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INOCENCIA

LA COLECCIÓN COMPLETA (1-3)


STASIA BLACK
LEE SAVINO
Copyright © 2020 por Stasia Black y Lee Savino

Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción, distribución y/o


transmisión total o parcial de la presente publicación por cualquier medio,
electrónico o mecánico, inclusive fotocopia y grabación, sin la autorización por
escrito del editor, salvo en caso de breves citas incorporadas en reseñas y
algunos otros usos no comerciales permitidos por la ley de derechos de autor.

Esta es una obra de ficción. Las similitudes con personas, lugares o eventos
reales son puramente coincidencia.

Traducido por L.M. Gutez.


ÍNDICE

Boletín Digital

Inocencia
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26

El despertar
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27

Reina del Inframundo


Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Epílogo

Una Nota De Las Autoras


El Panteón: ¿Quién es quién?
También por Stasia Black
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Cuando el novio de Mia la lleva a comer a su restaurante favorito en


su sexto aniversario, ella espera una propuesta especial. Lo que no
se esperaba es que el viejo rival de su novio, Vaughn McBride,
apareciese y le ofreciese algo totalmente diferente: saldar todas las
deudas de su novio. ¿El precio?
Una noche con ella.
INOCENCIA
Soy el rey del bajo mundo criminal.
Siempre consigo lo que quiero.
Y ella es mi obsesión.
Cora es nueva en la ciudad del pecado.
Sus inocentes ojos azules me suplican que la reclame.
Pero no soy el multimillonario que cree que soy.
Hay oscuridad dentro de mí.
Y Cora es una luz brillante.
Ella es hermosa. Una virgen.
Soy despiadado. Una bestia.
Ella me encontró por una razón.
Será mi reina.
Le daré todo lo que su corazón desee.
Excepto por una cosa.
Su libertad.
PRÓLOGO

Cora sabía que estaba soñando.


Estaba sobre la azotea de un edificio alto, con escalofríos
recorriéndole el cuerpo debido a la espléndida vista. A su lado y con
el rostro ensombrecido se encontraba el hombre que le dio todo.
—Es hermoso.
Las luces de la ciudad resplandecían como piedras preciosas en
un cielo nocturno como terciopelo negro. Tenía al mundo entero a
sus pies.
—Es mío —le dijo Marcus—. Todo lo que ves, me pertenece.
Llevaba un vestido rojo y tacones con correas delgadas
enrollándole las piernas. En sus muñecas había brazaletes
plateados, y su anillo tuvo destellos carmesíes cuando acomodó un
mechón de pelo detrás de su oreja.
—¿Todo? —Se apoyó en la cornisa tratando de llamar la
atención. La vieja Cora; esa Cora pueblerina, nunca sería tan
descarada. La vieja Cora era una virgen resguardada, dulce e
ingenua.
La vieja Cora estaba muerta.
Los pasos de Marcus resonaron mientras se dirigía hacia ella.
—Todo. —Las líneas en las esquinas de sus ojos grises se
arrugaron.
La agarró de las caderas para subirla a la cornisa y ella soltó
risitas cuando sintió a su pecho tensarse. Tenía enfrente al hombre
que ella amaba; y a sus espaldas, una inmensidad oscura, un
abismo sin fin.
—Marcus. —Ella se aferró a sus anchos hombros. El viento
tiraba de su vestido y de sus cabellos dorados.
—¿Confías en mí? —Le cogió las muñecas y le hizo mostrarle el
dorso de sus manos.
—Sí —susurró ella. Sus dedos se sacudieron. El granate en su
anillo de compromiso reflejaba la luz.
Marcus se acercó como si fuera a besarla. Ella ladeó su cara
hacia la suya… y él la empujó desde la cornisa. Sus manos lo
buscaban; su vestido ondeaba alrededor de su cuerpo en picada
mientras Marcus se alejaba cada vez más. La noche alcanzó su
punto más alto, envolviéndola y hundiéndola. Las luces de la ciudad
dieron vueltas como un vertiginoso caleidoscopio. Una a una se
fueron apagando y Cora cayó en la oscuridad.
Se despertó sobresaltada. La melena oscura de Marcus
descansaba en la almohada junto a la suya y la penumbra bajo sus
ojos se volvía más clara mientras dormía. Mirarlo allí la tuvo
atrapada, arraigándole sus sentidos aturdidos, aquella sensación de
ligereza. Si cerraba los ojos, seguía cayendo.
Cora se acomodó después de alisar su almohada. En los
oscuros confines de la habitación de Marcus, ella estaba a salvo; a
salvo de todos… menos de él.
CAPÍTULO 1

Seis meses antes…

Cora se sentó a colorear con el pequeño Timmy cuando sus padres


comenzaron a discutir en la otra habitación. De nuevo.
—Sabes que odio esta mierda, Diana. No veo por qué tengo que
ir.
—¡Tal vez porque espero que mi esposo me apoye cuando mi
bufete gana un caso importante!
Cora cogió su móvil y reprodujo la lista de canciones que a
Timmy más le gustaba. Tenía tres años y, aparte de los berrinches
ocasionales, era una dulzura. No era su culpa que sus padres no
supieran moderar el tono de sus voces.
Las primeras líneas de I'm Walking on Sunshine comenzaron a
retumbar por los sorprendentemente buenos altavoces de su móvil,
logrando apagar el drama parental en la otra habitación.
—¡Hora del monstruo que rueda! —dijo Cora mientras lo
levantaba de la silla y lo elevaba por los aires. ¡Uf! Estaba logrando
unos buenos músculos en los brazos y abdomen con esa actividad.
Timmy soltó una risa y ella suspiró aliviada. Distracción
conseguida. Lo puso en el suelo y él de inmediato se posicionó,
tumbándose sobre su espalda en el centro de la habitación de
juegos. Cora quitó los juguetes que estaban a su alrededor para que
tuviera espacio libre para moverse y evitar lastimarse al rodar sobre
los legos y piezas de imanes de construcción dejados por allí.
—Cora, monstruo que rueda también —pidió, excepto que no
podía decir sus “erres”, así que más bien sonó como “Coga, el
monstuo que gueda también.”
Cora frunció los labios como si estuviera pensando en ello, pero
sonrió y se dejó caer al suelo, terminando tumbada a su lado.
—¿Estás listo?
—¡Sí!
—Vale. ¡Aaaaaa rodar!
Ambos comenzaron a rodar por el suelo y de inmediato las risitas
comenzaron. La habitación de juegos era enorme, sobre todo
considerando que los Donahue vivían en una propiedad de primera
en una zona perteneciente al distrito de Manhattan. Podían
permitirse una niñera que viviera en casa, como Cora, por lo que
obviamente no sufrían cuando se trataba de las cuentas bancarias.
Lástima que el dinero no parecía ser capaz de comprarles felicidad.
Timmy finalmente llegó a la pared y Cora siguió rodando hasta
que su cuerpo se tropezó con el suyo.
—¡Oh, oh! ¡Colisión! Sabes lo que significa.
Timmy chilló cuando le comenzó a hacer cosquillas.
—Tienes que escapar y comenzar a rodar de nuevo. Es la única
salida.
Lo movió para que pudiera escabullirse sobre ella y hacia un
costado. Comenzó a rodar.
—Persígueme. ¡Persígueme, Coga!
—Oh, ya voy. —Le otorgó una buena ventaja antes de comenzar
ella misma a rodar. Mientras más lo hacía, su largo cabello rubio
cogía una alocada carga estática.
Cuando terminó de rodar para girar y continuar, vio la silueta de
alguien parado en la puerta y chilló.
—¡Papá! —exclamó Timmy—. ¡Papi, ven a jugar el monstuo que
gueda con nosotros!
Cora tiró del dobladillo de su blusa que se había levantado y
luego se puso de pie.
El señor Donahue la estaba mirando a ella, no a su hijo. Estaba
en sus cuarentas y era un arquitecto que siempre estaba bien
vestido y a la moda, aunque fuera un tanto aficionado a la gomina.
Sostenía un vaso de whisky.
—Parece que puedes tomarte la noche libre después de todo.
Decidí no salir.
—Oh. —Cora parpadeó—. Gracias.
Había pedido la noche libre hacía un par de días. Algunas de sus
amigas —compañeras niñeras—, que había conocido en el parque
donde llevaba a Timmy todos los días, la habían invitado a salir.
Pero la señora Donahue le dijo que no porque esta noche su bufete
tendría una cena de celebración y, según parecía, el señor Donahue
se acababa de excusar sobre aquello. ¡Cielos! Tan desesperada
como fuera su necesidad de tener el trabajo, la dinámica familiar
algunas veces podía llegar a ponerse muy rara.
¿Pero quién era ella para juzgar su dinámica familiar? Ella y su
madre calificaban para las Olimpiadas de las familias jodidas.
—¡Papi, papi! —Timmy corrió y empezó a tirar de su pantalón a
la altura de la pierna—. Ven a jugar.
Cora miró entre Timmy y el señor Donahue. Siempre le pedía
que lo llamara Paul, pero ella prefería la formalidad.
—¿Está seguro de que irme estará bien? —preguntó ella con
ojos en la puerta. El señor Donahue lo notó y la miró enfadado
mientras bebía un trago de su whisky.
—Hazlo. Diviértete. Eres joven. Te mereces una jodida noche
libre de vez en cuando. —Ella se estremeció ante su tono, él se
detuvo y se llevó una mano al rostro—. Vaya, lo siento. En verdad.
Pondré a Timmy a dormir —mostró una sonrisa fatigosa—. Tus
labores oficialmente han terminado.
Cora movió la cabeza.
—Gracias. Se lo agradezco mucho.
No había hecho demasiado aparte del trabajo, es decir, pasar
tiempo con Timmy, desde que llegó a la ciudad hacía seis semanas.
Pero por mucho que amara al pequeño, la razón de su llegada a la
ciudad era su deseo de vivir en grande. Conocer el mundo. Tener
amigos.
Vivir una vida libre.
Se agachó para darle un beso en la cabeza a Timmy.
—Te veo mañana, monstruo.
Emitió un rugido y ella se lo devolvió. Cogió el móvil y salió
corriendo de la habitación hacia las escaleras para ducharse y
prepararse. Le envió un mensaje de texto a Helena al momento de
pisar su habitación: ¡PUEDO IR ESTA NOCHE DESPUÉS DE
TODO!
Pasaron varios minutos para que Helena contestara. NOS
VEMOS EN STYX A LAS 10.
¿A las diez? Normalmente a esa hora ya estaba en cama. Por lo
general, Timmy solía brincar sobre ella a las cinco y media de la
mañana. Algunos días más temprano.
Sus pulgares se movieron con torpeza sobre la pantalla de su
móvil. A diferencia de otros chicos de su edad, ella no había crecido
con un móvil enganchado a ella. Todavía se estaba acostumbrando
a cada una de las maravillas de la tecnología. En la granja ni
siquiera tenían televisión, mucho menos Internet o teléfonos
móviles. No, su madre no se arriesgaría a que algo del mundo
exterior pervirtiera a su hija.
Cora sacudió la cabeza, furiosa, y presionó “enviar”. SUENA
GRANDIOSO. TE VEO ALLÍ.
Volvió a reproducir la música, dejándola en la lista de
reproducción de Timmy. All Star de la banda Smash Mouth empezó
a sonar.
Deja ir el pasado. Ya no se encontraba en la granja. Estaba en la
gran ciudad. Viviendo sola. Tenía un trabajo, móvil, amigos y ahora
una noche fuera en la ciudad. Así había de ser la vida.
Su cabeza comenzó a sacudirse al ritmo de la melodía. Luego
sus caderas. Luego se encontró bailando por toda la habitación y
riendo con los brazos abiertos de par en par.
Era libre.
Y esta noche iría a bailar y tal vez conocería a un chico lindo.
Tenía al mundo entero frente a ella y estaba lista para recibirlo con
los brazos abiertos.
CAPÍTULO 2

Tres horas más tarde

Oh, Dios. ¿Cómo es que todo había acabado mal en tan poco
tiempo? Cora se llevó una mano a la cabeza mientras las luces del
club daban vueltas y se movían sin sentido. Agitó la cabeza y se
tambaleó, sin energía y con los ojos empañados, en el agujero
ruidoso.
Helena. Necesitaba encontrar a Helena. O a Europa.
Se suponía que iba a preguntarles si esa noche podía dormir en
su sofá.
Porque no podía ir a casa.
Ja. Casa. ¡Qué locura!
Nunca había sido su hogar. Y ahora ya no podía volver allí.
No después de que Paul la hubiera esperado y abordado al pie
de las escaleras, cuando intentaba marcharse para encontrarse con
sus amigas.
La casa estaba a oscuras, Timmy dormía y Diana aún estaba en
su cena. Paul estaba ebrio, eso estaba claro. Se había apoyado en
la pared del vestíbulo, bloqueando la puerta principal para que ella
no pudiera salir.
—Eres tan hermosa, Cora. Creo que ya es momento de dejar de
fingir.
Había intentado esquivarlo y llegar a la puerta.
—Tengo que irme, señor Donahue. Mis amigas me esperan.
—Paul. —Golpeó la mano contra la pared detrás de la cabeza de
Cora, logrando acorralarla—. ¿Cuántas veces te lo tengo que decir?
Dime Paul.
Su aliento se había puesto amargo por el whisky. Levantó una
mano para tocarle el rostro y ella lo apartó.
—¡Basta! —siseó incrédula—. ¿Qué está haciendo? ¡Tiene
esposa! Y un niño precioso.
Pero la sofocó con su cuerpo.
—No puedo detenerme. Te quiero, Cora. Me vuelves loco.
Viendo ese apretado cuerpito tuyo. —Le puso una mano en la
cintura y la apretó—. Oyendo la ducha hace un rato y saber que
estabas ahí arriba, desnuda.
Intentó girarse, apartarse de él, pero la sujetó con ambas manos
y la empujó contra la pared.
La besó.
O bueno, más bien debería decir que aplastó su boca contra la
suya y trató de meter su hinchada lengua entre sus labios.
Le dio un rodillazo en los testículos y lo empujó.
—¡Renuncio!
Había huido solamente con su móvil, el poco efectivo que se
había metido en el sostén y la ropa que llevaba puesta.
Y había llegado aquí.
Solo para encontrar que sus supuestas amigas apenas le
prestaban atención. Estaban demasiado ocupadas coqueteando con
los chicos del bar. Intentó decirles lo que había sucedido. Helena
soltó unos cuantos ruiditos compasivos para luego decirle que debía
emborracharse y olvidarse de todo.
Cora había mirado a Helena. ¿Qué esperaba? Apenas conocía a
estas chicas. Habían hablado un par de veces en el parque mientras
sus pupilos jugaban en el parque. Se había creado expectativas
porque bueno, nunca había tenido amigos. Tener chicas con
quienes hablar y juntarse de vez en cuando se había sentido
excepcional. Pero para ellas, Cora no era nadie; apenas un
parpadeo en sus ocupadas vidas llenas de amigos y amantes.
Así que, dudando de sí misma, se había acobardado de pedirles
que la dejaran pasar la noche en alguna de sus casas. Se dijo a sí
misma que lo haría al terminar la noche. Además, tal vez Helena
tenía razón. A lo mejor relajarse y pasarla bien esta noche era la
solución. Quizás no todo era tan grave como parecía.
Así que dejó que un sujeto la invitara un trago, tal y como se veía
en los libros y en la televisión —en las últimas seis semanas
realmente había estado poniéndose al día—, y trató de bailar.
Pero debió haber cogido mal su pedido. Había pedido jugo de
arándano, pero debió haber tenido alcohol, porque se sentía rara.
Rarísima. Se trastabilló hacia adelante y a duras penas pudo evitar
darse un cabezazo contra una chica, que bailaba seductoramente
por arriba y abajo sobre un hombre como si fuera una stripper y él la
barra. Cora buscó a tientas su móvil en un lado de su sostén. ¿Por
qué no podía sentir los dedos? Su mano era un muñón torpe.
Vale, esto realmente comenzaba a asustarla. Nunca volvería a
beber alcohol.
Frunció el ceño cuando finalmente pudo coger su móvil y
sacarlo. Todo seguía viéndose borroso y las luces demasiado
brillantes. Hizo una mueca de dolor y se abrió paso entre la multitud.
Iba a mandarle un mensaje de texto a Helena. Tal vez no eran las
mejores amigas, pero era una de las pocas personas en la ciudad
que Cora conocía.
Y Cora necesitaba recostarse. Oficialmente el día había sido
demasiado largo y necesitaba terminar. Ahora.
Le llevó tres intentos deslizar con el dedo la secuencia correcta
de puntos para desbloquear el móvil. Entrecerró los ojos nublados
hacia la pequeña pantalla; seguía moviéndose de un lado a otro. Era
difícil saber cuál pantalla era la auténtica. La presionó con su
extraña y regordeta mano, pero parecía que no podía hacer nada
bien. Se sentía frenética y somnolienta al mismo tiempo. Necesitaba
ayuda. Pero consiguió entrar a la aplicación de mensajería de texto,
no supo cómo. Gracias a Dios, gracias a Dios. Lágrimas de alivio
inundaron sus ojos. Pero cuando inició a escribir el mensaje perdió
el aparato y lo dejó caer.
—¡Mierda!
El suelo del club era un abismo oscuro. ¿Iba ser capaz de
encontrarlo…?
—Oye, te recuerdo. ¿Se te cayó el móvil? Te vi desde allá. —Un
hombre se agachó frente a ella y luego apareció con el aparato.
Fácilmente pudo haberlo abrazado.
Trató de soltar un “gracias”, pero su lengua se sentía pesada y
salió más bien como un “gacias”.
Le entrecerró los ojos mientras las luces estroboscópicas
destellaban en su dirección e hizo una mueca de dolor. Aun así,
pudo ver que se trataba del hombre amable de antes y se relajó. Él
no se había reído ni tampoco la había mirado divertido cuando le
invitó un trago y ella respondió que solo tomaba jugo de arándano.
—Creo que yo… —empezó, pero el mundo se oscureció.
Lo siguiente que supo fue que el brazo del hombre amable
estaba rodeándola y soportando su peso mientras la guiaba por
sobre la orilla de la multitud.
—Te llevaré a los sanitarios para que puedas mojarte la cara —
estaba diciendo—. Le envié un mensaje a tu amiga para que te vea
allí.
Cora asintió. Hablar requería de mucho esfuerzo. Caminar
también, pero se empeñó por mantenerse de pie y seguir
tambaleándose junto al hombre amable. Él a su lado se sentía firme
y fuerte, y ella se aferró a él con las pocas fuerzas que le quedaban.
Levantó la cabeza y volvió a quedar cegada por las luces. Era
demasiado. Todo era demasiado. La música palpitaba en su cabeza
con la fuerza de un picahielos. Necesitaba quietud. Oscuridad.
Incluso preferiría el sótano de su madre en vez de esto.
El pensamiento solo la hizo sentir histérica.
Mira lo lejos que he llegado, mamá. Después de todo, la gran
ciudad es tan aterradora como dijiste que sería.
No. Hoy fue un mal día. Se concentró en levantar los pies. Uno
primero y luego el otro. En aferrarse al hombre para mantenerse en
pie. ¡Cielos! Se sentía como si llevaran años caminando. ¿Aún no
estaban en los sanitarios? Finalmente se aventuró a levantar la
mirada y frunció el ceño cuando notó que se encontraban en un
pasillo. Se giró para mirar por encima de su hombro.
Aguarden un momento, ya habían pasado los sanitarios. Trató
de enterrar los pies en el suelo. Necesitaba hacerle saber al hombre
que había cometido un error.
—Bañ… —intentó decir, pero él la interrumpió.
—Shh, quieta, nena. Todo va a estar bien. De maravilla.
Pero algo en su voz no sonaba bien. Era como si le estuviera
hablando a un niño con el que estaba molesto.
—No. —Sacudió la cabeza. No era correcto. Esto no estaba
bien.
Trató de alejarse de él, pero sus dedos se aferraron a sus brazos
como garras, y en vez de conducirla con suavidad, estaba tirando de
ella.
¡Detente! ¡Ayuda! Gritó en su cabeza. Pero solo salieron
pequeños quejidos.
La estaba empujando hacia la puerta trasera del club. El fresco
aire nocturno la golpeó como un millar de diminutas agujas, y
finalmente logró soltar un chillido. Pero era demasiado tarde. La
puerta se cerró tras ellos tan rápido como se había abierto.
—Cállate, perra —dijo mientras sacaba llaves de su bolsillo.
Había un coche negro aparcado en un callejón no muy lejano y las
luces se encendieron cuando presionó un botón en el llavero.
¡No! No, no, no, no.
Cora intentó pelear. En su cabeza estaba peleando con uñas y
dientes. Gritando y sacudiéndose, y arañando.
Pero por fuera no debió haber estado oponiendo mucha
resistencia, porque el animal levantó su delgado cuerpo sin ningún
problema. La empujó hacia la parte trasera de su auto con el rostro
yendo directo contra el asiento de cuero. La puerta se cerró de
golpe.
Ni siquiera se molestó en atarla. No tenía que hacerlo. Estaba
indefensa mientras él pisaba el acelerador, haciendo chirriar los
neumáticos. Fue lanzada contra el respaldo del asiento y, cuando él
se detuvo, cayó hacia el espacio reposapiés.
¡Auch!
Pero no. El dolor era bueno. Parpadeó y trató de concentrarse en
él.
No podía permitir desmayarse. Él debió haberle echado algo su
jugo de arándano. Estúpida. ¡Realmente estúpida! No había perdido
de vista la bebida. Al menos ella pensó que no. Pero él la había
cogido del barman para dársela a ella. Si era bueno en las
artimañas, entonces debió haber puesto algo en la bebida mientras
se la pasaba.
Estaba agotada. Tan agotada. Parpadeó y sus pesados
párpados se cerraron. Una vez. Dos.
El coche aceleró rápidamente y la sacudida hizo que sus ojos se
abrieran de nuevo. ¡Mierda! ¿Estaba por quedarse dormida? ¿En
qué demonios estaba pensando? Si lo hacía estaba muerta. Sería
violada y asesinada y todas las horribles cosas de las que su madre
le había advertido. Todo estaba sucediendo. Primero con Paul, y
ahora siendo drogada y secuestrada. Oh, Dios, oh, Dios…
¡Basta! Maldita sea, no entres en pánico.
Forzó sus ojos para que se quedaran abiertos tanto como
pudieran e intentó concentrarse. Solo había bebido un tercio del
vaso de jugo de arándano. Tenía que tratar de buscar una salida. El
hombre la estaba llevando a alguna parte, pero aún no llegaban.
Todavía había tiempo.
La lluvia salpicó las ventanas mientras el coche atravesaba las
oscuras calles. Todavía estaban en la ciudad. Bien. Tenía que salir
del coche la próxima vez que se detuviera. Evidentemente y a estas
alturas, el hombre contaba con que estuviera desmayada o
demasiado aturdida para intentar algo.
Probablemente porque ni siquiera pudiste caminar por tu cuenta
en el club.
Pero en ese momento no temía por su vida. La adrenalina corría
por sus venas, tiñendo sus opciones simplemente en blanco y
negro.
El coche dobló en una esquina y su cuerpo pareció girar 360
grados, todo se puso patas arriba… hasta que se dio cuenta de que
estaba firmemente atascada en el espacio reposapiés. No se había
movido en absoluto. Era como un conejo paralizado escondiéndose
del lobo.
Así que tal vez su cabeza no estaba en total claridad. No
obstante, de ninguna manera iba a quedarse y aceptar lo que fuera
que el sujeto había planeado para ella.
La siguiente vez que el coche bajó la velocidad, ella entró en
acción.
Eso significaba que con lentitud subió al asiento y alcanzó la
manija de la puerta. Sus extremidades eran de concreto. Le tomó
varios segundos preciosos descubrir cómo desbloquear el seguro,
pero tiró de la manija justo cuando el coche se detuvo.
La puerta se abrió y lanzó su cuerpo hacia la oscuridad.
—¡Oye! —Oyó al tipo gritar mientras se golpeaba contra el
pavimento mojado y gotas de lluvia le abofeteaban el rostro.
De pie. ¡Levántate, ya! Se gritó a sí misma. Pero yació allí
aturdida. La ciudad giraba a su alrededor, con imponentes
rascacielos extendiéndose en la interminable noche. Era pequeña
como una gota de lluvia, un húmedo ¡paf! en el asfalto…
Sus pies tocaron el suelo cuando la puerta del conductor se abrió
y su secuestrador salió.
Se levantó usando la puerta como impulso y solamente echó un
veloz y frenético vistazo a su alrededor. Se habían detenido en un
semáforo en rojo. La lluvia impactaba contra las aceras vacías.
Dondequiera que mirara, los comercios estaban sumergidos en la
oscuridad y el silencio.
Pero más adelante sobre la acera a su derecha, había una
puerta iluminada. Luz. Donde había luz había personas. Alguien
para ayudarla. O, cuando menos, un lugar para esconderse. Corrió
hacia la luz. El mundo se redujo a un oscuro túnel y su esperanza al
tamaño de los rayos de luz que la lluvia arrastraba. Corrió; sus pies
descalzos pisoteaban los charcos helados. Sus tacones se habían
quedado en alguna parte del camino, gracias al destino. Sin ellos
estaba más estable. La lluvia que le azotaba las mejillas agudizó su
concentración. Corrió, la adrenalina impulsándola hacia adelante;
los gritos del hombre tras ella, pero sin alcanzarla. Aún.
Cayó por los escalones que estaban por debajo del nivel de la
calle y se estrelló contra la puerta. Los gritos del hombre estaban
más cerca que nunca. Casi estaba sobre de ella. Pero tiró de la
manija de la puerta, logró abrirla y se apresuró hacia el interior. Su
refugio era un bar o club de algún tipo; probablemente privado
debido a la tenue iluminación y la madera de caoba que cubría el
lugar con sombras. Débilmente pudo percatarse de un bar vacío y
mesas iluminadas por pequeñas lámparas.
Mierda, ¿por qué se había detenido a apreciar la decoración? Su
secuestrador llegaría a ella en cualquier momento. Tratando de
calmar su respiración, se deslizó hacia la pared a su izquierda,
atrapando las sombras y dejando caer gotas de agua a medida que
se movía. Pasó frente al taburete de un guardia de seguridad y un
guardarropa. ¿Pero dónde estaba él? Si se tratara de un club
privado, ¿la echarían?
Se miró a sí misma. Su corto vestido negro estaba manchado
con lodo de la calle y estaba segura de que su rostro no lucía mejor.
Pero ya estaba pensando más claramente. Al fin. Vale.
Y no había guardia de seguridad que ella pudiese ver. Cuando
se detuvo y escuchó con atención, todo lo que notó fue el latir de su
corazón y unas pocas voces moderadas al fondo. El lugar estaba
cerrado por la noche o era muy, muy exclusivo. Si lograra moverse
en suficiente silencio entonces quizás podría encontrar una puerta
trasera y salir sin ser vista.
Su plan se mantuvo por algunos segundos, pero la puerta a sus
espaldas se abrió de golpe impactando contra la pared con un
estallido fuerte. ¡No! Reprimió un grito, escondiéndose en la
oscuridad. Sin embargo, la llegada de su perseguidor llamó más que
solo su atención.
Hubo un grito proveniente del extremo izquierdo. Era el guardia
de seguridad, finalmente haciendo acto de presencia.
—Oye, hombre, no puedes entrar aquí.
Cora sintió a tientas el largo de la pared hasta que casi cae en
un corredor. Esperó un momento, escuchando.
—Estaba con mi chica, necesito saber si vino aquí…
Tan asustada como estaba, todo dentro de Cora protestó: “No
soy su chica; no lo conocía antes de esta noche”. El guardia también
estaba discutiendo con él, diciéndole que el lugar era privado.
—Si te quedas aquí, al señor Ubeli no le gustará —la voz del
hombre era exageradamente profunda, y Cora imaginó que era un
hombre grande, una bestia con traje—. Tienes que irte.
—No, te lo aseguro, ella corrió hacia acá…
El tiempo pasaba y Cora sabía que su perseguidor no iba a
marcharse.
Entonces hubo pasos haciendo eco y un grito:
—¡Oye, no puedes entrar allí!
Cora se adentró más hacia el pasillo, giró y cogió el picaporte
más próximo que pudo encontrar. Estaba bajo llave. Desesperada
se movió a la siguiente. Las voces estaban más cerca.
La puerta se abrió. A tientas se precipitó dentro y luego la cerró,
sofocando así los gritos.
Allí dentro la luz era suave y la habitación extensa y oscura,
cargada de tantas sombras al igual que el club. Cora estaba
apoyando la espalda sobre la puerta, y jadeó tan pronto como sus
ojos se adaptaron a la luz.
Frente a ella, y al otro lado de una extensa y lujosa alfombra roja,
había un escritorio.
Y detrás un hombre.
Se paralizó. Su débil mente comenzó a pensar en el nuevo
problema. El hombre llevaba un traje hecho a la medida para
hombros anchos. Tenía la cabeza gacha y su cabello oscuro brillaba
mientras trabajaba con la luz de una lámpara de escritorio en esa
extensa y oscura habitación.
Él parecía importante. Interrumpir al hombre en su imponente
oficina dentro de un club muy exclusivo probablemente solo traería
problemas. Aun así, cualquier escenario era mejor que del que
había escapado. ¿Cierto?
Se puso de pie, apenas atreviéndose a dar un respiro y con
gotas de agua cayendo de su dobladillo sobre la hermosa alfombra.
Por una fracción de segundo, pensó que el hombre no la había visto
ya que estaba demasiado concentrado en los papeles frente a él.
Pero con un rápido movimiento levantó la cabeza y al siguiente
instante miró directo hacia ella. Cora se movió hacia la puerta. Era
atractivo, pero de una manera aterradora, como si hubiera sido
esculpido en mármol, pero el artista se hubiera olvidado de alisar los
bordes para suavizar los rasgos. Solamente pudo hacer conjeturas
sobre su edad. ¿A inicios de sus treinta, tal vez? Las sombras
estaban en gran parte de su rostro, especialmente bajo sus ojos. Él
la recorrió con la mirada, pasando por su vestido muy corto, pies
descalzos y su cabello húmedo.
Con el pulso acelerado y doliéndole, Cora permaneció como una
estatua.
Ninguno dijo nada.
Poco a poco el hombre se fue levantando, con una pregunta
formándosele en los labios. Cora también dio un paso al frente,
buscando posibles explicaciones con la mente a toda velocidad.
Pero se encontró con sus ojos grises oscuros acentuados por la
inquietante luz, y su mente se quedó en blanco. No estaba segura
de si se trataba de los restos de las drogas en su organismo o si
solo era por estar cerca de él. Tragó con fuerza. A sus espaldas se
escuchó un fuerte golpe en la puerta. Cora se lanzó hacia atrás,
abrazándose a sí misma.
—¿Señor Ubeli? —Alguien llamó.
—¿Sí? —contestó el hombre sin quitarle los ojos de encima.
La puerta se abrió un poco y Cora retrocedió. El dueño de
aquella voz no entró a la habitación; no obstante, ella estaba
completamente oculta detrás de la puerta.
—Hay un sujeto que dice que ha perdido a una corderita a la que
estaba cuidando. ¿Me oyes?
—Te escucho, Sharo —dijo el hombre llamado señor Ubeli—.
Deshazte de él.
Cora sintió a su cuerpo relajarse y su suspiro escapó en silencio,
incluso cuando Sharo continuó:
—No hay problema, jefe. ¿Quieres que lo eche?
—No, dile que se vaya. —El señor Ubeli miró su escritorio para
mover algunos papeles mientras daba órdenes—. Golpéalo un poco
si se pone difícil.
—Sí, señor Ubeli. Lo haré.
La puerta se cerró, dejando a Cora nuevamente expuesta y a
solas con el señor Ubeli. Por un momento, la examinó con los ojos
entrecerrados.
—¿Ese sujeto te estaba molestando? —preguntó, salió de detrás
de su escritorio.
—Sí —susurró Cora—. Gracias.
Tembló mientras se encogía de hombros y el señor Ubeli, con
cuidado, avanzó, como si ella fuera un animal salvaje que en
cualquier momento podía huir.
Ella retrocedió, pero él pasó de largo, yendo al perchero junto a
la puerta y cogiendo un abrigo. Volviendo, lo sostuvo frente a ella y
sacudió la manga en dirección a su brazo. Por un instante Cora
permaneció inmóvil. Miró al hombre y a sus profundos y oscuros
ojos. Dándose la vuelta, metió el brazo en la manga y le permitió
ayudarla a ponerse el abrigo. Una vez puesto, notó que era una
chaqueta gris de traje demasiado grande para ella, y que le colgaba
un tanto de las manos. Pero mientras se envolvía en él, se sintió
como una coraza contra todo lo que había ocurrido esa noche. La
ola de alivio la golpeó tan fuerte que prácticamente colapsó en el
sillón frente al escritorio al que el hombre previamente la había
guiado.
Por fin estaba a salvo.
Se había acabado.
Se reclinó en el asiento. Esperaba que su vestido húmedo no
arruinara el cuero rojo, pero no pudo más que pensarlo por un
momento. Allí dentro se sentía tan cálido. La calidez y la protección
se sintieron como lo único que importaba en el mundo.
Era realmente estúpido. Seguía desempleada. Y ya que el
trabajo había sido como niñera que vivía con la familia, tampoco
tenía un lugar donde quedarse. Apretó aún más el abrigo contra sí.
—¿Eras su novia?
Le tomó un segundo entender a lo que se refería su significado,
pero tan pronto como lo hizo…
—No —dijo Cora con brusquedad mientras sacudía la cabeza y
se estremecía—. No. Antes de esta noche no lo conocía. Puso algo
en mi bebida. Y él, él…
—Oye —replicó suavemente con las cejas fruncidas—. Me
aseguraré de que no vuelva a aparecer por aquí.
¿Quién era ese hombre para hacer tal promesa? Pero la forma
en que lo dijo, con tanta autoridad, hizo que ella terminara por
creerle. Debió de haberla desconcertado, quizás.
En vez de eso, todo lo que sintió fue alivio.
Alivio y calidez.
Llevó la cabeza hacia el cuero afelpado del sillón con respaldo.
Vaya que estaba cansada. Más de lo que estuvo en toda su vida.
—¿Cómo te llamas? —preguntó.
—Cora —soltó en automático y luego apretó los labios. ¿Fue
buena idea comunicarle su nombre? Los desconocidos son
peligrosos, las palabras de su madre resonaron en su cabeza. El
mundo exterior es traicionero. Solo es seguro aquí en la granja. Y yo
soy la única en quien puedes confiar.
—Encantado de conocerte, Cora. Soy Marcus. Marcus Ubeli.
Asintió semidormida.
—Encantada… de conocerte… también.
Sus ojos querían cerrarse. Era de mala educación y tenía
problemas para mantenerlos abiertos. De verdad los tenía. Bueno,
tal vez lo mejor era descansarlos. Pero solo por un momento.
Solo… un… momento.
Pero la calidez la doblegó, y se quedó dormida.
CAPÍTULO 3

Cuando Cora se despertó, recordó la bebida: el líquido rojo, tan


brillante como una piedra preciosa dentro del vaso. Se despertó
sobresaltada con el corazón acelerado, como el de un conejo
aterrorizado.
Pero no estaba en el asiento trasero de un coche. Se sentó y
miró a su alrededor: su cabeza se balanceaba hacia adelante y
hacia atrás y su cabello despeinado caía sobre su rostro.
Estaba en una habitación de hotel; una realmente lujosa, a
juzgar por lo que podía observar con ayuda de la luz de una sola
lámpara tenue. ¿Seguía soñando? Algo mareada se frotó los ojos,
pero poco a poco comenzó a recordar la noche anterior. Paul, el
club, sus supuestas amigas, el hombre que le invitó la bebida. El
asiento trasero del coche. El pavimento mojado mientras huía,
bajando por la calle, hasta encontrar los escalones de la bodega, la
puerta y todo lo que había detrás de ella.
Esa parte parecía un sueño, y ella negaría lo ocurrido si no fuera
porque yacía entre sábanas lisas y una almohada suave y
aterciopelada en una cama de un hotel de cinco estrellas.
Y todavía tenía encima el vestido de la noche anterior. Suspiró
aliviada. Gracias a Dios. ¿En qué se había metido?
Vale, no puedes quedarte en la cama todo el día. Es momento
de enfrentar el desastre que tienes como vida.
—Pero no quiero —gimió y tosió. Vaya, su garganta estaba seca.
Al levantarse vio un vaso de agua en la mesita de noche. Estuvo
a nada de cogerlo, pero se detuvo en el último momento. Ya no iba
a aceptar bebidas de desconocidos, sin importar que su garganta se
sintiera más seca que el desierto de Mojave. Bostezó y sacó la
lengua mientras se estiraba.
Agh, sus músculos dolían como si un camión le hubiera pasado
por encima. Y la cabeza le punzaba. Mucho. Gimió mientras salía de
la cama. Se dirigió hacia el baño contiguo a la habitación para
acomodarse la maraña caída de su cabello color trigo.
¿Cuánto tiempo había dormido? Iba a tener que buscar un reloj
al volver al dormitorio. El mármol frío del baño le lastimó sus
delicados pies. Mirando los dos lavamanos —ambos hechos de un
llamativo mármol negro—, notó que el color había vuelto a sus
mejillas. Debió haber dormido un largo rato. Tiró con fuerza de las
perillas del lavamanos, de modo que el agua se disparara hacia sus
manos puestas por debajo. Luego bebió sorbo tras sorbo. Después
se lavó el rostro. El agua fría limpió su húmeda y pegajosa piel, y
para cuando terminó y se secó con una toalla, se sintió
relativamente mejor.
Especialmente cuando vio un cepillo de dientes nuevo y un tubo
de dentífrico dispuestos a un costado del lavamanos.
—Gracias al destino —gimió y cogió ambos.
Su cepillado fue largo y arduo, sin importarle si en algún
momento se iba a desprender la capa superior de esmalte en los
dientes. Estaba decidida a quitarse los residuos de la noche anterior.
Aún más cuando recordó que Paul intentó besarla. Escalofríos.
Una ducha fue lo siguiente.
Se sintió un poco más viva después de terminar y salir. El dolor
de cabeza desaparecía mientras más agua bebía. Al secarse el
cabello y volver al dormitorio, encontró que alguien había dejado
una bolsa de compras en una silla cerca de la puerta de la
habitación. La falda y el top dentro eran de su talla, así como algo
de ropa interior. Hizo una pausa, no muy segura sobre cómo
sentirse al respecto. ¿Era un gesto amable? ¿O extraño?
Probablemente amable debido a que la única ropa que tenía era el
corto vestido negro que había comprado en una tienda de segunda
mano por diez dólares. Y no era como si quisiera volver a usar ropa
interior sucia después de ducharse.
¿Fue el hombre de anoche quien le compró estas cosas?
¡No me digas! ¿Quién más? Aunque probablemente hizo que su
empleado las trajera o algo así.
¿Lo vería de nuevo alguna vez? ¿O había sentido lástima por
ella, disponiendo que durmiera en esa linda habitación de hotel para
reponerse de la embriaguez, para luego conseguirle ropa para que
ella no tuviera que hacer la caminata de la vergüenza? ¿Y eso era
todo? ¿Había cumplido con su acto de buen samaritano del año?
Se vistió deprisa, sintiéndose avergonzada por haberse tardado
tanto en salir del hotel. Probablemente estaba abusando de la
hospitalidad dada. ¿Cuál era la hora de salida? Madre mía, no
quería que al chico le adicionaran cargos extra solo porque se había
lavado el cabello dos veces. El champú olía tan bien. ¿Y por qué no
había un maldito reloj en ninguna parte? No se había molestado en
abrir las pesadas cortinas para ver cuán alto se encontraba el sol en
el cielo porque había estado desnuda y cambiándose y ahora se
estaba yendo, así que no se molestó. Apresuradamente dobló su
ropa usada antes para después abrir la puerta del dormitorio.
—¡Oh! —gritó sorprendida.
Había estado esperando el pasillo de un hotel, pero en cambio
se encontró con una habitación aún más grande. Se encontraba en
una suite de hotel. Una increíblemente cara, por el aspecto que
tenía. Con lo grande que era la habitación... ¿Lo que estaba viendo
ahora era el pent-house? Mierda. La larga pared de ventanas era
oscura —no se veían las luces de la ciudad, por lo que Cora asumió
que era el tipo de vidrio que podía volverse oscuro al darle una
orden, y no había luces encendidas en la sala de estar. ¿Qué hora
era? Se propuso a avanzar, preguntándose si debía decir un “hola” o
llamar a alguna de las otras puertas de la suite.
—¿Cómo has dormido? —una voz se escuchó desde la
oscuridad.
—¡Oh! —Cora volvió a gritar sorprendida, esta vez con una
mano en el pecho.
Allí en un sofá, en el área de descanso junto al bar, estaba
Marcus Ubeli.
—Bien —contestó mientras sonreía tímidamente—. Dormí bien.
Se dirigió hacia él, echando un vistazo a todo lo que había. La
habitación estaba sumergida en las penumbras. Ella notó que el
pent-house debía ocupar todo un lado del edificio. Había cocina, bar,
áreas asentadas por debajo del nivel normal dispuestas para
descansar, televisores y en una esquina un piano de media cola.
Todo estaba en gris o negro, con matices de color crema.
—¿Te gusta el lugar? —Marcus Ubeli estaba de pie con las
manos en los bolsillos y sombras grises en el rostro y bajo los ojos
mientras la miraba.
Vale. Probablemente estaba observando todo como una
pueblerina.
—Es lindo —comentó y se le contrajo el estómago. ¿Lindo? —.
Quiero decir, es lujoso. —Dios. Lujoso era peor que lindo—.
Elegante, quiero decir. Decorado muy elegantemente.
Mátenla ahora.
Para entrar en la hundida zona de estar, tuvo que pasar junto a
una estatua, una figura contorsionada en mármol blanco.
—Esa es mía —comentó, y ella se detuvo cortésmente para
mirarla—. El hotel me permite amueblar este lugar a mi gusto.
La estatua era de una mujer con un cuerpo y una tela delgada
finamente tallados. Parecía griega y bien hecha, pero su rostro la
inquietaba; los suaves rasgos juveniles se retorcían como si
estuviese horrorizada o con angustia. Continuó caminando,
descendiendo hacia la zona hundida donde estaba su anfitrión.
—¿Entonces vives aquí? —preguntó Cora.
Marcus Ubeli se rio.
—No, lo conservo por si quiero alejarme.
Por supuesto. Respirando con dificultad, asintió como si lo que
acababa de escuchar fuera lo más normal. Pero mierda, ¿cuánto
debía costar un lugar como este? ¿Y lo conservaba como un sitio
para dormir cuando se quedaba despierto hasta muy de noche en
esta parte de la ciudad?
O como un lugar para traer mujeres. Sus mejillas se encendieron
ante el pensamiento.
—¿Quieres algo para beber? —se acercó y ella se alejó de su
alta y oscura figura, repentinamente imponente. Pero solo se volteó
para subir los escalones en dirección al bar.
—No, gracias. —Sacudió la cabeza, que todavía la sentía un
poco débil. En el bar se oyó un tintineo de copas y luego estuvo de
regreso—. ¿Por cuánto tiempo dormí?
De nuevo hubo una pequeña risa. No era descortés, pero la hizo
sentir como si no hubiera pillado el chiste.
—Acabo de ver la puesta de sol.
—¿Qué? —se quedó horrorizada—. No hay manera alguna. —
Fue hasta la ventana—. ¿Puedes hacer que se pongan claras?
—Por supuesto —cogió un mando a distancia y con tan solo
presionar un botón las ventanas oscuras se volvieron transparentes.
Cora se quedó sin aliento cuando el paisaje se tornó luminoso con
hileras de luces que dejaban al descubierto los artificiales y
multicolores rascacielos en contraste con un cielo como terciopelo
negro. Realmente había dormido por un día entero.
—Oh, no —dijo mientras se llevaba una mano a la frente,
sintiéndose completamente desorientada. Se volvió hacia su
anfitrión que ahora estaba de pie, su figura viéndose mitad negra y
mitad gris.
—Perdóname —habló, y ella nuevamente se estremeció. No
parecía ser un hombre que podría pedir disculpas—. Te dejé dormir
tanto tiempo como pudiste.
Una sombra cubría su rostro; no podía ver expresión más allá de
la que había en su voz.
—Me aseguré de que estuvieras bien. Alguien se quedó aquí en
caso de que despertaras. Pero cuando volví todavía estabas
dormida —su voz se redujo hasta volverse más suave—. Pensé que
lo necesitabas.
—Está bien —dijo Cora, aunque se sentía débil—. Digo, gracias.
¡Durmió por todo un día! Y alguien se había quedado con ella; se
preguntó quién y esperó que no fuera el musculoso guardia de
seguridad que había visto en el club. Tenía demasiadas preguntas:
¿Quién era este hombre? ¿Por qué estaba siendo tan amable? Pero
las ocultó, sintiendo su oscura mirada en ella.
—¿Tienes hambre?
Sacudió la cabeza con brusquedad al recordar las sensaciones
de su estómago durante la persecución. El recuerdo no parecía
tener un día de haber sucedido.
Muy tarde; pensó en sus modales. Este hombre evidentemente
adinerado había dedicado tiempo de su día para ver cómo estaba,
cuando ella estaba segura de que él tenía un millón de cosas más
importantes que hacer.
—Lo siento. Te dejaré tranquilo. Realmente tengo que volver a
casa.
Ni siquiera se abochornó al decirlo. Bueno, no demasiado. Pero
cualesquiera que fueran sus problemas, ella no iba a cargárselos al
hombre.
Ladeó la cabeza, examinándola de tal manera que nuevamente
hizo que su boca se secara.
—Anoche dijiste que no tenías un hogar.
Cora sintió a sus ojos abrirse.
—Oh. —Ahora sí, mátenla. Ella misma sabía que a veces
hablaba dormida. Trató de reírse—. Bueno, trabajaba como niñera
interna.
—¿Y?
Cora abrió la boca y un débil y pequeño ruido salió. ¿Cómo
podría siquiera empezar a…? Y tampoco era como si fuera su
problema…
Pero Marcus Ubeli curvó una ceja oscura de tal manera que
exigía la verdad.
—Bueno, como que renuncié.
—¿Como que renunciaste? O lo hiciste o no lo hiciste.
Dejó escapar un suspiro en un soplo de aire.
—Sí renuncié. Pero aún tengo que volver a recoger mi última
paga y todas mis cosas.
No pudo evitar fruncir el ceño pensando en qué tipo de escenario
podría ser ese que acababa de describir. Pero todo el dinero que
había ganado en las últimas seis semanas estaba allí, además de
su mochila llena de ropa y un par de cosas más que había traído de
Kansas.
—Haré que recojan tus cosas. Puedes quedarte aquí hasta que
estés lista para volver.
—¿Qué? —la espalda de Cora se puso rígida—. ¡No!
Maldición, nuevamente estaba siendo grosera cuando el hombre
solo había sido amable con ella.
—No, quiero decir, gracias. Eso es muy amable. Pero estoy bien.
Voy a estar bien. Iré a recoger mis cosas y después a la casa de
una amiga.
Él no tenía que saber que estaba hablando de una amiga
hipotética. En especial ahora, que su móvil ya no estaba con ella.
Ese idiota de la noche anterior lo había guardado después de
tomarlo y no había memorizado los números de Europa o de
Helena. Pero los Donahue pagaban bien. Tendría casi mil quinientos
dólares en total una vez que le pagaran la mitad del salario de este
mes que le debían. Tal vez cogería un autobús y buscaría un sitio
más barato para vivir. La gran ciudad era el mejor lugar para
esconderse de su madre, pero era demasiado caro.
—Suena como si lo tuvieras todo planeado —dijo—. Haré que mi
chofer te lleve a donde quieras ir. —Sacó el móvil del bolsillo y
presionó un botón—. Sharo. Sí. Trae el coche. Escoltarás a la
señorita…
Los ojos de Marcus fueron hasta Cora.
—Vestian. Cora Vestian.
—…a donde quiera ir la señorita Vestian.
Cortó la llamada y con un movimiento rápido deslizó el aparato
de vuelta al bolsillo de su chaqueta.
—Son las nueve de la noche. Me encantaría que te quedaras
aquí otra noche y dejaras todas tus responsabilidades para cuando
amanezca. ¿Qué puedes hacer esta noche?
Cora estrujó contra su estómago el vestido del día anterior.
—Oh, está bien. Soy un ave nocturna. También mis amigos.
Mentiras. Puras mentiras. Por lo general, solía estar en cama
antes del noticiero de la noche. Y aunque Marcus supiera que
estaba mintiendo, no le dijo nada. Simplemente inclinó la cabeza y
levantó una mano hacia la puerta.
—Sharo te estará esperando para cuando llegues a las puertas
del hotel. ¿Me permites acompañarte?
Parpadeó y luego asintió. Nunca había conocido a nadie tan…
vale, tan cortés. Educado y formal eran las palabras perfectas para
describir a Marcus Ubeli. Con su caballerosidad era como un
caballero a la antigua, viniendo a su rescate con ella siendo una
damisela en apuros. Los libros habían sido el único entretenimiento
que su madre le permitía, y puede que se haya derretido por un
caballero o dos durante su adolescencia.
Marcus le tendió un brazo. Escondió su mugroso vestido detrás
de su espalda, más contenta que nunca por haber metido sus
bragas y sostén sucios dentro de él. Le cogió el brazo con la otra
mano. Al momento de tocarse, una chispa le recorrió el cuerpo. Por
no hablar de que la fuerza que emanaba de su cuerpo era… guau.
¡Simplemente GUAU! Nunca había sentido nada como eso. Estar
tan cerca de él la hizo volver a tener un poco de mareo.
Con suavidad la llevó a través de la sala de estar del pent-house,
luego por la puerta y hacia el ascensor. Cora nunca había tenido dos
pensamientos a la vez sobre un ascensor: queriendo que llegara
más rápido y deseando que nunca apareciera.
—Entonces —comenzó ella, detestando la manera en que su
voz salió, como un pequeño gemido. Dios, a alguien como Marcus
debió parecerle como una cría—. ¿Qué es lo que haces? Digo, es
decir, ¿como trabajo?
Lo miró a la cara.
Mala idea. Pésima.
Antes solo lo había visto bajo iluminación tenue. El pasillo no
tenía lámparas fluorescentes ni nada parecido, pero era suficiente
para ver que Marcus era guapísimo. Santo cielo. Malditamente
precioso desde la parte alta de sus finos pómulos hasta la firmeza
de su quijada tensa. Y la manera en que él le sonrió; todavía
sombría y pensativa, pero como si ella a su vez lo divirtiera. Le quitó
el aliento. En verdad estaba teniendo problemas en recordar cómo
respirar.
La sonrisa de Marcus se profundizó hasta que un hoyuelo
apareció en su mejilla. Ella tuvo un espasmo como si hubiese
chocado contra algo.
—Soy dueño de muchos negocios y bienes de inversión. ¿Te
encuentras bien? —su ceño se frunció. Sus pestañas eran negras y
largas, un toque de belleza en un áspero y masculino rostro.
Por supuesto que sus pestañas eran jodidamente perfectas.
—¿Cora?
—Ya. Sí. Ajá. —Movió la cabeza como una tonta y fue abatida
con otra sonrisa. Decían que Cupido disparaba flechas, pero aquello
se había sentido más como un puñetazo; un ariete apuñalándole el
vientre, destrozándola por dentro y reemplazando sus órganos
internos con aquella sensación energética derivada del éxtasis.
¿Se debía a que toda su vida había estado totalmente privada de
la compañía masculina, y que en su primera vez estando tan cerca
de uno ahora ya se había vuelto loca por ellos?
No, no podía ser eso. No había sentido más que repulsión
cuando Paul intentó seducirla.
Estaba bastante segura de que todo esto era solamente por
Marcus.
Él no se movió, la miró, y aquella sonrisa poco a poco fue
desapareciendo para ser sustituida por una intensidad que la
inmovilizó allí en su lugar, como una mariposa sobre un tablón.
Cuando el ascensor anunció su llegada, ella casi pegó un salto.
Las comisuras de los labios de Marcus se alzaron y la soltó del
brazo.
—Después de ti.
Entró al ascensor sintiéndose como una tonta. Pensó que iba a
dejarla allí, pero entró con ella. El espacio se redujo y el aire se
calentó. Cora mantuvo los brazos rígidos junto a su cuerpo. Era un
torpe maniquí al lado del dios alto y de espalda ancha que ocupaba
el pequeño recuadro.
Los vellos en sus brazos se erizaron hasta el sitio donde su saco
la rozaba. La suntuosa tela se sentía como el abrigo que le había
puesto encima la otra noche. Nunca en toda su vida había estado
tan consciente de alguien. Pensó que seguramente pasaría, pero
vaya que no; durante todo el momento de descenso la electrizante
sensibilización le erizó la piel. Estuvo a punto de saltar del ascensor
cuando llegaron al vestíbulo.
—Gracias otra vez —habló ella—. No tienes idea de cuánto
aprecio lo que hiciste por mí. Quiero decir —sacudió la cabeza
mientras un escalofrío le recorría la columna—, no puedo
imaginarme lo que hubiese pasado de no ser por…
Respiró hondo y quebró la barrera que contenía a sus palabras.
Miró a Marcus directo a los ojos e intentó con todas sus fuerzas
ignorar la forma en que su intensa mirada hacía a su estómago
volverse absolutamente débil, y dijo:
—Solo… gracias.
—Vale, Cora —murmuró. Un sonrojo se apoderó de ella; se
sentía malditamente mareada por escuchar el sonido de su nombre
salir de sus labios—. Si alguna vez necesitas algo, búscame, ¿sí?
Voy a cuidar de ti.
Madre mía, era tan amable. Alargó la mano y le dio un rápido
apretón de manos.
Las fosas nasales de Marcus se inflaron ante el contacto y ella
de inmediato se soltó y giró sobre sus talones con los ojos muy
abiertos. Cielos, ¿por qué lo había tocado? ¿En qué estaba
pensando? Mirando a su alrededor, vio que todos los ojos en el
vestíbulo estaban puestos en ella y en Marcus. Y allí estaba,
quedando como una tonta. Estrujó sus ojos hasta cerrarlos
momentáneamente, horrorizada por lo tonta e ingenua que seguro
Marcus consideraba que era. Pero no le dio importancia. En fin. Ya
estaba hecho. Por una gloriosa noche, vale, dos de ellas, Cora
había sido un breve punto luminoso en el radar de Marcus Ubeli, y
eso había sido suficiente. Retuvo el impulso de volver a darle las
gracias y, en cambio, se mantuvo de espaldas a él y caminó a través
del vestíbulo. Se sintió como el recorrido más largo de su vida.
Podía sentir las miradas de todos en ella. ¿Pero él seguía
mirándola?
Obviamente no, tonta. Debió de haberse dado la vuelta, yendo
directo a su pent-house. Quizás nunca lo volvería a ver.
El enorme guardia calvo, Sharo, la estaba esperando mientras
ella cruzaba las puertas giratorias.
Cora se detuvo en seco al verlo. Guau. No había notado lo…
grande que era. Todas sus medidas eran proporcionales, solo que él
vino en extra, extra grande. Debía medir 1,95 metros, y pudo haber
tenido una carrera como defensa de fútbol americano. Llevaba un
traje que tuvo que haber sido adaptado a su cuerpo, además de un
pequeño auricular en el oído.
Él la vio y asintió, dirigiéndola hacia la parte trasera del elegante
coche de aspecto costoso y de color negro.
—Señorita Vestian.
—Gracias.
Se deslizó sobre el asiento de cuero fresco y Sharo cerró la
puerta tras ella. Se aferró a su viejo vestido sobre su regazo,
nerviosa.
—Cinturón de seguridad —ordenó Sharo desde el asiento
delantero.
—Oh, cierto. —Por fin dejó su ropa en el espacio a su lado y tiró
del cinturón de seguridad sobre su pecho, encajándolo en su sitio.
—¿Dirección?
Le dio la dirección y él la introdujo en una pantalla sobre el
tablero de mandos. Salieron del hotel y las luces de la ciudad
pasaban sobre el coche. Cora miró por la ventanilla, como siempre
lo hacía cuando estaba en un coche o en el autobús. Seis semanas
allí y la ciudad aún la dejaba pasmada. Había leído libros sobre
ciudades y edificios tan altos que rascaban el cielo, pero leer sobre
ellos y realmente verlos eran dos cosas completamente diferentes.
Cora había crecido entre cultivos de maíz y sorgo. Hileras tras
hileras, hasta donde alcanzaba la vista. Y eso era todo. La idea de
un lugar repleto con personas que tenían que construir hacia arriba
y apilarse una encima de la otra para caber, era algo que Cora
realmente no había podido comprender antes de su llegada a la
gran ciudad.
El viaje fue silencioso. Sharo no dijo nada y Cora estaba
contenta por ello, ya que se sentía demasiado intimidada para
hablar con el gran hombre. Si él no hablaba significaba que ella
tampoco tenía que hacerlo. Y no tardó en comenzar a reconocer los
sitios emblemáticos del vecindario de los Donahue. Se sentó más
erguida y miró el reloj en la pantalla en el tablero de mandos. Nueve
con veinte minutos. Vale, al menos Timmy estaría dormido. Su
corazón se estrujó en su pecho. Echaría de menos al pequeño,
quien no iba a entender por qué de repente había desaparecido. No
era justo para él. Pero no había manera de que se quedara. No
después de lo que Paul había hecho.
Respiró hondo cuando el coche se detuvo.
Vale. Entraría, cogería su dinero y pertenencias, y seguiría
adelante a partir de ahí. Podría encontrar un hotel para pasar la
noche. Casi se carcajeó ante el pensamiento del tipo de hotel que
ella podía pagar en comparación con el lugar donde se había
quedado la otra noche. Tendría que tomar el tren hacia las afueras
de la ciudad y buscar el motel más barato que pudiera encontrar,
pero al menos la ayudaría a pasar la noche. Al día siguiente podría
buscar otro empleo y…
—¿Señorita Vestian? —preguntó Sharo—. Si se está
arrepintiendo, sé que al señor Ubeli no le importaría…
—No. —Cora regresó su atención al presente y empujó la puerta
para poner sus pies sobre el pavimento. Estaba sintiéndose
avergonzada al pensar en que los hermosos tacones seguramente
ya tenían rasguños. Quería devolverle al señor Ubeli la ropa en
perfecto estado junto con un agradecimiento.
En fin, suspiró. No era como si él pudiera devolverlos a la tienda
después de que ella los hubiese usado.
—Gracias. Y dele las gracias de nuevo por mí al señor Ubeli. —
Cerró la puerta del coche antes de poder comenzar nuevamente a
balbucear.
Sharo también se había bajado del coche, y ella miró hacia
arriba a su rostro muy por encima del suyo.
—El señor Ubeli me pidió que te diera esto —le tendió una
tarjeta—. Si por cualquier motivo alguna vez llegas a necesitarlo, por
lo que sea, llámalo. ¿De acuerdo?
Asintió rápidamente y aceptó la tarjeta. Mostró una rápida
sonrisa y se dio la vuelta para apresurarse por la acera, hacia la
casa de piedra marrón de los Donahue.
Antes de llamar a la puerta, esperó a que el coche se alejase y
condujera hacia la carretera. No hizo sonar el timbre porque no
quería despertar a Timmy. Se sintió extraño llamar a la puerta
principal en lugar de entrar por sí misma con su llave, pero anoche
ni siquiera tuvo tiempo de cogerlas antes de que Paul la acosase.
Sacudió la cabeza. ¿Realmente había sucedido hace una noche?
Porque por mucho que se hubiera sorprendido al enterarse de que
ya era de tarde cuando se despertó esta mañana, los
acontecimientos de anoche se empezaban a sentir muy distantes,
como si le hubieran sucedido a otra chica. Quizás era un
mecanismo de defensa, pero no tuvo otro minuto para pensar en
ello debido a que la puerta se abrió.
—Señora Donahue. Hola. Vengo a recoger mis cosas. No sé si
Paul… Si el señor Donahue se lo dijo, pero ayer renunc…
—¡Puta! ¿Cómo te atreves a aparecer aquí?
—¿Qué…?
Pero antes de que Cora siquiera soltar palabra, la mujer de
mediana edad atravesó el umbral y la abofeteó. Duro. Cora
retrocedió y se llevó una mano al rostro.
¡Auch!
Para ser una mujer tan pequeña, la señora Donahue propinó un
fuerte golpe.
—Espere —Cora levantó las manos—. Ha habido algún tipo de
malentendido…
—¿Trataste o no de acostarte con mi esposo? —la señora
Donahue se mofó.
—¡Por supuesto que no! ¡Nunca lo haría!
Pero la expresión en la cara de Diana Donahue dejaba en claro
que no creía una palabra que saliera de la boca de Cora. ¿Y por qué
debería? Era la palabra de Cora contra la de Paul.
—Se está pasando de la raya —dijo Cora con los puños
apretados—, pero nunca me creerá y lo entiendo. Así que págueme
el dinero que me debe y deje que vaya por mis cosas y nunca
tendrá que volver a verme.
La señora Donahue mostró un gesto de incredulidad.
—No pondrás un pie en mi casa, zorra destruye hogares. Hoy
tuve que faltar al trabajo para quedarme en casa con Timmy.
Solamente Dios sabe la clase de influencia que habrás tenido sobre
mi bebé —sacudió la cabeza y se movió para cerrar la puerta.
Cora metió el pie y empujó la puerta, sobresaltando a la señora
Donahue y haciéndola tropezar unos metros hacia el vestíbulo. Pero
aquello solo pareció enfadarla más.
—Voy a llamar a la policía —gritó.
—Lo único que pido es que me paguen lo que me deben —dijo
Cora, apenas creyendo lo que estaba pasando—. Tiene que
pagarme. Hice el trabajo. Y necesito mis cosas.
—Las quemé en cuanto Paul me contó lo que intentaste hacer
después de que no volviste a casa anoche. Las arrojé a la basura y
les prendí fuego.
Cora sintió que su quijada caía al suelo. Las había quemado...
Pero aquello era todo lo que Cora tenía... en el mundo.
—Pero… —Cora dejó de hablar, conteniendo las lágrimas. Paul
entró a la habitación por detrás de Diana—. Paul, díselo —pidió—.
Dile lo que pasó. Por favor. Necesito el dinero del trabajo que hice.
Es lo único que tengo. Necesito ese dinero.
Pero Paul no mostraba emoción alguna, y para cuando dio un
paso al frente, puso un brazo alrededor de su esposa.
—Tienes que irte o llamaremos a la policía.
—Ya estoy llamando —anunció Diana mientras marcaba con su
móvil y se lo llevaba a la oreja—. Sí, hola. Hay una psicópata
irrumpiendo en nuestra propiedad. Nuestra ex niñera está
acechando a mi marido.
Cora se tropezó hacia atrás y cerró la puerta de entrada tras ella.
¡No era justo! No deberían ser capaces de hacerle eso. Ella
dependía de ese dinero. Oyó sirenas a lo lejos. Tal vez no iban a por
ella; eran algo cotidiano de la vida urbana, pero aun así la hicieron
correr. No tenía ninguna identificación y tampoco un número de
seguro social, todo gracias a la obsesión de su madre por vivir fuera
del sistema. Era una de las razones por las que trabajar para los
Donahue era tan perfecto. No les importaba pagarle en efectivo
ilegalmente.
Pero ahora no había dinero en efectivo.
Ni trabajo.
Nada de nada.
Ni siquiera tenía su móvil gracias al bastardo de la otra noche.
Se movió más lento cuando giró en una esquina, luego bajó
corriendo los escalones hacia el metro. Llevaba veinte dólares de la
noche previa y eso era todo. Gastó cinco en una entrada para el
metro y se subió en el primero que apareció. Sentada en el
mugriento vagón del metro, miró a su alrededor y todo el peso de la
situación finalmente la sacudió. No tenía dónde pasar la noche. Sus
ojos recayeron en un hombre sucio —evidentemente un indigente—,
que dormía en la esquina del metro. Bueno, esa era una opción. Su
cabeza cayó hacia atrás contra la ventana a sus espaldas y cerró
los ojos. Madre mía, ¿estaba pensando seriamente en dormir en el
vagón del metro como el vagabundo sin hogar? ¿Tan bajo había
caído?
¿Por qué estás siendo tan hipócrita? No tienes hogar.
Se frotó el rostro con las manos. Pensó que era valiente cuando
se fue de la granja. Lo había hecho de manera impulsiva. Había
visto una oportunidad y la había aprovechado. Cora siempre había
sido mala para mentir, y nadie podía leerla mejor que su
controladora madre.
Controladora. Ja. Su madre tenía una patología.
Demi Vestian vigilaba todo lo que su hija hacía. Monitoreaba
cuánta comida se llevaba a la boca, sus horas de sueño, si había
hecho todos sus deberes, cómo iban sus estudios y si los estaba
haciendo con óptima perfección. La mayor parte del tiempo, Cora se
sentía más como un experimento científico o un canino de
competición que como una hija.
No es que su madre alguna vez la hubiese exhibido.
No, esa era otra particular regla de sus vidas. Nunca vieron a
nadie. Jamás.
Si tenían que hacer que un veterinario viera a los caballos, Cora
era encerrada en el sótano por el tiempo que durara la visita. Dos
veces al mes su madre llevaba la camioneta al pueblo para comprar
comida y suministros, pero Cora nunca llegó a ir. Solo podía leer
sobre otros niños en los libros. Nunca conoció a ninguno. Hasta que
se hizo adolescente y se hartó de eso. En cierta ocasión, cuando
tenía quince años, robó la camioneta y condujo por el largo camino
que la llevaba lejos de la granja. Fue estúpido y arriesgado, y lo
único que conocía eran las nociones básicas sobre manejo. Pero el
camino era plano y recto, y la tarde sobre ella era soleada y
luminosa. En cuestión de una hora llegó al pueblo. Detuvo la
camioneta a un lado del camino y la estacionó apenas llegó a un
montón de edificios. Salió y empezó a caminar.
Fue de un comercio a otro, encantada y asombrada por todo lo
que veía, pero principalmente por las personas. Parecían tan
sorprendidas de verla como ella de verlos a ellos. ¿Quién era ella?
Querían saber. Pero no sabía cómo responder a sus preguntas.
Sentía que decir que vivía cerca sería como traicionar a su madre.
Se suponía que nadie debía saber de su existencia. Cora nunca
supo la razón, pero tenía conocimiento de eso.
Pero alguien la reconoció. El dueño del almacén general, un
hombre tan viejo que su piel era como de papel, con arrugas y
pliegues.
—¿Eres pariente de Demi? Eres igualita a ella. Su vivo retrato en
carne y hueso. ¿Eres una prima que viene de visita? ¿O su sobrina?
Cora asintió sin atreverse a hablar. Salió de la tienda hacia un
grupo de adolescentes. Uno de los chicos dijo que era linda y la
invitó a una fiesta a la que todos iban. ¡Una fiesta! Como las que
había leído en los libros de Las Gemelas de Sweet Valley.
Se subió a la parte trasera de una camioneta con los dos chicos
y tres chicas rumbo a un campo abierto. Cora no podía dejar de
sonreír y reír, aun cuando comenzó a sentirse acomplejada después
de que una de las otras chicas susurrara en voz alta sobre ella,
burlándose de su overol desgastado con parches en las rodillas.
Pero ni siquiera eso fue suficiente para afectarle el estado de ánimo.
Ayudó a los chicos con la fogata, y cuando el que le había dicho que
era linda le acarició el cabello y le dijo que era del color de la luz de
la luna, Cora sintió un fulgor cálido que no tuvo nada que ver con el
fuego. Nunca había oído nada tan bello y poético, y cuando la invitó
a sentarse junto a él en las pacas de heno, rio tontamente, pero
terminó aceptando. Comenzaron a abrir las cervezas y Cora
rechazó una cortésmente, pero de repente el campo se iluminó de
focos delanteros y el sonido de sirenas.
—¡Mierda, policías! —gritó el chico sentado junto a Cora.
Cora se había levantado y tapado los oídos, confundida.
El chico que la había llamado linda salió corriendo junto con
todos sus amigos, desapareciendo en el campo de maíz próximo.
Todos la dejaron allí sola mientras dos patrullas la rodeaban, y casi
al segundo de haberse detenido, Demi bajó del primer coche y
corrió hacia su hija. Cora se sintió aliviada y horrorizada al ver a su
madre. Tenía ganas de llorar, sobre todo cuando la cogió del brazo
para llevarla a la patrulla sin decir una sola palabra. No le dirigió la
palabra mientras la policía las llevaba de regreso a la camioneta de
su madre, que había sido abandonada a las afueras del pueblo. Y
su mamá continuó de esa manera cuando la arrastró al asiento del
copiloto de la camioneta y cerró de golpe la puerta, después de que
ella misma entrara. O durante los cuarenta y cinco minutos de vuelta
a la granja.
Tan pronto como la granja estuvo de nuevo a la vista, Cora
finalmente se atrevió a hablar:
—Mamá, lo siento. Solamente quería ver cómo…
—¿Eres consciente de lo que pudo haberte pasado? —su madre
gritó, pisando duro los frenos y moviendo la palanca de la camioneta
hasta la posición de parqueo—. ¿Cómo puedes ser tan egoísta?
Cora se hundió en el asiento.
—Después de todo lo que hago por ti —sacudió la cabeza—.
Después de los años que sacrifiqué y trabajé como esclava por ti
aquí en medio de la nada. ¿Crees que me gusta estar aquí sin nadie
más que con tu compañía? Pero lo hago. Por ti. Para protegerte. Y
tú vas y me lo echas en cara.
—¿Por qué? —Cora se incorporó en el asiento, golpeando el
otro con las manos—. ¿Por qué tenemos que vivir así? ¿Por qué no
podemos vivir en el pueblo? ¿O la ciudad? ¿Por qué no puedo tener
amigos o ir a un colegio normal?
Continuó sacudiendo la cabeza como si su hija estuviera siendo
ridícula.
—¿Cuántas veces tengo que decirte lo peligroso que es todo allá
fuera?
—Hoy no fue peligroso —replicó en desacuerdo—. Eran buenos
chicos. Nos lo estábamos pasando bien.
Su madre se mofó.
—Eres tan estúpida que ni siquiera sabes lo que no conoces.
¿Piensas que esos chicos estaban siendo amables contigo porque
les agradabas? Querían lo que está entre tus piernas. Si no hubiera
aparecido, hubieras terminado como una cifra en el periódico
matutino.
Cora empujó la puerta y se bajó de la camioneta.
—Estás equivocada. —Azotó la puerta tras ella.
Lo cual fue un error, porque su madre bajó igual de rápido y
antes de que Cora pudiera siquiera parpadear, se encontraba
alrededor de la camioneta con el brazo de Cora sujeto a su mano
firme.
—No. ¡No, mamá! —chilló en cuanto se dio cuenta hacia dónde
la estaba llevando—. No al sótano. Por favor. Lo siento, ¿de
acuerdo? ¡Lo siento!
Pero una vez que su madre tomaba una decisión respecto a
algo, no había manera de cambiarla. Y aunque Cora tenía quince
años, siempre había sido bajita para su edad y no estaba a la altura
del robusto, musculoso y compacto cuerpo de su madre.
La hizo bajar las escaleras hasta el húmedo y helado sótano
antes de que pudiera soltar otra súplica. La empujó contra el suelo y
fue de regreso a las escaleras.
—Mamá —la llamó, incorporándose y poniéndose de pie—.
¡Mamá!
Subió corriendo las escaleras y en ese preciso momento su
madre cerró la puerta del sótano. Y no importaba cuánto la
golpeara, rogara, suplicara o jurara hacer mejor las cosas, su madre
no abriría. No lo hizo durante tres días y tres noches. No es que
Cora lo supiera hasta más tarde. En ese momento, todo lo que
sabía era que estaba en el frío y en la oscuridad y que nunca iba a
terminar. Había un galón de agua y un balde para que hiciera sus
necesidades, y cuando tuvo suficiente hambre, abrió un poco de la
mermelada que habían almacenado allí y se la comió directamente
del frasco. Y cuando su madre por fin abrió la puerta y Cora había
entrecerrado los ojos a la luz, las cosas ya no volvieron a ser las
mismas entre ellas.
Cora abrió los ojos y echó un vistazo al vagón del metro.
No podía volver a casa. Juró jamás volver cuando finalmente
escapó de la granja y de su madre. Lo que significaba que
solamente había una opción, por muy humillante que fuera. Del
bolsillo de su falda sacó la tarjeta que Sharo le había dado. El vagón
estaba casi vacío. Una mujer de aspecto cansado con atuendo de
negocios estaba sentada en la parte delantera en el asiento más
alejado del vagabundo. Cora se puso de pie y se sostuvo de los
bastones mientras se dirigía hacia ella.
—Hola, señora, siento molestarla, ¿pero podría prestarme su
móvil?
CAPÍTULO 4

—Tenemos que dejar de vernos así —bromeó Cora nerviosamente


mientras Marcus abría la puerta de la suite de su hotel pent-house y
hacía un gesto para que entrara.
Las comisuras de sus labios se levantaron en una media sonrisa.
¿Se reía de su broma o de ella? No es que importara de todos
modos. Le estaba haciendo un gran favor.
—Realmente aprecio esto. Será solo por esta noche —se
avergonzó—. ¿O tal vez un par de noches? Tan pronto encuentre
otro empleo de niñera dejaré de molestarte. Lo prometo.
Marcus no dijo nada, solo se quedó mirándola con esa mirada
impenetrable. Inclinó la cabeza, indicando que ella debía entrar.
Bueno, más adentro que en aquel vestíbulo donde estaba
balbuceando como tonta.
—Sharo mencionó que no has comido.
—Oh —exclamó sorprendida al ver una mesa puesta en un
pequeño comedor.
Las ventanas aún no estaban oscurecidas. Dio varios pasos más
hacia delante, asombrada por la brillante escena. La había visto
antes, pero estaba demasiado distraída para procesarlo
debidamente. Ahora se estaba dejando llevar mientras se
enfrentaba a hileras interminables de rascacielos; toda la ciudad
estaba a sus pies.
—Nunca he estado tan en lo alto —susurró. Quería ir directo a la
ventana, pero terminó por no hacerlo. Mirar desde arriba en los
edificios la mareaba—. Quiero decir, sabía que debíamos estar a
esta altura por el tiempo que duramos en el ascensor, pero… —se
calló, sacudiendo la cabeza.
Cuando miró a Marcus, él tenía la cabeza ladeada y ojos
entrecerrados mientras la miraba como si fuera una especie peculiar
de un animal del zoológico. Sintió que sus mejillas se calentaban y
se llevó las manos hasta ellas. Madre mía, ¿por qué no podía
mantener la boca cerrada y no dejar que todo lo que sentía y
pensaba fuera expresado por su rostro?
De forma abrupta se movió para sentarse en la mesa.
—Gracias, estoy hambrienta.
Marcus se movió al mismo tiempo, llegando antes y tirando de su
silla para que pudiera sentarse. Su aroma la envolvió, su brazo rozó
el suyo y al igual que antes, cuando la había acompañado a la
planta baja, el simple contacto envió una sacudida de electricidad a
través de todo su cuerpo.
Ella jadeó y tomó asiento, sujetando la silla para acomodarse.
—Gracias. —Se pasó una mano por el cabello nerviosamente
mientras le sonreía.
Su plato estaba cubierto con una elegante tapa de plata. La
levantó y el vapor ascendió.
—¡Oh! —volvió a decir con sorpresa. Marcus rio mientras
tomaba asiento frente a ella.
—Espero que no te importe, pero me tomé la libertad de ordenar
por nosotros. Pierna de cordero asada, sémola de maíz y de puerro,
acelga suiza, colinabo asado y cubierto con queso de cabra.
—Oh —dijo una vez más mientras asentía y miraba su plato con
los ojos bien abiertos. Nunca pensó haber visto un pedazo de carne
más grande. Al menos no en un plato frente a ella.
—No eres vegetariana, ¿verdad?
—No —respondió de inmediato.
Ella y su madre en su mayoría comían platillos con vegetales,
pero no se debía a una elección por parte de Cora. Ese era el punto
de marcharse, ¿no? ¿Para que finalmente pudiera tomar decisiones
en su vida?
Cora sonrió y alcanzó su tenedor… solo para encontrar que
había demasiados de ellos. Cogió el que estaba más cerca del plato
y su sonrisa se hizo más grande.
—Salud —comentó mientras levantaba el tenedor como si fuera
una copa de vino con la que estuviera brindando.
Marcus volvió a reír y ella llevó los ojos al plato para hundirlos en
la pierna de cordero. Estaba tan bien cocida y tierna que se derretía
fuera del hueso grande. Con timidez se la llevó a la boca. Y estuvo a
nada de avergonzarse todavía más al gemir en voz alta. Se detuvo
en el último segundo, pero, ¡joder!
Sus ojos fueron directos a Marcus y, tan pronto como terminó de
masticar y pasarse el bocado, no pudo evitar decir:
—Oh cielos, es lo mejor que he comido en toda mi vida.
Él se acomodó en el asiento con el ceño fruncido como si nunca
hubiera visto nada como ella. Aún no había probado bocado.
—¿No vas a comer? Está delicioso. Confía en mí.
—Oh, no lo dudo. Le haré llegar tus felicitaciones al chef.
Asintió con la cabeza mientras que con ansias se preparaba para
otro gran bocado.
—Hazlo, por favor —dijo antes de llevarse el tenedor a la boca.
Madre mía. ¿Esto era lo que se había estado perdiendo todos estos
diecinueve años de su vida? Ahora tenía una razón más para
resentir a su madre. Había sido un crimen no haberse encontrado
nunca con una comida tan buena. Su madre era una fanática de los
vegetales hervidos. Y arroz. Arroz blanco. La comida era
combustible, eso era lo que su madre siempre decía. Solamente
combustible.
—Espera a que lleguemos al postre —comentó Marcus
finalmente comiendo un bocado, pero sus ojos jamás se apartaron
de Cora.
—¿Qué hay de postre?
—Mousse de chocolate.
Cora luchó por no lamerse los labios. Adoraba el chocolate.
—Cuéntame. ¿Qué te hizo cambiar de opinión y volver?
—Oh —evidentemente su palabra favorita de la noche—. Bueno,
fui con mis antiguos jefes a recoger mi, uh, cheque y cosas, pero
hubo, uh… —Cora miró hacia la ventana—… un pequeño problema
—miró a Marcus y luego a su plato—. En fin, no recuperé mi pago o
mis cosas. Ya se habían desecho de ellas. Y anoche perdí mi móvil
cuando ese hombre… Así que no tenía el número de nadie porque
todos estaban allí dentro y no sabía adónde ir sin dinero…
Se llevó otro bocado de pierna de cordero a la boca para no
decir más. Dirigió de nuevo su mirada a Marcus. Tenía su copa de
vino en la mano, pero de un momento la dejó sobre la mesa
mientras fruncía el ceño.
—¿No te pagaron lo que te debían?
Tragó la carne y buscó su vaso de agua, repentinamente
sintiendo calor. Se abanicó con la otra mano. ¿Él también sentía lo
caliente del ambiente? Pero seguía mirándola, desde luego
esperando una respuesta, así que ella sacudió la cabeza; tres
sacudidas rápidas hacia adelante y atrás. Ya había sido bastante
vergonzoso experimentarlo la primera vez, pero ahora tener que
decírselo a Marcus parecía como echarle más leña al fuego. No
sabía qué era peor: que conociera todos los detalles de su patética
situación o que pensara que era una gorrona, ansiosa por comer su
buena comida y dormir en la elegante suite de su hotel pent-house.
—Eso no es aceptable.
La mirada oscura que surcó su rostro a favor de ella la satisfizo,
pero también la asustó un poco. Cora rápidamente hizo un gesto
con la mano.
—Es una de esas cosas que pasan, supongo. Seré más
cuidadosa de ahora en adelante.
—Pero seguro tienes algo de dinero en el banco, ¿cierto?
Madre mía. ¿Podía morir de la vergüenza?
—No tengo una cuenta bancaria. Lo tenía todo en efectivo.
Podía sentir sus ojos sobre ella incluso sin siquiera levantar la
vista.
—Y, bueno, tampoco tengo lo que se conoce como identificación
o un número de seguro social. Mi madre es un poco… intensa, creo
que es una forma de decirlo. Crecí en medio de la nada en una
granja y me educó en casa y todo eso. Quería estar fuera del radar.
Cora jugueteaba con su tenedor sobre su sémola.
—Literalmente fuera del radar. Al parecer hasta me tuvo en casa
y nunca, ya sabes, me tramitó un acta de nacimiento o una tarjeta
de seguro social o algo así.
Cora se preparó para finalmente mirar a Marcus, pero no pudo
leer ni una sola cosa de sus rasgos. No era que su rostro estuviera
inexpresivo; sus ojos brillaban por el interés, pero no parecía tan
estupefacto o consternado como ella había esperado verlo. Pero le
infundió ánimo para continuar:
—Entonces cuando me fui de casa y llegué a la ciudad no tenía
ningún documento. Ni siquiera se me había pasado por la cabeza.
No sabía que se necesitaban para conseguir empleo, pero resulta
que es muy importante.
—Pero aun así tuviste el trabajo de niñera.
Se encogió de hombros.
—Estaban de acuerdo en pagarme en efectivo.
—¿Y no te pidieron referencias?
—Me dijeron que pondrían una cámara para vigilarme en todo
momento, y me llevé muy bien con Timmy durante nuestro día de
juego de prueba. Además, no cobraba tanto como otras niñeras. Lo
supe hasta mucho después.
Y había sido Paul quien la había entrevistado, no Diana. Cora se
estremeció. ¿Había sido ese el motivo real de su contratación?
¿Porque la encontraba atractiva y esperaba acabar liándose con
ella?
—Vale, primero que nada, necesitamos comenzar el proceso
para que obtengas una tarjeta del seguro social. Acabarás
incapacitada de por vida sin uno.
Quedó boquiabierta. Primero por el plural en el verbo y segundo
por lo confiado que sonaba sobre que pudiera obtener la tarjeta. Lo
había buscado en Internet varias veces, pero casi todo lo que salía
se refería a cómo conseguir documentos para bebés que habían
nacido en casa pero que seguían siendo bebés. No cuando habían
cumplido diecinueve.
Había pensado en ir a las oficinas del Seguro Social para
preguntar, pero le había entrado miedo. ¿Y si se metía en
problemas por no tener los documentos? En realidad, no podía
demostrar ser quien decía ser, ni siquiera que era ciudadana. Y con
lo disparatado que había estado el Departamento de Extranjería
últimamente, ¿qué tal si trataban de deportarla a un país extranjero?
Sí, era buena pensando en los peores escenarios posibles. Después
de vivir toda su vida con su paranoica madre, por lo general se
trataba de una reacción instintiva. Además, había conseguido el
puesto de niñera, así que no parecía tan importante y sin duda algo
sobre lo que no valía la pena arriesgarse.
Y aunque se sintiera como tonta por preguntarlo, no pudo evitar
hacerlo.
—¿No te parece, no sé… arriesgado? ¿Cómo demostrarán mi
identidad?
—Haré que mi abogado lo investigue, pero imagino que implicará
declaraciones juradas de tu madre y de gente que la conoció
mientras estaba embaraz…
—No —replicó Cora de manera abrupta.
Las cejas de Marcus se alzaron.
Mierda. ¿Cómo explicar eso?
—Ella y yo no quedamos en los mejores términos, eso es todo.
Marcus asintió, pensativo.
Cora se metió otro bocado de comida, aunque solo fuese para
mantenerse ocupada, cuando Marcus le preguntó:
—¿Has realizado modelaje antes?
Sus ojos se salieron de sus órbitas y se atragantó, cogiendo su
servilleta para limpiar la salsa de tomate que sabía que estaba por
toda su boca. Masticó a toda prisa y rio.
—Ja, ja, ja —dijo—. Buen chiste.
Pero él no se estaba riendo. Sus rasgos nuevamente tenían esa
intensidad dura como de piedra.
—Cuando cuente un chiste lo sabrás, Cora.
Ella se mofó.
—No parezco una modelo.
¿Cuántas veces su madre se metió con su apariencia? ¿Por qué
no dejas que te vuelva a hacer flequillo? Tu frente es terriblemente
inmensa. Necesita estar cubierta. ¿Y qué has estado comiendo? Me
sorprende que puedas entrar por la puerta con esas caderas.
Los ojos de Marcus se entrecerraron.
—No seas una de esas chicas que finge no saber que es
hermosa.
Cora se puso colorada de la vergüenza. Madre mía, ¿acaso
pensaba que ella estaba desesperada por halagos? Le hizo un
gesto con la mano, pero él insistió.
—Tengo un amigo que es diseñador de moda, Armand, y sé que
le encantaría ponerte las manos encima.
Una vez más quedó boquiabierta; la segunda vez en un par de
minutos. Poner sus manos en…
—No de esa manera —Marcus ladeó la cabeza y sus ojos grises
se tornaron oscuros—. Nadie jamás te pondrá las manos encima.
La forma en que lo dijo tuvo un tono seguro que probablemente
debió de haberla perturbado. ¿Y solo fue ella o de verdad interpretó
un “excepto yo” implícito en sus ojos en el silencio dejado después
de su declaración?
—Pero sería un trabajo que pienso que disfrutarías. Conocerías
a personas de tu edad —sonrió de tal manera que la hizo sentir
cada uno de los años entre ellos—. Y usarías ropa linda.
Cora puso los ojos en blanco.
—Me sentiría más cómoda en overoles y camisas de franela.
Chica de granja, ¿recuerdas?
Aunque más de una vez había entrado a hurtadillas al armario de
su madre para ponerse los tacones escondidos en una caja al
fondo. Estuvo a nada de fracturarse el tobillo las primeras veces que
intentó caminar con ellos, pero con el tiempo le cogió el truco. Había
soñado con el tipo de vida que Marcus estaba describiendo, pero
también soñaba con los caballeros y castillos de sus libros. No como
algo que alguna vez se pudiera hacer real.
—Eres dueño de negocios, ¿verdad? ¿Por qué no puedo
trabajar para ti?
—Imposible —espetó.
Cora se echó hacia atrás, alejándose un poco de la mesa.
Marcus pasó una servilleta por su boca. Sus ojos nuevamente
estaban sobre ella.
—Tengo bares. Hoteles que no se encuentran en las mejores
zonas de la ciudad. No son lugares para un ángel.
Cora frunció un poco el ceño. No estaba segura de que le
gustara demasiado ser considerada un ángel. Cuanto más conocía
a Marcus, más pensaba que podría gustarle estar allí abajo en el
plano terrenal con él. Y que la viera como una mujer.
Una silla fue arrastrada y la sombra de Marcus la envolvió.
—Cora —le cogió la mano y volvió a suceder, la chispa, pero
esta vez con mucha más intensidad. La calidez palpitaba en su
brazo, su sangre hervía, el sonrojo se extendía a través de su pecho
y hacia abajo. Cora jadeó y la frente de Marcus se arrugó.
—¿Cora?
Lo miró fijamente mientras su cuerpo palpitaba, sus labios
hormigueaban y sus pechos crecían. Debido a su toque. Uno solo.
Ni siquiera sabía que aquello era posible.
—¿Estás bien?
—Sí. Sí —su boca seguía funcionando a pesar de que su
garganta se había secado repentinamente. Un milagro—. Lo estoy
—susurró.
Marcus entrecerró los ojos un momento, luego su rostro se
suavizó. Su pulgar le acarició el cuello y las piernas de Cora se
volvieron de gelatina.
—Ángel —dijo suavemente. Pero la forma de decirlo envió
chispas a través de su cuerpo.
No dijo nada más y no hubo necesidad de que lo hiciera. ¿Él…
estaba… sintiéndolo también? Marcus tenía que saber de qué
manera la estaba afectando. Y no se apartó. Sus ojos grises
brillaban. Madre mía. Él brillaba. Estaba interesado. En ella.
Muy interesado, si es que la manera en que sus fosas nasales se
dilataban habían sido alguna señal.
Era una locura, una locura total. Pero estaba sucediendo.
¿Cierto? ¿No estaba solo imaginando cosas? Buscó sus ojos,
sintiéndose desesperada por todas las sensaciones que le estaba
causando por dentro.
—¿Por qué me estás ayudando? —espetó la pregunta que la
atormentaba desde que despertó esta mañana—. No soy nadie.
Hubo un último apretón antes de que su alta y poderosa figura se
moviera con suma elegancia de vuelta a su asiento. Cora se quedó
sin aliento y todos los nervios de su cuerpo seguían disparándose
debido al contacto con él.
Marcus miró hacia su plato con la expresión de su rostro
ensombrecida. Los minutos de silencio se prolongaron.
—Es solo que… estás haciendo todas estas cosas por mí y
estoy muy agradecida, no me malinterpretes. Pero si pudiera
entender la razón…
—Me recuerdas a alguien —comentó con ojos fijos en el plato y
ella no pasó por alto la forma en que su mandíbula se movía—.
Digamos que ayudarte es pagar una deuda que tengo.
—Oh. —Cora se sintió decepcionada; todas las encantadoras
sensaciones desaparecieron. ¿Era una deuda para él? Pues vaya
con lo de verla como una mujer. Se sentía como una tonta; una
colegiala enamorada.
—Y esta ciudad es un lugar peligroso. Lo sé mejor que nadie.
Tenía una hermana que era un poco más pequeña que tú cuando la
perdí.
¿Una hermana? ¿Y la había perdido? De inmediato Cora se
sintió como una perra por comportarse tan narcisista. Como una
colegiala en efecto.
—Lo lamento mucho, Marcus —se estiró sobre la mesa para
poner su mano sobre la de él—. ¿Qué sucedió? No, cielos, lo siento.
No tienes que decirme nada.
Le estrujó la mano y él exhaló una gran bocanada de aire,
finalmente levantando sus ojos grises hacia los de ella. Cora no
podía apartar la mirada. Tenía enfrente a un hombre, no un niño. Era
un hombre que había vivido cosas y sobrevivido a ellas, sucesos
que ella ni siquiera podía imaginar. De repente deseó ser más…
bueno, solo algo más, así pudiendo ser algún tipo de consuelo para
él.
—Quiero decírtelo. —Sus cejas estaban una cerca de la otra y
Cora pudo mirar un profundo dolor en sus ojos que evidentemente
no había cicatrizado. Cora sintió que ese dolor le atravesó el pecho
hasta la médula—. Era mi hermana y la amaba más que a nada en
el mundo. Cuando ella y mis padres fueron apartados de mi lado,
brutal y violentamente —su mano tembló bajo la de ella—, durante
mucho tiempo deseé haber muerto con ellos.
—Marcus —susurró, apenas pudiendo hacer que la palabra
saliera. Su garganta se sentía muy cerrada. Levantó y llevó su otra
mano para sujetar la de él; sus pequeñas manos apenas y podían
envolver una muy grande de las suyas.
No sabía por qué la había escogido para compartirle aquello,
pero por sus limitadas interacciones con él podía afirmar con
seguridad que hacerlo no era algo frecuente en él debido a que era
un hombre que rara vez, por no decir nunca, expresaba sus
sentimientos tan abiertamente. Tenía mucho control sobre sí mismo,
demasiado calculador en todo lo que hacía. Cualesquiera que
fuesen sus razones, ella solo podía sentirse honrada de poder mirar
bajo la máscara para vislumbrar al verdadero hombre.
—Pero juré hacer todo lo posible por tomar el control de la
ciudad que ellos amaban para que las bestias que los asesinaron no
volvieran a ser puestos en libertad. Comprenderás por qué no puedo
dejarte ir —su mirada se podía ver más abierta que nunca—. Esta
ciudad es una fiera. Una bestia enjaulada. Violenta. Despiadada.
Los inocentes caen y los criminales quedan impunes si no se toman
medidas.
Creía todo lo que decía y lo creía firmemente. No había duda. Le
provocó a Cora un escalofrío en la espalda.
—¿Pero y los policías?
—¿Qué hay de ellos? —se mofó—. No hacen nada. O son
corruptos o no tienen ningún poder. No hay ley ni orden, solo
violencia. El fuerte aplasta al débil y la muerte transita por las calles.
Hay una razón por la que llaman “El Infierno” a la parte de la ciudad
donde estaba el club al que fuiste. Pero no es solo el lado sur. La
ciudad entera se balancea al borde del abismo. Y son los hombres
como yo los que evitan que se derrumbe y se hunda en el caos.
No es seguro. El mundo allí afuera no es seguro.
¿Cuántas veces su madre le dijo eso? Lo había repetido una y
otra vez. No es seguro. No es seguro. No es seguro.
—No quiero vivir mi vida entera con miedo —susurró Cora.
Marcus sacudió la cabeza.
—No tendrás que hacerlo.
Movió la mano para que esta vez fuera él quien le diera un
apretón a la de ella.
Sintió la fuerza de su agarre hasta los dedos de los pies. Marcus
se inclinó, ocasionando que la apasionada intensidad de su mirada
le revolviera el estómago a Cora a la vez que le juraba:
—Vivirás entre los ángeles, donde no puedas ser tocada.
CAPÍTULO 5

—¡Nena, nena! ¡Vamos, muévete! —Cora giró y las luces la


cegaron. Había entrado al estudio e inmediatamente se sintió
abrumada por la energía trepidante del lugar.
—¡Quítate de en medio! ¡En marcha!
Desorientada, Cora dio un paso al costado, notando que el
agobiado fotógrafo trataba de pasar por su lado.
—Disculpe —dijo, apartándose todavía más del camino.
Él le sacudió la cabeza mientras pasaba corriendo junto a ella.
Se quedó allí de pie sin saber qué hacer, mirando de un lado a otro
hasta que un hombre bajo de estatura, pero corpulento, se le
acercó.
—¿Cora Vestian?
—Sí.
El hombre sonrió ampliamente.
—Armand.
Tenía un aspecto juvenil, cabello oscuro, piel oliva, pómulos
acentuados y lustrosos ojos negros. Cora no habría pensado que
alguien que no fuese de los setenta pudiera dejarse crecer un
bigote, pero en él se veía atractivo. Junto con sus enormes gafas
con montura negra, jeans ajustados y suspensores sobre una
camisa retro a rayas parisina, lucía realmente a la moda, así como
guapo.
Cora tiró del borde de su blusa blanca y se frotó las manos sobre
sus leggings negros y lisos. Marcus le había preguntado qué
prendas no podían faltar en su armario que pudieran gustarle y ella
pidió lo mínimo indispensable, insistiendo en que ella misma se iba
a encargar de ello apenas recibiera su primer sueldo. Pero tal vez
debió haberse puesto la blusa y la falda que le dio el primer día.
Armand le tendió la mano y cuando ella la tomó para estrecharla,
se la llevó a los labios y le plantó un beso en los nudillos.
—Enchanté. Gracias por echarle la mano a un sujeto en su
momento de necesidad. Ahora vamos a peinarte y maquillarte —le
cogió el brazo y la llevó a una silla al otro lado de la habitación frente
a una hilera de espejos, cada uno rodeado de bombillas.
—¡Armand!
Otro hombre se acercó corriendo a Armand con una tableta en la
mano.
—¡Es un desastre! La cremallera rasgó el maxi vestido de la
ninfa. Sus tetas están al aire. Y hablamos de Zephoria, por lo que no
hay suficiente cinta en todo New Olympus para mantenerlas dentro
sin que el vestido quede sólidamente cerrado.
Armand alzó una ceja poblada y le sonrió a Cora.
—El trabajo de un diseñador no termina nunca. —Luego miró a
un hombre delgado con entradas en el cabello que se paseaba junto
a la silla de Cora—. El señor Ubeli me pidió tratar con sumo respeto
a la señorita Vestian. ¿Entiendes?
Cora percibió antes de ver al otro hombre que el nombre de
Marcus había llamado su atención.
—Sí, señor.
Dirigiéndose a ella, Armand dijo:
—Relájate y sé tú misma. —Se inclinó para besarle la mejilla. Su
loción era masculina y tan sofisticada como el resto de él—. Lo
harás fabuloso ahí fuera, cariño, lo sé.
Diciendo aquello, él se fue y Cora fue dejada sintiéndose
extremadamente abrumada y fuera de su ambiente.
Primero se comenzó con el cabello, un largo proceso de tubos
para el pelo, gel y aerosoles Mientras su cabello se “fijaba”, el
maquillador hizo lo que quiso con ella.
Murmuró sobre su buena estructura ósea y pómulos clásicos,
pero nunca le habló directamente durante toda la hora que la estuvo
trabajando. Después de dos horas de haber estado sentada en la
silla, el cabello y el maquillaje por fin estuvieron listos. Se miró en el
espejo y quedó atónita. Tenía maquillaje blanco, sombras violetas y
polvo compacto que le daba a su rostro, pecho y brazos un brillo de
impacto. Un llamativo color púrpura, plateado y negro envolvía sus
ojos y, para terminar, las pestañas postizas más largas que jamás
había visto. Tenía una sensación extraña cada vez que parpadeaba
y las pestañas rozaban sus mejillas.
Su cabello caía sobre sus hombros con ondas oscuras cayendo
en cascada, con mechoncitos puestos aquí y allí y que creaban un
efecto salvaje y etéreo.
No se parecía en nada a ella misma.
—Perfecto —comentó el artista y la levantó de la silla—. Ahora el
vestuario.
Vestuario.
Solo podía sacudir la cabeza internamente. Esto sí que se
estaba sintiendo como jugar a disfrazarse. ¿Realmente había
estado limpiando la nariz moqueante de un niño pequeño hacía solo
tres días? Aunque en realidad aquello se sentía mucho más real.
Aquí y ahora era el mundo de los sueños. Un extraño reino lleno de
hermosas personas como elfos que eran muy altas, muy delgadas y
que constantemente estaban de mal humor. Aparte de Armand, no
había visto a nadie sonreír en todo el día.
Los asistentes que la vistieron se mostraron tan estrictamente
profesionales como los peluqueros y maquilladores. No obstante, el
vestido en sí era precioso, con matices plateados, carboncillos y
púrpuras; era un vestido drapeado con telas tan transparentes como
nubes con efecto de agua en caída.
Complacida se volvió hacia ellos y observó a la tela flotar a su
alrededor. Armand era un genio.
El asistente lucía menos contento. Con varios insultos saliendo
de sus labios, se movió hacia adelante con la intención de pinchar
algo, pero terminó pinchándole la piel a Cora.
¡Ayy! Cora saltó.
—Vale, joder, quédate quieta y no te pincharé accidentalmente,
maldita sea. Aficionados de mierda, lo juro —siseó en voz baja—.
¿Dónde coño encontraron a esta?
Cora quedó inmóvil y apretó los dientes.
Por lo menos pagan. Sonríe y hazlo por el pago.
Esperó que se le acercara, ya sea con más pasadores o más
insultos. Pero otro de los asistentes se volvió del bastidor para ropa
y apartó al segundo hombre para hablarle con susurros
apremiantes.
“Señor Ubeli” fue lo único que Cora logró pillar mientras
esperaba, a la vez que intentaba mantener una postura valerosa. El
primer asistente regresó y terminó su trabajo en silencio y luciendo
rígido. El segundo desapareció para reaparecer con una botella de
agua.
—Las luces dan calor —explicó.
Cora notó que a ninguna de las otras modelos se le estaba
dando agua, pero la aceptó. La llevaron a un costado para que
esperara su turno.
—Pero no te sientes —fue la última indicación del asistente—.
No arrugues la tela.
Le mostró el pulgar arriba, pero él ya se había ido. Con la ropa
envuelta como una estatua griega y una botella de agua en la mano,
se sentía como la Estatua de la Libertad. Pero no tuvo que esperar
mucho.
—Nena, allí estás. —Un fotógrafo le hizo un gesto con la mano
—. Eres la siguiente.
Cora asintió y se apresuró a acercarse. Otra modelo a la que le
estaban quitando la ropa giró la cabeza.
—Vaya —comentó la modelo—, te ves muy bien. ¿Quién se
supone que eres?
—Uh… no lo sé.
Cora se hizo a un lado mientras dos hombres empujaban un
enorme espejo. La cosa medía un metro ochenta y era todavía más
alta por su soporte con ruedas y marco dorado. Se detuvieron frente
a ella, interrumpiendo la charla de la otra modelo.
En la imagen reflejada, Cora contempló a la llamativa mujer
vestida con una túnica. Antes solo había podido ver su rostro en el
espejo de maquillaje, pero ahora la estaba impactando el efecto
completo.
Los oscuros ojos con kohl la miraron fijamente. Su cabello
estaba abultado y alocado en torno a ella, pero aquello no le restó
valor a su radiante y violácea piel. Los matices de la túnica solo
sirvieron para resaltar aún más el destello de su pálida piel. Ella
parecía estar por encima de la propia vida. Poderosa. Parpadeó
sorprendida de tan solo pensarlo. No era un calificativo que hubiese
usado antes para describirse a sí misma.
—Vaya, vaya… pero si es la diosa.
Cora se dio la vuelta y vio una cara conocida. Sus labios se
alzaron en una media sonrisa.
Marcus.
La habitación a su alrededor que hace un par de segundos se
había visto inmersa en el caos ahora se había despejado. Dando un
paso atrás para mirar por detrás del espejo, pudo ver la espalda
desnuda de otra modelo y a la asistente ayudándola con la parte
inferior de su vestuario mientras ambas se movían a toda prisa.
Cora devolvió la mirada al espejo mientras Marcus se acercaba tras
ella. Su sonrisa había caído y sus ojos mostraban tener la intensidad
de un cazador.
—Marcus —respiró, su estómago sintiéndose extraño y agitado.
La estaba mirando de arriba a abajo. Con su hermoso rostro y
sus pómulos bien definidos, él mismo parecía modelo. No era lindo,
pero la fuerza y la simetría de sus rasgos era impactante. No
parecía ser afectado por el paso del tiempo. Otros sujetos normales
en comparación con él eran muy horrendos; hasta que entendías
que no lo eran y que tenían un aspecto normal y que Marcus era un
dios. Los simples mortales no podían compararse.
El estómago de Cora dio vueltas como un pequeño y patético
espiral. Marcus encajaba más en este lugar que ella. Unos cuantos
pasos y terminó con la distancia entre ellos. Ella lo miró a través del
espejo y cuando se encontró justo detrás de ella, ambos parecían
como una fotografía sacada de cualquier revista de moda. Él llevaba
una camiseta gris abotonada hasta arriba. A menudo vestía gris u
otros colores oscuros. No llevaba chaqueta, y la suavidad de la
camisa no podía esconder el contorno de sus músculos. Era tan
fuerte. No tenía el físico que se esperaría de un hombre de
negocios.
La mejilla de Marcus se alzó en una de sus distintivas medias
sonrisas. Madre mía. Se dio cuenta de lo estaba desnudando con la
mirada. Cora sintió cómo sus mejillas se calentaban y se miró el
rostro en el espejo, alarmada, pero por esta vez su sonrojo no era
debido al maquillaje. Y mientras miraba su reflejo… ¡Oh, mierda!
Había demasiado dejando al descubierto. Su vestido podría ser
precioso, pero toda esa ligera tela era prácticamente transparente.
¿Marcus lo había notado?
Se cruzó de brazos rápidamente para cubrir un poco.
—No sabía que ibas a estar aquí.
—¿Te pongo nervosa? —susurró, y ella pudo sentir el calor de
su aliento en su oído mientras su mirada la penetraba a través del
reflejo en el espejo.
Incluso con los brazos sobre su pecho, el contorno de su cuerpo
era perfectamente visible a través de los adornos del vestido. Sus
caderas. La línea de sus muslos interiores.
Marcus inclinó su rostro sobre su hombro, por lo que sus caras
estuvieron una al lado de la otra, mejilla con mejilla.
Cora se sintió paralizada por su mirada.
—Eres una diosa —respiró.
—No deberías llamarme así…
Marcus hizo que se volteara.
—Mírame.
No podía permitirse obedecer, así que miró hacia su camiseta. Él
había desabrochado los dos botones superiores, dándole una
pequeña probadita de la línea bien marcada de sus pectorales con
una ligera pincelada de vello. Era tan... varonil.
Cuando le levantó la barbilla para que lo mirara, Cora fue capaz
de seguir la línea bien definida de su cuello, pasando por la
mandíbula y finalmente cayendo en los rasgos sólidos de su rostro.
—Cuerpo perfecto, piel perfecta —murmuró—. ¿Cómo es que no
puedes ser una diosa?
—Eso es muy dulce, pero no tienes por qué…
—No, ángel. En un instante saldrás y todo el mundo sabrá lo
encantadora que eres.
Apartó la mirada.
—Mírame —la tomó de los brazos, manteniéndola quieta.
Después de una larga pausa, articuló—: Hermosa.
Soltó una risa nerviosas. Marcus sonrió y la sostuvo con más
fuerza.
—Le diré a Armand que me debe una grande por haberle dejado
tomarte prestada. No uno… tres o cuatro favores.
Cora no estaba segura de qué pensar al respecto. Tomarla
prestada. Como si le perteneciera a Marcus. La sola idea debería
desconcertarla, pero lo único que podía pensar era, sí, por favor.
¿Cómo sería ser la mujer de un hombre como Marcus Ubeli?
Cora se miró de nuevo a sí misma y a Marcus en el espejo: una
hermosa pareja salida de una revista. Los labios de la mujer en el
espejo se encontraban ligeramente separados, mientras que el
hombre dejó que sus ojos exploraran todo lo que eran sus hombros
y cuello desnudos. Cuando levantó la cabeza su mirada era
tranquila, pero sus ojos ardían. La consumieron.
—Diosa —susurró una vez más.
—Reina de los muertos, estamos listos para ti. —Apareció una
mujer con una tableta, los miró a ambos y retrocedió—. Oh, señor
Ubeli, no quise interrumpir.
—No, no —dijo Marcus—, está lista.
Cora seguía sintiéndose paralizada, pero de alguna manera
forzó a sus pies a moverse. Lejos de él. ¿Cómo? No estaba segura.
Pero incluso se las arregló para hablar.
—Reina de los muertos —se dirigió a la mujer de la tableta—.
¿Me llamas a mí?
Asintió.
—Búscame en la post fiesta —pidió Marcus—. Tras el
espectáculo. Estaré esperando.
Sin mirar atrás, Cora atravesó la puerta hacia las luces.

Más tarde, sus ojos quedaron aturdidos por las cámaras. Ni siquiera
recordaba haber caminado por la pasarela. Solo pudo concentrarse
en no tropezar con los tacones que le habían puesto. Consiguió
llegar hasta uno de los extremos y posar siguiendo las instrucciones
que una asistente le había dado. El estallido de los flashes
fotográficos casi logró cegarla, pero dio media vuelta en el momento
justo y se las arregló para llegar tras bambalinas sin tropezar
consigo misma o con las otras modelos. Por lo tanto, victoria.
Y ahora la post fiesta. Una de las asistentes le había llevado un
vestido para que se cambiase, diciéndole que era por parte de
Armand. Pero debido a las miradas silenciosas que le daban las
otras modelos, sospechó que realmente venía de Marcus.
¿Qué estás haciendo? Se preguntó mientras caminaba con el
grupo de modelos, el séquito de Armand y los asistentes del
espectáculo, estando a una cuadra de llegar al lugar donde se
estaba llevando a cabo la post fiesta. ¿Realmente crees que no va a
esperar algo a cambio por estos supuestos “obsequios”?
Los hombres eran patológicamente incapaces de ser confiables,
su madre siempre le decía. Siempre quieren una cosa y solamente
una cosa. Es por eso que te tengo aquí, donde es seguro.
Pero… ¿Qué tan malo sería si Marcus la quisiera de esa
manera? Ella no necesitaba obsequios. Sería suficiente si estuviera
interesado en ella; no necesitaba hacer nada más.
Y oh, la manera en que se sintió cuando la miró…
Y, además, Marcus no había intentado nada. Nada parecido a
“esa cosa” que los hombres supuestamente solo querían. Si Marcus
fuera un hombre malo, hubiera intentado abusar de ella cientos de
veces cuando la tuvo a solas en el pent-house. Pero no lo hizo.
Porque era honesto. Era un buen hombre. Además de amable,
generoso y guapo y…
Llegaron a la post fiesta, y si Cora pensaba que el espectáculo y
los preparativos habían sido impresionantes, no tardó en darse
cuenta de que no se comparaban en nada a la manera de organizar
fiestas de los Nuevos Dioses del Olimpo. Se celebraba en una
preciosa terraza situada en la azotea. La noche era fría, pero había
aparatos de calefacción por todo el lugar que lo mantenían
templado. Todos los presentes a su alrededor parecían estar de
buen ánimo. De acuerdo con las primeras críticas y las redes
sociales, el espectáculo al parecer había sido un éxito total.
A su alrededor la gente reía y charlaba, y Cora sonreía, pero
nunca pareció entender las bromas sobre aquella modelo o aquel
actor.
Y todo lo que servían era champán y otro tipo de alcohol. Estaba
sedienta y moría por un vaso de agua. Al ir por uno, escuchó que
gritaban su nombre.
—¡Cora! ¡Querida!
Armand se acercó y le cogió la mano.
—Nuestra famosa Reina de los muertos en carne y hueso. Me
preguntaba adónde te habías metido. Ven, ven, hay tantas personas
a quienes quiero que conozcas.
Pasó los siguientes treinta minutos de un lado para el otro,
metida en un torbellino de presentaciones, nombres y rostros que
sabía que nunca recordaría. Intentó protestar cuando Armand la
presentó como la chica de Marcus, pero de nada sirvió. Pero
finalmente pudo arreglárselas para ausentarse de su lado e ir en
busca del agua que ahora necesitaba más desesperadamente. Le
pidió un vaso al barman y mientras bebía su primer sorbo,
refrescante, bueno y magno, una sombra apareció frente a sus ojos,
haciendo que casi se ahogase con su último trago.
—Hola, diosa.
Marcus.
Puso los ojos en blanco y tosió directamente en su codo, algo del
agua se fue por el camino equivocado debido a la sorpresa de verle.
¿Cómo es que siempre lograba acercársele sigilosamente?
—Ya no soy una diosa —se las arregló para finalmente decir una
vez que pudo controlar la respiración. Bebió otro sorbo de agua—.
Solo mi yo común y corriente. —Levantó las manos. ¡Ta-da, aquí
estoy! Como una tonta.
—No estoy de acuerdo.
Cora sacudió la cabeza. Ni siquiera podía mirarlo a los ojos. Solo
habían pasado unas cuantas horas desde que lo vio la última vez,
pero volvía a sentirse abrumada. En cada ocasión. ¿Cómo no iba a
estarlo? Marcus era la personificación del poder y la belleza
masculina. La representación de la idea de Platón del hombre
perfecto.
—Cora —la llamó suavemente—. Mírame.
Obedeció. No podía decirle simplemente que no podía mirarlo
directo a los ojos o que su perfección la terminaría quemando como
el sol. Se encontró con sus orbes grises y sintió aleteos internos;
miles de mariposas daban una fiesta en su vientre.
—¿Qué te parece la fiesta? —preguntó con los ojos arrugados.
Como si supiera de qué manera la afectaba y como si de verdad lo
disfrutara.
La centelleante terraza se extendía ante ellos. Una piscina de un
azul como el de una piedra preciosa yacía iluminada en el centro, y
por doquier había personas guapas de pie agrupadas mientras
conversaban hermosamente.
—Todo es tan encantador —Cora ladeó la cabeza.
—¿Pero?
Cora parpadeó. Su intención no era expresar disconformidad.
Sabía que todo esto era un regalo. Poder ser modelo. Presentarse a
esta sofisticada post fiesta. Se trataba de un momento de cuento de
hadas y no quería mostrarse desagradecida, especialmente porque
le iban a pagar, por encima de todo lo demás.
—No te hagas la tímida conmigo ahora.
Aquella era otra razón por la que ella no podía mirarlo. Su
intensa y absorbente mirada siempre esclarecía la verdad.
Se inclinó hacia adelante.
—Este no es mi ambiente exactamente. En cierto modo me
siento como… —llevó la mirada al resto de los presentes—. No sé,
como si fuera una científica y esto fuera un experimento social. Y
estoy disfrazada mientras observo a gente hermosa en su hábitat
natural. Siento que debería estar tomando notas para un ensayo o
algo así.
Marcus alzó una ceja.
—Como ella —Cora movió la cabeza hacia una modelo
particularmente demacrada que le había resultado fascinante desde
hacía casi una hora—. Species modelsapian domesticus de
aproximadamente 43 kilos. En realidad nunca come, pero sostiene
la comida con el dedo índice y el pulgar y finge mordisquearla por
treinta y ocho minutos y medio. Luego y con toda tranquilidad, la
deposita en la bandeja de algún mesero que pase para comenzar de
nuevo con la farsa con algún otro alimento. Por no mencionar los
rituales de apareamiento.
Marcus soltó una carcajada y se miró sorprendido a sí mismo.
Y entonces, para sorpresa de Cora, la sujetó de la cintura y la
llevó fuera del bar donde había permanecido de pie. Terminaron en
un rincón oscuro y oculto detrás de dos altas palmeras dentro de
macetas. Había la suficiente iluminación para ver el destello en sus
ojos.
—Me gustas —declaró de manera tan seria y firme que Cora no
entendió si estaba contento o no. Ella sí lo estaba, gracias a lo que
había escuchado. Eufórica, a decir verdad.
—¿En serio? —chilló.
Aquello hizo que la media sonrisa —por la que Cora rápidamente
se estaba volviendo adicta—, se manifestara.
—Sí.
Marcus se inclinó y su peso hizo que la espalda de Cora se
presionara contra la pared del edificio. Madre mía. ¿Realmente
estaba a punto de…? Sus labios se movieron con delicadeza sobre
los de ella, pero solo por un momento. Como todo lo demás sobre
él, sus labios de inmediato se volvieron exigentes. Y Cora no podía
hacer otra cosa que no fuera obedecer. Sus labios se abrieron y él
aprovechó la oportunidad para meter su lengua.
Nunca la habían besado, besado de verdad, y…
Levantó los brazos y los puso alrededor de los anchos hombros
de Marcus, aunque solo fuera para tener algo a lo que aferrarse
para permanecer con los pies en la tierra. Porque sentía que podía
flotar muy arriba… arriba y más allá.
La besaba sin pensar en nada. Su estómago daba piruetas con
cada potente movimiento de lengua. Cora no pudo evitar arquear
sus pechos en dirección al pecho de Marcus. Madre mía.
¿Realmente había hecho eso? Trató de retroceder, pero Marcus
envolvió su cintura con una mano entre su cuerpo y la pared,
reteniéndola con más firmeza contra su cuerpo. Los ojos de Cora se
abrieron. Él… Ella podía sentir su… su erección. Jadeó entre besos
intentando recuperar el aliento, y cuando él por fin se alejó y tomó
su rostro con su fuerte mano, ella movió la mejilla hacia su caricia,
pestañeando aturdida mientras lo miraba.
Marcus tenía una sonrisa de satisfacción en el rostro.
¿Ahora iba a llevarla a casa para hacerle el amor? Eso era lo
que sucedía después, ¿verdad? A pesar de que Marcus había
puesto un poco de distancia entre ellos, Cora aún podía sentirlo a él.
No sabía mucho sobre sexo, pero sabía que lo deseaba. Quería
todo lo que Marcus tenía para dar. Nunca se había sentido así. Su
presencia la envolvía, era irresistible… implacable. ¿Era atracción?
¿O algo más? Cada una de sus moléculas se estremecía y se
encontraba atenta. Marcus dominaba sus sentidos, la mareaba.
Señales de alarma resonaban en su mente. Déjalo entrar, y él
gobernará tu mundo. Marcus no era un hombre que hiciera algo y lo
dejara a medias. El control que tendría sobre ella sería absoluto,
pero Cora no lo detestaría. Lo gozaría.
Pero era demasiado e iba muy deprisa. Cerró los ojos, mareada.
Ahora sabía por qué los poetas recitaban sobre “caer en el
amor”. Porque se sentía literalmente como caer. Una desenfrenada
y fatal caída libre. Y una vez que caes, todo terminó. No hay vuelta
atrás.
—Cora, ¿estás bien?
Asintió con los ojos todavía cerrados. No podía mirarlo. Era
como mirar directamente al sol.
—Cora. Mírame. No te ocultes.
Levantó la barbilla y parpadeó.
—Me aterras —susurró.
Marcus alzó una ceja.
—Bueno, siempre me pareciste una chica astuta.
—¿Qué pasará ahora?
Le colocó un mechón de cabello detrás de la oreja y se
estremeció de placer ante la caricia. Los ojos de Marcus se
encendieron y Cora de inmediato quiso volver a presionar sus senos
contra su pecho. ¿Cómo sería la sensación de las manos de Marcus
por todo su cuerpo? No había olvidado la forma en que la había
mirado de arriba a abajo cuando estuvieron frente al espejo. Era un
hombre muy intenso. ¿Cómo sería la sensación de toda esa
intensidad descargada directamente en ella? Sin que hubiera nada
entre ellos. No ropa. No pretensiones. No edades.
—Ahora —se inclinó y presionó sus labios contra los de ella. El
beso más breve antes de apartarse—, Cenicienta volverá a casa
para dormir antes de que se convierta en una calabaza.
Retrocedió y le cogió el brazo.
—Me parece que así no va el cuento —murmuró Cora mientras
Marcus comenzaba a guiarla a través la multitud. Las charlas se
detuvieron y las miradas se volvieron hacia ellos; la multitud
abriéndose como el Mar Rojo a medida que pasaban.
¿Por qué todos lo trataban de esa manera? Cora lo miró, pero su
rostro estaba frío como el mármol. Si su brazo no hubiese estado
tan cálido y no le hubiese transmitido seguridad, Cora se hubiera
estremecido ante lo sucedido. Miró las caras de algunos de los
presentes. Había algo más que respeto mostrado. Miedo.
¿Quién era Marcus Ubeli, además del hombre que estaba
dándole un vuelco a su vida?
¿En verdad quería saberlo?
O una pregunta más inquietante: ¿Acaso pensaba darle
importancia; siempre y cuando en privado pudiera ver al hombre tras
la máscara?
Estuvo muy tensa y con mareos durante todo el regreso a casa.
Sharo estaba detrás del volante, y cuando una ventana subió entre
los asientos delanteros y los traseros, estaba segura de que Marcus
la besaría de nuevo. Pero no. Pasó su brazo alrededor de ella y
jugueteó con su cabello despreocupadamente durante el trayecto.
Todo estaba en silencio, excepto por la melodía de Rajmáninov que
se escuchaba a lo largo y a lo ancho. Cora frunció el ceño cuando el
coche se detuvo después de un trayecto de alrededor de diez
minutos. Sharo salió y le abrió la puerta. Marcus se apartó de ella y
lo miró confundida.
—Aún no hemos llegado al Crown, ¿verdad?
Hace unas cuantas horas, había tomado un poco más de media
hora ir desde el hotel al lugar del desfile de moda. Es cierto que
había habido tráfico, pero seguro que ahora no habían recorrido
toda esa distancia tan rápido, ¿o sí? Miró por la ventanilla y no, el
histórico hotel no estaba a la vista.
—Te conseguí un apartamento.
Giró sobre el asiento para mirarlo con la boca abierta. El pent-
house en el Crown era una cosa. Aparentemente siempre lo había
tenido de reserva, ¿pero otro apartamento? ¿Para ella?
—Marcus, no puedo…
—Si puedes —pasó una mano por la parte baja de su espalda
para hacerla bajar del vehículo—, y lo harás. Piensa que cuidarás
del lugar. Todo el verano mi secretaria estará en unas largas
vacaciones en Europa. Si te quedas serás de gran ayuda. Puedes
regar las plantas.
Pero cuando Cora fue al piso de arriba no encontró ninguna
planta. Lo que sí encontró fue un lujoso apartamento de tres
dormitorios completamente amueblado y con una magnífica vista del
parque.
—Esto está increíble.
Se abrió paso entre las enormes habitaciones. Sus pies se
hundieron en la gruesa alfombra. Marcus se quedó detrás de ella
con las manos en los bolsillos y una media sonrisa sesgada en su
deslumbrante rostro. Cora se detuvo frente a una chimenea,
pasando una mano nerviosa sobre el modelado de mármol. Un
apartamento como este y en esta parte de la ciudad tenía que costar
decenas de miles de dólares al mes. La abrumadora elegancia la
hizo sentirse diminuta.
—Es demasiado. No puedo… —su voz no continuó al
encontrarse con su decidida mirada. Marcus ya le había dado
demasiado.
—Puedes y lo harás. Quédate aquí. Mantente a salvo.
Parecía que iba a decir más, pero la puerta principal se abrió y
segundos después Sharo apareció. Vio a Cora y asintió, luego le
entregó a Marcus un sobre. Lo abrió y miró dentro. Su sonrisa se
volvió como la de un tiburón, satisfecha.
—Una cosa más, ángel —le tendió el sobre.
La mano de Cora tembló al tomarlo. Dentro había dinero.
Frescos dólares guardados en el sobre blanco. El número en los
billetes provocó que sus rodillas temblaran.
—¿Qué es esto?
—Tu paga. Me dijiste que tu antiguo jefe te debía.
—Sí, pero… —sus dedos hurgaron el fajo de billetes e hizo un
conteo rápido—. Es demasiado, más de lo que…
—No te pagaban lo suficiente. Sharo tuvo una pequeña charla
con ellos, y vieron lo equivocados que estaban.
Sus sentidos se encontraron aturdidos al sujetar el fajo de
dinero; era más dinero de lo que jamás había visto y mucho menos
cogido en manos.
—¿Una charla con ellos? —el enorme hombre la miró sin
mostrar emoción alguna. Por lo que sabía acerca de Sharo, era
alguien de pocas palabras. ¿Eso significaba que…?
—Tú no… —se detuvo antes de continuar—: los lastimaste —
simplemente no podía preguntarle si le había dado una paliza a
Paul, ¿cierto?—. ¿Están bien?
Sharo levantó su mentón.
—Te envían sus disculpas. Querían que supieras que están
teniendo terapia de pareja, que pasan menos horas en el trabajo y
más tiempo con su hijo.
—Oh. Qué bien.
Entonces Sharo sí habló con ellos. O, por lo menos, ellos con él.
Le dijeron todo eso, y le pagaron mucho más de lo que Cora ganaba
en billetes de cien dólares. Ella miró el dinero en su mano como si
se tratara de una serpiente.
—¿Lo ves, ángel? —murmuró—. No te volverán a molestar.
Sharo se había ido y quedaron solo ellos dos. Terminó con la
distancia entre ellos y el mundo de Cora se redujo ante su alta,
imponente y fulminante imagen con traje oscuro. Sus sentidos
fueron rodeados con su cercanía, con una barba apenas visible que
no había afeitado por la mañana bordeando su mandíbula y con su
exquisita colonia. La incertidumbre de Cora se disipó.
—¿Quieres darme las gracias?
—Gracias —respiró, embriagada por la proximidad de sus
cuerpos. En lo más profundo una vocecita susurraba una
advertencia, pero el resto de ella ya estaba muy involucrado. Su
corazón palpitaba desenfrenado pero feliz en su pecho. Felizmente
acorralado.
—No, bebé —Marcus se detuvo tan cerca que, si daba un paso
adelante, sus pezones volverían a rozarle el traje. Esa diminuta
alarma interrumpió de forma abrupta—. Quiero decir, ¿realmente
quieres agradecerme?
—¿Sí?
—Entonces quédate aquí. Vive en este apartamento. Disfrútalo.
Y cena conmigo mañana por la noche.
—Mañana —susurró ella.
Su oscuro cabello cayó sobre su frente, suavizando los duros
trazos de su rostro. Cora se tambaleó.
—Mañana —respondió también en susurros. Y retrocedió,
rompiendo el trance en el que parecía estar sumida. Esperaba que
se quedara, pero Marcus solo le mostró esa maldita media sonrisa y
le dijo—: Buenas noches, diosa.
Se quedó tan desesperadamente necesitada cuando se retiró y
cerró la puerta principal. Después de haberse cerrado, se apoyó
contra ella y se llevó las manos a los labios, a la cara… por todo el
cabello. Todo lo que sabía era que esta noche algo importante había
dado inicio con Marcus Ubeli, y que su vida nunca volvería a ser la
misma.
CAPÍTULO 6

Marcus se portaba como un caballero.


Un mes después, Cora estaba en el vestíbulo de su hermoso
apartamento poniéndose los pendientes frente al espejo y
esperando a que Sharo llamara a la puerta. En ocasiones, Marcus
enviaba a su trabajador para que la recogiera. Algunas veces
quedaba atrapado en reuniones, pero no le gustaba llegar tarde a
sus citas con ella. Sharo era un decente suplente, llevándola a un
restaurante donde le servían una copa de vino y Marcus siempre
llegaba al poco tiempo con una sonrisa y muchos cumplidos sobre
su belleza.
Un perfecto caballero, pensó de nuevo. No la había vuelto a
besar, pero ponía un brazo alrededor de ella para que estuviera
abrigada cada vez que salían a dar largos paseos por el parque o al
club privado favorito de Marcus en las afueras de la ciudad. Y
cuando la llevaba a las zonas más peligrosas de la ciudad para
mostrarle el restaurante de un amigo, la tomaba del brazo mientras
caminaban desde el coche hacia el edificio y se quedaba a su lado
toda la noche. Se sentía segura con él.
También era generoso. Las rosas en el vestíbulo fueron obsequio
suyo, al igual que el vestido y el collar que llevaba. Siempre se
sonrojaba cuando recibía uno; parecía demasiado. Pero intentaba
decírselo y él agitaba la cabeza y se ponía testarudo. Y cuando
Marcus se ponía testarudo, bueno… Una vez cuando le comentó
que no iba a poder llegar a la cita debido al trabajo, le dijo que fuera
a una tienda y se probara lo que quisiera. Sharo la había seguido.
Era una silenciosa sombra que lo veía todo y decía nada. Todo lo
que tocaba, le gustara o no, al día siguiente llegaba en grandes
bolsas de compras a su apartamento.
Pudo haberse exasperado; sentía que las cosas entre ellos eran
tan desiguales, y cada regalo que Marcus le daba solo la hacía
percibir esa disparidad aún más. No le importaban las joyas ni la
ropa. Aunque claro, eran lindas.
Todo lo que quería era a Marcus.
Al final, por él aceptó cada uno de los obsequios. Porque sabía
que lo hacía feliz. Significaba algo para él, se notaba, poder adornar
a la mujer por la que se preocupaba con cosas finas. Para ayudarla
a destacarse como suya. Y eso era todo lo que Cora siempre había
querido porque apenas podía recordar lo que había habido antes de
Marcus.
Pero ¿algo así de hermoso y perfecto podía en verdad durar
para una chica como Cora Vestian?
Las cosas iban demasiado bien. Y bueno… no podía evitar la
sensación de encontrarse al borde esperando que algo malo
sucediera. No podía evitarlo. Su madre le había provocado una vida
de paranoia. No ayudaba el hecho de que de alguna manera sabía
que la observaban. A veces, cuando regresaba a casa del trabajo
por la tarde, iba por la calle y tenía esa sensación. Rápidamente
echaba un vistazo, y entonces allí estaba el brillante capó de un
coche saliendo de un callejón o aparcado en la calle. Los vidrios
estaban polarizados, por lo que no pudo ver el interior. Al principio
estaba aterrorizada, convencida de su madre había llegado para
llevarla de vuelta a la granja. Pero cuando no fue así, y los coches
simplemente continuaron esperando con paciencia mientras seguían
sus movimientos… no pudo evitar hacerse preguntas: ¿Había…
había Marcus puesto a alguien a seguirla? ¿O estaba siendo un
poco paranoica y en realidad nadie la seguía?
Es una coincidencia, pensó mientras se alistaba para su noche
fuera. Te estás inventando algo por lo que preocuparte.
De pie y frente a la puerta de la pequeña habitación que hacía el
papel de vestíbulo, miró el espejo por última vez. Esta noche era
importante. Estos últimos días Marcus había estado ocupado
trabajando desde la mañana hasta la noche, así como horas en el
medio, por lo que Cora apenas lo veía. Su última cita había sido tres
noches atrás en un nuevo restaurante simplemente llamado
“Néctar”. Su coche la había recogido en el refugio de animales
donde había ido a dejar un formulario para hacer de voluntaria, y
luego la había llevado directamente al lugar, a pesar de sus
protestas sobre no estar vestida para la ocasión. La noche comenzó
con champán en el coche y terminó con ambos en la azotea del
edificio, mirando el mundo debajo ellos, mientras la banda tocaba
tranquila para unos pocos clientes que llegaban tarde.
—Esto es hermoso.
—Tú lo eres —Marcus no estaba mirando la ciudad—. Creo que
me gustas con tu ropa de trabajo.
Solo llevaba unos jeans y una blusa sencilla. Tiró del borde de
ésta.
—Me debes una por esto, Marcus Ubeli.
Las comisuras de sus labios se alzaron y ella continuó.
—Por traerme a este restaurante elegante, seducirme con
champán… Apenas me estoy adaptando a viajar en transporte
público con esta ropa.
—Te lo compensaré. Te compraré un vestido.
Puso los ojos en blanco y se sonrojó como siempre lo hacía. Y
su rostro, que por lo regular estaba tan serio debajo de su cabello
oscuro y brillante, ahora tenía una pequeña media sonrisa.
—Te compraría todo esto si pudiera. —Hizo un gran gesto con la
mano hacia la ciudad que centelleaba bajo ellos como una caja de
joyas.
Cora se carcajeó divertida ante sus burlas. Ver a Marcus tan a
gusto y bromeando mientras estaba tan cerca de ella, la hizo
sentirse eufórica.
—¿Quieres decir que no puedes? —le devolvió la sonrisa—.
Señor Ubeli, ¿qué haremos con usted? Ha estado trabajando
demasiado.
La luz de la luna le ablandó sus oscuros rasgos; las sombras
bajo sus ojos eran evidencia de largas, largas noches. Quería estirar
la mano para tocarle el rostro, pero no se atrevió.
—Te he echado de menos —le dijo Marcus.
Dos dedos acariciaron su mejilla. El latido de su corazón se
elevó. La estaba tocando. Madre mía. La estaba tocando.
—No puedo creer que tenga a alguien como tú.
Cora le miró fijamente y él también. ¿Realmente acababa de
decir eso? ¿A ella? Cora sabía que estaba colada por él. Cualquier
chica lo estaría. Pero ¿estaba… estaba dentro de lo posible que él
en serio pudiera sentir algo también? ¿Por ella?
Pero mientras Marcus la miraba, Cora juró que él parecía tan
atónito como ella misma se sentía. Madre mía, ¿podría ser verdad?
¿Por favor, puede serlo? ¿Puede? Daría cualquier cosa, pagaría
cualquier precio por que este hombre se preocupara por ella, incluso
la mitad de lo que sentía por él. Y entonces se dio cuenta de que
estaba aquí de pie en completo silencio. Mierda. Habló titubeante.
—Tú también te has portado genial. Eres amable, has sido más
que generoso y me has tratado como a una princesa. —Vale, no lo
estaba diciendo de la manera correcta. ¿Cómo le haría entender?
—. Llegué a la ciudad con grandes sueños, pero… toda chica sueña
con una vida así. Tú hiciste que se volviera realidad.
Levantó la mirada hacia él sabiendo que sus mejillas se habían
despertado debido al calor del momento y el frío del viento.
Sus palabras no fueron suficientes. Quería decirle lo que sentía
por él. No era solamente agradecimiento por todo lo que había
hecho. Aunque nunca le hubiese dado nada, Cora sentiría lo mismo
por él. Veía cómo era con el resto. Indiferente. Distante. El más
grande regalo que le había dado fue él mismo. La dejó entrar en su
vida cuando no lo hacía con nadie más a excepción de Sharo.
Sus dedos permanecieron en la mejilla de Cora, pero era como
si cualquier movimiento que no fuese un respiro pudiera terminar por
destruirlo.
—Cora —susurró y ella se esforzó por escuchar. El viento casi
se llevó lejos sus palabras—. Quiero…
—¿Qué? —también susurró, pero no hubo respuesta.
En medio del silencio ella había temblado un poco, pero él
estaba allí, llevándola contra su pecho, y con su chaqueta de traje y
el pañuelo de bolsillo de seda presionando su mejilla. Marcus era
cálido y muy fuerte, y nada podía alejarla de aquel refugio o de su
calor.
—Quiero mantenerte a salvo. Quiero tenerte así…
Cuando no continuó hablando, Cora supo que no tenía que
hacerlo. Estaba bien si no tenía o no le salían las palabras.
—Shhh… —susurró y cerró los ojos, hundiéndose en él.
Permanecieron de esa manera un buen rato hasta que la banda
dejó de tocar y los meseros barrieron el lugar, finalmente regresando
con Sharo, quien se encontraba sentado en el coche con un puño
en la boca para evitar los bostezos. Cora mantuvo la cabeza sobre
el hombro de Marcus todo el camino a casa, mientras la luz de la
ventanilla del coche era suavizada con el amanecer.
Marcus había cumplido su promesa. El vestido había llegado esa
tarde con una nota: Úsalo y estaremos a mano.
Cora se había acostumbrado a abrir regalos en las semanas en
que él se encontraba ocupado con el trabajo, pero este en especial
la hizo jadear mientras lo sacaba fuera del papel de seda. La tela
era gris luminoso y estaba cubierta con perlas cristalinas que
brillaban como las luces de la ciudad. También había una pequeña
caja que mostraba un collar. El engaste tenía forma de lágrima, dos
diamantes y una tercera piedra grande y roja que no pudo
reconocer. Así que terminó por encontrarse de pie bajo la tenue luz
del pequeño vestíbulo, permitiéndose una última mirada en el espejo
antes de que su escolta llamara a la puerta y se la llevara con
Marcus. Moría por verlo, pero quería lucir perfecta para él.
El vestido en sí era precioso, suave y gris, como el material del
que estaban hechas las nubes. Las pequeñas perlas centelleaban,
aunque la única luz en su oscuro apartamento proviniera del paisaje
urbano del otro lado de las ventanas. Había apagado las luces
preparándose para salir, y ahora veía su reflejo en una sombra
marcada y una iluminación opaca.
Aun así, sus ojos brillaban, y las joyas en sus orejas y cuello
destellaban como la luz de la ciudad. Sonrió. Y una cara feliz pero
pálida le devolvió la sonrisa. Se tocó la mejilla con los dedos fríos.
Estaba tan nívea como si se hubiese asustado. Dándoles unos
golpecitos para lograr un poco de color en ellos, aspiró la fragancia
de rosas. Escuchó un golpe a sus espaldas y casi se muere del
susto. Se rio de sí misma mientras se llevaba una mano al pecho.
Sostuvo el bolso de mano y se volvió hacia la puerta casi agarrando
el picaporte, pero se detuvo y miró por la mirilla como Marcus le
había indicado. Instinto urbano, le había dicho. No confíes en que
sabes lo que hay más allá de tu propia puerta. Sonaba como su
madre. Pero de todos modos le siguió la corriente.
La cabeza del otro lado de la puerta estaba inclinada. Con el
ceño fruncido esperó a que se enderezara para que pudiera verle el
rostro. Ciertamente no era Sharo; su cabeza estaba afeitada. La que
se encontraba mirando tenía abundante cabello castaño un poco
despeinado, aunque mojado como si hubiera estado lloviendo
afuera. Finalmente, la cabeza se levantó. Se quedó boquiabierta y
ahogó un silencioso jadeo, paralizándose al instante cuando
reconoció el rostro de aquella noche en el club. La noche en la que
terminó en la parte trasera de un coche, antes de huir por las calles
hacia el club vacío donde había conocido a Marcus.
Se alejó de la puerta sin hacer ruido. El susto le estaba cerrando
la garganta.
No te vio. No puede verte.
No obstante, todo lo que quería era correr a su habitación y
esconderse bajo la cama como una cría. Pero fue a la cocina, cogió
su móvil junto con un cuchillo grande de cocina y fue hasta el baño.
Cerró y aseguró la puerta. Con el cuerpo temblándole logró marcar.
Se trataba del número que Marcus le había dado si alguna vez
necesitaba contactarle. Nadie jamás contestaba, pero Cora nunca
había dejado un mensaje sin que Marcus o Sharo tuvieran la
información.
—Hola —susurró en el baño—. Soy Cora —aunque hablaba tan
bajo como podía, su voz hacía eco en las paredes. ¿El hombre aún
seguía allí afuera? ¿Podía oírla? —. Hay un hombre en mi puerta —
continuó, con la mano y la voz temblándole, pero proporcionó todos
los detalles lo más exactos posibles a la vez que hablaba despacio
como una niña pequeña. Colgó y esperó.
Diez minutos después, creyó oír otro golpe en la puerta. Con el
móvil en mano no se movió. Hubo uno más. El aparato sonó
poniéndole fin al silencio y casi haciéndola gritar. Contestó con un
ahogado ¿Hola?
Sharo estaba en la puerta. A Cora le tomó tres intentos abrirla
con las manos temblorosas, cuando lo hizo él entró sin pedir
permiso y la ayudó a llegar a un sofá con su mano firme, a la vez
que encendía las luces. Le sirvió de beber y le aseguró que Marcus
estaba en camino. Luego regresó al vestíbulo, y ella escuchó a su
profunda voz hablar con quienes asumió que eran más personal del
equipo de seguridad de Marcus.
Sharo volvió minutos más tarde con cierta mirada en su cara,
que le decía a Cora que estaba sutilmente satisfecho con algo.
—¿Estás bien?
En el último mes había llegado a conocer un poco a Sharo;
bueno, lo que se podía llegar a conocer a un guardia de seguridad
huraño y callado. Pero había una preocupación real en sus ojos
mientras la miraba.
—Sí —respondió mientras frotaba sus manos temblorosas contra
su vestido—. Creo que sí.
—Dos de mis hombres estaban fuera del apartamento. Creen
haberlo ubicado y visto irse hacia el transporte urbano. Todavía
están siguiéndole la pista. —Ahí estaba de nuevo, una mirada de
autosuficiencia discreta que sugería que Sharo estaba convencido
de que pronto pondría sus manos sobre el hombre—. Nunca lo
volverás a ver.
Cora frunció el ceño. La forma en que lo dijo sonó… definitivo.
No era como si al instante de encontrarlo llamarían a la policía.
—Él no hizo nada. Solo me asusté, eso es todo.
¿Qué demonios estaba haciendo? ¿Defendiendo a su
secuestrador?
Se llevó las manos a la sien y la frotó.
—¿C...cómo me encontró?
Pero ahora el rostro de Sharo no mostraba emoción alguna y de
repente ya no estaba dispuesto a hablar. A los pocos minutos llegó
Marcus y en sus fuertes brazos fue consolada, complementada y
arrullada. Mientras tanto Sharo observaba, y Cora sintió las
silenciosas miradas de complicidad entre el hombre y su jefe.
—¿Por qué no nos quedamos en casa esta noche, bebé? Ve a
ordenar comida griega para llevar. Sharo la recogerá por nosotros.
Salió de la habitación a regañadientes sintiendo los ojos de
ambos sobre ella. Cuando regresó, estaban de pie uno junto al otro
con rostros serios y tensos, aunque no había oído gritos. Retrocedió
en completo silencio y solamente escuchó a Marcus murmurar: Que
no vuelva a suceder, antes de que se volviera hacia ella; un anfitrión
indiferente pero cortés.
Cora estaba en el umbral de la habitación. Había cambiado su
hermoso vestido por unos jeans ligeros y un suéter de cachemir
color ciruela. Ese era el otro lado del hombre que ella… el hombre
por el que ella se preocupaba. Le era fácil dejarse llevar por el
Marcus que él era cuando estaban solos. Apasionado. Tierno.
Dulce. Pero había otro lado de él. Una penumbra.
—Dile a Sharo el nombre del restaurante para que pueda ir por
la comida. —Antes de que el mencionado saliera de la habitación,
añadió—: No quiero que ningún repartidor sepa dónde vive.
La silenciosa cólera en su rostro la hizo detenerse a medio
camino del sofá. Marcus extendió la mano para pedirle que se
acercara, pero Cora permaneció allí.
—Marcus —comenzó cuando Sharo se fue—. ¿Quién es ese
sujeto?
¿Iba a ser sincero con ella?
—Te lo dije, bebé. Es un capullo de la calle que vio a una diosa a
la que nunca puede tocar, pero no se pasará de listo.
Con un suspiro se sentó en el sofá y, con la mirada perdida en
un punto de la habitación, su expresión denotó extrema seriedad.
Pero finalmente pudo relajarse.
—Ven aquí —volvió a extender su mano.
Con lentitud Cora avanzó y la cogió, permitiéndole que la sentara
sobre el sofá. La arrulló como lo había hecho cuando se conocieron
la primera vez, con un brazo a su alrededor y la cabeza contra su
chaqueta de traje.
—No quiero que te asustes —susurró con los labios muy cerca
de su cara—. No quiero que pienses que no estás a salvo. Nadie,
me refiero a nadie —lo sintió ponerse tenso, furioso—, toca a mi
chica.
Quería calmarlo. Quería a su Marcus de vuelta.
—Estoy bien —murmuró—. Nada sucedió.
Se sentaron en silencio durante un rato y, a medida que el
tiempo pasaba, la tensión abandonó su cuerpo. Cora pudo sentir
que la respiración de Marcus volvía a su ritmo normal. Se mantuvo
muy quieta, como una polilla acorralada contra una lámpara; sentía
el peligro y era incapaz de escapar. Pero no quería hacerlo.
Déjame entrar, suplicó en silencio. Ella podía manejar sus
tinieblas si él la dejaba ser su luz.
—Y nada nunca te pasará. Te mantendré a salvo. No te quitaré
el ojo de encima.
Frunció el ceño cuando recordó el destello del coche negro que
veía de vez en cuando.
—Ya lo estás haciendo.
—¿Cómo? —la voz de Marcus se mezcló con el timbre de la
puerta y ella se alejó—. No pasa nada —sus manos la estabilizaron
—. Solo es Sharo con la comida.
Malinterpretó su ansiedad y Cora le permitió las caricias. Su
cuerpo todavía estaba tenso y un poco alejado, a pesar de seguir
todavía muy cerca con el cabello esparcido sobre su traje.
—Cora —repitió. Ella se relajó.
—Tengo hambre, ve por la cena —respondió, pero desvió la
mirada hacia otro lado mientras él se levantaba para dirigirse a la
puerta.
Marcus había puesto a alguien a seguirla. Cora ahora lo sabía.
Sharo casi lo admitió cuando dijo que los hombres que vigilaban su
apartamento habían seguido a su raptor. Y las palabras de Marcus
justo ahora… Se trataba exactamente de la clase de situación por la
que se había alejado de su madre, para no volver a encontrarse en
una parecida.
Suspiró y apretó los ojos hasta cerrarlos. ¿En qué se había
metido? ¿Acaso Marcus pensaba que ella no sabía? ¿La veía como
una tonta? ¿Era eso lo que quería? ¿Algún tonto y ridículo juguetito
con el que pudiera divertirse de vez en cuando?
Yéndose hacia una esquina del sofá y cruzando las piernas
sobre éste, escuchó con atención. Había voces en el vestíbulo;
Marcus y otro, no, dos hombres más. ¿Sharo? ¿O aquellos dos eran
los que habían estado tan convenientemente próximos a su
apartamento? La pregunta era: ¿Por qué la estaba vigilando? ¿Por
su seguridad... o porque no confiaba en ella?
—¿Estás bien? —preguntó Marcus cuando volvió con una bolsa
de papel con comida.
Cora sonrió y asintió, pero se trataba de la sonrisa falsa que
siempre usaba con su madre. Madre mía. Cuánto detestaba usarla
con Marcus. Pero no sabía qué más hacer. Hace tan solo una hora
todo parecía tan positivo y ahora…
Sacaron la comida y antes de comenzar, Marcus preguntó de
nuevo:
—¿Segura que estás bien?
—Sí —la respuesta fue vacilante, pero sonó convencida. Volvió a
sonreír, la misma sonrisa falsa. Marcus no se dio cuenta de que algo
andaba mal y eso le partió un poco el corazón a Cora.
—Te lo dije, bebé —fue todo lo que dijo—. Voy a cuidar de ti.

