y lo empujó.
—¡Renuncio!
Había huido solamente con su móvil, el poco efectivo que se
había metido en el sostén y la ropa que llevaba puesta.
Y había llegado aquí.
Solo para encontrar que sus supuestas amigas apenas le
prestaban atención. Estaban demasiado ocupadas coqueteando con
los chicos del bar. Intentó decirles lo que había sucedido. Helena
soltó unos cuantos ruiditos compasivos para luego decirle que debía
emborracharse y olvidarse de todo.
Cora había mirado a Helena. ¿Qué esperaba? Apenas conocía a
estas chicas. Habían hablado un par de veces en el parque mientras
sus pupilos jugaban en el parque. Se había creado expectativas
porque bueno, nunca había tenido amigos. Tener chicas con
quienes hablar y juntarse de vez en cuando se había sentido
excepcional. Pero para ellas, Cora no era nadie; apenas un
parpadeo en sus ocupadas vidas llenas de amigos y amantes.
Así que, dudando de sí misma, se había acobardado de pedirles
que la dejaran pasar la noche en alguna de sus casas. Se dijo a sí
misma que lo haría al terminar la noche. Además, tal vez Helena
tenía razón. A lo mejor relajarse y pasarla bien esta noche era la
solución. Quizás no todo era tan grave como parecía.
Así que dejó que un sujeto la invitara un trago, tal y como se veía
en los libros y en la televisión —en las últimas seis semanas
realmente había estado poniéndose al día—, y trató de bailar.
Pero debió haber cogido mal su pedido. Había pedido jugo de
arándano, pero debió haber tenido alcohol, porque se sentía rara.
Rarísima. Se trastabilló hacia adelante y a duras penas pudo evitar
darse un cabezazo contra una chica, que bailaba seductoramente
por arriba y abajo sobre un hombre como si fuera una stripper y él la
barra. Cora buscó a tientas su móvil en un lado de su sostén. ¿Por
qué no podía sentir los dedos? Su mano era un muñón torpe.
Vale, esto realmente comenzaba a asustarla. Nunca volvería a
beber alcohol.
Frunció el ceño cuando finalmente pudo coger su móvil y
sacarlo. Todo seguía viéndose borroso y las luces demasiado
brillantes. Hizo una mueca de dolor y se abrió paso entre la multitud.
Iba a mandarle un mensaje de texto a Helena. Tal vez no eran las
mejores amigas, pero era una de las pocas personas en la ciudad
que Cora conocía.
Y Cora necesitaba recostarse. Oficialmente el día había sido
demasiado largo y necesitaba terminar. Ahora.
Le llevó tres intentos deslizar con el dedo la secuencia correcta
de puntos para desbloquear el móvil. Entrecerró los ojos nublados
hacia la pequeña pantalla; seguía moviéndose de un lado a otro. Era
difícil saber cuál pantalla era la auténtica. La presionó con su
extraña y regordeta mano, pero parecía que no podía hacer nada
bien. Se sentía frenética y somnolienta al mismo tiempo. Necesitaba
ayuda. Pero consiguió entrar a la aplicación de mensajería de texto,
no supo cómo. Gracias a Dios, gracias a Dios. Lágrimas de alivio
inundaron sus ojos. Pero cuando inició a escribir el mensaje perdió
el aparato y lo dejó caer.
—¡Mierda!
El suelo del club era un abismo oscuro. ¿Iba ser capaz de
encontrarlo…?
—Oye, te recuerdo. ¿Se te cayó el móvil? Te vi desde allá. —Un
hombre se agachó frente a ella y luego apareció con el aparato.
Fácilmente pudo haberlo abrazado.
Trató de soltar un “gracias”, pero su lengua se sentía pesada y
salió más bien como un “gacias”.
Le entrecerró los ojos mientras las luces estroboscópicas
destellaban en su dirección e hizo una mueca de dolor. Aun así,
pudo ver que se trataba del hombre amable de antes y se relajó. Él
no se había reído ni tampoco la había mirado divertido cuando le
invitó un trago y ella respondió que solo tomaba jugo de arándano.
—Creo que yo… —empezó, pero el mundo se oscureció.
Lo siguiente que supo fue que el brazo del hombre amable
estaba rodeándola y soportando su peso mientras la guiaba por
sobre la orilla de la multitud.
—Te llevaré a los sanitarios para que puedas mojarte la cara —
estaba diciendo—. Le envié un mensaje a tu amiga para que te vea
allí.
Cora asintió. Hablar requería de mucho esfuerzo. Caminar
también, pero se empeñó por mantenerse de pie y seguir
tambaleándose junto al hombre amable. Él a su lado se sentía firme
y fuerte, y ella se aferró a él con las pocas fuerzas que le quedaban.
Levantó la cabeza y volvió a quedar cegada por las luces. Era
demasiado. Todo era demasiado. La música palpitaba en su cabeza
con la fuerza de un picahielos. Necesitaba quietud. Oscuridad.
Incluso preferiría el sótano de su madre en vez de esto.
El pensamiento solo la hizo sentir histérica.
Mira lo lejos que he llegado, mamá. Después de todo, la gran
ciudad es tan aterradora como dijiste que sería.
No. Hoy fue un mal día. Se concentró en levantar los pies. Uno
primero y luego el otro. En aferrarse al hombre para mantenerse en
pie. ¡Cielos! Se sentía como si llevaran años caminando. ¿Aún no
estaban en los sanitarios? Finalmente se aventuró a levantar la
mirada y frunció el ceño cuando notó que se encontraban en un
pasillo. Se giró para mirar por encima de su hombro.
Aguarden un momento, ya habían pasado los sanitarios. Trató
de enterrar los pies en el suelo. Necesitaba hacerle saber al hombre
que había cometido un error.
—Bañ… —intentó decir, pero él la interrumpió.
—Shh, quieta, nena. Todo va a estar bien. De maravilla.
Pero algo en su voz no sonaba bien. Era como si le estuviera
hablando a un niño con el que estaba molesto.
—No. —Sacudió la cabeza. No era correcto. Esto no estaba
bien.
Trató de alejarse de él, pero sus dedos se aferraron a sus brazos
como garras, y en vez de conducirla con suavidad, estaba tirando de
ella.
¡Detente! ¡Ayuda! Gritó en su cabeza. Pero solo salieron
pequeños quejidos.
La estaba empujando hacia la puerta trasera del club. El fresco
aire nocturno la golpeó como un millar de diminutas agujas, y
finalmente logró soltar un chillido. Pero era demasiado tarde. La
puerta se cerró tras ellos tan rápido como se había abierto.
—Cállate, perra —dijo mientras sacaba llaves de su bolsillo.
Había un coche negro aparcado en un callejón no muy lejano y las
luces se encendieron cuando presionó un botón en el llavero.
¡No! No, no, no, no.
Cora intentó pelear. En su cabeza estaba peleando con uñas y
dientes. Gritando y sacudiéndose, y arañando.
Pero por fuera no debió haber estado oponiendo mucha
resistencia, porque el animal levantó su delgado cuerpo sin ningún
problema. La empujó hacia la parte trasera de su auto con el rostro
yendo directo contra el asiento de cuero. La puerta se cerró de
golpe.
Ni siquiera se molestó en atarla. No tenía que hacerlo. Estaba
indefensa mientras él pisaba el acelerador, haciendo chirriar los
neumáticos. Fue lanzada contra el respaldo del asiento y, cuando él
se detuvo, cayó hacia el espacio reposapiés.
¡Auch!
Pero no. El dolor era bueno. Parpadeó y trató de concentrarse en
él.
No podía permitir desmayarse. Él debió haberle echado algo su
jugo de arándano. Estúpida. ¡Realmente estúpida! No había perdido
de vista la bebida. Al menos ella pensó que no. Pero él la había
cogido del barman para dársela a ella. Si era bueno en las
artimañas, entonces debió haber puesto algo en la bebida mientras
se la pasaba.
Estaba agotada. Tan agotada. Parpadeó y sus pesados
párpados se cerraron. Una vez. Dos.
El coche aceleró rápidamente y la sacudida hizo que sus ojos se
abrieran de nuevo. ¡Mierda! ¿Estaba por quedarse dormida? ¿En
qué demonios estaba pensando? Si lo hacía estaba muerta. Sería
violada y asesinada y todas las horribles cosas de las que su madre
le había advertido. Todo estaba sucediendo. Primero con Paul, y
ahora siendo drogada y secuestrada. Oh, Dios, oh, Dios…
¡Basta! Maldita sea, no entres en pánico.
Forzó sus ojos para que se quedaran abiertos tanto como
pudieran e intentó concentrarse. Solo había bebido un tercio del
vaso de jugo de arándano. Tenía que tratar de buscar una salida. El
hombre la estaba llevando a alguna parte, pero aún no llegaban.
Todavía había tiempo.
La lluvia salpicó las ventanas mientras el coche atravesaba las
oscuras calles. Todavía estaban en la ciudad. Bien. Tenía que salir
del coche la próxima vez que se detuviera. Evidentemente y a estas
alturas, el hombre contaba con que estuviera desmayada o
demasiado aturdida para intentar algo.
Probablemente porque ni siquiera pudiste caminar por tu cuenta
en el club.
Pero en ese momento no temía por su vida. La adrenalina corría
por sus venas, tiñendo sus opciones simplemente en blanco y
negro.
El coche dobló en una esquina y su cuerpo pareció girar 360
grados, todo se puso patas arriba… hasta que se dio cuenta de que
estaba firmemente atascada en el espacio reposapiés. No se había
movido en absoluto. Era como un conejo paralizado escondiéndose
del lobo.
Así que tal vez su cabeza no estaba en total claridad. No
obstante, de ninguna manera iba a quedarse y aceptar lo que fuera
que el sujeto había planeado para ella.
La siguiente vez que el coche bajó la velocidad, ella entró en
acción.
Eso significaba que con lentitud subió al asiento y alcanzó la
manija de la puerta. Sus extremidades eran de concreto. Le tomó
varios segundos preciosos descubrir cómo desbloquear el seguro,
pero tiró de la manija justo cuando el coche se detuvo.
La puerta se abrió y lanzó su cuerpo hacia la oscuridad.
—¡Oye! —Oyó al tipo gritar mientras se golpeaba contra el
pavimento mojado y gotas de lluvia le abofeteaban el rostro.
De pie. ¡Levántate, ya! Se gritó a sí misma. Pero yació allí
aturdida. La ciudad giraba a su alrededor, con imponentes
rascacielos extendiéndose en la interminable noche. Era pequeña
como una gota de lluvia, un húmedo ¡paf! en el asfalto…
Sus pies tocaron el suelo cuando la puerta del conductor se abrió
y su secuestrador salió.
Se levantó usando la puerta como impulso y solamente echó un
veloz y frenético vistazo a su alrededor. Se habían detenido en un
semáforo en rojo. La lluvia impactaba contra las aceras vacías.
Dondequiera que mirara, los comercios estaban sumergidos en la
oscuridad y el silencio.
Pero más adelante sobre la acera a su derecha, había una
puerta iluminada. Luz. Donde había luz había personas. Alguien
para ayudarla. O, cuando menos, un lugar para esconderse. Corrió
hacia la luz. El mundo se redujo a un oscuro túnel y su esperanza al
tamaño de los rayos de luz que la lluvia arrastraba. Corrió; sus pies
descalzos pisoteaban los charcos helados. Sus tacones se habían
quedado en alguna parte del camino, gracias al destino. Sin ellos
estaba más estable. La lluvia que le azotaba las mejillas agudizó su
concentración. Corrió, la adrenalina impulsándola hacia adelante;
los gritos del hombre tras ella, pero sin alcanzarla. Aún.
Cayó por los escalones que estaban por debajo del nivel de la
calle y se estrelló contra la puerta. Los gritos del hombre estaban
más cerca que nunca. Casi estaba sobre de ella. Pero tiró de la
manija de la puerta, logró abrirla y se apresuró hacia el interior. Su
refugio era un bar o club de algún tipo; probablemente privado
debido a la tenue iluminación y la madera de caoba que cubría el
lugar con sombras. Débilmente pudo percatarse de un bar vacío y
mesas iluminadas por pequeñas lámparas.
Mierda, ¿por qué se había detenido a apreciar la decoración? Su
secuestrador llegaría a ella en cualquier momento. Tratando de
calmar su respiración, se deslizó hacia la pared a su izquierda,
atrapando las sombras y dejando caer gotas de agua a medida que
se movía. Pasó frente al taburete de un guardia de seguridad y un
guardarropa. ¿Pero dónde estaba él? Si se tratara de un club
privado, ¿la echarían?
Se miró a sí misma. Su corto vestido negro estaba manchado
con lodo de la calle y estaba segura de que su rostro no lucía mejor.
Pero ya estaba pensando más claramente. Al fin. Vale.
Y no había guardia de seguridad que ella pudiese ver. Cuando
se detuvo y escuchó con atención, todo lo que notó fue el latir de su
corazón y unas pocas voces moderadas al fondo. El lugar estaba
cerrado por la noche o era muy, muy exclusivo. Si lograra moverse
en suficiente silencio entonces quizás podría encontrar una puerta
trasera y salir sin ser vista.
Su plan se mantuvo por algunos segundos, pero la puerta a sus
espaldas se abrió de golpe impactando contra la pared con un
estallido fuerte. ¡No! Reprimió un grito, escondiéndose en la
oscuridad. Sin embargo, la llegada de su perseguidor llamó más que
solo su atención.
Hubo un grito proveniente del extremo izquierdo. Era el guardia
de seguridad, finalmente haciendo acto de presencia.
—Oye, hombre, no puedes entrar aquí.
Cora sintió a tientas el largo de la pared hasta que casi cae en
un corredor. Esperó un momento, escuchando.
—Estaba con mi chica, necesito saber si vino aquí…
Tan asustada como estaba, todo dentro de Cora protestó: “No
soy su chica; no lo conocía antes de esta noche”. El guardia también
estaba discutiendo con él, diciéndole que el lugar era privado.
—Si te quedas aquí, al señor Ubeli no le gustará —la voz del
hombre era exageradamente profunda, y Cora imaginó que era un
hombre grande, una bestia con traje—. Tienes que irte.
—No, te lo aseguro, ella corrió hacia acá…
El tiempo pasaba y Cora sabía que su perseguidor no iba a
marcharse.
Entonces hubo pasos haciendo eco y un grito:
—¡Oye, no puedes entrar allí!
Cora se adentró más hacia el pasillo, giró y cogió el picaporte
más próximo que pudo encontrar. Estaba bajo llave. Desesperada
se movió a la siguiente. Las voces estaban más cerca.
La puerta se abrió. A tientas se precipitó dentro y luego la cerró,
sofocando así los gritos.
Allí dentro la luz era suave y la habitación extensa y oscura,
cargada de tantas sombras al igual que el club. Cora estaba
apoyando la espalda sobre la puerta, y jadeó tan pronto como sus
ojos se adaptaron a la luz.
Frente a ella, y al otro lado de una extensa y lujosa alfombra roja,
había un escritorio.
Y detrás un hombre.
Se paralizó. Su débil mente comenzó a pensar en el nuevo
problema. El hombre llevaba un traje hecho a la medida para
hombros anchos. Tenía la cabeza gacha y su cabello oscuro brillaba
mientras trabajaba con la luz de una lámpara de escritorio en esa
extensa y oscura habitación.
Él parecía importante. Interrumpir al hombre en su imponente
oficina dentro de un club muy exclusivo probablemente solo traería
problemas. Aun así, cualquier escenario era mejor que del que
había escapado. ¿Cierto?
Se puso de pie, apenas atreviéndose a dar un respiro y con
gotas de agua cayendo de su dobladillo sobre la hermosa alfombra.
Por una fracción de segundo, pensó que el hombre no la había visto
ya que estaba demasiado concentrado en los papeles frente a él.
Pero con un rápido movimiento levantó la cabeza y al siguiente
instante miró directo hacia ella. Cora se movió hacia la puerta. Era
atractivo, pero de una manera aterradora, como si hubiera sido
esculpido en mármol, pero el artista se hubiera olvidado de alisar los
bordes para suavizar los rasgos. Solamente pudo hacer conjeturas
sobre su edad. ¿A inicios de sus treinta, tal vez? Las sombras
estaban en gran parte de su rostro, especialmente bajo sus ojos. Él
la recorrió con la mirada, pasando por su vestido muy corto, pies
descalzos y su cabello húmedo.
Con el pulso acelerado y doliéndole, Cora permaneció como una
estatua.
Ninguno dijo nada.
Poco a poco el hombre se fue levantando, con una pregunta
formándosele en los labios. Cora también dio un paso al frente,
buscando posibles explicaciones con la mente a toda velocidad.
Pero se encontró con sus ojos grises oscuros acentuados por la
inquietante luz, y su mente se quedó en blanco. No estaba segura
de si se trataba de los restos de las drogas en su organismo o si
solo era por estar cerca de él. Tragó con fuerza. A sus espaldas se
escuchó un fuerte golpe en la puerta. Cora se lanzó hacia atrás,
abrazándose a sí misma.
—¿Señor Ubeli? —Alguien llamó.
—¿Sí? —contestó el hombre sin quitarle los ojos de encima.
La puerta se abrió un poco y Cora retrocedió. El dueño de
aquella voz no entró a la habitación; no obstante, ella estaba
completamente oculta detrás de la puerta.
—Hay un sujeto que dice que ha perdido a una corderita a la que
estaba cuidando. ¿Me oyes?
—Te escucho, Sharo —dijo el hombre llamado señor Ubeli—.
Deshazte de él.
Cora sintió a su cuerpo relajarse y su suspiro escapó en silencio,
incluso cuando Sharo continuó:
—No hay problema, jefe. ¿Quieres que lo eche?
—No, dile que se vaya. —El señor Ubeli miró su escritorio para
mover algunos papeles mientras daba órdenes—. Golpéalo un poco
si se pone difícil.
—Sí, señor Ubeli. Lo haré.
La puerta se cerró, dejando a Cora nuevamente expuesta y a
solas con el señor Ubeli. Por un momento, la examinó con los ojos
entrecerrados.
—¿Ese sujeto te estaba molestando? —preguntó, salió de detrás
de su escritorio.
—Sí —susurró Cora—. Gracias.
Tembló mientras se encogía de hombros y el señor Ubeli, con
cuidado, avanzó, como si ella fuera un animal salvaje que en
cualquier momento podía huir.
Ella retrocedió, pero él pasó de largo, yendo al perchero junto a
la puerta y cogiendo un abrigo. Volviendo, lo sostuvo frente a ella y
sacudió la manga en dirección a su brazo. Por un instante Cora
permaneció inmóvil. Miró al hombre y a sus profundos y oscuros
ojos. Dándose la vuelta, metió el brazo en la manga y le permitió
ayudarla a ponerse el abrigo. Una vez puesto, notó que era una
chaqueta gris de traje demasiado grande para ella, y que le colgaba
un tanto de las manos. Pero mientras se envolvía en él, se sintió
como una coraza contra todo lo que había ocurrido esa noche. La
ola de alivio la golpeó tan fuerte que prácticamente colapsó en el
sillón frente al escritorio al que el hombre previamente la había
guiado.
Por fin estaba a salvo.
Se había acabado.
Se reclinó en el asiento. Esperaba que su vestido húmedo no
arruinara el cuero rojo, pero no pudo más que pensarlo por un
momento. Allí dentro se sentía tan cálido. La calidez y la protección
se sintieron como lo único que importaba en el mundo.
Era realmente estúpido. Seguía desempleada. Y ya que el
trabajo había sido como niñera que vivía con la familia, tampoco
tenía un lugar donde quedarse. Apretó aún más el abrigo contra sí.
—¿Eras su novia?
Le tomó un segundo entender a lo que se refería su significado,
pero tan pronto como lo hizo…
—No —dijo Cora con brusquedad mientras sacudía la cabeza y
se estremecía—. No. Antes de esta noche no lo conocía. Puso algo
en mi bebida. Y él, él…
—Oye —replicó suavemente con las cejas fruncidas—. Me
aseguraré de que no vuelva a aparecer por aquí.
¿Quién era ese hombre para hacer tal promesa? Pero la forma
en que lo dijo, con tanta autoridad, hizo que ella terminara por
creerle. Debió de haberla desconcertado, quizás.
En vez de eso, todo lo que sintió fue alivio.
Alivio y calidez.
Llevó la cabeza hacia el cuero afelpado del sillón con respaldo.
Vaya que estaba cansada. Más de lo que estuvo en toda su vida.
—¿Cómo te llamas? —preguntó.
—Cora —soltó en automático y luego apretó los labios. ¿Fue
buena idea comunicarle su nombre? Los desconocidos son
peligrosos, las palabras de su madre resonaron en su cabeza. El
mundo exterior es traicionero. Solo es seguro aquí en la granja. Y yo
soy la única en quien puedes confiar.
—Encantado de conocerte, Cora. Soy Marcus. Marcus Ubeli.
Asintió semidormida.
—Encantada… de conocerte… también.
Sus ojos querían cerrarse. Era de mala educación y tenía
problemas para mantenerlos abiertos. De verdad los tenía. Bueno,
tal vez lo mejor era descansarlos. Pero solo por un momento.
Solo… un… momento.
Pero la calidez la doblegó, y se quedó dormida.
CAPÍTULO 3
Más tarde, sus ojos quedaron aturdidos por las cámaras. Ni siquiera
recordaba haber caminado por la pasarela. Solo pudo concentrarse
en no tropezar con los tacones que le habían puesto. Consiguió
llegar hasta uno de los extremos y posar siguiendo las instrucciones
que una asistente le había dado. El estallido de los flashes
fotográficos casi logró cegarla, pero dio media vuelta en el momento
justo y se las arregló para llegar tras bambalinas sin tropezar
consigo misma o con las otras modelos. Por lo tanto, victoria.
Y ahora la post fiesta. Una de las asistentes le había llevado un
vestido para que se cambiase, diciéndole que era por parte de
Armand. Pero debido a las miradas silenciosas que le daban las
otras modelos, sospechó que realmente venía de Marcus.
¿Qué estás haciendo? Se preguntó mientras caminaba con el
grupo de modelos, el séquito de Armand y los asistentes del
espectáculo, estando a una cuadra de llegar al lugar donde se
estaba llevando a cabo la post fiesta. ¿Realmente crees que no va a
esperar algo a cambio por estos supuestos “obsequios”?
Los hombres eran patológicamente incapaces de ser confiables,
su madre siempre le decía. Siempre quieren una cosa y solamente
una cosa. Es por eso que te tengo aquí, donde es seguro.
Pero… ¿Qué tan malo sería si Marcus la quisiera de esa
manera? Ella no necesitaba obsequios. Sería suficiente si estuviera
interesado en ella; no necesitaba hacer nada más.
Y oh, la manera en que se sintió cuando la miró…
Y, además, Marcus no había intentado nada. Nada parecido a
“esa cosa” que los hombres supuestamente solo querían. Si Marcus
fuera un hombre malo, hubiera intentado abusar de ella cientos de
veces cuando la tuvo a solas en el pent-house. Pero no lo hizo.
Porque era honesto. Era un buen hombre. Además de amable,
generoso y guapo y…
Llegaron a la post fiesta, y si Cora pensaba que el espectáculo y
los preparativos habían sido impresionantes, no tardó en darse
cuenta de que no se comparaban en nada a la manera de organizar
fiestas de los Nuevos Dioses del Olimpo. Se celebraba en una
preciosa terraza situada en la azotea. La noche era fría, pero había
aparatos de calefacción por todo el lugar que lo mantenían
templado. Todos los presentes a su alrededor parecían estar de
buen ánimo. De acuerdo con las primeras críticas y las redes
sociales, el espectáculo al parecer había sido un éxito total.
A su alrededor la gente reía y charlaba, y Cora sonreía, pero
nunca pareció entender las bromas sobre aquella modelo o aquel
actor.
Y todo lo que servían era champán y otro tipo de alcohol. Estaba
sedienta y moría por un vaso de agua. Al ir por uno, escuchó que
gritaban su nombre.
—¡Cora! ¡Querida!
Armand se acercó y le cogió la mano.
—Nuestra famosa Reina de los muertos en carne y hueso. Me
preguntaba adónde te habías metido. Ven, ven, hay tantas personas
a quienes quiero que conozcas.
Pasó los siguientes treinta minutos de un lado para el otro,
metida en un torbellino de presentaciones, nombres y rostros que
sabía que nunca recordaría. Intentó protestar cuando Armand la
presentó como la chica de Marcus, pero de nada sirvió. Pero
finalmente pudo arreglárselas para ausentarse de su lado e ir en
busca del agua que ahora necesitaba más desesperadamente. Le
pidió un vaso al barman y mientras bebía su primer sorbo,
refrescante, bueno y magno, una sombra apareció frente a sus ojos,
haciendo que casi se ahogase con su último trago.
—Hola, diosa.
Marcus.
Puso los ojos en blanco y tosió directamente en su codo, algo del
agua se fue por el camino equivocado debido a la sorpresa de verle.
¿Cómo es que siempre lograba acercársele sigilosamente?
—Ya no soy una diosa —se las arregló para finalmente decir una
vez que pudo controlar la respiración. Bebió otro sorbo de agua—.
Solo mi yo común y corriente. —Levantó las manos. ¡Ta-da, aquí
estoy! Como una tonta.
—No estoy de acuerdo.
Cora sacudió la cabeza. Ni siquiera podía mirarlo a los ojos. Solo
habían pasado unas cuantas horas desde que lo vio la última vez,
pero volvía a sentirse abrumada. En cada ocasión. ¿Cómo no iba a
estarlo? Marcus era la personificación del poder y la belleza
masculina. La representación de la idea de Platón del hombre
perfecto.
—Cora —la llamó suavemente—. Mírame.
Obedeció. No podía decirle simplemente que no podía mirarlo
directo a los ojos o que su perfección la terminaría quemando como
el sol. Se encontró con sus orbes grises y sintió aleteos internos;
miles de mariposas daban una fiesta en su vientre.
—¿Qué te parece la fiesta? —preguntó con los ojos arrugados.
Como si supiera de qué manera la afectaba y como si de verdad lo
disfrutara.
La centelleante terraza se extendía ante ellos. Una piscina de un
azul como el de una piedra preciosa yacía iluminada en el centro, y
por doquier había personas guapas de pie agrupadas mientras
conversaban hermosamente.
—Todo es tan encantador —Cora ladeó la cabeza.
—¿Pero?
Cora parpadeó. Su intención no era expresar disconformidad.
Sabía que todo esto era un regalo. Poder ser modelo. Presentarse a
esta sofisticada post fiesta. Se trataba de un momento de cuento de
hadas y no quería mostrarse desagradecida, especialmente porque
le iban a pagar, por encima de todo lo demás.
—No te hagas la tímida conmigo ahora.
Aquella era otra razón por la que ella no podía mirarlo. Su
intensa y absorbente mirada siempre esclarecía la verdad.
Se inclinó hacia adelante.
—Este no es mi ambiente exactamente. En cierto modo me
siento como… —llevó la mirada al resto de los presentes—. No sé,
como si fuera una científica y esto fuera un experimento social. Y
estoy disfrazada mientras observo a gente hermosa en su hábitat
natural. Siento que debería estar tomando notas para un ensayo o
algo así.
Marcus alzó una ceja.
—Como ella —Cora movió la cabeza hacia una modelo
particularmente demacrada que le había resultado fascinante desde
hacía casi una hora—. Species modelsapian domesticus de
aproximadamente 43 kilos. En realidad nunca come, pero sostiene
la comida con el dedo índice y el pulgar y finge mordisquearla por
treinta y ocho minutos y medio. Luego y con toda tranquilidad, la
deposita en la bandeja de algún mesero que pase para comenzar de
nuevo con la farsa con algún otro alimento. Por no mencionar los
rituales de apareamiento.
Marcus soltó una carcajada y se miró sorprendido a sí mismo.
Y entonces, para sorpresa de Cora, la sujetó de la cintura y la
llevó fuera del bar donde había permanecido de pie. Terminaron en
un rincón oscuro y oculto detrás de dos altas palmeras dentro de
macetas. Había la suficiente iluminación para ver el destello en sus
ojos.
—Me gustas —declaró de manera tan seria y firme que Cora no
entendió si estaba contento o no. Ella sí lo estaba, gracias a lo que
había escuchado. Eufórica, a decir verdad.
—¿En serio? —chilló.
Aquello hizo que la media sonrisa —por la que Cora rápidamente
se estaba volviendo adicta—, se manifestara.
—Sí.
Marcus se inclinó y su peso hizo que la espalda de Cora se
presionara contra la pared del edificio. Madre mía. ¿Realmente
estaba a punto de…? Sus labios se movieron con delicadeza sobre
los de ella, pero solo por un momento. Como todo lo demás sobre
él, sus labios de inmediato se volvieron exigentes. Y Cora no podía
hacer otra cosa que no fuera obedecer. Sus labios se abrieron y él
aprovechó la oportunidad para meter su lengua.
Nunca la habían besado, besado de verdad, y…
Levantó los brazos y los puso alrededor de los anchos hombros
de Marcus, aunque solo fuera para tener algo a lo que aferrarse
para permanecer con los pies en la tierra. Porque sentía que podía
flotar muy arriba… arriba y más allá.
La besaba sin pensar en nada. Su estómago daba piruetas con
cada potente movimiento de lengua. Cora no pudo evitar arquear
sus pechos en dirección al pecho de Marcus. Madre mía.
¿Realmente había hecho eso? Trató de retroceder, pero Marcus
envolvió su cintura con una mano entre su cuerpo y la pared,
reteniéndola con más firmeza contra su cuerpo. Los ojos de Cora se
abrieron. Él… Ella podía sentir su… su erección. Jadeó entre besos
intentando recuperar el aliento, y cuando él por fin se alejó y tomó
su rostro con su fuerte mano, ella movió la mejilla hacia su caricia,
pestañeando aturdida mientras lo miraba.
Marcus tenía una sonrisa de satisfacción en el rostro.
¿Ahora iba a llevarla a casa para hacerle el amor? Eso era lo
que sucedía después, ¿verdad? A pesar de que Marcus había
puesto un poco de distancia entre ellos, Cora aún podía sentirlo a él.
No sabía mucho sobre sexo, pero sabía que lo deseaba. Quería
todo lo que Marcus tenía para dar. Nunca se había sentido así. Su
presencia la envolvía, era irresistible… implacable. ¿Era atracción?
¿O algo más? Cada una de sus moléculas se estremecía y se
encontraba atenta. Marcus dominaba sus sentidos, la mareaba.
Señales de alarma resonaban en su mente. Déjalo entrar, y él
gobernará tu mundo. Marcus no era un hombre que hiciera algo y lo
dejara a medias. El control que tendría sobre ella sería absoluto,
pero Cora no lo detestaría. Lo gozaría.
Pero era demasiado e iba muy deprisa. Cerró los ojos, mareada.
Ahora sabía por qué los poetas recitaban sobre “caer en el
amor”. Porque se sentía literalmente como caer. Una desenfrenada
y fatal caída libre. Y una vez que caes, todo terminó. No hay vuelta
atrás.
—Cora, ¿estás bien?
Asintió con los ojos todavía cerrados. No podía mirarlo. Era
como mirar directamente al sol.
—Cora. Mírame. No te ocultes.
Levantó la barbilla y parpadeó.
—Me aterras —susurró.
Marcus alzó una ceja.
—Bueno, siempre me pareciste una chica astuta.
—¿Qué pasará ahora?
Le colocó un mechón de cabello detrás de la oreja y se
estremeció de placer ante la caricia. Los ojos de Marcus se
encendieron y Cora de inmediato quiso volver a presionar sus senos
contra su pecho. ¿Cómo sería la sensación de las manos de Marcus
por todo su cuerpo? No había olvidado la forma en que la había
mirado de arriba a abajo cuando estuvieron frente al espejo. Era un
hombre muy intenso. ¿Cómo sería la sensación de toda esa
intensidad descargada directamente en ella? Sin que hubiera nada
entre ellos. No ropa. No pretensiones. No edades.
—Ahora —se inclinó y presionó sus labios contra los de ella. El
beso más breve antes de apartarse—, Cenicienta volverá a casa
para dormir antes de que se convierta en una calabaza.