—Tengo que irme temprano esta noche —gritó Cora hacia la parte
trasera del refugio donde había empezado a trabajar como
voluntaria.
No había podido encontrar otro trabajo sin una identificación o
seguro social; solamente unas cuantas presentaciones como
modelo en efectivo que había conseguido con el desfile de Armand.
El voluntariado la hacía sentirse menos inquieta en tanto intentaba
conseguir algo más definitivo.
—Vale —respondió Maeve, la que administraba el refugio—.
Comienza por limpiar el fondo y haz lo que más puedas. El balde
está en el armario y las esponjas y el jabón junto al fregadero.
Cora pasó dos horas en silencio limpiando jaulas. Era un trabajo
duro y sucio, pero de alguna manera se sintió más limpia al terminar.
Fregar le recordaba a su infancia en la granja donde la vida era
sencilla y desbordante en trabajo honesto y arduo. A los diez, su
trabajo había sido fregar los pisos de la casa y limpiar los establos.
Irónico que sintiera nostalgia por el lugar del que no pudo
esperar para alejarse.
Pero todo era tan confuso aquí en la ciudad.
Marcus continuaba cortejándola al llevarla a los mejores
restaurantes. A veces sentía que la estaba presumiendo. Pero era
ridículo, él era el atractivo. Cada vez que entraban a un lugar las
personas se incorporaban y prestaban atención. El dueño del
restaurante corría hacia ellos para recibirlos, les daba la mejor mesa
y comprobaba durante la comida que todo estuviera bien. A
dondequiera que iban la gente mimaba a Marcus, y, a su vez, él
cuidaba de ella.
Continuó con los obsequios sin importar si Cora decía que no
eran necesarios. Incluso insistió en que su coche la recogiera de su
apartamento para llevarla al refugio. Protestó, pero Marcus dijo
“diosa” con su profunda, divertida, arrogante y sexy voz —todo al
mismo tiempo—, y se salió con la suya. Siempre lo hacía.
Y en cuanto a los temores de Cora la otra noche…
Frunció el ceño mientras fregaba con más fuerza la parte inferior
de la jaula. ¿De qué se quejaba realmente? ¿Que un hombre la
considerara demasiado hermosa como para querer asegurarse de
que estuviera a salvo en todo momento? Y si había puesto a alguien
a seguirla porque no confiaba en ella, bueno, era un hombre
adinerado y ella no era nadie. Tal vez Marcus había sido engañado.
Pero Cora no solo sabía cuánto dinero tenía, sino que también
conocía sus negocios y su poder. Él acababa de conocerla. Lo
lógico para él era querer saber si en realidad era quien decía ser.
Además, no era como si Cora tuviera algo que ocultar.
Y, la pregunta que se hizo a sí misma varias noches atrás:
¿Marcus valía la pena?
Cuando estaba con él sentía que podía volar. Y madre mía,
cuando la tocaba; con el más mínimo contacto de su mano contra la
suya… Con tan solo pensarlo, escalofríos le recorrieron los brazos.
Le gustaba Marcus. Mucho. Y tenía miedo de permitirse pensar
sobre lo que sentía por él; era algo muy fuerte. Mucho más fuerte
que gustar, si tenía que ser honesta consigo misma. Y le estaba
dando todo lo que siempre había querido. Una nueva vida; nueva
identidad, una con la que pudiese tener clase, ser sofisticada y
conocedora de la ciudad. Fue por ello por lo que llegó a la ciudad,
para librarse de su madre. Incluso si Marcus la ayudaba, protegía…
vale, quizás si la controlaba un poco, ¿significaba eso que no era
libre?
Tiempo después, Maeve encontró a Cora sentada en una de las
jaulas con solo un guante de látex puesto y rodeada de artículos de
limpieza. Maeve tenía una larga cabellera rojiza que casi siempre
mantenía trenzada, además de unas cuantas canas. Se le acercó
para ver cómo estaba.
—Cora —la llamó. Cora parpadeó saliendo de sus pensamientos
y levantó la vista—. ¿Cómo van las cosas por aquí? Oh, vaya.
Limpiaste más jaulas de las que pensé que harías.
Cora sonrió.
—Tengo experiencia.
Limpiar jaulas no era exactamente igual que limpiar establos,
pero la ética de trabajo requerida sí.
Cora bostezó y se dio un golpecito en la frente con el brazo.
—Oye, pareces cansada. Espero que salgas temprano para ir a
casa y descansar un poco.
Cora sacudió la cabeza.
—No exactamente. Marcus me va a llevar al restaurante de un
amigo.
La expresión serena de Maeve cambió y su ceño se frunció.
—Me preocupo por ti, querida. ¿Segura de que las cosas no
están yendo demasiado deprisa con ese hombre?
Le sonrió a la mujer de edad avanzada. “Ese hombre” la trataba
como a una reina. Él podía tener a cualquiera, pero miraba a Cora
como si fuera la única mujer en el mundo, y ella todavía no entendía
por qué la había elegido. Pero Marcus lo hizo y era todo lo que
importaba.
Cora sabía que la mujer sentía un amor maternal por ella, pero
no era necesario.
—Ya soy mayorcita. Sé lo que hago.
Maeve no parecía convencida.
—¿Viste el periódico de hoy?
—No. —Frunció el ceño, pero la mujer ya estaba sacando el que
tenía bajo el brazo.
—Lo estaba usando para revestir las jaulas y el titular me llamó
la atención. ¿Qué tan bien lo conoces?
Cora dejó caer la mirada al New Olympian Times. El famoso jefe
de la mafia aparece en un club. La imagen estaba borrosa, pero
reconocería a Marcus en cualquier parte. Apartó los ojos del
periódico y por unos instantes fregó de forma violenta la esquina de
la jaula mientras intentaba poner en orden sus pensamientos.
Jefe de la mafia.
¿Era verdad?
Pero entonces pensó en el trato que recibía en todos los lugares
a los que iban. Las cabezas inclinadas, el miedo y las miradas
ocultas… El poder que sabía que él ejercía, aunque no entendiera la
razón. Y la oscuridad en él. Si fuera completamente honesta
sospecharía que más o menos se trataba de algo así, ¿cierto? Pero
ser honesta consigo misma últimamente no era lo suyo.
Porque lo que estaba sintiendo no era inesperado. Todo se
trataba sobre la repulsiva incomodidad de la confirmación. Nunca le
había preguntado expresamente sobre sus negocios porque no
quería saberlo. Pero aquí estaba en blanco y negro. Publicado en
primera plana.
Miró nuevamente el periódico que Maeve todavía sostenía, y le
echó una ojeada al primer párrafo. Llamaban a Marcus el Señor del
submundo. Apartó la mirada por segunda ocasión, pero Maeve
obviamente no iba a dejar ir el tema así como así.
—¿Qué tan bien lo conoces? —preguntó de nuevo.
Cora dejó de fregar y arrojó la esponja al balde de agua con
jabón. Salió de la jaula, se quitó el otro guante y echó hacia atrás los
mechones de pelo que se habían soltado de la cola de caballo.
—Es un buen hombre, Maeve.
Le retiró el periódico de las manos y lo tiró al suelo de la jaula
que había limpiado. Le agradaba Maeve, de verdad que sí.
Congeniaron de maravilla desde que llegó como voluntaria, pero no
necesitaba de otra madre que le intentara decir lo que podía y no
podía hacer. No obstante, la respetaba. No se parecía en nada a su
verdadera madre. No era mandona ni prepotente, y no era justo
etiquetarlas dentro de la misma categoría.
Cora se acercó y apretó la mano de la mujer.
—Confía en mí. El periódico siempre escandaliza las cosas.
Marcus es un buen hombre.
No sabía qué más decir, pero estaba segura de eso. Él era
bueno.
Maeve no parecía estar convencida, pero asintió y le apretó la
mano a Cora.
—Prométeme que no te dejarás controlar por él. Te fuiste de
casa para encontrarte a ti misma y liberarte de tu familia —Cora le
había contado una versión incompleta de por qué se había ido de
casa. Asintió con la cabeza ante lo que Maeve estaba diciendo—.
Así que no permitas que te pisotee. No hay necesidad de apresurar
las cosas. Y si alguna vez necesitas ayuda, recuerda que siempre
puedes venir a mí.
Cora sonrió en agradecimiento ante la preocupación de su
amiga. Después de meses en la ciudad en verdad la consideraba
como una amiga; la primera que había hecho aparte de Marcus. ¿El
que las dos personas con las que había formado una relación le
llevaran alrededor de diez años, y Maeve veinte, decía algo sobre
Cora? Su madre siempre decía que tenía un alma vieja.
—De acuerdo —les quitó el polvo a sus jeans mientras se ponía
de pie—. Tengo que irme. Te veré el jueves.
Maeve asintió y Cora se dirigió al baño. Se cambió rápidamente
la ropa de trabajo por un ceñido vestido negro con una atrevida
abertura a la altura del muslo. Usó un poco de rímel y brillo de labios
y se dirigió al frente del lugar, que era una pequeña tienda de
artículos para mascotas.
Sharo estaba esperando.
—Señorita Vestian —dijo abriéndole la puerta.
Marcus trabajaba tanto, que solo podía verlo cada par de días.
Pero cuando estaban juntos era como si el tiempo no hubiera
pasado en absoluto; continuaban justo donde lo habían dejado.
Sharo la llevó al club donde había conocido a Marcus la primera
noche. Transitar los escalones por los que había bajado corriendo
con tanto miedo le dio la más extraña sensación de déjà vu. Podía
recordar la angustia de forma tan vívida.
Sharo empujó la puerta al final de las escaleras y la sostuvo para
ella. Cora tragó con fuerza. Fue solo el eco de ese miedo lo que en
estos momentos le estaba poniendo la piel de gallina. No tenía nada
que ver con el artículo del periódico, ¿cierto? Cierto. Respiró hondo
y siguió a Sharo a través de la puerta.
Se dirigió a la oficina de Marcus, dio unos golpecitos en la
puerta, la empujó y de inmediato se relajó al ver el rostro conocido y
cordial de Marcus. Mantenía su oficina tan en las tinieblas que su
rostro lucía tan sombrío como la primera noche en que lo conoció,
con líneas marcadas y facciones fuertes. Pero era la atmósfera que
a Marcus le gustaba proyectar, ¿verdad? Era indiferente y les
causaba temor a todos, pero no a ella.
¿…O solamente se estaba engañando a sí misma? ¿De verdad
era alguien especial? A la hora de la verdad, ¿qué tan bien conocía
a Marcus? Sabía cómo la hacía sentir, pero eso no era lo mismo.
—Hola —saludó con timidez.
Su cabeza se levantó de los papeles que estaba inspeccionando
y se detuvo, evidentemente analizándola. Lo hacía con bastante
frecuencia; la miraba sin pudor, y si la encendida mirada en sus ojos
indicaba algo, quería decir que estaba apreciando lo que veía.
Empujó su silla hacia atrás para alejarse del escritorio y tenderle
un brazo, haciéndole señas para que se acercara. Cora lo hizo.
Mientras cruzaba por detrás del escritorio y se detenía frente a él,
pudo ver cuán agotado realmente lucía.
—¿Un día largo?
Marcus no respondió, simplemente puso sus manos en sus
caderas y la empujó para que ella terminara inclinada sobre el
escritorio. La tomó de las caderas y las estrujó, hundiendo sus
pulgares y masajeando la piel. El contacto fue atrevido y posesivo, y
todo el aire en los pulmones de Cora salió con un gran suspiro.
La miró y ella no pudo leer lo que había en sus ojos grises como
una tormenta.
—Dulce Cora, tan inocente —susurró.
Puso su frente en su vientre. La envolvió con brazos alrededor
de la cintura y la tiró contra él, su rostro todavía contra su estómago.
Las manos de Cora bajaron hasta su cabello, y Marcus la abrazó
con la desesperación de un crío aferrándose a una manta para tener
mayor comodidad. ¿Acaso aquello era lo que ella era para él? ¿Un
lugar donde finalmente pudiera relajarse y encontrar comodidad? De
tan solo pensarlo, una eufórica chispa le recorrió la espalda. Vaya
que le encantaría ser el lugar seguro de aquel complicado hombre.
Le acarició el cabello, bajando por el cuello y masajeando sus
hombros, luego sus dedos volvieron arriba y él la estrujó más fuerte.
El New Olympian Times se asomó por debajo de los papeles que él
había estado mirando. ¿Había estado molesto por el periódico?
Porque tal vez se habían equivocado y todo era difamación y…
—Vale, tenemos que irnos. —Marcus se alejó. Y si Cora
esperaba ver sus suaves y afectuosas facciones, entonces estaría
decepcionada. Lucía tan calmado e indiferente como siempre.
Cora frunció el ceño, pero él ya se encontraba de pie tomándola
del brazo para llevarla al coche.
A Marcus nunca le gustaba hablar demasiado cuando estaban
allí dentro. Siempre hacía que Sharo pusiera música clásica y Cora
tenía la sensación de que era el único momento de su ocupado día
en el que podía simplemente sentarse tranquilo y relajarse. Rara vez
sacaba su móvil para revisar correos electrónicos o coger llamadas.
Solo se sentaba, a veces con los ojos cerrados, pero la mayor parte
del tiempo miraba las calles de la ciudad pasar, y a menudo tomaba
su mano como lo hacía en este momento. Con su pulgar dibujaba
círculos de un lado al otro, y Cora no podía negar que el movimiento
rítmico junto con la música era relajante, al punto de volverse
hipnotizante.
Cora se sintió tentada a dejar que la relajación del momento y las
caricias de Marcus calmaran sus miedos, pero seguía oyendo la voz
de Maeve dentro de su cabeza: ¿Qué tan bien lo conoces?
Y aquello hizo que lo soltara:
—Hoy vi el periódico. Me asustó, Marcus.
De inmediato se puso tenso y alejó su mano de Cora.
—Por favor, Marcus. ¿Me vas a decir qué sucede? ¿Es… es
verdad?
—No querrás saber —dijo.
Cora respiró hondo y se volvió para mirarle, forzándose a
esperar por una respuesta, aunque podía observar un destello de ira
en sus ojos. Luego de un momento algo parecido a una sonrisa
elevó las comisuras de sus labios a pesar de que la frialdad no
abandonó su rostro.
—Pero eres mi chica, así que te lo diré.
Esperó un par de segundos para escucharlo continuar:
—Hace un par de semanas dos de mis amigos decidieron ir a un
club. Compraron el viejo teatro y le cambiaron el nombre, lo dejaron
realmente muy bien. Con un proyecto de esa magnitud necesitaban
ayuda. Yo los ayudé.
Nuevamente se detuvo, preguntándose cuánto debía compartir
con ella.
—Pero los rumores van de un lado a otro, ya sabes, la gente
habla. Alguien piensa que está pasando algo y la prensa se
engancha como si fuera la única historia en toda la ciudad. Había
historias circulando mucho antes de que se abriera el lugar.
Entonces anoche —hubo un gran suspiro—, apareció la prensa.
Esperó un momento después de que Marcus se detuviera.
—¿Y?
—Tomaron fotos y se apresuraron a sacar conclusiones.
Desacreditaron a mis amigos e intentaron clausurarlos. Y como
pueden publicar cualquier basura que quieran —su mandíbula se
tensó—, terminaron en primera plana. Todo lo que mis amigos
querían era abrir un club. ¿A quién le importa cómo lo llevan? Y lo
que dijeron, drogas y dinero ilegal, nada de eso ha sido demostrado.
Esas acusaciones tienen cabida en un tribunal. Ponerlo en primera
plana para vender periódicos; eso es ilegal.
Desde donde estaba sentada, Cora podía sentir que se enfadaba
cada vez más, aunque su voz nunca se elevara. Podía sentirlo a
través de la corta distancia entre ellos. Era como una oleada de
rabia insensible que se mantenía comprimida con fuerza bajo su
traje y su corbata de seda.
—Una cosa es ir a por mí directamente. Otra es utilizar a mis
amigos. —Miró fijamente hacia el espejo retrovisor; sus ojos y los de
Sharo se encontraron allí.
El vehículo rodó por las calles. Las ventanillas eran gruesas y no
dejaban pasar el sonido, por lo que parecía silencioso
independientemente de la melancólica música clásica. Cora analizó
el rostro de Marcus, sintiendo temor por lo que encontró. Estaba
distante, indiferente.
Sin pensarlo, ella se estremeció, y con un murmullo…
—¿Estás bien, bebé? —la rodeó con el brazo y ambos
continuaron el viaje con un gran peso sobre sus hombros.
Y aunque las interrogantes gritaban dentro de ella —¿Quién
eres? ¿De eso se trata todo? ¿Cómo que “ayudaste” a tus amigos?
—, supo que no podía decir absolutamente nada.
Tan profundo era el silencio que les llevó un momento darse
cuenta de que habían dejado de moverse. Sharo abrió la puerta y
Cora se encontró mirando un alto edificio con muchos escalones
que conducían a sus amplias puertas.
—Vamos —con gentileza la empujó y ella bajo del coche
obediente.
—¿Este es el restaurante? —sus dientes crujieron debido a un
repentino viento helado.
Habiéndose detenido para hablar con Sharo, Marcus se acercó e
hizo que lo tomara del brazo por encima de su chaqueta para
avanzar junto con ella. Le dedicó una enigmática sonrisa mientras
subían los escalones; y cuando abrió la puerta, Cora apenas pudo
ver más allá de sus brazos protectores.
Y tan pronto como entraron, un calor húmedo la envolvió y
salpicó sus brazos y rostro como una ola de mar. No obstante, el
lugar estaba completamente a oscuras. Pero de cualquier modo
Cora pudo relajarse, caminando hacia la oscuridad sin sentir miedo.
Marcus estaba a su lado.
—¿Qué es este lugar? —tomó una bocanada de aire.
Una linterna se encendió y el rayo de luz se movió sobre
palmeras y helechos, flores y césped; toda una gama de cosas
cultivadas resguardándose bajo una construcción de vidrio.
—¡Un invernadero! —chilló Cora y Marcus rio mientras se
acercaba para mostrarle el lugar.
Recorrieron estrechos senderos y encontraron la manera de
atravesar la oscuridad con la sola linterna de Marcus. ¿Cómo es que
él sabía que aquello era exactamente lo que ella necesitaba? Por
mucho que admirara la ciudad, a veces podía llegar a ser asfixiante;
demasiado concreto, pavimento, ladrillo, acero y calles tras calles
por todas partes. Echaba de menos las cosas que crecían desde la
tierra, así como atravesar la puerta de su casa y tocar la vida en el
suelo, olerla y mirar el sol salir sobre el gran cielo abierto.
Cora extendió los brazos y rio mientras sus manos palpaban las
ramas y hojas atractivas y suaves. Entrecerró los ojos.
—Veo algo ahí adelante. —Bajó los brazos y siguió avanzando.
Marcus amablemente la siguió con la linterna hasta que pasaron
junto a una gran fronda, para encontrar una pequeña mesa y algo
de vino iluminados por un candelabro de plata. Rodeó a Cora y sacó
una de las sillas para que pudiera sentarse.
—Bienvenida al paraíso, diosa.
Estando sin palabras, se sentó en silencio mientras Marcus
servía el champán. Luego tomó una copa sin decir una sola palabra.
—Un brindis por nuestro nuevo lugar favorito —dijo él.
Cora soltó una risa. No pudo evitarlo. Los ojos de Marcus se
reflejaban sobre el cristal de la copa mientras bebía primero. Ella
seguía esperando con los ojos bien abiertos. Él terminó y jugueteó
con su copa antes de dejarla sobre la mesa con firmeza.
—No eres como las otras mujeres con las que he salido.
—¿Oh?
Marcus se le acercó y Cora lo miró. Su corazón latía con tanta
fuerza que tuvo que llevarse una mano al pecho como si aquello
pudiera hacer que fuera más despacio. ¿Iba a besarla de nuevo?
Cada vez que lo hacía era tan abrumador y exquisito que pensaba
que podía morir de placer.
—Cuando te vi por primera vez, ángel —comenzó—, sabía que
serías mi esposa.
A Cora se le cortó la respiración por segunda ocasión en la
noche. ¿Él… él sabía qué? ¿Su esposa? Su mente iba a mil por
hora cuando Marcus se acercó y le tomó la mejilla.
—Tan encantadora, tan inocente. Eres justo lo que he estado
buscando y ni siquiera lo sabía —se arrodilló ante ella—. Necesito
que seas mía, Cora —buscó en su bolsillo sin apartar los ojos de
ella.
¿Qué estaba pasando? Aquello no podía estar pasando. Madre
mía, ¿en verdad estaba pasando?
—¿Marcus? —empezó a preguntar, pero él abrió el estuche para
joyas y Cora se dio cuenta de que no podía hablar.
Era un anillo. ¡Un maldito anillo!
—Cásate conmigo —dijo mientras ponía una sonrisa debido a la
conmoción de la chica.
—Oh, Marcus —apenas y pudo articular.
Ya no le quedaba aliento; era muda. En cambio, hizo contacto
con el anillo. El metal era color plata, pero sabía que terminaría
siendo de oro blanco. Había diminutos diamantes con corte brillante.
Pero la mayor gema era carmesí. Cautivada, notó que él estaba
hablando.
—Estuve a nada de darte un diamante, una linda y verdadera
gema. Pero es que luces muy bien en rojo.
De repente la miró de tal manera que la hizo sonrojarse. Cora se
reclinó en su asiento distanciándose de él y del anillo, esperando así
poder ocultar el miedo que había llegado a ella.
Había algo oscuro en Marcus. Todavía creía lo que más
temprano por la tarde le había dicho a Maeve. Marcus era un buen
hombre, pero tenía un lado oscuro. ¿Estaba preparada para poner
su vida en manos de un hombre que prácticamente desconocía?
Era precavido con ella. Le mostraba solo las partes de sí mismo que
quería que viera.
—¿Qué respondes? —insistió después de un momento de
silencio.
—¿Y si no estoy lista? —Cora no sabía de dónde había sacado
esas palabras. Un fuego sombrío se proyectó en los ojos de Marcus.
Salvo eso disimuló bien su frustración—. Es solo que es muy pronto
—se apresuró a decir—. Nos conocimos hace un par de meses.
—Me parece que estás lista —declaró y se puso de pie,
alzándose por encima de ella hasta levantarla también. Acercó el
rostro como si fuera a besarla y Cora se paralizó mientras miraba
sus labios—. Estoy seguro de que quieres decir que sí.
Y entonces la besó.
—Di que sí —murmuró mientras sus labios estimulaban su piel.
Le recorrió el cuello de la manera más deliciosa—. Di que sí.
Cora cerró los ojos, le pasó los brazos alrededor del cuello y se
rindió; como siempre sucedía cuando se trataba de Marcus.
—Sí —susurró en la oscuridad—. Sí, me casaré contigo.
Aun cuando él sonreía y la besaba, una vocecita angustiada
empezaba a hablar en lo profundo de la mente de Cora. La
atmosfera era romántica, sí. Y el anillo era precioso. Esta noche
Marcus había expresado más sentimientos de los que ella le había
escuchado decir.
Pero no había mencionado siquiera al amor.
CAPÍTULO 7

—Ese sí que es un lindo anillo —comentó Maeve con su


característico modo tan directo de hablar cuando Cora llegó al
trabajo de voluntariado esa semana.
Marcus había fruncido el ceño cuando le dijo que estaría
ocupada hasta la hora de cenar, pero eso no la hizo cambiar de
parecer y se mantuvo firme a su agenda. Ni siquiera el planear una
apresurada boda con uno de los hombres más adinerados de la
ciudad la haría abandonar a Maeve.
—Gracias —murmuró Cora y se quitó el “lindo anillo”,
ensartándolo en su collar antes de ponerse los guantes. Pasar una
hora limpiando jaulas no era algo que la mayoría esperaría hacer
con impaciencia, pero ella le entraba de lleno como si el trabajo
sucio fuera a limpiarla.
Dentro de unas semanas estaría casada. Casada. Con un
hombre que la intimidaba y a la vez la intoxicaba. Había llegado a su
vida y ahora él se había vuelto su vida. Cada parte de su mundo
pertenecía a Marcus. Todo excepto por esto.
Excepto esta parte. ¿Así es como iba a ser después de la boda?
¿Todo lo que era Marcus iba a absorber todo lo que Cora había
sido? ¿Debería luchar aún más para mantener algo de libertad?
Pero cada vez que estaba con Marcus todo lo que quería era más
de él. No importaba nada más. El resto del mundo se ausentó para
que no pareciera un sacrificio. Y no era como si Marcus le hubiera
pedido que renunciara a algo. Él poco a poco iba ocupando más y
más espacio en su vida, como una invasión lenta e indeseada.
—Cora —la llamó Maeve poco tiempo después.
Parpadeó como si se encontrara despertando de un trance.
—Hay un hombre afuera que te busca.
Se puso de pie tan rápido que el periódico terminó esparcido. El
reloj sobre su cabeza marcaba las siete en punto. Sharo ya había
llegado.
—Oh —una palabrota abandonó sus labios. Las cejas de Maeve
se alzaron, y aunque no se ofendió por la palabra, sí pareció
sorprendida por escucharla hacer uso de ella. Cora sabía que casi
siempre se mostraba muy formal y educada. Se cubrió la boca con
la mano derecha, la otra jugueteaba con el anillo sujeto a la cadena.
—¿Estás bien?
—Sí, voy retrasada, mejor me voy.
Maeve dudó.
—¿Segura? Su aspecto le hace parecer un poco peligroso,
estuve a punto de pedirle que se fuera. ¿Estás segura de que
quieres verlo?
—Sí, está bien —murmuró mientras se quitaba el delantal.
Fue a la entrada del lugar y con los dedos se alisó el cabello.
Llevaba jeans y blusa y tendría que cambiarse en el club. Atravesó
la puerta que conducía directo a la tienda de mascotas. Al doblar la
esquina pasando junto a una exhibición de alimento para perros, se
quedó totalmente quieta. El hombre tenía el pelo rizado castaño. Era
él. Le daba la espalda, pero reconoció al que la drogó y trató de
secuestrarla.
¡Huye!
¡Pide ayuda a gritos!
En esta ocasión no había una puerta de entrada entre ellos.
Estaban solos en la pequeña tienda.
Pero… nunca estoy sola. El descabellado pensamiento la
reanimó, aunque sus manos se encontraran temblando.
—Si grito, alguien vendrá. —Marcus aún tenía hombres
vigilándola. Se mantenían bien escondidos y Cora no hacía mención
ni armaba un escándalo sobre ello porque podía fingir que todo iba
bien estando así. ¿Entonces cómo es que su agresor pudo
burlarlos? No tenía importancia. Lo que sí la tenía era el hecho de
que, si los llamaba, vendrían. Cora lo sabía. Ya no era una víctima.
Pronto sería la esposa de Marcus Ubeli, el hombre más poderoso de
la ciudad.
Se cruzó de brazos para ocultar el hecho de que estaba
temblando.
—Tienes que irte y nunca más volver.
El hombre levantó las manos, todavía dándole la espalda.
—No estoy aquí para hacerte daño. Lo juro. Solo quiero hablar.
Finalmente dio media vuelta y Cora jadeó. En vez de retroceder,
avanzó. Madre mía.
—¿Qué fue lo que te pasó?
La cara del hombre estaba deforme y con diversos moretones de
todos los colores. Debía huir o marcar rápidamente a Marcus con el
móvil especial que le insistió en llevar a todas partes, pero el
hombre no estaba haciendo ningún intento por acercarse, por lo que
se quedó allí de pie.
—¿Sharo lo hizo? —preguntó con el corazón latiéndole con
fuerza.
—Sí. —Sus palabras eran una incoherente bocanada de dolor
expresadas por los moretones y la hinchazón—. Al jefe no le gusta
cuando un hombre se mete donde no le incumbe.
¿Jefe?
—¿Qué?
—Vine a advertirte. Al jefe no le gustará, pero tienes que darte
cuenta, de esa manera estarás preparada. Hice mal y estoy
intentando hacer lo correcto. Hacer las paces, así es como ellos lo
llaman. Te digo, tienes que estar preparada.
—¿Para qué?
El hombre sacudió la cabeza y gimió como si el simple
movimiento le doliera. Podría tratarse de una trampa. Podría fingir
estar más lastimado de lo que en realidad estaba. Cora permaneció
sin moverse. El pasillo de alimento para perros los separaba. Sin
embargo, no pudo evitar preguntar:
—¿Estás bien? ¿Necesitas un médico?
—No —jadeó—. Escucha, intento advertirte.
—¿Advertirme?
Su agresor había sido apaleado y debilitado. Cuanto más lo
miraba, más convencida estaba de que no fingía nada. Cora bajó los
brazos del pecho y apoyó los puños en sus caderas.
—Vienes aquí después de drogar mi bebida, intentar
secuestrarme…
—Fueron ellos. Todos ellos. El jefe y Sharo. Lo planearon y lo
llevaron a cabo. Soy de los últimos de la cadena de mando y no oí
las cosas directamente de ellos, pero estuvieron detrás de esto.
—¿Qué?
—Te vigilaban, te seguían. Esa noche en el club vi una
oportunidad y la aproveché. Pensé que el jefe estaría contento si te
entregaba antes de tiempo. Pero no. Él tenía un plan…
—El jefe… —su boca estaba seca y su corazón se sentía como
si se encontrara yendo a mil por hora—. ¿Te refieres a Marcus?
—Sí.
Un vehículo pasó junto a la tienda y el hombre se sobresaltó
mirando con ojos desorbitados.
—No —Cora se estremeció—. No, te equivocas. Marcus me
ayudó. Él y Sharo me protegen de… ¡de ti!
El hombre sacudió con violencia la cabeza y sus dientes se
apretaron con fuerza.
—Te vigilaron. Planearon atraparte desde el comienzo. Yo te
vigilé. Esas fueron mis órdenes.
—Órdenes —repitió Cora. La cabeza le empezaba a vibrar.
—Me tengo que ir. Tengo que correr. No les gustará nada. Una
vez que estás dentro lo estás para siempre. —Estaba balbuceando.
Se había vuelto loco. Habían golpeado su cabeza. Repetidas veces.
Detrás de él, un coche grande y negro se detuvo en la acera. El
transporte de Cora había llegado. Se volvió a mirar, pero el hombre
se había ido; en ese momento la puerta trasera se estaba cerrando.
Sharo la encontró allí junto al pasillo de alimento para perros,
todavía cruzada de brazos.
—¿Lista para irte? —la miró de arriba a abajo.
—Necesito cambiarme —habló mientras luchaba contra el
impulso de retroceder. Sharo pareció darse cuenta y se mantuvo
cerca de ella, rodeándola y protegiéndola.
—Puedes hacerlo en el club —dio media vuelta y se puso rígido
cuando la puerta trasera fue abierta, pero solo se trataba de Maeve
con el ceño fruncido por alguna razón.
—Casi olvidas esto —comentó en voz baja y seria mientras le
entregaba el bolso a Cora. Sharo intentó cogerlo, pero Maeve lo
llevó fuera de su alcance. La pelirroja de más edad le lanzó una
mirada nivelada—. Disculpe.
—Está bien, Maeve. Confío en él. —Cora parpadeó de repente,
sorprendida por lo rápido que había soltado esas palabras y
preguntándose si eran mentiras. Madre mía, necesitaba acomodar
sus pensamientos.
Maeve la miró con expresión descontenta, pero terminó
tendiéndole el bolso a Sharo.
—Buenas noches —la pequeña sonrisa de Cora debió de haber
ayudado a Maeve a retener sus pensamientos, pero el ceño de la
mujer de edad avanzada aún estaba fruncido.
Cora sobrevivió al viaje en coche sumida en el silencio.
¿Advertirme? Se frotó los brazos descubiertos.
Una vez que estás dentro lo estás para siempre.
Cuando Sharo la condujo por los escalones que llevaban al club
al que había corrido aquella noche tiempo atrás, no opuso
resistencia. No obstante, la iluminada puerta que en algún punto
llegó a parecer un santuario, ahora se sentía como… frío
recorriéndole la espalda mientras cruzaba el umbral.
Su mente estaba en blanco. Era demasiado para procesar. Cada
vez que un pensamiento de pánico intentaba abrirse paso se
recordaba a sí misma que aquel hombre había enloquecido. La
había secuestrado, por el amor de Dios, y luego continuó
acosándola. ¿Por qué iba a creer una palabra de lo que él dijera?
Pero lo habían machacado, literal y figuradamente. Dijo que
quería hacer las paces, como si se encontrara en algún programa
de doce pasos.
¿Y si no mentía?
Un minuto más tarde, Cora se encontró a solas con Marcus en
su oficina. El señor Ubeli. Las sombras todavía surcaban su rostro
que estaba rodeado por caoba y una vistosa alfombra. Nada había
cambiado desde aquella primera noche.
No. Todo había cambiado.
—Hola, bebé —dijo y se reclinó en su asiento, suspirando. Con
una mano se quitó el cabello del rostro; con la otra la invitó a
acercarse.
Cora tenía previsto ser fuerte, pero algo en la forma en que
apartó de sus ojos las oscuras puntas de su cabello le hizo recordar
a un crío despierto pasada su hora de acostarse.
Fue hacia él. Que Dios la ayude; fue hacia él.
—¿Un día largo?
Marcus no respondió, simplemente la tomó de las caderas y la
empujó para que terminara recostada sobre el escritorio. Con los
dedos le acarició los brazos, muñecas y manos antes de alejarse. Y
tan pronto como abandonaron su piel, Cora los quiso de vuelta. Ella
era la que necesitaba un programa de doce pasos. Era adicta a
Marcus.
—¿Dónde está tu anillo? —su voz no parecía indiferente, no del
todo. Pero su rostro no mostraba emoción alguna, por lo que ella
pudo comprender que no se encontraba contento.
—Oh —Cora llevó las manos a la cadena en su cuello. Los
diamantes brillaban bajo la luz. El granate estaba tan oscuro que
parecía estar absorbiéndola toda—. Lo puse allí para que no se
ensuciara.
Marcus apretó los labios y ella de inmediato desabrochó la
delicada cadena para sacar el anillo y colocarlo en el dedo anular.
Luego movió los dedos en dirección a Marcus.
—Mucho mejor. ¿Creíste que lo había perdido?
Como siempre sucedía cuando se encontraba con él, todo lo
demás desapareció. Sabía que se había sentido muy enfadada
antes de poner un pie en la habitación, y que aún debería estarlo,
que había una posibilidad de que el hombre hubiese estado diciendo
la verdad...
—No —Marcus le cogió la mano y jugueteó con la delgada
alianza. Su roce avivó el fuego, recorriéndole el brazo hacia arriba y
convirtiendo su interior en un infierno. Oh.
—No te preocupes —Cora suspiró, luchando por mantener la
normalidad en la voz mientras su pulso aumentaba, latiendo a la
velocidad de la luz—. No olvidaré que estoy comprometida contigo.
—No eres tú lo que me preocupa. Es cada hombre que te mira,
ve un ángel y cree que puede acercarse.
—Nada posesivo, ¿uh? —bromeó. Pero la intensidad de su
mirada la quemaba.
—No tienes ni idea.
Cora cerró los ojos mientras que con el roce de los dedos le
acariciaba la sien para después caminar hacia sus mejillas. Su
mundo se expandió; se vio lleno de Marcus. Por doquier era Marcus,
Marcus, Marcus.
Y ella se lo permitió, quedándose quieta y con un corazón que a
duras penas se atrevía a continuar latiendo, como si el más mínimo
respiro pudiera romper el momento.
—Debí haber hecho esto hace mucho tiempo —murmuró.
—¿Qué? —inició diciendo y se inclinó hacia adelante para
escuchar respuesta, pero en ese preciso momento él levantó la vista
y atrapó su boca. Y entonces todo terminó.
Cada pensamiento estuvo fuera de su cabeza, excepto Marcus,
y él ahora se encontraba de pie envolviéndola con sus brazos
mientras sus cuerpos presionaban juntos contra el escritorio.
—Marcus —jadeó cuando sus labios se separaron.
—No debió de haberme llevado tanto tiempo. Con cualquier otra
chica no me hubiera tomado tanto.
—¿Hacer qué? —Sus pensamientos todavía daban vueltas.
—Esto.
Volvió a presionar sus labios contra los de ella. Cora se quedó
sin aliento y sus manos se movieron hacia arriba para atraparle el
rostro, pero no se atrevió a tocarlo por el temor de romper el
encanto. En realidad, no necesitaba preocuparse.
Todo el cuerpo de Marcus profundizó el beso, acercándose lo
más que podía y dominando la situación. Su calor y aroma la
envolvieron, quemándola por dentro. Sujetó sus fuertes hombros y
se aferró al grupo de músculos, clavando las uñas en la fina tela
italiana como si fueran a rasgar la suave piel morena que se
encontraba por debajo.
—Eso es, ángel. Aférrate a mí —ordenó mientras la apoyaba
contra el escritorio y tiraba de su cabeza sujetándola del cabello
para que sus abrasadores labios le marcaran la piel. Su grande
mano le sostuvo la cabeza mientras su boca le recorría el cuello.
Cora dejó que su cabeza colgara hacia atrás y su cuerpo se
arqueara mientras levantaba su blusa y su cálida boca le abarcaba
los pechos.
—Marcus, Marcus —jadeó. Su cuerpo era como algo totalmente
seco; un terreno bajo el sol todo el verano. Una chispa y todo
quedaría bajo las llamas.
Su grande mano se deslizó por su vientre, rozando su suave piel
bajo sus vaqueros y bragas; tocándola donde nadie jamás la había
tocado. Sus ojos se abrieron de inmediato y sus labios se
separaron. Pudo capturar el deseo sexual de su mirada mientras la
miraba con ojos hambrientos.
—Tan dulce. Tan inocente. Cora —gimió contra su boca y sus
ojos comenzaron a entrecerrarse mientras su dedo se movía en
círculos sobre los húmedos pliegues de su vagina—. ¿Te gusta
esto?
Agitó las pestañas. Ella… Aquello se sentía… Ella nunca… Oh,
cielos.
—Contesta.
—Sí. —Finalmente consiguió respirar.
—Eso es, mi diosa—susurró. Sus dedos le estimulaban el
clítoris. Tuvo una sensación en él, y pudo sentir esta… esta
increíble, disparatada y placentera compresión ir en aumento. Madre
mía. Nunca había sentido nada parecido. ¿Cómo es que él…? Oh,
vaya, sí, justo ahí, de esa forma, justo ahí.
Sus rodillas cedieron y recuperó el aliento.
—Córrete.
Después de su orden la presión se quebró y se redujo, y lo echó
todo fuera. ¡Ah, oh, ooooooooooh!
Su mano se alzó para detener a Marcus, pero no, simplemente
cogió el plano facial de su mejilla como si quisiera mantenerlo cerca
y sus dedos pasaron a través de su cabello. Sus jadeos se
sacudieron estremecidos mientras él atrapaba su boca. Aquellas
sorprendentes olas de placer. Ella nunca… Oh.
Descansó contra su cuerpo e inhaló el fresco aroma a tela
mientras las secuelas le ponían rígidas las extremidades;
tensándose y liberándose, tensándose y liberándose. Marcus la tocó
por última vez e hizo que todo su cuerpo volviera a temblar. Luego
apartó la mano.
No lo había hecho nunca. Cora quería decírselo. Contigo todo es
nuevo. Contigo soy nueva.
Pero la sonrisa de satisfacción en la comisura de sus labios le
dijo que él ya lo sabía.
Cora llevó el roce de sus dedos hacia sus perfectos labios y a la
delicada línea de su mentón. Era real, de carne y hueso. No un dios.
No una estatua tallada por un maestro escultor. Era un hombre.
Marcus le pertenecía.
Atrapando sus ojos con los suyos color gris, él sacó un pañuelo
para limpiarse la mano. Lo dobló y lo presionó contra su nariz,
inhalando antes de devolverlo al bolsillo. Las mejillas de Cora
ardían.
—Hermosa. —La atrajo hacia su cuerpo. Mientras estaba
sentada en el escritorio, su altura proyectada y su posición hicieron
que su parte sensible estuviese presionada contra la entrepierna de
Marcus. Una dura longitud reposaba oprimida allí, volviendo más
grandes a sus pantalones hechos a la medida. Sus ojos se abrieron
de la sorpresa.
El pulgar de Marcus le rozó el mentón.
—Preciosa. Dime que eres mi chica.
Ni siquiera lo dudó.
—Soy tu chica.
—Eres mía —No era una pregunta.
—Sí.
—¿Vas a darme lo que quiero?
—Sí —tragó duro y buscó sus ojos—. ¿Qué… qué quieres?
—Todo —tomó sus labios, presionando aún más sus cuerpos,
haciéndole perder el equilibrio y forzándola a aferrarse a él hasta
que terminó con el beso.
—Pero no esta noche —acarició su mejilla de porcelana—. Estás
cansada.
La sostuvo en silencio con la cabeza contra su pecho. Cora
escuchó sus latidos una vez más y enseguida se percató de que se
encontraba hablando. En repetidas veces expresó el amor que
sentía por ella, tal vez de la única manera que sabía cómo hacerlo.
—Te mantendré a salvo, bebé, lo sabes. Nunca más volverás a
necesitarás nada. Eres mi diosa, y no te dejaré ir…
—Marcus —se incorporó—. Esto está pasando muy deprisa.
¿No sabía que Cora no se iría a ninguna parte? Había muchas
cosas que debieron de haberla asustado, tal vez… vale, tacha eso;
que definitivamente debieron haberla asustado. Pero de todos
modos no iría a ninguna parte. Esto que había entre ellos era
demasiado fuerte, demasiado intenso. Tanto que a veces llegaba a
asustarla por sobre todo lo demás.
—No hay que apresurarse.
—Sé que tienes miedo, bebé —claro que lo sabía. Sus ojos color
gris oscuro nunca abandonaron los suyos—. Pero estás conmigo.
Vas a estar bien. No puedes escapar, ángel… Este es tu destino.
Cora colapsó hacia adelante, apoyando su frente contra la de
Marcus.
—Te deseo. Pero eres tan perfecta. Tan inocente. Quería hacer
las cosas bien —entrelazó sus dedos y acarició el anillo.
Se incorporó, comprendiendo de repente:
—Por eso quieres que nos casemos enseguida.
Marcus bajó el mentón. No quería… no hasta que estuvieran
casados. El corazón de Cora se aferró a la dulzura del gesto. No
sabía mucho sobre estos temas, pero sospechaba que, para un
hombre como él, no tener esto no podía ser fácil. Pero lo estaba
haciendo. Por ella. Incluso ahora, Cora sabía que estaba
reprimiendo sus necesidades. Lo había sentido ponerse duro contra
su muslo.
—Marcus —deslizó los brazos sobre sus hombros—. Aquí estoy
y no me iré a ninguna parte.
—No correré riesgos —por un instante se aferró a él en absoluto
silencio. Continuó—: A partir de ahora tendrás dos guardaespaldas
acompañándote a donde sea que vayas.
—Pero…
Subió un dedo hasta sus labios.
—No hay discusión. Sé que ese imbécil apareció de nuevo —su
rostro se tornó serio—. Sharo lo vio en la tienda.
Cora se irguió.
—Yo no… él no… —No tenía claro lo que quería intentar
explicar, así que se detuvo.
—Lo sé.
Cora se mordió el labio. Era ahora o nunca.
—Él dijo algo. Trataba de advertirme.
—¿Sobre qué? —El rostro de Marcus estaba cuidadosamente
neutral.
¿En verdad importaba lo que ese hombre dijera? La había
drogado y secuestrado. Era evidente su obsesión con ella, además
había recibido varios golpes en la cabeza. ¿Realmente iba a creer
en su “advertencia” por sobre todo lo que sabía acerca de Marcus?
No es que lo conociera del todo, pero hasta ahora había sido todo
un caballero. Pero sí lo conocía, ¿cierto? En todo caso, las cosas
que importaban de verdad.
Los ojos de Cora se posaron en su regazo.
—Nada. No dijo nada.
Marcus cogió su mano entre las suyas y la estrujó.
—Cora, esto… lo que tenemos… es nuevo. Pero va a durar.
—Lo sé. —Y lo hacía, porque ahora no podía imaginarse una
vida sin él.
—Sabes que mi trabajo no siempre está de buenas con la ley.
—No conozco mucho de lo que haces… —comenzó temblorosa.
—Sabes lo suficiente.
—Sé quién eres, Marcus. Sé que tienes principios. Quieres que
la gente buena esté a salvo… y que la mala sea castigada.
—Es correcto. Es lo que quiero —su agarre se intensificó, casi
doloroso, pero luego lo suavizó y Marcus llevó una de sus manos
hasta sus labios, terminando por besarle los nudillos—. Pero te
prometo que mi trabajo nunca te involucrará. Te pondré en lo más
alto del pedestal, tanto que llegarás a vivir junto a las estrellas.
—¿Me encerrarás en una torre de marfil? —Intentó sonreír—.
¿En el pent-house?
—Si eso es lo que se necesita —su voz sonó intensa, pero luego
se volvió reconfortante—. Cora, ese hombre no volverá a
molestarte.
Aquella declaración causó que su estómago diera un vuelco; una
mezcla de culpa y alivio.
—¿No lo hará? —susurró. ¿Qué le harás? Se tragó la pregunta.
Aunque le dijera, Cora no quería saberlo.
—No —sus ojos se arrugaron en una fría sonrisa—. No te
preocupes. Te dije que te cuidaría.
CAPÍTULO 8

Se casaron dos semanas después en una breve ceremonia privada,


en una pequeña capilla cerca del hotel Crown. Bueno, privado en el
sentido de que Marcus solo invitó a los amigos y colegas de trabajo
que denominaba como “imprescindibles”, y que terminarían por
ofenderse si no recibían una invitación. Así que la capilla estuvo a
tope.
Tradicionalmente, los invitados del novio ocuparían los lugares
de un lado del pasillo y los de la novia los otros, pero Cora solo tenía
una persona a la que invitar —la única otra persona en la ciudad a la
que realmente conocía además de Marcus—: Maeve.
Sintió una punzada al pensar en su madre mientras esperaba en
la parte trasera de la iglesia, pero se debió principalmente al hecho
de desear tener una madre normal que pudiera estar ahí, viéndose
feliz y gozosa de entregar a su hija. Sharo ocuparía su lugar y la
llevaría al altar.
Otra de las únicas personas de allí que realmente conocía era
Armand, y técnicamente era más amigo de Marcus que de Cora,
aunque ella conseguía disfrutar más de su escandalosa
personalidad ya que había tenido la prueba de vestido con él.
Además, tenía una línea de vestidos de novia, así que parecía de lo
más normal buscarlo para conseguir su vestido.
Pero siendo uno de esos que nunca se iban por lo tradicional,
Armand había escogido un vestido blanco con franjas y encaje
negros en la cintura. Cora no era exigente. El vestido era hermoso, y
por la mirada en los ojos de Marcus mientras caminaba hacia el
altar, no había duda de que lo había aprobado. Llevaba flores
blancas en el cabello. Decididamente y como si flotara, dio los
últimos pasos hacia él.
No podía creer que se encontrara allí, a punto de casarse con él.
Sería suyo para siempre.
Estaba tan atontada que no pudo dejar de sonreír durante toda la
ceremonia, a pesar de que el sacerdote hablaba de forma
monótona. Y, finalmente, el viejo sacerdote llegó a la única parte que
a Cora le importaba:
—Los declaro marido y mujer. Puedes besar a la novia.
Él la atrajo, le sostuvo la cabeza con su grande mano e inclinó su
boca sobre la suya. No fue un beso casto. Hubo fuegos artificiales
mientras la lengua de Marcus acariciaba los labios de Cora una,
dos, tres veces, antes de que sus labios se abrieran para permitirle
entrar por completo. Su cuerpo se vio envuelto en calor que fluía en
su boca como néctar de los labios de Marcus, distribuyéndose por
su cuello y pecho, y terminando por acumular un exquisito peso
justo entre sus piernas. Sus muslos se contrajeron. La marcha
nupcial se hizo presente, y cada célula del cuerpo de Cora cobró
vida.
Finalmente la soltó, los aplausos de los invitados resonaban en
sus oídos. Chispas quemaron cada parte de su cuerpo. Cora alargó
la mano hacia las comisuras de los labios y con el pulgar limpió
donde su lápiz labial le había manchado como consecuencia del
beso. Marcus le lanzó un guiño y todo su cuerpo sufrió una
sacudida.
—Pronto —le dijo, y ella se sonrojó más de lo que ya estaba.
Se volvió para saludar a los invitados con un rostro apuesto,
sosegado y cortés, pero Cora percibió cierta tensión; su buena
disposición estaba latente, era evidente en las líneas corporales de
su poderosa complexión. También se encontraba impaciente por la
ostentación y la ceremonia.
Primero hubo una recepción, una cuestión elegante llevada a
cabo en una de las salas de baile del hotel Crown. Cora se aferró a
la mano de Marcus estando ya en la fila de recepción, mientras
persona tras persona se acercaban para felicitarlos. Reconoció
algunos rostros. Santonio o Papá Noel, como le gustaba que lo
llamaran. Dirigía uno de los restaurantes en los que Marcus había
invertido. Y luego estaba Jimmy Roscoe con su esposa y sus cinco
hijos. No sabía cómo es que Marcus lo había conocido, excepto
porque hacían negocios juntos. El resto de los invitados eran
imágenes borrosas de nombres y rostros con los que no se molestó
en mantener contacto. Cora sonrió, estrechó manos y aceptó las
felicitaciones hasta que finalmente la fila se redujo y terminaron.
—Media hora más y nos iremos de aquí, lo prometo —le susurró
al oído mientras la llevaba a la pista de baile.
Para Cora, aquello sonó como el cielo, y se relajó en su cuerpo
tan pronto como el grupo comenzó a tocar un lento y romántico
número de jazz. La condujo hábilmente a través del piso; suave,
como la miel para untar.
Y cumpliendo su palabra, media hora más tarde cortaron la tarta
y se despidieron, animando a todos los demás a quedarse para
disfrutar de la fiesta y de la barra libre.
Huyeron escaleras arriba.
Cora quedó agotada después de un largo día, pero la adrenalina
la hizo sentirse completamente despierta mientras subían al
ascensor para llegar al pent-house.
Ahora y de manera oficial, era su noche de bodas.
Ella y Marcus no habían hablado de ello, pero era obvio que esta
noche sería la noche. Tomaría su virginidad y finalmente se unirían
de todas las formas posibles. Sería verdaderamente suya, y él de
ella.
Era una tontería, pero tenía la idea romántica de que toda su
vida le había llevado hasta este momento.
—Oh Marcus —suspiró, apoyándose contra su cuerpo mientras
el ascensor seguía subiendo—. Nunca pensé que una felicidad así
pudiera ser real.
No dijo nada, solo puso su brazo alrededor y la sujetó contra su
pecho.
El ascensor sonó y la soltó para adelantarse y sacar la tarjeta de
acceso de su billetera, deslizándola hacia la puerta.
Cora lo siguió deseosamente y se apresuró a entrar en la suite
del pent-house. Pero por lo visto, no fue lo bastante rápida porque
Marcus la empujó por detrás, sujetándola con desespero y
empujando la puerta con el pie.
Era como si no pudiera ponerle las manos encima lo
suficientemente rápido. La besó con firmeza y con manos en su
cintura para acercarla a él.
Cora se abrió ante él, con la adrenalina disparándose aún más
mientras el placer combatía con el miedo por lo que estaba a punto
de suceder. Había intentado aprender un poco sobre el sexo en
línea con ayuda de su móvil, pero las imágenes que habían
aparecido... bastaba con decir que la hicieron cerrar rápidamente y
con horror el navegador. Además, había razonado que confiaba en
Marcus para guiarla a través de todo lo que necesitara saber.
Marcus de inmediato se quitó la chaqueta y tiró de su corbata,
pero entonces, como si se encontrara impaciente, sus manos
regresaron a ella. Se deslizaron por su cintura y alrededor de su
trasero. Le estrujó el culo y Cora no pudo evitar un gemido de
sorpresa y placer. Madre mía. El que la tocara de manera tan íntima
fue alarmante… e increíble.
Luego se encontró arrancando los botones de su camisa para
quitársela precipitadamente, terminando por sacarse la camiseta
interior por la cabeza.
Los ojos de Cora estuvieron a nada de salírsele de las órbitas al
verle el pecho desnudo.
Su esposo era guapísimo.
Demasiado, como para morir.
Sabía que se ejercitaba por las mañanas, pero… su boca se le
secaba más mientras más miraba su pecho tonificado y la parte final
de los músculos de su abdomen, la cual conducía a una marcada V
que…
—¿Te gusta lo que ves? —gruñó y nuevamente la acercó a él,
besándola profundamente, pero solo por un momento, ya que se
apartó para hacerla dar vuelta y apoyar primero su rostro contra la
pared.
Al siguiente instante, Cora sintió sus dedos tirando de los
cordones de su vestido.
—Maldita sea, Armand —dijo entre dientes mientras tiraba
impaciente—. ¿Cómo coño te saco de esta cosa?
Cora soltó una risita y dio media vuelta para ayudarlo, pero le
alejó las manos. Finalmente, sintió que el vestido se aflojaba
alrededor de la cintura y Marcus terminó por bajarle la cremallera,
para después deslizar las manos sobre su piel mientras empujaba el
vestido al suelo y la ayudaba a salir de él.
Quedó con su sujetador blanco sin tirantes, braga y medias a
mitad de los muslos. De forma instintiva, levantó los brazos hacia su
pecho, pero Marcus no le hizo caso. Le bajó los brazos y la miró de
esa manera tan suya, como si se encontrara cautivado por cada
centímetro de ella. La levantó en sus brazos y la llevó a la
habitación. Cora chilló y le rodeó el cuello con los brazos,
aferrándosele, y él la llevaba como si no pesara absolutamente
nada. Con suavidad la dejó sobre la cama y se inclinó hacia ella,
besándola y subiéndose entre sus piernas. Gimió mientras Marcus
ejercía presión justo donde ella la necesitaba. Envolvió las piernas a
su alrededor y se frotó inquieta contra él, buscando lo que ni
siquiera sabía. Dios mío, ¿finalmente estaba pasando? ¿En verdad
se encontraba allí, en su cama matrimonial con Marcus? Era un
sueño. Nunca le había sucedido algo como esto. ¿Realmente iba a
tener un final feliz?
Pero los labios de Marcus en su cuerpo se sentían lo
suficientemente reales. Ante su roce, un escalofrío le sacudió el
cuerpo al tocarla. Madre mía. La forma en que la hacía sentir.
Todavía tenía los pantalones puestos, pero la besaba y a Cora le
alegraba dejarle la parte de tomar las riendas.
Por mucho que odiara pensarlo con otras mujeres antes de que
ella misma llegara, eso significaba que Marcus era el que sabía lo
que estaba haciendo.
Y ahora es tuyo. Solo tuyo.
Cora sonrió y metió las manos en su cabello. ¡Dios! le
encantaba. Era tan denso y oscuro. Sus hijos tendrían una hermosa
cabellera oscura. ¿Sacarían sus ojos grises o los azules de ella? Ni
siquiera habían hablado sobre hijos, excepto cuando le pidió que se
pusiera la inyección anticonceptiva hacía un mes. Había tanto que
todavía no conocían el uno sobre el otro.
Pero tenían toda una vida para descubrirlo. A partir de esta
noche.
Se le revolvió el estómago de alegría y placer cuando Marcus se
escabulló debajo de ella para desabrocharle el sujetador. Al lograrlo,
esperó ansiosa a que le tocara los pechos. Sus pezones se habían
endurecido como pequeños nudos, y de repente se encontró
anhelando que los tocara. Pero Marcus llevó sus brazos por encima
de su cabeza y continuó besándola.
Se bajó de ella y subió a la cama.
—¿Qué estás…? —empezó a preguntarle, pero la interrumpió.
—¿Confías en mí? —Su mirada nunca se había mostrado con
tanta seriedad e intensidad. Hizo que Cora quisiera cubrirse de
nuevo, pero se lo guardó. Sería valiente. Porque sí, confiaba en él.
Y se lo dijo.
—Sí.
Le dedicó aquella media sonrisa que Cora amaba mientras tiraba
de uno de sus brazos hacia arriba y atrás. La tensión le recorrió el
cuerpo mientras Marcus levantaba un pañuelo de seda del cual ella
no se había percatado que ya se encontraba atado al poste de la
cama, con la intención de envolverse en su muñeca.
¿Qué era lo que…? Cora permaneció quieta mientras ataba
primero una muñeca a la cama, y luego la otra. Tiró de una para
probar y, aunque era de seda y por la manera en que la había
anudado, no cedió ni un centímetro.
—Marcus —su frente se arrugó—. No estoy segura sobre esto.
Ya sabes, es… es mi primera vez.
—Escuchar eso me hace muy feliz, diosa —se movió sobre la
cama para nuevamente besarla apasionadamente.
Sus hechizantes besos pronto la hicieron olvidarse de todas sus
objeciones, concretamente cuando la besó en el cuello y siguió el
camino abajo. Y cuando su boca se cerró sobre su pezón, se arqueó
contra él y dejó escapar el más vergonzoso gemido. ¡Pero Dios! No
pudo evitarlo, se sintió tan bien.
Sin embargo, no había terminado de estimularla según parecía,
porque seguía besando su cuerpo. En dirección a su ombligo. Y
más abajo todavía.
Al llegar al borde de su ropa interior de encaje blanco, la tiró
hacia abajo con los dientes. Cora jadeaba y su pecho subía y bajaba
mientras sensaciones encontradas luchaban por predominar: miedo,
euforia, pero, sobre todo, deseo.
Deseo por su esposo, el hombre al que amaba. Bendito Dios,
ella le amaba.
La confesión estaba justo en la punta de su lengua mientras
Marcus le quitaba la ropa interior y la deslizaba por sus piernas,
dejándola por completo al descubierto frente él.
No se sentía incómoda o avergonzada.
Porque lo amaba.
Quería susurrárselo al oído. Quería gritarlo a los cuatro vientos.
Estaba enamorada de ese divino hombre y quería que todo el
mundo lo supiera. Le sonrió mientras le masajeaba la pantorrilla y le
miraba el cuerpo. Pero Marcus no tenía una sonrisa puesta. Parecía
pensativo, como si estuviera absorto en sus pensamientos.
—¿Marcus?
No respondió mientras le quitaba las medias, para después
jalarle el tobillo y…
Su frente se arrugó cuando del pie de la cama sacó otro pañuelo
rojo.
—Espera, Marcus —trató de levantar su pierna, pero él la
devolvió a la cama con su fuerza implacable, continuando con el
masaje en la pantorrilla mientras proseguía con lo demás.
Cuando la miró, sus ojos se mostraron más oscuros.
—Dijiste que confiabas en mí.
¿Y qué es lo que Cora podía decir al respecto?
Así que relajó la pierna mientras él ataba un tobillo y luego el
otro, hasta que estuvo extendida sobre la cama como un sacrificio
virgen. Esperaba que Marcus subiera y la cubriera, que la calentara
con su cuerpo y que aliviara la incomodidad de la posición con sus
hipnotizantes besos.
Pero en vez de eso, se fue de la cama. Se oyó el ruido de una
copa de cristal. Cora estiró el cuello para ver. Marcus estaba parado
junto al aparador mientras se servía un trago.
—¿Qué estás haciendo? —Tiró de sus ataduras.
Con vaso en mano, Marcus fue al filo de la cama; la mitad de su
rostro estaba entre penumbras. Entre cada sorbo, sus esculpidos
labios no mostraron una sonrisa o una mueca.
—Marcus —le llamó jadeante—. Por favor. Qué…
—Si solo Demi Titan pudiera ver a su hijita ahora.
¿Qué? ¿Cómo…?
Sintió escalofríos por todo el cuerpo. Nunca le había dicho el
nombre de su madre. Mucho menos su apellido de casada. Había
vuelto a usar su apellido de soltera, Vestian, después de que ambas
se mudaran a Kansas.
Pero para que Marcus lo supiera tendría que…
Dio pasos hacia la luz. Su expresión insensible la dejó helada.
—Sorpresa, esposa mía —bebió un trago—. Acabas de casarte
con el lobo feroz.
CAPÍTULO 9

No, no, no, no, no. Todo esto era un gran error. O se encontraba
metida en un sueño. Sí, tenía que ser eso. Todavía era la noche
previa a la boda y Cora estaba teniendo una pesadilla. Se trataba de
nervios prenupciales, y su mente estaba pensando en lo peor
imaginado.
—Oye —Marcus llevó el roce de sus dedos por la cara interna de
su muslo—. Quédate conmigo. Esto es importante. No querrás
perder detalle —curvó los labios mientras se inclinaba sobre ella—.
Respira. Tienes que recordar respirar.
Respiró, paralizada, mientras le miraba el rostro; su fuerte
mandíbula y sus caídos ojos grises. La bonita calidez que tanto
amaba ya no estaba. Había sido reemplazada por una máscara.
Aquella penetrante y amenazadora que le mostraba a todos los
demás y que ahora usaba con ella.
—Marcus, detente —tiró con brusquedad de los pañuelos en sus
muñecas y tobillos—. Me estás asustando.
—Bien —rugió y, por primera vez después de haberla atado,
Cora vio algo semejante a una emoción penetrar sus ojos. Su dedo
se arrastró por su pierna desnuda, causándole una sacudida y
recordándole que se encontraba atada y desnuda. No era como que
Cora necesitara que se lo recordaran—. Deberías estarlo.
Rodeó la cama para dejar su bebida en la mesita a un costado.
Con las manos en los bolsillos la examinó. Su sombra seccionó el
cuerpo de Cora.
—Mi hermana estaba asustada cuando los matones de tu padre
la secuestraron en la calle, la metieron en un cuarto sucio y la
violaron.
Todo el oxígeno abandonó la habitación. Sus oídos retumbaron y
su visión se enturbió, volviéndose diminuta ante el duro rostro de
Marcus.
—¿Qué?
—La ataron… justo así. Era una buena chica. El alma más dulce
sobre la faz de la Tierra. Amaba a todo el mundo. Nunca se
comportó mal. Y la mató a sangre fría. Tu padre.
Cora sacudió la cabeza y el cuerpo de un lado a otro.
—No. No, me has confundido con alguien más. Mi padre murió
en un accidente de coche y mi madre…
—Tu madre te ocultó cuando tenías cuatro años para protegerte
de mí. —La miró con desprecio—. Pero después de todos estos
años, una chica que es el vivo retrato de Demi Titan regresa tan
tranquila a mi ciudad, excepto que en vez de cabello castaño ahora
tiene el color rubio de su papi Titan. Quién lo diría.
Cora se quedó boquiabierta. No. Lo que decía no podía ser
verdad. Pero la mirada en sus ojos, una furia carente de afecto —
odio—, él ciertamente pensaba que era verdad. La mente de Cora
se aceleraba con todo lo que escuchaba salir de sus labios. ¿Acaso
podría ser…? ¿Realmente su madre la ocultó durante todos esos
años para protegerla de…?
Sus ojos se clavaron en Marcus, quien estaba sentado sobre ella
con aire de suficiencia. Incluso si lo que estaba diciendo era verdad,
Cora no podía imaginarlo; aunque lo fuera.
—No te he hecho nada a ti o a tu hermana. Es la primera vez
que escucho algo de esto.
Marcus sacudió la cabeza y cogió su bebida, tragándose los
restos del fondo antes de devolverlo a su sitio con un sonido sordo.
—¿Te parece que me importa una mierda?
Cora se sobresaltó debido a esa fuerte palabrota. Nunca había
usado ese lenguaje cerca de ella.
—Mi hermana tampoco hizo nada. Yo vivo de acuerdo a un
código —bajó la mano para ahuecarle la mejilla. Cora se retorció
para alejarse de su toque y él se lo permitió.
—Bajo mi código, habrías sido intocable. Pero tu familia
quebrantó todo lo sagrado la noche que se llevaron a Chiara. Y sólo
hay una forma de nivelar la balanza. Antes de asesinar a tu padre, lo
miré a los ojos y le dije que su pequeñita era la siguiente.
Cora sintió que sus ojos se abrían tan de par en par que ni
siquiera se atrevió a parpadear. Su padre no había muerto en un
accidente de coche. Marcus había… Marcus había asesinado… Y
ella estaba…
—¿Vas a matarme? —susurró.
Un costado del labio de Marcus se elevó para dar paso a aquella
sonrisa que ella había amado hacía solo media hora.
—No, ángel. ¿Qué tendría de divertido eso? —El roce de sus
dedos se paseó por su mejilla—. ¿Por qué habría de matarte si
puedo retenerte?
Cora quedó atrapada en su mirada, hundiéndose en ella.
—No —murmuró—. No tendrás pena de muerte, sino una
sentencia de por vida. Morir es rápido, pero el sufrimiento… el
sufrimiento puede durar para siempre.
El oxígeno abandonó sus pulmones. Cora jadeaba mientras su
cuerpo se tensaba, volviéndose estático.
—Respira, nena —Marcus situó su gran mano sobre su pecho—.
Tienes que hacerlo.
Cora cogió aire por obligación mientras miraba fijamente sus ojos
grises oscuros. Había algo acerca de Marcus que la hacía obedecer.
—No quiero que me hagas daño —susurró.
—Lo sé, ángel —por un instante su rostro se suavizó, como con
sentimientos encontrados—. Yo tampoco quería.
El corazón de Cora latió esperanzadoramente.
—Pero por qué…
—Hay un orden para todo. Todo tiene su sitio. —Se puso a su
lado, sermoneándola como un catedrático—. Toda se nivela en una
balanza. —Levantó ambas manos con las palmas hacia arriba—.
Todo tiene equilibrio. Luz y oscuridad. Día y noche. Bueno y malo —
dejó caer las manos—. Crimen y castigo.
Cora movió la boca, pero no hubo sonido alguno. Se encontró
con la mirada de Marcus y se hundió en ella.
—Cuando tu padre —su voz vibró pese a la carga de cólera—,
hizo lo que hizo, las cosas se desordenaron. Quedaron fuera de su
sitio. Tiene que haber consecuencias. He esperado este día por
muchísimo tiempo.
—Pero yo no hice nada.
Marcus desvió la mirada.
—No me estás escuchando. Alguien tiene que pagar por lo que
hicieron. Encontré a mi hermana… —sus ojos se cerraron y el
corazón de Cora se quebró. Porque todavía se trataba de Marcus y
el dolor reflejado en su rostro era muy real—. Sus ojos estaban
abiertos y su cuerpo destrozado. Le hicieron cosas, cosas que
nunca debieron de haberse hecho. Los ángeles lloraron…
—Lo lamento —susurró. Aquello se le escapó. No pedía
disculpas por ella, sino porque era lo que se decía cuando herías a
alguien que amabas.
¡Te ató a la cama! ¡Te odia!
Pero Cora… había pasado los últimos dos meses amándolo. El
afecto no iba a simplemente desaparecer. No sabía cómo
extinguirlo.
Marcus cerró los ojos y pellizcó el puente de su nariz mientras su
pecho subía y bajaba a gran velocidad. A su mandíbula la
ensombrecía su barba incipiente. Toda Cora se contuvo para
acercársele, sostenerle. A pesar de toda su fuerza y dominio,
Marcus era un hombre. Un simple hombre. Cora lo había visto en su
mejor y peor momento. Él no le ocultó nada.
Excepto que en realidad sí lo había hecho, ¿cierto? Había
escondido su esencia a plena vista. Y Cora era la presa ingenua que
había ido directo a su trampa.
Lo lamento. Su disculpa mediaba entre ellos; banal e insuficiente
en comparación con la enorme deuda.
Dejó caer la mano. Una vez más era el señor del submundo, con
la expresión de su rostro esculpida con piedra. Volvía a tener el
control.
—No, bonita, no lo lamentas. Pero lo harás.
Salió de la habitación. Cora tembló allí mismo donde la dejó.
Todo rápidamente se tornó confuso, provocándole mareos. Cerró los
ojos hasta que el tenue sonido de pisadas le hizo llevar la atención
nuevamente a Marcus. A pesar de todo su pulso se agitó al verlo, y
a su ancho y desnudo pecho cubierto de vello oscuro.
—¿Qué va a pasar? ¿Qué harás conmigo?
—Lo que yo quiera —esbozó una sonrisa de tiburón—. No vas a
morir. Vas a vivir mucho, mucho tiempo. A mi lado como mi esposa.
Para siempre.
¿Cómo podía ser tan indiferente? ¿Tan cruel? ¿Cómo Cora
había podido ser tan tonta para creer que en verdad la amaba? Su
noche de bodas era una pesadilla. Podía olvidarse de los finales
felices.
No pudo evitar que sus ojos se llenaran de lágrimas y que se
derramaran por sus mejillas.
—Así es, bonita. Llora por mí.
Fue entonces cuando vio lo que él había cogido: su móvil. Había
encendido la cámara en dirección a ella. Una intensa rabia estalló
en su cabeza.
—No.
—Sí. —Marcus retrocedió, como si buscara la fotografía perfecta
—. Necesitamos algunas fotos de la boda para enviárselas a tu
familia. Es lo menos que podemos hacer considerando que tu madre
y tus tíos no pudieron asistir.
¿Tíos? Ni siquiera sabía que los tenía.
—Para —su súplica fue ahogada mientras escondía la cara en
su brazo—. Por favor, detente.
—Mírame. —ordenó—. Cora. —Sus pisadas se acercaron más
—. Esto está pasando.
—No. —Piensa, tenía que pensar. Este seguía siendo Marcus.
Dentro del hombre, el monstruo, había una poderosa atracción hacia
ella. Tal vez podría encontrar un indicio del Marcus que sí se
preocupaba.
Una mano se cerró alrededor de su muñeca como un grillete de
hierro. Resistió.
—Cora, no te lo pediré de nuevo.
Su corazón desfalleció. Dejó que Marcus le quitara la mano. Sus
ojos fueron hacia ella y su cuerpo se ruborizó ante su mirada.
—Eres un enfermo —expresó. Cualquier cosa que negara la
atracción de su cuerpo hacia el de Marcus.
—No tomaré las fotos si te sometes ante mí.
—¿Cómo? —Su risa le sacudió el cuerpo—. No es como si
pudiera huir.
—Dejaré caer la cámara si te sometes a mí, y actúas como una
esposa.
—¿Quieres decir… amarte?
Marcus ladeó la cabeza.
Las grietas del corazón de Cora derramaban veneno.
—Te amé, lo sabes. No estaba mintiendo.
—Lo sé.
—¿Todo lo que me dijiste… fue actuado? ¿Nunca fue real?
No respondió.
—De acuerdo. Lo haré —se levantó su propia barbilla,
pretendiendo ser valiente—. No es algo que no haya hecho antes.
Marcus estaba apagando la cámara cuando de pronto se volvió
hacia ella, con sus ojos habitualmente grises tornándose negros.
—¿Disculpa?
—Oh, ¿creíste que era virgen?
Se le acercó por completo y con la mano le cubrió la rodilla para
después estrujarla, ocasionando que su respiración vibrara y la
delatara.
—No creo que seas virgen. Sé que lo eres.
Cora levantó la barbilla.
—He estado con hombres —mintió—. Muchos.
Marcus sacudió la cabeza.
—No sabes mentir.
—Digo la verdad.
Marcus se movió sobre ella, dejando que su gran cuerpo se
extendiese de pies a cabeza con el de ella. Su loción se mezcló con
el fresco aroma de lino de su camisa de vestir blanca. Cora estaba
desnuda, él no, pero una fuerza desmedida en forma de ondas que
se apoderaba de él pudo verse en sus tensos músculos y en las
infinitas profundidades de sus ojos. Un fuego crujía entre ellos.
—Muchos hombres, ¿uh? Tendré que hacerte olvidarlos.
Su toque le quemó la piel, como sucedía siempre. Le temblaban
las piernas y parpadeó hacia él, buscando en su rostro cualquier
rastro del hombre que la acogió y cuidó. Pero luego recordó su cruel
sonrisa mientras le apuntaba con la cámara.
—Te odio.
Sus ojos se arrugaron bajo una fría sonrisa que no se formó por
completo en sus labios. Marcus la reprendió:
—¿Qué manera es esa de hablarle a tu marido, mujer?
—No me llames así.
—¿Mi mujer? Eso es lo que eres.
Ella negó con la cabeza de manera brusca y la expresión de
Marcus se oscureció.
—Sí —su mano se apoyaba sobre el tenso pecho de Cora para
después deslizarse hacia su cuello—. Mi mujer. En las buenas y en
las malas —su mirada la recorrió con esos ojos gris metálico—. Con
dinero o sin dinero. En la enfermedad y en la salud. Hasta que la
muerte nos separe.
Cora cerró los ojos al escuchar su versión socarrona de sus
votos. Él iba a humillarla, lastimarla y a su cuerpo no le importaba.
Respondía ante Marcus y se calentaba con sus caricias. Su corazón
vibraba y sus pulmones se tensaban. Toda ella jadeaba como si
hubiera corrido un maratón.
Marcus alcanzó la hebilla de su cinturón. Los ojos de Cora ya se
habían abierto por completo, pero ahora le consumieron el rostro,
parpadeando con destellos blancos. Todo su cuerpo se estremeció.
Dios Santo, ¿por qué había dejado que la atara? Imbécil.
Pero había creído que él la amaba.
Él nunca lo dijo. Entonces, ¿por qué lo pensaste?
¡Porque le pidió que se casara con él! ¿Qué otra razón pudo
haber tenido Marcus, sino amor? Bueno, aparentemente la
venganza por crímenes cometidos hace más de una década y de los
cuales Cora no sabía nada.
—Me dijiste que me cuidarías —su voz apenas fue audible,
melancólica.
—Lo hice —de su profunda voz escurrió una promesa—. Lo
haré.
—Por favor —jadeó sabiendo que era patético rogar. Seguía sin
poder creer que no quedara nada de aquel Marcus que la había
abrazado y besado con tanta ternura dentro del hombre cruel que
ahora se encontraba sentado frente a ella—. No me toques.
—¿No? —Sus labios se curvaron—. ¿No quieres que te toque?
—No —pero la estaba tocando, apenas, acariciándole el costado
de su pecho. Se sentía tan bien. Quería que jamás se detuviera—.
¿Quieres que pare? —Preguntó como si le leyera la mente.
—Yo…
—Te gusta cuando te toco.
Sus muslos se apretaron y Cora lloriqueó. Sus dedos nunca
dejaron de acariciar, acariciar…
—Admítelo —su voz se volvió más grave, dándole un vuelco a la
cordura de Cora. La habitación desapareció.
—Te tocaré cada vez que quiera, mujer. Y te va a gustar.
—Pero… me odias —estaba avergonzada por cómo se le quebró
la voz. Pero aún más por cómo se dejaba llevar hacia sus caricias.
Pero él se sentía tan familiar y su roce un consuelo, incluso en estos
momentos.
—El odio nunca le impidió a nadie sentir placer.
Las cejas de Cora se juntaron. ¿Qué quería decir con eso?
El cabello oscuro de Marcus le rozó el vientre y se movió hacia la
parte baja de su cuerpo, como si los últimos espantosos quince
minutos no hubieran pasado. Nuevamente plantó besos en su
estómago. Su loción la envolvió, suave y dulce. Sus codos y rodillas
se derritieron y su estómago dio un vuelco. Cora se quedó mirando
su brillante cabeza. La boca de Marcus se sentía caliente sobre su
fría piel y sus manos la sujetaban de sus caderas como a ella tanto
le gustaba. Madre mía.
No pudo evitar que un sonido escapara de su garganta. Él se
detuvo.
—¿Vas a pelear conmigo, ángel?
Debería hacerlo. Debería gritar “sí” e intentar liberarse de sus
ataduras, hacer lo que fuera por escapar. Pero su lengua tocó el
nivel plano de su estómago y algo dentro de ella enloqueció. No
estaba preparada para aquello, y sus músculos se apretaron ante la
repentina e impactante oleada de placer. Fluido dorado chorreó de
ella, brotando de su vientre y llenando su área palpitante hasta que
se desbordó. Sintió su propia humedad en las piernas y se puso
colorada de vergüenza.
—Supongo que no. —Marcus soltó una risa y luego se apartó.
Cora supo que él se encontraba admirando la humedad que
inundaba el espacio entre sus piernas—. Es una pena. Habría
disfrutado de una pelea.
Lágrimas cayeron en cascada por las mejillas de Cora.
Sus dedos se arrastraron sobre su pálida piel, ocasionándole un
rubor rosáceo en el pecho. Bajaron hacia su palpitante vientre para
hundirse en la humedad. Cora jadeó y tiró de las cintas en sus
muñecas. Los ojos de Marcus se entrecerraron, pero no paró de
acariciarla. Sus caderas se levantaron, sacudiéndose al compás de
su provocativo movimiento.
—Sabes que puedes detener esto en cualquier momento.
¿Qué? ¿Hablaba en serio?
Él movió un dedo en su agujero virgen. Los pies de Cora se
clavaron en la cama y su abdomen se sentó mientras se levantaba a
ella misma hacia su mano. Su cuerpo palpitó alrededor de sus
dedos mientras él la acunaba.
—Solo dímelo. Di “detente”.
¿De qué iba su juego? ¿Ella podía detenerlo en cualquier
momento? Ella podía…
—Detente —articuló, pero no logró emitir sonido alguno.
Sus dedos se aquietaron, pero sus caderas continuaron
sacudiéndose. Cora apretó los dientes. Quería que la tocara.
Quería…
Marcus alzó una ceja. Ella lloriqueó. Sus caderas se inclinaron
en ofrecimiento.
—Pobre de mi mujer. Tan confundida. ¿Quieres que te toque?
¿Quieres que mueva mi lengua mejor?
Para horror de Cora, ella asintió.
Marcus agachó la cabeza para saborearla. Sus piernas se
contrajeron y su cuerpo suspiró en su boca.
Para, gritaba en su cabeza. Detente. Pero al abrir la boca
todavía no había sonido alguno. Su boca hizo lo debido en su monte
de Venus para después ir hacia sus pegajosos muslos, acariciar sus
labios vaginales y mordisquearlos con los dientes. Cora permaneció
en silencio, a excepción de sus gemidos claro está.
¿Qué estaba pasando? Marcus le había dado una salida. ¿Por
qué no la había tomado? Marcus la odiaba. Solo se había casado
con ella para vengarse. Pero sus caricias y sus besos no se sentían
llenos de odio. Se sentían conocidos. Se sentían como Marcus. El
hombre que… El hombre que ella amaba.
Ese hombre no es real. Nunca lo fue.
Pero por un momento Cora quiso fingir. Fingir que él nunca había
dicho todas esas horribles cosas. Fingir que esta era su noche de
bodas como debería haber sido siempre. Y que él la estaba
besando e idolatrándola porque la adoraba.
Entonces, cuando la besó más abajo e instó a abrirle las piernas,
ella lo dejó.
Su boca le tocó su lugar más íntimo. Cora chilló por la
conmoción, la vergüenza y… Y el placer.
—Marcus —murmuró con la intención de pedirle que se
detuviera.
Pero él comenzó a chupar sobre su sexo y su dedo descendió
para explorar y molestarla en los sitios que ella misma nunca había
tocado. Ni siquiera usaba tampones, así que sentir a alguien; y no
solo a alguien, sentir a Marcus, oh, Dios...
Y lo que estaba haciendo con su boca…
Cora dejó escapar jadeos escandalizados, entraban y salían,
además de mover la cabeza de un lado al otro porque era la única
parte de su cuerpo que realmente podía mover. Se agarró a los
pañuelos de seda. Necesitaba algo a lo que aferrarse, algo que la
trajera de vuelta a la realidad mientras las salvajes y alarmantes
sensaciones aumentaban cada vez más y más…
Santo Cielo, ella no sabía qué hacer con… Si esto no… ¿A
dónde iba todo esto…?
—¡Ohhhhh! —Su chillido terminó en un fuerte y agudo gemido
cuando el placer le sacudió el cuerpo tan repentinamente como si
hubiera sufrido una descarga eléctrica. Lo sintió hasta en la punta
de los dedos de los pies, cuando sus piernas se pusieron rígidas.
Durante dos latidos de su corazón, todo fue perfecto.
Y luego todo terminó y Marcus se encontró subiéndose a su
cuerpo.
Cora parpadeó para regresar al momento, tratando de
orientarse.
Marcus. Quien no era su amado después de todo. Quien solo se
había casado con ella por venganza.
¿Pero aún le haría el amor?
Estaba a horcajadas sobre el cuerpo de Cora y ella podía ver
su… su miembro sexual. Lo había sacado de sus pantalones. Sus
venas sobresalían a través del extenso eje. Era más oscuro que el
resto de su cuerpo y palpitaba.
Y era enorme. Enorme.
¿Intentaría meter eso en ella?
Incluso cuando las cosas estuvieran muy mal entre ellos, con la
forma en que él la había hecho sentir… ¿Cora se opondría?
Sí, dijo su mente. Por otro lado, su corazón… era patético; ella lo
sabía, por querer cualquier parte de este hombre terrible. Y, sin
embargo…
Pero Marcus no estaba tratando de ponerlo dentro ella, eso
parecía.
No, con la mano sujetaba su grueso y largo eje y lo frotaba de
arriba abajo. Cruelmente. Violentamente.
Cora sabía que debería apartar la mirada.
Pero es que nunca había visto uno. Y ver a Marcus tan desnudo,
no literalmente, sino figurativamente… Levantó la vista de su tenso
estómago y lo miró a la cara, solo para encontrarle mirándola.
Cora no pudo leer lo que vio en ese medio segundo antes de que
él bajara la mirada hacia sus senos. Sin embargo, ella no apartó la
mirada. Continuó observando su rostro mientras él se autosatisfacía.
Marcus se estaba entregando a ello, eso estaba claro. En aquello, al
menos, no se molestó en mantener su máscara o simplemente no
pudo. Ella vio miles de cosas en la expuesta y deseosa arruga de su
frente, o al menos creyó haberlo hecho.
Hizo que el placer que apenas había cesado en ella volviera de
nuevo. Sus caderas se sacudieron involuntariamente buscando
fricción. Pero Marcus estaba demasiado lejos, casi a horcajadas
sobre sus senos, y continuó estimulándose durante algunos
momentos más para luego echar la cabeza hacia atrás. La cara de
Cora descendió abruptamente cuando la cálida humedad le salpicó
el pecho. Miró con asombro cómo chorros cremosos blancos
brotaban de la cabeza de su enorme mástil mientras lo sacudía más
despiadadamente que nunca. Cuando finalmente se vació a sí
mismo, bajó la mirada a ella con el pecho respirándole
pesadamente. Se agachó para esparcir su semen sobre los senos
de Cora y estrujarle los pezones a medida que avanzaba.
Cora se estremeció, tan excitada y conmocionada por todo lo
sucedido. ¿Las personas normalmente hacían esto en la cama o
Marcus lo veía como una especie de castigo? Todo se sintió tan
bien.
Marcus se bajó de la cama.
—Te gusta, ¿no? Entonces asegúrate de sonreír para la cámara.
—¿Qué...?
Pero Marcus ya se encontraba tomando fotos con su móvil de su
cuerpo desnudo salpicado son su… su…
Su rostro palideció.
—¡Dijiste que no lo harías!
—Pequeña e ingenua Cora. Todo vale en el amor y la guerra.
Aunque realmente no necesito esto. —Dejó caer el móvil sobre la
mesita de noche. Con una oscura sonrisa señaló a la esquina donde
dos paredes se encontraban con el techo que sostenía la forma
oscura de una segunda cámara, con su pequeño y brillante lente
parpadeando en rojo—. El video tiene mucho más impacto que las
fotos, ¿no crees?
Cora se mordió el labio, indispuesta a darle algo después de lo
cruel que acababa de ser con ella. Marcus se carcajeó, y no fue una
risa agradable. Este no era su Marcus. Aquel hombre nunca había
existido realmente.
Y si necesitaba de más pruebas, el dejarla sola en la habitación,
atada, con su esperma secándose en su pecho, ciertamente
bastaba.
CAPÍTULO 10

Marcus estaba de pie dentro del reducido armario oscuro que usaba
como su sala de seguridad. Bebió su trago y miró a la nada. En la
pantalla, su nueva esposa luchaba con sus ataduras. Su hermoso
cabello caía sobre su rostro, como una gavilla de trigo
extendiéndose sobre la pálida gama de colores de su cutis virgen.
Él acababa de correrse, pero estaba más fuerte que nunca, listo
para lanzarse a la conquista, para saquear. Cora estaba justo donde
él la quería tener, atada e indefensa; una virgen ofrecida como
sacrificio para apaciguar a un monstruo. Que sí lo era: una virgen y
un sacrificio.
Y él, el monstruo.
Ella no se merecía esto. En el momento en que los lentes de las
cámaras la detectaron, Marcus hizo que monitorearan cada uno de
sus movimientos. Cora estornudaba y enseguida él lo sabía. Ella se
parecía físicamente a su madre, pero en sus acciones no era como
Demi. Tenía que verlo para creerlo. Pero al principio no soportaba
mirarla. Hizo que Sharo lo hiciera, a quien consideraba como un
hermano.
—¿Y bien? —Preguntó cuándo el grandulón regresó para
informar—. ¿Cómo es ella?
—Amable. Ingenua, pero esperanzada. Dulce.
Sharo no tuvo necesidad de decirlo ya que Marcus escuchó el
silencioso comentario. Igual que Chiara.
Los dioses lo dotaron con la venganza perfecta que llegó
envuelta en un encantador paquete. Tan encantador que no quería
destruirlo. Cómo deberían estar riéndose los dioses. Contaba con
los recursos para vengarse, pero por primera vez en dieciséis años
no quería hacerlo.
Oh, él quería a Cora.
Cuando la miraba, quedaba deshecho. La sacudida de sus
pestañas, el vaivén de sus finas y delgadas manos y aquellas
tímidas sonrisas que había disfrutado plenamente como un hombre
que había cruzado el desierto. Cora era el oasis que no sabía que
anhelaba.
En la pantalla movió la cabeza de un lado a otro con su frágil
cuello tensándose mientras clamaba por él. Su piel brillaba como el
nácar en las partes donde le había derramado su semen. Y madre
mía, cuando ella se corrió, el placer fue evidentemente nuevo para
ella…
Su polla se acurrucó en su vientre, palpitando del dolor por
querer hacerla suya. Al arrojar su semen por sobre sus hermosos
pechos desnudos, no había estado pensando en venganza. Se
había perdido en ella. El sabor de su dulzura todavía se encontraba
estimulando sus sentidos. Marcus no pudo apartar la mirada de sus
ojos a medio cerrar y nublados por el deseo, aunque Cora acabase
de correrse. Ella quería más, ¡Y Dios! Él quería quedarse allí toda la
noche y dárselo todo.
Apenas logró obligarse a salir de la habitación después de
mancharle todo el pecho con su semilla, marcándola como suya
como si de un bárbaro se tratara.
Se obligó a terminarse la bebida, saboreando los restos
amargos. Aún ahora, la idea de tenerla a su merced y encontrarse
separados únicamente por una pared lo tenía fascinado por
completo. Toda esa inocencia estaba a su alcance. Hubiera
disfrutado de corromperla y de mantenerla atada a su cama, aunque
no fuera su enemiga. Estas momentáneas dudas desaparecerían.
Un rey tenía que mostrarse despiadado para mantener el control.
Hacía ya tiempo que había aceptado que él mismo era un mal
necesario.
La tenía. Se quedaría con ella. El tiempo marchitaría su belleza y
pervertiría su inocencia.
Había soñado con este día por años y no dejaría que nada lo
arruinara, ni siquiera un estúpido pensamiento de sentimentalismo
de último minuto. La venganza era un trago embriagador de vino
elaborado a partir de granadas. Dulce, pero con un buen corte
amargo. Y del que bebería tanto como pudiera.
Y luego vertería el resto en la garganta de Cora hasta ahogarla.
CAPÍTULO 11

—Marcus —gritó Cora por millonésima vez—. ¡Marcus!


Dejó caer la cabeza en el colchón sintiéndose frustrada y
humillada. Solo la dejó allí atada a la cama. No tenía la menor idea
de cuánto tiempo había pasado. Se había quedado dormida por un
rato, y luego pudo ver el sol de la mañana asomándose a través de
las persianas venecianas en la ventana. Y tuvo que haber estado
gritando durante una hora sin parar sin recibir respuesta alguna.
Santo Cielo, ¿pensaba dejarla allí?
—Estúpida —siseó. La garganta le dolía y estaba seca mientras
golpeaba la cabeza contra el colchón. Sus otras necesidades
fisiológicas tampoco podían ser ignoradas por mucho más tiempo.
¿Cómo se había metido en este embrollo? Pero no era como si
pudiera alegar ignorancia. Su madre le había advertido de lo
peligroso que era el mundo.
Exagera demasiado, Cora siempre se decía a sí misma. Está
paranoica.
O tal vez su madre sabía exactamente sobre lo que estaba
hablando.
Solo te encuentras en peligro porque mintió sobre quién era y
sobre quién era papá.
Cora miró la elegante estructura del techo y sus ojos buscaron
patrones. La búsqueda de un significado donde no lo había. La
historia de su vida.
Si su madre tan solo le hubiera dicho por qué la mantenía tan
aislada en lugar de darle órdenes y prohibirle dar un paso fuera de
la granja, tal vez podrían haber sumado esfuerzos. Pero no, Demi
Vestian siempre sabía más, y Dios ampare a cualquiera que le dijera
lo contrario.
Y, por consiguiente, Cora había ido directo a la guarida del león
sin siquiera saberlo.
—Estúpida. —Pero esta vez se lo decía a su madre. ¿Por qué no
pudo confiar en su propia hija?
Levantó la vista hacia la mano donde lentamente había estado
moviendo su sortija. Era difícil quitársela con una sola mano. Difícil,
pero no imposible. Juró que se pondría hecha una furia si tenía que
cargar un segundo más con aquella prueba de que Marcus la
poseía.
Había luchado toda su vida por ser libre y no iba a rendirse
ahora.
Atrapó su labio con los dientes cuando finalmente logró llevarlo
más allá de su nudillo más grande y, por último, hacia su mano. Allí
le dio a la cuerda tanta holgura como fuera posible al tensar el resto
de sus extremidades, antes de arrojarla lo más lejos posible en
dirección a la esquina más alejada de la habitación. Puso una
sonrisa mientras el objeto se perdía entre el follaje verde de esa
esquina.
—Muy mal hecho, esposa.
La cabeza de Cora giró hacia la puerta y su boca se secó.
Bueno, más de lo que ya estaba. Estaba sedienta. Tiró de sus
ataduras.
—Libérame.
Marcus apareció y apoyó la cadera en la cama. Su gran mano
rodeó su tobillo y se deslizó hacia arriba, ocasionándole una
sensación de hormigueo conforme se iba moviendo. Cora luchó
contra la reacción, pero su cuerpo aparentemente no sabía lo que
hacía. Sus extremidades se debilitaron y su estómago dio un vuelco.
Cora estaba reaccionando a Marcus como siempre lo había hecho.
—¿Alguna vez llegaremos a ser libres de verdad? —Musitó
mientras le acariciaba los muslos. Ella detestaba las libertades que
él tomaba respecto a su cuerpo. Detestaba y amaba que lo hiciera
—. Libertad… —Marcus miró hacia la ventana—. Es una ilusión.
Desde el momento en que nacemos respondemos a un propósito —
su rostro volvió a Cora. Su mirada se mostraba fría—.
Desempeñamos un rol. Los dioses diseñan nuestras vidas y
nosotros somos simples peones.
Cora se aguantó las ganas de poner los ojos en blanco. Lo que
decía era pura mierda.
—No crees en eso.
La mano de Marcus perpetró más cerca de su palpitante núcleo
y Cora sacudió su pierna tan lejos como llegara, casi una pulgada.
No sabía qué le enojaba más; el hecho de que se encontrara
tocándola o su propia reacción. No, era algo más que rabia. Se puso
furiosa. No podía recordar haberse sentido así en algún momento
en toda su vida. Marcus pensó que se estaba mostrando sumisa y
moldeable, y que se dejaría amedrentar por él y haría todo lo que le
dijera. Bueno, se llevaría una gran sorpresa.
—Te crees un dios —escupió Cora—. Adinerado, poderoso,
guapo…
—¿Guapo? —Levantó la frente.
Ella lo ignoró o trató de hacerlo lo más que pudo, mientras sus
dedos le rozaban la vagina y su cuerpo liberaba un poco de
concentración caliente. Ahogó un gemido y se concentró en
mantener su voz tranquila.
—Crees que todo el mundo es un mero mortal con el que puedes
jugar.
—Hmmm. —Marcus consideró lo escuchado a la par que sus
dedos trazaban símbolos arcanos en su entrepierna.
Cora apretó los dientes.
—Deja de tocarme.
—¿Por qué? —Marcus se miraba divertido—. ¿Porque lo odias o
porque te hace sentir muy bien? —Se acercó con las manos
tomando más libertades—. Me perteneces. Tú lo sabes. Tu cuerpo
lo sabe.
Detestaba a Marcus. Lo odiaba. No le pertenecía a nadie más
que a ella misma.
Le escupió en la cara. Él se sacudió y su estado de ánimo se
arruinó. El único sonido presente era el áspero respirar de Cora. De
inmediato lamentó haberlo hecho. Fue una estupidez. Estaba
dejando que su rabia la volviera imprudente. Debería guardar su riña
y esperar por la oportunidad más probable de escape. ¡Pero Dios! Él
le ofreció el paraíso y le trajo el infierno. Y aquella rabia se sentía
mucho mejor que dejar entrar aquel dolor.
Sacó un pañuelo del bolsillo de su saco para limpiarse el rostro.
—Ten cuidado, mujer. He asesinado a hombres por cosas
menores.
Y ahí estaba. La mente de Cora ignoró las advertencias y se
engañó a sí misma. Había defendido a Marcus e insistido sobre que
era un buen hombre, sin importar lo que dijeran los periódicos. Sin
importar cómo Maeve había tratado de advertirle. Pero ahora él le
dijo la verdad y ya no tenía nada que ocultar.
Ella ahora lo creía así.
Marcus era un asesino. Estaba casada con un monstruo. Pero
cuando lo dijo en voz alta, Marcus solo sonrió.
—Por fin empiezas a ver las cosas claramente.
—Entonces es verdad. Todo lo que dicen de ti —en este
momento debería encontrarse sintiendo muchísimo más miedo.
Pero Cora estaba desorientada y todo el alrededor tan surreal que el
miedo no pudo introducirse en ella.
Marcus se encogió de hombros.
—Uno pensaría que se les podría ocurrir un título más creativo
que señor del submundo. Pero ten por seguro que mis sombras y yo
somos las presencias que contienen el caos en las calles de New
Olympus.
—Más bien como si sacaras provecho de ello —masculló furiosa.
Sabía que debía permanecer en silencio, lo sabía. Pero él
encontrándose aquí, y pretendiendo de manera tan hipócrita que
hizo lo que hizo por cualquier otra razón que no fuera el dinero era
simplemente…
Marcus ladeó la cabeza hacia ella y Cora vio cómo su mandíbula
se contraía, pero no dijo nada.
—¿Cuánto tiempo vas a tenerme así? —Cuando todavía no le
respondía, ella tiró de los pañuelos. Sus muñecas tendrían marcas
rojas por un tiempo—. No puedes tenerme atada para siempre.
—¿No puedo?
Cora frunció el ceño.
—Supongo que podrías. ¿Pero, por qué?
—Hasta que aprendas cuál es tu lugar.
—¿Mi lugar? ¿Como qué, tu esposa? —poco a poco fue
comprendiéndolo—. ¿O como un trofeo en la repisa para demostrar
tu poder sobre los Titan?
Marcus sacudió la cabeza mientras se quitaba el saco.
—Puede ser.
—Estás loco —se alzó sobre ella, oscuro y bello bajo la tenue
luz, removiéndose las mancuernillas y arremangándose. Al ver sus
antebrazos impecables, fuertes y cubiertos de vello negro, el
corazón de Cora se apretó. Casi le fue suficiente para distraerse de
su cólera. Casi.
—Si crees que voy a olvidar lo que has dicho, lo que me has
hecho… —apretó los dientes.
—¿Sabes cuántas mujeres matarían por estar en tu lugar?
—¿Qué, atadas a tu cama? —se mofó.
Levantó una de sus arrogantes cejas. Madre mía. ¿Por qué tenía
que verse así de guapo mientras se burlaba de ella?
—Ellas pueden tenerte. No me importa —apartó el rostro sin
mostrar expresión alguna.
—Claro que puedo tenerlas —coincidió—. Cada noche una
diferente. Si quisiera atarlas, me suplicarían que lo hiciera.
—Vaya, tu poder masculino sí que me impresiona —dijo de
manera inexpresiva—. ¿Tienes muescas en los pilares de la cama?
—Giró para mirar la cabecera, aun cuando su estómago se revolvía
ante la representación con imágenes de lo que sus palabras habían
descrito, imaginando a Marcus enredándose con otra mujer.
—Aprenderás a cuidar esa boquita de listilla —murmuró Marcus
—. ¿Y qué fue lo que dijiste antes? Adinerado, poderoso, guapo… la
mayoría de las mujeres se conformarían con solamente una de las
tres. Qué suerte tienes.
Su mano descendió a su muslo.
—Eres la única a la que quiero. En cuanto te vi supe que te
tendría. Aquí, así —su voz se volvió más grave y, sin que Cora
pudiera evitarlo, los músculos internos de sus muslos se
contrajeron. Marcus arrastró sus ásperos dedos sobre la delgada
piel de su muslo—. Sabía que yo sería el primero en penetrarte. Nos
divertiremos mucho, ángel, tú y yo.
Luchó por ocultar la forma en que su respiración se intensificaba
con cada caricia dada. ¡Dios! ¿Por qué? ¿Por qué seguía
sintiéndose tan atraída por él?
—Deja de tocarme —soltó.
No podía poner en orden sus pensamientos con su mano entre
sus piernas. La suave caricia se volvió un apretón fuerte y firme,
como si reclamara. A su cuerpo también le gustó eso.
—Eres mía. Comprada y pagada.
Cada palabra que salía de su boca solo empeoraba las cosas.
Ella no era una puta.
—Así no es como funciona —espetó Cora mientras luchaba con
todas sus fuerzas contra el empuje de su cuerpo hacia el de Marcus.
—¿No te parece? Derramé sangre por ti, Cora.
Aquello la hizo estremecer y su temperatura corporal disminuyó
momentáneamente.
—El hombre que me drogó.
El que había llegado al refugio canino con el rostro cubierto de
moretones para advertirle. No pienses en ello. Si lo hacía,
comenzaría a gritar.
Había habido demasiadas advertencias y señales de alerta. Pero
Cora no haría caso alguno, ¿verdad? Había subestimado la
importancia de cada una de ellas porque había estado muy cegada
por Marcus. Y ahora…
—Ese hombre está muerto, ¿cierto?
—Te puso las manos encima. Nadie te hace daño y vive para
contarlo. —Las palabras bien pudieron haber sido grabadas en
piedra.
—Nadie, excepto tú —una ola de fatiga la azotó—. ¿Qué quieres
de mí?
—Tu sumisión.
Nunca.
Cora lo fulminó con la mirada.
Marcus se inclinó hacia delante y la luz ahuecó su rostro. Su
mirada le arañó la piel desnuda.
—Tu absoluta sumisión. Tu completa e inmediata obediencia. Tu
adiestramiento empieza ahora.
—¿Adiestramiento?
—No actuarás como una esposa, vale. Sigues siendo de mi
propiedad.
—¿Qué sign…?
—Si quieres salir de la cama tendrás que familiarizarte con
gatear.
Su piel se erizó y su pecho se sintió hirviendo, aquella cólera
ardía cada vez más.
—Vete a…
—Primero lo primero —la interrumpió. Sacó un objeto de un
cajón de al lado de la cama que Cora no pudo ver de qué se trataba,
pero era algo que tintineaba—. No usarás mi sortija, mejor esto —
sostuvo un pedazo de cuero grueso adherido a una larga y brillante
cadena.
Un collar.
—Has perdido la cabeza —susurró Cora mientras miraba el
objeto con horror.
—Es todo lo contrario —se inclinó más cerca. Tanto que ella
pudo oler la loción para después del afeitado que solía gustarle
mucho. ¿Pero su rostro? No se parecía en nada a la del hombre que
ella creía conocer—. He esperado mucho tiempo para ver a mis
enemigos arrastrarse a mis pies.
Ella sacudió la cabeza. ¿Qué…?
—No soy tu enemiga —susurró—. Apenas te conozco.
—Los pecados del padre caerán sobre los hijos; hija en este
caso. Los pecados del padre, Cora.
Con la mano le acarició la mejilla y ella se apartó. El resonar de
la rabia y de la nueva y terrible, terrible tristeza, se conflictuaron en
su pecho. Nunca había tenido una oportunidad con Marcus, ¿cierto?
Cuando la mirara, siempre la vería como a su madre. El solo
pensamiento la hacía querer vomitar. Aquello significaba que todo
había sido una farsa.
¿Cómo es que Marcus lo había logrado? ¿Besarla y tocarla
todos estos meses? ¿Sostener su mano y mirarla a los ojos cuando
llevaba puesto el rostro de su madre que él tanto despreciaba?
Cora cerró los ojos. Ese no era Marcus. El Marcus que creía
conocer estaba muerto. O peor aún, nunca había existido. No podía
suplicarle a la bondad de este hombre. No tenía.
—Dijiste que cuidarías de mí —un susurro desconsolado terminó
por escapársele.
—Lo haré. Te cuidaré. Sométete al collar, Cora.
Fue en vano. Necesitaba insensibilizarse justo como él lo había
hecho. Uniendo todas sus fuerzas, espetó:
—Vete al infierno.
—Veo que necesitas más tiempo para considerar tu difícil
situación. Volveré cuando estés lista para asumir tu lugar.
Estaba a punto de llegar a la puerta cuando Cora le llamó:
—¡Espera! Lo siento. Por favor —incluso ella misma pudo
escuchar la desesperación en su voz—. Tengo… tengo sed. Y
necesito ir al baño.
Cerró los ojos. Da igual. Solo son palabras. No significaban
nada. Y si adularle suponía liberarla de estar atada desnuda y con
las piernas y los brazos extendidos sobre una cama, ciertamente
Cora podría aguantar un poco de humillación.
Porque aquella era la palabra clave en la que había que
centrarse: sobrevivir.
Había sido lo bastante fuerte para sobrevivir a todo por lo que su
madre la había hecho pasar. Los años de aislamiento. Los castigos.
La manipulación emocional.
Sobrevivió y salió fortalecida.
Pero Marcus.
¿Sería capaz de sobrevivir a él?
Un escalofrío le recorrió la espalda mientras se obligaba a
mirarlo y a conectar miradas. Él la miró de vuelta.
—Te odio.
Simplemente se le escapó, pero esta vez Marcus no retrocedió,
solo rio. Se sintió muy mal escuchar aquí y ahora el mismo sonido
que Cora solía adorar bajo todas estas desagradables
circunstancias, y mientras él le levantaba el pelo para asegurarle el
collar alrededor del cuello.
—Lo hice especialmente para ti —con sus ojos sosteniendo los
de Cora, enganchó una cadena y tiró de ella.
El calor ocasionó que las mejillas de Cora ardieran. Seguido por
una sensación de miedo. Tenía que salir de allí. Le acababa de
poner un collar. Ningún hombre en su sano juicio hacía eso. Él
había asesinado personas.
No soportaba estar allí un segundo más. Tenía que escapar.
Le liberó las muñecas.
Quieta, se susurró a sí misma. Sé inteligente. Piénsalo bien.
Pero su ritmo cardiaco se agitó como un conejo perseguido por
un depredador.
Corre.
Marcus fue al pie de la cama y, consecuentemente, la cadena
conectada al collar alrededor de su cuello tintineaba mientras se iba
moviendo. No parecía que tuviera el mejor agarre. Él ni siquiera la
miraba mientras le liberaba los tobillos.
Corre.
En el instante en que le dejó el tobillo izquierdo libre, Cora se
disparó fuera de la cama y hacia la puerta.
¡Corre!
Solo para sentir una sacudida dolorosa por el collar alrededor de
su cuello. Sentía que se asfixiaba mientras sus pies eran levantados
del suelo para aterrizar sobre su trasero. Sus manos fueron al collar
y comenzó a toser y a jadear en un intento por respirar.
—Ah, ah, ah.
Marcus caminó frente a ella mientras con toda tranquilidad movía
un dedo en su dirección. Él ni siquiera estaba sujetando la correa.
La había enlazado alrededor de la cabecera y por eso Cora había
sido aventada hacia atrás de manera tan implacable.
—Veo que realmente quieres volver a estar atada a la cama,
¿verdad? Supongo que lo intentaremos de nuevo más tarde.
—¡No, no! ¡Me portaré bien! Lo prometo.
Había sido pelear o huir; el impulso fue muy intenso, y Cora supo
que no había manera de que pudiera enfrentar a Marcus. Pero una
tonta parte de su cerebro llegó a pensar que tal vez, si se
encontraba desatada, sería lo suficientemente rápida como para
llegar a la puerta…
—¡No! —gritó cuando Marcus la tomó de la muñeca y la empujó
de regreso a la cama, de inmediato su cuerpo cayendo sobre el de
ella.
Lanzó golpes para quitárselo de encima, pero fue inútil. Él era
dos veces su tamaño y, antes de que Cora pudiera darse cuenta, ya
había encadenado el collar a la cabecera de tal manera que la
asfixiara, a menos que se mantuviera muy quieta.
—Cuidado —murmuró—. No querrás estropear ese bonito
cuello.
Esta vez, Marcus se tomó el tiempo de sacar unas esposas de
cuero, pesadas y de verdad, para las muñecas y los pies. No tardó
en atarle las muñecas. Oh Dios, no. Cora se mordió fuertemente el
labio mientras luchaba por contener las lágrimas, y Marcus pasaba
un momento acariciando las líneas rojas de su piel causadas por su
forcejeo con los pañuelos. No, él no la vería llorar.
Se aferró a la rabia e intentó avivarla una vez más. Como un
incendio. Como un escudo. Trató de dejar que cada pizca de odio se
reflejara en sus ojos y lanzó patadas cuando Marcus sujetó sus
tobillos. Pero fue inútil.
Al cabo de cinco minutos se encontró nuevamente con las
piernas y los brazos extendidos, esta vez atada a la cama mejor
asegurada que antes.
—Lo intentaremos de nuevo en una hora. Aprenderás a seguir
las reglas, pequeña. De una forma u otra.
Cora soltó un gruñido furioso mientras lo miraba.
Volvió a reír cuando abandonó la habitación.
Le llevó largos minutos aclarar su mente, pero finalmente obligó
a su respiración a regularse. Como cuando su madre solía
encerrarla en el sótano.
Cora saldría de esto. Con su madre había sobrevivido una
humillación tras otra, ¿cierto? Y todo porque pudo sentir que su
futura libertad se avecinaba. Había vivido en ese futuro imaginario,
permitiéndole que la nutriera por años.
Esto solo era otro obstáculo momentáneo. Escaparía de ese hijo
de puta, pero no tratando de huir al primer instante de ser liberada.
Eso había sido estúpido. No, iba a requerir astucia y planificación, y
tal vez incluso —Cora tragó con fuerza—, volverse partícipe de sus
enfermizos y retorcidos jueguitos.
No, la próxima vez no huiría. Sería la dulce niñita aterrorizada
que Marcus esperaba. Y luego, llegado el momento, haría su
escape, abandonaría la ciudad y, finalmente, haría que Marcus Ubeli
lamentara el día en que llegó a pensar en engañarla.
CAPÍTULO 12

Una hora más tarde, Marcus se encontraba de nuevo sentado al


borde de la cama mientras sostenía un vaso de agua con una pajilla
dentro. Ya había llevado a Cora al baño para después volver a
sujetar el collar contra la cabecera. Se había preparado para otro
intento de huida, pero Cora simplemente acató sus órdenes con la
cabeza gacha. Se había mostrado más sumisa de lo que lo había
estado en la última visita de Marcus. Y él no sabía por qué le
decepcionaba no ver ese fuego en sus ojos. Hacía que su polla se
pusiera bien erecta cada vez que ella le replicaba con esa boquita
de listilla suya. Y lo volvía mucho más determinado de conseguir su
sumisión.
Cora succionó la pajilla ávidamente.
—No tan rápido o tendrás cólicos.
Lo fulminó con la mirada. Ah, allí estaba. Marcus no se molestó
en esconder su sonrisa. Nunca imaginó cuánto iba a gustarle tenerla
indefensa, completamente dependiente de él.
Normalmente las mujeres no eran más que una forma de aliviar
el estrés. Útiles para una noche de placer y casi nunca llevadas de
vuelta para una segunda función. Si sucedía así, solamente se
debía a que eran convenientes y conocían el juego. Marcus no
necesitaba de complicaciones o de un posible foco de presión que
sus enemigos pudieran usar en su contra. No cometería los mismos
errores que su padre.
Pero Cora era algo totalmente diferente. Y aún no estaba seguro
de cómo se sentía al respecto.
—Despacio —murmuró mientras ella se ahogaba con el agua.
Sintió un nudo en el estómago mientras la veía toser y jadear por un
poco de aire, para finalmente terminar de recuperar el aliento.
Todo su cuerpo se había movido, listo para darle la vuelta al suyo
y golpearla en la espalda. ¿Qué cojones? Debería disfrutar de verla
escupir agua y de sus ojos húmedos. Pero en cambio, con cuidado y
ya aliviado, le limpió la boca y la ayudó a sentarse para que bebiera
el resto. Se puso tensa, pero dejó que se ocupara de ella. La
sensación de su cálido y ligero cuerpo en sus brazos hizo que su
erección comenzara a doler. Tuvo que tomarse un momento para
recuperar la postura bajo el pretexto de poner a un lado el vaso de
agua.
No se suponía que fuera así. La tenía justo donde la quería. Pero
en vez de abrumarla y enseñarle la despiadada lección que había
pretendido, la estaba mimando.
Cuidándola.
Había sido un problema desde el principio. Salir con ella y
cortejarla no había sido tan desagradable como debió de haber sido.
Cada noche se había masturbado y corrido imaginando a Cora
mirándolo con los ojos bien abiertos, inocentes y muy confiados.
Incluso ahora, quería quitarle el collar, comprobar si tenía marcas y
aliviar el dolor en su piel. Y en algún momento decidió entrenarla
para hacerla obedecer; asegurándose de que cediera, mas no que
se quebrantara.
Porque, aunque era su enemiga, no la quería totalmente
destrozada.
Sí, los dioses se estaban riendo. Y Marcus era el hazmerreír.
Estaba destinado a ser cruel en todo. Sobre todo, cuando se trataba
de vengarse. Por lo que haría que su corazón y piel fuesen de
piedra, se insensibilizaría ante sus súplicas y sus grandes ojos, y la
haría pagar por todo lo que debía en virtud de la herencia de su
padre.
Detrás de él, Cora se encontró suspirando.
No le preguntes. Se supone que no te importa una mierda.
—¿Qué? —soltó.
—Solo me preguntaba. ¿Acaso tengo un tatuaje en la cara que
dice “víctima”?
Su frente se arrugó y se volvió para mirarla.
—¿Qué se supone que significa eso?
—No eres el primero que se aprovecha de mí. Oh, no. Aquí hay
un patrón que se repite. Vine a la ciudad para escapar de él, pero
mira el gran trabajo que estoy haciendo —se mofó sin el más
mínimo sentido del humor—. Los Donahues, luego el sujeto que...
—No tendrás que volver a lidiar con ellos —dijo antes de siquiera
pensarlo.
—Oh, claro. Les hiciste algo a los Donahue, ¿cierto? Los
amenazaste o lo que sea. De todas maneras —sacudió la cabeza
hacia adelante y hacia atrás hasta donde se lo permitió el collar. No
miraba a Marcus. Quiso guardarse su humillación para ella misma
—. Siempre es igual. Pensé que solo era mi madre, pero estoy
detectando un patrón. Y el común denominador soy yo.
Marcus se vio obligado a dejar de apretar los puños y a relajar
los antebrazos. Ya había salido herida antes. ¿Entonces por qué lo
enfadaba tanto? No debería afectarle de ninguna forma.
—Empezó con mi madre, y ahora tú...
—¿Qué pasó con tu madre? —interrumpió.
—…todos ustedes creen que pueden controlarme. Y te dejé
hacerlo. Soy tan débil. Ya no quiero serlo —la última parte salió
como un susurro, como si se estuviera hablando a sí misma.
—¿Qué hizo ella? —Marcus se obligó a mantener la calma. No
sabía mucho de Demi, solo que había crecido en un hogar adoptivo
y que no tenía familia de la cual hablar, para más tarde, a la edad de
veintidós años, casarse con Karl Titan y un año después tener a
Cora, su única hija.
Cora se mofó con los ojos puestos en el techo.
—¿Qué no hizo? Me encerró en el sótano, me retuvo contra mi
voluntad. Me mantuvo en la granja como si fuera una prisión. No me
dejaba siquiera ir a la escuela o salir a socializar. Luego estuvieron
las veces en que se ponía violenta, abofeteándome o golpeándome
si llegaba a pasarme de la raya, sin mencionar todo el abuso verbal.
Cora sacudió la cabeza.
—Dios, creo que nunca lo había dicho todo en voz alta. Pero
estaba tan acorralada como… bueno, tan acorralada como lo estoy
ahora —su boca mostró una mueca parecida a la de una sonrisa—.
Hizo todo para protegerme, por supuesto. Es lo que ella te diría si en
algún momento te encontraras en condiciones de hablar con ella.
—¿Te llegó a lastimar? —Una agitación comenzaba a formársele
en el pecho ante el pensamiento de Demi abofeteando o golpeando
a su Cora… Porque ella era suya. Su mandíbula se apretó y su
visión se redujo como cuando tenía un enemigo a la vista. Nadie
más tenía derecho de poner sus manos sobre lo que era suyo.
Cora lo miró por un largo instante.
—Sobreviví a ello, Marcus —lo dijo como si fuera un hecho—. Y
de igual manera sobreviviré a esto.
Marcus lo volvía a hacer. Olvidar que ella era el enemigo.
—Por supuesto que lo harás. Vivirás una larga y miserable vida,
me aseguraré de ello.
Nadie le haría daño. Nadie más que él.
Ella suspiró.
—¿Alguna vez te pasó por la mente que soy como tu hermana?
Inocente, víctima de la circunstancia.
—No te pareces en nada a mi hermana —farfulló—. Ella murió, y
toda la bondad en mí murió con ella.
Se sintió bien decirle finalmente la verdad. Le sirvió para
recordar por qué se encontraba allí y sobre el cometido al que se
había entregado desde que descubrió el cuerpo destrozado y teñido
en sangre de Chiara. Su mandíbula se tensó.
—No es verdad —Cora se esforzó por ir hacia adelante—. Hay
bondad en ti. Se lo dije a Maeve porque creo...
—Ya fue suficiente. —Hora de enseñarle cuál era su lugar.
Removió la cadena de la cabecera y la sostuvo con firmeza. Ella
no protestó cuando la condujo fuera de la habitación. Podía ponerla
a arrastrarse. Pretendía humillarla en toda forma posible. Pero
simplemente… de momento no parecía lo correcto. Pero seguía
queriendo hacerlo. Desesperadamente. Verla de rodillas frente a él;
su polla se puso durísima con tan solo pensarlo. Pero había algo
acerca de su acción voluntaria de sometimiento; ese momento en el
que finalmente cedió, esa combativa chispa que aún ardía en sus
ojos. ¡Dios! Se estaba volviendo rápidamente adicto a esa chispa.
De hecho, esperaba verla en pocos instantes.
Cora le permitió llevarla a la mesa. Se trataba de un pesado
trozo de madera lo suficientemente largo como para sentar a veinte
personas, donde comerían con una vista de la ciudad brillando
frente a ellos.
Una mesa para uno.
Un cojín yacía junto a la silla de Marcus. Percibió el instante en
que Cora lo notó y entendió el porqué de encontrarse dispuesto allí.
—No —se sacudió con fuerza—. Uh, uh.
Marcus esperó mientras sujetaba firmemente su correa y sentía
un placer extendiéndose por todo su estómago. Estaba mal
encontrarse disfrutando tanto de su adiestramiento, pero después
de todos estos años de autocontrol, se trataba del único capricho del
que no podía privarse.
—Este es el precio —le recordó.
La comida ya estaba puesta en la mesa, con platos cubiertos por
tapas de vapor de plata. La comida olía delicioso, y solo podía
imaginar cómo aquello la atormentaba. El estómago le rugió; una
prueba innegable. Cora tenía que comer.
Vio la lucha interna reflejada en su rostro.
Para entonces, al final y hermosamente, ponerse de rodillas.
Su pecho cantó victoria.
—Buena chica —murmuró mientras se colocaba en el cojín.
—No soy tu mascota —se indignó.
—Ah, ¿no? —La cadena hizo ruido mientras Marcus la tiraba
hacia delante. Cora esperó con la barbilla pegada a la rodilla del
hombre mientras retiraba las tapas de vapor, liberando los
suculentos aromas en una ráfaga de vapor. Si pensaba sobre lo
cerca que estaba su boca de su polla, no iba a sobrevivir a la
comida. En cambio, intentó concentrarse en un pequeño bocado de
tortilla de huevos para llevárselo a la boca. Cora lo miró furiosa, pero
luego abrió la boca y comió.
—¿Ves? —dijo después de pasar minutos dándole de comer—.
Esto puede ser agradable.
—Es una cagada —murmuró después de tragar el último
bocado.
Le dio palmaditas en la boca con una servilleta.
—La Cora que conocí no diría esa clase de palabrotas.
—Entonces no deberías haberla matado. —Puso una sonrisa
desagradablemente dulce.
Su polla se contrajo dolorosamente dentro sus pantalones.
—¿Terminaste? ¿Estás llena?
—Sí —hubo cierto temblor en su voz. Lo vigiló atentamente,
como lo haría una presa con un depredador al acecho. Aquello
debió de haber alterado a Marcus, lo mucho que le gustaba dicha
imagen.
Suficiente espera.
Se levantó, empujó los platos de comida al suelo y la atrajo hacia
él. La puso sobre la mesa y extendió una mano sobre su pecho,
empujándola hacia abajo.
—Recuéstate. Quiero mirarte.
Sollozó y se puso tensa, pero permitió que Marcus la empujara
hacia atrás. Le abrió las piernas y volvió a tomar asiento. Veía por
completo sus partes íntimas… todo. Ella era exquisita y su aroma
embriagante. Su aliento separó sus pliegues. La vio estremecerse.
Trató de cerrar sus piernas, pero sus hombros las empujaron para
mantenerlas abiertas.
Su hermoso coño virgen. Mojado y brillante para él. Se mojó los
labios; su erección ahora dolía. Quería más que cualquier otra cosa
ponerse de pie, arrancarse la hebilla y sumergirse en lo más
profundo y húmedo de ella. El pensamiento de cuán apretada
estaría, lo atormentaba. Anoche apenas pudo dormir, y tuvo que
masturbarse dos veces más antes de volver a entrar en su
habitación esta mañana.
Recorrió su regordete labio vaginal con su dedo índice.
—Dime, ¿te tocas con frecuencia?
Cora miró el techo obstinada, con mejillas tornándose rosadas
cuando él empezó a explorar su interior, y hubo aún más flujo
caliente derramado en sus dedos.
—Tan abierta para mí —murmuró.
Lo insultó en voz baja.
Sus dedos pellizcaron sus muslos.
—¿Disculpa? ¿Qué fue eso?
—Ya me has oído.
También escuchó cómo la voz le temblaba.
—No creo que entiendas la naturaleza de tu situación. Esto —le
cubrió la vagina con la palma de la mano y no pasó por alto la forma
en que se retorció contra él. Tan sensible a las caricias. Lo volvía
loco—. Esto es mío. Esto también —le metió dos dedos en la boca.
Los ojos de Cora se abrieron de par en par—. Comes cuando te lo
diga, hablas cuando te lo diga, te arrodillas cuando te lo diga. Y tú
no discutes. Si necesitas aprender la lección, con gusto te la enseño
—sacó los dedos, limpiándoselos en el vientre de Cora para
después enterrar su rostro en su vagina.
Chilló y sus piernas se tensaron alrededor de su cabeza, para un
momento más tarde relajarse y abrirse. Los sonidos que salían de
ella eran jodidamente obscenos. Y su sabor. Ambrosía. Los dioses
desearon haberse dado un festín con ella.
Pero ella era suya.
Todo suya. Solo de él. Para siempre.
E iba a tomarla y hacerla su esposa de toda forma posible para
que ella nunca lo olvidara.
Empujó su silla hacia atrás y se puso de pie.
—Quédate aquí. No te muevas.
Sus condones estaban en el baño. A Cora se le había aplicado
una inyección anticonceptiva antes de la boda, pero no iba a correr
ningún riesgo. El hecho de que pudiera pensar con la suficiente
claridad como para recordar era un maldito milagro. Pero había
jurado nunca traer a un niño a este jodido mundo, y ni siquiera la
cosita mágica de Cora era suficiente para hacerle olvidar ese
principio más básico de su vida.
Salió disparado de la habitación, apenas evitando el correr.
Finalmente hundiría su polla dentro de ella. Tal vez eso finalmente
calmaría la locura que había creado en él. Sí, una vez que la tuviera
su atracción de sirena disminuiría, y Marcus sería capaz de volver a
pensar con claridad. Podría volver al plan inicial.
Cogió un preservativo del compartimento en su baño, y
pensándolo mejor, fue a por dos más, para después girarse y volver
al comedor.
Se lo había imaginado miles de veces, lo que se sentiría
finalmente hundir sus bolas profundamente en su exquisito coño. Y
ahora estaba a sólo unos momentos de…
Pero Cora se estaba apresurando hacia la puerta principal con
cadena en mano, casi tropezándose con sus propios pies en su
apuro por llegar allí antes de que Marcus regresara.
Marcus llegó al otro lado de la habitación en cuatro zancadas. Y
Cora gritó cuando la rodeó con sus brazos por detrás, con tanta
fuerza que probablemente la dejó sin aliento, pero no le importó.
¿Pensó que podía huir de él? ¿Pensó que podía escapar?
Se sacudió y echó un golpe hacia atrás con el codo. Mierda.
Marcus no pudo evitar el “uy” que se le escapó de los labios. Dolió.
Pero no la dejó ir. Nunca la dejaría ir. Y pronto Cora lo entendió,
porque era una lección que él no iba a dejar que olvidara. Pero
luego enloqueció en sus brazos.
—¡Ayuda! ¡Ayuda! —Lanzó patadas y conectó con la columna
blanca que sostenía a la estatua que había admirado cuando
Marcus la trajo al pent-house la primera vez, hacía como un millón
de años. La estatua impactó contra el suelo y quedó hecha añicos.
Pero no dejaba de sacudirse, patear, pelear y moverse.
—Joder —maldijo Marcus.
Cora no paraba de gritar mientras la cargaba de vuelta al
dormitorio.
—Cállate —ordenó, sujetándola con su peso—. Cora. ¡No te
muevas!
Se quedó paralizada ante sus órdenes ladradas. Él puso una
mano encima de su agitado vientre, apaciguando sus movimientos
bruscos.
—¿Te he hecho daño?
Lo miró como si él fuera el loco.
—Quédate quieta y déjame asegurarme de que no te clavaste
vidrio en los pies.
La soltó y examinó sus piernas desnudas. Marcus quería gritarle,
¿en qué diablos estabas pensando? Pero sabía lo que ella estaba
pensando. Estaba tratando de alejarse de él.
Y ahora un fragmento de vidrio se había incrustado en su
pantorrilla. Quién sabría cuál era el estado de sus pies. Un mal
presentimiento le revolvió el estómago. Marcus no la había
protegido. Con el ceño fruncido lo sacó fuera.
—Necesito limpiar esto. ¿Te quedarías en la cama?
Cuando Cora lo miró, él suspiró. Sin decir una sola palabra,
encadenó su pierna al poste de la cama. Era una cadena mucho
más larga, pero aun así no tardó en asegurarla. No se habría
lastimado si lo hubiera escuchado.
Marcus fue al baño y regresó con un botiquín de primeros
auxilios. Cora se sacudió un poco cuando le limpió la pequeña
herida, quedándose quieta y parpadeando cuando comenzó a
vendarla. Él contuvo la respiración mientras le miraba los pies, pero
ya no había más vidrio. Respiró aliviado.
—Tienes que dejar de pelear conmigo. Pudiste haberte lastimado
de verdad.
La mandíbula de Cora se endureció y Marcus se dio cuenta de
que las palabras habían salido con más fuerza de lo pretendido.
Bueno, ella podría superarlo. Las cosas en este matrimonio solo
terminarían de una manera. A su manera.
Sin embargo, sus siguientes palabras solo demostraron que no
había entendido.
—Si paro, ¿me dejarás en paz?
—No —cerró el botiquín con un chasqueo decisivo. Se encontró
con su mirada y, por detrás de la terquedad, terminó viéndola a ella.
La Cora que nunca había aprendido a esconderse. Vulnerable.
Hermosa. Preciosa—. Te lo dije, Cora —finalmente dijo muy suave
—. Yo te cuidaré.
La frente de Cora se arrugó como si no supiera qué hacer con él.
Pero Marcus podía verlo en sus ojos. No estaba poniendo
resistencia, ni siquiera cuando dijo:
—No puedo hacer esto —sacudió el pie, comprobando el agarre
del grillete.
—Sí puedes —murmuró. Marcus sabía lo fuerte que ella era,
pero necesitaba mostrarle que también podía haber fuerza en la
sumisión.
—Peleas conmigo, pero no quieres que te deje solo —se acercó
más y Cora cerró los ojos, como si dejara que su profunda voz la
envolviera—. Déjate llevar, Cora. Solo hazlo, y permítete a ti misma
ser mía.
Deslizó una mano por su muslo y la respiración abandonó los
pulmones de Cora. Su pierna se puso tensa bajo su caricia, pero no
se movió.
—Déjame mostrarte —murmuró—. Déjame darte una muestra de
cómo será. Puedo ser un amo amable.
La conmoción le recorrió todo el cuerpo ante la palabra amo; y
todo él involuntariamente respondiendo a Marcus. En vez de
indignación, sintió deseo. Incluso con los ojos cerrados su rostro la
traicionó.
—Podemos hacer esto por las buenas o por las malas. Tú
decides —continuó acariciando su pierna—. Imagina cómo sería. No
pelear. No tener que ser firme. Que dejes que me quede contigo —
su voz se hizo más grave, relajante, hipnotizante—. Puedo
mantenerte a salvo. Nadie te tocará.
Aquello la agitó un poco.
—Nadie, excepto tú.
—Pero te gusta cuando te toco. Eso ha quedado claro. ¿Qué te
hace pensar que no te gustará el resto de mi dominio sobre ti?
Un pequeño suspiro. Su cuerpo yacía extendido ante él,
ruborizado y perfecto, hecho por los dioses para ser reclamado y
controlado por Marcus. Cora se dilató y se mostró complaciente
cuando la tocó con sus manos de arcilla. Aunque se había puesto
duro, sintió la más extraña emotividad.
¿Y si…? ¿Y si pudiera ser así? ¿Días con ella entre sus brazos,
a su lado, y noches con ella doblegándose ante él?
No solo sería el hombre más poderoso del mundo. Se sentiría
como uno. Todo lo que había construido, todo lo que había hecho,
toda la mierda, la fuerza de carácter y el pecado por los que había
pasado durante años… ¿Y si todo había sido por ella? Una
inocencia puesta en un pedestal y protegida como la cosa preciosa
que era. Su esposa, su trofeo y recompensa.
Tan solo tenía que moldearla…
Lentamente se movió y se sentó en la cama donde Cora aún
podía llegar a él, incluso con la cadena.
—Ven, acuéstate sobre mi regazo.
Parpadeó hacia él con la frente arrugada. La incertidumbre luchó
contra la curiosidad.
—Ahora, ángel —dijo aún con amabilidad—. O será peor para ti.
Ella se movió, arrastrándose sobre la cama hacia su dirección.
Marcus escondió una sonrisa. Había interpretado bien las señales.
Cora quería luchar, pero su instinto le decía que se sometiera.
Iba a mostrarle que no peleaba tanto con él como lo hacía con
ella misma.
Su polla se endureció mientras Cora se colocó sobre sus
piernas. Más tarde. Más tarde se aliviaría a sí mismo. Ahora mismo
necesitaba concentrarse en ella.
—¿Qué… qué estás haciendo? —Su voz apenas era audible, y
vacilante.
—Voy a darte una lección —dijo con voz tranquilizadora mientras
frotaba su pequeño y atractivo culo. Cora se movió y Marcus estrujó
con más fuerza, dando una orden no hablada sobre que tenía que
dejar de moverse. Obedeció de inmediato, dejando que su ligero
peso colapsara sobre sus duros muslos. Su polla creció dentro de
sus pantalones, rozando el vientre de Cora. Cada vez que ella
respiraba, él lo sentía.
¡Dios! Esto podría matarlo.
Se concentró en masajear su culo y la parte trasera de sus
muslos, haciendo nudos. Preparándola para el castigo.
—Eso se siente bien —farfulló.
—Así es. Sé una buena chica y te haré sentir bien. No hay
necesidad de pelear. No ganarás.
Soltó un pequeño soplido, pero se quedó quieta. Marcus frotó
entre sus piernas y ella se sacudió con hombros tensos.
—Tranquila —la calmó como si fuese un caballo salvaje—.
Déjame hacerte sentir bien.
Marcus sintió el momento en que decidió rendirse para
finalmente relajarse ante sus caricias. Cora había ido al límite tanto
como pudo, y ahora, cansada de luchar, pudo rendirse. Él apartó las
manos y ella soltó un fuerte y repentino suspiro.
—Ahora voy a azotarte —le dijo con firmeza—, y lo aceptarás.
¿Sabes por qué estás siendo castigada? —hizo una pausa. Cora
permaneció callada—. Huiste de mí. No puedes hacer eso, Cora.
Solo acabarás herida. No puedo protegerte si no obedeces.
—Nunca voy a obedecerte —un susurro desafiante. Lo último
que le quedaba.
—Lo harás. Te enseñaré —le estrujó la nalga derecha lo
suficientemente fuerte como para lograr una placa blanca
contorneada en rojo en su culo. Azotó ligeramente la izquierda,
disfrutando del movimiento de su firme piel.
Su palma azotó con más fuerza, primero una nalga y luego la
otra. Cora se retorció y Marcus apretó los dientes contra el tormento
de la estimulación de su polla que goteaba. Él tenía el control y no
iba a perderlo. No iba a follarla como él tanto quería. No hasta que
se lo ganara.
Se quitó de encima sus piernas con un movimiento de las suyas,
sosteniéndole la parte baja de la espalda con una de sus grandes
manos. Después de una breve y simbólica lucha, Cora se dio por
vencida. Su cuerpo se relajó y se volvió lánguido, aceptando cada
azote en su culo al aire. En cuanto a los azotes, aquel fue leve;
suficiente para provocar dolor, pero no para dejar una herida.
Marcus no pasó por alto el cambio de respiración o el ligero
movimiento de sus caderas cada vez que azotaba más cerca de su
vagina. Usó su propia pierna para separarle los muslos y observó
con satisfacción cómo sus pliegues brillaban.
—Lo estás haciendo muy bien —ronroneó—. Sometiéndote.
Aceptando tu castigo. Qué chica tan buena.
Cora no dijo nada, pero Marcus no necesitaba que lo hiciera. El
pegajoso flujo que goteaba entre sus piernas y que mojaba sus
pantalones, le dijo cómo Cora se sentía realmente. Pero eso ya lo
sabía, ¿cierto? Había un trasfondo de innegable atracción entre
ellos. Él dominaba y ella obedecía. Se habían unido en esta
situación; Cora cediendo sus fuerzas y Marcus aceptándolas, desde
el primer instante de conocerse.
Si ella no fuera el enemigo, Marcus diría que era la mitad que a
él le faltaba. Solo ella podía hacerlo sentir completo.
Pero era el enemigo, y él sabía que no debía sucumbir a sus
encantos. La moldearía y la controlaría hasta que ella supiera cuál
era su lugar —a sus pies—, y su implacable dominio sobre ella. La
vocecita que le dijo que sería mejor que Cora viniese libremente a él
para someterse… Sacudió la cabeza ante el pensamiento. Eso era
debilidad y no tenía lugar en su razonamiento.
Cora gimoteó y Marcus le azotó la nalga derecha. Su pálida piel
estaba enrojecida y caliente al tacto. Sus azotes habían sido cada
vez más intensos y ella los había aceptado.
La primera parte del castigo había terminado. Tiempo para la
segunda parte.
Su mano se deslizó entre sus piernas para encontrar los
aceitosos pliegues a ambos lados de su clítoris y acariciarlos. Se
retorcía y él la llevaba hacia abajo; sus dedos nunca pausaron su
propio ritmo.
—Deja de pelear. Solo disfrútalo.
—No debería… —habló sin que se entendiera, como si estuviera
ebria. De endorfinas. De él.
—¿Quieres que pare?
Hubo una pausa interminable antes de que respondiera con voz
más clara:
—No.
Marcus se permitió una sonrisa de satisfacción.
Dejó de sujetarla con demasiada fuerza, dándole la libertad para
escaparse si ella así lo quería. Pero se quedó quieta y la
recompensó, rasgándola como a una guitarra; sus jadeos y gemidos
como música creada por él. La ejecutó a la perfección hasta que se
puso rígida, jadeó y tuvo un orgasmo. Le humedeció la mano y los
puños de su impecable camisa blanca.
—Bien —la elogió—. Muy bien.
Pero Marcus no había terminado. Una vez no era suficiente para
conseguir que Cora lo entendiera. E inclusive si lo fuera, no podía
mantener sus manos lejos de su cuerpo.
Le frotó su rosado trasero y apartó su pierna de las suyas. Pero
ella no se movió y no protestó cuando la volvió a azotar una vez tras
otra, alternando al frotar su necesitada piel hasta que se corrió, se
corrió y se corrió.
La tercera vez se olvidó de sí misma y gimió tan fuerte y salvaje
que llevó a Marcus a exigirle más. Para la quinta, estaba exhausta y
lloriqueando que la liberara, pero todo aquello fue muy dulce; ver su
rostro humedecido por el sudor y toda la confusión y la lucha
desvaneciéndose hasta convertirse en una dulce, dulce sumisión.
Sus piernas se abrieron voluntariamente y presionó su trasero
contra su mano, aun cuando él no se encontraba dándole placer. En
ese momento era suya. Completamente. Y nunca se había sentido
más como un rey. No fue sino hasta después, cuando se paró sobre
su débil y saciado cuerpo, que se dio cuenta de su error. Que cada
jadeo y apretón involuntario de su coño eran como un eslabón en
una cadena que lo entrelazaban con ella, con la misma solidez con
la que la había atado a su cama.
Esperó mucho tiempo mientras la veía dormir, resultándole muy
difícil pensar con claridad y viéndose demasiado vinculado con ella
como para irse.
CAPÍTULO 13

Cora despertó de su sueño con una sacudida. Una pesadilla. Se


encontraba en su propia boda, dijo sus votos y luego Marcus se
convirtió en un monstruo y se la llevó. Gritó y fue con los invitados
para pedirles ayuda, pero Armand y el resto continuaron bebiendo
sus copas y rieron.
Volvió a cerrar los ojos y rodó sobre su costado. Algo le jaló el
tobillo con un tintineo. La cadena.
No fue un sueño.
La boda. La noche de bodas cuando Marcus lo filmó todo y fue
tan cruel… Pero luego volvió a cambiar. Se mostró tan dulce
después de que ella rompiera la estatua. Y luego el… castigo.
Había sido humillante caer de rodillas ante él y de esa manera,
pero se dijo a sí misma que lo estaba permitiendo porque
necesitaba conseguir una entrada en las defensas de Marcus.
Intentar escapar nuevamente habría sido tan estúpido e inútil como
la primera vez. Solo necesitaba ser más lista que él. Jugar según
sus reglas por un tiempo; darle lo que quería y ganar su confianza.
Ya le había dado más libertad. No podía tenerla encerrada para
siempre.
La quería como trofeo, pero, ¿qué tenía de divertido si no podía
exhibirlo en público? Si le seguía el juego tal vez él le daría más y
más libertad, y entonces podría escaparse en cuanto tuviera una
oportunidad real de hacerlo.
El problema era que, una vez que su “castigo” hubiera
comenzado…
Sus ojos casi se salieron de sus órbitas cuando pudo recordar. Al
principio, era como una combinación liosa de dolor y placer mientras
Marcus la azotaba. Pero entonces… fue algo completamente
distinto. Ni siquiera sabía cómo explicarlo. Era como si hubiera
levitado del suelo mientras aún estaba dentro de su cuerpo. Como
una pausa de la realidad en la que no tenía que preocuparse de
nada, excepto de lo que se encontraba sintiendo. Y el placer, madre
mía. El placer. Ni siquiera sabía que era posible correrse tantas
veces.
Le entregó su cuerpo, como si hubiese saltado desde un
acantilado con el conocimiento absoluto de que él la atraparía.
¿De qué diablos iba esto?
Los recuerdos le calentaron las mejillas y le ocasionaron un
hueco en el estómago. Cada vez que la tocaba, Cora se entregaba.
Se frotó las manos por la cara y miró por la ventana. No sabía
por cuánto tiempo había dormido. Parecía que el atardecer se
acercaba. Dejó la cama para probar su nueva y más larga correa. La
cadena le permitía ir al baño si se sentaba con el pie extendido.
Vaya generosidad.
El grillete alrededor de su tobillo no tenía una cerradura que
pudiera abrir, por lo que podía notar. Lo mismo sucedía con el collar.
No te comportarás como una esposa, bien. Sigues siendo de mi
propiedad.
Cora apretó los dientes, quitándose de encima los recuerdos del
confuso placer. A la mierda con eso. El hecho de que Marcus
pudiera manipularla de manera emocional como quería, no
cambiaba nada.
—Sí, yo dije “mierda” —miró alrededor de la habitación—.
Acostúmbrate.
Su madre le enseñó que las chicas buenas no decían palabrotas,
pero ¿a dónde la había llevado el ser buena?
Atada a su cama en su noche de bodas.
Pasó largos minutos comprobando la resistencia de la cadena y
el poste de la cama que la sujetaba. Luego se rindió.
Volvió a contemplar la cámara de la esquina con su luz roja
todavía parpadeándole.
—Tengo hambre —anunció. Después de ese previo desayuno
abundante, solo tenía un poco de hambre. Pero tenía la sensación
de que era una petición que Marcus no ignoraría. Parecía que le
gustaba ocuparse de sus necesidades físicas, por lo que Cora
apostaría que en un minuto él entraría y le diría cualquier tarea
humillante a realizar para poder comer. Y ella lo haría.
Someterse. Sobrevivir. Escapar.
—Un día de estos —murmuró y volvió a hundirse en la cama.
Seguía desnuda. A su nuevo marido parecía gustarle así. Indefensa.
Desnuda. Encadenada. Maldito enfermo.
Se pasó las manos por los brazos y luego por el pecho. Había
superado su primer día de matrimonio. ¿Qué traería esta noche?
Sin duda, más de lo mismo. Él iría a buscarla y ella se doblegaría
y se sometería. No podía evitarlo. Algo en ella respondía a Marcus.
Él llevaba las de ganar, pero ella haría cualquier cosa para seguir en
el juego. Así que sí, se doblegaría. Pero no se dejaría derrotar.
Seguiría siendo su propio dueño sin importar lo que él hiciera.
Sin importar cuántas veces la llamara mía.
Transcurrieron largos minutos y Marcus no llegaba. ¿Es porque
sabía que Cora estaba tratando de ejercer un pequeño control sobre
la situación? Cruzó los brazos sobre el pecho, pero no pudo evitar
que sus pensamientos se desviaran hacia donde siempre lo hacían.
Su fuerte y hermoso cuerpo como el de un dios. Poderoso;
consumiendo todo a su paso. Al pensar en ello su respiración se
aceleraba y sus pezones se ponían erectos.
¿Cómo podía resistirse a ser dominada por él?
Al acariciarse distraídamente el brazo derecho, su muñeca le
rozó el pezón, y un fuego se disparó desde el erecto pezón hasta su
despierto centro de placer. Cada vez que Marcus entraba en una
habitación, su cuerpo se sentía vivo.
Tal vez podía… No, no debería…
¿Pero y si lo hacía?
Se mordió el labio. Y luego, relajada, abrió las piernas. El primer
roce de sus dedos fue como la llegada de la primavera; una calidez
respirando sobre la superficie. El calor soltó sus capas y floreció con
mil pétalos abriéndose. Nunca se había atrevido a tocarse. Su
cuerpo era un jardín secreto y solo un hombre poseía la entrada.
A la mierda con eso. Su dedo se sumergió en su húmedo
conducto, extendiendo un flujo sedoso sobre sus pliegues internos.
¿Por qué había esperado tanto tiempo para hacer esto? No era
vergonzoso ni indecente. Se sentía…
—Oh, Dios —gimió, apretando las piernas y cerrando los
párpados. Con la yema del dedo encontró un punto que envió
corrientes eléctricas por todo su cuerpo.
Olvida a Marcus, ella misma podría complacerse.
Ahora que lo pensaba, Marcus… Su marcado rostro ocupó todo
lo que ella veía; sus ojos plateados destellaban y sus mejillas se
teñían de rojo debido a la ira y a la excitación. Mmmm, sí, justo ahí.
Su espalda se arqueó mientras su dedo rodeaba su clítoris. Se
sentía bien.
Parpadeó indolentemente.
—¡Marcus! —gritó y se echó hacia atrás, dándose espacio para
sentarse.
Su marido estaba de pie ante ella.
—¿Pasándola bien, esposa? —la palabra “esposa” estaba llena
de tensión.
—En realidad, sí —su voz emitió un ligero chillido que no
mostraba nada de la resistencia que Cora pretendía dar.
Marcus la siguió, como un nubarrón oscuro con violencia apenas
controlada. Le agarró la muñeca y se la llevó a los labios. Le
sostuvo la mirada mientras le chupaba los dedos. Cora lloriqueó,
cerrando los muslos. ¿A quién estaba engañando? El placer que
aumentaba entre sus piernas era ahora como un volcán en
comparación con la llama parpadeante de su previa excitación.
Marcus le limpió su propia esencia de sus dedos, con lengua
enroscándose alrededor de cada delicado dedo hasta que cerró los
ojos mareada por el placer. Su mano izquierda ahuecó el lugar entre
sus piernas.
—Esto me pertenece. Sientes dolor y placer solo cuando yo lo
diga.
Por un emocionante momento, la base de la palma de su mano
rozó su clítoris. Una onda de choque la recorrió por completo. Pero
la dejó ir y ya no estuvo. Cora ahogó un gemido. Su cuerpo
palpitaba, lamentándose el que ya no estuviera.
—Bueno, discúlpeme, amo y señor —allí estaba su resistencia.
Aparentemente, haber perdido un orgasmo la puso de mal humor y
le trastornó el cerebro de todo instinto de supervivencia, porque
continuó siendo sarcástica—. No me di cuenta de que te ibas a
hacer cargo de todas las funciones de mi cuerpo.
—Todo, Cora. Toda tú me pertenece.
Llevó las piernas a un costado de la cama.
—Bueno, en ese caso, tu estómago está hambriento.
Aliméntame.
Marcus se acercó al poste de la cama y se puso en cuclillas junto
a la cadena. Su cuerpo no le permitió ver a Cora cómo funcionaba el
mecanismo.
Para la próxima. En algún momento tenía que cometer un error.
Regresó con la cadena en mano y le dio un considerado tirón.
—Te daré de comer. Pero seguirás siendo castigada por tocar lo
que me pertenece.
—¿Cómo vas a castigarme esta vez? ¿Atarme? ¿Humillarme?
¿Azotarme? Oh, espera, ya lo has hecho.
—¿Crees que eso es lo peor que podría pasar? —Se enrolló la
cadena alrededor de su muñeca, tirando de Cora hacia arriba.
Terminó por ponerse de pie, temblando ante su cercanía. Quería
desatar su rabia contra él, golpearle el pecho, gritarle y romperle el
corazón como Marcus lo había hecho con el suyo. El resto de ella
quería que la tocara fuerte, bien y gentil, satisfaciéndole el hambre
que latía en su interior.
La llevó a ponerse sobre las puntas de los pies. Cora lo miró de
la mejor manera posible, pero fue pillada y puesta a su merced. Un
pez en el anzuelo.
Marcus abrió la boca para decir algo, pero su estómago gruñó lo
suficientemente fuerte como para resonar por toda la habitación.
Cerró la boca y hubo diversión brillando en sus ojos plateados.
—¿Hambrienta?
—Ya te dije que lo estaba.
Iba a poder luchar mejor con él si tenía la barriga llena.
La cena fue más de lo mismo que el desayuno. Cora en el cojín
a sus pies y Marcus dándole de comer filete miñón, bocado delicioso
tras bocado delicioso. Hubo veces en las que no hizo uso del
tenedor. La hizo chupar los jugos en sus dedos. Y lo hizo,
poniéndose cada vez más húmeda, especialmente cuando su dedo
pulgar se quedaba dentro de su boca, acariciándole el labio inferior
y arrastrándose hacia abajo por su garganta y hasta su pecho,
donde tiró de sus pezones. Cora gimió impotente; estaba como loca.
Y estaba tan segura de que él podía provocarle un orgasmo con
unos cuantos golpecitos con sus dedos. O mejor aún, con su
lengua.
Cuando la cena terminó, no la levantó sobre la mesa como
antes. Y cuando la llevó de vuelta a la habitación, simplemente
volvió a atar la cadena a la cama.
Y luego.
Él.
Se fue.
—Espera. ¿A adónde vas?
Se volvió en el umbral y la miró.
—¿Ya me extrañas? ¿Quieres que me quede? —Había un
hambre voraz en sus ojos mientras preguntaba.
—No —dijo en automático—. Te odio.
—Bueno, tus deseos son órdenes —dijo, completamente
amable. No obstante, al segundo siguiente, esa hambre voraz
estuvo de vuelta, ocupando una posición agresiva—. Pero si veo
que tu mano roza ese coño que me pertenece sin mi autorización,
créeme, no te gustarán las consecuencias. Desearás de vuelta los
días en que solo estabas atada a la cama —la frialdad en su voz
envió un escalofrío por su columna vertebral.
Cora levantó la barbilla y lo fulminó con la mirada.
—Vete si vas a hacerlo. No soporto mirarte un segundo más.
Las comisuras de sus labios se alzaron en una media sonrisa.
—Ten cuidado con lo que deseas, pequeña.
Y luego se fue.
CAPÍTULO 14