Retrocedió y le cogió el brazo.
—Me parece que así no va el cuento —murmuró Cora mientras
Marcus comenzaba a guiarla a través la multitud. Las charlas se
detuvieron y las miradas se volvieron hacia ellos; la multitud
abriéndose como el Mar Rojo a medida que pasaban.
¿Por qué todos lo trataban de esa manera? Cora lo miró, pero su
rostro estaba frío como el mármol. Si su brazo no hubiese estado
tan cálido y no le hubiese transmitido seguridad, Cora se hubiera
estremecido ante lo sucedido. Miró las caras de algunos de los
presentes. Había algo más que respeto mostrado. Miedo.
¿Quién era Marcus Ubeli, además del hombre que estaba
dándole un vuelco a su vida?
¿En verdad quería saberlo?
O una pregunta más inquietante: ¿Acaso pensaba darle
importancia; siempre y cuando en privado pudiera ver al hombre tras
la máscara?
Estuvo muy tensa y con mareos durante todo el regreso a casa.
Sharo estaba detrás del volante, y cuando una ventana subió entre
los asientos delanteros y los traseros, estaba segura de que Marcus
la besaría de nuevo. Pero no. Pasó su brazo alrededor de ella y
jugueteó con su cabello despreocupadamente durante el trayecto.
Todo estaba en silencio, excepto por la melodía de Rajmáninov que
se escuchaba a lo largo y a lo ancho. Cora frunció el ceño cuando el
coche se detuvo después de un trayecto de alrededor de diez
minutos. Sharo salió y le abrió la puerta. Marcus se apartó de ella y
lo miró confundida.
—Aún no hemos llegado al Crown, ¿verdad?
Hace unas cuantas horas, había tomado un poco más de media
hora ir desde el hotel al lugar del desfile de moda. Es cierto que
había habido tráfico, pero seguro que ahora no habían recorrido
toda esa distancia tan rápido, ¿o sí? Miró por la ventanilla y no, el
histórico hotel no estaba a la vista.
—Te conseguí un apartamento.
Giró sobre el asiento para mirarlo con la boca abierta. El pent-
house en el Crown era una cosa. Aparentemente siempre lo había
tenido de reserva, ¿pero otro apartamento? ¿Para ella?
—Marcus, no puedo…
—Si puedes —pasó una mano por la parte baja de su espalda
para hacerla bajar del vehículo—, y lo harás. Piensa que cuidarás
del lugar. Todo el verano mi secretaria estará en unas largas
vacaciones en Europa. Si te quedas serás de gran ayuda. Puedes
regar las plantas.
Pero cuando Cora fue al piso de arriba no encontró ninguna
planta. Lo que sí encontró fue un lujoso apartamento de tres
dormitorios completamente amueblado y con una magnífica vista del
parque.
—Esto está increíble.
Se abrió paso entre las enormes habitaciones. Sus pies se
hundieron en la gruesa alfombra. Marcus se quedó detrás de ella
con las manos en los bolsillos y una media sonrisa sesgada en su
deslumbrante rostro. Cora se detuvo frente a una chimenea,
pasando una mano nerviosa sobre el modelado de mármol. Un
apartamento como este y en esta parte de la ciudad tenía que costar
decenas de miles de dólares al mes. La abrumadora elegancia la
hizo sentirse diminuta.
—Es demasiado. No puedo… —su voz no continuó al
encontrarse con su decidida mirada. Marcus ya le había dado
demasiado.
—Puedes y lo harás. Quédate aquí. Mantente a salvo.
Parecía que iba a decir más, pero la puerta principal se abrió y
segundos después Sharo apareció. Vio a Cora y asintió, luego le
entregó a Marcus un sobre. Lo abrió y miró dentro. Su sonrisa se
volvió como la de un tiburón, satisfecha.
—Una cosa más, ángel —le tendió el sobre.
La mano de Cora tembló al tomarlo. Dentro había dinero.
Frescos dólares guardados en el sobre blanco. El número en los
billetes provocó que sus rodillas temblaran.
—¿Qué es esto?
—Tu paga. Me dijiste que tu antiguo jefe te debía.
—Sí, pero… —sus dedos hurgaron el fajo de billetes e hizo un
conteo rápido—. Es demasiado, más de lo que…
—No te pagaban lo suficiente. Sharo tuvo una pequeña charla
con ellos, y vieron lo equivocados que estaban.
Sus sentidos se encontraron aturdidos al sujetar el fajo de
dinero; era más dinero de lo que jamás había visto y mucho menos
cogido en manos.
—¿Una charla con ellos? —el enorme hombre la miró sin
mostrar emoción alguna. Por lo que sabía acerca de Sharo, era
alguien de pocas palabras. ¿Eso significaba que…?
—Tú no… —se detuvo antes de continuar—: los lastimaste —
simplemente no podía preguntarle si le había dado una paliza a
Paul, ¿cierto?—. ¿Están bien?
Sharo levantó su mentón.
—Te envían sus disculpas. Querían que supieras que están
teniendo terapia de pareja, que pasan menos horas en el trabajo y
más tiempo con su hijo.
—Oh. Qué bien.
Entonces Sharo sí habló con ellos. O, por lo menos, ellos con él.
Le dijeron todo eso, y le pagaron mucho más de lo que Cora ganaba
en billetes de cien dólares. Ella miró el dinero en su mano como si
se tratara de una serpiente.
—¿Lo ves, ángel? —murmuró—. No te volverán a molestar.
Sharo se había ido y quedaron solo ellos dos. Terminó con la
distancia entre ellos y el mundo de Cora se redujo ante su alta,
imponente y fulminante imagen con traje oscuro. Sus sentidos
fueron rodeados con su cercanía, con una barba apenas visible que
no había afeitado por la mañana bordeando su mandíbula y con su
exquisita colonia. La incertidumbre de Cora se disipó.
—¿Quieres darme las gracias?
—Gracias —respiró, embriagada por la proximidad de sus
cuerpos. En lo más profundo una vocecita susurraba una
advertencia, pero el resto de ella ya estaba muy involucrado. Su
corazón palpitaba desenfrenado pero feliz en su pecho. Felizmente
acorralado.
—No, bebé —Marcus se detuvo tan cerca que, si daba un paso
adelante, sus pezones volverían a rozarle el traje. Esa diminuta
alarma interrumpió de forma abrupta—. Quiero decir, ¿realmente
quieres agradecerme?
—¿Sí?
—Entonces quédate aquí. Vive en este apartamento. Disfrútalo.
Y cena conmigo mañana por la noche.
—Mañana —susurró ella.
Su oscuro cabello cayó sobre su frente, suavizando los duros
trazos de su rostro. Cora se tambaleó.
—Mañana —respondió también en susurros. Y retrocedió,
rompiendo el trance en el que parecía estar sumida. Esperaba que
se quedara, pero Marcus solo le mostró esa maldita media sonrisa y
le dijo—: Buenas noches, diosa.
Se quedó tan desesperadamente necesitada cuando se retiró y
cerró la puerta principal. Después de haberse cerrado, se apoyó
contra ella y se llevó las manos a los labios, a la cara… por todo el
cabello. Todo lo que sabía era que esta noche algo importante había
dado inicio con Marcus Ubeli, y que su vida nunca volvería a ser la
misma.
CAPÍTULO 6
—Tengo que irme temprano esta noche —gritó Cora hacia la parte
trasera del refugio donde había empezado a trabajar como
voluntaria.
No había podido encontrar otro trabajo sin una identificación o
seguro social; solamente unas cuantas presentaciones como
modelo en efectivo que había conseguido con el desfile de Armand.
El voluntariado la hacía sentirse menos inquieta en tanto intentaba
conseguir algo más definitivo.
—Vale —respondió Maeve, la que administraba el refugio—.
Comienza por limpiar el fondo y haz lo que más puedas. El balde
está en el armario y las esponjas y el jabón junto al fregadero.
Cora pasó dos horas en silencio limpiando jaulas. Era un trabajo
duro y sucio, pero de alguna manera se sintió más limpia al terminar.
Fregar le recordaba a su infancia en la granja donde la vida era
sencilla y desbordante en trabajo honesto y arduo. A los diez, su
trabajo había sido fregar los pisos de la casa y limpiar los establos.
Irónico que sintiera nostalgia por el lugar del que no pudo
esperar para alejarse.
Pero todo era tan confuso aquí en la ciudad.
Marcus continuaba cortejándola al llevarla a los mejores
restaurantes. A veces sentía que la estaba presumiendo. Pero era
ridículo, él era el atractivo. Cada vez que entraban a un lugar las
personas se incorporaban y prestaban atención. El dueño del
restaurante corría hacia ellos para recibirlos, les daba la mejor mesa
y comprobaba durante la comida que todo estuviera bien. A
dondequiera que iban la gente mimaba a Marcus, y, a su vez, él
cuidaba de ella.
Continuó con los obsequios sin importar si Cora decía que no
eran necesarios. Incluso insistió en que su coche la recogiera de su
apartamento para llevarla al refugio. Protestó, pero Marcus dijo
“diosa” con su profunda, divertida, arrogante y sexy voz —todo al
mismo tiempo—, y se salió con la suya. Siempre lo hacía.
Y en cuanto a los temores de Cora la otra noche…
Frunció el ceño mientras fregaba con más fuerza la parte inferior
de la jaula. ¿De qué se quejaba realmente? ¿Que un hombre la
considerara demasiado hermosa como para querer asegurarse de
que estuviera a salvo en todo momento? Y si había puesto a alguien
a seguirla porque no confiaba en ella, bueno, era un hombre
adinerado y ella no era nadie. Tal vez Marcus había sido engañado.
Pero Cora no solo sabía cuánto dinero tenía, sino que también
conocía sus negocios y su poder. Él acababa de conocerla. Lo
lógico para él era querer saber si en realidad era quien decía ser.
Además, no era como si Cora tuviera algo que ocultar.
Y, la pregunta que se hizo a sí misma varias noches atrás:
¿Marcus valía la pena?
Cuando estaba con él sentía que podía volar. Y madre mía,
cuando la tocaba; con el más mínimo contacto de su mano contra la
suya… Con tan solo pensarlo, escalofríos le recorrieron los brazos.
Le gustaba Marcus. Mucho. Y tenía miedo de permitirse pensar
sobre lo que sentía por él; era algo muy fuerte. Mucho más fuerte
que gustar, si tenía que ser honesta consigo misma. Y le estaba
dando todo lo que siempre había querido. Una nueva vida; nueva
identidad, una con la que pudiese tener clase, ser sofisticada y
conocedora de la ciudad. Fue por ello por lo que llegó a la ciudad,
para librarse de su madre. Incluso si Marcus la ayudaba, protegía…
vale, quizás si la controlaba un poco, ¿significaba eso que no era
libre?
Tiempo después, Maeve encontró a Cora sentada en una de las
jaulas con solo un guante de látex puesto y rodeada de artículos de
limpieza. Maeve tenía una larga cabellera rojiza que casi siempre
mantenía trenzada, además de unas cuantas canas. Se le acercó
para ver cómo estaba.
—Cora —la llamó. Cora parpadeó saliendo de sus pensamientos
y levantó la vista—. ¿Cómo van las cosas por aquí? Oh, vaya.
Limpiaste más jaulas de las que pensé que harías.
Cora sonrió.
—Tengo experiencia.
Limpiar jaulas no era exactamente igual que limpiar establos,
pero la ética de trabajo requerida sí.
Cora bostezó y se dio un golpecito en la frente con el brazo.
—Oye, pareces cansada. Espero que salgas temprano para ir a
casa y descansar un poco.
Cora sacudió la cabeza.
—No exactamente. Marcus me va a llevar al restaurante de un
amigo.
La expresión serena de Maeve cambió y su ceño se frunció.
—Me preocupo por ti, querida. ¿Segura de que las cosas no
están yendo demasiado deprisa con ese hombre?
Le sonrió a la mujer de edad avanzada. “Ese hombre” la trataba
como a una reina. Él podía tener a cualquiera, pero miraba a Cora
como si fuera la única mujer en el mundo, y ella todavía no entendía
por qué la había elegido. Pero Marcus lo hizo y era todo lo que
importaba.
Cora sabía que la mujer sentía un amor maternal por ella, pero
no era necesario.
—Ya soy mayorcita. Sé lo que hago.
Maeve no parecía convencida.
—¿Viste el periódico de hoy?
—No. —Frunció el ceño, pero la mujer ya estaba sacando el que
tenía bajo el brazo.
—Lo estaba usando para revestir las jaulas y el titular me llamó
la atención. ¿Qué tan bien lo conoces?
Cora dejó caer la mirada al New Olympian Times. El famoso jefe
de la mafia aparece en un club. La imagen estaba borrosa, pero
reconocería a Marcus en cualquier parte. Apartó los ojos del
periódico y por unos instantes fregó de forma violenta la esquina de
la jaula mientras intentaba poner en orden sus pensamientos.
Jefe de la mafia.
¿Era verdad?
Pero entonces pensó en el trato que recibía en todos los lugares
a los que iban. Las cabezas inclinadas, el miedo y las miradas
ocultas… El poder que sabía que él ejercía, aunque no entendiera la
razón. Y la oscuridad en él. Si fuera completamente honesta
sospecharía que más o menos se trataba de algo así, ¿cierto? Pero
ser honesta consigo misma últimamente no era lo suyo.
Porque lo que estaba sintiendo no era inesperado. Todo se
trataba sobre la repulsiva incomodidad de la confirmación. Nunca le
había preguntado expresamente sobre sus negocios porque no
quería saberlo. Pero aquí estaba en blanco y negro. Publicado en
primera plana.
Miró nuevamente el periódico que Maeve todavía sostenía, y le
echó una ojeada al primer párrafo. Llamaban a Marcus el Señor del
submundo. Apartó la mirada por segunda ocasión, pero Maeve
obviamente no iba a dejar ir el tema así como así.
—¿Qué tan bien lo conoces? —preguntó de nuevo.
Cora dejó de fregar y arrojó la esponja al balde de agua con
jabón. Salió de la jaula, se quitó el otro guante y echó hacia atrás los
mechones de pelo que se habían soltado de la cola de caballo.
—Es un buen hombre, Maeve.
Le retiró el periódico de las manos y lo tiró al suelo de la jaula
que había limpiado. Le agradaba Maeve, de verdad que sí.
Congeniaron de maravilla desde que llegó como voluntaria, pero no
necesitaba de otra madre que le intentara decir lo que podía y no
podía hacer. No obstante, la respetaba. No se parecía en nada a su
verdadera madre. No era mandona ni prepotente, y no era justo
etiquetarlas dentro de la misma categoría.
Cora se acercó y apretó la mano de la mujer.
—Confía en mí. El periódico siempre escandaliza las cosas.
Marcus es un buen hombre.
No sabía qué más decir, pero estaba segura de eso. Él era
bueno.
Maeve no parecía estar convencida, pero asintió y le apretó la
mano a Cora.
—Prométeme que no te dejarás controlar por él. Te fuiste de
casa para encontrarte a ti misma y liberarte de tu familia —Cora le
había contado una versión incompleta de por qué se había ido de
casa. Asintió con la cabeza ante lo que Maeve estaba diciendo—.
Así que no permitas que te pisotee. No hay necesidad de apresurar
las cosas. Y si alguna vez necesitas ayuda, recuerda que siempre
puedes venir a mí.
Cora sonrió en agradecimiento ante la preocupación de su
amiga. Después de meses en la ciudad en verdad la consideraba
como una amiga; la primera que había hecho aparte de Marcus. ¿El
que las dos personas con las que había formado una relación le
llevaran alrededor de diez años, y Maeve veinte, decía algo sobre
Cora? Su madre siempre decía que tenía un alma vieja.
—De acuerdo —les quitó el polvo a sus jeans mientras se ponía
de pie—. Tengo que irme. Te veré el jueves.
Maeve asintió y Cora se dirigió al baño. Se cambió rápidamente
la ropa de trabajo por un ceñido vestido negro con una atrevida
abertura a la altura del muslo. Usó un poco de rímel y brillo de labios
y se dirigió al frente del lugar, que era una pequeña tienda de
artículos para mascotas.
Sharo estaba esperando.
—Señorita Vestian —dijo abriéndole la puerta.
Marcus trabajaba tanto, que solo podía verlo cada par de días.
Pero cuando estaban juntos era como si el tiempo no hubiera
pasado en absoluto; continuaban justo donde lo habían dejado.
Sharo la llevó al club donde había conocido a Marcus la primera
noche. Transitar los escalones por los que había bajado corriendo
con tanto miedo le dio la más extraña sensación de déjà vu. Podía
recordar la angustia de forma tan vívida.
Sharo empujó la puerta al final de las escaleras y la sostuvo para
ella. Cora tragó con fuerza. Fue solo el eco de ese miedo lo que en
estos momentos le estaba poniendo la piel de gallina. No tenía nada
que ver con el artículo del periódico, ¿cierto? Cierto. Respiró hondo
y siguió a Sharo a través de la puerta.
Se dirigió a la oficina de Marcus, dio unos golpecitos en la
puerta, la empujó y de inmediato se relajó al ver el rostro conocido y
cordial de Marcus. Mantenía su oficina tan en las tinieblas que su
rostro lucía tan sombrío como la primera noche en que lo conoció,
con líneas marcadas y facciones fuertes. Pero era la atmósfera que
a Marcus le gustaba proyectar, ¿verdad? Era indiferente y les
causaba temor a todos, pero no a ella.
¿…O solamente se estaba engañando a sí misma? ¿De verdad
era alguien especial? A la hora de la verdad, ¿qué tan bien conocía
a Marcus? Sabía cómo la hacía sentir, pero eso no era lo mismo.
—Hola —saludó con timidez.
Su cabeza se levantó de los papeles que estaba inspeccionando
y se detuvo, evidentemente analizándola. Lo hacía con bastante
frecuencia; la miraba sin pudor, y si la encendida mirada en sus ojos
indicaba algo, quería decir que estaba apreciando lo que veía.
Empujó su silla hacia atrás para alejarse del escritorio y tenderle
un brazo, haciéndole señas para que se acercara. Cora lo hizo.
Mientras cruzaba por detrás del escritorio y se detenía frente a él,
pudo ver cuán agotado realmente lucía.
—¿Un día largo?
Marcus no respondió, simplemente puso sus manos en sus
caderas y la empujó para que ella terminara inclinada sobre el
escritorio. La tomó de las caderas y las estrujó, hundiendo sus
pulgares y masajeando la piel. El contacto fue atrevido y posesivo, y
todo el aire en los pulmones de Cora salió con un gran suspiro.
La miró y ella no pudo leer lo que había en sus ojos grises como
una tormenta.
—Dulce Cora, tan inocente —susurró.
Puso su frente en su vientre. La envolvió con brazos alrededor
de la cintura y la tiró contra él, su rostro todavía contra su estómago.
Las manos de Cora bajaron hasta su cabello, y Marcus la abrazó
con la desesperación de un crío aferrándose a una manta para tener
mayor comodidad. ¿Acaso aquello era lo que ella era para él? ¿Un
lugar donde finalmente pudiera relajarse y encontrar comodidad? De
tan solo pensarlo, una eufórica chispa le recorrió la espalda. Vaya
que le encantaría ser el lugar seguro de aquel complicado hombre.
Le acarició el cabello, bajando por el cuello y masajeando sus
hombros, luego sus dedos volvieron arriba y él la estrujó más fuerte.
El New Olympian Times se asomó por debajo de los papeles que él
había estado mirando. ¿Había estado molesto por el periódico?
Porque tal vez se habían equivocado y todo era difamación y…
—Vale, tenemos que irnos. —Marcus se alejó. Y si Cora
esperaba ver sus suaves y afectuosas facciones, entonces estaría
decepcionada. Lucía tan calmado e indiferente como siempre.
Cora frunció el ceño, pero él ya se encontraba de pie tomándola
del brazo para llevarla al coche.
A Marcus nunca le gustaba hablar demasiado cuando estaban
allí dentro. Siempre hacía que Sharo pusiera música clásica y Cora
tenía la sensación de que era el único momento de su ocupado día
en el que podía simplemente sentarse tranquilo y relajarse. Rara vez
sacaba su móvil para revisar correos electrónicos o coger llamadas.
Solo se sentaba, a veces con los ojos cerrados, pero la mayor parte
del tiempo miraba las calles de la ciudad pasar, y a menudo tomaba
su mano como lo hacía en este momento. Con su pulgar dibujaba
círculos de un lado al otro, y Cora no podía negar que el movimiento
rítmico junto con la música era relajante, al punto de volverse
hipnotizante.
Cora se sintió tentada a dejar que la relajación del momento y las
caricias de Marcus calmaran sus miedos, pero seguía oyendo la voz
de Maeve dentro de su cabeza: ¿Qué tan bien lo conoces?
Y aquello hizo que lo soltara:
—Hoy vi el periódico. Me asustó, Marcus.
De inmediato se puso tenso y alejó su mano de Cora.
—Por favor, Marcus. ¿Me vas a decir qué sucede? ¿Es… es
verdad?
—No querrás saber —dijo.
Cora respiró hondo y se volvió para mirarle, forzándose a
esperar por una respuesta, aunque podía observar un destello de ira
en sus ojos. Luego de un momento algo parecido a una sonrisa
elevó las comisuras de sus labios a pesar de que la frialdad no
abandonó su rostro.
—Pero eres mi chica, así que te lo diré.
Esperó un par de segundos para escucharlo continuar:
—Hace un par de semanas dos de mis amigos decidieron ir a un
club. Compraron el viejo teatro y le cambiaron el nombre, lo dejaron
realmente muy bien. Con un proyecto de esa magnitud necesitaban
ayuda. Yo los ayudé.
Nuevamente se detuvo, preguntándose cuánto debía compartir
con ella.
—Pero los rumores van de un lado a otro, ya sabes, la gente
habla. Alguien piensa que está pasando algo y la prensa se
engancha como si fuera la única historia en toda la ciudad. Había
historias circulando mucho antes de que se abriera el lugar.
Entonces anoche —hubo un gran suspiro—, apareció la prensa.
Esperó un momento después de que Marcus se detuviera.
—¿Y?
—Tomaron fotos y se apresuraron a sacar conclusiones.
Desacreditaron a mis amigos e intentaron clausurarlos. Y como
pueden publicar cualquier basura que quieran —su mandíbula se
tensó—, terminaron en primera plana. Todo lo que mis amigos
querían era abrir un club. ¿A quién le importa cómo lo llevan? Y lo
que dijeron, drogas y dinero ilegal, nada de eso ha sido demostrado.
Esas acusaciones tienen cabida en un tribunal. Ponerlo en primera
plana para vender periódicos; eso es ilegal.
Desde donde estaba sentada, Cora podía sentir que se enfadaba
cada vez más, aunque su voz nunca se elevara. Podía sentirlo a
través de la corta distancia entre ellos. Era como una oleada de
rabia insensible que se mantenía comprimida con fuerza bajo su
traje y su corbata de seda.
—Una cosa es ir a por mí directamente. Otra es utilizar a mis
amigos. —Miró fijamente hacia el espejo retrovisor; sus ojos y los de
Sharo se encontraron allí.
El vehículo rodó por las calles. Las ventanillas eran gruesas y no
dejaban pasar el sonido, por lo que parecía silencioso
independientemente de la melancólica música clásica. Cora analizó
el rostro de Marcus, sintiendo temor por lo que encontró. Estaba
distante, indiferente.
Sin pensarlo, ella se estremeció, y con un murmullo…
—¿Estás bien, bebé? —la rodeó con el brazo y ambos
continuaron el viaje con un gran peso sobre sus hombros.
Y aunque las interrogantes gritaban dentro de ella —¿Quién
eres? ¿De eso se trata todo? ¿Cómo que “ayudaste” a tus amigos?
—, supo que no podía decir absolutamente nada.
Tan profundo era el silencio que les llevó un momento darse
cuenta de que habían dejado de moverse. Sharo abrió la puerta y
Cora se encontró mirando un alto edificio con muchos escalones
que conducían a sus amplias puertas.
—Vamos —con gentileza la empujó y ella bajo del coche
obediente.
—¿Este es el restaurante? —sus dientes crujieron debido a un
repentino viento helado.
Habiéndose detenido para hablar con Sharo, Marcus se acercó e
hizo que lo tomara del brazo por encima de su chaqueta para
avanzar junto con ella. Le dedicó una enigmática sonrisa mientras
subían los escalones; y cuando abrió la puerta, Cora apenas pudo
ver más allá de sus brazos protectores.
Y tan pronto como entraron, un calor húmedo la envolvió y
salpicó sus brazos y rostro como una ola de mar. No obstante, el
lugar estaba completamente a oscuras. Pero de cualquier modo
Cora pudo relajarse, caminando hacia la oscuridad sin sentir miedo.
Marcus estaba a su lado.
—¿Qué es este lugar? —tomó una bocanada de aire.
Una linterna se encendió y el rayo de luz se movió sobre
palmeras y helechos, flores y césped; toda una gama de cosas
cultivadas resguardándose bajo una construcción de vidrio.
—¡Un invernadero! —chilló Cora y Marcus rio mientras se
acercaba para mostrarle el lugar.
Recorrieron estrechos senderos y encontraron la manera de
atravesar la oscuridad con la sola linterna de Marcus. ¿Cómo es que
él sabía que aquello era exactamente lo que ella necesitaba? Por
mucho que admirara la ciudad, a veces podía llegar a ser asfixiante;
demasiado concreto, pavimento, ladrillo, acero y calles tras calles
por todas partes. Echaba de menos las cosas que crecían desde la
tierra, así como atravesar la puerta de su casa y tocar la vida en el
suelo, olerla y mirar el sol salir sobre el gran cielo abierto.
Cora extendió los brazos y rio mientras sus manos palpaban las
ramas y hojas atractivas y suaves. Entrecerró los ojos.
—Veo algo ahí adelante. —Bajó los brazos y siguió avanzando.
Marcus amablemente la siguió con la linterna hasta que pasaron
junto a una gran fronda, para encontrar una pequeña mesa y algo
de vino iluminados por un candelabro de plata. Rodeó a Cora y sacó
una de las sillas para que pudiera sentarse.
—Bienvenida al paraíso, diosa.
Estando sin palabras, se sentó en silencio mientras Marcus
servía el champán. Luego tomó una copa sin decir una sola palabra.
—Un brindis por nuestro nuevo lugar favorito —dijo él.
Cora soltó una risa. No pudo evitarlo. Los ojos de Marcus se
reflejaban sobre el cristal de la copa mientras bebía primero. Ella
seguía esperando con los ojos bien abiertos. Él terminó y jugueteó
con su copa antes de dejarla sobre la mesa con firmeza.
—No eres como las otras mujeres con las que he salido.
—¿Oh?
Marcus se le acercó y Cora lo miró. Su corazón latía con tanta
fuerza que tuvo que llevarse una mano al pecho como si aquello
pudiera hacer que fuera más despacio. ¿Iba a besarla de nuevo?
Cada vez que lo hacía era tan abrumador y exquisito que pensaba
que podía morir de placer.
—Cuando te vi por primera vez, ángel —comenzó—, sabía que
serías mi esposa.
A Cora se le cortó la respiración por segunda ocasión en la
noche. ¿Él… él sabía qué? ¿Su esposa? Su mente iba a mil por
hora cuando Marcus se acercó y le tomó la mejilla.
—Tan encantadora, tan inocente. Eres justo lo que he estado
buscando y ni siquiera lo sabía —se arrodilló ante ella—. Necesito
que seas mía, Cora —buscó en su bolsillo sin apartar los ojos de
ella.
¿Qué estaba pasando? Aquello no podía estar pasando. Madre
mía, ¿en verdad estaba pasando?
—¿Marcus? —empezó a preguntar, pero él abrió el estuche para
joyas y Cora se dio cuenta de que no podía hablar.
Era un anillo. ¡Un maldito anillo!
—Cásate conmigo —dijo mientras ponía una sonrisa debido a la
conmoción de la chica.
—Oh, Marcus —apenas y pudo articular.
Ya no le quedaba aliento; era muda. En cambio, hizo contacto
con el anillo. El metal era color plata, pero sabía que terminaría
siendo de oro blanco. Había diminutos diamantes con corte brillante.
Pero la mayor gema era carmesí. Cautivada, notó que él estaba
hablando.
—Estuve a nada de darte un diamante, una linda y verdadera
gema. Pero es que luces muy bien en rojo.
De repente la miró de tal manera que la hizo sonrojarse. Cora se
reclinó en su asiento distanciándose de él y del anillo, esperando así
poder ocultar el miedo que había llegado a ella.
Había algo oscuro en Marcus. Todavía creía lo que más
temprano por la tarde le había dicho a Maeve. Marcus era un buen
hombre, pero tenía un lado oscuro. ¿Estaba preparada para poner
su vida en manos de un hombre que prácticamente desconocía?
Era precavido con ella. Le mostraba solo las partes de sí mismo que
quería que viera.
—¿Qué respondes? —insistió después de un momento de
silencio.
—¿Y si no estoy lista? —Cora no sabía de dónde había sacado
esas palabras. Un fuego sombrío se proyectó en los ojos de Marcus.
Salvo eso disimuló bien su frustración—. Es solo que es muy pronto
—se apresuró a decir—. Nos conocimos hace un par de meses.
—Me parece que estás lista —declaró y se puso de pie,
alzándose por encima de ella hasta levantarla también. Acercó el
rostro como si fuera a besarla y Cora se paralizó mientras miraba
sus labios—. Estoy seguro de que quieres decir que sí.
Y entonces la besó.
—Di que sí —murmuró mientras sus labios estimulaban su piel.
Le recorrió el cuello de la manera más deliciosa—. Di que sí.
Cora cerró los ojos, le pasó los brazos alrededor del cuello y se
rindió; como siempre sucedía cuando se trataba de Marcus.
—Sí —susurró en la oscuridad—. Sí, me casaré contigo.
Aun cuando él sonreía y la besaba, una vocecita angustiada
empezaba a hablar en lo profundo de la mente de Cora. La
atmosfera era romántica, sí. Y el anillo era precioso. Esta noche
Marcus había expresado más sentimientos de los que ella le había
escuchado decir.
Pero no había mencionado siquiera al amor.
CAPÍTULO 7
No, no, no, no, no. Todo esto era un gran error. O se encontraba
metida en un sueño. Sí, tenía que ser eso. Todavía era la noche
previa a la boda y Cora estaba teniendo una pesadilla. Se trataba de
nervios prenupciales, y su mente estaba pensando en lo peor
imaginado.
—Oye —Marcus llevó el roce de sus dedos por la cara interna de
su muslo—. Quédate conmigo. Esto es importante. No querrás
perder detalle —curvó los labios mientras se inclinaba sobre ella—.
Respira. Tienes que recordar respirar.
Respiró, paralizada, mientras le miraba el rostro; su fuerte
mandíbula y sus caídos ojos grises. La bonita calidez que tanto
amaba ya no estaba. Había sido reemplazada por una máscara.
Aquella penetrante y amenazadora que le mostraba a todos los
demás y que ahora usaba con ella.
—Marcus, detente —tiró con brusquedad de los pañuelos en sus
muñecas y tobillos—. Me estás asustando.
—Bien —rugió y, por primera vez después de haberla atado,
Cora vio algo semejante a una emoción penetrar sus ojos. Su dedo
se arrastró por su pierna desnuda, causándole una sacudida y
recordándole que se encontraba atada y desnuda. No era como que
Cora necesitara que se lo recordaran—. Deberías estarlo.
Rodeó la cama para dejar su bebida en la mesita a un costado.
Con las manos en los bolsillos la examinó. Su sombra seccionó el
cuerpo de Cora.
—Mi hermana estaba asustada cuando los matones de tu padre
la secuestraron en la calle, la metieron en un cuarto sucio y la
violaron.
Todo el oxígeno abandonó la habitación. Sus oídos retumbaron y
su visión se enturbió, volviéndose diminuta ante el duro rostro de
Marcus.
—¿Qué?
—La ataron… justo así. Era una buena chica. El alma más dulce
sobre la faz de la Tierra. Amaba a todo el mundo. Nunca se
comportó mal. Y la mató a sangre fría. Tu padre.