Cora descansaba sobre el pesado cojín, apoyada en la pierna de su


marido y, sobre su cabeza, en el escritorio, el teclado sonaba
mientras Marcus escribía.
No se parecía en nada a como pensaba que sería su luna de
miel.
¿Caminar desnuda, posar para su marido y dejar que la llevara
con un collar y una cadena como a una mascota? Acurrucada en un
cojín a sus pies y dormitando todo el día. Por la noche dormía con
una cadena que la ataba a la cama. No iba a atreverse a quejarse
en caso de que él decidiera atarla de nuevo.
Ni siquiera sabía qué día era. ¿Tal vez cinco días desde la boda?
¿Seis?
Varias veces al día, a veces después de una comida y a veces
de repente, la empujaba al suelo o la levantaba sobre la mesa de su
oficina o comedor, o sobre el suelo. Y luego jugaba con ella, la lamía
y la torturaba… hasta que se encontraba al boooooooooorde del
orgasmo.
Y luego se detenía y, como si nada, volvía a lo que fuera que
estuviese haciendo, siempre con la amenaza de volver a atarla a la
cama si se atrevía a tocarse para terminar lo que él había
empezado. Estaba tan loca, excitada y al borde que a veces se
preguntaba si valdría la pena. Solo por una vez. Madre mía. Si tan
solo pudiera correrse una vez más.
No sabía cómo Marcus lo había hecho. El sexo no era algo que
hubiera estado en su radar hasta que llegó él. Pero desde que sintió
sus manos en su cuerpo y experimentó el tipo de placer que él
podía causarle… era como esas drogas de las que se decían que
solo había que probarlas una o dos veces para volverse adicto.
Bueno, ahora se sentía adicta al sexo… ¡Y seguía siendo virgen!
Madre mía. ¿Cómo sería si ellos finalmente…?
Tragó con fuerza y levantó la mirada a Marcus. Peor aún, tenía la
horrible sospecha de que su adicción solamente era Marcus.
Por encima de su cabeza, los dedos de Marcus se movían de
prisa sobre el teclado. Quería a Cora a su lado, arrodillada sobre el
cojín mientras trabajaba y acurrucada a sus pies como si fuera una
mascota.
El segundo día la encadenó a su escritorio y ella se hizo oír.
—¿Cuánto tiempo vas a seguir con esto? No puedes
encadenarme como a un perro a todos lados a los que vayas. Soy
una persona, maldito seas.
No hubo respuesta.
—Oye, te estoy hablando —ella le había empujado las piernas
debajo de la mesa.
Entonces él respondió. La amordazó y le esposó las manos a la
espalda y así fue como pasó todo el segundo día hasta la hora de ir
a la cama. Aparte de las tres veces en que la llevó al borde del
orgasmo y se apartó en el último segundo posible, dejándola tan
necesitada que se alegraba por la mordaza, pues en ese momento
le habría rogado, implorado y prometido cualquier cosa si tan solo él
por favor, por favor, terminaba lo que había empezado.
Afortunadamente, Cora se controló cuando la liberó de la
mordaza antes de acostarse, y todo lo que quería hacer era gritarle
en la cara. Gritar, patear, golpear y gritar todavía más. Pero se
mordió el maldito labio porque después de un día en que se volvía
loca de aburrimiento y los devastadores episodios de placer se
detuvieron a nada del orgasmo, estaba empezando a entender la
situación.
Esto era por motivos de poder.
Y Marcus haciéndole saber que ella no poseía ninguno.
El tercer día fluyó mejor. Cora habló un par de veces.
—¿Puedo al menos tener un libro para leer? ¿Papel para
dibujar? —No era una artista en absoluto, pero incluso garabatear
se sentiría como una profunda estimulación intelectual.
Para este momento, ya había examinado cada centímetro de la
oficina de su pent-house, contado cada uno de los 113 libros de su
librería —la mayoría de aspecto aburrido sobre contabilidad y
negocios, y el resto una pequeña sección de novelas de Stephen
King—, y pasado horas buscando rostros y formas en los tabiques
de yeso laminado, ingeniosamente rellenados con masilla.
Como era de esperar, no hubo respuesta alguna.
La cadena para el día que Marcus le había permitido era
ligeramente más larga que la nocturna. Podía sentarse a sus pies
mientras él trabajaba en su escritorio. Otra cosa por la que estaba
agradecida. Pero también furiosa por esa misma gratitud.
Había algo claro, Marcus Ubeli era un maestro de la
manipulación. Lo había sido desde el principio.
Hoy se sentó a sus pies con la mente alterada.
Estaba molesta, aburrida, frustrada y muy, muy cachonda.
Suspiró y agachó la cabeza, examinando los bordes
desgastados de su manicura. Se creía muy elegante, yendo al spa,
preparándose para su boda. Si pudiera enviarse a sí misma una
carta, se habría dicho que se olvidara de todo y huyera.
Pero no era como si la vieja Cora le hubiera creído; creía en los
cuentos de hadas, en apuestos hombres de negocios conociendo a
una joven y hermosa mujer para después enamorarse. Dejándola
completamente enamorada con la boda de sus sueños y una vida
de felicidad conyugal.
Debería escribirles a los autores de esos cuentos de hadas y
decirles que eran unos mentirosos de mierda.
Se meneó para ponerse en una posición cruzada diferente. Se le
dormían las piernas. Marcus no habló, pero apoyó una mano en su
collar advirtiéndole en silencio que se quedara quieta.
—Esto es una putada —espetó.
El teclado se quedó en silencio. Uy. Marcus daba más miedo
cuando estaba tranquilo, como un tiburón detectando sangre en el
agua. Cora había ido demasiado lejos. Y bueno, ya es demasiado
tarde.
—Estoy aburrida.
—¿Esperas que te entretenga?
Hombres adultos se desquiciarían de miedo si Marcus les
hablara de esa manera. Cora miró la alfombra y se mantuvo en
silencio. Porque le había dirigido la palabra. Finalmente. Después de
días de silencio, finalmente Marcus volvió a hablar. Pensó que en su
cabeza había sobre exagerado demasiado el tono bajo e inmoral de
su voz, pero madre mía. No. Cada sílaba era un rugido que iba
directo a su sexo.
Un clic y Marcus apartó el portátil cerrado. Luego se levantó, tiró
de ella y la levantó sobre el escritorio, cara a cara con esos
asustados ojos grises. Le acarició los brazos mientras examinaba
sus tetas desnudas.
No parecía enfadado o irritado. Más parecía pensativo. Le
acarició el pelo desde el collar y sujetó entre sus dedos un mechón
sedoso. El calor proliferó en Cora, subiendo hasta sus mejillas,
mareándola. Unas cuantas simples caricias y su cuerpo se
preparaba para la acción con Marcus.
Por la sonrisa puesta en sus labios, él lo sabía.
—Es hora de tu castigo —le dijo, y le abrió las piernas.
—Marcus...
Puso un dedo en sus labios.
—Silencio, ángel.
Sus ojos se abrieron de par en par. Hacía tiempo que no la
llamaba ángel. Bueno, no la había llamado de ninguna manera
considerando que no le había estado hablando, pero ángel la golpeó
en la región de su plexo solar. Lo cual era muy, muy, muy estúpido.
Pero entonces comenzó a tocarla y el mundo se volvió difuso.
Marcus se tomó su tiempo, dándole palmaditas a la rodilla de Cora y
abriendo más sus muslos, tratándolos con pequeñas caricias que le
llegaban hasta la médula. A menudo la examinaba así, y ella se
sometía. Siempre estaba mojada, y cuando él se detenía,
indudablemente quería más.
Cora sacudió la cabeza, incapaz de compaginar las partes feas
de su situación con las hermosas que él le hacía sentir.
—Pobre coño descuidado —ridiculizó. Pasó suavemente su
pulgar por encima de sus pliegues. Ella se oponía al tono, pero no
quería que parara. Tal vez como volvía a hablarle, significaba que
finalmente dejaría de torturarla. Pero no se atrevió a preguntárselo
en voz alta. No, su súplica era silenciosa.
No te detengas. Sigue tocando. Justo ahí.
—¿Ya casi? —Sus largas pestañas se elevaron para mirarla.
Sus caderas se meneaban y con la mano izquierda la estabilizó. Se
inclinó y le sujetó la pierna izquierda bajo el codo mientras acercaba
su cabeza… tanto que… él estaba… ¡Madre mía!
Su lengua dio giros sobre su aceitosa piel, encontrando los
puntos necesitados y reconfortándolos, pero aumentando el dolor.
Sus caderas se sacudían y él se rio, ocasionando que su aliento
caliente resoplara contra su sensible piel.
—Marcus —quería agarrar su sedoso pelo y acercarlo más, pero
no se atrevió—. Por favor…
Se necesitaron unas cuantas lamidas más para ponerla muy
cerca del límite. Tan cerca…
Marcus volvió a su silla.
¡No!
Y la llevó de vuelta al cojín a sus pies.
¡NO!
Quería dejarla insatisfecha. Una vez más.
Contempló sus brillantes zapatos negros debajo del escritorio
con la mandíbula apretada. Marcus llevó el portátil hasta el centro
del escritorio y comenzó nuevamente a escribir, como si nada
hubiera pasado.
Cora apretó los puños. Podía hacerla a un lado con tanta
facilidad. Conseguía volverla loca con deseo, pero él era el señor
indiferente.
Él veía a la familia de Cora como fuerte. A esos tíos de los que
nunca había oído hablar.
Pero Marcus la veía como débil, un simple peón contra todos
ellos. No importaba que ni siquiera conociera a sus tíos. O a su
padre. El que había asesinado a una chica inocente. Esa era la
sangre que corría por sus venas. Un padre asesino y una madre tan
sobreprotectora que rayaba en lo abusivo.
Cora se mofó. ¿A quién creía estar engañando? Toda la
situación se había ido al límite en más de una ocasión. Todo el
tiempo, de hecho. Ni siquiera sabía lo anormal que era hasta que
salió al mundo y se enteró de cómo los demás vivían. Y ahora aquí
estaba, cayendo nuevamente en sus mismos viejos hábitos. Cabeza
gacha, sí señora, sí señora, sí señora, lo que tú digas, mamá.
Excepto que ahora reemplazaba a su madre con Marcus. Lo mejor
era seguir las reglas y no soportar el castigo.
Cora sacudió la cabeza y se miró a sí misma.
Las cadenas podrían ser algo nuevo, pero la esclavitud no.
Pensó que ella podía cambiar. Había jurado que lo estaba
haciendo. Había cambiado.
Pero aquí estaba de nuevo con la cabeza inclinada, esperando
que alguien más decidiera su destino.
Y luego tuvo una idea descabellada.
Una completa y jodidamente absurda idea.
Miró hacia las piernas de Marcus bajo el alto escritorio y quiso
reírse como una histérica. Bueno, ciertamente él no sería capaz de
ignorar su existencia si ella…
Fugaces imágenes de Marcus caminando por el dormitorio cada
noche después de haberse duchado, cruzaron su mente. Le gustaba
mostrarle su cuerpo. Pensó en los últimos días y en la ávida forma
en que Marcus le había lamido su sexo. Allí no había sido
indiferente. No fue simplemente para “castigarla”. Incluso en estos
momentos, podía ver su polla tensándose contra sus pantalones de
vestir.
Le cosquilleaba el interior de tan solo pensar en todo ello.
Pensar era el problema. O, más bien, pensar demasiado.
Así que decidió hacer una pausa. Pensar. Pensar demasiado. De
todo ello.
Había llegado el momento de pasar a la acción.
Se arrastró por debajo de la mesa.
Entre las piernas de Marcus.
Llevaba casada más de una semana y ni siquiera había podido
tocarlo. Tocar eso. Así que buscó la hebilla de su cinturón. Marcus
se sobresaltó cuando Cora hizo contacto y empezó a desabrochar la
hebilla. Pero hasta ahí se quedó. No emitió palabra y tampoco hizo
nada para detenerla.
¿Acaso estaban jugando al montón de nieve? ¿Quién sería el
primero en acobardarse?
No sería ella. No porque no tuviera nada que perder. Todavía
tenía mucho que perder. No obstante, no iba a echarse para atrás
porque en realidad tenía curiosidad por ver cómo terminaba esto.
Curiosidad y miedo, pero eso no era nada nuevo.
Así que cuando terminó con el cinturón, rápidamente se movió
para desabotonar y bajar la cremallera de sus pantalones.
¿Aquel perceptible siseo que expulsó por sobre ella? Eso sí que
fue gratificante.
Allí estaba el poder. ¿Se trataba de una jodida manera para
recuperar algo de este? Sin duda alguna. Pero eso no iba a
detenerla.
Metió la mano en sus pantalones y luego en la abertura de sus
calzoncillos. Con un movimiento repentino, la fuerte mano de
Marcus bajó y se cerró con fuerza alrededor de su muñeca. Ella
imitó su comportamiento y lo ignoró sin decir una palabra.
Se sentía grueso, circular y sólido en sus manos; suavidad sobre
dureza. Estaba oscuro debajo del escritorio, pero eso no le impidió
distinguir la forma básica de Marcus. Y los ojos de Cora se abrieron
de par en par. No era la primera vez que lo veía, pero verlo y tocarlo
eran dos cosas distintas. Y cómo se iba endureciendo y creciendo
en sus manos…
A Cora se le escapó un jadeo antes de que pudiera sofocarlo.
Así de rápido como su mano se había apoderado de su muñeca,
la soltó. Interesante. Marcus iba a permitirle continuar explorando.
¿Es porque era hombre y era verdad lo que decían? ¿Que
ningún hombre rechazaría el sexo? Pero la había tenido a su
merced hacía ya algún tiempo y, aparte de esa primera noche, ella
ni siquiera lo había visto masturbarse. Porque el sexo era cuestión
de poder para él. ¿Seguía creyendo tenerlo en esta situación solo
porque ella era la que estaba de rodillas?
El pensarlo la enfureció.
Iba a mostrárselo. No era ningún peón en el juego de alguien
más. Ella tenía las malditas riendas.
Así que, sacando todos los otros pensamientos de su cabeza, se
puso de rodillas y se llevó la punta protuberante de su polla a la
boca.
—Dios —Marcus se sofocó.
Cora sonrió y lamió la punta completa. Era curiosamente salado
y un poco amargo. Cogió la base de su miembro con ambas manos
—Marcus era lo suficientemente grande como para necesitar ambas
—, y se lo metió más adentro.
Él se recostó en su silla y abrió aún más las piernas. Cora vio
cómo su estómago bajaba y subía mientras empezaba a estimularlo;
dentro y fuera, dentro y fuera, solo la punta.
Nunca lo había hecho, pero sí había leído. Mucho. Primero en
sus libros románticos y luego, a medida que se acercaba el día de
su boda, en cualquier cosa a la que le pudiera poner las manos
encima; bueno, aparte de Internet, que todavía la asustaba. Pero
muchas revistas femeninas tenían artículos extensos sobre el arte
de darle a tu hombre el perfecto sexo oral. Y Cora estaba
empleando todas las tácticas allí descritas.
Deletreando el alfabeto en la punta de su… su polla, justo donde
ella sentía la más pequeña abertura. Meciéndose hacia arriba y
hacia abajo con los labios por encima de los dientes, asegurándose
de prestar especial atención a la cima de su polla, pero sin dejar de
acariciar de arriba abajo el eje. Y cada tanto, llevándoselo muy
dentro, lo más dentro posible sin ahogarse.
Cuando decidió emplear otro consejo más, agachándose y
tirando de sus bolas, Marcus empujó su silla hacia atrás y sacó su
miembro de su boca. Cora cayó de manos y le miró el rostro por
primera vez desde que había comenzado. No estaba segura de lo
que esperaba encontrar allí, pero fue mejor de lo que pudo haber
esperado.
No parecía indiferente. No parecía distante.
Había dos manchas de color en lo alto de sus pómulos,
acentuando aún más su sólida forma. Sus ojos estaban muy
abiertos y sus fosas nasales se inflaban con cada jadeante respiro.
Su pesada polla sobresalía de la parte delantera de sus pantalones
sobre la cremallera, y Cora no podía evitar mirarla. ¿Acababa de
tener eso en la boca?
Madre mía. ¿En qué demonios había estado pensando?
Se limpió la boca con el antebrazo. Por encima de ella, Marcus
soltó un pequeño gruñido como el de un animal.
Definitivamente no estaba desinteresado. O indiferente.
Joder.
Marcus fue a por ella y Cora gateó hacia atrás, pero él empujó la
mesa para apartarla del camino. Empujó. La. Mesa. Lo siguiente
que supo fue verlo agachado quitándole la cadena atada a su collar
para sujetarla en brazos. Y sí, la estaba cargando.
Vaaaaaaaale. Fue algo inesperado.
—Marcus —susurró.
No respondió. Lo que hizo fue llevarla a su habitación, acostarla
en el centro de la cama y subirse con ella después. Por primera vez
en días, la miró a los ojos. Fue estúpido, pero Cora quedó sin
aliento. Sus hermosos, intensos y exigentes ojos. Marcus todavía no
decía nada, pero le sostuvo la mirada mientras deslizaba su mano
por su estómago. Le cogió la barbilla y los ojos de Cora examinaron
los suyos. No tenía ni idea de qué pasaba por su mente. ¿En qué
estaba pensando Marcus?
—Desnúdame —siseó.
Cora tragó duro y asintió. Sus dedos encontraron los botones de
su costosa camisa italiana. Calma, calma. Solo respira. Tenía que
ignorar lo sólido que era su pecho. Ignorar las pequeñas sacudidas
eléctricas que la golpeaban cada vez que sus nudillos lo rozaban.
Ignorar el tartamudeo en su inspirado respirar y su exigente longitud
acariciando su muslo desnudo, prometiendo placer y dolor cuando
llegara el momento de abrirla.
Este era el momento. Cora sabía que lo era. Ya no había que
esperar más. No más provocaciones. No más cosas a medias.
La camisa blanca desapareció, revelando unos fuertes
antebrazos, y luego la ayudó a que le quitara la camiseta interior y
entonces…
Santo Dios de los cielos. Se encontró frente a una muralla de
músculo liso y sólido, y piel aceitunada cubierta con un poco de vello
oscuro. Sus rodillas temblaron. Sabía que Marcus era fuerte, pero
no había contemplado las hectáreas de músculo bajo sus trajes de
sastre. Ahora, viéndolo semidesnudo, Marcus era tan… grande. Su
cabeza sobrepasaba la suya, y las manos de Cora no podían
cerrarse alrededor de su antebrazo.
Le cogió las muñecas, acercándola, y agachó la cabeza para
atrapar sus labios con un duro y demandante beso. Su erección fue
a dar contra su muslo hasta que ella giró las caderas y empujó sus
zonas palpitantes contra la placentera longitud de Marcus. Era
virgen, nunca había tenido nada dentro de ella, pero quería eso.
Madre mía. Ella quería eso…
Cuando él rompió el beso, los labios de Cora palpitaban,
hinchados.
—Esto —su gran mano se deslizó hasta su trasero y apretó—.
Es mío.
Asintió frenéticamente con lágrimas acumuladas en las esquinas
de sus ojos. Quería que la tomara, que la poseyera. Lo necesitaba.
Marcus dejó escapar un gemido que le dijo que, al igual que ella,
se sentía incompleto; algo faltaba.
—Nadie más que yo, Cora. Nadie te toca… excepto yo —la
recostó, poniendo las manos en sus caderas—. Ábrete para mí,
nena.
Separó las piernas. Marcus se lanzó entre ellas; su cabeza
morena iba a comenzar la acción.
No. Cora echó la cabeza hacia atrás. No, no, no.
El brillo de los ojos de Marcus lo hizo. SÍ. Perdió la paciencia.
Finalmente, después de tantos días de provocaciones. ¡Pero Dios!
No era suficiente, y luego terminaba demasiado pronto. Necesitaba
más. Necesitaba mucho más. Y allí estaba él, todavía mirándola, tan
concentrado, tan decidido. Las manos de Cora fueron hasta sus
hombros mientras él se movía sobre su cuerpo. No pudo dejar de
mirar cuando lo sintió agacharse y posicionarse.
Se estaba preparando para entrar en ella.
Para entrar en ella. Entrar en ella.
Cora tragó duro y, sin proponérselo, sus dedos se clavaron en
los hombros de Marcus. Pero él se detuvo con voz tensa y ronca.
—Si justo ahora dices que no, me detengo.
Sus ojos examinaron los de Cora de un lado a otro.
Di algo. Dile que no. Joder, no. ¿Qué estaba haciendo?
Antes… Chupando su… Eso fue para recuperar su poder. ¿Pero
esto? Dejarle hacerlo… ¿Quién tenía el poder ahora?
Pero la expresión de su rostro, maldito él, Cora se encontraba
justo donde había estado en el momento en que caminaba por el
pasillo; hacia el altar y hacia el hombre que amaba con todo su
corazón. Sus facciones se suavizaron y había algo franco en su
rostro habitualmente insensible.
Otra manipulación.
Pero maldita sea, en vez de decir que no, Cora aceptó al asentir
con la cabeza.
Y entonces él estaba allí, haciendo presión contra su zona más
íntima. El miedo llegó al recordar lo enorme que era. La partiría en
dos.
Pero Marcus balanceó muy suavemente la punta de su polla,
como si pudiera sentir su miedo y, aunque no se detuvo —Cora
sabía que no se detendría ahora que había comenzado—, empujó
hacia adelante poco a poco y con cuidado.
Cora sintió el momento en que Marcus se encontró con su
barrera, y él también. Pudo verlo en sus ojos. No obstante, no se
detuvo, y ella no quería que lo hiciera. Volvió a asentir con la cabeza
y él empujó hacia delante. Su cadera tembló y hubo un marcado
golpe antes de que su piel cediera. Marcus penetró más hondo. Ella
cerró los ojos y se sujetó de sus hombros.
—Mírame —exigió.
¿Por qué? ¿Por qué? Él sabía lo que ella le estaba dando. Había
sido una tonta al pensar que podría arrebatarle cualquier poder a
este hombre. Era una fuerza imparable, y ante sus ojos ella no era
más que una flor silvestre aquí y ahora, y mañana una subyugada
más.
—Cora, muéstrame tus ojos.
Su garganta le ardió al abrirlos. Sintió cómo las lágrimas rodaban
por sus sienes y hacia su cabello. Las marcadas cejas de Marcus
estaban fruncidas y su enorme cuerpo se alzaba imponente sobre el
pequeño de Cora mientras se movía dentro de ella, punto por punto.
Se quedó sin aliento mientras él sondeaba el músculo tensado
de sus muslos internos.
—Con calma. Ábrete… ábrete para mí.
Sus manos le arañaron la espalda, clavándose en sus fuertes
hombros y sujetándose de ellos.
—Eso es —su aliento le cosquilleó el oído—. Agárrate bien de
mí.
La presión aumentó. Cora apretó los dientes y agachó la cabeza
para esconderse en el cuello de Marcus. Era como una roca,
inamovible. Y ella el océano; una marea menguante moviéndose a
su alrededor.
Lentamente su cuerpo se fue abriendo y sus piernas relajándose,
incluso cuando el dolor la invadía.
—Sí. Sí, eso es, preciosa. Entrégate a mí.
—Marcus —dijo con voz ronca. Las sacudidas la recorrieron de
pies a cabeza.
Sus caderas se fusionaron con las de Cora mientras la invadía.
Cuando se detuvo, completamente arraigado a ella, sensaciones
invadieron los costados de Cora, su pecho subía y bajaba y sus
pezones se endurecieron hasta llegar a estar completamente
erectos.
Marcus se mantuvo sobre ella, con brazos tensos cerca de su
rostro. Él tenía la cabeza inclinada y sus oscuras pestañas
proyectaban sombras en sus mejillas. Sus labios se movieron un
poco.
Si no lo conociera, diría que estaba rezando. Cora también tenía
ganas de rezar. Estaban totalmente fusionados; su cuerpo se cernía
sobre el de ella, protegiéndola y reclamándola.
Así era como debía sentirse el cielo.
Nunca se había sentido tan conectada a otro ser humano.
El dolor disminuyó y Marcus comenzó a moverse, primero lento,
empujando más hondo en su santuario interior; penetrando con
audacia. La fuerte punta de su miembro viril frotó una de sus zonas
exquisitas y Cora levantó sus caderas, buscando más.
—Cora —dijo con voz ronca, y hubo un abanico de posibilidades
en su nombre.
Los dedos de Cora le recorrieron el rostro como si no pudiera ver
y quisiera memorizar la forma de sus rasgos. En esta habitación, en
este útero oscuro, iba a olvidarse de todo el daño que le había
hecho.
—Marcus —se volvió hacia él.
Con los labios él le recorrió la boca, la mejilla y la comisura del
ojo, dándole promesas silenciosas en formas de chupetones
mientras su cuerpo obtenía placer del suyo. Soltó un prolongado
sonido masculino mientras empujaba más hondo. Sus ojos estaban
cerrados y tenía una expresión abstraída, como si hubiera
encontrado algo importante, algo hermoso que había anhelado pero
que nunca esperó llegar a experimentar.
Sí, Cora rezó. Marcus, vuelve a mí. Él volvió a gemir. Los
músculos de su espalda se convirtieron en acero bajo las manos de
ella.
Y entonces lo sintió. Por primera vez entendió cómo todo el acto
trabajaba en armonía. Cada parte del cuerpo de Marcus había sido
perfectamente hecha para darle placer a cada una de las zonas de
Cora.
Fue hecho para ella.
—Dios —clamó—. ¡Ah… ah… ah! ¡Marcus!
Su pecho subía y bajaba, y se aferró a él con los dedos en su
pelo cuando el clímax llegó, brillante y hermoso, y muy, muy rico. Sí,
sí. Esto. Él.
Una embestida, dos y tres, y Marcus se arraigó más profundo y
se quedó allí. Cora se aferró y esperó haber interpretado bien las
señales.
Después de una eternidad, él salió. Ella siseó; sus entrañas
protestaban.
—¿Te encuentras bien? —Le examinó el rostro.
—Estoy bien —sus piernas parecían fideos porque sus músculos
habían sido excesivamente estirados. Mañana seguro que iba a
estar adolorida—. Eso fue… gracias —no debería agradecerle a su
captor. Pero este era Marcus. Había vuelto con ella por un momento
y, por un instante, fue hermoso.
—Sí. Lo hiciste bien. —Le abrió las piernas y estudió las
manchas de las sábanas. Líquidos de cómo había alcanzado su
plenitud; evidencia de su virginidad. Se cubrió las mejillas. No
debería de sentirse avergonzada, pero parecía más íntimo. Había
sangrado por él. Su sangre se mezcló con su semen.
Pero entonces algo pareció cambiar en su expresión y le dio la
espalda. Pasaron largos segundos. Finalmente, su espalda se puso
rígida y miró por encima de su hombro.
—Nada mal para una virgen —Cora se estremeció y se encontró
con su mirada de acero, y el miedo creció en ella mientras decía—:
Sé que veré muchas veces la grabación de esto. Y creo que tus tíos
realmente apreciarán la parte dos del video de la boda,
especialmente cuando gritaste mi nombre y te abalanzaste sobre mi
polla.
Con una sombría sonrisa de satisfacción, miró hacia la cámara
de la esquina.
Se puso pálida. No. No después de todo. No podían volver a
donde habían empezado. Había visto la forma en que la miraba
cuando estaba en su interior. Cora lo había visto en sus ojos…
¿cierto?
El dolor que le desgarraba las entrañas se sentía como esa
primera noche cuando la traicionó por primera vez.
Pero no emitió palabra ni se defendió. Y sin decir más, Marcus
abandonó la habitación.
CAPÍTULO 15

Bueno, eso no había salido de acuerdo con el plan.


Ni el sexo ni sus comentarios crueles que le siguieron a
continuación. Lo de las cámaras grabando era mentira. Siempre las
apagaba cuando estaba con ella.
Y Dios sabía que toda la maldita semana y meses atrás había
pensado en quitarle la virginidad. Pero esta última semana, ¡joder!
Cada vez que la provocaba y la probaba su polla crecía y dolía en
sus pantalones, y en lo único que podía pensar era en tomarla y
hacerla suya.
Pero la estaba entrenando, y entrenar significaba disciplina.
Paciencia. Hacer que ella lo anhelara y lo complaciera por encima
de todo lo demás.
Pero simplemente no se lo esperaba; nunca se pudo haber
preparado para…
Ni siquiera había usado preservativo. Y si tuviera que hacerlo de
nuevo, lo haría de la misma manera. Cora había recibido la
inyección hacía casi un mes, ¡y Dios! Sentir su coño virgen con nada
interponiéndose entre ellos; cómo ella se cerraba como una
mordaza contra él…
Se frotó el rostro y la miró en el monitor a pesar de que se sentía
disgustado consigo mismo por hacerlo. Cuando no estaba con ella,
se encontraba pegado a esta maldita pantalla. Cora era la
obsesionada con él, no al revés.
Estaba a punto de cerrar la pantalla de su portátil cuando vio que
su espalda empezó a temblar.
Mierda. Estaba llorando.
Se veía tan pequeña en la cama grande.
Pasó una mano por su pelo, recordando cada momento de
cuando ella lo había llevado dentro de su cuerpo tan caliente y
apretado ¡Dios! Lo había dominado como si se tratara de un vicio;
con ojos bien abiertos y sin malicia…
Como una inocente. Era virgen. Marcus lo sabía, pero saberlo y
experimentarlo eran cosas distintas.
Y cuando su orgasmo llegó, encadenando su propio clímax, Cora
lo miró como si fuera el mismo Dios, y como si por la eternidad
misma se fuese a postrar a sus pies para adorarlo y entregarle su
sumisión, junto con todo su ser y su alma.
El problema era que pudiera encontrarse mirándola de la misma
manera.
Por lo que había apagado el monitor y recordado a ambos
quiénes eran.
Y entonces Cora se encontró llorando.
Marcus quería golpear algo. Ella no estaba jugando limpio. Así
no era como debía ser. Nada de lo que sucedía estaba yendo según
el plan.
Su móvil sonó una vez y en alto en la silenciosa habitación. Lo
sacó del bolsillo. Jamás se alegró tanto por una distracción.
—¿Qué? —vociferó.
—Tenemos un problema —retumbó la voz de Sharo.
—No me digas que tengo que bajar.
—Tienes que bajar —confirmó.
Asintió con un corto movimiento de cabeza, aunque Sharo no
pudo verle. Tal vez salir de allí era exactamente lo que necesitaba.
Necesitaba aclarar su mente, eso era malditamente seguro.
—Estaré allí en veinte —Marcus colgó, se puso de pie y fue
hasta su habitación para vestirse con rápidos y practicados
movimientos.
Pretendía irse en ese mismo instante, pero, sin quererlo del todo,
sus pies lo llevaron hasta la puerta de Cora.
Vete. Simplemente hiciste lo que se tenía que hacer. Ella es el
enemigo.
Permaneció sin poder moverse por un par de segundos más. Y
luego, en silencio, abrió la puerta.
Cora estaba acostada. Fue a ella. No supo con exactitud lo que
quería decir, pero luego vio que no importaba. Había llorado hasta
quedarse dormida. Era hermosa estando en reposo, pero también lo
era al encontrarse haciendo lo que fuera. El sueño no quitó su ceño
fruncido con aflicción. ¿Acaso se encontraba soñando con él?
Los ojos de Marcus se cerraron con fuerza. Idiota sentimental.
No obstante, no podía irse sin darle algo. Iba a enfadarse al
despertar. Aunque había sido su primera vez, él no se había
comportado con cuidado. Lo menos que podía hacer era darle la
manera para bañarse en paz.
Pasó una mano suavemente por su pantorrilla y, al no
despertarse, le quitó el brazalete del tobillo y la liberó del poste de la
cama.
—Duerme bien, esposa —murmuró. Ella ni siquiera se movió.
Sin decir una palabra más, dio media vuelta y giró la cerradura
que había puesto del otro lado de su puerta. Luego fue a la entrada
y pronto estuvo en su Bentley, su chofer avanzó a toda velocidad
hacia Styx.
No, esta noche no había ido de acuerdo con el plan.
Pero con Cora nada nunca lo fue. Nunca debió de haber
aparecido en su oficina esa noche cubierta de barro y hermosa. Y
después, nunca debió de haberle mostrado esa confiada y adorable
sonrisa día tras día tras día.
Por supuesto había hecho un nuevo plan. Casarse con la hija de
Demi le había parecido un medio de venganza todavía mejor que el
simple secuestro y rescate que había pensado inicialmente. Todo
sirvió para el mismo propósito: sacar a los Titan a la luz y hacerlos
pagar por sus crímenes. El padre de Cora era el que había tenido el
cuchillo en mano, pero sus hermanos también participaron.
Marcus había esperado mucho tiempo para su venganza, pero
ahora la tendría.
Ninguno de los hermanos Titan aún vivos tenía hijos. Cora era la
única heredera. Demi iría con los hermanos. No tenía elección, ni
autoridad por sí misma.
¿Y si mientras tanto podía hacerla sufrir al hacerla imaginar los
horrores que le había hecho a su hija? Mucho mejor.
Pero aun así no hubo señal o palabra alguna de ninguno de
ellos.
Y justo hoy Marcus había cruzado una línea de la que no sabía
cómo volver.
Los inocentes deben ser perdonados.
Marcus vivió su vida según un código y aquello fue su
fundamento. Estaba con la mierda hasta el cuello por hacer lo que
había que hacerse, porque al menos cuando estaba a cargo, podía
asegurarse de que solo los culpables pagaran.
Pero la intención nunca fue tocar a los inocentes.
Como su hermana.
Chiara era hermosa. Delicada y pálida, con la cabeza en las
nubes todo el tiempo. Nunca pareció habitar plenamente la misma
sórdida realidad que el resto del mundo.
Y así fue como debió de haber sido.
Lo que nunca debió de haber sucedido fue encontrarla
desangrándose en un colchón sucio en un inmundo nido de crack,
donde los hermanos Titan la habían llevado y abandonado.
Marcus había entendido la muerte de sus padres. Su padre
había empezado como un humilde comerciante inmigrante, y luego
había construido un imperio. Vito Ubeli había enfrentado injusticias y
luchado contra ellas, así como también creado un ejército para
proteger a los débiles. Eso no significaba que no fuera despiadado,
pero un día encontró la muerte a manos de un enemigo al que había
destruido. Y al morir, su hijo Marcus debía asumir el control. Pero en
aquel momento Marcus tan solo tenía quince años y había
esperado, pensando que alguien más capacitado se haría cargo en
lugar suyo. Y un año más tarde su hermana falleció. Nunca había
olvidado la lección: atacar primero y atacar rápido, y hacerse de
cualquier poder disponible.
Marcus era un mal necesario para retener el caos.
Vio pasar las luces de la ciudad mientras conducían. Al este de
la ciudad, las calles se angostaban. Marcus hizo que su conductor
se detuviera en un callejón demasiado pequeño para que un coche
entrara.
—Cúbreme —dijo después de hacer un análisis de cada esquina
de la intersección.
—¿Estás seguro? —El hombre de negro también miró de
manera sospechosa el callejón.
Una puerta se abrió en el costado de un edificio y la
inconfundible silueta de Sharo dio un paso hacia el chorro de luz.
—Espérame. Tardaré menos de una hora —le dijo Marcus a su
mercenario y salió del coche.
—Esta noche recogí a uno de nuestros hombres que llegó tarde
a la entrega. Fui a buscarlo y lo encontré en un bar en el lado oeste.
Sharo hizo énfasis en el nombre del territorio entre New Olympus
y su ciudad hermana, Metrópolis. Marcus llevaba las riendas del
bajo mundo en New Olympus y los Titan las de Metrópolis, siendo el
Oeste una tierra de nadie donde él todavía luchaba por el mismo
control que ejercía sobre el resto de New Olympus.
—Dijo que alguien lo detuvo y se llevó su cargamento, por lo que
se estaba escondiendo, tratando de averiguar cómo decírnoslo.
—¿Le crees?
Como de costumbre, el rostro de Sharo no mostró expresión
alguna. Hombres menos fuertes se volvían locos después de mirar
fijamente por una hora la rica máscara de piel de medianoche, y
ojos sin fondo. Como contemplar el puto abismo, como diría
Roscoe, uno de los capos.
—Su historia no cuadra. Y ya ha habido actividad sospechosa en
su ruta, por lo que lo teníamos vigilado. Creemos que le entregó la
mercancía a nuestro viejo amigo del Oeste, pero hizo que le sacaran
el efectivo para hacerlo parecer un robo.
—Si se trata de nuestros viejos amigos —Marcus hizo uso de un
eufemismo para referirse a los Titan. La sangre le hervía—,
entonces este chófer no solamente está entregando la mercancía.
Les está dando información.
Ambos caminaron por el almacén, pasando por hileras y
bastidores con prendas de vestir hasta llegar a las escaleras del
sótano. El aire apestaba por el mal olor de los tintes para telas y
detergentes. Los olores químicos hacían un buen trabajo
enmascarando el olor de la sangre.
Sharo se detuvo al pie de las escaleras.
—Hice que los chicos jugaran un poco con él. No sabe que estoy
aquí.
—Muy bien. Nos comportaremos como lo hicimos con el último…
¿Cuál era su nombre? El francés.
—Le Mouchard —pronunció Sharo a la perfección. Se hizo a un
lado y dejó que Marcus se abriera paso entre los depósitos con
colorante hasta la zona despejada donde habían atado al soplón.
Unos pocos hombres vestidos de negro estaban parados
alrededor de un desdichado cuerpo con ojos vendados que colgaba
del techo y con los pies apenas rozando el suelo. Las Sombras eran
los mercenarios de Marcus, leales ejecutores que dirigían su gran
imperio y que de jóvenes fueron reclutados en las calles para más
tarde ser entrenados en una instalación central. Se les dio la
oportunidad de ir ascendiendo. Se puede conocer de un líder por los
hombres que lo siguen, el padre de Marcus se lo había dicho en
repetidas ocasiones.
Las Sombras asintieron en reconocimiento a su líder y Marcus
casi se permitió sonreír antes de entrar en personaje.
—Pero ¿qué coño? —gritó, y su voz resonó en el espacio vacío.
El soplón, un hombre con sobrepeso que vestía una manchada
camiseta sin mangas y pantalones cortos de color caqui, que seguro
había tenido mejores días, comenzó a temblar. El sudor corría por
debajo de su venda y por dentro de su escasa barba. Marcus sabía
que las Sombras lo habían golpeado un poco, dejándole solamente
dolorosos moretones. Su sangre aún no había circulado.
Marcus dirigió su falsa ira hacia las Sombras.
—Les pedí que lo trajeran para hacerle unas preguntas, ¿y esto
es lo que hacen?
—Joder, lo siento, jefe.
—Bájenlo de una puta vez. Ahora.
Los hombres se apresuraron a llevar una silla y aflojar las
cuerdas que sostenían al hombre suspendido de unas cuentas
tuberías expuestas en el techo.
—Denle un poco de agua.
Marcus se sentó en la silla dada y continuó estudiando al traidor.
—Quítenle esa maldita cosa —señaló la venda—. Caray, esto no
es un interrogatorio. ¿Así es como tratan a mis empleados?
Una de las Sombras le tendió a Marcus una botella de agua
mientras esperaba que le retiraran la venda. El hombre frente a él
respiraba con dificultad, temblando de alivio. Tan pronto como el
sucio trozo de tela desapareció, Marcus se inclinó hacia delante,
cubriendo por completo la visión del soplón.
—Aquí —le entregó la botella de agua y descansó sus
antebrazos sobre sus rodillas mientras lo examinaba.
—G...gracias. Pensé que era hombre muerto.
—Marty, ¿verdad?
El hombre asintió.
—Marcus Ubeli.
—Sí, s...señor, lo conozco, señor Ubeli —bebió torpemente el
agua mientras sostenía la botella con manos temblorosas.
Marcus puso una sonrisa.
—Me acuerdo de ti. Llevaste ese cargamento de armas a Eyrie
cuando los trajeados estaban poniendo puestos de control en las
estaciones de pesaje por la ruta 95.
—Sí, sí, fui yo.
—Tomaste caminos alternos alrededor de todos los puestos,
pero cuando un policía local te detuvo a las dos de la mañana, le
dijiste que estabas buscando un lugar que estuviera abierto para
poder cagar.
—Sí, así es —el hombre rio con desgano mientras sus pequeños
y brillantes ojos se movían sin parar por la habitación ante el
silencioso círculo de Sombras.
—Bien pensado —Marcus levantó un dedo y se lo agitó a Marty
—. Realmente bien pensado.
—Gracias, señor. ¿Puedo preguntar…?
—Quieto y sin preguntas —lo interrumpió y el hombre se quedó
callado. Bingo, pensó Marcus—. ¿Qué pasó con mi cargamento?
—¿Tu cargamento?
—Sí, Marty, toda la mercancía en la parte trasera de tu
camioneta me pertenece. Soy el máximo responsable de ella, así
que, si le sucede algo, necesito saberlo.
—Eh… se los dije a ellos, señor, y no me creyeron. Alguien se la
llevó.
—¿Alguien? ¿Sabes quién?
—No, joder, se lo diría si pudiera —la voz del hombre se tensó
con sinceridad y nunca rompió el contacto visual. Un signo
inequívoco de que mentía—. Llevaban máscaras.
—Por supuesto —Marcus hizo un gesto hacia su botella de agua
—. ¿Quieres otra?
—¿Qué? —El hombre la miró como si hubiera brotado de su
mano y luego tomó otro trago—. No, estoy bien. Gracias.
—Marty, espero que no te importe si te mantengo aquí y que
charlemos un poco más. Tengo que averiguar adónde fue a parar
ese cargamento para poder recuperarlo. Necesito tu ayuda para
hacerlo. ¿Estás dispuesto a ayudarme?
—Desde luego, sí —el hombre se limpió la boca, pero no pudo
evitar que sus ojos se movieran por los impávidos ejecutores que lo
rodeaban a él y a Marcus.
—Puede que nos lleve un rato. ¿Quieres que le dé un mensaje a
alguien que te esté esperando? ¿Una mujer o alguien?
—Eh, no, mi esposa está acostumbrada a mis horarios hasta
tarde.
—Está bien —Marcus miró alrededor del círculo de hombres que
aguardaban. Una Sombra que se asomaba por encima del hombro
derecho de Marty hizo tronar sus nudillos mientras masajeaba sus
fornidas manos. Con un sutil movimiento de cabeza por parte de
Marcus, el matón retrocedió.
El interrogatorio de un sospechoso no podía hacerse por medio
de la fuerza. El hombre daría información falsa, diría cualquier cosa
para acabar con el dolor. En cambio, la manipulación conducía a
una información mucho más confiable. Hazte amigo de alguien y te
dirá todo lo que quieres saber.
Siempre.
—Gracias por ayudarme, Marty. Te lo agradezco. Tengo a una
hermosa mujer esperándome en cama, así que tengo la motivación
suficiente para terminar esto.
Hubo risitas por parte del círculo y hasta las facciones de Marty
se relajaron.
—Vale, esto es lo que no entiendo —Marcus se inclinó hacia
adelante en su silla—. ¿Por qué no te mataron? Quiero decir, eso es
lo que yo haría. Dispararle al chófer, llevarme la mercancía y arrojar
el cadáver.
Marty se limpió el sudor de la frente.
—Eh, no lo sé.
—No lo sabes. Vaya, tuviste suerte. Considerando que respiras y
no estás muerto en una zanja.
—Mira, atropellé algo, conduje un kilómetro y medio y el tráiler
comenzó a ponerse raro, así que me detuve para echarle un vistazo.
Ese coche salió de la nada y estos hombres saltaron agitando sus
armas. Me superaban en número.
—Por supuesto —Marcus cerró los ojos—. ¿Cuántos?
—No sé. Vi a dos con armas, a otro en el otro asiento y tal vez
dos en la parte de atrás. Me sacaron, hicieron que me arrodillara y
me dijeron que no me moviera. Gracias a Dios que tus hombres me
estaban buscando.
—¿Por qué ibas por el camino alternativo y no en Ape? —
Marcus hizo mención de la vía Apia, la principal salida de New
Olympus.
—Pensé que conocía una ruta más rápida.
—¿Pese a que tus órdenes especificaban que fueras a la parada
abandonada en Ape? Se me dijo que te desviaste casi dieciséis
kilómetros de tu camino para tomar este atajo.
El hombre se mojó los labios.
—Escucha, sé que tiene mala pinta. Sé que parece que me
dirigía a Metrópolis.
Los ojos de Marcus se entrecerraron, pero no interrumpió.
—Pero atropellé algo y no quería arriesgar la carga. Si tuviera un
accidente, carajo, los trajeados estarían encima. No quería que eso
pasara, así que tomé una ruta más corta. Quiero decir, han pasado
años y los Titan no han hecho nada…
—¿Los Titan? Pensé que habías dicho que no sabías quién te
había atacado.
—No sabía, quiero decir, solo supuse. Son tus enemigos.
—También ellos se desviaron un poco de su camino para
recoger un cargamento, pero el que elegiste era boscoso, aislado.
Nada mal para un punto de reunión.
—O una emboscada —corrigió Marty.
Marcus dejó que el silencio se extendiera. Marty había llevado
una sólida historia, tal vez siendo informado por la pandilla de
Metrópolis. Los Titan eran unos asquerosos hijos de puta. Si Marty
estaba lidiando con ellos, tal vez había huevos de acero bajo sus
caquis desgastados.
Momento de forzarlo.
—Escucha, Marty, se hace tarde. Soy un hombre que valora mi
tiempo; estoy seguro de que tú eres igual. Así que te lo voy a decir:
Ya envié a alguien a tu casa. Sharo, ¿lo conoces? Un tipo grande.
No dice mucho. Sus puños hacen la charla, aunque es un aficionado
con la sierra.
—Oh, Dios —La piel pálida del hombre se volvió nívea.
—Lo llaman el Sepulturero. Un cliché, lo sé, pero hace que se
entienda.
La boca de Marty se abrió como si estuviera en las últimas, pero
ningún sonido fue emitido. Marcus seguía hablando.
—De cualquier modo, Sharo tampoco es un gran fanático de la
espera, y justo ahora está parado en el dormitorio de tu esposa
mirándola dormir. En un minuto le enviaré un mensaje con
instrucciones y lo que le diga depende de ti.
—Oh, Dios, no. No mi Sadie —el hombre cayó de la silla hacia el
frente y de rodillas—. Por favor, por favor, no la lastimes. Hablaré.
Marcus asintió.
—Tienes dos minutos. Empieza.

Diez minutos más tarde, Marcus regresó al pie de la escalera donde


Sharo estaba esperando.
—Malditos Titan —gruñó Sharo.
—Manda una patrulla. El cargamento ya no está, pero quizá
podamos rastrearlo y estar listos la próxima vez.
—Ya lo hice. Estamos rastreando el resto de la mercancía. Si
otro transportista se desvía, lo sabremos.
Marcus se frotó el mentón sin afeitar como si pudiera hacer
borrón y cuenta nueva de la noche.
—Es la segunda invasión a nuestro territorio en lo que va del
mes.
El grito entrecortado de un hombre resonó de entre los metálicos
depósitos con colorante que había detrás de Marcus.
—Después de todos estos años finalmente están queriendo
vengarse. Tiene que ser por ella.
La madre de Cora. Debió de haber ido a ver a los Titan para
abogar por su caso, justo como Marcus sabía que haría.
Sharo asintió.
—No se detendrán. No hasta que terminemos con esto —la piel
de medianoche de Sharo brillaba incluso en la penumbra.
—Ya es hora. —Los gritos de Marty se escucharon de nuevo y
Marcus se dirigió a las escaleras—. Diles que enciendan los
ventiladores. Cubran el ruido.
CAPÍTULO 16

Cuando Cora despertó, su cabeza le pesaba y sus ojos se


mostraban hinchados. ¿Qué hora era? Estaba oscuro afuera. Lo
último que recordaba era haber roto a llorar media hora después de
que Marcus partiera. Las había limpiado tan rápido como habían
caído, furiosa consigo misma. ¿Cómo se había permitido sentir algo
por ese egoísta, horrible, insensible…?
Alto, algo estaba mal. Era de madrugada y no estaba segura de
qué era lo que la había despertado. Frunció el ceño mientras llevaba
los pies hacia el costado de la cama.
Entonces lo vio.
El peso alrededor de su tobillo. Ya no estaba.
Encendió frenéticamente la lámpara de noche.
¡Mierda! Levantó el tobillo y rio con incredulidad.
El peso alrededor de su tobillo ya no estaba, así como la cadena
que terminaba en el poste de la cama.
Lo había hecho. Se había ganado su confianza. ¿O se trataba de
otra prueba?
Esperó diez minutos, de vez en cuando gritando el nombre de
Marcus, pero no obtuvo respuesta. Mientras se mordía el labio subió
a la cama, se abrió las piernas y se tocó, sabiendo que, si estaba en
el apartamento y mirando, aquello definitivamente lo haría correr a
ella.
Pero nada. No estaba en casa.
Era ahora o nunca.
Corrió hacia la puerta. Estaba cerrada con llave.
Pero después de que su madre la hubiera encerrado, Cora juró
que una puerta cerrada no volvería a detenerla. Había practicado
por horas y horas después de mirar videos en línea; fue una de las
primeras cosas que hizo tan pronto como salió de la granja.
Fue al baño, cogió unas cuantas hebillas para el pelo y después
de un par de minutos trabajando la cerradura, cedió. Cora
retrocedió, apenas pudiendo creerlo.
Pero al girar la perilla la puerta se abrió.
Piensa. Tenía que pensar. Cogió una camiseta lisa y unos
vaqueros del armario. Ropa que Marcus no le había permitido usar
en todo el tiempo que llevaba allí. Y zapatos. Necesitaba zapatos.
La tela le rasgó la piel. Se había acostumbrado a estar desnuda.
¿Cuánto tiempo había estado aquí? ¿Una semana? ¿Más?
Se agarró el pelo en una cola de caballo y dejó que la puerta
crujiera mientras se abría. Tal vez Marcus había colocado a un
guardia porque sabía que huiría. Pero no. No había nadie en el
pent-house. Se metió en la habitación abierta, apenas pudiendo
creerlo. Marcus nunca la dejó sola por mucho tiempo. Los ángeles le
sonreían, dándole una oportunidad perfecta para escapar.
Demasiado perfecta, dijo la vocecita, pero la silenció. Marcus
esperaba que la puerta cerrada la contuviera. Pero por primera vez,
fue más lista que él.
Antes de atravesar corriendo la puerta, cogió un abrigo y lo
abotonó para cubrir el collar y la correa que seguían sujetas a su
cuerpo. No tenía el tiempo de averiguar la manera de quitarlos.
Puso su mano en el pomo de la puerta y se detuvo. Alguien
había limpiado la estatua que había roto, y ahora un ramo gigante
de flores yacía sobre el pilar.
Seguía prefiriendo la estatua.
No es como que importara. Nunca iba a volver.
Cora abrió la puerta y huyó en medio de la noche.
CAPÍTULO 17

—¿Te encuentras bien? —Preguntó una oficial dos horas más tarde
para ver cómo estaba Cora, mientras esperaba en una habitación
sin ventanas dentro de la estación de policía.
Estaba acurrucada en una silla con las rodillas en el pecho y los
brazos a su alrededor. Miró a la mujer de aspecto simpático.
—Hace una hora que le pedí a alguien que viniera a cortarme
esta cosa.
Sostuvo la cadena conectada al collar en su cuello. Su voz le
sonaba un poco histérica, pero no pudo evitarlo.
Después de escaparse del hotel, se dio cuenta de que no tenía
un lugar adónde ir ni nadie que la ayudara. Marcus le había quitado
su móvil con el número de Maeve dentro, pero, aunque todavía lo
tuviera, no habría querido meter a la mujer mayor en esto. La gente
le temía a Marcus por algo. Así que había encontrado a una oficial y
le pidió que la llevara a la estación. Eran los únicos que pensaba
que realmente podían ayudarla.
Todo ya había terminado. Ahora era libre. ¿Entonces por qué
estaba tan nerviosa?
Los ojos de la mujer se abrieron de par en par.
—Dios mío, por supuesto. Volveré enseguida con algunas
pinzas.
La puerta se cerró detrás de la mujer y Cora no pudo evitar
levantarse de inmediato para ir a comprobar el pomo de la puerta.
No estaba cerrada con llave. Se llevó una mano al pecho, deseando
que su corazón fuera más lento.
Estás siendo paranoica. Estos son los buenos.
Pero seguía en el territorio de Marcus. Tan pronto como le contó
todo lo que había pasado desde el día de su boda al policía en el
mostrador la recepción, la llevó a esta habitación. Y quince minutos
más tarde, un oficial superior, el capitán Martin, había llegado y Cora
había vuelto a contar su relato con más calma.
—Por favor —suplicó—. Marcus es un hombre poderoso.
Necesitan llevarme a una estación más lejana. Todavía estamos en
su territorio. Tiene hombres, no sé cuántos. Probablemente sabe
más que yo. ¿Y si ataca la comisaría…?
—Todo va a estar bien ahora —dijo el amable capitán de policía,
un hombre de unos 50 años con más canas que pelo oscuro
mientras le daba palmaditas en la mano—. Ahora estás a salvo y no
dejaremos que nada te pase. Ubeli no es tan tonto como para atacar
una estación de policía. Así no se comportan los de su clase. Ahora
descansa mientras hago unas llamadas para buscarte algo más
estable.
Pero Cora no había sido capaz de hacer otra cosa más que
caminar de un lado a otro en la pequeña habitación y, finalmente,
hacerse un ovillo en la silla mientras esperaba cualquier noticia.
Cada vez que se movía en la silla se acordaba de la noche anterior.
De lo que se sintió cuando Marcus finalmente…
Le quitó lo último de su inocencia.
Todavía podía sentirlo; algo duro desgarrándole las entrañas
cuando se dio cuenta de que no había significado nada para él. Que
solo la veía como un instrumento de venganza. Para Marcus,
siempre sería la hija de su padre. Entonces huyó.
En estos momentos, él ya habría vuelto al apartamento y
encontrado que no estaba. Las cámaras de la habitación la
mostrarían abriendo la cerradura y escapando. Probablemente
también había deducido que no pudo haber ido muy lejos,
especialmente si había sido capturada por cualquier cámara
callejera. Probablemente solo era cuestión de tiempo para que
Marcus la localizara en la estación de policía.
Presionó sus dedos contra su rostro. Oh, Dios. Oh, Dios. Oh,
Dios. ¿Qué iba a hacer? ¿Y qué tal si la policía no pudiera…?
Se sobresaltó cuando la puerta volvió a abrirse, pero se trataba
de la mujer policía con lo que parecían ser unas tenazas.
—Puede parecer exagerado —dijo la mujer disculpándose—,
pero sé que funcionará.
—Por mí está bien —respondió Cora—. Quiero esta cosa fuera
de mi cuello.
La mujer asintió.
—Tendré cuidado.
Deslizó las tenazas entre su cuello y el cuero y, con un corte
firme, el collar de cuero se liberó y las cadenas se estrellaron contra
el suelo. Cora sostuvo su cuello entre sus manos. La piel desnuda
se sentía extraña. No era que quisiera nuevamente el collar,
simplemente…
La agente la miraba y Cora forzó una sonrisa.
—Gracias. Solo… gracias.
La mujer le puso una mano en el hombro y la reconfortó. Se
agachó y cogió las cadenas del collar.
—Sacaré esto de tu vista.
Con eso, se fue de la habitación.
Y Cora volvió a esperar; esperar por algo que no sabía bien qué
era. Supuso que el comienzo de su nueva vida.
No pasaron ni cinco minutos para que el capitán de policía
volviera a entrar, esta vez con una carpeta. El capitán Martin se
sentó en la mesa frente a ella, y Cora se obligó a bajar las rodillas
para que sus pies quedaran en el suelo. Se había quitado el abrigo
voluminoso, pero ahora temblaba a pesar de que no hacía mucho
frío. La causa era el rostro del capitán Martin. No parecía que tuviera
buenas noticias.
—¿Qué sucede? ¿Hay algún problema?
—No creo que tenga que decirte que Marcus Ubeli es un hombre
peligroso.
¿Estaba bromeando?
—Sí, me di cuenta de eso cuando me encerró en una habitación
por más de una semana con un collar alrededor del cuello. No tiene
que convencerme de que es una mala persona. Usted también lo
sabe.
—Bien, bien. Entonces no tendrás problema en testificar en su
contra en un tribunal de justicia.
—¿Qué? —Cora retrocedió de la mesa y se puso de pie con las
manos en alto—. ¿A qué se refiere?
—Bueno, has venido acá con una historia fantástica. Llevamos
años tratando de atrapar a Ubeli por chantaje, tráfico de drogas,
lavado de dinero, lo que sea. Pero el secuestro y el cautiverio la
convertirían en una historia increíble, especialmente si tienes alguna
idea del resto de sus negocios.
Cora no dejaba de sacudir la cabeza.
—No tengo nada que ver con eso. Quiero salir de aquí. Ahora
mismo. Quiero que uno de sus hombres me lleve lo más al oeste
posible y entonces desaparecer —volvió a levantar las manos. No
quiero tener nada que ver con Marcus Ubeli. Quiero olvidar que él
existe.
—Bueno, eso está lejos de suceder, ya que estás casada con él.
Pero si colaboras con nosotros…
—¡No voy a testificar!
¿Este hombre se había vuelto loco?
El capitán arrugó las cejas.
—Entonces tal vez tu supuesto cautiverio no fue tan no deseado
como dices que lo fue. Sabes que mentirle a la policía conlleva una
pena de…
¿Qué mierda?
—¡No le mentí! No mentí sobre el secuestro. Bueno, quiero decir,
al principio, pensé que era el comienzo de nuestra luna de miel.
Pero todo cambió cuando él…cuando él… Cómo se atreve a sugerir
que yo quería lo que él me estaba… —se llevó las manos a la
cabeza y oprimió—. No quería estar allí con él. No de esa manera.
Pero no quiero testificar…
—Si te preocupa que te atrape, que te castigue por hablar con
nosotros…
Se estremeció ante la elección de palabras del capitán. Castigar.
Es exactamente lo que Marcus haría. Castigarla de la manera más
deliciosa posible. Someterla a sus deseos y hacer que le terminaran
gustando.
—No le temo a eso…
Vale, sí tenía miedo. Porque si se quedaba a testificar, Marcus
encontraría la forma de recuperarla.
De un brinco se puso de pie.
—Quiero salir de aquí.
—Señora Ubeli...
—No me llame así.
El rostro del capitán se puso serio.
—¿Quieres ver con qué clase de monstruo te casaste? —Abrió
el archivo y fotografías se esparcieron. Se mostraron cuerpos
extendidos y ensangrentados con ojos abiertos y caras con
expresiones de terror, porque sabían que su muerte se aproximaba.
Cora reconoció una de ellas. El hombre de pelo rizado que la
había drogado. Dijo que estaba siguiendo órdenes. Trató de
advertirle.
Ahora estaba muerto.
Voy a cuidar de ti.
—Esto es lo que hace tu marido —espetó —. Así es como lleva a
cabo sus negocios.
—¿Tiene pruebas?
—No. Por eso te necesitamos.
Cora lo entendió. Arañó las imágenes con las uñas y las apiló en
un montón.
—Quiere que de alguna manera testifique contra él. Decir que
me hizo estas cosas y que me las confesó.
Los ojos del capitán brillaron emocionados.
—Sí.
—Quiere que mienta.
No dijo nada.
Esta ciudad es una bestia, le dijo Marcus en cierta ocasión. Los
inocentes caen y los criminales quedan impunes.
—Mi esposo no cree ser un criminal —le dijo al capitán en voz
baja—. Cree que está impartiendo justicia. —Aun cuando no quería.
Hubo momentos cuando estaban juntos en los que dudó. Pudo
haber acabado con ella por lo que su familia le hizo a su hermana.
Pero en vez de eso, él…
—Para eso están los policías y los tribunales.
La policía no hace nada. O son corruptos o no tienen poder
alguno. Y aquí estaba la evidencia. El capitán quería que mintiera en
el estrado. No iba a renunciar a su libertad para satisfacer los
sueños eróticos de gloria de un capitán de policía al capturar a un
famoso jefe criminal.
Lo único que Cora quería era largarse.
—Si testificas para el fiscal, podríamos darte lo que quieras.
Arreglarte una nueva vida, una nueva identidad. Ubeli jamás
volvería a ponerte las manos encima. Estarías a salvo. Libre.
—¿Se refiere a la protección de testigos?
Asintió con la cabeza.
—La policía federal te vigilaría, y podrías vivir en un lugar bonito
y soleado todo el año. Elige tu paraíso.
Los ojos de Cora se movieron al espejo que cubría una pared.
Se veía pequeña; pálida con sombras bajo los ojos y con su largo
pelo enmarañado. ¿Quién era ella para tratar de hacerle frente al
señor del submundo? Cerró los ojos, no soportando mirarse más a
sí misma. No había buenas opciones. Ya no era una niña pequeña
protegida en los brazos de su madre. El mundo no era un lugar
bonito y vaya que había tenido que afrontarlo.
—No. No testificaré.
El capitán Martin no dijo una palabra más. Simplemente cogió la
carpeta, se encaminó a la salida y la puerta se cerró tras él con un
fuerte estruendo. Cora dejó caer la cabeza entre sus brazos sobre la
mesa. ¿Y ahora qué? ¿No iban a ayudarla a menos que estuviera
dispuesta a testificar contra Mar...?
Ni siquiera pudo terminar de acomodar ese pensamiento. La
puerta volvió a abrirse.
Y allí estaba el mismísimo Marcus.
—Debo decir, esposa, que elegir no testificar en mi contra es la
primera cosa sensata que has hecho en todo el día.
CAPÍTULO 18

—Marcus —Cora tomó una bocanada de aire y su corazón latía con


la fuerza de un pájaro en una trampa. Retrocedió, poniendo la mesa
entre sus cuerpos. Su boca se abrió para gritar, pero decidió no
hacerlo—. ¿Qué haces aquí? —Dijo con voz ronca. ¿La policía
sabía que estaba aquí?
Marcus ladeó la cabeza y una fría sonrisa se dibujó en sus
perfectos labios. Pese a todo, verlo la golpeó en los ovarios.
Estaban de vuelta en el juego cruel donde él era el cazador y ella
la presa. Retrocedió mientras él avanzaba, deteniéndose cuando su
espalda golpeó la pared. Estaba acorralada.
—¿Creíste que los buenos oficiales de esta comisaría no me
avisarían de la desaparición de mi esposa? Cora —se llevó una
mano al pecho para pretender encontrarse afectado—. Estaba muy
preocupado.
Cora se quedó en shock. ¿La policía? ¿Incluso había comprado
a la policía? ¿Solo a este departamento local o a cuántos más?
Marcus le puso la mano en el cuello y ella cerró los ojos,
preparándose para que hiciera presión. Pero todo lo que hizo fue
frotar su pulgar contra su clavícula.
—¿Qué has hecho con mi adorno, esposa? A fin de cuentas, fue
un regalo de bodas.
—¿Qué vas a hacerme? —Se mojó los labios y el calor encendió
la mirada de Marcus.
—Lo que haré será llevar a mi esposa a casa —sus pezones se
endurecieron debido a lo cerca que estaba y por la mirada en sus
ojos. Como siempre, su disparatado cuerpo respondía ante él.
Nada impedía que Marcus consiguiera lo que quería. Y la quería
a ella.
Cogió su muñeca con firmeza y la llevó hacia la puerta. Tiró de
él, más por costumbre que por una directa resistencia, y Marcus se
detuvo.
—Si haces un escándalo, no serás la única con consecuencias
—no la miró y no tuvo que hacerlo.
No solo iba a castigarla a ella, sino a los policías de la comisaría
que la habían ayudado. Tal vez el capitán sí se lo merecía, pero no
la mujer policía que había sido amable con ella.
No protestó mientras él empujaba la puerta y la sacaba con
firmeza. Sus sentidos se sometían ante su presencia y todo lo
demás se desvanecía.
Oh, Dios. Iba a llevarla de vuelta con él. Y lo estaba dejando.
Antes, someterse a él era un juego que solo existía en su
imaginación; siempre se juró a sí misma que se sometería
solamente para hacerle bajar la guardia. Y si a veces llegaba a
disfrutarlo, bueno, mucho mejor, porque cada vez lo convencía más
de que era inofensiva.
Escapar siempre había sido el plan absoluto.
Pero no había forma de escapar de Marcus. Hoy lo había dejado
más que claro. No había dónde huir ni dónde esconderse para que
no la encontrara. Al menos no en esta ciudad.
¿Entonces significaba que se iría con él sin siquiera tratar de
luchar? Mientras caminaban por la comisaría de policía, los pasillos
se sentían inquietantemente silenciosos. ¿Se suponía que debía
aceptar esto como su destino? ¿El renunciar a todos sus sueños de
libertad?
Mientras que el lugar había estado lleno de personas cuando ella
llegó, ahora no había nadie para cuando ellos caminaron por el
pasillo. Ver los escritorios vacíos hizo que todas sus ideas y anhelos
se hundieran; era una prueba de tantas acerca de lo poderoso que
era su marido. Cora nunca tendría una oportunidad.
Tragó duro ante la sensación de ahogo mientras la empujaban a
través de un par de puertas que no había visto antes y que
conducían a un callejón lateral. Sharo esperaba parado junto al
coche. Si se sorprendió al verla su rostro no lo demostró.
Simplemente y como lo hacía siempre, abrió la puerta trasera.
Marcus ni siquiera lo miró. No. Su atención parecía estar puesta en
Cora mientras la arrastraba por el asiento trasero y la dejaba
bruscamente en el coche.
Se abrazó a sí misma y se movió hacia el otro extremo del
asiento en el momento en que la soltó. Su presencia la afectaba
pasara lo que pasara. E inundaba el coche, como el sutil olor de su
colonia. Una dulce ambrosía que la absorbía y la ahogaba.
Quería intentar abrir la otra puerta y correr tan rápido como sus
pies se lo permitieran. Pero no había duda de que estaba cerrada, e
incluso si no lo estuviera, Sharo podría fácilmente perseguirla. No
estaba de humor para perder la última pizca de dignidad que le
quedaba.
Marcus optó por el silencio durante el corto viaje de vuelta al
hotel Crown. Volvió a cogerla de la muñeca —en lugar de la mano
—, mientras salían del coche y se dirigían al vestíbulo. Cora sintió
que todos los ojos estaban sobre ella. La forma en que la arrastraba
tras de él sin duda la hacía parecer una niña castigada.
Agachó la cabeza para que su pelo le oscureciera su cara, pero
solo por un momento, porque ¿de qué coño tenía que
avergonzarse? Levantó la cabeza, puso los hombros rectos y
fulminó con la mirada a todo aquel que los mirara. No era ella la que
debía avergonzarse, sino todos los demás que se sometían ante
Marcus.
Si comenzara a gritar que Marcus la tenía aquí a la fuerza,
¿alguna de estas personas siquiera se inmutaría?
¿Qué podrían hacer en caso de que lo hicieran? ¿Llamar a la
policía? Vaya que serviría de mucho.
Ahora estaban en el ascensor subiendo a lo alto del edificio, y se
sintió como si segundos después el silbido sonara y las puertas del
ascensor se volvieran a abrir. Cora estaba justo donde había
empezado. Y ahora todo era peor. Mucho peor. El latido de su
corazón comenzó a acelerarse.
Quería volver a preguntarle a Marcus qué era lo que había
planeado para su castigo, pero no. Se mantuvo erguida y con la
cabeza en alto. Había sabido lidiar con todo lo que él le había hecho
hasta ahora.
¿Y si te ata a la cama otra vez? ¿Te folla despacio? ¿Cuánto
tiempo pasará antes de que te derrumbes y ruegues?
Muy para su pesar, todo su cuerpo tembló cuando Marcus la
empujó por el umbral del pent-house.
Se había sometido porque podía justificar la acción como una
forma de ganar ventaja y escapar. ¿Pero y ahora? Si ahora su
enemigo la hacía gritar su nombre en éxtasis, no había excusa. La
próxima vez no habría forma de que en su cabeza tratara de
justificar sus acciones. No. Si se sometiera de nuevo a Marcus,
significaría enfrentarse a la verdad que durante mucho tiempo había
estado negando: que a una parte de ella le gustaba. Anhelaba su
tacto y su dominio.
Su mente inmediatamente trató de rechazarlo. No. Nunca. Ella
nunca…
—Bienvenida a casa —dijo sarcásticamente mientras dejaba que
la puerta se cerrara tras ellos. Cora se sobresaltó ante el estruendo.
Marcus no le soltó la muñeca.
—Marcus, yo...
—No quiero escuchar nada.
—Pero...
—Silencio —la palabra vociferada fue como el crujido de un
azote.
La arrastró hacia la sala de estar y le señaló el sofá. Cora se
sentó al borde del cojín con el cuerpo tenso y los pies sin tocar el
suelo mientras esperaba como una colegiala en la oficina del
director. Pero los segundos se convirtieron en minutos y la sentencia
nunca llegó.
Marcus caminó lejos, quitándose la chaqueta y los gemelos de
su traje. Solamente miró una vez hacia atrás mientras se
arremangaba la camisa para exponer sus delgados y fuertes
antebrazos cubiertos de vello oscuro. Cora se quedó sin aliento,
pero él solo dio unos cuantos pasos hacia el bar a un costado. Hubo
vidrio tintineando, y regresó con una copa medio llena de líquido
ámbar. Se la ofreció y ella sacudió la cabeza, pero cuando él no se
movió, Cora finalmente la aceptó. Regresó y se sirvió otra para sí
mismo. Se movió hacia la ventana y bebió. Su perfil fue delineado
por las sombras.
Debido al silencio, sus ansias se pusieron inquietas. ¿Qué era lo
que le iba a hacer? La espera podría matarla.
Cora levantó su propia copa, pero se detuvo cuando respiró el
empalagoso olor del alcohol.
—Terminemos de una vez con esto —su voz rompió la atmósfera
sofocada por la quietud.
Marcus se volvió y la miró poner su copa sobre una mesilla con
un firme chasquido.
—Castígame, grítame, haz lo que sea que vayas a hacer —se
cruzó de brazos alrededor de la mitad. No le dejes entrar. Sin
importar qué. Quería esclavizarla como lo había hecho su madre
durante tantos años. Lo dijo en voz alta para recordarse a sí misma
que él no era diferente—. Mi madre me encerró en el sótano.
Supongo que estar atada en un dormitorio ya es una mejora.
La mirada de Marcus se tornó sombría. Caminó sin prisa, con
pasos despreocupados que no concordaban con la salvaje
intensidad en su rostro; la atención del cazador concentrándose en
su presa.
Cora no podía moverse. Estaba acorralada por su mirada. Ni
siquiera pudo hacerlo cuando él se acercó tanto que su rodilla rozó
la suya.
No. Quieres ser libre. Es todo lo que siempre has querido.
Sus manos se posicionaron en su cuello, envolviéndola con
dedos cálidos y fuertes. Su pulso palpitaba bajo su palma. Cora
cerró los ojos ante su hermoso rostro, pero no pudo ignorar la
calidez de su mano o la forma en que su cuerpo se relajaba por
completo ante su contacto dominante. ¿Por qué? ¿Por qué la
afectaba de esa manera? Estaba tan confundida que no sabía hacia
dónde era la salida.
—Tenía que intentarlo —soltó sin pensar cuando el silencio se
volvió demasiado pesado para soportarlo.
—Lo sé —su pulgar le acarició el mentón en un intento de
sensibilidad.
—Entonces hazlo —intentó sonar firme pero su voz terminó por
vacilar—. Lo que sea que planees hacer conmigo. Haz lo tuyo —lo
miró directo a los ojos; eran oscuros, casi negros.
Dejó caer su mano y se sentó frente a ella.
Cora se quedó sin aliento. Saboreó su bebida y la observó como
si fuera una obra de arte que poseía.
—¿Sabes por qué te estoy entrenando?
¿Porque eres un loco controlador? Quiso decir. Pero la primera
noche le dijo por qué estaba haciendo todo esto.
—Porque te deleitas en torturarme.
—Sí—bebió los posos de su trago—. Ahí lo tienes. Pero en una
última instancia, Cora, te mantengo para que estés a salvo.
Ella se carcajeó. No pudo evitarlo.
—Realmente crees eso, ¿cierto?
Cora sacudió la cabeza, frotándose su agotada cara.
—Haces todas estas cosas horribles en nombre de la paz. Te
dices a ti mismo que Olympus es peligroso y que eres el único que
puede contener la violencia.
—Es verdad. Nadie más es lo suficientemente fuerte.
—Crees ser el salvador de la ciudad.
—No. Un emperador.
Por supuesto. Podía verlo siendo parte del Senado. Repartiendo
laureles. Enviando tropas. Conquistando naciones, incendiando
ciudades, esclavizando al enemigo y echando maldiciones sobre
sus territorios.
—Es mejor ser temido que amado —citó a Maquiavelo. O a
Marcus, en resumidas cuentas.
—¿Y tú, Cora? ¿Me temes?
—Sí —resopló.
Ladeó la cabeza, pareciendo satisfecho.
—¿Y qué hay del amor? —dijo él.
—¿Qué pasa con él?
—Dijiste que me amabas.
—Eso fue antes. Ahora conozco tu verdadero yo.
Se puso de pie y la levantó.
—He sido muy blando contigo. Te solté las ataduras y
traicionaste mi confianza.
¿Realmente llegó a pensar que Cora no huiría si se le daba la
mínima oportunidad?
—Nunca serás libre. Pero ahora conoces los límites de tu jaula
—se inclinó más cerca y su aroma la envolvió. Era una mezcla de
sutil colonia y whisky escocés—. No hay adónde correr, Cora. Te
perseguiré. Tú perteneces aquí, a mi lado. Para siempre.
Su aliento se detuvo, pero no había terminado.
—Entonces, ¿por qué no dejas de luchar? Déjate llevar.
Permítete ser mía —retrocedió y ella se tambaleó. Su presencia era
como una fuerza, y al irse, ella sentía la pérdida.
—Ahora, desnúdate —con esa orden, la dejó.
Someterse. Obedecer. Escapar. Ese seguía siendo su plan
absoluto.
Pero eso requería sumisión, ¿cierto? Y Marcus no se
conformaría con algo menor que el control total de su cuerpo y el
dominio sobre su mente. Cora se estaba perdiendo a sí misma, pero
lo que más asustaba era que le estaba comenzando a gustar.
Está bien. Una vocecita le dijo. Es más grande, más rápido y
fuerte que tú. Es mejor que lo disfrutes.
Y si no obedecía, no había duda de que la desnudaría él mismo.
Así que se quitó los vaqueros y la camisa junto con cualquier
sensación de normalidad. Su piel se estremeció en la habitación fría.
Cuando se quedó sin sostén y sin bragas, Marcus regresó con una
caja en mano. La dejó en el suelo y se llevó las manos a los
bolsillos, moviendo la cabeza para que Cora continuara con el
espectáculo. Con el rostro tenso se despojó del resto. No era como
si tuviera algo que ocultar. Había sido la primera vez usando ropa
desde la boda.
No obstante, esperó con el pecho palpitándole mientras la
examinaba. No tardó en acercársele y recorrerle una mano por la
espalda y los costados como si se encontrara examinando un
caballo que quería comprar. No pudo evitar temblar de placer
cuando le dio un azote en el culo. Cora recordaba demasiado bien
su último castigo.
—¿Vas a castigarme?
Mientras se encontraba inclinado unos cuantos centímetros para
examinar sus temblorosos muslos, se detuvo y levantó la cabeza.
—¿Quieres que lo haga?
Su respuesta quedó atrapada en su garganta. ¿Qué haría ella
para aliviar la carga de la expectativa?
Sus palabras resonaron en sus oídos. Déjate llevar. Permítete
ser mía.
No confiaba en él. No podía. Al menos no con el corazón.
¿Pero su cuerpo? Madre mía. La idea de cómo sería si la llevara
de vuelta a ese perfecto estado de éxtasis donde podría finalmente,
finalmente alejarse de sus propios pensamientos y de toda la
confusión y el ruido. Donde podría simplemente… ser.
—Sí —dijo, de pronto muy determinada—. Quiero que me
castigues.
Algo brilló en sus ojos, pero desapareció al instante. Levantó la
barbilla.
—Creo, esposa, que te he subestimado.
Sus latidos palpitaban dentro de sus oídos. ¿Era posible
sorprender a Marcus? ¿Desafiarlo y hacer que la considerara como
igual a él?
Abrió la caja que había traído y sacó un pesado collar de metal,
plata, acero inoxidable y con una correa. Menos mal que la
consideraba igual que él.
Mientras sonreía, la llevó ante un espejo gigante con un pesado
marco dorado. La puso frente a él y la sostuvo con manos en sus
caderas. Sus labios viajaron hasta sus oídos.
—¿Qué ves?
—Tú, yo. Nosotros.
—Veo a una sumisa.
Su cuerpo se estremeció. La sostuvo con un brazo firme
alrededor de su cintura cuando sus piernas en cualquier momento
podrían ceder.
—Es una pena que tengamos que ser enemigos. Estamos allí
uno junto al otro, ronda tras ronda, pelea tras pelea. Fuimos hechos
el uno para el otro.
—Basta —susurró. Sentía que estaba a punto de llorar. Estaba
dolida y sofocada. Sus tiernas palabras eran como flechazos. Podía
soportar su crueldad, pero no su suave y reconfortante voz que
cambiaba el curso del destino. Después de todo, ¿quién podría
combatir al destino? ¿Por qué molestarse siquiera?
Es solo tu cuerpo. No significa que le estás cediendo el resto de
ti. O tu corazón. Y puede hacerle cosas realmente lindas a tu
cuerpo.
—Entrégate a mí, Cora —levantó el collar de acero inoxidable.
Ella cerró los ojos justo antes de que chasqueara—. Mía —respiró y
tiró de la correa, forzando su cabeza hacia atrás y a ella misma para
que lo mirara a los ojos.
Al mismo tiempo, la penetró con un dedo. Jadeó. Sus paredes se
apretaron por el placer de la invasión. Ya estaba mojada. Lo ha
estado desde que dio un paso dentro del pent-house. Marcus torció
los dedos, palpando y examinando sus paredes internas mientras su
pulgar no paraba de hacer círculos alrededor de su clítoris. Su
cuerpo cobró vida por él, como siempre sucedía.
—Eres hermosa.
Su mirada la consumió por completo. Marcus lo era todo. Sus
pulgares rozaron ligeramente sus pezones. Cora dejó caer su
cabeza en señal de rendición mientras él llevaba su cuerpo al límite.
—Muy bien. Así es, qué buena chica eres. Entrégate a mí y te
daré todo.
Cuando sus caderas comenzaron a sacudirse y el placer
aumentó, volvió a encontrarse al borde del precipicio; el diablo
susurraba al oído y el mundo entero cayó a sus pies.
Su mano palmeó su sexo y su orgasmo fue más allá, magnífico y
devastadoramente bello, como un atardecer luminoso
desplegándose a través de cada extremidad rosada y teñida de oro.
Pero en el último momento, apartó la mano. Cora gritó, pero no
se movió. Estaba justo allí. Tan cerca.
—¿Quieres correrte?
—Sí.
No lo quería. Lo necesitaba.
—Entonces sé buena, Cora. Sé buena por mí. Obedéceme.
Marcus se movió estando en cuclillas varios metros hacia atrás
sin dejar de sujetar su correa. Ella estaba necesitada.
—Ven, Cora —le hizo una seña—. Arrástrate hacia mí.
Por un largo momento se paralizó. Allí estaba. El arrastrarse.
Pero mientras lo miraba, vio la acción por lo que realmente era: una
elección.
Hacerlo significaría someterse a él por completo. Por voluntad
propia. Arrastrarse no porque la hubiese forzado a ponerse de
rodillas, sino porque ella quería todo lo que él tenía para darle.
Y al final, la elección se sintió muy simple.
Se puso de rodillas. Porque esta decisión final significaba que ya
no tenía que decidir más, ni preocuparse o justificar. La vida se
limitó y se volvió demasiado simple.
—Sí, hermosa. Dios, nunca habías estado más hermosa. Ven a
mí ahora.
Toda la tensión se fue de su cuerpo y mente mientras se
entregaba a él. La tormenta en su cabeza finalmente se calmó.
Ella quería, y ya no tenía por qué avergonzarse. Quería los ojos
de Marcus en su provocativa silueta y en el vaivén de sus caderas.
Quería seducirlo y deleitarlo. Y la forma en que la miraba… como si
fuera la cosa más bella que había visto en su vida; su rostro era el
retrato de un hombre obsesionado. Sí, Dios, sí. Nunca nada había
estado mejor.
Se arrastró ansiosa.
—Eso es —murmuró cuando se acercó a él, colocándola de tal
manera que su mentón estuviera en alto, su espalda arqueada y su
trasero hacia arriba. Su cuerpo se estremeció con la caricia de su
mano mientras se movía sigilosamente por su culo—. Hasta la
habitación, diosa.
Así que Cora se arrastró mientras movía el culo y levantaba los
ojos de vez en cuando para ver la mirada resplandeciente de
Marcus observándola moverse hasta la cama.
Apenas había llegado cuando él se agachó y la puso de pie.
—Es hora de tu recompensa —su voz sonaba tensa, como si
apenas pudiese sacar las palabras.
Pero de inmediato volvió a tomar el control de sí mismo; siempre
en control. Se aflojó la corbata, quitándose la ropa con movimientos
suaves. Tiró fuera los zapatos, camisa, pantalones, calzoncillos y se
detuvo, posando inconscientemente en la media luz. Marcus estaba
desnudo y Cora se sentía perdida porque frente a ella había un dios
con forma humana. De hombros anchos y pecho fuerte que se
estrechaba hacia unas esbeltas caderas, además de muslos
poderosos. O bien se ejercitaba todas las mañanas o hacía alguna
clase de magia para que sus músculos estuvieran fuertes,
estilizados, uniformes y bien definidos. Podría haber sido una
estatua tallada por un maestro, pero al verlo, él dejaría de lado sus
herramientas para echarse a llorar por aquella perfección que
desafiaba a la realidad. No obstante, a pesar de toda su belleza
fuera de este mundo, parecía un hombre, con grueso vello en sus
fuertes muslos y pecho. Parecía un soberano de la antigüedad. Tan
solo necesitaba una corona. Y si no le daban una, él iría a por ella.
Y ese hombre era suyo. Dijo que ella le pertenecía, pero ese
sentimiento era mutuo, ¿cierto? Podría haberla entregado a un
subordinado o hacer que Sharo la castigara. Pero nunca iba a
permitir que otro hombre la tocara. La quería solo para él. Pero Cora
quería una señal de que significaba algo para él. ¿Ese sentimiento
habría sido desde el principio algo inherente a la naturaleza
posesiva de Marcus?
Solo le restaba esperar. Porque comenzaba a sentirse perdida
por él.
—Acuéstate y abre las piernas.
Lo quería en su interior. Ahora. Quería arrojar sus brazos y
piernas alrededor suyo y frotar sus cuerpos juntos. Quería verlo
frenético por la necesidad de tenerla, y saber a ciencia cierta si él se
sentía tan perdido como ella.
Pero en vez de eso, Cora hizo lo que le dijo. Se recostó en la
cama y se abrió ansiosa para él.
Marcus se tomó su tiempo para prepararla, tirando de ella hasta
el borde de la cama e inclinando sus piernas a la perfección. Maldito
sea su control. Pero todo valió la pena cuando finalmente trepó por
encima de ella.
—Manos sobre la cabeza.
Cora levantó las manos. Lo que fuera para que él continuara.
Pero debió de haber sabido que nada podía apresurar a Marcus.
Ese era el punto, ¿cierto? Para que cediera por completo a él, a su
manera y a su tiempo.
Y cuando finalmente, finalmente entró en ella, la primera
embestida lenta de su polla volvió a llevarla justo al borde. Su
orgasmo previamente negado se estaba avivando nuevamente y de
inmediato.
Él entró más, y Cora contuvo la respiración con el cuerpo tenso.
Toda ella estaba concentrada en el lento y fluido movimiento de su
polla entrando en ella, aliviando el dolor y avivándolo al mismo
tiempo. Yacía temblando, como una vasija vacía esperando ser
llenada.
Sus piernas y espalda se tensaron, sus pezones se endurecieron
y sus dedos de los pies se retorcieron mientras las embestidas de
Marcus la empujaban hacia el orgasmo. Se movió sobre ella y el
sonido de sus caderas la llevó más atrás en la cama. Lo sujetó de
los hombros, agarrando y acariciando los bultos de músculos; un
poder tan magnífico bajo sus palmas.
Marcus se detuvo y deslizó las manos en su culo. Sus grandes
palmas ahuecaron sus nalgas, acercándola aún más. El nuevo
ángulo hizo que su hueso púbico rozara su clítoris y le provocara un
gemido. Joder, estaba cerca. Su orgasmo era como una locomotora
moviéndose deprisa hacia ella. Una fuerza inexorable a punto de
chocar…
Se detuvo. Se apartó. Dio un paso atrás e inspeccionó su
palpitante carne como si fuera un mueble.
—Marcus. Por favor.
Cogió su miembro en sus manos y lo masturbó con los fluidos de
ella como lubricante. La miraba con los ojos entrecerrados.
—Tócate. Tira de tus pezones.
Tiró de sus senos, obedeciendo al instante. Cualquier cosa para
volver a sentirlo dentro de ella. Lo que fuera.
El placer se apoderó de ella, pero no fue suficiente. Sin Marcus
nunca sería suficiente.
—Castigo —le recordó, y el horror se mostró en ella. La
provocaba, la tocaba y la tentaba. La follaría por la eternidad y
nunca la dejaría correrse. Marcus conocía su cuerpo y lo dominaba.
—Por favor —susurró—. Lo necesito —no la reprendió, así que
continuó—: Te necesito. Marcus, por favor.
—En cuatro.
Apenas había dado la orden y Cora ya estaba en posición con la
cabeza arriba, espalda arqueada y el culo arriba tal y como él le
enseñó. La cama rechinó cuando él subió y entonces…
Entró a empujones dentro de ella.
¡Sí!
Sus caderas se movieron en ella a un ritmo delicioso. Un tirón en
su garganta le dijo que Marcus había tomado el control de la correa.
Estaba siendo gentil, pero recordándole que tenía dueño.
—Querida mía, qué bien suplicas. —Otra hermosa embestida. Y
otra.
Su orgasmo explotó como una bomba, una explosión silenciosa;
una humeante nube atómica contra una puesta de sol. Sus
extremidades se debilitaron y su cuerpo se desgarró por las réplicas
del orgasmo que había deseado experimentar.
Terminó arqueada, con la cabeza apoyada en sus antebrazos y
con el culo en el aire mientras la azotaba por detrás. Finalmente,
Marcus gruñó y terminó.
Cuando la levantó y la condujo al baño, Cora se aferraba a él
con los brazos alrededor de su cintura. Estaba como en un sueño.
Un trance; una realidad que reflejaba la vida que ella quería, como si
su mundo se hubiera puesto patas arriba, pero hubiera descubierto
que podía vivir en el reflejo. De hecho, en ese momento, Cora
quería vivir allí para siempre.
Marcus la llevó a la ducha y abrió el chorro caliente que calmó
cada parte de ella.
—Lo hiciste muy bien, diosa —murmuró mientras lavaba su
cuerpo, lentamente, centímetro a centímetro. Su propia polla dio un
brinco, nuevamente erecta, pero no hizo ningún movimiento para
satisfacerse ni para obligarla a hacerlo. Limpió cada centímetro de
ella, incluso le afeitó las piernas y el montículo. Mientras tanto, Cora
sentía como si estuviera flotando; como si nunca hubiera pisado el
suelo mientras se ocupaba de ella; como si fuera un tesoro precioso.
Precioso para él.
Cuando la secó y la llevó hacia el dormitorio, se sintió
somnolienta. Su cuerpo se sentía lento y sus pensamientos llenos
de pereza. Marcus la había puesto en un trance del que no quería
despertar. Así que se sintió bien cuando la llevó de vuelta a la cama
y la arropó. Se sentó a su lado y luego se inclinó para plantar en su
frente el beso más dulce. Permaneció allí un largo rato, con la
cabeza inclinada sobre la de ella como si se encontrara rezando.
Mientras Cora se dormía, la imagen permaneció en su cabeza.
Marcus inclinándose como un suplicante a pesar de que ella era la
que acababa de entregar su sumisión.
CAPÍTULO 19

Así que esto era… diferente.


Días más tarde, Cora se sentó en la mesa con Marcus para
tomar el desayuno. Sí, en la mesa, no debajo o al lado de ella a los
pies de Marcus.
Sacudió la cabeza y volvió a tomar otro bocado de sus huevos.
Él estaba leyendo el periódico, aparentemente completamente
ajeno a ella. Esta mañana no le había dicho ni una palabra, ni
siquiera cuando le había puesto su plato en la mesa frente al suyo
en lugar de en el suelo.
Era una novedad. En los últimos días, incluso después de
haberse deshecho de la cadena, el plato seguía sin aparecer en el
suelo.
Cora no sabía cómo sentirse al respecto. ¿La estaba
recompensando por su sumisión en el dormitorio? ¿O finalmente se
había dado cuenta de que, pues, no tenía sentido encadenarla si de
todos modos la capturaría si intentaba dejar el pent-house?
Pero eso había sido cierto desde el principio, por lo que la
función de la cadena había sido más por humillación y sumisión que
por mantenerla cautiva. Entonces, ¿la consideró debidamente una
cobarde después de la estación de policía y el… arrastrarse?
La cara se calentó ante el recuerdo.
O tal vez aquella era la puta cuestión, el tenerla constantemente
cuestionando y conjeturando, e inclusive dudando de sí misma para
que nunca supiera hacia dónde era la salida. Porque cada vez que
la llevaba a la cama, dominante y exigente, casi siempre la llevaba a
ese lugar de éxtasis más allá del pensamiento, simplemente
sintiendo… Y por la mañana se despertaba para encontrarse con su
mente nuevamente controlada de manera muy sólida. Y su mente
no sabía cómo lidiar con lo que su cuerpo acogía con satisfacción.
Marcus. En control. Su deseo gobernaba cada minuto de su vida.
Dejó caer el tenedor sobre el plato con un fuerte ruido, echó la
espalda hacia atrás en la silla y se cruzó de brazos.
Marcus finalmente bajó el periódico para mirarla, pero solo por
un instante.
—Saldremos esta noche. Así que dúchate y aféitate.
¿Qué?
—¿Qué?
Lo bajó lo suficiente para volver a mirarla con expresión
imposible de leer.
—Si no lo haces, lo haré por ti.
—Bien —espetó.
—Una estilista llegará a las cuatro. Prepárate.
—No tengo nada que ponerme.
—Ella traerá el vestido.
—¿A dónde vam…?
—Basta —la interrumpió con impaciencia.
Cora apretó los dientes rebeldemente. Pero si Marcus estaba
diciendo la verdad… Y si en realidad iba a sacarla del pent-house…
Bueno, no era como si jugar bajo sus reglas por un día la mataría.

Se duchó. Se afeitó. Y a las cuatro en punto llamaron a la puerta.


Marcus la abrió y un hombre delgado y a la moda con una valija y un
perchero —que Cora supuso que tenía vestidos en fundas negras
colgantes—, entró.
—No le hables —le ordenó con brusquedad al hombre—. Yo
elegiré el vestido.
Cora lo fulminó con la mirada y sintió cómo sus mejillas se
calentaban. ¿Así iba a ser toda la noche? ¿Humillándola delante de
cualquiera a dónde quiera que fueran…?
Respiró profundo y poco a poco exhaló. No importaba. Su orgullo
no importaba. Podría comportarse, no siendo tan estúpida como la
última vez.
No correría por la calle a pedir ayuda en su primera oportunidad
fuera del pent-house. No. Tenía que jugar este juego
inteligentemente. Si Marcus quería que fuera una marioneta en una
cuerda, entonces tenía que fingir bailar.
Pero eso no significaba que no podía usar esta noche para
aprender todo lo que pudiera, además de buscar aliados y
oportunidades.
Así que más tarde, le sonrió con ternura al estilista, quien asintió
hacia Marcus, obviamente intimidado por no decir absolutamente
aterrado, y le señaló hacia el baño principal.
—Si me acompañas, podemos empezar.
Tres horas más tarde, la maquilló, le rizó y cardó el pelo en un
elegante moño con rizos como cascada sobre un hombro.
Marcus había escogido un vestido rojo mucho más atrevido que
cualquier cosa que hubiera escogido para sí misma. El frente era
modesto, pero se envolvía atrevidamente sobre su hombro,
exponiéndole la espalda de modo que el estilista tuvo que usar cinta
adhesiva para asegurarse de que ninguna de sus nalgas quedara
expuesta.
Se miró en el espejo de cuerpo entero y se desconcertó todavía
más que cuando se miró el día de su boda. Parecía refinada y
perteneciente al mundo. Mucho más de cómo se sentía. Era una
campesina de Kansas.
Sacudió la cabeza. No, eso no era verdad. Ya no más. No era la
chica inocente que hacía tres meses había viajado en autobús hacia
la ciudad. No después de Marcus.
Aun así, ella no era… Se volvió y miró la atrevida caída trasera
del vestido. Enseguida vio llegar a Marcus tras ella.
Se quedó sin aliento al verlo.
Marcus con esmoquin era… aterrador. Imponente. Espectacular.
Fue directo a ella. Jadeó cuando sus manos se movieron
rápidamente a su cuello, y observó en el espejo con la respiración
contenida cómo usaba la pequeña llave de forma extraña para
liberarle el collar.
Cora pudo adivinar lo que el estilista había estado pensando del
collar. El aparatoso acero inoxidable obviamente no hacía juego con
el aspecto elegante, pero debido a las instrucciones de Marcus, el
estilista no había dicho ni una palabra.
Marcus lanzó el collar a la cama detrás de él y sacó una caja de
terciopelo grande y cuadrada de su saco de traje. Se sentó en el
tocador junto al espejo y lo abrió todavía en silencio.
¿Qué estaba…?
—¿Son diama…?
—Sí.
Los ojos de Cora se abrieron de par en par mientras él levantaba
la delicada gargantilla adornada con diamantes y la llevaba hacia su
cuello. Escalofríos le recorrieron el cuerpo mientras le levantaba el
pelo. El roce de sus dedos le embelleció la piel cuando le abrochó la
gargantilla en la nuca.
El collar de diamantes entrelazados de una pulgada de grosor
brillaba incluso en la tenue luz de la habitación. Estaba hecho de lo
que parecían ser cientos de diamantes pequeños junto con algunos
más grandes incrustados en un patrón central.
Debía costar una fortuna.
Cora no pudo evitar levantar la mano para tocar la espectacular
joya, pero se detuvo en el último segundo de hacer contacto y dejó
caer la mano. Tragó duro y los diamantes brillaron con el
movimiento.
—¿Por qué?
—Para que todos sepan que eres mía.
Cora asintió. Finalmente, una respuesta que tenía sentido.
—¿Pero y si lo pierdo? O el broche se rompe y no me doy
cuenta de que se cae, o…
—No se caerá. Ahora, confío en que tampoco conseguirás
perder esto de nuevo.
Sacó otra caja más pequeña y familiar y la abrió.
Era su anillo de compromiso y su alianza que había lanzado a
través de la habitación la primera noche. ¿Tan sólo tenía dos
semanas? Parecía un siglo.
Sus ojos se movieron hacia Marcus en el espejo, pero su rostro
no tenía expresión alguna. Indiferente.
Cora sacó los anillos de la caja y los deslizó en su dedo anular
izquierdo. Después, Marcus puso sus grandes y frías manos sobre
sus hombros desnudos y sus ojos se encontraron con los de ella en
el espejo.
—No me avergonzarás esta noche. Actuarás como una buena
esposa.
—¿Porque Dios te libre de cualquier cosa que ensucie tu
intachable reputación? —Su comentario cruel abandonó su boca
antes de que pudiera evitarlo.
A Marcus no pareció hacerle gracia.
Deslizó la mano desde el hombro hasta la garganta de Cora y
por primera vez en todo el día, ella vio un fuego avivado en sus ojos.
No hizo presión en su garganta alrededor de la gargantilla, pero
mantuvo su mano allí.
Y en demostración de cuánto y cómo Cora ya no era la simple
campesina de Kansas, el reflejo en el espejo y la sensación de la
mano dominante de Marcus la estaban haciendo sentir un cosquilleo
en todos los sentidos, de los cuales ninguno contenía miedo.
Tal vez ya no era inocente, pero indudablemente seguía siendo
igual de tonta. Porque su corazón se apretó con su roce, también.
Cora se apartó del espejo y caminó hacia la puerta.
—Asumo que nuestro coche espera.

Así que sí, el estilista, el vestido y el collar debieron de haberle dado


cierta idea. Pero todavía no estaba preparada cuando Sharo los
bajó frente a una alfombra roja. Era una gala con una alfombra roja
de verdad.
Era una gala benéfica, se enteró Cora en el transcurso de la
siguiente hora, mientras Marcus la tomaba el brazo y los flashes
fotográficos la cegaban, y mientras caminaban sobre la ya
mencionada alfombra roja con dirección al salón de baile del hotel
Elysium, el único hotel en New Olympus más lujoso que el propio
Crown.
Cora trató de evitar abrir demasiado los ojos cuando vio a
famosos actores, actrices, músicos y políticos conviviendo a su
alrededor.
Marcus caminó entre la multitud sin inmutarse y Cora hizo todo lo
que pudo para seguirle el ritmo. Paraba de vez en cuando para
tener charlas casuales. Y se mostró encantador. Carismático,
inclusive. La presentó a varios con la mano siempre en la parte baja
de su espalda.
Cora había entrado oficialmente en la dimensión desconocida.
Marcus estaba sonriendo. Obviamente era un espectáculo montado
a voluntad, pero, aun así, ella había olvidado cómo era su sonrisa
completa. El hoyuelo. Se había olvidado del irresistible hoyuelo.
¿Era así como Marcus había sido cuando estaban “saliendo”?
Pero no, después de veinte minutos de verlo, se dio cuenta de que
no había sido así. Cora no sabía si se sentía mejor o peor de que él
no hubiese adoptado esta energía para ser aquel íntegro y falso
Marcus, en el momento de cortejarla, o si eso significaba que había
sido capaz de ver un poco más del verdadero Marcus desde el
principio.
O tal vez todavía no tenía idea de quién demonios era Marcus en
realidad.
Después de que él cumplió con la cuota de compromiso social
que consideraba apropiada, la llevó a ver los artículos de la subasta
que habían sido donados para la gala benéfica. Todo tipo de cosas
se encontraban para subastar: Pinturas. Asientos de palco para los
juegos de los equipos deportivos más populares. Cena con el
alcalde. Un tour en helicóptero por la ciudad. Entradas para el
teatro. Estas últimas fueron lo único que tentó a Cora. Se prometió
que tan pronto como tuviera algún ingreso disponible, iría a una
función.
—¿Algo que te llame la atención? ¿Quizás un bolso de mano o
dos?
Cora puso los ojos en blanco y bajó el folleto acerca del
espectáculo más popular en Theater Row.
—No hay nadie alrededor. No tienes que continuar con la farsa.
—¿Acabas de ponerme los ojos en blanco? —La pregunta fue
hecha de manera tranquila y ligeramente incrédula.
Cora tragó saliva mientras lo miraba y sacaba la lengua para
lamerse los labios. Esa sensación de cosquilleó volvió a atacar su
vientre con la misma intensidad que veía en el rostro de Marcus.
Chica tonta. Chica tonta.
Un gong fue escuchado y todos a su alrededor empezaron a salir
de la zona de subastas, pero Marcus continuó mirándola fijamente.
La mano de Cora ascendió al collar que llevaba puesto para
acariciar las gemas brillantes. Con la barbilla apuntó hacia la
muchedumbre que se encontraba retirándose.
—Creo que eso significa que la cena está a punto de comenzar.
Marcus se quedó inmóvil por otro largo momento para después
dar un marcado asentimiento de la cabeza, tomar su brazo y
caminar de una forma tan chirriante para unirse al flujo de personas.
Cora tuvo que levantarse la falda para no tropezar mientras lo
seguía por detrás.
Se encontraron sentados en una gran mesa redonda con otras
diez personas. Marcus echó un vistazo a las tarjetas con los
asientos asignados y a aquellos que estaban a su lado. Su
expresión se oscureció y enseguida los cambió por dos personas de
otra mesa.
Cora no estaba segura de que se le permitiera hacer eso, pero
¿quién iba a detener a Marcus Ubeli?
Se sentó y les sonrió incómoda a los que ya estaban sentados a
la mesa, pero Marcus no se sentó a su lado.
—Ya vuelvo —murmuró antes de irse al otro lado de la
habitación para hablar con alguien. Cora lo vio irse y entrar en
discusión con un hombre quien más tarde llamó a otro hombre.
Marcus sacó su móvil y rápidamente le envió un mensaje a alguien.
¿Por qué tan siquiera lo estaba mirando? Ella tenía sus propios
intereses.
Miró alrededor de la mesa y les sonrió a las otras dos parejas
que la acompañaban en la mesa.
—Hola, soy Cora. Encantado de conocerlos.
Las dos mujeres de la mesa intercambiaron una mirada antes de
mirar a Cora.
—¿Estás casada con Marcus Ubeli? —Le preguntó la que
estaba a un par de asientos de distancia. Una linda pelirroja cuyo
acompañante masculino tenía que ser por lo menos cuarenta años
mayor que ella.
Cora trató de mantener genuina su sonrisa.
—Sí, hace dos semanas. Todavía estamos en la etapa de la luna
de miel.
—Qué bien —dijo la pelirroja en un tono muy condescendiente.
Cora apretó los dientes.
Llevó la mirada a Marcus, quien ahora hablaba con tres
personas. Dos hombres y una mujer rubia que tenía su mano en su
brazo de manera muy posesiva, y su cuerpo inclinado contra el suyo
de cierto modo que hizo que Cora se quedara sin aliento.
Era un toque íntimo. Una invasión del espacio, a menos que… A
menos que conociera a la persona muy bien. Íntimamente.
—¡Cora, querida!
Ella giró la cabeza oportunamente para ver a Armand dirigirse
hacia ella, inclinarse y darle dos besos, uno en cada mejilla. Luego
dio un paso atrás y la miró fijamente.
—Mírate. Absolutamente impresionante, mi amor. Debo
convencer a Marcus para que te deje modelar el vestido en el que
estoy trabajando. Nadie más podría hacerle justicia a mi pieza
maestra. Lo diseñé pensando en ti.
Cora se sonrojó cuando Armand cogió las dos tarjetas con la
disposición de los asientos puestas a su lado, y se las entregó a un
asistente que lo seguía para poder sentarse junto a ella.
—¿Qué te parece tu primera gala? —preguntó, mientras
levantaba los brazos de manera llamativa—. ¿Está a la altura de tus
expectativas?
—No tuve tiempo de crear ninguna expectativa. No sabía que
veníamos.
—Esa bestia. Estás estupenda.
Cora volvió a mirar a Marcus. La mujer seguía allí y se había
acercado más, si es que eso era posible.
—Agh, esa mujer es una bruja.
Movió la cabeza de vuelta a Armand, quien obviamente se había
dado cuenta de que estaba mirando a Marcus.
—¿La conoces?
—Desafortunadamente.
Cuando se quedó callada, Armand evidentemente se apiadó de
ella.
—Es ejecutiva de una de las grandes compañías de
telecomunicaciones de New Olympus.
—¿Salieron juntos?
Armand levantó una mano y la sacudió en un gesto como de
algo así.
—No sé si lo llamaría así.
—¿Por cuánto tiempo?
—Iban y venían durante un año o dos.
—¿Y qué pasó?
—Según los rumores, ella quería más. Aparentemente él no —
Armand levantó las cejas de forma significativa.
—¿Hace cuánto tiempo sucedió?
—Supongo que terminaron tal vez dos meses antes de que
llegaras a la ciudad.
Cora buscó su vaso de agua, y después de un largo trago golpeó
su vaso hacia abajo, casi derramando agua sobre el mantel.
—Ella ya es agua pasada, cariño. Solo tiene ojos para ti. He visto
la forma en que ese hombre te mira.
Cora estuvo a nada de mofarse. Si tan solo Armand supiera.
¿Y por qué demonios estaba desperdiciando energía pensando
en eso? Se volvió hacia Armand, dándole la espalda a Marcus. Esta
noche era para forjar relaciones. Y sí, Armand era amigo de
Marcus… ¿O quizás tenían negocios juntos? Cora no sabía lo que
un mafioso y un diseñador de moda podrían tener en común, pero
de todas formas Armand era un comienzo. Cuanta más información
tuviera, mejor.
—Entonces, dime cómo has estado. ¿Cómo va la línea de ropa?
¿Y los spas? Has abierto una cadena de spas de lujo, ¿verdad?
—Agh, me han tenido agotado. Pensé que ser empresario y mi
propio jefe significaría decidir mi propio horario y quedarme en la
cama mucho más tiempo. ¡Ja! Trabajo desde el amanecer hasta el
anochecer y aun así no consigo hacer la mitad de lo que tengo en
mi lista de cosas pendientes —se inclinó hacia adelante—.
Probablemente no ayude el irme de fiesta desde que el sol se pone
hasta que se oculta —le guiñó el ojo.
Cora soltó una carcajada, sorprendiéndose a sí misma. ¿Cuánto
hacía que no se reía de verdad? Se sintió bien. Muy bien.
Extendió la mano y le dio un apretón al antebrazo de Armand,
soltándolo casi tan rápido como sucedió el contacto. Pero su sonrisa
era genuina cuando dijo:
—Me alegro de verte, Armand. Me alegro mucho de verte.
—Armand —la voz profunda de Marcus se escuchó detrás de
Cora, quien se sobresaltó en el asiento y levantó la cabeza para
mirarlo. Puso una mano sobre su hombro de manera posesiva antes
de sentarse a su lado—. ¿Cómo va el negocio?
Armand puso su atención en él.
Cora miraba a Marcus. ¿La había visto tocar a Armand? ¿Estaba
enojado con ella por eso?
Pero parecía estar tranquilo. Más tranquilo de lo que había
estado toda la noche, relajado en su asiento y bebiendo de una
copa con whisky americano que había cogido de algún lugar,
mientras él y Armand hablaban sobre el nuevo spa que había
abierto. A diferencia de otras personas con las que Marcus había
conversado esta noche, él y Armand parecían verdaderamente
amigos.
Los meseros se acercaron para recoger las tarjetas y preguntar
qué entrada les gustaría. Cora se excusó para ir a los sanitarios.
Marcus se levantó al mismo tiempo que ella y sus ojos la
atravesaron como cuchillas. Escuchó su pregunta no formulada. Se
inclinó sobre la punta de los pies y le susurró al oído:
—Déjame adivinar, ¿tienes matones vigilando el salón de baile, y
seré secuestrada y llevada de vuelta al pent-house si doy un paso
fuera?
Marcus envolvió una mano alrededor de su cintura y la apretó
contra él. Su aliento se sintió caliente contra su oído mientras le
respondía:
—Algo así. Espero que estés aquí en diez. Si no lo haces, iré a
buscarte. O uno de mis… matones lo hará —cuando se apartó, las
comisuras de sus labios se alzaron.
Le dio un último apretón en la cintura y la dejó ir, pero Cora
siguió sintiendo su toque mucho después de haberse alejado de la
mesa hacia el baño. Fue allí, pudiéndose relajar hasta que cerró la
puerta del cubículo del retrete. ¿Qué estaba haciendo? ¿En verdad
había sentido celos de esa mujer? ¿Lo que se suponía que debía
hacer aquí era buscar una forma de escapar?
Dejó caer su cara en sus manos, pero la levantó rápidamente.
No podía permitirse el lujo de estropear su maquillaje. Puso los ojos
en blanco ante lo ridícula que era su situación.
Hablando de una jaula dorada.
Pero sentarse en el inodoro no la iba a llevar a ninguna parte.
Así que tiró de la cadena y abrió el cubículo, dirigiéndose hacia el
lavamanos. Estaba tan absorta en sus pensamientos que ni siquiera
se dio cuenta de la mujer que había abierto la puerta cuando
empezó a lavarse las manos.
—Así que, tú y Marcus Ubeli.
Cora levantó la vista y sus ojos se abrieron de par en par al ver a
la elegante rubia que había cruzado la puerta. La misma mujer con
la que Marcus había estado hablando antes.
—Tengo que decir, bravo. Pensé que ese hombre sería soltero
de por vida. Siempre le gustaron sus juguetitos para follar, pero
nunca imaginé que se casaría con uno.
La mujer avanzó unos cuantos pasos y se paró en el espejo
junto a Cora. Dejó su bolso de mano en el lavamanos y sacó lápiz
labial. Su vestido era negro y el maquillaje rojo fuego. Parecía estar
en sus treintas. Era deslumbrante, elegante y sofisticada. El tipo de
sofisticación que se debía a la experiencia y no a un bonito vestido.
No pudo evitar mirarla mientras empezaba a retocar su lápiz
labial que ya se veía perfecto.
Los ojos de la mujer volvieron a Cora.
—Bueno, eres tímida y callada —cerró la pintura para labios y
cerró su bolso con un zas!
Cora seguía sin decir nada. No era como si pudiera defender su
relación con Marcus, o como si quisiera hacerlo. Él no significaba
nada para ella. Lo odiaba.
—¿En serio? ¿Nada para decir? ¿Sabes que él y yo hemos sido
amantes durante años? Se suponía que yo debía sentarme a tu
lado, pero ya viste lo molesto que se puso. La cosa todavía está
fresca entre nosotros. Luchamos como perros y gatos y luego nos
reconciliamos apasionadamente, así ha sido siempre. Pero créeme,
siempre vuelve a mí.
La mujer miró a Cora de arriba abajo con los ojos entrecerrados,
obviamente esperando una respuesta por su malicia. Y no era que
sus palabras no la hicieran sentir pequeña y con muy poco valor. Lo
hacían. Este no era su mundo. No conocía las reglas de los juegos a
los que esta gente jugaba, y mucho menos a los de Marcus.
Y de repente añoró con todas sus fuerzas volver a la granja,
donde todo era sencillo.
Si tan solo pudiera volver en el tiempo. Su madre no era tan
mala. Y no era algo con lo que Cora no pudiera lidiar ahora. Ya no
era una niña. Ahora ya podía dar la cara por ella misma.
Después de un día como hoy… Y todo lo sucedido con Marcus…
Si tan solo pudiera volver a una vida de levantarse cuando el sol
saliera, pasando sus días en el campo y durmiendo después de un
duro día de trabajo.
Dios. Haría cualquier cosa para volver a eso.
La mujer parecía a punto de hacer otro comentario malicioso
para desestimarla por completo, pero Cora extendió la mano.
—¿Me prestas tu móvil?
—¿Qué?
—¿Me prestas tu móvil? Olvidé el mío en casa y hay alguien a
quien necesito llamar.
Los ojos de la mujer se entrecerraron confundidos, pero abrió su
bolso y sacó el aparato.
—Si lo usarás para mandarle un mensaje a Marcus fingiendo ser
yo, se dará cuenta.
Madre mía. Qué juegos tan tontos jugaban estas personas.
—No voy a enviar mensajes de texto o llamar a Marcus —Cora
se lo arrebató y la miró fijamente—. ¿Te importaría esperar afuera?
La mujer resopló una risa divertida y se pavoneó hacia la puerta.
Miró por encima de su hombro mientras agarraba la manija de la
puerta.
—Te estaré esperando afuera para cuando termines.
Cora asintió distraída, ya marcando. Miró por debajo de los
cubículos. El sanitario estaba vacío.
—¿Hola?
Cerró los ojos y se apoyó contra el mostrador cuando escuchó la
voz de su madre.
—Mamá.
—¡Cora! —Hubo un traqueteo del otro lado de la línea—. Cora,
¿dónde estás? ¿Dónde te tiene? ¿Te encuentras bien? Dime dónde
estás e iremos enseguida. Mataremos a ese hijo de puta.
—No, mamá —frunció el ceño—. Estoy bien. Todo está bien.
Pensé que tal vez podríamos…
—¿Dónde estás? Juro que ese bastardo no volverá a hacerte
daño. Le haremos pagar. Le arrancaré el corazón del pecho y
volveremos a casa, donde nadie podrá volver a hacerte daño…
—¡Mamá! —Cora se dio la vuelta y golpeó una mano sobre el
mostrador—. Escúchame un segundo. Estoy bien.
—Dime dónde estás.
—Ahora mismo, en una gala en el hotel Elysium. Y el resto del
tiempo me mantiene en el Crown. ¿Por qué no me hablaste de papá
y lo que hizo? —No quería preguntarlo, pero se le salió.
—Porque nunca debiste ser parte de este mundo. Siempre se
suponía que seríamos tú y yo. Solo tú y yo. Y así es como será de
nuevo. Mataremos a ese hijo de puta y…
—No —estaba irritada y enfadada—. No quiero que tú o mis tíos
le hagan daño —tan pronto como las palabras salieron de su boca,
se dio cuenta de que eran ciertas.
—¿Qué?
Llevó la mirada al suelo y una mano a la frente.
Dios. Estaba jodida. Porque lo que había dicho era verdad. No
quería que Marcus saliera herido. Y lo que esa mujer había dicho
antes, le había molestado. Se había puesto celosa.
Y por muy bonita que pareciera la vida en la granja… no podía
volver. Era demasiado tarde. Lo que había empezado con Marcus,
fuera lo que fuera, tenía que verlo llegar hasta el final o salir de él
por sí misma.
Se miró en el espejo, y ahora la mujer reflejada ya no se veía
como una extraña. Se miraba pálida pero llamativa. El tono brillante
del vestido hacía que su piel se viera luminosa.
—Él se ha metido en tu cabeza —su madre lo dijo de forma fría.
Cora no podía negarlo. ¿Por qué no querría toda la venganza
que su madre prometía?
—No hemos podido llegar a la ciudad, pero estamos trabajando
en ello, nena. Estamos en camino —la voz de su madre era tan fría
que hizo que le provocara un escalofrío en la espalda.
Cora la había oído de esa manera antes, normalmente antes de
un castigo, uno de los malos.
—Tengo que irme, mamá. Puedo resolver esto por mi cuenta.
Solo quería que supieras que estoy bien.
Colgó antes de que su madre pudiera decir algo más. Se dirigió
a la puerta y la abrió, estando a nada de azotar el móvil contra la
mano de la hermosa rubia. Había sido estúpido cogerlo y más
estúpido llamar a su madre. Incluso escuchar su voz trajo todo de
vuelta:
Las bofetadas si quemaba el tocino en el desayuno. Ser
empujada al suelo y encerrada fuera de la casa si su mente vagaba
y regresaba tarde del campo. No darle de comer si Demi pensaba
que su cintura se estaba poniendo demasiado ancha. El bombardeo
diario de palabras degradantes e insultos.
Sí, Marcus le había puesto un collar. Pero nunca la golpeó. No la
insultó, y si le seguía permitiendo libertades como ésta, salir del
pent-house, y tal vez volver a ser voluntaria en el refugio…
¿Entonces porque es el menos malo de los dos, de repente ya
es tu príncipe azul?
—Sabes —la mujer cuyo nombre Cora aún no sabía, le levantó
una ceja con falsa modestia—. Marcus puede ser un intrépido en la
habitación. La próxima vez que él y yo nos juntemos podría ser
divertido tenerte como la tercera en nuestro trío amoroso.
Cora la miró con ira.
—Puedes irte a la mierda.
Se encaminó hacia la mesa donde Marcus estaba sentado. Se
puso de pie como si quisiera correrle la silla para que se sentara,
pero Cora tiró de ella bruscamente antes de que él siquiera pudiera
y se sentó de golpe, manteniendo los ojos de manera decidida hacia
el subastador. No miró a Marcus.
Habían servido champán en la mesa y Cora tomó su copa y la
inclinó hacia atrás. Estaba espumosa y fría, y a pesar de la
sensación, lo bebió todo. Cogió la copa intacta frente a Marcus, pero
él rápidamente extendió la mano y la detuvo. Cora lo miró. Sus ojos
se oscurecieron y atraparon los de ella en respuesta. No parecía
contento.
Sí, bueno, que se joda él también. Cora le dedicó una muy
empalagosa sonrisa.
—Oh, cariño, tengo tanta sed —dijo muy en voz alta para que
todos los demás en la mesa la oyeran.
—Toma mi agua, amor —contestó, dándole su copa de agua.
Ella le entrecerró los ojos, pero la aceptó. Más tarde tendría un
poco más de champán. Si había una noche para emborracharse,
era ésta. No le importaba tener solo diecinueve años.
De repente, Marcus levantó una paleta de subasta que Cora ni
siquiera había notado que tenía en su regazo, y gritó:
—50.000 dólares.
Hubo gritos de asombro a su alrededor y Cora se sentó más
erguida, mirando repentinamente hacia adelante y hacia atrás,
desde el subastador en la parte delantera de la habitación hasta
Marcus.
—Bueno, amigos, esas son un par de entradas costosas para
una función de teatro. ¿Alguien con una mejor oferta? Eso pensé.
Vendido al número cuarenta y seis.
Cora se quedó boquiabierta. ¿Acababa de…? Su cabeza se
volvió hacia Marcus.
—¿Qué hiciste?
Le dedicó su característico tirón en las comisuras de sus labios.
—Donar a la caridad.
Cora lo miró fijamente mientras el subastador se ponía a hablar
sobre el siguiente artículo.
Fue dejada absorta en sus propios pensamientos durante el
resto de la velada debido a su madre, la mujer del vestido negro y,
sobre todo, a Marcus. Sacó pocas conclusiones acerca de todo
esto, aparte del hecho de que estaba muy confundida y
probablemente no podía confiar en su propio juicio.
La subasta finalmente terminó y la cena fue servida. Armand le
susurraba al oído sobre los chismes de la ciudad, mientras otros
alrededor de la mesa charlaban formal y educadamente. Cuando
surgió el tema de la donación de Marcus, Cora corrió el riesgo de
ser imprudente:
—No me sorprende —le sonrió a él—. Marcus apoya todo tipo de
organizaciones benéficas. Es una de las razones por las que nos
enamoramos. Le encanta el hecho de que yo pase tanto tiempo en
un refugio para perros en la 35 y Tebas —volvió su sonrisa a Marcus
—. ¿No es cierto, cariño?
Los ojos de Marcus se entrecerraron, pero asintió.
—Sí, siempre he admirado tu espíritu generoso.
—¿En serio? —dijo un hombre del otro lado de la mesa,
evidentemente mostrando interés—. No sé si lo mencioné, pero
trabajo para el New Olympian Post. Todo el mundo está siempre
curioso por el escurridizo señor y ahora la escurridiza señora Ubeli.
Me encantaría tener una historia sobre la caridad.
—No —dijo Marcus al mismo tiempo que Cora aplaudía con
aparente deleite y decía—: ¡Sí! Sería maravilloso.
Marcus la miró y ella continuó sonriéndole.
—Oh, vamos, cariño. Eres un hombre de negocios muy
respetado en la ciudad —levantó una mano para ajustarle la
corbata, aunque ya se encontraba perfecta—. Es natural que
sientan curiosidad por ti —miró al reportero—. Ven este martes.
Estaré de voluntaria.
Debajo de la mesa, la mano de Marcus palmeó el muslo de
Cora, quien se volvió hacia él y le dedicó una resplandeciente
sonrisa.
—Maeve estará encantada de dar a conocer la historia del
refugio.
Marcus sonrió serenamente con ojos fríos para después cambiar
de tema. Su mano, sin embargo, aún estaba muy ocupada,
deslizándose por debajo de la abertura en el costado de su vestido
por la cara interna de su muslo. Cora tuvo que ocultar su jadeo
tomando un rápido sorbo de agua. Pero la mano de Marcus no se
detuvo allí. Con una mano comía su salmón ahumado y con la otra
continuaba ascendiendo por su muslo hasta que se encontró
apartando sus bragas y entonces, oh…
Los nudillos de Cora palidecieron alrededor de su tenedor
mientras él metía un dedo en ella. Justo ahí, en la mesa de la cena.
En una habitación con cientos de personas. Y mientras llevaba
puesto un vestido de diseñador y Marcus conversaba con otro
hombre sobre el estado actual del mercado de valores.
¿Cómo se atrevía a…?
Oh. Oh…
El placer le estimuló el vientre de manera fuerte y sorprendente.
Se echó hacia atrás en la silla y abrió las piernas tanto como se lo
permitía el vestido.
No. ¿Qué coño estaba haciendo? Ella no podía…
¡Oh! Dos de sus largos y gruesos dedos la exploraron por dentro
y fuera, acariciando a través de sus pliegues y hasta su clítoris para
después volver a penetrarla inevitablemente.
Estaba mal. Tan mal que se encontrara disfrutando de esto.
Su pecho subía y bajaba de manera marcada mientras el placer
irradiaba por todo su cuerpo con dulces sacudidas golpeando. Se
aferró a su vaso de agua y se mordió el labio inferior para evitar
chillar. Madre mía. Oh, sí. Oh, sí. Justo ahí. Así.
Iba a correrse… ¡Oh! Quería echar la cabeza hacia atrás y cerrar
los ojos. Pero nadie podía saber lo que Marcus le estaba haciendo.
Cora ni siquiera quería admitirlo. Sus dedos la estimularon más
furiosos.
El clímax golpeó suave al principio, pero se extendió, sacudida
tras sacudida, irradiando desde el centro de Cora. Una ligereza tan
pura y liberadora que le hizo querer aferrarse a ella para siempre.
Las cosas que Marcus le hacía sentir. Madre mía. Las cosas que le
hacía sentir…
Siguió acariciándola, pero más despacio, mientras ella montaba
hacia la culminación, montaba, montaba y montaba…
Agarró todo su coño con su grande mano y lo masajeó a medida
que las sacudidas iban cesando. Un temblor, que no pudo evitar,
estremeció el cuerpo de Cora y sus ojos se abrieron. ¡Joder! Ni
siquiera se había dado cuenta de que se habían cerrado, pero el
placer había sido muy absorbente.
Marcus apartó la mano y ella casi dio un grito ahogado.
Él empujó su propia silla hacia atrás desde la mesa.
—Si nos disculpan —dijo secamente y le tendió una mano a
Cora—. ¿Cariño?
No era una petición. Ella lo supo por el fuego que ardía en su
mirada. Con la mano temblando, la levantó y cogió la de él. La
levantó de la mesa y entrelazó sus dedos juntos. Cora les dedicó a
todos en la mesa una temblorosa sonrisa. Armand miró hacia atrás
intencionadamente. Oh, Dios, ¿todos allí se habían dado cuenta de
lo que estaba sucediendo?
Marcus no dijo nada mientras la empujaba a través de las mesas
llenas de gente, y Cora tampoco se atrevió.
Al salir del salón de baile se fueron hacia donde los abrigos
habían sido guardados.
—¿Su número de boleto, señor? —Preguntó el empleado.
—¿Sabes quién soy? —Preguntó Marcus.
Los ojos del chico se abrieron de par en par y tragó duro.
—Sí, señor, señor Ubeli, señor.
—Danos la habitación —exigió Marcus—. Veinte minutos.
El empleado abrió de un empujón la media puerta que tenía
detrás y salió corriendo sin hacer más preguntas. Cora sacudió la
cabeza ante el pesado dominio de Marcus, pero al segundo la
arrastró a la habitación y cerró la mitad inferior y superior de la
puerta con llave. Luego la empujó contra el perchero de abrigos.
—No me gusta que me contradigan en público —gruñó con ojos
oscuros—. Por nadie, pero especialmente por mi esposa.
¿Su esposa? Cora no pudo evitar mofarse.
—No finjamos que soy algo más que un conveniente… ¿cómo
me llamó esa detestable mujer? ¿Juguete para follar? Y cada vez
que me follas te vengas de mi padre, así que supongo que soy un
especial de dos por uno.
Si era posible, la mirada de Marcus se oscureció todavía más. El
tono de su voz peligrosa cuando dijo:
—¿Qué mujer?
—No apunté su nombre y no llevaba collar, pero aparentemente
te gusta tener tríos con ella, así que espero que al menos tú sepas
como se llama.
—Lucinda.
Estúpidamente, escuchar su nombre salir de los labios de
Marcus dolía. Porque Cora era una chica estúpida, estúpida.
Pero aparentemente Marcus cambió de tema sin hacer más
comentarios sobre su anterior o quizás todavía actual juguete para
follar.
—Si crees que decirle a ese reportero que te mantengo contra tu
voluntad te ayudará…
Cora se rio amargamente.
—Si tienes al Departamento de Policía de New Olympian bajo tu
control, estoy segura de que sabrás lidiar con el tercer periódico
más popular de la ciudad sin necesidad de esforzarte demasiado —
estabilizó su mirada con la de él, lo que desafortunadamente
significaba que todavía lo miraba hacia arriba, algo desventajoso
que ni siquiera sus tacones de ocho centímetros pudieron
solucionar.
—Quiero ver a mi amiga Maeve. Debe estar preocupada por mí,
ya que no he hablado con ella desde la boda.
Incluso al hablar sobre lo dolorosa que había sido la boda,
recordaba lo esperanzada y emocionada que había estado ese día.
Cora levantó la barbilla de modo desafiante.
—Además, seguramente un mafioso como tú aceptará cualquier
buena publicidad que pueda conseguir porque así es como
funciona, ¿verdad? ¿La hipocresía de esta ciudad? Todo el mundo
sabe lo que sucede, pero vienen a fiestas como esta y se codean,
se sonríen y fingen preocuparse por organizaciones benéficas
cuando todo es una cortina de humo para la terrible realidad.
—Cuidado —vociferó Marcus y su mano fue hasta su garganta.
Ella no dejó de mirarlo.
—Enciérrame de nuevo. Mátame de hambre. Pégame si quieres.
No es nada que no haya experimentado antes. Te lo dije, sobreviví
antes y sobreviviré a ti.
Algo brilló en los ojos de Marcus, pero antes de que Cora
pudiera averiguar qué era, la agarró por la cintura y la giró de modo
que le diera la espalda. Le subió la parte baja del vestido y
enseguida le bajó las bragas. Se bajó la cremallera y la tiró contra
él. Cora sintió el calor de su largo miembro contra sus nalgas y su
sexo apretándose debido a la anticipación.
Pero qué chica tan estúpida.
Inclinó su cabeza sobre el hombro de Cora, de modo que su
barba de tres días le erizara el oído.
—Nunca me volverás a faltar al respeto en público de esa
manera. Harás lo que yo diga. Cuando lo diga.
Penetró su sexo empapado. Los ojos de Cora casi se salen de
sus órbitas al sentir la totalidad de Marcus. Sus dedos se habían
sentido bien, pero esto, madre mía, esto…
—Lamento si no soy tu Barbie zorra de cabeza hueca a la que
estás acostumbrado.
El brazo de Marcus le rodeó el pecho y ascendió hasta que su
mano volvió a estar sobre su garganta.
—Esa boca —gruñó.
Y como si fuera una buena medida, le dio un buen azote en el
culo.
Cora soltó un siseo indignado, aun cuando su sexo se apretaba
alrededor de él. Su otro brazo, que era como una barra fija alrededor
de su cintura, cayó hasta que sus dedos rasgaron su clítoris e
inmediatamente el placer comenzó a incrementarse de nuevo.
Siempre era así, Cora lo había notado. Después de tener un
orgasmo, el segundo resultaba más fácil y rápido de hacer llegar,
además de ser a menudo más fuerte y satisfactorio.
—Esto no cambia nada —jadeó, aun cuando sus caderas se
sacudían contra él en el placer. Madre mía—. Sigo —un jadeo—,
odiánd… —un segundo jadeo—, …dote.
—Es hora de que cierres esa deliciosa boquita tuya —vociferó.
Cuando le quitó la virginidad, fue amable y paciente.
Y parecía que esa paciencia había llegado a su fin. La aferró
contra él con ambos brazos y embistió profunda, salvaje y
violentamente.
Cora dejó de pensar. Solo sintió con todos sus sentidos.
El húmedo sonido y la sensación de su polla gruesa raspando
dentro y fuera de ella. El crudo ruido de su aliento contra su oído. El
olor de su sudor mezclado con colonia. El mirar hacia abajo y ver
sus fuertes y varoniles manos agarrándola y trabajándola.
Por lo general, Marcus tenía el control. Tan estudiado e
indiferente. Pero sus embestidas eran salvajes y sus ruidos como de
un animal mientras la hacía suya. No podía contenerse más de lo
que ella podía. Esto los superaba a ambos.
Cora no pudo evitar gritar de placer cuando el clímax atacó esta
vez, y la mano de Marcus se movió de su garganta a su boca para
amortiguar los sonidos que salían de sus labios. De alguna manera
eso volvió a la situación todavía más cachonda; él la follaba tan
fuerte en aquel armario de abrigos mientras le cubría la boca para
mantenerla callada. Se impulsó contra él mientras los espasmos la
recorrían de manera involuntaria al principio, y luego
voluntariamente mientras Marcus maldecía contra su oído y
embestía aún más fuerte.
Presionó su rostro contra el cuello de Cora y la penetró lo más
profundo que había llegado hasta ahora y ella lo sintió, a su calor,
mientras se corría en su interior, y sintió algo más alto que el clímax;
un triunfo femenino.
Marcus salió y embistió una y otra vez, luego dejó de moverse,
como si no quisiera dejar pasar el momento. Permaneció allí por un
buen rato con un respirar irregular. Cora se aferró a él con toda la
fuerza que le restaba.
No dejó que los pensamientos volvieran a entrar. Aún no. Aún
no.
Solo era Marcus y ella en este momento, tan perfectamente
conectados.
No sabía cuánto tiempo se habían quedado así. ¿Un minuto
entero? ¿Dos?
Antes de que finalmente se apartara y Cora sintiera a su semilla
comenzar a deslizarse fuera y hacia abajo por la parte interna de
sus muslos, su sexo se apretó de nuevo, involuntariamente, como si
quisiera mantenerlo dentro de ella.
Se alegró de encontrarse dándole la espalda porque no sabía lo
que en ese momento Marcus habría visto en su cara. Solo estaba
segura de una cosa mientras miraba fijamente el perchero con los
abrigos, entusiasmada y horrorizada por todo lo que acababa de
suceder.
Esto no había sido parte del plan.
CAPÍTULO 20

Tres días después Cora fue al refugio para perros. Hizo una pausa y
luego corrió, lanzándose a los brazos de Maeve, quien la estrujó
cerca pero solo por un momento, para después apartarse y sujetar
los hombros de Cora.
—Deja que te vea —Maeve había tenido una sonrisa puesta,
pero se borró al ver a Cora de arriba abajo—. Cariño, ¿estás bien?
El labio inferior de Cora temblaba mientras luchaba por contener
las lágrimas. Asintió y volvió a abrazar con fuerza a Maeve.
—Oh, cariño —le frotó suavemente la espalda.
Cora cerró los ojos y se hundió en su amiga. Dios. No se había
dado cuenta de lo mucho que había necesitado una cara conocida.
Las lágrimas se acumularon y cayeron por sus mejillas, pero no
emitió sonido alguno. Se aferró a Maeve por mucho tiempo. Cuando
finalmente la soltó, secó las lágrimas y soltó una risa un tanto falsa.
—No sé qué me pasa. Han pasado tantas cosas desde que te vi
—cogió las manos de Maeve y les dio un apretón—. Siento no
haberme puesto en contacto antes.
Maeve le respondió con el mismo apretón de manos.
—No pasa nada, lo entiendo. Recuerdo lo que se sentía ser una
recién casada —sus cejas se arrugaron—. Pero cariño, en serio,
¿estás bien?
Cora tragó duro y asintió.
Marcus había dejado más que claro en el desayuno que no
debía revelar ninguna verdad de la situación de ambos a su amiga,
pero no había llegado al extremo como para amenazar el bienestar
de Maeve si Cora no cumplía, aunque ella no estaba dispuesta a
ponerla en esa posición. Incluso tal vez había sido egoísta volver
aquí. Marcus era peligroso. Poner a Maeve en la mira de él o en la
de sus Sombras no la favorecería en lo absoluto.
Pero las cosas entre Cora y Marcus se habían relajado aún más
desde la gala. Todavía la dejaba moverse libremente por todo el
apartamento, además de hablar sobre dejarla volver como voluntaria
en el refugio de manera temporal, y una vez a la semana. Hoy iba a
ser puesta a prueba.
Bueno, al decir hablar, Cora se refería a que Marcus lo había
decretado con una larga lista de condiciones, incluyendo que sus
Sombras protegieran el frente y la parte trasera del edificio, y que
Sharo la acompañara en todo momento.
Marcus trabajaba todo el día y a veces también las noches, pero
comían juntos al menos una vez al día, aunque nunca hablaban
mucho. Sin embargo, a veces él le leía. Primero el periódico. Y
luego sin discutir, cogía un libro de la estantería y empezaba a leerlo
en voz alta. Se trataba de una novela de Thomas Hardy, muy bella y
triste.
Y cada noche, sin falta, iba a su habitación. Se tomaba su tiempo
con ella. A veces la cosa se ponía un poco accidentada pero nunca
era algo rápido y, por mucho que Cora odiara admitirlo, sus visitas
nunca eran indeseables.
Había comenzado a esperar que Marcus volviera a casa con un
entusiasmo que la inquietaba.
Él era el enemigo. ¿No lo era?
Ella. Estaba. Muy. Confundida.
Y con todo esto dicho, a Cora le vendría bien una amiga ahora
más que nunca.
—Estoy bien —su sonrisa ya no temblaba tanto—. Lo digo en
serio.
El timbre de la puerta sonó y el hombre de la gala entró, el
reportero, esta vez no con esmoquin, sino con jeans y una atractiva
camisa Henley gris. Sonrió tan pronto como vio a Cora y ella le agitó
la mano en un saludo.
—Maeve, este es el reportero del que te hablé, el cual quiere
hacer un reportaje sobre el refugio.
La mujer miró brevemente al hombre y luego sus ojos volvieron a
Cora.
—Hablaremos más tarde, ¿de acuerdo? —La examinó y Cora
asintió con la cabeza.
—Definitivamente.
Cora le mostró al reportero, Joe García, los alrededores del
refugio y le explicó cómo funcionaban las cosas mientras iba de
jaula en jaula alimentando a los perros.
—Aceptamos a todos y cada uno de los extraviados y
abandonados sin importar qué. Maeve se ha comprometido a que
esto no sea una perrera de sacrificio, lo que significa que aparte de
los perros que son demasiado viejos o están demasiado enfermos
para que los cuidemos, aquí no se sacrifica a ningún animal. Pero
eso deja una carga sobre nosotras para hacer que los adopten y
que aquí sigamos cuidando y albergando a los que no encuentren
una familia. Dependemos de donaciones y voluntarios para
mantenernos a flote.
Joe asintió e hizo un par de anotaciones en la pequeña libreta
que llevaba consigo.
—¿Y cuánto tiempo has sido voluntaria aquí?
—Por dos meses y medio, desde que llegué a la ciudad.
—¿Dónde solías vivir?
Cora se detuvo frente a la jaula de los puggles mientras abría la
puerta para dejarle su comida.
—Hacia el Oeste —respondió de manera evasiva—. Trabajamos
duro para pasear a los perros al menos una vez al día, dependiendo
de cuántos voluntarios vengan. Y cuando podemos, anunciamos
nuestros servicios de adopción. Cuanto más podamos correr la voz
sobre este lugar, más perros podremos salvar.
—¿Siempre has tenido ese amor por los animales?
Cora vio lo que estaba haciendo. Obviamente quería que fuera
un artículo más sobre ella que sobre el refugio, y sin duda cualquier
reportero que se dijera digno de serlo trataría de profundizar para
conseguir la exclusiva que pudiera.
Cora le sonrió de manera dulce.
—Este es Boris —le presentó a un gran pastor alemán. Abrió la
jaula y le vertió la comida, acariciándolo un poco en la barriga antes
de cerrarla—. Ahora tengo debilidad por él. Es grande e intimidante,
pero una vez que lo conoces, es un encanto —se inclinó—. Un poco
como mi marido.
Joe alzó las cejas ante eso último.
—Oh, ¿en serio? ¿Estás diciendo que Marcus Ubeli tiene una
dulce barriga?
Cora se rio.
—Oh, no iría tan lejos. Marcus es muchas, muchas cosas, pero
yo no lo llamaría dulce. Digamos que puede ser un perfecto
caballero cuando tiene ganas de serlo.
Anotó frenéticamente en su bloc, sin duda tratando de registrar la
cita.
Cora continuó:
—Mucha gente piensa que adoptar un perro de un refugio de
animales significa conseguir un animal más viejo, pero es una idea
falsa. Tenemos muchos cachorros, como puedes ver. Es lamentable,
pero demasiada gente adopta sin estar realmente preparados para
cuidar de otro ser vivo. Pero aquí trabajamos duro para que dueños
potenciales encuentren mascotas que sean compatibles con lo que
buscan exactamente. No queremos que solo tengan a los perros por
una semana y después los regresen. Así que hablamos con las
personas y les pedimos que rellenen formularios. Pasamos tiempo
con los perros para aprender sus manías y hábitos, todo para
emparejarlos bien con los dueños y viceversa.
Joe asintió y tomó algunas notas, pero no con tanto entusiasmo.
—¿Cómo se conocieron tú y el señor Ubeli? Obviamente
tuvieron un compromiso corto si apenas hace dos meses y medio
llegaste a la ciudad.
Cora le dedicó una leve y enigmática sonrisa.
—Algo así.
—Oh, vamos. Dame algo para mis lectores. Marcus Ubeli, un
soltero consumado, ¿de repente se casa después de conocerte
hace solo unos meses? La noticia puso a New Olympus a cotillear.
Seguramente puedes darles a nuestros lectores una mirada al
interior de su romance apasionado. ¿Sus familias ya se conocían?
Cora se detuvo y le dio la espalda. ¿Él sabía algo? ¿Sabía que
era una Titan?
Hizo todo lo que pudo para respirar lenta y regularmente
mientras cogía otra porción de comida de perro de la bandeja, y la
vertía en el tazón de un perro cuya raza parecía una mezcla entre
un perdido pastor escocés y un Jack Russell. No, no había manera
de que él pudiera saber quiénes eran sus padres, de lo contrario la
noticia habría sido mandada a todos los titulares mucho tiempo
atrás. Ella había visto titulares desagradables sobre Marcus, y con
noticias así de importantes… Inclusive Marcus con todo su poder e
influencia podría no ser capaz de hacerlas desaparecer.
Pero lo más probable era que Joe García estuviera tratando de
adivinar, con la esperanza de poder sacar algo de información.
Cora arrastró el balde hasta la siguiente jaula y sintió que Joe la
seguía. Aún sin mirarlo, dijo:
—No sé cómo explicarnos a Marcus y a mí —Ja. El eufemismo
del siglo—. Una noche llovía y corrí a su club para resguardarme de
la tormenta.
Finalmente lo miró.
—Me deslumbró —más verdad, a pesar de que la punzada en su
pecho era más como una hoja de hacha.
—Y supongo que yo también le causé una impresión. ¿Alguna
vez has experimentado un momento y has sabido, con toda tu alma,
que iba a cambiar el resto de tu vida? Así fue conocer a Marcus.
Estaba mi vida antes de conocerlo y mi vida después. Y así es como
se definirá hasta el día de mi muerte. Antes y después.
Joe había dejado de anotar, y ahora se encontraba mirándola
absorto mientras ella le contaba la pura verdad.
—Estoy empezando a ver por qué el señor Ubeli pudo haber
quedado deslumbrado.
Cora ladeó la cabeza y le sonrió.
—Los halagos te llevarán lejos, señor García. Ahora venga por
aquí, quiero mostrarle los cachorros.

—Todo ha ido bien —dijo Maeve mientras miraba a Cora por encima
de su humeante taza de té. Maeve siempre decía que no había
nada que no se pudiera resolver con una buena taza de té. Pero
solo había visto a Marcus en una ocasión y de manera muy breve,
en la boda.
—Con suerte la publicidad traerá más gente al refugio para
adoptar —dijo Cora.
—Estaba escuchando a escondidas —admitió Maeve, haciendo
sonreír a Cora
—No esperaba menos.
La expresión de Maeve se volvió seria.
—Pero ¿cómo estás realmente?
Alargó la mano para hacer presión sobre la rodilla de Cora.
Estaban sentadas en la parte trasera del refugio en la oficina de
Maeve, en taburetes, al lado de la pequeña área de descanso donde
se había instalado un microondas, café y una central de té en una
esquina.
Cora echó la cabeza hacia atrás y suspiró profundamente.
—¿Está tan mal?
Cora miró a su amiga.
—No malo, necesariamente.
Se preguntaba cuánto podría decir sin revelar la verdadera
magnitud del problema.
—El matrimonio es… Bueno, el matrimonio con un hombre como
Marcus es… más complejo e intenso a lo que yo estaba preparada.
—Cariño, ¿cuántos años tienes, diecinueve? Me sorprendería si
no lo fuera, aunque desearía que la fase de la luna de miel hubiera
durado un poco más.
Cora sonrió.
—Marcus trabaja muchas horas y no siempre es el mejor
hablando —por no decir algo peor—. Y supongo que me preocupa
que… —¿De qué manera decirlo?—. Vine a la ciudad para tratar de
encontrarme a mí misma. Para liberarme de mi madre controladora
y ahora…
—¿Y ahora estás casada con un hombre controlador?
Cora asintió. Nuevamente se estaba quedando corta.
—No es tan sorprendente, cariño —dijo Maeve con cuidado—.
Era a lo que estabas acostumbrada toda tu vida. Y es verdad lo que
dicen, desafortunadamente. Nos sentimos atraídos hacia parejas
como nuestros padres porque es todo lo que conocemos.
Cora dejó caer su cara en su mano.
—Dios, no digas eso —gimió—. La última persona con la que
quiero casarme es alguien como mi madre.
Maeve se rio, pero luego volvió a ponerse seria.
—¿Es bueno contigo? ¿Es amable?
Cora miró al suelo durante un largo instante antes de finalmente
admitir:
—Sí.
Luego llevó la mirada de vuelta a Maeve.
—No es como mi madre. No es ruin ni cruel solo por maldad —
entonces se preguntó si eso era cierto—. No sé, todavía es
temprano para saber. ¿Y si realmente es como mi madre?
—Cariño, escúchame. Si alguna vez quieres alejarte de ese
hombre, si alguna vez te levanta una mano o empieza a ser abusivo
con sus palabras, dímelo. No me importa quién sea, te sacaremos
de allí.
Ahí estaba. Todo lo que Cora quería oír desde que Marcus
cambió la historia en su noche de bodas. Alguien dispuesta a
ayudarla a escapar de él.
Pero sacudió la cabeza y se inclinó para darle un apretón a la
mano de Maeve. Se dijo a sí misma que era porque no quería que
un mundo de problemas aterrizara sobre Maeve debido a lo que sus
palabras podrían provocar en Marcus.
Pero tuvo más miedo de creer en las siguientes palabras que
salieron de sus labios:
—Creo que podría ser feliz con él. Ha sido un ajuste y todavía
estamos aprendiendo a comunicarnos, pero… creo que podría ser
feliz…
Miró a su alrededor hacia los perros en jaulas. ¿Eran felices allí?
Estaban bien alimentados, salían a caminar una vez al día, y
algunos de ellos se encontraban en una situación mucho mejor que
en la de sus anteriores hogares abusivos. Los perros se mostraban
agradecidos cada vez que Cora vertía comida en sus cuencos o les
acariciaba la barriga o los sacaba a pasear al aire libre. Pero al final
del día siempre volvían a las jaulas.
—¿Crees que son felices? —Preguntó de repente—. ¿Pasando
toda su vida en estas jaulas, esperando hasta que alguien piense
que son lo suficientemente valiosos para ser adoptados?
—Me parece que sí —respondió Maeve en voz baja después de
unos segundos—, la felicidad empieza aquí —se inclinó hacia
adelante en su taburete y presionó su puño contra el pecho de Cora,
justo encima de su corazón.
La miró y volvió a sentir cosquillear sus ojos debido a las
lágrimas, justo como cuando llegó por primera vez al refugio. Tragó
duro.
—No es tan simple. Todo lo que siempre quise fue libertad.
Maeve le dedicó el más sutil movimiento de cabeza.
—Ya eres libre, nena. Siempre lo fuiste. En donde hacía falta.
Levantó su puño y volvió a presionarlo contra el pecho de Cora.
—Quiero lo mejor para ti, niña, tanto si quieres irte como si
quieres quedarte, y te ayudaré en lo que sea que elijas. Pero hasta
que exijas tu libertad aquí —abrió la palma de su mano sobre el
corazón de Cora—, no importará con quién estés ni qué reglas te
impongan ellos o su estilo de vida.
—No entiendo.
Maeve sonrió.
—Lo harás.
CAPÍTULO 21

Marcus se encontraba en una mesa en la parte trasera de la casa


de Paulie con Sharo y varios de sus lugartenientes, quienes no le
tenían buenas noticias.
Angelo, un teniente menor, se mostraba animado mientras
hablaba.
—Nos atacaron del lado oeste, todos en diferentes partes de
nuestro negocio. Un traficante fue herido, dos hombres fueron
directo a su carga. Escapó. Un camión fue atacado; lo encontramos
vacío y abandonado en Ape.
Ape, o la vía Apia, era la principal carretera que conectaba a
New Olympus con Metrópolis.
—Obviamente fueron los Titan —dijo Marcus—. ¿Pero me tienes
algo más específico?
—En estos momentos estamos buscando al conductor. Podría
ser que ese hijo de puta huyó. Pero el peor golpe fue en la ubicación
de las prostitutas de Santonio.
Mierda. El prostíbulo; contrario a cuando las chicas se reúnen
con los clientes en un hotel o en la ubicación de ellos, por lo general
estaba repleto de matones para protegerlas.
—¿Qué pasó?
—Dos tipos llegaron por separado, reservaron una noche,
drogaron a las chicas y luego se escabulleron de las habitaciones y
le prendieron fuego al prostíbulo.
Marcus se mostró tranquilo.
—¿Hubo bajas?
Angelo sacudió la cabeza.
—Los chicos de abajo olieron el humo y sacaron a todos a
tiempo, pero las dos chicas están en el hospital por inhalación de
humo. Y uno de los chicos le hizo algunas cosas a la chica mientras
estaba inconsciente. Todavía estamos esperando a que despierte.
Las prostitutas trabajaban ilegalmente, pero vivían en el bajo
mundo y, por lo tanto, se encontraban bajo la protección de Marcus.
—Santonio está poniendo doble protección en su establo.
—No iban tras las chicas —dijo Sharo mientras se paseaba de
un lado a otro de la habitación. Su mirada se encontró con la de
Marcus al otro lado de la mesa.
Marcus asintió. Sharo dormía allí en las locaciones de las
prostitutas varias veces por semana, y siempre con chicas
diferentes. Si no estaba allí, estaba en otra casa, pero aquella era su
favorita.
Ni siquiera tenía un lugar propio. Si al hombre le gusta dormir
junto a un cuerpo caliente por la noche, ¿quién era Marcus para
juzgarlo? ¿Pero el hecho de que los Titan estuvieran tras el hombre,
la mano derecha de Marcus?
—Se están volviendo más audaces —dijo Marcus.
Angelo asintió sin dejar de mirar a Marcus.
—Si nos atacan, tenemos que devolver el golpe diez veces más
fuerte —golpeó su puño en su otra mano.
—¿Cómo vamos a atacar, jefe? —Preguntó Carlo.
Marcus podía sentir la energía de sus tenientes por toda la
habitación. Esta era una guerra que todos habían estado esperando.
Marcus, sobre todo.
¿Pero ahora que ya había llegado?
Marcus se sentía incómodo. Esas chicas que terminaron en el
hospital esta noche eran apenas el comienzo.
Y aunque no fueran inocentes ante la opinión pública, lo eran
para él.
¿Cuánto daño colateral causaría una guerra callejera sin cuartel?
¿Cuántos inocentes tendrían que morir?
¿Y para qué?
Todo porque Marcus tuvo que vengarse y capturar a Cora.
Habían estado en una tensa tregua con los Titan por casi ya una
década. Y había sido él quien había vuelto a calentar la Guerra Fría.
Ni siquiera había considerado otras opciones en ese momento.
Le informaron que Demi Titan estaba de vuelta en la ciudad y tenía
que verlo con sus propios ojos.
Pero por supuesto que no había sido ella, sino su hija. Y tan
pronto como Marcus la vio, debía tenerla.
Chiara finalmente sería vengada.
Era todo lo que podía ver. Pero solo ahora, meses después de
haber conocido a Cora, había empezado por primera vez en años a
recordar la vida de Chiara y no solo su muerte.
Pensó que había estado honrando su memoria al vengar su
muerte, pero todo esto… ¿Más guerra? ¿Más muerte? Era lo último
que su hermana hubiera querido.
—Es momento de actuar —dijo Angelo cuando Marcus se quedó
callado—. Les enviamos el video que Marcus filmó en su noche de
bodas. Pedimos un rescate por la perra para sacar al líder de su
escondite. Entonces emboscamos a esos hijos de puta y los
matamos a todos y cada uno de ellos.
Solo años de disciplina impidieron que Marcus se lanzara sobre
Angelo y le golpeara la cara por llamar “perra” a su esposa.
Hubo sonidos de aprobación de todas partes del círculo ante las
palabras de Angelo. Claramente era una idea popular. Había sido
idea de Marcus en primer lugar y la había compartido con sus
tenientes en el momento en que inició a cortejarla.
—No puedo —dijo de manera brusca Marcus—. La cagué
cuando intenté transferir el video a mi computadora. El archivo se
dañó.
Angelo lo miró fijamente, evidentemente confundido.
—Entonces haz otro.
Pero debido a la manera en cómo Cora y él se encontraban
ahora, simplemente no podía imaginar hacer algo que la hiciera
llorar como lo había hecho, después de decir tantas gilipolleces.
Y acababa de mentirles a sus tenientes. El archivo no se había
dañado. Lo había borrado.
Lo había estado viendo, a punto de enviarlo por correo
electrónico, y eso le revolvía el estómago. Por primera vez en años
escuchó la voz de Chiara en su cabeza. Marcus, ¿qué estás
haciendo? ¿Crees que esto es lo que quiero?
Antes de que pudiera pensárselo mejor, lo había borrado y
vaciado la papelera.
—¿Marcus?
Marcus fulminó a Angelo con la mirada. A ese desgraciado se le
estaban subiendo los humos a la cabeza. Solamente era un teniente
menor con mucho descaro para interrogar a Marcus y andar dando
su opinión como si tuviera la posibilidad de expresarla.
—Lo pensaré y te llamaré.
Angelo lo miró como si Marcus se hubiese vuelto loco.
—Pero jefe…
Marcus había tenido suficiente. Levantó a Angelo de su asiento y
lo empujó hacia atrás hasta que su espalda golpeó contra la pared,
sujetándolo de la garganta.
—Te vendría bien respetar a tus mayores. ¿Has estado en la
organización por cuánto… ocho años? Todos los demás en la mesa
tienen quince años más que tú. Así que no hables a menos que se
te pregunte. Y Cora puede ser una Titan, pero también es mi esposa
y como tal merece respeto. ¿Me has oído? —Marcus sacó su arma
y la puso contra la frente de Angelo—. Dime que me has entendido.
Su cuerpo comenzó a temblar bajo la mano de Marcus en su
garganta.
—Te escucho —susurró temblorosamente.
—Bien —dijo Marcus al empujarlo una vez más.
Se volvió hacia la mesa y se guardó el arma en un costado de su
brazo.
—Los Titan serán castigados. Su violencia no se quedará sin
contestar. Pero lo haremos inteligentemente. Enano y Gordo,
averigüen quién es su principal proveedor en Metrópolis. Dupliquen
la presencia de las Sombras en el lado oeste. No habrá más Titanes
entrando en nuestra ciudad sin que nosotros lo sepamos. No más
sorpresas. Y encuentren a ese maldito conductor para ver qué sabe.
Se levanta la sesión.
Todos los chicos asintieron, se pusieron de pie y salieron a toda
prisa. Astuto. La mayoría sabía que no debía meterse con él cuando
estaba de mal humor. Angelo se fue con el rabo entre las patas.
Marcus tendría que ver eso. Angelo tenía un enorme ego y era
ambicioso. Esa podría ser una combinación peligrosa.
Marcus miró su reloj. Sabía que él era de la vieja escuela por no
mirar su móvil cada maldito segundo, pero las personas estaban
encima de estas cosas en exceso.
Miró a Sharo.
—Considerando todo, podría ser conveniente que
desaparecieras por un tiempo.
Sharo asintió y se fue sin decir nada más.
Probablemente por eso el gran hombre era su mejor amigo, si el
término le aplicaba a alguien. Él sabía cuándo era mejor mantener la
boca cerrada.
CAPÍTULO 22

Era un conductor diferente a Sharo quien recogió a Cora en el


refugio. Se había cambiado su ropa por un vestido y tacones a
petición de Marcus. Jugueteaba con la correa de su bolso. Se sentía
extraño estar en un coche en movimiento sin Marcus. Era extraño
estar en cualquier lugar sin Marcus. Y, aun así, se encontró
haciendo exactamente lo mismo que haría si Marcus estuviera en
allí. Miró por la ventanilla en silencio y con la mano sobre el cristal
mientras observaba las hermosas y brillantes luces de la ciudad.
—Eh, señor, ¿puede poner música clásica? Creo que hay una
preestablecida.
Las piezas de Rajmáninov llenaron el Bentley e hicieron que
Cora se relajara contra el asiento. Entre la suave calma de la música
y los suaves asientos de cuero, Cora sintió que sus ojos se cerraban
y se distanciaban.
El día previo había visto un programa de televisión mientras
Marcus se encontraba trabajado, el cual hablaba sobre apicultores
que usaban el humo para aturdir a las abejas, arrullándolas hacia
una falsa sensación de seguridad mientras vaciaban sus colmenas
de miel.
¿Eso era lo que le estaba pasando a ella? ¿Adormeciéndose
hacia una falsa sensación de seguridad por las rutinas y los
pequeños regalos después de los períodos difíciles que su marido
por sí mismo había causado?
¿Estaba siendo manipulada por un maestro?
Cora puso los ojos en blanco para sí misma. Dios, ¿qué onda
con las metáforas animales? Pero tal vez era natural que no pudiera
evitar pensar en trampas y jaulas el único día que estaba libre.
El conductor se detuvo frente al establecimiento de Paulie,
donde aparentemente Marcus se encontraba esperando. Varias
Sombras rodearon a Cora mientras salía del asiento trasero y,
mirando hacia ambos lados, la sacaron del vehículo y la llevaron
rápidamente al restaurante. Ya había estado allí un par de veces
antes de contraer matrimonio, cuando Marcus hizo una breve
parada por negocios. Ella había estado bebiendo café en una mesa
en la parte delantera mientras él se encontraba en la parte trasera.
Pero hoy, sin embargo, Marcus estaba en una cabina dentro de una
pequeña habitación separada del resto del restaurante. Estaba solo
con nadie acompañándolo, como si la estuviera esperando.
La mesera llevó a Cora directo a él y Marcus le hizo un gesto con
la mano para que tomara el asiento opuesto. Cora jugueteó
nerviosamente con su bolso y se sentó, arrimándose hasta que
estuvo frente a él y con la estrecha mesa entre sus cuerpos.
—¿Cómo la pasaste con tu amiga?
—Estuvo bien. Gracias por dejarme ir —las palabras fueron un
poco difíciles de pronunciar. No debería tener que pedir permiso
para ir a ver a su propia amiga. Pero mantuvo su temperamento a
raya porque realmente quería que él le concediera más y más
libertades como la de esta tarde.
Marcus ladeó la cabeza hacia ella y Cora se preguntó en qué
podría estar pensando. Parecía que últimamente siempre se
encontraba preguntándose en qué estaba pensando. Su rostro era
imposible de leer y sus acciones a menudo inexplicables. Él se
había relajado mucho desde la noche de bodas, pero ella no sabía
por qué o qué vendría después. Cora había vuelto a esperar
constantemente lo inevitable.
—Supongo que no podemos hablar como gente normal,
¿verdad? —Preguntó Cora con un suspiro.
Las cejas de Marcus se alzaron sorprendidas.
—Por favor.
Pero eso fue todo lo que dijo. Ella volvió a suspirar. Marcus
nunca haría nada fácil, ¿verdad?
—¿Cómo estuvo tu día?
Él continuó examinándola y se encogió de hombros.
—Me encargué de los negocios.
Cora puso los ojos en blanco.
—Bien, no me hables de tu día. Te hablaré sobre el mío. Fue
genial volver a ver a Maeve. Y a los perros. El reportero se mostró
entrometido, pero de algún modo me lo esperaba —sus ojos habían
estado vagando por el restaurante, pero de un momento a otro
volvieron a Marcus—. No te preocupes, no le dije nada.
—No me preocupaba que lo hicieras.
Esta vez fue Cora la que lo miró sorprendida.
—Confío más en ti que eso. Eres inteligente. Es una de las
cosas que me gustan de ti.
¿Era una de las cosas que le gustaban de ella?
—Aunque puede que se me haya escapado lo gruñona que eres
por la mañana, antes de beber tu primera taza de café —el
comentario burlón se le escapó, pero Cora no pudo negar la forma
en que se le calentaba el pecho cuando vio las comisuras de los
labios de Marcus alzarse.
No. Basta ya. Nada de sonreírle al sádico secuestrador. Buscar
quedar en mejores términos con Marcus para que le diera más
libertades era una cosa, pero… ¿Qué le gustara eso?
Así que empezó a balbucear para no tener que pensar más en
ello.
—Uno de los labradores dorados estaba un poco impaciente por
conocer a Joe cuando él y yo lo llevamos a dar un paseo, y
comenzó a montarle la pierna. Maeve lo controló. Está tratando de
entrenarlo en algunas de las cosas básicas porque piensa que será
un gran perro de familia. Esperábamos que Joe lo presentara en el
artículo, pero ese plan salió un poco mal, con todo el incidente de la
montada.
—¿Joe?
¿Cora se estaba volviendo loca o la voz de Marcus sonaba
alterada?
—Ya sabes, el reportero de la otra noche. Joe García —dijo,
desechando tal pensamiento—. De todos modos, creo que todo
salió bastante bien. Esperemos que lleve reconocimiento y
publicidad al refugio y que atraiga a más gente que quiera adoptar.
Sus ojos se elevaron por encima del hombro de Marcus.
—Y fue bueno volver a ver a los perros… —un momento, ya lo
había dicho. Se mordió el labio mientras observaba a la mesera,
María, acercarse con su comida. Cora no había ordenado nada y ni
siquiera había visto los menús.
—Me tomé la libertad de ordenar por nosotros cuando el
conductor me dijo que estabas en camino.
—Oh —No le gustaba su prepotencia, pero era Marcus. Y
cuando se inclinó sobre su plato de pasta y respiró profundo, puso
una sonrisa—. Gracias. Estoy hambrienta.
—Disfruta —dijo con ojos todavía en ella, no en su comida.
A pesar de sentirse tímida, comenzó a comer. Las albóndigas y
la salsa estaban deliciosas. Algo simple pero ejecutado de manera
excelente.
—Madre mía, esto es increíble —dijo Cora mientras terminaba
de masticar un bocado grande.
Marcus la miraba con algo que parecía “diversión” mientras
comía sus propios alimentos. Cora se sintió avergonzada cuando
miró hacia abajo y se dio cuenta de que había terminado con casi
todo su plato y que él se encontraba a la mitad.
—Le daré tus felicitaciones al chef.
Cora sintió que sus mejillas se calentaban, pero decidió que no
le importaba. La buena comida era buena comida, y no se
avergonzaría de disfrutarla.
¿No le había insistido Maeve el hecho de que la felicidad y la
libertad empezaban por ella misma? Cora no estaba segura de
entender completamente lo que había querido decir, pero podía
suponer que tenía algo que ver con la actitud y la mentalidad. Podría
sentarse allí, enfurruñarse por su situación y juguetear con la
comida. O bien, podría disfrutar de esta pasta increíble, sentirse
satisfecha de haber tenido un gran día en el refugio con su buena
amiga, y esta noche, si el patrón de la semana pasada fuera algo
para tener en cuenta, probablemente terminaría el día con al menos
un devastador orgasmo.
¿Realmente era así de fácil?
¿Ser feliz en su jaula y seguir adelante con su vida?
—¿En qué estás pensando tan profundamente?
Sus ojos se volvieron a Marcus. Cora no sabía por cuánto tiempo
se le había ido la cabeza, pero ahora parecía que él ya casi había
terminado con su pasta. La miró a través de su vaso de vino tinto.
—Nada —fue su respuesta instintiva, pero luego respiró hondo.
Ella fue la que dijo que quería hablar de cosas de verdad, ¿cierto?
—. Supongo que me preguntaba… bueno, siempre me pregunto…
qué es lo que quieres.
Marcus nuevamente parecía sorprendido.
—¿Qué quieres decir?
¿Cora realmente estaba haciendo esto? Tal vez había sido la
tarde con Maeve, o tal vez el hecho de que Marcus había sido
bastante amable con ella últimamente, pero Cora decidió dar el
paso.
—Bueno —empezó lentamente—, no puedo evitar notar que las
cosas han sido… diferentes últimamente.
Él no dijo nada, así que continuó:
—Y supongo que me preguntaba si aún estás determinado a que
yo sea, uh… bueno, miserable.
Sus ojos cayeron hacia su plato, pero brevemente miró a
Marcus. Sin embargo, fue inútil, porque su expresión no mostraba
nada de aquello que estaba pensando.
De manera decidida, Cora continuó.
—Porque estaba pensando que, uh, si quieres vengarte de mi
padre, el que estemos juntos y que yo sea feliz o miserable, está
cumpliendo con eso que quieres. Porque supongo que eres la última
persona en la tierra con la que él me querría ver.
Momento de sacar el resto. Y rápido.
—Nunca he conocido al sujeto así que no necesariamente siento
algo de lealtad hacia él. Y las cosas nunca fueron tan bien con mi
madre. Como sea, lo que estoy tratando de decir es que una vida
aquí en New Olympus, una vida contigo, podría ser buena. Quiero
decir, podría estar contenta si estuvieras de acuerdo con que haga
cosas como las que hice hoy, salir y no estar encerrada en el
apartamento todo el día. Y puedo volverlo un hogar para ti —se
apresuró a decir—. Podría cocinar y limpiar…
—Para eso está la criada —dijo bruscamente Marcus.
Cora se sobresaltó con su voz, pero se apresuró a seguir
hablando:
—Bueno, podría hacer otras cosas. Uh, cosas de esposa —no
pudo evitar mirar nuevamente su propio plato—. Dios sabe que
somos compatibles en ese departamento —respiró de manera
rápida y se obligó a mirarlo de nuevo—. Supongo que lo que
propongo es una tregua entre tú y yo.
—Una tregua —repitió.
Cora asintió, forzándose a sostenerle la mirada, aunque, como
siempre, la intensidad de sus ojos lo volvía casi imposible.
Estuvo en silencio por un momento y luego se movió
rápidamente, poniéndose de pie y rodeando la cabina hasta que se
encontró a su lado, con una mano extendida para que ella la tomara.
—Acepto.
Cora sintió quedarse boquiabierta. ¿Aceptó? ¿Así como así?
—Pues bien —susurró y levantó su mano para coger la suya de
manera firme.
—Mañana vendrá otro estilista —dijo mientras caminaba
rápidamente hacia la puerta principal, llevándola con él.
Bueno, al parecer, hoy estaba lleno de sorpresas.
—¿Adónde iremos?
—Al teatro. Pero ahora mismo a casa.
CAPÍTULO 23

El conductor se desvió de la avenida de decorosas casas de piedra


rojiza hacia un camino privado, y avisó por radio para que el portero
abriera las puertas de hierro. Un enrejado de seis metros de alto
rodeaba el perímetro de la propiedad, junto con un grueso seto de
hoja perenne que ocultaba el terreno de la vista desde la calle y, en
las zonas boscosas, delimitaba los bosques de la propiedad del
resto del parque.
Quizás a Marcus no le había gustado su idea de una tregua
después de todo y la trajo aquí para matarla y enterrarla en el
bosque. Pero no, el progreso que parecieron haber dado en el
restaurante se había sentido bastante real.
Incluso ahora, mientras Marcus no hablaba y solo escuchaba
música como de costumbre, su mano seguía sosteniendo la suya
con dedos entrelazados.
Por lo que se atrevió a preguntar:
—¿Adónde vamos exactamente? Pensé que habías dicho que
íbamos a casa.
—Vamos para allá. A la finca.
Cuando no dijo más, Cora presionó.
—¿La finca?
Marcus suspiró. Pero no era como si ella ya hubiese visto este
lugar, así que su curiosidad era algo natural.
—La finca es lo último que quedó de la antigua riqueza de la
familia Ubeli. Veinte acres de bienes raíces de propiedad aún dentro
de los límites de la ciudad. Se acerca hasta el parque general que
abarca muchas más manzanas.
—Un oasis en el centro de la ciudad.
Marcus asintió.
—Pero a duras penas es un lugar acogedor, como puedes ver —
señaló a través de la ventanilla.
Y Cora entendió a lo que se refería. Mientras el coche bajaba por
el camino serpenteante, trató de imaginarse a un joven Marcus
corriendo por los cuidados jardines de la finca. Incluso durante el
día, las sombras yacían bajo los viejos árboles.
Ahora entendía por qué Marcus prefería un pent-house moderno
sobre la finca siniestra.
La finca construida de piedra era de tres plantas y estaba sobre
un patio delantero pavimentado. Cora apostaría a que podría alojar
a veinte huéspedes a la vez durante la noche y entretener a unos
cuantos cientos en el gran salón de baile. Esta noche alguien había
dejado la luz encendida en una habitación de arriba. El resto de
ellas se veían frías y grises, mirando hacia el bosque circundante.
Toda la construcción tenía un aire muy gótico. Y echando un
segundo vistazo, finalmente Cora la vio como lo que era: una
fortaleza construida por el mayor de los Ubeli para proteger a su
familia durante una guerra.
Dos vehículos más se acercaron a la entrada. Cora miró
nerviosa por las frías ventanillas mientras Sharo y algunos otros
hombres, a los que reconocía como “las Sombras”, salían de los
sedanes negros estacionados en la entrada.
—¿Por qué vinimos aquí? —Preguntó mientras Sharo se
acercaba a la casa y abría la cerradura. Varias Sombras del coche
detrás de él entraron primero, sin duda para revisar la casa por
razones de seguridad. Marcus había estado particularmente
nervioso últimamente, y Cora había notado más Sombras de lo
habitual.
—Dijiste que querías una tregua. Y como mi esposa, deberías
estar familiarizada con mi finca familiar. Aquí es donde suelo
quedarme, especialmente los fines de semana cuando necesito un
descanso de la vida en la ciudad.
Le estaba dando entrada; dejándola ver todo de él.
—Mi infancia fue muy feliz aquí, hasta que ya no lo fue más.
—Tu hermana —susurró Cora—. ¿Cuántos años tenías cuando
falleció?
—Dieciséis.
Cora observó la manera en que la vena en su garganta se tensó
al tragar, y ella apostaría cualquier cosa en el mundo a que se
culpaba por la muerte de su hermana. Sin embargo, ¿dieciséis?
Había sido un niño que ya había perdido a sus padres, solo en el
mundo.
—Apuesto a que era maravillosa.
Marcus sacudió la cabeza hacia arriba y hacia abajo, y luego
apartó la vista.
—Vamos, estoy cansado. Ha sido un largo día.
Eran solo las nueve y, aunque sí, el día había llegado con cierto
cansancio, al estar en el espacio más íntimo de Marcus, la
adrenalina se disparaba como loca por toda Cora.
¿Traía a sus chicas aquí a menudo? ¿Para impresionarlas con la
riqueza de su familia? De alguna manera, lo dudaba.
¿Por qué no la había traído ya?
No había duda de que atar aquí a una cautiva y arrojarla al
sótano sería menos arriesgado que hacerlo en la cima de uno de los
hoteles más demandados del centro de la ciudad.
¿Y si todo lo que dijo en el restaurante fue una mentira para
traerla aquí con ese propósito?
Las manos de Cora temblaron al alcanzar la manija de la puerta
del asiento, pero el conductor ya se encontraba abriéndola desde el
otro lado. Marcus también se acercó, ofreciéndole una mano. No
había nada más que hacer que cogerla. Las puntas afiladas de sus
tacones se clavaron en la hierba mientras estaba de pie.
—Tal vez debí de haberme vuelto a poner las zapatillas
deportivas que usé en el refugio —murmuró en voz baja.
—No te preocupes. Hay un camino de piedra justo aquí arriba.
—Oh. Vale.
Marcus la sostuvo del brazo mientras caminaban por el estrecho
camino de baldosas desde la entrada hasta la puerta, donde Sharo
ya les estaba esperando. Aparentemente, la inspección de
seguridad de las Sombras sobre el lugar no había arrojado nada
extraño, y Sharo les hizo un gesto para que entraran.
—Nos gustaría que la residencia esta noche fuera solo para
nosotros —dijo Marcus, y Sharo asintió.
—Se lo haré saber a las Sombras. Solo patrullas en el perímetro.
Marcus levantó la barbilla y luego él y Cora atravesaron el
umbral, y luego estuvieron dentro.
Marcus tampoco parecía estar de humor para mostrarle el lugar.
No. La llevó cargando directo hacia la escalera central, a pesar
de sus reiterados chillidos sobre que podía caminar sola… ¡Qué
podía! Luego hacia un pasillo y hasta el dormitorio principal, donde
la dejó en el centro de la cama. Él bajó hacia ella, deslizando su
rodilla entre sus muslos.
Oh, así que iban a iniciar esa parte de la velada más pronto de lo
programado, ¿cierto?
Rara vez iba a su cama antes de la medianoche. En ocasiones
escucharle abrir la puerta la despertaba, y el resto del tiempo se las
arreglaba para mantenerse despierta y a la espera. Pero eran
apenas las nueve de la noche, el crepúsculo todavía se mostraba
afuera. Y cuando Marcus se inclinó, presionó un botón que encendió
dos lámparas de mesa para que brillaran de manera suave y sutil.
Así que, aparentemente, tampoco lo harían en la oscuridad, como
era lo típico.
Cora tembló bajo él.
Marcus colocó sus codos junto a su cabeza apoyada sobre la
cama y empujó sus caderas hacia abajo, arrastrando su erección
contra su área más sensible. Sus traviesas manos estaban sobre
sus muslos, metiéndose por debajo de la falda de su vestido.
Sus manos en su cuerpo le parecieron muy conocidas.
Demasiado.
Se había acostumbrado a follar de esa manera.
Pero después de todo lo que dijeron, si a él realmente le
significaba una tregua…
Sus labios le besaron en la clavícula y lo siguiente que supo fue
que se había aferrado a uno de sus pezones.
No era que las cosas se hubieran vuelto rutinarias en la cama.
Todo lo contrario. Marcus siempre le estaba mostrando nuevas
posiciones y maneras de sentirlo dentro y fuera de ella.
Pero aparte de la primera vez, él rara vez buscaba el contacto
visual. Sus besos casi no sucedían en sus labios, y él tomaba su
placer y se iba, regresando a su habitación.
Y Cora no creía poder seguir entregándose a él, si es que así era
como todo aquello iba a continuar.
No estaba segura de si Marcus la sintió volverse tensa bajo él,
pero su cabeza se levantó y, como si pudiera sentir lo que Cora
estaba pensando, su mirada capturó la suya.
Si la verdadera libertad interna llegaba con tomar la iniciativa y
afirmarla, bueno, allí no sucedió nada.
Cora sujetó el rostro de Marcus con ambas manos y lo llevó al
suyo. A su boca.
No sabía lo que estaba haciendo, así que presionó sus labios
contra los de él. Fue incómodo. Ella nunca iniciaba los besos y era
terrible en eso…
Pero luego los labios de Marcus acariciaron los suyos y su astuta
lengua comenzó a estimular sus labios, hasta que Cora no pudo
evitar relajarse como reacción a la situación. Y cuando sus manos
en su sexo sobre su vestido hicieron algo que se sintió
especialmente rico, ella jadeó.
Marcus aprovechó la oportunidad para meterle la lengua en la
boca y oh… Oh.
Su lengua se movió tímidamente para encontrarse con él… ¡Y
joder! En el momento en que las puntas de sus lenguas se tocaron,
fue como permitir que las llamas le quemaran el clítoris.
Cora gimió sin pudor alguno y levantó su pelvis contra su mano.
—Así —gruñó—. Así es como debería ser. Dámelo.
A estas alturas, Cora no podía no dárselo.
Le subió la falda y le bajó las bragas sin siquiera molestarse en
quitárselas, solo hasta los tobillos.
Ella las pateó, pero solo a medias, porque Marcus había movido
su peso sobre ella. Ni siquiera le escuchó bajarse la cremallera,
pero el calor y su miembro estaban innegablemente en su centro,
con la cabeza gruesa de su polla presionando y provocando para
poder entrar.
Cora soltó el grito más agudo que jamás había dado. Quería a
Marcus. Lo quería más que a cualquier cosa que hubiera querido en
toda su vida.
Ahora sabía su propia respuesta. No le importaba si estaba
enjaulada o libre. Mientras volviera a casa con este hombre cada
noche, sería feliz. Locamente.
Lo amaba.
Sonrió ante la revelación, queriendo decírselo para que él
pudiera sentir su alegría.
Pero al instante se esfumó. Porque no había forma de que
Marcus sintiera lo mismo. ¿Y qué demonios estaba haciendo ella,
amándolo? Seguía siendo la niña ingenua que se imaginaba que era
una princesa y él un príncipe, y que todavía había una manera de
que ellos pudieran terminar en algo más que tragedia.
—¿Qué? —Marcus la abrazó y la acercó. Tan cerca que sus
pechos estaban pegados como si… si no pudiera soportar perderla
—. ¿Por qué estás tan triste?
Forzó una sonrisa. Maldición, ella no arruinaría esto. Enjaulada o
no, esta noche quería volar completamente libre. Quería dejar ir
todo. Rendirse absolutamente a la dicha de estar en sus brazos.
Trató de besarlo y distraerlo, pero él sacudió la cabeza.
—Cora —exigió mientras la invadía por completo.
No había forma de escapar de Marcus Ubeli. Nunca la había
habido.
—Tú estabas aquí, conmigo. Pero luego te fuiste.
Se suponía que era un peligroso jefe criminal. Se suponía que no
vería una mierda como esta. Pero tal vez leer a las personas lo
había hecho tan bueno en lo que hacía.
Cora quería esconder su cara contra su mejilla. Pero dudaba de
que la dejara salirse con la suya. Así que lo miró, y encontrarse con
sus ojos fue una de las cosas más valientes que había hecho en
toda su vida.
—Marcus —susurró—. Todavía lo siento. Nunca desapareció. No
del todo. Todavía lo siento, Marcus. Y más que antes.
Los ojos de Marcus se volvieron oscuros, pero no la hizo explicar
más.
Esta vez sus labios se estrellaron contra los de ella, y la forma en
que la besó fue como si la estuviera devorando. ¿Eso significa que
él también…? ¿Había finalmente desarrollado sentimientos…?
Pero no había tiempo para analizar las cosas porque ahora la
situación se estaba moviendo demasiado rápido.
Marcus jugueteó con la cremallera en la parte trasera de su
vestido y se las arregló para bajarla hasta la mitad donde se atascó.
Y Marcus rasgó el resto del vestido para quitárselo. Cora gritó en
protesta, pero él solo sonrió. No alzó la comisura de sus labios. Fue
una sonrisa completa acompañada por el hoyuelo que le quitaba el
aliento a Cora. Lo cual fue injusto porque entonces, cuando Marcus
los hizo rodar, ella no estaba preparada. Especialmente cuando
terminó arriba.
—Quiero verte montarme, preciosa.
Cora se quedó boquiabierta, pero por la forma en que brillaba su
mirada, ella no estaba de humor para negárselo. Así que se
desabrochó el broche de su sostén y se lo quitó, sacudiéndose el
pelo para quitarse también los pasadores mientras se sentaba a
horcajadas sobre él. El movimiento pretendía hacer que sus tetas se
movieran de un lado a otro.
Marcus gruñó:
—Para de provocar. Pon ese cachondo coñito en mi polla.
—Muy vulgar —Cora pretendió castigarlo, inclinándose y
sacudiendo un dedo en su rostro. Esto tuvo el beneficio adicional de
permitir que sus pezones rozaran el vello de su pecho y que se
erizaran como consecuencia.
Una imagen que Marcus no pasó por alto.
—Joder —susurró con voz ronca antes de coger sus pechos con
sus manos grandes e inmediatamente comenzar a manosearlas y
pellizcar suavemente sus pezones.
Cora no pudo reprimir sus gemidos.
—Sí, sí. Así. Justo así.
No quería que se detuviera ni por un segundo, así que fue ella
quien aproximó su miembro en su entrada. Y con él torturando sus
pezones y volviéndola a llenar con su grueso y largo miembro, se
encontró justo en el borde y sin embargo sentía como si apenas
hubieran comenzado.
Movió las caderas y las empujó contra él. No le importó que
acabaran de empezar. Cora lo necesitaba. Lo necesitaba, joder.
Ahora.
Así que se sacudió y empujó duro y de manera sucia. Agarró el
pelo de Marcus y presionó sus bocas juntas cuando el orgasmo la
golpeó. Gritó en su boca y se apretó contra él tan fuerte como pudo.
Las embestidas de Marcus comenzaron a volverse más trepidantes,
y Cora esperaba que él terminara pronto porque no creía que el
orgasmo fuera a durar por mucho más tiempo.
Ohhhhhhhhhhhhhhhh. ¡Oh! Una última réplica y todo terminó.
Marcus había disminuido la velocidad de sus embestidas. Cora
frunció el ceño. ¿Él…?
Una suave risita de Marcus retumbando bajo ella le dio la
respuesta.
—No, cariño, todavía no me corro. Ese fue el primer orgasmo de
muchos para ti, y cuando llegue el mío, lo sabrás.
La hizo rodar una vez más, esta vez poniéndola boca abajo.
Marcus se acercó por detrás, le levantó las caderas y se hundió en
ella.
¡ZAS! Le dio un azote en el culo.
—¡Oye!
Marcus se rio todavía más.
—Puede que te haya dejado estar arriba por un momento, pero
no olvides quién está a cargo.
Escalofríos subían y bajaban por el cuerpo de Cora. Y no por
miedo. Así que inclinó su cabeza sobre su hombro para mirarlo,
sacudió con sus bonitas pestañas y dijo:
—Sí, señor.
Si había pensado que sus ojos antes se habían mostrado
brillantes, no eran nada en comparación con la forma en que todo su
rostro cobraba vida ante sus palabras.
Le azotó la otra nalga.
Y luego le acarició la piel que acaba de golpear mientras frotaba
un dedo contra todo su miembro, para coger un poco del flujo de
Cora y frotarlo alrededor de su culo, incluyendo su ano, donde,
cuando comenzó a follarla de nuevo, ella sintió que uno de sus
dedos empezaba a palpar. Eso la hizo estremecerse. ¿Qué
estaba…? Eso era tan sucio…
Entonces, ¿por qué se sintió tan jodidamente bien?
La acarició con fuerza dentro y fuera de su sexo, con una mano
en su clítoris y la otra en su culo. Y fue demasiada estimulación;
todo Marcus, él en todas partes…
Cora gritó sin pudor su segundo orgasmo, apretándose a Marcus
mientras golpeaba ese glorioso lugar dentro de ella con cada una de
sus embestidas; apretándose y soltándose a su alrededor,
apretándose y soltándose y apretando…
Marcus estaba justo detrás de ella, inclinándose sobre su
hombro para besarla mientras se quedaba quieto, para después
sacudirse violentamente hacia dentro una vez más.
Cora se apretó y sujetó a su alrededor, queriendo aferrársele
para siempre.
Pero como siempre sucedía con cada momento, éste también
llegó a su fin.
Cora sintió a las lágrimas inmediatamente inundar sus ojos. Dios,
¿en qué estaba pensando? ¿De qué manera el sensacional y
desgarrador sexo ayudaría cuando llegaba su confusión por
Marcus?
Él se bajó de ella y Cora inmediatamente rodó hasta el borde de
la cama para coger algunos pañuelos puestos en la mesita de noche
y limpiarse.
—¿Dónde está mi recámara? —Preguntó, orgullosa de sí misma
de haber logrado un tono de voz un tanto firme.
Marcus no hizo nada más que cogerla de la cintura cuando Cora
tiró los pañuelos de papel a la basura.
—Marcus, ¿qué…?
Se encontró siendo arrastrada de vuelta a la cama. Él se
acomodó a su lado, o más bien detrás de ella, abrazándola. Luego
los cubrió con la sábana y el edredón, y con la otra mano apagó las
lámparas de la mesita de noche y volvió a acomodarse en la cama
como si nada estuviera mal o fuera de lo común.
Marcus nunca se había acurrucado después del sexo.
Por lo general, el hombre trataba a la cama como si fuera un
asunto muy difícil de procesar y el cual no podía esperar dejar atrás
lo suficientemente rápido, después de haber terminado con el sexo.
Entonces, ¿qué le picó?
Marcus deslizó su mano alrededor de su cintura y la subió hasta
que estuvo cubriendo una de sus tetas, además de colocar una
pierna sobre la de Cora, pero no para clavarla en la cama.
¿Creía que ella se iría a deambular por su enorme finca y
encontraría algún secreto familiar?
Pero mientras su respiración rápidamente se relajaba tras ella y
comenzaba a roncar suavemente, Cora fue azotada por un
pensamiento aún más impactante: realmente quería que le pusieran
un alto al fuego. La tregua.
Así podría ser la vida con Marcus como su esposa.
Todo lo que ella le había dicho esta noche durante la cena… Una
gran parte de ella nunca pensó que algo así fuera posible con
Marcus Ubeli. Pensó que daría su gran sermón y que él seguiría
siendo el mismo idiota de siempre, y que al menos no se sentiría tan
mal por huir cuando llegara el momento.
¿Pero ahora?
Hundió su cabeza en la almohada junto a Marcus mientras sus
brazos la envolvían, haciéndola sentir más segura, amada y
apreciada de lo que jamás había estado en toda su vida.
¿Y qué se suponía que tenía que hacer con eso?
CAPÍTULO 24

Cora se veía preciosa en ese vestido de terciopelo rojo que


acentuaba sus curvas en todos los lugares correctos. Marcus se
detuvo en el umbral de la puerta y observó cómo se ponía los
pendientes. Era tan hermosa que casi dolía al mirarla. Se alisó la
falda del vestido mientras se miraba al espejo y se tocaba los
pendientes, comprobando que estuvieran bien asegurados.
Por el sutil pliegue en su frente, Marcus pudo darse cuenta de
que ella no estaba viendo lo que él estaba viendo. Al principio pensó
que se trataba de un fingimiento; pretender no conocer el efecto de
su belleza. Pero poco a poco se dio cuenta de que Cora realmente
no lo veía. Ella se consideraba sencilla. Ordinaria. Su madre
realmente la había afectado. No sabía lo especial que
verdaderamente era.
Marcus no estaba seguro de si esperaba con interés el día en
que ella se diera cuenta o no. Con suficiente tiempo, ¿se volvería
malcriada y corrompida como todo lo demás en esta ciudad?
No, la respuesta le llegó casi tan rápido como la pregunta.
Cora no era como cualquier otra persona que hubiera conocido.
Ella no le tenía miedo y no quería nada de él, aparte de lo obvio,
librarse de él. No pudo evitar sonreír al pensar en ello.
¿Y ahora?
Ahora que Marcus la había sentido volverse débil y dócil bajo su
contacto, aun sabiendo todo lo que ella sentía por él… ¿Podría
dejarla ir alguna vez?
De nuevo la respuesta llegó rápido.
Nunca.
Se aclaró la garganta y Cora se sobresaltó y se giró a mirarlo.
—El conductor está esperando con el coche.
Cora asintió.
—Por supuesto. Déjame coger mi chal.
Marcus lo tenía sobre su antebrazo y se lo ofreció. Era un
elegante chal de visón. Se lo puso sobre los hombros, la envolvió
con él y la ajustó dentro sus brazos, tirando de ella hacia atrás
contra su pecho y llevando su nariz hacia su nuca. Tenía el pelo
recogido, dejando al descubierto la piel.
Inhaló profundamente y le dio un beso justo detrás de la oreja.
—Te ves exquisita esta noche —respiró.
—G...gracias —tartamudeó.
Marcus sonrió contra su nuca y la mantuvo allí por un instante
antes de finalmente soltarla.
—Ven —dijo, apartándose—. No queremos perdernos el acto de
apertura.
Ella asintió y Marcus no pasó por alto la forma en que su
respiración se volvía más rápida.
Se giró y él la tomó del brazo, guiándola fuera del pent-house
hasta donde el conductor estaba esperando fuera del vestíbulo con
el Bentley.
Nadie dijo nada hasta que Marcus la tuvo resguardada en la
parte trasera del coche. Cuando habló, Cora lo miró sorprendida.
—Cora, quiero que sepas…
Normalmente estaba callado en el vehículo. Era uno de los
pocos lugares donde todo el ruido y la gente queriendo su tiempo y
atención, cesaban. Pero justo ahora estaba más interesado en Cora.
Quería hacerla entender.
—No siempre fui así.
Ella frunció el ceño y no dijo nada, pero él definitivamente tenía
su atención.
—Al crecer, mi padre siempre quiso lo mejor para su familia.
Habría hecho cualquier cosa por mi madre y nosotros, sus hijos.
Pero era un inmigrante y no tenía poder para enfrentarse a la familia
Titan. Solían controlar la ciudad.
Ahora definitivamente tenía su atención.
—El llamado “impuesto de protección” que pidieron los Titan
terminó con casi todos los ingresos de mi padre. Al igual que los de
los demás. Así que mi padre decidió hacer algo. No había venido a
esta tierra sólo para ser pobre y morir de hambre como en su
antiguo país.
Cora no le había quitado los ojos de encima.
—Y Gino Ubeli era un líder natural. Hizo su organización desde
cero, y en cinco años ya estaba desafiando a los Titan por territorio.
Era una guerra sin cuartel. En ese momento, los Titan habían tenido
por décadas el control total de New Olympus, pero su supremacía
los había vuelto inmunes al cumplimiento de la ley. Fueron Karl, Ian
y el padre de Alexander quienes crearon el Imperio Titan; solamente
eran los herederos. Nunca habían luchado por territorio, y eran
ridículamente malos para mantenerlo suyo.
Cora tragó duro pero no apartó la mirada, ni siquiera cuando dijo
el nombre de su padre. Karl.
—Pensaron adoptar medidas enérgicas al volverse más
despiadados en sus tareas de recolección. No solo perseguían a los
hombres que les debían, sino también a sus familias. Y tuvo el
efecto opuesto al que pretendían. Porque mi padre le prometía a la
gente que él vivía según un código. Nadie sufriría sino los
pecadores mismos. Los inocentes se quedarían fuera de esto.
Los ojos de Marcus se dirigieron hacia la ventanilla mientras
pensaba en Chiara.
—Mi padre se aferró a su código hasta el día de su muerte.
Volvió a mirar a Cora.
—Los Titan, sin embargo, no vivían bajo ese código.
—Chiara —dijo Cora.
Él asintió, pero no pudo decir nada más sobre su hermana. No
esta noche. Tal vez jamás.
—De todos modos, así es como todo empezó. Me hice cargo de
mi padre y traté de hacer cumplir su código. Tal vez el código no sea
algo en lo que alguna vez puedas creer, pero hago lo que hago para
mantener a aquellos como Chiara a salvo.
Sin embargo, mientras lo decía, sintió su propia hipocresía.
Porque nadie era más como Chiara que la mujer sentada a su lado.
La pequeña mano de Cora encontró la suya.
Se alejó. ¿Qué pasaba con ella? ¿Cómo podía mirarlo así, con
los ojos llenos de compasión? Su familia y la de él fueron enemigos
naturales desde el día en que ambos nacieron.
Ella no tenía por qué mirarlo de manera comprensiva.
Especialmente después de lo que Marcus le hizo.
Marcus ni siquiera sabía por qué él mismo decía todo esto. ¿Por
qué intentaba fingir que era otra cosa que lo que era?
—Olvídalo.
—No. No, Marcus, no.
Cora volvió a coger su mano.
—Me mirarás esta vez.
La miró, aunque solo fuera porque nadie más tenía el valor de
tratar de darle órdenes de esa manera.
—Siento mucho lo que le pasó a tu hermana, Marcus. Siento
mucho que todo esto haya sucedido. Deberíamos habernos
conocido en un mundo diferente donde tú fueras solo un hombre y
yo solo una mujer.
Marcus sacudió la cabeza, pero no pudo evitar extender la mano
y con el pulgar acariciarle la cara y por encima de su pómulo. Gran
parte de su vida se dedicó a protegerla y casi había olvidado cómo
lucía: la verdadera inocencia.
—Eres una maravilla —murmuró.
Siguió avanzando con su pulgar hasta su boca y sobre su
regordete labio inferior. Cora ahogó un fuerte jadeo cuando él la
tocó. Marcus puso una sonrisa. Se encontraba tan afectada por él.
Incluso cuando había confesado odiarlo, siempre se mostraba así
de afectada.
El diablo en él lo llevó a meter el pulgar entre esos dulces labios.
Así era el efecto que Cora tenía sobre él. Era imposible ver su
inocencia sin querer tenerla toda para sí mismo.
La lengua de Cora se empujó hacia adelante para lamer la
almohadilla del pulgar en su boca, e inmediatamente los pantalones
de vestir de Marcus se volvieron incómodamente apretados.
Se apartó a regañadientes. Por mucho que le gustaría levantar
ese elegante vestido y ponerla en su regazo, no confiaba en que no
fuera a arrancarle la maldita cosa teniendo en cuenta las cosas que
le apetecía hacerle. Y quería darle esta noche porque le encantaba
el teatro. Su cara se le iluminó al leer el estúpido folleto la noche de
la subasta. El deseo de poner sus necesidades en primer lugar fue
un extraño impulso que sintió, que lo hacía ceder cada vez más.
Se alegró cuando llegaron a Theater Row y el conductor se
detuvo. A veces, el hilo de sus propios pensamientos sobre ella lo
desestabilizaba.
Varias de sus Sombras se acercaron al coche mientras ayudaba
a Cora a salir. Miró a cada uno de ellos; todos eran hombres en los
que confiaba. Esta noche vigilarían en todo momento tanto dentro
como fuera del teatro. Sharo todavía se estaba ocultando.
Marcus la tomó del brazo mientras entraban al lugar. Era el
teatro más grande e imponente de los alrededores, con una enorme
carpa iluminada con bombillas. Marcus quería empujarla adentro,
pero ella se había detenido para mirarlo todo con ojos muy abiertos
y perfectos labios entreabiertos, brillando como una diosa.
Marcus se quedó por un instante allí, parado, mientras la
admiraba. Un instante demasiado largo. No era seguro estar en la
calle. Marcus frunció el ceño y la sujetó del brazo con más fuerza.
—Vamos —ordenó bruscamente.
Cora resopló, obviamente enojada con él, pero Marcus la ignoró.
Ella nunca entendió ni siquiera lo básico de lo que se necesita para
estar segura en una ciudad como esta. Obviamente. Había ido
directo a sus expectantes garras, cuando Marcus evidentemente era
un león y ella un cordero.
Bueno, era posible que no tuviera ningún instinto de
autoprotección, pero él sí, y la mantendría a salvo sin importar qué.
A salvo de todos menos de él.
La condujo por la gran escalera de alfombra roja y por el pasillo
aislado hasta los asientos de palco. Los acomodadores los miraron
como si fueran a preguntar por sus boletos, pero tan pronto como se
acercaron lo suficiente y reconocieron a Marcus, simplemente
bajaron la cabeza y siguieron su camino.
Los palcos no siempre fueron los mejores asientos del teatro,
pero sí en este. Marcus la ayudó a acomodarse en la primera fila del
palco, que daba una vista perfecta y limpia de todo el escenario y la
orquesta.
A pesar de que nada había comenzado a suceder, Cora parecía
fascinada, usando los diminutos binoculares para mirar a toda la
gente que llegaba.
—Todo el mundo parece tan elegante —susurró sin aliento.
Marcus le sonrió. Su cuello se miraba largo y elegante con el
pelo recogido de esa manera. Siguió la piel hacia abajo, hasta su
suave pecho y el discreto escote que brindaba el elegante vestido.
Apenas y podía esperar para más tarde esta noche. Podía
imaginarlo; cómo se sentiría el suave y crujiente terciopelo bajo su
piel mientras la agarraba por la cintura y lentamente, muy
lentamente, bajara la cremallera de la espalda para desenvolver su
premio.
—Oh, lo siento —dijo Cora, soltando los pequeños binoculares
de bronce y sosteniéndolos hacia él—. ¿Querías mirar?
—Todo lo que quiero ver lo veo muy bien —murmuró mientras
hacía una minuciosa lectura de todo su cuerpo.
Sus mejillas se pusieron de un rosa tan bonito en contraste con
el color níveo del resto de su cara. Era tan joven y pura, como un
pétalo sin desplumar.
—¿Qué voy a hacer contigo?
Sus cejas se fruncieron muy poco y Marcus pudo jurar que vio un
temblor en su labio. Su expresión estaba llena de desenfrenada
emoción y vulnerabilidad. Como si una sola palabra de él pudiera
quebrarla o no.
Chica tonta. Chica tonta.
Pero ¿cómo podría regañarla por eso cuando era lo que él
amab…?
Sacudió la cabeza; ¿…cuando era lo que más apreciaba de ella?
Pero estaba lo suficientemente perturbado por su casi desliz
mental como para dejar de mirarla. Afortunadamente, las luces
alrededor del teatro comenzaron a apagarse en ese preciso
momento.
—El espectáculo está a punto de comenzar —dijo de manera
innecesaria mientras levantaba una mano y la llevaba hacia su
nuca.
Se alegró cuando la oscuridad se asentó por completo sobre los
asientos y las luces se concentraron en el escenario.
La obra era una versión moderna de Romeo y Julieta. Marcus ya
la había visto, pero sin prestarle mucha atención a la narración. El
teatro era un lugar agradable y respetable para reunirse con
contactos que no se sentían cómodos al visitar el submundo.
Tampoco podía decir que esta vez estaba entendiendo mucho
más del espectáculo. Era mucho más fascinante ver el cambio de
emociones en el rostro de Cora, quien se sujetó de la barandilla de
madera del asiento del palco mientras se inclinaba, cautivada por
toda la producción. Al final, una gran cantidad de lágrimas se
derramaron por sus mejillas y se puso de pie de un salto,
aplaudiendo emocionada y animadamente. Tampoco era tímida a la
hora de expresar sus pensamientos.
En cuanto se encendieron las luces, se encontró hablando sin
parar.
—Si se hubiera despertado un minuto antes —dijo con
entusiasmo y con lágrimas aún húmedas en sus mejillas—. O si él
no hubiera sido tan estúpido e impulsivo al suicidarse así. ¡Y nadie
debería confiar en un estúpido mensajero en bicicleta cuando se
trata de vida o muerte! ¡¿En qué estaban pensando?!
Marcus les movió la cabeza a sus Sombras mientras salían del
teatro, poniendo su mano en la parte baja de la espalda de Cora y
llevándola al coche que esperaba en la acera.
—¿Cómo es que ni siquiera lloraste? —exclamó Cora,
deteniéndose en la acera—. ¿No viste la misma obra que yo?
¿Sabía lo besable que se veía cuando estaba enojada?
Marcus le sonrió.
—Al coche —fue todo lo que dijo.
Cora le sacudió la cabeza, pero se metió después de que le
abriera la puerta. Luego él se subió.
—Llévanos de vuelta a la finca —le dijo al chófer.
El hombre detrás del volante agachó la cabeza, formal como
siempre, con su gorra redonda de chófer firme en su lugar.
—Quiero decir, Julieta era tan dulce e inteligente, y Romeo debió
de haber sabido que ella encontraría otra forma de estar con él. Si
tan solo hubiera confiado en ella…
Marcus la silenció con un beso. Había querido hacerlo desde la
mitad del primer acto, cuando ella empezó a morder ese delicioso
labio inferior por la ansiedad de ver a los dos amantes en el
escenario.
Le chupó el labio inferior y lo mordió hasta que un pequeño
gemido escapó de su garganta. Joder, sí. Era tan fácil perderse en
ella. En la sensación de su suave cuerpo moldeado al suyo mientras
la tumbaba en el asiento trasero. En el sabor de Cora en sus labios.
Era tan inocente. Buena. Pura…
Excepto por las formas en que solo él podía corromperla. Ningún
otro hombre oiría jamás esos entrecortados y excitados sonidos
suyos. Nadie más se deleitaría con esa encantada risita mientras le
recorrían el cuello con su mejilla sin afeitar.
Nunca la dejaría ir. Cora era suya, para siempre.
Había entrado en su vida como el sol atravesando las nubes
después de un largo y helado invierno. Trató de negarlo. No había
querido admitir lo valiosa que era para él. Había estado tan cegado
por su agenda y su sed de venganza, pero ahora…
Miró hacia abajo a la cara que le atraía tanto… Sacudió la
cabeza mientras se echaba hacia atrás y metía uno de sus
mechones de pelo detrás de su oreja.
—Cora, estos últimos meses contigo… nunca pensé que yo…
Los ojos de Cora le examinaron los suyos.
—¿Nunca pensaste que tú…?
Parecía que su vida dependía de lo que él iba a decir a
continuación.
Pero algo le había llamado la atención a Marcus por la ventanilla:
¿Primer Banco de Atenas? ¿Por qué estaban en la avenida Atenas?
Se suponía que se dirigían al este de la ciudad para volver a la
finca.
Marcus frunció el ceño y miró por el retrovisor para intentar
captar la atención del conductor y, como si sintiera su mirada, él le
miró.
Los ojos eran femeninos y ninguna de sus Sombras eran
mujeres.
Mierd…
Todo sucedió tan rápido. El conductor pisó los frenos y las
ruedas del coche chirriaron. Marcus apenas tuvo tiempo de abrazar
a Cora y ambos fueron lanzados hacia el asiento de enfrente. Al
menos ella siempre se abrochaba el cinturón de seguridad y el
asiento del conductor impidió que Marcus saliera disparado
demasiado hacia delante, aunque le dolió como la puta madre
cuando estrelló contra él. El grito horrorizado de Cora llenó el auto.
Marcus no se molestó en gritar. No había tiempo. Tenía que
concentrarse. Tenía que sacarla de allí tan pronto como el coche se
detuviera… Finalmente lo hizo y a Marcus le costó quitarle a Cora el
cinturón de seguridad.
—Quítale las manos de encima. Levántalas.
—¿Mamá? ¡¿Qué estás haciendo?!
Marcus se giró y ahí estaba. Demi Titan, quitándose y arrojando
el sombrero del chófer que había ocultado todo su pelo castaño
oscuro.
Tenía un arma de gran tamaño con el cañón apuntando directo al
pecho de Marcus.
—Cora, sal del auto —ordenó Demi.
—¡Mamá, baja el arma!
Demi no le quitó los ojos de encima a Marcus, aun cuando su
voz se volvía más potente con su hija.
—Sal del coche ahora o que Dios me ayude, Cora, no te
gustarán las consecuencias.
Marcus ya tenía razones para odiar a esta mujer, pero la manera
en que trataba a Cora solo las aumentó. Si se movía lo
suficientemente rápido podría bloquear el arma hacia arriba, e
incluso si una bala se disparara, aterrizaría inofensivamente en el…
—Dile a tu hermana que le envío mis más cariñosos saludos —
dijo Demi—. Justicia divina, si lo piensas. La mía también fue la
última cara que vio.
Alto, ¿qué? Ella había matado a Chiara...
—¡Mamá! ¡No! Lo am…
Dos cosas sucedieron a la vez, literalmente. Era un momento
que Marcus viviría y reviviría una y otra vez en su memoria. ¿Por
qué no había visto lo que Cora había visto? ¿Por qué no se había
dado cuenta de que Demi había terminado de conmemorar?
Porque un arma se disparó justo al mismo tiempo que el cuerpo
de Cora se estrelló contra el de Marcus.
El grito de angustia de Demi solo reforzó lo que su cerebro se
negaba a procesar.
No.
Cora no se había puesto frente a él para recibir la bala.
No era tan tonta.
Pero cuando la empujó de vuelta al asiento, su cara estaba
fantasmagóricamente pálida y, aunque no era inmediatamente
visible contra el terciopelo rojo de su vestido, la mano de Marcus se
manchó con su sangre cuando le tocó el lado izquierdo del pecho.
Demi había tirado el arma y estaba gritando y tratando de llegar
hasta su hija, pero Marcus la empujó.
—¡Conduce! Está entrando en shock, llévanos al hospital general
de New Olympus. Estamos a cinco minutos.
La sangre ya corría por el brazo desnudo de Cora y se
acumulaba en el asiento de cuero debajo de ella.
Marcus hizo presión en la herida.
—Quédate conmigo. Cora, ¿me oyes? —vociferó—. ¡Quédate
conmigo, maldita sea!
Los ojos aturdidos de Cora se dirigieron hacia él, pero no estaba
seguro de que lo estuviera oyendo. ¡Maldición!
—Conduce más rápido —le gritó.
Demi no dijo nada, pero se pasó el siguiente semáforo en rojo,
esquivando a duras apenas un auto que venía en dirección
contraria. A Marcus no le importó. A Cora le costaba respirar y tenía
los ojos erráticos.
—Quédate conmigo. Quédate conmigo, Cora —era todo lo que
podía decir. Continuó diciéndolo hasta que se convirtió en una
plegaria.
Ella no podía dejarlo. Joder, no. No podía dejarlo ahora que él la
había encontrado. Marcus no podía volver a, a… No había vida para
él sin Cora estando en ella.
—Llegamos —anunció Demi y Marcus levantó la vista para ver
que efectivamente habían llegado al hospital, justo en la entrada de
la sala de emergencias. Demi condujo hasta allí y varios técnicos de
la sala de emergencias llegaron corriendo.
Marcus abrió la puerta trasera.
—Herida de bala en la parte superior izquierda del pecho. Está
perdiendo mucha sangre.
Varios técnicos más habían traído una camilla y, juntos y de
manera hábil, la sacaron del coche y la subieron a la camilla.
Marcus los siguió por detrás mientras la llevaban al hospital. Solo
miró a Demi una vez, estando de pie junto a la puerta del lado del
conductor viendo cómo se llevaban a su hija.
Marcus debió de haberles mandado un mensaje de texto a sus
tenientes en ese mismo momento para que atraparan a la mujer,
antes de que pudiera fugarse de la ciudad. Pero en vez de eso,
siguió corriendo junto a la camilla. Sangre, había tanta sangre. Era
aún más evidente contra el blanco de las sábanas de la camilla.
Demasiada sangre. Al igual que con Chiara. Estaba sucediendo
justo como con Chiara, ¿y si también perdía a Cora?
Más personas se unieron a la situación al correr junto a Cora
mientras se apresuraban por el pasillo. Enfermeras, doctores; todos
ellos hacían preguntas y hablaban con jerga médica que Marcus
solo podía medio entender.
Cogió la mano de Cora.
—Quédate conmigo —continuó repitiendo, además de agregar
—: Nunca te dejaré ir.
Pero cuando finalmente llegaron a una sala para operarla, un
auxiliar empujó a Marcus.
—No puede entrar aquí, señor.
Marcus miró fijamente al hombre, acercándosele demasiado al
rostro.
—Ella es mi esposa —gruñó—. Y le acaban de disparar. No
querrás intentar interponerte entre ella y yo ahora mismo.
El auxiliar parecía que estaba a punto de cagarse encima, pero
levantando su temblorosa barbilla, repitió:
—No se les permite la entrada a familiares durante la cirugía,
señor.
—¿Sucede algo? —Preguntó un segundo hombre, un enfermero
que había dejado a Cora para pararse al lado del auxiliar y bloquear
la puerta.
—Vuelva con mi esposa —Marcus estuvo a nada de gritar—.
¿Qué coño está haciendo aquí? Lo necesita allí —señaló hacia
donde cuatro personas la rodeaban mientras hacían su trabajo. Él
también quería estar a su lado, tomándola de la mano,
prometiéndole que haría que todo volviera a estar bien.
Pero eso era una jodida mentira.
Había muchas posibilidades de que nada saliera bien. De que
ella terminara por morir.
El auxiliar puso su mano en el brazo de Marcus para tratar de
guiarlo fuera de la habitación, pero él lo empujó lejos para después
darse media vuelta por voluntad propia e irse. No quería distraer al
equipo médico del trabajo que tenían que hacer con Cora. Avanzó
por el pasillo unos cuantos pasos y la puerta de la habitación de
Cora fue cerrada.
Por un segundo se sintió completamente perdido.
¿Qué se suponía que iba a ha...?
¿Cómo podría…?
Se volvió hacia la pared del pasillo y la golpeó con ambos puños,
soltando un rugido enfurecido.
¿En qué coño había estado pensando Cora?
¿Lanzándose hacia la bala para que no le diera a él?
¿Por qué haría eso?
¿Por qué coño haría algo tan estúpido?
Efectivamente la había secuestrado, por el amor de Dios. La
sedujo y se casó con ella bajo falsas pretensiones. Le puso un collar
alrededor del cuello y la encadenó a la cama. ¿Quién en su sano
juicio recibiría una bala por alguien así?
Si no estuviera muriendo en la otra habitación, Marcus iría y la
estrangularía por su jodida estupidez.
Quería estrangular a alguien, eso era seguro. Alguien tenía que
pagar. Sangre por sangre.
Finalmente sacó el móvil de su bolsillo y llamó a Angelo antes de
siquiera pensar en llamar a Sharo.
—¿Sí, jefe?
—Tienes tu guerra. Ataca a los objetivos vulnerables de los que
hablaste en Metrópolis. Quiero sangre. Quiero que las calles se
llenen de sangre, joder.
CAPÍTULO 25

La guerra con los Titan había comenzado. Y Cora estaba en coma,


un coma inducido médicamente, los médicos se lo recordaban a
Marcus como si eso fuera a hacerlo sentirse mejor. Dijeron que
despertaría en cualquier momento. Pero llevaban días diciendo eso.
Y aún no se había despertado.
La bala había entrado en su pecho y bajado a su intestino, lo
cual era mejor que si hubiera llegado hasta su corazón o pulmones,
pero aun así estaba en un maldito coma.
Marcus se sentó junto a su cama de hospital con su pequeña y
fría mano sobre la suya. Cuando no se encontraba consultando con
sus tenientes, se le podía encontrar aquí, sentado en esta dura silla
de plástico mientras sostenía su mano.
Vaya, vaya, a lo que había sido reducido el gran Marcus Ubeli.
Estrujó sus irritados ojos con su pulgar e índice.
—El doctor dijo que es bueno hablar contigo. Que oír voces
familiares podría ayudarte, no lo sé —sacudió la cabeza, mirando
por la ventana al frío y triste día lluvioso—. Puede hacer que te
despiertes más rápido o que aún puedas oír mi voz o alguna mier…
Como sea —se inclinó hacia adelante mientras le apretaba la mano
—. No estoy seguro si mi voz es una por la que morirías por
despertar, considerando todo… Pero soy todo lo que tienes.
Ninguna de sus Sombras obtuvo alguna pista sobre Demi antes
de que saliera de la ciudad. Lo que probablemente era algo bueno.
Marcus no confiaba en sí mismo al estar con ella si alguna vez le
llegara a poner las manos encima a la mujer. Hizo que Cora
estuviera en esta cama. Pero no solo eso.
Dile a tu hermana que le envío mis más cariñosos saludos. La
mía también fue la última cara que vio.
Si Demi hablaba con la verdad, no había sido el padre de Cora
quien mató a su hermana después de todo. ¿Y por qué mentiría?
Pensó que a Marcus le había llegado la hora. No, estaba diciendo la
verdad.
Y cuanto más lo pensaba Marcus, más sentido tenía.
Hacía años, los Titan habían sido un astuto equipo. No solo eran
fuerza bruta, sino que también había cerebros detrás de la
operación.
Excepto que, después de haber sido expulsados de New
Olympus y haberse refugiado en Metrópolis, pasaron a ser
solamente una fuerza bruta.
Porque Demi se había largado con su pequeña hija. Y ella había
sido el cerebro todo el tiempo. Fue debido a que Demi estaba de
vuelta que los Titan fueron capaces de planear y hacer lo que se
necesitaba para intentar recuperar su territorio en New Olympus.
La situación había estado frente a las narices de Marcus todo el
tiempo y no la había visto. Demi era una mujer dentro de un juego
habitualmente para hombres, y había usado ese hecho para hacer
que todo el mundo la subestimara. Incluyendo a Marcus.
No era un error que volvería a cometer.
Demasiados errores.
—Esto no debió de haber pasado —Marcus soltó la mano de
Cora y empujó su silla hacia atrás para ponerse de pie—. Se
suponía que nada de esto iba a pasar —y por si acaso, la pateó—.
Tenía un plan. Tenía un plan y no se suponía que tú… No se
suponía que yo…
Sacudió la cabeza, luego volvió a la cama y la señaló con el
dedo.
—Yo no pedí esto. Soy un hombre simple. Quiero cosas simples.
Mantener a raya esta ciudad, cuando cada maldito día algún nuevo
idiota piensa que va a tratar de ser un pez gordo y robar el territorio
de alguien más. Mantengo el tráfico de drogas al mínimo, me
aseguro de que no llegue a las escuelas, me aseguro de que
Santino trate bien a sus chicas, y Dios sabe que ningún arma entra
o sale de la ciudad sin que yo lo diga.
Se acercó más a la cara de Cora.
—¿Y lo hago por dinero? —se rio, retrocediendo—. ¿Qué coño
haría yo con más dinero? Ya ves cómo vivo. El dinero sólo es bueno
porque te da poder. Esa es la única moneda que me ha importado.
Sin mí al mando, todo este lugar se iría a la mierda. Lo sé porque lo
intenté una vez. Dejé que otro tomara el mando. Pero eso ya te lo
dije.
Marcus se dejó caer allí en la cama junto a Cora. Su delgado
cuerpo era tan pequeño que había mucho espacio.
—Lo que no te dije es que fui yo quien hizo que mataran a mi
hermana. Debí haber reclamado mi derecho de nacimiento el día en
que mi madre y mi padre fueron abatidos a tiros. Pero no lo hice —
su voz casi se quebró en la última palabra; para su más profunda y
jodida vergüenza.
—Los defraudé y defraudé a Chiara —se inclinó sobre el cuerpo
de Cora y le susurró su confesión con su frente junto a la de ella—.
Es mi culpa que esté muerta. Nos escondimos. Durante todo un
año, nos escondimos en la finca. No continué con el trabajo que mi
padre había comenzado. Dejé que los Titan anduvieran desbocados
por la ciudad, pensando ingenuamente que nos dejarían en paz.
Sacudió la cabeza. Su voz fue un susurro.
—Ambos éramos niños. Adolescentes. Pensé que nos dejarían
en paz.
Pero eso no le había importado a la madre de Cora. Marcus
debió de haber sabido que cualquier Ubeli sería considerado una
amenaza siempre y cuando se encontrara respirando. Sin embargo,
él ni siquiera lo había considerado. Porque su padre vivía según un
código. Las mujeres y los niños se quedaban fuera de él, se
mantenían separados del negocio. Era la ley más sagrada de Gino
Ubeli.
Pero debió de haber sabido que los Titan no tenían tales
escrúpulos. Debió haberlo sabido y, aunque era joven, debió de
haber tomado las riendas que su padre había dejado atrás. Conocía
el negocio. Su padre había comenzado a educarlo desde que tenía
once años. Todos los participantes lo conocían bien. Ciertamente no
les habría importado recibir órdenes de él un año después, cuando
cumplió dieciséis. Aun con todo, no había sido un chico normal de
dieciséis años. Después de la muerte de Chiara…
Su madre siempre había dicho que era un niño sensible. Pero
había insensibilizado cada una de las partes sensibles que le
quedaban, convirtiéndose así en un robot.
Ejecutó a hombres sin siquiera pestañear. No sentía nada. Y
continuó sin sentir nada durante tanto tiempo que se volvió algo
normal. Eso era bueno para el negocio. Podía hacer llamadas
despiadadas sin mostrar emoción alguna.
—Hasta que llegaste tú, Cora —susurró, levantando la cabeza y
mirándola—. Vuelve a mí, por favor. Vuelve a mí, Cora —tomó su
rostro entre sus manos—. Tienes que volver a mí. Me has hecho
volver a sentir y eso me asusta como no tienes idea. Se suponía
que jamás debía volver a sentir así de profundo. Se suponía que
nunca debía amar a nadie…
Presionó sus labios contra los de ella, pero estaban fríos e
inmóviles debajo de los suyos.
—Despierta —ordenó—. ¡Despierta!
Siempre había sido tan buena obedeciendo. ¿Por qué demonios
ahora no?
Sacudió los hombros de Cora con frustración y con un enorme
esfuerzo se detuvo. ¿Qué demonios estaba haciendo? La soltó y
nuevamente se puso de pie para dar un paso atrás. Santo cielo. Le
dio la espalda y se llevó las manos al pelo, arañándose.
¿Qué demonios estaba haciendo? Estaba actuando como un
loco.
Y no la amaba.
No podía.
¿Qué hacía aquí, día tras día, paseándose sobre su cama como
un colegial enamorado? Era por ella que no había tomado medidas
antes contra los Titan.
Otra vez. Se había dejado llevar al pensar que había un camino
a seguir que podía llevar a la paz, cuando la larga experiencia le
había enseñado que la fuerza bruta y la violencia eran el único
lenguaje que el mundo entendía.
Se volvió hacia la puerta. No, la debilidad no tenía cabida en su
vida.
La abrió solo para encontrarse con Sharo al otro lado y con su
puño levantado, como si estuviese a punto de llamar.
—¿Qué pasa? —vociferó Marcus.
Sharo le miró de arriba a abajo.
—Hermano, ¿estás bien?
Marcus miró al hombre más grande, aunque Sharo se erguía
sobre él. Las cosas se habían ido a la mierda si su segundo al
mando pensaba en interrogarle tan íntimamente. No era así como
funcionaba su relación. Marcus daba órdenes y Sharo las ejecutaba.
No obstante, a veces ofrecía sabios consejos y podía hacer de
abogado del diablo con los mejores. Pero nunca se preguntaban
sobre sus vidas personales o sus putos sentimientos.
—Infórmame —exigió Marcus.
Aunque aparentemente Sharo no iba a dejar ir el tema tan
fácilmente.
—Está bien que te tomes un minuto —rugió Sharo—. Te
preocupas por la chica. Veo cómo eres cuando estás con ella y me
gusta lo que veo.
Bueno, ahora Sharo comenzaba a cabrearlo.
—Me viste interpretando un papel —dijo Marcus—. Cora siempre
fue una pieza de ajedrez para mí para jugar contra los Titan. Y ella
cumplió su propósito. Sacó a Demi de su escondite y ahora
sabemos quién es el verdadero cerebro de la operación. Y como un
bono adicional, la esposita querida se volvió un escudo y recibió una
bala por mí. Diría que es una misión cumplida en lo que a ella
respecta, mejor de lo que yo podría haber esperado. Además, es un
buen polvo, así que…
—Suficiente —Sharo lo interrumpió, acercándose y poniéndose
delante de su cara—. Sé que estás herido y es la única razón por la
que no estoy…
Pero entonces la cabeza de Sharo se sacudió para levantarse
cuando algo detrás del hombro de Marcus llamó su atención.
Entonces lo empujó hacia un lado.
—¡Bella, estás despierta!
CAPÍTULO 26

Diez minutos antes

Todo estaba oscuro. Demasiado oscuro y frío.


Cora nunca se había sentido más fría en toda su vida, o más
sola. Era como estar encerrada en el sótano, pero un millón de
veces peor. Allí al menos había podido sentir el suelo bajo sus pies y
había podido contar los pasos hasta la puerta; nueve para subir y
nueve para bajar. Estaban las paredes de ladrillo. ¿Cuántas horas
había pasado sintiendo los contornos de cada una,
memorizándolas?
Pero aquí en el vacío no había nada. Trató de gritar, pero no
salió ningún ruido. Intentó agitar los brazos, pero no se movieron. Ni
siquiera podía sentirlos. Oyó voces, débiles, que provenían de muy
lejos a través de la oscura niebla.
¡Estoy aquí! Aquí mismo. ¡Vengan y encuéntrenme!
Pero nadie jamás la escuchó. Nadie levantó una mano en la
oscuridad.
Las voces se alejaron.
Pero luego volvieron. Más cerca. Cora se concentró al máximo.
Por favor, suplicó.
Y lo escuchó. Tan claro como el sonido de una campana.
Su voz. Diciendo su nombre.
—Cora.
Todo dentro de ella, toda su alma, lo reconoció.
¡Sí, estoy aquí!
—Vuelve a mí, Cora.
Estoy aquí. Estoy aquí, ¿no me ves?
Le ordenaba que se despertara y por primera vez después de
vagar tanto tiempo en la oscuridad, en ese terrible, terrible vacío,
sintió algo. Realmente lo sintió.
Las manos de Marcus en su cara.
Ella estaba de vuelta en su cuerpo. Podía sentir sus
extremidades, sus brazos, piernas, cara, dedos y nariz.
Sus labios. Sus labios que Marcus estaba besando.
Pero luego él se fue, alejándose justo cuando la sensación
regresó a su cuerpo como olas haciendo impacto, que crecían a
cada segundo. Y con ello vino una terrible pesadez. Estaba de
vuelta en su cuerpo, pero se sentía como si hubiera ganado
doscientos kilogramos. Trató de levantar una mano para hacerle una
señal a Marcus, pero era peso muerto. No se movía.
Sus párpados se sentían igual, pero los levantó con
determinación.
Una luz cegadora inundó la oscuridad y todo se derrumbó; el
vacío, la luz y Marcus. Cora quería llorar y quería que Marcus la
abrazara de nuevo. Quería su mano en la suya. Recordaba eso,
cómo él a veces la tomaba de la mano.
¿Estaba Marcus todavía aquí?
Cerró sus ojos una vez más y escuchó. Sí. Ahí estaba su voz. Y
Sharo. Ambos estaban aquí.
Tenía que hacerles saber que estaba despierta. ¿Y si la dejaban
porque no sabían que estaba aquí? No podía dejar que se fueran,
no podía dejar que…
Así que, a pesar de que le costó todo lo que tenía, volvió a
levantar los párpados, pero no estaba para nada preparada para la
cegadora luz.
Se concentró en las voces para que le ayudaran a estabilizarse y
forzó a sus ojos a abrirse más.
Y fue entonces cuando nuevamente escuchó su voz. Su preciosa
voz.
Pero… las cosas que estaba diciendo…
Cora fue una pieza de ajedrez… cumplió su propósito… misión
cumplida… un buen polvo.
Cora parpadeó. Una y otra vez. No. Alguien le estaba jugando
una mala pasada. O su mente lo hacía. Después de todo, todavía no
estaba despierta. Se trataba de una pesadilla porque su Marcus
nunca diría cosas tan frías y crueles. Ella significaba algo para
Marcus. ¿Cierto?
Mentirosa. ¿Cuántas mentiras se había dicho a sí misma para
hacer que su situación fuera más agradable? Lo había hecho
cuando vivía con su madre y volvió a repetirlo con Marcus. Se decía
a sí misma que la amaban. Mil veces, incluso cuando todas las
pruebas decían lo contrario.
Patético.
—Bella, estás despierta —al menos la emoción de Sharo al verla
despierta sonaba sincera.
La luz seguía lastimando, pero Cora arrastró sus cansados ojos
hacia el gran hombre mientras se apresuraba hacia su cama. Su
visión era un poco borrosa, pero no pasó por desapercibido a
Marcus en el fondo, manteniendo su distancia.
Sharo cogió su mano y, concentrándose, Cora consiguió darle un
débil apretón.
Dejó que sus ojos se volvieran a cerrar.
Ahora sabía la verdad. Marcus y ella no eran unos
desventurados amantes o ninguna de las tonterías románticas que
se había inventado en su cabeza.
Seguía siendo la marioneta y todos los demás seguían pensando
que tiraban de los hilos.
—Te voy a llevar a casa —le dijo Marcus mientras se acercaba.
Ella bajó la cabeza en señal de estar de acuerdo.
Pero una cosa era segura.
Jamás se dejaría volver a engañar por Marcus Ubeli. Escaparía
de New Olympus y de sus garras, así como de las de su madre.
Encontraría un lugar en el que pudiera ser realmente libre.
Y mientras tanto, se imaginaba llevándose su puño de acero al
pecho; sería libre donde más importaba… la parte de ella que
ninguno de ellos podría tocar.
EL DESPERTAR
“Me venció Amor…”
Orfeo, “Las Metamorfosis” de Ovidio, libro X
CAPÍTULO 1

Cora se apoyó en la enorme ventana de la amplia sala de estar del


pent-house más costoso del hotel más costoso de New Olympus.
Muy, muy abajo, la gente corría como hormigas por las estrechas
aceras y los coches se arrastraban a través del tráfico de la hora
pico.
Si Cora esperaba lo suficiente con el rostro pegado al cristal,
¿podría ver a una joven y hermosa mujer maravillada bajándose del
autobús y girando lentamente, boquiabierta, para admirar el
magnífico paisaje de la ciudad? Tal vez la joven miraría hacia arriba
e imaginaría a alguien como Cora, con diamantes colgándole de las
orejas y el pelo arreglado de una manera elegante, apartado de su
rostro maquillado.
¿Estaría la joven nostálgica, preguntándose cómo sería vivir en
el pent-house y flotar en el hermoso mundo por encima de las
calles? Si pudiera oír a Cora susurrar: Vuelve al autobús, huye,
¿escaparía antes de que la oscuridad la consumiera por completo?
Cora se alejó de la ventana con el pecho agitado. Hace solo
unos meses, había sido esa joven. La ciudad había sido hermosa,
abrumadora y extraña, muy lejos de los cielos azules y del trigo
ondeante de la granja en Kansas en la que había crecido.
Estaba llena de tanta esperanza. Había ascendido a las alturas y
ahora vivía en el pent-house de su marido con todo lo que podía
desear. Diamantes, vestidos y arte fino decorando el elegante
apartamento.
Todas las mañanas alguien dejaba flores frescas en un jarrón
gigante en el pedestal junto a la puerta. Llenaban el espacio abierto
con su delicado aroma floral. Los lirios del campo, arrancados,
cortados y perfectamente dispuestos para vivir un día a la altura de
su belleza. ¿Y mañana? Mañana ya no estarían. Estarían
desechados.
Cora cruzó la puerta y pasó un dedo sobre los sedosos pétalos.
Allí había un capullo de rosa bien enrollado. Podría sacarlo y
ponerlo en un vaso de agua. No parecería significativo, pero aún
estaría allí para mañana. Podía salvar a una flor. Podría ser
suficiente…
Al cruzar la habitación, vio un destello de sí misma en un gigante
espejo dorado. Un rostro joven la miró fijamente, pálido y
encantador bajo capas de maquillaje artístico. Había pasado todo el
día en el spa de Armand y cada centímetro de su piel estaba
depilado, suavizado y abrillantado. Su pelo también había sido
cortado y peinado.
Cuando vivía en la granja de su madre, usaba un viejo overol y
camisetas, con un bronceado campesino y pecas como su único
adorno, pasando meses sin examinarse de cerca en un espejo.
Actualmente, cada centímetro de ella era analizado, primero por
sus estilistas y luego por la sociedad cuando salía sujetando el
brazo de Marcus. La esposa de un rico hombre de negocios debía
estar a la altura.
Especialmente si el negocio de ese hombre tenía fuertes lazos
con el submundo criminal de la ciudad.
Marcus Ubeli, el gobernante del inframundo de New Olympus.
Su marido.
Cuando él se paraba junto a la ventana, solo veía su reino. Sus
desdichados súbditos corrían muy por debajo. Solo veían lo que él
quería que vieran: un elegante hombre de negocios, guapo y astuto,
con una nueva y bonita esposa.
Aplaudieron su filantropía y patrocinaron sus negocios legítimos,
y solo la mitad de ellos escuchaban los rumores sobre sus oscuras
negociaciones. Solo los ricos y los increíblemente poderosos sabían
la verdad sobre Marcus Ubeli. Tenía un representante en cada
sombría esquina. Los policías, los jueces y los jurados hacían lo que
él decía por dinero. Incluso el alcalde le debía favores.
Para cuando supo la verdad sobre Marcus Ubeli ya era
demasiado tarde. También le pertenecía.
Y Cora era su posesión más preciada.
Sí, vivía una gran vida, muy por encima que la de las masas.
Visitas semanales al spa, compras, comidas en los mejores
restaurantes, entrada a la brillante vida nocturna de la alta sociedad
de New Olympus. Ropa hermosa y un magnífico pent-house con
una vista increíble.
Prefería hacer voluntariado en el refugio de animales del centro y
acurrucarse en un sofá con un libro. Pero no importaba. Era una flor
cortada dentro de un hermoso jarrón, hermosa y elegante, pero
muriendo un poco más con cada día que pasaba.
Oh sí, interpretaba su papel perfectamente a cambio de esta
nueva vida que su marido le había dado. Porque eso era todo lo que
era: un intercambio equitativo.
Hace cuatro meses, se interpuso entre una bala y él, salvándole
la vida. Así que ahora él le había dado todas las libertades que ella
deseaba, incluso aquellas que él mismo le había negado una vez…
Pensó en aquellos días, miserables, pero también algo maravillosos
a través de esa bruma de recuerdos. Porque en ese entonces había
sido tan ingenua como para creer que su marido algún día podría
amarla.
Él le había abierto los ojos respecto a esas ideas mientras ella se
encontraba en la cama del hospital, después de que le dispararan,
recién saliendo del coma. Él no sabía que ella lo había escuchado,
lo que empeoró las cosas porque significaba que él estaba diciendo
la verdad.
Cora siempre fue una pieza de ajedrez para poder jugar contra
los Titan. Y cumplió su propósito… Y como un bono adicional, la
esposita querida se volvió un escudo y recibió una bala por mí. Diría
que es una misión cumplida en lo que a ella respecta, mejor de lo
que yo podría haber esperado. Además, es un buen polvo, así
que…
Solo era una posesión. Era todo lo que era para él. Él nunca la
había amado. La había visto como una mercancía y una
herramienta para usar contra sus enemigos. Y como alguien
conveniente para calentar su cama por la noche. Era todo lo que
sería para él. Simplemente no era capaz de sentir nada más. Al
menos no por ella, una Titan.
No después de descubrir que su madre, Demi, había asesinado
a su hermana a sangre fría. Y había vuelto quince años después
para terminar el trabajo con el propio Marcus, sin importar el hecho
de que Cora le había rogado que no lo hiciera, que bajara el arma,
que se detuviera.
Cora había elegido a Marcus.
Recibiendo la bala que había sido para él.
Todavía tenía la cicatriz de diez centímetros en su estómago de
donde tuvieron que operarla para sacarla.
Pero después de su recuperación, ¿había quedado algo a lo cual
regresar? Esta vida, atrapada en tierra de nadie entre dos bandas
rivales; rechazada por una de ellas por su decisión de a quién amar,
pero nunca completamente acogida por la otra.
—Cora —la profunda voz de Marcus recorrió la habitación.
Levantó la cabeza sorprendida.
Su marido estaba de pie junto al ramo de flores. ¿Cuándo había
entrado? Ni siquiera había oído la puerta principal abrirse, estaba
tan metida en sus propios pensamientos.
Marcus estaba tan guapo como siempre. Si era sincera, era el
hombre más guapo que jamás había visto. Tenía las manos en los
bolsillos y su rostro estaba inclinado hacia las sombras lo
suficientemente como para que Cora no pudiera leer su expresión.
No era que pudiera leerlo incluso si la habitación estuviera iluminada
con cien bombillas cegadoras. Ni siquiera lo intentó.
Sabía quién era él y lo que había en su corazón. Lo había oído
fuerte y claro. En los días y semanas que le siguieron al coma, su
frialdad hacia ella solo reconfirmó todo lo que él había dicho ese día.
Era afanoso con ella. Le proporcionó la mejor atención médica
que el dinero podía comprar. Continuó dándole innumerables
regalos, pero nunca los entregó él mismo. Su chófer, Sharo, la llevó
a rehabilitación todos los días durante dos meses mientras
recuperaba sus fuerzas.
Pero Marcus trabajaba desde el amanecer hasta el anochecer y
podía pasar días enteros, una vez toda una semana, sin verle. Se
despertaba antes del amanecer y volvía tiempo después de que ella
se hubiese dormido. A menudo él dormía en la habitación de
invitados, con la excusa de que no quería despertarla con su horario
irregular.
Nunca acudía a ninguna cita con el médico, pero aun así parecía
conocer hasta el último detalle del régimen de cuidados de Cora.
Cuando hablaba con ella, era para recordarle que tomara sus
suplementos o para preguntarle si había comido lo suficiente. Y el
día en que el médico la declaró lo suficientemente bien como para
reanudar la actividad física, por la noche fue hasta la cama que
compartían para hacerle el amor en la oscuridad.
El sexo era tan intenso como siempre. Su química en la cama
era innegable. Algunas noches los besos de Marcus se sentían
frenéticos mientras la abrazaba y la apretaba tan fuerte contra él
que era como si tuviera miedo de que fuera a desaparecer.
Pero a veces era rápido; su boca o sus manos la provocaban
hasta llevarla a un orgasmo desesperado y salvaje, y luego se
enterraba dentro de ella y se corría en cuestión de minutos. Solo
para despertarla horas más tarde, en medio de la noche, con su
miembro presionando su parte trasera. Luego la follaba tan lento,
tan dolorosamente despacio, que Cora pensaba que podría morir.
Pero siempre era en la oscuridad. Y cuando llegaba la mañana,
se iba como si la noche nunca hubiera sucedido.
Esta noche Marcus llevaba su traje característico y se veía tan
fresco y lozano como cuando lo usó por primera vez el día anterior.
Su perfección natural y controlada era tan misteriosa para ella como
lo fue en su primer día de matrimonio. Metió las manos en sus
bolsillos y, con el pelo negro cayendo sobre su frente, la miró de
arriba a abajo.
Cora volvió a mirar por la ventana, inmóvil.
—Llegaste temprano.
—Vamos a salir esta noche, ¿recuerdas? Pensé que estarías
lista.
Tenía puesto maquillaje, tacones altos y un peinado recién hecho
en el spa, pero el resto de ella seguía envuelto en una bata.
No lo había olvidado, pero aun así dijo:
—¿Vamos a salir?
—Al concierto en Elysium. Un nuevo acto. Uno grande.
Volvió a mirar a Marcus mientras este se encogía de hombros.
Cora observó cautelosamente su rostro. Lo hacía cada vez con más
frecuencia; molestar al oso para ver si podía obtener alguna
reacción de él, alguna prueba de que era realmente humano y que
podía mostrar una genuina emoción humana. Pero como siempre,
su rostro inexpresivo no mostró nada.
—Siempre hago una sesión de fotos la noche del estreno —
continuó.
—No lo olvidé —dijo, volviéndose totalmente hacia él y dejando
que la luz iluminara su cabello. Él tuvo que entrecerrar los ojos para
tratar de verla—. De hecho, fui a comprar el atuendo apropiado.
—¿Sí? —Se frotó la oscura sombra alrededor de su mandíbula,
la única evidencia de su largo día de trabajo.
Se quitó la bata y la dejó caer, con el sonido de la seda
crujiendo. Mientras ella se acercaba, vio como los ojos de su marido
se encendían mientras hacían contacto con su cuerpo. Una
camisola de encaje negro con un sujetador incorporado ahuecaba
sus pechos. Un sexy liguero colgaba alrededor de su cintura
mientras sostenía sus medias negras.
Cora sintió satisfacción por la intensa mirada en su rostro.
—¿Qué te parece?
Esto era todo lo que había entre ellos.
Sexo. Follar. Así era como Cora lo consideraba ahora… como
follar. O al menos era como trataba de pensar en ello.
A Marcus le gustaba follar con ella.
Era un buen polvo después de todo, ¿verdad?
Sus dientes rechinaron al recordarlo. Era otra razón por la que
había elegido su ropa con tanto cuidado. El sexo era un arma que
muchas mujeres usaban para controlar a los hombres en sus vidas,
¿verdad? Nadie nunca controlaría a Marcus, pero si podía tener la
más mínima ventaja sobre él, sería algo. Estaba decidida a que la
próxima vez que tuvieran sexo, sería bajo sus términos. En la luz,
donde estuviera obligado a ver su cara.
Marcus la examinó cuidadosamente, dejando que el silencio se
prolongara entre ellos. Y sonrió con el más mínimo movimiento
ascendente de sus labios.
—Creo que los paparazzi se lo devorarán.
Avanzó, poniendo una autoritaria mano en la nuca de Cora,
acercando sus cabezas.
Se dijo a sí misma que no se abriera ante él, que se hiciera la
difícil. Después de todo, ¿qué atraería al hombre que lo tenía todo
más que el hecho de que se le negara la única cosa que parecía
ansiar? Pero en el momento en que sus labios tocaron los de ella,
su cuerpo se derritió. Tal era su poder sobre ella. Maldita sea.
¿Cómo es que siempre se las arreglaba para hacer eso? ¿Para
tener ventaja? Estaba tan decidida a dominarlo por una vez.
Pero cuando Marcus se apartó por un momento, sus oscuros
ojos atraparon los de ella y una sacudida de placer la atravesó.
—Me gusta encontrarte así —susurró—. Esperando tan
ansiosamente. Queriéndome.
La levantó y la colocó en el pequeño mueble de maquillaje.
Arrodillándose, le abrió las piernas y se inclinó hacia delante para
inhalar profundamente y con los dientes atrapar la parte superior de
sus bragas de encaje.
—Me gusta oler cuánto me deseas.
Cora sintió que su cara ardía. Por más calmado, indiferente y
profesional que Marcus se mostrara en el exterior con todos los
demás con los que lo había visto interactuar, seguía siendo
sorprendente lo tosco y animal que a veces podía ser en la cama. O
en el mueble de maquillaje, por así decirlo.
Cora juntó sus piernas, pero él no lo iba a permitir. Le abrió los
muslos de par en par y se puso entre ellos mientras se levantaba,
con la parte delantera de sus lujosos pantalones de vestir
sobresaliendo obscenamente. De manera rápida se desabrochó y
bajó la cremallera. Y todos los planes de Cora dejaron de existir. Ella
solo lo quería dentro suyo, de cualquier manera que pudiera tenerlo.
Pensó que podría penetrarla rápida y duramente como lo hacía a
menudo en la oscuridad. No importaba cuántas veces se dijera a sí
misma, no otra vez, siempre terminaba recibiéndolo en sus brazos,
aferrándose a él y pasando todo el día viviendo por esa media hora
nocturna en la que sus manos la buscaban en la oscuridad.
En esos momentos, era muy fácil permitirse olvidar la realidad de
su situación. Que, para él, ella era solo un trofeo de su última
victoria. Porque había salido victorioso al sofocar la breve rebelión
que los Titan habían intentado en New Olympus. Habían pasado
meses y no se sabía nada de la banda que su madre ahora
aparentemente dirigía.
Marcus había triunfado, como siempre lo hacía. No tenía sentido
resistirse a él. Tenía una voluntad diferente a la de cualquiera que
Cora hubiera conocido y eso era decir algo, considerando que había
sido criada por Demi Titan.
Y, aun así, Cora tenía que aferrarse a su sentido de identidad.
No podía dejarse destruir por Marcus por completo. Por eso
continuaba con su inútil campaña para ganar el control en este
matrimonio. Era posible que nunca escapara de él, pero eso no
significaba que tuviera que atormentarse por siempre por su amor
hacia él no correspondido.
Pero alto, no, no lo amaba. Solo había sido un encaprichamiento.
Y era un encaprichamiento del que se curaría a sí misma de una
forma u otra… Pero lo había intentado durante meses sin éxito
alguno.
Mientras tanto, quería ganar más igualdad de condiciones con él.
Por eso se había lanzado tan violentamente a la vida social. Estaba
decidida a tener una vida aparte de él. Y tal vez, si se esforzaba
más en el desempeño de ambos en la cama, no se sentiría tan
abrumada por él cada vez y tan destrozada después.
Solo podía reconstruirse a sí misma unas cuantas veces más.
Porque mientras que en su mente sabía que para Marcus era
solo follar, para su estúpido corazón a menudo se sentía como si
estuvieran haciendo el amor.
Por eso hoy se había puesto su armadura, sorprendiéndolo con
un asalto frontal.
Pero cinco minutos después, él la tenía de espaldas con una
mano suavemente puesta sobre su garganta.
Sus ojos oscuros buscaron los de ella por una fracción de
segundo y Cora se quedó sin aliento. Era tan hermoso con su rostro
esculpido con líneas marcadas y ángulos imponentes. Incluso a
través del esmoquin pudo sentir el poder de su gran cuerpo, con
músculos apretados contra la costosa tela confeccionada.
Levantó una mano, alcanzando su mejilla. ¿Cuánto tiempo hacía
que no le veía así, a la luz del día?
Pero Marcus la sujetó de la muñeca antes de que pudiera hacer
contacto y tiró de sus muñecas contra la cama, por encima de su
cabeza, inmovilizándola allí. No pudo evitar el gemido que se le
escapó ante el movimiento dominante. Todo lo que hacía la
excitaba. Todo lo que él era.
Pensó que sacaría su miembro y la haría suya justo allí. Cora
estaba a unos pocos segundos de rogar por ello.
Pero en vez de eso, él se apartó y la hizo girar hasta dejarla
sobre manos y rodillas. Y no la hizo esperar. Le bajó la ropa interior
de encaje y de inmediato la penetró. Estaba empapada y los
movimientos de Marcus eran suaves.
Aparentemente, él no buscaba que lo fueran.
Sacó su miembro y la embistió bruscamente ¡Y Dios! Se sintió
tan bien. Como si la estuviera reclamando. Como si ella se las
hubiera arreglado para sacarlo de quicio por una vez.
Movió su trasero desesperadamente contra él y Marcus maldijo,
aferrándose a sus caderas en un agarre castigador mientras
continuaba azotándola con embestidas.
Cora intentó mirarle por encima del hombro, pero él no iba a
permitirlo. Puso una mano en su cuello instándola a inclinar su
cabeza contra la cama, con el culo levantado. Marcus prosiguió, con
su cuerpo dominando el suyo mientras sus implacables embestidas
continuaban.
—La próxima vez que pienses en tentarme con esa pequeña y
sensual ropa interior, diosa —susurró en su oído—, recuerda tener
cuidado con lo que deseas. Solo haces que quiera recordarte a
quién le perteneces.
Había estado al límite desde que la penetró por primera vez,
pero sus palabras la hicieron excitarse incluso más. Marcus estaba
alcanzando ese punto perfecto en lo más profundo de ella. Sí, oh
Dios, sí.
Para evitar rugir el nombre de Marcus mientras se corría, metió
su cara en la almohada.
Pero él la conocía demasiado bien. Se apartó y detuvo las
embestidas justo en el momento en que se produjo la primera
asombrosa oleada de su orgasmo.
Cora gritó y él la rodeó con sus brazos, manteniéndola quieta.
—Di mi nombre —ordenó con voz grave y ronca—. Di a quién
perteneces.
Sacudió la cabeza en un intento de negación, pero la agarró con
más fuerza y le dio una ligera sacudida.
—Di a quién perteneces.
Su pene la provocó al borde de su entrada, atormentándola. Su
placer estaba tan cerca y tan lejos a la vez.
—Marcus —finalmente gimió y nuevamente la penetró,
devolviéndola a la vida.
Volvió a gritar su nombre mientras su placer aumentaba cada
vez más y luego explotó como una noche llena de fuegos artificiales.
Marcus la penetró hasta el fondo, justo cuando Cora se tensaba
y tenía espasmos torno a él; su agarre en el cuerpo de Cora nunca
disminuyó en lo más mínimo.
Se corrieron juntos mientras la luz del atardecer entraba por la
ventana.
Cuando el estallido y la chispa de su orgasmo finalmente se
disipó, Cora jadeó, sin aliento, con todo su cuerpo vivo pero
lánguido con el placer satisfecho. Y Marcus aún la sostenía por
detrás, aunque los hizo rodar para que se acostaran de lado. Él la
acurrucaba con su duro pene todavía dentro de ella y de vez en
cuando volviendo a empujar, como si no estuviera listo para soltarla
sin importar el hecho de que ya había eyaculado.
Los dedos de Marcus recorrieron su nuca.
—Extrañaba esto.
A Cora le pesaba el corazón, a punto de reventar con todas las
cosas que deseaba poder decir.
—Puedes tenerlo cuando quieras.
Puedes tenerme.
—Oh, lo sé.
Podía oír su arrogante sonrisa en sus palabras.
Se alegró de que estuviera de espaldas a él. De alguna manera
la hacía más valiente, así que continuó.
—Has estado muy ocupado últimamente.
—¿Me extrañas?
Pensó que sonaba complacido.
—Tanto como tú me has extrañado. —Se meció contra su
endurecido miembro. Su pene se movió y se hinchó. Los dedos de
Marcus encontraron su nuca, no para continuar acariciándola, sino
para presionar sus puntos sensibles.
—Tengo una debilidad cuando se trata de ti. —Salió de ella y se
apartó de su lado para limpiar. Cuando regresó, seguía acurrucada
en la cama, de espaldas a él.
Rodeó la cama y sus dedos le levantaron la barbilla.
—¿Qué pasa?
Cora estaba cansada de reprimir su frustración.
—Solo tú lo describirías como una debilidad.
—¿Cómo lo llamarías? —No hubo sarcasmo, solo curiosidad.
—No sé… —La honesta expresión de Marcus la hizo arriesgarse
—. ¿Afecto?
El corazón de Cora latía a través de los segundos silenciosos.
Su mirada hambrienta cayó en sus labios y ella lo sintió como un
beso. Sus manos acariciaron sus mejillas y luego la besó de verdad.
—Afecto —coincidió. Llevó las manos a su pelo, acariciándola
como si fuera una gatita adorable a la que dejó dormir en su cama.
Y su estúpido, estúpido corazón se aceleró como si él hubiera
declarado su amor desde los tejados.
—¿Y si…? —El aliento de Cora se aceleró, pero continuó—.
¿Qué tal si nos quedamos en casa esta noche? —Sintió que su
vulnerabilidad se extendía desnuda, justo afuera para que
cualquiera la viera mientras lo preguntaba. Pero no se retractó—. Y-
yo… podría hacer que valiera la pena. —Se estiró y puso una mano
en la parte delantera de sus pantalones, donde su pene se excitaba.
Pero su mano se movió velozmente hacia abajo y agarró su
muñeca con firmeza, deteniéndola. Sintió como su corazón se
hundía mientras se apartaba. Estaba a punto de rechazarla. Otra
vez.
—The Orphan es el número musical más popular de la Costa
Este. La prensa estará allí para ver a los famosos que asistan al
concierto y quiero que te vean conmigo. Te necesito allí a mi lado.
Ajá. Por supuesto. Necesitaba a la señora Ubeli sujetándole el
brazo para una sesión de fotos, una distracción para las cámaras.
Esta noche sería el trofeo de su marido, vestida para deslumbrar,
atrayendo la mirada de la cámara hacia el escandaloso escote de su
vestido o su larga y desnuda pierna bajando del coche.
Apretó los ojos para evitar que una estúpida lágrima se le
escapara. Ella le otorgaba una apariencia de legitimidad a sus
negocios, lo sabía, con su aspecto inocente y su papel de esposa
obediente. Al igual que la ayudante del mago, alejaba la atención de
él y lo dejaba libre para cualquier negocio silencioso que tuviera
detrás.
Era su acuerdo tácito, tan contractual como el resto de sus
negocios. Cora interpretaba el papel de la señora Ubeli y a cambio
él le hacía el gran honor de no matarla, y en la medida de sus
posibilidades, pretendía que no era un Titan.
Pero ella nunca sería verdaderamente familia y ciertamente
tampoco alguien a quien él pudiera amar. Los hombres como
Marcus no entendían esa emoción. Entendían el poder, y en esta
relación, él lo tenía y ella no.
Había sido una idiota una vez más, mostrando incluso un poco
de debilidad al pedirle que se quedaran esta noche.
Se alejó de él y forzó su voz a ser firme y fría.
—Estaré lista en una hora.
CAPÍTULO 2

Las aceras que rodean el club Elysium y la sala de conciertos


estaban repletas de espectadores entusiasmados. El sedán negro
de Marcus fue hasta una parada frente a las puertas traseras donde
la aglomeración de gente era más densa que en la entrada principal.
Cora se asomó a la multitud.
—Marcus —dijo nerviosamente.
—No pasa nada. —Se inclinó hacia delante para darle una orden
al conductor.
Afuera, unos cuantos hombres musculosos vestidos todos de
negro se mezclaron entre la multitud. Sus Sombras. En cuestión de
segundos se alinearon en la entrada y retuvieron a la multitud,
aunque parecía estar cerca. Cora nunca había visto una multitud tan
grande.
Sin embargo, en medio del caos, los paparazzi sintieron que algo
estaba sucediendo mientras se acercaban y giraban los lentes de
las cámaras hacia el sedán negro.
Cora se echó hacia atrás en la oscura crisálida del coche. Esta
era su parte menos favorita: ser desnudada y expuesta para las
cámaras. Se alisó su vestido azul oscuro de tubo y se tocó el pelo
peinado para comprobarlo.
—Oye —Marcus le agarró el mentón y suavemente le giró la
cabeza—. Estás perfecta.
Por un momento, sus ojos oscuros la mantuvieron paralizada.
Todos los pensamientos sobre el ruido y el desorden de afuera se
desvanecieron. Frunció un poco el ceño y, por un segundo, Cora
creyó ver un destello de algo más que obligación y deber en sus
ojos.
Algo golpeó el lateral del coche y ella saltó. Un estruendo estalló
en el silencioso coche mientras la puerta del lado de Cora se abría.
Con el corazón en la garganta, se giró y vio a Sharo, el hombre de
confianza de Marcus, inclinándose sobre el coche. Su gran cabeza
oscura ocupó la ventana durante un momento mientras le hacía una
señal a su jefe.
—Quédate a mi lado para unas cuantas fotos —dijo Marcus con
su mandíbula moviéndose mientras miraba a la gente que se
arremolinaban a su alrededor—. Luego ve con Sharo. Puede
manejar la multitud y llevarte a salvo dentro —sacó su móvil.
La puerta del coche se abrió con otra explosión sónica. Cora se
escabulló, luchando por mantener su vestido modesto y tratando de
no parpadear ante las brillantes y repentinas luces. Se acercó a
Sharo, cuyo gran cuerpo la protegió lo más que pudo de la luz y el
ruido.
Marcus se deslizó tras ella y posó un momento junto al coche,
dos metros de perfección masculina. Algo sobre su altura, sus
oscuros ojos y sus perfectos pómulos bajo la espesa caída de su
pelo negro le daban una intensidad hermosa. Había algunos
rumores de un imperio criminal y la prensa se desvivía por informar
sobre la fascinante mística del Señor del Inframundo.
Cora tomó el brazo de su marido, adentrándose en su papel de
distracción. Sonriéndole a ella, Marcus apenas pareció notar los
flashes de luz o las personas que lo llamaba. Su máscara de amable
multimillonario estaba firmemente colocada. Cora se preguntaba
cuándo volvería a ver al verdadero Marcus.
—¡Seños Ubeli! —Llamó un periodista—. ¿Qué se siente haber
conseguido el mejor acto musical en un contrato de exclusividad?
Marcus se giró y le ofreció una encantadora sonrisa, apretando
suavemente a Cora hacia él. Ella sabía la increíble imagen que
ambos mostraban, con la sombría belleza de Marcus y el pelo claro
y la piel pálida de Cora.
—Estamos muy agradecidos —respondió Marcus—. Queremos
que Elysium muestre solo lo mejor.
Había remodelado completamente el lugar, por dentro y por
fuera, desde que habían venido para el baile de caridad y la subasta
hace meses; cuando había comprado las fatídicas entradas de
teatro que llevarían a que la noche terminara con ella recibiendo una
bala. Ahora, en vez de ser un lugar de conferencias y fiestas, era
uno de los clubes y espacios de conciertos más modernos de New
Olympus.
Unas cuantas preguntas más de los medios de comunicación y
Cora sintió que su palpitante corazón se calmaba. Marcus hizo que
pareciera tan fácil, ya fuera en público o en privado, siempre se veía
preparado y perfecto. Ella era la única que llegó a verlo perder un
poco de ese perfecto control, como lo había hecho esta noche en el
dormitorio. Un placentero cosquilleo le recorrió la espalda incluso al
recordar, y dejó que sus labios se curvaran en una sonrisa de
satisfacción. Los flashes aparecieron.
No era tan experta como Marcus en el engaño, y las pocas
veces que había ofrecido sonrisas falsas, la prensa lo había
comentado. Así que se había enseñado a pensar en cosas felices
cuando estaba frente a las cámaras, incluso si eso significaba
pensar en Marcus; y los recuerdos venían con un cruel sabor.
Marcus miró hacia abajo como si leyera su mente y le dio su
propia versión acalorada. Su mano se deslizó un poco más abajo de
su cintura.
Cora se forzó a mantener su sonrisa, pero se recordó que era
solo para las cámaras. Marcus era tan impresionantemente guapo
cuando sonreía, pero rara vez lo hacía en otro lugar que no fuera
cuando había cámaras alrededor.
Estaban girando al unísono cuando otra persona llamó:
—¿Y los informes de que The Orphan tiene conexiones con la
mafia de Metrópolis?
Marcus apenas dejó que su sonrisa se moviera pero Cora sintió
que su cuerpo se tensaba. Hizo un gesto con la mano durante un
segundo y empujó a Cora hacia delante. Sharo se puso
inmediatamente a su lado junto con varios de los otros
guardaespaldas seleccionados por Marcus. Las Sombras protegían
a los Ubeli y morirían bajo las órdenes de Marcus. O eso es lo que
se rumoreaba. Vestidos todos de negro y con sus músculos
apretados bajo sus trajes, los escondieron de las figuras
amenazantes de la alfombra roja.
Normalmente, Cora se sentía incómoda con ellos alrededor, pero
cuando se adelantaron y formaron una falange alrededor de ella y
de Marcus, agradeció su protección.
Sharo se acercó, una montaña con esmoquin.
—Necesitamos hablar.
—Más tarde. Métela dentro —ordenó Marcus, y el grupo se
movió en perfecta formación con Sharo al fondo.
—Nos vemos en el concierto —le dijo Marcus, y se la entregó a
su leal segundo al mando.
Cora volteó a mirar solo una vez antes de entrar, para ver a su
marido firmemente de pie frente a los acelerados periodistas que
intentaban entrevistar al dueño de Elysium. Luego ella y su
infantería de negro, entraron.
La gran mano de Sharo se cernió sobre su espalda mientras
bajaban por los pasillos traseros, en dirección al segundo piso hasta
el salón privado.
Cora se preguntó si vería a Marcus durante el resto de la noche.
A veces así era. Era buena para las fotos bonitas, pero una vez que
él ya no la necesitaba… Cora se mordió el labio y la espalda se le
tensó. No. Él ya no tenía el poder de herirla porque ahora ella sabía
el resultado.
Sin embargo, una vez que entraron en el área del bar, Cora
respiró aliviada. Durante un tiempo no iban a necesitarse más
sonrisas falsas. Allí arriba no había cámaras; a los clientes de élite
de Elysium no les gustaba la atención. Los que pagaban por el
acceso a esta sala privada eran todos socios de Marcus.
Algunos de ellos estaban en el bar o en las mesas, disfrutando
de una tranquila bebida. Cora reconoció a algunos de inmediato.
Santonio, que dirigía una red de prostitución exclusiva, aunque él
prefería llamarlas acompañantes, estaba de pie hablando con
Rocco, quien controlaba todo el negocio de distribución en Styx, un
territorio al sur de la ciudad cerca de los muelles. Otros dos, Joey y
Andy DePetri, estaban en el bar abrazando a mujeres al menos diez
años más jóvenes que ellos.
Parecía cada vez más que el concierto era una tapadera perfecta
para que Marcus reuniera a sus capos para discutir sobre los
negocios.
Cora se agachó en la primera cabina a la que llegó, esperando
que no la notaran. Si la veían, querrían mostrar su respeto, y no
quería hablar con ellos.
Sharo se detuvo un instante al borde de la mesa de Cora,
observando la habitación. El resto de sus guardaespaldas
parecieron desvanecerse, aunque podía verlos discretamente
desplegados cerca de las cortinas de teatro con flecos dorados que
decoraban el salón.
—Sharo. —Cora se inclinó hacia delante. El gran hombre no se
giró, pero sabía que estaba escuchando. Él se daba cuenta de todo
—. ¿Toda esta locura fue por la banda de esta noche?
La multitud que estaba afuera no era cualquier cosa, no se
parecía a nada que ella hubiera visto antes. No importaba que
Elysium fuera uno de los mejores clubes de la ciudad.
Sharo se encogió de hombros. Pero Cora no esperaba que
respondiera. Rara vez le hablaba, aunque fuera la mano derecha de
Marcus.
Se relajó en su asiento, estudiándole. Llevaba un cable enrollado
alrededor de su gran cabeza calva y un caro reloj de plata alrededor
de una muñeca. Al igual que Marcus, se veía impecable y en
control, incluso después de la loca oleada en la puerta. Su esmoquin
era perfecto; se preguntaba dónde lo había comprado para que
encajara en su gran cuerpo.
—Bonito traje —le dijo a su espalda—. Te ves bien.
En respuesta, se retorció lentamente y la miró. Y mientras tocaba
su crepitante auricular, se giró y se alejó.
Cora suspiró.
—Necesito hacer amigos —murmuró para sí misma.
Amigos de verdad, no de los que socializaban con ella por
ambición o por miedo a la posición de su marido. Su única amiga de
verdad era Maeve; veinte años mayor que ella, la dueña del refugio
de perros en el que trabajaba como voluntaria. Pero sería estupendo
tener más gente con la que se sintiera cómoda en cosas como ésta.
—Señora Ubeli. —Una animada mesera de cócteles se acercó
—. ¿Lo de siempre?
—Gracias, Janice. —Miró a la joven mujer alejarse corriendo,
pensando que probablemente tenía más o menos su edad. ¿Y qué
tan difícil sería entablar una conversación? ¿Y quedar con ella para
tomar unas copas más tarde? ¿O salir para una manicura y
pedicura?
Cora trató de imaginarse preguntándole a Marcus si podía tener
una noche de chicas y películas en el pent-house. No, no podía
imaginárselo.
Mientras tanto, la mesera había vuelto con su copa de vino.
—¿Está emocionada por el concierto?
—Sí. —Cora sintió como el entusiasmo de la mujer se unía al
suyo—. ¿Conoces la banda?
—¿The Orphan? —La camarera prácticamente se quejó—.
Todos lo conocen. Es increíble. Mire… —La chica tomó un periódico
de un puesto cercano para mostrarle la sección de artes.
“El dios del rock llena toda Elysium”, decía.
Cora sonrió. Marcus estaría encantado con la publicidad gratuita.
—Sus canciones son increíbles. —Janice siguió hablando de
manera efusiva.
Mirando hacia arriba, Cora vio a algunos de los hombres del club
observándolas, atraídos por la emoción de la chica. Cora puso su
mano sobre el papel y miró fijamente a Janice.
—Gracias —dijo Cora en voz baja—. ¿Puedo quedarme con
esto?
Cuando la mesera se fue, Cora escaneó el artículo. Era corto,
solo hablaba de los grandes éxitos de The Orphan y de su incipiente
fama en todo el país.
Enterró su cabeza en el periódico, escondiendo su cara del resto
del club para leer hasta que comenzara el concierto.
“El alcalde promete una reforma a medida que se acercan las
elecciones” colocaba la portada, con la foto de un guapo hombre
rubio saludando a la multitud. Zeke Sturm. La editorial se burlaba de
los discursos preelectorales, citando promesas sin cumplir de
mandatos anteriores. Mientras tanto, las páginas de Estilo estaban
dedicadas a los artículos sobre el reinado del alcalde como “el
soltero de oro”, con énfasis en su elegante vestuario. Las páginas
de chismes le daban un giro a la historia de su última amante, con
un pie de página que enumeraba todas sus famosas relaciones.
—¿Alcalde o mujeriego? —Cora leyó el título y puso los ojos en
blanco. Arrojó el papel sobre la mesa, lista para donarlo al refugio
para poder cubrir el suelo de las jaulas de los perros. Por lo menos
la elección terminaría pronto.
—Hola, cariño. Te ves hermosa esta noche.
Cora frunció le frunció el ceño a un hombre alto, robusto y calvo
con un abrigo de piel que le llegaba al suelo y que le miraba
fijamente los pechos. Sus regordetes dedos llevaban un anillo de
oro en cada mano.
—Uh, gracias.
Miró a su alrededor buscando un guardaespaldas, pero no pudo
ver ninguno. Probablemente estaban afuera manejando a la
multitud; parecía que necesitaban toda la ayuda posible. Además,
¿no estaba siempre diciéndole a Marcus que estaría bien sola?
Bueno, era verdad que él la dejaba ir a donde ella quería en la
ciudad, pero sus Sombras siempre estaban en la oscuridad
siguiéndola.
Al darse cuenta de que tenía la mano en su cuello en una pose
vulnerable, tocó ligeramente sus diamantes y luego lo obligó a quitar
su mano.
Tuvo que sonreírle al hombre. ¿Era uno de los socios de
Marcus? ¿Tal vez socio de Santonio o de Rocco? Si lo era, había
demasiada política involucrada como para decirle que se largara.
Sería amable hasta estar segura.
El hombre le devolvió la sonrisa, pero no fue una agradable.
Muchos de los socios de Marcus miraban a las mujeres de esa
manera, aunque siempre actuaban como perfectos caballeros con
Cora cuando estaba sujeta del brazo de Marcus. No se atreverían a
faltarle el respeto a su marido de esa manera.
Tal vez este caballero necesitaba un recordatorio de quién era
ella.
—¿Te estás divirtiendo en nuestro club? —Mantuvo su tono
fresco y confiado.
—Oh, sí, absolutamente, cariño. De hecho… —Dejó caer una
tarjeta de presentación frente a ella—. Iba a invitarte a visitar el mío.
Cora le echó un vistazo y leyó en voz alta las letras púrpuras:
—La Casa de la Orquídea.
—El mejor establecimiento de la ciudad. —El hombre sonrió y un
diente de oro destelló—. De hecho, te recomiendo que lo visites esta
semana. Preferiblemente alrededor de las once. Estamos haciendo
audiciones.
—¿Audiciones?
—Así es. Con un cuerpo como el tuyo harías una fortuna. Hoy en
día, a los chicos les encanta el aspecto flaco y sin tetas.
Cora se puso rígida.
—No estoy diciendo que a mí no —continuó el hombre, riéndose
un poco—. Especialmente con esa cara de muñeca que tienes.
Mientras hablaba, una flaca pelirroja con una cantidad espantosa
de maquillaje en los ojos se acercó.
—¿Tengo razón, Ashley? —El hombre deslizó su mano sobre el
trasero de Ashley y lo apretó. En respuesta, la pelirroja puso sus
brazos alrededor de él. Sus largas uñas se veían feroces al acariciar
y alisar el abrigo de piel del hombre. Le frunció el ceño a Cora.
—Como sea, dile a los chicos que AJ te envió. Te pondrán al
frente de la fila. —El hombre le guiñó un ojo. Ashley parecía como si
hubiera visto un montón de vómito de perro justo en la mesa donde
Cora estaba sentada.
Y Cora podía sentir sus mejillas enrojeciéndose por la vergüenza
y la ira. ¿Este hombre quién se creía que era?
Pero AJ todavía le sonreía y sus ojos se entrecerraron mientras
esperaba su reacción. Cora respiró profundamente y canalizó a su
Reina de Hielo interior.
—Discúlpeme —empezó a decir; no pudo evitar ser educada,
incluso en el modo Reina de Hielo, cuando Hype, en esmoquin y
con el pelo azul brillante, corrió hacia la mesa. Dirigía Elysium junto
con su hermano gemelo Thane, y estaba más que a la altura de su
nombre. Thane se encargaba de las reservaciones en la oficina
trasera mientras que Hype del escenario y, en las noches en que
Elysium no estaba reservado para un espectáculo, actuaba como DJ
de la casa.
—¿Señora Ubeli? —jadeó Hype. Sus ojos azules eran amplios y
frenéticos bajo su impactante cabello. Los dos visitantes no
deseados de Cora se hicieron a un lado mientras Hype se inclinaba
hacia adelante—. ¿Ha visto a su marido?
—No, Hype, ¿por qué? ¿Algo va mal? —Cora se levantó,
aliviada de tener una cara familiar en su rincón.
—Es sobre The Orphan. El cantante de esta noche… se niega a
tocar.
—¿Qué? —Cora y Ashley dijeron al unísono. La última
inmediatamente pareció disgustada de que compartiera el mismo
pensamiento con Cora.
Mientras tanto, AJ estaba estudiando a Cora con una mirada
perspicaz. Sintió su mirada y, a pesar de que sus mejillas ardieran,
se negó a mirarlo.
—Dejó de afinar su guitarra y comenzó a enloquecer. Thane me
envió a buscar ayuda. —En ese momento, Hype se volvió hacia AJ
—. ¿Ha hecho esto antes?
AJ se encogió de hombros.
—Es un artista. Es temperamental.
—Es su representante, por el amor de Dios. —Mientras la voz
del hombre de pelo azul se quebraba, se hacía más fuerte—. ¿Por
qué no está en el camerino con él?
Los ojos de Cora se volvieron a AJ. ¿Era el representante de
The Orphan?
—Pensé en conocer a las personas del lugar —dijo AJ—. Mira,
yo lo descubrí. Lo traje aquí para ustedes. Si no canta, es culpa de
él. No es mi problema. —AJ acercó la mano a un tazón de nueces
del bar que la mesera había dejado en la mesa de Cora, tomó un
puñado y se las metió en la boca. Su mandíbula se sacudía un poco
mientras masticaba. Cora miró hacia otro lado con asco.
Hype parecía que estaba a punto de explotar y Cora se apiadó
de él.
—Vale, cálmate. Vamos a ver a Thane. —Le puso una mano en
el brazo—. Ya se nos ocurrirá algo.
Aliviada de tener una razón para escapar, Cora comenzó a
alejarse.
—Encantado de conocerla, señora Ubeli —llamó AJ,
esparciendo trozos de comida sobre la alfombra.
—Menudo idiota —murmuró Hype.
—¿Quién es él y por qué está aquí? —Cora no pudo evitar que
la ira se reflejara en su voz—. Un simple representante de bandas
no se habría atrevido a tomarse las libertades que él se tomó. Y las
cosas que dijo…
Hype la miró.
—¿Qué le dijo?
—Él, uh, me dijo que admiraba mi cuerpo —sacudió la cabeza
con repugnancia—. Me ofreció un trabajo.
—¿Qué? ¿De verdad? —Hype se mostró asqueado—. No le
diga eso al señor U.
—¿Por qué? ¿Qué hace?
—Produce pornografía.
—¿Qué? —gritó Cora.
—No se preocupe —dijo secamente—. Una vez que Marcus se
entere de que está aquí, lo va a matar.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Esos dos se conocen desde hace mucho. Antes de que
Marcus fuera… —Hype bajó el volumen de su voz y entonó
solemnemente—: Señor del Inframundo.
—Que no te pille llamándolo así. —Cora hizo una mueca, pero
sabía lo que Hype había querido decir. Antes de los treinta años, su
marido se había convertido en un monstruo en la ciudad de New
Olympus, teniendo negocios en ambos lados de la ley. Ella sabía de
primera mano lo imposible que era traicionarlo—. Entonces, ¿por
qué está AJ aquí?
—AJ es como una cucaracha; asquerosa e indestructible.
Cuidado con él… es más inteligente de lo que parece. Hace buen
dinero con su negocio de la pornografía y su club. Engaña a
escondidas. Uno de sus chicos tenía un sujeto que le debía una
deuda, y resulta que el sujeto estaba a punto de descubrir a la más
reciente y popular estrella de rock del mundo.
—The Orphan.
Hype asintió.
—AJ se hizo cargo de la deuda y firmó con The Orphan.
Reservamos el espectáculo y luego nos enteramos de que venía
con AJ. Marcus no lo quiere cerca.
Cora consideró aquello. No podía imaginar a Marcus sin salirse
con la suya. Sin embargo, considerando el empujón que The
Orphan le daría a Elysium, entendía por qué Marcus se había
comprometido.
Cora sacudió la cabeza.
—Creo que él pudo haber estado… probándome. —Recordó la
mirada intencionada en sus pequeños y malvados ojos.
—Estaba probando las debilidades del señor U. —Hype asintió
—. AJ parece una sabandija, pero no lo subestimes.
Cora sacudió la cabeza como si pudiera quitarse de encima el
encuentro.
—Ciertamente no le agradé mucho a su compañera.
—Por favor. Tengo camisas más largas que el vestido de esa
zorra —dijo Hype.
Cora sonrió. De todos los empleados de Marcus, Hype, con su
cabello azul, era su favorito. Incluso cuando estaba nervioso, lo cual
sucedía la mitad de las veces que lo veía. La otra mitad parecía casi
demasiado relajado.
Hype disminuyó el paso abruptamente cuando bajaron por un
nuevo pasillo y vieron a dos hombres grandes custodiando una
puerta anodina.
La puerta se abrió antes de que él pudiera dirigirse a los
guardias y Thane, el hermano de Hype, se enfrentó a ellos con
rostro serio. Thane llevaba un traje gris y una corbata violeta pálida,
y, aparte de su ropa y su cabello liso castaño, lucía exactamente
igual que su hermano de pelo azul.
Al igual que la primera vez que los conoció, Cora se maravilló de
cómo uno de los gemelos parecía un contador y el otro parecía estar
listo para una fiesta.
Los dos hombres se miraron el uno al otro como si se estuvieran
mirando en un espejo de la casa de la risa. Hype pareció aún más
agitado cuando se acercó hacia su solemne hermano.
—No tocará —dijo Thane, y Hype empezó a maldecir.
—¿Qué podemos hacer? —intervino Cora.
—Trae al señor Ubeli. O a Sharo; Sharo puede amenazar con
golpearle la cabeza.
—Brillante —dijo Hype al mismo tiempo que Cora dijo ¡no!
Les frunció el ceño a ambos hermanos.
—¿Puedo verlo? Tal vez pueda hablar con él.
Thane y Hype intercambiaron miradas que bien podrían haber
dicho no estaría mal. Thane los llevó a la habitación.
La habitación de color verde era de hecho, bastante verde.
Tramoyistas vestidos de negro corrían de un lado a otro y más
guardaespaldas en traje estaban parados como estatuas alrededor
de la habitación. Había espejos brillantemente iluminados alineados
contra una pared; y dos maquilladores estaban de pie frente a las
encimeras preocupados por sus suministros. Un grupo de personas
se encontraba en una esquina a su lado, lucían aburridos y bebían
agua de marca.
—Está por allí. —Thane señaló hacia la esquina.
Cora dudó, repentinamente nerviosa.
—No sé si debería hacer esto. Está relacionado con AJ,
¿verdad? Puede que Marcus no quiera que me entrometa.
Thane parpadeó.
—¿Conociste a AJ?
—En el salón. La acorraló —explicó Hype—. Prácticamente la
rescaté. Ese hombre nunca pierde la oportunidad de causar una
mala impresión.
—Solo digo que, si él es uno de los enemigos de Marcus,
entonces tal vez debería pasar desapercibida —dijo Cora.
Thane le frunció el ceño a su hermano.
—Has estado hablando demasiado.
—¿Qué? —Hype levantó las manos—. Quieres que haya
concierto, ¿verdad?
Thane miró a Cora.
—Necesitamos que él haga esto, por publicidad. Hay mucho
apoyo en el salón.
Cora asintió, comprendiendo a qué se estaba refiriendo. Apoyo
comercial. La gente que salía a ver a The Orphan en privado antes
del espectáculo. Gente que le deberían un favor a su marido.
Respiró hondo, porque, aunque su marido siempre la viera
únicamente como la hija de su madre, estaba decidida a crearse
una vida para sí misma aquí. Demostraría ser indispensable y
empezaría por sacar esto adelante, de alguna manera.
—Vale. Lo haré.
Mientras alisaba su vestido, Cora practicó su caminar de modelo
hasta el grupo de gente en la esquina de la habitación.
Thane la siguió.
—Mira, puede ser grosero. Puede que nos ignore. Hemos estado
tratando de no presionarlo y arriesgarnos a ofender su…
sensibilidad artística.
—Thane, puedo manejar la sensibilidad. Soy modelo,
¿recuerdas? Y una mujer. —Se detuvo en el borde del grupo y
buscó una manera de atravesar la multitud de guardaespaldas,
representantes, asistentes y fanáticos.
Thane se aclaró garganta.
—Disculpe, a la señora Ubeli le gustaría conocer a The Orphan.
Todos los ojos se volvieron hacia ella. Las admiradoras parecían
molestas. Cora se sonrojó un poco al darse cuenta de que
pensaban que se trataba solamente de otra prostituta de un hombre
rico, en un costoso vestido de tubo y diamantes.
Un camino se despejó y Cora se encontró acercándose a un
joven sentado en un taburete en una esquina y encorvado sobre una
guitarra. Su pelo rubio caía sobre sus ojos porque su cabeza se
inclinaba hacia sus dedos. Aparte de su extrema concentración,
parecía casi normal. Llevaba jeans y una camisa blanca con
botones y, con su pelo rebelde, parecía un niño hecho para vestir
ropa de iglesia. No se parecía en nada a un dios del rock.
—¿Orphan? —Cora hizo que su voz fuera lo más suave y dulce
posible. Se sintió incómoda al decirlo. Todo el mundo ponía The
delante de Orphan, pero seguramente no se dirigían a él de esa
manera. Aparentemente no importaba cómo lo hiciera ella, porque
en cualquier caso no se movió ni levantó la vista.
—Es un placer conocerte. —Buscó algo que decir.
The Orphan aún no la había mirado. Seguía concentrado en su
instrumento. Sus dedos se movían por el cuello de la guitarra,
formando acordes y tocando sin sonido.
Cora esperó un momento, viéndole tocar en silencio, sumergido
en su propio mundo. Un mechón de pelo escapó de su lugar y ella lo
intentó de nuevo.
—¿Hay algo que necesites? ¿Quizás un poco de agua?
Una de las fanáticas se adelantó, ofreciéndole una botella de
agua. The Orphan la ignoró. Cora pudo escuchar susurros
empezando a circular a su alrededor.
—La esposa del jefe de la mafia —oyó a alguien decir, pero
cuando se dio la vuelta todo lo que vio fue un grupo de rostros
inexpresivos mirándola fijamente. Sintió que el suyo se endurecía y
que se convertía en una máscara. Tuvo que recordar que estaba
interpretando un papel, encasillado por el juicio de los espectadores.
Siempre detestó estar rodeada de gente como esta: falsos y
prejuiciosos que esperaban que un poco de fama o poder se les
pegara simplemente por estar cerca de ella. Tal vez The Orphan
también lo detestaba, tal vez no. Pero a juzgar por su inexpresivo
lenguaje corporal, Cora diría que él no lo amaba… O tal vez solo
estaba metido de verdad en su música.
De cualquier manera, no había forma de que pudiera hablarle si
seguía así.
—Salgan de la habitación. —Cuando nadie se movió, enderezó
los hombros y dijo un poco más alto, sin rodeos y con una voz de
“no se metan conmigo”—. Salgan de la habitación.
Y empezaron a moverse, muy lento en un principio, pero le dijo a
Hype:
—¿Debería ir a buscar a mi marido?
Y entonces todo el mundo empezó a correr a un ritmo mucho
más acelerado hasta que solo ella, Hype, Thane y The Orphan
quedaron en la habitación. Luego despidió a los hermanos con la
mano.
The Orphan finalmente la miró.
—Eres la esposa del dueño del club, ¿cierto?
Ella asintió.
—Pareces mucho más joven que él —dijo pensativo.
—Él a veces parece mayor. —Esbozó una sonrisa.
—¿Qué edad tienes?
—Tú y yo tenemos la misma edad, creo. Diecinueve, ¿verdad?
—Se ruborizó un poco bajo el intenso escrutinio de The Orphan. Era
un chico guapo.
—Pareces de dieciséis. —Se rio y cantó una pequeña frase de
una canción que ella reconoció: Dieciséis veranos.
Cora guardó silencio y escuchó hasta que terminó.
—¿Es una de tus canciones?
Asintió con una genuina sonrisa iluminándole el rostro.
—Vaya, no sabía que la habías escrito. La ponen todo el tiempo
en la radio.
—Escribí la letra y la compraron para que una artista femenina la
cantara. Eso fue antes de que me descubrieran.
—¿Vendiste tu canción?
Se encogió de hombros.
—Prácticamente la regalé para poder comer y salir adelante.
Solo quiero hacer música.
Empezó a tararear nuevamente la canción, sus ojos estaban
cerrados en reverencia. Sus dedos hicieron un riff sobre una guitarra
invisible y no se detuvo hasta que cantó el último estribillo. Cuando
abrió los ojos, Cora aplaudió. No pudo evitarlo. Se veía tan
encantador.
Se dio cuenta de él no era consciente de ello, de esa luz que
irradiaba de él. Su don. Cuando él lo aceptaba y lo compartía
voluntariamente, brillaba como el sol.
—Eso fue asombroso.
—Gracias. La escribí para Iris. —Su frente se arrugó—. La estoy
esperando. No puedo seguir hasta que ella esté aquí. Es una gran
noche.
—¿Es tu novia?
The Orphan volvió a iluminarse mientras sonreía de manera
pícara.
—Tengo un secreto. Espero que sea mi prometida. Le propondré
matrimonio después del espectáculo de esta noche. —Frunció el
ceño—. Pero no se lo digas a nadie. A AJ no le gustaría.
Cora sacudió la cabeza.
—Tu secreto está a salvo conmigo.
Quería preguntarle más sobre AJ y por qué había contratado al
despreciable hombre como representante, pero la puerta se abrió.
—¿Christopher? —Una alta y encantadora joven entró. Sus
oscuros rizos eran un halo alrededor de su cabeza, resaltando sus
carnosos labios y su hermosa piel café moca. Así que, después de
todo, tenía un nombre real.
—Iris —dijo The Orphan, Chris, con la voz grave de un cantante
hípster. Bajó la guitarra y la joven fue directo a sus brazos.
Su altura la situó perfectamente de cara a cara con él, que
seguía en el taburete.
—¿Estás bien, bebé? —Chris buscó sus ojos con líneas de
preocupación arrugándole el ceño.
Iris asintió.
—Siempre. Lamento mucho llegar tarde —le enrolló los brazos
detrás del cuello—. Te he echado de menos.
—Todo está bien cuando estoy a tu lado —susurró—. Somos tú y
yo contra el mundo.
Se miraron a los ojos con tanto amor y anhelo…
Cora se quedó sin aliento y un dolor que no podía explicar le
apretó el pecho. Quería mirar hacia otro lado para darles privacidad,
pero sobre todo para cubrirse los ojos de la dolorosa ternura de su
amor.
Se besaron suavemente y Cora miró hacia otro lado, pero no sin
antes ver la desnuda intimidad en sus rostros.
—¿Señora? —Llamó la joven. Cora miró hacia atrás; Chris e Iris
todavía estaban abrazados e Iris la miraba a ella—. ¿Podemos ir al
backstage ahora?
—Sí. —Se las arregló para decir. Su garganta se había secado
de repente—. Quiero decir, creo que sí. Voy a revisar… si están
listos.
—Lo estamos —dijo Chris con la cara iluminada. No había
quitado los ojos de la encantadora Iris, cuya sonrisa crecía
fácilmente en sus labios.
Cora retrocedió, haciéndole una señal a Thane. Luego entró.
—Eso salió bien —Hype apareció a su lado con un aspecto
mucho más tranquilo que la última vez que lo vio. Sospechó que
había salido y bebido algo; sus ojos azules lucían un poco vidriosos
—. ¿Tocará?
—Sí, él solo estaba esperando a… —Cora fue interrumpida
cuando la multitud la empujó a un lado. El séquito de The Orphan se
dirigía hacia la puerta.
—Buen trabajo, cariño. —Una áspera voz hizo que tanto Cora
como Hype se dieran vuelta. AJ estaba de pie fumando un cigarro.
—No se puede fumar aquí. Hay riesgo de incendio —espetó
Hype.
—Lárgate, fenómeno —AJ miró fijamente al hombre más bajo.
AJ era tan ancho como alto, y su corpulencia solo aumentaba su
amenaza—. Vine a hablar con la dama.
—Al señor Ubeli no le gustará.
—Al señor Ubeli no le gustan muchas de las cosas que hago. —
AJ hizo un gesto con la mano que sostenía el cigarro, esparciendo
pedazos de ceniza en el suelo. Se volvió hacia Cora y ella
retrocedió. Él era la última persona con la que quería tratar en este
momento—. Me gustaría continuar nuestra conversación de antes.
—Preferiría no hacerlo. —Cora trató de hacer que su voz no
temblara. Era solo un hombre y estaban en público. No tenía que
ser tan cobarde. Esta era su vida, trató de recordarse.
—Oh, creo que sí quieres.
Y AJ le rodeó los hombros con el brazo, dirigiéndola hacia la
puerta. Cora trató de alejarse, pero era como un oso y la bloqueó
fácilmente. Sintió que el pánico aumentaba mientras la empujaba
hacia adelante.
Podía ver los grandes ojos azules de Hype siguiéndola con
preocupación y ella intentó detener sus pasos, pero el brazo de AJ
la agarró y la empujó hacia la puerta con él. ¿Pero qué...?
Intentó apartarse de él, pero sus manos la sujetaron aún más
fuerte, lo suficientemente fuerte como para dejar moretones. Estaba
a punto de perder los nervios cuando una voz cruzó por la
habitación.
—Quita tus manos de mi esposa.
Marcus estaba parado en la puerta mirando enfadado a AJ.
Como siempre, Cora sintió su presencia como algo físico, un frente
tormentoso entrando en la habitación. Todos, incluyendo AJ, se
congelaron.
—Marcus, el hombre del momento. —AJ le sonrió al recién
llegado. Dejó caer el brazo y Cora se escabulló hacia un lado.
Marcus le tendió la mano y, que Dios la ayude, ella fue hacia él.
La acercó y se hundió contra su costado.
—¿Estás bien?
—Sí —mintió. Podía sentir el calor de su ira, pero él se mantuvo
bajo control. Deseaba no haber tenido que ser rescatada, y menos
por él. Necesitaba alejarse de su lado si quería mantener la cordura.
Pero Marcus solo puso su brazo alrededor de su hombro y la
arropó con más firmeza a su lado antes de enfrentar a AJ. Y se
sentía tan bien, tan segura en sus brazos.
La habitación se había despejado casi por completo. Hype se
había movido cerca de las mesas de maquillaje y les estaba dando
instrucciones a las personas de allí para tomarse un descanso y
salir. Dos de los guardaespaldas de The Orphan se quedaron cerca;
Cora supuso que eran hombres de AJ.
El mafioso encaró a Marcus y ella se dio cuenta de que, si sus
hombros no estuvieran tan encorvados, sería casi tan alto como su
marido. También era más grande, y aunque Marcus tuviera la
complexión de un atleta, el mayor de los dos tenía una figura
intimidante. Cora se sintió un poco mejor al no tener que desafiarlo.
Incluso ahora AJ fumaba su cigarro de manera casual, actuando
imperturbable mientras examinaba a Marcus.
—AJ —finalmente lo saludó—. Veo que conociste a mi esposa.
—Hermosa chica la que tienes, Marcus. Muy dulce también. —
Le guiñó un ojo a Cora y ella se tensó, consternada. ¿Intentaba
insinuar que ella había estado coqueteando con él?
Se estremeció del asco y el agarre del brazo de Marcus a su
alrededor se intensificó.
—Tendremos que perdonar a AJ por ser tan grosero —le dijo
Marcus a Cora, aunque mantuvo los ojos en el hombre—. Hace
tiempo que no venía a New Olympus.
AJ perdió todo el interés en Cora mientras le entrecerraba los
ojos a Marcus.
—Así es. Un montón de gentuza se presentó. No les gustó la
forma en que el vecindario estaba yendo.
—Según recuerdo, un montón de tus amigos se marcharon al
mismo tiempo. En particular, una familia con dos hermanos.
—Solían ser tres. —Los ojos de AJ brillaban de ira, pero se
controlaba justo como Marcus. Se metió el cigarro en un costado de
la boca y habló alrededor de él—. En realidad, solo dos se mudaron
a Metrópolis.
—Ah sí. —La voz de Marcus tenía un tono de tranquila
satisfacción—. Uno de los tres desapareció durante su estancia
aquí. El que tenía un gemelo… ¿cómo se llamaban?
—Karl y Alexander —AJ resopló con rabia.
—Karl y Alex. Perdóname, siempre los confundo. —Marcus se
rio—. Ni siquiera recuerdo cuál desapareció.
—Karl. Desaparecido, presuntamente muerto.
Por Dios, estaban hablando del padre de Cora. Como si ni
siquiera estuviera allí presente. Como si no tuviera participación en
la conversación.
AJ había olvidado su cigarro y Cora miraba su ceniza cada vez
más larga. AJ se lo arrancó de la boca.
—Sus hermanos Alexander e Iván te envían sus saludos.
El rostro de Marcus mostró una aterradora sonrisa.
—¿En serio? Qué considerado. Supongo que su viuda también,
¿no es así? ¿Cómo está Demi? Nuestro último encuentro fue
demasiado breve. Y tú eres un muy buen mensajero. Dime, cuando
los hermanos te enviaron a espiarme, ¿también te dijeron que me
trajeras mi comisión de tu pequeño club? Porque eso
definitivamente me ablandaría. Probablemente no lo suficiente como
para dejar que se me escapara el control de la ciudad, pero tu
tiempo en el exilio no te ha vuelto más astuto.
El mafioso se puso tan rojo que Cora se preguntó si explotaría
de ira. La habitación estaba vacía excepto por los Ubeli, Hype y AJ
con sus dos matones. Cora se sintió nerviosa al observar la
confrontación, pero Marcus parecía tan tranquilo y en control como
siempre, que usó el comportamiento de su marido como ejemplo.
Estaba segura de que sus hombres estaban justo fuera de la
habitación.
Mientras tanto, AJ también se había controlado.
—¿Qué? Te traigo un músico, un espectáculo por el que todos
en la nación mueren por ver y te lo entrego a ti en una exclusiva de
dos semanas… ¿y así es como me lo pagas? —Forzó una risa
como si hubiera escuchado un pobre intento de broma—. ¿Me
acusas de espionaje? ¿De conspiración? ¡Marcus, te conocí cuando
eras un niño! Conocí a tu padre.
—No vuelvas a mencionar a mi padre en mi presencia —espetó
Marcus. Los dos matones detrás de AJ se movieron y pusieron las
manos en sus armas, como si las palabras de Marcus fueran
verdaderas armas apuntándoles.
Cora se mantuvo perfectamente quieta, reconociendo la tensión
en la habitación. Durante un largo momento todos esperaron a que
el Señor del Inframundo rompiera el silencio.
—Tus jefes tienen buena memoria. Yo también —dijo Marcus en
voz baja—. Esta es mi ciudad. Soy el dueño. Mi poder sigue siendo
absoluto. Puedes entregar ese mensaje.
—Estoy aquí para proteger mi inversión. No me iré…
Marcus levantó una mano y AJ se quedó en silencio. Marcus se
encontraba hablando en voz baja, pero todos en la sala sentían su
amenaza.
—Respeto el trato que hicimos. Puedes quedarte en mi ciudad
por dos semanas. Pero una vez que The Orphan se haya ido, ya no
serás bienvenido en New Olympus.
AJ se lamió los labios y su odio por Marcus se reflejó en su cara.
—Haz los arreglos necesarios, AJ —ordenó Marcus—. Dos
semanas y estarás fuera —Marcus se dirigió a la puerta con Cora
todavía en su brazo. La condujo hacia delante y luego miró por
encima del hombro a su enemigo—. Y tu club todavía me debe
tributo.
Hype estaba en la puerta, abriéndola para ellos. Salieron y Hype
los siguió en un extraño silencio. Cora no sabía qué pensar, pero
sus piernas se sentían un poco débiles por toda la confrontación.
Afuera, en la sala, Sharo estaba de pie con un grupo de
Sombras vestidas de negro, esperando a su líder.
—¿Escuchaste eso? —le preguntó Marcus a Sharo.
El gran hombre asintió.
—Dos semanas y lo echamos. ¿Así es como vamos a jugar?
—Déjale echar un vistazo antes de que se reporte de vuelta en
Metrópolis. Así podrá decirle a Demi y a los hermanos que no les
tenemos miedo.
—¿Estás seguro de que ellos están detrás de esto? —preguntó
Sharo en voz baja.
Cora se sorprendió de que estuvieran hablando tan abiertamente
delante de ella, pero también se alegró. Había estado dependiendo
de los rumores y fragmentos de conversaciones que escuchaba
aquí y allá para saber lo que estaba pasando en la guerra entre la
dinastía criminal de su familia y la de Marcus.
—No ha pasado tanto tiempo como para que hayan olvidado
cómo era gobernar. —Marcus movió la cabeza hacia sus Sombras
—. Entren allí y vigílenlo.
De inmediato los hombres abandonaron el pasillo en dirección al
camerino para vigilar a AJ.
—The Orphan es un caballo de Troya. Para que bajemos la
guardia mientras AJ husmea. Pero si nos movemos de manera muy
anticipada, pareceremos nerviosos. No podemos permitirnos
parecer débiles.
—Más nos vale hacerlo bien —murmuró Sharo con una voz
demasiado profunda—. Hasta ahora nos las hemos arreglado para
mantener esto en unos cuantos enfrentamientos entre nosotros y los
Titan. Pero si esto sale mal, significa la guerra. —El gran hombre se
dio la vuelta y se alejó, con los cuadros en la pared temblando a su
paso.
Cora finalmente tomó un profundo y tembloroso respiro.
—¿Estás bien? —Marcus se volvió hacia ella—. No debiste
haber visto eso —murmuró.
Se sintió confundida cuando la sostuvo cerca por un instante,
pasando una reconfortante mano por su espalda. Marcus quería
decir… ¿Que no debió de haber visto eso porque él lamentaba que
le fuera a molestar escuchar sobre la continua lucha entre su familia
y él? ¿O que no debió de haberlo visto porque él no creía que fuera
asunto suyo?
—Estoy bien.
—Te he retrasado para el concierto.
Parecía preocupado y, en sus brazos, Cora sintió como toda su
tensión se desvanecía. Estaba tentada, muy tentada, de fingir que
Marcus era solo un apuesto hombre de negocios que poseía un club
nocturno y un recinto de conciertos, y que ella era su esposa. Fingir
que eran una pareja normal.
Pero Cora ya estaba harta de todo eso. Había vislumbrado el
amor verdadero hacía un momento antes, en los rostros de
Christopher e Iris. Cuando Marcus la miraba con cariño, ella era una
hermosa posesión. Un juguete que él no tenía que compartir. Le
dolía mucho saber que el amor verdadero no era algo que pudiera
tener. No un amor como el que compartían Chris e Iris: dulce, frágil
e inocente. Marcus no entendía ese tipo de sentimiento, y, si trataba
de explicárselo, se reiría de ella.
Cora se apartó y se cruzó de brazos.
Marcus frunció ligeramente la frente, pero solamente dijo:
—Hype te llevará a tu palco privado. Llegaré para la segunda
mitad, después de que termine de hablar con algunas personas.
No esperó una respuesta. Se la entregó a Hype y se marchó
dentro de un círculo de guardaespaldas. Y no miró atrás ni una sola
vez.
CAPÍTULO 3

Cora estaba sentada en el hermoso palco mirando hacia abajo


sobre el piso de madera encerada del escenario, esperando el debut
de The Orphan en New Olympus.
Miró el asiento vacío a su lado. Por un segundo, deseó que
Marcus estuviera allí con ella para ver todo el espectáculo. Pero
luego sacudió la cabeza para sí misma.
Es mejor así. Marcus eventualmente aparecería, pero esto no se
trataba de una cita. No eran esa clase de pareja y Cora necesitaba
de todos los recordatorios posibles si quería superar su ridículo
encaprichamiento con su propio marido.
Estaba distraída con sus propios pensamientos cuando The
Orphan salió al escenario. La multitud inmediatamente comenzó a
enloquecer. La seguridad se esforzó por mantenerlos alejados del
escenario. Había acabado de salir, pero la parte delantera del
escenario ya tenía un montón de rosas y ropa interior de encaje.
The Orphan se sentó preparado en un taburete y tomó una
postura muy parecida a la que había tenido entre bastidores. Se
inclinó hacia el micrófono y el escenario se oscureció, excepto por
un único reflector que brillaba sobre su cabeza.
—Esto va dedicado a Iris —dijo con su voz ronca y los fans
empezaron a gritar en éxtasis. Cora vio cómo uno se desmayaba,
cayendo contra un guardia de seguridad que luchaba por mantener
una barrera entre los apremiantes fanáticos y el escenario.
Entonces empezó a tocar.
Y Cora se olvidó de todo. El recinto de conciertos, su complicada
relación con Marcus; incluso de los esporádicos gritos de los fans.
La música.
Su voz.
Era cautivante, llena de tanta nostalgia y… amor.
No se guardó nada. Se abrió a sí mismo, justo allí en el
escenario para que todos lo vieran y lo compartieran. Pero no, no
era para todos. No miraba al público como los cantantes normales lo
hacían.
Era para ella. Iris. Cada vez que levantaba la vista, sus ojos se
concentraban solo en un lugar, y Cora sabía que debía ser donde
Iris se encontraba sentada.
Cuando cantaba sobre las estrellas en su cabello, cómo ella era
melodía personificada y cómo la flecha de Cupido había atravesado
su sangre y sus huesos…
Cora se mantuvo quieta mientras las lágrimas le caían por las
mejillas. Su cuerpo estaba vivo debido a los escalofríos, pero era
mucho más que eso. Su música embelesaba. Era eufórica.
Trascendente. Rompía el alma.
Y aquello no se detuvo hasta que el último acorde de guitarra fue
tocado.
Cora inhaló en un sollozo con sus dedos sujetos a la barandilla, y
el eco de la voz del cantante aun sonando en el club.
Y entonces la realidad volvió.
Los fans, en su mayoría mujeres, gritaban en deleite. El ruido era
dolorosamente penetrante, sin embargo, Cora solía podía seguir
escuchando la última canción de The Orphan resonar en sus oídos.