Cora sacudió la cabeza y el cuerpo de un lado a otro.
—No. No, me has confundido con alguien más. Mi padre murió
en un accidente de coche y mi madre…
—Tu madre te ocultó cuando tenías cuatro años para protegerte
de mí. —La miró con desprecio—. Pero después de todos estos
años, una chica que es el vivo retrato de Demi Titan regresa tan
tranquila a mi ciudad, excepto que en vez de cabello castaño ahora
tiene el color rubio de su papi Titan. Quién lo diría.
Cora se quedó boquiabierta. No. Lo que decía no podía ser
verdad. Pero la mirada en sus ojos, una furia carente de afecto —
odio—, él ciertamente pensaba que era verdad. La mente de Cora
se aceleraba con todo lo que escuchaba salir de sus labios. ¿Acaso
podría ser…? ¿Realmente su madre la ocultó durante todos esos
años para protegerla de…?
Sus ojos se clavaron en Marcus, quien estaba sentado sobre ella
con aire de suficiencia. Incluso si lo que estaba diciendo era verdad,
Cora no podía imaginarlo; aunque lo fuera.
—No te he hecho nada a ti o a tu hermana. Es la primera vez
que escucho algo de esto.
Marcus sacudió la cabeza y cogió su bebida, tragándose los
restos del fondo antes de devolverlo a su sitio con un sonido sordo.
—¿Te parece que me importa una mierda?
Cora se sobresaltó debido a esa fuerte palabrota. Nunca había
usado ese lenguaje cerca de ella.
—Mi hermana tampoco hizo nada. Yo vivo de acuerdo a un
código —bajó la mano para ahuecarle la mejilla. Cora se retorció
para alejarse de su toque y él se lo permitió.
—Bajo mi código, habrías sido intocable. Pero tu familia
quebrantó todo lo sagrado la noche que se llevaron a Chiara. Y sólo
hay una forma de nivelar la balanza. Antes de asesinar a tu padre, lo
miré a los ojos y le dije que su pequeñita era la siguiente.
Cora sintió que sus ojos se abrían tan de par en par que ni
siquiera se atrevió a parpadear. Su padre no había muerto en un
accidente de coche. Marcus había… Marcus había asesinado… Y
ella estaba…
—¿Vas a matarme? —susurró.
Un costado del labio de Marcus se elevó para dar paso a aquella
sonrisa que ella había amado hacía solo media hora.
—No, ángel. ¿Qué tendría de divertido eso? —El roce de sus
dedos se paseó por su mejilla—. ¿Por qué habría de matarte si
puedo retenerte?
Cora quedó atrapada en su mirada, hundiéndose en ella.
—No —murmuró—. No tendrás pena de muerte, sino una
sentencia de por vida. Morir es rápido, pero el sufrimiento… el
sufrimiento puede durar para siempre.
El oxígeno abandonó sus pulmones. Cora jadeaba mientras su
cuerpo se tensaba, volviéndose estático.
—Respira, nena —Marcus situó su gran mano sobre su pecho—.
Tienes que hacerlo.
Cora cogió aire por obligación mientras miraba fijamente sus ojos
grises oscuros. Había algo acerca de Marcus que la hacía obedecer.
—No quiero que me hagas daño —susurró.
—Lo sé, ángel —por un instante su rostro se suavizó, como con
sentimientos encontrados—. Yo tampoco quería.
El corazón de Cora latió esperanzadoramente.
—Pero por qué…
—Hay un orden para todo. Todo tiene su sitio. —Se puso a su
lado, sermoneándola como un catedrático—. Toda se nivela en una
balanza. —Levantó ambas manos con las palmas hacia arriba—.
Todo tiene equilibrio. Luz y oscuridad. Día y noche. Bueno y malo —
dejó caer las manos—. Crimen y castigo.
Cora movió la boca, pero no hubo sonido alguno. Se encontró
con la mirada de Marcus y se hundió en ella.
—Cuando tu padre —su voz vibró pese a la carga de cólera—,
hizo lo que hizo, las cosas se desordenaron. Quedaron fuera de su
sitio. Tiene que haber consecuencias. He esperado este día por
muchísimo tiempo.
—Pero yo no hice nada.
Marcus desvió la mirada.
—No me estás escuchando. Alguien tiene que pagar por lo que
hicieron. Encontré a mi hermana… —sus ojos se cerraron y el
corazón de Cora se quebró. Porque todavía se trataba de Marcus y
el dolor reflejado en su rostro era muy real—. Sus ojos estaban
abiertos y su cuerpo destrozado. Le hicieron cosas, cosas que
nunca debieron de haberse hecho. Los ángeles lloraron…
—Lo lamento —susurró. Aquello se le escapó. No pedía
disculpas por ella, sino porque era lo que se decía cuando herías a
alguien que amabas.
¡Te ató a la cama! ¡Te odia!
Pero Cora… había pasado los últimos dos meses amándolo. El
afecto no iba a simplemente desaparecer. No sabía cómo
extinguirlo.
Marcus cerró los ojos y pellizcó el puente de su nariz mientras su
pecho subía y bajaba a gran velocidad. A su mandíbula la
ensombrecía su barba incipiente. Toda Cora se contuvo para
acercársele, sostenerle. A pesar de toda su fuerza y dominio,
Marcus era un hombre. Un simple hombre. Cora lo había visto en su
mejor y peor momento. Él no le ocultó nada.
Excepto que en realidad sí lo había hecho, ¿cierto? Había
escondido su esencia a plena vista. Y Cora era la presa ingenua que
había ido directo a su trampa.
Lo lamento. Su disculpa mediaba entre ellos; banal e insuficiente
en comparación con la enorme deuda.
Dejó caer la mano. Una vez más era el señor del submundo, con
la expresión de su rostro esculpida con piedra. Volvía a tener el
control.
—No, bonita, no lo lamentas. Pero lo harás.
Salió de la habitación. Cora tembló allí mismo donde la dejó.
Todo rápidamente se tornó confuso, provocándole mareos. Cerró los
ojos hasta que el tenue sonido de pisadas le hizo llevar la atención
nuevamente a Marcus. A pesar de todo su pulso se agitó al verlo, y
a su ancho y desnudo pecho cubierto de vello oscuro.
—¿Qué va a pasar? ¿Qué harás conmigo?
—Lo que yo quiera —esbozó una sonrisa de tiburón—. No vas a
morir. Vas a vivir mucho, mucho tiempo. A mi lado como mi esposa.
Para siempre.
¿Cómo podía ser tan indiferente? ¿Tan cruel? ¿Cómo Cora
había podido ser tan tonta para creer que en verdad la amaba? Su
noche de bodas era una pesadilla. Podía olvidarse de los finales
felices.
No pudo evitar que sus ojos se llenaran de lágrimas y que se
derramaran por sus mejillas.
—Así es, bonita. Llora por mí.
Fue entonces cuando vio lo que él había cogido: su móvil. Había
encendido la cámara en dirección a ella. Una intensa rabia estalló
en su cabeza.
—No.
—Sí. —Marcus retrocedió, como si buscara la fotografía perfecta
—. Necesitamos algunas fotos de la boda para enviárselas a tu
familia. Es lo menos que podemos hacer considerando que tu madre
y tus tíos no pudieron asistir.
¿Tíos? Ni siquiera sabía que los tenía.
—Para —su súplica fue ahogada mientras escondía la cara en
su brazo—. Por favor, detente.
—Mírame. —ordenó—. Cora. —Sus pisadas se acercaron más
—. Esto está pasando.
—No. —Piensa, tenía que pensar. Este seguía siendo Marcus.
Dentro del hombre, el monstruo, había una poderosa atracción hacia
ella. Tal vez podría encontrar un indicio del Marcus que sí se
preocupaba.
Una mano se cerró alrededor de su muñeca como un grillete de
hierro. Resistió.
—Cora, no te lo pediré de nuevo.
Su corazón desfalleció. Dejó que Marcus le quitara la mano. Sus
ojos fueron hacia ella y su cuerpo se ruborizó ante su mirada.
—Eres un enfermo —expresó. Cualquier cosa que negara la
atracción de su cuerpo hacia el de Marcus.
—No tomaré las fotos si te sometes ante mí.
—¿Cómo? —Su risa le sacudió el cuerpo—. No es como si
pudiera huir.
—Dejaré caer la cámara si te sometes a mí, y actúas como una
esposa.
—¿Quieres decir… amarte?
Marcus ladeó la cabeza.
Las grietas del corazón de Cora derramaban veneno.
—Te amé, lo sabes. No estaba mintiendo.
—Lo sé.
—¿Todo lo que me dijiste… fue actuado? ¿Nunca fue real?
No respondió.
—De acuerdo. Lo haré —se levantó su propia barbilla,
pretendiendo ser valiente—. No es algo que no haya hecho antes.
Marcus estaba apagando la cámara cuando de pronto se volvió
hacia ella, con sus ojos habitualmente grises tornándose negros.
—¿Disculpa?
—Oh, ¿creíste que era virgen?
Se le acercó por completo y con la mano le cubrió la rodilla para
después estrujarla, ocasionando que su respiración vibrara y la
delatara.
—No creo que seas virgen. Sé que lo eres.
Cora levantó la barbilla.
—He estado con hombres —mintió—. Muchos.
Marcus sacudió la cabeza.
—No sabes mentir.
—Digo la verdad.
Marcus se movió sobre ella, dejando que su gran cuerpo se
extendiese de pies a cabeza con el de ella. Su loción se mezcló con
el fresco aroma de lino de su camisa de vestir blanca. Cora estaba
desnuda, él no, pero una fuerza desmedida en forma de ondas que
se apoderaba de él pudo verse en sus tensos músculos y en las
infinitas profundidades de sus ojos. Un fuego crujía entre ellos.
—Muchos hombres, ¿uh? Tendré que hacerte olvidarlos.
Su toque le quemó la piel, como sucedía siempre. Le temblaban
las piernas y parpadeó hacia él, buscando en su rostro cualquier
rastro del hombre que la acogió y cuidó. Pero luego recordó su cruel
sonrisa mientras le apuntaba con la cámara.
—Te odio.
Sus ojos se arrugaron bajo una fría sonrisa que no se formó por
completo en sus labios. Marcus la reprendió:
—¿Qué manera es esa de hablarle a tu marido, mujer?
—No me llames así.
—¿Mi mujer? Eso es lo que eres.
Ella negó con la cabeza de manera brusca y la expresión de
Marcus se oscureció.
—Sí —su mano se apoyaba sobre el tenso pecho de Cora para
después deslizarse hacia su cuello—. Mi mujer. En las buenas y en
las malas —su mirada la recorrió con esos ojos gris metálico—. Con
dinero o sin dinero. En la enfermedad y en la salud. Hasta que la
muerte nos separe.
Cora cerró los ojos al escuchar su versión socarrona de sus
votos. Él iba a humillarla, lastimarla y a su cuerpo no le importaba.
Respondía ante Marcus y se calentaba con sus caricias. Su corazón
vibraba y sus pulmones se tensaban. Toda ella jadeaba como si
hubiera corrido un maratón.
Marcus alcanzó la hebilla de su cinturón. Los ojos de Cora ya se
habían abierto por completo, pero ahora le consumieron el rostro,
parpadeando con destellos blancos. Todo su cuerpo se estremeció.
Dios Santo, ¿por qué había dejado que la atara? Imbécil.
Pero había creído que él la amaba.
Él nunca lo dijo. Entonces, ¿por qué lo pensaste?
¡Porque le pidió que se casara con él! ¿Qué otra razón pudo
haber tenido Marcus, sino amor? Bueno, aparentemente la
venganza por crímenes cometidos hace más de una década y de los
cuales Cora no sabía nada.
—Me dijiste que me cuidarías —su voz apenas fue audible,
melancólica.
—Lo hice —de su profunda voz escurrió una promesa—. Lo
haré.
—Por favor —jadeó sabiendo que era patético rogar. Seguía sin
poder creer que no quedara nada de aquel Marcus que la había
abrazado y besado con tanta ternura dentro del hombre cruel que
ahora se encontraba sentado frente a ella—. No me toques.
—¿No? —Sus labios se curvaron—. ¿No quieres que te toque?
—No —pero la estaba tocando, apenas, acariciándole el costado
de su pecho. Se sentía tan bien. Quería que jamás se detuviera—.
¿Quieres que pare? —Preguntó como si le leyera la mente.
—Yo…
—Te gusta cuando te toco.
Sus muslos se apretaron y Cora lloriqueó. Sus dedos nunca
dejaron de acariciar, acariciar…
—Admítelo —su voz se volvió más grave, dándole un vuelco a la
cordura de Cora. La habitación desapareció.
—Te tocaré cada vez que quiera, mujer. Y te va a gustar.
—Pero… me odias —estaba avergonzada por cómo se le quebró
la voz. Pero aún más por cómo se dejaba llevar hacia sus caricias.
Pero él se sentía tan familiar y su roce un consuelo, incluso en estos
momentos.
—El odio nunca le impidió a nadie sentir placer.
Las cejas de Cora se juntaron. ¿Qué quería decir con eso?
El cabello oscuro de Marcus le rozó el vientre y se movió hacia la
parte baja de su cuerpo, como si los últimos espantosos quince
minutos no hubieran pasado. Nuevamente plantó besos en su
estómago. Su loción la envolvió, suave y dulce. Sus codos y rodillas
se derritieron y su estómago dio un vuelco. Cora se quedó mirando
su brillante cabeza. La boca de Marcus se sentía caliente sobre su
fría piel y sus manos la sujetaban de sus caderas como a ella tanto
le gustaba. Madre mía.
No pudo evitar que un sonido escapara de su garganta. Él se
detuvo.
—¿Vas a pelear conmigo, ángel?
Debería hacerlo. Debería gritar “sí” e intentar liberarse de sus
ataduras, hacer lo que fuera por escapar. Pero su lengua tocó el
nivel plano de su estómago y algo dentro de ella enloqueció. No
estaba preparada para aquello, y sus músculos se apretaron ante la
repentina e impactante oleada de placer. Fluido dorado chorreó de
ella, brotando de su vientre y llenando su área palpitante hasta que
se desbordó. Sintió su propia humedad en las piernas y se puso
colorada de vergüenza.
—Supongo que no. —Marcus soltó una risa y luego se apartó.
Cora supo que él se encontraba admirando la humedad que
inundaba el espacio entre sus piernas—. Es una pena. Habría
disfrutado de una pelea.
Lágrimas cayeron en cascada por las mejillas de Cora.
Sus dedos se arrastraron sobre su pálida piel, ocasionándole un
rubor rosáceo en el pecho. Bajaron hacia su palpitante vientre para
hundirse en la humedad. Cora jadeó y tiró de las cintas en sus
muñecas. Los ojos de Marcus se entrecerraron, pero no paró de
acariciarla. Sus caderas se levantaron, sacudiéndose al compás de
su provocativo movimiento.
—Sabes que puedes detener esto en cualquier momento.
¿Qué? ¿Hablaba en serio?
Él movió un dedo en su agujero virgen. Los pies de Cora se
clavaron en la cama y su abdomen se sentó mientras se levantaba a
ella misma hacia su mano. Su cuerpo palpitó alrededor de sus
dedos mientras él la acunaba.
—Solo dímelo. Di “detente”.
¿De qué iba su juego? ¿Ella podía detenerlo en cualquier
momento? Ella podía…
—Detente —articuló, pero no logró emitir sonido alguno.
Sus dedos se aquietaron, pero sus caderas continuaron
sacudiéndose. Cora apretó los dientes. Quería que la tocara.
Quería…
Marcus alzó una ceja. Ella lloriqueó. Sus caderas se inclinaron
en ofrecimiento.
—Pobre de mi mujer. Tan confundida. ¿Quieres que te toque?
¿Quieres que mueva mi lengua mejor?
Para horror de Cora, ella asintió.
Marcus agachó la cabeza para saborearla. Sus piernas se
contrajeron y su cuerpo suspiró en su boca.
Para, gritaba en su cabeza. Detente. Pero al abrir la boca
todavía no había sonido alguno. Su boca hizo lo debido en su monte
de Venus para después ir hacia sus pegajosos muslos, acariciar sus
labios vaginales y mordisquearlos con los dientes. Cora permaneció
en silencio, a excepción de sus gemidos claro está.
¿Qué estaba pasando? Marcus le había dado una salida. ¿Por
qué no la había tomado? Marcus la odiaba. Solo se había casado
con ella para vengarse. Pero sus caricias y sus besos no se sentían
llenos de odio. Se sentían conocidos. Se sentían como Marcus. El
hombre que… El hombre que ella amaba.
Ese hombre no es real. Nunca lo fue.
Pero por un momento Cora quiso fingir. Fingir que él nunca había
dicho todas esas horribles cosas. Fingir que esta era su noche de
bodas como debería haber sido siempre. Y que él la estaba
besando e idolatrándola porque la adoraba.
Entonces, cuando la besó más abajo e instó a abrirle las piernas,
ella lo dejó.
Su boca le tocó su lugar más íntimo. Cora chilló por la
conmoción, la vergüenza y… Y el placer.
—Marcus —murmuró con la intención de pedirle que se
detuviera.
Pero él comenzó a chupar sobre su sexo y su dedo descendió
para explorar y molestarla en los sitios que ella misma nunca había
tocado. Ni siquiera usaba tampones, así que sentir a alguien; y no
solo a alguien, sentir a Marcus, oh, Dios...
Y lo que estaba haciendo con su boca…
Cora dejó escapar jadeos escandalizados, entraban y salían,
además de mover la cabeza de un lado al otro porque era la única
parte de su cuerpo que realmente podía mover. Se agarró a los
pañuelos de seda. Necesitaba algo a lo que aferrarse, algo que la
trajera de vuelta a la realidad mientras las salvajes y alarmantes
sensaciones aumentaban cada vez más y más…
Santo Cielo, ella no sabía qué hacer con… Si esto no… ¿A
dónde iba todo esto…?
—¡Ohhhhh! —Su chillido terminó en un fuerte y agudo gemido
cuando el placer le sacudió el cuerpo tan repentinamente como si
hubiera sufrido una descarga eléctrica. Lo sintió hasta en la punta
de los dedos de los pies, cuando sus piernas se pusieron rígidas.
Durante dos latidos de su corazón, todo fue perfecto.
Y luego todo terminó y Marcus se encontró subiéndose a su
cuerpo.
Cora parpadeó para regresar al momento, tratando de
orientarse.
Marcus. Quien no era su amado después de todo. Quien solo se
había casado con ella por venganza.
¿Pero aún le haría el amor?
Estaba a horcajadas sobre el cuerpo de Cora y ella podía ver
su… su miembro sexual. Lo había sacado de sus pantalones. Sus
venas sobresalían a través del extenso eje. Era más oscuro que el
resto de su cuerpo y palpitaba.
Y era enorme. Enorme.
¿Intentaría meter eso en ella?
Incluso cuando las cosas estuvieran muy mal entre ellos, con la
forma en que él la había hecho sentir… ¿Cora se opondría?
Sí, dijo su mente. Por otro lado, su corazón… era patético; ella lo
sabía, por querer cualquier parte de este hombre terrible. Y, sin
embargo…
Pero Marcus no estaba tratando de ponerlo dentro ella, eso
parecía.
No, con la mano sujetaba su grueso y largo eje y lo frotaba de
arriba abajo. Cruelmente. Violentamente.
Cora sabía que debería apartar la mirada.
Pero es que nunca había visto uno. Y ver a Marcus tan desnudo,
no literalmente, sino figurativamente… Levantó la vista de su tenso
estómago y lo miró a la cara, solo para encontrarle mirándola.
Cora no pudo leer lo que vio en ese medio segundo antes de que
él bajara la mirada hacia sus senos. Sin embargo, ella no apartó la
mirada. Continuó observando su rostro mientras él se autosatisfacía.
Marcus se estaba entregando a ello, eso estaba claro. En aquello, al
menos, no se molestó en mantener su máscara o simplemente no
pudo. Ella vio miles de cosas en la expuesta y deseosa arruga de su
frente, o al menos creyó haberlo hecho.
Hizo que el placer que apenas había cesado en ella volviera de
nuevo. Sus caderas se sacudieron involuntariamente buscando
fricción. Pero Marcus estaba demasiado lejos, casi a horcajadas
sobre sus senos, y continuó estimulándose durante algunos
momentos más para luego echar la cabeza hacia atrás. La cara de
Cora descendió abruptamente cuando la cálida humedad le salpicó
el pecho. Miró con asombro cómo chorros cremosos blancos
brotaban de la cabeza de su enorme mástil mientras lo sacudía más
despiadadamente que nunca. Cuando finalmente se vació a sí
mismo, bajó la mirada a ella con el pecho respirándole
pesadamente. Se agachó para esparcir su semen sobre los senos
de Cora y estrujarle los pezones a medida que avanzaba.
Cora se estremeció, tan excitada y conmocionada por todo lo
sucedido. ¿Las personas normalmente hacían esto en la cama o
Marcus lo veía como una especie de castigo? Todo se sintió tan
bien.
Marcus se bajó de la cama.
—Te gusta, ¿no? Entonces asegúrate de sonreír para la cámara.
—¿Qué...?
Pero Marcus ya se encontraba tomando fotos con su móvil de su
cuerpo desnudo salpicado son su… su…
Su rostro palideció.
—¡Dijiste que no lo harías!
—Pequeña e ingenua Cora. Todo vale en el amor y la guerra.
Aunque realmente no necesito esto. —Dejó caer el móvil sobre la
mesita de noche. Con una oscura sonrisa señaló a la esquina donde
dos paredes se encontraban con el techo que sostenía la forma
oscura de una segunda cámara, con su pequeño y brillante lente
parpadeando en rojo—. El video tiene mucho más impacto que las
fotos, ¿no crees?
Cora se mordió el labio, indispuesta a darle algo después de lo
cruel que acababa de ser con ella. Marcus se carcajeó, y no fue una
risa agradable. Este no era su Marcus. Aquel hombre nunca había
existido realmente.
Y si necesitaba de más pruebas, el dejarla sola en la habitación,
atada, con su esperma secándose en su pecho, ciertamente
bastaba.
CAPÍTULO 10
Marcus estaba de pie dentro del reducido armario oscuro que usaba
como su sala de seguridad. Bebió su trago y miró a la nada. En la
pantalla, su nueva esposa luchaba con sus ataduras. Su hermoso
cabello caía sobre su rostro, como una gavilla de trigo
extendiéndose sobre la pálida gama de colores de su cutis virgen.
Él acababa de correrse, pero estaba más fuerte que nunca, listo
para lanzarse a la conquista, para saquear. Cora estaba justo donde
él la quería tener, atada e indefensa; una virgen ofrecida como
sacrificio para apaciguar a un monstruo. Que sí lo era: una virgen y
un sacrificio.
Y él, el monstruo.
Ella no se merecía esto. En el momento en que los lentes de las
cámaras la detectaron, Marcus hizo que monitorearan cada uno de
sus movimientos. Cora estornudaba y enseguida él lo sabía. Ella se
parecía físicamente a su madre, pero en sus acciones no era como
Demi. Tenía que verlo para creerlo. Pero al principio no soportaba
mirarla. Hizo que Sharo lo hiciera, a quien consideraba como un
hermano.
—¿Y bien? —Preguntó cuándo el grandulón regresó para
informar—. ¿Cómo es ella?
—Amable. Ingenua, pero esperanzada. Dulce.
Sharo no tuvo necesidad de decirlo ya que Marcus escuchó el
silencioso comentario. Igual que Chiara.
Los dioses lo dotaron con la venganza perfecta que llegó
envuelta en un encantador paquete. Tan encantador que no quería
destruirlo. Cómo deberían estar riéndose los dioses. Contaba con
los recursos para vengarse, pero por primera vez en dieciséis años
no quería hacerlo.
Oh, él quería a Cora.
Cuando la miraba, quedaba deshecho. La sacudida de sus
pestañas, el vaivén de sus finas y delgadas manos y aquellas
tímidas sonrisas que había disfrutado plenamente como un hombre
que había cruzado el desierto. Cora era el oasis que no sabía que
anhelaba.
En la pantalla movió la cabeza de un lado a otro con su frágil
cuello tensándose mientras clamaba por él. Su piel brillaba como el
nácar en las partes donde le había derramado su semen. Y madre
mía, cuando ella se corrió, el placer fue evidentemente nuevo para
ella…
Su polla se acurrucó en su vientre, palpitando del dolor por
querer hacerla suya. Al arrojar su semen por sobre sus hermosos
pechos desnudos, no había estado pensando en venganza. Se
había perdido en ella. El sabor de su dulzura todavía se encontraba
estimulando sus sentidos. Marcus no pudo apartar la mirada de sus
ojos a medio cerrar y nublados por el deseo, aunque Cora acabase
de correrse. Ella quería más, ¡Y Dios! Él quería quedarse allí toda la
noche y dárselo todo.
Apenas logró obligarse a salir de la habitación después de
mancharle todo el pecho con su semilla, marcándola como suya
como si de un bárbaro se tratara.
Se obligó a terminarse la bebida, saboreando los restos
amargos. Aún ahora, la idea de tenerla a su merced y encontrarse
separados únicamente por una pared lo tenía fascinado por
completo. Toda esa inocencia estaba a su alcance. Hubiera
disfrutado de corromperla y de mantenerla atada a su cama, aunque
no fuera su enemiga. Estas momentáneas dudas desaparecerían.
Un rey tenía que mostrarse despiadado para mantener el control.
Hacía ya tiempo que había aceptado que él mismo era un mal
necesario.
La tenía. Se quedaría con ella. El tiempo marchitaría su belleza y
pervertiría su inocencia.
Había soñado con este día por años y no dejaría que nada lo
arruinara, ni siquiera un estúpido pensamiento de sentimentalismo
de último minuto. La venganza era un trago embriagador de vino
elaborado a partir de granadas. Dulce, pero con un buen corte
amargo. Y del que bebería tanto como pudiera.
Y luego vertería el resto en la garganta de Cora hasta ahogarla.
CAPÍTULO 11
—¿Te encuentras bien? —Preguntó una oficial dos horas más tarde
para ver cómo estaba Cora, mientras esperaba en una habitación
sin ventanas dentro de la estación de policía.
Estaba acurrucada en una silla con las rodillas en el pecho y los
brazos a su alrededor. Miró a la mujer de aspecto simpático.
—Hace una hora que le pedí a alguien que viniera a cortarme
esta cosa.
Sostuvo la cadena conectada al collar en su cuello. Su voz le
sonaba un poco histérica, pero no pudo evitarlo.
Después de escaparse del hotel, se dio cuenta de que no tenía
un lugar adónde ir ni nadie que la ayudara. Marcus le había quitado
su móvil con el número de Maeve dentro, pero, aunque todavía lo
tuviera, no habría querido meter a la mujer mayor en esto. La gente
le temía a Marcus por algo. Así que había encontrado a una oficial y
le pidió que la llevara a la estación. Eran los únicos que pensaba
que realmente podían ayudarla.
Todo ya había terminado. Ahora era libre. ¿Entonces por qué
estaba tan nerviosa?
Los ojos de la mujer se abrieron de par en par.
—Dios mío, por supuesto. Volveré enseguida con algunas
pinzas.
La puerta se cerró detrás de la mujer y Cora no pudo evitar
levantarse de inmediato para ir a comprobar el pomo de la puerta.
No estaba cerrada con llave. Se llevó una mano al pecho, deseando
que su corazón fuera más lento.
Estás siendo paranoica. Estos son los buenos.
Pero seguía en el territorio de Marcus. Tan pronto como le contó
todo lo que había pasado desde el día de su boda al policía en el
mostrador la recepción, la llevó a esta habitación. Y quince minutos
más tarde, un oficial superior, el capitán Martin, había llegado y Cora
había vuelto a contar su relato con más calma.
—Por favor —suplicó—. Marcus es un hombre poderoso.
Necesitan llevarme a una estación más lejana. Todavía estamos en
su territorio. Tiene hombres, no sé cuántos. Probablemente sabe
más que yo. ¿Y si ataca la comisaría…?
—Todo va a estar bien ahora —dijo el amable capitán de policía,
un hombre de unos 50 años con más canas que pelo oscuro
mientras le daba palmaditas en la mano—. Ahora estás a salvo y no
dejaremos que nada te pase. Ubeli no es tan tonto como para atacar
una estación de policía. Así no se comportan los de su clase. Ahora
descansa mientras hago unas llamadas para buscarte algo más
estable.
Pero Cora no había sido capaz de hacer otra cosa más que
caminar de un lado a otro en la pequeña habitación y, finalmente,
hacerse un ovillo en la silla mientras esperaba cualquier noticia.
Cada vez que se movía en la silla se acordaba de la noche anterior.
De lo que se sintió cuando Marcus finalmente…
Le quitó lo último de su inocencia.
Todavía podía sentirlo; algo duro desgarrándole las entrañas
cuando se dio cuenta de que no había significado nada para él. Que
solo la veía como un instrumento de venganza. Para Marcus,
siempre sería la hija de su padre. Entonces huyó.
En estos momentos, él ya habría vuelto al apartamento y
encontrado que no estaba. Las cámaras de la habitación la
mostrarían abriendo la cerradura y escapando. Probablemente
también había deducido que no pudo haber ido muy lejos,
especialmente si había sido capturada por cualquier cámara
callejera. Probablemente solo era cuestión de tiempo para que
Marcus la localizara en la estación de policía.
Presionó sus dedos contra su rostro. Oh, Dios. Oh, Dios. Oh,
Dios. ¿Qué iba a hacer? ¿Y qué tal si la policía no pudiera…?
Se sobresaltó cuando la puerta volvió a abrirse, pero se trataba
de la mujer policía con lo que parecían ser unas tenazas.
—Puede parecer exagerado —dijo la mujer disculpándose—,
pero sé que funcionará.
—Por mí está bien —respondió Cora—. Quiero esta cosa fuera
de mi cuello.
La mujer asintió.
—Tendré cuidado.
Deslizó las tenazas entre su cuello y el cuero y, con un corte
firme, el collar de cuero se liberó y las cadenas se estrellaron contra
el suelo. Cora sostuvo su cuello entre sus manos. La piel desnuda
se sentía extraña. No era que quisiera nuevamente el collar,
simplemente…
La agente la miraba y Cora forzó una sonrisa.
—Gracias. Solo… gracias.
La mujer le puso una mano en el hombro y la reconfortó. Se
agachó y cogió las cadenas del collar.
—Sacaré esto de tu vista.
Con eso, se fue de la habitación.
Y Cora volvió a esperar; esperar por algo que no sabía bien qué
era. Supuso que el comienzo de su nueva vida.
No pasaron ni cinco minutos para que el capitán de policía
volviera a entrar, esta vez con una carpeta. El capitán Martin se
sentó en la mesa frente a ella, y Cora se obligó a bajar las rodillas
para que sus pies quedaran en el suelo. Se había quitado el abrigo
voluminoso, pero ahora temblaba a pesar de que no hacía mucho
frío. La causa era el rostro del capitán Martin. No parecía que tuviera
buenas noticias.
—¿Qué sucede? ¿Hay algún problema?
—No creo que tenga que decirte que Marcus Ubeli es un hombre
peligroso.
¿Estaba bromeando?
—Sí, me di cuenta de eso cuando me encerró en una habitación
por más de una semana con un collar alrededor del cuello. No tiene
que convencerme de que es una mala persona. Usted también lo
sabe.
—Bien, bien. Entonces no tendrás problema en testificar en su
contra en un tribunal de justicia.
—¿Qué? —Cora retrocedió de la mesa y se puso de pie con las
manos en alto—. ¿A qué se refiere?
—Bueno, has venido acá con una historia fantástica. Llevamos
años tratando de atrapar a Ubeli por chantaje, tráfico de drogas,
lavado de dinero, lo que sea. Pero el secuestro y el cautiverio la
convertirían en una historia increíble, especialmente si tienes alguna
idea del resto de sus negocios.
Cora no dejaba de sacudir la cabeza.
—No tengo nada que ver con eso. Quiero salir de aquí. Ahora
mismo. Quiero que uno de sus hombres me lleve lo más al oeste
posible y entonces desaparecer —volvió a levantar las manos. No
quiero tener nada que ver con Marcus Ubeli. Quiero olvidar que él
existe.