Y si mueres antes de que yo despierte,


daré mi alma; es suya para que la tomen.
Subiré a las puertas del río;
iré y cantaré a los dioses para que se duerman,
y te llevaré a casa conmigo por siempre.
Para siempre mía.
Amor eterno.
Para siempre.
Cora tomó asiento con un suspiro, sintiéndose tan tensa como una
cuerda de guitarra. No estaba segura de ser capaz de mantenerse
en pie incluso si lo intentaba.
The Orphan no se movió de su lugar en el centro del escenario.
Volvió a parecer perfectamente normal.
Hasta que empezó a tocar otra vez. Luego, de alguna manera,
se transformó de nuevo. Era como si su voz se transportara por el
lugar, haciéndolo parecer más grande que el simple hombre vestido
que estaba delante de ellos.
Su voz prometía cosas y acariciaba las palabras de las
canciones. Con cada minuto que pasaba, la energía en la habitación
crecía más y más, hasta que la dolorosa necesidad era una tensión
que nadie podía ignorar.
Terminó otra canción y las mujeres volvieron a enloquecer. Cora
vio a una de ellas empezar a trepar y arañar a un guardia de
seguridad, desesperada por subir al escenario.
—Te amo —gritaba—. Por favor, te necesito.
Perturbada, Cora se puso de pie. Su ritmo cardíaco se aceleró.
Se excusó y pasó por delante de los pocos socios de Marcus con
los que compartía el palco. Si pensaban algo de su cara manchada
de lágrimas y de su maquillaje arruinado, serían lo suficientemente
sensatos como para no mirar fijamente. Sus guardaespaldas
estaban colocados en la parte de atrás, también cautivados por la
canción. Los escabulló en dirección al pasillo.
En el baño, respiró profundamente para después soltarse a
llorar. La música corría como una corriente a través de ella y volvió a
pensar en cómo Chris e Iris se habían mirado el uno al otro entre
bastidores.
Su música era el amor personificado. Cada acorde que tocaba,
cada palabra que cantaba…
¿Por qué Marcus no podía amarla?
¿Amarla aunque sea un décima parte de eso?
Nuevamente perdió el aliento porque no podía creer que lo
acababa de admitir, incluso en la tranquilidad de su mente. Madre
mía; pero era todo lo que ella quería.
Aun así… Aun así, todo lo que quería era que Marcus la amara.
Podía cubrirla con todos los diamantes del mundo y darle poder,
libertad, posición y un millón de visitas al spa; nada de eso
importaba. Nada de eso era lo que realmente quería.
Todo lo que quería era el regalo más simple. Pero era el que
Marcus nunca daría.
Su amor.
—Chica estúpida —le dijo Cora a su reflejo, temblando de
conmoción. No había aprendido una maldita cosa en todo este
tiempo.
Marcus la usó. Tal vez ahora era más amable con ella de lo que
en un principio él había pretendido o contemplado. Y después de
salvar su vida, tal vez se sintió un poco en deuda con ella. Pero
Cora seguía siendo solo otro engranaje en la maquinaria de su
negocio. Una cara bonita para la prensa.
Solo en la privacidad de su pent-house podía ver un destello del
hombre detrás de la máscara, pero probablemente se estaba
engañando a sí misma sobre eso también. Lo que ella pensaba que
era intimidad, probablemente era una manera de usarla para
satisfacer otra de sus necesidades.
Solía follarse a esa horrible mujer, Lucinda, de forma habitual,
pero ahora Cora era más conveniente. Siempre solía estar siempre
cerca, así que se la follaba a ella. Pero Dios, ni siquiera sabía si
Marcus le era fiel. Nunca hicieron promesas de ese tipo. Y la forma
en que siempre la mantenía alejada de él…
Nunca la dejó entrar y nunca tuvo la intención de hacerlo.
Cora bajó la cabeza derrotada y, por una vez, permitió que el
dolor entrara. Fue como una muerte, abandonando finalmente su
esperanza de ser amada de nuevo.
Interminables minutos después, sacudió la cabeza y se miró el
rostro en el espejo. Agh, era un desastre. No podía permitir que
nadie la viera así. Era más importante que nunca aprender el juego
de fingir estar bien aunque nada lo estuviera.
Comenzó el arduo proceso de usar interminables pañuelos para
limpiar su rímel, y se encontraba terminando cuando…
Una de las puertas del cubículo se abrió de golpe.
¿Pero qué…? Cora saltó. No se había dado cuenta de que había
alguien más en el baño. ¿Había estado ahí durante todo el tiempo
en el que había tenido su crisis?
—¿Hola? —llamó Cora, caminando alrededor de la esquina.
Una figura se desplomó en el suelo justo dentro del cubículo más
lejano.
Cora jadeó y corrió.
—¿Te encuentras bien?
Cuando no hubo respuesta, abrió ligeramente la puerta para
poder ver. Dentro del cubículo y con medio cuerpo tendido frente al
asiento del inodoro, había una mujer. Su vestido era negro y rojo, y
sus largas uñas de aspecto horrible estaban pintadas a juego. Era
Ashley, la chica de AJ de hace rato.
—Oh Dios… —susurró Cora.
Sintiéndose con náuseas, Cora se arrodilló para mirarle la cara.
Bajo la melena enmarañada, los músculos estaban relajados. Sus
ojos estaban abiertos y vidriados, mirando fijamente. No se movía.
Alguien en el pasillo golpeó bruscamente la puerta y Cora saltó.
De repente, cada detalle parecía más nítido, más claro. Vio la aguja
en el suelo junto al brazo de la mujer.
—¿Todo bien ahí dentro?
—Sharo —gritó Cora al reconocer la voz—. Ayuda… por favor.
Segundos después, el segundo al mando irrumpió en la puerta.
Cora seguía en cuclillas, inmóvil y junto a la puerta del cubículo.
—No se mueve —gimoteó. Se alejó cuando el gran hombre se
acercó.
Sharo miró dentro y pronunció una fuerte palabrota.
—¿La tocaste?
—No. —Cora no podía dejar de mirar la cara de Ashley. Su
ausente mirada parecía seguirla, acusarla.
Entonces Sharo se puso delante de Cora, bloqueándole la vista.
—Tenemos que irnos —rugió y la tomó del brazo. Su gran
cuerpo se adelantó, arrastrándola hacia la puerta.
—Espera… ¿Qué pasará con ella…? ¿Está…?
—Está muerta —gruñó y la condujo con firmeza fuera del baño y
por el pasillo.
Ella tropezó un poco debido a los temblorosos tacones y Sharo
casi la levantó, enderezándola mientras continuaban moviéndose.
—Y no puedes ser vista ahí dentro.
Un ruido invadió el auricular de Sharo y Cora supo que ya no la
estaba escuchando.
—Tengo a la señora Ubeli. Baños del sur. Sí, señor. Enseguida.
—¿Qué?
¿Qué más podría salir mal esta noche?
—Los fans se abalanzaron sobre el escenario y el camerino. The
Orphan apenas logró salir. Tengo que sacarte de aquí. Ahora.
CAPÍTULO 4

—¿En qué demonios estabas pensando al deambular sola en una


multitud como esa?
Marcus había conseguido mantener la boca cerrada hasta que
volvieron al pent-house, pero ya no más.
De todos modos, durante el viaje de regreso había estado
ocupado limpiando el incidente del hostigamiento: una mujer había
resultado herida en la estampida y, cuando The Orphan se enteró,
se negó a dar más conciertos. Thane y Hype se alteraron por ello.
Pero justo ahora a Marcus le importaba un demonio todo lo que
no tuviera que ver con la bella y desobediente mujer que estaba
delante de él.
La boca de Cora se abrió cuando se giró para mirarlo mientras él
cerraba la puerta.
—No deambulé. Fui al baño. Y… —Sus ojos brillaron—. Y no
habría estado sola si me hubieras acompañado como dijiste que lo
harías. —Su barbilla se levantó como si una parte de ella quisiera
retirar lo dicho, pero luego decidió no hacerlo.
—De rodillas. Ahora —dijo mientras apretaba los dientes.
Cora lo miró con incredulidad.
—Tienes que estar bromea…
—No me hagas repetirlo, mujer. —Su voz era tan fría que podría
haber congelado el Polo Norte.
Pero Marcus continuó reviviendo ese momento; subiendo al
balcón donde se suponía que ella estaría sentada justo cuando la
multitud se aglomeraba en el escenario.
Y no tenía ni idea de dónde estaba su propia esposa mientras la
violenta escena se desarrollaba debajo de él. Les había gritado por
su auricular a todas sus Sombras, pero todas la habían perdido de
vista. ¿Cómo diablos la habían perdido de vista después del previo
incidente con AJ?
¿Cómo demonios pudiste abandonarla después de lo sucedido
con AJ? Se había reunido con sus capos para hablar sobre el gran
cargamento que llegaría a final del mes. Era fundamental que ellos
se aseguraran de la mercancía y manejaran la distribución en lugar
de los Titan.
Pero nada de eso importaba una mierda si la perdía.
Habían pasado seis tortuosos minutos antes de que Sharo la
localizara. Y cuando lo hizo, la encontró con una chica muerta.
Las manos de Marcus se contrajeron hasta llegar a la forma de
puños. Necesitaba recuperar el control y lo necesitaba ahora.
Pero Cora solo cruzó sus brazos sobre su pecho de manera
obstinada y lo fulminó con la mirada.
Sin embargo, él no pasó por alto como su barbilla comenzó a
temblar segundos después. Marcus no era el único alterado por los
acontecimientos de la noche. Cora había sido la que había
descubierto a la chica de AJ después de una sobredosis. Por culpa
de ese imbécil, su esposa tuvo que mirar a la muerte de frente.
Ella necesitaba esto tanto como él. Y él siempre le daba lo que
necesitaba. Podía calmar su mente y hacer que todo desapareciera,
si Cora se entregaba a él.
—A la habitación —ordenó.
Sus labios se apretaron, pero terminó caminando hacia el
dormitorio. Buena chica. Si hubiera protestado la habría puesto de
rodillas en el vestíbulo, y luego la habría hecho arrastrarse.
Tan pronto como entró a la habitación, sus manos estuvieron
sobre ella. La desnudó rápidamente, con su pene presionando
contra sus pantalones mientras quedaba al descubierto su delgado
cuerpo. Se apartó para recuperar algo de control.
Control. Bien. De eso se trataba.
Marcus inclinó el dedo y señaló hacia el suelo. Cora se había
quitado el vestido, quedando desnuda a excepción de sus tacones y
sus diamantes, pero no siguió más órdenes.
—De rodillas. Ahora.
No era una petición.
Cora lo puso a prueba durante otro largo momento. Pero
finalmente, con los labios fruncidos, se arrodilló frente a él.
El furioso ruido que iba a prisa en sus oídos se calmó, siendo
reemplazado por otro tipo de adrenalina. Sí. Joder, sí. Necesitaba
esto desesperadamente y ni siquiera se había dado cuenta.
Con frecuencia reclamaba el cuerpo de su esposa en medio de
la noche. Al principio trató de mantenerse alejado y negar su
necesidad de ella. No podía permitirse ninguna debilidad y Cora lo
hizo débil. Lo volvió blando cuando tenía que ser más despiadado
que nunca.
Los Titan se habían retirado de una guerra callejera, pero ahora
Demi estaba intentando hundirlo a través de sus proveedores,
dispuesta a permitirse pérdidas masivas si eso significaba sacarlo
del negocio. Algunos eran leales y otros, especialmente los agentes
extranjeros, le eran leales solo al dinero.
Y a los clientes no les importaba. ¿Por qué comprar un producto
en New Olympus si podían hacer el viaje de hora y media a
Metrópolis y obtenerlo por la mitad del precio?
Algunos incluso lo traían de regreso y trataban de revenderlo en
las calles de Marcus. Y la despiadada aplicación de la ley solo
llegaba hasta cierto punto, cuando de repente todos pensaban que
podían ganar un dólar y debilitar por completo al equipo de Marcus.
Y, como sucedía todas las veces, cuando los grupos delincuentes
trataban de tomar el poder, la violencia se desataba.
Los Titan no tenían que poner un pie en la ciudad y ya habían
creado el caos.
Controlar el suministro era la única respuesta, además de
mostrarles a las personas las consecuencias de joder a Marcus
Ubeli. Volvería a traer la paz y la estabilidad a su ciudad y esta vez
erradicaría por completo a los Titan. Pero por el momento, apenas
podía mantener a su ciudad unida.
Lo que significaba que no podía permitirse ninguna distracción.
¿Y Cora? Nunca había conocido una mayor distracción en su
vida.
Pero si pudiera tomar control de ella y de sí mismo, quizá todo lo
demás encajaría. Tal vez había entendido todo mal. Tal vez el
verdadero control comenzaba en casa y se abría camino hacia
afuera, como los círculos concéntricos de una piedra que ha sido
lanzada en un estanque.
Sí, si tan solo pudiera tomar el control aquí…
Puso su mano en la cabeza de Cora, su suave pelo era como
seda bajo sus dedos.
—Ya sabes qué hacer.
Podría darle órdenes, pero este primer acto demostraría su
sumisión.
Mordiéndose el labio, le bajó la cremallera de los pantalones y
sacó su pene. Su aliento se aceleró de manera imperceptible, pero
Marcus lo notó, como notaba todo sobre ella: como sus pezones se
endurecían bajo su vestido, el brillo soñado de su mirada y la forma
en la que alzaba su barbilla, poniendo su cara junto a su miembro y
como daba una profunda bocanada de aire. Se balanceó un poco
sobre sus rodillas como si el aroma de Marcus la hubiera
embriagado.
Su pene palpitaba con tan solo mirarla y Cora ni siquiera había
comenzado a tocarlo.
—Bésalo, ángel. Muéstrame cuánto amas esto.
Un escalofrío la atravesó ante la palabra “amor”, y él escondió
una sonrisa sabiendo que eso lo convertía en un bastardo.
Cora lo amaba, él lo sabía. También sabía que deseaba no
hacerlo. Su amor lo satisfacía en un lugar profundo de él, así él no la
amara de vuelta. No podía. No si iba a ser el Rey del Inframundo, el
Azote de la Ciudad. Tenían muchos nombres para él. Pero si había
algo que el Señor de la Noche no podía permitirse, era el amor.
Era injusto para su dulce Cora. Siempre lo había sido. Si la
amara, la dejaría ir y le diría que huyera lo más lejos posible de él.
Por desgracia, eso era solo otra prueba de su malvado corazón.
Nunca la dejaría ir.
Era suya. Algo que volvería a demostrarles a ambos esta noche.
Necesitaba hacer pedazos a su amante y convertirla en una
nueva creación; una criatura nacida del sexo salvaje, una criatura
que solo le pertenecía a él.
Sus labios rozaron la oscura punta de su pene mientras
mantenía los ojos cerrados como si estuviera rezando.
Conveniente, porque aquí él era su dios.
Su mano abandonó la cabeza de Cora para tomar su suave
mejilla.
—Muy bien. Así. Buena chica.
Cora volvió a estremecerse y puso su boca sobre él, pasando su
lengua por todo su hinchado miembro. Saboreando lentamente.
Su mano subió para acariciarle los testículos. Su entrepierna se
apretó al ver sus delicadas y perfectamente pintadas uñas arañar
ligeramente su escroto.
Sus labios se movieron sobre su miembro como a él le gustaba,
metiéndose la punta en su boca y lamiendo y chupando los puntos
más sensibles.
La dejó a su merced, acariciando su cabeza y susurrándole
“buena chica” una y otra vez. Este era un momento perfecto,
destinado a borrar el miedo y la ira de la noche. Y funcionó. Podía
gobernar el mundo mientras tuviera a esta hermosa mujer.
Mientras pudiera tenerla así, de rodillas.
Mirar su inocente cara comiéndose su pene casi lo llevó a
correrse. Recogió el pelo de la base de su cuello y lo usó como una
correa para mover su cabeza de acá para allá

Le sacó su miembro y luego la arrastró hacia arriba. Cora


mordisqueó la punta cuando volvió a su tarea y Marcus la empujó
más abajo para que le chupara las pelotas. Y fue lo que hizo,
metiéndolas una a una en su boca.
Una palabrota se le escapó a Marcus y los ojos de Cora, azules
como un cielo de verano, se abrieron lentamente. Ella le dedicó una
pequeña sonrisa que hizo que su corazón se disparara.
—Chúpamelo —le dijo de manera brusca, para ocultar su
reacción. Le tiró del pelo y ella obedeció, dejándole deslizarse
profundamente en su boca, estirando sus labios y golpeando la
parte posterior de su garganta. ¿Había alguna sensación mejor?
Solo una, pensó. La sensación de Cora corriéndose alrededor de
su miembro. Podría autorizarlo esta noche, después de dominarla.
Después de que le recordara su lugar.
Las caderas de Marcus se elevaron, ella jadeó alrededor suyo y
él se apartó, dejándola toser y escupir. Sus ojos se humedecieron.
—¿Fue demasiado?
Con una pequeña sacudida de cabeza, Cora volvió a tomarle el
pene, decidida a esforzándose por llevarlo más profundo. ¡Sí, joder!
Su rímel fluía en riachuelos debido a las lágrimas y era jodidamente
hermoso. La inocencia se manchó, pero solo para él.
Siguió tragándoselo hasta que su nariz casi tocó la base de su
miembro. La lengua de Cora se agitó por debajo y él perdió el
control.
—Cora —gimió.
Inclinándose, Marcus le agarró la cabeza y la mantuvo allí
mientras enviaba su semen por su garganta y hasta su estómago.
La soltó tan rápido como pudo, pero permaneció de rodillas con el
pecho agitado mientras aspiraba aire.
Se había sometido a él por completo y lo complació más allá de
lo imaginable. Entonces, ¿por qué se sentía como si ella fuera la
que tenía el control?
En un raro momento de debilidad, él murmuró,
—Sei bellissima. Sono pazzo di te.
Eres tan hermosa. Estoy loco por ti.
La ceja de Cora se arrugó, pero Marcus no tradujo. Ya era
bastante malo que lo hubiera susurrado en voz alta en primer lugar.
Mientras volvía en sí y se enderezaba, limpió suavemente las
manchas del rímel de su rostro con su pañuelo.
—Lo hiciste bien esta noche. Nunca debí dejarte sola.
Parpadeó como si estuviera sorprendida por la confesión que
estuvo cerca de ser una disculpa.
—Está bien. Sobreviví
—Nunca volverás a estar sola de esa manera otra vez.
Haría que Sharo permaneciera a su lado en caso de no poder
escoltarla personalmente.
—No tienes que preocuparte por mí.
—Sí. Eres mi responsabilidad. Mi más preciada posesión.
Cora cerró los ojos ante eso, con una expresión surcando su
rostro. No herida o enojada, sino anhelante. Cora podría luchar,
podría protestar, pero en el fondo entendía su posesividad. Incluso
la anhelaba. Era la pareja perfecta para Marcus. Y esta noche había
estado en peligro. Verdadero peligro.
Marcus le pasó los dedos por la cara.
—¿Tenías miedo?
—Un poco.
—Mis negocios no te tocarán.
Los recuerdos repentinos de Chiara se apoderaron de él.
Encontrando su cuerpo ensangrentado y destrozado. No. Nunca
dejaría que eso le pasara a Cora. Le agarró la barbilla.
—Nunca te tocarán.
—Marcus. —Lo miró con sus labios brillantes y una mirada
suave y sumisa—. Tú me tocas.
Se inclinó para cargarla hasta la cama y acostarla. Cora se
extendió ante sus ojos, un sacrificio en un altar.
Los diamantes brillaban en sus orejas, sus muñecas y alrededor
de su cuello. Tocó el pendiente derecho, disfrutando de su deseoso
estremecimiento mientras le recorría el lóbulo de la oreja. Las
brillantes joyas le guiñaron un ojo mientras ella se movía. Cora no
podía llevar sus cadenas en público, pero sí éstas. Ella era suya y
todo el mundo lo sabría.
—Sí, te toco. Soy el único que puede. El único que siempre lo
hará. —Se inclinó sobre ella, con sus manos ásperas agarrándola y
reclamándola. Deseaba poder tocar cada centímetro de ella a la
vez, sostenerla en la palma de su mano.
Mientras la penetraba con sus dedos, chupaba la tierna unión
entre su cuello y su hombro. Las manos de Cora se deslizaron por
sus hombros y por su cabello hasta que él la agarró por las
muñecas y la sujetó.
Tembló debajo de él, con los ojos muy abiertos y las pupilas
dilatadas. Marcus sujetó sus dos muñecas con una mano y las
sostuvo por encima de su cabeza mientras que su mano derecha
recorría sus tetas.
—Todo esto. Toda tú me perteneces.
Necesitaba saber que ella lo entendía, y que lo entendía hasta lo
profundo.
Cora asintió levemente con la cabeza. La recompensó con dos
dedos en su coño moviéndose muy dentro y rozando el punto
sensible de su interior hasta que sus caderas se levantaron de la
cama. Su pecho se acaloró mientras Marcus veía como un orgasmo
crecía en ella. Sus ojos se abrieron mucho, casi en shock, mientras
llegaba a la cima, y siguió y siguió mientras él continuaba moviendo
y empujando sus dedos dentro de ella. Sus pies se hundieron en la
cama y todo su cuerpo se tensó cuando los espasmos la
atravesaron.
Cuando terminó, se hundió en la cama. Marcus sacó sus dedos y
se los metió en la boca. La boca de Cora se suavizó, aceptándolo a
pesar de que no estaba siendo delicado. Su lengua se enroscó
alrededor de sus húmedos dedos, chupando y lamiendo,
probándose a sí misma.
Su miembro se movió hacia arriba, su propio orgasmo
amenazaba con explotar fuera de él. Ya se había corrido una vez y
con fuerza, pero su miembro lo había olvidado. Palpitaba como si la
sola presencia de Cora pudiera hacerlo reventar.
Sacó los dedos de su boca.
Estaba sumisa ante él. Solo ante él. Y él la mantendría a salvo.
Se subió a la cama y se posó sobre ella con el pene en la mano.
—Tócate los pechos —ordenó—. Apriétalos. Muéstrame.
Sus delgados dedos obedecieron y Marcus se acarició con más
rapidez.
—Tus pezones. Pellízcalos. Más fuerte —exigió.
Cora ya se encontraba frotándose los pezones; muy duros entre
los roces de sus dedos, obedeciéndole como si leyera su mente.
Como si fueran uno solo…
Su clímax lo atravesó, derramando semen a chorros sobre su
piel desnuda. Mientras gruñía de placer, la marcó con su semilla. Sin
que se lo ordenara, Cora se acarició su propio estómago, frotando la
sedosa esencia sobre su perfecta piel. Aceptando a Marcus.
Su pelo estaba extendido alrededor de su cabeza como una
aureola. Su cuerpo resplandecía, pálido y hermoso bajo la tenue luz.
—Ángel —respiró.
Pareció algo natural arrodillarse al borde de la cama, deslizar sus
manos bajo sus tonificados muslos para acercarla y sumergir su
cabeza en su sexo para beber de su esencia.
Después de que Cora se viniera una, dos o quince veces,
Marcus se incorporó de nuevo y finalmente la folló. La folló como si
le perteneciera porque esta noche él había demostrado una vez más
que era suya, tanto a ella como a sí mismo.
Y sabía que sus gemidos lo acompañarían durante la noche y
hasta la mañana siguiente, cuando se pondría su traje como una
armadura y saldría a combatir en la sala de juntas, en los clubes y
en las esquinas de las calles que poseía; reforzando las defensas y
las fronteras hasta que el constante ataque de los Titan terminara
por estrellarse contra los muros invisibles como una marea.
No obstante, esta noche solo estaba Cora, la hija de sus
enemigos, que ahora era suya en todos los sentidos.
—Tu mi appartieni. Per sempre.
Me perteneces. Para siempre.
Cora suspiró mientras él hablaba cerca de su piel. No entendía
las palabras del hechizo, pero, aun así, el encantamiento seguía
envuelto alrededor de su cuerpo uniéndola a él.
Marcus no podía atarla a la cama para siempre, pero sí atarla a
él a través del placer. Con vestidos y diamantes, y noches llenas de
pasión. No podía decirle que la amaba, pero podía mantenerla a
salvo encerrada en una alta torre y entregarle su cuerpo en su
totalidad.
Sería suficiente. Tenía que serlo.
CAPÍTULO 5

Dos días después del concierto, Cora estaba sentada bebiendo


agua embotellada de marca, vestida en bata, mientras observaba a
las personas entre bastidores del desfile de moda. Armand, el amigo
de Marcus, acababa de sacar una nueva línea de ropa de playa y a
Cora la habían convencido de modelarla.
Una vez maquillada y peinada, se sentó aburrida entre
bastidores, escuchando a medias los chismes de las modelos.
—Anoche conocí a The Orphan. —Una de las mujeres sonreía
con suficiencia frente al espejo. Era increíblemente hermosa, con
pómulos altos y labios carnosos. Jugueteaba con su cabello rubio.
Su amiga, una morena igualmente encantadora con grandes ojos,
se inclinó más cerca.
—¿Qué? ¿Dónde?
—En el after, claro. Es muy sensual.
—¿Entonces hablaste con él? ¿Qué te dijo?
Cora también se inclinó hacia adelante, curiosa.
—Bueno, no dijo mucho. ¿Sabes que se niega a tocar el resto de
sus conciertos? Dijo que pensaba que era demasiado peligroso. —
La modelo sacudió la cabeza frente al espejo—. Le dije que se
estaba comportando como un tonto y que su arte necesitaba ser
compartido. Creo que lo inspiré.
Cora bebió su botella de agua y se preguntó si debía hacer algún
comentario.
—Tuvimos una conversación más privada después de eso. —La
primera modelo sonrió.
—Oh, Dios mío —gritó la morena. Cora puso los ojos en blanco.
—Definitivamente le di unas cuantas razones más para quedarse
y cumplir su contrato.
Cora decidió que ya había escuchado suficiente.
—¿Qué hay de su prometida? —intervino. Chris ya le habría
propuesto matrimonio y ella sabía que Iris diría que sí. La forma en
que esos dos se habían mirado…
Las dos modelos la miraron como si estuviera hablando en
chino.
—Ya saben, a la que le escribe todas las canciones —insistió—.
¿La mencionó en absoluto?
—Cariño, la mayoría de los hombres no mencionan a sus
parejas cuando están conmigo. Supongo que cerca de mí se
vuelven menos importantes. —La hermosa mujer se echó el pelo
por encima del hombro y sus ojos volvieron al espejo mientras
continuaba arreglándose.
Cora quería abofetear a la modelo hasta que hiciera contacto
visual adecuadamente durante la conversación. En lugar de eso, se
levantó de un salto.
—Necesito más agua. ¿Quieren algo? —Sin esperar una
respuesta, se dirigió al catering.
Escuchó a las mujeres cotillear sobre ella mientras se iba. No se
molestaron en bajar la voz.
—No sé cómo consiguió este trabajo. Quiero decir, es gorda.
—Su marido se lo consiguió. Es un jefe de la mafia y
probablemente mató a alguien para hacerla entrar.
—Probablemente.
Cora caminó con la cabeza en alto, con una postura perfecta y
enfocada al frente. Tuvo que detenerse para dejar pasar a tres
apurados jóvenes amantes de la moda con un bastidor de ropa. Otro
joven estilista con el pelo al estilo Mohawk le llamó la atención
desde su lugar detrás de la silla de una modelo. Él sonrió de buen
agrado y Cora le devolvió la sonrisa. Lo reconoció del spa de
Armand, Metamorfosis, en el que ella era cliente habitual.
La cantidad de comida del catering se burlaba de su estómago
revuelto. En su lugar, tomó una botella de agua de coco y encontró
un lugar para sentarse cerca del sistema de sonido alejada de toda
la actividad.
Por mucho que lo intentara, no pudo evitar que las palabras de la
modelo le molestaran. No le importaba cómo la llamaran a ella; era
Marcus el que le preocupaba.
No había llegado a casa anoche. Desde el desastre de The
Orphan en el club hace varios días, Cora no había visto a su marido.
Estaba acostumbrada a sus largas horas de trabajo. Marcus a
menudo iba a nadar hasta tarde en la piscina del pent-house, pero al
menos volvía a casa y se acostaba por un par de horas antes de
volver a ponerse el traje al amanecer.
Esta mañana, Cora se despertó junto a su intacta almohada. Y
los periódicos informaron del rumor de que los conciertos de The
Orphan se cancelarían. Thane oficialmente negó la noticia, pero ella
sabía que eso no facilitaba el trabajo de Marcus.
La noche después del concierto había sido... Cora se llevó una
mano al cuello ante el recuerdo de ello. No habían hecho nada
parecido en mucho tiempo, y luego de dos sesiones en una noche…
Sintió su cara sonrojarse.
Por el rabillo del ojo, se dio cuenta de que ya no era la única
sentada en las afueras del lugar. Una mujer vestida completamente
de negro se había pavoneado y apoyado contra una pared cercana.
Su pelo negro caía alrededor de su rostro con un corte corto y recto.
Con sus jeans desteñidos y sus botas rasgadas parecía una
fotógrafa, excepto que no tenía una cámara. Cora se preguntó por
un momento si era una modelo; era lo suficientemente bonita, pero
no parecía feliz al respecto.
Con los brazos cruzados y el ceño fruncido, observó la escena
con Cora y se acercó lo suficiente como para comentar:
—Estoy harta de estas zorras. Su caminar de pasarela se parece
más bien a un caminar de arpías.
—¿Eres modelo? —preguntó educadamente Cora.
—Por favor —resopló—. No soy una de esas tontas sin cerebro.
Como si me vieran pasear mi culo desnudo por una pasarela.
¿Parezco una idiota?
Los labios de Cora se elevaron en una sonrisa y luego
descendieron mientras esperaba que la mujer notara con quién
estaba hablando.
—Oh, mierda, lo siento. —La mujer se dio cuenta de que Cora
tenía el pelo y el maquillaje listos para la pasarela—. Diablos,
siempre estoy metiendo la pata. —Se giró y le tendió la mano—.
Soy Olivia.
—Cora. —Le estrechó la mano—. Encantada de conocerte.
Entonces, si no haces modelaje, ¿qué estás haciendo aquí?
—Un favor para Armand. El idiota bonito y bronceado. Hice toda
su plataforma web y me quiso aquí para asegurarse de que capturé
bien la vibra. —Olivia estalló en insultos, usando diferentes términos
extravagantes para referirse a Armand, mientras Cora permanecía
en silencio y en estado de shock.
—¿Estás enfadada con él? —Cora finalmente preguntó.
—¿Enfadada con Armand? —Ahora Olivia parecía sorprendida
—. No, para nada. Estoy aquí, ¿no? E iré mañana a su fiesta. ¿Vas
a ir?
—¿A su fiesta? No creo que esté invitada.
—Ah, por supuesto que sí. Le preguntaré a Manny.
—¿Manny?
—Mi nombre de cariño para Armand.
La risa de Cora reinó en el lugar.
—Oh, le pongo un apodo a cualquiera que me agrade. El tuyo
sería fácil. Cora Bora.
—Entonces eres una diseñadora de páginas web. —Cora
cambió el tema desesperadamente.
—Programadora y hacker. El diseño de páginas web es algo que
sólo hago para amigos cercanos y exparejas. —Olivia se subió a las
pesadas cajas del equipo de sonido y balanceó sus piernas.
—Ya veo. —Sintiéndose atrevida, Cora preguntó—: ¿Y cuál es
Armand?
—¿Eh?
—¿Qué es Armand, un amigo cercano o una expareja? ¿O es
que una dama no cuenta su vida amorosa?
Olivia se carcajeó.
—Oh, cariño, no soy una dama. La verdad es que él es ambas
cosas.
—¿Oh? —Cora dejó que sus cejas se alzaran ante el tentador
chisme.
Olivia se encogió de hombros.
—Era tarde y estaba trabajando. Él me dijo que era un genio. —
Sus mejillas se tiñeron con un toque de rojo—. Eso siempre me
afecta —murmuró. Sacudió la cabeza hacia adelante para que su
pelo le cayera sobre el rostro.
—¿Te estás sonrojando? —molestó Cora, divertida de encontrar
una grieta en la armadura de la ruda mujer.
—Pero es una zorra. Todas se han acostado con él. Y no éramos
buenos el uno para el otro. Estamos mejor como amigos.
Y como si se tratara de una señal, Armand pasó cerca, parecía
estar apurado pero seguía luciendo sofisticado en su traje gris.
—¡Manny! —gritó Olivia. Todo el mundo entre bastidores se
detuvo a mirarla—. ¿Está Cora invitada a la fiesta de mañana?
—Por supuesto, Olivia. Mi amor. Ahora, por favor, cállate.
¡Maquillaje! —Y se alejó hacia las luces.
Olivia se rio, sacudiendo la cabeza para que su pelo corto cayera
sobre su rostro.
—Ves, te lo dije. Estás invitada. Ven.
La boca de Cora se encontraba completamente abierta.
—Oh, vamos. ¿Quieres que suplique? Vale, lo haré. Por favor,
ven a la fiesta de Armand. Necesito a alguien allí para hablar. Nadie
me entiende. —Olivia hizo un puchero falso.
Cora no pudo evitarlo y terminó por reírse.
Olivia tenía un aspecto pícaro debajo de su casco de pelo negro.
—Oh, así que la fachada perfecta sí se quiebra.
—Eres graciosa. Me gusta.
—Me alegra ser de utilidad. ¿Irás a la fiesta?
Cora suspiró.
—Le preguntaré a mi marido si tenemos algo que hacer.
—Bien, cancela tus asuntos. Además, allí hay uno o dos
bombones que quiero que conozcas.
—Olivia —Cora jadeó—. Estoy casada.
—¡No para ti! Para mí, tonta —resopló y se quitó el pelo de la
cara—. Puedes darme consejos sobre cómo seducirlo. —Sonrió y
movió las cejas.
CAPÍTULO 6

Marcus merodeó por el pent-house en busca de su esposa. Habían


perdido otro cargamento por culpa de los Titan esta noche. Esta vez
se trataba de armas. Demi intentaba inundar sus calles con armas
semiautomáticas.
La semana pasada tuvo que acabar con una pandilla que
pensaba combatir con sus hombres por el territorio. Otros tenían la
misma idea ahora que los Titan estaban desafiando a Marcus de
manera tan abierta, pensando que podían aprovecharse de su
distracción.
Estaban equivocados. Había enterrado a cada uno de ellos a dos
metros bajo tierra. Pero un influjo de armas como este solo
envalentonaría aún más a los nuevos enemigos.
Eran apenas las ocho de la noche y todavía debería estar en la
oficina discutiendo los bloqueos de la ciudad.
En lugar de eso, estaba de pie allí en la puerta de su baño
principal viendo a su esposa secarse y tararear para sí misma,
evidentemente ignorando su presencia. El vapor aún se sentía en el
aire; debió de haber salido de la ducha hace muy poco.
Y mientras levantaba la cabeza gritó al ver el reflejo borroso de
Marcus en el espejo.
—Shh, soy yo. —Entró en la habitación mientras Cora se
envolvía en la toalla.
—Me has sorprendido —dijo aún con los ojos bien abiertos—. No
te esperaba en casa tan temprano.
—Son casi las ocho.
—Anoche ni viniste. ¿Y no hay un concierto en Elysium?
—No esta noche. —Se apoyó en el lavabo y la miró, sus ojos
moviéndose de arriba a abajo sobre su figura envuelta en la toalla.
Pero pronto mirar dejó de ser suficiente. Se acercó y luego sus
manos se cerraron sobre sus hombros, deslizándose por su piel
desnuda y quitando de a poco la toalla.
—Por esto vengo a casa —le susurró al oído—. Haces que me
olvide de todos mis problemas. —Era más de lo que pretendía decir,
pero era cierto de todos modos.
No jugaron hoy. No, su necesidad era demasiado urgente. Tenía
que estar dentro de su esposa, así que la subió al mostrador, se
desabrochó los pantalones, se los bajó y luego…
Echó la cabeza hacia atrás mientras se hundía dentro de ella.
Estaba mojada por él. Siempre lo estaba. Marcus estiró la mano y le
pellizcó el pezón. Su agudo jadeo le hizo ponerse aún más duro,
aunque no hubiera pensado que eso fuera posible.
Esto era todo en lo que había sido capaz de pensar durante todo
el día. Estaba furioso por el cargamento. Por supuesto que sí.
Quería estrangular a Demi Titan.
Pero más que eso, quería subirse a su coche y romper todas las
leyes de tránsito para llegar a casa y follar a su esposa.
Salió y luego volvió a entrar y Cora se apretó contra él de una
manera jodidamente deliciosa. Su cuerpo estaba hecho para él. No
había otra forma de describirlo. El sexo nunca había sido así. Como
algo que se sentía tan necesario como respirar. Cada hora del día
que Marcus pasaba sin estar dentro de ella, quería compensarlo
introduciendo dos bolas más en lo más profundo de su coño.
Algunos de sus tenientes se quejaban de que desaparecía.
Sharo había denunciado a ese pedazo de mierda, Angelo, por tratar
de provocar a los chicos al decir que Marcus había sido dominado
por un Titan. Y por su falta de respeto, Sharo le había dado al chico
una paliza que no iba a olvidar en mucho tiempo. Pero los tiempos
eran tensos y cuanto menos tiempo pasara Marcus en casa, mejor.
Francamente, había pensado que todo mejoraría con el tiempo.
Que la obsesión por su esposa pasaría. Pero como al alimentar una
adicción, solo empeoró. A veces se la follaba tres veces por noche y
luego otra vez por la mañana… y aun así durante todo el día lo
único en lo que podía pensar era en volver a casa y hacer esto…
Volvió a penetrarla, agarrándole el culo para conseguir el mejor
ángulo posible, para ir profundo y también frotarse contra ella para
hacerla maullar de placer. Si era honesto consigo mismo, era
jodidamente adicto a sus pequeños ruiditos.
—Tesoro mio. Mia moglie.
Mi tesoro. Mi esposa.
Sus entrecortados gemidos se hicieron cada vez más altos
mientras la llevaba al clímax y todo lo demás desapareció. Solo
estaba esto. Su cuerpo. Sus uñas arañando su cuero cabelludo y
sus caderas empujándose contra las suyas con desesperación;
Cora estaba muy cerca de venirse.
Algunas noches amaba torturarla. Retrocediendo y poniéndola a
rogar. Para recordarle exactamente quién tenía el control.
Pero ahora solo quería complacerla y sentir cómo se corría
contra él, así que siguió penetrando. Y cuando Cora gritó en un
orgasmo, resonando en los azulejos del baño, se dejó ir y se vino
dentro de ella; un rey conquistando a su reina y marcándola como
suya de la manera más primitiva posible.
Cuando terminó, Cora inclinó la cabeza sobre su hombro con el
aliento acelerado. Marcus pasó sus dedos por los pequeños bultos
de su columna y ella se estremeció. Seguía en su interior. Luego se
salió de ella para dar otro pequeño empujón, gruñendo por el placer
que Cora todavía le causaba.
El vapor del espejo había desaparecido casi por completo y él
podía ver sus reflejos; la hermosa y suave superficie de la piel de
Cora, estrechándose hasta su pequeña cintura, justo antes de llegar
a sus anchas y femeninas caderas. Y él detrás de ella, como
oscuridad a su luz, viéndose tosco al lado de su delicada belleza.
Se veía tan pequeña. Tan insoportablemente frágil. El mundo la
rompería como una ramita si él no la protegía.
La rodeó con sus brazos y la abrazó contra él, con fuerza. Algo
en su pecho se apretó de manera incómoda.
Apartó la mirada del espejo y la soltó, finalmente saliendo de
ella.
—Te dejaré limpiarte —murmuró.
Por un breve segundo, Cora miró hacia arriba, sus enormes ojos
azules enclavándose en los suyos. Fuera lo que fuera que ella
estuviera pensando, Marcus no podía leerlo en su mirada. Excepto
que tal vez quisiera algo de él. Algo que no podía dar.
—Armand va a hacer una fiesta —dijo con indecisión.
El ceño de Marcus se arrugó. No resultó ser lo que él esperaba
que dijera.
—¿Cuándo?
—Mañana por la noche.
—No puedes ir.
Estaba ocupado mañana por la noche.
La boca de Cora se abrió y luego sus ojos destellaron.
—No te estaba pidiendo permiso.
—Bueno, deberías haberlo hecho.
La ciudad estaba al borde de una puta implosión y quería ir a
una fiesta… ¿Quién sabía qué tipo de seguridad habría y quién
podría colarse? La esposa de Marcus Ubeli sería más que un blanco
atractivo para innumerables enemigos.
—Intentaba preguntarte si querías ir conmigo, pero ahora retiro
la invitación. —Bajó del lavabo y salió del baño.
Oh no, no lo hizo.
—No te alejes de mí. —Le agarró el codo y la hizo girar.
—Y ni se te ocurra tocarme sin mi permiso. —Sus ojos se
encendieron y la entrepierna de Marcus se apretó. Oh, cuánto se
divertiría enseñándole esta lección. ¿Cora pensó poder desafiarlo,
especialmente en un día como este?
Pero antes de que pudiera empezar a castigarla, su maldito
teléfono sonó. No podía permitirse perder ni una sola llamada. No
después de todo lo que había estado pasando.
—¿Qué? —vociferó después de sacar el teléfono de su bolsillo.
—Jefe, tiene que venir —dijo Sharo—. Ya tenemos una pista
sobre uno de los compradores de las armas. No debería estar
hablando por teléfono, pero te lo contaré todo cuando llegues aquí.
Joder. Tenía ganas de arrojar el teléfono contra la pared. Pero
no. Control sobre todas las cosas. Control siempre. De lo contrario,
personas saldrían lastimadas.
Señaló el rostro de Cora con uno de sus dedos.
—Tú y yo hablaremos más tarde.
Ella solo cruzó sus brazos sobre su pecho y puso una expresión
aún más obstinada. Oh sí, Marcus iba a disfrutar mucho
enseñándole una lección. Le daría algo por lo que esperar el resto
de la larga noche que él no dudaba que les esperaba.
Pero sus asuntos lo mantuvieron afuera toda la noche, y también
el día siguiente.
CAPÍTULO 7

La fiesta de Armand era en una enorme casa de piedra rojiza en la


esquina de dos calles. Cora salió del coche, sintiéndose un poco
extraña caminando con su pequeño vestido púrpura, sus tacones de
aguja y sin encontrarse sujeta a Marcus.
Su vida nocturna solía conllevar viajar a uno de los restaurantes
de Marcus para beber y saludar a los socios de su marido. Se sintió
extraña al pensar que hacía algo por sí misma. Y luego
inmediatamente culpable porque Marcus le había dicho de forma
clara que no viniera.
Bueno, él nunca había llegado a casa para terminar la discusión,
así que Cora decidió que eso significaba que su argumento había
acabado.
—Señora Ubeli, más despacio. —Su guardaespaldas asignado
salió del coche detrás de ella. Cora puso los ojos en blanco.
Había tratado de librarse de él antes, pero no tuvo tanta suerte.
No le importó. Sabía que la seguridad era importante y que Marcus
probablemente ya se había enterado de su desobediencia… y no
podía negar el siseo de emoción que el pensamiento le hacía sentir,
lo que probablemente significaba que estaba bastante jodida. Pero
había decidido no pensar más en ello.
Estaba aquí para divertirse.
Pero disminuyó la velocidad cuando vio a los guardias en la
puerta.
—¿Su invitación? —Uno de ellos rugió.
—Uh, no tengo una. Armand me invitó.
El hombre simplemente la miró.
—¿Nombre?
—Cora Ubeli —dijo su guardaespaldas—. La esposa de Marcus
Ubeli.
Los ojos del guardia se abrieron de par en par y de inmediato se
hizo a un lado. Cora agachó la cabeza, agitando su mano para
pedirle disculpas.
Una vez dentro, le refunfuñó a su guardaespaldas:
—¿Puedo pasar desapercibida por una vez?
—Lo siento, señora Ubeli, solo intentaba ayudar. —El hombre no
sonaba para nada arrepentido.
Cora deseaba que, por una noche, pudiera ser solo Cora, una
chica de campo del Medio Oeste, sola en la gran ciudad. Pero por
supuesto que aquello la había metido en problemas durante todos
estos meses. Justo en el momento en que conoció a Marcus.
Suspiró.
—Solo quédate por ahí. Sé que tienes que hacer tu trabajo, pero
todos aquí están a salvo.
Un joven con alocado pelo rizado pasó corriendo mientras
sostenía una botella humeante de algo y gritaba:
—¡Tengo una bomba!
Y se lanzó hacía un grupo de modelos que gritaron furiosas y lo
golpearon. La botella terminó convirtiéndose en un inofensivo charco
de agua.
Cora cerró los ojos.
—Vale, ese no fue un buen momento.
El guardaespaldas hizo una mueca cuando tres sujetos en traje y
grandes pelucas rosas pasaron.
—Ve a divertirte. —Su tono dudaba de que ella lo hiciera.
Enderezando su vestido con nerviosismo, se volvió hacia la
fiesta. Reconoció a un grupo de modelos con caras aburridas del
desfile del día anterior y tomó nota para evitarlas.
—¡Oye, perra! —Un grito alegre llamó su atención. Olivia, que
lucía un poco menos desaliñada vestida con un top negro de
lentejuelas y los mismos jeans negros y botas desgastadas, la
saludó con una cerveza en la mano—. Ven a tomar un trago.
Cora empezó a moverse y su guardaespaldas la siguió. Se
detuvo y se dirigió a él de nuevo:
—Uh, ¿te importaría esperar junto a la pared? Pienso que estaré
a salvo con ella. Es una amiga.
Su única respuesta fue su expresión de piedra. Suspiró y se
dirigió a Olivia, decidida a ignorar a su guardaespaldas. A mitad de
camino, la cogió del brazo y la detuvo.
—Mire, señora Ubeli, quiero que se divierta. Pero yo trabajo para
su marido y respondo ante él. No está muy contento de que esté
aquí y me ordenó que la vigilara en todo momento.
Así que ya había llamado a Marcus. Cora miró fijamente al
hombre, furiosa. Marcus pensaba que necesitaba de una niñera. E
inclusive después de todo este tiempo, él solamente le permitía la
ilusión de libertad. Marcus todavía pensaba que podía decirle a
dónde ir y cuándo poder hacerlo. Y sería sorprendente si pudiera ir a
alguna parte sin esas ridículas Sombras que siempre llevaban gafas
de sol, incluso ahora que se encontraran dentro de una casa, de
noche.
Aun así, ella conseguiría lo que quería siendo amable. Le sonrió
dulcemente al hombre.
—Me mantendré alejada de los problemas. No quiero hacer tu
trabajo más difícil —se soltó de su agarre y se unió a su amiga
mientras sacudía la cabeza.
—¿Qué hay con tu séquito?
—Mi marido no pudo venir. Quería asegurarse de que nada me
pase.
Olivia alzó las cejas.
—Sabes, mientras pavoneabas tu culo desnudo por la pasarela,
tuve la oportunidad de mirarte. No creí que Ubeli fuera a convertirse
un viejo hombre casado. Y justo con alguien como tú.
Cora sintió que sus mejillas se tenían de vergüenza o ira, no
estaba segura de cuál.
—¿Qué quieres decir?
—Oh, Cora Bora, acabo de meter la pata otra vez. Ignóralo. —
Olivia le tendió un trago con una sombrillita de papel dentro—. Bebe.
Armand pasó por allí deprisa con un modelo en cada brazo, un
hombre y una mujer, ambos usando orejas de conejo. Incluso
Armand había cambiado la chaqueta de traje por unos jeans grises
ajustados y un top púrpura sin mangas. Los extremos de un tatuaje
negro se asomaban en sus musculosos hombros.
Con sus ojos oscuros y su piel morena, casi podría ser el
hermano menor de Marcus.
—Oye, mira, Manny, vienen del mismo color —Olivia derramó su
bebida mientras señalaba el vestido púrpura de Cora—. Ups.
—Oh, Cora, hermosa, hermosa criatura. —Armand se paró
frente a ella—. Gran trabajo el de ayer.
Cora se sonrojó hermosamente.
—Gracias, Armand.
Los dos modelos a cada lado de Armand parecían estar
amargados.
—Volveré en un rato, debo hacer las rondas. Vamos, conejitos.
—Su séquito se giró al unísono y Cora pudo ver más de su tatuaje
en su espalda. Algún día le pediría verlo todo.
—Afortunado hijo de puta. —Olivia bebió.
—¿Por qué dices eso?
—Armand es increíble. —Olivia señaló nuevamente con su
bebida, esta vez hacia el trío yéndose—. Dejó la escuela para
empezar su propio spa. Ahora es dueño de doce, envía productos a
todo el mundo y tiene una emergente línea de moda.
Cora bebió un vacilante sorbo de su cóctel.
—¿Cómo sabes todo esto?
—Wikipedia. —Olivia guiñó el ojo por sobre su cerveza.
—Mentirosa. Lo sabes todo.
Olivia se encogió de hombros.
—Todo lo interesante.
—¿Qué tipo de productos?
—¿Eh?
—¿Qué tipo de productos envía?
—¿Cómo diablos voy a saberlo? Algún tipo de gel para el pelo.
¿Parezco alguien que va a un spa?
Cora se volvió hacia ella.
—Podrías venir conmigo alguna vez.
—¿A su nave nodriza? —Olivia vio pasar a tres modelos y
entrecerró los ojos—. Prefiero morir.
—Vale, no te va a convertir en una tonta. A menos que quieras
convertirte en una —Cora se rio ante la idea y luego tranquilizó a
Olivia—: Estoy bromeando. Solo ven para que te corten el pelo en
capas —miró los sedosos mechones negros de Olivia—. Te verías
increíble con un nuevo corte.
—¿Tú crees? —Olivia se tocó el pelo, indecisa.
—Sí. Mi trabajo soñado sería darle un cambio de imagen a las
personas, desde el pelo hasta los zapatos.
—¿Irías de compras conmigo? Odio la ropa. En serio, me
vendría excelente un poco de ayuda.
—No hay problema. —Cora sonrió y chocó su copa con la de
Olivia—. Solo hazme saber cuándo.
—¡Quiero la atención de todos, por favor! —Armand estaba
parado sobre una mesa junto a las bebidas, esta vez tenía el torso
completamente desnudo excepto por un chaleco peludo con un
patrón de caparazones de tortuga.
—Solo no me hagas lucir así. —Olivia hizo un gesto en dirección
al hombre. Cora asintió.
—¡Un brindis por una nueva y exitosa línea de moda!
—¡Por Fortuna! —Gritó alguien más y todo el mundo se unió—:
¡Por Fortuna!
—Estos son los jeans Fortuna —le dijo Olivia a Cora—. Uno de
los primeros que diseñó.
—No me cabe duda —dijo Cora mientras miraba el desteñido
par.
—Oh, mierda, ahí está él —Olivia la agarró—. ¿Lo ves?
Cora miró en la dirección que apuntaba, pero todo lo que vio
fueron unos tipos con pelucas rosas riéndose con algunas modelos.
—¿Dónde?
—¡Justo ahí, tonta! En la esquina.
Mirando más allá de los animados invitados, Cora vio a dos tipos
parados en la esquina, uno con una clásica camisa de polo y el otro
con jeans rasgados y una camiseta desteñida. Ninguno parecía
encajar aquí, pero varias modelos estaban de pie coqueteando con
el de la camisa polo. Ambos eran guapos, pero parecían jóvenes,
como si no fueran mayores que la propia Cora.
—Vale, veo a dos sujetos. ¿A cuál te refieres?
—Bueno… —Olivia se mordió la uña del pulgar con ojos
moviéndose de un chico a otro—. Esa es la cosa, no puedo
decidirme. Son compañeros de cuarto en la universidad, ambos
prodigios trabajan juntos en una investigación de tecnología médica
muy emocionante. Del tipo de investigación que pretende salvar al
mundo—miró a Cora—. Puede que no lo parezca, pero estoy loca
por los héroes.
Cora puso una sonrisa.
—¿Por qué no invitas a salir a uno de ellos?
La cara de Olivia se arrugó.
—Bueno, cada vez que los veo salir, están rodeados por… —
Señaló groseramente al rebaño de mujeres con cabeza de chorlito
riéndose y jugueteando con sus cabelleras alrededor de los chicos.
—El de la derecha, Adam Archer —Olivia señaló al rubio del polo
—, es el heredero de Industrias Archer.
Cora soltó un silbido por lo bajo.
—Guau.
Industrias Archer era una de las compañías más ricas de la
nación, no solo de New Olympus. Incluso figuraban con regularidad
entre las diez compañías más ricas del mundo.
—¿Y el de la izquierda?
—Logan Wulfe. Chico genio. Nadie sabe nada de su familia, pero
¿quién necesita saberlo? Es súper listo y solo míralo. Mmm, mmm,
mmm. Todo oscuro y melancólico.
Cora se rio.
—¿Entonces por qué solo no lo invitas a salir a él?
Mientras miraban, una de las modelos que había estado
hablando con Adam solo segundos antes, se lanzó contra Logan,
arqueando su espalda y moviendo su pelo rubio, a la vez que
empujaba sus pechos hacia su cara. La frente de Logan se arrugó y
sus manos revolotearon en el aire como si no quisiera tocar lo que
se le ofrecía abiertamente.
Nuevamente el rostro de Olivia se arrugó con diversión.
—No sé. Me gusta la idea de estar con él, pero creo… que es un
poco… inexperto para mis gustos. Ya sabes, de los del tipo de
facultad de medicina. No tiene tiempo para las relaciones, pero
puede nombrar todas las partes de mi cuerpo… en latín. Prefiero un
hombre con más tacto.
—¿Alguien con mejores costumbres en la cama? —preguntó
Cora con humor socarrón.
—¡Mírate, haciendo bromas! —Olivia le palmeó el brazo. La
bebida rosa de Cora salpicó por todas partes, en su mayoría sobre
una modelo pelirroja.
—¡Cuidado con lo que haces! Perra estúpida —siseó la modelo.
Por el rabillo del ojo, Cora vio a su guardaespaldas comenzar a
avanzar, y ella le sacudió la cabeza con firmeza. Él se detuvo y se
apoyó contra la pared.
Mientras tanto, Olivia se había levantado de un salto para gritar:
—¡Vete a la mierda!
Todos en la fiesta se volvieron a mirar. Olivia movió la cabeza,
orgullosa de ser el centro de atención.
—¡Armand! Necesitamos música.
—Pronto, encantadora Olivia —respondió Armand desde la
entrada—. De hecho, tenemos un invitado especial que me gustaría
presentarles a todos.
Una figura familiar estaba junto a Armand sosteniendo una
guitarra. Cora reconoció a The Orphan en el momento justo para
tener tiempo de taparse los oídos. Los gritos emocionados de las
mujeres que rodeaban a Cora se hicieron presentes de inmediato
mientras los fans corrían hacia The Orphan.
—Señoritas, señoritas. —Armand trató de ahuyentarlas—. Va a
cantar para ustedes si se lo permiten.
Entre la aglomeración de cuerpos, el guardaespaldas de Cora
pareció distraerse. No obstante, los disturbios que The Orphan
parecía generar, resultaban ser más de lo que cualquier
guardaespaldas podría manejar por sí solo. La habitación estaba
llena de chillidos y caos femenino, del tipo que infundiría terror en el
corazón de un hombre.
Cora saltó, lista para su oportunidad. Esperó hasta que el pobre
guardaespaldas fue empujado contra la pared por unas feroces
modelos.
—Vamos. —Agarró a Olivia y arrastró a su nueva amiga afuera
del gran salón hasta donde había visto a algunas personas
desaparecer. La gran cocina estaba casi desierta, a excepción de
algunas botellas extra de champán que unos guapos jóvenes con
orejas de conejo estaban abriendo para servir bandejas de tragos.
Cora tomó un vaso lleno y lo bebió. Los gritos habían cesado y
ahora había sonidos de guitarra viniendo de la sala que acababan
de abandonar. Su guardaespaldas probablemente estaba revisando
cada rincón, buscándola.
—¿Qué pasa? ¿No te gusta su música?
Me gusta demasiado, quería decir Cora.
—Nunca lo escucharemos por los gritos.
—No sé cómo Armand lo trajo aquí. Es lo más popular de la
ciudad en este momento.
—Lo sé. Toca en el club de mi marido.
—He querido preguntarte sobre eso. —Olivia bebió champán
directamente de la botella—. ¿Cómo conociste al Señor del
Inframundo?
Cora dio un respingo ante la referencia a un artículo de periódico
publicado hace dos años.
—Por favor, no lo llames así. —Dejó su vaso vacío—. Es una
larga historia.
—Hazme un resumen, por favor. —Los ojos oscuros de Olivia
brillaban sobre el borde de la botella.
Cora se pasó una mano por el pelo. ¿Cómo resumir su intenso
cortejo?
—Me conquistó. Me dio todo lo que alguna vez pude imaginar.
Fue asombroso.
Olivia dejó un nuevo vaso en la mano de Cora.
—¿Sabías lo que hacía para ganarse la vida?
Cora sacudió la cabeza.
—No me enteré hasta más tarde.
—¿Así que no lo volviste tu objetivo?
—¿Qué?
—¿No averiguaste que era rico y lo buscaste?
Ahora la sangre corría por la cara de Cora cuando se dio cuenta
de que su nueva amiga la acusaba de ser una cazafortunas.
—No, no sabía nada de él. Él… me ayudó a salir de una
situación. Sabía que era rico, pero no fue por eso por lo que yo… —
se detuvo.
—¿Por lo que tú qué? —Instó Olivia.
—No fue por eso por lo que me enamoré de él.
—Lo amas.
Cora asintió con la cabeza, incapaz de hablar. Era la primera vez
que lo decía en voz alta después de admitírselo a ella misma en el
concierto de la otra noche. Olivia pareció aceptar su silencio sobre el
tema, y renunció a su interrogatorio. En la otra habitación, la canción
se había detenido o se había ahogado entre los aplausos y
ovaciones.
—¡Champán para todos! —gritó Armand desde la otra
habitación, y los “orejas de conejo” salieron obedientemente de la
cocina con las bandejas.
Olivia llevó a Cora de vuelta a la fiesta. La sala se había
despejado un poco. A The Orphan le estaban dando un recorrido
por la casa junto a su chillón séquito. Algunas modelos e invitados
con pelucas rosas se tumbaron en el sofá, demasiado borrachos
para sentarse erguidos. El guardaespaldas asignado de Cora no se
veía por ninguna parte. Probablemente estaba recorriendo la casa
en busca de su encargo perdido.
Olivia llevó a Cora a un sofá vacío y le puso otra copa de
champán en las manos.
—No fue mi intención interrogarte ahí atrás. —Olivia se sentó a
su lado—. Solo quería saber qué clase de persona eres.
—Lo entiendo.
Cora se dio cuenta de que la mujer se estaba disculpando.
Olivia agitó su pelo corto y frunció el ceño.
—A veces soy demasiado directa. Pero me parece que ahorra
tiempo. —Se volvió hacia Cora, quien estaba sentada de forma tiesa
en el sofá—. Este es el trato, Cora. Me agradas. Y quiero ser tu
amiga. Pero primero quiero saber quién eres.
—Bien. —Asintió—. ¿Algo más que quieras preguntarme?
Cora se moría por tener una amiga, y si Olivia había aparecido
así en su vida, bueno, no le importaba tener que pasar algunos
obstáculos para obtener su amistad.
—Ahora mismo no. Y si alguna vez me entrometo demasiado,
puedes decirme que me vaya a la mierda, ya sabes.
Cora esbozó una sonrisa.
—Como si te preguntara si tú y Marcus considerarían hacer un
trío…
—¡Olivia! Vete a la mierda.
Olivia sonrió en su copa de su champán.
—No estoy segura de si debería beber esto. —Cora miró con
dudas su segundo vaso—. Después de dos copas prácticamente
estoy muerta.
—Bueno, entonces hasta el fondo, nena —ordenó Olivia, y luego
le gritó a Armand que pasaba por allí—. ¡Eh! Cora se emborracha
fácilmente.
Armand se acercó, sonriendo encantadoramente.
—Te cuidaré bien, dulzura.
Cora soltó una risita.
—Eso es lo que me temo. —Bebió a sorbos y le dio hipo.
—Ooh la la —se carcajeó Armand—. Cora, me has robado el
corazón.
Olivia pateó a Armand para llamar su atención.
—Entonces, ¿cómo hiciste para convencer a The Orphan?
Pensé que había jurado no presentarse en ningún sitio.
—Oh, por eso debemos dar las gracias a la señora Ubeli. —
Sonrió Armand—. O, mejor dicho, a su intimidante marido. —Dos
meseros que llevaban puestas las orejas de conejo se acercaron a
él y se lo llevaron.
—Bien hecho, Ubeli. —Olivia le dedicó una sonrisa traviesa—.
¿Qué le das a tu marido cuando es bueno?
—Olivia. —Cora golpeó a su nueva amiga con una almohada.
Olivia soltó risitas.
—Aw, hagamos el amor, no la guerra. —Olivia se inclinó,
fingiendo que intentaba besar a Cora.
—Oh, por Dios, mis sueños se han hecho realidad. —Armand
regresó y se paró frente a ellas, sonriendo de oreja a oreja. Había
perdido a sus dos guapos acompañantes, así como a su chaleco de
piel sintética.
Los labios de Olivia se desviaron en el último minuto y los
aplastó en su mejilla. Madre mía. ¡Inclusive había usado un poco de
lengua!
—Asqueroso —espetó Cora mientras se limpiaba la mejilla.
Olivia se rio.
—Nos vemos perra, voy por más alcohol. —Olivia se esfumó
nuevamente hacia la cocina.
—Solo somos tú y yo, nena. —Armand extendió sus brazos,
mostrando su impresionante pecho.
Tal vez fue la bebida. Tal vez fue la libertad que sintió esa noche.
Cora se arriesgó porque siempre había sentido curiosidad por su
tatuaje.
—Armand, date la vuelta.
Sonriendo de oreja a oreja, obedeció.
El tatuaje se extendía sobre sus hombros: plumas blancas de
ángel con las puntas chorreando tinta negra. Los músculos de su
espalda se acentuaban en sus hombros y se estrechaban hacia su
cintura. Levantó los brazos y sus alas parecieron moverse.
—Oh, vaya. —Cora extendió la mano, pero se apartó justo antes
de trazar el borde de una pluma. Estaba tan bien hecho. Pero
entonces él giró y le agarró las manos, levantándola de su asiento.
—Ven conmigo, querida Cora. Debes ver la vista.
Lo acompañó ávidamente. El alcohol la había hecho entrar en
calor y la noche se sentía como una aventura. Y los amigos.
¿Estaba empezando a tener auténticas amistades? ¿Con gente casi
de su edad?
Armand la llevó por el pasillo y subieron por una impresionante
escalera. Ella podía oír personas gritar más adelante mientras
recorrían el segundo piso.
—La casa fue construida hace un siglo. El balcón da al parque,
se puede ver todo el camino hasta una de las fuentes.
—¿Quién vive aquí? —Cora subió cuidadosamente las escaleras
en sus tacones, corriendo para seguir el ritmo veloz de Armand.
—Un amigo —dijo Armand a la ligera.
Llegaron a un descansillo, caminaron por un largo pasillo y luego
a través de una habitación que conducía a unas gigantescas puertas
francesas. Armand se adelantó y las abrió con un ademán
ostentoso, dejando al descubierto un balcón.
—Oh, vaya —respiró Cora. Toda la ciudad brillaba en destellos
dorados frente ella, extendiéndose más allá del oscuro bosque del
parque.
—¿Ves la fuente? —Armand se acercó a ella y le señaló. Cora
se puso de puntillas y estiró el cuello para ver. Por supuesto, había
géiseres encendidos más allá de los árboles.
—Es hermoso.
—Sí, lo es.
Se dio cuenta de que Armand estaba muy cerca de ella y se
alejó. Oh… Él no pensaba…
—Gracias por la invitación a la fiesta. Tal vez la próxima vez
Marcus pueda venir.
Le sonrió.
—Es bueno verte salir sin él. Ustedes dos parecen estar
pegados.
—Sí, bueno, ahora estamos casados —sacudió su mano
izquierda para mostrar su dedo anular—. Y me gusta tener noches
tranquilas en casa —era cierto. Le gustó mucho la noche previa. En
todo caso, antes de la discusión.
—Aburrido —Armand puso los ojos en blanco. Sus dedos
estaban ocupados en su pelo, despeinando los sexys mechones
oscuros y haciendo que se levantaran mientras hacía una pose de
modelo de revista.
—¿Qué hay de malo con lo aburrido? Tal vez me gusta lo
aburrido —lo empujó juguetonamente—. Puedo ser aburrida si
quiero.
—No quise decir eso. Eres todo menos aburrida —los oscuros
ojos de Armand le acariciaron el rostro.
—Como sea —Cora se dio la vuelta para mirar la vista—. De
todos modos, estoy planeando salir más. Divertirme más.
—Bien por ti. Y me alegro de que hayas salido esta noche,
princesa, aunque haya hecho falta Olivia para que finalmente
superaras al ogro y salieras de tu torre.
Cora frunció el ceño, pero Armand continuó balbuceando.
—Es decir, cada que vas a Doble M todos los estilistas se pelean
por atenderte. Eres graciosa. Y realmente tienes cerebro.
—Gracias —se rio—. Creo.
Armand agitó su mano.
—Ya sabes lo que quiero decir. Eres más que una tonta esposa
trofeo.
—¿Es eso lo que la gente piensa de mí?
—Mira, no es un secreto lo que tu marido hace para ganarse la
vida. Mucha gente piensa que es mejor él que la familia que solía
dirigir el negocio—Armand se le acercó nuevamente, pero estaba
demasiado distraída en sus pensamientos como para darse cuenta.
Tonta esposa trofeo.
—Nadie vio a Marcus tener citas, y mucho menos pensar que se
casaría. Tiene demasiado para ocultar. Y entonces apareces tú,
toda ingenua e inocente, un sabroso bocado para el gran lobo feroz.
Y te devoró enseguida —Armand se rio, justo en su cara—. Pero
eres lo suficientemente inteligente para saber lo que está pasando.
No puedes ignorar el asunto del gran cargamento que está llegando
y todo eso.
El intento de Cora de ocultar su cara de interrogación fue
demasiado tarde, y Armand se inclinó sobre ella con mirada gentil.
—No te lo dijo —extendió la mano y le acarició el pelo para
quitárselo del rostro—. Oh, Cora. La pequeña e inocente Cora.
Frunció el ceño y lo agarró por la muñeca.
—No me toques así —lo fulminó con la mirada. El alcohol en ella
se llevó parte de su dulzura—. No sé qué intentas decir, pero…
—Lo siento —Armand también se apartó de ella con su pelo
oscuro cayéndole sobre el rostro. Pareció recobrar su compostura,
como si le hubiera mostrado más de lo que pretendía—. Creo que
solo estaba bebiendo y no lo dije en serio —corrió hacia las puertas
francesas—. Quédate aquí arriba todo el tiempo que quieras…
tengo invitados que atender.
Se escabulló por las escaleras, dejando a Cora frotando su
cabeza, la cual había comenzado a doler repentinamente. ¿Qué
demonios fue todo eso? Armand nunca se había comportado así
cuando visitaba su spa Doble M o Metamorfosis. Siempre había sido
amable, aunque un poco empalagoso, pero pensaba que ese era su
estilo. Esta noche, habría pensado que la estaba seduciendo si no
fuera por los insultos disfrazados de elogios.
Tembló bajo el aire fresco de la noche. Que noche tan extraña.
Primero Olivia y luego Armand. ¿Tal vez tenían algo entre manos?
Quizá no debería asistir a más fiestas, simplemente quedarse en
casa y preguntarle a su marido sobre sus misteriosos asuntos.
Había un gran cargamento llegando. Tenía sentido, él siempre se
estaba dirigiendo a la zona de la ciudad llamada Styx, al sureste
cerca de los muelles.
¿Y qué si su marido no compartía su negocio con ella? Cora era
una mercancía para él, no una socia. Además, tal vez ella no quería
saberlo.
En algún lugar de la gran casa, una multitud de gente gritó
ruidosamente. Cora se preguntó despreocupadamente dónde
estaba su guardaespaldas. Probablemente buscando en los
rincones de esta gran y oscura casa.
—¿Señora Ubeli?
Cora se sacudió, cambiando sus facciones para lucir
debidamente arrepentida. Se giró, esperando encontrarse con su
guardaespaldas.
The Orphan estaba de pie justo entre las puertas del balcón.
Llevaba su habitual atuendo de jeans y camisa blanca. Tenía la
cabeza gacha y el pelo despeinado cayendo sobre sus ojos.
—¿Christopher? ¿Dónde están todos?
El cantante gesticuló con severidad, como para callarla.
—Están en la sala de cine. Estaba oscuro y me escabullí.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Por favor —se le acercó mientras tropezaba un poco y Cora
retrocedió, preguntándose si estaba borracho—. Tienes que
ayudarme. Nadie más lo hará.
Se le puso la piel de gallina en los brazos.
—¿Qué pasa?
—Se la llevaron —se veía la furia en sus ojos—. Iris. Mi
prometida. Fue a empacar en su departamento y a preparar todo.
Nos íbamos a fugar.
—¿Y luego se fue y no volvió? —Supuso Cora—. ¿Tuvieron una
pelea?
—No. Hemos peleado antes, pero no… no por esto. Se la
llevaron para que yo siguiera tocando —se paseó delante de las
puertas francesas mientras apretaba las manos.
—¿Quién crees que se la llevó, Chris? —Preguntó, a pesar de
que podía adivinar la respuesta.
—AJ. Quiere que toque. No nos dejará ir. No puedo tocar sin
ella. Nos va a matar a los dos —su voz se elevó un poco.
—Shh, vale. Déjame pensar —Cora se estremeció cuando miró
de nuevo a la ciudad. La noche de repente parecía inmensa y fatal
—. ¿Puedes ir a la policía?
—Tengo que esperar cuarenta y ocho horas. Además, no me
dejan ir a ningún sitio. La única razón por la que estoy en esta fiesta
es por una cuestión de publicidad—The Orphan empezó a pasearse
de nuevo—. Están actuando como si todo fuera normal, diciendo
que volverá pronto, que solo necesito terminar la gira de
conciertos… pero no responde a su teléfono. Siempre contesta
cuando llamo o me manda un mensaje si no puede hablar. Se la
llevaron, lo sé.
—Puedo hablar con mi marido…
—No —se acercó a ella y Cora dio un paso atrás hacia la
barandilla del balcón—. Por favor, no. AJ la matará si sabe que Ubeli
está involucrado.
—Entonces Chris, lo siento. No sé cómo ayudar —levantó las
manos, sintiéndose inútil—. ¿En dónde siquiera buscaría yo?
The Orphan buscó a tientas en su bolsillo por algo.
—El último mensaje que me envió… estaba en la Casa de la
Orquídea. Solía trabajar allí.
—¿La Casa de la Orquídea? —Cora trató de recordar dónde
había oído el nombre. El mejor establecimiento de la ciudad, dijo AJ
—. Ese es el club de AJ. No puedo ir allí —susurró con severidad.
—¿Cora? —Una voz masculina llamó por las escaleras. La
cabeza de ambos se giró en dirección al origen de la voz. Era
Marcus. Maldita sea, ella pensó que tendría un poco más de tiempo.
Había dicho que estaría ocupado esta noche.
—Tengo que irme —susurró.
—Por favor —Chris sacó una vieja y gastada foto tomada en una
cabina. Estaba Chris y a su lado Iris, hermosa con una impecable
piel de color moca y bonitos ojos. Iris se reía. Cora miró fijamente la
imagen. Tanta felicidad ondeando frente a ella. Fuera de su alcance.
—Ella necesita ayuda. Y no tengo a nadie más a quien acudir.
Cora tomó la foto. Ella había estado sola en la ciudad una vez,
indefensa y sin nadie para salvarla. Y entonces un príncipe azul
llegó a rescatarla. O eso es lo que ella había pensado.
Sus ojos se cerraron y tomó un revitalizante respiro. Ya no
estaba indefensa.
—Cora, ¿estás arriba? —La profunda voz de Marcus retumbó.
Ella miró por encima de su hombro mientras él seguía gritando—.
No me hagas subir.
Cuando levantó la vista, Chris había desaparecido.
—Espera —miró a su alrededor frenéticamente, sosteniendo la
foto, pero estaba sola. Metiéndosela en el sostén, se giró para
volver a atravesar las habitaciones y bajar las escaleras, pero era
demasiado tarde.
Marcus estaba de pie en la puerta. Y no parecía contento.
CAPÍTULO 8

—Marcus, yo… —Cora empezó.


—Ni una palabra más. —Sus anchos hombros bloquearon la luz.
Las sombras se cernieron a su alrededor y se convirtieron parte de
él, inundando y arrojando a Cora a la oscuridad.
—Pero yo…
Marcus redujo el espacio entre ellos en dos zancadas y luego
llevó su mano a su mandíbula.
—Ábrela.
Los ojos de Cora fueron capturados por la oscura intensidad de
su mirada, obedeció y abrió la boca.
Él sacó algo de su bolsillo y luego metió en su boca dos
pequeñas y frías bolas metálicas con un diminuto hilo que las unía.
Cada bola tenía alrededor de dos centímetros de circunferencia.
—Ahora chupa —gruñó sombríamente en su oreja.
Obedientemente pasó su lengua alrededor de las piezas
metálicas que parecían goma de mascar. Sus ojos estaban
interrogativos, pero ella había sido muy bien adiestrada.
—Si la memoria no me falla, creo que te dije que no podías venir
a esta fiesta esta noche.
Cora trató de responder en su defensa, pero su respuesta fue
ininteligible debido a las bolas.
—Silencio. —Marcus llevó un dedo a sus labios—. Ni una sola
palabra —y luego extendió su mano frente a su boca.
Ella dejó que las bolas cayeran en su palma.
—Marcus, ¿qué…?
—Dije que ni una sola palabra —la regañó, y por la mirada
oscura de sus ojos, Cora pudo ver que lo decía en serio—. Date la
vuelta. Súbete el vestido e inclínate hacia adelante. Así es. Bájate
las bragas y pon las manos en la pared.
Con tanta gracia como pudo, se puso en posición. Así era como
siempre sucedía. Él ordenaba, ella obedecía.
La foto de la feliz pareja quemaba contra su pecho mientras ella
esperaba con su culo desnudo asomándose. Marcus y ella jugaron
algunos juegos pervertidos, seguro, pero nunca en una casa ajena
con una fiesta llevándose a cabo en el piso de abajo. ¿Iba a follarla?
¿Aquí?
—Tan bonita y obediente —Marcus le acunó la nalga derecha,
manoseándola y dándole un ligero azote. Hizo lo mismo con la
izquierda, pero a esta dándole un azote un poco más fuerte—. Al
menos cuando estoy aquí con mis manos sobre ti. Pero has sido
una chica traviesa, ¿no? No soy bondadoso cuando pones en
peligro lo que es mío —su voz descendió más. Cora tembló, pero no
de miedo—. Abre las piernas, ángel. Voy a recordarle a este coño a
quién le pertenece.
Cora las abrió. Oh Dios, oh Dios, él iba a…
Un largo dedo se deslizó en su resbaladizo coño, explorando
lentamente. Ella arqueó su espalda, ya desesperada por él.
Demasiado como para luchar por su independencia.
—Estás tan mojada, nena. ¿Para mí? —Su voz se volvió oscura
como la noche—. ¿O para alguien más?
—Para ti —gimió, presionando su frente contra la pared—. Solo
para ti.
Su dedo siguió entrando y saliendo de ella.
—¿De veras? ¿Entonces qué hacías aquí arriba sola?
Cora cerró los ojos. Sola. Marcus no había visto a Christopher.
No pensó que se estaba escabullendo para una cita a escondidas.
—Quería ver la casa de Armand. Necesitaba un segundo a
solas. La fiesta, toda la gente, era…—Marcus añadió otro dedo y su
voz se entrecortó—. D-demasiado.
—Mi dulce y protegida inocente. Mi guardaespaldas me llamó
para decirme que te habías escapado. Le dije que mi amada esposa
no causaría tantos problemas a propósito. Ni se pondría tan
tontamente en peligro.
—Por favor, no lo castigues. No fue su culpa.
—Castigaré a quien quiera. Y ahora mismo… a ti.
Una ráfaga de aire sopló contra sus muslos desnudos. Cora miró
hacia atrás para ver lo que estaba haciendo, pero con un severo
movimiento de su cabeza, Marcus le ordenó que mirara al frente. No
tuvo que esperar mucho.
Con dedos fuertes, Marcus empujó las bolas metálicas en su
interior. Cora se centró en ello casi sin respirar. De inmediato su
sexo se apretó, y una onda la atravesó mientras el peso de las bolas
presionaba deliciosos puntos en su interior.
—Estas —dijo Marcus—, se llaman bolas chinas. Las tendrás
dentro. —Le subió las bragas, le bajó el vestido y le volvió a azotar
el trasero. Cora gritó mientras las bolas se sacudían dentro de ella.
—Cuidado —Marcus le advirtió en lo que sonó como un oscuro
tono divertido—. No querrás que se caigan.
Lentamente, Cora se enderezó. Sus piernas se tensaron,
queriendo apretarlas juntas. Las bolas se movieron en su conducto
húmedo, enviando tensas oleadas de placer a través de ella. Darse
la vuelta le tomó una eternidad.
Con una perversa sonrisa, Marcus extendió la mano.
—¿Vamos? —murmuró con un tono inocente.
—Marcus —gimoteó, agarrándole la mano mientras sus rodillas
amenazaban con ceder—. No me vas a hacer caminar así… No
puedo…
La acercó, su gran cuerpo cerniéndose sobre el suyo. Su rostro
se tornó gentil.
—Está bien, diosa. Estaré contigo en cada paso del camino.
Quieres complacerme, ¿verdad?
Su interior se humedecía; un líquido dorado hervía lentamente a
través de sus venas. No podía resistirse a él de esta manera, al
amable y cariñoso marido que quería.
—Sí. —Su voz tembló al igual que sus piernas.
—Entonces camina y muéstrame que estás aprendiendo la
lección. —Su sonrisa se torció cruelmente en las comisuras, incluso
cuando al instante siguiente añadió de manera gentil—: Te tengo.
Agarrando la mano de Marcus con la suyas, Cora logró bajar las
escaleras. Las bolas sonaban en su interior, pero se acostumbró a
su peso. Sus bragas estaban empapadas.
Al pie de las escaleras, un grupo de guardaespaldas esperaba.
Ninguno de los rostros era familiar. Cora levantó su barbilla y los
ignoró, esperando que no prestaran demasiada atención a pasos
cortos y en el rubor que pintaba sus mejillas.
—Tranquila —murmuró Marcus, rodeándola con un brazo como
si se encontrara inestable por estar borracha. La condujo a través de
los salones, que se encontraban menos lleno que antes. Por lo que
parecía, la fiesta se había trasladado a la parte trasera de la casa.
Modelos y camareros se dispersaron, guardando silencio y
arrimándose hacia las paredes en el momento en que las Sombras
entraron.
—Señor Ubeli. —Armand se abrió paso a través de un grupo de
gente junto a la puerta, con Olivia a su lado. Cora se obligó a
sonreír, rezando para que su cuerpo se comportara.
—Excelente fiesta —le dijo Marcus—. Discúlpanos, no podemos
quedarnos. Mi esposa no se siente bien.
Los ojos de Olivia se abrieron de par en par. Armand asintió con
la cabeza, comprendiendo. Para tranquilizarlos, Cora se despidió
con la mano.
—Nos vemos —le dijo a Olivia mientras Marcus la guiaba hacia
la puerta.
Su marido era un perfecto caballero, ayudándola a bajar los
escalones y guiándola hasta el coche que los esperaba. Sin
embargo, tan pronto como se alejaron, la empujó hacia adelante y el
movimiento hizo que las bolas se sacudieran dentro de ella.
—Oh —jadeó.
—Tranquila. Ya casi llegamos al coche.
Se metió en el asiento trasero y se desplomó, jadeando. Si las
bolas se movían un centímetro más dentro de ella, se acercaría al
orgasmo.
Marcus la siguió, sentándose al lado de ella. Golpeó la ventana
divisoria para hacer una señal al conductor, y se inclinó hacia atrás
como si fuera a disfrutar de un espectáculo.
—Siéntate —exigió—. Piernas abiertas. Súbete el vestido.
Soltando un murmullo ansioso, Cora descubrió sus piernas hasta
los muslos.
—Sin bragas.
—Marcus, no creo…
—Hazlo.
Se quitó el pedazo de encaje blanco empapado y separó las
rodillas. Marcus la observó con la mirada gacha La miró como una
pieza de arte, un objeto que le pertenecía.
—Muévete hacia adelante y hacia atrás en el asiento.
Lo hizo y oh… ¡oh! Las bolas rodaron en su interior. Milímetros
que se sentían como metros. El peso de las bolas presionaba en
todos los puntos correctos.
—Marcus, por favor —jadeó—. Voy a…
—Detente —espetó—. No te corres sin permiso.
—¿Puedo?
—No. Te deshiciste a propósito de tu guardaespaldas y te
escabulliste a una casa llena de extraños haciendo todo tipo de
estupideces. Podría matar a Armand por haber invitado a The
Orphan —sacudió la cabeza con mirada oscura—. ¿Y si hubiera
habido otro disturbio? ¿Y si alguien te hubiera agarrado?
—No culpes a Armand.
Marcus levantó su mirada tormentosa, clavándola en el asiento.
—Te mantendré a salvo, Cora, aunque tenga que encadenarte a
mi lado.
Y aquí estaba. Marcus la protegía, pero no la amaba. La quería,
sí, pero solo como un objeto que podía controlar.
—Encadenarme a ti no me mantendrá a salvo —dijo
abruptamente—. ¿Recuerdas la última vez? —Puso su mano sobre
su estómago, justo en el lugar donde recibió la bala—. A tu lado no
estoy segura —lo dijo en voz baja, pero él lo escuchó.
La mandíbula de Marcus se apretó. El calor de su ira la envolvió,
explotando como una bomba en el coche. Cora apenas podía
respirar.
Y entonces, así como así, desapareció, guardándose dentro del
temible hombre que tenía frente a ella.
—Por ese arrebato —dijo en un tono moderado pero con la
mandíbula apretada—, no te correrás por un largo tiempo.
La hizo mecerse en el asiento y detenerse tan pronto como su
placer se acercaba al límite. Al final, Cora se encontró agarrada del
borde del asiento mientras se lamentaba. Ella y su estúpida bocaza.
¿Por qué había dicho eso? No es como si hubiera cambiado las
cosas. Excepto que ahora podía llorar por estar tan cerca del
orgasmo y que se le negara el paraíso una y otra vez.
Su cabeza miraba hacia abajo y jadeaba mientras el coche se
detenía.
—Llegamos.
Allí había otro rascacielos con fachada lujosa y una alfombra roja
llena de paparazzi con sus cámaras. Un segundo, ¿qué?
—¿Dónde estamos?
—Cena de donación. Presentaré al orador principal.
—¿Qué? —Su boca se abrió. No podía estar hablando en serio.
¿Cora era un desastre jadeante y Marcus esperaba que se
presentara en una alfombra roja?
—Decisión de último minuto. El alcalde solicitó mi presencia. Y
por supuesto te necesito a mi lado.
Lo miró boquiabierta.
—Vístete —ordenó, sonando casi cansado—. Cúbrete.
Buscó sus bragas pero Marcus se adelantó.
—Me quedaré con estas —se las llevó al rostro para olfatearlas y
después meterlas en su bolsillo
Ahora no había nada entre su vagina y el aire. No había red de
seguridad en caso de que las bolas fueran a caer.
—¡Marcus!
—Puedes hacerlo —dijo en ese tono gentil y alentador. Como si
fuera un marido cariñoso y no su torturador—. Si eres buena, te
dejaré llegar al clímax más tarde.
Hablaba en serio.
—Pero... —jadeó mientras su mano se iba a su cabello—.
Marcus, estoy toda… —era un desastre sudoroso, eso es lo que
era.
Las manos grandes y gentiles de Marcus le quitaron las
preocupaciones. Marcus se arrodilló ante ella, acomodando sus
mechones sueltos.
—Te ves hermosa —le dijo con firmeza. Pasó un dedo por el
borde de su vestido y sus pezones se endurecieron en respuesta—.
Perfetto. Recuerda, eres mía. —Con un beso que pareció quemarle
los labios, la sacó del coche.
Marcus posó con su brazo alrededor de los hombros de Cora,
ante los cegadores flashes de las cámaras. La sostuvo mientras la
guiaba por la alfombra roja, haciendo el papel de marido cariñoso.
Vale, vale, ella podía hacer esto. Mantén la calma. No dejes que
los buitres vean que algo está mal. Y en realidad, no era como si
algo lo estuviera. Su marido estaba jugando con su mente y su
cuerpo, como siempre.
Excepto que, oh sí, si aquellas malditas bolas caían en la
alfombra roja, estaba bastante segura de que moriría de
mortificación. Aprieta. Apretó aún más sus paredes internas y
mantuvo sus muslos juntos mientras intentaba poner una sonrisa
natural para las cámaras.
Se inclinó hacia Marcus, manteniendo sus pasos suaves y
controlados. Si llegaba a verse más rígida y sonrojada que de
costumbre, entonces podría culpar a los abrumadores paparazzi por
su incomodidad.
Afortunadamente, ella y Marcus llegaron unos minutos tarde, así
que la cena ya había comenzado. Aparte de algunos movimientos
de cabeza hacia la gente que conocía, Marcus no la soltó ni la dejó
ir hasta que encontraron su mesa. Le retiró la silla y Cora se hundió
agradecida. Gracias al cielo, las malditas bolas se quedaron dentro.
Marcus le tocó el hombro y se dirigió al frente.
Viéndolo alejarse, Cora sintió una punzada de deseo mientras su
marido subía al escenario. Si él no fuera tan guapo y su presencia
tan imponente, entonces tal vez ella tendría alguna oportunidad de
resistirse a sus encantos. Su cabeza oscura se inclinó un momento
para hablar con el hombre que lo presentó, que era de mucho
menor estatura que él.
Pero cuando se enderezó y observó a la multitud con una
autoridad casual, Cora se quedó sin aliento. Realmente era más que
hermoso, maldita sea.
—Buenas tardes. —Su profunda voz rodó por la multitud.
Algunas damas se sentaron más erguidas y con rostros se
iluminaron bajo el espesor de su maquillaje. Cora sintió una
innegable punzada de celos. Ni siquiera lo piensen, es mío. Debería
querer que Marcus la superara a ella y a su lecho matrimonial, pero
ese pensamiento la quebró. Por mucho que le gustara odiarlo, si
Marcus la dejaba por otra mujer… El solo pensamiento le causó
náuseas.
La mirada de Marcus abandonó a la multitud y se posó en ella.
Cora se quedó quieta.
—Preparé un largo y glorioso discurso para presentar al
siguiente orador, pero mi esposa me pidió que fuera breve. Y vivo
para mantenerla feliz.
Le sonrió y un hoyuelo apareció en su rostro, Cora se humedeció
por dentro. Un rubor le quemó las mejillas mientras una ligera risa
recorría la habitación y la gente se volvía para mirarla. Mantuvo sus
ojos en Marcus, como si mirándolo fijamente por suficiente tiempo,
podría entender por qué, por qué, él tenía el efecto que tenía sobre
ella. Dios, ¿qué se necesitaba para sacarlo de su corazón? Porque
por mucho que lograra restarle importancia a juegos como el de esta
noche, ¿todo aquello valía la pena si al final del día Marcus todavía
no la amaba… y nunca lo haría?
—Sin más preámbulos, es un gran honor para mí presentar al
hombre del momento. Nuestro ilustre alcalde preparado para un
nuevo mandato: ¡Ezekiel Sturm!
Cora estiró el cuello para ver a la familiar cabeza rubia del
alcalde titular mientras subía al escenario. El hombre era tan guapo
como en su fotografía, con una sonrisa juvenil que le hacía ganarse
el cariño de todos. Saludó a todas las personas que vitoreaban. En
el alboroto, Marcus se escabulló del escenario sin estrechar la mano
del alcalde.
Ezekiel Sturm se acercó al podio como si le perteneciera. Cora
trató de distraerse de sus pensamientos sentimentales
concentrándose en alcalde, evitando intencionalmente mirar a
Marcus mientras volvía a la mesa.
—Amigos, por favor, llámenme Zeke. La única persona que me
llamaba Ezekiel era mi madre, que en paz descanse. Y solo cuando
estaba en problemas. —Puso una cara cómica y se encogió de
hombros.
La multitud rugió. Durante su discurso, el apuesto político
continuó haciéndoles reír hasta que todos se encontraron comiendo
de la palma de su mano. Incluso Cora sonrió a regañadientes.
Sturm abarcó la educación, la economía y, en un momento dado,
el crimen.
—Cuando asumí el cargo, esta ciudad estaba en manos de
familias mafiosas. Con el apoyo del comisionado y nuestros
uniformados, hemos vuelto nuestras calles seguras.
—¿Me extrañaste? —murmuró Marcus mientras tomaba su
asiento junto a Cora. Unas cuantas personas cercanas a su mesa
dedicaron un segundo a examinarlos. Hora de interpretar su papel.
Estaba acostumbrada y era mucho más sencillo que lidiar con sus
emociones reales. Cambió su expresión a una de adoración y
abanicó sus pestañas hacia su marido.
Pero después, cuando la atención dejó de estar sobre ellos,
siseó:
—No tenías que mencionarme delante de todo el mundo.
Marcus tomó su mano y le besó los nudillos. Cora casi podía oír
a las mujeres mayores del público suspirando por su caballerosidad.
Mientras seguía presionando su mano contra su boca, le dedicó una
perversa sonrisa.
—Casi menciono que preferías a Sturm antes que a mí, pero
imaginé que eso estaba demasiado cerca de la realidad.
Cora apartó la mano y miró al escenario.
—Ni siquiera conozco al alcalde. La única razón por la que lo
prefiero es porque no me tortura como tú.
Se estremeció cuando Marcus la acercó a su lado. Sus dedos
recorrían de arriba a abajo su brazo, acariciándola suavemente, tan
suavemente. Cora sintió las caricias justo en su sexo, que estaba
más apretado que nunca.
—Pero te encanta, ¿no? Toda esta tortura… la disfrutas.
—Disfruto cuando se acaba.
—Yo también lo haré. —La petulante promesa ocasionó que su
vientre se estremeciera —. Ahora sé una buena chica y presta
atención. El alcalde le está diciendo a la ciudad lo mucho más
segura y próspera que es bajo su mandato. Mentiras, por supuesto.
La única razón por la que New Olympus sigue en pie y no es un
agujero humeante en ruinas, es por mi mandato.
—Deberías haber dicho eso en tu discurso.
—La próxima vez lo haré. Tú me presentarás.
—Le diré a todo el mundo la verdad.
—¿Qué verdad? ¿Que mimo a mi esposa y le doy todo?
—No. —Cora le sonrió dulcemente a la nada, suprimiendo un
escalofrío mientras Marcus recorría la curva de su oreja—. Que eres
el diablo. —Casi se encogió de miedo al decirlo. ¿Por qué lo estaba
incitando? A veces le gustaba enfrentarse a él, como un gatito
arañándolo inútilmente con sus garras.
Aparentemente, esta noche era una de esas veces. Él se rio y
detuvo sus lentas y atormentadoras caricias. Cora se sintió aliviada,
pero también decepcionada.
—Soy un demonio y no soy el único en esta ciudad. —Inclinó la
cabeza hacia un par de hombres que pasaban—. Pero soy el más
poderoso. Todos quieren tratar conmigo. Como el diablo, vienen a
negociar conmigo y se van con todo lo que desean.
—Excepto su alma.
—Excepto eso. —Sonrió con suficiencia.
El alcalde terminó y Marcus hizo alarde al ponerse de pie y
aplaudir, sus lentos y suaves aplausos resonaron por encima del
resto. La noche continuaría con entretenimiento y amables
peticiones de donación.
Marcus puso su mano en el hombro de Cora.
—¿Y tú, Cora? ¿Soy dueño de tu alma?
—No —negó rotundamente, rezando de que no fuera una
mentira—. Solo del resto de mí. Como sabes muy bien.
Esperó mientras Marcus hablaba con unas cuantas personas. La
mayoría eran hombres que lo saludaban en voz alta y luego se
inclinaban para llevar a cabo sus negocios en voz baja. Marcus se
paró al lado de su silla mientras les hablaba, manteniendo su mano
en la nuca de Cora.
Cora bebió de su vino, descansando, agradecida por el respiro.
Agradecida y ansiosa. Marcus apenas había empezado y ella ya
tenía el presentimiento de que esta noche pondría a prueba sus
límites. No estaría satisfecho hasta demostrar su total control sobre
su cuerpo y sus sentidos. Tal vez incluso su alma, como acababa de
decir. La dejaría sin nada.
Y aun así… una gran parte de ella no podía esperar a llegar a
casa. Por mucho que anhelara su amor, aceptaría su dominación.
¿En qué la convertía eso?
Inclinándose hacia adelante como si fuera a arreglar su zapato,
dejó caer su pelo sobre su pecho y sacó de su sostén la foto que
Christopher le había dado para meterla en su bolso de mano. No
necesitaba volver a mirarla; la tenía memorizada.
Iris tenía el amor que Cora deseaba, pero Cora tenía a Marcus.
Al arrogante, poderoso, frustrante y sexy Marcus. Su marido. No lo
cambiaría por nada, ni siquiera por los restos de su corazón. O su
dignidad. O su alma. Él era el diablo, en efecto.
Como si percibiera sus pensamientos sobre él, Marcus miró
hacia abajo con una sonrisa indolente. Su pulgar rozó su mejilla.
—Uno minutos más, ángel.
Las personas con la que él hablaba libraron a Cora de sonreír.
Qué suerte, las mujeres pensaban. Qué marido tan cariñoso.
Cora levantó el brazo y tomó la dura mano de Marcus. Él la
apretó y no la soltó. Ella examinó el pelo oscuro espolvoreándole la
piel aceitunada.
Marcus no sentía amor por ella, solo obsesión, pero si Cora no
podía tener lo primero, tomaría lo segundo. ¿Sería suficiente para
ella?
Su aliento se aceleró cuando Marcus se despidió, la ayudó a
levantarse de su silla y le ofreció el brazo con su ceño fruncido
cínicamente.
—¿Cansada?
—En realidad no.
Sería como si la llevara a casa y la acostara a dormir sin aliviar el
deseo que él mismo había avivado. Si hiciera eso, Cora podría
gritar. No es que no gritara de igual manera si se la follara. Siempre
perdía el control cuando Marcus la reclamaba suya. Y después de
esa noche de turbulentos pensamientos, Cora quería eso más que
nada. Quería la dicha de perderse en él y que hiciera desaparecer el
tiempo y el espacio de esa forma que solo podía hacer él.
—Bien —ronroneó en su oído—. Porque la noche aún no ha
terminado. —Su mano cubrió la de Cora, la cual descansaba en su
brazo.
—Discúlpennos —le anunció al grupo de empresarios con los
que había estado hablando—. Le prometí a mi esposa un recorrido
por la galería de arte.
—He oído que es impresionante —dijo un hombre de pelo
plateado—. Aunque está cerrada a esta hora de la noche.
—Arreglé una visita nocturna. Preferimos… privacidad.
Los hombres se rieron ante eso y Marcus condujo a Cora a un
ascensor. Una Sombra salió de las penumbras para darle algo.
Marcus murmuró algo que sonaba como mantén el área segura
antes de insertar una tarjeta de acceso en una ranura encima de los
botones del ascensor.
—¿Dónde está la galería de arte? —preguntó Cora con voz
tranquila, a pesar de que su corazón palpitaba con fuerza.
—Arriba —su marido se enderezó y sus anchos hombros
llenaron el espacio. No era solo su altura y su poderoso cuerpo, sino
su mera presencia la que dominaba el entorno—. Es una nueva
instalación, parte de la remodelación.
—Déjame adivinar, tus negocios tuvieron algo que ver con eso.
—El arte es una buena inversión.
—Y es hermoso.
—Eso también —se volvió hacia ella y sus ojos la envolvieron
por completo. Cora fingió ignorarlo mirando al frente, pero su cuerpo
canturreaba al saber que Marcus se encontraba inspeccionándola
como si fuera la pintura “la pequeña bailarina” de Degas que él
quería comprar.
Él presionó el botón de emergencia. El ascensor se detuvo con
un zumbido amenazador.
Y así es como comienza.
—Marcus —dijo sin aliento. Su mano subió a su cuello y su
pulgar acarició un punto sensible.
—¿Cómo está tu coño? —Cora cerró los ojos—. ¿Bien ¿O mal?
El pulso de Cora palpitaba bajo la palma de la mano de Marcus.
—Pobre mujer. ¿Qué puedo hacer para que te sientas mejor?
¿Hmm? —Se inclinó más cerca—. ¿Estás mojada por mí? Déjame
comprobarlo.
Se arrodilló, subiéndole el vestido. Cora cedió y se apoyó contra
la pared del ascensor mientras alargaba un brazo hacia él.
—Manos en la espalda —ordenó bruscamente y se inclinó hacia
adelante después de que ella obedeciera. Sus dedos se agarraron
desesperadamente de la barandilla de metal detrás de ella—. Pobre,
dulce y abandonado coño. Estoy aquí —canturreó con sus labios
rozándole los labios de la vulva. Cora estuvo a punto de correrse en
ese momento. Estaba perdiendo la razón mientras empezaba a
flotar, su cuerpo ardía de deseo.
—Marcus… por favor…
—Tienes permiso. De hecho, espero que te corras. Varias veces.
Si no lo haces, me disgustaré mucho —lo enfatizó con un beso en
su empapado coño.
Las manos de Cora se agarraron a la barandilla, deseando poder
agarrar sus hombros y sujetarse. Pero no, Marcus había dicho que
mantuviera sus manos detrás de su espalda. Obediencia equivalía a
placer. Todo era tan simple cuando estaban juntos así.
Le levantó la pierna derecha y la apoyó sobre su hombro.
—Siéntete libre de gritar —comentó antes de sumergirse en ella.
Se dio un gustoso festín con ella, mordisqueando sus labios
inferiores y separándolos con su lengua.
Su cuerpo convulsionó y luchó por mantenerse de pie sobre su
pierna izquierda. Marcus ajustó su hombro bajo su pierna derecha
mientras se acomodaba y lamía su sexo de arriba a abajo.
—¡Oh, oh, Marcus! —No pudo evitar gritar.
Su pierna de apoyo la abrió más hacia él, y usó sus dedos para
separar y probar su sexo mientras su lengua se agitaba contra su
clítoris.
Eso era… era tan increíble, que ella ni siquiera pudo…
Con un gruñido, hundió sus dedos profundamente, frotando su
pared interior. Cora se apoyó de puntillas. Oh. Las bolas en su
interior empujaron más arriba en su conducto. El peso de las bolas
junto a los dedos encorvados de Marcus enviaron ondas de choque
que retumbaron a través de ella.
—Córrete para mí —ordenó y ella lo hizo, con sus piernas
colapsando mientras se fundía contra la pared. Solo la mano de
Marcus en su cadera y su hombro la sostuvieron y la mantuvieron
erguida—. Mi esposa —se levantó y la besó. Cora degustó el sabor
salado, probándose a sí misma, y en el fondo estaba Marcus.
Siempre Marcus, dominando sus labios y boca mientras su cuerpo
palpitaba por las secuelas del orgasmo.
Su pulgar acarició el borde de su mandíbula y sus miradas se
perdieron la una en la otra. En momentos como estos, cuando su
cuerpo y su corazón estaban al descubierto, Cora se preguntaba si
había caído dentro de un sueño. En esa dulce paz. Como
Christopher e Iris, el tipo de amor eterno que inspiraban sus
cautivadoras canciones.
Entonces Marcus le metió los dedos en la boca.
—Cuando te vi supe que eras sumisa. Solo necesitabas una
mano dura.
Sacó sus dedos y los limpió en su vestido. La habitual
humillación hizo que sus mejillas ardieran. Hasta allí llegó la dulzura.
—Lo hiciste bien. Me has complacido.
Cora apretó los dientes.
—¿Qué se dice?
—Gracias —dijo ella.
—Buena chica.
Buena chica. Siempre decía eso. Buena chica, buena chica,
buena chica. Tan jodidamente condescendiente. No era algo que le
decías a quien considerabas tu igual.
Entonces, Cora no era su igual ¿verdad? No para él. Era un
buen polvo. Por supuesto que Marcus nunca la amaría. ¿Cómo
podría amar a su “buena chica”, su objeto sexual que le quitaba las
ganas cuando no estaba paseando por ahí como su esposa trofeo?
Al inicio de la noche se dijo a sí misma que aquello era
suficiente. Que podía estar satisfecha mientras tuviera esto.
Pero, maldita sea, ¿no se merecía más? ¿No merecía ser
amada? ¿Realmente amada? ¿Por qué estaba aguantando las
cosas a medias? ¿Realmente tenía tan poco aprecio por sí misma?
Agachó su cabeza lejos de Marcus.
—Yo… necesito un momento.
Se alejó y pulsó el botón del ascensor. El suave ascenso
comenzó, pero el corazón de Cora permaneció unos cuantos pisos
más abajo, en el espejismo del hombre cariñoso que su marido
podía ser.
—¿Estás bien? —preguntó casualmente. No es como si le
importara. Tanta riqueza y privilegio y no podía permitirse el lujo de
preocuparse.
Cuando ella permaneció en silencio, la llamó por su nombre.
—Cora, respóndeme.
¿Quería que hablara? Le daría palabras.
—Sabes, podría haberte amado.
No reaccionó. Su rostro no mostraba ninguna señal de que ella
hubiera lanzado el primer golpe.
—¿No me quieres? —preguntó él.
—Como si pudiera después de lo que me has hecho.
—¿Es eso un no? —Una sonrisa socarrona amenazó con salir
justo antes de que su expresión se suavizara. Estaba tan tranquilo
como un abogado interrogando a un testigo.
Maldito arrogante.
—No, Marcus, no te amo. Ya no. No como antes.
Cora recordó todo, cuánta esperanza había tenido hasta la
noche de bodas. Cómo Marcus había sostenido toda su felicidad en
la palma de su mano. Y cómo la había dejado caer y luego
destrozado.
—Podrías haberte casado conmigo y darme la luna de miel de
mis sueños. Podrías haberme hablado de tu hermana. Habría
llorado contigo. Si me hubieras dicho la verdad y te hubieras abierto
a mí, podríamos haber… —Su voz se ahogó con todos los posibles
“hubiera”.
Marcus todavía la miraba sin expresión.
—Pero elegiste castigarme. —Su voz se quebró y luchó por el
control—. Quebrarme.
Él se acercó a ella y Cora se alejó. No iba a llorar. No.
—Puedes tener amor o puedes tener venganza. Ambos
sabemos lo que elegiste.
Marcus miró a su esposa temblar bajo la fuerza de su ira y su dolor.
Ojos azules, del color del cielo de verano. Cabello rubio oscuro,
como los campos de trigo. Tez pura, como la seda, y su aroma
fresco como el aire del campo.
Nunca había visto nada como ella, no en su ciudad. Ella bajó del
autobús a su mundo, y él sabía que si no la tomaba y la reclamaba,
la ciudad se la comería viva.
Toda esa inocencia lista para ser manchada. La salvó de una
larga y dura caída. La salvó.
Debería estar agradecida.
Pero en vez de eso, lo miró con una expresión tan cercana al
odio como nunca la había visto.
Marcus se puso de pie frente a ella.
—No es hora de cuentos. No soy un apuesto príncipe. Los
cuentos de hadas no son reales.
Cora levantó la barbilla. Esa vibrante fuerza interior, la esencia
que Marcus no podía tocar. Que no podía quebrar.
—El amor lo es.
—Si crees eso, entonces no estás realmente dañada.
Ella empezó a sacudir la cabeza y él le agarró la barbilla,
obligándola a enfrentarse a él.
—Arriesgaré todo, incluso tu odio, para mantenerte a salvo. Para
dejarte vivir en un mundo donde crees que el amor es real.
La expresión de Cora se suavizó. ¿Lo ven? No podía odiarlo.
Estaba demasiado llena de bondad. La luz en ella lo salvó de la
oscuridad, incluso cuando merecía su odio y se había ganado su
aversión una y otra vez.
—Oh, Marcus —susurró—. ¿En qué te has convertido?
Por un momento, él titubeó. Le diría que no quería venganza.
Que tenerla era suficiente si se entregaba completamente a él…
Pero no. Eso estuvo muy cerca de ser una humillación. Y él no
se humilló. Los hechos no cambiaban que su cara estuviera en su
coño o que Cora estuviera de rodillas con su pene muy dentro en su
garganta. Él la poseía.
Cuerpo, mente, alma. Corazón. Fin de la historia.
Casi llegaban al último piso, pero no del todo. Lo suficientemente
cerca. Necesitaba darle una lección a su mujer, a su esposa.
Presionó un botón.
—Pensándolo bien, creo que tomaremos las escaleras.
Las puertas se abrieron y él sacó una mano.
—Después de ti.
Cora dio unos pasos temblorosos en la oscuridad. Él había
dejado las bolas en su interior. Tenía que apretar sus músculos y
aceptar otra ronda de excitación comenzar a crecer. Las luces del
sensor de movimiento parpadearon. Un museo de paredes blancas
y suelos de madera brillante se extendió enfrente a ellos, lleno de
estatuas.
—Corre. —Le ordenó fríamente. Pudo escuchar su corazón
detenerse.
—¿Q-qué?
—Corre —repitió, quitándose la chaqueta. La colgó en una
estatua cercana y comenzó a arremangarse—. Voy a perseguirte. Si
llegas al otro lado sin que se te caigan las bolas… —arqueó una
ceja—. …obtienes una recompensa —bajó el tono de voz—. Pero si
las dejas caer…
Las pestañas de Cora se agitaron y su respiración se aceleró.
—¿Y si me atrapas?
—Si te atrapo, obtendré la recompensa.
—¿Cuál es la recompensa?
Marcus miró fija e intensamente a los ojos de Cora, los cuales
miraban de un lado a otro, antes de finalmente quedarse quietos y
centrarse en los suyos.
—Todo lo que quiera.
Cora tragó saliva.
Marcus había mentido antes. Algunas partes de los cuentos de
hadas eran reales. Como el lobo feroz que perseguía a una chica
inocente. Él era el cazador. Ella era su presa.
Y ahora estaba a punto de entender que nunca, jamás,
escaparía de él.
Cora se quitó los zapatos y se fue por las escaleras. Marcus se
apoyó en la barandilla, mirándola irse. Casi no podía correr. Su
trasero se movía de un lado a otro en su intento de mantener sus
muslos juntos para que las pesadas bolas se quedaran dentro de
ella. Marcus sacó las bragas del bolsillo de su abrigo y dio una larga
inhalación antes de comenzar a subir las escaleras.
Cora echó una mirada por encima de su hombro y soltó un
gemido cuando vio que la estaba siguiendo, y lo rápido y fácil que la
estaba alcanzando.
Oh, a él le gustaba mucho este juego.
Cora se adelantó, moviéndose rápidamente alrededor de las
instalaciones y los pedestales de las estatuas. Él caminaba detrás
de ella, como un cazador que conocía a su presa. A su paso, Cora
dejaba el aroma de su excitación.
Llegó al final de la habitación y se deslizó por la puerta. Marcus
se acercaba a ella, incluso con su caminar firme y parejo. Sus
piernas eran más largas y Cora tenía que dar pequeños pasos
cortos o arriesgarse a ser castigada por perder las bolas.
Era eso, o ella quería que él la atrapara. Sonrió al pensarlo. A
pesar de todas sus protestas, su cuerpo reconocía a su amo.
Marcus se detuvo justo afuera de la puerta, permaneciendo en
las sombras mientras se asomaba al interior. La segunda habitación
tenía solamente una escalera gigante que subía en espiral varios
pisos hacia el cielo.
Un enorme candelabro resplandecía encima, con cada uno de
sus cristales girando lentamente, de modo que los brillantes
patrones bailaban sobre el mármol de oro blanco.
Allí estaba Cora, al inicio de la escalera. Iba más despacio,
deslizándose de un escalón a otro, con su rostro hacia la luz. La
brillante cascada convirtió su cabello en un halo brillante. Brillante y
ferozmente perfecto.
Un golpe apretó el corazón de Marcus y rechinó los dientes por
el dolor.
Era tan jodidamente hermosa que dolía.
Ella es mía y solo mía. Poseerla completamente fue lo único que
alivió el dolor.
Finalmente entró en la habitación y la siguió por las escaleras,
subiéndolas tranquilamente de dos en dos, sin prisa ni espera.
Cuando acortó la distancia a menos de veinte pasos, Cora miró
hacia atrás y jadeó. Sus piernas se golpearon la una con la otra y se
agarró a la barandilla, haciendo una pausa para recuperar el control
y de inmediato volver a huir. La risa de Marcus resonó alrededor de
ellos.
Inclinando la cabeza, Cora se escabulló más alto con pasos
bruscos y asustados. Su miedo era tan delicioso. Especialmente
porque él veía su excitación brillando en las impecables escaleras.
Cerca del último piso, Marcus acortó la distancia a diez pasos.
En su apuro, Cora debió de haberse olvidado de cuidar las bolas
porque cayeron, rebotando y girando. Gotas húmedas salieron
volando.
Ambos se congelaron al escucharlas estrellarse contra el mármol
de oro blanco, bajar un escalón y luego otro y otro, resonando como
una música de fondo alrededor del gran salón. Cuando el ruido
cesó, Marcus se encontró con los ojos azules muy abiertos de su
esposa y sonrió.
Cora se dio la vuelta y subió los últimos escalones, pero ya era
demasiado tarde. Marcus saltó, la tumbó y su peso la obligó a
ponerse de manos y rodillas, aun cuando su brazo la agarró por la
cintura y frenó su caída.
La bajó los últimos centímetros. Las manos de Cora golpearon el
mármol y Marcus tiró de su vestido, rasgándolo por la prisa.
Él fue el vencedor y no perdió tiempo en devorar su premio. Sus
piernas se separaron automáticamente y metió tres dedos en su
mojado coño, encorvándose para encontrar su punto G.
—Grita para mí —ordenó y Cora lo hizo, con su torso
retorciéndose y su coño empapándole los dedos—. Otra vez —sus
dedos exploraron su interior, terminando lo que las bolas
comenzaron. Estaba mojada, muy mojada. Si no hubiera remangado
sus mangas, éstas estarían empapadas.
Cuando se sacudió en un segundo orgasmo, Marcus empujó su
espalda hacia abajo con su mano libre para que su cuerpo se
inclinara y su trasero apuntara justo adonde él quería. Se arrodilló
un paso detrás de ella, que yacía tumbada en el descansillo con las
piernas abiertas y su culo desnudo, perfecto y listo para él.
Marcus casi rompe la cremallera de sus pantalones al abrirla. Su
pene palpitaba, apuntando directamente hacia el calor húmedo que
lo esperaba.
El grito que Cora soltó cuando se deslizó dentro de ella casi lo
hizo correrse. Sus testículos estaban apretados y listos con una
enorme cantidad de semen. Apretó los dientes y se tomó un
momento para suavizar sus manos contra la espalda temblorosa de
Cora.
Luego embistió contra ella, haciendo que su cuerpo se
balanceara hacia adelante con cada embestida. Cora sollozó y
suplicó por más, su espalda se arqueó y su trasero se estrelló contra
él. Marcus la sujetó del pelo y la hizo inclinarse aún más hacia atrás.
La montó así durante un rato para después envolver un firme brazo
debajo de su indefenso cuerpo y acercarla a él, para así poder
gruñirle en la oreja:
—Suficiente. Basta de pelear conmigo. Harás lo que yo diga
porque te mantengo a salvo. Harás lo que yo diga porque es lo que
yo digo. Te mantienes pura. Sin ser tocada por nadie excepto por
mí.
Para dejar claro lo dicho, sus caderas la azotaron tan fuerte que
su cuerpo se sacudió.
—Eres mía y de nadie más. Ni siquiera tuya.
La rodeó con uno de sus brazos hasta que sus dedos estuvieron
en su garganta. Apretó solo lo suficiente para que lo sintiera a él allí.
—Tu vida está en mis manos y he jurado protegerte. Y tú me
dejarás, joder. ¿Entiendes?
Cuando no dijo nada a excepción de sus gemidos de placer,
Marcus la sacudió de nuevo.
—¿Entiendes?
—¡Sí! —gritó—. Sí, oh, Marcus.
Entonces Cora nuevamente se desbordó en sus brazos,
suavemente arrodillándose.
Dios, él necesitaba a esta mujer. Sus brazos la rodearon,
sosteniéndola fuerte como si pudiera unirlos en uno solo. Y cuando
llegó a su propio orgasmo, quedó cegado por él.
Dejó que ambos se hundieran en el suelo, un brazo alrededor de
su cintura y el otro evitando que se desplomaran por completo en el
suelo. Cora se recostó segura en sus brazos, su cabello
derramándose sobre la piedra brillante. Ambos fueron bañados por
una luz que giraba suavemente.
Marcus quería quedarse allí para siempre. Los campos del
paraíso no podían ser mejores que esto. El calor de Cora lo
empapó, calentándolo hasta los huesos. Por un largo y perfecto
momento, cerró los ojos y se dejó bañar por su luz solar.



Pero… no. No podía. Su lugar estaba en la oscuridad. En el frío.
En la sombra.
Así que se recompuso, le bajó el vestido y usó un pedazo
desgarrado de él para absorber el líquido que goteaba de entre sus
piernas. Tuvo que ayudarla a bajar los primeros escalones hasta
que recuperó el equilibrio. A mitad de camino, él se detuvo y señaló
las bolas chinas abandonadas.
El cuerpo de Marcus aún palpitaba, quería susurrarle un soneto.
En lugar de eso, habló con voz fría.
—Limpia tu orgasmo.
Le tendió un pañuelo. Con mejillas de un adorable tono rosado,
Cora limpió los escalones y recogió las bolas mientras él se erguía
ante ella. Cuando le extendió la mano para tomarlas, ella no lo miró
pero se mordió el labio. La escena envió otro disparo de excitación a
través de él.
Con una mano en su espalda, la acompañó hasta el ascensor,
estabilizándola cuando se tambaleaba. Su vestido estaba
desgarrado en la espalda y las tiras caían por sus hombros, pero
estaba demasiado aturdida para darse cuenta. No podía hacer nada
más que apoyarse en él.
Si Marcus pudiera mantenerla así, recién follada y con su semen
saliendo de su coño hinchado, su mirada difusa y las mejillas
teñidas de rosado por el placer, lo haría. Estaría tentado a vender
sus negocios, comprar todo el Hotel Crown, y llevarla a una
habitación diferente noche tras noche tras noche.
Tomándola en sus brazos, le dio un beso.
—Ángel —murmuró y se ella se fundió con él.
A la mierda. Marcus se rindió e hizo lo que había querido hacer
toda la noche.
La envolvió en su chaqueta y la cargó el resto del camino,
bajando por el ascensor, atravesando el edificio vacío a excepción
de sus Sombras, y saliendo al coche donde la sostuvo durante todo
el camino a casa.
CAPÍTULO 9

—The Orphan parecía desesperado —le comentó Cora a Maeve la


mañana siguiente mientras hacían inventario en la tienda del
refugio. En un principio, Maeve había preguntado sobre cómo
estaban las cosas con Marcus…
Pero Cora no pudo. Anoche… Anoche fue… Pensó que si
finalmente lo sacaba todo y dejaba de fingir ser la buena esposa...
Pero sus acciones y palabras rebeldes parecían estimular a
Marcus aún más, si eso era posible. No lo había pensado de esa
manera. Pero esa carrera por la escalera, y cuando la atrapó… todo
su cuerpo hirvió de calor.
Lo de anoche solo había demostrado que nada había cambiado.
Seguía tan sometida al yugo de Marcus como lo había estado
siempre.
Había amado cada cosa que él hizo… pero ese había sido
siempre el problema, ¿no? Ella amaba… mientras que Marcus
solo… ¿qué? ¿Se divertía con ella? ¿Disfrutaba jugar con su
posesión?
¿Y cuando se canse de ti?
No, era mucho mejor pensar en los demás y sus problemas si
quería mantenerse cuerda. Así que se lanzó al misterio de Iris tan
pronto como llegó al refugio.
Además, Chris e Iris realmente necesitaban su ayuda. Y Marcus
estaba equivocado. El amor verdadero sí existía. Ellos dos
demostraban que aún era posible, incluso en este corrupto y horrible
mundo. No importaba si esa clase de amor nunca llegaba a ser el de
Cora.
—No supe qué decir cuando me pidió ayuda. Pero cuanto más
pienso en ello, más sé que tengo que hacer algo.
—Mucha gente diría que no es tu problema. —Maeve se echó el
pelo rojizo sobre el hombro, lejos de su sujetapapeles.
Cora se movió por el pasillo, contando las bolsas de comida para
perros y los modernos juguetes masticables que el refugio vendía
para recaudar dinero para su organización sin fines de lucro.
Esperaba ansiosa su tiempo de voluntariado aunque solo fueran dos
días a la semana. Y aunque los perros ladraban en la parte de atrás,
para ella el lugar parecía tranquilo. Pero cualquier pedacito de paz
era un espejismo en esa ciudad. Comenzaba a notar eso. Marcus
siempre había hablado de cómo esta ciudad apenas mantenía el
orden…
Maeve la dejó trabajar en silencio hasta que Cora llegó al final
del pasillo y se encontró nuevamente con ella. Cora pensó en la
fotografía que todavía llevaba en su bolsillo. Sus brillantes sonrisas
llenas de tanta esperanza. Y amor.
—Chris tiene razón. Estoy en posición de ayudar. Si no lo hago,
¿quién más lo hará? —dijo con un repentino convencimiento.
Esta ciudad era un mal lugar para estar sin amigos. Y aunque
The Orphan era adorado y venerado, Chris, el hombre detrás de la
cámara, no tenía ningún verdadero amigo. Nadie más que pudiera
ayudarlo. No tenía a nadie más en el mundo a su lado, aparte de la
mujer que amaba.
Maeve no parecía sorprendida.
—Entonces, ¿por dónde empezarás a buscar?
Cora se mordió el labio mientras pensaba en ello, pero siempre
llegaba a la misma conclusión por desagradable que ésta fuera.
—El club donde Iris trabajaba. Creo que iré allí hoy.
Maeve alzó una ceja.
—¿Y qué opina Marcus de todo esto?
—No puedo decírselo. —Cora miró hacia otro lado. Estaba
segura de que Marcus le diría que no se metiera en ello y que no
era asunto suyo. Y había una posibilidad de que… —Es complicado.
Y de todas formas, está ocupado.
Miró a Maeve en busca de su aprobación.
—Solo iba a escabullirme y echar un vistazo. Ver si alguien ha
oído algo. Quizás nadie más aparte de nosotras necesita saber.
Maeve le quitó el sujetapapeles a Cora.
—Has terminado aquí. Ve, pero ten cuidado.
Cora asintió, sintiendo miedo y alivio al mismo tiempo. Ni
siquiera pudo explicarse por completo por qué tenía que hacer esto.
Tal vez porque después de anoche tenía que demostrarse a sí
misma que Marcus aún no había consumido toda su esencia, que
aún quedaría una parte de Cora una vez que él se cansara de ella.
Esperaba que sus razones fueran mejores que eso. Realmente
quería ayudar a Iris y a Chris.
De cualquier manera, lo haría. Se quitó el delantal y se dirigió
hacia la parte trasera de la tienda.
Además, lo que Marcus no sabía, no le podía hacer daño.

Cora se escabulló por la puerta trasera del refugio de animales,


acomodando su cabello en una cola de caballo y colocándose un
gorro tejido encima. Nunca había salido por allí. El basurero estaba
afuera a un costado del estacionamiento, así que nunca tuvo que
usar esta puerta.
No obstante, antes de salir a la calle, miró hacia ambos lados
para asegurarse de que los hombres de Marcus no estuvieran
cerca. Normalmente la dejaban en el refugio y se marchaban,
sobreentendiendo que se quedaría en el edificio.
Incluso si se encontraban merodeando, seguramente debido a lo
nervioso que estaba Marcus últimamente, era probable que
estuvieran en la entrada. Mientras regresara al refugio antes de que
entraran a buscarla al final del día, nadie sentiría su ausencia.
Caminar por el callejón se sintió como un triunfo personal. Esta
sería su primera excursión en la ciudad por su cuenta desde… ni
siquiera podía recordar desde cuándo. Desde antes de Marcus y
eso ahora parecía una eternidad, como una vida diferente.
Acortó camino a través de una calle lateral, luego tomó el
autobús y caminó el último tramo por una calle llena de comercios.
Finalmente llegó a una bonita entrada cubierta con pilares negros.
La Casa de la Orquídea estaba inscrito en letras púrpuras sobre la
puerta. Parecía un restaurante.
Se mordió el labio y miró a su alrededor. Las posibilidades de
que se encontrara con AJ eran altas. Era el dueño del club. Pero si
se quedaba allí por mucho más tiempo, definitivamente parecería
extraño. Pero había olvidado hasta ese instante, que AJ le había
dicho que asistiera a las audiciones de las once.
Una mirada a su teléfono mostró que eran alrededor de las diez.
Respiró hondo. No pasaría nada. Entraría y saldría antes de que
alguien se diera cuenta. Bueno, esperaba que así fuera.
O podría ser lista y salir de aquí ahora mismo.
Sacó la vieja foto de su bolsillo. Iris le sonrió de vuelta, tan
inocente y despreocupada.
—Esto es lo más tonto que he hecho jamás —le dijo en voz baja
a la fotografía de Iris para después guardarla en el bolsillo y
adentrarse al club.
Un oscuro y estrecho pasillo condujo a un área para los abrigos.
De allí la habitación se abría paso a un restaurante
exuberantemente decorado con una barra a un lado y sillones de
cuero frente a un escenario. Y no pudo pasar por alto los dos postes
que iban del techo al suelo del escenario.
Tragó saliva, con fuerza. Si la atrapaban, ¿cómo iba a explicarle
a Marcus por qué se había presentado en un club de striptease un
martes a las diez de la mañana?
Casi se dio la vuelta y se fue. Al menos lo intentó.
—Hola, cariño —una voz amistosa la llamó.
Atrapada, Cora miró hacia la penumbra.
Un joven estaba detrás de la barra y secaba los vasos.
—Llegas demasiado pronto. Las audiciones no empiezan hasta
las once.
—Lo siento. Uh, busco a alguien que trabaja aquí.
El hombre se apoyó contra la barra. Era flaco pero guapo, con
largo pelo rubio rizado cayendo alrededor de su rostro.
—¿Cómo se llama tu amiga, cariño?
—Iris.
—¿Es su nombre real o su nombre artístico?
—Uhhhh… ¿buena pregunta?
La boca de Cora repentinamente se encontró tan seca como el
polvo. Tragó varias veces. El joven ladeó la cabeza y le dedicó una
sonrisa deslumbrante. Parecía divertido por su incomodidad.
Buscando a tientas en sus bolsillos, Cora se acercó y dejó la foto
de Iris y Chris en la superficie pulida.
El joven la examinó y luego sacudió la cabeza.
—No la conozco. ¿Segura que solía trabajar aquí?
Cora intentó recordar lo que Chris había dicho.
—Creo que sí. Está desaparecida y la estoy buscando, por un
amigo. —Se detuvo abruptamente, preguntándose cuánto compartir.
—Si esperas un momento, Anna podría ayudarte. Ha trabajado
aquí más tiempo. Puede que reconozca a tu amiga.
Cora movió la cabeza en agradecimiento.
—Puedes sentarte si quieres. Anna debería salir enseguida.
—Uh, no lo sé. —Se giró y se detuvo, distraída por los carteles
en la pared del fondo. La mayoría eran de mujeres en poses
provocativas, usando poca ropa, como si fueran arte vulgar—. No
tengo mucho tiempo.
—¿Segura que no vas a hacer la audición? —El chico del bar
seguía sonriéndole, ahora evaluándole abiertamente su cuerpo.
Cuando Cora volvió a fijarse en él, éste le guiñó un ojo—. No seas
tímida, cielo. Todas están nerviosas en su primera vez. —Movió la
cabeza hacia el escenario y Cora volteó, caminando lentamente
hacia una de las sillas para sentarse.
Vio humo saliendo de la esquina del escenario.
—Uh. —Miró al camarero. Él también se encontraba mirando el
humo y parecía despreocupado. Por un segundo Cora escuchó con
atención, hasta que pudo oír el chasquido de una máquina de humo
en el fondo. Se relajó y se volvió hacia el frente.
La niebla siguió arrastrándose sobre el escenario negro,
espesándose hasta que tuvo al menos treinta centímetros de
profundidad.
Entonces una canción empezó a sonar, los violines tocando al
compás.
Una figura apareció lentamente en la niebla. Primero aparecieron
los brazos y luego el rostro de una joven con grandes ojos marrones
que miraban fijamente a los de Cora. Era pequeña y curvilínea, y
vestía solamente unos pantalones negros y un ceñido top blanco.
Salió de la niebla, moviéndose rápidamente para agarrar un tubo.
Giró lentamente, sus pies moviéndose a través del humo.
Aterrizó y se retorció, girando con gracia para luego nuevamente
volar alrededor del tubo, enganchando de alguna manera sus
piernas para tener las manos libres.
Se quitó la camisa blanca de forma provocativa, mostrando un
sexy abdomen. Luego le sonrió a su público de dos personas, les
dio la espalda y volvió a mirarlos por encima de su atractivo hombro
mientras su trasero se balanceaba salvajemente. Se levantó y se
soltó su largo y brillante cabello, dejándolo caer sobre ella.
La canción terminó y guau. Solo… guau. Cora nunca había visto
a nadie moverse así, tan inconscientemente natural, femenino y
seductor. Un aplauso desde la izquierda llamó su atención; el
barman sonreía mientras daba una ovación de pie.
La bailarina desapareció y las máquinas de humo se detuvieron.
En segundos la mujer reapareció con el pelo nuevamente atado y
con la camisa metida dentro de unos pantalones negros holgados.
Se veía perfectamente normal, como cualquier otra chica.
—Bravo. —El joven del bar aplaudió en señal de aprobación—.
Te ves muy bien, Anna.
—Gracias, Paul. —La mujer tenía una voz aguda y angelical—.
Todo va perfectamente. Este va a ser mi mejor show. —Se rio; era
un sonido precioso y encantador.
—Oye, esta señorita está aquí para verte. —Paul señaló a Cora.
Anna mantuvo su dulce sonrisa mientras se le acercaba.
—¿Puedo ayudarte?
Mientras se acercaba, a Cora se le cortó la respiración. Anna era
hermosa. Tenía unos amplios ojos marrones rodeados de gruesas
pestañas negras y una piel perfectamente bronceada. La mujer no
llevaba ni un toque de maquillaje y era más hermosa que cualquier
modelo que Cora hubiera visto jamás.
—¿Estás aquí para solicitar trabajo? —preguntó, sonriendo
ampliamente. Era unos cuantos centímetros más pequeña que
Cora, pero más curvilínea. Ni siquiera su simple ropa podía ocultar
su seductora figura.
Cora se dio cuenta de que se le había quedado mirando.
—Uh, no, lo siento. —Se recompuso —. Estoy buscando a una
amiga que trabaja aquí. Su nombre es Iris.
La sonrisa de Anna se apagó. Sus ojos marrones oscuros
comenzaron a examinarla. Obviamente sabía algo sobre Iris.
—Solo necesito hablar con ella —suplicó Cora, bajando la voz—.
Está desaparecida y su prometido está preocupado.
—Hace tiempo que no veo a Iris. Solía trabajar aquí, pero creo
que se fue cuando se comprometió —vaciló, mirando al ayudante de
barra, como si no quisiera decir más delante de él—. ¿Paul? Voy a
salir un rato y luego volveré.
—Te esperan dos. Aunque puede que necesite un baile o dos
antes, porque los otros siempre llegan tarde.
—Estoy segura de que todo saldrá bien. —Anna sonrió
encantadoramente.
—¿Conseguiste todo lo que necesitabas? —le preguntó Paul a
Cora.
Cora parpadeó y asintió con la cabeza.
—Uh, en realidad tengo que irme.
—Te acompaño a la salida —añadió Anna con su voz angelical
—. Solo déjame ir por mi bolso.
La pequeña mujer corrió detrás de la barra y agarró sus cosas.
Volvió, poniéndose un par de grandes gafas oscuras que le
ocultaban el rostro. La sudadera con capucha que colocó sobre su
cabello se encargó de ocultar el resto.
—Vamos. —Anna agarró la mano de Cora y la sacó del club.
Caminaron hasta la calle, donde Anna la abordó con un tono de
voz más normal y menos como una gatita sexy.
—Mira, solo preguntaré esto una vez —exigió Anna—, y quiero
la verdad. ¿Eres una de las chicas de AJ?
Cora parpadeó bajo la luz brillante, sorprendida por el giro
inesperado.
—Uh, no.
Anna subió sus gafas para poder mirarla directamente a los ojos.
—¿Estás trabajando para él?
—N-no —espetó luego de que la mujer de menor estatura la
encarara.
—Entonces, ¿cómo conoces a Iris?
—Conozco a su prometido, The Orphan. Es cantante y dará un
show en… —se detuvo cuando se dio cuenta de que no debía decir
“el club de mi marido”.
—Sé quién es The Orphan. Todo el mundo lo sabe.
Frente a esos llamativos ojos marrones, Cora quería decir la
verdad.
—Vale, bueno, su verdadero nombre es Chris. Lo conocí entre
bastidores y después en una fiesta. Iris es su prometida y está
desaparecida desde ayer. Él quería que lo ayudara a preguntar por
ahí hasta que la policía pudiera involucrarse.
Los ojos de Anna se entrecerraron, sopesando las palabras de
Cora.
—Chris me pidió que viniera a buscarla. No se le permite salir a
buscarla por sí mismo. Algo sobre su contrato. Los tipos con los que
trabaja no son los mejores… —No terminó la frase.
No podía imaginar cómo sonaba eso. Claro, un tipo famoso que
había conocido un par de veces en una fiesta le pidió que
investigara la desaparición de su prometida. Probablemente sonaba
como una loca.
Por un momento, Anna solo examinó su cara. Cora cambió su
peso de una pierna a otra, agachando la cabeza nerviosamente
cada vez que alguien pasaba por ahí. AJ podría aparecer en
cualquier momento. Aún estaba muy cerca del club como para
sentirse cómoda. Pero loca o no, no podía perder esta oportunidad.
Anna obviamente sabía algo sobre Iris.
—Mira, no estoy aquí para entrometerme o causar problemas.
Puedo darte mi número y si averiguas algo, llámame, ¿vale? —Cora
buscó en su bolsillo y sacó el pequeño cuaderno que llevaba. Le dio
a Anna una notita con su número escrito.
Anna lo tomó y Cora comenzó a alejarse. Si la mujer no confiaba
en ella lo suficiente como para hablarle, no había nada que Cora
pudiera hacer.
—Espera —la llamó Anna. Cora se detuvo y miró hacia atrás.
Acurrucada en su sudadera y escondida tras sus lentes, Anna
casi parecía una niña.
—¿Por qué ayudarías a Iris?
Cora respiró profundamente. Eso mismo se había preguntado
durante el camino desde el refugio hasta la Casa de la Orquídea.
Tú y yo contra el mundo, había dicho Chris. Los amantes en la
habitación verde, mirándose a los ojos como si fueran los únicos
vivos.
—Ella y Chris se iban a fugar. —Cora sacó la fotografía de nuevo
y la sostuvo para que Anna pudiera verla—. Quiero ayudarles.
Significa algo, tener un amor como el que tienen ellos. Es especial y
precioso. Pero no es… —Sacudió la cabeza mientras intentaba
encontrar las palabras—. No es solo eso. Es… yo podría ser ella.
Se encontró con los ojos de Anna, tratando de ser lo más
honesta posible.
—Cuando llegué por primera vez a la ciudad, necesitaba a
alguien que me cuidara. —Nuevamente se detuvo. El rostro de
Marcus apareció en su mente, pero lo sacudió. Él había sido su
salvador. Con sed de venganza—. En este momento, creo que Iris
también necesita ayuda. A veces eso es todo lo que se necesita,
una persona dispuesta a ayudar. Puede cambiarlo todo. —No
siempre para mejor, pero eso no viene al caso.
Los ojos de la bailarina se clavaron en Cora, perforando su piel.
Deseaba no haber dicho tanto, tan torpemente. Estaba lista para
huir, dejar el área y encontrar otro camino, cuando Anna habló:
—Puedo hablarte de Iris. Pero no aquí.
CAPÍTULO 10

Anna llevó a Cora a una tienda a la vuelta de la esquina que era en


parte cafetería y en otra parte librería. El restaurante tenía bonitas
mesas privadas con altos respaldares. Anna se deslizó en una.
—Este es mi lugar favorito para conseguir un buddha bowl. Y
hacen una asombrosa lasaña vegetariana. Además de un expreso
que está para morirse.
—Pediré lo mismo que tú. —Cora le sonrió, contenta de que
estuviera bajado la guardia.
Anna ordenó sin mirar el menú. Después de que la mesera les
llevara agua y una tetera con té verde, Anna se acomodó y examinó
la cara de Cora.
—Te reconozco de alguna parte.
—A veces trabajo como modelo —admitió. Estaba nerviosa por
revelar demasiado de su identidad, pero pensó que era lo mejor.
Quería que esta hermosa mujer confiara en ella, pero revelar que
era la esposa de Marcus Ubeli… Algunas cosas era mejor no
decirlas—. Puede que me hayas visto en una revista.
—Tal vez —dijo Anna en voz baja. Vertió el té y puso sus manos
alrededor de la taza, con sus ojos todavía sobre Cora.
—¿Cuánto tiempo has trabajado en la Casa de la Orquídea?
Anna sonrió despreocupadamente.
—Un buen rato.
Cora hizo una pausa.
—¿No debería preguntar sobre eso? ¿Es descortés?
Anna se rio encantadoramente.
—No es descortés, no a menos que vayas a serlo.
—¿Por qué iba a serlo?
—A la mayoría le gusta juzgar.
—Bueno, a mí no. Quiero decir, no lo haré. No me gusta
despreciar a las personas. —Cora sintió el calor de sus mejillas.
¿Por qué siempre se cohibía con la gente que admiraba?—. De
todos modos, tu baile fue increíble.
Una sonrisa hizo que los labios de Anna se curvaran.
—Bueno, gracias. No me importa hablar de mi baile. Desde hace
cuatro años que lo vengo haciendo.
—Vaya.
—Sí. —Anna miró su taza con expresión cariñosa—. Me
encanta, en realidad.
—Me encantaría ver tu actuación.
Era la verdad. Cora nunca había visto a nadie moverse con una
gracia tan sensual. Una imagen de Marcus desnudo yendo hacia
ella apareció en su cabeza. Bueno, vale. Nunca había visto a una
mujer moverse con una gracia tan sensual.
—Entonces deberías volver al club, pero no vayas sola. Ve con
un hombre. Y me aseguraré de marcarlos a las dos para que
ninguna de las otras chicas se pelee por ustedes. Aunque no
muchas de ellas se acercan a las parejas; no saben cómo
venderles.
Cora nunca podría volver al club de AJ, no importaba lo
agradable que fuera ver el acto de Anna, y ciertamente no podía
imaginar pedirle a Marcus que fuera con ella. Aun así, tenía
curiosidad.
—¿Venderles? —preguntó luego de que la mesera dejara sus
pedidos y sus cafés y se marchara.
Anna se quitó las gafas y se desabrochó la sudadera mostrando
un poco de escote, luego tomó su café y sacó su teléfono. Sonrió
provocativamente a la cámara con el café en los labios y se tomó un
selfie.
Luego se volvió a abrochar la sudadera y se llevó un bocado a la
boca antes de que sus dedos danzaran sobre los botones del
teléfono. Habló con la boca llena.
—Actualmente todo se trata de venderte a ti mismo. En línea y
en persona. Es un negocio. Si bailo, obtengo propinas. Si bailo bien,
quieren más. Y luego vendo mucho más. Sala de champán. Sección
VIP. Bailes privados.
Cora proceso aquello mientras picoteaba su comida. El buddha
bowl era un platillo en un tazón gigante. El plato de cerámica
turquesa contenía espinacas, col rizada, trozos de aguacate y
algunos granos marrones que Cora no pudo identificar.
—Quínoa —explicó Anna—. Es buena para ti. Pruébala.
Lo hizo y descubrió que sabía bien.
—Entonces —continuó Cora después de algunos bocados—,
¿Iris trabajó contigo?
Anna masticó un poco antes de responder.
—Iris era una bailarina. Hacía fiestas también, y otros negocios.
Ahí es probablemente donde conoció a The Orphan.
—¿Qué otros negocios?
—Era una acompañante.
Cora pensó en algunos de los eventos en los que había ido del
brazo de Marcus y habían estado rodeados de otras parejas.
Algunos hombres iban acompañados de mujeres que parecían fuera
de lugar. Demasiado jóvenes y hermosas para sus parejas.
—Es decir, ¿salir y ser cita de alguien en las fiestas?
—A veces. He hecho eso de ser acompañante, pero también hay
una parte que sucede en privado, en una habitación de hotel.
—Oh. —Cora parpadeó.
—Está bien. —Anna se rio—. Es un trabajo bastante bueno.
Puedes trabajar para una agencia o por tu cuenta.
—Así que, ¿alguna vez has…?
Anna simplemente sonrió en respuesta. Cora estaba dividida
entre querer disculparse por entrometerse y querer hacer un millón
de preguntas más. Así que soltó la más apremiante de todas.
—¿Por qué me cuentas todo esto? Quiero decir, acabas de
conocerme.
—Eres honesta. Y pareces alguien que quiere ayudar. Lo cual es
un poco extraño. Y no pareces una mirona. Quiero decir, tienes mi
edad y fácilmente podrías estar trabajando a mi lado. Y, supongo, no
sé, me gusta la idea de que alguien preocupándose por una de
nosotras.
Cora asintió.
—Entonces, ¿alguna idea sobre cómo encontrar a Iris?
—Iris y yo trabajábamos para la misma agencia. Ellos no son el
problema aquí. Se portaron bien. Investigaban a los clientes y me
sentía más segura trabajando con ellos que con alguien más. Pero
Iris estaba metida en asuntos más profundos. Se juntaba con la
gente equivocada.
Cora se quedó en silencio, tratando de juntar las piezas. Anna
puso sus codos sobre la mesa y se inclinó.
—Hace unos meses, Iris dejó de bailar. Pero seguía atrapada en
este estilo de vida… vino al club un par de veces. Pensé por un
segundo que era una sugar baby…
—¿Qué es eso?
—Una dama que recibe paga de un hombre para acompañarlo
regularmente, o estar con él.
—Su amante rico.
—Exactamente. Así que Iris andaba mucho con uno de los
sujetos que venían al club. Pensé que estaba recibiendo una
mesada, tal vez lo suficientemente buena para evitar que tuviera
que bailar o estuviera con otros hombres. —La voz de Anna se
redujo a un susurro—. Pero no creo que eso sea lo que pasó. Creo
que Iris estaba en problemas y este hombre la tenía amenazada con
algo. Y de repente ya estaba con Chris. —Se encogió de hombros
—. La vi una vez. Parecía feliz con él. Me dijo que ya había dejado
esa vida.
La mesera les retiró los tazones y Cora se dio cuenta de cuánto
tiempo llevaban ahí sentadas.
—Gracias por decirme todo esto.
—Encantada de ayudar.
Se levantaron para irse, pero solo habían caminado unos pasos
cuando Anna sacó nuevamente su teléfono, esta vez no
apuntándolo hacia sí misma, sino a una artística vidriera de colores
en una de las ventanas cercanas. Frunció el ceño y movió el aparato
en diferentes posiciones antes de finalmente tomar la fotografía.
—Pero ten cuidado. —Miró hacia atrás, donde estaba Cora—. El
sujeto con el que Iris estuvo antes que Chris, no es bueno. He visto
otras veces a chicas involucrándose con él y luego desaparecen.
Creo que dirige una red o algo así.
—¿Una red?
—Una red de tráfico sexual. Cosas realmente aterradoras.
Quizás armas y drogas también. Se llama AJ.
—¿AJ? —Cora repitió su nombre lentamente—. ¿Estás segura?
Anna se detuvo cuando varias personas pasaron, y luego se
inclinó:
—¿Has oído hablar de él?
Cora pensó en el concierto, en el tenso enfrentamiento de
Marcus con AJ, y en la chica, Ashley, muerta en el suelo del baño.
—Lo conocí. En un concierto. —Se estremeció—. Me puso la
piel de gallina.
—Es definitivamente aterrador.
—He oído que es el dueño de La Casa de la Orquídea.
Anna asintió, haciendo una mueca.
—Está involucrado de alguna manera. No ha estado por aquí
durante mucho tiempo. Desearía que se mantuviera alejado. Si se
queda mucho más tiempo, probablemente yo termine renunciando.
—Pensaste que yo era una de sus chicas.
—Eres su tipo. Bueno, uno de sus tipos. No lo sé, solo intento
evitarlo. —Anna se colocó sus grandes gafas de sol y la capucha
sobre el cabello—. Quiere que protagonice una película porno.
Quiero decir, no me importaría, pero no con él produciéndola.
Cora siguió a su nueva amiga fuera del restaurante,
preguntándose por el atuendo de incógnito de Anna. Justo afuera,
Anna sacó la cámara de su teléfono y, antes de que Cora se diera
cuenta de lo que estaba haciendo, Anna levantó el aparato y tomó
una foto de Cora.
—Por favor, no la publiques en las redes sociales —dijo Cora.
Marcus podría enloquecer.
Pero Anna dejó caer su teléfono con una sonrisa.
—No te preocupes, no lo haré. Solo para mí. Me gusta tomar
fotos de cosas hermosas.
Oh. Cora sintió que sus mejillas se enrojecían, pero Anna ya
estaba caminando, así que se apresuró a alcanzarla. Dieron la
vuelta en una esquina y un hombre salió de un callejón y se situó al
lado de Anna.
—Hola, Annie.
Cora agarró su bolso con más fuerza y miró a su alrededor.
Estaban en la acera de una amplia avenida, pero por primera vez no
había Sombras a las que llamar en caso de que este sujeto causara
problemas. No se había dado cuenta, hasta ahora, de cuánto había
empezado a confiar en ellas. Y darlas por hecho.
Anna no parecía inquieta o preocupada, pero sí que aceleró el
ritmo. Cora la siguió, lista para correr si la situación lo requería.
—Pete. —Su voz perdió todas sus cualidades seductoras—. No
me llames así.
El hombre sonrió y se frotó la barbilla recién afeitada, pero con
algunos vellos comenzando a salir. Su barba era gris y coincidía con
su cabeza cuidadosamente afeitada.
—¿Llamarte cómo, Anna Banana?
Anna gruñó y miró a Cora.
—No le hables. Ignóralo y se irá.
—Realmente soy un buen tipo. Estoy aquí para ayudar. Para
proteger a los débiles. —Mostró una placa. ¿Era un policía?—. Para
reunir pequeñas orquídeas y llevarlas a casa.
—Bueno, no somos florecillas asustadas, así que piérdete.
—Huh. —Se carcajeó, metiendo las manos de vuelta en sus
bolsillos. Miró a su alrededor, hacia Cora—. ¿Quién eres tú? Me
resultas familiar. —El policía frunció el ceño y Cora deseó tener
grandes gafas de sol y una sudadera con capucha para poder
esconderse también.
—Es una amiga, Pete. No te metas. Tendrás la información.
—Consíguemela y no me colaré en tu pequeña fiesta de esta
noche. Sé lo que pasa en los cuartos traseros de ese lugar.
—Bailes eróticos legales. —Anna casi sonaba aburrida—. No
tienes nada.
—Oh, ¿y el negocio paralelo que ocurre después en las
habitaciones de hotel?
—Tiempo invertido entre personas adultas. No seas imbécil,
Peter. Conozco mis derechos.
—Cuidado, pequeña bailarina. Y encantadora amiga, si alguna
vez necesitas llamar a la poli… —Le entregó una tarjeta a Cora y,
por falta de saber qué más hacer, la tomó y la dejó caer en su bolso.
El hombre se detuvo abruptamente en la esquina de la cuadra
que daba a la Casa de la Orquídea. Anna y Cora continuaron
caminando a paso ligero. Parecía que quería decir más, pero
simplemente las vio marcharse.
—Oh, Dios mío. —Cora respiró aliviada una vez que estuvieron
en los escalones de La Casa de la Orquídea.
—Lo sé. Es un idiota, pero es inofensivo.
—¿De qué estaba hablando?
Anna se encogió de hombros.
—Es solo algo en lo que lo estoy ayudando. —Puso los ojos en
blanco hacia la puerta como diciendo: Cualquiera puede estar
escuchando—. Oye, voy a investigar y te avisaré. ¿Vendrás a
visitarme de nuevo?
Oh. Cora miró detrás de Anna a la Casa de la Orquídea. Ella
había tenido suerte hoy, pero ¿realmente se atrevería a forzar las
cosas? Si Anna llamaba con noticias sobre Iris, podrían encontrarse
de nuevo en otro lugar, como en el pequeño restaurante. Sin
embargo, todo lo que pudo decir fue:
—Claro.
Cora había disfrutado mucho de pasar tiempo con Anna, y
añadirla a su incipiente grupo de amigos sería genial.
—Vale, ven pronto.
Cora la despidió con la mano y comenzó a alejarse cuando un
pensamiento se le ocurrió.
—Anna —llamó—. ¿Cuál es tu nombre artístico?
En esta ocasión, su sonrisa fue misteriosa, incitante.
—Ven al espectáculo y averígualo.
Cora regresó al refugio sin ninguna prisa. Había visto el club de AJ y
conocido a la encantadora Anna. Pensando en la bella y la bestia.
Se preguntó si debió de haberle advertido a Anna, diciéndole que se
alejara de AJ.
Él tenía que estar detrás del secuestro de Iris. Era el
representante de The Orphan. Necesitaba al cantante para poder
hacer sus negocios en New Olympus.
Maeve le echó un vistazo y la sentó en el sofá de la oficina con
una taza de té humeante.
—¿Cómo te fue?
Toda la historia fue revelada. La mujer de más edad escuchó sin
mover un solo músculo.
—No me gusta esto. No me gusta el hecho de que tuvieras allí
sola. La próxima vez lleva a alguien.
—No tengo intención de que haya una próxima vez. Anna es
genial, pero AJ es demasiado peligroso.
—¿Y Anna? ¿Confías en ella?
—¿Qué quieres decir? —Cora frunció el ceño.
—Es posible que te haya despistado.
Cora pensó por un momento y recordó el rostro dulce y honesto
de Anna
—No creo que estuviera mintiendo.
—Se abrió muy fácil con alguien que acababa de conocer.
—Creo que reconoció que yo no tenía un plan. Fue amable,
claro… ser amable es parte de su profesión. Y tal vez tiene sus
propios intereses, pero sigue preocupada por su compañera de
trabajo. Me dijo que estaba contenta de que alguien se preocupara
por Iris.
La boca de Maeve se movió en una pequeña sonrisa.
—Bueno, defiendes a tu amiga bastante bien. Creo que esta
excursión fue buena para ti.
—¿Qué quieres decir?
—Pareces tener mucha fortaleza cuando obras en favor de otros.
¿Pero qué hay de ti misma?
Cora sacudió su cabeza en un rápido y pequeño no.
—Yo solo…
—Tienes más energía ahora, hablando de ayudar a estas
mujeres, que en los últimos meses juntos. Es como si hubieras
cobrado vida —Maeve frunció el ceño—. He estado preocupada por
ti.
Cora estaba a punto de empezar a balbucear que ella se
encontraba bien y que todo estaba bien, cuando Maeve continuó.
—Y quiero preguntarte algo más, pero tengo miedo de que te
enfades conmigo.
Cora sacudió la cabeza.
—Nunca me molestaría contigo por hacer una pregunta. Eres mi
mejor amiga.
Era la verdad. Al diablo con la diferencia de edad.
Aun así, Maeve dudó por un momento, pero finalmente preguntó:
—¿Por qué vienes a mí con todo esto en lugar de ir con tu
marido?
La pregunta golpeó a Cora como una carga de cemento, pero
Maeve no se dio cuenta.
—¿Es posible que sea porque crees que podría estar
involucrado? ¿En el secuestro de la chica?
Cora salió disparada del sofá y se alejó. Una negación inmediata
se posó en sus labios, pero no la dijo. No podía. Porque… Maeve
acababa de decir en voz alta uno de sus miedos más profundos.
Nadie sabía mejor que ella lo despiadado que podía ser Marcus.
Especialmente cuando sentía que necesitaba tener el control. Tener
a AJ, un evidente enemigo, como el representante de The Orphan,
pudo haberle incitado. Así que podría haber buscado imponerse
para recuperar el control de su inversión al presionar el punto de
presión de Chris: Iris.
Aquello no encajaba con las normativas bajo las cuales
supuestamente vivía… No obstante, esas habían sido las
normativas de su padre. Marcus había dejado muy en claro que todo
había cambiado en el momento en que los Titan mataron a su
hermana Chiara.
—Te he hecho molestar. Lo siento —dijo Maeve.
—No, no. No pasa nada —Cora mostró una sonrisa que ambas
sabían que era falsa—. Está bien. —Su teléfono sonó con un
mensaje de texto entrante y lo sacó de su bolso.
Era de Marcus y tenía dos palabras: Casa. Ahora.
¿Y ahora qué mosca le había picado a Marcus? Luego Cora se
mordió el labio. ¿Acaso se había enterado de alguna manera de su
excursión a La Casa de la Orquídea?
—De todos modos, tengo que irme. —Se acercó y le dio a
Maeve un largo abrazo.
Maeve también se levantó y comenzó a acompañarla a la salida.
—Bien, toma un poco de aire fresco. La próxima hora de mi vida
la pasaré dándole un baño a este cachorro. Te presento a Brutus.
Después necesitaré unas cuantas horas en el spa. —Maeve señaló
a un gran perro gris que yacía en una jaula. Cora se detuvo a mirar.
—¿Eso es un cachorro?
Maeve se rio.
—Con pocos meses de edad. Su madre era un gran danés y
salió cuando estaba en celo. El criador dejó al cachorro en una
familia que no pudo quedarse con él cuando se dieron cuenta de lo
grande que iba a ser.
—¿Con qué se apareó la madre, con un caballo? Mira sus
patas… va a ser enorme. —Cora se arrodilló y metió la mano en la
jaula para acariciar al cachorro, el cual inmediatamente levantó la
pata como para dar “un apretón de manos”.
—¿Está entrenado? —Cora sacudió la gigante pata.
—He estado trabajando en ello. —Maeve sonrió mientras los
miraba a ambos—. Parece que le agradas. ¿Quieres ayudar?
—Me encantaría.
El perrito comenzó a revolcarse mientras sacudía las orejas.
Cora se rio. Su teléfono sonó de nuevo y se puso de pie a
regañadientes.
—Tengo que irme.
Mientras salía revisó sus mensajes de texto. Tenía algunos más
antiguos que no había visto. Uno de Armand, agradeciéndole por
participar en el espectáculo e ir a la fiesta. Uno estaba bajo un
nombre que no recordaba haber guardado, Goldwringer: ¡Eh, zorra!
Es Olivia. Avísame cuando quieras volver a ir de fiesta.
Cora sonrió y contestó con respuestas más educadas . Mientras
lo hacía, llegaron dos mensajes más.
Se desplazó hacia abajo; eran de Marcus.
¿Ya vienes?
No me ignores a menos que quieras las consecuencias.
Estuvo mal, muy mal que haya pensado en no responder a los
mensajes de texto solo para ver cuáles podrían ser las
consecuencias.
Pero entonces pensó en las palabras de Maeve y sus dedos se
movieron rápidamente sobre la pantalla del teléfono.
Estoy saliendo.
Sharo se encontraba esperando afuera con el coche.
CAPÍTULO 11

—¿Por qué demonios se tardan tanto? —Marcus le vociferó al


teléfono.
La fría voz de Sharo respondió.
—Los fans están hostigando la parte inferior del edificio. La
seguridad y la policía están tratando de retenerlos desde el
vestíbulo. He arreglado con Marcus, Stan y Lorenzo que dirijan al
equipo guiando a la señora Ubeli al edificio desde la entrada
sureste. Nos estamos acercando ahora.
—Te veré allí —dijo Marcus, bloqueando el teléfono con el pulgar
y metiéndoselo en el bolsillo. Su mandíbula se apretó. ¿Cómo se
enteraron los malditos buitres de que The Orphan estaba aquí? Pero
no, supo la respuesta segundos después de preguntárselo.
AJ. Estaba tratando de ponerles presión y ver cómo
reaccionaban. Forzar a sus contactos a salir al descubierto. Cuanto
antes ese bastardo estuviera a dos metros bajo tierra, mejor. Pero
mantener a The Orphan haciendo espectáculos también era
importante, y no solo por la venta de entradas. Las multitudes
necesitaban ser apaciguadas. Incluso los antiguos romanos lo
sabían.
Los Espartanos, el equipo deportivo favorito de New Olympus, se
encontraban fuera de temporada, y Marcus necesitaba a las
personas distraídas.
Miren aquí a la brillante y resplandeciente atracción, en lugar de
ver lo que estoy haciendo a escondidas en la oscuridad. Mantener a
las personas divertidas y felices fue una de las primeras lecciones
que Marcus aprendió como rey no oficial. Podía mantenerlos a salvo
con las drogas prácticamente fuera de las calles, y mantener
controladas las casas de juego y las redes de prostitución.
Pero fue un error olvidar que la gente siempre quería un poco de
pecado.
Trata de eliminar las drogas por completo y la ciudad se vuelve
explosiva.
La única vez que lo intentó, casi perdió su corona por culpa de
una nueva pandilla que tomó aquello como una oportunidad para
tratar de usurparlo. Había acabado con los desgraciados con
bastante facilidad y aprendido la lección. No fue tan severo con el
comercio de la droga, decidiendo que mantenerlo fuera de las
escuelas era suficiente. Y que los mayores de edad hicieran lo que
quisieran.
Pero con The Orphan llegó AJ, y esa fue una desagradable
sorpresa de la que Marcus no pudo prescindir. Estaba manejando la
situación, pero no le gustaba. Ni en lo más mínimo.
El ascensor se abrió al caos del vestíbulo. Los policías estaban
por todas partes, interrogando a la gente y comprobando sus
identificaciones antes de dejarlos subir a sus habitaciones de hotel.
Afuera, las luces azules y rojas de la policía destellaban. Y el rugido
de la multitud en el exterior. Las manos de Marcus
inconscientemente se cerraron en puños.
AJ había puesto a la multitud en casa de Marcus al mover a The
Orphan aquí, a un piso privado. Y los fanáticos se enteraron, sin
duda avisados por el mismo AJ. Y ahora Marcus y su esposa se
verían atrapados en este lío cada vez que quisieran entrar o salir.
Marcus dio media vuelta y se dirigió a la entrada sudeste que se
encontraba en la parte trasera del edificio, cerca del gimnasio, por lo
que debía estar menos lleno. Para cuando llegó allí, Lorenzo y Stan
ya estaban guiando a Cora a través de las puertas, quien parecía
agobiada pero no asustada. Su fuerte y hermosa esposa. Por un
momento, todo lo que pudo ver fue a ella. Era tan jodidamente
hermosa, incluso después de haber trabajado con animales
malolientes todo el día.
—¿Qué está pasando? —preguntó ella.
Su pregunta inmediatamente le devolvió a Marcus su mal humor.
—The Orphan.
—¿Está aquí? ¿No tienen que preguntarte antes de hacer ese
tipo de cosas? ¿Mudar a un cliente tan importante?
Las cejas de Marcus se alzaron.
—Me halaga que pienses que mi influencia llega tan lejos, pero
no —la miró mientras doblaban en la esquina hacia el vestíbulo
principal—. Si yo pudiera hacer algo, este desastre nunca habría
sucedido.
Cora parecía confundida.
—¿Pero no eres el dueño del hotel?
Marcus se rio fuertemente a carcajadas.
—¿Qué te hizo pensar eso?
Su boca se abrió.
—No lo sé, sólo lo asumí… ya que vives permanentemente en la
suite del pent-house. Después de un tiempo creo que supuse que
este era solo otro de tus negocios.
—No, no soy dueño del hotel Crown.
—Entonces, ¿por qué vives aquí? —Su frente se arrugó—. Eres
dueño de muchas propiedades en la ciudad.
Marcus sonrió ante esa pregunta porque era una de sus victorias
favoritas.
—Un hombre le debía un favor a mi padre y yo se lo recordé. Es
el dueño del hotel, pero el pent-house es mío por el tiempo que yo
quiera. Y mientras viva aquí, nunca olvidará lo que le debía a mi
familia —rio amargamente—. Me odia. Desearía poder echarme,
pero no puede hacerlo sin que todos sepan que se retracta de su
palabra. Pero cada vez que piensa en el orgullo y alegría de su
hotel, rechina los dientes porque piensa en mí viviendo en el pent-
house que diseñó para él mismo.
Cora parecía horrorizada, pero Marcus nunca se disculparía por
quién era. Como todo en su vida, la residencia de Marcus
representaba un mensaje.
Y ahora su castillo estaba bajo asedio. Su mal humor volvió a
retumbar. Especialmente cuando dos policías se acercaron a él
como si quisieran cuestionar su identificación.
Marcus inmediatamente cruzó miradas con su hombre, quien se
adelantó para detener a los otros dos. Bien.
Cuando miró de vuelta a Cora, vio como observaba todo el
intercambio con ojos curiosos.
—Arriba —le ordenó. Tenía la intención de pasar otra larga y
lenta noche recordándole a su esposa exactamente cuál era su
lugar en este matrimonio, es decir, debajo de él, pero maldición,
estaba permitiendo que ella le afectara de nuevo.
Había estado pasando tiempo con ella cuando lo que necesitaba
era concentrarse en el asunto en cuestión.
El cargamento.
Nada podría salir mal esta vez. La mafia se apaciguaría durante
un tiempo por las atracciones secundarias. Si todo salía según lo
planeado, entonces tendría el monopolio de la mejor mercancía que
la multitud comenzaría a esparcir. Lo que significaba aplastar a los
Titan y dejarlos sin la mayor fuente de poder de un tirano: el dinero.
—Lorenzo vigilará afuera de la puerta mientras yo no esté hasta
que solucionen este lío. Tengo que salir. —La expresión de Marcus
se endureció mientras miraba a su alrededor. No más distracciones,
no hasta que el cargamento fuera entregado y la distribución
corriera sin problemas.
Le dio la espalda a su esposa.
—Tengo asuntos que atender esta noche.
CAPÍTULO 12