—Bueno, eso está lejos de suceder, ya que estás casada con él.
Pero si colaboras con nosotros…
—¡No voy a testificar!
¿Este hombre se había vuelto loco?
El capitán arrugó las cejas.
—Entonces tal vez tu supuesto cautiverio no fue tan no deseado
como dices que lo fue. Sabes que mentirle a la policía conlleva una
pena de…
¿Qué mierda?
—¡No le mentí! No mentí sobre el secuestro. Bueno, quiero decir,
al principio, pensé que era el comienzo de nuestra luna de miel.
Pero todo cambió cuando él…cuando él… Cómo se atreve a sugerir
que yo quería lo que él me estaba… —se llevó las manos a la
cabeza y oprimió—. No quería estar allí con él. No de esa manera.
Pero no quiero testificar…
—Si te preocupa que te atrape, que te castigue por hablar con
nosotros…
Se estremeció ante la elección de palabras del capitán. Castigar.
Es exactamente lo que Marcus haría. Castigarla de la manera más
deliciosa posible. Someterla a sus deseos y hacer que le terminaran
gustando.
—No le temo a eso…
Vale, sí tenía miedo. Porque si se quedaba a testificar, Marcus
encontraría la forma de recuperarla.
De un brinco se puso de pie.
—Quiero salir de aquí.
—Señora Ubeli...
—No me llame así.
El rostro del capitán se puso serio.
—¿Quieres ver con qué clase de monstruo te casaste? —Abrió
el archivo y fotografías se esparcieron. Se mostraron cuerpos
extendidos y ensangrentados con ojos abiertos y caras con
expresiones de terror, porque sabían que su muerte se aproximaba.
Cora reconoció una de ellas. El hombre de pelo rizado que la
había drogado. Dijo que estaba siguiendo órdenes. Trató de
advertirle.
Ahora estaba muerto.
Voy a cuidar de ti.
—Esto es lo que hace tu marido —espetó —. Así es como lleva a
cabo sus negocios.
—¿Tiene pruebas?
—No. Por eso te necesitamos.
Cora lo entendió. Arañó las imágenes con las uñas y las apiló en
un montón.
—Quiere que de alguna manera testifique contra él. Decir que
me hizo estas cosas y que me las confesó.
Los ojos del capitán brillaron emocionados.
—Sí.
—Quiere que mienta.
No dijo nada.
Esta ciudad es una bestia, le dijo Marcus en cierta ocasión. Los
inocentes caen y los criminales quedan impunes.
—Mi esposo no cree ser un criminal —le dijo al capitán en voz
baja—. Cree que está impartiendo justicia. —Aun cuando no quería.
Hubo momentos cuando estaban juntos en los que dudó. Pudo
haber acabado con ella por lo que su familia le hizo a su hermana.
Pero en vez de eso, él…
—Para eso están los policías y los tribunales.
La policía no hace nada. O son corruptos o no tienen poder
alguno. Y aquí estaba la evidencia. El capitán quería que mintiera en
el estrado. No iba a renunciar a su libertad para satisfacer los
sueños eróticos de gloria de un capitán de policía al capturar a un
famoso jefe criminal.
Lo único que Cora quería era largarse.
—Si testificas para el fiscal, podríamos darte lo que quieras.
Arreglarte una nueva vida, una nueva identidad. Ubeli jamás
volvería a ponerte las manos encima. Estarías a salvo. Libre.
—¿Se refiere a la protección de testigos?
Asintió con la cabeza.
—La policía federal te vigilaría, y podrías vivir en un lugar bonito
y soleado todo el año. Elige tu paraíso.
Los ojos de Cora se movieron al espejo que cubría una pared.
Se veía pequeña; pálida con sombras bajo los ojos y con su largo
pelo enmarañado. ¿Quién era ella para tratar de hacerle frente al
señor del submundo? Cerró los ojos, no soportando mirarse más a
sí misma. No había buenas opciones. Ya no era una niña pequeña
protegida en los brazos de su madre. El mundo no era un lugar
bonito y vaya que había tenido que afrontarlo.
—No. No testificaré.
El capitán Martin no dijo una palabra más. Simplemente cogió la
carpeta, se encaminó a la salida y la puerta se cerró tras él con un
fuerte estruendo. Cora dejó caer la cabeza entre sus brazos sobre la
mesa. ¿Y ahora qué? ¿No iban a ayudarla a menos que estuviera
dispuesta a testificar contra Mar...?
Ni siquiera pudo terminar de acomodar ese pensamiento. La
puerta volvió a abrirse.
Y allí estaba el mismísimo Marcus.
—Debo decir, esposa, que elegir no testificar en mi contra es la
primera cosa sensata que has hecho en todo el día.
CAPÍTULO 18
Tres días después Cora fue al refugio para perros. Hizo una pausa y
luego corrió, lanzándose a los brazos de Maeve, quien la estrujó
cerca pero solo por un momento, para después apartarse y sujetar
los hombros de Cora.
—Deja que te vea —Maeve había tenido una sonrisa puesta,
pero se borró al ver a Cora de arriba abajo—. Cariño, ¿estás bien?
El labio inferior de Cora temblaba mientras luchaba por contener
las lágrimas. Asintió y volvió a abrazar con fuerza a Maeve.
—Oh, cariño —le frotó suavemente la espalda.
Cora cerró los ojos y se hundió en su amiga. Dios. No se había
dado cuenta de lo mucho que había necesitado una cara conocida.
Las lágrimas se acumularon y cayeron por sus mejillas, pero no
emitió sonido alguno. Se aferró a Maeve por mucho tiempo. Cuando
finalmente la soltó, secó las lágrimas y soltó una risa un tanto falsa.
—No sé qué me pasa. Han pasado tantas cosas desde que te vi
—cogió las manos de Maeve y les dio un apretón—. Siento no
haberme puesto en contacto antes.
Maeve le respondió con el mismo apretón de manos.
—No pasa nada, lo entiendo. Recuerdo lo que se sentía ser una
recién casada —sus cejas se arrugaron—. Pero cariño, en serio,
¿estás bien?
Cora tragó duro y asintió.
Marcus había dejado más que claro en el desayuno que no
debía revelar ninguna verdad de la situación de ambos a su amiga,
pero no había llegado al extremo como para amenazar el bienestar
de Maeve si Cora no cumplía, aunque ella no estaba dispuesta a
ponerla en esa posición. Incluso tal vez había sido egoísta volver
aquí. Marcus era peligroso. Poner a Maeve en la mira de él o en la
de sus Sombras no la favorecería en lo absoluto.
Pero las cosas entre Cora y Marcus se habían relajado aún más
desde la gala. Todavía la dejaba moverse libremente por todo el
apartamento, además de hablar sobre dejarla volver como voluntaria
en el refugio de manera temporal, y una vez a la semana. Hoy iba a
ser puesta a prueba.
Bueno, al decir hablar, Cora se refería a que Marcus lo había
decretado con una larga lista de condiciones, incluyendo que sus
Sombras protegieran el frente y la parte trasera del edificio, y que
Sharo la acompañara en todo momento.
Marcus trabajaba todo el día y a veces también las noches, pero
comían juntos al menos una vez al día, aunque nunca hablaban
mucho. Sin embargo, a veces él le leía. Primero el periódico. Y
luego sin discutir, cogía un libro de la estantería y empezaba a leerlo
en voz alta. Se trataba de una novela de Thomas Hardy, muy bella y
triste.
Y cada noche, sin falta, iba a su habitación. Se tomaba su tiempo
con ella. A veces la cosa se ponía un poco accidentada pero nunca
era algo rápido y, por mucho que Cora odiara admitirlo, sus visitas
nunca eran indeseables.
Había comenzado a esperar que Marcus volviera a casa con un
entusiasmo que la inquietaba.
Él era el enemigo. ¿No lo era?
Ella. Estaba. Muy. Confundida.
Y con todo esto dicho, a Cora le vendría bien una amiga ahora
más que nunca.
—Estoy bien —su sonrisa ya no temblaba tanto—. Lo digo en
serio.
El timbre de la puerta sonó y el hombre de la gala entró, el
reportero, esta vez no con esmoquin, sino con jeans y una atractiva
camisa Henley gris. Sonrió tan pronto como vio a Cora y ella le agitó
la mano en un saludo.
—Maeve, este es el reportero del que te hablé, el cual quiere
hacer un reportaje sobre el refugio.
La mujer miró brevemente al hombre y luego sus ojos volvieron a
Cora.
—Hablaremos más tarde, ¿de acuerdo? —La examinó y Cora
asintió con la cabeza.
—Definitivamente.
Cora le mostró al reportero, Joe García, los alrededores del
refugio y le explicó cómo funcionaban las cosas mientras iba de
jaula en jaula alimentando a los perros.
—Aceptamos a todos y cada uno de los extraviados y
abandonados sin importar qué. Maeve se ha comprometido a que
esto no sea una perrera de sacrificio, lo que significa que aparte de
los perros que son demasiado viejos o están demasiado enfermos
para que los cuidemos, aquí no se sacrifica a ningún animal. Pero
eso deja una carga sobre nosotras para hacer que los adopten y
que aquí sigamos cuidando y albergando a los que no encuentren
una familia. Dependemos de donaciones y voluntarios para
mantenernos a flote.
Joe asintió e hizo un par de anotaciones en la pequeña libreta
que llevaba consigo.
—¿Y cuánto tiempo has sido voluntaria aquí?
—Por dos meses y medio, desde que llegué a la ciudad.
—¿Dónde solías vivir?
Cora se detuvo frente a la jaula de los puggles mientras abría la
puerta para dejarle su comida.
—Hacia el Oeste —respondió de manera evasiva—. Trabajamos
duro para pasear a los perros al menos una vez al día, dependiendo
de cuántos voluntarios vengan. Y cuando podemos, anunciamos
nuestros servicios de adopción. Cuanto más podamos correr la voz
sobre este lugar, más perros podremos salvar.
—¿Siempre has tenido ese amor por los animales?
Cora vio lo que estaba haciendo. Obviamente quería que fuera
un artículo más sobre ella que sobre el refugio, y sin duda cualquier
reportero que se dijera digno de serlo trataría de profundizar para
conseguir la exclusiva que pudiera.
Cora le sonrió de manera dulce.
—Este es Boris —le presentó a un gran pastor alemán. Abrió la
jaula y le vertió la comida, acariciándolo un poco en la barriga antes
de cerrarla—. Ahora tengo debilidad por él. Es grande e intimidante,
pero una vez que lo conoces, es un encanto —se inclinó—. Un poco
como mi marido.
Joe alzó las cejas ante eso último.
—Oh, ¿en serio? ¿Estás diciendo que Marcus Ubeli tiene una
dulce barriga?
Cora se rio.
—Oh, no iría tan lejos. Marcus es muchas, muchas cosas, pero
yo no lo llamaría dulce. Digamos que puede ser un perfecto
caballero cuando tiene ganas de serlo.
Anotó frenéticamente en su bloc, sin duda tratando de registrar la
cita.
Cora continuó:
—Mucha gente piensa que adoptar un perro de un refugio de
animales significa conseguir un animal más viejo, pero es una idea
falsa. Tenemos muchos cachorros, como puedes ver. Es lamentable,
pero demasiada gente adopta sin estar realmente preparados para
cuidar de otro ser vivo. Pero aquí trabajamos duro para que dueños
potenciales encuentren mascotas que sean compatibles con lo que
buscan exactamente. No queremos que solo tengan a los perros por
una semana y después los regresen. Así que hablamos con las
personas y les pedimos que rellenen formularios. Pasamos tiempo
con los perros para aprender sus manías y hábitos, todo para
emparejarlos bien con los dueños y viceversa.
Joe asintió y tomó algunas notas, pero no con tanto entusiasmo.
—¿Cómo se conocieron tú y el señor Ubeli? Obviamente
tuvieron un compromiso corto si apenas hace dos meses y medio
llegaste a la ciudad.
Cora le dedicó una leve y enigmática sonrisa.
—Algo así.
—Oh, vamos. Dame algo para mis lectores. Marcus Ubeli, un
soltero consumado, ¿de repente se casa después de conocerte
hace solo unos meses? La noticia puso a New Olympus a cotillear.
Seguramente puedes darles a nuestros lectores una mirada al
interior de su romance apasionado. ¿Sus familias ya se conocían?
Cora se detuvo y le dio la espalda. ¿Él sabía algo? ¿Sabía que
era una Titan?
Hizo todo lo que pudo para respirar lenta y regularmente
mientras cogía otra porción de comida de perro de la bandeja, y la
vertía en el tazón de un perro cuya raza parecía una mezcla entre
un perdido pastor escocés y un Jack Russell. No, no había manera
de que él pudiera saber quiénes eran sus padres, de lo contrario la
noticia habría sido mandada a todos los titulares mucho tiempo
atrás. Ella había visto titulares desagradables sobre Marcus, y con
noticias así de importantes… Inclusive Marcus con todo su poder e
influencia podría no ser capaz de hacerlas desaparecer.
Pero lo más probable era que Joe García estuviera tratando de
adivinar, con la esperanza de poder sacar algo de información.
Cora arrastró el balde hasta la siguiente jaula y sintió que Joe la
seguía. Aún sin mirarlo, dijo:
—No sé cómo explicarnos a Marcus y a mí —Ja. El eufemismo
del siglo—. Una noche llovía y corrí a su club para resguardarme de
la tormenta.
Finalmente lo miró.
—Me deslumbró —más verdad, a pesar de que la punzada en su
pecho era más como una hoja de hacha.
—Y supongo que yo también le causé una impresión. ¿Alguna
vez has experimentado un momento y has sabido, con toda tu alma,
que iba a cambiar el resto de tu vida? Así fue conocer a Marcus.
Estaba mi vida antes de conocerlo y mi vida después. Y así es como
se definirá hasta el día de mi muerte. Antes y después.
Joe había dejado de anotar, y ahora se encontraba mirándola
absorto mientras ella le contaba la pura verdad.
—Estoy empezando a ver por qué el señor Ubeli pudo haber
quedado deslumbrado.
Cora ladeó la cabeza y le sonrió.
—Los halagos te llevarán lejos, señor García. Ahora venga por
aquí, quiero mostrarle los cachorros.
—Todo ha ido bien —dijo Maeve mientras miraba a Cora por encima
de su humeante taza de té. Maeve siempre decía que no había
nada que no se pudiera resolver con una buena taza de té. Pero
solo había visto a Marcus en una ocasión y de manera muy breve,
en la boda.
—Con suerte la publicidad traerá más gente al refugio para
adoptar —dijo Cora.
—Estaba escuchando a escondidas —admitió Maeve, haciendo
sonreír a Cora
—No esperaba menos.
La expresión de Maeve se volvió seria.
—Pero ¿cómo estás realmente?
Alargó la mano para hacer presión sobre la rodilla de Cora.
Estaban sentadas en la parte trasera del refugio en la oficina de
Maeve, en taburetes, al lado de la pequeña área de descanso donde
se había instalado un microondas, café y una central de té en una
esquina.
Cora echó la cabeza hacia atrás y suspiró profundamente.
—¿Está tan mal?
Cora miró a su amiga.
—No malo, necesariamente.
Se preguntaba cuánto podría decir sin revelar la verdadera
magnitud del problema.
—El matrimonio es… Bueno, el matrimonio con un hombre como
Marcus es… más complejo e intenso a lo que yo estaba preparada.
—Cariño, ¿cuántos años tienes, diecinueve? Me sorprendería si
no lo fuera, aunque desearía que la fase de la luna de miel hubiera
durado un poco más.
Cora sonrió.
—Marcus trabaja muchas horas y no siempre es el mejor
hablando —por no decir algo peor—. Y supongo que me preocupa
que… —¿De qué manera decirlo?—. Vine a la ciudad para tratar de
encontrarme a mí misma. Para liberarme de mi madre controladora
y ahora…
—¿Y ahora estás casada con un hombre controlador?
Cora asintió. Nuevamente se estaba quedando corta.
—No es tan sorprendente, cariño —dijo Maeve con cuidado—.
Era a lo que estabas acostumbrada toda tu vida. Y es verdad lo que
dicen, desafortunadamente. Nos sentimos atraídos hacia parejas
como nuestros padres porque es todo lo que conocemos.
Cora dejó caer su cara en su mano.
—Dios, no digas eso —gimió—. La última persona con la que
quiero casarme es alguien como mi madre.
Maeve se rio, pero luego volvió a ponerse seria.
—¿Es bueno contigo? ¿Es amable?
Cora miró al suelo durante un largo instante antes de finalmente
admitir:
—Sí.
Luego llevó la mirada de vuelta a Maeve.
—No es como mi madre. No es ruin ni cruel solo por maldad —
entonces se preguntó si eso era cierto—. No sé, todavía es
temprano para saber. ¿Y si realmente es como mi madre?
—Cariño, escúchame. Si alguna vez quieres alejarte de ese
hombre, si alguna vez te levanta una mano o empieza a ser abusivo
con sus palabras, dímelo. No me importa quién sea, te sacaremos
de allí.
Ahí estaba. Todo lo que Cora quería oír desde que Marcus
cambió la historia en su noche de bodas. Alguien dispuesta a
ayudarla a escapar de él.
Pero sacudió la cabeza y se inclinó para darle un apretón a la
mano de Maeve. Se dijo a sí misma que era porque no quería que
un mundo de problemas aterrizara sobre Maeve debido a lo que sus
palabras podrían provocar en Marcus.
Pero tuvo más miedo de creer en las siguientes palabras que
salieron de sus labios:
—Creo que podría ser feliz con él. Ha sido un ajuste y todavía
estamos aprendiendo a comunicarnos, pero… creo que podría ser
feliz…
Miró a su alrededor hacia los perros en jaulas. ¿Eran felices allí?
Estaban bien alimentados, salían a caminar una vez al día, y
algunos de ellos se encontraban en una situación mucho mejor que
en la de sus anteriores hogares abusivos. Los perros se mostraban
agradecidos cada vez que Cora vertía comida en sus cuencos o les
acariciaba la barriga o los sacaba a pasear al aire libre. Pero al final
del día siempre volvían a las jaulas.
—¿Crees que son felices? —Preguntó de repente—. ¿Pasando
toda su vida en estas jaulas, esperando hasta que alguien piense
que son lo suficientemente valiosos para ser adoptados?
—Me parece que sí —respondió Maeve en voz baja después de
unos segundos—, la felicidad empieza aquí —se inclinó hacia
adelante en su taburete y presionó su puño contra el pecho de Cora,
justo encima de su corazón.
La miró y volvió a sentir cosquillear sus ojos debido a las
lágrimas, justo como cuando llegó por primera vez al refugio. Tragó
duro.
—No es tan simple. Todo lo que siempre quise fue libertad.
Maeve le dedicó el más sutil movimiento de cabeza.
—Ya eres libre, nena. Siempre lo fuiste. En donde hacía falta.
Levantó su puño y volvió a presionarlo contra el pecho de Cora.
—Quiero lo mejor para ti, niña, tanto si quieres irte como si
quieres quedarte, y te ayudaré en lo que sea que elijas. Pero hasta
que exijas tu libertad aquí —abrió la palma de su mano sobre el
corazón de Cora—, no importará con quién estés ni qué reglas te
impongan ellos o su estilo de vida.
—No entiendo.
Maeve sonrió.
—Lo harás.
CAPÍTULO 21
A media tarde del día siguiente, Cora dio un pequeño paseo por el
parque. No había guardaespaldas con ella. Nuevamente había
escapado de ellos después de que la dejaran en el refugio ese
mismo día. Había estado preocupada pensando sobre qué decirle a
Marcus o cómo actuar con él una vez llegara a casa anoche… pero
nunca llegó a casa.
Lo que sea que Marcus estuviera haciendo lo tenía trabajando
día y noche. Era eso o la estaba evitando. Lo que probablemente
era lo mejor en este momento, considerando todo.
Se dejó caer en un banco y revisó sus mensajes. Nada.
Una sombra se alzó sobre ella, y entrecerró los ojos ante Pete el
policía. Se sentó a su lado en el espacio más alejado del banco. Su
postura era relajada, pero sus ojos se recorrían el camino y el área
del parque a su alrededor.
—Tengo que decir que eres la última persona de la que esperaba
tener noticias. —Pete la examinó—. Anoche casi se me cayó el
teléfono cuando recibí tu mensaje. Te investigué. Estás casada con
el mayor jefe criminal de la ciudad. —Dejó escapar un silbido por lo
bajo.
Cora habló sin mirarlo. Cualquiera observando la escena vería a
una joven descansando de su trote y a un hombre en la hora de su
almuerzo.
—Quiero ser clara. No voy a delatar a mi marido.
—Oh, lo dejaste claro. —Pete se incorporó y rebuscó en su
bolsillo, sacando un cigarrillo y un encendedor—. Me enteré de tu
pequeña visita a la estación dos semanas después de la boda. No lo
traicionarías aunque los federales te ofrecieran protección de
testigos —encendió el cigarrillo y dio una calada.
—La oferta no era real —dijo Cora fríamente—. Era una prueba.
Y si no lo hubiera sido, de todos modos habría tomado las
mismas decisiones. No tenía sentido quedarse en el pasado.
—Bueno, de todos modos la pasaste. No estoy seguro de lo que
eso dice sobre ti. El tipo de mujer que eres —la miró con ojos
entrecerrados a través del humo.
Alejó el humo con la mano.
—Soy leal. Y de todos modos, no estoy aquí para hablar de mi
marido.
—¿No? ¿Entonces por qué diablos me llamaste? —Miró a su
alrededor con desconfianza—. ¿Estás jugando algún tipo de juego?
Ante el tono de voz elevado del policía, una sombra gris que
yacía en el suelo junto a Cora levantó su gran cabeza. Brutus, el
cachorro de Gran Danés, se levantó y le dio vuelta al banco para
ponerse delante de Cora, entre ella y el policía.
—Dios, ¿qué es esa cosa? —Peter tosió y se hundió más
profundo en el banco.
Cora extendió una mano y le rascó las orejas al perro.
—Una mezcla de Gran Danés con algo. Lo saqué del refugio
para que estirara las patas. —Levantó la mano y el perro se inclinó
felizmente hacia ella, rogando por más.
—Pensé que era una roca. —Pete vio como elogiaba al danés y
lo hacía tumbarse para masticar un juguete—. ¿Así que Ubeli te
deja andar por ahí sola?
—Los hombres de mi marido están demasiado ocupados como
para cuidarme —la mentira se desprendió fácilmente de sus labios.
Pero se dio cuenta de que era la equivocada cuando los ojos de
Peter se iluminaron.
—Ocupados, ¿eh? ¿Qué ha acaparado su atención?
Cora respiró hondo.
—No es por eso que estamos aquí. En realidad estoy tratando
de encontrar a una persona desaparecida. El cantante del club de
mi marido… The Orphan. Su prometida desapareció el sábado por
la noche.
Pete se encogió de hombros.
—Haz que vaya a la comisaría y ponga una denuncia.
—Es más complicado que eso.
Cora se apresuró a soltar los detalles sobre la trágica pareja y la
búsqueda de ella y Olivia. Sacó la foto de Iris y la puso sobre el
banco para que pudiera verla, junto a la imagen de Iris que había
reenviado desde el teléfono de Chris.
—Creemos que un hombre llamado AJ está detrás de esto.
Rastreamos su teléfono. Ella está en su club, o al menos su teléfono
lo está. Y se encuentra en problemas.
Mirando la foto, Pete gruñó.
—Sí, he oído hablar de AJ. Solía dirigir algunos rincones en la
ciudad. Fue eliminado junto a la vieja pandilla. Ahora ha vuelto.
—¿La vieja pandilla?
—Dios, ¿tu marido no te dice nada? Los hermanos Titan. Eran
tres, ¿o tal vez solían ser tres? Por aquel entonces creo que uno de
ellos fue echado. —Frunció el ceño mientras pensaba—. Ellos eran
dueños de esta ciudad antes de que tu marido lo fuera. Algunos
piensan que están tratando de volver a entrar. Dicen que AJ es el
primer avance.
El viento aumentó, y Cora deseó haberse puesto algo más que
una chaqueta de cachemira. Incluso bajo el sol sentía al frío.
—Entonces, ¿puedes ayudar a encontrar a Iris?
Pete apagó su cigarrillo con sus pies sobre el concreto.
—Mira, señorita, nada de esto no es mi especialidad. ¿Encontrar
a una adicta desaparecida? Ni siquiera sabes si quiere ser
encontrada. Tal vez quería dejar a este sujeto, The Orphan, y volver
a lo suyo.
—No quería dejarlo. Y AJ es un traidor. Él…
Pete la interrumpió.
—Pero supongo que podría rastrear a este sujeto AJ. Pero no
hago nada sin que me devuelvan el favor. Es un asunto de poca
monta lo que me estás pidiendo. Voy a necesitar algo a cambio.
Algo jugoso. Y quiero saber por qué no le llevas esto a tu marido.
Cora no respondió, estaba miraba la foto de Iris.
—Crees que Ubeli está involucrado —dedujo Pete—. Por eso te
estás escabullendo.
—Yo no…
—Llamaste a un policía y le pediste que se encontrara contigo.
¿Qué crees que pensará tu marido sobre eso? ¿O cualquiera que
trabaje con él?
Aquello sonaba parecido a lo que AJ le había dicho.
—Marcus sabe que soy leal.
El policía se frotó nuevamente la cabeza y el mentón, haciendo
caso omiso de sus palabras.
—Joder, probablemente soy hombre muerto simplemente por
reunirme contigo.
Algo dentro de Cora explotó.
—¿Entonces por qué me perseguiste y me diste tu tarjeta? —Lo
enfrentó—. Sabes qué… olvídalo. Pensé que tenías valor. Una
mujer inocente está en problemas —tomó la foto de Iris y la agitó
frente a su rostro sorprendido—. Se supone que eres un… no sé…
un protector de la ciudad. En vez de eso, solo quieres una gran
captura que impulse tu carrera. Y usas a quien puedas para hacerlo.
Le dio la espalda al rostro sorprendido del policía y volvió a
meter la foto en su bolso.
—Busca a alguien más para que te entregue la cabeza de mi
marido en bandeja de plata. Y de todos modos, él ha hecho más
para proteger a la gente de esta ciudad de lo que tú jamás harás…
—¿De verdad crees eso, princesa mimada? —Pete se puso de
pie, elevándose por encima de ella. Cora tiró de la correa de Brutus
y el gran perro saltó, metiéndose entre ellos.
El policía retrocedió pero continuó hablando, con su rostro
marcado por la ira. Le gritó a Cora mientras ella se alejaba a toda
prisa con Brutus escoltándola.
—Eres como el resto de ellos, con su dinero y sus secretos.
Ustedes se creen dioses y diosas, mejores que nosotros. Intocables
para nosotros los meros mortales. Bueno, ¿sabes qué? Vamos a
hacerlos caer.
Cora se alejó con la cabeza gacha mientras sus palabras, llenas
de rabia, le golpeaban la espalda como balas ineficaces.
Y cuando llegó a casa, sus dedos se movieron a toda prisa para
abrir los contactos del teléfono. Dudó un momento. Luego marcó.
Armand contestó.
—¿Cora? —Su tono sonó sorprendido.
—Oye —dijo con suavidad—. ¿Estás ocupado?
—A punto de salir del spa… ¿por qué?
—Necesito un favor. —Se mordió el labio y recordó cómo el
diseñador la había acosado en la fiesta. Si Cora había interpretado
bien su lenguaje corporal, él estaría más que dispuesto a ayudarla.
Solo esperaba no encontrarse dándole la bienvenida a demasiados
problemas.
—Claro, ¿estás bien?
—Estoy bien. Solo… le prometí a una amiga que la ayudaría e
iría a ver su espectáculo esta noche. Marcus trabajará hasta tarde y
me preguntaba si irías conmigo.
—Eh, claro. Si a tu marido le parece bien, entonces estoy libre.
¿Qué clase de espectáculo?
—Bueno, por eso te pido que vayas. Está un poco alejado de lo
mío. —Se levantó y sacó la tarjeta de AJ de su bolso—. Necesito
que me lleves a un club de striptease.
CAPÍTULO 16
Dos horas más tarde, Armand echó un vistazo afuera del taxi
estacionado frente a La Casa de la Orquídea y frunció el ceño ante
el cartel.
—Cora, por muy feliz que esté de visitar este lujoso
establecimiento, ¿estás segura de que es una buena idea?
—Relájate. Es solo para ayudar a un amigo. —Ni siquiera era
una mentira.
Cora agarró su bolso y salió del taxi, pero Armand la agarró del
brazo.
—No creo que a Marcus le vaya a gustar esto.
—Lo que no sabe no le puede hacer daño. Además, él solo
pensará que es lindo.
—Él piensa que tú eres linda. A mí me matará —murmuró
Armand.
—No lo hará. —Cora apartó su mano.
—Tienes razón, le pedirá al grandullón que lo haga.
—Sharo tampoco te hará daño. No lo dejaré. Ahora vamos.
Cora sacó las piernas del coche e inmediatamente se arrepintió
de llevar una minifalda. Se había decidido por un exagerado estilo
sensual, esperando reducir las posibilidades de que la reconocieran.
Minifalda negra, camiseta de lentejuelas negras y tacones negros;
se parecía un poco a una princesa gótica. Eso, además de
maquillaje negro para ojos y una peluca negra que convenció a
Armand de que le prestara (y le ayudara a fijarla), y estaba segura
de que pasaría totalmente desapercibida.
—Esto es una locura. —Armand revisó una última vez su cabello
en el espejo retrovisor del taxi y luego salió. Llevaba un traje gris,
camisa blanca y corbata negra delgada. Con su pelo despeinado y
su delgada figura toda de negro, ambos parecían dos niños jugando
a disfrazarse.
—Solo sígueme la corriente y no te dejaré hacer ninguna
tontería. Quiero decir, aparte de toda esta aventura —Armand sacó
su brazo para escoltarla—. No había estado así de reacio sobre
visitar un club de striptease desde… nunca.
Cora miró a su alrededor mientras entraban. La Casa de la
Orquídea parecía más elegante de noche. El bar tenía una fría
iluminación púrpura y había flores de verdad colocadas en
pedestales cerca de las paredes.
En cuanto entraron, Armand pareció relajarse. Cautivó a la
anfitriona y mantuvo su mano en la espalda de Cora mientras
tomaban una mesa cerca del escenario. Coqueteó con la mesera
cuando se acercó a tomar su pedido, sacudiendo sus largas
pestañas negras casi tanto como la mujer sacudió las suyas
cargadas de rímel.
—¿Qué estás haciendo? —Cora preguntó una vez que la
mesera se fue caminando sobre las nubes.
—Relajándome. —Armand sonrió cuando la mujer volvió con una
botella de champán—. Tranquilízate.
Cora se echó hacia atrás en la ancha silla, pero no podía
relajarse. No podía dejar de examinar la habitación, mirando los
rostros a su alrededor para asegurarse de no encontrar a alguien
conocido. Especialmente a AJ. Pero mayormente lo que vio fueron
hombres en traje y algunas parejas.
Armand le entregó una copa de champán y se inclinó cerca.
—No mires tanto a tu alrededor. Algunas personas aquí tampoco
quieren ser reconocidas.
—Pareces muy cómodo —le susurró de vuelta.
Armand se encogió de hombros.
—Lo preferiría más si me dijeras lo que está pasando realmente.
Cora detuvo su copa de champán a medio camino hacia sus
labios.
—¿A qué te refieres?
—Estás actuando de forma extraña. Por ejemplo, me llamaste y
me invitaste a salir. A un club de striptease. Sin tu marido. ¿Todo
bien entre ustedes?
¿Creía que le había pedido que viniera porque ella…? Incapaz
de encontrar su voz, Cora simplemente se quedó mirando los
oscuros ojos de Armand.
Él suspiró.
—Mira, Cora, estoy feliz de ayudar. Eso es lo que hacen los
amigos. Pero sería bueno saber en qué me estoy metiendo.
—No es lo que piensas. Es decir, no sé lo que estás pensando
exactamente, pero Marcus y yo estamos bien.
Vale, eso fue una mentira gigante, pero no iba a empezar a
comentar eso con Armand. Esa no era la razón por la que estaban
aquí.
—Solo necesito ayudar… a una amiga.
—¿Y Marcus no está involucrado?
Cora dudó.
—Bueno, cuando salgamos de aquí, hablaremos de ello. Como
dije, quiero ayudarte, pero no quiero problemas.
Mierda. Tal vez no fue justo pedirle que la ayudara. Ella nunca
había entendido completamente la naturaleza de la relación de
negocios entre Marcus y Armand. Lo último que quería era
perjudicar a Armand por su culpa.
—Entiendo —dijo Cora en voz baja.
Armand se volvió hacia ella y le tomó la mano.
—No es solo que seamos amigos. Marcus y yo somos socios
comerciales. Sin él, nunca habría podido poner en marcha Doble M.
Cora asintió, pensando en Metamorfosis, el spa de Armand.
Pronto abriría su tercer local.
Vale, si iba a seguir pidiéndole ayuda, él merecía una
explicación. Se inclinó a punto de explicarle cuando notó que el
humo comenzó a rodar sobre el escenario.
—Damas y caballeros —una voz se escuchó a través del altavoz
—, estamos orgullosos de presentar a Venus.
Un susurro hipnótico inundó la habitación, la melodiosa voz de
una mujer. El humo se apiló en el escenario a medida que la música
se intensificaba, edificándose con los tambores. Luces sutiles
revelaron una piscina de agua brillando bajo la bruma.
Anna emergió lentamente del agua con una tela húmeda
envolviendo su cuerpo, dejándolo cubierto y al mismo tiempo
totalmente expuesto. Levantándose de la bruma, parecía una diosa
primordial; sus curvas evocaban un milenio de deseo crudo y
potente.
—Vaya —susurró Armand.
El volumen de la música descendió hasta que solo se
escuchaban los tambores. Palpitando profundo en el cerebro. Anna
sonrió a la multitud, hizo una pirueta lenta y dejó que la tela se
desprendiera.
Debajo llevaba un bikini dorado, que se ajustaba firmemente
sobre su perfecta figura. El público murmuró en apreciación
mientras Anna flotaba hacia el tubo para su rutina de baile.
Cora miró a Armand; él tenía la boca abierta y casi babeaba.
El baile de Anna fue menos acrobático esta vez y mucho más
sensual. Sus caderas le hacían el amor al aire y todos los hombres
en la habitación lo sentían en la entrepierna. Anna giró lentamente y
Cora no pudo evitar guardar mentalmente el movimiento para más
tarde. Necesitaba toda la ayuda posible para manejar a Marcus.
Las personas tiraban dinero y Anna bailó sobre él como si no se
hubiera dado cuenta.
El escenario se oscureció y los aplausos se prolongaron durante
un tiempo. Cuando las luces se encendieron, Anna se había
transformado y ahora llevaba un vestido rojo brillante con un escote
pronunciado. Una vieja melodía comenzó a sonar y Anna empezó a
cantar con su dulce voz de bebé.
La multitud enloqueció.
—Esa es mi amiga —le susurró Cora a Armand. El esbelto y
joven diseñador parecía tan hipnotizado que resultaba casi gracioso.
Bebió un trago de champán y derramó un poco sobre sí mismo sin
darse cuenta—. Armand —lo llamó y él parpadeó. Cora miró
fijamente su traje—. No sabía que tuvieras problemas con la bebida.
Agarrando una servilleta, se apresuró a secar el líquido y luego
bebió más champán.
—Oh, Dios mío —dijo con voz ronca y luego se aclaró la
garganta—. Eh, ella es increíble. ¿Cómo se conocieron?
—Larga historia. —Cora sonrió hacia Anna mientras ella seducía
a la audiencia a través del micrófono—. Me está ayudando con un
trabajo de caridad.
La canción terminó y otras damas subieron al escenario.
Anna bajó para bailar y coquetear con sus clientes.
Cora no estaba segura de si Anna la reconocía hasta que le
guiñó un ojo, se acercó lentamente y se inclinó sobre ella como si
fuera a besarla.
—Tenemos que hablar —susurró Cora y luego señaló a Armand
con un ligero movimiento de la cabeza—. A solas.
Anna asintió, mirando profundamente a los ojos de Cora como
parte del acto.
—Solo síganme la corriente.
Anna se movió hacia Armand, balanceándose sobre él. Él
sostuvo las manos sobre sus caderas como si quisiera tocarla, pero
Anna las tomó y tiró de ellas hasta que Armand se levantó de la
silla, siguiéndola obedientemente hacia el escenario mientras el
presentador hablaba de nuevo:
—¡Por favor, denle la bienvenida al escenario a un invitado
especial, aquí en el día de su cumpleaños!
Cora se puso de pie, preguntándose qué estaba pasando. Las
mujeres habían puesto una silla en el escenario, ataron a Armand a
ella y se turnaron para restregársele. La multitud estalló en gritos.
El rostro de Armand tenía una expresión embobada de placer y
ni siquiera protestó por el hecho de que no era su cumpleaños.
Entonces dos de las bailarinas subieron, se montaron a
horcajadas sobre su miembro mientras ellas quedaban cara a cara y
empezaban a mecerse de un lado a otro.
Con la mirada fija en el desenfreno del escenario, Cora apenas
logró darse cuenta de que Anna le hacía señas para que se
acercara a una puerta lateral del escenario.
Agarrando su bolso, se levantó y la alcanzó. El público estaba
pasmado ante el espectáculo de Armand sobre el escenario. Las
mujeres se habían bajado de Armand y ahora lo desataban y lo
obligaban a arrodillarse. Luego una de ellas le quitó el cinturón.
—Es hora de su azote de cumpleaños…
Anna llevó a Cora por el pasillo y cerró la puerta, parando de reír.
—Eh —comenzó Cora.
—No podemos hablar aquí —susurró Anna y la guio a través de
unas cortinas de gasa y luego a una puerta marcada como VIP.
—¿Es tu novio? Es muy guapo. —Anna le hizo señas para que
entrara en la habitación poco iluminada.
—No, solo un amigo. —Cora entró y se situó en el centro del
exuberante lugar —. Y tengo curiosidad. ¿Qué le van a hacer?
—Oh, no te preocupes, le encantará. Es parte de la diversión.
Cora se preguntó que tenía que ver la diversión con Armand
siendo azotado con su propio cinturón.
—Vale.
—No le harán daño. —Anna se rio—. No demasiado. ¿Qué has
averiguado sobre Iris?
Cora la puso al día, explicándole el truco del teléfono que le
había enseñado Olivia.
—Iris tiene que estar aquí… o estuvo aquí en algún momento y
dejó su teléfono. ¿Has visto o escuchado algo sobre ella?
Anna sacudió la cabeza.
—Tal vez uno de los hombres de AJ tiene su teléfono.
Últimamente han estado vagando por aquí. —se estremeció—.
Aunque, es posible que ella estuviera aquí…
Anna se calló cuando escucharon voces en el pasillo. Los
sonidos aumentaron mientras unas personas se detenían justo
afuera de la puerta.
—Diablos… alguien tiene un cliente.
Anna corrió a la parte trasera de la sala VIP y Cora se apresuró a
seguirla. Mierda. Lo último que necesitaba era que la atraparan
aquí. Anna acababa de decir que los hombres de AJ estaban
vagando por el lugar. Y no sabía a dónde diablos la estaba llevando
Anna.
Pero a medida que el volumen de las voces aumentaba, Anna
corrió una de las cortinas que cubría la pared para revelar… una
pared. Luego Anna se inclinó y empujó la cornisa del techo y, con un
ligero crujido, un panel de la pared se deslizó hacia un costado. Una
puerta oculta. Gracias al cielo.
Mientras Cora se arrimaba detrás de ella, Anna se adentró en el
oscuro pasadizo. Estaba totalmente negro. No había luz alguna.
Cora no pudo evitar titubear en el umbral, pero Anna la empujó al
pasillo oculto y cerró la puerta detrás de ellas, la cual volvió a su
sitio justo a tiempo porque al instante siguiente pudieron escuchar
voces ahogadas en la sala VIP.
—¿Dónde estamos? —Cora susurró silenciosamente. Buscó en
su bolso y encendió la linterna de su celular, levantándola para
poder ver más del estrecho pasillo. Se extendía en ambas
direcciones, apenas lo suficientemente ancho para ambas. Cora
colocó su mano en la pared opuesta y sintió el frío ladrillo.
—Este lugar solía ser un bar clandestino —susurró Anna—. Creo
que esto lleva a una habitación secreta en la parte de atrás. No lo he
explorado mucho. Demasiado espeluznante. Y con los chicos de AJ
por todas partes estos últimos días, no he podido escabullirme.
—¿Crees que podrían tener a Iris aquí?
—Podríamos mirar. —La voz de Anna era tranquila, pero en el
fondo parecía emocionada.
Cora mantuvo la luz en alto.
—¿Por dónde?
CAPÍTULO 17
Horas más tarde, Cora bajó del ascensor ya arreglada para la cena.
Su guardaespaldas estaba a su izquierda, como una sombra
constante. Marcus ya se encontraba en el restaurante, pero en una
reunión, y envió su coche a recogerla. Según las órdenes, Cora
debía esperar a su conductor en el vestíbulo.
—¿Puedo esperar en el bar? —le preguntó a su guardaespaldas.
Él asintió con la cabeza y ella fue hasta allá. Dos sujetos con
camisas polo de diseño la miraron pasar, disfrutando de sus largas
piernas expuestas perfectamente por su corto vestido de noche
color melocotón. Se había dejado el pelo suelto y rizado las puntas
para que rebotaran alrededor de su cara como las de una estrella de
cine. Su maquillaje resaltaba sus ojos azules y sus rojos, rojos
labios.
Sharo quería que madurara. Ella se lo mostraría. También a
Marcus.
Se detuvo al entrar en el refinado restaurante del hotel y sacó su
teléfono para revisarlo.
¿Encontraste algo? Le envió un mensaje a Olivia.
No hubo respuesta. También había llamado a Anna y a Armand,
pero se había ido directo al buzón de voz. El teléfono tendría que
sacar algo a relucir. Tenía que hacerlo.
—Vino blanco, por favor —pidió en el bar. Estaba a punto de
subirse al taburete cuando una risa familiar captó su atención.
Se giró para ver a una pareja sentada en la barra. Y se quedó sin
aliento.
Ahí estaba AJ con su largo abrigo de piel engullendo ostras. Uno
de sus matones estaba parado cerca. El hombre y su propio
guardaespaldas intercambiaron inclinaciones de cabeza.
Cora sintió escalofríos recorriéndole la columna vertebral
mientras miraba al mafioso. Estaba sentado allí tan engreído y
despreocupado mientras causaba toda esta miseria.
El pecho de Cora se calentó con una furia repentina.
Probablemente en parte porque cuando ella lo vio hoy más
temprano, había estado muy aterrorizada. Odiaba que él tuviera ese
poder sobre ella, sobre cualquiera de ellas. Puso su mano en su
pecho para estabilizarse.
—Ah, señora Ubeli. Está preciosa esta noche. —El bastardo
levantó su bebida para brindar por ella. Sus ojos brillaban—.
¿Tienes una cita? Tu marido es un hombre afortunado.
Cora ignoró su sonrisa de dientes de oro.
—Dime, Cora, ¿conoces a mi amiguita? Tiene más o menos tu
edad. —Se giró y tocó el brazo de una mujer que estaba sentada a
su lado muy recta y tensa mientras miraba al frente.
Su rostro estaba escondido detrás de su pelo castaño y su
vestido rojo dejaba poco a la imaginación; corto en sus muslos y,
aun así, abierto por un lado casi hasta la cintura.
Cora se dio cuenta de que el apretado cuerpo de esa bailarina
tenía forma de un reloj de arena. Pero no. No, no puede ser. Por
favor…
AJ se giró para agarrar el brazo de la mujer y ella se giró, con el
pelo colgándole atrás de su rostro esculpido.
Anna.
Antes de que pudiera controlarse, Cora se levantó y avanzó
hacia ellos. Por el rabillo del ojo vio a su guardaespaldas
siguiéndola, y se detuvo.
—¿Dónde está el baño de damas? —Preguntó a un mesero
pasando.
Cuando recibió la dirección, estaba segura de que Anna se daría
cuenta de su trayectoria hacia el fondo de la habitación y la seguiría.
Su mente era un torbellino. ¿Qué demonios estaba haciendo Anna
allí con AJ?
Caminó durante varios minutos en la elegante zona de asientos
del baño mientras esperaba por su nueva amiga. ¿Acaso AJ sabía
que habían estado husmeando en el club de striptease? ¿Cuánto
sabía?
Cora se dio la vuelta cuando las puertas se abrieron y Anna
finalmente entró.
—Anna, ¿qué está pasando? ¿Por qué estás aquí con AJ? —La
voz de Cora fue interrumpida cuando vio la mirada furiosa de Anna.
—¿Cómo te atreves? Como si te importara.
Las palabras que Cora estaba a punto de decir murieron en sus
labios.
—Cora Ubeli —Anna expuso su apellido—. ¿Crees que no lo
averiguaría? Tu marido es el mayor mafioso en Olympus.
Bajo todo su maquillaje, Anna parecía cansada, pero sus ojos
marrones brillaban. Cora no era la única que estaba harta.
—Debí haberlo adivinado cuando apareciste en la Casa de la
Orquídea. No estabas allí para ayudar. Solo necesitabas más
soldados en tu guerra.
—Anna, no, yo…
—No. —Anna levantó la mano—. Confié en ti. Necesitaba
alejarme de AJ, no caer en una venganza entre él y su mayor
enemigo: tu marido.
Dios, no, eso era lo último que Cora quería. Pero ¿cómo siquiera
podría empezar a explicar...?
—No te preocupes, él no te reconoció. Fue a tu amigo el que
trajiste contigo, el diseñador. ¿Crees que AJ no sabe que todo su
negocio es una fachada para el tráfico de drogas de tu marido?
Cora respiró conmocionada. ¿Por eso Armand y Marcus eran tan
unidos?
Cora sacudió la cabeza.
—Anna, te juro que no sabía que AJ reconocería a Armand.
Tienes que creerme.
—AJ odia a tu marido —siseó—. Sabe todo sobre él. Y ahora de
alguna manera cree que tengo una relación con Armand. Está
buscando debilidad. Debería llevarlo directamente a ti.
Todo el aire de Cora abandonó sus pulmones.
—No te preocupes —dijo amargamente Anna—. No te venderé.
Tengo principios.
—Dios, Anna, nunca quise arrastrarte a esto. Lo siento. Te
sacaré, lo juro…
—Ya has hecho suficiente —entonces el semblante de Anna
cambió, su expresión se volviéndose sombría—. Deberías saber
que AJ hará lo que sea necesario para herir a tu marido. Ambas
somos solamente un daño colateral —dio un paso atrás—. AJ dice
que me llevará de vuelta a Metrópolis para protagonizar algunas
películas. Ahora le pertenezco.
—Lo siento. Ya se me ocurrirá algo —balbuceó Cora. No sabía
cómo, pero tenía que arreglar esto—. Iré por ti.
Con lágrimas brillando en sus ojos, Anna sacudió la cabeza.
—Me llaman puta. Pero tú abriste las piernas por un monstruo.
No quiero volver a verte nunca más.
Y con eso, se fue.
Cora se dejó caer en una silla. Las palabras de Anna habían
dolido pero, peor que la acusación de traición, fue la mirada de
horror en sus ojos.
Ahora le pertenezco.
Bajando la cabeza entre sus manos, Cora trató de pensar en
ello. ¿Acaso había empeorado las cosas?
La pregunta era: ¿AJ aún trabajaba para los Titan (es decir, para
su madre)? ¿O él se estaba expandiendo por su cuenta ahora que
había disturbios entre los poderosos?
De cualquier manera, todo equivalía a lo mismo. AJ era solo un
proxeneta hambriento de poder. Y quería expandir sus fronteras
más allá de Metrópolis. Necesitaría una forma de entrar a New
Olympus.
Su mente trabajó en ello, aferrándose a los hechos y tratando de
resolver el panorama general ahora que tenía aún más piezas de
rompecabezas.
Cuando llegó a la ciudad, AJ estaba buscando las debilidades de
Marcus. Eso era seguro.
Encontró a The Orphan y a su debilidad, Iris. Así que la
secuestró para controlarlo. Y entonces podría usarlo para molestar a
Marcus. ¿Pero qué conseguía AJ además de darle a Marcus
jaqueca y un golpe publicitario cuando The Orphan se negó a tocar
en el club de Marcus?
No, tenía que ser sobre algo más grande.
¿Qué había sobre el misterioso cargamento del que seguía
escuchando? Por la forma en que susurraban sobre ello, sonaba
como un elemento de cambio.
Eran drogas. Tenían que serlo. Y ahora que Cora sabía que los
negocios de Armand eran una fachada para Marcus… AJ quería
una manera de tener acceso, así que se llevó a Anna.
¿Y ahora qué?
—Vamos, piensa —susurró furiosa. Bonita, estúpida zorra.
Al menos todo esto significaba que Marcus no podía estar detrás
de la desaparición de Iris. AJ había dicho eso para manipularla,
justo como estaba usando a Iris y ahora a Anna.
¿Qué haría cuando Anna e Iris ya no le ayudaran a conseguir lo
que quería?
Cora sintió frío; mucho frío por dentro.
Un golpe en la puerta la asustó.
—¿Todo bien ahí dentro, señora Ubeli? —Su guardaespaldas
llamó.
—Ya voy —se levantó.
Ya había tenido suficiente. Los policías no ayudarían. Y no podía
seguir a AJ; solo conseguiría hacerse daño.
Sin importar las consecuencias para ella, Marcus era la única
esperanza de Iris, y ahora la de Anna también, porque tenía los
recursos para enfrentarse a alguien como AJ. Sus Sombras podían
averiguar el lugar dónde tenía a Iris.
Cora se miró en el espejo para arreglarse el vestido,
asegurándose de verse perfecta.
Sí, era hora de hablar con su marido.
O la escucharía o no. O la encerraría de nuevo por romper sus
reglas y salir sola o no. O ayudaba a Iris y a Anna o…
Se giró hacia la puerta.
Parecía que seguía siendo una chica estúpida después de todo,
porque incluso después de todo lo ocurrido, la esperanza de que
Marcus terminaría por escucharla, que Marcus se preocuparía y que
Marcus estaría dispuesto a ayudar palpitaba en su corazón como un
faro.
De no suceder así, no sabía qué opciones le quedaban a Anna o
a Iris.
CAPÍTULO 19
—Te veremos esta noche a las ocho, bajo plena oscuridad —dijo
Sharo al finalizar la reunión con Philip Waters. Esta vez, todo estaba
funcionando como se suponía que debía.
Marcus, Waters y Sharo estaban en la parte trasera de
Giuseppe’s, un restaurante que el padre de Marcus había amado.
Marcus podía recordar haber jugado al escondite en esta pequeña
sala detrás de las cocinas con Chiara cuando era pequeño. Ahora
hacía planes de guerra allí mismo.
—No hay razón para que tus trabajadores tengan que esperar
hasta entonces —añadió Marcus, dirigiéndose a Felipe—. Los
muelles estarán despejados. Tus hombres no tendrán ningún
problema.
—Agradezco su atención a los detalles, señor Ubeli.
Philip era un hombre de color alto y también calvo. Pero ahí es
donde terminaban las similitudes entre él y Sharo. Mientras Sharo
era grande y robusto como un tanque, Philip era delgado y rápido
para sonreír con la boca repleta de dientes blancos y brillantes.
Era sumamente inteligente, y el poder que Marcus ejercía sobre
el bajo mundo de New Olympus, Philip lo tenía sobre las rutas
comerciales del mercado negro de la costa este. Nada entraba si
antes no pasaba por él. Tuvo una relación con el padre de Marcus y
ahora, desde hace muchos años, con el propio Marcus.
Marcus sabía que él prefería trabajar con aquellos que conocía y
en los que confiaba. Al mismo tiempo, Philip era un hombre de
negocios y la rentabilidad no podía ser ignorada. Pero Marcus había
luchado arduo y por mucho tiempo por este trato y ahora que el
cargamento finalmente estaba aquí, Philip había acordado venderle
exclusivamente a él.
Dos toneladas y media de una nueva droga de moda para fiestas
que se suponía que era más benigna que la coca, pero con un
subidón similar. Cuando Marcus tuviera el control sobre ella, su
dominio sobre la ciudad estaría asegurado.
—Nos vemos esta noche —dijo Marcus estrechando la mano de
Philip, quien asintió con la cabeza para después dirigirse a la
entrada trasera por donde había llegado. Luego Marcus miró a
Sharo y habló en voz baja—. Saca a estas tropas de aquí. Quiero a
todos menos a Tony listos para la distribución. Avisa a los capos.
—Considéralo hecho —dijo Sharo, y luego él también se dirigió a
la entrada trasera.
Mientras Marcus se movía del sanitario a la cocina, Giuseppe
empujó la puerta giratoria que daba al restaurante principal.
—Tu hermosa esposa está aquí. La he instalado en la cabina de
atrás y le he dado una copa de vino para comenzar.
Marcus asintió, agitado por la pequeña palpitación de placer en
su pecho al saber que ella estaba cerca. Era verdad que había
estado evitándola. ¿Era un cobarde? Tal vez. O quizás solo
eficiente.
Necesitaba concentrarse en el cargamento y preparar todo para
poder presentar el mejor caso posible a Waters. Y al final, había
funcionado. Había conseguido el contrato.
Y aparentemente su esposa había tomado su falta de atención
como un capricho para desobedecer sus reglas. Cuando Sharo le
llamó por teléfono antes para decirle que ella se había escapado del
refugio, Marcus estaba más que furioso; casi había abandonado la
reunión con Philip antes de que empezaran. La reunión preparada
con un mes de anticipación, antes de que Sharo finalmente llamara
y dijera que la tenía.
Marcus empujó la puerta del restaurante, localizando fácilmente
a Cora en la cabina separada de una pequeña habitación que
estaba en la parte de atrás.
El lugar estaba lleno, pero solo algunas de las mesas del frente
tenían parejas normales. En la parte de atrás, una fila de sus
corpulentas Sombras se encontraba sentada en las pequeñas
mesas. Marcus había tomado todas las precauciones para
asegurarse de que el encuentro se desarrollara sin problemas,
incluyendo rodearse de sus soldados.
El restaurante tenía encanto de antaño con paneles de caoba y
cabinas de cuero oscuro. Marcus se deslizó en el asiento de la
cabina frente a su esposa.
Sus amplios ojos parpadearon hacia él y, aunque estaba a punto
de atacarla por haberse deshecho de su guardia, por un momento
se quedó helado, hipnotizado por su belleza. El lápiz labial rojo
resaltaba sus besables labios y, como siempre, sus ojos azules
hechizaban.
—Hola —dijo ella en voz baja, y luego tragó saliva como si se
encontrara tan afectada por él como Marcus por ella. Bien. Más vale
que lo estuviera. Era su único consuelo en todo esto.
Y de repente no pudo soportar no tocarla.
—Ven aquí —ordenó.
Las cejas de Cora se alzaron.
—¿Dónde?
Hizo un gesto hacia el asiento a su lado.
Sus ojos se entrecerraron.
—¿Por qué?
—Ahora.
Dejó escapar un pequeño resoplido, pero terminó por moverse a
su lado. Dejó alrededor de medio metro entre sus cuerpos, y Marcus
soltó un pequeño gruñido impaciente.
Entonces él se movió, enganchó un brazo alrededor de sus
hombros y afianzó su cuerpo contra el suyo. Y el agarre que había
apretado sus pulmones desde que Sharo lo llamó la primera vez,
ahora finalmente se había liberado. No se había dado cuenta hasta
ese momento de que había cargado con la tensión durante todas
esas horas. Y le cabreó que Cora pudiera seguir afectándole de esa
manera.
Le apretó el hombro.
—He oído que has sido una chica mala,
Su cabeza se inclinó hacia él.
—Déjame adivinar. Me vas a castigar. —Un estímulo hacía que
sus ojos brillaran. Como si lo desafiara.
El lobo dentro de Marcus gruñó:
—Te gustaría eso, ¿verdad? Hace tiempo que no juego contigo,
así que decidiste llamar mi atención, ¿es eso?
Con un suspiro de asco, Cora se alejó, o al menos lo intentó.
Marcus no iba a dejarla ir a ninguna parte.
Cora lo miró.
—No soy un juguete que puedes sacar de la estantería y con el
que puedes jugar cuando te sientas aburrido. Soy más que eso. —
Se apartó de sus brazos—. Y pensar que quería hablarte de algo
real. Algo que es realmente importante.
Cora había alejado su cuerpo del suyo y a Marcus no le gustaba.
No le gustaba en absoluto.
—Ser imprudente y ponerse en peligro es algo que tengo que
atender —dijo entre dientes—. Pero sí, esposa, vamos a hablar y a
lidiar con ello. —Se le acercó, terminando con la mitad de la
distancia entre ellos—. Y luego me dirás todo lo que pasa por esa
cabeza tuya.
—¿Todo esto porque eres mi dueño? —Lo miró con desprecio.
Sus pantalones se apretaron mientras se ponía duro como una
roca. Como siempre sucedía cuando lo desafiaba. Con su mano le
agarró la mejilla y la barbilla, obligando a su mirada a encontrarse
con la suya.
—Sí. Porque me perteneces.
La boca de Cora se abrió pero ninguna palabra salió. Esa
deliciosa y jodida boquita. Quería hacerle mil y una cosas sucias y
pervertidas.
Pero justo ahora, un simple beso tendría que bastar porque no
podía soportar otro momento sin devorarla.
Pero mientras dejaba caer sus labios sobre los de ella, un tiroteo
estalló en la sala.
CAPÍTULO 20
Los muelles parecían una extensión oscura de la calle hasta que los
matones de AJ sacaron a Cora del coche. Entonces pudo ver el
embarcadero caer sobre el agua, como un pozo de oscuridad.
Tembló bajo el frío aire nocturno, vistiendo solamente jeans y un
ligero suéter ahora salpicado de sangre. Uno de los matones la
mantuvo sujetada del brazo mientras se movían hacia adelante.
Cora se sentía… vacía. Durante todo el camino hasta aquí había
intentado pensar en lo que le diría a Marcus, en cómo intentaría
explicárselo. Pero todo lo que podía ver era la cara de Iris. Sus ojos
y ese segundo en el que la vida salió de ellos. Cora la había visto
irse. Un segundo estaba allí y al siguiente simplemente… se había
ido.
No tenía sentido. No era justo. Se suponía que el bien ganaría al
final. Incluso Marcus con el tiempo llegó a amarla. Al menos lo hizo
antes de saber lo que ella había hecho.
—Ves, ¿qué te dije? —Le dijo AJ a su chofer, un hombre alto con
un aro de oro—. Están usando un barco más pequeño para entregar
la mercancía. Nada elegante. Waters siempre fue astuto.
Cora dejó que la llevaran por la acera hacia un almacén donde
había un montón de cajas apiladas en una gran extensión de suelo
de concreto.
Tres hombres los esperaban bajo el claro de la luna; tres para
igualar a los tres de AJ. El pecho de Cora se apretó. Marcus, Sharo
y otra Sombra. AJ se acercó a ellos confiado.
El matón que la sujetaba le torció el brazo por detrás mientras le
clavaba el arma en la espalda. Cora no pudo evitar lloriquear.
Incluso bajo la luz de la luna pudo ver la fría furia en el rostro de
Marcus.
Oh, Marcus. Perdóname.
—Déjame comprobar primero esto —dijo AJ. Le movió la cabeza
al sujeto del aro de oro en la oreja, quien sacó una palanca y se
dirigió a un contenedor. Después de abrirlo, el hombre sostuvo una
botella sin descripción alguna.
—Spa Metamorfosis —leyó el matón, y luego miró confundido a
su líder—. Es porquería para el pelo.
—Dámelo —ordenó AJ. Desenroscó el tapón y sacó una
pequeña pastilla blanca. La sostuvo y la olfateó—. Puro —comentó
con triunfante satisfacción—. A los hermanos les va a encantar esto.
—Acabemos con esto —ordenó Marcus desde las sombras.
—Oh, no, Ubeli. Ya no puedes ordenar —AJ agitó una mano y
Cora fue empujada hacia adelante, obligada a caminar hacia AJ
para que pudiera engancharla bajo su brazo. Su otra mano levantó
el arma hasta su sien—. ¿Sabes por qué solo disparé en la parte
delantera de ese restaurante aunque sabía que estabas en la parte
de atrás? Porque quiero ver la mirada en la cara de Iván Titan
cuando le diga que Marcus Ubeli ha sido derrotado por sus propios
méritos, que no tiene mercancía y que sus propios hombres lo están
traicionando.
El diente de oro de AJ destelló mientras sonreía.
—¿Qué van a hacer tus chicos cuando el cargamento se haya
ido y no tengan nada que traficar? ¿Ninguna forma de cobrar? Lo
revenderemos en Metrópolis. ¿Y qué va a pensar Waters?
—Entrégame a mi esposa. —La vena de la sien de Marcus
palpitaba; Cora podía verla a tres metros de distancia.
—Déjame decirte cómo va esto —continuó AJ, como si Marcus
no hubiera hablado—. Salen todos de aquí, todos tus hombres,
todos ustedes. Entonces suelto a la chica y te vas, para siempre.
Esto es mío.
Cora no podía dejar de temblar. AJ envolvió con firmeza su brazo
alrededor de su cuerpo y le apuntó con el arma a un lado de la
cabeza. Mantuvo sus ojos en Marcus, dejando que su cuerpo se
relajara. Se convirtió en una muñeca de trapo. Una cosa débil. Una
víctima.
Pero mientras todos miraban a Sharo y a su marido, los dedos
de Cora se deslizaron entre los pliegues del abrigo de AJ y
encontraron su bolsillo.
Y su teléfono.
—Retírense —decía AJ—. No soy un hombre paciente.
Sacudiéndose repentinamente entre sus brazos, Cora estiró la
mano y clavó el borde de su teléfono, junto con la Avispa que Olivia
había adherido semanas atrás, justo en el cuello de AJ.
El voltaje lo golpeó un segundo más tarde, sacudiéndolo con
suficiente fuerza para hacerlo retroceder. Bramó con sorpresa y
dolor, tropezando hacia atrás. Casi cae al pavimento.
Cora también se tambaleó, dejando caer el teléfono. Apenas
había recuperado el equilibrio cuando alguien la golpeó y la llevó
contra el concreto, acunando su cuerpo contra el suyo.
—Te tengo —rugió Sharo y extendió su gran cuerpo sobre el de
ella. Cora se encogió de miedo al oír las balas salir disparadas por
delante de ellos.
Entonces ambos se levantaron y Sharo corrió mientras la llevaba
en brazos fuera del almacén y hacia la fría noche.
Cora no podía ver nada, apenas podía oír algo, pero se aferró a
los hombros de Sharo. Entonces llegaron a un callejón y el sonido
de las balas pareció más lejano.
Un coche negro aparcó frente a ellos y la puerta se abrió. Sharo
se agachó dentro, deslizando a Cora delante de él.
Sharo apenas había metido los pies en el coche y ya se
encontraba vociferándole al conductor.
—Vamos.
—¡Espera! Marcus… —Cora gritó antes de ser lanzada
nuevamente hacia el asiento por la repentina aceleración del coche.
Salió del callejón y dio vuelta frente al almacén donde las Sombras
se encontraban luchando contra los hombres de AJ.
Una figura oscura abandonó el almacén y Sharo abrió la puerta.
Marcus. Entró al vehículo y el conductor hizo chirriar las llantas
desde el borde de la acera, dejando que la puerta se cerrara sola.
—Lo conseguimos —informó Marcus, y comprobó su arma antes
de darse la vuelta y tomar a Cora de Sharo. Arrojó sus brazos
alrededor de él.
Pero después de un momento se apartó de ella.
—¿Estás bien? —le tocó las mejillas y se apoderó de sus
brazos, tomándole las muñecas para girarlas frenéticamente e
inspeccionar sus manos.