A la mañana siguiente, después de una noche intranquila, Cora se


encontró con Olivia para una salida de compras.
Cora habría cancelado los planes de no ser por la emoción de su
nueva amiga cuando prometió ir. Y Marcus no estaba en casa
cuando despertó. Nuevamente había pasado toda la noche afuera.
Haciendo sus negocios, los que sea que fueran. O quien fuera. Ese
pensamiento era como fuego en el cerebro de Cora.
Y no era como si tuviera más pistas sobre Iris. Lo único que se le
ocurrió fue llamar a la policía: Disculpe, me gustaría denunciar a una
persona desaparecida. Tengo una foto de ella, pero nunca nos
conocimos. Oh, y por favor no le diga a mi marido que lo estoy
solicitando; sus hombres podrían haberla secuestrado.
Claro. Eso acabaría muy bien.
Cora estaba esperando en la acera, perdida en sus
pensamientos, cuando un café con leche apareció frente a su rostro.
Olivia le sonrió.
—Oh, eres un ángel. —Cora tomó el vaso que le había ofrecido y
le dio un sorbo. Perfecto—. Gracias.
—Es lo menos que podía hacer, considerando la titánica tarea
que nos espera.
—¿Ir de compras?
Olivia hizo una mueca.
—Odio la ropa. Si alguna vez me mudo a un lugar cálido, no voy
a usarla.
Cora escupió un poco.
—Eso iría muy bien en el trabajo.
—Es mi empresa —Olivia bebió de su propio café—. Lo
superarán.
Cora hizo una pausa.
—Espera, ¿eres dueña de tu propia empresa?
—¿Aurum? Sí, es mía.
—¿Aurum? ¿La de aplicaciones móviles y dispositivos?
—Sip.
—Mierda. —Cora miró a la mujer de menor estatura que bebía
café y usaba unos desteñidos jeans negros y cuello de tortuga.
—¿Qué?
—He leído sobre ti en los periódicos. Eres como un súper genio.
Aurum era una de las compañías de más rápido crecimiento en
New Olympus.
—Te lo dije —dijo Olivia con suficiencia.
—¿Estabas en el show de Armand haciendo su sitio web?
—Me gusta mezclarme con los plebeyos de vez en cuando —se
encogió de hombros—. Además, me encantan los jeans Fortune.
Son prácticamente todo lo que visto.
—Bueno, vamos a cambiar eso.
—Vamos.
Cuando empezaron a caminar, los ojos de Olivia inmediatamente
se dirigieron a Sharo, grande y corpulento en un traje negro, y que
había empezado a seguirlas. La Sombra de Cora por el día.
—Ignóralo —susurró.
Olivia simplemente alzó una ceja.
—No estoy segura de querer hacerlo. Ese hombre es un apuesto
pedazo de carne.
Cora se rio fuertemente a carcajadas ante la descripción de
Sharo, y luego sacudió la cabeza.
Cora empezó con la tienda por la que siempre solía pasar
cuando llegaba pocas semanas en la ciudad. En aquel entonces
solo podía mirar con anhelo, pero ahora se había convertido en uno
de sus lugares favoritos después de haberse casado con Marcus.
Olivia la siguió obedientemente, solo se quejó cuando la gerente de
la tienda se acercó.
—Lárgate. Viene conmigo.
La cabeza de Cora se levantó rápidamente para ver la cara de
sorpresa de la gerente. Ella siempre ayudó a Cora y realmente era
muy amable.
—Lo siento —musitó Cora y se apresuró a llevar a Olivia a un
vestidor.
Durante las siguientes horas, Cora mantuvo a Olivia ocupada
probándose nuevos conjuntos. Solo quería cosas negras, y el color
le quedaba muy bien, así que Cora siguió con ello, eligiendo
diferentes telas para dar un poco de riqueza al aspecto
monocromático de Olivia.
—Esto es una porquería —anunció Olivia mientras señalaba una
exhibición de vestidos. Las cejas de la gerente de la tienda se
elevaron hasta la línea de su cabello.
—Hora de ir al vestidor —cantó Cora, empujando a su amiga
dentro de la habitación y cerrando la puerta tras ella. Cora continuó
mirando y pasando un par de prendas más por sobre la puerta,
ignorando los insultos ahogados de Olivia desde dentro.
—Es… quisquillosa —le dijo Cora a la gerente—. Yo me ocuparé
de ella.
La ropa comenzó a amontonarse junto a la caja registradora en
una pila “para comprar” y la expresión de la gerente cambió.
—Ella es dueña de una compañía realmente exitosa —le dijo
Cora a la gerente y a la cajera—. La empresa de tecnología que
está diseñando el teléfono que se puede doblar por la mitad.
—Oh, vaya —la cajera tomó aire.
—¿Quizás le gustaría abrir una cuenta de comprador personal?
De esa manera puede llevar a cabo sesiones en la oficina para su
cliente.
—Es una gran idea —dijo Cora mientras la voz de Olivia sonaba
en la parte de atrás de la tienda… ¡Esto es una mierda!
acompañado de los jadeos del personal.
—Cobren todo —instruyó Cora y corrió a rescatar a las pobres
vendedoras del bombardeo de Olivia.
Al final Olivia pagó sin hacer comentarios y todo el personal de la
tienda suspiró de alivio cuando Cora empujó a su amiga por la
puerta.
Almorzaron en un popular restaurante oriental.
—Bueno, eso no fue tan malo como pensé que sería.
Cora sonrió tranquilamente hacia su lassi de mango.
—En serio, después del desfile de moda y la fiesta, me
sorprende no haber terminado poniéndome orejas de conejo.
Cora casi se atragantó, recordando a los acompañantes
sujetándose del brazo de Armand en la fiesta.
—Oh, esa es la próxima parada —bromeó—. Solo te estoy
dando un respiro antes de más tortura.
—Eso es lo que piensas. Todo lo que tengo que hacer es llamar
a ese gigante al que llamas guardaespaldas y estará listo para
llevarte lejos si me presionas.
Cora se calmó.
—¿Te refieres a Sharo?
Estaba sentado en un rincón lo suficientemente lejos como para
darles privacidad, pero era demasiado grande para ser discreto en
un restaurante tan concurrido.
Olivia se encogió de hombros.
—¿Es ese su nombre? ¿Quién es de todos modos?
—Solo uno de los colegas de mi marido —dijo Cora,
mordisqueándose el labio.
—No parece un colega, parece más bien eh… no sé. Un
sabelotodo o algo así. —Olivia se rio y por primera vez Cora deseó
que su nueva amiga no fuera tan directa.
Cora honestamente no sabía qué decir, y parecía imposible
hablar de los negocios de su marido allí, en un restaurante y a plena
luz del día. Por eso no tenía amigos. No se había dado cuenta hasta
ahora. Hacían preguntas incómodas y ella se refugiaba en la
seguridad del pent-house de su marido.
Olivia jugueteó con su arroz, obviamente notando el silencio de
Cora.
—Así que… ¿qué es lo que pasa? No puedo imaginarte metida
en muchos problemas. —Olivia la estaba estudiando; Cora casi
podía verla calculando cuánto podía curiosear.
Era hora de cambiar de tema. Y, considerando lo que Olivia
hacía para ganarse la vida…
Cora dudó y luego dejó su bebida.
—Olivia, si sospecharas que alguien ha desaparecido y
necesitaras buscarlo sin que nadie se enterara, ¿cómo lo harías?
—Rastrear su teléfono —respondió inmediatamente y sus ojos
se iluminaron—. Hay una tecnología que te permite localizar un
dispositivo. Como una huella.
—¿Es legal?
—En realidad no. ¿Pero dónde estaría la diversión?
El resto del almuerzo se convirtió en una clase sobre tecnología.
Olivia le mostró algunos de sus hackeos y algunas de las
aplicaciones de su compañía. El teléfono de Cora recibió una
actualización y algunas nuevas descargas, con la promesa de Olivia
de mostrarle cómo usarlas.
—Gracias por toda la ayuda, realmente lo aprecio.
Si Cora pudiera conseguir el número de teléfono de Iris,
entonces tal vez podría averiguar todo este asunto del rastreo del
teléfono y conseguir otra pista. Y en cuanto averiguara dónde se
encontraba retenida Iris, podría enviar a la policía. Marcus nunca
sabría que había estado involucrada, e Iris estaría a salvo.
—No hay problema. —La cuenta llegó y Cora estiró la mano para
tomarla, pero Olivia le agarró la mano—. Cora, ¿me dirías si
estuvieras en problemas?
Asintió.
—Sé que nos acabamos de conocer pero… me gustaría ayudar.
Cora se mordió el labio pero luego decidió arriesgarse. Al igual
que Anna, Olivia parecía genuina.
—Puede que te tome la palabra.
—Cuando quieras, perra —dijo de manera afectuosa—. Excepto
para la parte de las compras.
Cora se rio.
—¿Entonces supongo que no puedo convencerte de que visites
una tienda más para comprar zapatos?
—Diablos, no. Estoy más interesada en tu otro... proyecto.
—Te mantendré informada —prometió—. Y con suerte tendré
algo que contarte pronto.
Una idea estaba floreciendo, pero primero Cora necesitaba llegar
a casa. Se despidió de Olivia y luego le hizo señas a Sharo de que
estaba lista para irse.
CAPÍTULO 13

De vuelta en el Crown, Cora se montó en el elevador y presionó el


botón para subir al piso privado marcando el código. Afuera, la
policía tenía bien controlada a la multitud de fans. Finalmente. Y una
vez que Sharo la vio entrar en el ascensor, no la siguió. Había
recibido una llamada justo antes, así que supuso que Marcus lo
necesitaba más que ella.
Se había acostumbrado a vivir en un hotel de lujo, en la sección
que se parecía más a un palacio de suites. ¿Quién era el dueño del
hotel? ¿Quién le debía un favor al padre de Marcus?
Cora sacudió la cabeza. Tenía cosas más importantes que
atender. Cómo conseguir el número de teléfono de Iris, por ejemplo.
Tenía que ir a ver a Chris. Y ahora se estaba quedando en una
suite un piso más abajo que el de ella. Un piso privado que requería
una llave, igual que el suyo. La misma llave funcionaba para el
último piso de la piscina… ¿Quizás tendría suerte?
Contuvo la respiración hasta que la puerta se abrió en el piso
solicitado. Sí. Su intuición había sido correcta. La llave también
funcionaba para el piso de The Orphan.
La puerta del piso privado se abrió y Cora entró. En un pasillo
había una serie de puertas que debían conducir a las suites. Dos
matones estaban apoyados a cada lado de las puertas más
cercanas.
Considerando la noche anterior, era muy poca seguridad. Algo
estaba pasando. ¿Estaba Marcus involucrado? Anoche estaba muy
molesto por la invasión a la privacidad de ambos. Podía no ser el
dueño del Crown, pero su poder e influencia en toda la ciudad eran
innegables.
Los hombres se levantaron y se pusieron firmes mientras ella se
acercaba. Los hombres de AJ. Dios. Cora esperaba que su jefe no
estuviera por ahí cerca.
—Oiga, señorita, tiene que irse —uno de los hombres extendió
su gruesa mano para impedir que siguiera avanzando por el pasillo.
Respirando profundamente, canalizó a su Reina de Hielo interior.
Llevaba unos bonitos jeans, un suéter y un collar de perlas
alrededor del cuello. Probablemente pensaban que era otro huésped
más del hotel. Tal vez una fanática loca.
Cora los miró con frialdad, con la barbilla levantada.
—¿Me reconocen?
—Mujer, podrás ser la reina de Inglaterra, pero no puedes estar
aquí.
—Soy la señora Ubeli. Esposa de Marcus Ubeli.
Los dos hombres no se movieron.
—Vine a ver a Christopher. Mi marido quiere que me asegure de
que está cómodo.
—Nadie entra. Órdenes del jefe. —El más grande se cruzó de
brazos.
—Solo ve y dile que vine a verle. —Cora trató de canalizar la
autoridad de Marcus—. Si no quiere verme, me iré.
El que tenía los brazos cruzados se inclinó hacia adelante,
acercándose a ella.
—No recibimos órdenes de usted.
Cora no dio marcha atrás, simplemente levantó una ceja como
para decir: Oh, ¿en serio? Un movimiento clásico de Marcus.
—Espere —dijo el otro, pareciendo un poco nervioso—. Déjeme
revisar algo —entró en la habitación, cerrando la puerta tras él.
El otro la miró fijamente. Ella lo ignoró. Los tipos con los que
Marcus se asociaba normalmente la examinaban como si fuera una
amenaza o un trozo de carne. Cuando él finalmente miró hacia otro
lado y se apoyó contra la pared, Cora memorizó su rostro, desde
sus rasgos fuertes hasta el pequeño aro de oro en su oreja.
Mientras tanto, el otro guardia salió, sosteniendo su teléfono
como si acabara de recibir una llamada.
—Quiere hablar con usted. Dice que la conoce.
Cora avanzó y el matón con el aro estiró el brazo para detenerla.
—Espera… —empezó, pero ella lo interrumpió.
—Tócame y mi marido se enterará. —Los dos hombres se
pusieron tensos—. Ustedes dos no han sido más que perfectos
caballeros hasta ahora —continuó con un tono más dulce—. Será
rápido.
Mostró una sonrisa. El primer guardia se paró nuevamente firme
sobre sus talones. El del aro parecía querer matarla.
—Será solo un segundo —cantó mientras entraba en el
apartamento. Luego se detuvo.
La habitación estaba destrozada, un carrito de servicio yacía de
costado al lado de sus pies y la comida de la bandeja estaba por
todo el suelo. Incluso en la suite, una silla estaba de lada y las
cortinas de brocado colgaban torcidas sobre la varilla.
Al otro lado de la habitación, el encantador papel tapiz de color
blanco y dorado estaba manchado con franjas de líquido rojo, como
si alguien hubiera tomado el vino del carrito y lo hubiera tirado. El
resto de la decoración de la habitación con sillones victorianos
estaba en gran parte intacta, pero era impactante la evidente escena
de violencia.
Cora estaba a punto de pronunciar el nombre de Chris para
preguntar si estaba bien cuando el guardia del pequeño aro asomó
la cabeza y se rio. No fue un sonido agradable.
—Es temperamental.
Cora tragó saliva, y no dejó que la vieran temblar. No les
mostraría debilidad.
Se dio la vuelta y caminó con cuidado, escuchando cristales
rotos bajo sus botas. La puerta de la habitación se abrió.
—¿Chris? —finalmente llamó—. Es Cora. La esposa de Marcus
Ubeli.
Un ligero ruido la llevó a investigar. Una vez que sus ojos se
ajustaron a la luz tenue, vio la cabeza rizada de Chris sobresaliendo
de las sábanas.
—Chris, ¿estás bien? ¿Pasó algo?
—Fui yo —la voz de la estrella de rock se escuchó débil—. Yo lo
hice.
—¿Tú hiciste esto? —Se abrió paso con cuidado a través de la
habitación, deteniéndose al borde de la cama. Dios, se veía terrible.
Su pelo estaba sucio. La habitación apestaba. No sabía cuándo se
había duchado por última vez, pero no parecía haber sido
recientemente.
—Ella me dejó —dijo con voz ronca—. Ya no me amaba. Me
mostraron una nota que escribió. Me alteré y… destrocé el lugar.
Cora entrecerró los ojos.
—¿Te mostraron una nota? ¿Qué te dijeron?
—Dijeron que fueron a buscarla. —Extendió una mano hasta la
mesita de noche, tirando otra botella al suelo. Cora se lanzó hacia
adelante para ayudarlo. Gruñendo suavemente, como si los
movimientos le dolieran, él le dio su teléfono.
Cora lo encendió para ver la imagen. Una mujer yacía dormida
con el rostro demacrado sobre una sucia almohada. Iris. Inclusive
Cora entendió lo que significaba la aguja en su brazo.
—Está consumiendo de nuevo. Ya no me ama.
—¿Esta es tu prueba? —La sostuvo—. ¿Quién tomó esta foto?
—Uno de los hombres de AJ.
—¿Hombres como los idiotas de afuera? —Cora podía sentir la
rabia brotando dentro de ella. Una mujer inocente, siendo arrastrada
hacia esa red. Movió sus dedos por el celular, reenviando la foto a
su número, luego fue a la información de contacto de Iris y lo
reenvió también. Algo tenía que hacerse. No podía ser una
coincidencia que una mujer desapareciera justo cuando su
prometido amenazaba con romper un contrato multimillonario.
Después de ver esa foto… supo que no había sido Marcus.
Quizá habría secuestrado a Iris para presionar a Chris, pero nunca
la habría metido en un frío y húmedo infierno ni la habría llenado de
drogas. No, todo eso era obra de AJ.
—Chris, ya ha pasado bastante tiempo. Tenemos que ir a la
policía. Ella está en problemas.
—Amenacé con hacerlo y me dijeron que lo intentara. Dijeron
que ella terminaría en la cárcel, o peor —miró fijamente al techo con
ojos inyectados en sangre—. No puedo hacer nada. No puedo
ayudarla.
Respirando hondo, Cora dejó caer el teléfono. Se giró, se dirigió
a la ventana y corrió las cortinas en un rápido movimiento.
Chris gritó pero ella no sintió compasión alguna por él.
—Ya basta. Levántate. Si alguna vez la amaste, sal de la cama y
empieza a actuar como un adulto.
—Ella me dejó…
—¡No me importa! Está en problemas y alguien tiene que
encontrarla —respiró hondo de nuevo y añadió firmemente—: Ya he
empezado a buscar y tengo algunas pistas.
—No encontrarás nada. Si se la llevaron y la hicieron consumir
de nuevo, nunca volverá.
—Entonces voy a encontrarla y darle la opción. Si pudieras, ¿la
ayudarías? ¿La llevarías a rehabilitación o lo que sea?
Chris se había sentado. Asintió con la cabeza.
—Por supuesto. La amo.
—Entonces levántate de la cama y empieza a actuar como tal.
Practica o algo así. Tu trabajo es interpretar. —Se irguió, tratando de
mostrarse confiada—. Yo me encargaré del resto.
Los dos guardias que se encontraban afuera de la habitación de
The Orphan saltaron cuando la puerta se abrió. Cora salió airada.
—Llamen a la mucama. —Los miró directo a los ojos—. Este
lugar necesita una limpieza, incluso si tienen que llevar a The
Orphan a otra habitación mientras lo hacen. Y pídanle una comida
decente.
Con eso, se marchó por el pasillo.
CAPÍTULO 14

De regreso en el pent-house, el sol del atardecer se inclinaba sobre


la sala de estar. Cora dejó caer su bolso y se dedicó afanosamente
a usar el teléfono, enviándole a Olivia la información del teléfono de
Iris para que iniciara el rastreo.
Goldwringer respondió: ¡Genial! Choca esos cinco.
Relajándose en el sofá, se permitió una sonrisa de satisfacción.
Estaban un paso más cerca de encontrar a Iris.
Levantó la cabeza cuando escuchó la puerta principal abrirse.
Qué extraño. Marcus nunca llegaba a casa tan temprano, no
últimamente. Pero eso era bueno. No fue él quien se llevó a Iris. Tal
vez era hora de hablar con él, poner todo sobre la mesa y pedirle
ayuda.
Poniéndose de pie, enderezó los hombros. Incluso si Marcus
tenía razones de negocio, no debía meterse con AJ, y Cora iba a
convencerlo. ¿Qué importancia tenía un asunto de negocios en
relación a la vida de una persona?
—¿Marcus? Pensé que esta noche ibas a quedarte afuera
trabajando… —empezó a decir, y luego jadeó.
El cuerpo de AJ cubría el umbral. El hombre parecía más grande
que cuando lo había visto en el club; su cabeza calva brillaba bajo la
luz del sol. El resto de él vestía simplemente una larga gabardina, y
había una sombra gris en su rostro sin afeitar. Sus brillantes ojos
negros estaban fijos en ella, evaluándola.
Mierda, ¿qué debía hacer? ¿Cómo había entrado? Debió de
haber dejado el pent-house abierto cuando volvió de ver a Chris.
Las únicas personas que podían acceder a su hogar necesitaban
una llave especial para usar el ascensor. Pero, bueno, acababa de
comprobar que la misma llave funcionaba en todos los pisos
privados. Y como representante de Chris, AJ obviamente tendría
acceso a la misma llave.
—¿Qué estás haciendo aquí? —El miedo ocasionó que su voz
saliera cortante.
AJ entró en la habitación, mirando a su alrededor como un
inversor estudiando un inmueble con potencial. Cora tensó su
espalda para no encogerse. Una cosa que el bajo mundo le enseñó:
si te acobardas, pensarán que eres una presa.
Aun así, se alegró de que hubiera un sofá entre ella y el gánster
que se acercaba.
—No debería estar aquí. A Marcus no le gustará.
—Bonito lugar. —AJ avanzó, disfrutando de la vista. Su
encorvamiento le quitó unos centímetros a su altura, pero también le
dio a sus movimientos un aspecto predatorio. Como un oso
olfateando fuera de su guarida.
AJ se detuvo a examinar la estatua blanca de un hombre
barbudo que capturaba a una mujer huyendo. Caminando alrededor
de ésta para observarla, se frotó la mandíbula.
—¿Tú la elegiste? —Entornó los ojos hacia Cora y luego hacia la
pequeña pero exquisita réplica de una estatua, una copia de la
primera.
—Mi marido —su voz se entrecortó—. Y llegará a casa en
cualquier momento.
AJ se giró de la estatua para mirarla. Las profundas líneas
alrededor de su boca se curvaron en una sonrisa.
—Sabes, para ser una mujer infiel a su hombre, invocas mucho
su nombre.
¿Qué demonios estaba…?
—¿De qué está hablando?
—¿Crees que no me enteraría de tu pequeña visita a mi
cantante mascota? —El hombre comenzó a caminar hacia ella—.
Pensé en esconderlo aquí para alejarlo de las malditas fans.
Malditas perras rabiosas.
AJ sonrió y siguió avanzando, acercándose cada vez más. Cora
retrocedió a pesar de no querer hacerlo.
—Bueno, ahora tenemos una nueva historia para los paparazzi:
la esposa de Ubeli haciéndolo con The Orphan. La Señorita
Inocente abre sus piernas.
—¿Cómo se atreve? —Espetó Cora. Ya había tenido suficiente.
Lo encaró, sin volverse a echar para atrás de nuevo. Su metro
setenta la dejó casi a la altura de su canosa barbilla—. Cuando le
diga a Marcus…
—Estabas en su dormitorio —le escupió. Su aliento era
repugnante contra su cara—. Hay cámaras en el pasillo.
Cora se congeló mientras comprendía sus palabras.
AJ miró su cara de cerca.
—Dime, pequeña. ¿Qué va a pensar Marcus?
¿Qué iba a pensar Marcus? No había confianza entre ellos, no
ahora. Aun así, se negó a concederle a este repugnante hombre lo
más mínimo.
Pero AJ aprovechó su momentáneo silencio para estirar la mano
y capturar un mechón de su claro cabello.
—Así que, preciosa —retorció los mechones entre dos de sus
dedos gordos—. ¿Qué me darás para no decirle a tu marido sobre
tu pequeño encuentro?
Cora retrocedió. AJ la dejó alejarse, viéndola irse con sus ojos
brillando.
—Así es, nena, piénsalo. Y luego piensa en cómo convencerme
—sus ojos le recorrieron el cuerpo de arriba a abajo.
Se sentía sucia simplemente estando en la misma habitación
que él.
—No puedes amenazarme —dijo, intentando de nuevo canalizar
algo de la autoridad de Marcus. Terminó sonando petulante. Una
niña que se negaba a ir a su habitación.
Cora se aclaró la garganta y lo intentó de nuevo.
—Sé lo que hiciste. Le diré a Marcus… que secuestraste a una
mujer inocente para amenazar a su prometido.
AJ la miró fijamente y luego sus hombros comenzaron a
moverse. Un extraño y agitado sonido salió de su fuerte pecho. Cora
lo miraba nerviosa, pensando que estaba teniendo una crisis
nerviosa.
Entonces se dio cuenta de que se estaba riendo de ella.
La boca de AJ se abrió, mostrando su diente de oro.
—¿Estás bromeando? ¿Esa es tu amenaza? —Sus mejillas se
sacudieron con regocijo—. Le diré a Marcus. —Se burló de su voz
—. Bonita, estúpida zorra. ¿Crees que tu marido no sabe que me
llevé a Iris? Ubeli lo ordenó.
Cora sintió sus palabras como un golpe.
—No —susurró.
—Así es, pequeña. Y si alguna vez me provocas, le diré
exactamente dónde estuviste esta tarde. ¿Y qué crees que querrá
que yo haga con la puta infiel de su esposa?
Apretando sus puños, Cora dejó que sus palabras le cayeran
encima. Se había quedado anclada en la idea de Marcus ordenando
el secuestro de Iris. Pero él odiaba a AJ. ¿Cierto? Nunca trabajaría
con él…
Pero ya lo hacía, ¿no? Para contratar a The Orphan. Si Marcus
hubiera querido que Iris desapareciera y le hubiera ordenado a AJ
hacerlo, no habría tenido control sobre los métodos de AJ. Pero
Marcus vivía en torno al control. Entonces eso significaba que AJ
estaba mint…
—Tal vez sea yo quien te castigue —continuó AJ, sonriendo—.
Puede que incluso te guste.
Luchando contra furiosas lágrimas, Cora vio al hombre moverse
hacia el minibar.
—Demonios, la mitad de los hombres de Ubeli deben estar
babeando por ti. Conseguiremos una cámara; hacerlo un éxito de
ventas. El negro gigante sería el primero en la fila. Yo pagaría por
ver cómo te atragantas con él —se rio mientras se servía un trago.
Un sonido palpitante llenó los oídos de Cora; no podía encontrar
su voz para hablar o gritar.
—Solo digo que si alguna vez papi no te satisface, el tío AJ está
aquí.
—Lárgate —la voz de Cora salió de manera ahogada.
Levantó el vaso hacia ella y luego lo bajó. Cora lo miró con
puños cerrados. Nunca había odiado tanto a nadie en su vida.
—Hijo de puta, lárgate de mi casa ahora mismo.
AJ se tomó su tiempo para ir a la puerta.
—Encantado de visitarla, señora Ubeli —dijo su nombre con una
sonrisa burlona—. Espero hacerlo de nuevo muy pronto.
Cora tembló de rabia y miedo.
Ya estaba casi afuera cuando se dio media vuelta.
—Oh, y mudaremos a tu chico, así que no más visitas. Aunque,
si bajas… —Su mano se deslizó hasta su entrepierna con
brusquedad—. El tío AJ estará listo.
Cora quería patearlo justo donde estaba haciendo aquellos
gestos tan groseros. Con sus tacones más puntiagudos.
—Será nuestro secreto —le guiñó un ojo.
Esperó hasta estar segura de que se había ido para poder
desplomarse en el sofá, todavía temblando de furia. Ubeli lo ordenó.
Se frotó la cara con una mano, ordenándose a sí misma
recomponerse.
Él estaba mintiendo sobre Marcus. ¿Verdad?
Una cosa de la que estaba segura era que iba a liberar a Iris de
AJ. Y luego encontrar una manera de hacerle pagar. Bonita,
estúpida zorra.
Su teléfono sonó. Miró hacia abajo, abrió el mensaje de Olivia e
hizo clic en la dirección subrayada. El enlace la llevó a un mapa
donde una luz parpadeaba, señalando la ubicación del teléfono de
Iris.
Cora respiró profundamente. Sabía exactamente dónde estaba
Iris. O, al menos, dónde estaba su teléfono. Y era hora de hacer
algo al respecto.
CAPÍTULO 15

A media tarde del día siguiente, Cora dio un pequeño paseo por el
parque. No había guardaespaldas con ella. Nuevamente había
escapado de ellos después de que la dejaran en el refugio ese
mismo día. Había estado preocupada pensando sobre qué decirle a
Marcus o cómo actuar con él una vez llegara a casa anoche… pero
nunca llegó a casa.
Lo que sea que Marcus estuviera haciendo lo tenía trabajando
día y noche. Era eso o la estaba evitando. Lo que probablemente
era lo mejor en este momento, considerando todo.
Se dejó caer en un banco y revisó sus mensajes. Nada.
Una sombra se alzó sobre ella, y entrecerró los ojos ante Pete el
policía. Se sentó a su lado en el espacio más alejado del banco. Su
postura era relajada, pero sus ojos se recorrían el camino y el área
del parque a su alrededor.
—Tengo que decir que eres la última persona de la que esperaba
tener noticias. —Pete la examinó—. Anoche casi se me cayó el
teléfono cuando recibí tu mensaje. Te investigué. Estás casada con
el mayor jefe criminal de la ciudad. —Dejó escapar un silbido por lo
bajo.
Cora habló sin mirarlo. Cualquiera observando la escena vería a
una joven descansando de su trote y a un hombre en la hora de su
almuerzo.
—Quiero ser clara. No voy a delatar a mi marido.
—Oh, lo dejaste claro. —Pete se incorporó y rebuscó en su
bolsillo, sacando un cigarrillo y un encendedor—. Me enteré de tu
pequeña visita a la estación dos semanas después de la boda. No lo
traicionarías aunque los federales te ofrecieran protección de
testigos —encendió el cigarrillo y dio una calada.
—La oferta no era real —dijo Cora fríamente—. Era una prueba.
Y si no lo hubiera sido, de todos modos habría tomado las
mismas decisiones. No tenía sentido quedarse en el pasado.
—Bueno, de todos modos la pasaste. No estoy seguro de lo que
eso dice sobre ti. El tipo de mujer que eres —la miró con ojos
entrecerrados a través del humo.
Alejó el humo con la mano.
—Soy leal. Y de todos modos, no estoy aquí para hablar de mi
marido.
—¿No? ¿Entonces por qué diablos me llamaste? —Miró a su
alrededor con desconfianza—. ¿Estás jugando algún tipo de juego?
Ante el tono de voz elevado del policía, una sombra gris que
yacía en el suelo junto a Cora levantó su gran cabeza. Brutus, el
cachorro de Gran Danés, se levantó y le dio vuelta al banco para
ponerse delante de Cora, entre ella y el policía.
—Dios, ¿qué es esa cosa? —Peter tosió y se hundió más
profundo en el banco.
Cora extendió una mano y le rascó las orejas al perro.
—Una mezcla de Gran Danés con algo. Lo saqué del refugio
para que estirara las patas. —Levantó la mano y el perro se inclinó
felizmente hacia ella, rogando por más.
—Pensé que era una roca. —Pete vio como elogiaba al danés y
lo hacía tumbarse para masticar un juguete—. ¿Así que Ubeli te
deja andar por ahí sola?
—Los hombres de mi marido están demasiado ocupados como
para cuidarme —la mentira se desprendió fácilmente de sus labios.
Pero se dio cuenta de que era la equivocada cuando los ojos de
Peter se iluminaron.
—Ocupados, ¿eh? ¿Qué ha acaparado su atención?
Cora respiró hondo.
—No es por eso que estamos aquí. En realidad estoy tratando
de encontrar a una persona desaparecida. El cantante del club de
mi marido… The Orphan. Su prometida desapareció el sábado por
la noche.
Pete se encogió de hombros.
—Haz que vaya a la comisaría y ponga una denuncia.
—Es más complicado que eso.
Cora se apresuró a soltar los detalles sobre la trágica pareja y la
búsqueda de ella y Olivia. Sacó la foto de Iris y la puso sobre el
banco para que pudiera verla, junto a la imagen de Iris que había
reenviado desde el teléfono de Chris.
—Creemos que un hombre llamado AJ está detrás de esto.
Rastreamos su teléfono. Ella está en su club, o al menos su teléfono
lo está. Y se encuentra en problemas.
Mirando la foto, Pete gruñó.
—Sí, he oído hablar de AJ. Solía dirigir algunos rincones en la
ciudad. Fue eliminado junto a la vieja pandilla. Ahora ha vuelto.
—¿La vieja pandilla?
—Dios, ¿tu marido no te dice nada? Los hermanos Titan. Eran
tres, ¿o tal vez solían ser tres? Por aquel entonces creo que uno de
ellos fue echado. —Frunció el ceño mientras pensaba—. Ellos eran
dueños de esta ciudad antes de que tu marido lo fuera. Algunos
piensan que están tratando de volver a entrar. Dicen que AJ es el
primer avance.
El viento aumentó, y Cora deseó haberse puesto algo más que
una chaqueta de cachemira. Incluso bajo el sol sentía al frío.
—Entonces, ¿puedes ayudar a encontrar a Iris?
Pete apagó su cigarrillo con sus pies sobre el concreto.
—Mira, señorita, nada de esto no es mi especialidad. ¿Encontrar
a una adicta desaparecida? Ni siquiera sabes si quiere ser
encontrada. Tal vez quería dejar a este sujeto, The Orphan, y volver
a lo suyo.
—No quería dejarlo. Y AJ es un traidor. Él…
Pete la interrumpió.
—Pero supongo que podría rastrear a este sujeto AJ. Pero no
hago nada sin que me devuelvan el favor. Es un asunto de poca
monta lo que me estás pidiendo. Voy a necesitar algo a cambio.
Algo jugoso. Y quiero saber por qué no le llevas esto a tu marido.
Cora no respondió, estaba miraba la foto de Iris.
—Crees que Ubeli está involucrado —dedujo Pete—. Por eso te
estás escabullendo.
—Yo no…
—Llamaste a un policía y le pediste que se encontrara contigo.
¿Qué crees que pensará tu marido sobre eso? ¿O cualquiera que
trabaje con él?
Aquello sonaba parecido a lo que AJ le había dicho.
—Marcus sabe que soy leal.
El policía se frotó nuevamente la cabeza y el mentón, haciendo
caso omiso de sus palabras.
—Joder, probablemente soy hombre muerto simplemente por
reunirme contigo.
Algo dentro de Cora explotó.
—¿Entonces por qué me perseguiste y me diste tu tarjeta? —Lo
enfrentó—. Sabes qué… olvídalo. Pensé que tenías valor. Una
mujer inocente está en problemas —tomó la foto de Iris y la agitó
frente a su rostro sorprendido—. Se supone que eres un… no sé…
un protector de la ciudad. En vez de eso, solo quieres una gran
captura que impulse tu carrera. Y usas a quien puedas para hacerlo.
Le dio la espalda al rostro sorprendido del policía y volvió a
meter la foto en su bolso.
—Busca a alguien más para que te entregue la cabeza de mi
marido en bandeja de plata. Y de todos modos, él ha hecho más
para proteger a la gente de esta ciudad de lo que tú jamás harás…
—¿De verdad crees eso, princesa mimada? —Pete se puso de
pie, elevándose por encima de ella. Cora tiró de la correa de Brutus
y el gran perro saltó, metiéndose entre ellos.
El policía retrocedió pero continuó hablando, con su rostro
marcado por la ira. Le gritó a Cora mientras ella se alejaba a toda
prisa con Brutus escoltándola.
—Eres como el resto de ellos, con su dinero y sus secretos.
Ustedes se creen dioses y diosas, mejores que nosotros. Intocables
para nosotros los meros mortales. Bueno, ¿sabes qué? Vamos a
hacerlos caer.
Cora se alejó con la cabeza gacha mientras sus palabras, llenas
de rabia, le golpeaban la espalda como balas ineficaces.
Y cuando llegó a casa, sus dedos se movieron a toda prisa para
abrir los contactos del teléfono. Dudó un momento. Luego marcó.
Armand contestó.
—¿Cora? —Su tono sonó sorprendido.
—Oye —dijo con suavidad—. ¿Estás ocupado?
—A punto de salir del spa… ¿por qué?
—Necesito un favor. —Se mordió el labio y recordó cómo el
diseñador la había acosado en la fiesta. Si Cora había interpretado
bien su lenguaje corporal, él estaría más que dispuesto a ayudarla.
Solo esperaba no encontrarse dándole la bienvenida a demasiados
problemas.
—Claro, ¿estás bien?
—Estoy bien. Solo… le prometí a una amiga que la ayudaría e
iría a ver su espectáculo esta noche. Marcus trabajará hasta tarde y
me preguntaba si irías conmigo.
—Eh, claro. Si a tu marido le parece bien, entonces estoy libre.
¿Qué clase de espectáculo?
—Bueno, por eso te pido que vayas. Está un poco alejado de lo
mío. —Se levantó y sacó la tarjeta de AJ de su bolso—. Necesito
que me lleves a un club de striptease.
CAPÍTULO 16

Dos horas más tarde, Armand echó un vistazo afuera del taxi
estacionado frente a La Casa de la Orquídea y frunció el ceño ante
el cartel.
—Cora, por muy feliz que esté de visitar este lujoso
establecimiento, ¿estás segura de que es una buena idea?
—Relájate. Es solo para ayudar a un amigo. —Ni siquiera era
una mentira.
Cora agarró su bolso y salió del taxi, pero Armand la agarró del
brazo.
—No creo que a Marcus le vaya a gustar esto.
—Lo que no sabe no le puede hacer daño. Además, él solo
pensará que es lindo.
—Él piensa que tú eres linda. A mí me matará —murmuró
Armand.
—No lo hará. —Cora apartó su mano.
—Tienes razón, le pedirá al grandullón que lo haga.
—Sharo tampoco te hará daño. No lo dejaré. Ahora vamos.
Cora sacó las piernas del coche e inmediatamente se arrepintió
de llevar una minifalda. Se había decidido por un exagerado estilo
sensual, esperando reducir las posibilidades de que la reconocieran.
Minifalda negra, camiseta de lentejuelas negras y tacones negros;
se parecía un poco a una princesa gótica. Eso, además de
maquillaje negro para ojos y una peluca negra que convenció a
Armand de que le prestara (y le ayudara a fijarla), y estaba segura
de que pasaría totalmente desapercibida.
—Esto es una locura. —Armand revisó una última vez su cabello
en el espejo retrovisor del taxi y luego salió. Llevaba un traje gris,
camisa blanca y corbata negra delgada. Con su pelo despeinado y
su delgada figura toda de negro, ambos parecían dos niños jugando
a disfrazarse.
—Solo sígueme la corriente y no te dejaré hacer ninguna
tontería. Quiero decir, aparte de toda esta aventura —Armand sacó
su brazo para escoltarla—. No había estado así de reacio sobre
visitar un club de striptease desde… nunca.
Cora miró a su alrededor mientras entraban. La Casa de la
Orquídea parecía más elegante de noche. El bar tenía una fría
iluminación púrpura y había flores de verdad colocadas en
pedestales cerca de las paredes.
En cuanto entraron, Armand pareció relajarse. Cautivó a la
anfitriona y mantuvo su mano en la espalda de Cora mientras
tomaban una mesa cerca del escenario. Coqueteó con la mesera
cuando se acercó a tomar su pedido, sacudiendo sus largas
pestañas negras casi tanto como la mujer sacudió las suyas
cargadas de rímel.
—¿Qué estás haciendo? —Cora preguntó una vez que la
mesera se fue caminando sobre las nubes.
—Relajándome. —Armand sonrió cuando la mujer volvió con una
botella de champán—. Tranquilízate.
Cora se echó hacia atrás en la ancha silla, pero no podía
relajarse. No podía dejar de examinar la habitación, mirando los
rostros a su alrededor para asegurarse de no encontrar a alguien
conocido. Especialmente a AJ. Pero mayormente lo que vio fueron
hombres en traje y algunas parejas.
Armand le entregó una copa de champán y se inclinó cerca.
—No mires tanto a tu alrededor. Algunas personas aquí tampoco
quieren ser reconocidas.
—Pareces muy cómodo —le susurró de vuelta.
Armand se encogió de hombros.
—Lo preferiría más si me dijeras lo que está pasando realmente.
Cora detuvo su copa de champán a medio camino hacia sus
labios.
—¿A qué te refieres?
—Estás actuando de forma extraña. Por ejemplo, me llamaste y
me invitaste a salir. A un club de striptease. Sin tu marido. ¿Todo
bien entre ustedes?
¿Creía que le había pedido que viniera porque ella…? Incapaz
de encontrar su voz, Cora simplemente se quedó mirando los
oscuros ojos de Armand.
Él suspiró.
—Mira, Cora, estoy feliz de ayudar. Eso es lo que hacen los
amigos. Pero sería bueno saber en qué me estoy metiendo.
—No es lo que piensas. Es decir, no sé lo que estás pensando
exactamente, pero Marcus y yo estamos bien.
Vale, eso fue una mentira gigante, pero no iba a empezar a
comentar eso con Armand. Esa no era la razón por la que estaban
aquí.
—Solo necesito ayudar… a una amiga.
—¿Y Marcus no está involucrado?
Cora dudó.
—Bueno, cuando salgamos de aquí, hablaremos de ello. Como
dije, quiero ayudarte, pero no quiero problemas.
Mierda. Tal vez no fue justo pedirle que la ayudara. Ella nunca
había entendido completamente la naturaleza de la relación de
negocios entre Marcus y Armand. Lo último que quería era
perjudicar a Armand por su culpa.
—Entiendo —dijo Cora en voz baja.
Armand se volvió hacia ella y le tomó la mano.
—No es solo que seamos amigos. Marcus y yo somos socios
comerciales. Sin él, nunca habría podido poner en marcha Doble M.
Cora asintió, pensando en Metamorfosis, el spa de Armand.
Pronto abriría su tercer local.
Vale, si iba a seguir pidiéndole ayuda, él merecía una
explicación. Se inclinó a punto de explicarle cuando notó que el
humo comenzó a rodar sobre el escenario.
—Damas y caballeros —una voz se escuchó a través del altavoz
—, estamos orgullosos de presentar a Venus.
Un susurro hipnótico inundó la habitación, la melodiosa voz de
una mujer. El humo se apiló en el escenario a medida que la música
se intensificaba, edificándose con los tambores. Luces sutiles
revelaron una piscina de agua brillando bajo la bruma.
Anna emergió lentamente del agua con una tela húmeda
envolviendo su cuerpo, dejándolo cubierto y al mismo tiempo
totalmente expuesto. Levantándose de la bruma, parecía una diosa
primordial; sus curvas evocaban un milenio de deseo crudo y
potente.
—Vaya —susurró Armand.
El volumen de la música descendió hasta que solo se
escuchaban los tambores. Palpitando profundo en el cerebro. Anna
sonrió a la multitud, hizo una pirueta lenta y dejó que la tela se
desprendiera.
Debajo llevaba un bikini dorado, que se ajustaba firmemente
sobre su perfecta figura. El público murmuró en apreciación
mientras Anna flotaba hacia el tubo para su rutina de baile.
Cora miró a Armand; él tenía la boca abierta y casi babeaba.
El baile de Anna fue menos acrobático esta vez y mucho más
sensual. Sus caderas le hacían el amor al aire y todos los hombres
en la habitación lo sentían en la entrepierna. Anna giró lentamente y
Cora no pudo evitar guardar mentalmente el movimiento para más
tarde. Necesitaba toda la ayuda posible para manejar a Marcus.
Las personas tiraban dinero y Anna bailó sobre él como si no se
hubiera dado cuenta.
El escenario se oscureció y los aplausos se prolongaron durante
un tiempo. Cuando las luces se encendieron, Anna se había
transformado y ahora llevaba un vestido rojo brillante con un escote
pronunciado. Una vieja melodía comenzó a sonar y Anna empezó a
cantar con su dulce voz de bebé.
La multitud enloqueció.
—Esa es mi amiga —le susurró Cora a Armand. El esbelto y
joven diseñador parecía tan hipnotizado que resultaba casi gracioso.
Bebió un trago de champán y derramó un poco sobre sí mismo sin
darse cuenta—. Armand —lo llamó y él parpadeó. Cora miró
fijamente su traje—. No sabía que tuvieras problemas con la bebida.
Agarrando una servilleta, se apresuró a secar el líquido y luego
bebió más champán.
—Oh, Dios mío —dijo con voz ronca y luego se aclaró la
garganta—. Eh, ella es increíble. ¿Cómo se conocieron?
—Larga historia. —Cora sonrió hacia Anna mientras ella seducía
a la audiencia a través del micrófono—. Me está ayudando con un
trabajo de caridad.
La canción terminó y otras damas subieron al escenario.
Anna bajó para bailar y coquetear con sus clientes.
Cora no estaba segura de si Anna la reconocía hasta que le
guiñó un ojo, se acercó lentamente y se inclinó sobre ella como si
fuera a besarla.
—Tenemos que hablar —susurró Cora y luego señaló a Armand
con un ligero movimiento de la cabeza—. A solas.
Anna asintió, mirando profundamente a los ojos de Cora como
parte del acto.
—Solo síganme la corriente.
Anna se movió hacia Armand, balanceándose sobre él. Él
sostuvo las manos sobre sus caderas como si quisiera tocarla, pero
Anna las tomó y tiró de ellas hasta que Armand se levantó de la
silla, siguiéndola obedientemente hacia el escenario mientras el
presentador hablaba de nuevo:
—¡Por favor, denle la bienvenida al escenario a un invitado
especial, aquí en el día de su cumpleaños!
Cora se puso de pie, preguntándose qué estaba pasando. Las
mujeres habían puesto una silla en el escenario, ataron a Armand a
ella y se turnaron para restregársele. La multitud estalló en gritos.
El rostro de Armand tenía una expresión embobada de placer y
ni siquiera protestó por el hecho de que no era su cumpleaños.
Entonces dos de las bailarinas subieron, se montaron a
horcajadas sobre su miembro mientras ellas quedaban cara a cara y
empezaban a mecerse de un lado a otro.
Con la mirada fija en el desenfreno del escenario, Cora apenas
logró darse cuenta de que Anna le hacía señas para que se
acercara a una puerta lateral del escenario.
Agarrando su bolso, se levantó y la alcanzó. El público estaba
pasmado ante el espectáculo de Armand sobre el escenario. Las
mujeres se habían bajado de Armand y ahora lo desataban y lo
obligaban a arrodillarse. Luego una de ellas le quitó el cinturón.
—Es hora de su azote de cumpleaños…
Anna llevó a Cora por el pasillo y cerró la puerta, parando de reír.
—Eh —comenzó Cora.
—No podemos hablar aquí —susurró Anna y la guio a través de
unas cortinas de gasa y luego a una puerta marcada como VIP.
—¿Es tu novio? Es muy guapo. —Anna le hizo señas para que
entrara en la habitación poco iluminada.
—No, solo un amigo. —Cora entró y se situó en el centro del
exuberante lugar —. Y tengo curiosidad. ¿Qué le van a hacer?
—Oh, no te preocupes, le encantará. Es parte de la diversión.
Cora se preguntó que tenía que ver la diversión con Armand
siendo azotado con su propio cinturón.
—Vale.
—No le harán daño. —Anna se rio—. No demasiado. ¿Qué has
averiguado sobre Iris?
Cora la puso al día, explicándole el truco del teléfono que le
había enseñado Olivia.
—Iris tiene que estar aquí… o estuvo aquí en algún momento y
dejó su teléfono. ¿Has visto o escuchado algo sobre ella?
Anna sacudió la cabeza.
—Tal vez uno de los hombres de AJ tiene su teléfono.
Últimamente han estado vagando por aquí. —se estremeció—.
Aunque, es posible que ella estuviera aquí…
Anna se calló cuando escucharon voces en el pasillo. Los
sonidos aumentaron mientras unas personas se detenían justo
afuera de la puerta.
—Diablos… alguien tiene un cliente.
Anna corrió a la parte trasera de la sala VIP y Cora se apresuró a
seguirla. Mierda. Lo último que necesitaba era que la atraparan
aquí. Anna acababa de decir que los hombres de AJ estaban
vagando por el lugar. Y no sabía a dónde diablos la estaba llevando
Anna.
Pero a medida que el volumen de las voces aumentaba, Anna
corrió una de las cortinas que cubría la pared para revelar… una
pared. Luego Anna se inclinó y empujó la cornisa del techo y, con un
ligero crujido, un panel de la pared se deslizó hacia un costado. Una
puerta oculta. Gracias al cielo.
Mientras Cora se arrimaba detrás de ella, Anna se adentró en el
oscuro pasadizo. Estaba totalmente negro. No había luz alguna.
Cora no pudo evitar titubear en el umbral, pero Anna la empujó al
pasillo oculto y cerró la puerta detrás de ellas, la cual volvió a su
sitio justo a tiempo porque al instante siguiente pudieron escuchar
voces ahogadas en la sala VIP.
—¿Dónde estamos? —Cora susurró silenciosamente. Buscó en
su bolso y encendió la linterna de su celular, levantándola para
poder ver más del estrecho pasillo. Se extendía en ambas
direcciones, apenas lo suficientemente ancho para ambas. Cora
colocó su mano en la pared opuesta y sintió el frío ladrillo.
—Este lugar solía ser un bar clandestino —susurró Anna—. Creo
que esto lleva a una habitación secreta en la parte de atrás. No lo he
explorado mucho. Demasiado espeluznante. Y con los chicos de AJ
por todas partes estos últimos días, no he podido escabullirme.
—¿Crees que podrían tener a Iris aquí?
—Podríamos mirar. —La voz de Anna era tranquila, pero en el
fondo parecía emocionada.
Cora mantuvo la luz en alto.
—¿Por dónde?
CAPÍTULO 17

Pocos minutos después, a Cora le dolía el brazo por sostener la


linterna del celular. Y estaba luchando contra la claustrofobia. Ahí
todo estaba muy angosto.
El pasaje se había estrechado aún más, pero no lo sabía con
exactitud porque su sentido de la orientación estaba un poco
revuelto, pero sentía que el suelo se estaba inclinado hacia abajo.
Como si se dirigieran a un sótano o a un piso inferior.
—¿Segura de que no necesitas volver al escenario? —Cora le
preguntó en voz baja a Anna, la cual se adentró al frente con
confianza, casi como si lo estuviera disfrutando.
—No te preocupes. —Le hizo un gesto con la mano—. Pensarán
que regresé a la sala VIP con un cliente. Y si nos pillan les diré que
querías un baile erótico y que nos dejamos llevar.
—Sí, curiosear en siniestros y oscuros sótanos siempre me
excita —Cora bromeó débilmente.
—Te sorprendería lo que le gusta a la gente. —Anna se paró en
seco cuando el estrecho pasillo se abrió camino a una habitación
más grande. Cora se acercó a ella.
—¿Y ahora qué? —La voz de Cora vaciló un poco. El lugar era
espeluznante, el techo era de apenas un metro ochenta de altura y
Cora, de un metro setenta, se sentía encorvada. Polvo y telarañas
colgaban de las vigas. Un lugar muy alegre. Cora tembló.
—Por ahí. —Anna señaló una pequeña puerta.
Se arrastraron juntas hacia adelante, apiñadas bajo el pequeño
chorro de luz. Los ojos de Cora seguían moviéndose por toda la
habitación. Más vale que su teléfono no se quedara sin batería, era
todo lo que se decía. Pero no se atrevió a comprobarlo. Iris podía
estar a tan solo a una habitación de distancia y no podía dejar que
sus miedos la detuvieran ahora. Por favor, Dios, nada de ratas. Por
favor, nada de ratas.
Lograron cruzar la habitación pero la puerta estaba atascada.
Anna tomó el celular y Cora empujó la puerta. La idea de quedarse
atrapada ahí abajo en aquella rancia atmósfera le dio una dosis de
fuerza y forzó la puerta con su hombro para abrirla, tambaleándose
hacia adelante cuando se desplegó de súbito.
La habitación era diminuta. Un poco más que un armario.
Y estaba vacío.
—Demonios. —Anna maldijo por lo bajo—. Realmente esperaba
que la encontráramos.
—Pero mira, ¿es eso una cama? —Cora se impulsó a través de
la puerta y entró en la pequeña habitación con su olfato
retorciéndose por el aire contaminado. Anna la siguió y apuntó la
linterna del celular al suelo. Ambas miraron el camastro y la raída
manta que estaban dentro de aquel pequeño espacio.
—¿Crees que…? —Anna comenzó a hablar pero luego se calló
mientras Cora se arrodillaba y empujaba hacia arriba su mano entre
la pared y el camastro.
Mierda, ¿era eso un…?
Cora sacó un teléfono con una carcasa rosa brillante.
—Es de Iris. Apuesto lo que sea. La mantuvieron aquí abajo,
estoy segura de ello.
Pero la propia Iris se había ido hacía mucho tiempo. Aun así, era
una pista más.
Cuando Anna dijo salgamos de aquí, Cora estaba muy feliz de
estar de acuerdo.
De regreso en el oscuro pasillo, Cora tomó la mano de Anna.
—Espera, más despacio.
Cora sostuvo el teléfono rosa entre ellas e intentó encenderlo.
No tenía batería. Maldijo y recuperó su bolso del agarre de Anna
para guardar el aparato.
—¿Crees que…? —Anna comenzó a decir con voz seria.
Cora sacudió la cabeza y la interrumpió antes de que pudiera
decirlo en voz alta.
—No creo que AJ le haga daño, no todavía. —Aparte de clavarle
una aguja en el brazo—. Todavía la necesita tener poder sobre su
prometido. —Lo dijo tanto por Anna como por ella misma.
Anna asintió y nuevamente entrelazó sus dedos con los de Cora.
—Vamos.
Emprendieron el viaje de regreso a través del estrecho pasillo
tomadas de la mano. Pareció tardar una eternidad. Pero Dios, todo
en lo que Cora podía pensar era en ese pequeño armario y el
penoso camastro en el suelo. Iris debió haber estado muy asustada.
¿Y si la encerraron allí sin luz? Un escalofrío la atravesó,
estremeciéndola hasta los huesos. Agarró con más fuerza su
teléfono.
Pero no, AJ todavía necesitaba a Iris. Todavía podían salvarla.
¿Cuánto tiempo habían perdido? ¿Un día? ¿Horas?
Cuando llegaron a la puerta secreta de la sala VIP, los dedos de
Anna le dieron un apretón antes de tirar del pestillo y abrir
lentamente la puerta.
Ambas esperaron un rato, simplemente escuchando. Por un
momento no hubo nada más que silencio. Los hombros de Cora se
dejaron caer aliviados. Parecía que después de todo se iba a salir
con la suya.
Entonces alguien del otro lado gimió y tanto Anna como Cora se
congelaron, escuchando los sonidos de dos personas besándose y
jadeando. Anna la miró y Cora hizo una mueca.
Alguien se estaba divirtiendo en la sala VIP.
—Vamos —articuló Anna.
Cora sacudió la cabeza. Ya que de todas formas estaban
atrapadas, se dedicó a retirar un par de telarañas más del pelo de
Anna, la cual se quedó quieta. Después de un minuto ya las tenía
todas. Cora se sentía como un manojo de nervios mientras que
Anna se veía completamente serena, apenas con una pizca de
alteración.
Cora miró su propio vestido lleno de telarañas e hizo una mueca.
Las retiró y luego se quedó quieta mientras Anna se revisaba la
peluca.
Después de que ambas se prepararon, Anna articuló: ¿Lista?
Difícilmente, pero dejó que Anna la arrastrara a la habitación y
cerrara la puerta detrás de ellas. Se encontraban detrás de la cortina
y los amantes del cuarto privado aún no se habían dado cuenta.
Pero claro, estaban ocupados en otra cosa. El hombre gemía un
poco.
—¿Te gusta eso, cariño? —Ronroneó la voz de una mujer—.
Alivia la tensión.
Anna se asomó detrás de la cortina.
Cora tiró de su hombro.
—No —articuló. Pero Anna se la quitó de encima y entró en la
habitación. ¿Qué estaba haciendo? ¿No se daba cuenta de lo
peligroso que era todo esto?
Cora se asomó después. Una bailarina se movía encima de un
hombre que estaba usando solo una tanga y ella se reía y dejaba
que sus manos recorrieran toda la curvatura de su cuerpo.
Anna pasó con confianza por delante de ellos hasta llegar a la
mesa donde estaba el balde de champán. Abrió una botella y
empezó a servir copas.
—Oh, Anna, no te escuché entrar —dijo la otra bailarina mientras
levantaba la vista—. Él te estaba buscando.
—Yo me haré cargo. —Anna asintió y la otra bailarina
inmediatamente abandonó su lugar.
—Acompáñanos, cariño. —El hombre sonaba aturdido,
intentando sujetar a la bailarina que se marchaba.
Un segundo, Cora reconocía esa voz.
¿Armand?
Corrió más abruptamente la cortina para poder ver mejor. Y sí,
se trataba de Armand. Estaba tumbado en el lujoso sofá con el pelo
despeinado, la camisa medio desabrochada y sin cinturón.
—Ya voy —dijo dulcemente Anna mientras servía champán.
Cora salió de la cortina y se puso las manos sobre las caderas,
frunciéndole el ceño a Armand quien parecía totalmente borracho.
—¿Cora? —Sus ojos parpadearon perezosamente—. ¿De
dónde saliste?
Cora puso los ojos en blanco, aceptando una copa de champán
de Anna y tomándose un trago para calmar sus nervios. Estaba
oficialmente lista para que esta noche terminara.
Los ojos bien abiertos de Anna sobre la copa lo decían todo.
Buscando en su bolso, Cora sacó el celular rosa.
—Definitivamente no tiene batería —dijo mientras seguía
presionando los botones.
—Es una pista —Anna regresó con toallitas húmedas y empezó
a limpiar mejor el vestido de Cora. Bajo la luz de la habitación, las
manchas de polvo aún eran evidentes.
Armand comenzó a tener hipo en el sofá.
Cora lo ignoró e intentó reconstruir los eventos sucedidos.
—Así que su celular murió pero ella pensó que Chris sabría de
ese lugar y la buscaría allí. Así que lo dejó. Pero eso significa que
estaba lo suficientemente consciente como para dejarlo.
Cora avanzó un par de pasos, se detuvo y giró hacia Anna.
—Y debe haber un mensaje en el teléfono o algo. De lo
contrario, ¿por qué lo dejaría?
—¿Quieren jugar, chicas? —Interrumpió Armand. Ambas lo
miraron. Dios, sus ojos estaban vidriosos y sus pupilas eran
enormes. ¿Qué demonios se había tomado?
Anna regresó la mirada a Cora.
—¿Qué vas a hacer ahora?
—Sacarlo de aquí. —Cora le frunció el ceño a su amigo borracho
—. Reorganizarme. A ver si puedo sacar algo de este teléfono.
—¿Qué quieres que haga?
Cora comenzó a responder cuando escuchó a alguien
levantando la voz en el pasillo. Una voz muy enojada.
Los ojos de Cora se clavaron en los de Anna. Ambas la
reconocieron.
AJ. Sonaba como AJ.
Anna corrió hacia la puerta y Cora hacia Armand.
—Vamos, tenemos que irnos —siseó, tirando de sus brazos.
—No quiero —le sonrió, agarrando sus manos juguetonamente.
Cora soltó un sonido de sorpresa mientras la tiraba encima de él—.
Cora, siempre hueles tan bien —le acarició el cuello hasta que ella
se apartó—. Eres la chica de mis sueños.
Detrás de ellos, Anna estaba de pie en la puerta. Se abrió y
Anna empujó su cuerpo hacia la abertura, posando
provocativamente con su sexy vestido rojo.
—¿Buscas algo de diversión? —ronroneó.
—Sal de aquí; te quieren en el escenario de nuevo.
Cora se tensó. Definitivamente era la voz de AJ.
—Suena bien, grandullón. —Anna arqueó la espalda y deslizó su
brazo sobre el marco de la puerta para bloquearle la vista a AJ de la
habitación—. Ayudaré a estos dos a acabar, después…
El cuerpo de Anna se sacudió hacia adelante y soltó un leve
lamento. Alguien la había sacado bruscamente al pasillo.
Cora apartó la cara de la puerta para esconderla. Rápidamente
se quitó el bolso del hombro y lo puso detrás de un cojín.
—Dije ahora. —AJ estaba gruñendo. Anna no respondió. Cora
podía oír cómo se abría la puerta.
Girando de vuelta a Armand, Cora se sentó a horcajadas sobre
él y se bajó la camisa hasta que el sujetador que cubría sus pechos
saltó fuera. El rostro de Armand cayó sobre su pecho y ella dejó
caer su pelo sobre sus mejillas.
Podía oír la pesada respiración de AJ observándolos desde la
puerta. Armand gimió de manera repentina y Cora, temiendo que
dijera su nombre, le echó la cabeza hacia atrás y aplastó sus labios
contra los suyos.
Los ojos de Armand se abrieron de par en par. Cora los miró
fijamente, intentando comunicarle su pánico.
—Asegúrate de que recibas el dinero, cariño, antes de que lo
hagas todo —murmuró AJ desde la puerta para después cerrarla.
Cora escuchó el clic de la perilla y se desplomó, luego se volvió
a incorporar.
Armand respiraba con dificultad.
—Eh, Cor…
Saltó hacia adelante para cubrirle la boca con sus dos manos.
—Solo cállate por un momento —susurró con dureza y prestó
atención a los posibles sonidos de AJ irrumpiendo de nuevo.
Cuando nada sucedió, Cora relajó la presión en el rostro de
Armand, pero mantuvo sus manos contra su boca. Sus pobladas
cejas se levantaron sorprendidas y sus ojos se movieron
intranquilamente.
—Te lo explicaré todo más tarde —susurró—. Ahora mismo
tenemos que salir de aquí.
—Vale. —Las palabras de Armand fueron amortiguadas bajo sus
manos. Cora las retiró y se las limpió con su falda.
Bien, piensa, piensa. AJ estaba afuera; no esperaría que
terminaran pronto. No si pensaba que Cora era una de sus chicas.
Podía esperar un rato, pero él podría volver en cualquier momento
para echarles un vistazo.
Alguien golpeó la puerta mientras caminaban por el pasillo y
Cora dio un salto.
—Vamos a salir por otro camino —dijo mientras agarraba su
bolso y ponía a Armand de pie; él trastabilló hacia adelante, lo cual
fue suficiente para que ella lo arrastrara detrás de la cortina.
Cora abrió la puerta y giró hacia la izquierda, avanzando en la
oscuridad y en la dirección opuesta a la que Anna y ella habían
tomado. Anna dijo que ese camino conducía a una salida, y ellos
solamente tenían que encontrarla.
A Cora no le importó la oscuridad esta vez. AJ era mucho más
aterrador que unas cuantas estúpidas ratas. Si él la atrapaba, ella
estaría a su merced y en su territorio, y ni Marcus ni ninguno de sus
hombres sabían siquiera dónde estaba.
—¿Qué demonios? —murmuró Armand detrás de ella.
—Sigue avanzando —susurró apresuradamente y encendió otra
vez la linterna de su teléfono . El largo y estrecho pasillo se extendía
delante de ellos y había un par de puertas más adelante. Se dirigió
hacia la que estaba más al fondo. Saldrían por la parte de atrás
esperando que nadie estuviera vigilando esa salida. De ser así,
Cora no sabía lo que haría.
Llegaron a la puerta y Cora se detuvo a escuchar el otro lado de
la pesada madera. Nada. Vale, esta tenía que ser la salida trasera.
Giró el pomo de la puerta y la empujó para abrirla.
—¡Eh! ¿Quién está ahí?
¡Oh, mierda! ¡No es una salida, no es una salida!
Cora casi se subió a la espalda de Armand para empujarlo con
mucha fuerza de vuelta hacia el estrecho pasaje.
—Vamos, vamos, vamos —siseó. Armand perdió el equilibrio y
rebotó un poco en la pared de ladrillos. Cora casi se enredó en él,
pero de alguna manera se las arreglaron para avanzar.
—¡Oye, no puedes estar aquí!
Las luces chocaron contra la espalda de Cora mientras la puerta
detrás de ellos se abría. La adrenalina se disparó y le dio a Cora
algo de velocidad y a Armand algo de concentración. Se lanzaron
hacia adelante, corriendo en la oscuridad del pasillo, con Cora
continuamente empujando a Armand hacia adelante.
—¿Adónde vamos? —preguntó, sonando más sobrio cuando
doblaron en una esquina.
—Sigue moviéndote —respondió Cora de manera desesperada
—. La puerta debería estar aquí arriba.
Unas pequeñas luces que venían de la grieta de una puerta más
adelante le dieron esperanza. El pasillo se había ensanchado lo
suficiente como para que ella pasara por delante de Armand, y casi
agarró con las uñas la perilla de la siguiente puerta que vieron.
Tenía que ser ésta. Pero estaba muy atascada, como si no se
usara seguido. Cora retrocedió y la embistió de manera salvaje,
apenas oyendo a Armand protestar débilmente detrás de ella.
—Espera. Creo que esa es la…
La puerta se abrió de golpe y Cora se tambaleó hacia adelante,
saliendo de la parte de atrás de una cortina y directo al escenario de
La Orquídea.
Anna se había quitado el vestido y ahora llevaba el bikini dorado,
girando con el culo hacia el público. Levantó la cabeza rápidamente
y miró fijamente a Cora en estado de shock, quien girando hacia
atrás por donde había venido, solo consiguió golpear su cuerpo
contra Armand. Él se desplomó y Cora cayó debajo de él.
—Bueno, si es el cumpleañero volviendo por más —oyó a Anna
improvisar. Cora presionó su cara contra el hombro de Armand para
ocultarla y pensar en qué hacer.
—Y parece que ha tenido suerte —anunció Anna.
Unos cuantos gritos elogiosos se desprendieron de la multitud.
Cora rodeó a Armand con sus brazos y desesperadamente
enganchó una pierna desnuda alrededor de su cintura.
Él parecía completamente aturdido.
—Cora, ¿qué demonios está sucediendo?
—Solo sígueme la corriente —suplicó—. Tenemos que salir de
aquí.

—Entonces, ¿qué pasó? —exigió Olivia. Estaba sentada en su


mesa de ordenador, buscando cargadores que podrían coincidir con
el teléfono de Iris.
Cora sacudió la cabeza, haciendo que la desteñida sudadera
negra que Olivia le había prestado, se deslizase por fuera de uno de
sus pálidos hombros.
—Entonces Anna hizo que las luces se apagaran y nos sacó del
escenario. Salimos por el frente. —Se desplomó de espaldas en el
sofá de Olivia, todavía incapaz de creer que todos habían
conseguido salir de ahí en una sola pieza.
Olivia sacudió la cabeza.
—Una noche en un club de striptease y no me llevas. ¡Pensé
que éramos amigas!
—Baja la voz —se quejó Armand.
Cora lo miró en el sofá donde yacía con una bolsa de hielo en la
cabeza. Durante el viaje en taxi a casa de Olivia, admitió haber
tomado unas pastillas que le ofreció la primera bailarina con la que
lo encontraron, algo que lo ayudara con el dolor de su trasero. Pero
mezcladas con champán, lo habían puesto mal y luego le dieron un
fuerte dolor de cabeza.
Cora no sintió compasión alguna.
—Entonces, ¿todavía no tienes idea de dónde está esta chica
Iris? —Olivia había encontrado un cargador y ahora estaba
trabajando en uno de sus muchos ordenadores. Tenía toda una
pared de su pequeño apartamento dedicada a la electrónica.
—No, y me he quedado sin pistas además del teléfono. Bueno,
excepto por AJ. Pero no puedo seguirlo a todas partes.
—Pienso que tal vez es hora de involucrar a tu marido —dijo
Armand.
Cora cerró los ojos e intentó imaginárselo. ¿Qué diría Marcus si
se lo contara todo? ¿Qué haría él?
Definitivamente encerraría a Cora por desafiarlo e ir a lugares sin
sus guardaespaldas.
¿Pero haría algo para ayudar a Iris? Esa era la pregunta.
Todavía había una posibilidad de que fuera parte del secuestro.
Cora no quería creerlo, así como no había querido creer cosas de
Marcus en el pasado que habían resultado ser ciertas.
Sacudió la cabeza. No podía arriesgarse a volver a creer en
Marcus, y no solo porque no creyera que su corazón pudiera
soportar otra decepción. Si la encerraba de nuevo, entonces ¿quién
ayudaría a Iris? Sería solo otra chica desaparecida en una ciudad a
la que no le importaba.
—No, no le diré nada. Necesito resolverlo yo misma. —Tiró de
sus trenzas, desenredándolas bruscamente.
Se dio cuenta de que Armand y Olivia la miraban fijamente.
Pero entonces Armand asintió con la cabeza.
—Tiene razón. Marcus tiene otras cosas de las que ocuparse
ahora mismo.
—Así es, está ocupado —aceptó Cora, guardando la información
de Armand para más tarde. ¿Qué sabía él sobre las noches de
Marcus y el negocio que últimamente lo mantenía alejado a todas
horas?
—¿Cómo sabemos siquiera que Iris tenía su teléfono cuando
supuestamente fue secuestrada? —le preguntó Armand a Cora.
—Es una mujer de veinte años y algo. Dormimos con nuestros
teléfonos.
—Especialmente cuando vibran —murmuró Olivia, haciendo clic
en su ratón.
Armand reaccionó y Cora se aclaró la garganta.
—¿Noticias del celular?
—Bueno, se está cargando. Trabajaré en ello esta noche y tan
pronto como lo piratee te lo haré saber. —Los dedos de Olivia se
movieron rápido sobre su teclado.
—Yo me quedo aquí. —Armand se desplomó sobre los cojines
—. Hazme saber si puedo ayudar más. Especialmente si tu amiga
Anna está involucrada.
Olivia y Cora pusieron los ojos en blanco.
—Bueno, mi transporte ha llegado. —Cora se puso de pie en el
momento en que la aplicación de servicio de transporte hizo
contacto—. Me tengo que ir. Avísame en cuanto tengas algo.
Hace un rato Sharo había sonado malhumorado por teléfono
cuando le dijo que se quedaría hasta tarde en el refugio para ayudar
a Maeve a hacer el inventario. Cora se sorprendió de lo fácil que
salió la mentira por su boca. Estaba mejorando en ello.
—No vas a intentar seguir a AJ, ¿verdad? —preguntó Olivia
mientras abría un cajón y lo hurgaba.
—Déjame consultarlo con la almohada.
Cora podía ser decidida, pero le gustaba pensar que no era
estúpida. Aparte de las actividades de hoy. ¿Pero seguir a AJ? Eso
rayaba en lo “demasiado estúpido para vivir”. Cora seguía jugando
inconscientemente con su pelo, dejando que se extendiera como
una nube de seda dorada.
—Espera —Olivia extendió una mano—. Dame tu teléfono.
El ceño de Cora se arrugó cuando ella colocó una carcasa negra
sobre su aparato.
—¿Qué es?
—Se llama Avispa. Es una pistola paralizante que parece una
carcasa de teléfono. Nuevo prototipo. El próximo será más pequeño,
pero este funciona bastante bien. —Olivia hizo una mueca mientras
ponía su mano alrededor de la cosa voluminosa—. Aquí, mira.
Le mostró a Cora cómo revelar los dos pequeños dientes
metálicos que provocaban la descarga, y luego deslizar un botón
para activar la pistola paralizante. Era casi invisible en comparación
con la carcasa del teléfono.
—Mierda, Olivia, ¿estás segura?
—Absolutamente. Aún está en pruebas beta, así que me harías
un favor si lo usas y me haces saber cómo funciona.
Sintiéndose una chica ruda, Cora tomó su teléfono y pulsó el
botón de “encendido” de la carcasa. Un zumbido llenó el
apartamento.
—Seiscientos cincuenta voltios. Le pateará el culo a cualquier
hombre adulto. —Olivia sonrió al pensarlo—. Ven aquí, Armand,
vamos a probarlo.
—Paso —dijo desde el sofá—. Esta noche ya he sido golpeado
lo suficiente por mujeres hermosas.
CAPÍTULO 18

Cora dobló en la esquina para llegar al refugio y vio a Sharo de pie


al borde de la acera mirando hacia la puerta y se detuvo en seco.
Bueno, demonios.
Cora miró al segundo al mando de su marido. Bueno, no tenía
sentido aplazar lo inevitable. Se enderezó y se dirigió hacia Sharo,
quien ya la había visto.
—¿Dónde has estado? —preguntó él mientras se acercaba. Ella
no respondió, pero atravesó la puerta que le había abierto.
Dentro, Maeve se acercó con las manos extendidas en señal de
disculpa.
—Cora, lo siento, le dije que solo estabas dando una rápida
caminata…
—No te preocupes. —Cora se volvió hacia Sharo, quien todavía
esperaba en la puerta.
—Sube al coche.
Subiendo su bolso más alto en su brazo, obedeció.
—¿Dónde está Marcus? —preguntó una vez que ambos se
habían metido, ella en la parte trasera y Sharo con el conductor.
—El Señor Ubeli ha estado ocupado en un asunto de negocios,
el cual es importante. Me envió para comprobar cómo estabas
cuando no le devolviste el mensaje.
Cora sacó su teléfono y revisó su correo de voz. Había uno
nuevo. Suspiró.
—No lo escuché sonar. Fue un accidente. —Lo había puesto en
silencio antes de entrar al club. Ahora lo hizo a un lado mientras
sacudía la cabeza—. No tienes que hacer de niñera, Sharo. Soy una
mujer adulta. Puedo cuidar de mí misma.
—Detén el coche —le dijo Sharo al conductor. El corazón de
Cora latió más rápido cuando el coche se detuvo y el gran hombre
se giró en su asiento para dirigirse a ella—. Estabas afuera por las
calles. Sola. No necesitas que Marcus te diga lo jodidamente
estúpido que es eso.
Cora sintió escalofríos. Normalmente Marcus y sus hombres
mantenían un buen lenguaje a su alrededor.
—Se avecinan problemas y hemos estado lidiando con ellos.
De la familia de Cora. Sharo no necesitaba decirlo.
—Pero hasta que no se disipen, tendrás que actuar como una
puta adulta y usar algo de sentido común.
Algo se encendió dentro de Cora, una pequeña chispa de ira.
Estaba harta de que le hablaran como si fuera una niña.
—Sharo, no me pasó nada, solo estaba caminando…
—No te pasa nada hasta que uno de nuestros enemigos se te
acerque, te secuestre y te viole con un cuchillo hasta que te
desangras para que nosotros te encontremos. ¿Crees que ser una
Titan te salvará? —Se mofó crudamente—. He visto lo que estos
animales pueden hacer. En sus mentes, tú has elegido la cama del
enemigo. No se apiadarán de ti.
Cora se quedó sin aliento. Su espalda se apoyó profundo en el
asiento del coche cuando se encontró con la mirada enojada de
Sharo. ¿Cuántos hombres habían visto ese rostro justo antes de
morir?
—Si no quieres que te traten como a una niña ingenua deja de
actuar como tal —gruñó—. Voy a llevarte al pent-house y no harás
nada hasta que Marcus llegue y te lleve a cenar. Porque toda la
semana ha estado de mierda hasta el cuello y quiere una buena
noche fuera con su mujer.
Incapaz de encontrar su voz, Cora sacudió la cabeza, sí.
Impávido, Sharo se dio la vuelta y el coche avanzó.
Cora se sentó en silencio, pero en algún lugar, en el fondo, su ira
comenzó a echar humo. Quédate en la granja, Cora. No contestes.
Mamá sabe qué es lo mejor. Luego Marcus. Ahora incluso Sharo.
Mientras tanto, las Iris y las Ashleys del mundo eran desechables.
Echadas junto con la basura de la semana pasada. ¿Quién lucharía
por ellas si no era otra mujer? ¿A quién mierda le importaría?
Cora lo entendía, ¿vale? El mundo era feo y oscuro y las
personas solo buscaba usar a las demás. Pero ella quería creer en
algo más. Quería creer en un mundo donde el amor significara algo
y el bien fuera algo real, aunque no siempre triunfara como lo decían
los libros de cuentos. Aun así, valía la pena luchar por ello.
Aun así, valía la pena luchar por ello, joder.

Horas más tarde, Cora bajó del ascensor ya arreglada para la cena.
Su guardaespaldas estaba a su izquierda, como una sombra
constante. Marcus ya se encontraba en el restaurante, pero en una
reunión, y envió su coche a recogerla. Según las órdenes, Cora
debía esperar a su conductor en el vestíbulo.
—¿Puedo esperar en el bar? —le preguntó a su guardaespaldas.
Él asintió con la cabeza y ella fue hasta allá. Dos sujetos con
camisas polo de diseño la miraron pasar, disfrutando de sus largas
piernas expuestas perfectamente por su corto vestido de noche
color melocotón. Se había dejado el pelo suelto y rizado las puntas
para que rebotaran alrededor de su cara como las de una estrella de
cine. Su maquillaje resaltaba sus ojos azules y sus rojos, rojos
labios.
Sharo quería que madurara. Ella se lo mostraría. También a
Marcus.
Se detuvo al entrar en el refinado restaurante del hotel y sacó su
teléfono para revisarlo.
¿Encontraste algo? Le envió un mensaje a Olivia.
No hubo respuesta. También había llamado a Anna y a Armand,
pero se había ido directo al buzón de voz. El teléfono tendría que
sacar algo a relucir. Tenía que hacerlo.
—Vino blanco, por favor —pidió en el bar. Estaba a punto de
subirse al taburete cuando una risa familiar captó su atención.
Se giró para ver a una pareja sentada en la barra. Y se quedó sin
aliento.
Ahí estaba AJ con su largo abrigo de piel engullendo ostras. Uno
de sus matones estaba parado cerca. El hombre y su propio
guardaespaldas intercambiaron inclinaciones de cabeza.
Cora sintió escalofríos recorriéndole la columna vertebral
mientras miraba al mafioso. Estaba sentado allí tan engreído y
despreocupado mientras causaba toda esta miseria.
El pecho de Cora se calentó con una furia repentina.
Probablemente en parte porque cuando ella lo vio hoy más
temprano, había estado muy aterrorizada. Odiaba que él tuviera ese
poder sobre ella, sobre cualquiera de ellas. Puso su mano en su
pecho para estabilizarse.
—Ah, señora Ubeli. Está preciosa esta noche. —El bastardo
levantó su bebida para brindar por ella. Sus ojos brillaban—.
¿Tienes una cita? Tu marido es un hombre afortunado.
Cora ignoró su sonrisa de dientes de oro.
—Dime, Cora, ¿conoces a mi amiguita? Tiene más o menos tu
edad. —Se giró y tocó el brazo de una mujer que estaba sentada a
su lado muy recta y tensa mientras miraba al frente.
Su rostro estaba escondido detrás de su pelo castaño y su
vestido rojo dejaba poco a la imaginación; corto en sus muslos y,
aun así, abierto por un lado casi hasta la cintura.
Cora se dio cuenta de que el apretado cuerpo de esa bailarina
tenía forma de un reloj de arena. Pero no. No, no puede ser. Por
favor…
AJ se giró para agarrar el brazo de la mujer y ella se giró, con el
pelo colgándole atrás de su rostro esculpido.
Anna.
Antes de que pudiera controlarse, Cora se levantó y avanzó
hacia ellos. Por el rabillo del ojo vio a su guardaespaldas
siguiéndola, y se detuvo.
—¿Dónde está el baño de damas? —Preguntó a un mesero
pasando.
Cuando recibió la dirección, estaba segura de que Anna se daría
cuenta de su trayectoria hacia el fondo de la habitación y la seguiría.
Su mente era un torbellino. ¿Qué demonios estaba haciendo Anna
allí con AJ?
Caminó durante varios minutos en la elegante zona de asientos
del baño mientras esperaba por su nueva amiga. ¿Acaso AJ sabía
que habían estado husmeando en el club de striptease? ¿Cuánto
sabía?
Cora se dio la vuelta cuando las puertas se abrieron y Anna
finalmente entró.
—Anna, ¿qué está pasando? ¿Por qué estás aquí con AJ? —La
voz de Cora fue interrumpida cuando vio la mirada furiosa de Anna.
—¿Cómo te atreves? Como si te importara.
Las palabras que Cora estaba a punto de decir murieron en sus
labios.
—Cora Ubeli —Anna expuso su apellido—. ¿Crees que no lo
averiguaría? Tu marido es el mayor mafioso en Olympus.
Bajo todo su maquillaje, Anna parecía cansada, pero sus ojos
marrones brillaban. Cora no era la única que estaba harta.
—Debí haberlo adivinado cuando apareciste en la Casa de la
Orquídea. No estabas allí para ayudar. Solo necesitabas más
soldados en tu guerra.
—Anna, no, yo…
—No. —Anna levantó la mano—. Confié en ti. Necesitaba
alejarme de AJ, no caer en una venganza entre él y su mayor
enemigo: tu marido.
Dios, no, eso era lo último que Cora quería. Pero ¿cómo siquiera
podría empezar a explicar...?
—No te preocupes, él no te reconoció. Fue a tu amigo el que
trajiste contigo, el diseñador. ¿Crees que AJ no sabe que todo su
negocio es una fachada para el tráfico de drogas de tu marido?
Cora respiró conmocionada. ¿Por eso Armand y Marcus eran tan
unidos?
Cora sacudió la cabeza.
—Anna, te juro que no sabía que AJ reconocería a Armand.
Tienes que creerme.
—AJ odia a tu marido —siseó—. Sabe todo sobre él. Y ahora de
alguna manera cree que tengo una relación con Armand. Está
buscando debilidad. Debería llevarlo directamente a ti.
Todo el aire de Cora abandonó sus pulmones.
—No te preocupes —dijo amargamente Anna—. No te venderé.
Tengo principios.
—Dios, Anna, nunca quise arrastrarte a esto. Lo siento. Te
sacaré, lo juro…
—Ya has hecho suficiente —entonces el semblante de Anna
cambió, su expresión se volviéndose sombría—. Deberías saber
que AJ hará lo que sea necesario para herir a tu marido. Ambas
somos solamente un daño colateral —dio un paso atrás—. AJ dice
que me llevará de vuelta a Metrópolis para protagonizar algunas
películas. Ahora le pertenezco.
—Lo siento. Ya se me ocurrirá algo —balbuceó Cora. No sabía
cómo, pero tenía que arreglar esto—. Iré por ti.
Con lágrimas brillando en sus ojos, Anna sacudió la cabeza.
—Me llaman puta. Pero tú abriste las piernas por un monstruo.
No quiero volver a verte nunca más.
Y con eso, se fue.
Cora se dejó caer en una silla. Las palabras de Anna habían
dolido pero, peor que la acusación de traición, fue la mirada de
horror en sus ojos.
Ahora le pertenezco.
Bajando la cabeza entre sus manos, Cora trató de pensar en
ello. ¿Acaso había empeorado las cosas?
La pregunta era: ¿AJ aún trabajaba para los Titan (es decir, para
su madre)? ¿O él se estaba expandiendo por su cuenta ahora que
había disturbios entre los poderosos?
De cualquier manera, todo equivalía a lo mismo. AJ era solo un
proxeneta hambriento de poder. Y quería expandir sus fronteras
más allá de Metrópolis. Necesitaría una forma de entrar a New
Olympus.
Su mente trabajó en ello, aferrándose a los hechos y tratando de
resolver el panorama general ahora que tenía aún más piezas de
rompecabezas.
Cuando llegó a la ciudad, AJ estaba buscando las debilidades de
Marcus. Eso era seguro.
Encontró a The Orphan y a su debilidad, Iris. Así que la
secuestró para controlarlo. Y entonces podría usarlo para molestar a
Marcus. ¿Pero qué conseguía AJ además de darle a Marcus
jaqueca y un golpe publicitario cuando The Orphan se negó a tocar
en el club de Marcus?
No, tenía que ser sobre algo más grande.
¿Qué había sobre el misterioso cargamento del que seguía
escuchando? Por la forma en que susurraban sobre ello, sonaba
como un elemento de cambio.
Eran drogas. Tenían que serlo. Y ahora que Cora sabía que los
negocios de Armand eran una fachada para Marcus… AJ quería
una manera de tener acceso, así que se llevó a Anna.
¿Y ahora qué?
—Vamos, piensa —susurró furiosa. Bonita, estúpida zorra.
Al menos todo esto significaba que Marcus no podía estar detrás
de la desaparición de Iris. AJ había dicho eso para manipularla,
justo como estaba usando a Iris y ahora a Anna.
¿Qué haría cuando Anna e Iris ya no le ayudaran a conseguir lo
que quería?
Cora sintió frío; mucho frío por dentro.
Un golpe en la puerta la asustó.
—¿Todo bien ahí dentro, señora Ubeli? —Su guardaespaldas
llamó.
—Ya voy —se levantó.
Ya había tenido suficiente. Los policías no ayudarían. Y no podía
seguir a AJ; solo conseguiría hacerse daño.
Sin importar las consecuencias para ella, Marcus era la única
esperanza de Iris, y ahora la de Anna también, porque tenía los
recursos para enfrentarse a alguien como AJ. Sus Sombras podían
averiguar el lugar dónde tenía a Iris.
Cora se miró en el espejo para arreglarse el vestido,
asegurándose de verse perfecta.
Sí, era hora de hablar con su marido.
O la escucharía o no. O la encerraría de nuevo por romper sus
reglas y salir sola o no. O ayudaba a Iris y a Anna o…
Se giró hacia la puerta.
Parecía que seguía siendo una chica estúpida después de todo,
porque incluso después de todo lo ocurrido, la esperanza de que
Marcus terminaría por escucharla, que Marcus se preocuparía y que
Marcus estaría dispuesto a ayudar palpitaba en su corazón como un
faro.
De no suceder así, no sabía qué opciones le quedaban a Anna o
a Iris.
CAPÍTULO 19

—Te veremos esta noche a las ocho, bajo plena oscuridad —dijo
Sharo al finalizar la reunión con Philip Waters. Esta vez, todo estaba
funcionando como se suponía que debía.
Marcus, Waters y Sharo estaban en la parte trasera de
Giuseppe’s, un restaurante que el padre de Marcus había amado.
Marcus podía recordar haber jugado al escondite en esta pequeña
sala detrás de las cocinas con Chiara cuando era pequeño. Ahora
hacía planes de guerra allí mismo.
—No hay razón para que tus trabajadores tengan que esperar
hasta entonces —añadió Marcus, dirigiéndose a Felipe—. Los
muelles estarán despejados. Tus hombres no tendrán ningún
problema.
—Agradezco su atención a los detalles, señor Ubeli.
Philip era un hombre de color alto y también calvo. Pero ahí es
donde terminaban las similitudes entre él y Sharo. Mientras Sharo
era grande y robusto como un tanque, Philip era delgado y rápido
para sonreír con la boca repleta de dientes blancos y brillantes.
Era sumamente inteligente, y el poder que Marcus ejercía sobre
el bajo mundo de New Olympus, Philip lo tenía sobre las rutas
comerciales del mercado negro de la costa este. Nada entraba si
antes no pasaba por él. Tuvo una relación con el padre de Marcus y
ahora, desde hace muchos años, con el propio Marcus.
Marcus sabía que él prefería trabajar con aquellos que conocía y
en los que confiaba. Al mismo tiempo, Philip era un hombre de
negocios y la rentabilidad no podía ser ignorada. Pero Marcus había
luchado arduo y por mucho tiempo por este trato y ahora que el
cargamento finalmente estaba aquí, Philip había acordado venderle
exclusivamente a él.
Dos toneladas y media de una nueva droga de moda para fiestas
que se suponía que era más benigna que la coca, pero con un
subidón similar. Cuando Marcus tuviera el control sobre ella, su
dominio sobre la ciudad estaría asegurado.
—Nos vemos esta noche —dijo Marcus estrechando la mano de
Philip, quien asintió con la cabeza para después dirigirse a la
entrada trasera por donde había llegado. Luego Marcus miró a
Sharo y habló en voz baja—. Saca a estas tropas de aquí. Quiero a
todos menos a Tony listos para la distribución. Avisa a los capos.
—Considéralo hecho —dijo Sharo, y luego él también se dirigió a
la entrada trasera.
Mientras Marcus se movía del sanitario a la cocina, Giuseppe
empujó la puerta giratoria que daba al restaurante principal.
—Tu hermosa esposa está aquí. La he instalado en la cabina de
atrás y le he dado una copa de vino para comenzar.
Marcus asintió, agitado por la pequeña palpitación de placer en
su pecho al saber que ella estaba cerca. Era verdad que había
estado evitándola. ¿Era un cobarde? Tal vez. O quizás solo
eficiente.
Necesitaba concentrarse en el cargamento y preparar todo para
poder presentar el mejor caso posible a Waters. Y al final, había
funcionado. Había conseguido el contrato.
Y aparentemente su esposa había tomado su falta de atención
como un capricho para desobedecer sus reglas. Cuando Sharo le
llamó por teléfono antes para decirle que ella se había escapado del
refugio, Marcus estaba más que furioso; casi había abandonado la
reunión con Philip antes de que empezaran. La reunión preparada
con un mes de anticipación, antes de que Sharo finalmente llamara
y dijera que la tenía.
Marcus empujó la puerta del restaurante, localizando fácilmente
a Cora en la cabina separada de una pequeña habitación que
estaba en la parte de atrás.
El lugar estaba lleno, pero solo algunas de las mesas del frente
tenían parejas normales. En la parte de atrás, una fila de sus
corpulentas Sombras se encontraba sentada en las pequeñas
mesas. Marcus había tomado todas las precauciones para
asegurarse de que el encuentro se desarrollara sin problemas,
incluyendo rodearse de sus soldados.
El restaurante tenía encanto de antaño con paneles de caoba y
cabinas de cuero oscuro. Marcus se deslizó en el asiento de la
cabina frente a su esposa.
Sus amplios ojos parpadearon hacia él y, aunque estaba a punto
de atacarla por haberse deshecho de su guardia, por un momento
se quedó helado, hipnotizado por su belleza. El lápiz labial rojo
resaltaba sus besables labios y, como siempre, sus ojos azules
hechizaban.
—Hola —dijo ella en voz baja, y luego tragó saliva como si se
encontrara tan afectada por él como Marcus por ella. Bien. Más vale
que lo estuviera. Era su único consuelo en todo esto.
Y de repente no pudo soportar no tocarla.
—Ven aquí —ordenó.
Las cejas de Cora se alzaron.
—¿Dónde?
Hizo un gesto hacia el asiento a su lado.
Sus ojos se entrecerraron.
—¿Por qué?
—Ahora.
Dejó escapar un pequeño resoplido, pero terminó por moverse a
su lado. Dejó alrededor de medio metro entre sus cuerpos, y Marcus
soltó un pequeño gruñido impaciente.
Entonces él se movió, enganchó un brazo alrededor de sus
hombros y afianzó su cuerpo contra el suyo. Y el agarre que había
apretado sus pulmones desde que Sharo lo llamó la primera vez,
ahora finalmente se había liberado. No se había dado cuenta hasta
ese momento de que había cargado con la tensión durante todas
esas horas. Y le cabreó que Cora pudiera seguir afectándole de esa
manera.
Le apretó el hombro.
—He oído que has sido una chica mala,
Su cabeza se inclinó hacia él.
—Déjame adivinar. Me vas a castigar. —Un estímulo hacía que
sus ojos brillaran. Como si lo desafiara.
El lobo dentro de Marcus gruñó:
—Te gustaría eso, ¿verdad? Hace tiempo que no juego contigo,
así que decidiste llamar mi atención, ¿es eso?
Con un suspiro de asco, Cora se alejó, o al menos lo intentó.
Marcus no iba a dejarla ir a ninguna parte.
Cora lo miró.
—No soy un juguete que puedes sacar de la estantería y con el
que puedes jugar cuando te sientas aburrido. Soy más que eso. —
Se apartó de sus brazos—. Y pensar que quería hablarte de algo
real. Algo que es realmente importante.
Cora había alejado su cuerpo del suyo y a Marcus no le gustaba.
No le gustaba en absoluto.
—Ser imprudente y ponerse en peligro es algo que tengo que
atender —dijo entre dientes—. Pero sí, esposa, vamos a hablar y a
lidiar con ello. —Se le acercó, terminando con la mitad de la
distancia entre ellos—. Y luego me dirás todo lo que pasa por esa
cabeza tuya.
—¿Todo esto porque eres mi dueño? —Lo miró con desprecio.
Sus pantalones se apretaron mientras se ponía duro como una
roca. Como siempre sucedía cuando lo desafiaba. Con su mano le
agarró la mejilla y la barbilla, obligando a su mirada a encontrarse
con la suya.
—Sí. Porque me perteneces.
La boca de Cora se abrió pero ninguna palabra salió. Esa
deliciosa y jodida boquita. Quería hacerle mil y una cosas sucias y
pervertidas.
Pero justo ahora, un simple beso tendría que bastar porque no
podía soportar otro momento sin devorarla.
Pero mientras dejaba caer sus labios sobre los de ella, un tiroteo
estalló en la sala.
CAPÍTULO 20

Marcus tiró a Cora al suelo, quien se movió en cámara lenta en


estado de shock, sin darse cuenta de lo que estaba pasando.
Mientras el vidrio se hacía pedazos y las personas gritaban por los
ensordecedores sonidos, ellos se refugiaron bajo la mesa, Marcus
protegiendo su cuerpo mientras los disparos continuaban.
Cora no supo en qué momento se detuvo el fuerte ruido. Los
oídos le retumbaban.
Marcus ya había sacado su teléfono y hablaba por él.
—Disparos en Giuseppe’s. Tony debería haber estado al frente.
Necesitamos refuerzos —se puso en cuclillas al lado de la mesa,
apenas con un pelo fuera de su sitio.
Cora se levantó del suelo mientras su marido guardaba el
teléfono. Su otra mano sostenía un arma, la cual dejó todo claro.
—¿Estás bien?
Cora le leyó los labios y asintió. Hacía un instante estaban
sentados en la mesa con él a punto de besarla y entonces… y
entonces…
—No te muevas. Volveré enseguida.
Poco a poco, empezó a oír los sonidos del restaurante: el
aturdido y afligido bullicio de los clientes sorprendidos. Algunos
llorando y otros cuantos gritando.
Extrañamente, los dientes de Cora empezaron a castañear, pero
su cuerpo se volvió liviano y suelto, desconectada de la situación.
Sus pensamientos se arremolinaron. Nunca antes me habían
disparado. No, alto, eso no era cierto. Su madre le había disparado.
Bueno, a Marcus, pero la bala le había dado a ella. Aun así, no
recordaba que el disparo hubiese sonado tan fuerte como estos.
Demasiado fuerte. ¿Así solía ser la vida de Marcus? Pero… eso
significaba que sus enemigos eran los perpetradores. Lo cual a su
vez significaba… la familia de Cora, ¿verdad? ¿Su madre sabía que
ella estaba aquí? ¿También la querían muerta?
Antes de que el mundo entero empezara a derrumbarse de
nuevo, Marcus regresó.
—Vamos.
Su rostro se encontraba indiferente y bien marcado incluso
cuando extendió su mano izquierda para ayudarla a levantarse.
Salieron por la cocina trasera, pasando de prisa junto a un
Giuseppe ahogado en gritos y sus conmocionados trabajadores
para escapar a un callejón. Un sedán negro se detuvo y Marcus
abrió la puerta, entrando después de Cora.
—¿Qué sabemos? —le vociferó al conductor.
—Todos las demás Sombras estaban fuera de rango, pero Tony
los está siguiendo. Los vio entrar y pidió refuerzos. Se fueron justo
después de hacer los disparos de advertencia.
—Disparar en un restaurante donde estoy comiendo con mi
esposa… es más que una advertencia. Eso es pedir la guerra —
soltó Marcus—. Llama a Sharo por teléfono.
Guerra. Cora sabía en algún lugar de su cabeza que las cosas
se estaban intensificando entre su familia y Marcus. ¿Pero la
guerra? Nuevamente estaba siendo ingenua y estúpida. Realmente
era sorprendente que se hubiera pospuesto por tanto tiempo.
Hubiera sido más fácil ignorar todo y luchar por algo tangible.
Luchar por Iris.
Pero aquí estaba todo. Su marido sentada frente a ella mientras
daba órdenes con un arma en la mano. Rocco, Santonio, Joey y
Andy DePetri no habían sido hombres de aspecto rudo que eran
amables con ella cuando Marcus se reunió con ellos en el Chariot.
Eran guerreros y su marido era su general.
Las personas morían a manos de ellos. Al igual que los que
probablemente había muerto esta noche, simplemente por estar en
el lugar y momento equivocados; entre los tiradores y su objetivo:
Marcus y ella, los Ubeli, gobernantes del inframundo.
Solo somos un daño colateral.
La adrenalina oprimió el estómago de Cora. Se dobló y tuvo
arcadas contra el suelo del coche.
Y entonces las manos de Marcus estuvieron allí, sujetándole el
pelo y ofreciéndole su pañuelo para limpiarle la boca.
—Estarás bien, nena. —Su voz sonaba entrecortada, pero su
mano era relajante contra su espalda.
El conductor habló por encima de su hombro.
—Sharo está en línea, dice que Tony perdió el rastro. Pero
parece que no es Waters.
Cora escuchó cada una de las palabras pero apenas las registró.
Las voces sonaban ahogadas y lejanas, como si ella se encontrara
bajo el agua y separada de todo lo que estaba pasando.
—Ponlo en altavoz —ordenó Marcus sentándose adelante. Su
mano aún estaba en la espalda de Cora mientras ella se acurrucaba
en el asiento del coche, tratando de hacerse lo más pequeña
posible.
—¿Dónde mierda está Waters?
—De vuelta a la nave. —Se escuchó la voz de Sharo por el
altavoz—. No va a volver.
—Si nos traicionó, juro por Dios…
—No es él. Estuve con él todo el tiempo. ¿Crees que fue
Metrópolis?
Marcus respiró con fuerza.
—Tiene que serlo. Y saben lo del cargamento. Debe ser un
hombre de adentro.
—AJ. —inclusive por teléfono, la amenaza de Sharo era clara; un
odio tangible. Cora no podía creer que por un momento hubiera
pensado que AJ era socio de ambos.
—Si lo atacamos ahora, eso significa guerra total —dijo Marcus
—. Los Titan se moverán para protegerlo. Perderemos a Waters, el
cargamento, el trato, todo.
—¿Qué quieres hacer? —Preguntó Sharo.
Cora vio a su marido tomar control de sí mismo y de sus
emociones, apagándolas. Siempre tan en control. ¿Cómo lo hacía?
Ella lo quería de inmediato y desesperadamente: no ser capaz de
sentir nada.
—Ignorar a AJ. —Marcus lanzó órdenes a través del teléfono—.
Nos ocuparemos de él más tarde. El encuentro no puede ser esta
noche. Preparamos las calles y le decimos a Waters que
necesitamos más tiempo.
—Tiene que ser pronto. Waters quiere el trato, pero no es un
hombre paciente.
—Entonces mañana. Se lo diré a nuestro hombre con el
operativo y mantendrá los muelles rodeados.
—Terminamos con esto y luego empezamos con los planes para
visitar a nuestros amigos en Metrópolis. —La voz de su marido se
endureció, y Cora pudo sentir a la fría cólera emanar de él—.
¿Alguna noticia de Tony sobre la escoria que hizo esto?
—Los perdió. Pero dispararon en tierra sagrada. Les haremos
pagar.
Santo cielo. Cora se inclinó hacia adelante y susurró:
—Giuseppe y las personas de allí… ¿están bien?
Marcus la miró.
—Sí, Sharo, ¿oíste eso? Asegúrate de que las Sombras estén
alertas para ver cómo podemos ayudar a esas personas, ¿vale?
Cora se dejó caer hacia atrás. No le quedaba nada. Nada.
Estaba agotada. Completamente vacía. Daño colateral.
Marcus terminó con la llamada.
—Nunca más —dijo él mientras miraba la carretera frente a ellos
—. Nunca más.
—¿Hacia dónde, señor Ubeli? —preguntó el conductor en voz
baja.
—Llévanos a la finca.
CAPÍTULO 21

Cora temblaba mientras Marcus la llevaba dentro de la finca. Estaba


temblando con tanta fuerza que él podía oír el crujido de sus
dientes. Y no era debido al frío.
Estaba asustada. Muerta de miedo. Le habían disparado.
Abrieron fuego sin preocuparse de quién podría estar cerca…
Marcus apretó su mandíbula mientras todo volvía a pasar frente
a sus ojos. Los disparos de un arma eran un sonido que nunca se
olvidaba después de haberlo escuchado por primera vez.
Empujando a Cora bajo la mesa sin saber si le habían dado o no…
Joder, necesitaba un trago. O dispararle a algo. Pero no, maldición.
Ambas cosas lo alejaban de su esposa y no iba a perderla de vista.
—Vamos arriba —vociferó en cuanto entraron. En verdad era
inútil decirlo, ya que estaba casi arrastrando a Cora por las
escaleras. Sus hombres habían revisado la residencia la primera
vez que llegaron, y les ordenó que pasaran la noche afuera
protegiendo el perímetro.
Cora no dijo nada ni respondió. Ella no era así. Tampoco dejaba
que Marcus la moviera pasivamente como a una muñeca en cuanto
llegaron a la suite principal. Pero no protestó ni un momento cuando
la llevó directamente al baño.
Y se lavó la cara como él le indicó y se cepilló los dientes sin
decir una sola palabra. ¿Qué demonios? ¿A dónde se había ido la
fiera de Marcus?
—Cora, mírame. —Le agarró ambas mejillas una vez que
terminaron en el baño y trató de forzarla a mirarlo. Ella miraba
fijamente al suelo—. Mírame —le exigió de nuevo.
Cuando sus ojos finalmente se movieron lentamente para
encontrarse con los de él, carecieron de su brillo habitual.
—Detente o te pondré en mis rodillas para unos azotes.
No hubo respuesta. No era el habitual ensanchamiento de sus
fosas nasales o el de sus ojos. Su cara estaba tan impávida como la
de una muñeca pintada.
—Cora. Cora. —Quería sacudirla, pero no confiaba en sí mismo.
Estaba sintiendo demasiadas cosas. Había pasado tanto tiempo sin
sentir nada y ahora todo le estaba llegando de golpe, viniendo hacia
él desde todas las direcciones…
Agarró el pelo de Cora por la nuca y le envolvió un brazo
alrededor de la cintura, aplastando su cuerpo contra el suyo.
Dispuesto a despertarla.
Estrelló sus labios contra los de ella.
Seguía sin responder. Débil en sus brazos. Pálida, fría y sin vida
como una cosa muerta.
—¡Maldita sea! Cora. —La empujó contra la pared y nuevamente
presionó sus labios. Pero por primera vez en su vida, no exigió. No
forzó su entrada.
Él acarició.
Provocó.
Rezó en el altar de sus labios.
Cerró los ojos y la besó. Vuelve a mí. Vuelve a mí. Por favor. No
sabía si le estaba suplicando a Cora o a Dios.
Porque por lo que realmente estaba pidiendo era por perdón.
Se suponía que nada de esto debía tocarla. Prometió mantenerla
a salvo.
Lo había prometido y le había fallado. Al igual que a Chiara.
No. Sacudió la cabeza. No. No a su Cora. No la perdería. Se
negó a hacerlo. Nunca la dejaría ir. Que Dios y el destino se
jodieran.
Presionó su cuerpo con más firmeza contra ella, de modo que
quedó atrapada entre él y la pared. La protegería hasta el día en
que ella muriera. Lo cual sería dentro de mucho, mucho tiempo.
Y sí, lo tenía duro. Se ponía duro cuando ella estaba cerca.
Incluso ahora. Si pensaba que eso la traería de vuelta a él, se
enterraría en ella hasta las pelotas justo ahora. Pero no podía estar
seguro de que eso no haría más daño.
Así que en vez de eso, tomó sus muñecas y las clavó en la
pared sobre su cabeza. Se acercó aún más a ella, inclinándose
ligeramente para que su rostro estuviera al lado del suyo.
—¿Sientes eso? —exigió—. Tus latidos están justo al lado de los
míos. Porque ambos estamos muy vivos. Hay personas que
murieron en ese restaurante, pero no fuimos ni tú ni yo.
Su ceño se arrugó, la primera señal de vida que le había visto
desde antes del inicio de los disparos.
Marcus colocó una mano entre ellos y le agarró la mejilla
bruscamente.
—Así es. Estás viva y no te dejaré ir a ninguna parte.
—¿Porque eres mi dueño? —Finalmente una chispa se encendió
en sus ojos—. Di la verdad. Soy tan desechable como cualquiera de
esas personas del restaurante. Excepto que lo olvidé. Todavía te soy
útil. O tal vez ya no tanto. No puedo servir como peón en contra de
los Titan si esta noche estuvieron dispuestos a matarme solo para
llegar a ti.
La dejó hablar solo porque al fin estaba mostrando signos de
vida, pero cada palabra que salía de su boca solo lo enfurecía más.
—¿Desechable? —No pudo evitar que su voz sonara incrédula.
Pero o Cora no lo escuchó o bien fingió no hacerlo. Luego dijo:
—Daño colateral. Todos somos un daño colateral para ti. Nada
importa más que tus intereses. No te importa nada ni nadie.
Las caderas de Marcus se impulsaron hacia adelante ante su
insolencia y su duro pene como una roca terminó presionando con
rudeza en su muslo. El cuerpo de Cora se movió para acunarlo
entre sus caderas. Su miembro quedó justo a la altura de su sexo.
Sus ojos se abrieron, aparentemente dándose cuenta de lo que
había hecho justo al mismo tiempo que él.
Marcus le sonrió.
—Tu cuerpo sabe a quién le perteneces.
Ira iluminó los ojos de Cora, pero la cabeza de él ya estaba
bajando, tomando esa exuberante boca. Domándola.
O al menos Marcus lo intentó. Le mordió el labio y bajó sus
brazos, y ella empezó a golpearlo con ellos. Bueno, tanto como un
gatito podría golpear a un león.
Marcus fácilmente le volvió a agarrar las muñecas para
colocárselas por encima de su cabeza. Cora soltó un rugido de tal
furia y frustración que seguramente las Sombras de afuera oirían y
se preguntarían qué demonios estaba pasando.
Pero a Marcus no le importaba si oían. No le importaba nada
excepto la furiosa, brillante y reluciente diosa en sus brazos.
Pudo haberla perdido. Apenas la había encontrado y pudo
haberla perdido, joder.
Fue como hacía cuatro meses cuando ella estaba en esa camilla
siendo llevada a cirugía, pero peor. Porque ahora tenía cuatro
meses más de conocerla, cuatro meses más de volver a casa para
encontrar su dulce cuerpo en su cama, siempre tan caliente y
receptivo a él. Cuatro meses más del listo látigo de sus inteligentes
ojos sobre él, desafiándolo, no dejándolo salirse con ninguna de sus
mierdas, y él…
—Te amo.
Salió de su boca antes de que pudiera registrar lo que estaba
diciendo.
Cora se congeló y dejó de luchar, parpadeando confundida hacia
él.
Pero Marcus no estaba confundido, ya no más.
—Te amo, diosa.
Él tenía ganas de reírse porque se le quitó un gran peso de
encima al finalmente admitir lo que por tanto tiempo había luchado
por negar. Hacía tiempo que la amaba. Tanto tiempo que no podía
recordar lo que sentía no hacerlo.
Cora sacudió la cabeza hacia adelante y hacia atrás con el ceño
fruncido.
—No. Solo quieres usarme. Te escuché. La noche que me
desperté del coma. Te escuché a ti y a Sharo.
Joder.
Dejó de sujetarle los brazos para volver a acunarle las mejillas.
Esta vez de manera suave.
—Soy un idiota. No sé qué fue lo que escuchaste esa noche,
pero he sido un cobarde. Desde hace mucho tiempo. Desde que te
conocí me has hecho sentir… —Sacudió la cabeza—. Eres diferente
a cualquiera que haya conocido. Soy diferente cuando estoy
contigo. Pensé que eso era una debilidad.
Sus enormes ojos azules lo miraron una y otra vez como si
estuviera aterrorizada de creer lo que estaba diciendo. Había
arruinado todo, pero se lo compensaría.
—Pero no es debilidad. —Entrecerró los ojos y acercó su frente
a la de ella, necesitando que entendiera. También eso estaba claro
ahora—. Tú eres mi fuerza. Me vuelves puro. Sin ti, no soy nada.
Nada de esto significa algo sin ti. Te amo.
—Deja de decir eso —susurró Cora.
Marcus sacudió la cabeza.
—Nunca. Te amo.
Grandes lágrimas rodaron por las mejillas de Cora.
—No lo digas a menos que lo digas en serio. Por favor. No… —
Su voz se ahogó mientras su cabeza se movía de un lado a otro—.
No…
—Te amo. Te amo. Te…
Sus palabras fueron interrumpidas cuando Cora lanzó sus
brazos alrededor de su cuello y estrelló su boca contra la suya.
Empapándose con su beso, la levantó y entró en el dormitorio.
La acostó en la cama y se subió sobre ella.
—Diosa. —Sonrió contra su boca.
—Ahora —jadeó sin aliento, retorciéndose debajo de él mientras
levantaba su vestido. Él la ayudó, rasgando la tela y dando
golpecitos a su dulce sexo con la palma. Dios, estaba mojada.
—Esto es mío. —Le recordó. Ella asintió an frenéticamente que
él se rio entre dientes—. Siempre y cuando recuerdes a quién
perteneces. —Con su pulgar frotó su lugar favorito, en la parte
superior izquierda de su clítoris; su cuerpo tuvo un espasmo y su
mirada se volvió difusa.
—Esa es mi chica —murmuró mientras rozaba el punto dulce
una y otra vez hasta que ella tembló—. Déjalo salir, por mí, eso es…
Su aliento se aceleró y un color rojizo apareció en sus mejillas
cuando un suave clímax se apoderó de ella. Sus manos le sujetaron
los hombros para tirar de él y plantarle un ansioso beso en los
labios.
Él la complació, frotando su rostro contra el suyo, dejando sus
mejillas rojas por su áspera barba. Le encantaba marcarla. Más
tarde, frotaría su rostro entre sus muslos y la dejaría irritada y
adolorida para que al día siguiente ella lo recordara.
Ahora tenía que estar dentro de ella. Cora movía a tientas los
dedos sobre su cremallera.
Ambos gimieron cuando penetró su delicada entrada. Sus
paredes interiores abrazaron la longitud su pene. Cuando su pulgar
encontró nuevamente su clítoris para provocar otro clímax, su coño
lo estrujó tanto que terminó dejándolo aturdido.
Cora enroscó sus brazos alrededor de sus hombros, tirando de
él.
—Dilo otra vez —susurró, como si temiera que el momento se
fuera a quebrar.
—Te amo.
Su feliz jadeo casi lo hizo estallar. Alzó con un solo codo su larga
pierna para engancharla alrededor su cadera y poder penetrar
profundo. Cora echó la cabeza hacia atrás, pero sus caderas se
elevaron para encontrarse con cada una de las embestidas.
Marcus gruñó, llevando su pene casi hasta lo profundo para
chocar nuevamente contra su aceitosa humedad. Mientras tocaba
fondo, golpeó toda su cuna pélvica hasta que sus fluidos le
cubrieron el vientre. Luego se retiró y volvió a embestir.
—Oooh —gimió Cora mientras estrujaba su cara. Él se detuvo.
—¿Te he hecho daño? —Cada embestida fue tan profunda que
su pene se encontró con su cuello uterino.
Ella sacudió su cabeza y apretó con más fuerza las piernas
alrededor de su espalda.
—Más.
Con los dedos hundidos en la cama, Marcus penetró el cálido
cuerpo de su esposa, machacándola contra la cama. Las uñas de
Cora arañaron sus hombros y sus pies se clavaron en los músculos
de su espalda.
—Marcus, yo…
—Córrete para mí, nena.
Terminó explotando con una serie de suaves gritos y sus mejillas
y pecho se colorearon de un tono rosado. La acarició un momento
antes de acelerar el movimiento de sus caderas, avanzando hacia
su propio clímax. Sus extremidades y su torso se tensaron; como un
arco listo para soltar las flechas de su semilla.
Cuando Marcus se corrió todo su mundo se sacudió, solo pudo
concentrarse en el dulce y sonriente rostro de su bella esposa.
—Ángel. —Rozó sus labios contra los suyos, besando cada
centímetro de su boca. Dios, quería vivir dentro de ella. Podía atarla
para siempre y follarla cada hora y no sería suficiente. Nunca era
suficiente.
Con un gemido, se apartó de ella. Su sexo estaba tan rosado e
hinchado como su boca más que besada.
—Quise ser delicado —murmuró Marcus.
—No pasa nada. —Sus dedos recorrieron lo largo de sus
hombros, aliviando los rasguños que sus uñas habían dejado—. Te
aceptaré como eres.
—Porque me amas. —Se rodó de lado para poder acunarle la
mejilla.
—Sí. —El aliento de Cora se aceleró.
—Incluso cuando no querías. —Sonrió mientras le recorría los
labios. No negó llenarse de orgullo. Ella le había dado su amor
incluso cuando él no lo merecía.
—Sí. —Sus ojos se oscurecieron y él se inclinó para probarla.
—Nunca más. No te haré daño. Voy a cuidar de ti.
Cora hizo un gesto de dolor y Marcus se maldijo a sí mismo. Ya
había hecho esa promesa antes.
—Esta vez será diferente. Te mantendré a salvo, te protegeré de
todo…
—¿Incluso de ti mismo? —añadió Cora con una irónica sonrisa.
Era demasiado astuta. Vio a través de él, al monstruo que era.
Pero lo amaba de todas formas. La profundidad de los
sentimientos de Marcus hizo que su corazón se detuviera. Haría
cualquier cosa por esa mujer. Incluso morir por ella.
—Sí. No dejaré que la maldad te toque, Cora.
Con una pequeña y vacilante mano, ella se acercó para acariciar
el oscuro pelo cayendo en su frente.
—No puedes mantenerla alejada —murmuró—. Es parte de ti —
suspiró y apartó la mirada—. Ahora también es parte de mí.
—Estás hecha de luz, ángel. Eres el verano y todo lo bueno. —
Enterró su nariz en su pelo. Incluso olía como el sol—. Tu luz alejará
la oscuridad.
—Tal vez. —Se echó hacia atrás y tocó su mejilla; sus ojos
azules buscaron los suyos—. Solo ámame. Será suficiente.
En respuesta, Marcus apartó de él para poder sostenerla en su
pecho. Su cabeza descansó sobre los latidos de su corazón.
Más tarde, la limpiaría y se hundiría en ella, moviéndose
despacio para hacerla gritar. Pero justo ahora, quería abrazarla. Su
miembro nuevamente volvía a estar duro, tenso, pero iba a esperar.
Tenía el resto de la noche para estar dentro de ella.
El resto de la noche y el resto de sus vidas.
CAPÍTULO 22

Horas después, Cora se despertó con el sonido de disparos


resonando en sus oídos. Se sentó en la cama, agarrando las
sábanas vacías a su lado hasta que su sueño, en el que balas caían
contra el restaurante, se desvaneció.
Miró a su alrededor, por un momento confundida por no
encontrarse en su cama del pent-house. Pero entonces el resto
colapsó.
Te amo.
Dos pequeñas palabras con el poder de quebrarla. O
transformarla. Tiró la sábana de seda hacia su pecho y cruzó los
brazos sobre sus rodillas.
Él la amaba. Le correspondía.
Sonrió tontamente y miró a su alrededor, pero Marcus no estaba
en ninguna parte de la gran suite principal y tampoco lo escuchó en
el baño. Y entonces su pecho se estrujó con miedo. ¿Iba a
retractarse? ¿Y si para él solo se trataba de otro juego cruel para él?
De repente, apenas podía respirar. Se quitó la sábana y se puso
de pie, agarrando una bata y saliendo corriendo de la habitación.
Tenía que encontrarlo. Tenía que saber si había sido real o no.
Al abrir la puerta de la habitación oyó voces enfadadas viniendo
de algún lugar de la casa.
Frunciendo el ceño, siguió los sonidos por el pasillo. Ella y
Marcus siempre se quedaban en la suite principal del segundo piso.
La mayoría de la casa había estado cerrada por más de una
década, por lo cual los muebles estaban cubiertos con mantas,
como fantasmas de otro tiempo.
La voz venía de algún lugar cerca de la puerta principal. Se
detuvo en el descansillo sobre el hueco de la escalera, tirando más
fuerte de su bata a su alrededor y escuchando con atención.
—Teníamos un trato. —Las palabras resonaron en el techo alto
del vestíbulo, llegando directamente a sus oídos. Se trataba de un
hombre, y juraría que reconocía la voz de alguna parte—. He hecho
mi parte. Te di los derechos territoriales y volví a zonificar los
muelles. Hice caso omiso de la escoria acumulándose en cada
esquina de Styx.
Aguantando la respiración, Cora rodeó sigilosamente la esquina.
La cabeza oscura de Marcus se hizo visible. Estaba de pie con
Sharo a su espalda, de cara a otros dos hombres acompañando al
ruidoso invitado, un apuesto hombre rubio que le resultaba familiar.
Cora no podía decir dónde lo había visto exactamente. Era más bajo
que Marcus, pero se encontraba de pie en medio del vestíbulo con
una postura que decía que estaba acostumbrado a dominar en las
conversaciones.
—Hice que estuvieras limpio —dijo el rubio—. Has estado en el
poder. Pero todo lo que has construido es mío. Yo puse los
cimientos. Yo lo controlo. Puedo quitártelo.
¿Quién se atrevía a hablarle a Marcus así?
Junto a Marcus, Sharo comenzaba a moverse lentamente. Cora
se quedó sin aliento. Sharo era lo suficientemente grande como
para derribar a los tres. Y aquí, en veinte acres de tierra privada,
¿quién iba a enterarse de lo que sucedería? ¿Realmente temía por
el hombre rubio y sus dos guardaespaldas? No lo sabía con
exactitud. Hoy habían pasado tantas cosas, que apenas podía
sortear una cosa antes de que otra le cayera encima.
—Entiendo tu preocupación. —La voz de Marcus era baja y
nivelada—. Y, al mismo tiempo, no puedo evitar ofenderme por lo
que insinúas.
—No estoy insinuando —dijo el hombre rubio, dando un paso
hacia adelante y encarándolo. Dios, ¿el hombre quería morir?—. Te
lo estoy diciendo. He hecho mi parte. Espero que cumplas. No
espero que abran fuego en un restaurante la misma noche que
señalo mi sólida postura sobre el crimen.
Los ojos de Cora se abrieron de golpe y su mano ascendió hasta
su boca para ahogar su jadeo. Era el alcalde. Storm o Strum o algo
así. No, Sturm. Zeke Sturm, ahora lo recordaba. Lo había visto
hablar en la cena de caridad. ¿Él y Marcus trabajaban juntos? ¿El
alcalde prodigio y el más grande capo de la ciudad?
—Nos estamos ocupando de ello —rugió Sharo.
—El peluquero de mi ex esposa podría manejar mejor esto —
espetó enseguida Sturm—. Estamos ante una guerra. ¿Justo
ahora? ¿En la víspera de las elecciones?
Cora retrocedió hacia las sombras, queriendo saber más sobre
cómo estaba conectado con Marcus.
—Lo que quiero saber es si cumplirás las promesas que has
hecho a lo largo de los años. —El alcalde señaló a Marcus con un
dedo. Cora dejó de respirar. Nunca había visto a nadie hablarle de
esa manera a Marcus—. Los periodistas buitres están dando
vueltas. Dirán que parezco blando con el crimen. La votación es en
menos de una semana. Si te atacan tus enemigos ahora, toda esta
elección se hunde bajo una balacera. ¿Dices que controlas las
calles? Entonces hazlo.
—Señor Sturm, está disgustado. No está viendo todo el
panorama.
Cora reconoció esa voz. Cuanto más callado y tranquilo se volvía
Marcus, más peligroso y calculador era.
—A la mierda con eso. Aquí tienes todo el panorama: el martes
pierdo y los hermanos Titan vuelven a la ciudad con el circo.
Entonces podemos quedarnos por ahí y hablar del panorama
porque ambos estaremos fuera de él.
Marcus hizo una pausa antes de responder, usando el silencio
para su propio efecto. Funcionó. Para cuando habló, Sturm parecía
un poco menos seguro de sí mismo.
—Debido a su estatus y a nuestra relación, voy a pasar por alto
su falta de respeto. Pero le digo esto. Esta es la última vez que
viene a mi casa y me exige algo.
—Créeme, Ubeli, no tengo intención de que me vean contigo
nunca más —respondió Sturm—. Nuestra relación funciona porque
tú diriges lo tuyo y yo lo mío. Pero soy un hombre que hace lo
necesario para demostrarle a la gente que tengo la intención de
devolverles su inversión. Y para hacer eso, necesito votos.
—Los tendrá. El martes —dijo Marcus en el tono profundo y
definitivo de un verdugo—. Sharo lo acompañará a la salida.
Sturm abrió la boca, pero parecía haberse quedado sin palabras.
En lugar de eso, miró con odio a Marcus.
—Estaremos en contacto —dijo Marcus, usando un tono para
dar por finalizada la conversación.
Entonces Sharo avanzó, llevando a los tres hacia la puerta.
Antes de que Cora pudiera volver a la habitación, su marido giró
la cabeza y la inmovilizó con los ojos.
Cora vio muchas cosas en esa mirada.
Un hombre muy peligroso.
Un depredador.
A su marido que la amaba.
Había sido real. Podía verlo incluso ahora en sus ojos, aunque el
encuentro con Sturm obviamente lo había hecho enfadar.
Él la miró como si quisiera comérsela pero también como…
como si la amara.
Cora se quedó sin aliento. Y tal vez su corazón dio un vuelco o
dos cuando empezó a subir las escaleras hacia ella.
Todo lo que Cora sabía era que si él la amaba, si realmente la
amaba, entonces ella le daría el mundo. Sería su mundo.
Y empezaría por tranquilizar a la bestia. Le sonrió
descaradamente y dejó que su bata se abriera.
Marcus gruñó en respuesta y empezó a subir las escaleras de
dos en dos.
—No seré delicado contigo.
Ella arqueó una ceja.
—¿Quién dice que quiero que lo seas?
Pero mientras él terminaba con la distancia entre ellos, Cora
retrocedió sobre los escalones.
—Debes correr —advirtió él y ella giró, con su bata ondeando
tras ella.
Pudo llegar al pasillo y casi a la habitación antes de que él se
estrellara contra ella y su peso la llevara hacia delante para
atraparla entre su cuerpo y la puerta. Cora forcejeó y le cogió los
brazos detrás de su espalda, empujándola contra la inquebrantable
madera.
—Te atrapé —le gruñó al oído—. No corriste lo suficientemente
rápido.
El corazón de Cora latió con fuerza contra la puerta.
—Quería que me atraparas.
La giró de manera brusca. Ella lo miró directo a los ojos, llena de
posesión salvaje, y sonrió.
—Oh, diosa. Fuiste hecha para mí. —Su boca se estrelló contra
la de ella, con los labios tan duros como para herir.
Cora se puso de puntillas y enganchó un brazo detrás de su
cabeza, encontrándose con su beso. La mano de Marcus encontró
el pomo de la puerta. Tropezaron juntos hasta el dormitorio y Marcus
se incorporó primero. Su mano le agarró la nuca para llevarla a la
cama.
—Has sido una chica mala —la empujó para que estuviese boca
abajo y la sostuvo allí, con la mejilla contra el cobertor.
—Sí —suspiró mientras él le quitaba la bata—. ¿Me vas a
castigar?
—Oh, sí. —Le azotó el culo lo suficientemente fuerte como para
quitarle el aliento—. Vagando por la casa sin llevar casi nada,
presumiendo ese cuerpo fuera de alcance…
—¿Crees que tu invitado lo vio?
—Más vale que esperes que no lo haya hecho. Ni él, ni las
Sombras. Nadie puede ver esto excepto yo. —Sus dedos se
extendieron sobre su sexo y tembló, chillando cuando continuó con
la suave caricia más una fuerte palmada.
—¿Ni siquiera Sharo?
Marcus gruñó.
—¿Te gusta Sharo?
—No… solamente es muy… grande —se mordió el labio por su
descaro. Sus pezones presionaron contra la cama.
—Te mostraré lo que es grande. —Enredando su mano en su
pelo, Marcus la levantó y la obligó a arrodillarse. Su pene se movió
frente a su cara—. Chupa. —Cora estiró las manos para alcanzarlo
y él se las agarró para entrelazarlas con las suyas—. Solo tu boca.
Tú lo sabes muy bien.
—Soy mala —susurró mientras batía las pestañas—.
¿Recuerdas?
—Te enseñaré a ser buena.
—Enséñame, papi —murmuró por encima de la punta de su
pene y los ojos de Marcus se tornaron oscuros.
Agarrándole el pelo, él se deslizó dentro de su boca. Empujó sus
caderas, cada vez embistiendo un poco más profundo. Su miembro
golpeó la entrada de su garganta y Cora tosió, con los ojos llorosos.
Disminuyó la velocidad de sus movimientos solo un momento antes
de volver a hacerlo. La ahogó con su pene una y otra vez, pero la
mano sobre su cabeza se volvió suave.
—Eso es, buena chica. Eres una buena chica. —Ya no le retuvo
las manos y, cuando Cora tomó sus pechos y se tocó los pezones
con el pulgar y el índice, Marcus murmuró su consentimiento—.
Tócate. Muéstrale a papi lo que te gusta.
Ella se estremeció, con chorros de placer recorriéndole el
cuerpo. Lágrimas corrían por sus mejillas mientras él invadía su
boca, pero a Cora le encantó cada segundo. Su sabor y su olor. Su
áspero vello arañaba su rostro mientras ella lo engullía. Su sexo
palpitaba como un segundo corazón.
Cora jadeó cuando Marcus se retiró y la puso de pie.
—Arriba. A la cama.
Se arrastró con manos y rodillas y con el culo levantado, justo
como a él le gustaba. Desde su primera noche juntos, Marcus la
había entrenado y ahora ella no se atrevía a desobedecer.
Especialmente porque no quería hacerlo.
—Qué preciosa. —Sus dedos la penetraron, provocando sus
húmedos pliegues y encontrando los puntos sensibles dentro de su
coño que la debilitaban. Presionó entre sus omóplatos y Cora se
dobló, con la cabeza gacha, el culo arriba y la espalda arqueada
para ofrecer su brillante centro. Si tenía suerte, Marcus solamente la
provocaría por un momento antes de hacer que se viniera…
Una corriente de aire le dijo que él se había ido. Noooooo. Pero
Cora sabía que no debía moverse. No alivió la tensión de su
espalda ni deslizó una mano entre sus muslos. Desde luego que la
castigaría, y ella nunca podría ganarse su liberación sexual.
—Buena chica. —Marcus regresó, le dio una palmada en el
trasero y le estrujó las nalgas para mantenerla abierta. Cora se
mantuvo quieta, sabiendo que no debía retorcerse bajo su mirada.
No protestó mientras le separaba sus lugares más guardados y
después la examinaba. Esperaba que le gustara lo que veía…
Hubo un azote condescendiente en un lado de su muslo y una
risita.
—Estás tan lista para mí. Tan necesitada. ¿Mi lindo coño me
extraña?
—Siempre —susurró ella contra la manta.
—¿Quieres que te toque, que te haga sentir bien?
—Sí… por favor… Marcus, necesito…
Otro azote.
—No estoy hablando de ti. Estoy hablando de tu coño.
Cora apretó los dientes, conteniendo un gemido. Sabía que solo
lo quería decir para humillara, para hacerla arder…
—¿Qué hay de las otras partes de ti, mmm? ¿Se sienten
abandonadas?
¿De qué estaba hablando? Su dedo dejó un húmedo rastro entre
sus nalgas y Cora lo supo.
—No —gimió, comprendiendo demasiado tarde.
—Sí —dijo Marcus mientras presionaba un dedo firme sobre su
ano—. Ya es hora. —Se lo acarició por un momento—. Tú me
perteneces. Toda tú. Es hora de que reclame esto.
—¿Dolerá?
—Quizás. Lo haré despacio, pero será incómodo. Al principio.
Pero tú quieres esto, ¿verdad? —Su voz se hizo más profunda, tan
cautivante como su lenta caricia sobre su culo—. ¿Quieres
complacerme? ¿Hacerme sentir bien?
—Sí —admitió. Su pulgar se acercó a su ano y sus nalgas se
apretaron.
—No. —Marcus se tornó severo—. No te tenses. Ábrete para mí.
Se obligó a sí misma a relajarse. El pulgar de Marcus rodeaba
con fuerza su sensible agujero rosa.
—Buena chica. —Su mejilla sin afeitar le frotó el culo.
Cora se quedó quieta mientras su lengua se deslizaba entre sus
nalgas, saboreando su agujero virgen y cosquilleando su pliegue. Su
mano libre acarició su sexo, evitando que se retorciera y escapara
de su insistente lengua.
Cora no quería que eso le gustara. Pero le gustaba. Dios, le
gustaba. El hormigueo se extendió por su espalda y un chorro de
caliente y pegajoso fluido se filtró de su vagina a la mano de
Marcus.
Le mordió el culo ligeramente antes de enderezarlo.
—Me… me has lamido.
—Y te mojaste. —Sonó tan satisfecho—. Creo que quieres esto
más de lo que muestras.
—Te quiero a ti.
—Me tomarás. Por completo. —Algo frío y pegajoso le fue
derramado sobre el ano. ¿Lubricante de algún tipo? Luego Marcus
introdujo un dedo en ella, haciendo presión contra el estrecho aro de
músculo.
Cora jadeó. Se sentía intenso. Su mano libre acarició su vagina y
la sensación cambio. Se sentía bien y tan jodidamente sucio.
—Mierda. —La palabrota se le escapó antes de que pudiera
silenciarla. Presionó su rostro contra la cama.
—Traviesa esposa. ¿Te doy unos azotes? ¿Te castigo para que
la primera vez que reclame tu trasero esté de un rojo brillante y
adolorido?
—Oh, Dios. —Ahora la estaba tocando con dos dedos. Para el
final de la noche, su diminuto ano iba a estar tan estirado.
Los dedos de su mano izquierda todavía se movían en círculos
sobre su clítoris. Para desgracia de Cora, el placer incrementó de
manera tan buena y alta debido a la penetración en su culo.
—No. —Se meneó tratando de escapar y ganándose ese azote
que él había mencionado. Unos cuantos golpes en su culo y terminó
por calmarse. El sutil ardor de su dura mano la ayudó a aceptar los
dedos en su trasero.
Marcus añadió un tercer dedo antes de detenerse y se concentró
en hacer que llegara al orgasmo. Su clímax se formó en cada rincón
de su cuerpo, estimulado por los ligeros golpes de su pulgar
alrededor de su clítoris.
Cuando penetró su vagina, su cerebro voló. Su sexo se apretó,
pidiendo más estimulación mientras su culo hacía lo mismo,
protestando por la sensación de sus tres firmes dedos estirándola.
Cora bajó la cabeza y dejó que el clímax le subiera por la
espalda. Sus piernas le temblaban, fuera de su control. Su cuerpo
ya no le pertenecía.
Le pertenecía a Marcus.
Su pene probó la parte posterior de su muslo mientras sacaba
los dedos de su culo. Cora se relajó a pesar de que sabía lo que
seguía a continuación. Marcus mantuvo su dedo en su coño
mientras le ponía más lubricante a su pliegue.
Un sonido húmedo le dijo que también se estaba lubricando el
miembro. Su aliento se aceleró y se balanceó un poco hacia
adelante, resistiendo el impulso de escapar. No funcionaría. Marcus
la atraparía y la haría pagar.
Así que esperó en cuatro a que reclamara su culo…
—¿Estás lista?
Casi resopló. ¿Acaso importaba?
—Sí.
Cora ya no quería esperar. Una pequeña parte de ella tenía
curiosidad por saber cómo se sentiría. Y una parte aún más
pequeña y secreta lo quería…
—Hazlo.
Un azote en su muslo.
—Yo doy las órdenes aquí.
Lo hacía y a ella le encantaba. Pero la espera la estaba
matando, así que bajó la cabeza y empujó su culo hacia arriba,
mostrando el objetivo lo mejor que pudo.
El parcial gruñido de Marcus le dijo que era una buena elección.
—Voy a follar este culo —le dijo—. Me vas a hacer sentir bien.
Su coño se humedeció por toda respuesta. Algo duro entró en su
culo. Cora abrió sus rodillas. Pero Marcus no había terminado.
—Suplícame por ello. Suplícame que te folle el culo. Que me
harás sentir bien.
Mierda. No podía hacerlo.
—Estoy esperando, Cora.
—Por favor…
—Por favor, ¿qué?
—Por favor métemelo en el culo. Seré buena para ti. Te haré
sentir muy bien.
—Joder. —La desesperación en su voz hizo que la humillación
valiera la pena. Cora se sonrió a sí misma... hasta que él empezó a
meter su gran miembro en su pequeño agujero—. Joder. —Se retiró,
añadiendo más lubricante. Esta vez cuando presionó, la punta de su
miembro la estiró. Cora se apretó, pero Marcus no retrocedió.
Empujó hacia adelante, milímetro a milímetro.
—Es demasiado grande.
—Relájate, cariño. —Se apartó. Más lubricante. Giró la punta de
su miembro alrededor de su agujero, estimulando la delgada piel—.
Respira, Cora. Acuérdate de respirar.
Bien. Sus pulmones se llenaron cuando se lo ordenó. El alivio la
recorrió y la relajó lo suficiente como para dejarle entrar. Marcus se
deslizó el resto del camino con facilidad.
Esperó a que él se detuviera antes de jadear por aire.
—¿Estás bien?
Cora sacudió la cabeza; una sacudida parcial y un asentimiento
parcial.
—Lo estás haciendo muy bien. —Su mano libre le acarició la
espalda. Se abrió más a Marcus y él se empujó a sí mismo el resto
del camino. Se detuvo un momento para acomodarse y luego la
embistió, no muy profundo.
—Oh, Dios —la estaba abriendo.
—Sé buena y tómalo.
Mierda, la orden puso a Cora más cachonda. Pero las acciones
de Marcus contradecían sus palabras; la acarició la espalda con una
caricia suave. Su pene se movía en pequeños incrementos hacia
adelante y hacia atrás, permitiendo que Cora se adaptara. La
incomodidad disminuyó, y cuando bajó la mano para jugar con su
clítoris, una descarga de placer se extendió sobre ella.
—Ohhh —gimió contra la cama. Sus miembros se volvieron
gelatina y la sangre le hervía las venas.
Marcus empezó a embestir lento al principio, y luego aumentó su
fuerza al penetrar su interior. Su coño se apretó, acogiendo la
invasión. Se sintió llena, estimulada y satisfecha.
—Oh sí, nena. Te vas a correr conmigo en lo más profundo de tu
culo.
—No —chilló cuando sus muslos comenzaron a temblar. No se
podía correr mientras él estuviese dentro de su culo. Era demasiado
vergonzoso.
—Sí, lo harás. Puedo sentirlo. Joder, estás tan apretada que
puedo sentir que me estás mojando…
Ahogando una serie de maldiciones más, Marcus le sujetó las
caderas y la embistió más rápido. Después de unas cuantas
embestidas, su miembro se encontró con algún interruptor en lo
profundo de ella.
El placer brotó, cálido y hermoso, y una deliciosa sensación se
extendió por sus extremidades. Su cuerpo se sacudía bajo el de
Marcus. Sus gritos guturales llenaron la habitación, mezclados con
las palabrotas de su marido.
—¿Te gusta? ¿Te gusta tenerme en el culo?
—Sí —gimió. Le ardía el trasero. Otro clímax se creó dentro de
ella, bajo y profundo; un placer prohibido surgiendo de sus partes
ocultas y vergonzosas. Solo Marcus podía llevarla al límite así. La
agarró por la garganta y la sostuvo sobre el abismo. Cora podría
luchar contra él, pero al final, se rindió y abrazó la caída…
—Mi turno, nena.
Ella pensó que antes la había follado salvajemente, pero no.
Ahora la agarraba por los costados y la montaba, usando su cuerpo
para su propio placer. Clímax tras clímax emergieron a través de
ella. No sabía dónde terminaba uno y empezaba el otro.
Finalmente, después de una eternidad, Marcus la tomó lo
suficientemente fuerte como para herirla y él explotó. Semen
caliente la llenó. Cuando se apartó, éste se deslizó fuera de ella,
bajando por su pierna y manchando la cama. Cora se cubrió la cara
mientras él abría su trasero y la inspeccionaba. Sabía que le
encantaba verla marcada con su semilla. Era toda una bestia. Tuvo
suerte de que no la orinara.
Cuando ella soltó un gemido avergonzado, Marcus se rio y tiró
de ella hacia arriba. Ella se resistió, más avergonzada que poco
dispuesta a que la abrazara. Dios, lucía como un desastre.
Sudorosa, pegajosa, chorreando semen, cara pegajosa de cuando
le folló la boca, maquillaje manchado…
—Eres tan hermosa. —Marcus la miró como si fuera la única
mujer en el mundo. Le besó la frente y la arropó en su pecho,
abrazándola fuerte. Dios, sí, ella amaba esto, era todo lo que
siempre había querido…
Se recostaron juntos en el oscuro y tranquilo dormitorio. Cora se
olvidó de su alborotado pelo y del semen saliendo de ella. Marcus le
acarició la cara, rozándole con los labios la frente, las mejillas y el
mentón, incluso las cejas, antes de encontrar sus labios. Se echó
hacia atrás y la inhaló. Su miembro volvió a la vida al estar contra su
pierna.
—Joder. No me basta —murmuró—. Podría follarte cada dos
minutos y no sería suficiente.
Una sonrisa se formó en su interior.
—Sé cómo te sientes —le dijo suavemente.
—¿Lo sabes, cariño? —La volvió a arropar, cubriendo sus
piernas con su pesado muslo para acercarla lo más humanamente
posible.
—Lo sé —suspiró y puso su cabeza sobre su pecho,
escuchando su corazón. Los latidos de su corazón coincidían con
los de ella—. Sé cómo te sientes… porque yo me siento de la
misma manera.
—Casi me pierdo esto —susurró casi demasiado suave como
para que ella pudiera escucharlo.
Cora levantó la cabeza.
—¿Qué?
Su pulgar trazó su mejilla.
—Esto. Este amor. Nosotros.
Oh. Su corazón se estrujó y no pudo soportarlo más.
—Marcus, siempre te he amado.
—Lo sé. Tú das y das, y yo solo recibo —ella sacudió la cabeza
pero él la inmovilizó con el pulgar en los labios—. Es verdad. Pero
eso va a terminar. Ahora recibirás tanto como das. Y yo daré tanto
como recibo.
—No es una competencia. Has tenido una vida difícil, entiendo
si…
—No es una opción, Cora. Tú recibes lo que yo te doy. —Su
mirada se calentó cuando ella pasó su lengua sobre su pulgar—. He
estado buscando esto toda mi vida, sin saber siquiera que era lo que
estaba buscando. Cayó justo en mi regazo. Hermosa, inocente.
Pura. Toda tú eres la buena acción que yo nunca he hecho. Eres
cada pensamiento puro que nunca tuve.
—Marcus, yo…
Pero la hizo callar.
—Tú eres la que equilibra, Cora. Yo soy la oscuridad, pero tú
eres la luz. Llenas la habitación con tu presencia y las sombras
desaparecen. ¿Entiendes?
Lo entendió. A manera de Cora, Marcus le decía que ella tenía
tanto poder como él. Más. Porque… ¿acaso no era la oscuridad la
que siempre se iba antes que la luz?
—Estoy aquí para ti, Marcus. —Su corazón se llenó con todo lo
que había sentido por él, pero que nunca pudo expresar—. Siempre
seré tu luz.
CAPÍTULO 23

Cuando Cora se despertó a la mañana siguiente, el papel crujió bajo


su mano. Marcus se había ido, pero su almohada todavía tenía su
fresco aroma. Había dejado una nota.
Ángel, tengo asuntos que atender esta noche. No me esperes
despierta. Cuando vuelva, te compensaré.
Marcus
Presionó sus labios con los trazos oscuros que formaban la “M”.
No lo había firmado diciendo con amor, pero ella de todos modos lo
sintió.
Volvió a caer dramáticamente sobre la cama, con su pelo
flotando a su alrededor. Se llevó las manos al rostro. No estaba
segura de creer que lo de anoche verdaderamente había sucedido.
¿La amaba? Pero cuando se movió, el dolor en su cuerpo confirmó
que sí, que la noche anterior no había sido solo producto de su
imaginación.
Nunca había visto tanto en sus tormentosos ojos grises como
cuando le dijo que la amaba. Siempre había visto a Marcus como la
personificación del control. Hasta el punto de ser estoico e
insensible.
Pero ahora veía la verdad. Él sentía mucho. Era un huracán en
una botella. Un caos controlado. Al igual que la ciudad que sostenía
con tanta fuerza en su puño. Solamente en su vida sexual Cora
podía verlo brevemente. Por un momento, la cubierta se levantó y
ella vio lo que él no podía ocultar… en su esencia, era un ser
singularmente emocional.
Cuando odiaba, odiaba tan virulentamente que destrozaría
ciudades enteras para vengarse. Y cuando amaba…
Cora sonrió mientras la felicidad se cernía sobre ella con la
brumosa luz de la mañana. Bueno, la luz del mediodía, porque
cuando miró el reloj, vio que eran casi las doce. Estuvo tentada a
quedarse en la cama, descansando y reviviendo los deliciosos
momentos de la noche anterior, pero la alegría moviéndose a través
de ella la llevó al armario donde se puso unos jeans, camiseta y se
maquilló lo menos posible. Hoy se lo tomaría con calma, para estar
lista cuando Marcus regresara. Te compensaré.
Pero entonces frunció el ceño. Tenía otras cosas que hablar con
Marcus cuando volviera. Todavía había mucho que necesitaba
decirle. Sobre Iris. Sobre Anna. Él la ayudaría a encontrarlas, ella
sabía que lo haría. AJ no era rival para su marido.
Se levantó para alcanzar su teléfono, solamente para descubrir
que se había quedado sin batería. Después de un par de minutos
buscando en su bolso, encontró el cargador y lo enchufó.
Presionó los botones para encenderlo, pero tardó un poco en
poder usarlo después de haber estado completamente descargado.
De todos modos, no iba a ser capaz de hacer nada hasta que
Marcus volviera más tarde, así que decidió ir a dar un paseo.
A las Sombras protegiendo las puertas de la planta baja no les
hizo gracia cuando intentó irse. Pero cuando los encaró con un
autoritario entrecejo y preguntó:
—¿Debo decirle a mi marido que están tratando de encerrarme
en mi propia casa?
Fueron lo suficientemente rápidos para apartarse.
No parecían felices, pero se movieron para dejarla pasar.
—Aléjese del perímetro —advirtieron.
—Lo haré —prometió. Eso era muy fácil. Los terrenos eran
extensos y estaban bien cuidados, con robles gigantes y hierba
verde bien cortada. Un oscuro bosque que rodeaba la finca
ocultando a sus ocupantes del ajetreado mundo exterior.
No podía imaginar a Marcus creciendo allí, un niño pequeño
jugando con juguetes de madera o una pelota de goma. Bueno, no
podía imaginarlo siquiera como un niño. Parecía tan solemne y
poderoso, surgido y formado completamente por el liderazgo de su
padre. Nacido para dirigir el negocio de Gino Ubeli y hacerlo crecer
hasta el punto de ser dueño de todos en la ciudad y, a través de
ellos, de todo.
Sin embargo, Cora era demasiado blanda y feliz como para
permanecer en pensamientos sombríos durante mucho tiempo, así
que los olvidó y buscó un racimo de azaleas. Los terrenos estaban
tranquilos, aun para la finca. Encontró un camino y avanzó de
manera tranquila a lo largo de él mientras la luz se filtraba a través
de los altos robles.
Unos quince minutos después, frunció el ceño cuando vio un
techo asomándose entre los enormes troncos que había delante. El
camino serpenteó y giró. ¿Ya se encontraba volviendo a la casa?
Continuó avanzando curiosa. ¡Oh! No se trataba para nada de la
casa. No obstante, el edificio era grande, cuadrado y con altas
columnas y leones de piedra. Era como si una estructura de la
antigua Roma hubiera sido transportada hasta allí.
¿Qué era este lugar? En silenciosa admiración, se dirigió de
puntitas a la puerta abierta. Unas pocas hojas secas habían entrado,
pero el mármol estaba fresco y brillante, sin rastro de moho o
suciedad. Alguien mantenía el lugar limpio.
Tan pronto como sus ojos se adaptaron a la oscuridad, jadeó.
Tres ataúdes de piedra, uno detrás del otro. Con el corazón
latiéndole suavemente, se acercó lo suficiente para leer los nombres
grabados en las losas de mármol. Ambrogino Ubeli. Domenica
Ubeli. El padre de Marcus, Gino. Y su madre.
Supo el nombre del último ataúd antes de leerlo. Chiara Ubeli.
Un ángel llorando yacía sobre la tumba, con sus manos cubriéndole
su rostro de piedra. Por siempre de luto por las atrocidades
cometidas contra la chica enterrada allí. Por la propia familia de
Cora, sus tíos y su madre.
—Lo siento —susurró Cora. Deseaba tener mejores palabras,
algún tipo de oración. Las plegarias deberían ser las únicas palabras
pronunciadas. Retrocedió, asimilando los tres sarcófagos.
Le dolía el corazón, pero no por ellos. No, ellos estaban en paz.
Le dolía por su marido, que los había enterrado aquí y lloraba por
ellos. Tan solo era un adolescente cuando los perdió, pero aun así le
dolía. Algunas pérdidas nunca se superaban.
Por primera vez, se dio cuenta de lo solo que se encontraba
Marcus. No tenía a nadie más que a Sharo y sus Sombras. Y ahora
a ella. No era de extrañar que fuese tan posesivo. Cora también se
aferraría desesperadamente a aquellos que le importaban si todos
los que la amaban hubieran muerto.
Mientras se acercaba al ataúd de Chiara, frunció el ceño ante las
manchas en el borde de la cobertura de piedra. El patrón le hizo
mirar al suelo, pero no, no había marcas allí.
Por supuesto que no. No había razón para que las hubiera.
Estaba bien fregado y pulido hasta hacerlo brillar. Las marcas en el
ataúd debieron haber sido pasadas por alto cuando la persona que
limpiaba el lugar entró por última vez.
Pero en el fondo de su mente aquello le molestaba, porque las
marcas casi parecían como… como huellas dactilares;
desesperadas, como si dedos estuvieran conectados con las
salpicaduras en la pared oscura. No podía ser. Pero el desteñido y
oxidado color no podía confundirse con nada, excepto con lo que
era.
Sangre.
Dio un paso atrás.
—No puede estar aquí, señora Ubeli. —La voz de una Sombra
resonó a sus espaldas, haciéndola chillar.
—Dios —jadeó, llevándose las manos al pecho. Se apartó,
temblando.
La Sombra era joven, casi tanto como ella, y se veía
terriblemente incómodo.
—Lo siento, señora Ubeli, pero tiene que irse ahora. A su marido
no le gustaría que estuviera aquí.
Con la cabeza inclinada, se apresuró a salir.
Había mucho espacio en el mausoleo para más ataúdes de
piedra. Al menos dos más. Uno para Marcus… y uno para ella.
Se estremeció y sacudió la cabeza para disipar el mórbido
pensamiento. No hasta dentro de mucho tiempo, se dijo a sí misma
con firmeza. Después de una buena y larga vida de amor.
Pero se apresuró a cruzar el jardín y no se detuvo hasta llegar a
su habitación. No era de extrañar que Marcus quisiera mantenerla
allí, a salvo.
Cuando volvió a su habitación, inmediatamente fue a buscar su
teléfono.
Había una llamada perdida de Armand y varios mensajes de
texto de unos pocos números. Los mensajes de Armand
aparecieron primero, en mayúsculas: OH, DIOS MÍO, ¿ESTÁS
BIEN? ¿DÓNDE ESTÁS?
Tomando su teléfono, le respondió rápidamente. Estoy bien. En
la finca Ubeli.
Su teléfono parpadeó de inmediato con su respuesta. Estaba
muy preocupada. ¡Las noticias informaron de un tiroteo! ¿Qué ha
pasado?
Estamos bien. Estábamos en la parte de atrás. No vimos nada.
Se detuvo, deliberando sobre qué decir a continuación. Marcus se
está haciendo cargo.
Después de una pausa, Cora miró los puntos que indicaban que
Armand estaba escribiendo. Siguieron apareciendo y apareciendo
hasta que finalmente respondió: Están pasando muchas cosas, pero
quiero decir que siento muchísimo lo del otro día. Me desperté
recordando todo. Estaba confundido. No sabía lo que estaba
haciendo.
Cora sacudió la cabeza mientras sus pulgares volaban sobre el
teclado. Ni siquiera pienses en eso. Fue solo una actuación. Para
evitar que AJ me descubriera. Y lo siento. Estuvo mal de mi parte
ponerte en esa posición.
Tal vez. Pero me alegro de que no hayas ido sola. Y… ¿has
hablado con Marcus sobre ello? ¿Sobre ayudar a la chica? No
puedes ocultárselo.
El pecho de Cora se apretó. No, no habría problema. Marcus lo
entendería. Tiene que hacerlo. Pronto. Voy a hacerlo.
No hubo respuesta por un momento y luego los puntos volvieron
y finalmente el siguiente texto de Armand. Bien. Me alegro mucho
de que estés bien. Estoy a punto de entrar en una reunión, pero,
¿seguiremos hablando pronto? ¿Vienes a pasar un día de spa con
esa preciosa amiga tuya?
Cora respondió con un emoji riéndose y escribió: Seguro.
Luego pasó al siguiente mensaje. No reconoció el número pero
era un mensaje con foto y, por curiosidad, hizo clic. Gritó y dejó caer
el teléfono sobre la cama.
—Anna —jadeó y volvió a tomarlo, acercándoselo al rostro para
mirar la imagen de su amiga.
Anna había sido golpeada, eso estaba claro. Su rostro, su
hermoso rostro en forma de corazón estaba lleno de moretones. Su
ojo izquierdo estaba cerrado por la hinchazón y la sangre de su sien
se derramaba por uno de los costados de su cara. Su cabeza
colgaba hacia atrás, débil, y Cora ni siquiera sabía si estaba
consciente. Si estaba viva.
Había un mensaje debajo de la imagen. Llámame. Si se lo dices
a tu marido, ella muere.
Las manos de Cora temblaban tanto que apenas y podía sujetar
el teléfono mientras marcaba el número y se lo llevaba al oído.
Sonó tres veces antes de que alguien contestara. La melosa y
autocomplaciente voz de AJ se escuchó del otro lado de la línea.
—¿Estás sola?
—Sí —Cora trató de mantener firme su voz, pero no pudo
deshacerse de los temblores—. Déjame hablar con Anna.
—Oh, así que sí conoces a esta putita. Y aquí ella jurando y
perjurando que no tenía ni idea de quién eras o cómo había llegado
esa foto tuya a la cámara de su teléfono. Incluso después de hacer
que mis chicos se encargaran de ella.
Los ojos de Cora se cerraron y su cuerpo se acurrucó sobre sí
mismo. La foto que Anna le había tomado afuera del restaurante el
primer día de conocerse. Por supuesto que AJ había tomado el
teléfono de Anna. Cora se llevó una mano a la frente.
—¿Qué es lo que quieres?
—Cinco millones de dólares. Entregados personalmente por ti.
Cora soltó un ruido ahogado.
—Estás loco. ¿Dónde se supone que voy a consegui…?
—Bueno, será mejor que lo soluciones. Anna ya ha soportado
una paliza por ti. Odiaría ver lo que pasaría si realmente dejo que
mis hombres se diviertan con ella. Pero si no te importa, entonces
supongo…
—¡Alto! —Cora se puso de pie de un salto y caminó a lo largo de
la habitación, mirando por las ventanas—. Bien. Lo conseguiré, pero
tomará algo de tiempo. Tal vez unos días…
—Esta noche.
—¿Esta noche? —Cora chilló y su voz también se tornó chillona
—. No puedes hablar en serio. ¡Eso es imposible!
—Entonces supongo que tu amiga no significa mucho para ti
después de todo. Puedes darla por muerta si no me entregas
personalmente el dinero. Es esta noche o nunca. Nos vemos,
señora Ubeli.
—Esta noche entonces. ¿A qué hora? ¿Dónde?
Dios, ¿qué estaba haciendo?
—Ocho en punto. Debajo de la estatua de Atlas en el parque.
—Necesito pruebas de que está viva. Déjame hablar con Anna.
—Nos vemos, Cora.
La comunicación se cortó. Hijo de…
Cora miró a su alrededor frenéticamente, necesitando hacer algo
pero sin saber por dónde empezar. Marcus. Necesitaba a Marcus. Él
sabría qué hacer.
Alcanzó su teléfono pero enseguida se congeló.
No podía llamarlo, así tuviera el teléfono encendido. No debía
hacerlo. Durante meses, Marcus había estado preparando todo para
el cargamento. No podía arruinarlo.
Y si se lo decía a Sharo no iba a ayudarla, solo intentaría
contactar con Marcus. Y definitivamente no la dejaría ir al encuentro.
Resopló. Porque no podía hacer nada.
Anna se encontraba en este lío por ella misma. Había arruinado
todo y tenía que tratar de arreglarlo.
—Piensa. Piensa.
Miró hacia su teléfono. Fue entonces cuando se dio cuenta del
otro mensaje que aún no había abierto. Era de Olivia. Rápidamente,
tocó con su pulgar el mensaje para que apareciera.
Eran solo dos palabras pero supo inmediatamente que Olivia
estaba hablando del teléfono de Iris: Lo descifré.
De inmediato la llamó.
—Buen trabajo. ¿Algo útil?
—Guardando tu aplauso para el final, ¿eh? Déjame ver… lo
último que hay aquí es un texto para The Orphan. Diciéndole que
casi ha terminado de mudarse. Luego un texto de una tal Ashley.
—¿Ashley? ¿Estás segura? —Cora pensó en la pelirroja de la
sala de conciertos.
—Ese es el nombre. El texto dice: Necesito verte. Casa de la
Orquídea, 1 pm. Eso es todo.
Ashley no pudo haberle enviado eso. Ya había muerto. Cora se
lo explicó a Olivia.
—Entonces quienquiera que tenga el teléfono de Ashley la
conocía lo suficiente como para desbloquear la contraseña y enviar
el mensaje. O este es el primer caso de mensaje de texto fantasma
de la historia.
—AJ.
—Todos los caminos conducen a este tipo. Se está volviendo un
poco aburrido.
Pudo oír a Olivia meter la mano en una bolsa y comerse un
puñado de patatas fritas.
—Olivia, escucha. AJ tiene a Anna… mi amiga.
—¿La bailarina de la que Armand no deja de hablar?
—Sí. Probablemente esté con Iris. Tenemos que sacarlas. Pero
primero tengo que encontrarlas.
Hubo un breve silencio del otro lado de la línea.
—Bueno, tal vez pueda ayudar con eso.
—¿Qué? ¿Qué has encontrado? —La esperanza llenó a Cora—.
¿Sabes dónde están?
—No completamente. Tengo una dirección parcial —Olivia le dio
el nombre del cruce de calles—. Está en algún lugar cerca de esa
intersección.
—Gracias, gracias.
Ahora que Cora sabía dónde AJ retenía a las chicas, no tenía
que esperar al encuentro en el parque donde sin duda él intentaría
engañarla. Él no tenía ningún incentivo para llevar a las chicas, y
Cora sabía que era una trampa.
Pero si pudiera sorprenderlo…
—¿Qué piensas hacer? —La voz de Olivia se hizo escuchar.
Cora había olvidado que seguía allí—. Porque más te vale que no
estés pensando en dejarme fuera —continuó.
Los ojos de Cora se cerraron. ¿Estaba realmente considerando
hacer esto? ¿Sola? O bueno, con Olivia. Pero no era como si alguna
fuera un genio del espionaje. O mafiosas entrenadas. AJ era
despiadado y se rodeaba de la clase de hombres que felizmente
golpearían a una mujer, y peor.
Sería peligroso y Marcus se pondría furioso con ella. Pero
estaría fuera toda la noche y Anna e Iris no tenían tanto tiempo.
Así que Cora tomó la decisión que necesitaba ser tomada.
—Bien, Olivia, necesito que me recojas. El parque por la calzada
romana… tan pronto como puedas. Estaré esperando.
—Vale. Oh, Dios mío, ¡no puedo creer que estemos haciendo
esto! ¡Es tan emocionante! —Esa era una palabra para describir
esto. Pero Olivia colgó antes de que Cora pudiera advertirle sobre
su entusiasmo.
Luego se recostó en la cama. Había una última llamada
telefónica que hacer.
Metió la mano debajo del colchón y sacó la tarjeta que había
considerado tirar tantas veces. Todavía no estaba segura de
alegrarse por tenerla o no.
Al marcar el número, incluso ahora no sabía si estaba
cometiendo un error. Rezó para no estar cometiéndolo. Rezó para
que sus apuestas de esta noche dieran resultado y que cuando
Marcus se enterara de todo lo que había hecho… parte de él
estuviera orgulloso, aunque se pusiera furioso con ella por cómo lo
abordó.
—¿Sí? —respondió Pete el policía, sonando completamente
harto.
Cora se enfureció.
—Solo te interesa si hay que hacer un gran arresto, ¿no? Bueno,
escucha porque tengo uno que será noticia. Pero tienes que hacer
exactamente lo que yo diga.
CAPÍTULO 24

—Esto es muy malditamente emocionante —dijo Olivia. Estaban


estacionadas en la calle situada a la vuelta de la esquina del piso
franco de AJ.
A Cora le fue difícil escabullirse de la finca, pero los guardias
estaban mucho más interesados en las personas intentando irrumpir
que en una pequeña y frágil mujer escabulléndose por la salida
trasera de la cocina. También había menos guardias en su turno. La
mayoría estaba con Marcus lidiando con el misterioso cargamento.
Cora había esperado a que Benito, el guardia del perímetro
exterior en turno, diera vuelta en la esquina, y luego había huido
hacia el bosque y pasado la valla hacia el parque público, no
dejando de correr hasta llegar al punto de encuentro con Olivia.
—¿Los policías también está preparados? —preguntó Olivia—.
¿Hay algún tipo de señal?
Había llevado horas preparar todo, que Pete hiciera que el
equipo SWAT tomara sus puestos. Y ahora el sol se estaba
ocultando sobre el cielo.
El corazón acelerado de Cora se sentía como si estuviera a
punto de saltar de su pecho, pero se las arregló para mantener la
voz relativamente calmada mientras respondía:
—Daré una señal hablada, y sí, están aquí, solo que escondidos.
—Ella tampoco sabía dónde estaban. Pete dijo que su equipo
estaría esperando cerca, y por una única vez confió en él, solo
porque por beneficio propio le interesaba trabajar con ella. Estaba
viendo por sí mismo, así que ella podía confiar.
—Y el micrófono, ¿estás segura de que está escondido?
Cora tragó saliva y asintió.
Eso había sido la condición de Pete. Aún no estaba
impresionado con su “supuesto trabajo detectivesco”, esas fueron
sus palabras exactas, así que la única manera de que aceptara
ayudar era si ella llevaba un micrófono y grababa algo condenatorio
o veía algo dentro del piso franco que supiera que sin duda les
permitiría castigar duramente al conocido mafioso y al dudoso
traficante de personas, AJ Wagner.
Afortunadamente la tecnología se había vuelto mucho mejor que
la que se mostraba normalmente en la televisión. Cuando Cora y
Olivia se reunieron con Pete hace media hora, él había adherido con
facilidad una cámara botón al botón de sus jeans y deslizó un
pasador en su pelo que funcionaba como micrófono. No se
necesitaban toscos cableados.
Y ahora aquí estaban.
Una gran parte de Cora quería dar la vuelta y huir, pero no se iba
a rendir. Todo estaba listo. Tenía refuerzos. Y era un recurso
demasiado valioso como para que AJ la lastimara… al menos eso
era con lo que contaba que sucedería. Había planeado tanto como
pudo.
Ahora no había nada más que hacer, excepto a ir por ello.
Salió del coche antes de que Olivia pudiera decir algo más.
Rápidamente dobló en la esquina y se dirigió hacia el piso franco de
AJ. Imaginó que el lugar alguna vez había sido lindo, antes de que
la edad y los propietarios indiferentes hicieran sus estragos. Más
allá de un viejo portón de hierro, un camino de concreto conducía a
la puerta. Pedazos de revestimiento colgaban fuera de lugar. Las
ventanas miraban como enormes ojos vacíos.
Llamó a AJ mientras se acercaba con los brazos en alto. Sin
embargo, mantuvo su distancia. Estaba segura de estar al alcance
de sus armas, pero también sabía que era mucho más valiosa para
AJ viva que muerta. Al menos de verdad, de verdad lo esperaba.
AJ lo entendió de inmediato.
—¿Qué mierda crees que estás haciendo?
—Nuevas reglas. Dejas ir a Anna e Iris y a cambio me tomas
como rehén.
Silencio.
Cora estaba impaciente ahora que el momento había llegado.
—Déjate de tonterías, porque ambos sabemos que es lo que
planeabas desde hacía mucho tiempo… secuestrarme. ¿Qué son
cinco millones comparados con poseer una garantía contra el
infame Marcus Ubeli? Ahora déjalas ir o desaparezco. Hay un
todoterreno aparcado a la vuelta de la esquina una calle abajo. Una
vez que Anna e Iris estén dentro, yo saldré.
—¿Crees que soy estúpido? ¿Que voy a renunciar a mis
elementos de negociación? —Se rio desagradablemente.
Cora rechinó los dientes. Eran personas, no elementos de
negociación.
—Si no las dejas ir, ¿cómo sé que en verdad las tienes? No voy
a quedarme aquí expuesta de esta manera por mucho tiempo. O
aceptas el trato o me voy. —Cora canalizó a Marcus e hizo que su
voz sonara fría.
Hubo un poco de ruido de pies siendo arrastrados al otro lado del
teléfono, y luego la voz de AJ volvió:
—Bien. Dejaré ir a una. Como muestra de buena fe. —Su voz
era burlona—. Pero no a la otra hasta que tú entres.
El corazón de Cora se sacudió fuerte. No era un buen trato.
Quería que ambas chicas estuvieran a salvo y salieran de esa casa
antes de que ella entrara. ¿Quién iba a saber lo que sucedería una
vez que el equipo SWAT irrumpiera en la casa? Balas podrían salir
disparadas. Cora lo esperaría, pero cualquiera que se quedara
dentro no.
Pero sabía que era todo lo que conseguiría de AJ.
—Haz que salga —ordenó—, y ten a la segunda chica lista para
salir justo cuando yo entre. —Cortó la llamada antes de que él
pudiera responder y se paró firme con la espalda recta y los
hombros hacia fuera, mientras miraba fijamente la puerta principal.
Nada sucedió.
Durante largos, largos minutos… nada.
Mierda. Oh, mierda, ¿y si descubrió su engaño? ¿Y si ella
calculó mal y...?
La puerta se abrió y Anna salió tambaleándose.
Cora se precipitó hacia adelante. Anna corrió a encontrarse con
ella con grandes y vacilantes pasos y frenéticos ojos.
—Cora, ¿qué estás haciendo…?
Pero Cora solo sacudió la cabeza. Anna se veía terrible. Su ojo
estaba tan hinchado y ensangrentado y su ropa rasgada y…
Cora no pudo pensar en todo lo que aquello significaba.
Solo la agarró por los antebrazos para que la mirara a los ojos.
—Hay un coche a la vuelta de la esquina. Por allí. —Cora hizo
un gesto con los ojos y la mirada de Anna la siguió—. Sube y dile a
Olivia que conduzca. No mires atrás.
Anna estaba sacudiendo la cabeza con grandes lágrimas
cayendo por sus mejillas.
—Cora, no puedes entrar ahí. No puedes…
Cora dejó caer los brazos de Anna y con voz más firme le ordenó
que se fuera. Luego se volvió hacia la casa y se dirigió directamente
a la puerta. Detrás de ella, escuchó los pasos de Anna huyendo.
Buena chica.
AJ se encontró con Cora en la puerta. Su barriga estaba apenas
contenida por su camiseta interior y sin mangas manchada de sudor.
—¿Dónde está Iris? —exigió—. El trato era para las dos.
El mafioso sonrió con suficiencia.
—Iris va a necesitar un poco de ayuda para salir de la cama —se
llevó el cigarrillo en la boca y habló por encima de este—. Ella… no
está bien. Pasa. —Se alejó de la puerta para hacerle espacio.
Cora respiró hondo y luego deseó no haberlo hecho; el cigarrillo
de AJ, junto con el olor del interior de la casa, creaba un aroma
rancio que le revolvía el estómago. Pero aun así, entró, dándose la
vuelta para que la policía pudiera ver el lugar. No vio nada
incriminatorio en sí, pero apenas estaba de pie en el vestíbulo.
—Revísenla —dijo AJ y dos tipos se acercaron.
Apretó los dientes mientras los dos matones con manos
regordetas la registraban, permaneciendo más tiempo del necesario
entre sus muslos y apretando mientras le rozaban el pecho.
—Suficiente. —Retrocedió cuando el más bajo y en cuclillas trató
de tocar más—. No tengo nada. —Quiso meter su teléfono en su
bolsillo pero AJ le sacudió la cabeza.
—Ah, ah. Dámelo.
La mandíbula de Cora se cerró pero se lo entregó el teléfono, y
lo observó deslizarlo en el bolsillo delantero de sus pantalones
negros.
—Ahora, ¿dónde está Iris?
AJ sonrió.
—Como dije, está indispuesta en este momento.
Cora dio un paso hacia adelante pero ambos matones la
sujetaron por los brazos. Forcejeó contra ellos.
—¿Dónde está?
Porque acababa de tener un pensamiento terrible. AJ traficaba
con mujeres. ¿Y si no estaba usando a Iris para influenciar a The
Orphan? ¿Y si la razón por la que no la estaba preparando era
porque ella no estaba aquí? Él consideraba a Iris como su chica y
ella intentó escapar y largarse al casarse con Chris. ¿Qué tan
enojado lo había puesto aquello?
—Te juro que si le has hecho algo o la has mandado a algún
sitio…
—Qué dramática. —Se rio AJ—. Quieres verla. Bien.
Le hizo un gesto a los hombres que sostenían a Cora para que la
llevaran arriba. El que estaba en cuclillas la sostuvo mientras el otro
la liberaba. El primero la arrastró por las escaleras, pero no tenía por
qué molestarse. Tal vez era estúpido meterse más profundo en esta
guarida asquerosa, pero necesitaba ver a Iris con sus propios ojos.
Después de todo, necesitaba ver que la chica estuviera bien.
Y Pete debía seguir escuchando. Habían acordado una palabra
clave. Pasara lo que pasara, si Cora mencionaba Destino, se
suponía que su equipo entraría disparando.
Apestaba aún más arriba, pero cuando pasaron por uno de los
dormitorios, Cora miró dentro y vio a un hombre delgado con el pelo
grasiento encorvado sobre un ordenador que se encontraba
conectado a varias pantallas. Lo que fuera que estuviera en ese
disco duro, podría resultar útil para Pete. Cora se aseguró de hacer
una pausa con la cámara botón, apuntando en dirección al hombre
antes de que el matón volviera a tirar de ella hacia adelante.
Ahora solo necesitaba encontrar a Iris y salir de allí de una puta
vez.
—¿Sabes de qué han estado hablando los pajarillos todo el
mes? —La voz de AJ asustó a Cora porque vino desde muy cerca
detrás de ella. Se adelantó para alejarse de él, continuando por el
pasillo y mirando en cada habitación por la que pasaba.
AJ continuó como si ella fuera una parte activa de la
conversación.
—El cargamento. Uno muy especial. Único en su clase.
Cora se obligó a no reaccionar.
—Y mis chicos y yo atrapamos ayer a algunos de esos pajarillos,
los encerramos en una jaula y los hicimos cantar. —Hubo una breve
pausa. Su hombre la había agarrado y la mantenía quieta mientras
se oían pisadas sobre la mugrienta madera a sus espaldas. No
había duda de que se trataba de AJ subiendo las escaleras—. ¿Y
quieres saber lo que dijeron? —AJ se le acercó y habló, con su
aliento asqueroso golpeándole la cara—. Dijeron que la entrega se
haría esta noche.
Cora se sacudió para apartarse de su aceitoso rostro y mal
aliento. Lo miró con frialdad.
—¿Dónde está Iris? ¿Cuánto hace que la tienes?
Para su sorpresa, AJ respondió:
—Desde la pequeña rabieta de The Orphan que casi me cuesta
el contrato del concierto.
Cora se quedó mirándolo.
—No te habrías quedado sin dinero.
—Escuchaste a Marcus. Perdería el acceso. El acceso a
Elysium, el acceso a su casa; el acceso a todo su pequeño mundo.
—¿Por qué lo odias tanto?
—Me lo quitó todo. —AJ se detuvo en una puerta y la abrió. La
tenue luz se derramó hacia el pasillo.
Cora se llevó una de sus mangas al rostro para bloquear el olor
mientras entraba. Debió haber sido alguna vez la habitación de un
niño, pintada de un amarillo alegre.
Ahora las paredes estaban descoloridas y manchadas, cubiertas
de sombras proyectadas por una pequeña lámpara junto a una
cama. La basura se había acumulado en las esquinas. La habitación
parecía fría y vacía, excepto por una joven mujer acostada en un
delgado colchón.
—Iris. —Cora respiró mientras corría hacia ella. La mujer tenía
ojeras y el pelo sucio y sin vida. Sus elevados y memorables
pómulos ahora parecían esqueléticos y su hermosa piel se había
vuelto gris y amarillenta. Sus ojos se abrieron de golpe, y luego se
volvieron a cerrar débilmente.
—Oh, Dios. —Cora se hundió junto a la cama para sentir la
frente de la mujer. Estaba fría al tacto. Luego revisó su pulso,
notando las marcas frescas en el brazo de la mujer.
Cora miró a AJ con ojos acusadores.
—¿Qué le hiciste?
—Pegarle un poco —se encogió de hombros—. Luego un poco
más. Después de eso, se lo hizo a sí misma.
Cora se percató de las correas que pendían de la cama. La
habían atado y le habían forzado el veneno en las venas. Cora sintió
náusea. ¿Siquiera la alimentaban?
—Tenemos que sacarla de aquí. Podría estar muriendo.
—Primero tu entrega.
Cora levantó la vista confundida, pero lo vio sosteniendo su
teléfono.
—Llámalo —ordenó AJ.
Más allá del miedo, se sintió sorprendentemente tranquila.
—El destino te maldice por lo que has hecho —escupió.
El malvado bastardo se pudriría por todos sus pecados. Su
confesión sobre el secuestro de Iris se había grabado, y Cora
estaba segura de que el ordenador sacaría más pruebas contra él.
Además del testimonio de Anna.
En cualquier momento el equipo SWAT derribaría la puerta.
—Oh, al contrario. Creo que el destino me está sonriendo.
Después de todo, te trajo a mi puerta. Y me llevarás directo a tu
marido y al barco de carga lleno del producto que va a cambiar el
curso de esta guerra.
Cora lo fulminó con la mirada, dejando que todo su odio saliera.
Ya verás. Tendrás todo lo que te mereces.
En cualquier momento.
En cualquier momento…
Cora miró a su alrededor y escuchó con atención.
Silencio.
¿Por qué demonios tardaban tanto? ¿Pete no la había
escuchado? ¿O el micrófono no funcionaba? Lo habían comprobado
una y otra vez. Luchó contra el pánico en aumento que la ahogaba.
Pero la risa de AJ fue lo único que llenó el silencio.
—¿Qué? ¿Nada que decir por fin? Está bien.
Se acercó y le agarró la mano, presionando su dedo índice en el
teléfono para que sus huellas dactilares lo desbloquearan.
—Todo lo que realmente necesito que hagas, es gritar.
AJ buscó entre sus contactos. Presionó el número de Marcus y
marcó.
¡No! Se suponía que eso nunca iba a ir tan lejos. No importaba lo
que hubiera pasado anoche, ese cargamento significaba todo para
Marcus…
Marcus no contestó y se fue al buzón de voz. Cora sintió una
sacudida de emoción al oír la voz de Marcus empezar a decir:
—Este es Marcus Ubeli…
AJ colgó y marcó de nuevo impaciente. Volvió a irse directo al
buzón y lo dejó sonar hacia el mensaje de voz.
—Ubeli. Llámame ahora —pronunció mientras miraba a Cora—.
Tengo algo que quieres. —Colgó, todavía mirándola—. Eres una
estúpida, ¿sabes? Entregarte por esta drogadicta.
Luego dio un portazo al salir y dejó a Cora de pie junto a la
cama.
—El destino nos ayuda —susurró y luego lo dijo más fuerte una y
otra vez—: Destino, ayúdanos. Por favor, destino, te necesitamos
ahora. —Se agachó para ver cómo estaba Iris.
Cuando tocó su sudorosa piel, Iris abrió sus labios agrietados y
lloriqueó.
—Iris, shh. Chris me envió. Vamos a sacarte de aquí. —Estrujó
suavemente la mano de la mujer—. Voy a sacarte de aquí.
—¿C...Chris? —consiguió decir con ojos llenos de costras y
dispersos, arrastrándose hacia abajo para encontrarse con los de
Cora.
Cora asintió mientras derramaba lágrimas.
—Sí. Chris te ama. Me ha enviado para ayudarte. Vamos a
sacarte de aquí.
Detrás de ella, el pomo de la puerta giró; se sobresaltó, pero solo
era AJ regresando con el teléfono en mano. La voz de Marcus venía
de muy lejos.
—Cora. ¡Cora! ¿Estás bien?
Cora no pudo evitar sentir una oleada de esperanza al oír su voz,
aunque sabía que eso significaba que ella lo había estropeado todo
muy terriblemente. Por alguna razón, el equipo SWAT no iba a
llegar.
—Marcus, estoy aquí. Estoy bien —Cora apenas y contestó
antes de que AJ se llevara el aparato al oído.
—Prueba de que está viva, como pediste. Nos encontraremos en
los muelles. Sé que Waters va a entregar el cargamento esta noche.
Dile a tus hombres que no hagan nada. Los míos se encargarán del
trabajo pesado. Las drogas por tu esposa, ese es el trato.
Cora escuchó la voz de su marido levantarse enfurecida justo
antes de que AJ gritara:
—Yo mando aquí. —Sacó un arma. Con un chillido, Cora agachó
la cabeza mientras él apuntaba hacia la cama y disparaba.
¿Qué…? Levantó la cabeza y miró a Iris.
—¡No! —sollozó Cora—. No.
La sangre impregnó lentamente la delgada camisa de Iris. Cora
presionó sus manos contra el pecho de ella, lloriqueando.
—Por favor, no.
—Una hora, ¿capisce? Nada de trucos —AJ cerró la puerta lo
suficientemente fuerte como para hacer que la bombilla se
sacudiera.
Cora casi no lo escuchó. Hizo presión mientras la sangre corría
más rápido, observando la lenta respiración de Iris.
La hermosa chica se sofocó y se quedó inmóvil. Sus ojos
estaban vidriosos, contemplando justo como los de Ashley. Sin vida.
—Lo siento mucho —susurró Cora—. Lo siento mucho.
Minutos después, los matones de AJ llegaron por ella,
levantando su cuerpo del suelo. La llevaron hasta la puerta. Uno de
ellos se detuvo para tomarle una foto a la mujer muerta. Siguió a
Cora y a su compañero matón al pasillo mientras se reía a
carcajadas:
—Se la envié a The Orphan. Veamos lo bien que tocará ahora
ese pequeño hijo de puta.
Cora soltó un grito enfurecido, gutural y salvaje. ¿Cómo podían
ser tan insensibles? Su pelo se había deshecho y colgaba
alborotado sobre su cara. Se lo llevó hacia atrás y luego se dio
cuenta de que sus manos se encontraban pegajosas con sangre
desde las muñecas hacia abajo, y todo lo que estaba haciendo era
esparcir la sangre de Iris alrededor de su sien.
—Dejen de perder el tiempo —vociferó AJ.
Se había puesto una camisa y un abrigo como si fuera un
hombre civilizado, pero Cora ahora sabía que no era así. Era un
monstruo. Miró una vez más su teléfono y lo dejó caer en el bolsillo
de su abrigo.
—Tenemos una cita en los muelles. Hora de hacer un
intercambio.
CAPÍTULO 25

Los muelles parecían una extensión oscura de la calle hasta que los
matones de AJ sacaron a Cora del coche. Entonces pudo ver el
embarcadero caer sobre el agua, como un pozo de oscuridad.
Tembló bajo el frío aire nocturno, vistiendo solamente jeans y un
ligero suéter ahora salpicado de sangre. Uno de los matones la
mantuvo sujetada del brazo mientras se movían hacia adelante.
Cora se sentía… vacía. Durante todo el camino hasta aquí había
intentado pensar en lo que le diría a Marcus, en cómo intentaría
explicárselo. Pero todo lo que podía ver era la cara de Iris. Sus ojos
y ese segundo en el que la vida salió de ellos. Cora la había visto
irse. Un segundo estaba allí y al siguiente simplemente… se había
ido.
No tenía sentido. No era justo. Se suponía que el bien ganaría al
final. Incluso Marcus con el tiempo llegó a amarla. Al menos lo hizo
antes de saber lo que ella había hecho.
—Ves, ¿qué te dije? —Le dijo AJ a su chofer, un hombre alto con
un aro de oro—. Están usando un barco más pequeño para entregar
la mercancía. Nada elegante. Waters siempre fue astuto.
Cora dejó que la llevaran por la acera hacia un almacén donde
había un montón de cajas apiladas en una gran extensión de suelo
de concreto.
Tres hombres los esperaban bajo el claro de la luna; tres para
igualar a los tres de AJ. El pecho de Cora se apretó. Marcus, Sharo
y otra Sombra. AJ se acercó a ellos confiado.
El matón que la sujetaba le torció el brazo por detrás mientras le
clavaba el arma en la espalda. Cora no pudo evitar lloriquear.
Incluso bajo la luz de la luna pudo ver la fría furia en el rostro de
Marcus.
Oh, Marcus. Perdóname.
—Déjame comprobar primero esto —dijo AJ. Le movió la cabeza
al sujeto del aro de oro en la oreja, quien sacó una palanca y se
dirigió a un contenedor. Después de abrirlo, el hombre sostuvo una
botella sin descripción alguna.
—Spa Metamorfosis —leyó el matón, y luego miró confundido a
su líder—. Es porquería para el pelo.
—Dámelo —ordenó AJ. Desenroscó el tapón y sacó una
pequeña pastilla blanca. La sostuvo y la olfateó—. Puro —comentó
con triunfante satisfacción—. A los hermanos les va a encantar esto.
—Acabemos con esto —ordenó Marcus desde las sombras.
—Oh, no, Ubeli. Ya no puedes ordenar —AJ agitó una mano y
Cora fue empujada hacia adelante, obligada a caminar hacia AJ
para que pudiera engancharla bajo su brazo. Su otra mano levantó
el arma hasta su sien—. ¿Sabes por qué solo disparé en la parte
delantera de ese restaurante aunque sabía que estabas en la parte
de atrás? Porque quiero ver la mirada en la cara de Iván Titan
cuando le diga que Marcus Ubeli ha sido derrotado por sus propios
méritos, que no tiene mercancía y que sus propios hombres lo están
traicionando.
El diente de oro de AJ destelló mientras sonreía.
—¿Qué van a hacer tus chicos cuando el cargamento se haya
ido y no tengan nada que traficar? ¿Ninguna forma de cobrar? Lo
revenderemos en Metrópolis. ¿Y qué va a pensar Waters?
—Entrégame a mi esposa. —La vena de la sien de Marcus
palpitaba; Cora podía verla a tres metros de distancia.
—Déjame decirte cómo va esto —continuó AJ, como si Marcus
no hubiera hablado—. Salen todos de aquí, todos tus hombres,
todos ustedes. Entonces suelto a la chica y te vas, para siempre.
Esto es mío.
Cora no podía dejar de temblar. AJ envolvió con firmeza su brazo
alrededor de su cuerpo y le apuntó con el arma a un lado de la
cabeza. Mantuvo sus ojos en Marcus, dejando que su cuerpo se
relajara. Se convirtió en una muñeca de trapo. Una cosa débil. Una
víctima.
Pero mientras todos miraban a Sharo y a su marido, los dedos
de Cora se deslizaron entre los pliegues del abrigo de AJ y
encontraron su bolsillo.
Y su teléfono.
—Retírense —decía AJ—. No soy un hombre paciente.
Sacudiéndose repentinamente entre sus brazos, Cora estiró la
mano y clavó el borde de su teléfono, junto con la Avispa que Olivia
había adherido semanas atrás, justo en el cuello de AJ.
El voltaje lo golpeó un segundo más tarde, sacudiéndolo con
suficiente fuerza para hacerlo retroceder. Bramó con sorpresa y
dolor, tropezando hacia atrás. Casi cae al pavimento.
Cora también se tambaleó, dejando caer el teléfono. Apenas
había recuperado el equilibrio cuando alguien la golpeó y la llevó
contra el concreto, acunando su cuerpo contra el suyo.
—Te tengo —rugió Sharo y extendió su gran cuerpo sobre el de
ella. Cora se encogió de miedo al oír las balas salir disparadas por
delante de ellos.
Entonces ambos se levantaron y Sharo corrió mientras la llevaba
en brazos fuera del almacén y hacia la fría noche.
Cora no podía ver nada, apenas podía oír algo, pero se aferró a
los hombros de Sharo. Entonces llegaron a un callejón y el sonido
de las balas pareció más lejano.
Un coche negro aparcó frente a ellos y la puerta se abrió. Sharo
se agachó dentro, deslizando a Cora delante de él.
Sharo apenas había metido los pies en el coche y ya se
encontraba vociferándole al conductor.
—Vamos.
—¡Espera! Marcus… —Cora gritó antes de ser lanzada
nuevamente hacia el asiento por la repentina aceleración del coche.
Salió del callejón y dio vuelta frente al almacén donde las Sombras
se encontraban luchando contra los hombres de AJ.
Una figura oscura abandonó el almacén y Sharo abrió la puerta.
Marcus. Entró al vehículo y el conductor hizo chirriar las llantas
desde el borde de la acera, dejando que la puerta se cerrara sola.
—Lo conseguimos —informó Marcus, y comprobó su arma antes
de darse la vuelta y tomar a Cora de Sharo. Arrojó sus brazos
alrededor de él.
Pero después de un momento se apartó de ella.
—¿Estás bien? —le tocó las mejillas y se apoderó de sus
brazos, tomándole las muñecas para girarlas frenéticamente e
inspeccionar sus manos.
Oh dios, debió pensar…
—No es mi sangre —dijo de inmediato.
La tiró hacia él, abrazándola fuerte.
—Nunca más —murmuró—. Nunca más.
Cora se hundió en su marido, dejando que su temblor
disminuyera en sus fuertes brazos. Él estaba aquí. Estaba a salvo.
Ambos estaban a salvo y AJ había muerto. Todo iba a salir bien.
Todo iba a estar bien.
Fue entonces cuando escuchó las sirenas de la policía.
Cerca.
Demasiado cerca.
Los músculos de Marcus se tensaron.
—¿Qué…? —empezó.
Cora levantó la vista para verlo mirando a Sharo por encima de
su cabeza.
Sharo ya estaba tomando un auricular del conductor y
encendiéndolo.
—La frecuencia de la policía dice que un coche color hueso y sin
identificar fue seguido hasta los muelles. Hubo disparos.
Marcus maldijo.
—AJ. Estúpido hasta el final. Deben haberlo seguido hasta aquí.
Oh. Mierda.
Todo impactó a Cora de golpe. No hubo ninguna interferencia
con su micrófono o la cámara botón. Pete había visto y oído todo lo
sucedido en el piso franco de AJ.
Y había decidido que quería un arresto más grande después de
oír a AJ hablar del cargamento de drogas. Sin importar que Cora
dijera la palabra clave y tratara de sacarla a ella y a Iris antes de…
Cora cerró los ojos. La policía la había traicionado. E Iris había
muerto por ello.
Las luces azules y rojas de la policía ya estaban sobre las
paredes de ladrillo cuando el coche se escabulló por un callejón.
Cora se acurrucó cerca de Marcus, sintiendo náusea incluso
mientras lo hacía. Porque la de Pete no fue la única traición de la
noche.
Ella había traicionado a Marcus. Le mintió. Conspiró con sus
enemigos. Condujo a la policía hasta él.
—Señor, otro informe. Este del club Elysium —habló el
conductor. Cuando Marcus asintió, el hombre continuó—: Los
disturbios comenzaron justo después del intermedio. The Orphan
salió y les dijo a todos que solo iba a tocar una canción más. Una
canción para la muerte. —El hombre se detuvo, tocando su auricular
como si no estuviera seguro de que lo que estaba escuchando era
cierto—. Los policías trataron de calmar a todo el mundo pero se
rebelaron y se precipitaron al escenario. La policía estaba
abrumada. Sacaron primero al alcalde y ayudaron a la gente que
estaba siendo pisoteada. —El hombre hizo una mueca—. Pero no
llegaron al escenario a tiempo. The Orphan estaba… hecho
pedazos. Dicen que no hay otra palabra para eso... Está muerto.
Cora se sacudió, sintiendo al horror atravesarla justo cuando
había estado segura de no tener más capacidad para el dolor.
Los brazos de Marcus se flexionaron brevemente, como si
estuviera tratando de consolarla. A ella. Cuando había sido ella la
que les había traído toda esta desgracia.
CAPÍTULO 26

Cora se había quedado dormida en sus brazos, acurrucada contra


su pecho; incluso en sueños, sus puños cubiertos de sangre
sujetaban su camiseta. Como si temiera que él desapareciera.
Marcus trató de mantener sus brazos a su alrededor suave y
delicadamente, pero era difícil cuando cada músculo de su cuerpo
se encontraba tenso por la furia. ¿Qué demonios había pasado esta
noche? ¿Cómo había conseguido AJ ponerle las manos encima…?
Marcus quería noticias de cada uno de sus tenientes, pero ni
siquiera tomó su teléfono. No se atrevía a soltar a su esposa. Lo que
sea por lo que haya pasado esta noche...
El vehículo desaceleró y Cora se despertó, levantando la cabeza
de su pecho y parpadeando lentamente mientras miraba a su
alrededor. Habían llegado a la finca. Frunció el ceño tan pronto
como reconoció dónde estaban.
—¿Tenemos que quedarnos aquí? —habló en voz baja—. Está
tan… oscuro aquí.
—El pent-house fue intervenido —respondió Sharo—. Hicimos
que lo revisaran.
Pero Cora miraba a Marcus.
—¿AJ?
Marcus no respondió. No confiaba en sí mismo para hablar.
Cuando el coche se detuvo, la ayudó a ir dentro.
Jadeó cuando se vio en un espejo del vestíbulo. La sangre
manchaba llamativamente su pelo claro. Y estaba por todas partes
de sus manos… Marcus hizo una mueca. Había esperado meterla
en la ducha antes de que se viera a sí misma. Cora apartó la mirada
y comenzó a subir las escaleras.
Marcus quería seguirla, pero había cosas que debían ser
atendidas.
—Subiré enseguida, cariño.
Asintió, sin siquiera mirarlo por encima del hombro. La
mandíbula de Marcus se apretó, pero luego se volvió hacia Sharo.
—¿Ordenaste que limpiaran?
Podía sentir a Cora merodeando en el rellano, escondida. Por
alguna razón, quería escuchar lo que él tenía que decir. Bien.
Marcus no tenía nada que esconder. Había tratado de protegerla de
todo esto y aquello solo había… solo había…
—¿Qué hay de Waters? —Exigió, mirando a Sharo.
—Ha sido alertado, pero eso fue antes de que el cargamento
fuera confiscado. Lo sabrá ahora; eso ha pasado por los escáneres
de la policía.
Marcus asintió lentamente.
—¿Qué hay de nuestros contactos?
—Desaparecidos en combate. Todavía lidian con las
consecuencias.
—Ponlos al teléfono. Tengo que asegurarme… —Marcus miró
las escaleras, sintiendo a Cora retroceder entre las sombras.
—¿Tienes alguna idea de cómo la secuestró?
—No —susurró Marcus en voz baja—. Esperaré antes de
preguntarle.
Escuchó el más ligero de los movimientos en las escaleras. Cora
caminaba hacia su habitación. Y de nuevo la pregunta lo atormentó:
¿Qué diablos había pasado para ponerla en el camino de AJ? La
finca era el lugar más seguro de la ciudad. ¿Había ido a algún sitio?
¿Trató de ir a ver a un amigo o de visitar ese maldito refugio por
alguna supuesta “emergencia”?
Minutos más tarde, terminó con Sharo y subió las escaleras de
dos en dos. Cuando llegó a su habitación, la encontró en la cama
con la cabeza inclinada sobre su regazo. No había encendido
ninguna luz, así que el lugar estaba oscuro y sombrío, excepto por
los mínimos rayos de la luna entrando por las persianas.
Fue hasta la mesita de noche para encender una lámpara y
luego se movió para ver su cara salpicada de sangre.
—Vamos a limpiarte.
Cora asintió y entró al baño, pero se congeló frente al lavabo.
Marcus la siguió.
—Mis manos —las sostuvo palmas hacia arriba—. No quiero
manchar todo con sangre.
Retrocedió cuando él llegó al lavabo y abrió los dos grifos.
Comprobó el agua y luego se alejó para que ella pudiera acercarse.
Seguían sin tocarse el uno al otro.
Deseaba abrazarla, pero su cara estaba inexpresiva, quieta y
vacía como la de una muñeca. Cora podría necesitarlo o podría
necesitar espacio. Él esperaría hasta saber cuál.
Con movimientos robóticos, empujó sus manos bajo el grifo,
mojándolas casi hasta la mitad del brazo. El agua corría con un
color rojo y ella apartó las manos del lavabo.
La garganta de Marcus se cerró, pero se quedó detrás de ella,
con sus brazos a lo largo de los suyos. Puso sus manos de nuevo
en el agua y la ayudó a enjabonarse y a frotarlas suavemente hasta
que el agua no adoptaba ningún color. Su cabeza inclinada colgaba
como si se encontrara en otro lugar, incapaz de controlar el
movimiento de sus manos.
Sin embargo, todavía vestía la ropa ensangrentada, y eso no iba
a ayudar. Entonces, delicadamente, Marcus le quitó la camisa.
Cora le dejó hacerlo, como una muñeca de trapo. Cuando él
llegó al botón de sus jeans, de repente se apartó bruscamente y los
desabrochó ella misma, deslizándolos por sus muslos junto con su
ropa interior y caminando hacia la ducha.
Pero Marcus no iba a dejar que se fuera tan rápido. Pudo haber
necesitado aferrarse a él en el Bentley de camino a casa, pero él…
ver esa arma apuntando su sien…
Se quitó su ropa y luego se colocó detrás de ella, justo cuando el
chorro se volvió cálido.
—Marcus —susurró, y en esa única palabra él escuchó miles de
corazones rotos. Se volvió hacia él con los brazos cruzados sobre
su pecho y luego se dejó caer contra él. La rodeó con un brazo firme
y la acercó a su pecho, y con la otra mano le apartó el cabello de los
ojos.
—Shh, está bien. Todo está bien.
Cora no dejaba de sacudir la cabeza.
—Pero no lo está. No lo está.
—Sí que lo está. Fuiste valiente. Te observé.
La llevó un poco hacia atrás, posicionándola debajo del chorro
para mojar su pelo. Luego levantó su botella de champú y exprimió
un poco en su mano.
Habló suavemente cuando comenzó a aplicarlo en su cabello,
limpiando la sangre.
—No podrías haber hecho más, Cora.
Al oír su nombre, cerró los ojos y todo su cuerpo tembló. Como si
estuviera reviviendo todo lo que AJ le había hecho pasar. Marcus
había examinado sus manos en el coche y sabía que la sangre no
era suya, pero aun así. Su mandíbula se tensó.
AJ pagaría y pagaría caro. Pero justo ahora no podía pensar en
ello. Tenía que mantener el control por el bien de Cora. Siempre en
control.
Así que, con un colosal esfuerzo, se las arregló para mantener
su voz en calma mientras continuaba:
—Pensó que eras débil. Te subestimó. Esta noche fue difícil. No
sé por lo que pasaste y no tienes que decírmelo hasta que estés
lista. Pero eres más fuerte de lo que crees.
Le pasó los dedos por el pelo, enjuagándola. Ella apoyó su frente
contra su pecho mientras le lavaba el pelo. Una vez limpio, dejó caer
sus labios en la parte superior de su cabeza.
—No cometas el mismo error. Conoce tu propia fuerza. Saldrás
de ésta.
Él esperó, pero ella no dijo nada. Eso estaba bien. La ayudaba a
salir adelante un día a la vez. La protegería.
¿Igual que esta noche? Apretó los dientes. Cora debió haber
estado a salvo aquí. Iba a descubrir lo que había salido mal y
castigaría a quien hubiera puesto a su esposa en peligro.
Empezando por ese maldito bastardo, AJ. Haría que el hombre
deseara no haber puesto nunca sus ojos sobre la esposa de
Marcus. Le haría desear no haber nacido jamás. Él...
Cora se sacudió en sus brazos y toda su atención volvió a ella.
Grandes ojos azules desbordados en tristeza parpadeaban hacia él.
Y luego lo sorprendió con sus siguientes palabras:
—¿Me follarías? No quiero pensar más.
Marcus había estado alejando sus caderas de Cora durante toda
la ducha. Cada vez que estaba cerca de su esposa, pero
especialmente cuando estaba desnuda, no podía evitar la reacción
de su cuerpo hacia ella. Pero ahora no era el momento…
Pero ella se agachó y lo agarró tan firmemente que no pudo
reprimir el gemido que salió de sus labios. Y cuando llevó una de
sus piernas alrededor de su cintura y lo colocó en su entrada, Dios,
y la forma en que su calor tentó y provocó la punta de su miembro…
—Por favor —exhaló.
En un rápido movimiento, los giró a ambos de manera que la
espalda de Cora terminara contra la pared, y luego entró en ella.
Casi siempre empujaba hasta lo más profundo, tomando y
reclamando lo que era suyo.
Pero justo ahora Cora se sentía muy frágil. Le tomó las mejillas y
entró en ella despacio, muy despacio, con sus ojos observando
cada una de sus respiraciones, cada espasmo, cada vibración de
sus dedos sobre sus hombros.
Cora trató de mirar hacia otro lado, pero Marcus hizo que
volviera su rostro hacia el suyo. Puede que ella haya querido follar,
pero no era lo que necesitaba.
Él no le fallaría, al menos no en esto. Y mientras se hundía
centímetro a centímetro en el coño más dulce que los dioses habían
creado, se dio cuenta de que él también lo necesitaba. Cuando
escuchó la voz de AJ del teléfono que marcaba el número de
contacto de Cora y luego la escuchó gritar…
La rodeó con sus brazos y la abrazó más fuerte que nunca. Cora
se apretó a su alrededor como si ella también se estuviera aferrando
a la vida. Porque eso era lo que Cora era para él. Toda su maldita
vida.
¿Cómo pudo ser tan estúpido? ¿Mintiéndose a sí mismo todos
esos meses y tratando de fingir que ella no significaba nada para él?
Cora significaba todo. Él no la merecía.
Lenta y tortuosamente, se deslizó hacia afuera y luego volvió a
entrar. Un escalofrío le recorrió la espalda a Marcus mientras el
placer amenazaba con terminar, aunque él recién acababa de
empezar. Pero fue fácil de contener. Solo tenía que recordar la
imagen de AJ sosteniendo el arma en su cabeza y sus ojos
aterrorizados suplicándole ayuda. Pero al final, no había hecho
nada. Cora se había ayudado a sí misma.
No, él no la merecía, joder. La agarró más cerca todavía. Pero lo
haría.
Dedicaría el resto de su vida a ganarse a esta mujer. A ganarse
su confianza, su amor y su devoción. Le daría un mundo hermoso,
seguro y perfecto. Le daría todo lo que nunca tuvo. Lo juró en este
momento. Le borraría el dolor de sus ojos. Joder, la haría feliz sin
importar lo que costara.
Se agachó y le agarró el culo, inclinándola de manera perfecta
para que, cuando volviera a embestirla, pudiese tocar ese punto
perfecto en su interior y su boca se abriera en un ahogado grito de
placer.
Salió y volvió a entrar, hacia afuera y hacia adentro, rozando su
clítoris hasta que Cora se estremeció con su clímax y se apretó a su
alrededor con tanta fuerza que no pudo contenerse más. Su espalda
se arqueó y luego embistió y explotó dentro de su esposa y, por un
momento, todo fue como debía ser. Ella, saciada y sin fuerzas en
sus brazos y él, su conquistador y protector.
Pero entonces sus piernas se tambalearon y Marcus pudo ver
que estaba tan débil que casi se derrumba allí mismo en la ducha.
Joder.
Cerró el grifo de agua y la ayudó, envolviéndola en una toalla e
instándola a sentarse en el asiento cubierto del inodoro mientras la
secaba con la toalla. Sus ojos estaban cerrados y su cara era
ilegible. Marcus frunció el ceño. Normalmente, después del sexo,
sus facciones se suavizaban y era más dócil que nunca. Pero justo
ahora…
—Vamos a llevarte a la cama —dijo suavemente, ayudándola a
levantarse del asiento y llevándola al dormitorio. Avanzó tropezando.
Dios, ¿cuándo fue la última vez que comió algo?—. Haré que uno
de los hombres traiga algo para la cena… —empezó, pero lo
interrumpió con una sacudida de mano.
—No —dijo, acurrucándose en la almohada mientras él la cubría
con las mantas—. Solo quiero dormir.
Debió ser cierto porque momentos después sus suaves y
delicados ronquidos llenaron la habitación que, en cualquier otro
momento, estaría en silencio. Marcus no se movió de donde estaba
sentado en la cama a su lado, frunciendo el ceño.
Tiempo. A Cora solo le tomaría tiempo compartir por todo lo que
había pasado para que juntos lo resolvieran.
Y mientras tanto… los ojos de Marcus se dirigieron a la ventana.
Se levantó bruscamente y luego miró de nuevo a Cora.
No se había movido, ni siquiera agitado por su movimiento
repentino. Dormiría por un muy buen rato. Y aunque se las había
arreglado para alejar todo mientras estaba con ella, su negocio no
podía continuar ignorado por mucho más tiempo, el cual era un
desastre ahora que habían perdido el cargamento.
Necesitaba hacer control de daños mayores, así que, a
regañadientes y después de mirar fijamente a su mujer desde la
puerta para asegurarse de que no se agitara, salió y cerró la puerta
silenciosamente.
Respiró hondo y sostuvo la perilla, dejando que la máscara de
Marcus Ubeli se asentara sobre sí mismo como un hipócrita de la
antigüedad. La parte de sí mismo que compartía con Cora era
sagrada. Pero el mundo nunca debía ver otra cosa excepto fuerza y
un líder que aplastara a sus enemigos con su talón.
Bajó las escaleras y fue directo a la cocina donde sabía que
Sharo le estaría esperando. Cuando entró, le tendió a Marcus una
taza de café.
—¿Lo tienen? —espetó.
Sharo asintió.
—Está todo en marcha. Calculan que tardarán tres horas, quizá
cuatro.
Marcus agarró la copa y la bebió sin decir una sola palabra. El
líquido le quemó la garganta, pero era una buena sensación y
Marcus necesitaba la cafeína.
Iba a ser una larga noche.
CAPÍTULO 27

Cora se despertó e, incluso sin mirar el reloj, supo que aún faltaban
horas para el amanecer. La forma en que la luz caía sobre sus
manos… parecía que estuviesen manchadas de rojo. Se sacudió y
las miró fijamente, pero estaban limpias. Había lavado la sangre que
había en ellas, pero su culpa iba más allá de la profundidad de la
piel. Nunca se limpiaría.
El lado de la cama de Marcus estaba vacío. Probablemente
estaba abajo solucionando el lío que ella había hecho de su
negocio. Al pensarlo, lloriqueó. Iris muerta, un cargamento incautado
y todas las Sombras bajo los reflectores de la policía.
Cuando su marido se enterara, y vaya que lo haría, no tenía
dudas... ¿qué pasaría entonces? ¿La perdonaría? Llevó la cara a la
almohada. Dios, no estaba segura de poder perdonarse a sí misma.
Entonces, ¿por qué iba a hacerlo él?
Cerró los ojos y pensó en lo tiernamente que la había abrazado
en la ducha. Lo suave que había sido con ella. Cómo la acarició, le
lavó el pelo y… le hizo el amor. Le había pedido que la follara, pero
no lo hizo. Después de todo este tiempo, Cora había conseguido lo
único que quería, pero era demasiado tarde. Era demasiado tarde
para ellos. Lo había arruinado todo.
Se sentó y se retiró enfurecida las lágrimas que caían por sus
mejillas. Marcus jamás la volvería a mirar de esa manera, en ningún
momento después de saberlo. O… se mordió el labio. Tal vez si
pudiera explicarlo… Cómo había empezado con buenas intenciones
pero todo se le había ido de las manos tan rápidamente… Y luego al
final había tratado… había tratado…
Un sollozo salió de ella y se llevó la mano a la boca. Pero no
hubo forma de detenerlo una vez que empezó.
Y de repente, ya no podía estar aquí. No pudo enfrentar a
Marcus cuando regresó de lidiar con el desastre que ella había
causado. No podía mentirle y no podía decirle la verdad.
Una luz verde parpadeando en la cómoda le llamó la atención.
Su celular.
Marcus o Sharo debieron de haberlo tomado de una de las
Sombras, quien a su vez lo había encontrado en el suelo del
almacén donde ella lo dejó caer. Solo necesitaba un poco de
espacio. Solo necesitaba respirar y pensar en su próximo
movimiento. Para averiguar cómo decírselo a Marcus.
Mandó un rápido mensaje y luego se vistió. Llevaba jeans y una
camiseta bajo una sudadera. Para cuando terminó, un mensaje la
estaba esperando.
Maeve: ¿Te recojo ahora?
Sí.

Esta vez no habría ninguna salida a hurtadillas por la cocina. Marcus


tendría Sombras en cada puerta.
Así que usó un árbol para escapar de la casa, uno que había
encontrado en su caminata pasada. Atravesó la casa hasta que
encontró la habitación, abrió la ventana y miró hacia afuera. La rama
que rasgaba a lo largo del costado de la casa no parecía muy
resistente, pero la probó y luego balanceó las piernas hacia afuera
para equilibrarse en ella. La rama se mantuvo estable.
Cora se congeló por un momento. ¿Qué estás haciendo, Cora?
¿De verdad estás huyendo? ¿De verdad le vas a hacer eso a
Marcus, además de todo por lo que le has hecho pasar hoy?
Pero cuando cerró los ojos, todo lo que vio fue la cara sin vida de
Iris. Y la sangre. Aún podía sentirla, pegajosa, en sus manos; sin
importar que Marcus la hubiera lavado. Nunca se le quitaría. Nunca.
Nunca.
Su respiración se volvía irregular cuanto más pensaba en ello,
así que sacudió la cabeza, como si eso pudiera sacudir los
recuerdos. Lo único que estaba claro era que no podía volver a
hacerle frente a Marcus. No en este momento. Así que bajó, agarró
la rama y se dejó caer en el césped mojado.
La oscuridad la atrapó y ella corrió. No se detuvo para escuchar
si la estaban siguiendo o si alguien en la casa la había visto. Se
dirigió hacia el camino que previamente había encontrado.
Corrió por un rato, tal vez cinco o diez minutos, cuando de
repente escuchó voces y vio algunos faros de coche parpadeando
entre los árboles detrás de ella. ¡Mierda! ¿Tan rápido se dieron
cuenta de que se había ido?
Inmediatamente se dirigió hacia el mausoleo, corriendo detrás de
una estatua de león justo antes de que las vigas altas golpearan la
estructura de piedra sobre su cabeza.
Acostándose al nivel del suelo, escuchó e intentó controlar su
respiración. Un vehículo se acercaba al panteón, moviéndose
sigilosamente sobre el césped.
Cora se metió en la pequeña zanja, lo suficientemente grande
para ella. Un par de arbustos ayudaron a ocultarla. Podía ver la
plataforma de mármol antes de los escalones que llevaban a la
tumba.
Mientras miraba, dos Sombras vestidas de negro salieron de los
asientos delanteros. Dejaron las luces del coche encendidas para
que hubiera luz, y Cora los vio acercarse a los escalones del
mausoleo. Uno de ellos llevaba una especie de caja de
herramientas. Se detuvo mientras su compañero le seguía, llevando
una silla que debió de haber tomado del maletero del coche.
—Déjala ahí —ordenó el primero y la silla fue colocada en el
centro de la tarima de mármol justo enfrente de Cora. Abrió la caja
de herramientas y sacó un rollo de soga, colocándolo en la silla. El
otro llevó la caja de herramientas hasta los escalones más allá de
donde Cora podía ver.
¿Qué demonios estaba pasando?
Agachó la cabeza, esperando que su capucha se mantuviera
sobre su claro cabello. Su corazón golpeó contra el frío suelo al
oírlos moverse más. ¿Qué hacían los hombres de Marcus aquí en
medio de la noche? ¿Sabía siquiera que estaban aquí?
No quería saber qué iba a ser de ella si la encontraban
escondida detrás de la estatua del león.
Metiendo la mano en su bolsillo, apagó su teléfono,
asegurándose de que no la delatara. Esperaba que lo que fuera que
las Sombras estuvieran haciendo lo hicieran rápido para que pudiera
escapar sin ser vista mientras aún estaba oscuro. Maeve
probablemente ya se encontraba esperando.
Más luces parpadearon y Cora miró hacia arriba, entrecerrando
los ojos por encima de las altas vigas. ¿Y ahora qué?
—Ya vienen —llamó una de las Sombras. Cora se asomó por
encima de su brazo mientras otro par de faros delanteros iluminaban
la tumba. Las vigas altas proyectaban sombras hasta que alguien
dentro del vehículo las apagó.
Fue entonces cuando Marcus salió del mausoleo.
Cora se quedó sin aliento y se llevó la mano a la boca para
detener su grito ahogado de asombro. ¿Qué demonios? Sharo
estaba justo detrás de Marcus y, al igual que hace unas horas, los
dos llevaban largos abrigos negros. Vio una breve imagen de su
marido antes de que Sharo se pusiera delante de ella y bloqueara la
mayor parte de su línea visual.
—Les llevó bastante tiempo —dijo Marcus. Él y Sharo se
quedaron de pie frente al césped, esperando al coche que venía.
Marcus sacó un cigarro de su bolsillo y lo encendió. Luego dijo
algo en un volumen demasiado bajo para que Cora lo oyera, porque
Sharo se inclinó. Lo escuchó reírse y mover la cabeza para poder
verle mejor la cara a Marcus. Se veía como siempre lo hacía cuando
tenía una situación bajo control: confiado, y prácticamente con una
sonrisa en su hermoso rostro.
Reprimiendo un escalofrío, Cora se acercó un poco más debajo
de los arbustos. Marcus y Sharo miraron a todo el mundo como dos
amigos pasando el rato en la plataforma trasera del coche mientras
charlaban casualmente. Apenas se volvieron para darse cuenta de
la llegada de un segundo vehículo, incluso cuando sus puertas se
abrieron y se cerraron de golpe, señalando la aproximación de un
visitante.
Un hombre con una gabardina color marrón topo se acercó a los
dos hombres; Cora pudo ver claramente su maduro rostro mientras
levantaba la vista ahora que sus ojos se habían ajustado a las luces
bajas del coche.
—Señor Ubeli —saludó de manera educada a su marido.
En respuesta, Marcus le inclinó la cabeza y le dio una calada
casual a su cigarro. Las manos de Sharo aún estaban en sus
bolsillos.
El visitante mantuvo una respetuosa distancia. Algo en la
inclinación de su cabeza mientras le asentía a su marido hizo que
Cora recordara el día en el hotel Crown cuando la policía llegó para
custodiar a The Orphan. Entonces reconoció al hombre; se trataba
del policía superior que Marcus había reconocido en el vestíbulo.
¿Qué hacía él aquí?
Mientras tanto, los dos hombres de Marcus se habían unido a
ellos en la tarima. Se pusieron en poses engañosamente casuales,
pero los músculos de sus hombros hicieron que Cora pensara que
no estaban allí solo para aparentar. Las Sombras eran armas,
oscuras y mortales.
El hombre del abrigo marrón se aclaró la garganta:
—El Señor Sturm envía sus saludos. Está agradecido por su
apoyo.
¿Qué tenía que ver el alcalde con esa reunión a mitad de la
noche?
Mientras el hombre del abrigo marrón hablaba, dos hombres más
salieron del segundo coche y abrieron el maletero para tomar algo.
Cora no pudo ver de qué se trataba.
—Te pide que aceptes este regalo como muestra de su gratitud.
Pero después de esto, pide que no haya más contacto.
Marcus apartó el cigarro y lo examinó antes de responder:
—Dile que respeto su petición y agradécele su regalo.
El mensajero asintió con la cabeza desde donde se encontraba
parado antes de retroceder para permitirle a sus dos ayudantes
presentar su “regalo”.
Cora estaba a punto de estirar el cuello para ver qué era, cuando
el movimiento de los escalones la asustó y agachó la cabeza.
Tembló por un momento, pensando que la habían pillado.
Pero entonces se dio cuenta de que solo era Sharo. Se había
acercado al escondite de Cora, posicionándose detrás de la silla que
las dos Sombras habían puesto allí.
Entonces sus ojos se abrieron de par en par. Era un cuerpo. Los
hombres de Sturm llevaban un cuerpo.
Colgaba inerte y pesado entre ambos. Una capucha le cubría la
cabeza, aunque por la complexión y el tamaño, Cora supo que se
trataba de un hombre.
Lo sentaron en la silla y Sharo se arrodilló para atarle las manos
con la soga.
Cuando el cuerpo estuvo seguro, Sharo se acercó y le quitó la
capucha negra. Oh dios… Cora respiró hondo y se llevó el puño a la
boca para mantenerse callada.
Era AJ.
Su cabeza colgaba un poco sobre su grueso cuello. Su cabello
caía enmarañado, su abrigo había desaparecido y su camisa estaba
desabrochada a la mitad, viéndose en muy malas condiciones.
Atado a una silla en medio de la noche, el monstruo de alguna
manera se veía más pequeño.
—Dile a Sturm que tiene nuestro voto —dijo Marcus con frialdad
—. Y no nos pondremos en contacto con él siempre y cuando se
nos devuelva cierta… propiedad.
El hombre del abrigo marrón asintió con la cabeza.
—Está en trámite. Dale una semana. Tendrás tu cargamento de
vuelta.
La mente de Cora se aceleró. ¿El cargamento… regresó? Y AJ
lo entregó a la puerta de Marcus como un regalo, como un jamón
navideño.
El hombre del abrigo marrón debía ser el hombre infiltrado de
Marcus, una conexión con Zeke y la fuerza. Por supuesto, la
posición del alcalde estaba más arriba que la de cualquiera.
Con su mente disparándose, apenas oyó a los hombres de
Sturm subir a su segundo coche y alejarse, dejando solo a Marcus,
sus hombres y a AJ. Y a ella, por supuesto.
Por un momento, nadie frente al mausoleo se movió o habló. Por
encima de ellos las nubes se alejaron de la luna, ocasionando
sombras oscilar sobre sus rostros. Parecía algo sacado de una
película de terror; demonios reunidos alrededor de la tumba.
¿Y Marcus? Se parecía a la misma Parca. No veía nada del
hombre que la había abrazado tan tiernamente y lavado el pelo en la
ducha más temprano esa misma noche. Un escalofrío, que no fue
ocasionado por el frío, le recorrió la espalda.
—Muy bien. —Marcus rompió el silencio—. Se han ido.
Una de las Sombras avanzó para entregarle a Sharo una botella
de agua. El gran hombre quitó la tapa y mojó el rostro a AJ. Los
hombres de Marcus esperaron pacientemente hasta que se
despertó, escupiendo.
—¿Dónde estoy? —gruñó. Sus manos, atadas detrás de él en la
silla, se movieron inútilmente.
Apartando el cigarro de su boca, Marcus le respondió:
—Hola, AJ. Bienvenido al infierno.
—Pero, ¿qué...? —Su voz se entrecortó mientras Sharo le ponía
una mordaza en la boca. Luego retrocedió, apretando su puño para
tronarse los nudillos, con ojos puestos en la nuca de AJ.
AJ miró a su alrededor salvajemente.
—Quiero felicitarte por tu buen trabajo de esta noche, AJ —dijo
Marcus en voz baja—. Ayudaste al alcalde a parecer fuerte contra el
crimen. Será elegido. Los dólares de mi campaña estarán bien
gastados.
Marcus arrojó un poco de ceniza al suelo.
—Por supuesto, el resultado no es exactamente lo que querías.
La cárcel, y ahora ser traído aquí a la casa de tu enemigo. Es
increíble lo rápido que puedes sacar a un hombre bajo fianza
cuando tienes amigos en los altos mandos.
AJ hizo un pequeño ruido, apenas un quejido.
—¿Reconoces la cripta familiar? —Marcus hizo un ademán y
Sharo giró la silla para que enfrentara la intimidante estructura.
—Mi padre solía celebrar reuniones aquí, ¿recuerdas? Eras solo
un joven entonces.
AJ nuevamente se quejó. Cora podía ver claramente su sucio
rostro y su pelo, cubiertos de sudor. Parecía aterrorizado y ella
parpadeó, confundida. ¿Realmente sentía lástima por este hombre?
Entonces recordó el rostro muerto de Iris. Se merecía todo lo que
Marcus pudiera hacerle. ¿Cierto?
—Pensé en traerte aquí, refrescar tu memoria de los viejos
tiempos —continuó—. Y también mostrarte dónde yace mi familia.
Puedes presentar tus respetos al viejo Ubeli. Incluso hay una tumba
allí esperándonos a mí y a mi esposa cuando llegue nuestro
momento.
Cora de inmediato dio un respingo ante la mención de su
nombre. ¿Cómo pudo ese frío e insensible Marcus hablar de ella
mientras se encontraba allí haciendo lo que fuera que estuviera a
punto de hacer? Ella no se hacía ilusiones. AJ no saldría de aquí
con vida. Y aunque debería alegrarse del hecho… de ver a
Marcus… de verlo cuando estaba así…
—No es que nuestra muerte vaya a llegar pronto. —La voz de
Marcus ahora tenía una malicia mortal—. No gracias a ti.
Sacudió la ceniza de su cigarro sobre la cara de AJ y el hombre
se retorció en la silla. Sharo se acercó para mantenerlo firme.
Marcus dio una calada y dejó que el humo escapara de su boca,
saboreándolo. Luego le sonrió a AJ. Fue una sonrisa que hizo que
otro escalofrío recorriera a Cora hasta la médula.
—Sé que eres un hombre que aprecia los cigarros —continuó
fumando sobre el rostro de AJ—. ¿Quieres un poco? —La mano de
Marcus cayó descuidadamente y presionó la punta ardiente en su
pecho hasta que el hombre se retorció y se dobló, gritando desde
detrás de la mordaza.
Cora nuevamente se mordió su puño para no gritar. Pero se
obligó a no mirar hacia otro lado. Este era el hombre con el que se
había casado. Este era el hombre que… ella amaba.
Sharo y las Sombras se quedaron mirando en silencio, inmóviles
como estatuas. Mientras tanto, Marcus se había deshecho del
cigarro y caminado un poco, esperando a que el sollozo del hombre
se callara.
—Quería que les llevaras un mensaje a tus amos. Los que te
enviaron aquí para ver cómo gobierno mi ciudad. Sabía que los
hermanos Titan necesitarían más para convencerse de que su
gobierno aquí ha terminado. Que la perra que los guía por sus
minúsculos penes necesitaría más. Y quiero que entiendan algo.
Marcus se detuvo frente a AJ, justo en la línea de visión de Cora.
Su rostro era una fría máscara con ojos negros perforando al
hombre que lo había traicionado. Cora ya no lo reconocía como su
marido.
—Quiero que entiendas algo. Soy el dueño de esta ciudad. Soy
dueño de las calles. Soy dueño de las tiendas, soy dueño del aire.
Respiras —señaló a AJ—, con mi permiso. Y ahora que tu cantante
está muerto…
AJ se sacudió y también Cora. Era un negocio para Marcus. Solo
negocios. Pero Chris era una persona.
—Es hora de que dejes New Olympus. Permanentemente.
AJ soltó ahogados sonidos a través de la mordaza, como si
tratara de defender su caso, y luego se calmó. Cora pudo oírle
sollozar. Sharo, quien se había inclinado sobre él, saltó hacia atrás.
—Se ha meado encima —murmuró el gran hombre.
La cara de Marcus se retorció de asco.
—Enfréntate a tu muerte como un hombre.
AJ sacudió su cabeza salvajemente, suplicando.
Y fue entonces cuando Marcus perdió toda apariencia de calma.
Sus rasgos se retorcieron con rabia.
—Viniste a mi ciudad. Secuestraste a mi esposa. Interrumpiste
mis negocios. ¿Cómo pensaste que iba a terminar esto? ¿Crees
que puedes faltarme al respeto?
El corazón de Cora latía con fuerza mientras veía a su marido
gruñirle a su enemigo. Ella presionó su cuerpo en el frío suelo.
De manera abrupta, Marcus se giró y se acercó al coche. Una
tercera Sombra estaba allí de pie, sosteniendo una caja negra.
Marcus la abrió y sacó algo. Al principio Cora frunció el ceño, y
luego sus ojos se abrieron de par en par cuando él cerró el puño. Se
había puesto una nudillera.
Y antes de que pudiera nuevamente respirar, Marcus había
vuelto con AJ.
—Te atreviste... —Le dio un fuerte golpe en la cara— a tocar... —
Hubo otro golpe— a mi esposa.
La sangre se derramaba por la cara de AJ hasta que se encontró
ahogándose con ella, pero Marcus no se detuvo.
Golpeó sin parar su rostro con una locura salvaje hasta que el
húmedo y aplastante ruido de su puño, la nudillera sobre su cabeza,
los huesos de AJ, el cartílago y el cerebro fueron todo lo que se
pudo escuchar.
Cora se dio la vuelta y se inclinó sobre el césped, vomitando.
Aun así, Marcus no se detuvo.
Nadie dijo una palabra hasta que finalmente, esforzándose por
respirar, Marcus dio un paso atrás.
—He decidido... —Tomó aire, parado sobre el montón de sangre
que solía ser AJ— cómo enviar un mensaje a los Titan—. Tú serás
ese mensaje.
Cora ahogó sus lágrimas.
—Preparen el cuerpo. —Su pecho continuaba subiendo y
bajando pesadamente—. Llévenlo a Metrópolis.
—Sí, jefe. —Los hombres respondieron al unísono y se
apresuraron a cargar la silla y el muerto hacia el mausoleo.
—¿Te apuntas para limpiar?
Cora levantó la cabeza para verlo hablar con Sharo.
El gran hombre se encogió de hombros.
—Solo para las cosas que tienen su maña. Estos sujetos no
saben cómo borrar una huella dactilar sin tomar la mano. —Su tono
era casual, como si él y Marcus estuvieran hablando de algo
totalmente normal, como sacar la basura. Como si no se hubieran
quedado todos parados viendo a Marcus golpear la cabeza de un
hombre.
—Si necesitas ayuda llama al jardinero.
Sharo asintió.
—Sí, aprendí de él. Era el maestro.
Sharo le tendió un pañuelo y Cora vio a su marido limpiarse
tranquilamente las manos y quitándose la nudillera mientras lo
hacía. Se veía hermoso a la luz de la luna. Incluso después de lo
que acababa de verle hacer. Hermoso y demasiado, demasiado frío.
Sus labios tenían una sonrisa satisfecha, como si disfrutara del
deber de juez, jurado y verdugo.
Cora respiró hondo y lo vio, lo vio de verdad.
Vio a la Muerte.
—Él está esperando. Arreglará todo por la mañana si tú lo
puedes tenerlo listo antes del amanecer —le decía a Sharo.
—Lo haré, jefe —Sharo se giró y empezó a subir los escalones.
Se detuvo para preguntar una cosa más—: El mensaje a los
hermanos… ¿quieres que escriba una nota? —Estaba de espaldas
a Cora, pero pudo oír un tono jocoso en su voz.
Marcus miró fijamente al suelo un momento. Su perfil fue cortado
limpiamente por los faros del vehículo. Cora contuvo la respiración.
Entonces levantó la cabeza y su oscuro pelo cayó sobre su
rostro.
—Solo envía los pedazos.
Cora esperó hasta que el coche retrocediera por el jardín. Todos
los hombres se encontraban en la cripta; podía oírlos bromear sobre
su macabro trabajo.
Se levantó tiesa y abrazó las paredes del mausoleo. Su cuerpo
se sentía congelado, así que esperó en la parte trasera del edificio,
escuchando para ver si había sido descubierta.
Pero nadie fue a buscarla. No hubo gritos que indicaran que la
habían visto. Estaba a punto de soltar un suspiro de alivio cuando
oyó un extraño zumbido ponerse en marcha.
Alguien estaba usando una sierra húmeda.
Iba a volver a vomitar. Salió corriendo antes de que la vieran y no
disminuyó la velocidad hasta que llegó a los árboles, continuando el
camino que previamente había tomado esa noche.
Un coche esperaba al lado del camino. Se acercó y golpeó el
cristal. Maeve se despertó de repente. Por un momento su amiga
miró sorprendida, pero luego le hizo un gesto para que se subiera
atrás.
Cuando Cora abrió la puerta una gran cabeza de perro la recibió.
Brutus, el cachorro gigante.
—Quería venir —dijo Maeve disculpándose—. Cora, ¿estás
bien? He estado esperando…
—Sí, lo siento. Mi teléfono murió. —Se sentó en el asiento
trasero y se abrochó el cinturón. El gran cachorro se sentó con su
cabeza moviéndose cerca de la de Cora.
Maeve seguía mirándola y Cora no podía imaginar lo que se
encontraba viendo en su cara.
—¿Estás segura?
—Sí.
Por favor, no me preguntes nada más.
Maeve debió haber sentido su súplica silenciosa porque se limitó
a apretar los labios y no decir nada, aunque estaba claro que quería
hacerlo. Se dio la vuelta y puso el coche en marcha,
escabulléndose.
En el asiento trasero, Cora se inclinó sobre la cabeza del
cachorro, agarrándolo fuertemente. Él parecía saber que lo
necesitaba y mantuvo su cuerpo quieto. Unas cuantas lágrimas
mancharon la parte superior de su cabeza.
Al irse esta noche, Cora solo quería despejar su cabeza. Pero lo
que había visto… una vez más se cubrió la boca y luchó por retener
a la bilis que amenazaba con salir.
Jamás podía volver atrás.
—Solo somos tú y yo, Brutus —susurró—. Tú y yo, contra el
mundo.
REINA DEL INFRAMUNDO
“...Se torna al instante la faz, tanto de su mente como de su cara...”
Las Metamorfosis, Ovidio. Libro quinto
CAPÍTULO 1

Cora supo el momento en el que su esposo entró por las grandes


puertas. Su poder se hizo aparente, envolviéndola.
De pie en medio de la fiesta y de espaldas a la entrada, lo sintió
antes de verlo cruzar el umbral del salón de baile. Sus manos
comenzaron a temblar de inmediato.
Ahora no. Cielos, por favor, ahora no.
En los extremos de la hermosa sala había hombres con trajes
negros que ocupaban sus puestos en silencio, mezclándose con el
personal de servicio de Cora. El cuerpo privado de guardaespaldas
de Marcus. Los reconoció porque solían vigilarla.
Los invitados que se relacionaban cerca de la entrada se
volvieron, los hombres se inclinaron y las mujeres se agitaron al
recibir al hombre que secretamente gobernaba el Inframundo de
New Olympus. Marcus Ubeli.
Habían pasado dos meses desde que lo había visto o hablado
con él, más allá del texto que le había enviado diciéndole que lo
dejaba mientras huía de su propiedad. Por supuesto, Cora sabía
que eso no sería el final de todo esto. Era Marcus Ubeli de quien
estaban hablando.
Había pasado los dos últimos meses desapercibida, sabiendo
que él podría ir a por ella en cualquier momento. Pero no lo hizo.
Había respetado sus deseos…
O había sido una especie de juego para él. Uno que ella no
quería jugar. Estaba cansada de los juegos. Estaba harta de ellos.
Harta de él y de su mundo de sombras y violencia.
La cabeza oscura de Marcus apenas y era visible dentro del
salón de baile. Estaba rodeado de gente: parejas en esmoquin y
vestidos de baile que rendirían homenaje al Rey del Inframundo.
Hombres con rostros solemnes que querían estrechar su mano y
susurrarle al oído. Lo mismo de siempre.
Por supuesto, ella sabía que tarde o temprano se encontrarían.
Era inevitable. Había intentado prepararse para este momento. Lo
había repasado cien veces en su cabeza. Mil veces.
Pensó que estaría lista.
Se había equivocado. Muchísimo.
Marcus levantó la cabeza. Sus ojos color tormenta sobrevolaron
la sala llena de personas. Todavía se encontraba rodeado de gente,
pero no la había olvidado a ella.
Nunca la olvidaría. Estaba a la caza.
A Cora se le erizó la piel y su corazón se aceleró. Estaba más
guapo que nunca, e incluso desde el otro lado del salón de baile
podía sentir el soplo de poder que siempre precedía a su intimidante
presencia.
Vete. Tenía que salir de aquí ahora mismo.
Miró a su alrededor, sintiéndose frenética mientras buscaba una
salida. Pero estaba rodeada por hermosas y deslumbrantes
personas que la tenían presa entre los gigantescos ramos de
plumas de pavo real y las mesas cargadas de cangrejo y pasteles
de hojaldre.
Armand había abierto otro spa y, para celebrarlo, convenció a
uno de sus muchos admiradores para que abriera las puertas de su
casa para el gran evento. La fiesta era totalmente exuberante. Le
había dicho a Cora que no escatimara en gastos y no lo hizo. Pero
ahora el exceso estaba arruinando por completo su necesidad de
una vía de escape rápida.
Había una escalera en el lado más alejado del salón de baile;
probablemente podría abrirse camino a través de los invitados para
llegar allí… pero eso la dejaría expuesta. Marcus podría ser capaz
de acercarse a ella antes de que pudiera escapar. Aun así, tenía
que intentarlo. No podía quedarse allí como un cordero esperando el
matadero.
Miró al invitado alto con esmoquin blanco que había estado
hablando con ella.
—Lo siento —le interrumpió, sin tener ni idea de lo que había
estado diciendo.
Hace una hora le había pasado las responsabilidades entre
bastidores a Sasha, su asistente, y desde entonces había estado
entre los invitados por insistencia de Armand.
El hombre de color y de gran estatura sonrió, mostrando sus
perfectos dientes blancos. Era calvo y destacaba de una manera
inusual en la fiesta. Le recordaba a Sharo, el peligroso segundo al
mando en los negocios de su esposo.
—No es necesario que se disculpe —dijo el hombre con una
ligera voz de tenor que contradecía a su estatura—. Ya he
parloteado por un buen rato. Estaba emocionado por conocer a la
mujer que hizo que todo esto sucediera —frunció el ceño ante su
preocupación—. ¿Tiene frío?
—No. —Cora quería frotarse los brazos para mitigar la piel de
gallina, pero optó por levantar la mano y de manera consciente
llevársela al pelo. ¿Parecía tan agobiada como se sentía? Su pelo
era un poco más claro que hace dos meses y se encontraba
recogido en una trenza que iba alrededor de su cabeza. ¿Le
gustaría a Marcus? Quiso patearse a sí misma en el momento en
que tuvo el pensamiento, pero aun así no pudo apartarlo.
Ya había unos mechones que se arremolinaban alrededor de su
rostro. Se los alisó con los dedos y los colocó detrás de sus orejas.
Llevaba los pendientes de diamantes que Marcus le había dado. Los
pendientes no habían visto la luz del día durante dos meses, pero
Armand le había dado el vestido y ella quería algo a juego.
Por supuesto, había elegido la única noche en que Marcus
aparecería y la vería usando su regalo. Suspirando, se llevó la mano
a la sien. Al menos no seguía llevando su anillo de bodas.
—¿Segura que se encuentra bien? —preguntó el invitado de
blanco.
Al otro lado del salón de baile, el DJ sobre el estrado colocó una
canción que la multitud reconoció. Un grupo del público más joven
pasó corriendo, empujando a Cora contra el hombre gigante. Este
extendió sus grandes y oscuras manos para hacer que recuperara el
equilibrio.
Cora sonrió débilmente mientras miraba directo a los ojos
preocupados del invitado y trataba de recordar su nombre.
—¡Philip Waters! —Armand se precipitó, luciendo elegante en un
esmoquin de terciopelo negro que contrastaba muy bien con sus
vivos y oscuros ojos y su piel morena—. Me alegro de que hayas
podido venir a nuestra fiesta. —El joven diseñador y dueño del spa
rodeó a Cora con su brazo, interrumpiendo su huida—. ¿Lo estás
disfrutando?
—Sí, gracias. Hace tiempo que no voy a una fiesta fuera del
barco.
—Bueno, has venido a la fiesta correcta. Cora ayudó a sacarla
adelante. —Armand la estrujó—. ¿Has oído hablar de su nueva
empresa de planificación de eventos? Acaba de ponerla en marcha.
Se llama Percepciones. Un nombre encantador, si se me permite
decirlo.
Cora se resistió a poner los ojos en blanco. Armand había
pensado en el nombre. También la había llamado hacía semanas y
obligado a iniciar el negocio, ayudándola a presentar el papeleo en
regla y prestándole una generosa cantidad de capital inicial.
—Esta noche es su evento inaugural —le decía Armand a Philip
Waters.
—¿Lo es? —rugió, con ojos arrugándose mientras la miraba—.
Felicitaciones.
—Gracias. —Cora forzó una sonrisa. Estaba feliz, de verdad lo
estaba.
O tal vez no feliz. Contenta. La felicidad era una mentira. Le
parecía que todo el mundo estaba tratando de salir adelante lo
mejor posible. Así que ella también lo hacía. Y se mantenía
ocupada. Esa era la clave. Cuando se encontraba ocupada no tenía
tiempo para pensar. Por eso este evento había sido perfecto.
Apenas durmió la semana pasada y casi tuvo un ataque al
corazón cuando los del catering intentaron cambiarle el menú en el
último momento. Pero había llamado a todas las pescaderías de la
zona y les había comprado suficiente salmón fresco para hacer sus
bocadillos —salteados y servidos en una salsa con limón,
mantequilla y especias—, justo a tiempo. Y luego tuvo que pelear
con los floristas para conseguir los arreglos que quería, aunque
habían acordado hacía una semana…
Cora sacudió la cabeza para aclarar sus pensamientos.
—Probablemente debería revisar el buffet…
Empezó a alejarse, pero Armand movió la cabeza.
—Cora, querida, el buffet está bien. Deja de actuar como
Cenicienta y disfruta del baile. ¡Champán!
Una mesera vistiendo un poco más que un bikini púrpura y un
tocado de plumas de pavo real se acercó ofreciendo su bandeja.
Cora sostuvo una copa antes de protestar.
—Un brindis… —Armand titubeó.
—Por la anfitriona —comentó Philip Waters.
—Por la anfitriona perfecta. Por Cora —gritó Armand.
Ella intentó hacerle callar; si Marcus antes no sabía que estaba
aquí, ahora seguro que sí. Estaba a punto de salir del abrazo de
Armand cuando Olivia irrumpió en su círculo.
—Hola chicos, ¿por qué brindamos?
—¡Olivia! —Armand la saludó—. Estamos brindando por Cora.
—Entendido.
Olivia era un hacker con la que Cora se había hecho amiga en
los últimos meses, y su amistad resultó ser como un salvavidas. En
especial ahora, ya que eran compañeras de piso después de que
Cora se marchara del pent-house de Marcus. Olivia le quitó la copa
a Cora, bebiendo el resto del champán.
Cora levantó la cabeza sutilmente e intentó explorar la sala para
ver si su esposo merodeaba cerca. Armand todavía tenía su brazo
alrededor de sus hombros y la presentaba a los demás. Si se iba
ahora, se vería como una grosera. Al menos Marcus todavía no se
les había acercado. ¿Tal vez todavía había tiempo para que
escapara?
—Philip, esta es Olivia, un genio y residente de tecnología y
dueña de Aurum, la compañía de tecnología. Olivia, Philip tiene una
empresa naviera y es dueño…
—Un montón de juguetes que solo pueden funcionar con agua
—interrumpió Philip, capturando la mano de Olivia y besándola.
—Impresionante —dijo ella, mirando por debajo de su afilada
nariz. La cara de Olivia no era poco atractiva, pero a Cora no le
importaba la forma en que llevaba el pelo partido por la mitad; con
los mechones negros cayendo sobre una mandíbula recta y
desafilada. El peinado se asemejaba a un casco. Después de dos
meses de aconsejar a su amiga sobre cortarse el pelo en capas más
finas, Cora se había dado por vencida, sospechando que Olivia
prefería lucir llamativa en lugar de bonita.
Por supuesto, esa teoría no encajaba con la forma en que Olivia
coqueteaba. Ahora mismo se encontraba batiendo sus oscuras
pestañas hacia el magnate naviero.
—¿Compartes tus juguetes?
—Compartiré lo mío si tú compartes lo tuyo —Philip sonrió.
—Muy bien. Me iré de aquí pronto, pero te buscaré —miró a
Philip, desde su calva hasta sus zapatos con puntera—. ¿Mides
qué, uno ochenta?
—Uno ochenta y ocho. —De nuevo, la sonrisa de Philip mostró
dos hileras de dientes muy blancos.
—Lindo. Ya sabes lo que dicen de los hombres altos. —Olivia
miró fijamente a la entrepierna del huésped.
—Olivia —dijo Cora, atragantada, pero no estaba segura de por
qué seguía sorprendiéndose tanto. Olivia era lo suficientemente lista
como para darse cuenta de su grosería, pero simplemente no le
importaba—. Philip estaba comentando lo agradable que es esta
fiesta.
Incluso mientras lo decía, sus ojos se movían como dardos por
todos los alrededores. ¿A dónde había ido Marcus? ¿La había
visto?
—Oh, por supuesto. Gran fiesta —coincidió Olivia.
Armand, ahora colgado de Cora, de alguna manera había
tomado un segundo champán. Señaló con su copa nueva,
peligrosamente cerca de derramar líquido sobre Cora.
—¿Ven a ese sujeto de la esquina? Es Max Mars, la estrella de
cine.
Todos examinaron al guapo rubio que era el centro de atención
frente a la escalera; estaba rodeado por un adorable público de
cinco personas.
—Buenísimo. Me lo follaría —sentenció Olivia. Armand resopló
en la oreja de Cora, apoyándose más pesadamente en ella hasta
que se encontró rodeada por el aroma de su colonia. Olía bien, pero
era un poco abrumador para su gusto. Los labios de Philip se
sacudieron brevemente en lo que parecía sospechosamente el inicio
de una sonrisa.
Cora cerró los ojos mientras Olivia continuaba.
—¿No dijo Anna que estaba haciendo una audición para una
película en la que él es el protagonista? Eso sería, bueno, una gran
oportunidad para ella.
—Sí —comentó Cora, centrándose nuevamente en la
conversación en cuestión—. Y ella es perfecta para el papel.
—Y hablando de eso, ¿dónde está esa perra? —Olivia frunció el
ceño, mirando hacia la entrada—. Anna es otra de nuestras
compañeras de cuarto —le dijo a Philip, y luego le guiñó un ojo—.
Pero solo hay una cama. Menos mal que somos amigas muy
íntimas.
Cora casi se atragantó con un sorbo de champán.
—¿Qué tal otro brindis? —dijo desesperadamente. La sonrisa de
Philip ahora era de oreja a oreja.
—¡Por los amigos! —Armand comenzó a brindar de nuevo, pero
la mano que sostenía la copa llena aún estaba alrededor del cuello
de Cora.
Olivia agarró al diseñador borracho y ayudó a quitárselo de
encima.
—Cielos, Armand, mira su vestido.
Cora se encontró casi libre cuando Armand regresó a agarrarle
el brazo.
—¿Te gusta el vestido? Es una de mis creaciones.
—Necesito ir a arreglarlo. Solo un momento —tartamudeó Cora,
soltándose de Armand. Oficialmente había alcanzado la sobrecarga
de estímulo máximo. Necesitaba un respiro.
—Para, se ve perfecto —regañó Armand.
—Muy bonito. Eres como una sirena. —Philip le sonrió.
Cora miró hacia abajo. El vestido tipo tubo de color azul no tenía
tirantes y envolvía su elegante figura hasta su cintura, en donde
brillaba con un color turquesa y luego bajaba hasta convertirse en
una verde cola, como la espuma del mar.
—Date la vuelta —pidió Olivia y Armand le dio una vuelta a Cora,
quien no tuvo más remedio que continuar.
Por supuesto, tan pronto como giró, su mirada se posó en la
multitud y miró directo a los ojos de su marido, Marcus Ubeli.
Como en las películas, se sintió como si todo a su alrededor se
silenciara y se volviera borroso. Ocho semanas no habían cambiado
mucho, al menos para él. Marcus llevaba su esmoquin
característico. Todo en él expresaba poder, desde el par de sus
anchos hombros hasta su penetrante mirada. Estaba de pie en una
multitud y se elevaba por encima de ella; un hombre entre niños.
Se encontraba a unos pasos dentro de la puerta, rodeado por
dos hombres vestidos de negro. Las Sombras, así los llamaban en
las calles.
Solo una mirada y Cora se detuvo a media vuelta, dejando que
su vestido siguiese sin ella. Miró a su esposo y aquella imagen la
golpeó con una fuerza abrumadora. Sus miradas se cruzaron y hubo
un fuego ardiendo en sus entrañas. Quemándola hasta la médula.
Con tiempo y espacio, Cora se había convencido de haberse
imaginado la potencia de su efecto sobre ella. Seguramente había
exagerado sobre la manera en la que él, con una mirada, podía
inmovilizarla en su lugar y hacerla rogar.
Después de un medio giro le dio la espalda, pero no sintió alivio.
Sabía que sus ojos estaban sobre ella y podía sentir el fantasma de
sus manos en su cuerpo.
Aparte de eso, un millón de recuerdos estaban llegando a ella. Él
sosteniéndola por la noche, con su cuerpo acurrucado detrás del de
ella. Él diciendo, al fin, las palabras que ella había esperado tanto
tiempo para escuchar; susurrando una y otra vez que la amaba.
Y esa última noche antes de que ella lo dejara. La aterradora
imagen al verlo abandonar su control y aplastar brutalmente la
cabeza de un hombre. Varias veces, incluso después de que el
hombre falleciera. Marcus no sabía que Cora estaba allí, escondida
en las sombras, pero ella lo había visto. Lo había visto y nunca lo
olvidaría.
Se tambaleó hacia atrás.
—Tengo que irme.
Olivia frunció el ceño y la cabeza de Armand se movió. Ambos
se dieron cuenta al mismo tiempo de la causa de su pánico. Durante
los últimos dos meses Cora había sido la compañera de piso de
Olivia y Armand era un visitante frecuente de su pequeño
apartamento. Habían escuchado sus despotriques, la habían
abrazado cuando lloraba y la habían llenado de helado cuando se
deprimía durante días. Sin embargo, nunca les había contado la
magnitud de la situación. No le había contado a nadie lo sucedido
esa última noche y nunca lo haría.
—Oh, querida… —Armand comenzó, con su manzana de Adán
moviéndose mientras tragaba saliva convulsivamente.
Olivia fue más directa.
—Ve.
Philip Waters se enderezó hasta alcanzar su importante altura.
Sus ojos se entrecerraron y Cora se congeló ante la máscara de
odio que se asentó sobre sus majestuosos rasgos.
Cora no quería saber las razones por las que el hombre de
blanco despreciaba a su esposo. Todo el mundo de Marcus estaba
lleno de oscuridad y venganza. Ella no quería tener nada que ver
con nada de eso. Y ciertamente no tenía ningún interés en
confrontar a Marcus esta noche.
Levantándose el vestido para no tropezar con la diminuta cola,
Cora huyó. Maldita sea, ¿por qué dejó que Armand la convenciera
de usar estos tacones de doce centímetros? No podía ir demasiado
rápido o se rompería la nuca.
—Lo siento —Armand la alcanzó, sonando nuevamente sobrio.
—Me dijiste que no estaría aquí —dijo, apretando los dientes.
—Lo sé —suspiró Armand, y ella casi se tropieza.
Él la sujetó, y luego la frenó mientras le hablaba bruscamente:
—¿Lo sabías? Sabías que iba a venir y me dijiste…
—Mira, no sabía que iba a venir. Puede que se me haya
escapado que estabas trabajando en este evento conmigo. No lo
invité.
—¡Me usaste como carnada frente a él! Eso es una invitación
abierta para un hombre como él.
Miró hacia atrás y, por supuesto, Marcus se dirigía hacia el salón
de baile, acercándose a ellos. La gente parecía apartarse
mágicamente de su camino. Mierda.
—Han pasado dos meses, Cora bella. ¿No crees que al menos
deberías hablar con él?
—He hablado con él.
Bueno, le había enviado un mensaje de texto. No podía soportar
escuchar su voz, aunque había guardado sus mensajes de voz.
—Quiero decir cara a cara —Armand suspiró de nuevo.
Cora sintió una punzada de culpa. Sus amigos no habían sido
más que solidarios, aunque recalcaron, de manera gentil, que hablar
con su esposo podría ser un poco mejor que despotricar a sus
espaldas.
Sin embargo, no lo entendían. Y nunca lo harían porque jamás
les contaría sobre esa noche.
Mantenerse ocupada era la única alternativa a acurrucarse en
posición fetal bajo su colcha. Una y otra vez, despertando y
durmiendo, escuchaba el BUM del arma de AJ y las interminables
imágenes la asaltaban: la sangre, esos breves momentos entre la
vida y la muerte cuando se inclinó sobre el cuerpo de Iris y le suplicó
que aguantara, creyendo todavía que el verdadero amor lo
conquistaba todo.
Pero no era así. El verdadero amor y los finales felices eran una
mentira. Los ojos de Iris se habían vuelto vidriosos y eso fue solo el
comienzo de la violencia y el derramamiento de sangre de aquella
noche.
Así que sí, Cora había huido.
Y en los últimos dos meses había tratado de construirse una
vida. Una que por primera vez pudiera llamar suya, no dictada por
su madre o su marido. Finalmente estaba haciendo lo que había
soñado toda su vida: vivir independientemente y empezar a abrirse
camino en el mundo. Pero cielos, nada de eso importaba porque
Marcus estaba aquí. Ya no podía evitar pensar en él. Él haría que
hubiese una confrontación. Así era él.
—No puedo —dijo, empujando a Armand y subiendo el primer
escalón de la escalera. Él frunció el ceño, pero la dejó ir.
—Esta noche es demasiado. No puedo. No lo haré. —Ahora
hablaba consigo misma, subiendo cuidadosamente las escaleras
por los malditos tacones.
Pero a mitad del camino cometió un error. Miró hacia abajo.
Marcus estaba de pie entre la multitud, mirándola directamente.
¿Había tristeza en las hermosas cavidades de su rostro, en las
sombras bajo sus ojos?
Ella esperaba ira.
Cora se dio cuenta, demasiado tarde, de que se le había
quedado mirando. Marcus observó su titubeo y eso fue suficiente.
Oh, mierda. Se ganaba la vida entre los criminales del inframundo,
donde la más mínima debilidad podía ser aprovechada. Así que, por
supuesto, leyó la de Cora. Y, como el canto de una sirena, lo
conmovió.
Agarrándose de la barandilla con ambas manos, Cora lo vio
merodear entre las brillantes masas. Mantuvo sus ojos en ella, y ella
leyó en ellos una promesa. Él era el cazador; ella era la presa. Y
Marcus Ubeli siempre conseguía lo que quería.
Bajo su hermoso vestido, sus rodillas temblaban. ¿Con qué?
¿Miedo, deseo, anticipación? No lo sabía. Todo lo que sabía era que
se alegraba de tener la barandilla para estabilizarse.
Corre. Lárgate de aquí.
Pero se quedó paralizada en su lugar. Porque tal vez, en secreto,
quería que él obtuviera lo que quería.
Un as bajo la manga la salvó. Una joven curvilínea apareció, con
su piel dorada brillando contra su atuendo completamente blanco.
Anna. La gente a su alrededor formó un círculo de admiración y ella
sonrió, disfrutando de la luz de su atención. Pero, a sus espaldas,
un mesero levantó una bandeja repleta de bebidas y se tambaleó
debido a su peso. Cora jadeó al ver lo que sucedería.
El mesero tropezó y las copas cayeron, enviando líquido en un
arco brillante y salpicando todo el cuerpo revestido de blanco de
Anna. Ella se detuvo por un breve momento, mirando hacia abajo
mientras la mancha amarilla se extendía por todo su atuendo
blanco.
Pero Cora debió haber sabido que Anna podía con cualquier
situación.
En otro lado del salón de baile, el DJ se había tomado un
descanso y la música era tranquila, así que las personas se estaban
volviendo para ver este nuevo entretenimiento. Nadie más habría
podido lograr eso, pero Anna era una artista y ahora tenía un
público. Echó la cabeza hacia atrás y se rio.
Con un movimiento practicado, dejó que la chaquetilla se
deslizara de sus hombros, tirando la prenda en la bandeja del
mesero sorprendido. Cada movimiento era parte del baile, y era
difícil mirar hacia otro lado. Su camiseta, una compleja camisola
cosida por delante con pequeños ganchos, fue la siguiente. Con
unos rápidos movimientos de sus dedos, su top comenzó a abrirse
por el medio mientras el público contenía la respiración.
Movió las caderas, dando un paso al frente. La gente a su
alrededor se alejó mientras se dirigía hacia una mesa de buffet.
Aunque tenía las manos ocupadas con su top, se las arregló para
subirse cuidadosamente a la mesa.
Ahora la mayor parte de la sala se encontraba mirando. Anna
prácticamente permaneció en su sitio, moviendo sus caderas al
ritmo de una canción silenciosa.
El DJ inundó la sala con un ritmo vibrante. Ahora algunos de los
invitados más jóvenes y alborotadores se acercaron a la mesa y
Anna se movió con y para ellos, lanzándoles un beso a sus nuevos
admiradores. Algunos de ellos comenzaron a gritar.
Su top se desprendió lentamente y de manera provocativa hasta
que ella lo dejó caer y reveló un pálido sujetador que levantaba un
increíble par de pechos. Si la multitud no se había entusiasmado
antes, ahora sí lo hacía; y alguien puso al DJ al tanto, quien subió el
volumen de la música y rugió en el micrófono:
—Damas y caballeros, por favor denle la bienvenida a… ¡Venus!
Anna estaba de cuclillas con una tanga sexy y un fondo hecho
de tul que sujetaba la falda voluminosa que había estado usando.
No era mucho más de lo que usaba para trabajar en el club de
striptease donde tenía su propio espectáculo. Incluso semidesnuda
se veía elegante, con la falda de gasa alrededor de sus caderas
abriéndose como la de una bailarina.
En el extremo del salón de baile, Max Mars dejó su
muchedumbre de admiradores y se deslizó a través del parqué
hasta el escenario donde Anna se encontraba bailando. Se acercó,
con el reflector dorando su famoso perfil.
Extendió su mano. Anna la tomó.
Cora se olvidó de respirar. Su compañera de cuarto se estaba
riendo tomada de la mano de la mayor estrella de New Olympus y
lanzaba besos por encima del hombro a sus adorables fans
mientras Max Mars se la llevaba.
Aprovechando la distracción, el personal de Cora limpió el
champán y retiró la ropa mojada. Y se evitó la crisis.
Pero no del todo. Aún con toda esa conmoción, Marcus seguía
mirándola. Cora se tambaleó hacia atrás, casi cayendo sobre los
escalones debido al peso de su mirada fija. Había una promesa en
las tormentosas profundidades de sus ojos.
El destino tenía un as más bajo la manga. Mientras sus ojos se
cruzaban con los de ella, Marcus se había olvidado de observar a la
multitud. La música del DJ terminó y la multitud se precipitó hacia
adelante para animar. Y en medio de las olas de gente y como si
fuera arrastrado por una marea mágica, Philip Waters se interpuso
en el camino de Marcus.
Desde su posición ventajosa, Cora pudo ver la expresión serena
de su marido titubear al mirar al hombre que bloqueaba su paso
hacia ella. Esperó lo suficiente para ver el reconocimiento en los
rasgos de Marcus mientras miraba al gigante de blanco.
Un segundo después la sorpresa abandonó el rostro de Marcus y
el odio se desbordó de él.
Cora no esperó para ver lo que sucedió a continuación.
Quitándose los zapatos, se dio vuelta y corrió por las escaleras.
CAPÍTULO 2

La casa era un mini palacio, tan grande como un hotel. En lo alto de


las escaleras, Cora pasó junto al letrero que marcaba al pasillo
como “Privado”.
En fin, más tarde le preguntaría a Armand quién era el dueño del
palacio para poder pedirle perdón por la intrusión. Escapar era más
importante en este momento. Se apresuró a atravesar el pasillo,
probando algunas puertas para ver si alguna podía llevar a un
escondite seguro.
Ninguno de los pomos de las puertas giró. Cora corría descalza
de uno al otro, imaginando cómo Marcus subiría las escaleras
victorioso (por supuesto), luego de cualquier enfrentamiento que
pudiera haber tenido con Philip Waters. Se detendría en lo alto de
las escaleras, ordenando a sus Sombras que esperaran, e iría a por
ella.
Finalmente, la puerta al final del pasillo se abrió y Cora salió al
balcón. El aire era frío y refrescante, pero no enfrió su piel
sobrecalentada. Corrió hacia la barandilla, se inclinó y miró hacia el
jardín, respirando profundamente.
Era el segundo piso. No había forma de bajar. No había otro
lugar hacia donde correr.
Parpadeó rápidamente mientras su corazón se aceleraba,
mirando por encima de su hombro. ¿Quizás no iba a encontrarla?
Pero él había tenido esa mirada en sus ojos. Se había cansado de
esperar.
Hacía dos meses, en el auto de Maeve y lejos de la finca Ubeli,
ella le envió un mensaje de texto: Te he dejado. Estoy en un lugar
seguro. Por favor no me busques.
Había apagado su teléfono y Maeve la había dejado en el
apartamento de Olivia. Después de darle un beso de despedida a
Brutus , y recibir una lamida del perro a cambio, Cora había entrado
con Olivia y Anna para abrazarlas y llorar. Armand apareció una
hora más tarde con vino. No la reprendió, sino que la abrazó hasta
que Cora derramó lágrimas. Bebieron hasta el amanecer.
Al día siguiente, encendió su teléfono y miró los seis mensajes
de voz que Marcus le había dejado. Y un mensaje de texto:
Tenemos que hablar.
Después de guardar los mensajes de voz sin escucharlos, le
respondió con un mensaje. Era una cobarde, pero estaba resignada
a serlo.
No puedo justo ahora, pero lo haremos pronto. Lo prometo.
Necesito tiempo.
Había dejado fuera lo que realmente quería decir. La respuesta
de Marcus lo dijo por ella. Esperaré. Te amo.
Había cumplido su palabra. No la había buscado durante dos
meses. Oh, Cora sabía que la vigilaba, y cada semana llevaban
flores al apartamento de Olivia; flores que Anna y Olivia juraban que
no eran de ninguno de sus admiradores. Pero no hubo llamadas
telefónicas ni mensajes de texto. Nada de aparecer en su puerta.
Nada hasta esta noche. La paciencia de Marcus se había agotado.
Cora alejó sus ahora heladas manos de la piedra y las frotó entre
sí. La verdad era que, por mucho que le asustara este día, sabía
que tenía que suceder. Era un cierre, ¿cierto? Todo el mundo decía
que era importante. Si tan solo fuera lo suficientemente fuerte.
Ella y Marcus no estaban hechos el uno para el otro. Desde el
principio se habían desatado como el fuego, pero, ¿valía la pena si
aquello quemaba el mundo entero?
Se había dicho a sí misma que necesitaba estos últimos dos
meses para pensar. Pero la verdad era que ignorar todo era la única
forma que conocía de quedarse sorda y ciega ante sus encantos.
Pero viéndolo ahora de nuevo, supo la verdad.
Lo quería. Le… gustaba ceder ante la atracción que él tenía
sobre ella. Si era honesta consigo misma, y esto era muy, muy difícil
de admitir… siempre lo hacía. Quería que su abrumadora fuerza se
volcara sobre ella y la llenara de deseo. Deseaba demasiado a
Marcus.
Y se odiaba a sí misma por ello. Odiaba su deseo por él, su
debilidad. Quería ser capaz de enfrentarse a él y demostrar que era
lo suficientemente fuerte para vivir su propia vida.
Tenía que romper el ciclo. Dependía de ella.
Unos pasos sonaron tras ella.
Y ahora era su oportunidad.
CAPÍTULO 3

Finalmente estaba aquí, delante de él. Marcus atravesó las grandes


puertas y salió al balcón con ella. Su esposa. Por fin se reunieron.
Los últimos dos meses habían sido un infierno. Cualquiera que
hubiera estado cerca de Marcus lo diría. Sharo, las Sombras. Todos
habían aprendido a mantenerse alejados de él, excepto cuando era
absolutamente necesario.
Cora le daba la espalda a Marcus, pero sabía que ella lo sentía.
Siempre podía hacerlo. Estaban conectados, sin importar los
kilómetros que los separaran. Nada podía romper su vínculo.
Así que le había dado el tiempo que ella solicitó. Había tenido
miedo. Todo lo que había sucedido… fue malo. Ella pensó que
necesitaba espacio, así que vale. Todos los días él quería conducir
hasta allá, derribar la puerta del apartamento de su amiga y
arrastrarla de vuelta al sitio donde pertenecía. A su lado.
Para para ella, Marcus había luchado contra su naturaleza
menos desarrollada y la había dejado en paz.
Pero ya era suficiente. Era su esposa y era hora de que volviera
a casa.
—Cora. —Su nombre fue una caricia sensual en su lengua.
Nunca había querido tanto a algo como la quería a ella.
Ella se volvió y el vínculo de conexión entre ellos se tensó.
Era tan endemoniadamente hermosa que casi perdió el aliento.
Era imponente, bella y delicada, con una pálida piel que brillaba a la
luz de la luna. El vestido que llevaba se amoldaba a sus curvas,
pero también destacaba el hecho de que había perdido peso.
Cientos de pensamientos incoherentes corrieron por la cabeza
de Marcus. Quería castigarla por haberlo dejado. Quería caer a sus
pies y pedirle perdón. Quería agarrarla, ponerla contra la pared y
drenar toda la frustración de los últimos dos meses entre sus muslos
temblorosos.
Cora cerró los puños y los puso a sus costados como si pudiera
leer sus pensamientos y se estuviese obligando a no extender la
mano para tocarle. Marcus casi gruñó de satisfacción al verlo. La
afectaba tanto como ella a él.
Los ojos de Cora se entrecerraron, enderezó sus hombros y
levantó la barbilla. Cualquier declaración que esperase dar con esa
postura se vio debilitada por el hecho de que sus pezones se habían
endurecido de manera clara, completamente visibles a través de la
tela apretada que se aferraba a sus pechos. Fue bueno que hubiera
huido a este lugar para su encuentro, porque ahora Marcus podía
tener esta imagen solo para él en lugar de preocuparse por dejar
ciego a cualquier idiota que se atreviera a mirar lo que era suyo.
—¿Tan pronto te vas de la fiesta? —Finalmente lanzó la primera
descarga.
Sus ojos se abrieron y se cruzó de brazos. Más fue la lástima.
—No soy una persona muy fiestera.
Marcus no pudo evitar sonreír ante aquello.
—Lo recuerdo.
Levantó su mano, sosteniendo sus ridículos zapatos que había
abandonado en plena huida.
—Te los dejaste en las escaleras.
Sus ojos se abrieron de par en par por un momento y un leve
rubor apareció en sus mejillas.
—Sí, bueno. He tenido una larga noche.
Avanzó hacia adelante, capturando los ojos de Cora con los
suyos y mirándolos fijamente. Cora retrocedió hasta que sus piernas
golpearon la barandilla. Él se arrodilló. Después de todo, solo lo hizo
para inclinarse a sus pies. Levantó el sedoso material de su vestido
y exhibió su perfecto tobillo. Dios, volver a tocar su piel…
—Marcus —jadeó, y él miró su cuerpo. Su pecho se encontraba
agitado y él esbozó una sonrisa. Cora pareció perder la noción de lo
que había estado a punto de decir. Oh sí, su cuerpo recordaba el
dominio de Marcus sobre él, y pronto el resto de ella también lo
haría. Él se aseguraría de ello.
Pero incluso mientras lo pensaba, él sabía que quería más. No
quería obediencia ciega. No de su parte. No, lo que quería de ella
era mucho más complejo.
Levantándole el pie, le puso el primer zapato y lo ató,
acariciándole el tobillo y la pantorrilla. La oportunidad de volverle a
poner las manos encima era demasiado tentadora para dejarla
pasar.
Le colocó el otro mientras Cora se apoyaba en la barandilla.
Estaba en silencio, pero a juzgar por la ocasional dificultad para
respirar, su caricia la estaba afectando.
Cuando finalmente se enderezó y se puso de pie, ella tragó con
fuerza para después soltar un tembloroso gracias.
—Es un placer.
Sus miradas se cruzaron y se quedaron fijas en la otra por un
momento antes de que Cora mirara al suelo y retrocediera un paso.
Como si cualquier cantidad de distancia pudiera detener el fuego
ardiente de su química.
—Armand me dice que le ayudaste con la mayoría de los
preparativos —dijo él. Cora era como un pájaro asustadizo que
huiría volando si no tenía cuidado—. Dice que eres indispensable.
Tu empresa está despegando.
—Bueno —dijo, con voz ronca; después se aclaró la garganta y
volvió a intentarlo—. He estado trabajando duro.
—No demasiado duro, espero. Necesitas recordar que debes
dormir y comer.
Cora soltó una frágil risita.
—Deberías seguir tu propio consejo. Aprendí mis hábitos de
negocios de ti.
—Quiero disculparme.
Aquello salió repentinamente de su boca y ella pareció
sorprendida.
Podía ya no estar de rodillas, pero, demonios, solo ahora pudo
darse cuenta de que eso era lo que había venido a decir. Eso y más,
pero tenía que empezar aquí. Tenía tanto que compensar en lo que
respectaba a su esposa.
—Necesito pedirte perdón por la violencia en el restaurante.
Cora alzó una ceja; tal vez por la escueta descripción del tiroteo
que había roto los cristales de las ventanas y aterrorizado al menos
a una docena de invitados, matando a tres e hiriendo a otros más.
—Nunca pensé que AJ se atrevería a tanto. Lo subestimé y te
puse en una posición peligrosa. Lo siento.
—No fue tu culpa. —Frunció el ceño—. Pero, si te hace sentir
mejor, te perdono. Nunca pensé que la culpa fuera tuya.
—Entonces me disculpo por dejarte sola en la finca al día
siguiente.
Cora miró hacia abajo, viendo cómo la tela se juntaba alrededor
de sus pies.
—Está bien. Te habrías quedado si hubieras podido. —Inspiró
profundamente—. Acepto tus disculpas.
¿Las aceptaba? ¿De verdad lo hacía?
Todavía no sabía cómo AJ la había atrapado la noche en que
todo se fue a la mierda, pero al final no importaba. La
responsabilidad era de Marcus. Si no la hubiera dejado sola, nunca
se la hubieran llevado. Ella era su esposa y no se suponía que sus
negocios debieran tocarla.
Sin embargo, no quiso decir nada más sobre el tema. Nunca
volvería a ponerla en esa posición. La protegería y la mantendría a
salvo. Algo que solo podía hacer cuando se encontraba a su lado,
donde pertenecía.
—Bien. —No pudo evitar mirarla de arriba a abajo con
admiración—. Te ves hermosa.
—Tú también.
Marcus sonrió de oreja a oreja.
—Marcus…
—Cora, necesitamos aclarar las cosas. Te he dado tiempo.
—Casi dos meses —dijo suavemente.
—¿Has estado llevando la cuenta? ¿Contando los días?
—No —mintió.
Marcus no necesitaba sus palabras para saber la verdad, solo su
expresión.
Sus miradas se cruzaron. Ella parecía un poco perdida y un poco
como si esperara al fin ser encontrada. Mucho se decía y mucho se
ocultaba en una simple mirada. Ella era suya y siempre lo sería.
—Te he dado espacio, como lo pediste —repitió.
Cora se cruzó de brazos, y casi tan pronto como lo hizo, los bajó
de nuevo como si fuera consciente de cada uno de sus vulnerables
gestos.
—Admitiste que hiciste que mi amigo me espiara. Y estoy segura
de que hiciste que tus hombres me siguieran.
—O pude haber puesto micrófonos en tu apartamento.
—Dime que no lo hiciste. ¿Lo hiciste? —Luego sus cejas se
juntaron, furiosas—. Las flores.
Marcus puso los ojos en blanco.
—Cora, estaba bromeando. No puse micrófonos en el
apartamento. Que la programadora lo compruebe.
Lo fulminó con la mirada, claramente poco divertida.
—Escucha. —Se pasó la mano por el pelo. Esto no estaba
yendo como él lo había previsto. Quería ser sincero con ella por una
vez. Sin juegos. Sin tonterías—. Quiero hablar contigo. Sacar todo a
la luz.
—¿Todo?
Lo pensó.
—Bien, no, no todo. Sabes que algunos de mis secretos están
mejor guardados. No se trata solo de mí, se trata de mi negocio…
—Tu negocio es lo que nos mantiene separados.
—¿Es por eso que te fuiste?
Cora se calló, sacudió la cabeza y volvió a mirar hacia abajo,
escondiendo sus ojos de Marcus.
Dio un paso adelante. Ella retrocedió en automático y él se paró
en seco.
—Dime por qué huiste. Háblame.
Era exasperante no saber lo que estaba pasando por su cabeza.
—Sigues dando órdenes. —Sacudió la cabeza, pero no lo miró.
—Recuerdo que te gustaba cuando daba órdenes.
Cuando Cora no mordió el anzuelo, él suspiró.
—¿De qué tienes miedo?
El silencio volvió a emerger entre ellos.
—¿De AJ? Porque se ha ido.
—Dios. —Le dio la espalda, con los hombros repentinamente
tensos.
—Sé que te sentiste amenazada. —Si Marcus pudiera matar a
AJ de nuevo, lo haría. Y esta vez lo prolongaría—. Pero puedo
mantenerte a salvo.
Cora miró fijamente al otro lado del jardín. El viento sacudía las
copas de los árboles; las hojas se estremecían por debajo de ellos.
Se inclinó hacia adelante en la barandilla de piedra y Marcus no
pudo leer su lenguaje corporal. No le gustó.
Se acercó y se apoyó en la barandilla junto a ella.
—Cuando AJ llamó y dijo que te tenía, ya nada más importó. Tú
significas mucho para mí. Lo sabes, ¿verdad? Sabes que lo eres
todo para mí.
Sus ojos se cerraron como si sus palabras le dolieran.
Su brazo rozó el de ella y Cora se estremeció, apartándose.
Marcus retrocedió sintiendo una opresión en el pecho.
—Nunca me tengas miedo, Cora. —Su voz salió más áspera de
lo que pretendía, pero joder—. Nunca te haría daño. Estaba
enfadado, pero sobre todo estaba preocupado por ti. Intenté con
todas mis fuerzas mantener el horror de mi mundo lejos de ti.
—Fallaste —dijo con dificultad y finalmente lo miró. Había dolor
en sus ojos. Aquello hirió a Marcus.
—Lo siento. Nunca quise ponerte en el medio de todo. Y cuando
AJ te secuestró… —Se quebró, sacudiendo la cabeza, incapaz de
poder continuar. Todavía no sabía todo lo que Cora había soportado
ese día. Llegó a él cubierta de sangre.
Sus manos temblaban cuando pensaba en ello. AJ le había
hecho algo, había hecho que fuese testigo de algo…. no solo la
arrastró a su mundo, sino que la sumergió en él. Y, por supuesto,
ella huyó. Si Marcus fuera un buen hombre, la enviaría lejos en lugar
de traerla de vuelta.
—Está bien —susurró Cora.
El viento soplaba tan fuerte que, aunque envolvió sus brazos
alrededor de sí misma, todavía se le podía ver la piel de gallina.
Marcus frunció el ceño. Ya no podía cuidarla.
—Vayamos adentro. Te sacaré del frío.
Cora hizo un ruido que podría interpretarse como negativo, así
que él se quitó el abrigo y se le acercó. En el último instante, ella se
dio la vuelta y le dejó colocárselo sobre sus hombros.
—Te juro, Cora, que no soy un monstruo.
Estando tan cerca y respirando su familiar aroma, casi pudo
creerlo.
Había hecho cosas buenas y terribles para asegurar la
estabilidad de su ciudad, lo que le había dado el acertado nombre
de Rey del Inframundo. Había encarnado el título sin remordimiento
alguno durante años, controlando a los malvados con mano de
hierro para que los débiles no sufrieran excesivamente. Era
suficiente propósito, se dijo a sí mismo. Era una expiación por no
haber protegido a su hermana años atrás.
Pero Cora había irrumpido en su mundo en blanco y negro con
una explosión de colores vibrantes. Había descongelado el hielo de
su corazón, y él no podía volver a ser como antes. No cuando supo
cómo era amarla y sentir su amor correspondido.
Sintió su cuerpo temblar ante su cercanía.
—Vuelve a mí —susurró en la concha de su oreja.
Cuando Cora sacudió la cabeza, él pudo sentir su pelo
enganchándose en la áspera barba incipiente de su mentón.
—No estás segura sola. Sin mí.
—Hay personas que no creen que esté segura contigo. —Apretó
los ojos con fuerza, como si Marcus fuese a desaparecer si los
cerraba durante el tiempo suficiente.
En su lugar, la giró suavemente hacia él e inclinó su cara contra
la suya.
—¿Quién?
—Mis amigas —respondió, un poco sin aliento.
—¿Olivia Jandali? —soltó Marcus con dientes apretados. Había
investigado a sus dos compañeras de cuarto—. ¿O la stripper? ¿Tus
supuestas amigas que te dejaron con AJ? No necesito decirte lo que
pienso de su decisión.
Cora se tensó. Él lo sintió y apartó las manos.
—Quiero que vuelvas. Te necesito cerca de mí, donde sé que
puedo mantenerte a salvo. Sé que podemos arreglar las cosas, si
tan solo hablamos…
Ella se giró para enfrentarlo.
—Por eso me fui, Marcus. Intentas controlarme. No puedes
dejarme ser.
—No te he llamado ni hablado en meses.
—Y me acorralas y me preguntas… no… me dices que vuelva a
ti. Me fui porque ya estaba harta de eso. No puedes controlarme.
Se quitó bruscamente el saco del traje y se lo devolvió. Cuando
él no lo tomó, ella se giró y lo colocó sobre el parapeto antes de
volver a apoyarse contra la fría piedra. Miró al jardín, alejando
obstinadamente su cuerpo de él.
Presionarla más por esta noche no lo iba a llevar a ninguna
parte. Pero necesitaba saber que no se iba a rendir. Ni de lejos. Ella
le había dado a probar el paraíso; a él, que había vivido tanto tiempo
en el infierno. No viviría sin ella. No podía.
—No puedes huir para siempre —dijo finalmente—. Hablaremos
de nuevo en unos días.
Antes de que Cora pudiera decir algo más para contradecirlo,
Marcus se dio media vuelta para atravesar las puertas dobles y
volver a la mansión.
Le permitiría tener la ilusión del poder de elegir por un poco más
de tiempo.
CAPÍTULO 4

La fiesta había terminado; el último invitado se había ido a casa


junto con la mayoría del personal. Cora se sentó en un mar de
plumas verde azuladas, guardando los adornos en sus cajas y
tratando de no pensar en Marcus. Se sentía mareada; el
agotamiento la llevaba hasta el punto de ya no sentirse cansada.
Discutir con Marcus no había ayudado.
Pero no se trataba solo de él. Desde aquella noche no había
podido dormir. El trabajo la desgastaba lo suficiente como para
permitirle dormir algunas horas de vez en cuando; hoy había
dormido dos horas en una siesta al mediodía antes de volver a la
fiesta, y lo consideraba una victoria.
Armand apareció con las manos en los bolsillos y un bolso de
cuero colgado de un hombro. Al igual que ella, se había quitado la
ropa formal.
—¿Todavía limpiando? —Le sonrió, viéndola envolver las plumas
en papel de seda.
—Tratando de empacar lo más que pueda para los de la
mudanza mañana. —Ella lo miró, tratando de calcular su estado de
ánimo. Parado ahí, con el pelo despeinado y sus profundas ojeras,
parecía un diligente dueño de un spa, no un seductor pícaro.
—Querrás decir hoy. Ya casi amanece.
Asintió.
—Me sorprende que no estés fregando el suelo, Cenicienta. —
Armand sacudió la cabeza para indicar el lugar donde Anna había
hecho una actuación improvisada. Luego sus ojos brillaron un poco
—. Tu amiga es realmente especial.
Cora le sonrió.
—Sí, definitivamente lo es. No te preocupes, mi personal limpió
el piso. Si los anfitriones se quejan, mi empresa pagará los daños.
—Todo saldrá bien, Cora. —Armand se puso en cuclillas cerca
de ella, poniendo su bolso a un lado.
Le sonrió burlonamente.
—Bonita cartera.
—Gracias. Aunque no es una cartera, es demasiado varonil.
—Cierto. Es un bolso masculino. Un molso. —Se detuvo y se
frotó la cara mientras una ola de somnolencia la azotaba.
—¿Cuándo fue la última vez que dormiste?
—Hoy más temprano dormí un par de horas. —Cora cerró la caja
en la que estaba trabajando y empezó a llenar la siguiente. Armand
se movió más cerca para ayudar.
—¿Y antes de eso? ¿Descansas lo suficiente?
—Duermo. Al menos un par de horas por noche. Normalmente.
—El insomnio es síntoma de otra condición. Probablemente
mental.
—Es definitivamente mental. He estado teniendo estos sueños
locos. —Cora trató de reírse de ello, pero el sonido resultante fue
patético.
—¿Irás a ver a alguien?
—Tal vez. —Con lo cual quiso decir no.
Armand suspiró. Levantó una pluma de pavo real y le acarició el
centro con uno de sus largos dedos antes de que Cora se acercara
y se la arrebatara.
—Todavía estoy enfadada contigo. —Lo señaló con la pluma—.
Te aliaste con el enemigo.
Armand la miró.
—Tu esposo no es tu enemigo. Solo quería verte. —Quiso
agarrar la pluma y Cora la apartó—. Ya era hora. ¿Aclararon las
cosas?
—No realmente. Se supone que hablaremos en unos días. —
Cora dejó la pluma y la dobló sobre papel de seda.
—Bueno, eso es un avance, supongo. —Armand cruzó las
piernas, sentándose de cara a ella—. En fin, ¿qué hicieron allá
arriba? —La miró moviendo sus gruesas cejas.
—Basta o te golpearé con tu molso —amenazó—. Solo
hablamos. ¿Por qué? ¿Esperabas que fuéramos a algún sitio y me
hiciera el amor salvaje y apasionadamente?
—Sí, exactamente.
—Bueno, todas las puertas a los dormitorios estaban cerradas.
Lo que me recuerda. ¿De quién es este lugar?
—¿Este viejo palacio? —Armand se encogió de hombros—. Le
pertenece a mi familia.
Cora se quedó boquiabierta y miró la hectárea de cuadrados de
madera finamente pulidos que conducían a la lujosa, roja y dorada
escalera.
—¿Bromeas?
—Esta, milady, es la casa original de la familia Merche. —
Levantó la mano y la sacudió como para desestimar el inmenso
salón de baile.
—¿Merche? ¿Igual que la compañía? —Mentalmente revisó las
últimas cosas que había leído sobre la compañía de
telecomunicaciones y la familia que aún la dirigía—. ¿Igual que
Louis Merche? ¿El jefe de la compañía de telecomunicaciones que
tiene el mismo nombre? —Sus ojos se abrieron de par en par al
darse cuenta de algo—. Tu nombre completo es Louis Armand
Merche.
—El cuarto. —Armand ladeó la cabeza—. A su servicio.
—Oh, por Dios. Vienes de…
—¿Una de las familias más ricas del mundo? Más o menos. Al
menos hasta que los juicios antimonopolistas rompieran el
monopolio. Pero ahora Merche S. L. está dividida en tantas
compañías, y puedes estar segura de que mi familia tiene el control
privado de todas ellas. Nadie sabe realmente lo rica que es mi
familia.
—No puedo creer… —tartamudeó—. Eres rico. Quiero decir,
muy, muy rico.
—Yo no —corrigió Armand—. Mi familia. A mí me han
desheredado. La única razón por la que pude conseguir este lugar
por esta noche fue por mi primo. Si mi padre se enterara de para
quién era realmente esta fiesta… bueno, la única razón por la que
no me mataría es porque, para él, yo ya podría estar muerto.
—¿Qué? ¿Por qué?
—A mi padre no le gustó mi elección de pareja para el baile de
graduación. —Armand se recostó un poco, apoyándose en un
brazo, pero todavía de cara a ella—. Papá pensó que debía salir con
una buena chica blanca que viniera de una familia rica. Mi madre me
compró un ramillete para que se lo pusiera en el vestido.
—¿Qué pasó?
Armand sonrió con tristeza.
—Mi cita era blanca y venía de una familia rica. Pero él me trajo
un ramillete a mí, no yo a él.
—Tu cita era un chico.
—Sí. A papá no le gustó la confirmación de que su único hijo era
gay. Bueno, bi, para ser más específico. —Tomó otra pluma—. No
es como si mi padre usara alguno de estos términos.
—Armand, lo siento mucho.
—Esa noche llegué a casa y mi madre estaba llorando, pero ella
y los criados no me dejaron entrar. —Bajó su cabeza un poco; su
frente se arrugó mientras examinaba la pluma.
Cora esperó en silencio con las manos en su regazo.
—Pasé la noche con mi cita, escondiéndome en su habitación.
Fue una noche de graduación muy diferente a la que yo esperaba.
Me dejó quedarme una semana en su casa y luego ya no pudo
mantenerme escondido de sus padres. Así que me quedé sin hogar.
Cora se olvidó de respirar, sintiendo un dolor que la atravesaba.
—¿Te quedaste sin un techo? ¿En el instituto?
Armand asintió, con su pelo negro extendiéndose sobre su
rostro.
—¿Qué edad tenías?
—Dieciséis.
Cora lo contempló horrorizada, imaginando al hermoso joven
solo en las calles.
—Lo lamento mucho.
Armand levantó la cabeza y sus ojos se encontraron con los de
ella.
—Yo no. Si no hubiera salido, nunca habría vuelto a la vida.
Nunca habría logrado que Doble M o Fortuna sucedieran. Sería
alguien más.
—¿Y tu familia?
—¿Qué pasa con ellos? —Sopló, y su sedoso pelo negro se
apartó de su frente—. Si quieres sentir lástima por alguien, siente
lástima por ellos. Tiraron algo bueno. Se lo perdieron. Y no saben
qué es lo mejor de la vida.
—¿Qué es?
—Nunca está mal amar —susurró. Se movió, poniéndose de
rodillas frente a ella y tomando sus manos. Ella se lo permitió; fue un
raro momento en el que él pareció estar en sus plenos veintisiete
años—. Déjame decirte algo sobre tu esposo. Viví de la bondad de
desconocidos por dos años, y tan pronto como tuve la edad
suficiente, empecé un negocio.
Cora no podía apartar sus ojos de los suyos.
—Tu salón. Metamorfosis.
—Alquilé un pequeño lugar y corté pelo durante diez horas al
día. Acababa de contratar a mi primer empleado cuando unos
matones se acercaron y nos chantajearon. Fue entonces cuando oí
hablar por primera vez del señor Ubeli. Fui a verle por protección.
Armand se echó hacia atrás, dejando que las manos de Cora se
soltaran después de un pequeño apretón.
—Nunca olvidaré la primera vez que lo conocí. Había oído hablar
de todas las cosas que había hecho: restaurar los restaurantes de
su padre, construir su propio imperio. Parecía tan poderoso para
alguien de apenas treinta años. —Armand miró hacia el salón de
baile como si estuviese viendo ese momento otra vez frente a sus
ojos.
—Él es maravilloso —coincidió Cora en voz baja.
—Sí. —Armand se frotó la cara con sus largos dedos—. Quería
ser él más que cualquier otra cosa. Me dio protección, y por alguna
razón me preguntó qué era lo que quería hacer. Le conté mi visión
del spa, y después de un año de trabajar juntos, llegó y me dijo que
él sería un socio anónimo. Y desde entonces hemos estado en el
negocio juntos.
Cora se quedó callada por un momento.
—Gracias por compartir esto.
Los oscuros ojos de Armand eran penetrantes.
—Tu esposo es un buen hombre. Marcus juega bajo sus propias
reglas, pero es leal, especialmente con aquellos que ha jurado
proteger. Cuando alguien deposita su confianza en él, prefiere morir
antes que traicionarla. Su palabra es su garantía.
Alargando la mano, tomó la de Cora y la apretó.
—Habla con él, Cora. Se merece al menos eso. Y tú también.
Asintió con la cabeza, tragando con fuerza.
—De acuerdo. —Armand cambió su expresión seria y su rostro
se relajó para mostrar el travieso aire coqueto al que ella estaba
acostumbrada—. Vamos a llevarte a casa. Te daré un aventón.
—¿Y qué hay de los transportistas? —Cora miró alrededor hacia
el montón de plumas que quedaban por empacar.
—Me ocuparé de las cosas mañana. Creo que quiero quedarme
con algunas de estas plumas… y llevármelas a casa. A mi
compañero de piso le encantan los colores del pavo real. Vamos. —
La ayudó a levantarse y luego hurgó en su saco, sacando una
pequeña bolsa de plástico que contenía cinco píldoras blancas—.
Ten.
—¿Qué es? —Miró la bolsa sin tomarla.
—Crack —dijo, riéndose de su expresión—. Es broma. Son
pastillas para dormir. Completamente inofensivas. Vamos, Cora,
prácticamente son de venta libre —insistió cuando ella aún dudaba
—. Necesitas dormir. Toma una cuando realmente, realmente la
necesites.
—Bien. —Tomó la bolsa y lo siguió hasta una pequeña puerta
lateral. Él se detuvo en la salida, sonriéndole.
—Confía en mí, Cora… has hecho un trabajo fantástico esta
noche. Tu negocio está tomando forma. Asignación de modelos,
planificación de fiestas, asesoría de imagen… Percepciones va a
estar que arde.
Cora se rio.
—Necesito especializarme en algo.
—Ya pasará. Sigue trabajando duro y hazme saber lo que
necesites. Me alegro de ayudar, como Marcus me ayudó a mí. —La
mirada en sus ojos mostraba afecto, como la de un hermano mayor.
Ella sonrió en respuesta, pero dejó de hacerlo justo cuando él se
dio la vuelta. Su mente seguía agitada con las palabras que había
dicho hace unos momentos:
Marcus juega bajo sus propias reglas, pero es leal,
especialmente con aquellos que ha jurado proteger. Cuando alguien
pone su confianza en él, prefiere morir antes que traicionarla. Su
palabra es su garantía.
Su corazón se apretó con dolor. Marcus valoraba la confianza y
la lealtad por encima de todo. Entonces, ¿qué haría en cuanto
supiera que ella lo había traicionado?
CAPÍTULO 5

Estaba amaneciendo para el momento en que Armand dejó a Cora


en el apartamento de Olivia. Ya no estaba cansada, pero si tensa y
nerviosa. Por un lado, su cabeza daba vueltas mientras pensaba en
el éxito de la fiesta, en su nuevo negocio y en mudarse al fin a su
propio apartamento. Por otro lado, el futuro deparaba una
conversación difícil con su esposo. La ansiedad y la euforia la
inundaron de adrenalina.
Al entrar en el apartamento de Olivia, un vendaval de risas le dio
la bienvenida. Olivia estaba sentada en el mostrador de la cocina,
con su oscuro pelo mojado cayendo alrededor de su rostro. Y Anna
se encontraba apretujada a su lado en el diminuto espacio,
sosteniendo la enorme y oscura tapa de su licuadora de calidad
profesional. A pesar de haber estado en la fiesta hace solo unas
horas, las dos mujeres se veían enérgicas y descansadas, con ropa
cómoda y casual. Cora trató de no resentirse con ellas.
—Hola chicas. —Dejó caer su bolso y su cartera al suelo de
roble y empezó a quitarse las botas—. ¿Qué hacen?
—Preparando el desayuno —dijo Anna con su suave pero
sensual voz.
Una vez, Cora y Olivia se sentaron a charlar sobre su sexy
compañera de cuarto, preguntándose si su voz era realmente tan
aguda o si la estaba fingiendo. Después de seis semanas se dieron
cuenta de que realmente era su voz.
—Dice que es pudín de chocolate —dijo Olivia—, pero no le
creas. Es una mentirosa que miente.
Anna volvió a colocar la tapa negra encima de la licuadora y
encendió la cosa ruidosa.
—Cielos, Anna, tal vez quieras esperar hasta que la gente esté
despierta —gritó Olivia por encima del ruido.
Anna detuvo la licuadora.
—¿Qué hora es?
—Son como las seis de la mañana. ¿Se acaban de despertar?
Durante dos meses, Anna y ella se habían estado quedando con
la programadora en su minúsculo apartamento. Después de todos
los problemas con su antiguo jefe, AJ, Anna estaba manteniendo un
perfil bajo, trabajando en su negocio de acompañantes y yendo a
audiciones de películas. El apartamento tenía muy poco espacio
para las tres, pero hacían que funcionara.
—Acabo de despertar. Alguien olvidó sus llaves. Otra vez. —
Olivia le puso los ojos en blanco a Anna.
Ella se encogió de hombros y le dirigió una sonrisa de un millón
de dólares.
—Las dejé en un lugar seguro; solo que no recuerdo dónde.
—Tienes suerte de ser bella y poder salirte con la tuya.
¿Revisaste en alguno de los dormitorios de tus clientes? —dijo con
sarcasmo Olivia—. ¿O en la casa de Max Mars? Vi cómo te eligió
esta noche.
Anna sacudió la cabeza, guiñándole el ojo a Cora. La semana
pasada Anna se había cortado el pelo y como resultado ahora tenía
grandes y sedosos rizos castaños alrededor de su rostro. Con su
impecable piel acaramelada y su figura de reloj de arena, se veía
tan glamorosa en jeans y camiseta como lo hacía con un vestido de
gala.
Como consecuencia de las terribles experiencias de cada una,
las tres se habían unido. Anna y Cora necesitaban un lugar seguro
para pasar desapercibidas, y Olivia les había ofrecido el
apartamento por todo el tiempo que lo necesitaran. Anna se
encargaba de la cocina, Cora limpiaba y Olivia se quejaba
constantemente, aunque era evidente que le gustaba tener a sus
amigas cerca.
Debido a las largas horas que todas se la pasaban trabajando,
podían pasar días sin verse por más de unos cuantos minutos, lo
que probablemente hacía que el acuerdo funcionara tan bien.
Cora nunca había hecho amigas cercanas tan fácilmente, pero
las necesitaba. Y tuvo la sensación de que ellas sentían lo mismo.
Había sido la primera vez en su vida que Cora había estado
verdaderamente por su cuenta y libre, y esas dos cosas habían
evitado que la situación fuera aterradora o solitaria.
—¿Qué estás haciendo? —Cora pasó al lado del gran sofá y el
sillón de cuero hacia la cocina, lo que requería de diez pasos. Un
pequeño baño y un dormitorio del tamaño de un armario se
encontraban a la izquierda de la sala de estar y la entrada. Olivia
había trasladado su laboratorio informático a su oficina, de lo
contrario no habría espacio para moverse.
—Pudín de chocolate.
—Eso no es pudín de chocolate, es una blasfemia —murmuró
Olivia.
—Es pudín de chocolate crudivegano —explicó Anna—.
Mantequilla de coco cruda, stevia, cacao en polvo crudo y un
aguacate. Sin azúcar, sin lácteos, sin gluten…
—Sin sabor —continuó Olivia.
Anna le sacó la lengua a su pelinegra compañera de piso.
—Interesante —dijo Cora en tono neutro.
Anna le ofreció la espátula.
—Prueba. Sabe bien.
Cora obedeció, y para su sorpresa, no estuvo mal.
—Chocolatoso.
—¡Ja! —Anna miró a Olivia de manera triunfal.
—No dejes que la mujer demoníaca te engañe —dijo Olivia y
luego se bajó del mostrador—. Muy bien, niñas, tengo que ir a la
oficina y ver si Pig sigue trabajando. —Pig era otro genio de la
tecnología y cofundador de Aurum junto con Olivia; y no, Cora no
tenía ni idea de cómo había recibido ese nombre—. Últimamente
hemos estado haciendo estas locuras toda la noche. La última vez
que lo dejé solo se quedó dormido en el teclado de su portátil y su
saliva provocó un cortocircuito en la red.
—¿Quieres tomar café primero? —Anna estaba chupando el
chocolate de sus dedos.
—¿No acabas de llegar a casa? —preguntó Olivia.
—Me fui a la cama justo después de dejar la fiesta.
—Pero, ¿dormiste? —Olivia entrecerró los ojos.
—Un poco. —La boca de Anna se curvó en una particular
sonrisa.
—Ooh, ¿fue bueno? ¿Su pene tenía buen tamaño?
—Tan grande como el edificio del Empire State —se mofó en
susurros—. Desafortunadamente tiene un ego del mismo tamaño.
—Espera, ¿estás hablando de Max Mars? —Olivia se inclinó.
—Las señoritas no son indiscretas.
—Oh, sí, las señoritas sí que lo son. Café y chismes, ahora. —
Olivia saltó del mostrador y corrió a ponerse las botas.
—Déjame cambiarme. —Anna terminó de guardar lo último de su
mezcla y se dirigió al dormitorio.
—¿Vienes? —Le preguntó Olivia a Cora.
Se encogió de hombros. Ver a sus compañeras de cuarto
cotorrear le había dado una pequeña descarga de energía.
—Bien podría. Ahora mismo no estoy cansada.
Olivia frunció el ceño.
—¿Todavía no duermes?
—Voy al spa en unas horas —dijo Anna al salir de la habitación
con un pequeño vestido negro que se ajustaba a sus curvas de
maravilla—. Dormiré allí. Puedes venir conmigo si quieres. A que te
den un masaje. Eso podría relajarte lo suficiente como para que
puedas cerrar los ojos.
Cualquier cosa sonaba mejor que estar en cama durante horas
sin fin repitiendo cada segundo de su encuentro con Marcus. Cora
asintió.