Oh dios, debió pensar…
—No es mi sangre —dijo de inmediato.
La tiró hacia él, abrazándola fuerte.
—Nunca más —murmuró—. Nunca más.
Cora se hundió en su marido, dejando que su temblor
disminuyera en sus fuertes brazos. Él estaba aquí. Estaba a salvo.
Ambos estaban a salvo y AJ había muerto. Todo iba a salir bien.
Todo iba a estar bien.
Fue entonces cuando escuchó las sirenas de la policía.
Cerca.
Demasiado cerca.
Los músculos de Marcus se tensaron.
—¿Qué…? —empezó.
Cora levantó la vista para verlo mirando a Sharo por encima de
su cabeza.
Sharo ya estaba tomando un auricular del conductor y
encendiéndolo.
—La frecuencia de la policía dice que un coche color hueso y sin
identificar fue seguido hasta los muelles. Hubo disparos.
Marcus maldijo.
—AJ. Estúpido hasta el final. Deben haberlo seguido hasta aquí.
Oh. Mierda.
Todo impactó a Cora de golpe. No hubo ninguna interferencia
con su micrófono o la cámara botón. Pete había visto y oído todo lo
sucedido en el piso franco de AJ.
Y había decidido que quería un arresto más grande después de
oír a AJ hablar del cargamento de drogas. Sin importar que Cora
dijera la palabra clave y tratara de sacarla a ella y a Iris antes de…
Cora cerró los ojos. La policía la había traicionado. E Iris había
muerto por ello.
Las luces azules y rojas de la policía ya estaban sobre las
paredes de ladrillo cuando el coche se escabulló por un callejón.
Cora se acurrucó cerca de Marcus, sintiendo náusea incluso
mientras lo hacía. Porque la de Pete no fue la única traición de la
noche.
Ella había traicionado a Marcus. Le mintió. Conspiró con sus
enemigos. Condujo a la policía hasta él.
—Señor, otro informe. Este del club Elysium —habló el
conductor. Cuando Marcus asintió, el hombre continuó—: Los
disturbios comenzaron justo después del intermedio. The Orphan
salió y les dijo a todos que solo iba a tocar una canción más. Una
canción para la muerte. —El hombre se detuvo, tocando su auricular
como si no estuviera seguro de que lo que estaba escuchando era
cierto—. Los policías trataron de calmar a todo el mundo pero se
rebelaron y se precipitaron al escenario. La policía estaba
abrumada. Sacaron primero al alcalde y ayudaron a la gente que
estaba siendo pisoteada. —El hombre hizo una mueca—. Pero no
llegaron al escenario a tiempo. The Orphan estaba… hecho
pedazos. Dicen que no hay otra palabra para eso... Está muerto.
Cora se sacudió, sintiendo al horror atravesarla justo cuando
había estado segura de no tener más capacidad para el dolor.
Los brazos de Marcus se flexionaron brevemente, como si
estuviera tratando de consolarla. A ella. Cuando había sido ella la
que les había traído toda esta desgracia.
CAPÍTULO 26
Cora se despertó e, incluso sin mirar el reloj, supo que aún faltaban
horas para el amanecer. La forma en que la luz caía sobre sus
manos… parecía que estuviesen manchadas de rojo. Se sacudió y
las miró fijamente, pero estaban limpias. Había lavado la sangre que
había en ellas, pero su culpa iba más allá de la profundidad de la
piel. Nunca se limpiaría.
El lado de la cama de Marcus estaba vacío. Probablemente
estaba abajo solucionando el lío que ella había hecho de su
negocio. Al pensarlo, lloriqueó. Iris muerta, un cargamento incautado
y todas las Sombras bajo los reflectores de la policía.
Cuando su marido se enterara, y vaya que lo haría, no tenía
dudas... ¿qué pasaría entonces? ¿La perdonaría? Llevó la cara a la
almohada. Dios, no estaba segura de poder perdonarse a sí misma.
Entonces, ¿por qué iba a hacerlo él?
Cerró los ojos y pensó en lo tiernamente que la había abrazado
en la ducha. Lo suave que había sido con ella. Cómo la acarició, le
lavó el pelo y… le hizo el amor. Le había pedido que la follara, pero
no lo hizo. Después de todo este tiempo, Cora había conseguido lo
único que quería, pero era demasiado tarde. Era demasiado tarde
para ellos. Lo había arruinado todo.
Se sentó y se retiró enfurecida las lágrimas que caían por sus
mejillas. Marcus jamás la volvería a mirar de esa manera, en ningún
momento después de saberlo. O… se mordió el labio. Tal vez si
pudiera explicarlo… Cómo había empezado con buenas intenciones
pero todo se le había ido de las manos tan rápidamente… Y luego al
final había tratado… había tratado…
Un sollozo salió de ella y se llevó la mano a la boca. Pero no
hubo forma de detenerlo una vez que empezó.
Y de repente, ya no podía estar aquí. No pudo enfrentar a
Marcus cuando regresó de lidiar con el desastre que ella había
causado. No podía mentirle y no podía decirle la verdad.
Una luz verde parpadeando en la cómoda le llamó la atención.
Su celular.
Marcus o Sharo debieron de haberlo tomado de una de las
Sombras, quien a su vez lo había encontrado en el suelo del
almacén donde ella lo dejó caer. Solo necesitaba un poco de
espacio. Solo necesitaba respirar y pensar en su próximo
movimiento. Para averiguar cómo decírselo a Marcus.
Mandó un rápido mensaje y luego se vistió. Llevaba jeans y una
camiseta bajo una sudadera. Para cuando terminó, un mensaje la
estaba esperando.
Maeve: ¿Te recojo ahora?
Sí.
Cielos, era hermosa. No, iba más allá de la simple belleza, pensó
Marcus mientras miraba a su esposa sentada en una de sus
cafeterías favoritas. Cora iba a menudo a ese lugar a trabajar en su
portátil. Considerando el estado de las cosas, Marcus le tenía
asignada una Sombra en todo momento. No le importaba si Cora lo
encontraba sofocante. Su seguridad no era negociable.
Parecía encontrarse trabajando en sus facturas, y cada uno de
sus movimientos eran tan elegantes que era como un baile
espontáneo. Sus dedos se deslizaban a lo largo de las teclas del
portátil y sus brazos se movían rápido mientras colocaba las
facturas de una pila a otra. Sus astutos ojos estaban tan
concentrados que parecía ajena al mundo. Era así con todo lo que
hacía. Lo daba todo, incluso cuando solo era voluntaria en un
refugio de animales. En las amistades nunca se contenía.
Y cuando amaba, amaba con tanta efusividad que estar en el
extremo receptor era la cosa más increíble y adictiva del mundo.
Marcus estaba a punto de dirigirse hacia ella cuando un joven,
quizás de edad universitaria, se le acercó y puso su mano en la silla
de enfrente.
—¿Está ocupado este asiento? —Mostró una sonrisa que
Marcus quiso meterle por la garganta.
—Es mío —gruñó Marcus, cubriendo la distancia entre ellos con
unos cuantos pasos. El pequeño idiota se volvió y se puso tensó. Le
echó un vistazo a Marcus y demostró tener una pizca de inteligencia
en su cerebro al largarse sin decir una palabra.
Marcus se sentó frente a Cora. Una profunda sensación de alivio
y rectitud lo invadió al volver a estar tan cerca de ella.
—¿Qué estás haciendo aquí? —siseó. Sus brillantes ojos le
hicieron sonreír. Le encantaba cuando se ponía combativa.
—Tenemos que hablar. —Marcus hizo un ademán. Detrás de él,
en la cafetería, sus Sombras se movieron para escoltar fuera a los
clientes e inclusive fueron detrás del mostrador para enviar a los
baristas de delantal verde hacia su propio almacén.
—¿Pero qué…? —Cora vio a sus hombres despejar la cafetería
y luego volvió a mirar a Marcus—. Te dije que llamaría.
—Esto no es una visita social. —Su tono se volvió sombrío al
recordar el mensaje no tan sutil que habían dejado en su cama. No
se había encontrado a nadie en el apartamento, pero sus hombres
tampoco habían descubierto cómo alguien había podido entrar en
primer lugar. No se había forzado la cerradura y nada estaba roto. Si
pudieron entrar así, ¿por qué no esperar e intentar asesinarlo?
Había demasiadas preguntas sin respuestas. A Marcus no le
gustaba.
—Son negocios, no placer. —Lanzó un teléfono negro al bolso
de Cora—. Cuando me llames, asegúrate de usarlo.
Ella miró el teléfono desechable fijamente.
—¿Es realmente necesario?
—Estoy recibiendo amenazas de muerte. No las usuales que
recibo. Estos mensajes son… específicos. Serios. Lo que me hace
saber que las personas que los envían tienen el conocimiento
suficiente para llevarlas a cabo.
Los ojos de Cora se abrieron.
—¿Amenazas de muerte?
—Me estoy ocupando de ello. Pero tienes que estar alerta. —
Movió la cabeza hacia el teléfono—. Y tomar precauciones.
Lo miró fijamente por un momento. Sus ojos descendieron con la
más bella sumisión mientras tomaba el teléfono. Marcus no podía
negar el triunfo que rugía a través de su pecho.
—Lo entiendo —murmuró mientras deslizaba el aparato en su
bolso—. Si te llamo, usaré esto.
—Cuando —corrigió. Si Cora pensaba que podía retirarse ahora,
estaba mal de la cabeza. No después de darle esa probadita que le
recordaba lo delicioso que era cuando se sometía.
—¿Qué?
—Cuando me llames.
Lo fulminó con la mirada y Marcus no pudo evitar esbozar una
sonrisa.
—Después de este alarde puede que no quiera llamarte.
Él realmente no tenía ni idea de lo que estaba hablando.
—¿Qué alarde?
—Esto. —Agitó su mano.
—Es un terreno neutral. —Se encogió de hombros—. Elegí un
lugar donde te sentirías cómoda.
—Normalmente la gente viene y pide sus bebidas. Pero tú entras
y traes a tus ninjas o lo que sea para asustar a los baristas y
bloquear la puerta con tus guardaespaldas para mantener fuera a
todos los clientes.
Marcus solo se quedó viéndola. Cora levantó sus manos al igual
que su voz.
—Hiciste una toma hostil de esta cafetería.
—Sabes que estoy aquí, en tu territorio, por tu bien. Pero
también necesito sentirme cómodo. Mis enemigos no dudarán en
atacarme.
—Lo supe cuando nos dispararon en el restaurante donde
estábamos cenando.
—No estamos aquí para hablar de eso. —La mandíbula de
Marcus se tensó. Si pensaba en ese día tendría que romper algo.
—Pensé que estabas aquí para hablar conmigo. Esta soy yo
hablando. —Cora extendió los brazos—. Odiaría que despejaras
una cafetería por nada.
Marcus reprimió una sonrisa. Cielos, ella era espectacular. Había
crecido tanto desde aquella inocente ingenua con la que se había
reunido la primera vez. Ahora era como los fuegos artificiales.
Atrevida. Explosiva.
Quería arrojar su portátil al suelo y ponerla sobre la mesa aquí y
ahora. Una cosa que nunca había cambiado y que Marcus esperaba
que así continuara, era el hecho de que todas las emociones de
Cora se reflejaban en su cara.
Y, como siempre, sintió que su deseo era correspondido por la
electricidad crepitante entre ellos. Cora lo quería tanto como Marcus
a ella. Entonces, ¿por qué ella lo negaba?
Él se inclinó.
—Tengo que desaparecer por un tiempo. —Reconoció la
sorpresa en su rostro, pero siguió adelante—. Ven conmigo. Nos
ocultaremos por una semana. Podríamos hablar, ver si podemos
arreglar las cosas.
Una tras otra, las emociones surcaron su rostro.
—¿Qué? No puedes simplemente… me estás pidiendo que… —
balbuceó.
—No tengo razones para creer que estás en peligro. Es por eso
que puedes elegir. Pero me gustaría que habláramos. Cora, quiero
que vuelvas. Quiero que estemos juntos.
—Marcus —comenzó y suspiró—. He empezado una vida. Sé
que suena estúpido. Solo han pasado dos meses, pero…
Se mordió el labio de la manera en que lo volvía loco. Y siguió
hablando en vez de echarlo, lo cual era progreso.
—He empezado un negocio y creo que funcionará. Percepciones
es más que un servicio de asignación de modelos. Quiero ser una
defensora de estas chicas. Sé lo que esta industria puede hacerles.
—Sabes que los depredadores existen.
Asintió con la cabeza y se inclinó.
—Ayudo a estas mujeres a conseguir trabajos legítimos. Tal vez
no los más glamorosos o mejor pagados, no aún —admitió—. Pero
la empresa está comenzando a formarse. Las mujeres jóvenes
llegan a la gran ciudad para lograr sus sueños y son arrastradas y
destruidas. Percepciones podría ser un salvavidas para ellas.
Por supuesto que Cora haría de algo así el trabajo de su vida. Y
esto era solo el comienzo, Marcus no tenía duda. Su corazón no
tenía límites.
—Y ahora tengo clientes haciendo cola —continuó con
entusiasmo—. Armand ya le dio mi número a uno de los invitados;
dijo que el hombre estaba muy impresionado con lo que había
hecho y Armand le habló de mi negocio.
—Estoy orgulloso de ti.
Se le cortó la respiración. Se sonrojó y miró hacia otro lado.
—¿Cuál invitado?
Cora se detuvo y Marcus pensó por un momento que no iba a
decírselo, pero ella terminó por arquear una ceja.
—El gran hombre del traje blanco. Philip Waters.
¿Qué?
—¿Philip Waters está preguntando por ti? —Marcus no trató de
ocultar su furia. Ese bastardo conocía el código. Las familias
estaban fuera de estos asuntos.
—Eh, sí —respondió, sonando menos segura de sí misma—. Me
conoció en la fiesta y Armand le dio mi número. Me llamó para una
consulta…
Tomó el teléfono de Cora de la mesa y empezó a mover los
dedos por la pantalla. Vio el número de Waters y que había dejado
un mensaje de voz. Sintiéndose aún más enojado que cuando
encontró las cabezas de los perros en su cama, presionó el botón
para escuchar el mensaje.
—¡Eh! —exclamó Cora mientras él se llevaba el aparato al oído.
Frunciendo el ceño, Marcus escuchó a Waters poner una voz
amigable mientras pedía una consulta, como había dicho Cora.
Marcus maldijo.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó mientras lo veía presionar
más botones. Se movió para alcanzarlo y él la detuvo con un gesto.
—Lo bloqueé —Marcus lanzó el teléfono a su bolso—. Si intenta
llamar de nuevo o encuentra otra manera, usa el teléfono
desechable y llama al número de emergencias. Me llegará directo a
mí o a Sharo. ¿Recuerdas el número de emergencia?
Cora continuaba mirando con la boca abierta su teléfono.
—No puedo creer que hayas hecho eso. Bloqueaste a mi primer
cliente real.
—Cora, puedes huir de todo lo que he dicho hoy, pero entiende
esto… —Marcus tomó su mano, asegurándose de que lo mirara a
los ojos—. Tienes que mantenerte alejada de Waters. Hablaré con
Armand, le haré saber del trato.
Pero Cora solo parecía enfadada.
—Oh, no —dijo, sacudiendo la cabeza y empujando hacia atrás
su silla—. Ya no puedes darme órdenes.
Era linda. Él sonrió.
—¿No? —Pero se levantó y se puso serio, rodeando la mesa.
Esto no era algo para tomarlo a la ligera—. Lo digo en serio, Cora.
Hablo de mierdas malas.
Cora echó la cabeza hacia atrás, sorprendida; probablemente
por oírle decir palabrotas. Casi nunca lo hacía cerca de ella. Su
padre lo había criado bien y sabía que no debía maldecir cerca de
las mujeres. Pero tenía que hacer que entendiera esto sobre
Waters.
Marcus se movió alrededor de la mesa hasta donde ella estaba.
—Él es peligroso.
—Puedo manejar el peligro.
¿Lo decía como un desafío?
—¿Puede, señora Ubeli? —Avanzó hacia ella.
—No me llames así.
—¿No, Cora? ¿Por qué no?
—Justo ahora estamos separados. No sé si quiero ser la señora
Ubeli por los momentos.
Marcus irrumpió en su espacio personal, dejando solo un par de
centímetros entre ellos. Su respiración se cortó y sus pechos
subieron y bajaron en respuesta a su cercanía.
—Si no quieres ser la señora Ubeli —dijo con una voz
peligrosamente baja—, ¿por qué sigues llevando tu anillo de boda?
Cora parpadeó, pero antes de que pudiera apartar sus ojos de
los suyos grisáceos, él tomó su mano izquierda y la llevó lentamente
hasta sus labios para besar sus fríos dedos, sin apartar sus ojos de
los de ella. Los diamantes brillaban entre ellos y los granates más
sutiles destellaban con un color rojizo.
Ella trató de apartar la mano, pero se la sujetó con más fuerza.
Se quedó sin aliento y tragó con fuerza.
—Estuve limpiando anoche… no lo recuerdo.
Un evidente escalofrío la atravesó, y Dios, su respuesta lo volvió
loco. La quería. La deseaba tanto que a veces no podía dormir por
la noche debido al deseo y al recuerdo de su cuerpo junto al suyo en
la cama.
—He decidido que quiero el divorcio —susurró Cora,
retrocediendo un paso al fin.
Marcus se rio.
—No es gracioso.
—Bien —se encogió de hombros—. Puedo concederte el
divorcio.
Ella se le quedó mirando, obviamente sin creerlo.
—Si quieres el divorcio, te lo daré.
—¿Así de simple?
—Lo que quieras, con una condición —levantó un dedo—.
Hablarás conmigo, hablar de verdad. Y primero tratamos de hacer
que esto funcione.
—Marcus… —Se llevó una mano a la cabeza como si él la
estuviera mareando.
—Cora, aún sigues huyendo. Querías espacio, te lo di. ¿Quieres
mi dinero? Daré cada centavo y trabajaré más duro por más. —
Cerró la distancia que ella había puesto entre ellos.
—¿Qué estás haciendo? Marcus. —Retrocedió cuando él se
acercó, acorralándola contra la pared junto a la barra de café. Todas
sus Sombras habían desaparecido sabiamente para adueñarse del
perímetro exterior. Eran solo ellos dos en todo el lugar.
La detuvo con un dedo en los labios.
—Lo que quieras, puedo conseguirlo. Lo único que quiero es a ti.
—No puedes tenerme. —Sacudió la cabeza, pero sus ojos
estaban llenos de confusión y, si él no se equivocaba, de anhelo—.
No quiero perderme en ti. Eres demasiado… poderoso.
—¿Es eso lo que quieres? ¿Ser poderosa? —El pequeño
espacio entre ellos era magnético, y hacía que ella se acercara a él.
Marcus esperaba que su mirada la quemara como la suya lo hacía
con él. Ese era su único mérito; que él no era el único con una
obsesión. Por mucho que Cora tratara de negarlo, él sabía que ella
también la sentía.
—Lo que no entendiste era que tú tenías el poder. Todo el
tiempo. —Le levantó la mano—. Juntos podríamos ser más. —Le
besó la palma de la mano.
Su respiración se acortó aún más y finalmente susurró:
—Te tengo miedo.
Él le levantó una ceja.
—Tengo miedo de cómo me haces sentir. Tengo miedo de
nosotros. Me consumes. —Y luego se inclinó como si no pudiera
impedirse a sí misma respirar cada fibra de su cuerpo. Se detuvo a
solo un centímetro de distancia y, cuando sacudió la cabeza muy
ligeramente, sus narices se rozaron.
—Mis sentimientos —murmuró—, mi atracción por ti, me
abruman.
Marcus le acarició la nariz. Incluso ese simple roce se sintió
inspirador.
—¿No es así la vida? ¿Tener miedo y actuar de todos modos?
Cora cerró los ojos como para ahuyentarlo, aun cuando sus
frentes se tocaban.
—No puedes manipularme, Marcus. Ya no. No después de todo
lo que te he demostrado. Lo que me he demostrado a mí misma.
—¿Por qué tienes que demostrarme lo que vales? ¿Quién te dijo
que no eres suficiente?
Se apartó de él, con dolor llenando sus ojos.
—Ahí está. Por eso me alejas, aunque tengamos algo bueno.
Algo increíble. No crees que te lo merezcas.
Lágrimas se derramaron, deslizándose por sus mejillas. Cora
estaba sufriendo, profundamente. ¿Por qué no le hablaba?
—Ven conmigo. —Lo intentó por última vez.
Ella sacudió la cabeza y se limpió las mejillas.
—No puedo.
Marcus le ofreció su pañuelo.
—Gracias. —Usó el cuadrado blanco de tela para secarse los
ojos, pero no lo miró.
Por mucho que eso lo destrozara y por mucho que quisiera
echarla sobre su hombro, presionarla justo ahora no lo iba a llevar a
ninguna parte. Un poco más. Podría darle un poco más de tiempo.
Pero tampoco se estaba rindiendo.
—Esto no ha terminado.
—Eres tan mandón. —Sorbió por la nariz y rio.
—Así es, señora Ubeli. —Se inclinó y le besó la sien. Ella cerró
los ojos, relajando todo su cuerpo en él.
Él deslizó un dedo por su mandíbula y se apartó, terminando con
el trance de Cora.
—Mis hombres te seguirán a partir de ahora. No intentes
escapar.
CAPÍTULO 9
Durante las dos semanas siguientes, Cora dio vueltas por New
Olympus. De día trabajaba en la oficina de Olivia, vigilando al
brillante pero irremediable Pig —el sábado por la mañana lo había
encontrado dormido en su escritorio, todavía sujetando una lata de
jugo de caña de azúcar—, ensimismada con la fiesta de Armand y
vinculando a sus clientes modelos con eventos. Por las noches,
primero empacaba sus cosas para la mudanza y luego las
desempacaba en su nuevo apartamento para después caer en un
sueño agotador.
Pensaba constantemente en Marcus. Su charla en la cafetería la
había sacudido. También estaba sola con sus pensamientos ya que
todos sus amigos estaban ocupados; Olivia se había ido a la costa
oeste “para extorsionar a un proveedor”, según sus palabras, y a
Anna le habían ofrecido un papel en la nueva película de Max Mars,
así que nunca estaba cerca. Armand estaba descartado porque
estaba en complicidad con Marcus, y Maeve estaba ocupada
abriendo un segundo refugio en el centro.
¿Y qué más había que decir, realmente, aunque Cora tuviera
alguien con quien hablar?
Cuando llegó a la gran ciudad había estado huyendo de su
madre abusiva y de la pequeña vida de la granja. El cambio había
sido su oportunidad de establecerse. Pero en su lugar corrió
directamente a los brazos de Marcus y se dejó absorber por su ya
perfectamente ordenada vida. Marcus vivía en un mundo peligroso.
Uno que le obligaba a mantener un alto nivel de control solo para
sobrevivir. También le era natural darle órdenes de la manera que a
él le gustaba. Hasta cierto punto, le gustaba el control que ejercía
sobre ella.
Pero nunca la dejaría formar parte de su mundo realmente.
Quería encerrarla como una princesa en una torre. Pero así no eran
las cosas. Estar en cualquier lugar de su esfera significaba que la
oscuridad también te iba a consumir.
Y cuando Cora intentó ayudar a una chica inocente a escapar de
ella… sacudió la cabeza mientras desempacaba su última caja.
Había estado luchando contra fuerzas que no entendía y solo había
logrado empeorado las cosas. Mucho peor de lo que estaban.
Así que huyó de nuevo para darse una segunda oportunidad de
ordenar su propia vida de la manera que quería. Para vivir en la luz,
o para intentar hacerlo.
Aunque después del enfrentamiento en la cafetería tuvo la
sensación de que su alivio temporal había terminado y que su
esposo iba a empezar a tomar el control de su vida de nuevo.
No podía dejar que hiciera eso. Tendría que demostrarle lo fuerte
que era, aun viviendo sola.
No importaba que estar cerca de él fuera la única vez en meses
donde se había sentido viva. No importaba que, incluso ahora, su
mano hormigueara con el recuerdo de su roce. Pasó sus dedos por
la palma de su mano.
Lo único que quiero es a ti.
Un escalofrío le sacudió su cuerpo al recordar la intensidad del
ardor de los ojos de Marcus… ¡Ah! Apartó la caja de artículos de
higiene personal y se puso de pie.
¿Qué estaba haciendo? Pasó del baño a la sala de su nuevo
apartamento. Un suave guau le dio la bienvenida, y Brutus, el
enorme cachorro mixto de Gran Danés que había adoptado en el
refugio después de llegar a su apartamento, casi la derribó mientras
se precipitaba para encontrarse con ella.
Rio y le rascó la cabeza, agachándose.
—¿Quién es un buen chico?
Otro guau feliz.
Suspiró, mirando hacia su apartamento escasamente
amueblado. La mayoría de sus muebles eran de BuyStuff.com, y el
resto lo completó con algunas cosas que había hallado en tiendas
de segunda mano. Pero necesitaba conseguir algunas alfombras
antes de que en serio pudiera sentirse acogedor y como un hogar.
—¿Quieres ir a dar un paseo?
Guau.
Cora sonrió.
—Vale, dame un segundo. Quiero comprobar mi saldo bancario.
Iremos a un cajero automático y al mercado de granjeros de camino
a casa. —Agarró la correa de Brutus y abrió su laptop en la mesa de
la cocina—. Ven aquí, muchacho. —Se dio una palmadita en la
pierna mientras se sentaba e ingresaba en su cuenta bancaria para
asegurarse de que su último cheque de pago había llegado.
Brutus trotó hacia ella y se ocupó atándole la correa, así que al
principio no vio el saldo. Y cuando miró hacia la pantalla estaba
segura de que lo había visto mal. Pero cuando la respiración se le
quedó atascada en la garganta y trajo el portátil más cerca… no, vio
que la enorme cantidad era su saldo, aunque era más de lo que
debería haber sido. Por dos números y una coma… Hizo clic para
ver más detalles.
Leyendo el historial de depósitos, encontró su cheque de pago,
que lucía patético entre dos grandes sumas transferidas
directamente a su cuenta.
Desde la cuenta de su esposo.
Salió disparada de su silla de manera tan repentina que Brutus
ladró dos veces. ¿Cómo se atrevía Marcus? Iba a matarlo. Pero una
reacción era exactamente lo que él estaba buscando. Caminó de un
lado a otro con Brutus siguiéndola de cerca. Por supuesto que la
seguía, lo estaba sujetando con la correa.
Retrocedió.
—Lo siento, muchacho. Vamos por ese paseo.
Todavía estaba que echaba humo media hora más tarde cuando
volvieron del parque. Especialmente porque había dos hombres de
Marcus que los siguieron todo el tiempo, cuando normalmente solo
había uno.
Y cuando regresó al edificio, vio a otros dos hombres de negro
con rostros impávidos esperando afuera de su apartamento. Uno de
ellos no tenía cuello.
—¿En serio? —suspiró mientras introducía las llaves en la
cerradura.
Uno de ellos la siguió dentro.
—Al señor Ubeli le gustaría que se quedara cerca de nosotros en
todo momento. Si necesita ir a algún sitio, un auto estará disponible
para usted.
—No me importa lo que el señor Ubeli le haya dicho. No me
gusta que me sigan. Quiero sentirme normal. Y estoy bien tomando
el autobús.
Ella les cerró la puerta en la cara.
Le dio de comer a Brutus, y se estaba sirviendo un poco arroz y
verduras cuando su teléfono sonó. ¿Y ahora qué? Para su sorpresa,
vio que se trataba de Anna.
—Hola, ¿qué pasa?
—¡Cora! Siento que no he hablado contigo en una eternidad.
Todo ha sido tan loco con la película y con Max. Pero mañana es mi
primer día oficial en el set… y esperaba algo de apoyo moral. Se me
permite tener un asistente. ¿Vendrás?
—Déjame ver. —Cora revisó la agenda de mañana en su
teléfono. Nada—. Seguro. Puedo ir.
—¡Bien, genial! —chilló y le dio los detalles de cuándo y dónde
reunirse con ella por la mañana.
Cora escuchó una voz de hombre en el fondo y Anna soltó una
risita.
—Vale, me tengo que ir. Max está aquí. ¿Pero hablaremos
mañana?
—Nos vemos. —Pero Cora apenas había pronunciado las
palabras antes de que Anna colgara. Cora sacudió la cabeza. Amor
adolescente.
Luego se rio de sí misma. ¿Cuándo se había vuelto tan vieja y
aburrida? Acababa de cumplir veinte años.
Hacía frío, así que encendió la chimenea. Tomó su laptop y
trabajó en la cama, ya presintiendo que iba a ser una de esas
noches en las que el sueño no llegaría.
El fuego se había apagado, dejando solamente el fresco resplandor
de la luna. Cora besó el pecho desnudo de su marido, amando
cómo los suaves músculos se tensaban bajo sus labios. Marcus la
levantó y se adueñó de su boca mientras sus dedos la follaban,
deslizándose con facilidad dentro y fuera de su húmedo sexo.
Ella se montó sobre él, con sus párpados moviéndose con
éxtasis. Marcus sonrió peligrosamente y luego retiró la mano y la
reemplazó con su pene, embistiéndola. Se le cortó la respiración
cuando sintió que se estiraba alrededor de él.
—Di mi nombre —susurró Marcus.
La única opción era obedecer. Nunca hubo otra.
—¡Marcus! —gritó y acabó.
El orgasmo la despertó. Cora seguía jadeando y contrayéndose,
con sus manos sujetas a las sábanas, aun después de que sus ojos
se abrieran y recuperara la conciencia.
No es real. No fue real.
Gimoteó y apretó los muslos, sintiéndose terrible, terriblemente
vacía. Se había venido, pero nunca había experimentado un clímax
tan insatisfactorio en su vida.
El fantasma de Marcus no era nada comparado con el real, sin
importar lo genuino que se hubiera sentido en el sueño. Quería llorar
de frustración. Tal vez debía comprar un vibrador. Puso los ojos en
blanco hacia el techo. Sin embargo, tenía la sensación de que nada
la satisfacía, excepto la cosa real.
¡Agh! Se quitó las sábanas de encima y sacó las piernas de la
cama.
Por lo menos tenía lo de ir a ver a Anna como algo a lo que
esperar con ansias hoy. Le vendría bien una distracción.
Se vistió con lo que esperaba que fuera un atuendo apropiado
para tras bambalinas: cómodas botas de tacón bajo, mallas, una
falda y una camiseta ñoña que Olivia le había dado. Sacó a Brutus,
irritándose de inmediato cuando los hombres de Marcus los
siguieron más cerca de lo normal. Y después de llevarlo de vuelta a
casa para alimentarlo a él y también a sí misma, se encontró con un
vehículo esperándola cuando salió del edificio.
El “sin cuello” estaba de pie esperando pacientemente.
—Estamos encantados de llevarla a donde necesite ir hoy,
señora Ubeli.
Normalmente tomaría el autobús. La gente normal lo tomaba.
Como sea. Si Marcus quería que sus hombres la siguieran, al
menos eso significaba que podía proporcionarle un chófer privado a
su amiga.
Llamó a Anna.
—No te preocupes sobre cómo llegar al trabajo. Te recogeré en
quince.
La recogieron fuera del edificio del apartamento de Olivia.
—Cora, es increíble —dijo entusiasmada. Estaba radiante—.
Todo está yendo en la dirección correcta.
—¿Solías actuar?
—En pequeños comerciales y algunas películas independientes.
Mi madre quería que fuera una actriz famosa.
—Estaría orgullosa.
—Sí. —Anna miró por la ventanilla, de repente callada y con una
expresión triste. Sintiéndose un poco culpable, Cora extendió la
mano y le dio un apretón en la rodilla. Anna se giró y su sonrisa
apareció de nuevo. Cora sintió la ya conocida adrenalina de
amistad.
Cuando se aproximaron al estudio de cine, un puesto de
vigilancia los frenó.
—Anna Flores y mi amiga Cora. —Anna bajó su propia ventanilla
para mostrar los documentos—. Tengo pases para ambas.
—¿Y estos hombres? —Los dos guardias del puesto fruncieron
el ceño ante los dos hombres de negro en los asientos delanteros.
Anna miró a Cora, quien se encogió de hombros.
—Lo siento —dijo el guardia—. Pero ellos tendrán que quedarse
aquí.
—Señora Ubeli… —comenzó el “sin cuello”, pero Cora ya había
abierto la puerta para salir.
—Ya los han oído, no pueden pasar —cantó Cora mientras
arrastraba a Anna tras ella. Además, era un set de filmación privado.
No era como si alguien pudiera llegar a ella estando allí. Ambas
abandonaron el auto y rápidamente atravesaron la puerta.
Las Sombras abrieron la puerta para seguirla, pero los guardias
del set empezaron a gritarles que se detuvieran. Cora miró hacia
atrás. Sus guardaespaldas no se encontraban siguiéndola, pero el
“sin cuello” tenía una mirada de frustración. Ya había sacado su
teléfono, probablemente apresurándose a marcarle a su esposo.
—¿Sigues peleando con Marcus? —murmuró Anna.
—Diferencias irreconciliables.
Anna levantó una ceja mientras caminaban a través de un
almacén y luego de otro, pasando junto a personas que cargaban
madera y herramientas.
—Es genial que el set esté tan cerca de casa y no en la costa
oeste. —Cora vio a dos hombres luchando por mover una
gigantesca y ornamentada escalera sobre ruedas.
—Probablemente terminaré la película allí, pero quieren algunas
escenas de acción al aire libre con el fondo natural. Y tienen un
enorme crédito fiscal por hacerlo aquí.
Cuando entraron en el siguiente almacén, Cora sintió que su
bolso empezaba a vibrar con furia. Probablemente Marcus. No
había duda de que el “sin cuello” la había delatado. Sacó el teléfono
desechable y lo silenció sin responder.
La gente se movía apurada a su alrededor. La mesa con bufet
libre estaba llena de pasteles, bandejas de frutas y café. Cora y
Anna se sirvieron bebidas muy calientes y deambularon hacia donde
estaba toda la actividad.
—Ahí está él. —Anna movió la cabeza hacia Max Mars. Era
guapo, alto y corpulento, pero también… bueno, lindo para el gusto
de Cora. Sin embargo, encajaba perfectamente con Anna. Mostró
una sonrisa y se dirigió directo a ellas.
—Hola —dijo con su sexy voz.
—Hola, papi. —La sonrisa de Anna curvó sus labios rojos
mientras se acercaba a él y lo abrazaba. Mierda, ¡Anna estaba
abrazando a una de las mayores estrellas de cine del planeta! Podía
no ser el tipo de Cora, pero eso no significaba que las estrellas no la
continuaran deslumbrando.
Max le sonrió a Anna; había un evidente deseo reprimido entre
ellos. Cora casi podía ver chispas volar; su mutuo deseo era tan
obvio. Pero no se besaron, solo envolvieron un brazo por la cintura
del otro, como si estuvieran posando para la foto de la pareja más
perfecta de todos los tiempos.
—Esta es mi amiga, Cora —dijo Anna y Max Mars le dirigió su
preciosa sonrisa. Su notorio hoyuelo apareció, dejando a Cora
totalmente deslumbrada. Abrió la boca y la cerró, quedándose sin
palabras al ver de cerca al hermoso hombre. Tenía el pelo
adorablemente despeinado y llevaba una camiseta que decía: Hago
mis propias escenas peligrosas.
Encontrándose todavía un poco aturdida por estar tan cerca de
una celebridad, dijo lo primero que le vino a la cabeza:
—¿En serio? —Señaló su camisa—. ¿Haces todas tus propias
escenas peligrosas?
Esperaba una respuesta ocurrente, pero en cambio Max Mars
levantó más su ya impresionante pecho.
—Sí —dijo con voz un poco más profunda—. Hago mis propias
escenas peligrosas. Todas.
Acurrucada en el costado de Max Mars, Anna sacudió
ligeramente la cabeza y dijo en voz baja:
—No.
Cora miró a ambos, sin saber a quién creerle.
—Bien, tengo que ensayar. —Max miró a Anna y le dio un
apretón.
—Vale, cariño —dijo Anna de manera casi inaudible para que
nadie más oyera. Cora apartó la mirada; la forma en que los dos se
miraban… quería darles privacidad. Mirando hacia otro lado, esperó
hasta que Anna aclaró su garganta. Ambas observaron a Max irse.
Era un verdadero festín, considerando la forma en que sus
pantalones se moldeaban a su perfecto trasero.
—Es realmente…
—¿Engreído? —Anna terminó por ella—. Sí. Pero es una gran
estrella. Y una de sus próximas películas probablemente lo
nominará para un Ídolo de Oro.
—Iba a decir que se ven muy bien juntos.
Anna sonrió.
—Oh, nos vemos bien. Debería ser genial para las conferencias
de prensa.
—Entonces, espera, ¿estás saliendo con él o es una estrategia
publicitaria?
—Ambos. —Anna la llevó hacia unos asientos a un lado del set.
Horas después, Cora concluyó que los sets de filmación eran
increíblemente aburridos. Anna estaba sentada con la espalda recta
y totalmente enfocada en todo lo que tenía frente a ella, como si el
camarógrafo moviéndose por millonésima vez fuera la cosa más
fascinante jamás vista.
Cora estuvo a punto de sentirse aliviada cuando un asistente de
producción se acercó a Anna.
—A Max Mars le gustaría verte en su remolque.
Cora aprovechó la oportunidad.
—Ve —le dijo a su amiga—. Conseguiré a alguien que me lleve
de vuelta a la ciudad. Puedo volver por ti.
—Creo que puedo conseguir que alguien me lleve. —La sonrisa
de Anna se curvó a sabiendas—. No te preocupes por mí.
Cora salió del set, preguntándose si las Sombras estarían
estacionadas en algún lugar cercano o si realmente necesitaba que
la llevaran, cuando una voz llamó:
—¿Señora Ubeli?
Estuvo a punto de no darse la vuelta, pero un auto apareció a su
lado y un hombre de traje se inclinó por la ventanilla del conductor
con una sonrisa.
—¿Cora?
Redujo la velocidad de sus pasos. ¿Era una Sombra? Su pelo
rubio estaba en punta y parecía vagamente familiar, pero su instinto
le dijo que fuera cautelosa.
—¿Te conozco? —le preguntó al desconocido y él sonrió todavía
más. Había algo raro. Todas las ventanas del auto estaban
polarizadas. Ninguno de los vehículos de Marcus las tenía así.
Cora se percató de ello al mismo tiempo en que las puertas
traseras se abrieron y dos matones se le acercaron.
—Si vienes con nosotros en silencio, no te haremos daño.
Abriendo la boca para gritar, tropezó y perdió preciosos
segundos que podría haber usado para escapar. Uno de los
hombres le pinchó el cuello con un movimiento muy rápido para que
ella lo viera, y su grito salió como un doloroso gorjeo.
Se atragantó y aprovecharon la oportunidad para meterla en el
asiento trasero del auto. Mientras los pateaba, recibió unos cuantos
golpes antes de que uno de los hombres se deslizara a su lado y le
agarrara las piernas. ¡No! No podía dejar que se la llevaran. Luchó
como nunca antes.
Pero el otro hombre rodeó el vehículo y se subió del otro lado, y
los dos juntos la sometieron fácilmente. El hombre de los picos
rubios miraba desde el asiento delantero.
Cora recuperó el aliento y ahora gritaba. ¡Por favor, que alguien
la escuche! El set de filmación había estado lleno de gente. Pero
ahora todas las ventanillas del auto estaban cerradas. Y debían ser
a prueba de ruido, así como también polarizadas, porque sus tres
secuestradores no parecían estar inquietos por sus gritos.
Se tomaron su tiempo para atarle los brazos a la espalda. Uno
envolvió sus manos alrededor de su garganta, cortándole la
respiración hasta que vio manchas moviéndose frente a sus ojos. Le
zumbaban los oídos y no sabía si continuaba gritando o no. Todo lo
que sabía era que no podía respirar. No podía respirar.
¿Esto era todo? ¿Iba a morir aquí mismo? Oh Marcus. No se
suponía que terminara así. Nunca quise…
Volvió a lanzar patadas, pero de manera débil. No sirvió de nada.
Las manchas continuaron moviéndose frente a sus ojos.
Vagamente escuchó al conductor maldecir a los matones,
quienes gruñeron en respuesta.
El mundo se tornó negro.
CAPÍTULO 10
—¿Señora Ubeli? Por aquí por favor. —Un joven con un traje azul
marino le hizo señas a Cora para que entrara a la oficina.
Dentro estaba parado Zeke Sturm, el líder de la ciudad más
poderosa del mundo, con sus rizos rubios y cortos rebotando con
energía aniñada.
—Por favor, llámame Zeke. —Tomó la mano de Cora y la besó,
guiándola hacia un asiento mientras su mirada recorría de arriba a
abajo su cuerpo.
—Gracias por reunirse conmigo en tan poco tiempo. —Le dedicó
una sonrisa.
—No hay problema alguno —dijo suavemente, aunque Cora
sabía que sí debía ser un gran problema.
Entre las nueve y el mediodía eran las horas de mayor audiencia
para un político, y habían concertado la reunión doce horas antes.
Pero si estaba molesto, no lo mostraba.
—Por favor, sírvete. —Zeke señaló la bandeja de plata de café y
té sobre el escritorio. Ella esperó, pero él, en lugar de volver a
sentarse en su silla, se apoyó en el escritorio y la miró.
Su posición le ofreció una vista perfecta de su escote, Cora se
dio cuenta, pero la sonrisa del alcalde era suave y nada más que
amigable.
—Así que —comenzó—, ¿estás aquí para convencerme de ser
el invitado de honor en la recaudación de fondos para los refugios
de animales?
—Un desfile de moda. —Cora se inclinó hacia adelante en su
asiento. A ella y a Maeve se les había ocurrido la idea hacía años, y
anoche Marcus y Sharo decidieron que era una buena tapadera
para que se reuniera con Zeke—. Con modelos y perros. Y Armand
y su equipo de Fortuna están a cargo de los diseños.
Zeke sonrió.
—La moda llega a los perros —bromeó y ella se rio.
—Exactamente. Solo preséntese para cortar el listón del nuevo
parque para perros y para una rápida sesión de fotos. A sus
electores les encantará.
—Nunca está de más apoyar una buena causa. Muy bien —dijo,
golpeando un lado del escritorio—. Lo haré.
—¿En serio? Eso es genial… Gracias.
Zeke también se encontraba sonriendo, pero de alguna manera
tenía mala pinta.
—¿Eso es todo? Su esposo movió todas sus influencias para
ponerla delante de mí, ¿y eso es todo lo que quiere?
Cora se sonrojó bajo su penetrante mirada y él extendió sus
manos en señal de disculpa.
—Soy un hombre ocupado, señora Ubeli. No tiene sentido
andarse con rodeos.
Se aclaró la garganta.
—Él tenía una pregunta para usted. Algunos bienes fueron
recogidos de los muelles hace un tiempo. Le gustaría que le
devolvieran sus bienes personales.
Ahora Zeke parecía divertido, pero se mantuvo callado mientras
continuaba:
—Cree que las cajas han sido manipuladas y el contenido ha
sido eliminado. —Antes de continuar, le echó un vistazo a la esquina
donde una cámara instalada la fijaba con su brillante ojo. Bajo su
mirada impasible, intentó recordar todo lo que Marcus y Sharo le
habían instruido esta mañana.
—Entrará en la guarida del león —había dicho Marcus, casi
cancelando todo el asunto justo antes de que Cora saliera del auto.
—A la luz del día, el león está amordazado —respondió Sharo,
mirando a todas partes como si estuviera a gusto. Cora sabía que
no era así.
—Ezequiel Sturm no hace negocios a la luz del día, nunca lo
olvides. La mayor parte de su mierda está enterrada en lo profundo,
como un iceberg. Pero está ahí —dijo Marcus, y respondió a la
pregunta de Cora antes de que la formulara—. Lo conozco desde
hace mucho tiempo.
En ese momento, mirando los ojos azules del alcalde, se dijo a sí
misma que respirara.
—¿Puede ayudarnos?
Zeke se detuvo, dejando que su mirada se desviara hacia ella.
—Fueron inteligentes al enviarte —dijo finalmente—. Me gusta
ver a una nueva y encantadora cosita en un vestido de verano cada
primavera. —Tomó un bolígrafo de su escritorio y fingió examinarlo
—. ¿Hasta dónde te dijo tu esposo que llegaras para suavizarme?
Cora se tensó y, agarrando el dobladillo de su vestido, lo bajó.
Él se rio.
—Relájate. No te quiero a ti.
La guarida del león, se recordó a sí misma.
—Bien, porque no puedes tenerme —escupió.
Zeke dejó caer el bolígrafo con el que había estado jugando
sobre su escritorio.
—Dile a Ubeli que no puedo hacer nada para devolverle sus
bienes personales. Son parte de una investigación policial. Si
presenta una solicitud, estoy seguro de que será resuelta en… unos
años.
Cora se puso de pie. La conversación obviamente había
terminado. Él no iba a darles nada.
—Nos vemos en la recaudación de fondos.
Él inclinó la cabeza y sus rizos rubios cayeron de manera
atractiva sobre su rostro.
—He oído que tú y Ubeli se separaron. ¿Están resolviéndolo de
alguna manera?
Quería decirle que no era asunto suyo.
—Aún estamos hablando.
La examinó con rápidos y mordaces ojos azules.
—Si quieres divorciarte de él, puedo protegerte.
—Gracias —dijo de manera educada—. Se lo haré saber.
No le dijo que había estado con su marido lo suficiente como
para saber que la protección tenía un precio.
—¿Has estado practicando la cara inexpresiva de tu esposo? —
Zeke parecía divertido y Cora ya estaba harta.
—Gracias por su tiempo. También le agradezco que nos haya
dado su suite del pent-house del hotel Crown. Sí que la disfrutamos.
La ira se reflejó en su rostro; Cora se giró sobre sus talones y se
apresuró a salir, asustada y eufórica por haber lanzado al menos un
golpe.
CAPÍTULO 17
¿Pelo de púas? ¿Aquí? Más tarde Cora podría preguntarse por qué
y cómo. No iba a permitirse ser una víctima de nuevo. Corrió al
patio. Y mientras rodeaba la casa, tropezó con las piernas
extendidas de un hombre.
—¡Oh! —gritó y se llevó la mano a la boca. Porque era Slim.
Tendido e inconsciente. ¿Estaba…? ¿Estaba…?
Se dejó caer y le puso los dedos a la altura de la garganta. Pero
antes de sentir los latidos de su corazón, sintió su pecho moverse
de arriba a abajo. Estaba respirando. Pero bajo la luz de las
lámparas del patio trasero, vio un pequeño chorro de sangre en el
lugar donde se había dado un golpe en la cabeza. Entre lloriqueos
revisó los bolsillos del hombre, pero quien lo hubiera noqueado y
atado debió haber tomado su arma y su teléfono. ¡Maldita sea!
Fue hasta después de mirar más de cerca que se percató de que
sus manos y pies estaban atados. Pero, aunque pudiera desatarlo,
no había forma de que pudiera cargarlo. Sus opciones eran: volver a
entrar e interrumpir a sus amigos que estaban… ocupados, o ser
posible y nuevamente secuestrada por Pelo de púas.
Mierda.
O podía correr y esperar que quien hubiera noqueado a su
guardaespaldas no regresara para terminar su trabajo.
—Te buscaré ayuda —le susurró a Slim, como si eso fuera a
cambiar las cosas—. Volveremos por ti.
Mierda, ¿cuánto tiempo había estado agachada allí, expuesta?
Era hora de volver a moverse. Descalza, escapó a través de la
hierba y corrió directamente hacia el follaje junto a la cerca trasera,
ajena a los arbustos espinosos raspándola.
La infancia en el campo le había enseñado cómo trepar un árbol.
Lo cual hizo ahora, agarrándose a una rama baja y balanceándose
hasta que sus piernas se sostuvieron. Subió más y más alto
mientras esperaba que uno de los soldados de Waters la derribara
en cualquier momento.
Pero fue lo suficientemente rápida para subir y caer del otro lado
de la cerca que dividía la casa de Olympia de la de su vecino.
Magullada y cojeando un poco por el impacto de caer descalza,
corrió alrededor de la casa y se escabulló a la calle.
Después de correr unas cuantas calles por la acera, disminuyó la
velocidad y la realidad la impactó. Mierda. No tenía dinero, las
palmas de sus manos estaban magulladas, no tenía zapatos ni
teléfono. Su guardaespaldas estaba herido, tal vez incluso muerto si
Pelo de púas decidía volver y terminar el trabajo… todo por su
frívolo deseo de ir a una fiesta.
Intentaba fingir que si cerraba los ojos y deseaba que todo
desapareciera, la realidad de quién era ella desaparecería. Pero no
funcionaba así. Había sido tonta e infantil y ahora personas podrían
salir heridas por su culpa.
Conteniendo las lágrimas, intentó pensar y estudiar la situación
de su entorno. En este momento el autocastigo no le haría ningún
bien a nadie. Armand, Anna, Olympia, el hombre de Waters… se los
sacó a todos de la cabeza para poder pensar qué hacer. Se
encontraba en Park Avenue; no el mejor lugar para estar en New
Olympus después de la medianoche, pero tampoco el peor.
Había un lugar cercano que conocía bien, el hotel Crown, donde
Marcus tenía su pent-house.
Después de orientarse, se deslizó por los callejones traseros,
moviéndose tan rápido como pudo mientras aún buscaba vidrios
rotos que pudieran cortarle los pies.
Cuando la brillante y dorada fachada del gran hotel apareció,
casi sollozó. A pesar de lo tarde que era, la puerta estaba ocupada
por los huéspedes que regresaban.
El portero titular, Alphonse, la reconoció.
—Señora Ubeli, ¿qué...? —Sus ojos se abrieron de par en par al
ver sus pies descalzos y sus brazos arañados—. Venga —dijo,
envolviéndola en su abrigo y llevándola rápidamente adentro.
Mientras la tela rozaba sus brazos desnudos, Cora caminó
lentamente hacia el ascensor con la cabeza gacha, agradecida por
su ayuda.
—No tengo mi tarjeta de acceso —dijo, sintiéndose
desesperada.
—No es problema alguno, señora Ubeli. Su marido querrá verla
enseguida.
—¿Está aquí? Perdí mi celular. Estaba en una fiesta y… se
descontroló.
—Ah —dijo el portero en un tono amable—. No importa. Ahora
está en casa a salvo. Usó su propia tarjeta para llevarla al piso del
pent-house, dejándola sola después de haberle insistido en que se
encontraba bien. Las luces del pent-house parpadearon en cuanto
entró.
No había estado aquí desde… Sacudió la cabeza, asimilándolo
todo. El lugar estaba limpio y perfecto, pero con las criadas viniendo
a diario aquello no era una sorpresa. Lucía igual, y la nostalgia la
golpeó fuerte.
Usando el teléfono del hotel, llamó al número que conocía… el
teléfono de Marcus. Se fue directo al buzón y dejó un mensaje con
la voz temblándole:
—Hola, soy yo. Algo salió mal en la fiesta donde estuve esta
noche. Nunca debí haber ido. Fue una estupidez, pero no pensé…
Como sea, uno de los hombres de Waters estaba allí. Slim está
herido… No supe cómo ayudarlo, así que lo dejé y corrí y ahora
estoy en el pent-house. Perdí mi teléfono —terminó torpemente—.
Llámame.
Después de ir al baño y lavarse los pies sucios, se quitó el
pequeño vestido negro y se miró en el espejo. Su sexy maquillaje
ahora parecía una burla. Se lo limpió y tiró su vestido a la basura.
Se miró a sí misma en el espejo, haciendo una lista de lo que hasta
ahora había sido su semana.
Secuestrada, drogada, traicionada. Se había mudado a un nuevo
apartamento y había conseguido que casi mataran a un
guardaespaldas.
Se miró a sí misma.
—Querías tu propia vida, ¿eh?
Cerró los ojos y soltó un largo suspiro a través de sus dientes.
Era hora de dejar de correr y crecer. Esta vez de verdad.
Necesitaba hablar con Marcus y resolver las cosas. Él merecía
saberlo todo. Ella no sabía lo que eso significaba para su relación o
lo que quería que significara… Y necesitaba enfrentarse a Armand.
Las píldoras que le había dado… Lo que le estaba sucediendo a
las personas de la fiesta se parecía mucho a lo que le había pasado
a ella la noche en que caminó dormida. Armand le había mentido.
Le dijo que eran píldoras para dormir cuando en realidad… ¿Cómo
pudo hacerle eso? Y luego, para colmo, ¿la invitó a una fiesta como
esa? Él tenía que saber en lo que aquello se iba a convertir, con
todos ellos repartiendo las píldoras como si fueran caramelos. Y él
ciertamente había estado participando con entusiasmo.
Cora se frotó los ojos y se dirigió al armario. Su ropa estaba tal
como la había dejado. Marcus no había movido nada. Abrió uno de
sus cajones y sacó una de sus camisetas, llevándosela a la cara e
inhalando. El olor familiar de su detergente la hizo sentir tranquila y
desesperada al mismo tiempo.
Se metió más en el armario y pasó las manos por encima de sus
sacos. Siempre era tan fuerte. A ella le vendría bien un poco de
fuerza ahora mismo.
Finalmente se puso un par de jeans, haciendo un pequeño gesto
de dolor por los rasguños en sus piernas. Se puso una simple
camiseta blanca y salió a revisar el reloj otra vez.
Casi las 2:00 a.m. No había llamadas.
Esperando, observó el reloj hasta que se convenció de que vio
titubear al segundero. Seguramente Marcus ya había recibido su
mensaje. O dondequiera que se estuviera escondiendo, ¿ni siquiera
tenía teléfono? ¿Y Sharo? ¿Dónde estaba?
Pero Alphonse dijo que Marcus se encontraba aquí. ¿O lo había
asumido? Una gran parte de Cora esperaba en secreto que este
fuera su piso franco… que hubiera dicho que se iba a esconder,
pero que en realidad se había escabullido al hotel para esperar aquí.
Frunció el ceño, mirando a su alrededor. Durante su matrimonio,
a Marcus sí que le gustaba hacer ejercicio antes de acostarse, y
normalmente optaba por la piscina privada del pent-house. ¿Quizás
estaba aquí y había subido para nadar un rato?
Vale, así que quizás ahora estaba tratando de encontrar una
aguja en un pajar, pero tenía que comprobarlo. Cualquier cosa era
mejor que sentarse allí sin hacer nada.
Caminando cautelosamente con sus pies desnudos y raspados,
salió del pent-house y subió las escaleras hasta el último piso.
El último piso del hotel Crown tenía un spa y un gimnasio para
los huéspedes más selectos, además de un patio al aire libre y unas
cuantas piscinas pequeñas y poco profundas también al aire libre,
junto con la piscina olímpica cubierta. Atravesó lentamente el área
de entrenamiento completamente a oscuras a esta hora de la noche,
y luego a través del vestidor de mujeres. Las luces se encendieron
cuando pasó por allí.
En su cabeza practicó la conversación que tendría con Marcus.
Sabía que se enfadaría. Dos pequeños errores eran suficientes para
ella durante una semana. Su insistencia en que la dejaran sola para
vivir su propia vida sonaba estúpida ahora.
Además, ¿sería realmente tan malo estar refugiada a solas con
él? Toda la semana había estado tan perdida y sola sin él.
La piscina yacía bajo un enorme techo de cristal; era un pozo
oscuro que no pudo dejar de mirar. En un momento estaba mirando
fijamente las profundidades, tan oscuras como el alquitrán, y al
siguiente las luces parpadearon y…
—¡Marcus! —gritó—. ¡No!
Un hombre flotaba boca abajo en el agua azul, completamente
vestido con un traje oscuro como los que colgaban en el armario de
su marido.
Corrió hacia el borde de la piscina.
—¡Marcus!
Su oscuro pelo ondeaba suavemente alrededor de su cabeza
sumergida y sus extremidades estaban completamente extendidas,
inertes en su totalidad.
Cora no se detuvo a pensar. Saltó al agua y nadó hacia su
marido con todas sus fuerzas.
Solo cuando se acercó vio la sangre enturbiando el agua a su
alrededor.
—¡Marcus! —gritó mientras lo agarraba y le daba vuelta. Dejó
escapar otro chillido, sacudiéndose hacia atrás.
El hombre estaba muerto. Lo habían golpeado en la cabeza.
Pero no era su marido. No era Marcus.
—Cora —llamó Sharo y ella se dio la vuelta en el agua—. Sal de
ahí. Vamos. Date prisa.
Cora nadó hacia la parte menos profunda con lágrimas
obstruyéndole la visión.
—¿Dónde está Marcus? ¿Está a salvo?
Sharo la encontró al borde de la piscina, agarrándole el codo y
arrastrándola fuera del agua.
—Acabo de hablar por teléfono con el señor Ubeli. Está bien.
Pero ese hombre está muerto. Y no deben verla aquí. —La voz de
Sharo era tan profunda que a Cora se le dificultó entender.
Sacudió la cabeza mientras miraba fijamente sus negros ojos,
perpleja. Marcus estaba a salvo. Pero un hombre estaba muerto.
Todo estaba sucediendo demasiado rápido.
—¿Quién es él?
—No lo sé. —Sharo emitió un sonido impaciente mientras se
agachaba y pasaba un brazo por debajo de sus rodillas,
levantándola—. Tenemos que salir de aquí.
La sangrienta escena de la piscina se alejó hasta que Cora
termino viéndola en su mente. Presionó su cara contra el cálido
hombro de Sharo. Lo estaba mojando todo, arruinando su traje, pero
no le importaba.
De vuelta en el pent-house, Sharo la bajó y ella hizo un gesto de
dolor cuando sus pies golpearon el suelo, pero no tomó asiento
cuando Sharo le indicó que debía hacerlo. Estaba empapada,
goteando por toda la alfombra.
Sharo ya sostenía un teléfono desechable en su oído.
—La tengo —dijo sin saludar.
—¿Es Marcus? Quiero hablar con él. —Cora podía sentir el
crepitar de su cerebro con los eventos de la noche quemándole tan
profundamente la memoria.
Sharo le respondió con una sacudida de cabeza.
Cora se puso de pie delante de él, con su cuerpo ensombrecido
por su corpulencia. Terminó la llamada y la miró fijamente,
imponiéndose con pantalones y camisa negros ajustada a su
impresionante cuerpo musculoso.
—No te alejes de mí hasta que llegue Marcus.
—¿Qué hay del cuerpo? —Su voz salió casi una octava más alta
de lo normal, pero Cora se sintió cerca del borde de su cuerda—.
¿Qué vamos a hacer?
—Nada.
—No podemos no hacer nada. Tenemos que llamar a la policía.
—¿Y que nos acusen de asesinato? Hoy no. —Sharo pasó su
mano por su cabeza calva mientras la miraba—. ¿Qué estabas
haciendo ahí arriba?
—Buscando a Marcus. —Arrugó su frente, mirándolo fijamente.
Tenía doscientos cincuenta kilos de músculo negro, y tan aterrador
que la mayoría de la gente ni siquiera lo miraría. Cora quería darle
una bofetada—. No sabía que iba a ser peligroso.
—Apuesto a que el cuerpo en la piscina te ayudó a ver que no
era así —dijo sarcásticamente y ella se enfureció.
—¡No es gracioso!
—Por supuesto que no es malditamente gracioso. —Sharo se
acercó a su espacio—. Pudiste haber sorprendido al asesino, o
recibir una bala. Tienes suerte de estar viva.
—Ese hombre… ¿quién es?
—No sé, probablemente algún pobre con traje que se
emborrachó abajo esta noche.
Cora inhaló.
—A nuestros enemigos no les importa la cantidad de cuerpos. —
Observó su cara pálida y se detuvo, sopesando su siguiente
declaración—. Es un mensaje para Marcus de sus enemigos. No
pueden encontrarlo, así que consiguen a un sujeto de complexión y
color de cabello parecidos a Ubeli. Encontramos el cuerpo;
recibimos el mensaje.
Mordiéndose el labio inferior para no gritar, Cora apenas se
atrevió a preguntar:
—¿Qué mensaje?
—Amenaza de muerte. Objetivo: Ubeli. Ahora, ve a cambiarte
esa ropa mojada antes de que te resfríes y el jefe me mate por no
cuidarte bien.
Cora asintió, balanceándose sobre sus pies.
—Dios, mujer, siéntate. —La tomó por los hombros y la condujo
hasta un sofá de cuero. Cora debería protestar. El agua clorada
podría estropear el cuero…
Pero antes de que pudiera decir algo, Sharo salió de la
habitación y volvió con otra de las camisetas de Marcus y un par de
sus calzoncillos.
Con la gentileza de una madre, la puso de espaldas a él y le
quitó la camisa para sustituirla con la de Marcus. Después la sujetó
mientras ella se ponía de pie y se quitaba los jeans. Él miró hacia
otro lado mientras se los quitaba y se ponía los calzoncillos negros.
La tomó del codo para que nuevamente se sentara. Se sentó a
su lado y, sin decir nada, le puso los pies en su regazo para
inspeccionarlos. Después de un segundo, gruñó molesto y se puso
de pie de nuevo, tomándola en sus brazos.
—¿Qué…? —Observó su sombrío rostro y se calló.
La puso en el lavabo del baño y buscó suministros de primeros
auxilios. Encontró el botiquín y le levantó el pie para empezar a
tratar sus heridas.
A mitad de camino, su teléfono sonó y comprobó el mensaje.
—Fats terminó con la fiesta.
—¿Sí? ¿Slim está bien?
Sharo parpadeó hacia ella.
—¿Te refieres a Jorge?
—¿Al compañero de Fats? Lo llamo Slim —dijo Cora.
Sacudiendo la cabeza, Sharo volvió a limpiar sus heridas.
—Tienes suerte de ser linda.
—¿Qué se supone que significa eso? —Se mordió el labio para
no gritar cuando el antiséptico que le aplicó comenzó a picar.
—Significa que eres una puta patada en las bolas, pero lo
soportaremos. —Sharo terminó con una pomada calmante para
después comenzar a vendar. Se puso a trabajar en las feas marcas
rojas que obtuvo al subir a ese árbol durante un ataque de pánico.
—Dios, mujer —murmuró, girando sus pantorrillas de un lado a
otro antes de tratar los arañazos. Cora se quedó quieta, tratando de
no hacer una mueca de dolor.
—No sabía que iba a ser una orgía —dijo en voz baja.
—Sí, claro.
—En serio —insistió—. Y obviamente tampoco sabía que el
hombre de Waters iba a estar allí. ¡No habría ido si hubiera sabido
que sería peligroso! —Empezó a tratar de levantarse desde el
mostrador, pero Sharo la agarró de la cintura para mantenerla quieta
y evitar que se moviera, para así poder encararla.
—Como si no hubieras ido por gusto al club de striptease del
enemigo.
No era justo. Aquello había sido completamente diferente.
—¡Una chica estaba desaparecida! ¡Quería ayudar! —le gritó, sin
importarle que su gran rostro enojado estuviera a solo unos
centímetros de distancia.
—Tienes que prestar más atención de lo que te rodea. Te pusiste
en peligro y fuiste para seguir haciéndolo. Hasta donde sabes, AJ
sigue ahí fuera, esperando su oportunidad.
—Oh por favor, sé que AJ está muerto —dijo antes de poder
detenerse—. Quiero decir, escuché… —Se calló ante la mirada
perdida y aterradora de Sharo.
—¿Qué sabes? —preguntó en voz baja. Sin ira, sin intimidación.
Solo un silencio aterrador.
El corazón de Cora se aceleró, finalmente dándose cuenta del
peligro.
—Vi a Marcus matarlo. Me escondí. Lo vi todo. Marcus lo mató a
golpes.
—Por eso corriste —Sharo pareció casi satisfecho—. No pudiste
soportarlo.
—Mató a un hombre a sangre fría. —Se agarró del borde del
mostrador.
Los ojos negros de Sharo examinaron su cara.
—El maldito se lo merecía.
—Crecí en un mundo donde la gente llama a la policía. Donde
ellos se encargan de las cosas.
—Sí, ¿para qué? ¿Para que escorias como AJ tengan un juicio
justo, libertad condicional? ¿Para que vuelvan a las calles?
—Sí, si es así como funciona el sistema.
—Sí, el sistema funciona a veces. Pero cuando no lo hace,
nosotros lo arreglamos.
—No pueden jugar a ser Dios, Sharo.
—No podemos huir. No ahora.
—Oh, sí, porque son mejores que los Titan —dijo Cora
burlonamente—. Porque siguen un estúpido código…
La mano de Sharo se movió tan rápido que Cora solo se percató
de ella por el rabillo del ojo.
Se estremeció, pero no la golpeó. En su lugar, le señaló la cara
con un dedo grueso.
—Nunca le faltes el respeto al código —dijo, y a Cora se le
encogió el estómago ante su tono. Podía sentir la tensión del cuerpo
de Sharo, pero cuando la levantó de nuevo en sus brazos y la cargó,
sus brazos fueron suaves.
La dejó en la cama.
—Descansa un poco.
—Sharo, ¿dónde está Marcus? ¿Cuándo podré verle?
—Está escondido. Ni siquiera yo sé dónde está. Un total silencio
hasta que eliminemos a Waters.
—¿No me dejó un mensaje?
—No enviará nada a un teléfono que pueda ser rastreado. Pero
si quieres un mensaje, te lo daré: quédate aquí, permanece en
silencio. —Sharo la miró, obviamente notando los oscuros círculos
bajo sus ojos—. Y duerme un poco.
—Genial, órdenes. Definitivamente Marcus. —El pent-house
estaba en silencio, excepto por ellos dos—. No tienes que cuidarme
personalmente. Estoy segura de que tienes mejores cosas que
hacer. ¿O te tocó la peor tarea?
—No. La mejor. Tu seguridad es la máxima prioridad ahora
mismo.
La cabeza de Cora se fue para atrás.
—¿Yo?
Sharo se rio, sorprendiéndola de nuevo. Esperaba que el suelo
se abriera ante sus pies antes de siquiera ver a Sharo reír.
El gran hombre sintió su confusión.
—La familia siempre es lo primero. El viejo Ubeli pensaba lo
mismo. Proteger el núcleo. —Se acercó lentamente hasta que se
elevó sobre ella. Cora todavía no se había movido—. El mundo
puede inclinarse sobre su propio eje, pero cuando estás en casa,
vuelves a estar de pie.
Cora esperó perfectamente quieta a que el gigante terminara lo
que tenía que ser el discurso más largo de su vida.
—Marcus y yo tomamos nuestra decisión hace mucho tiempo,
cuando perdimos a toda la familia que habíamos tenido. Si alguien
amenaza, lucharemos, sangraremos y moriremos antes de ver que
aquello se lleve a cabo.
Le agarró la barbilla suavemente.
—No tienes nada que temer, Cora. Marcus y yo somos duros
porque tenemos que serlo. Estamos hechos para este momento.
Su dedo se deslizó bajo su barbilla, inclinándola hasta que ella
se encontró con sus ojos.
—Confía en mí.
CAPÍTULO 23
Por primera vez Cora se despertó antes que Marcus. Se quedó allí
tumbada un buen rato examinando su rostro, con sus ojos trazando
la fuerte mandíbula y los sensuales hoyuelos en sus mejillas. Era la
personificación de la masculinidad. Y cómo lo amaba.
Estando con él aquí y ahora, con su gran cuerpo tan cálido junto
al suyo… Ella nunca quería que este momento terminara.
Pero lo haría, ¿no? Se mordió el labio. ¿Por qué anoche no le
había contado todo cuando por fin se estaban abriendo el uno al
otro?
Muchas veces había estado a punto de decirlo. Pero después de
todo lo sucedido con Anna… Y entonces sus brazos la rodearon y
se sintió tan bien, tan bien, que ella quiso un poco más, que durara
un poco más…
Cora todavía quería eso. Quería enterrarse en su marido y
esconderse del mundo por un tiempo más. ¿Eso estaba tan mal?
¿Robar un poco de felicidad mientras pudieran?
Marcus frunció el ceño y se agitó en su sueño.
Quería calmarlo y prometerle que haría las cosas mejor. Pero se
trataba de una promesa que no podía cumplir, así que hizo lo más
parecido.
Con demasiada suavidad, tiró de la sábana hacia abajo y de
inmediato sus ojos se ensancharon. Porque aunque Marcus podría
estar todavía dormido, su pene no lo estaba. La carpa en sus
calzoncillos era tan alta que se sorprendió de que la tela aún la
estuviera conteniendo.
Cora estaba feliz de remediar la situación.
Metió la mano por la abertura de sus calzoncillos y sacó su
miembro. Marcus se agitó ligeramente, pero no se despertó. Cora
sonrió mientras se inclinaba y se llevó la punta a la boca.
Sus caderas se movieron, introduciéndose efectivamente varios
centímetros más profundo. Ella sonrió. ¿Qué clase de sueño estaba
teniendo? Más vale que fuera sobre ella.
Succionó y se movió varias veces de arriba a abajo antes de
tocar fondo, tanto como le fue posible.
Marcus gimió. Se sentó con rapidez, colocó la mano en su
cabeza y se enredó en su pelo.
—Por todos los dioses, eres real. Realmente estás aquí.
Una traviesa sonrisa le alzó las comisuras de la boca mientras
levantaba la mirada hacia su estómago y rostro.
—Te apuesto lo que quieras a que lo estoy, bebé.
—Está bien. —El sudor le mojaba un poco en la frente mientras
sus caderas se levantaban involuntariamente y las obligaba a bajar
para tumbarse pasivamente debajo de ella. Cayó de nuevo sobre su
almohada.
Cora se apartó de él y Marcus cerró los ojos mientras un
músculo se sacudía en su mejilla. Lo tomó en su mano, trabajando
lentamente en él de arriba y abajo.
—¿Te gusta?
Gimió.
—Me encanta.
—He echado de menos esto. —Le habló a su pene mojado con
su saliva—. Soñé con él por la noche. Lo sentí en mí.
Dejó caer su boca en la punta de su pene y le dio una pequeña
lamida, moviendo su lengua a lo largo de la abertura como a él le
gustaba.
—Mírame —le ordenó, y se emocionó cuando él obedeció.
Marcus cerró los puños entre las sábanas. Cora no apartó la
vista de sus grises ojos; sabía que él le estaba prometiendo una
retribución.
Abrió la boca y lo tomó tan profundo como pudo.
—Maldición —soltó Marcus, echando la cabeza hacia atrás. Era
demasiado grueso para que Cora lo tomara hasta dentro, pero
deslizó su boca hacia arriba y hacia atrás, haciendo todo lo posible
para ir más profundo.
—Vas a matarme —gimió.
Cora lo sacó de su boca con un sonido de “pop” mientras
continuaba sosteniéndolo en la base.
—¿En dónde te quieres correr?
—Dentro de ti.
—¿Dentro de mi boca? ¿O dentro de mi coño?
—Dentro de tu coño. Tengo planes para esa boca.
Dándose la vuelta para encontrarse de cara a sus pies, se
introdujo en su pene, suspirando con satisfacción. Movió su culo de
arriba a abajo, mirándolo mientras alzaba las comisuras de sus
labios de manera sexy.
—¿Te gusta lo que ves?
—Oh sí. —Sus caderas se movían en dirección opuesta a las de
ella, y Cora podía oírse a sí misma apretarse alrededor de su
miembro.
—Estoy tan mojada por ti. —Se empujó hacia abajo.
—Sí, lo estás, nena. —Le agarró las caderas, estabilizándola—.
¿Lista para mí?
Ella se inclinó hacia adelante, apoyándose con sus manos entre
las piernas de Marcus.
—Lista, papi.
Enterró su miembro en su interior y ella se tambaleó hacia
delante ante la intensidad de sus embestidas, liberando a gritos su
placer cuando llegó al clímax.
El acto terminó rápidamente; Marcus se corrió y se empujó hacia
arriba con fuerza, y luego cayó hacia atrás, respirando con dificultad.
La tiró hacia él, levantándole el pelo sudoroso de su cuello para
besarla. Se acostaron juntos en silencio, con sus manos
acariciándole el vientre y pechos pálidos.
Cora pensó que él se había vuelto a dormir, pero luego
finalmente le preguntó:
—Bueno, señora Ubeli, ¿cuál es el siguiente paso?
Cora volvió a la realidad.
—Tengo preguntas. ¿Puedes respondérmelas con total
honestidad?
Incluso mientras lo pedía, sintió que su pecho se apretaba. ¿Vas
a darle tu total honestidad a cambio?
Marcus pensó que habían aclarado lo que había sucedido la
noche que ella había huido. Pero aún no tenía ni idea de qué era lo
que había puesto en marcha todos los acontecimientos.
Ella.
Sus acciones. Hacer el trato con AJ, dejar la finca, tratar de
rescatar a Iris con la ayuda de la policía. Cómo todo esto le había
explotado en la cara a Cora y había resultado en que la policía
hubiera confiscado su cargamento.
Marcus suspiró.
—Puedo hacerlo. Por ti, puedo. Te diré cuando haya algo que no
sea bueno que sepas. Pero si quieres, te lo contaré todo. —Tiró de
su pelo suavemente—. ¿Vas a hacer lo mismo a cambio? ¿Hablarás
conmigo?
Ahí estaba. Le estaba preguntando directamente.
Y en lugar de darle una respuesta directa, Cora le puso una
mano alrededor de su rostro.
—Te extrañé —susurró—. Vi a ese hombre en la piscina del
pent-house muerto y pensé que eras tú.
Allí. Esa era la verdad.
—Nena, tienes que ser honesta conmigo. No puedes ocultar todo
esto. —Le acarició el pelo y ella cerró los ojos. Se sentía tan bien.
Estando con él, en sus brazos, todo se sentía tan bien. ¿Estaba mal
que quisiera aferrarse a él solo por un poco más de tiempo?—. Vas
a seguir teniendo pesadillas.
—Lo sé —susurró. Su frente se arrugó—. ¿Dónde está Slim?
La expresión de Marcus también era seria, pero no respondió de
inmediato.
—Estamos buscándolo.
—¿No está muerto?
Marcus la acercó y le acarició el pelo; un acto dulce y gentil que
contradecía la perturbadora conversación que estaban teniendo.
—Tenemos razones para creer que Waters lo está reteniendo.
Por la forma en que estaban posicionados, no pudo ver la cara
de Marcus. Pero sí pudo sentir la tensión en su cuerpo debajo del
suyo.
—¿Por qué?
—Una jugada de poder. Quizá piensa que puede poner a Slim en
mi contra o quiere una garantía para cuando volvamos a hablar.
—¿Hablarás con él?
Una fuerte sacudida de su oscura cabeza le dijo a Cora todo lo
que él sentía respecto al tema.
—Pero… pensé que necesitabas ser su aliado. Pensé que era la
única manera de que pudieras ganar una pelea contra los Titan. —
Se levantó para poder mirarlo a la cara, pero Marcus estaba
mirando a la distancia—. No puedes dejar que ganen.
Cuando finalmente volvió su atención a ella, sus ojos grises la
miraron directamente y ella supo que él estaba viendo algo más.
—Marcus —dijo, y él salió del trance.
—Podemos superar esto, tú y yo —dijo, cambiando de tema—.
No importa lo que nos depare el futuro. Me enseñaron que estar
casado es para toda la vida y que hay que controlarse, ser fiel. Pero
estar casado significa que nos cuidamos el uno al otro para siempre.
Puede que no lo creas así —sus ojos buscaron los de ella—, pero
siempre, siempre querré lo mejor para ti. No soy perfecto, cometeré
errores. Y tú también. Los cometeremos juntos y los discutiremos.
—Bien, Marcus.
—¿Vas a huir de mí?
—Solo si me persigues. —Sonrió, recordando la vez que la
persiguió en el museo de arte.
—Oh, lo haré —gruñó y le azotó ligeramente el culo—.
Jugaremos. Tenemos dos meses de juego para ponernos al día. —
Se inclinó y deslizó su nariz a lo largo de la suya—. Pero ahora
mismo necesito oírlo directamente de ti.
Cora se congeló. ¿Lo sabía? ¿Era esto una prueba?
—Necesito saber que lo que dijiste anoche fue en serio. ¿No
más huidas?
Dejó escapar un suspiro de alivio.
—Estoy cansada de hacerlo. Creo que estaba huyendo de mí
misma tanto como tú.
—Muy bien, nena. —Le besó los labios—. ¿Qué tal si
conseguimos algo de comida?
—¿Podemos ir al hospital? Quiero ver a Anna.
Cora le contaría todo. Lo haría. Solo quería empaparse de esta
felicidad por un poco más de tiempo. Un poco más. Entonces se
sinceraría.
—Mientras lo hagas conmigo —le sonrió, con uno de sus
hoyuelos apareciendo de una inusual manera—, podemos hacer lo
que quieras, bebé.
CAPÍTULO 29
—¡Cora!
De inmediato la cabeza de Cora se alzó mientras Olivia irrumpía
en su oficina.
—¿Todo bien?
—Sí, muévete. —Olivia se inclinó sobre Cora para agarrar su
ratón de computadora. Había regresado de su viaje y, como
siempre, se encontraba demasiado llena de fuerza volcánica.
—¿Qué sucede? —Cora se reclinó y la vio navegar por la web a
la velocidad de la luz, llegando hasta un popular blog de noticias.
—Max Mars no apareció hoy en el set. —Anna apareció,
mirándose encantadora y bien descansada. Sus moretones
desaparecieron dos semanas después de que la dieran de alta en el
hospital. Resplandeciente y glamorosa, lucía como la naciente
estrella de cine que era.
—Aquí está —Olivia navegó hasta la barra de noticias lateral,
leyendo el titular—: Max Mars apaleado en una pelea de bar.
Asaltante desconocido; un hombre de negro.
—Oh, cielos —Anna se acercó a la pantalla de la computadora e
hizo que el ratón hiciera clic en el artículo—. Quedó totalmente
destrozado.
—Al igual que la película —murmuró Olivia.
—No necesariamente —Anna continuó leyendo—. Aquí dice que
tuvieron cuidado de no tocar su cara.
Cora pensó en su conversación con Marcus en el pasillo del
hospital y se permitió una sonrisa solo para ella misma.
Habían pasado dos semanas y no había visto a Sharo o a su
marido, ni siquiera pruebas de que un guardaespaldas la estuviera
siguiendo.
Su ira había decrecido en un dolor sordo mientras miraba y
esperaba que el silencio se rompiera. Leer sobre las actividades de
Marcus y saber que eran de él se sentía como un mensaje secreto,
una broma interna entre amantes. Le dolía, pero al mismo tiempo le
daba esperanzas.
—Gracias a los cielos que ya hemos rodado sus escenas
desnudas. Estará adolorido, pero puede dominarlo —dijo Anna.
Olivia resopló.
—Durante toda la película de El dios de la guerra pareció estar
adolorido. Era eso o se encontraba estreñido.
—No, esa es su cara de actor —dijo Anna—. Oh, mira, Cora,
aquí hay una foto tuya.
—¿En serio? —Cora se inclinó hacia adelante, pero de repente
Olivia y Anna le bloquearon el paso.
—Olvídalo, me equivoqué —dijo Anna apresuradamente de cara
a Cora mientras Olivia daba clics de manera frenética para salir del
navegador.
—Sí, no es para nada halagador —murmuró Olivia.
—Basta, chicas, déjenme ver. —Cora le dio un codazo a Olivia
para que se quitara de en medio.
Anna y Olivia intercambiaron miradas preocupadas.
—No pueden escondérmelo. Simplemente lo buscaría en mi
teléfono. —Cora puso los ojos en blanco.
A regañadientes ambas se alejaron y Cora regresó dando clics
hasta que vio lo que las había hecho encogerse de miedo.
Se trataba de una espontánea foto de ella y Marcus con una
línea que la atravesaba por el medio.
—El conocido capo y su esposa rompieron.
Luego otra foto de ella luciendo deprimida y solitaria mientras
paseaba a Brutus en la acera arbolada afuera de su apartamento.
Cora continuó desplazándose hacia abajo sin poder detenerse.
—¿Quién engañó a quién? —Leyó el melodramático texto en
rojo e hizo clic en las miniaturas para ver una foto de ella con Philip
Waters en la fiesta de Armand. Ambos habían estado parados lo
suficientemente cerca como para hablar, y su pose en el lujoso
escenario parecía bastante íntima, especialmente con la mano de él
suspendida cerca de su brazo de manera protectora.
Pasó a la siguiente foto y vio a Marcus caminando junto a una
rubia alta y de senos grandes. Su mano estaba en su codo,
ayudándola a bajar los escalones rojos afuera del hotel Crown.
—¿Pero qué mierda? —siseó Cora.
—Diablos —dijo Olivia—. Nunca te había oído maldecir.
—La estás contagiando —dijo Anna—. Cora, cariño, ¿estás
bien?
—Marcus Ubeli encendiendo de nuevo la llama con Lucinda
Charles, visto anoche saliendo del hotel Crown. —Cora leyó las
primeras palabras con un chillido.
—Oh no, no lo hizo. —Olivia se acercó para leer el artículo.
—Tal vez sea mejor si no sacamos conclusiones precipitadas. —
Anna se inclinó sobre el hombro opuesto de Cora.
—No puedo creerlo —gritó Cora—. ¡Voy a matar a esa perra! ¡Y
a cortarle los testículos a Marcus!
—Ahí tienes, ese es el espíritu —la animó Olivia.
—Para. —Anna se acercó a Cora para pellizcar a Olivia—. Tal
vez sea un malentendido. Una vieja foto como la tuya con Philip
Waters.
Pero Cora ya se encontraba sacudiendo la cabeza, con todo su
cuerpo temblando mientras sacaba el teléfono de su bolso.
—Lleva la corbata que le regalé para Navidad. Esa foto es
reciente.
Cora estaba tan furiosa que apenas pudo marcar el número con
el que sabía que contactaría a Sharo. Se levantó de un brinco y
caminó de un lado a otro mientras sus amigas la miraban,
terminando la llamada con un insulto.
—Oh no, no puede hacerme esto.
—¿Qué vas a hacer? —dijo Anna.
Dudando, el timbre de su teléfono la salvó de tener que
responder eso.
—¿Sharo?
—¿Qué? —No pudo leer su profunda voz.
—Necesito reunirme con Marcus.
—No será posible. Las cosas se están poniendo feas; está
ocultándose.
—Entonces, ¿por qué estoy mirando una foto de él y la puta
Lucinda afuera del Crown?
Silencio.
—Maldición.
—Sí, así es. Quiero hablar con él. Ahora.
Otro silencio, esta vez más largo, como si Sharo estuviera
hablando con alguien parado cerca.
—Eh, oh. —Cora oyó decir a Anna y se giró para ver que Olivia
había puesto otra foto en la pantalla, otra de Cora parada entre
Armand y Philip Waters; una foto más de la fiesta de hacía dos
meses. Al pie de la imagen decía: ¿Ménage a trois?
—Vaya, me han cortado —resopló Olivia.
—¿Sharo? —llamó Cora sin apartar la mirada de ambos
hombres a cada uno de sus costados en la foto, uno en un
esmoquin blanco y el otro en uno negro.
—¿Sí? —Ahora la voz del segundo al mando sonaba ahogada.
—¿Encontraste a Armand?
El que casi había desaparecido después de la orgía. Tal vez
había sido algo bueno, considerando que Marcus quería hacerlo
añicos cuando se dieron cuenta de que las llamadas “píldoras para
dormir” que le había dado a Cora eran en realidad Ambrosía.
—Está desaparecido. No pudimos atraparlo y no ha vuelto a su
casa.
—¿Qué pasó con Waters cuando el plazo venció?
Sharo no contestó.
—¿Y Marcus? —presionó.
—Está… ocupado.
La imagen de Marcus y de esa falsa zorra rubia cruzó su mente.
—A la mierda con eso. Dile. —Su visión se volvió un poco
borrosa mientras se balanceaba con ira—: Dile que, después de
esto, tendrá suerte si alguna vez lo quiero de vuelta. —Y colgó.
Sus dos amigas se quedaron paradas en su escritorio, mirándola
fijamente.
Olivia resopló.
—A alguien le crecieron agallas.
—Hombres. —Anna sacudió la cabeza—. Son todos unos
imbéciles.
—Oh, mierda —dijo Cora, con su ira desvaneciéndose—. ¿Esto
significa que realmente se ha acabado? ¿Qué voy a hacer?
—Emborráchate —sugirió Olivia—. Ten una orgía.
—Estuve allí y ya viví toda la experiencia —murmuró Cora y se
dejó caer en la silla de su escritorio.
—¿Quieres ir a tomar un café y hablar de ello? —preguntó Anna.
—No, no, tengo cosas que hacer. La recaudación de fondos para
el refugio es en menos de dos semanas y se tiene previsto que el
alcalde haga una aparición. Tengo que ponerme manos a la obra.
—¿Segura que no quieres salir y emborracharte? —Olivia
sonaba esperanzada, pero Anna ya la estaba empujando hacia la
puerta.
—Vamos, Olivia. Déjala en paz. De todos modos, tenemos que
terminar de grabar mi voz para tu videojuego.
—No es un juego, es un programa de software que estamos
diseñando para ser capaz de una auto-mejora recurrente para que
pueda lograr la singularidad…
—Guau. Hablando de cosas frikis…
Mientras la puerta de su oficina se cerraba entre broma y broma
de sus amigas, Cora hizo aparecer el artículo sobre ella y Marcus.
Miró fijamente la foto de Marcus y Lucinda hasta que le dolió
demasiado hacerlo. ¿Dos semanas? ¿Fue todo lo que se necesitó
para reemplazarla por otra persona que calentara su cama?
Empezó a hacer clic para salir del sitio, pero su ratón se deslizó y
una foto de Philip Waters en la fiesta apareció. En el esmoquin
blanco su piel de color era aún más llamativa, y el gran anillo de ónix
que llevaba le llamó la atención.
Un momento. Se congeló y entrecerró los ojos hacia la pantalla.
Amplió la foto.
Mierda.
Recordaba ese anillo. Lo recordaba de las largas horas de su
secuestro, pero lo había vuelto a ver, ¿no? En la casa de Olympia,
en la segunda noche más inolvidable de su vida.
La que comenzó con una orgía.
CAPÍTULO 33
Marcus la abrazó tan pronto como saltó a sus brazos, pero Cora giró
la cabeza cuando él bajó su boca para darle un beso.
Ella pudo haber completado su golpe de estado en Metrópolis,
pero entre ellos había asuntos pendientes.
—Gracias por llevarme —dijo Cora desde su lado de la limusina.
No hizo ningún movimiento para reducir el incómodo espacio entre
ellos.
Con calma. Con cuidado. Dale tiempo. Marcus prácticamente
podía oír a Sharo asesorándolo. Extrañaba a su amigo más de lo
que podía expresar con palabras. Sharo había entrado en un coma
inducido médicamente, pero el doctor dijo que todo indicaba que se
recuperaría por completo. Aunque no iban a saberlo con seguridad
hasta que se despertara. Pero habían pasado días y todavía no
había abierto los ojos.
Será mejor que no te mueras, hermano. No te necesito
atormentándome. Marcus casi pudo oír la risa de Sharo llenando el
auto.
Habían pasado horas hablando durante las semanas en que
Marcus se había separado de Cora. Y justo ahora él intentaba reunir
todos esos consejos.
Muy bien, hermano. Lo intentaremos a tu manera.
—Estuviste magnífica. —Marcus procesó atentamente el
delgado cuerpo de su esposa, apenas creyendo que era real. Se
veía diferente. Más madura. No dura o insensible, solo más sabia de
alguna manera—. Waters y las Sombras me lo contaron todo. Hice
que lo filmaran.
Se encogió de hombros y luego lo miró con ansiedad.
—¿Cómo está Sharo?
—Sin cambios. Todavía.
Cora se mordió el labio y él tuvo que apretar su mano en un
puño para no rozarlo con su pulgar. Entonces se relajó y preguntó:
—¿De verdad lo crees? ¿Realmente crees que puedo hacer
esto? ¿Liderar a los Titan?
—No me creas a mí. Compruébalo por ti misma. —Agarró el
periódico del asiento y se lo enseñó—. Reina del Inframundo.
Tendrás que acostumbrarte a que te persiga la prensa.
—Ya estoy acostumbrada. Me casé contigo, ¿recuerdas?
—Mmm.
Siempre había odiado que lo llamaran Rey del Inframundo, pero
aceptaría el término mientras ella estuviera a su lado como su reina.
Pero su reina parecía exhausta mientras lo miraba, y se
encontraba sentada demasiado lejos, casi abrazando la puerta
opuesta.
—Ven aquí —extendió su brazo.
Ella suspiró.
—Marcus, solo porque todo esto haya terminado… —Sacudió la
cabeza y miró por la ventanilla con expresión distante—. No
significa… —se quebró, llevándose las manos a la cara.
Había sido tan poderosa como cualquier general mientras exigía
lo que le correspondía como líder del imperio Titan; pero aquí con él,
estaba tan vulnerable como siempre.
Y estaba harto de dejarle poner distancia entre ellos. Se le
acercó y la tomó en sus brazos.
—Casi te pierdo, y que me parta un rayo si paso otro minuto
lejos de ti.
Pero Cora forcejeó, y cuando se apartó de él, sus ojos ardieron
como llamas.
—Fue bastante fácil para ti alejarte de mí hace tres semanas. Y
vi la foto tuya con esa mujer. Tu amante.
Tenía que estar hablando de Lucinda. Marcus había enfurecido
cuando vio la foto por primera vez, pero ahora solo sonrió.
—¿Celosa, gatita? —Podía soportar cualquier cosa, menos su
indiferencia.
Si antes creía que sus ojos eran abrasadores, no eran nada
comparados con la furia que sus palabras provocaron:
—Suéltame, enorme patán. —Lo empujó en vano y él
simplemente apretó sus brazos a su alrededor.
—No la toqué. Me la encontré afuera del Crown y ella se tropezó
conmigo. Probablemente a propósito. Ahora que lo pienso,
probablemente fue ella quien llamó a los paparazzi. Siempre fue una
puta necesitada de atención. La estabilicé y luego continué mi
camino. Esa fue la totalidad de nuestra interacción.
Buen trabajo, dijo Sharo. Ahora dile la verdad.
Sal de mi cabeza, Marcus casi murmuró en voz alta antes de
seguir su consejo. Inclinando la cabeza hacia su bella esposa, dijo:
—No hay forma de reemplazarte, amor. Nunca la habrá.
El semblante de Cora de inmediato cambió. En lugar de
apartarlo, se sostuvo de las solapas de su saco.
—Estaba tan asustada. Cuando caíste estaba tan asustada. —
Sus ojos se llenaron de lágrimas—. Y luego Sharo.
—Justo ahora nos dirigimos al hospital de New Olympus. Sabía
que querrías verle a primera hora.
—Bien. —Se hundió en él, con la cabeza contra su pecho—.
¿Realmente se ha acabado?
La apretó cerca suyo y respiró el dulce aroma de su cabello.
—Sí, diosa. Se acabó. Pero el resto de nuestra vida apenas
comienza.
Sintió que ella asentía contra su pecho. Pero al segundo
siguiente se estaba apartando.
—Sharo intentó explicar. Lo siento. Siento haber dejado la finca
de esa manera y haberme ido directamente hacia el peligro. No
tenía ni idea de lo de Chiara.
Lágrimas se derramaron por sus mejillas y Marcus las acunó
mientras sacudía la cabeza.
—No podrías haberlo sabido. Yo solo… no podía… —Miró hacia
abajo y exhaló con frustración. Pero luego se forzó a sí mismo a
encontrarse nuevamente con su mirada—. Juré protegerte. Pasara
lo que pasara. Incluso si eso significaba que el lugar más seguro
para ti fuera estar lejos de mí. Me mató estar lejos de ti. Peor que la
primera vez. Mucho peor, porque tenía miedo de que fuera a ser
para siempre.
Marcus no quería pensar en cómo habían sido las últimas tres
semanas. Había ido a trabajar, pero ni siquiera eso podía distraerlo
de extrañarla. O de preguntarse cada hora de cada día, cada
minuto, si se encontraba bien, qué estaba haciendo, si lo odiaba. Si
estaba continuando con su vida. Su sueño había sido atormentado
por las pesadillas de ella siendo feliz… en los brazos de otro
hombre, usando el anillo de otro hombre.
Diez veces al día había tenido que luchar por no decir “a la
mierda” y entrar en su auto y romper todas las leyes de tráfico
conocidas por el hombre para volver con ella. Toda su disciplina,
todo su control, nada de eso contaba cuando se trataba de ella.
Tal vez Cora vio algo de su tormento en su rostro porque llevó
una mano a su mejilla y susurró:
—Nunca más. De ahora en adelante, somos tú y yo juntos.
Siempre. No más secretos. No más mentiras. No importa si crees
que es por mi bien o no. Ahora somos pareja en todo. ¿Lo juras?
Marcus se encontró con sus ojos solemnemente.
—Juro por ti, Cora Ubeli, no volver a mentirte nunca más.
—¿Ni siquiera si crees que es por mi propio bien? Necesito que
lo digas, Marcus.
Él sonrió ante su tenacidad.
—Nunca volveré a dejarte ni renunciaré a ti. Nunca volveré a
mentirte ni a guardar secretos, aunque piense que es por tu propio
bien. Ahora te toca a ti.
Cora le sostuvo las manos sin ninguna sonrisa puesta en sus
labios. Se estaba tomando seriamente esto.
—Yo, Cora Ubeli, juro no dejarte ni renunciar a ti, y nunca más te
mentiré o te ocultaré secretos, incluso si creo que es por tu propio
bien.
—Ahora solo queda sellarlo con un beso —dijo Marcus,
moviendo su cabeza lentamente hacia la de ella.
Se alzó hacia él, y cuando sus labios se encontraron, Marcus
pensó que después de todo sí podría morir debido al suave toque
angelical de sus labios.
En sus peores momentos, había pensado que no volvería a
experimentar esto. Incluso recordar cómo se sentía lo volvía loco.
No podía hacerlo suave, no justo ahora. No después de todo lo que
habían pasado con su separación.
La apretó contra él y ella le abrazó el cuello, aparentemente igual
de desesperada por tenerle. Sus bocas se encontraron en un lío
hambriento. Labios, lenguas, dientes. No podía tener suficiente de
ella. La necesitaba toda. Ahora.
Pero justo cuando la movió para que estuviera sobre él, el
todoterreno se detuvo y la voz del conductor sonó a través de las
bocinas:
—Llegamos.
Cora se separó de la boca de Marcus con los ojos bien abiertos.
—Sharo.
Ella apenas se molestó en reacomodar su ropa antes de abrir la
puerta. Marcus tuvo que correr tras ella; estaba a medio camino de
la entrada del hospital en el momento en el que él salió por su
propia puerta.
¿Q S
L ?
R
Unidos para protegerla
Unidos para complacerla
Unidos para desposarla
Unidos para desafiarla
Unidos para rescatarla
A O
Lastimada
Quebrada
Amor Oscuro: Una Colección Oscuro Multimillonario
S
La virgen y la bestia
Hunter
La virgen de al lado
L
La bestia de la bella
La bella y las espinas
La bella y la rosa
La bella y la rosa: La Colección Completa (1-3)
O R M
Inocencia
El despertar
Reina del Inframundo
Inocencia: La Colección Completa (1-3)
BOLETÍN DIGITAL
Website: stasiablack.com
Facebook: facebook.com/StasiaBlackAuthor
Twitter: twitter.com/stasiawritesmut
Instagram: instagram.com/stasiablackauthor
Goodreads: goodreads.com/stasiablack
BookBub: bookbub.com/authors/stasia-black
SOBRE LEE SAVINO
Lee Savino tiene metas grandiosas, pero la mayoría de los días no puede
encontrar su billetera o sus llaves, así que se queda en casa y escribe. Mientras
estudiaba escritura creativa en la Universidad de Hollins, su primer manuscrito
ganó el Premio Hollins de Ficción.
Vive en los Estados Unidos con su fabulosa familia.