En la cafetería, Olivia le insistió a Anna por detalles de su vida


amorosa mientras esperaban en la fila. Mientras dejaba que sus
amigas discutieran, Cora miró las pilas de tazas y bolsas de granos
de café para la venta, y sin darse cuenta, su mente vagó de vuelta a
la noche anterior.
Marcus lucía tan bien. En el tiempo que estuvieron separados,
había tratado de decirse a sí misma que había exagerado el efecto
de aquel hombre sobre ella. Se dijo a sí misma que no estaban
hechos el uno para el otro. Que su cuerpo no se iluminaba al
reconocer a su pareja perfecta cada vez que él estaba cerca.
Eres una completa mentirosa.
—Hola, Tierra a Cora. —Olivia agitó una mano en su cara y Cora
levantó la cabeza. Era su turno de ordenar. Una vez que lo hizo,
Olivia la empujó suavemente hacia Anna.
—Vayan al sofá —ordenó Olivia—. Cora parece estar hecha
polvo.
—Vamos, cariño. —Anna le tomó la mano y la llevó a la parte
trasera de la cafetería. Todos los hombres de la tienda se volvieron
para verlas irse.
Las tres se acomodaron en el sofá y Anna miró a Cora directo a
los ojos.
—Háblame. ¿Por qué no estás durmiendo?
—Insomnio, supongo —Cora se desplomó sobre los cojines—.
No lo sé, me quedo despierta por horas. Y cuando duermo… —se
calló, estremeciéndose ante el pensamiento de sus últimas
pesadillas… ante la impresión de la oscuridad y la sangre, siempre
había tantísima sangre, y el horrible sentimiento de responsabilidad
y culpa que persistía mucho después de haberse despertado.
—¿Pesadillas?
Cora tragó.
—Las peores.
—Yo también las he estado teniendo —Anna extendió la mano
para tomar la suya.
Cora se quedó mirando.
—¿Sí?
—Oh sí. Aquella en la que hay algo horrible persiguiéndote y
estás asustada pero no puedes escapar. La he tenido en repetidas
veces desde que AJ me llevó. —Se inclinó hacia adelante para
estrujarle la mano con su encantador rostro serio—. Porque lo que
me asusta realmente sucedió y mi mente necesita procesarlo. Así
que tengo esos sueños.
—¿Qué haces con ellos?
—Dejarlos llegar. Permítete sentirte asustada y procesar lo que
pasó. Los sueños nos ayudan a superarlo. Si eso es lo que mi
mente y mi cuerpo necesitan, estoy bien con eso. —Se encogió de
hombros—. De todos modos, lo más importante es que ya ha
terminado. Él ya no puede alcanzarnos. Nadie lo ha visto desde
entonces.
Cora trató de no encogerse de miedo. Nadie lo había visto
porque estaba muerto. Recordaba muy bien la escena de pesadilla
en el oscuro césped de la finca. A su esposo levantando el brazo y
golpeando la cabeza de AJ una y otra vez.
Su memoria no era un sueño. Era real.
No soy el monstruo, había dicho Marcus.
Tu esposo es un buen hombre, le había dicho Armand.
—Vas a estar bien, nena. —La sonrisa de Anna era cálida.
—Un té, un café con leche y mi expreso de cinco tragos —Olivia
puso las bebidas en la mesa y se dejó caer entre sus dos amigas—.
Muévanse, chicas. Entonces, Cora, ¿cómo salió el resto de la
fiesta?
Cora se echó hacia atrás y trató de sonreír. Sus recuerdos eran
su única carga.
—Bien. Quiero decir, no tengo ninguna queja. —Cora destapó su
té para dejarlo enfriar.
Olivia la miró por encima del café con leche.
—¿Le dijiste a ese marido tuyo que se fuera a la mierda?
—¡Olivia! —Cora jadeó.
Anna se inclinó.
—Espera, ¿Marcus estaba allí?
—Armand lo invitó y no se lo dijo a Cora. Escuchen esto: Ubeli
aparece como todo un gánster y prácticamente se la echó al hombro
y la cargó hasta arriba. Muy cachondo.
—Oh, Dios mío —dijo Anna.
—No sucedió así —interrumpió Cora.
—¿Me estás diciendo que después de dos meses no estuvo a
solas contigo ni te dio algún regalito especial? Hizo que sus
matones esperaran al final de las escaleras y todo eso. Y cuando
volvió parecía petulante…
—Olivia. —Cora se cubría el rostro.
—Me pareció que el señor Gran Jefe Mafioso consiguió algo de
sexo. Solo digo.
—Vale, antes que nada —empezó Cora, tan fuerte que la mitad
de la cafetería podría ser capaz de oírla. Bajó la voz—. No puedes
hablar así de Marcus.
—¿Qué va a hacer? ¿Matarme? —Olivia dio una pequeña y
descarada sacudida de cabeza. Evidentemente veía todo el asunto
como una gran broma—. Si hubiera querido hacerlo, podría haberlo
hecho la primera semana cuando abrí la puerta y casi me da un
ataque al corazón al verlo parado afuera del apartamento.
—¿Qué? —Cora casi gritó. Toda la cafetería se volvió a mirarlas,
pero a Cora no le importó. Olivia los fulminó a todos con la mirada
hasta que dirigieron la mirada hacia otro lado.
—Sí, perra. Más o menos el segundo día en el que estuviste allí
pasando desapercibida.
—¿Fue al apartamento?
—Sí, fue él quien dejó tu ropa. Le dije que habías salido y que de
todas formas no querías verlo. De hecho, sonrió y dijo que tenías
suerte de tener amigas tan leales. Me dio su información en caso de
que algo sucediera y necesitara contactarlo.
Cora estaba boquiabierta, pero no podía hablar. Podía sentir la
rabia subiéndole por la garganta, ocasionando que su piel se
enrojeciera. Ella había dicho que él solo no podía evitarlo, pero eso
no era una excusa.
—¿Por qué no se lo dijiste? —Preguntó Anna por ella.
—Cielos, dijiste que necesitabas lidiar con esto y te dejé hacerlo.
No querías hablar de él así que nunca lo mencioné. —Olivia se
encogió de hombros y miró a Anna, quien había levantado una ceja
—. ¿Qué?
—Nada. No puedo creer que hayas guardado un secreto por
tanto tiempo, eso es todo. No sabía que eso era posible para ti.
—Solo porque quiera saberlo todo no significa que no pueda
callarme —Olivia volvió a beber de su expreso.
—Respira, Cora —Anna se puso detrás de Olivia para tocar el
hombro de Cora—. Todo va a estar bien.
—No, no lo estará. Voy a matarlo. Dijo que me dio espacio. Me
mintió.
—Ya era hora de que quisieras hacer algo respecto a Ubeli —
dijo Olivia—. Armand y yo estamos listos para encerrarte en una
habitación con él y ver quién sale vivo. O embarazado.
Cora golpeó el brazo de Olivia lo suficientemente fuerte como
para que su bebida se derramara un poco.
—Suficiente, no voy a hablar más con ninguna de las dos.
—Oooh, la ley del hielo. Muy cruel —dijo Olivia mientras se
levantaba y movía al otro lado de Anna, lejos de Cora—. Va a ser
difícil, ya que te ayudaremos a mudarte en unos días.
—¿Conseguiste el apartamento? —comentó animadamente
Anna, obviamente tratando de cambiar de tema.
—Sí. Nos está abandonando —respondió Olivia por Cora—. Y su
negocio está despegando. ¡Mi pichón está dejando el nido!
—Oh, cállate, Olivia —dijo Cora.
—Pensé que ya no me hablarías.
—Lo intenté. No puedo ser cruel por mucho tiempo.
Olivia y Anna intercambiaron miradas.
—Cincuenta dólares a que la próxima vez que ella y Marcus se
encuentren terminará embarazada.
Anna frunció sus labios rojos e ignoró a su directa amiga,
volviéndose hacia Cora.
—Te voy a echar de menos.
—Yo también. —Cora la abrazó.
—Vale, perras, basta de sentimentalismos o arruinarán mi
maquillaje. —Anna se limpió los ojos y exhibió una sonrisa
deslumbrante—. ¿Quién está lista para el spa?
CAPÍTULO 6

—Adelante —ladró Marcus después de que llamaron a la puerta de


su oficina.
Sharo, su segundo al mando, asomó la cabeza.
—¿Me llamó, jefe?
—Pasa.
Sharo arrastró su gran cuerpo al otro lado de la puerta y la cerró
tras él. Se quedó de pie con los brazos en la espalda hasta que
Marcus soltó con frustración:
—Por el amor de Dios, siéntate. No te quedes ahí parado frente
a mi escritorio como la maldita parca.
Sharo no dijo nada. Solo se sentó con una ceja ligeramente
levantada. Marcus no estaba de humor para su juicio silencioso.
Últimamente nada le iba bien y estaba harto de ello. Tenía una mano
firme, pero había demasiados elementos fuera de su control y eso
amenazaba todo por lo que había trabajado.
—Tenemos que recuperar ese cargamento. No puedo creer que
a Zeke Sturm, más que nadie, finalmente le hayan crecido un par
pelotas durante todos estos años. Pero si piensa que el ser
reelegido alcalde de repente significa que está por encima de las
leyes del inframundo, está muy equivocado.
—No sabemos en qué está pensando —comentó finalmente
Sharo—. No podemos tener una reunión con él.
Otro hecho frustrante. La seguridad de Sturm mantenía al
hombre prácticamente aislado. Habían pasado dos meses, pero
desde que aseguró la reelección solo había estado en tres lugares
públicos: una gala, una obra de teatro y la apertura de un
restaurante; en ninguno de los cuales Marcus había sido capaz de
acorralarlo para tener tiempo a solas y así poder preguntar a dónde
diablos se había ido su cargamento.
La policía había incautado el enorme cargamento en los muelles
hace dos meses después de seguir a ese canalla de AJ hasta allí,
pero Sturm le había prometido a Marcus que devolvería el
cargamento en una semana. Pero pasó una semana. Luego dos.
Luego tres. Y sin noticias de Sturm.
Ningún cargamento llegaba a New Olympus sin pasar primero
por Philip Waters. Él era el dueño de los mares. Al principio Waters
había sido comprensivo y no había exigido el pago por el
cargamento perdido en cuanto se hizo evidente que iba a
permanecer bajo custodia policial. Cosas como esta ocurrían, y los
Ubeli habían sido clientes leales durante mucho tiempo.
Pero de repente Waters radicalmente cambió de opinión y dijo
que no le vendería más producto a Marcus hasta que pagara por el
primer cargamento.
Marcus no sabía por qué de repente todo el mundo pensaba que
podían darle por el culo, pero ya era hora de recordarles
exactamente por qué solían tener miedo hasta de decir su nombre
en voz alta.
—Es hora de poner la furia de los dioses contra Sturm y
cualquiera que piense que puede aprovecharse de mí —gruñó
Marcus con los dientes apretados—. Yo dirijo esta ciudad. Nadie
más.
Sharo no dijo nada durante un largo rato. Y cuando lo hizo,
Marcus deseó que no lo hubiera hecho, porque aquello le hizo
querer golpear con fuerza a su viejo amigo:
—¿Hablaste con ella?
Marcus lo fulminó con la mirada. La mirada que habría silenciado
a cualquier otro hombre. Sharo simplemente se inclinó hacia
adelante.
—¿Te has disculpado? Sé que no está en tu naturaleza hacerlo,
pero a las mujeres les gusta oír las palabras…
—Por supuesto que me disculpé —lo interrumpió irritado—. No
está lista para escuchar mi disculpa. Pero lo estará. Me aseguraré
de ello. De todos modos, no tendré esta conversación contigo.
Sharo frunció el ceño.
—No puedes entrar y empezar a darle órdenes. Tienes que ser
delicado…
—No aceptaré consejos de citas de un hombre que solo se
acuesta con prostitutas.
Sharo se levantó, le la espalda y se dirigió a la puerta. Mierda.
—Espera —llamó Marcus. Sharo se detuvo, con la mano en el
pomo de la puerta—. Lo siento. Eso estuvo fuera de lugar.
Sharo inclinó su cabeza una vez, pero no se volvió a mirarlo.
—Ella es lo mejor que te ha pasado en la vida.
—¿Crees que no lo sé? —Marcus casi gritó. Y entonces, como
Sharo era la única persona a la que podía llamar amigo y que, por lo
tanto, bien lo merecía, Marcus le compartió más con un tono
tranquilo y templado—. Estoy haciendo todo lo que puedo para
recuperarla. Todo y cualquier cosa. Nada de esto significa nada sin
ella.
Sharo asintió nuevamente con la cabeza y luego salió, cerrando
la puerta con suavidad.
Marcus miró su portátil, pero pronto se alejó de su escritorio
frustrado. No iba a trabajar más esta noche.
Sin embargo, se detuvo un momento; mirando hacia la puerta,
recordó la primera vez que había visto a Cora de cerca. Había
cruzado esa misma puerta de manera frenética y la había cerrado
de nuevo, toda mojada y despeinada, huyendo y pensando que
había encontrado un lugar seguro en su oficina.
Incluso en ese entonces su belleza y dulzura lo habían
cautivado. Se había quedado dormida en esa silla de allí, al otro
lado del escritorio. Se había quedado más tiempo del que debía
observándola. A su bella enemiga. Y entonces, en lugar de
destruirla como quería, se enamoró de ella. Y ella lo cambió todo.
La vida sin ella era imposible. Insoportable. No regresaría a esa
vida. Solo soportaba cada día por la promesa que se había hecho
de que ella volvería pronto a sus brazos. A su cama. Para siempre.
Pero estar de pie llorando como un adolescente enamorado era
poco digno de él. Así que agarró su chaqueta y llamó a su chofer
para que trajera el auto al frente.
De camino a casa se ocupó con los correos electrónicos y las
llamadas telefónicas. No era lo que acostumbraba hacer, pero ahora
escuchar música en el auto solo le traía el recuerdo de cuando lo
había hecho con ella a su lado. Así que llenaba el vacío con alguna
distracción.
Al menos hasta que abrió la puerta de su silencioso pent-house.
Un lugar que nunca se había sentido más vacío. Dio varios pasos en
el vestíbulo de mármol, que hicieron eco, y dejó que la puerta se
cerrara tras él.
Dondequiera que miraba, veía su fantasma. En la cocina
cortando verduras para las ensaladas que siempre intentaba que él
comiera. Tumbada en la hundida sala de estar, acurrucada como un
gato en el sofá de terciopelo mientras leía un libro.
Se sumergía tanto en lo que leía que nunca lo veía parado al
borde de la sala, saciándose de ella. La delicada curva de su cuello.
Sus gruesos y suaves labios, y la forma en que el de arriba siempre
estaba ligeramente más regordete que el de abajo. Ese labio lo
volvía loco, la forma en que lo mordía cuando se encontraba
pensando en algo. Se tensó con solo recordarlo.
Frunció el ceño y dejó caer su maleta junto a la puerta.
Necesitaba un maldito trago.
Pero en lugar de ir al bar en el extremo más alejado de la sala,
se encontró con que sus pies se dirigían a su dormitorio. Porque no
importaba de qué manera lo intentara; no podía librarse de sus
pensamientos sobre ella. Y ella nunca había estado más presente
que cuando se entregó por completo a él en su dormitorio.
Abrió la puerta lentamente con la intención de quedarse en los
recuerdos.
Pero luego la abrió de golpe.
—¿Qué mierda?
Sacó su arma de la funda bajo de su chaqueta y se dio la vuelta,
buscando intrusos. Después de confirmar que el dormitorio y el baño
estaban despejados, cerró la puerta y llamó a Sharo.
—¿Sí, jefe?
—Equipo de seguridad al pent-house. Ahora.
—Listo. —Sharo estuvo atento de inmediato—. ¿Qué está
pasando?
—Intrusos. Puede que todavía sigan en el sitio —dijo Marcus,
manteniendo una voz baja.
—Van en camino. ¿Qué te hizo darte cuenta? ¿Saquearon el
lugar?
Marcus miró nuevamente hacia la cama y luego el macabro
cuadro que había sido colocado allí. Había tres cabezas de perro
ensangrentadas y cortadas, acomodadas como si todas
pertenecieran a un perro de tres cabezas; una probable referencia a
Cerbero, el perro guardián del Inframundo.
—Parece que los Titan al fin han decidido responder a nuestro
mensaje de hace un par de meses. Eso o Waters ha decidido subir
la apuesta.
CAPÍTULO 7

Cora se encontraba en los asientos del palco mientras la voz de The


Orphan sonaba en el pasillo. Era hermosa. Pura. Perfecta. Al mismo
tiempo, todo estaba mal. Muy mal.
Se agarró a la barandilla mientras sacudía la cabeza. No, ella
tenía que detenerlo. Buscó frenéticamente a su alrededor a alguien
que la ayudara, pero no había nadie.
—Si mueres antes de que despierte —Chris cantó—, les daré mi
alma; la pueden tomar…
—¡No! —gritó Cora, pero su voz no emitió ningún sonido, incluso
cuando una monstruosa oscuridad se elevó detrás de Chris—.
¡Corre!
Iris salió tambaleándose del otro lado del escenario luciendo
aturdida y confusa. Se agarraba el estómago y, cuando apartó las
manos, estaban cubiertas de sangre.
—Iris —gritó Chris, tirando su guitarra al suelo y corriendo hacia
ella.
Pero la oscuridad, el monstruo detrás de él, fue más rápido. Cora
gritó mientras se lo tragaba; una ola de sangre empapó a Iris
mientras caía de rodillas y…
Cora se sentó en la cama; su mano voló hacia su boca para
sofocar su grito mientras el sudor bajaba en tropel por sus sienes y
su corazón se aceleraba.
En la mesa lateral, su teléfono zumbaba insistentemente. Eso
debió haberla despertado. Gracias a todo lo bendito. A veces se
encontraba atrapada en ese mundo de pesadilla por lo que parecía
una eternidad.
Cora se limpió la frente con el antebrazo y extendió la mano
hacia el teléfono, buscando a tientas el pequeño e indignado
aparato.
Llamada perdida… 4:32 pm. Gimió. Solo había dormido una hora
después de haber regresado del spa.
Sus dedos presionaron el botón para escuchar el correo de voz.
—Señora Ubeli —dijo una voz familiar, y se sobresaltó al
escuchar su apellido de casada—. Soy Philip Waters; el señor
Merche me dio su número. Por favor, llámeme cuando tenga la
oportunidad. —Luego dio su número.
Parpadeó confundida por un momento, pero luego recordó su
conversación con Armand.
Él había entrado mientras ella y Anna estaban en Metamorfosis,
antes de que fueran a recibir sus masajes.
—No quiero interrumpir su día de chicas. Quería contarte que
recomendé a Percepciones. ¿Recuerdas al enorme tipo de color con
el esmoquin blanco?
Cora recordó la intensa mirada que hubo entre el hombre alto y
su esposo.
—Philip Waters… eh, sí.
—Bueno, Waters llamó tratando de ponerse en contacto contigo.
Cora, está como loco hablando sobre lo genial que fue la fiesta
anoche. Lo mandé a tu página web, pero a ti también te enviaré su
número. ¡Esto es grandioso! Es dueño de una gran compañía…
apuesto a que quiere que hagas algo corporativo. Eso es mucho
dinero. Yo te ayudaré, por supuesto. Conseguiremos algunos
subcontratistas. —La voz de Armand había zumbado de emoción,
pero en ese momento Cora estaba más que exhausta. Esperaba
quedarse dormida durante el masaje, pero no tuvo tanta suerte.
Guardando el buzón de voz, dejó caer su teléfono en la mesilla
de noche mientras soltaba un gemido. ¿Cuánto tiempo puede estar
una persona sin dormir antes de volverse loca?
Saliendo de la cama, caminó con cansancio a la puerta del
dormitorio para mirar el resto del apartamento. No había nadie en
casa. Olivia probablemente trabajaría toda la noche con Pig.
Mientras Olivia era un demonio, terca y determinada, Pig —Cora no
sabía su verdadero nombre—, era un ángel; dulce y talentoso. Sus
ideas eran innovadoras, Olivia se lo había dicho a Cora una vez,
pero él las regalaría si no fuera por el empuje de ella para que
fuesen patentadas, diseñadas y distribuidas adecuadamente. Olivia
era malvada cuando se trataba de negocios.
Anna probablemente estaba recibiendo un recorrido privado del
estudio por parte de su nuevo juguete, Max Mars.
Mientras tanto, pensó Cora, yo poco a poco estoy perdiendo la
cabeza. Tomando una cesta de ropa sucia, empezó a limpiar el
lugar.
Cuando fue a limpiar su bolso, la bolsa de pastillas blancas que
Armand le había dado cayó y ella se detuvo, pensativa. Odiaba
tomar medicamentos para cualquier cosa. Incluso cuando era
pequeña, su madre dejaba que la fiebre le disminuyera sola o le
daba sopa de pollo para el resfriado. Frunció el ceño. Su madre a
duras penas era un modelo a seguir, considerando que era una
mafiosa homicida. Entonces se rio de manera irónica. Tenía muchos
de esos en su vida.
Sacó una de las pastillitas. Pesaba mucho sobre la palma de su
mano; un trato justo por una noche de descanso.
Después de tragarla con ayuda de un vaso de agua, esperó unos
minutos y continuó empacando para su próxima mudanza.
Estaba hurgando en su maleta cuando oyó un tintineo.
Revisando en los pequeños bolsillos sacó sus anillos de boda, la lisa
banda de oro blanco y el anillo de compromiso a juego único con
diamantes y piedras rojas. Lo deslizó en su dedo, viendo los
diamantes y granates reflejar la luz.
Recordó la noche que Marcus lo había puesto en su dedo por
primera vez. Esa había sido otra vida. Ella había sido otra mujer.
Una chica, en realidad. Todavía ni siquiera sabía quién o qué era
Marcus. Había sido tan ingenua. ¿Y si pudiera volver atrás en el
tiempo y advertirse a sí misma? Se dejó caer en el sofá y miró
fijamente al ventilador del techo. Si pudiera hacerlo todo de manera
diferente… ¿lo haría?
Un golpe en la puerta la asustó y la sacó de sus pensamientos.
Se movió por el pequeño apartamento y la abrió, esperando a
Armand o incluso a alguna de sus compañeras de cuarto que
habían olvidado sus llaves. No esperaba a aquella conocida silueta
de pelo oscuro, con hombros altos y anchos que cubrían el estrecho
marco.
—Marcus —susurró aturdida.
Al segundo siguiente estuvo sobre ella; sus grandes manos
ahuecaron su rostro con infinito cuidado mientras su boca conectaba
con la suya. Sus labios firmes presionaron, empujaron y dominaron
los de ella hasta que se separaron.
Cora cerró los ojos, su aliento la abandonó de forma precipitada.
¿Qué estaba haciendo? No podía simplemente dejarlo… Las manos
de Marcus acariciaban sus mejillas, sus hombros, sus caderas,
guiándola hacia atrás. Y lo dejó. Su olor la envolvió.
Al principio le agarró los hombros para mantener el equilibrio y
luego, con más fuerza, sus dedos se clavaron en él para sujetarlo.
Sí. Lo había echado de menos. Lo necesitaba.
La levantó y sus piernas envolvieron su cintura. Luego se
encontraron en su dormitorio. En la cama.
Sus caderas se arquearon hacia arriba, estremeciéndose y
suplicando mientras Marcus posicionaba su gran cuerpo sobre el de
ella. Su boca, sus manos, estaban por todas partes. Su barba
raspaba la curva interior de sus pechos y ella chilló, conmocionada
por el abrasivo placer.
La tela se rasgó y Cora se quitó sus gastados pantalones cortos
de dormir. Sus manos se convirtieron en garras, clavándose en el
sólido músculo de la espalda de su esposo.
Por favor, necesito…
Él se levantó; era una sombra masiva cerniéndose sobre ella. En
un momento la llenaría y todo estaría bien. Todo en el mundo
desaparecería. Era solo Marcus, Marcus, Marcus. Ella no podía ver
su cara, pero mientras su cuerpo se sacudía en un doloroso placer,
la luz perfilaba la curva de su mejilla, cruel y confiada; era todo lo
que ella había anhelado durante la eternidad que habían estado
separados…
Cora se despertó con su cuerpo temblando en la agonía de su
orgasmo. Su mano se apresuró hacia su pecho desnudo como si
pudiera detener los latidos de su corazón.
Miró a su alrededor confundida, incluso mientras comprobaba el
total de sus extremidades desnudas. Con la fría luz del dormitorio no
podía saber si era de noche o de día. Marcus no estaba en ninguna
parte. ¿Había sido… un sueño?
¿Qué demonios? Se apartó el pelo de la cara y se tanteó
tímidamente allí abajo. No, no había tenido sexo. El sexo con
Marcus, especialmente después de pasar tanto tiempo sin él…
definitivamente lo sentiría después.
Cayó de espaldas sobre su almohada. No estaba segura de qué
era más inquietante, el sueño erótico o las pesadillas.
Su teléfono zumbó desde una pila desordenada de almohadas
en el suelo. La brillante luz le decía que eran las 7:56 a.m. Más de
doce horas desde que había tomado la píldora para dormir. No
recordaba nada: ni haberse quitado la ropa, ni haberse metido en la
cama… nada excepto el sueño.
Había sido un sueño, ¿verdad? Aunque no se sentía adolorida,
aún se sentía tan real.
Ruborizándose, envolvió el cobertor alrededor de su cuerpo
desnudo y le echó un vistazo al dormitorio. No había nadie en el
apartamento, y no había forma de saber si alguien había estado allí
o no.
Excepto que el aire del dormitorio tenía el olor embriagador a
sexo.
Bien. Suficiente. Cora saltó de la cama y quitó todas las
sábanas, lanzándolas a un montón de ropa sucia para después
tomar la ducha más fría de su vida.
CAPÍTULO 8

Cielos, era hermosa. No, iba más allá de la simple belleza, pensó
Marcus mientras miraba a su esposa sentada en una de sus
cafeterías favoritas. Cora iba a menudo a ese lugar a trabajar en su
portátil. Considerando el estado de las cosas, Marcus le tenía
asignada una Sombra en todo momento. No le importaba si Cora lo
encontraba sofocante. Su seguridad no era negociable.
Parecía encontrarse trabajando en sus facturas, y cada uno de
sus movimientos eran tan elegantes que era como un baile
espontáneo. Sus dedos se deslizaban a lo largo de las teclas del
portátil y sus brazos se movían rápido mientras colocaba las
facturas de una pila a otra. Sus astutos ojos estaban tan
concentrados que parecía ajena al mundo. Era así con todo lo que
hacía. Lo daba todo, incluso cuando solo era voluntaria en un
refugio de animales. En las amistades nunca se contenía.
Y cuando amaba, amaba con tanta efusividad que estar en el
extremo receptor era la cosa más increíble y adictiva del mundo.
Marcus estaba a punto de dirigirse hacia ella cuando un joven,
quizás de edad universitaria, se le acercó y puso su mano en la silla
de enfrente.
—¿Está ocupado este asiento? —Mostró una sonrisa que
Marcus quiso meterle por la garganta.
—Es mío —gruñó Marcus, cubriendo la distancia entre ellos con
unos cuantos pasos. El pequeño idiota se volvió y se puso tensó. Le
echó un vistazo a Marcus y demostró tener una pizca de inteligencia
en su cerebro al largarse sin decir una palabra.
Marcus se sentó frente a Cora. Una profunda sensación de alivio
y rectitud lo invadió al volver a estar tan cerca de ella.
—¿Qué estás haciendo aquí? —siseó. Sus brillantes ojos le
hicieron sonreír. Le encantaba cuando se ponía combativa.
—Tenemos que hablar. —Marcus hizo un ademán. Detrás de él,
en la cafetería, sus Sombras se movieron para escoltar fuera a los
clientes e inclusive fueron detrás del mostrador para enviar a los
baristas de delantal verde hacia su propio almacén.
—¿Pero qué…? —Cora vio a sus hombres despejar la cafetería
y luego volvió a mirar a Marcus—. Te dije que llamaría.
—Esto no es una visita social. —Su tono se volvió sombrío al
recordar el mensaje no tan sutil que habían dejado en su cama. No
se había encontrado a nadie en el apartamento, pero sus hombres
tampoco habían descubierto cómo alguien había podido entrar en
primer lugar. No se había forzado la cerradura y nada estaba roto. Si
pudieron entrar así, ¿por qué no esperar e intentar asesinarlo?
Había demasiadas preguntas sin respuestas. A Marcus no le
gustaba.
—Son negocios, no placer. —Lanzó un teléfono negro al bolso
de Cora—. Cuando me llames, asegúrate de usarlo.
Ella miró el teléfono desechable fijamente.
—¿Es realmente necesario?
—Estoy recibiendo amenazas de muerte. No las usuales que
recibo. Estos mensajes son… específicos. Serios. Lo que me hace
saber que las personas que los envían tienen el conocimiento
suficiente para llevarlas a cabo.
Los ojos de Cora se abrieron.
—¿Amenazas de muerte?
—Me estoy ocupando de ello. Pero tienes que estar alerta. —
Movió la cabeza hacia el teléfono—. Y tomar precauciones.
Lo miró fijamente por un momento. Sus ojos descendieron con la
más bella sumisión mientras tomaba el teléfono. Marcus no podía
negar el triunfo que rugía a través de su pecho.
—Lo entiendo —murmuró mientras deslizaba el aparato en su
bolso—. Si te llamo, usaré esto.
—Cuando —corrigió. Si Cora pensaba que podía retirarse ahora,
estaba mal de la cabeza. No después de darle esa probadita que le
recordaba lo delicioso que era cuando se sometía.
—¿Qué?
—Cuando me llames.
Lo fulminó con la mirada y Marcus no pudo evitar esbozar una
sonrisa.
—Después de este alarde puede que no quiera llamarte.
Él realmente no tenía ni idea de lo que estaba hablando.
—¿Qué alarde?
—Esto. —Agitó su mano.
—Es un terreno neutral. —Se encogió de hombros—. Elegí un
lugar donde te sentirías cómoda.
—Normalmente la gente viene y pide sus bebidas. Pero tú entras
y traes a tus ninjas o lo que sea para asustar a los baristas y
bloquear la puerta con tus guardaespaldas para mantener fuera a
todos los clientes.
Marcus solo se quedó viéndola. Cora levantó sus manos al igual
que su voz.
—Hiciste una toma hostil de esta cafetería.
—Sabes que estoy aquí, en tu territorio, por tu bien. Pero
también necesito sentirme cómodo. Mis enemigos no dudarán en
atacarme.
—Lo supe cuando nos dispararon en el restaurante donde
estábamos cenando.
—No estamos aquí para hablar de eso. —La mandíbula de
Marcus se tensó. Si pensaba en ese día tendría que romper algo.
—Pensé que estabas aquí para hablar conmigo. Esta soy yo
hablando. —Cora extendió los brazos—. Odiaría que despejaras
una cafetería por nada.
Marcus reprimió una sonrisa. Cielos, ella era espectacular. Había
crecido tanto desde aquella inocente ingenua con la que se había
reunido la primera vez. Ahora era como los fuegos artificiales.
Atrevida. Explosiva.
Quería arrojar su portátil al suelo y ponerla sobre la mesa aquí y
ahora. Una cosa que nunca había cambiado y que Marcus esperaba
que así continuara, era el hecho de que todas las emociones de
Cora se reflejaban en su cara.
Y, como siempre, sintió que su deseo era correspondido por la
electricidad crepitante entre ellos. Cora lo quería tanto como Marcus
a ella. Entonces, ¿por qué ella lo negaba?
Él se inclinó.
—Tengo que desaparecer por un tiempo. —Reconoció la
sorpresa en su rostro, pero siguió adelante—. Ven conmigo. Nos
ocultaremos por una semana. Podríamos hablar, ver si podemos
arreglar las cosas.
Una tras otra, las emociones surcaron su rostro.
—¿Qué? No puedes simplemente… me estás pidiendo que… —
balbuceó.
—No tengo razones para creer que estás en peligro. Es por eso
que puedes elegir. Pero me gustaría que habláramos. Cora, quiero
que vuelvas. Quiero que estemos juntos.
—Marcus —comenzó y suspiró—. He empezado una vida. Sé
que suena estúpido. Solo han pasado dos meses, pero…
Se mordió el labio de la manera en que lo volvía loco. Y siguió
hablando en vez de echarlo, lo cual era progreso.
—He empezado un negocio y creo que funcionará. Percepciones
es más que un servicio de asignación de modelos. Quiero ser una
defensora de estas chicas. Sé lo que esta industria puede hacerles.
—Sabes que los depredadores existen.
Asintió con la cabeza y se inclinó.
—Ayudo a estas mujeres a conseguir trabajos legítimos. Tal vez
no los más glamorosos o mejor pagados, no aún —admitió—. Pero
la empresa está comenzando a formarse. Las mujeres jóvenes
llegan a la gran ciudad para lograr sus sueños y son arrastradas y
destruidas. Percepciones podría ser un salvavidas para ellas.
Por supuesto que Cora haría de algo así el trabajo de su vida. Y
esto era solo el comienzo, Marcus no tenía duda. Su corazón no
tenía límites.
—Y ahora tengo clientes haciendo cola —continuó con
entusiasmo—. Armand ya le dio mi número a uno de los invitados;
dijo que el hombre estaba muy impresionado con lo que había
hecho y Armand le habló de mi negocio.
—Estoy orgulloso de ti.
Se le cortó la respiración. Se sonrojó y miró hacia otro lado.
—¿Cuál invitado?
Cora se detuvo y Marcus pensó por un momento que no iba a
decírselo, pero ella terminó por arquear una ceja.
—El gran hombre del traje blanco. Philip Waters.
¿Qué?
—¿Philip Waters está preguntando por ti? —Marcus no trató de
ocultar su furia. Ese bastardo conocía el código. Las familias
estaban fuera de estos asuntos.
—Eh, sí —respondió, sonando menos segura de sí misma—. Me
conoció en la fiesta y Armand le dio mi número. Me llamó para una
consulta…
Tomó el teléfono de Cora de la mesa y empezó a mover los
dedos por la pantalla. Vio el número de Waters y que había dejado
un mensaje de voz. Sintiéndose aún más enojado que cuando
encontró las cabezas de los perros en su cama, presionó el botón
para escuchar el mensaje.
—¡Eh! —exclamó Cora mientras él se llevaba el aparato al oído.
Frunciendo el ceño, Marcus escuchó a Waters poner una voz
amigable mientras pedía una consulta, como había dicho Cora.
Marcus maldijo.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó mientras lo veía presionar
más botones. Se movió para alcanzarlo y él la detuvo con un gesto.
—Lo bloqueé —Marcus lanzó el teléfono a su bolso—. Si intenta
llamar de nuevo o encuentra otra manera, usa el teléfono
desechable y llama al número de emergencias. Me llegará directo a
mí o a Sharo. ¿Recuerdas el número de emergencia?
Cora continuaba mirando con la boca abierta su teléfono.
—No puedo creer que hayas hecho eso. Bloqueaste a mi primer
cliente real.
—Cora, puedes huir de todo lo que he dicho hoy, pero entiende
esto… —Marcus tomó su mano, asegurándose de que lo mirara a
los ojos—. Tienes que mantenerte alejada de Waters. Hablaré con
Armand, le haré saber del trato.
Pero Cora solo parecía enfadada.
—Oh, no —dijo, sacudiendo la cabeza y empujando hacia atrás
su silla—. Ya no puedes darme órdenes.
Era linda. Él sonrió.
—¿No? —Pero se levantó y se puso serio, rodeando la mesa.
Esto no era algo para tomarlo a la ligera—. Lo digo en serio, Cora.
Hablo de mierdas malas.
Cora echó la cabeza hacia atrás, sorprendida; probablemente
por oírle decir palabrotas. Casi nunca lo hacía cerca de ella. Su
padre lo había criado bien y sabía que no debía maldecir cerca de
las mujeres. Pero tenía que hacer que entendiera esto sobre
Waters.
Marcus se movió alrededor de la mesa hasta donde ella estaba.
—Él es peligroso.
—Puedo manejar el peligro.
¿Lo decía como un desafío?
—¿Puede, señora Ubeli? —Avanzó hacia ella.
—No me llames así.
—¿No, Cora? ¿Por qué no?
—Justo ahora estamos separados. No sé si quiero ser la señora
Ubeli por los momentos.
Marcus irrumpió en su espacio personal, dejando solo un par de
centímetros entre ellos. Su respiración se cortó y sus pechos
subieron y bajaron en respuesta a su cercanía.
—Si no quieres ser la señora Ubeli —dijo con una voz
peligrosamente baja—, ¿por qué sigues llevando tu anillo de boda?
Cora parpadeó, pero antes de que pudiera apartar sus ojos de
los suyos grisáceos, él tomó su mano izquierda y la llevó lentamente
hasta sus labios para besar sus fríos dedos, sin apartar sus ojos de
los de ella. Los diamantes brillaban entre ellos y los granates más
sutiles destellaban con un color rojizo.
Ella trató de apartar la mano, pero se la sujetó con más fuerza.
Se quedó sin aliento y tragó con fuerza.
—Estuve limpiando anoche… no lo recuerdo.
Un evidente escalofrío la atravesó, y Dios, su respuesta lo volvió
loco. La quería. La deseaba tanto que a veces no podía dormir por
la noche debido al deseo y al recuerdo de su cuerpo junto al suyo en
la cama.
—He decidido que quiero el divorcio —susurró Cora,
retrocediendo un paso al fin.
Marcus se rio.
—No es gracioso.
—Bien —se encogió de hombros—. Puedo concederte el
divorcio.
Ella se le quedó mirando, obviamente sin creerlo.
—Si quieres el divorcio, te lo daré.
—¿Así de simple?
—Lo que quieras, con una condición —levantó un dedo—.
Hablarás conmigo, hablar de verdad. Y primero tratamos de hacer
que esto funcione.
—Marcus… —Se llevó una mano a la cabeza como si él la
estuviera mareando.
—Cora, aún sigues huyendo. Querías espacio, te lo di. ¿Quieres
mi dinero? Daré cada centavo y trabajaré más duro por más. —
Cerró la distancia que ella había puesto entre ellos.
—¿Qué estás haciendo? Marcus. —Retrocedió cuando él se
acercó, acorralándola contra la pared junto a la barra de café. Todas
sus Sombras habían desaparecido sabiamente para adueñarse del
perímetro exterior. Eran solo ellos dos en todo el lugar.
La detuvo con un dedo en los labios.
—Lo que quieras, puedo conseguirlo. Lo único que quiero es a ti.
—No puedes tenerme. —Sacudió la cabeza, pero sus ojos
estaban llenos de confusión y, si él no se equivocaba, de anhelo—.
No quiero perderme en ti. Eres demasiado… poderoso.
—¿Es eso lo que quieres? ¿Ser poderosa? —El pequeño
espacio entre ellos era magnético, y hacía que ella se acercara a él.
Marcus esperaba que su mirada la quemara como la suya lo hacía
con él. Ese era su único mérito; que él no era el único con una
obsesión. Por mucho que Cora tratara de negarlo, él sabía que ella
también la sentía.
—Lo que no entendiste era que tú tenías el poder. Todo el
tiempo. —Le levantó la mano—. Juntos podríamos ser más. —Le
besó la palma de la mano.
Su respiración se acortó aún más y finalmente susurró:
—Te tengo miedo.
Él le levantó una ceja.
—Tengo miedo de cómo me haces sentir. Tengo miedo de
nosotros. Me consumes. —Y luego se inclinó como si no pudiera
impedirse a sí misma respirar cada fibra de su cuerpo. Se detuvo a
solo un centímetro de distancia y, cuando sacudió la cabeza muy
ligeramente, sus narices se rozaron.
—Mis sentimientos —murmuró—, mi atracción por ti, me
abruman.
Marcus le acarició la nariz. Incluso ese simple roce se sintió
inspirador.
—¿No es así la vida? ¿Tener miedo y actuar de todos modos?
Cora cerró los ojos como para ahuyentarlo, aun cuando sus
frentes se tocaban.
—No puedes manipularme, Marcus. Ya no. No después de todo
lo que te he demostrado. Lo que me he demostrado a mí misma.
—¿Por qué tienes que demostrarme lo que vales? ¿Quién te dijo
que no eres suficiente?
Se apartó de él, con dolor llenando sus ojos.
—Ahí está. Por eso me alejas, aunque tengamos algo bueno.
Algo increíble. No crees que te lo merezcas.
Lágrimas se derramaron, deslizándose por sus mejillas. Cora
estaba sufriendo, profundamente. ¿Por qué no le hablaba?
—Ven conmigo. —Lo intentó por última vez.
Ella sacudió la cabeza y se limpió las mejillas.
—No puedo.
Marcus le ofreció su pañuelo.
—Gracias. —Usó el cuadrado blanco de tela para secarse los
ojos, pero no lo miró.
Por mucho que eso lo destrozara y por mucho que quisiera
echarla sobre su hombro, presionarla justo ahora no lo iba a llevar a
ninguna parte. Un poco más. Podría darle un poco más de tiempo.
Pero tampoco se estaba rindiendo.
—Esto no ha terminado.
—Eres tan mandón. —Sorbió por la nariz y rio.
—Así es, señora Ubeli. —Se inclinó y le besó la sien. Ella cerró
los ojos, relajando todo su cuerpo en él.
Él deslizó un dedo por su mandíbula y se apartó, terminando con
el trance de Cora.
—Mis hombres te seguirán a partir de ahora. No intentes
escapar.
CAPÍTULO 9

Durante las dos semanas siguientes, Cora dio vueltas por New
Olympus. De día trabajaba en la oficina de Olivia, vigilando al
brillante pero irremediable Pig —el sábado por la mañana lo había
encontrado dormido en su escritorio, todavía sujetando una lata de
jugo de caña de azúcar—, ensimismada con la fiesta de Armand y
vinculando a sus clientes modelos con eventos. Por las noches,
primero empacaba sus cosas para la mudanza y luego las
desempacaba en su nuevo apartamento para después caer en un
sueño agotador.
Pensaba constantemente en Marcus. Su charla en la cafetería la
había sacudido. También estaba sola con sus pensamientos ya que
todos sus amigos estaban ocupados; Olivia se había ido a la costa
oeste “para extorsionar a un proveedor”, según sus palabras, y a
Anna le habían ofrecido un papel en la nueva película de Max Mars,
así que nunca estaba cerca. Armand estaba descartado porque
estaba en complicidad con Marcus, y Maeve estaba ocupada
abriendo un segundo refugio en el centro.
¿Y qué más había que decir, realmente, aunque Cora tuviera
alguien con quien hablar?
Cuando llegó a la gran ciudad había estado huyendo de su
madre abusiva y de la pequeña vida de la granja. El cambio había
sido su oportunidad de establecerse. Pero en su lugar corrió
directamente a los brazos de Marcus y se dejó absorber por su ya
perfectamente ordenada vida. Marcus vivía en un mundo peligroso.
Uno que le obligaba a mantener un alto nivel de control solo para
sobrevivir. También le era natural darle órdenes de la manera que a
él le gustaba. Hasta cierto punto, le gustaba el control que ejercía
sobre ella.
Pero nunca la dejaría formar parte de su mundo realmente.
Quería encerrarla como una princesa en una torre. Pero así no eran
las cosas. Estar en cualquier lugar de su esfera significaba que la
oscuridad también te iba a consumir.
Y cuando Cora intentó ayudar a una chica inocente a escapar de
ella… sacudió la cabeza mientras desempacaba su última caja.
Había estado luchando contra fuerzas que no entendía y solo había
logrado empeorado las cosas. Mucho peor de lo que estaban.
Así que huyó de nuevo para darse una segunda oportunidad de
ordenar su propia vida de la manera que quería. Para vivir en la luz,
o para intentar hacerlo.
Aunque después del enfrentamiento en la cafetería tuvo la
sensación de que su alivio temporal había terminado y que su
esposo iba a empezar a tomar el control de su vida de nuevo.
No podía dejar que hiciera eso. Tendría que demostrarle lo fuerte
que era, aun viviendo sola.
No importaba que estar cerca de él fuera la única vez en meses
donde se había sentido viva. No importaba que, incluso ahora, su
mano hormigueara con el recuerdo de su roce. Pasó sus dedos por
la palma de su mano.
Lo único que quiero es a ti.
Un escalofrío le sacudió su cuerpo al recordar la intensidad del
ardor de los ojos de Marcus… ¡Ah! Apartó la caja de artículos de
higiene personal y se puso de pie.
¿Qué estaba haciendo? Pasó del baño a la sala de su nuevo
apartamento. Un suave guau le dio la bienvenida, y Brutus, el
enorme cachorro mixto de Gran Danés que había adoptado en el
refugio después de llegar a su apartamento, casi la derribó mientras
se precipitaba para encontrarse con ella.
Rio y le rascó la cabeza, agachándose.
—¿Quién es un buen chico?
Otro guau feliz.
Suspiró, mirando hacia su apartamento escasamente
amueblado. La mayoría de sus muebles eran de BuyStuff.com, y el
resto lo completó con algunas cosas que había hallado en tiendas
de segunda mano. Pero necesitaba conseguir algunas alfombras
antes de que en serio pudiera sentirse acogedor y como un hogar.
—¿Quieres ir a dar un paseo?
Guau.
Cora sonrió.
—Vale, dame un segundo. Quiero comprobar mi saldo bancario.
Iremos a un cajero automático y al mercado de granjeros de camino
a casa. —Agarró la correa de Brutus y abrió su laptop en la mesa de
la cocina—. Ven aquí, muchacho. —Se dio una palmadita en la
pierna mientras se sentaba e ingresaba en su cuenta bancaria para
asegurarse de que su último cheque de pago había llegado.
Brutus trotó hacia ella y se ocupó atándole la correa, así que al
principio no vio el saldo. Y cuando miró hacia la pantalla estaba
segura de que lo había visto mal. Pero cuando la respiración se le
quedó atascada en la garganta y trajo el portátil más cerca… no, vio
que la enorme cantidad era su saldo, aunque era más de lo que
debería haber sido. Por dos números y una coma… Hizo clic para
ver más detalles.
Leyendo el historial de depósitos, encontró su cheque de pago,
que lucía patético entre dos grandes sumas transferidas
directamente a su cuenta.
Desde la cuenta de su esposo.
Salió disparada de su silla de manera tan repentina que Brutus
ladró dos veces. ¿Cómo se atrevía Marcus? Iba a matarlo. Pero una
reacción era exactamente lo que él estaba buscando. Caminó de un
lado a otro con Brutus siguiéndola de cerca. Por supuesto que la
seguía, lo estaba sujetando con la correa.
Retrocedió.
—Lo siento, muchacho. Vamos por ese paseo.
Todavía estaba que echaba humo media hora más tarde cuando
volvieron del parque. Especialmente porque había dos hombres de
Marcus que los siguieron todo el tiempo, cuando normalmente solo
había uno.
Y cuando regresó al edificio, vio a otros dos hombres de negro
con rostros impávidos esperando afuera de su apartamento. Uno de
ellos no tenía cuello.
—¿En serio? —suspiró mientras introducía las llaves en la
cerradura.
Uno de ellos la siguió dentro.
—Al señor Ubeli le gustaría que se quedara cerca de nosotros en
todo momento. Si necesita ir a algún sitio, un auto estará disponible
para usted.
—No me importa lo que el señor Ubeli le haya dicho. No me
gusta que me sigan. Quiero sentirme normal. Y estoy bien tomando
el autobús.
Ella les cerró la puerta en la cara.
Le dio de comer a Brutus, y se estaba sirviendo un poco arroz y
verduras cuando su teléfono sonó. ¿Y ahora qué? Para su sorpresa,
vio que se trataba de Anna.
—Hola, ¿qué pasa?
—¡Cora! Siento que no he hablado contigo en una eternidad.
Todo ha sido tan loco con la película y con Max. Pero mañana es mi
primer día oficial en el set… y esperaba algo de apoyo moral. Se me
permite tener un asistente. ¿Vendrás?
—Déjame ver. —Cora revisó la agenda de mañana en su
teléfono. Nada—. Seguro. Puedo ir.
—¡Bien, genial! —chilló y le dio los detalles de cuándo y dónde
reunirse con ella por la mañana.
Cora escuchó una voz de hombre en el fondo y Anna soltó una
risita.
—Vale, me tengo que ir. Max está aquí. ¿Pero hablaremos
mañana?
—Nos vemos. —Pero Cora apenas había pronunciado las
palabras antes de que Anna colgara. Cora sacudió la cabeza. Amor
adolescente.
Luego se rio de sí misma. ¿Cuándo se había vuelto tan vieja y
aburrida? Acababa de cumplir veinte años.
Hacía frío, así que encendió la chimenea. Tomó su laptop y
trabajó en la cama, ya presintiendo que iba a ser una de esas
noches en las que el sueño no llegaría.
El fuego se había apagado, dejando solamente el fresco resplandor
de la luna. Cora besó el pecho desnudo de su marido, amando
cómo los suaves músculos se tensaban bajo sus labios. Marcus la
levantó y se adueñó de su boca mientras sus dedos la follaban,
deslizándose con facilidad dentro y fuera de su húmedo sexo.
Ella se montó sobre él, con sus párpados moviéndose con
éxtasis. Marcus sonrió peligrosamente y luego retiró la mano y la
reemplazó con su pene, embistiéndola. Se le cortó la respiración
cuando sintió que se estiraba alrededor de él.
—Di mi nombre —susurró Marcus.
La única opción era obedecer. Nunca hubo otra.
—¡Marcus! —gritó y acabó.
El orgasmo la despertó. Cora seguía jadeando y contrayéndose,
con sus manos sujetas a las sábanas, aun después de que sus ojos
se abrieran y recuperara la conciencia.
No es real. No fue real.
Gimoteó y apretó los muslos, sintiéndose terrible, terriblemente
vacía. Se había venido, pero nunca había experimentado un clímax
tan insatisfactorio en su vida.
El fantasma de Marcus no era nada comparado con el real, sin
importar lo genuino que se hubiera sentido en el sueño. Quería llorar
de frustración. Tal vez debía comprar un vibrador. Puso los ojos en
blanco hacia el techo. Sin embargo, tenía la sensación de que nada
la satisfacía, excepto la cosa real.
¡Agh! Se quitó las sábanas de encima y sacó las piernas de la
cama.
Por lo menos tenía lo de ir a ver a Anna como algo a lo que
esperar con ansias hoy. Le vendría bien una distracción.
Se vistió con lo que esperaba que fuera un atuendo apropiado
para tras bambalinas: cómodas botas de tacón bajo, mallas, una
falda y una camiseta ñoña que Olivia le había dado. Sacó a Brutus,
irritándose de inmediato cuando los hombres de Marcus los
siguieron más cerca de lo normal. Y después de llevarlo de vuelta a
casa para alimentarlo a él y también a sí misma, se encontró con un
vehículo esperándola cuando salió del edificio.
El “sin cuello” estaba de pie esperando pacientemente.
—Estamos encantados de llevarla a donde necesite ir hoy,
señora Ubeli.
Normalmente tomaría el autobús. La gente normal lo tomaba.
Como sea. Si Marcus quería que sus hombres la siguieran, al
menos eso significaba que podía proporcionarle un chófer privado a
su amiga.
Llamó a Anna.
—No te preocupes sobre cómo llegar al trabajo. Te recogeré en
quince.
La recogieron fuera del edificio del apartamento de Olivia.
—Cora, es increíble —dijo entusiasmada. Estaba radiante—.
Todo está yendo en la dirección correcta.
—¿Solías actuar?
—En pequeños comerciales y algunas películas independientes.
Mi madre quería que fuera una actriz famosa.
—Estaría orgullosa.
—Sí. —Anna miró por la ventanilla, de repente callada y con una
expresión triste. Sintiéndose un poco culpable, Cora extendió la
mano y le dio un apretón en la rodilla. Anna se giró y su sonrisa
apareció de nuevo. Cora sintió la ya conocida adrenalina de
amistad.
Cuando se aproximaron al estudio de cine, un puesto de
vigilancia los frenó.
—Anna Flores y mi amiga Cora. —Anna bajó su propia ventanilla
para mostrar los documentos—. Tengo pases para ambas.
—¿Y estos hombres? —Los dos guardias del puesto fruncieron
el ceño ante los dos hombres de negro en los asientos delanteros.
Anna miró a Cora, quien se encogió de hombros.
—Lo siento —dijo el guardia—. Pero ellos tendrán que quedarse
aquí.
—Señora Ubeli… —comenzó el “sin cuello”, pero Cora ya había
abierto la puerta para salir.
—Ya los han oído, no pueden pasar —cantó Cora mientras
arrastraba a Anna tras ella. Además, era un set de filmación privado.
No era como si alguien pudiera llegar a ella estando allí. Ambas
abandonaron el auto y rápidamente atravesaron la puerta.
Las Sombras abrieron la puerta para seguirla, pero los guardias
del set empezaron a gritarles que se detuvieran. Cora miró hacia
atrás. Sus guardaespaldas no se encontraban siguiéndola, pero el
“sin cuello” tenía una mirada de frustración. Ya había sacado su
teléfono, probablemente apresurándose a marcarle a su esposo.
—¿Sigues peleando con Marcus? —murmuró Anna.
—Diferencias irreconciliables.
Anna levantó una ceja mientras caminaban a través de un
almacén y luego de otro, pasando junto a personas que cargaban
madera y herramientas.
—Es genial que el set esté tan cerca de casa y no en la costa
oeste. —Cora vio a dos hombres luchando por mover una
gigantesca y ornamentada escalera sobre ruedas.
—Probablemente terminaré la película allí, pero quieren algunas
escenas de acción al aire libre con el fondo natural. Y tienen un
enorme crédito fiscal por hacerlo aquí.
Cuando entraron en el siguiente almacén, Cora sintió que su
bolso empezaba a vibrar con furia. Probablemente Marcus. No
había duda de que el “sin cuello” la había delatado. Sacó el teléfono
desechable y lo silenció sin responder.
La gente se movía apurada a su alrededor. La mesa con bufet
libre estaba llena de pasteles, bandejas de frutas y café. Cora y
Anna se sirvieron bebidas muy calientes y deambularon hacia donde
estaba toda la actividad.
—Ahí está él. —Anna movió la cabeza hacia Max Mars. Era
guapo, alto y corpulento, pero también… bueno, lindo para el gusto
de Cora. Sin embargo, encajaba perfectamente con Anna. Mostró
una sonrisa y se dirigió directo a ellas.
—Hola —dijo con su sexy voz.
—Hola, papi. —La sonrisa de Anna curvó sus labios rojos
mientras se acercaba a él y lo abrazaba. Mierda, ¡Anna estaba
abrazando a una de las mayores estrellas de cine del planeta! Podía
no ser el tipo de Cora, pero eso no significaba que las estrellas no la
continuaran deslumbrando.
Max le sonrió a Anna; había un evidente deseo reprimido entre
ellos. Cora casi podía ver chispas volar; su mutuo deseo era tan
obvio. Pero no se besaron, solo envolvieron un brazo por la cintura
del otro, como si estuvieran posando para la foto de la pareja más
perfecta de todos los tiempos.
—Esta es mi amiga, Cora —dijo Anna y Max Mars le dirigió su
preciosa sonrisa. Su notorio hoyuelo apareció, dejando a Cora
totalmente deslumbrada. Abrió la boca y la cerró, quedándose sin
palabras al ver de cerca al hermoso hombre. Tenía el pelo
adorablemente despeinado y llevaba una camiseta que decía: Hago
mis propias escenas peligrosas.
Encontrándose todavía un poco aturdida por estar tan cerca de
una celebridad, dijo lo primero que le vino a la cabeza:
—¿En serio? —Señaló su camisa—. ¿Haces todas tus propias
escenas peligrosas?
Esperaba una respuesta ocurrente, pero en cambio Max Mars
levantó más su ya impresionante pecho.
—Sí —dijo con voz un poco más profunda—. Hago mis propias
escenas peligrosas. Todas.
Acurrucada en el costado de Max Mars, Anna sacudió
ligeramente la cabeza y dijo en voz baja:
—No.
Cora miró a ambos, sin saber a quién creerle.
—Bien, tengo que ensayar. —Max miró a Anna y le dio un
apretón.
—Vale, cariño —dijo Anna de manera casi inaudible para que
nadie más oyera. Cora apartó la mirada; la forma en que los dos se
miraban… quería darles privacidad. Mirando hacia otro lado, esperó
hasta que Anna aclaró su garganta. Ambas observaron a Max irse.
Era un verdadero festín, considerando la forma en que sus
pantalones se moldeaban a su perfecto trasero.
—Es realmente…
—¿Engreído? —Anna terminó por ella—. Sí. Pero es una gran
estrella. Y una de sus próximas películas probablemente lo
nominará para un Ídolo de Oro.
—Iba a decir que se ven muy bien juntos.
Anna sonrió.
—Oh, nos vemos bien. Debería ser genial para las conferencias
de prensa.
—Entonces, espera, ¿estás saliendo con él o es una estrategia
publicitaria?
—Ambos. —Anna la llevó hacia unos asientos a un lado del set.
Horas después, Cora concluyó que los sets de filmación eran
increíblemente aburridos. Anna estaba sentada con la espalda recta
y totalmente enfocada en todo lo que tenía frente a ella, como si el
camarógrafo moviéndose por millonésima vez fuera la cosa más
fascinante jamás vista.
Cora estuvo a punto de sentirse aliviada cuando un asistente de
producción se acercó a Anna.
—A Max Mars le gustaría verte en su remolque.
Cora aprovechó la oportunidad.
—Ve —le dijo a su amiga—. Conseguiré a alguien que me lleve
de vuelta a la ciudad. Puedo volver por ti.
—Creo que puedo conseguir que alguien me lleve. —La sonrisa
de Anna se curvó a sabiendas—. No te preocupes por mí.
Cora salió del set, preguntándose si las Sombras estarían
estacionadas en algún lugar cercano o si realmente necesitaba que
la llevaran, cuando una voz llamó:
—¿Señora Ubeli?
Estuvo a punto de no darse la vuelta, pero un auto apareció a su
lado y un hombre de traje se inclinó por la ventanilla del conductor
con una sonrisa.
—¿Cora?
Redujo la velocidad de sus pasos. ¿Era una Sombra? Su pelo
rubio estaba en punta y parecía vagamente familiar, pero su instinto
le dijo que fuera cautelosa.
—¿Te conozco? —le preguntó al desconocido y él sonrió todavía
más. Había algo raro. Todas las ventanas del auto estaban
polarizadas. Ninguno de los vehículos de Marcus las tenía así.
Cora se percató de ello al mismo tiempo en que las puertas
traseras se abrieron y dos matones se le acercaron.
—Si vienes con nosotros en silencio, no te haremos daño.
Abriendo la boca para gritar, tropezó y perdió preciosos
segundos que podría haber usado para escapar. Uno de los
hombres le pinchó el cuello con un movimiento muy rápido para que
ella lo viera, y su grito salió como un doloroso gorjeo.
Se atragantó y aprovecharon la oportunidad para meterla en el
asiento trasero del auto. Mientras los pateaba, recibió unos cuantos
golpes antes de que uno de los hombres se deslizara a su lado y le
agarrara las piernas. ¡No! No podía dejar que se la llevaran. Luchó
como nunca antes.
Pero el otro hombre rodeó el vehículo y se subió del otro lado, y
los dos juntos la sometieron fácilmente. El hombre de los picos
rubios miraba desde el asiento delantero.
Cora recuperó el aliento y ahora gritaba. ¡Por favor, que alguien
la escuche! El set de filmación había estado lleno de gente. Pero
ahora todas las ventanillas del auto estaban cerradas. Y debían ser
a prueba de ruido, así como también polarizadas, porque sus tres
secuestradores no parecían estar inquietos por sus gritos.
Se tomaron su tiempo para atarle los brazos a la espalda. Uno
envolvió sus manos alrededor de su garganta, cortándole la
respiración hasta que vio manchas moviéndose frente a sus ojos. Le
zumbaban los oídos y no sabía si continuaba gritando o no. Todo lo
que sabía era que no podía respirar. No podía respirar.
¿Esto era todo? ¿Iba a morir aquí mismo? Oh Marcus. No se
suponía que terminara así. Nunca quise…
Volvió a lanzar patadas, pero de manera débil. No sirvió de nada.
Las manchas continuaron moviéndose frente a sus ojos.
Vagamente escuchó al conductor maldecir a los matones,
quienes gruñeron en respuesta.
El mundo se tornó negro.
CAPÍTULO 10

Cuando Cora volvió en sí, su cabeza estaba sobre el regazo de uno


de los hombres. De inmediato empezó a forcejear, pero sus manos y
pies estaban atados. El hombre la levantó para que se sentara
erguida, y ella miró a su alrededor. Su corazón se hundió.
Ya no estaban cerca del estudio, sino conduciendo por un gran
bulevar lleno de comercios abandonados y decrépitos. Cora no
reconoció nada. No tenía ni idea de dónde estaban. Pero donde
fuera que estuvieran, el área parecía carecer en gran parte de vida
humana. Ni siquiera vio peatones alrededor o a alguien que pudiera
ayudarla.
El conductor enfocó su rostro mientras ella parpadeaba y miraba
a su alrededor.
—No queremos hacerte daño —dijo el hombre de pelo rubio en
puntas que conducía—. Obedécenos y estarás bien.
Cora quería hablar, pero le dolía la garganta. Se vio a sí misma
en el espejo retrovisor. Su cuello ya mostraba moretones. Oh, Dios,
¿qué le harían estos hombres una vez que llegaran a su destino?
Tenía que salir de allí.
Se retorció en sus ataduras y sacudió los brazos intentando darle
un codazo a uno de los silenciosos matones a su lado, quien la
atrapó y la miró con rostro aterrador e inexpresivo. La boca de su
estómago vuelta ácido amenazaba con mostrarse.
—Compórtate o enviaré a mis hombres a buscar a esa
preciosidad de sudaca para hacerla pagar —advirtió Pelo de púas
desde el frente del vehículo.
Cora se congeló. No tenía ni idea de quiénes eran estos
hombres o si tenían el poder de cumplir esa amenaza. Pero la
verdad era que la habían atado demasiado bien. Incluso si lograba
inmovilizar a alguno de ellos, no podría correr a ninguna parte; no
con los tobillos atados de esta manera.
Aun así, se empeñó en fulminar con la mirada al conductor de
manera desafiante hasta que se volvió para conducir el auto. Los
hombres a ambos lados de ella estaban en silencio y, aparte de
ligeros toques en sus brazos para estabilizarla, mantenían las
manos quietas.
Por la posición del sol, Cora se dio cuenta de que se dirigían al
sur y un poco al este, a un lugar debajo de la ciudad de New
Olympus que se utilizaba principalmente para el transporte marítimo.
Se acercaron a los grandes muelles y Cora reconoció la frontera de
una zona de la ciudad llamada Styx. Estaban cerca del territorio que
su esposo controlaba. Sintió un rayo de esperanza.
El vehículo atravesó las puertas hacia un área cercada. Más allá
del muelle vacío y el almacén, Cora alcanzó a vislumbrar el océano.
Cuando se estacionaron, recibió otra advertencia para que guardara
silencio, y se dio cuenta de lo inútil que era luchar. Estaban en un
páramo de edificios comerciales abandonados junto a los muelles.
No habría nadie que la oyera gritar.
En vez de eso, le dijo a Pelo de púas:
—Sabes quién soy, así que supongo que sabes quién es mi
esposo. —Su voz todavía era ronca debido al bastardo que la había
estrangulado hacía un rato. Probablemente estaría así por un
tiempo.
Uno de los delincuentes que estaba callado le sujetó el brazo
como advertencia, pero Pelo de púas asintió.
—Así que ya sabes lo que le hace a la gente que me amenaza.
—Podría ser que Marcus no estuviera aquí en este momento, pero
aún podría ser su escudo.
—No te estamos amenazando. Nuestro jefe quiere hablar.
Pelo de púas hizo un movimiento y cortaron la cinta que le ataba
los tobillos, empujándola hacia un edificio que estaba al otro lado del
estacionamiento, en un hangar lo suficientemente grande como para
dos aviones pequeños.
Cora resistió un poco tensando sus piernas, pero sus captores
sencillamente la arrastraron consigo. Sus botas arañaban el suelo.
Un pensamiento salvaje se apoderó de ella… al menos había usado
el atuendo perfecto para ser secuestrada: duradero y cómodo.
Esperaba que su jefe lo aprobara. Una risa comenzó a brotar desde
su interior, quedando atrapada en su garganta seca y magullada.
Respiró con dificultad y se sintió mareada.
A mitad del camino pudo volver a poner los pies sobre la tierra, y
logró llevar suficiente aire a sus pulmones para preguntar:
—¿Quién es tu jefe?
Pelo de púas simplemente condujo al grupo a las escaleras a un
costado del edificio hasta una oficina terminada, y Cora vio por sí
misma quién había ordenado su secuestro. Se quedó sin aliento.
Philip Waters llevaba un traje a rayas, luciendo elegante e
intimidante —si no es que más que antes—, con el sol que brillaba a
través de las grandes ventanas reflejándose sobre su enorme
cuerpo.
—Cora Ubeli. —Sonrió, con sus blancos dientes resplandeciendo
sobre su oscura piel. Se acercó, saludándola como un viejo amigo.
Ella se habría parado en seco, pero los matones la empujaron hacia
adelante. Cuando el hombre gigante se acercó, su mirada se posó
sobre su clavícula, y suspiró—. Dije que no usaran la fuerza.
—Se resistió —Pelo de púas sostuvo su teléfono desechable—.
Su conexión con Ubeli.
—Que se puede rastrear, idiota —rugió Waters. Cora tembló y
sintió que el miedo empezaba a calar, aunque su ira no estaba
dirigida a ella. Este hombre era extremadamente peligroso. ¿Qué
era lo que le iba a hacer? Su cabeza calva se sacudió mientras
ordenaba—: Deshazte de él.
No estaba segura de si sentía terror o satisfacción al ver a Pelo
de púas salir corriendo. Se encontraba sola con los dos matones y
su aterrador “anfitrión”.
—Mis disculpas, señora Ubeli. Le prometo que no le sucederá
nada más —le dijo la araña a la mosca.
Lamiéndose los labios, encontró que su garganta estaba
demasiado seca para responderle. Terminó por asentir con la
cabeza.
—¿Puedo ofrecerte un trago? —preguntó Philip. Caminó de
vuelta a las ventanas donde había unos cuantos sofás de aspecto
moderno dispuestos alrededor de una zona de bar. El océano se
extendía tras él—. ¿Algo para aliviar tu garganta, quizás?
—¿Qué tal si me llevas a mi apartamento?
La miró por encima de la botella de la que estaba sirviendo y el
corazón de Cora se encogió. Una sonrisa se extendió por su rostro y
se rio.
—A su debido tiempo, mi señora.
¿Eso significaba que no quería matarla en donde estaba? Él y
Marcus se habían mirado con tanto odio en esa fiesta… Pero si esto
era un juego, su mejor apuesta era empezar a jugar. De todos
modos, no podía correr o pelear. Si le agradaba tanto como para
reírse, entonces tal vez no la mataría. De cualquier manera, no
debía mostrar miedo. Un depredador sentiría esa debilidad. Marcus
por lo menos le había enseñado eso.
Cora mantuvo su cabeza en alto mientras caminaba y tomaba
uno de los asientos en la barra.
Waters vertió diferentes cosas en una copa y se la entregó.
Bebió educadamente, contenta de probar algo parecido al chocolate
caliente.
—¿Estás convirtiendo esto en un restaurante? —Cora miró
alrededor del gran espacio vacío con una esquina en construcción.
—No es un mal concepto.
—La vista es agradable. —Miró el océano, preguntándose si
podría encontrar una forma de escapar por la edificada orilla hasta
los muelles cerca de Styx si se paraba en el rincón más alejado y
miraba hacia la izquierda.
—Ah, sí, mi favorita. Nací en un barco, ya sabes. Soy hijo de
inmigrantes ilegales que entraban de contrabando en el país. Recibí
la doble ciudadanía por ello. Mi primer golpe de suerte.
Él le ofreció su propia bebida y, después de un segundo, Cora
chocó su copa con la suya. Un secuestrador y el secuestrado
pasando el rato, bebiendo como dos viejos amigos.
—Ya es algo tarde, pero quiero que sepas que tenía la intención
de devolverte las llamadas —explicó—. Tu buzón de voz se borró de
mi teléfono.
Los dientes blancos estaban de vuelta junto con su sonrisa. El
hombre le recordaba a un tiburón.
—Entiendo, bella dama. No tuve problemas en esperar, pero
fuerzas más allá de mi control cambiaron mi fecha límite.
Cora contempló su bebida, deseando que sus manos no
temblaran.
—Entonces, ¿quieres una consulta?
—No será necesario en este momento. Por ahora solo deseo el
placer de su compañía. En unas horas nos reuniremos con su
marido, que está ansioso por negociar su libertad. —Su voz era
suave como la seda.
Ajá. Así que por eso estaba aquí. Ya la habían usado de esta
manera. AJ la había usado como rehén para obligar a Marcus a
revelar la ubicación del cargamento. Y vaya, cómo había sido el
resultado.
Cora había tratado de escapar de la oscuridad, pero esta seguía
tirando de ella. Tal vez este era su castigo.
Ahora miraba fijamente a Philip Waters, adoptando su
comportamiento calmado y controlado. Quería preguntar qué estaba
pasando, pero no quería enfadarlo. ¿Sabía él lo que le esperaba?
Marcus no veía con buenos ojos a los que tomaban lo que
consideraba suyo.
Decidió seguir con su plan de ser el mejor rehén jamás antes
visto y preguntó:
—¿En unas horas? —Miró al sol, se mordió el labio y pensó en
Brutus lloriqueando solo en su apartamento, preguntándose dónde
estaba.
—Nuestro encuentro es al atardecer. ¿Hay algo que necesites?
—Mi perro está solo en mi apartamento… necesitará que lo
paseen. Es un cachorro.
—Le avisaremos a alguien —le aseguró Waters.
Cora parpadeó hacia él con las cejas fruncidas.
—Gracias.
Se rio.
—¿Te preocupas por tu perro y no por tu propia vida?
—Puedo hacer algo por mi perro. Pero no puedo evitar que me
hagas algo. —Apretó sus manos entre sus piernas para detener sus
temblores.
—Práctico y encantador. —Waters brindó por ella y levantó la
mirada sorprendida hacia sus ojos marrón oscuros—. Marcus es un
hombre muy afortunado.
Continuando la conversación más surrealista que había tenido
en su vida, soltó:
—Estamos separados. Pedí el divorcio.
Waters ladeó su hermosa cabeza.
—Interesante. No lo mencionó en nuestra última conversación.
—Le dije que quería el divorcio. Me mudé a mi propio
apartamento y empecé un negocio y todo. —No sabía por qué le
estaba contando todo eso.
La puerta se abrió y ambos vieron a Pelo de púas entrar.
—El encuentro es a las seis y media. Aceptaron cada requisito.
Waters miró a Cora con suficiencia.
—A pesar de todo, tu esposo todavía se preocupa por ti
profundamente. Llevo dos meses intentando programar una reunión
y no tuve éxito. Pasan dos horas después de traerte hasta aquí y me
da todo lo que quiero.
Se hundió en su asiento; no pudo evitarlo. Ella era la debilidad
de Marcus; todos lo sabían. Necesitaba separarse de él por su bien
y por el de ella. Pero ahora que el mundo criminal los asociaba
como uno solo, ¿sería demasiado tarde?
Waters había salido de detrás de la barra para darles órdenes a
sus hombres. Cora se giró cuando escuchó su nombre.
—El perro de Cora necesitará que lo paseen. —La miró y ella se
obligó a sonreír un poco.
—¿Por qué quieres reunirte con mi marido? —preguntó cuando
los hombres abandonaron el lugar. Tal vez este hombre podría darle
las respuestas que Marcus nunca le daría.
Waters le dedicó fruncir el ceño desconcertado.
—Me oculta algunas partes de su negocio.
—Ah —se rio—. ¿Quizás esa es la razón de su disputa
conyugal?
Eso resultó ser muy personal, así que no dijo nada. Philip Waters
parecía intrigado por ello y Cora se complació, porque a él le hizo
bastante feliz compartirlo:
—Me debe dinero. Bastante en realidad. Teníamos un acuerdo.
Ahora tenemos un… desacuerdo. Confío en que se pueda resolver
sin demasiado derramamiento de sangre. —Cora se estremeció de
miedo. ¿Demasiado?—. Ayudaría, en realidad, si le animaras a
hablar conmigo —dijo la última parte con entusiasmo, como si
reclutarla como aliada le hiciera olvidar a Cora todos los problemas
que él mismo había causado.
No obstante, lo meditó.
—¿Está mi esposo en peligro?
—De mí no. No si consigo lo que quiero. —Una sonrisa apareció
juguetonamente en sus labios—. Para alguien que quiere
divorciarse de su marido, parece que te preocupas mucho por él.
No respondió.
CAPÍTULO 11

Marcus mataría a Philip Waters por esto. El hombre no tenía excusa.


Conocía el código. A las mujeres y a los niños se les dejaba por
fuera de sus negocios.
Pero no quedaba honor en el mundo y Marcus debió haberlo
sabido. No debió haberle dado a Cora ninguna opción en esa
maldita cafetería. Debió haberla puesto sobre su hombro y
arrastrarla al piso franco con él. ¿Cuántas veces cometería el mismo
error? Nunca tendría la oportunidad de ganársela si estaba muerta.
Sus puños se cerraron, queriendo romper algo, preferiblemente
la cara de Philip Waters. Pero por ahora todavía no. No hasta que
viera a Cora sana y salva. Marcus avanzó por detrás de Waters a lo
largo de los muelles con Sharo a su espalda.
—Si tan solo hubieras sido razonable y hubieras aceptado mi
petición de reunirnos —dijo Waters—, nunca habría recurrido a esto.
¿Por qué no discutimos los términos y luego te llevo con ella?
—No vas a obtener una mierda hasta que la vea —gruñó Marcus
mientras apretaba las manos.
Waters suspiró.
—Por aquí. —Los llevó a un gran almacén—. Aquí está. Sana y
salva.
¿A salvo?
Uno de los matones de Waters se encontraba sosteniendo una
pistola en la sien de Cora, quien estaba pálida y con los ojos muy
abiertos por el miedo.
—Quiero hablar con ella. —Marcus mantuvo su voz firme y
controlada. Si ese idiota que sostenía el arma cometía el más
mínimo error de mover el dedo… El pecho de Marcus se enfrió con
rabia y con un terror que no quería examinar muy de cerca.
—Adelante —dijo Waters—. Sentémonos, ¿sí? —Hizo un
ademán hacia una larga mesa.
Marcus no le quitó los ojos de encima a Cora. El bastardo con la
pistola en su cabeza la empujó para que tomara asiento en un
extremo de la mesa, y Waters le hizo un gesto a Marcus para que se
sentara en el otro extremo. Sharo se puso detrás de Marcus junto
con dos Sombras más.
El propio Waters se sentó al lado de Cora y otro hombre se
inclinó para encadenar su tobillo a la mesa. Los dedos de Marcus se
morían de ganas de acribillarlos a todos a balazos.
—¿Estás bien? —le preguntó a Cora, ignorando a todos los
demás en la sala.
Asintió mientras temblaba, tratando de poner una sonrisa y
fallando en el intento.
—El señor Waters solo quiere hablar. Me ha asegurado que una
vez que lo escuches, me dejará ir.
¿Tenía moretones alrededor del cuello? Marcus apretó los
dientes de manera tan fuerte que pensó que podrían romperse.
No pienses en eso ahora mismo. Solo sácala de aquí. Ponla a
salvo. No llegaste demasiado tarde esta vez. Todavía puedes
salvarla.
Marcus luchó contra la rabia que hervía dentro de él. Puso el
gran maletín que había traído consigo sobre la mesa.
—Hagámoslo —le dijo a Waters sin dejar de mirar a Cora.
Waters fue directo al grano:
—Esta es una reunión hostil y sabes por qué estamos aquí. Y
aun así, mis esperanzas eran que siguiéramos haciendo negocios
juntos.
—La negociación termina cuando secuestras a uno de los
nuestros. Dejamos a la familia fuera de esto.
—Ah sí, tu código. No le he hecho daño, ha pasado una tarde
tranquila y volverá a ti sana y salva. —Philip le sonrió a Cora como
si estuviera sentada en un almuerzo, no en una tensa negociación
con una pistola en la cabeza—. Como tú, solo quiero lo que es mío.
—Los moretones en su cuello dicen otra cosa. —Marcus no pudo
evitar gruñir.
Waters frunció el ceño.
—Una desafortunada falta de comunicación con mis hombres. Mi
intención nunca fue dañarla, en la medida en que nuestros negocios
concluyeran en buenos términos.
Cada palabra que salía de la boca de Waters solo hacía que
Marcus se sintiera más homicida. Empujó el maletín, el cual se
deslizó por la larga y brillante mesa y se detuvo a pocos centímetros
de la mano de Waters. Marcus vio a Cora mirar fijamente al hombre
mientras lo abría y revisaba los numerosos fajos de billetes grandes.
La tensión en la sala aumentó cuando Waters cerró el maletín, lo
aseguró con llave y se lo entregó a uno de sus hombres.
—Tú has cumplido, yo he cumplido. —Philip le hizo un ademán a
Cora—. Ahora, hablemos. No seremos otra cosa que no sea
civilizados; tienes mi palabra.
Marcus apenas se detuvo a sí mismo de burlarse en voz alta.
—Tu palabra terminó en el momento en que te llevaste a mi
esposa. Ahora, tu palabra no significa nada para mí.
—Significó algo para tu padre. —Waters juntó sus manos delante
de él con una expresión respetuosa.
—Ese dinero es para que Cora vuelva a salvo. No tiene nada
que ver con nuestro acuerdo comercial.
—Y aun así no lo veo como un rescate, sino como el pago de la
deuda que me debes. —La temperatura de la sala descendió hasta
bajo cero mientras Waters continuaba—. Los términos originales de
nuestro acuerdo eran que entregaríamos el primer cargamento y
recibiríamos el pago. Pero en vez de eso y a cambio de nuestra
entrega, no recibimos nada más que una investigación
gubernamental oficial sobre nuestro comportamiento en aguas
internacionales.
—Los términos cambiaron cuando la policía incautó el
cargamento. Estuviste de acuerdo con el cambio.
Cora se sentó más erguida, evidentemente dándose cuenta de
que Waters se refería a la noche con AJ en los muelles. La última
vez que Marcus le falló y puso su vida en peligro.
—Sí, y luego revisamos las cosas con más cuidado. Planeamos
esa reunión durante meses. Me aseguraste que no habría
problemas. Solo puedo asumir que tú o tu callado socio no hicieron
su trabajo. —Philip Waters se detuvo y respiró hondo. La cabeza de
Cora se inclinó y sus hombros se hundieron mientras Waters se
enfadaba cada vez más a su lado. Marcus tenía que calmar la
situación, y rápido. No quería que Cora se traumatizara más de lo
que ya estaba.
—Los sucesos de esa noche fueron… lamentables —dijo
Marcus, manteniendo su voz tranquila y retomando el control de la
conversación.
—Y tu responsabilidad —insistió Waters.
—Estoy dispuesto a aceptar la culpa. —Marcus inclinó la cabeza,
dándole la razón a Waters, aunque solo fuera para eliminar el nivel
de tensión en la sala. Aun así, no pudo evitar soltar una condición—.
Al menos, hasta que sepa más sobre lo que realmente sucedió esa
noche.
—Me parece muy bien —dijo Waters, con su impaciencia
ascendiendo de nuevo a la superficie—, pero estamos recibiendo
nuevos informes que nos preocupan. Hay pruebas de que el
cargamento en cuestión ya ha sido distribuido sin que nosotros
recibamos una parte.
¿Qué? ¿De qué estaba hablando?
—No ha habido distribución… no por parte de mis hombres.
—Alguien lo está vendiendo, porque las personas están
comprando una droga que se parece mucho a la nuestra. En todo
caso, este lanzamiento anticipado demuestra lo popular que será la
droga.
Marcus entrecerró los ojos.
—¿Qué quieres, Waters?
—Tienes una semana para probar que las drogas están bajo tu
custodia y que vuelves a tener el control de la distribución. Si no, me
veré obligado a encontrar otros inversores y canales de distribución.
Estoy seguro de que estás de acuerdo en que nos conviene
encontrar al mejor socio que pueda distribuir.
—Solo hay una pieza clave que puede distribuir en el mercado
de New Olympus. Lo estás mirando. —Marcus miró fijamente a
Waters, pero el gran hombre se encogió de hombros. Sus largos
dedos desnudos, excepto por su anillo de ónix, golpearon la mesa.
—Tengo a algunos otros que quieren trabajar para mí, y un grupo
está especialmente ansioso. Te lo informo por cortesía, porque si
decidimos usarlos, el dinero que ganen con este trato puede
financiar una incursión en tu territorio.
Sharo habló por primera vez, pero no se dirigió a Waters.
—¿Habla de quién creo que habla? —preguntó a la sala en
general con su profunda voz resonando.
—De hecho, sí —respondió Waters —. Si no puedes darme lo
que quiero, debo buscar otros socios. Y muy bien podrían ser tus
enemigos acérrimos, los Titan.
Los ojos de Cora se abrieron solo un poco más, pero por lo
demás se quedó quieta.
Marcus mantuvo su apático rostro. Pocos sabían de la conexión
de su esposa con los Titan, que era la hija de Demi Titan; y él
prefería que continuara así.
—Los Titan no han estado en este mercado desde hace más de
una década. Yo debería saberlo. Fui yo quien los echó.
—Y están ansiosos por usar su conocimiento previo para
reconstruirse. —Philip extendió sus grandes manos como para decir,
¿qué quieres que haga?
—No quieres tratar con ellos más de lo que nosotros queremos
—dijo Sharo.
—Al contrario, no me guardan rencor. —Waters nuevamente se
encontraba jugando con su anillo de ónix, dándole vuelta.
—Dales tiempo —replicó Sharo con voz acalorada.
Marcus tomó el control.
—No estarán contentos con dejarte gobernar las aguas. Lo
quieren todo.
En aquel entonces, los Titan, dirigidos secretamente por Demi,
habían estado hambrientos por el poder y el territorio a cualquier
costo. Ahora que ella volvía a estar a cargo, no iba a verse afectada
por ningún rival si se salía con la suya.
—Y no operan con un código. Un día querrás salir y te
arrepentirás de haber hecho negocios con ellos.
—Dado que has estado negociando de mala fe, no estoy seguro
de que pueda confiar en nada de lo que dices. —Waters miró a
Marcus—. Tu padre era honesto. Esperaba más de su hijo.
Marcus lo miró fijamente.
—Esta reunión ha terminado. Tienes tu dinero. Dame a mi
esposa.
Waters asintió, levantándose. Los hombres de la mesa también
lo hicieron. Cora permaneció sentada con el arma todavía sobre
ella.
—Estoy seguro de que tienes el suficiente valor para enfrentarte
a mí y a los Titan. Pero piensa en el precio que podrías pagar. —
Miró fijamente a Cora.
¿Se atrevió a amenazar a Cora delante de las narices de
Marcus? ¿Además de todo lo que ya había hecho? Era un hombre
condenado a muerte.
—Déjala ir —ordenó Marcus siniestramente.
Waters lanzó una llave sobre la mesa.
—Libre para ti.
Marcus se movilizó hacia adelante, aun cuando Waters todavía
se encontraba yéndose con su gente. Girando la llave, se arrodilló
junto a Cora para abrir la cadena.
—¿Estás bien? Tenemos que irnos.
La ayudó a levantarse y la llevó a la puerta más lejana. Tembló
bajo sus manos, pero él no se atrevió a detenerse. Definitivamente
Waters todavía tenía ojos y armas sobre ellos. Una vez que salieron
del almacén fueron rodeados de inmediato por Sombras, pero
Marcus no respiró tranquilo hasta que estuvieron dentro de un
todoterreno negro que se dirigía fuera del estacionamiento.
Más que nada, Marcus quería enviar de inmediato a sus
hombres tras Waters por haberse atrevido a tocar lo que era suyo,
por hacerla temblar de miedo. Envolvió su brazo alrededor de Cora
y la acercó a su lado. Ella no se resistió en absoluto; así de
asustada estaba; muerta de miedo. La furia le golpeaba a Marcus la
caja torácica, como si fuera una horrenda criatura con alas.
Sharo se giró desde el asiento del pasajero para mirar hacia
atrás.
—¿Vas a ordenar el ataque?
Marcus lo fulminó con la mirada. Sabía que no debía hablar de
los negocios de esa manera delante de Cora. Sharo asintió y se
volvió hacia delante.
Marcus puso dos manos sobre los hombros de Cora e inclinó su
cabeza hacia la de ella.
—¿Te ha tocado?
Ella entrelazó sus manos con las suyas y le miró directo a los
ojos. Dios, tocarla lo era todo. Estar nuevamente así de cerca.
—No. En realidad, fue educado.
Cora dejó caer sus manos mientras él tomaba su cabeza,
inclinándola suavemente para examinar las marcas que esos
malditos le habían hecho en el cuello. Su mano pasó por encima de
su pulso, sin atreverse a rozar los moretones que se encontraban
estropeando su piel. La bestia en su pecho rugió.
—Lo pagarán —gruñó—. Les haré pagar por cada moretón.
—Estoy bien.
—Pusieron una pistola en tu cabeza.
Cora se mordió el labio.
—Creo… creo que quería que la reunión saliera bien.
La boca de Marcus se tensó, pero no dijo nada. En ese momento
no confiaba en sí mismo y no quería asustarla más. Su familia y
Waters habían sido aliados durante mucho tiempo, pero después de
hoy, solo podían ser enemigos.
Cora frunció el ceño y le tomó la mano.
—Es mi culpa.
¿Ahora de qué estaba hablando?
Le agarró la mano con más fuerza.
—Me escapé del guardia en el set de filmación. —Tragando con
fuerza, continuó—: Si no lo hubiera hecho, nunca habrían sido
capaces de tomarme.
Joder, pero ella era dulce. Demasiado buena para él, pero lo
sabía desde hacía mucho. Cora se encontraba con la mirada gacha,
así que Marcus le levantó la cara con un dedo bajo su barbilla.
Cuando continuó con la mirada ausente, él se le acercó, tirando de
sus piernas sobre su regazo. Cora se resistió solamente por un
momento.
—Waters y yo hemos estado peleando por mucho tiempo.
Se movió, levantándola en su regazo. Tal vez era un bastardo
por usar esto para tener un momento de intimidad con ella, pero
después de recibir la llamada de Waters y escuchar que había sido
secuestrada, la necesitaba cerca. Aparentemente ella también lo
necesitaba, porque se inclinó hacia él.
Mantuvo su voz suave mientras murmuraba en su pelo:
—Llevarte consigo fue su manera de llamar mi atención. Ahora
que la tiene, veremos qué es lo que hará.
—¿Así que no estás enfadado conmigo? —susurró tan suave,
como si fuera consciente de todos los demás en el auto y quisiera
que solo él lo escuchara.
—¿Enfadado? No. Pero cada vez que te escapas —sus brazos
la estrujaron—, me siento tentado a secuestrarte yo mismo y atarte
a la cama.
Cora tragó con fuerza y se le cortó la respiración. Tal vez porque
debajo de ella él se estaba poniendo duro. No pudo evitarlo. La
tenía tan cerca, con su suave y delicioso cuerpo finalmente en
contacto con el suyo. Además, después del enfrentamiento con
Waters y el alivio de tenerla finalmente a salvo en sus brazos… él no
era más que un hombre.
Cora obviamente sintió aquello, pero no se alejó. Suspirando, se
metió debajo de su barbilla, relajándose solo cuando sus brazos la
envolvieron lentamente para abrazarla. Fue lo más sereno que
Marcus había sentido en meses. Esto era lo correcto. Así debían ser
las cosas. Juntos, vieron el horizonte de New Olympus aproximarse.
Cuando el auto entró en los límites de la ciudad, Cora se agitó.
—¿Adónde me llevas?
—A un lugar seguro… —Marcus empezó a decir, y su cuerpo de
repente se tensó mientras se alejaba de él.
—No, quiero ir a casa.
—Necesitamos…
—No me lleves a la finca. —Agarró la tela de su camisa—. No
me importa adónde me lleves, pero no me hagas volver allí.
¿Era aquello una pista de lo que había sucedido esa noche? ¿AJ
realmente se había atrevido a llevársela de la maldita propiedad
familiar de Marcus? ¿Pero cómo? Marcus había interrogado una
docena de veces a los guardias de servicio de esa noche. Miró a
Cora, esperando que soltara más.
Pero de repente ella miró a su alrededor como si se hubiera
dado cuenta de lo silencioso y quieto que se había quedado el auto.
Se soltó de la camisa de Marcus y miró por la ventanilla, dejándolo
fuera.
Quería presionarla. Quería saber qué había pasado esa noche.
Pero ella había pasado por otro trauma y tendría que esperar.
—Bien.
Le ordenó al chófer que se dirigiera al club Chariot.
Cora lo miró.
—Vale. Pero una vez que lleguemos allí, hablaremos.
CAPÍTULO 12

Una vez allí, Marcus condujo a Cora a una habitación privada en la


parte trasera. Normalmente iba allí para las noches semanales de
póquer con sus socios y subordinados clave. Había una gran
variedad de comida sobre la extensa mesa, que le recordaba a la
que acababan de dejar atrás.
Marcus y Sharo dejaron a Cora por un momento para hablar con
las Sombras en voz baja. Luego volvieron a entrar y tomaron
asiento.
Cora estaba sentada esperando. Todo se sentía como en los
viejos tiempos, Marcus afuera haciendo negocios mientras ella le
esperaba.
Respiró hondo y decidió que no iba a esperar más. Cuando
Marcus dejó de dirigirle la palabra a sus hombres, ella se encontró
de pie en la puerta con los brazos cruzados.
Sus ojos entraron en calor mientras se acercaba a ella, pero sus
siguientes palabras lo detuvieron en seco:
—¿Qué está tramando mi madre? ¿Qué sucede con los Titan?
Vio, fascinada, cómo la máscara caía de golpe para cubrir su
expresión. Estaba tan acostumbrada a verlo con las defensas abajo,
que ver cómo se enfrentaba ante ella como si fuera uno de sus
enemigos era algo nuevo. Inclusive fascinante.
Se movió hacia ella, llevándola de vuelta a la habitación con la
fuerza de su cuerpo. Ella se lo permitió, e incluso se sentó en la silla
que le sacó.
—¿Has comido? —No esperó una respuesta. Llenó un plato con
los platillos hogareños de la mesa—. Necesitas comer. —Puso el
plato delante de ella, lleno de pollo al verdicchio. Se le hizo agua la
boca. Olía bien.
No obstante, tomó su tenedor y lo apuntó hacia él.
—Querías que hablara contigo. Estoy aquí, escuchando. Así que
habla. Dime a qué me enfrento.
Ya no podía ser la chica que ignoraba todo. Todavía no quería
tener nada que ver con el mundo de Marcus, pero no parecía que
éste fuera a dejarla ir tan fácilmente. Si iba a vivir en la luz, tenía
que ser consciente de las sombras y de cómo evitarlas.
Tomando su propio plato, Marcus se sentó a su derecha, entre
ella y la puerta. Una leve sonrisa se dibujó en sus labios.
—Y pensar que una vez fuiste un dócil ratón de campo.
Empezó a comer, arqueando una ceja y moviendo la cabeza
hacia el plato de Cora. Ella no le sacaría nada más hasta él que se
saliera con la suya, así que se llevó la comida a la boca. En el
momento en que lo hizo, el sabor explotó en su lengua.
Un gemido de placer debió haber escapado de sus labios porque
Marcus le dio un leve golpe en el codo de manera intencional; se dio
la vuelta para encontrarse con el pleno fulgor de su sonrisa. La boca
de Cora casi se abrió al verlo, pero terminó por tragar la comida y
murmurar:
—Está delicioso.
—Dos meses sin la comida de Gio. Te lo merecías. —Apoyó su
mano en su rodilla, provocándole pequeños hormigueos punzantes
directos en su centro. Su cuerpo recaía en los viejos hábitos
siempre que estaba cerca de él. Sus ojos se cerraron. Debería alejar
su pierna. Y lo haría. En un minuto. O cinco.
Agh, ¿qué le pasaba?
Alejó su rodilla de la caricia de Marcus.
—Háblame de mi madre.
Él dejó escapar un largo y doloroso suspiro.
—Iba a protegerte de esto…
—Despierta, Marcus, no está funcionando —dijo, un poco
sorprendida por su propia franqueza. El estilo directo de Olivia se le
estaba contagiando. Marcus se quedó quieto, una señal de que él
también estaba sorprendido. Cora puso su mano sobre la de él,
condenándose por la acción porque la electricidad había vuelto. Aun
así, no se alejó.
—Tú no tienes toda la culpa. He estado tratando de ignorar todo.
Pero ya no me está funcionando y necesito parar. ¿Qué pasa?
Estoy cansada de no saber.
—Waters te puso en medio de esto —gruñó Marcus—. Es
hombre muerto.
Cora sintió un escalofrío; sabía muy bien que él cumpliría esa
promesa. La imagen del inerte y desfigurado cuerpo de AJ le pasó
por la mente. Y el sonido de la sierra mientras se preparaban para
cortarlo en pedazos y enviarlo a los Titan como un “mensaje”. Nunca
olvidaría el sonido de la sierra penetrando el aire nocturno.
La comida ya no parecía tan apetitosa. Apartó su plato y,
respirando profundamente, levantó la vista y se encontró con la
mirada de Marcus.
—Estoy involucrada sin importar qué. Estar casada contigo tiene
un precio. No solo estar despierta hasta altas horas de la noche y
estar rodeada de hombres con armas, o la posibilidad de que me
disparen mientras como en un restaurante. Yo también tengo que
participar en esto, y tú me ocultas información.
—Esta no es tu lucha.
—Marcus, lo que no conozco me hará daño. No sé qué buscar,
no sé quién es la amenaza. No sé quiénes son tus enemigos.
—No deberías tener que preocuparte por esas cosas. —La vena
de su frente era visible, una clara señal de que no le gustaba lo que
estaba diciendo.
Qué lástima. Era la verdad. Marcus pensaba que podía
controlarlo todo; pero por mucho que quisiera fingir lo contrario, no
era un dios. No podía ver todo a la vez y estar en todos lados a la
vez.
—Me tratas como a una niña, pero no soy una niña. Soy una
mujer adulta. Te casaste con una mujer y necesito saber a qué nos
enfrentamos.
—Tiene razón —dijo Sharo. Cora se volvió hacia él,
parpadeando. Nunca esperó su apoyo. Marcus lo fulminó con la
mirada, pero el enorme hombre podía cargar con la culpa—. No es
imprudente porque sea tonta. Solo es ignorante.
—Gracias —le dijo Cora y luego frunció el ceño—. Creo.
Marcus los fulminó con la mirada a ambos.
—Otra razón por la que no quiero que te involucres. Si te atrapa
la policía puedes negarlo todo.
Cora se mofó y levantó las manos.
—Marcus, sé que Santonio tiene un montón de mujeres. Sé que
los hermanos DePetri llevan cargamentos de contrabando por toda
la costa. No sé qué venden los hombres de Rosco en las calles,
pero sospecho que venderían lo que tú quieras.
Marcus parecía querer interrumpir, así que Cora continuó antes
de que pudiera hacerlo.
—Cenamos con ellos; hablan, y también lo hacen sus chicas. No
soy idiota. Puedo unir las piezas.
Marcus empujó su silla para encararla.
—No entiendes mi negocio. No te toca. —Golpeó la mesa con un
dedo acusador—. Estás fuera de esto.
Tal vez antes se habría sentido intimidada. Pero no ahora. No
después de todo lo que habían pasado juntos; lo bueno, lo malo y lo
feo.
—No. —Sacudió su cabeza rotundamente—. Ya no puedes
tomar esta decisión por mí. Quiero saber. Si no me lo dices,
entonces no quiero volver a verte nunca más.
Pero él también sacudió la cabeza. Tan terco como siempre.
—Seguirás estando fuera de esto. Mi padre siempre mantuvo a
mi madre fuera. Cuando las cosas se ponían más difíciles, ella lo
apoyaba, pero solo conocía la superficie.
—¡Y mira lo bien que le fue!
Marcus echó su silla hacia atrás como si Cora le hubiera dado
una bofetada. Bien podría haberlo hecho.
Se encogió de miedo y se pasó una mano cansada por la cara.
Era una persona horrible por echarle en cara la muerte de su madre
de esa manera.
—Marcus, yo… lo siento. Nunca debí… —Sacudió la cabeza—.
No puedo hacer esto.
Se levantó, echando su silla hacia atrás y corriendo en dirección
al baño de empleados. Ya no podía soportar estar en la misma sala
que él. Era demasiado duro. Joder, todo lo era.
Esconder la cabeza bajo tierra tenía una mala reputación. Era un
gran plan, en verdad. Ahora bien, salir a tomar aire fue la idea más
estúpida que había tenido en mucho tiempo.
Cerró de golpe la puerta del baño y respiró hondo. Caminó hasta
el lavabo y abrió los grifos a todo chorro. Se inclinó y se mojó el
rostro. Una y otra y otra vez.
Pero no pudo limpiarse. Nunca podría estar jodidamente limpia.
No importaba cuántas veces se frotara el cuerpo de arriba a abajo.
A veces tomaba duchas tan calientes que su piel terminaba por
ampollarse, pero aun así, eso no se iba. La sangre de Iris se había
filtrado a través de los poros de Cora hasta llegar a sus huesos.
Nunca se limpiaría de ella.
Al principio no escuchó la puerta abrirse, no hasta que se estrelló
contra la pared.
Sus ojos se dirigieron al mugriento espejo y allí estaba Marcus,
cerrando la puerta con la fuerza con la que la había abierto.
—¿Qué…?
Pero no tuvo tiempo de terminar su pregunta ni de hacer
cualquier otra cosa, porque antes de que pudiera siquiera cerrar los
grifos de agua, Marcus había cruzado el espacio y la tenía en sus
brazos.
La empujó contra la pared y acunó su cara en sus manos.
—Nunca dejaré que te pase lo que le pasó a mi madre. Nunca.
—Sus manos temblaban, y en el crudo dolor de su rostro, ella pudo
verlo.
Dios santos. Él había tenido razón.
Ella realmente había tenido el poder desde el primer momento.
Oh, Marcus.
¿Cómo le estaba rompiendo el corazón cuando no le quedaba
nada que romper? Cora quería envolverlo con sus brazos. Se veía
tan perdido.
—Quería que fueras pura —susurró.
—¡Entonces no me quieres! —Trató de alejarlo, pero no se lo
permitió.
Y al momento siguiente, sus labios se estrellaron contra los de
ella, quien lo agarró de los hombros sin saber si intentaba acercarlo
o alejarlo. Pero al instante siguiente, se puso de puntillas, gimiendo
en su boca, y dando lo mejor de ella.
Sus caderas se empujaron frenéticamente a las de él y su pierna
derecha se enganchó alrededor de sus caderas para poder
presionar su pelvis más cerca. Quería, necesitaba estar cerca de él,
como si fuera su segunda mitad. Cuando estaba dentro de ella, se
sentía completa.
Esto, al fin, no era un sueño; y ella nunca lo había necesitado
más.
—Cora. —El gemido de Marcus fue profundo y salvaje, sacado
de las profundidades de su corazón. Él tomó su cabeza; sus dedos
se enredaron en su alborotado pelo—. Necesito…
Marcus tenía los ojos muy abiertos, con las pupilas dilatadas. Su
pecho subía y bajaba, con los rugidos de sus pulmones latiendo
mientras se tambaleaba al borde del control. Cora asintió
frenéticamente, ayudándole a subir su falda. Ella también lo
necesitaba.
Con un tirón, la gran mano de Marcus le rasgó las medias, y de
alguna manera, ella le desabrochó los pantalones y le bajó la
cremallera lo suficiente como para que bajara la prenda. Y Cora se
encontraba arriba, con los pies por encima del suelo y las piernas
enredadas en las caderas de Marcus mientras él la penetraba;
ambos se impactaban contra la pared.
Ella se sacudió, ajustándose a su gran grosor y arañando sus
anchos hombros para acercarlo. Él la apoyó más alto, dejando que
la gravedad hiciera que su largo miembro se deslizara más dentro
de ella. Cora gritó cuando su pene golpeó los sitios en su interior
que ella había olvidado que existían.
La llenó más allá del límite, invadiendo más que su cuerpo. Ella
lo sentía en cada rincón de sí misma, en su alma.
Sus ojos se humedecieron con la intimidad. Se sentía tan bien.
Odiaba amar a ese poderoso y exasperante hombre, pero nunca
dejó de necesitarlo.
—Cora. —La frente de Marcus se arrugó al ver sus lágrimas.
—Más —ordenó—. Necesito más.
Con un gruñido la embistió tan fuerte que su cabeza terminó por
golpear contra la pared. Un estante encima de ellos se sacudió. Un
jarrón cayó, quebrándose en el suelo. A Cora no le importó.
Aparentemente tampoco a Marcus. Fragmentos de cristal crujieron
bajo sus zapatos, y la única reacción de Marcus fue llevarla hacia la
pared opuesta. La agarró del trasero, inclinando su cuerpo para
golpear su pene más profundo.
Ya venía, ¡oh, oh! Ya venía. Cada músculo del cuerpo de Cora
tuvo un espasmo cuando su orgasmo la atravesó. Su mano se
sacudió fuera, golpeando el dispensador de toallas de mano. Con un
zumbido, el dispensador empezó a escupir toallitas de papel en una
larga hilera.
—Maldición, Cora, maldición —gritó Marcus por encima del
chirrido del dispensador.
Cora se encontraba gimiendo, con su cuerpo tensándose como
un arco. Antes de que quebrarse, enterró sus manos en su oscuro y
sedoso pelo oscuro, aferrándose por su vida mientras su orgasmo la
azotaba.
Más toallas de papel salieron del dispensador como en un diluvio
blanco, llenando el lavabo. Activaron el dispensador de jabón, el
cual se vertió allí mismo y causó que el grifo comenzara a derramar
agua.
Marcus golpeó su mano en la pared junto a la cabeza de Cora,
gruñendo en medio de su clímax.
—Mierda. Eso fue…
—Sí —jadeó Cora. Su cuerpo temblaba por la secuela del placer.
El mundo estaba girando demasiado rápido.
Su esposo descansó su cabeza junto a la suya con los ojos
cerrados. Tras él, el agua inundaba el lavabo, empapando las
toallas de papel y amenazando con desbordarse hacia el suelo. El
dispensador seguía chirriando. El jabón salpicaba una y otra vez,
cubriendo los fragmentos de vidrio con burbujas perfumadas.
Ambos levantaron la cabeza al mismo tiempo para ver la
destrucción de la pequeña habitación.
—Mierda —maldijo nuevamente Marcus, resignado. La cargó en
sus brazos hacia el rincón opuesto, lejos de los cristales rotos.
—Típico —murmuró Cora, moviéndose tan pronto como sus pies
tocaron el suelo. Tiró de su falda. Las medias eran un caso perdido.
Se rasgó los restos y suspiró. Estar nuevamente con él de esta
manera… Se sentía bien, no podía negarlo. Inclusive estupendo. Y
después de todo lo que había sucedido con Waters… ella había
tenido tanto miedo cuando esos mafiosos la secuestraron.
Necesitaba el consuelo del contacto de Marcus.
Pero eso no cambiaba nada. Miró a su alrededor y sacudió la
cabeza.
—Es por esto que no deberíamos estar juntos. Somos como…
fuego y dinamita. Destruimos todo lo que tocamos.
—Somos ciertamente explosivos —dijo tranquilamente Marcus.
Arrancó una hoja de papel limpia para ofrecérsela—. Pero Cora,
nuestro destino es estar juntos. Si pudiera te encerraría en esta
habitación.
¿Es que acaso no lo podía ver?
—Eso no va a funcionar para mí, Marcus. Si te apoyo, necesito
saber a quién apoyo. Y necesito saber qué monstruos están en la
oscuridad para poder ayudar a defendernos. Para poder ayudar con
la lucha.
Sus profundos ojos miraron fijamente los suyos, arrastrándola a
una inmedible oscuridad.
—¿Crees que cuando tus enemigos vengan a por mí me
perdonarán porque nunca me hablaste de ellos? Soy el eslabón
débil, Marcus. No quiero serlo más.
—Bien —suspiró—. Quieres conocer a mis enemigos. Te daré la
lista.
Los ojos de Cora se abrieron de par en par; ¿realmente iba a
compartirlo?
—No necesito saberlo todo, Marcus. Tal vez puedes empezar
con los más importantes y luego seguir desde allí —sugirió.
La boca de Marcus se contrajo y por un momento pareció que se
reiría.
—Dios, lo olvidé —dijo.
—¿Qué?
—Lo linda que eres.
—Marcus. La lista.
—Conoces a Philip Waters. Empezó en el transporte marítimo y
ahora es dueño de la mayor flota privada del mundo. Envía petróleo
y mercancías por todo el mundo. Mi padre lo ayudó a empezar,
financiando algunos de sus primeros cargamentos cuando New
Olympus era un puerto importante.
—Entonces, ¿de qué es el cargamento?
Cora ya sabía de qué era, pero quería saber si Marcus
finalmente le diría la verdad.
—Drogas. Algo nuevo. Se supone que es más benigno que la
coca.
—¿No dijeron eso de la heroína? —Salió del baño, necesitaba
estar fuera del pequeño espacio.
La sala trasera estaba tan vacía como la habían dejado, con su
comida intacta.
Marcus observó el ritmo de sus pasos.
—¿Ves por qué no quería decirte?
—Sé el negocio en el que estás. Mejor que me entere por ti que
por otro, o peor aún, que me alcance una bala perdida.
Fue hacia ella, atrapándola en sus brazos.
—Nunca, nunca bromees sobre eso. —Le dio una pequeña
sacudida.
Cora le sujetó los brazos.
—Tomaste tu decisión y yo me casé contigo. Ambos nos
atenemos a las consecuencias.
—Vivo siguiendo un código. Y si yo no controlara el mercado de
la droga, alguien más lo haría. Vendemos a adultos, no a niños. Las
Sombras son disciplinadas; si alguien más se involucra, las cosas
empeorarían. Sería la guerra.
—Los Titan —dijo, examinando su rostro—. Mi madre y mis tíos.
Quieren involucrarse.
Marcus maldijo. La soltó, pero ella le ahuecó el rostro con ambas
manos.
—Dímelo.
—Si no entregamos el cargamento de Waters y su parte de
nuestro trato, llevará su negocio a los Titan.
—¿Puedes detenerlos?
—No si hacen una alianza con Waters. Si eso sucede, las cosas
se pondrán feas.
—¿Qué tanto? —preguntó Cora, a pesar de que podía
adivinarlo.
—Una guerra —confirmó Marcus.
Ella soltó un largo suspiro. Que los Titan se hicieran aliados de
alguien como Philip Waters les daría suficiente poder para hacer una
jugada en New Olympus
—Nos hemos estado preparando. Quería hacer las paces con
Waters, pero el cargamento perdido es un punto difícil. Esta droga
es su bebé, y la quiere de vuelta.
Por un momento se sentaron en silencio mientras Marcus se
servía una copa de vino y lo probaba. Se la ofreció a Cora, pero sin
entregársela. En su lugar, inclinó la copa hasta que el líquido rojo le
humedeció los labios.
—¿Y qué hay de las amenazas de muerte? —preguntó Cora.
—¿Qué pasa con ellas?
—Dijiste que las estabas recibiendo, que te esconderías.
—Estoy seguro de que los Titan o Waters están detrás de ellas.
No puedo retirarme ahora, no con las cosas poniéndose feas. —
Extendió la mano y le puso un mechón de pelo detrás de la oreja—.
En algún momento esta mierda va a explotar, y entonces
hablaremos de nosotros.
Cora dejó escapar un suspiro y apoyó su cabeza contra su
pecho. Le gustaba oír sus latidos, y eso significaba que no tenía que
mirarlo a la cara.
—Tal vez una vez que las amenazas de muerte cesen.
Marcus pasó los dedos por su pelo.
—Vas a tener pesadillas después de todo esto —murmuró,
sonando triste.
—Ya las estoy teniendo —dijo antes de pensárselo bien,
queriendo darse una patada cuando todo el cuerpo de Marcus se
tensó.
—Cuando resolvamos las cosas te ayudaré a superarlas.
Sus palabras provocaron un flujo de deseo. Cora no pudo
detener el escalofrío que comenzó en su centro y se irradió hacia el
resto de su cuerpo. El rostro de Marcus se tornó intenso y ella supo
que él lo vio.
—Vamos —Cora se alisó el pelo—. Nos echarán de menos.
—Más tarde —prometió—. Pronto.
Al oír sus palabras sintió otro escalofrío, pero afortunadamente
Marcus no lo vio. Estaba ocupado abriendo la puerta, sin duda para
indicarle a Sharo que era seguro volver. Poco después, Sharo volvió
a aparecer.
—¿Todo bien? —rugió Sharo.
Marcus le levantó una ceja a Cora.
—Por ahora. —Ella no apartó los ojos de su marido.
—Bien. Porque tenemos un problema.
Marcus se enderezó y le hizo un ademán a Sharo para que
continuara hablando delante de Cora, quien se sentó en silencio
mientras se sentía extrañamente complacida.
—Recibí noticias de mis contactos dentro de la fuerza. El
cargamento era grande, así que lo pusieron en un almacén de
evidencias confiscadas. Abrieron una caja en su presencia,
buscando huellas.
—No hay forma de que solo abrieran una.
Sharo lo confirmó.
—Abrieron el resto después de revisarlas. Solo estaban las
huellas de AJ en ellas; nuestros chicos llevaban guantes. Pero
ahora las cajas están vacías. El contenido fue eliminado. Mi chico lo
comprobó.
—¿Cómo es que no lo vio?
—Porque es un maldito estúpido. Revisó una caja y no pensó en
revisar las otras.
Marcus ladeó la cabeza y Cora pudo ver que estaba sumamente
molesto.
—Así que alguien fue a las cajas cuando estaban en evidencia.
—Algo parecido a lo que estábamos planeando.
—¿Quién haría eso? —preguntó Cora—. ¿Quién tenía acceso?
Marcus se reclinó en su silla, pensativo.
—Creo que es hora de que volvamos a visitar a nuestro amigo el
alcalde.
Cora se mordió el labio. Había estado allí la noche en que el
hombre del alcalde había prometido que el cargamento sería
devuelto a Marcus en una semana. Lo que obviamente no había
sucedido.
—No te acercarás a él —dijo Sharo—. No nos ha respondido los
mensajes en dos meses… ¿qué te hace pensar que puedes hacerlo
ahora?
Marcus miró a Cora.
—Un poco de persistencia convence a cualquiera.
Cora resistió el impulso de poner los ojos en blanco. Marcus ya
se estaba considerando el vencedor.
—Envía a Cora —dijo Sharo—. Apuesto a que podemos
reunirnos con el alcalde si ella va primero.
El cuerpo de Cora se tensó.
—De ninguna manera —Marcus perdió la calma, gruñéndole a
su segundo al mando.
—¿Qué opción tenemos? —contraatacó Sharo—. Hemos
intentado todas las vías. Ella podría entrar directamente, sin
problemas.
—No quiero que se involucre —dijo Marcus.
—Te guste o no, Waters hizo la jugada correcta —dijo Sharo y la
habitación se tornó gélida.
—¿Qué? —Marcus respiró, enfrentándose a su subjefe con
suficiente rencor como para que Cora le pusiera la mano en el
brazo.
—No te gustó que se la llevara, pero te hizo sentarte y charlar.
Tal vez hemos estado yendo por el camino equivocado. Alguien
como ella puede entrar sin problemas, nadie la ve como una
amenaza.
—Ella no… —comenzó Marcus.
—¿Es seguro? —Interrumpió Cora.
Los dos hombres la miraron fijamente.
—Estarías cubierta. Es la oficina del alcalde. Nadie te tocará —
dijo Sharo, pero su marido giró su silla para acercar la de Cora.
—No, nena. —Marcus tomó su rostro—. No tienes que hacerlo.
En primer lugar, ella tenía la culpa de que la policía se hubiera
llevado el cargamento. Tal vez si pudiera arreglarlo, Marcus la
perdonaría una vez que descubriera lo que había hecho.
—Quiero hacerlo. Quiero ayudar. —Miró sus profundos ojos
marrones, extrayendo fuerza de ellos—. ¿Qué tengo que hacer?
CAPÍTULO 13

—¿Es esto realmente necesario? —preguntó Cora justo antes de


que Marcus la agarrara por detrás y le pusiera un brazo alrededor
de la garganta.
—No te dejaré entrar en una situación desconocida —le gruñó al
oído—, no me importa lo público que sea, hasta que esté seguro de
que tienes algunas habilidades básicas para cuidar de ti misma. Es
la segunda vez que te secuestran, así que me perdonarás si soy un
poco sobreprotector de lo que es mío. Ahora. Otra vez. —Su brazo
alrededor de su cuello se tensó más.
Solo por su comentario de que era suya, Cora le asestó un golpe
especialmente fuerte en el estómago con el codo, justo como él le
había enseñado durante las últimas horas. También intentó
pisotearle el arco del pie, pero él se apartó. Gruñó frustrada y
Marcus solo estrujó más su brazo.
El bastardo tuvo la audacia de reírse. ¿Acaso se estaba riendo
de ella?
Cora trató de sacar su furia con un grito, pero terminó siendo
ahogado por su estúpido y enorme brazo que restringía su flujo de
aire. No completamente, pero lo suficiente para encontrarse
incómoda.
Lo siguiente que supo fue que Marcus la había tomado por las
piernas y la tenía sobre la alfombra, con su gran cuerpo agachado
sobre el de ella.
—¿Cuántas veces tengo que decirte que gires la cabeza a un
lado para liberar tu tráquea? Te emocionas demasiado por
golpearme, pero si no recuerdas lo básico, te desmayarías antes de
tener la oportunidad de hacerme daño de verdad o de escapar.
Se mordió el interior de su labio inferior. No grites en su cara. No
grites en su cara. Solo lo volverá más engreído.
Llevaban horas con esto y Cora juraba que pasaban más tiempo
en la alfombra, con Marcus inmovilizándola y hablándole sin cesar
sobre movimientos defensivos en vez de realmente practicarlos. Ella
le había dicho que lo de ayer en el baño había sido un error de una
sola vez, y lo dijo en serio. No estaban juntos.
—Gira la cabeza a la derecha para que la tráquea no se
obstruya, luego ataca solo lo suficiente para liberarte.
Por una vez le gustaría llevarle la delantera.
—Bien. —Cora levantó los brazos, estirándose un poco para
hacer que sus pechos se sacudieran. Una emoción de satisfacción
la invadió cuando la mirada de Marcus cayó sobre su camiseta
ceñida.
—Estoy taaan cansada —bostezó—. Eres tan grande y fuerte.
Luchar contra ti es una tarea ardua.
Las cejas de Marcus se juntaron. Uy, había exagerado. Pasando
una mano sobre su propio pecho para distraerlo, le dedicó una
sonrisa inocente.
—¿Me agarras de nuevo?
Esta vez, cuando sus brazos la envolvieron, ella giró la cabeza.
Su mano se dirigió a su entrepierna, pero en lugar de golpear, tomó
la dura protuberancia y la frotó con la palma de su mano. Marcus se
quedó quieto mientras contenía la respiración, como si se
preguntara qué haría ella a continuación.
Cora levantó las piernas, creando un inesperado peso muerto.
Cuando él se tambaleó hacia adelante, fuera de balance, ella se
retorció hasta apartarse de sus brazos y se escabulló. Marcus
aterrizó en el suelo.
—¡Ja! —Hizo una danza victoriosa. Su posible agresor yacía
boca abajo en el suelo, inmóvil. Oh, mierda.
—¿Marcus? ¿Marcus? ¿Te he hecho daño?
Se preocupó, acercándose de puntillas. Se había golpeado en el
suelo bastante fuerte. ¿De algún modo le había hecho daño?
Le empujó el costado con el pie y Marcus entró en acción,
agarrándole el tobillo y derribándole la pierna. Cora chilló, pero él la
agarró y amortiguó su aterrizaje.
Cora se encontró una vez más de espaldas con un enorme y
excitado hombre alzándose sobre ella. Con expresión impávida,
Marcus la agarró de la mano y la llevó al frente de sus pantalones
de entrenamiento, usando la palma de su mano para acariciarse
más fuerte de lo que Cora lo hubiera hecho. Sus ojos eran como
cuchillos.
—¿Crees que esto es divertido? ¿Que es un juego?
Cora sacudió la cabeza con ojos muy abiertos. Su pelo se
extendió por el suelo.
—Marcus, yo solo…
—Si tocas a alguien más así, lo mataré.
Se estremeció ante la promesa. Él sonrió, y las comisuras de sus
labios se volvieron cuchillos.
—Aparte de eso, bien hecho. —Le levantó la palma y la besó.
Cora le dedicó una tentativa sonrisa.
—¿Gracias? —Su voz comenzó a jadear mientras él le lamía la
línea de vida en su mano. Una caricia con la lengua que ella sintió
entre sus muslos.
—Marcus. —Se retorció—. Déjame ir.
Sacudió la cabeza.
—Cometiste un error, ángel. —Poco a poco descendió frente a
ella, manteniéndola inmovilizada, y apartándole el pelo oscuro de la
cara—. Debiste haber corrido mientras tuviste la oportunidad.
Tomando su seno derecho con su dura mano, Marcus bajó la
cabeza para pellizcar y chupar el expuesto nudo de su garganta. Y
todo en Cora se levantó, todo el anhelo y la dolorosa necesidad; un
vertiginoso impulso de excitación. Ayer no había sido suficiente.
Nunca sería suficiente.
Se encontraba casi totalmente ida cuando Marcus levantó su
mano para atrapar su garganta ligeramente.
—Cora —gruñó—. Mía.
Su mano se flexionó, estrujando ligeramente como a ella solía
gustarle, como solía adorar… y rogar; cuando era la antigua Cora y
estaba dispuesta a someterse, a permitirle subsumirla hasta que
estuviera completamente abajo…
—Mía —dijo, y fue suficiente para devolverla a la realidad.
Cora levantó la rodilla y Marcus se torció para bloquearla, pero
ella le embistió la parte interna del muslo hasta que él rodó,
apartándose de ella.
Cora se levantó, acomodando su ropa de nuevo en su sitio y
deseando no enfrentarse a su marido. Sin embargo, pudo verlo en el
espejo de la pared. Se sentó, con la cara cuidadosamente impávida
y mirándola desde el suelo. Parte de ella anhelaba consolarlo, pero,
¿para qué? Había un abismo entre ellos lleno de secretos y
mentiras. Cora no podía atravesarlo, ni siquiera por un momento. Ni
siquiera por él.
Era mejor así. Iba a irse, ducharse, cambiarse y seguir con el
plan.
—Te lo dije. Lo de ayer fue un error. No soy tuya. —Se dirigió a
la puerta—. Ya no.
CAPÍTULO 14

Cuando Cora salió del vestidor, Marcus ya la estaba esperando, con


su alto cuerpo luciendo irresistible en uno de sus trajes a medida. Su
pelo mojado y peinado hacia atrás era la única señal de que había
pasado la última hora esforzándose. Orgullosa del frío gesto con la
cabeza que le había dado, Cora pasó junto a él, solo para que su
corazón y sus miembros temblaran cuando empezó a caminar junto
a ella.
—¿Qué estás haciendo? —espetó cuando Marcus le abrió la
puerta y la siguió como si tuviera derecho a estar allí. Como si lo
hubiera invitado cuando él sabía muy bien que no era así. Cuando
sabía, a pesar del anhelo en el pecho de Cora, que no quería saber
nada de él.
—Acompañándote a casa. —Las comisuras de su boca se
alzaron como si ella le estuviera divirtiendo.
—Dijiste que tu chofer me llevaría. —Cora odió el sonido
petulante de su propia voz. Especialmente porque él era el que
estaba siendo absurdo—. Dijiste que era seguro, que habías
revisado mi apartamento y que estaba despejado.
—Sí. —Se encogió de hombros—. Pero voy por la misma ruta.
¿Por qué desperdiciar gasolina? —Le abrió la puerta del auto,
mirándose tan razonable e inocente que Cora quiso darle una
patada.
Cora pasó todo el viaje cruzada de brazos, negándose a mirar su
hermoso perfil. Su ducha fría no había ayudado. Estaba tan
excitada, tan consciente de su presencia, que no girarse y lanzarse
a sus brazos le dolía físicamente.
—Una cuadra más —se susurró a sí misma, y cuando el
vehículo se detuvo en la acera, abrió la puerta y saltó fuera, solo
para encontrarlo nuevamente siguiéndola después de abrir su propia
puerta.
—No —casi gritó, enfurecida—. Marcus, no puedes estar aquí.
Es mi apartamento…
—En realidad no lo es —murmuró, caminando hasta el teclado
para introducir un código. Su boca casi se abrió de golpe cuando la
puerta se desbloqueó y Marcus la abrió para ella—. No eres la
dueña del lugar, solo lo alquilas. —Con un ademán le indicó que
debía entrar primero—. Después de ti.
Cora se encontró dentro antes de darse cuenta de que había
obedecido su sutil orden. Una vez que él cerró la puerta, ella se giró
para encararlo en el patio interior.
—Marcus, ¿qué estás haciendo?
—Acompañándote a casa. —En el oscuro jardín su cuerpo
pareció crecer, con su sombra devorándola entera.
—¿De dónde sacaste el código clave?
Si había hecho que una de sus Sombras la vigilara mientras ella
o uno de los otros residentes entraban en el edificio, ella juraba
que…
—Lo compré cuando compré el resto del edificio. —Un hoyuelo
destelló en su mejilla mientras le dedicaba una envolvente sonrisa.
Cora se olvidó de lo bueno que se veía mientras su cerebro
procesaba lo otro.
—¿Tú… qué?
—Todo el edificio es mío.
—El edificio es tuyo. —Se puso una mano en las sienes; podía
sentir que se le acercaba un dolor de cabeza.
—Lo compré.
Se acercó y Cora lo miró con cautela, deseando que sus trajes
no le sentaran tan bien como lo hacían. Su pelo estaba un poco
largo, rozando los bordes de su cuello y haciendo que su apariencia
de profesional con traje pareciera de alguna manera… como el de
un pequeño chico malo; un poco peligroso. Como si conociera la
línea de la decencia y eligiera cruzarla.
—Compraste el edificio. —Incluso bajo la tenue luz del atardecer,
Cora pudo ver sus ojos arrugarse ante su casi sonrisa. Se sacudió
mentalmente por repetir como loro todo lo que él decía—. Así que…
las nuevas mejoras que el propietario ha estado haciendo
últimamente…
Un nuevo sistema de seguridad había sido instalado, incluyendo
cabinas telefónicas en cada uno de los apartamentos. Junto con una
segunda puerta de entrada y un portero. El sujeto no vestía todo de
negro, pero sí, pensándolo ahora, era demasiado obvio que se
trataba de una Sombra. ¿Cómo no lo había visto antes?
—Mis requisitos. —Marcus inclinó su cabeza y sombras cayeron
sobre las áreas de su rostro, haciendo que sus rasgos lucieran más
pronunciados—. Cuando me enteré de que estabas visitando el
lugar, hice averiguaciones. El dueño tenía una deuda que
necesitaba saldar. Las apuestas son un vicio muy desafortunado. —
Se encogió de hombros—. Estaba realmente muy agradecido.
Cora hizo un ruido e inadvertidamente retrocedió un paso hacia
la puerta principal. Se preguntaba por qué cada vez que su marido
decía algo que la asustaba tenía el ardiente deseo de ir hacia él y
arrancarle la ropa.
—No es de extrañar que Olivia pensara que estaba obteniendo
una ganga por el alquiler. Arreglaste todo esto, ¿no? —Levantó una
mano—. No importa, no quiero saberlo.
Sacó sus llaves, pero para suerte suya, titubeó y las dejó caer.
—Déjame ayudarte —dijo Marcus con su grave y sexy voz. Sus
manos se movieron gráciles al agacharse y levantarlas. A Cora se le
detuvo el corazón al recordar a sus largos dedos moviéndose sobre
una tarea diferente.
No le saltaría encima, no lo haría. No, no, no, no. Se cruzó de
brazos.
Marcus le abrió la puerta y, decidiendo que sería petulante
continuar allí parada en el patio, Cora la atravesó y le sonrió a
Dennis, el portero, antes de recordar que trabajaba para Marcus.
Pensándolo ahora, rara vez abría la puerta a las personas. Bueno,
aparte de Cora. Estaba sentado en un escritorio mientras ignoraba
el ordenador y miraba impasiblemente a la puerta exterior.
Al ver a Marcus, Dennis se puso de pie y abrió la segunda puerta
que llevaba a los apartamentos. Cora puso los ojos en blanco y
empezó a subir las escaleras.
Se oyeron fuertes pisadas en las escaleras tras ella. Cuando
llegó a su puerta se giró para mirar a Marcus.
—No me importa si eres el dueño del edificio, no vas a entrar
aquí, colega.
Marcus arqueó una ceja como para decir: ¿colega?
—Ni se me ocurrió. Simplemente me dirijo a casa, a mi propio
apartamento después de un largo y agotador día.
Sacó sus llaves, se dirigió al apartamento al otro lado del pasillo
del de Cora y giró la llave en la cerradura.
—Duerme bien, vecina.
Marcus no se volvió, pero Cora escuchó la sonrisa burlona en su
voz.
Cerró los puños y quiso golpear algo muy, muy
desesperadamente. Pero se limitó a un gruñido frustrado muy poco
femenino. Luego abrió su propia puerta y la cerró de golpe tras ella.
Fue directamente hacia el vino.
—Qué descaro —murmuró, caminando de aquí para allá dos
horas después. Intentó todo para distraerse. Ver repeticiones de sus
programas de televisión favoritos. Intentar ver un nuevo programa
en su servicio de video favorito. Leer el libro que apenas la noche
anterior la había cautivado.
Nada funcionó.
Después de un par de minutos su mente inevitablemente vagaría
por el apartamento del otro lado del pasillo. ¿Qué estaba haciendo
Marcus? ¿Estaba pensando en ella? ¿Estaba trabajando? ¿Estaba
viendo porno y masturbándose?
Tomó otro trago de vino. Apenas era su segunda copa. Nunca se
permitía más cuando estaba sola en casa, y normalmente ni siquiera
eso.
Miró asombrada el reloj de la pared. 9:30. Era una hora
perfectamente aceptable para ir a la cama, ¿ciertos? Los adultos
responsables se iban a la cama a las 9:30. Fue al baño y pasó más
tiempo de lo habitual en su rutina nocturna, pero cuando llegó a la
cama solo quince minutos habían pasado.
Suspiró y dejó caer la cabeza sobre la almohada. Por favor
destino, sé amable. Por una vez déjame dormir.
Dos horas más tarde, yacía boca abajo mientras golpeaba su
frente repetidamente contra su almohada.
La privación del sueño era una forma de tortura. Tenían reglas en
contra de eso bajo la Convención de Génova.
Terminó finalmente por rendirse y fue al baño en busca de la
bolsita con las pastillas de Armand. Mañana era importante. Hacía
una hora un mensaje de Marcus le había llegado, diciéndole que
habían concertado una reunión con el alcalde. Él y Sharo llegarían
temprano por la mañana para prepararla.
No podía ser un zombi con solo una hora de sueño, si acaso, y
con oscuras ojeras. Le frunció el ceño a la pequeña bolsa. Ya casi
no había píldoras. Se mordió el labio. Cada vez que tomaba una,
era un poco más fácil de justificar.
Oh, a la mierda. Se llevó una en la boca y se la pasó con un
vaso de agua. Listo. Ahora a acostarse y a dormirse. ¿Y quién
sabe? Tal vez tendría un lindo sueño como el anterior, imaginando a
Marcus viniendo a ella…
No, no, no. No quería soñar con su marido. Ex.
Cora se dio la vuelta y golpeó su almohada. Al mudarse había
elegido las sábanas y colchón más suaves, así que ¿por qué su
cama se sentía tan dura? ¿Y por qué hacía tanto calor? Se quitó la
ropa y se rodó de un lado a otro.
No se estaba durmiendo. Mierda. Juraría que casi se sentía…
como más enérgica, casi frenética. ¿Y si la píldora no funcionaba
esta noche? ¿No se enteró sobre que comenzabas a ser inmune a
la medicación para el sueño si la tomabas con demasiada
frecuencia?
Tenía que dormir esta noche. Tenía que hacerlo. Después de
unos minutos dando vueltas en la cama, volvió al baño y sacó la
penúltima píldora de la bolsa. Y antes de que pudiera pensárselo
mejor, se la metió en la boca, se la tragó y bebió otro medio vaso de
agua.
Volvió a la cama y esperó.
Su habitación no era grande, pero la oscuridad la hacía parecer
interminable, como una caverna. Las sombras en la pared creaban
formas extrañas. La de la puerta se parecía al perfil de Marcus…
—¿No puedes dormir?
Cora soltó un pequeño grito, golpeándose la cabecera.
—¿Marcus?
Su sombra se extendió sobre ella mientras él se movía en las
profundidades de su dormitorio.
—Dios, me asustaste.
—Yo tampoco puedo dormir. —Marcus miró sus propias manos y
Cora sintió su frustración. Él odiaría cualquier cosa que considerara
debilidad o falta de control. Oh, Marcus.
—No deberías estar aquí —se obligó a decir. Aunque lo que
realmente quería era invitarlo a pasar la noche y envolverlo sus
brazos y su cuerpo alrededor de él. Y luego el sueño llegaría, fresco
y delicioso. Descansaría en paz sabiendo que el monstruo estaba
en su cama.
Marcus se detuvo al final de su cama.
—Me has mentido.
Su corazón se desplomó. Él lo sabía. Su aliento se aceleró.
¿Cómo lo adivinó? ¿Qué haría ahora que había descubierto su
traición?
—¿Qué? —Se las arregló para chillar.
—Antes. —Sus manos se encontraban en su corbata,
deshaciéndola—. El gimnasio.
—¿El gimnasio? —repitió, con la mente en blanco del alivio.
Marcus no había adivinado su parte en el arresto en los muelles.
—Lo recuerdas. —Su mano se cerró sobre su tobillo, y antes de
que Cora se percatara, se encontró de espaldas bajo él. Marcus se
sentó a horcajadas en sus caderas, atando ligeramente sus
muñecas con su corbata antes de asegurarlas a la cabecera. Su
pulso palpitó en su vagina, tan fuerte que estaba segura de que él
podía oírlo.
Este era el final. Había entrado en su dormitorio y ahora iba a
reclamarla.
Marcus le sonrió, con sus grises ojos brillando.
—Dijiste que no me pertenecías. —Su voz se tornó más
profunda, más áspera—. Mentiste.
Se apartó de ella y Cora reprimió un gemido. Lo quería de vuelta.
A su peso, a su calor. Se quedó parado mirándola como si fuera su
dueño. Sintió su mirada como una caricia, pero no era suficiente.
Pasó un dedo por el centro de su clavícula, entre sus pechos.
Por supuesto que estaría desnuda cuando él decidiera invadir su
dormitorio.
—No estaba mintiendo. —Se le cortó la respiración mientras su
dedo continuaba hacia abajo, abajo.
—¿No? —Alzó una arrogante ceja—. ¿Entonces qué es esto?
Su dedo invadió sus suaves pliegues. El cuerpo de Cora se
estrujó, muriendo por más.
—¿Estás mojada por qué, por nada?
—No…
—¿Entonces por qué, ángel? —Su dedo se torció, sondeó, no
llenándola por completo. Cora se mordió la lengua para no pedir
más—. ¿Es por mí? —Un segundo dedo. Los dedos de los pies de
Cora se retorcieron sobre la cama.
—Marcus, por favor…
—Por favor, ¿qué? —Su mejilla se curvó en la oscuridad. Una
malévola sonrisa—. ¿“Detente por favor”? —Sus dedos se
detuvieron y las caderas de Cora se presionaron hacia arriba,
buscando—. ¿O “más por favor”?
Esto era una mala idea. Había tantas razones por las que debía
detener esto. Echarlo de allí. Y nunca dejar que la volviera a tocar.
Sus dedos acariciaron las húmedas ranuras a ambos lados de su
clítoris. Tantas razones para decirle que no, pero no se le ocurrió
ninguna.
—Más —suplicó sin aliento—. No pares.
—Cariño. —Allí estaba esa devastadora curva de su labio—.
Nunca voy a parar.
Sus dedos tocaron su dulce punto, provocando candentes
descargas eléctricas en su cerebro. Se estiró sobre ella, sus labios
se cerraron y su olor la envolvió. Cora aspiró una bocanada de aire,
mareándose al embriagarse de él.
Sus dedos frotaron a lo largo de sus sensibles ranuras,
encontrando su orgasmo y sacándolo mientras susurraba contra su
boca:
—Eres mía. Siempre has sido mía. Hasta que la muerte nos
separe y más allá. Hasta que las estrellas caigan y este mundo sea
olvidado. Para siempre.
—Marcus —chilló mientras su orgasmo explotaba; una tormenta,
una supernova. Las chispas la atravesaron, su torso se tensó, sus
miembros temblaron y su boca se abrió a la de él mientras el clímax
la consumía. Transformó sus átomos, convirtió sus células en
brillantes soles. Si no hubiera estado atada a su cama, habría
flotado.
Por el rabillo del ojo, Marcus se irguió con una fiera sonrisa
mientras se quitaba los puños de la camisa.
El mayor orgasmo de su vida y no había terminado con ella.
Nunca terminaría.
Cora se liberó de la corbata y corrió hacia la puerta. El pomo no
giró. Estaba cerrado.
Golpeó la puerta, rogando:
—Déjame salir, déjame salir.
La oscuridad se movió tras ella, acumulándose en una poderosa
forma; un monstruo hecho de todos los deseos más profundos de
Cora. Su puño se deshizo y golpeó la puerta, sollozando mientras se
abría…
—¿Cora? —Las sombras se disolvieron y Cora parpadeó a
causa de la luz, tambaleándose hacia atrás.
Se encontraba en el vestíbulo de su edificio de apartamentos, de
pie frente a Marcus, quien había abierto su puerta. La puerta que
ella había estado golpeando… en su sueño.
¿Había caminado dormida? Oh, mierda. Bueno, esto era nuevo.
Los ojos de Marcus cayeron sobre su cuerpo y ardieron con el
calor.
—Cora, estás desnuda. —Agachó la cabeza para mirarse a sí
misma. Mierda, mierda. Él tenía razón, estaba desnuda, bueno,
debajo de la sábana que ligeramente había arrastrado con ella.
—Entra. —Marcus retrocedió para darle espacio.
Obedeció. Cuando sus piernas se tambalearon se balanceó
hacia la pared. Marcus empujó la puerta para cerrarla y fue a
ayudarla. Ella lo detuvo con una mano levantada.
—¿Qué ha pasado? ¿Estás bien? —Se detuvo ante su mano
extendida, respetando su petición de espacio.
—Lo siento. Quería dormir. Debí haber tenido un sueño. —
Apartó la mirada. No podía mirarlo. Su piel aún crujía por la
sensibilidad, muriendo por tener a su marido cerca y que le pusiera
las manos encima.
Un sueño, fue solo un sueño. Excepto que su coño palpitaba y
sentía la estrujante fragilidad de un increíble orgasmo. No pienses
en eso…
—Cielo, no te ves bien. —Sus dedos le rozaron ligeramente la
frente. El simple toque le envió descargas de calor. Jadeó.
La frente de Marcus se arrugó.
—¿Qué sucede?
—Quería dormir. —Sus palabras salieron mal pronunciadas y
pesadas—. Nunca puedo hacerlo.
—Tus pupilas están dilatadas…
—Marcus. —No podía pensar si continuaba tocándola. Le agarró
la mano y él se quedó quieto. El cuerpo de Cora se sacudió. No por
el clímax, no del todo. Pero cerca. Casi se corrió solamente con su
simple roce.
Los ojos de Marcus se abrieron de par en par, salvajes. Él lo
sabía. Siempre estaba tan en sintonía con ella.
—¿Pero qué…?
—Marcus —gimió—. Tócame, por favor.
Y Cora presionó su mano contra su pecho.
Por un momento, él se quedó mirando fijamente. Su pelo estaba
despeinado, salvaje, como si hubiera pasado una mano a través de
él. Cora lo imaginó sentado en su sofá bebiendo whisky y
debatiendo si debía o no llamar a su puerta. Sin saber que ya había
invadido sus sueños.
Con un gemido, un débil sonido, Marcus inclinó la cabeza y
empujó la sábana de Cora al suelo para comenzar a succionar uno
de sus pezones. Una descarga eléctrica la atravesó. Se arqueó.
—Marcus, Marcus. —Sus manos se hundieron en su sedoso y
oscuro pelo, despeinándolo aún más. Siempre estaba tan callado,
tan en control. Excepto cuando estaba con ella. Con ella, la bestia
se liberaba.
CAPÍTULO 15

La lengua de Marcus rodeó el pezón de su esposa y ella siseó,


arañándolo para acercarlo. Con un gruñido, él levantó la cabeza, le
agarró las muñecas y las puso sobre su cabeza contra la puerta.
Algo no estaba bien. Aquella no era la misma mujer que hacía unas
horas había sido tan fría con él.
No soy tuya. Ya no lo soy.
Pero aquí estaba, con su cuerpo extendido ante él, con las
piernas golpeando, intentando engancharse a sus caderas para tirar
de él. Marcus arregló su compostura con una mirada fulminante.
Quería lo que Cora se encontraba ofreciendo de manera tan
libre. Por Dios que lo quería. Era todo en lo que había sido capaz de
pensar desde el segundo en que salió de ella ayer en ese maldito
baño. Quería follarla por un mes hasta que olvidara todo lo demás
en el mundo excepto su nombre.
—Marcus, por favor —jadeaba, luchando. Su piel estaba tan
caliente, rosada por la lujuria—. Necesito…
Le metió los dedos en la vagina. Siempre le daría lo que
necesitaba. La cabeza de Cora se disparó hacia atrás, golpeándose
contra la madera. Marcus la miró con la mandíbula rígida mientras
un orgasmo la atravesaba, y luego otro.
¿Qué demonios estaba pasando? Su mujer era sensible, sí, pero
no de esta manera. Torció los dedos de una manera que habría sido
dolorosa si no hubiera estado tan mojada, y sus sacudidas solo
aumentaron. Se volvió absolutamente salvaje en sus manos. Nunca
había visto nada parecido. Frunció el ceño incluso cuando su pene
se endureció dolorosamente.
—Tranquila —dijo suavemente mientras Cora continuaba
empujándose contra su mano a pesar de haberse corrido un montón
de veces—. Puedes tener todo lo que quieras. No hay prisa. —Sacó
sus dedos. Necesitaba averiguar qué demonios estaba pasando.
Cora parpadeó, y sus rasgos se tornaron devastados.
—Acabas de decir…
—¿Quieres más?
—Sí —asintió furiosamente—. Sí, necesito más. —Se mojó los
labios y sus ojos lo observaron—. Te necesito.
—¿Segura? Después de lo que dijiste hoy…
—Estaba equivocada.
Todo el cuerpo de Marcus se sacudió. ¿Lo decía en serio? ¿O
era…?
—Estaba equivocada —dijo más alto, sacándolo de sus
pensamientos—. Te pertenezco. En todos los sentidos. Y te necesito
—su voz estuvo al borde del chillido—. Ahora. Moriré si no me
haces tuya.
No podía recordar la última vez que había oído a alguien tan
desesperado.
El aire salió de sus pulmones con una fuerte urgencia. La giró,
haciéndola quedar contra la pared. Cora sollozó, evidentemente
pensando que su intención era negarla.
¿Acaso ella no lo sabía? Marcus jamás podría hacer algo que la
lastimara. Sin importar lo mucho que lo destrozaría tocarla ahora
mismo y ver que ella lo negara mañana.
Pero él no sabía qué era esto. El autocontrol de Cora
obviamente había disminuido. Pero su aliento no olía a alcohol, y no
podía imaginarla tomando ningún tipo de droga… Sacudió la cabeza
incluso al pensarlo. ¿Se estaba medicando?
No era el tipo de hombre que se aprovecharía de una mujer en
un estado vulnerable.
—Marcus —suplicó, casi sonando adolorida. Sus dedos
volvieron a su vagina, sondeando mientras intentaba pensar. Pero
ella lo estaba volviendo jodidamente loco. ¿Antes lo había apartado
para ahora aparecerse así, simplemente?
—Estás tan mojada —su voz estaba rodeada de crueldad—. Tan
desesperada. ¿Siempre estás tan mojada?
—Solo cuando estás cerca.
—¿Me has mentido antes? —Movió sus dedos de manera más
brusca—. ¿En qué te convierte eso?
—Una mentirosa —chilló.
—¿Las chicas buenas mienten?
—No. —Movió sus caderas para invitarlo a tocarla—. Soy una
chica mala.
Sus palabras hicieron que el pene de Marcus palpitara de
manera dolorosa.
—Eres una chica mala. ¿Te vas a venir otra vez?
Sus gemidos en aumento dijeron que sí. Arqueó su espalda,
presionando sus pezones contra la dura pared.
—Sí. Por favor, lo necesito.
—No tan rápido.
Marcus la giró y la echó sobre su hombro. Cora chilló y se agarró
a él. Las tablas del suelo crujieron mientras la llevaba por el pasillo y
la dejaba caer en su cama. Cayó de espaldas, y cuando él
inmediatamente no la siguió enseguida, sus quejidos enseguida
comenzaron.
—Por favor, Marcus. Por favor. Fóllame. Fóllame ahora.
Cora alargó el brazo para alcanzarlo, y cuando él se apartó, sus
manos se dirigieron a su propia vagina. Empezó a frotarse
frenéticamente con el rostro impregnado en frustración mientras
buscaba liberarse.
—No es suficiente. Necesito tu pene. Necesito tu gran y gordo
pene metido en mi coño. Ahora mismo. Por favor, fóllame. ¡Fóllame,
Marcus!
—Ya basta —vociferó mientras ponía una rodilla sobre la cama y
le agarraba las muñecas para colocárselas por encima de la cabeza
y golpearlas contra la cama—. Detén esto ahora mismo.
—Así es —exhaló, con sus grandes e inocentes ojos azules
parpadeando hacia él—. Castígame, papi. Castiga a tu chica mala.
Por el amor de Dios.
—Te ataré a esta cama si es necesario —gruñó—, pero me dirás
qué demonios está pasando.
—Te necesito. Fóllame. Folla mi coño. Folla mi culo. Lo necesito
todo. Folla todos mis agujeros. Marcus, por favor… —Su cuerpo se
sacudió bajo el suyo, con su rodilla rozando su duro miembro como
una roca. Justo como ayer, pero esta vez, Marcus sabía que Cora
tenía toda la intención de cumplir su promesa.
Él quería ceder, recorrer sus profundidades, follarla tan fuerte
que no podría caminar durante una semana, marcarla como suya…
Pero entonces los ojos de Cora ardieron con un tipo de fuego
diferente.
—Si no me lo das, te juro que saldré por esta puerta desnuda, y
le saltaré encima al primer tipo que vea. Pero tendré un pene,
cualquier pene en esta vagina dentro de una hora.
La furia desatada y el terror se agitaron uno con el otro en sus
entrañas. No era algo que Marcus hubiera sentido.
Se forzó a sí mismo a dejarla ir y a alejarse de la cama. Ella
también se levantó, con los ojos clavados en la puerta como si
pudiera cumplir su amenaza.
Él se movió tranquilamente frente a la puerta mientras empezaba
lentamente a desabrocharse la camisa. Cora trató de rodearlo, pero
su mano se disparó, cerrando la puerta de un portazo.
—No, cariño —le dedicó una cruel sonrisa—. Tú viniste a mí.
Hacemos esto a mi manera.
La agarró por la cintura y sintió a su cuerpo derretirse a su toque.
Lo que solo lo enfadó jodidamente. ¿Se derretiría de la misma
manera si fuera cualquier otro hombre? ¿Gritaría así de bueno por
un maldito extraño?
La obligó a yacer boca abajo sobre la cama y le azotó el trasero.
Ella lo empujó más arriba, invitándolo a tocar.
—¿Eres una chica mala? Necesitas disciplina.
—Sí, sí, por favor Marcus…
—Suficiente. Creo que ya has dicho suficiente. Ahora mantén tus
manos en la cama.
Marcus se sacó el cinturón de sus pantalones, lo dobló y deslizó
el cuero por la palma de su mano.
Cora echó un vistazo por encima de su hombro y él vio cómo sus
ojos se abrían de par en par debido a la emoción. Moriré sin eso,
dijo ella. Por alguna razón, Cora necesitaba esto. Tanto es así que
tomaría cualquier maldito pene y le mentiría a Marcus sobre
quererlo, intentando manipularlo para…
El cuero azotó contra su culo. Marcus le enseñaría una lección,
eso era seguro. Le enseñaría una lección y ambos terminarían con
esto. Pero tan pronto como el golpe aterrizó, su espalda se arqueó,
seguido por un pequeño gimoteo de placer.
Entre sollozos soltó un suspiro y gruñó cuando Marcus se detuvo
por mucho tiempo.
—¡Otra vez! Otra vez.
Marcus hizo una pausa. Cuidaría su fuerza sin importar cuán
enojado estuviera. Pero tampoco se lo tomaría con calma. Lo
balanceó nuevo. El cinturón le mordió el trasero una, dos, tres
veces.
Cora se tensó, momentáneamente derritiéndose en la cama con
cada golpe para luego nuevamente levantarse sobre sus caderas y
agitarle ese encantador, y ahora rosado brillante, culo.
La siguiente vez que se giró para mirarlo por encima de su
hombro, las huellas de las lágrimas marcaban sus mejillas y sus
cejas se encontraban fruncidas de necesidad.
—Por favor. Marcus. ¿No ves cuánto te necesito?
Lucía indefensa. Desesperada. Su hermosa esposa.
Literalmente de rodillas.
Lo que fuera que le estuviera sucediendo, ella fue a él. Había
estado necesitada y había acudido a su marido en busca de ayuda.
Como debía ser.
Un golpe sordo se escuchó cuando Marcus tiró el cinturón, se
arrodilló detrás de ella y le enterró la cara en el coño.
—Maldición, estás tan mojada. —Sonaba sorprendido porque en
realidad lo estaba. Le agarró las agitadas caderas, forzándola a
quedarse quieta mientras se sumergía en ella y comenzaba a darse
un banquete.
Nunca en todo su tiempo juntos la había visto tan mojada. Su
humedad se sentía resbalosa sobre su barba incipiente. Apenas
podía tragar antes de que saliera más de su fluido.
Cora amontonó las sábanas, sollozando su nombre:
—Marcus, Marcus. —Sus piernas temblaban a cada lado de su
cabeza como si un terremoto la hubiera sacudido, con el epicentro
en su vagina—. No, no, es demasiado —gimió, sacudiéndose y
empujándose, contradiciendo sus palabras—. No puedo.
—Lo harás —gruñó—. Me perteneces. Tú lo dijiste. Lo admitiste.
—No le importaban las circunstancias, la estaba aferrando a su
confesión, joder—. Así que cuando yo diga que te corras, te corres.
Ahora hazlo. Córrete.
Se sacudió, con su clímax golpeando una y otra vez como una
imparable marea. Fue jodidamente increíble de presenciar. Cada
cresta parecía llevarla cada vez más alto. Sus gritos aumentaron de
volumen hasta que finalmente se encontró jadeando con pequeños
y agudos gemidos.
Y el pene de Marcus nunca había estado más duro en toda su
puta vida.
Marcus la hizo girar y Cora le agarró los hombros, pero le apartó
las manos y la clavó en la cama.
—No me toques, no sin permiso.
En ese momento Marcus quería, no, la necesitaba con una loca
pasión que incluso podría coincidir con la de ella. Pero
permanecería en control. No importaba el hecho de que sus muslos
temblaran necesitados de empujarse dentro de ella.
Más lágrimas se deslizaron por sus mejillas.
—Marcus, por favor.
Moviéndose hacia adelante, le limpió las lágrimas con el pulgar.
No pudo contenerse a probarlas. Sus pechos se arqueaban como si
fuera la cosa más erótica que Cora hubiera visto.
—Bellissima —susurró con el cuerpo tenso por la limitación—. Si
esto es lo que quieres…
—Lo es. Lo necesito. Te necesito a ti. Ahora, Marcus, tienes
que…
—Shh, Cora, cara, cálmate. Déjame ser suave…
—No quiero que seas suave —gritó—. Lo necesito ahora, por
favor, Dios, por favor, Marcus. Te necesito ahora.
Su mano se disparó para agarrarle el cuello mientras se movía,
inclinaba sus caderas y la embestía.
Los ojos de Cora se iluminaron con éxtasis, con su cuerpo
sacudiéndose alrededor de Marcus en el orgasmo.
—¿Es esto lo que quieres? —Marcus estrelló sus caderas,
forzando a su pene ir más profundo. Estaba apretada, tan
jodidamente apretada, pero tan mojada que se deslizó fácilmente.
Estaba hecha tan perfectamente para él. Le colocó las piernas sobre
sus hombros y la inclinó, embistiéndola salvajemente.
—Marcus, sí. Fóllame más fuerte. —Cerró los ojos. Su coño lo
mojó, succionándolo más profundo mientras gemía sobre ella—.
Más fuerte, Marcus.
Fue bueno que continuara diciendo su nombre. Y pensar que
pudo haberse ido y compartido esto con algún otro hombre…
Salió y nuevamente la penetró, con fuerza. Pero tan pronto como
se arraigó profundo en ella, su corazón se calmó.
—Cora. Mi amore. Ho bisogno di te.
Mi amor. Te necesito.
¿Acaso ella no podía ver lo que le había hecho? ¿Cómo los dos
meses separados habían sido un infierno para él?
—Marcus —susurró mientras las descargas la atravesaban.
Dios, la forma en que su vagina se aferraba a su pene… se corría
sin parar, con sus piernas temblando incontrolablemente. Sus
manos se agarraron a la dura pared de su pecho, luchando por
acercarlo.
Se dejó caer apenas por encima de ella, con su pelo grueso
rasguñándole sus pezones hipersensibles.
—Estoy aquí. Estoy aquí. Baciami. Abbraciami.
Bésame. Abrázame.
Su pene se hundió más, deslizándose contra sus paredes
sensibles. Y cuando sus labios tocaron los de ella, el clímax más
grande hasta ahora detonó. Sus ojos se le volvieron a salir de las
órbitas.
—¿Cora? ¿Cora?
Después de un momento de silencio, volvió a parpadear con la
boca abierta y los ojos bien abiertos como si hubiera visto una puta
visión o algo así.
—Cora —llamó de nuevo, acariciando su mejilla y alisando su
pelo, casi frenético—. ¿Cora?
—Estoy aquí —jadeó. Su mirada se encontró con la suya y soltó
una risita—. Creo que me corrí tan fuerte que me desmayé por un
segundo.
Levantó la mano para bajar la cabeza de Marcus y acariciar su
frente contra la suya. Sonaba un poco más como ella misma. Él
todavía estaba dentro de ella, llenándola, y Cora se aferró a él con
un gemido bajo.
Marcus no sabía si reírse, correrse o azotarla de nuevo. Esta
mujer sería su muerte. Pero no le importaba una puta mierda.
Enterró sus manos en la parte trasera de su pelo y la besó con
fuerza. Sus lenguas se enredaron, con Cora arañándolo.
—¿Ahora me follarás el culo? Por favor, Marcus. Necesito
sentirte en todas partes.
Sacudió la cabeza. Joder. ¿Correrse tan fuerte que terminó
desmayada no fue suficiente?
—Estabas inconsciente. —Se incorporó y salió de ella.
Cora quiso alcanzarlo, pero nuevamente le agarró las muñecas
para detenerla.
—Por favor, Marcus. Por favor, fóllame el culo.
—Y si no lo hago irás a buscar a la calle a cualquier hijo de puta
para que lo haga, ¿cierto?
Nunca había estado tan caliente y tan enojado al mismo tiempo.
Cora dio un respingo.
—Lo siento. Lo siento. Me mediqué un poco para dormir y creo
que me hace actuar de forma extraña… Pero por favor, Marcus.
Estoy tan vacía.
¿Medicamentos para dormir? Marcus supuso haber oído hablar
sobre personas que caminaban dormidas al tomar medicinas para
dormir y que tal vez se levantaban en medio de la noche para comer
un bote de helado. ¿Pero esto?
—Sé que es mucho pedir. —Lucía afligida—. Pero, por favor,
¿me follarías el culo? ¿Me llenarías?
Lágrimas cayeron por su cara. Ahora actuaba más como ella
misma, pero su necesidad continuaba igual. Sus pezones se
encontraban tan tensos que parecían poder cortar el cristal. Era la
cosa más hermosa que Marcus había visto en su vida. Sabía que la
más pequeña caricia la haría estallar.
Y ella lo quería en su trasero. Su hermosa esposa le rogaba que
la reclamara por completo.
Había jurado que siempre se ocuparía de todas sus
necesidades. Inhaló profundamente. Su olor era espeso en el aire y
su pene se retorcía, todavía húmedo con sus fluidos.
Con un rápido movimiento, Marcus la desplomó sobre sus duros
muslos.
—Nunca —puntualizó sus palabras con fuertes golpes a su ya
rosado trasero—, nunca, jamás, vuelvas a tocar a otro hombre
nunca más.
Le metió los dedos en la vagina, haciéndola sacudirse. Su
columna vertebral se agitó con otro clímax tan fuerte antes de que él
deslizara su mano y extendiera su gran fluido sobre su trasero. Le
examinó el culo, invadiendo el estrecho anillo muscular con uno,
dos, tres dedos.
—¿Quieres mi pene en tu culo? —exigió.
—Sí. —Su respuesta fue silenciada por la cama. No fue
suficiente. La azotó tan fuerte que jadeó.
—Dime.
—Sí —gritó—. Quiero tu pene en mi culo. Folla mi culo, Marcus,
por favor. ¡Fóllalo!
A pesar de su dura disciplina, cuando alineó su pene y empezó a
invadir su culo, fue extremadamente suave.
Su miembro abrió su estrecho agujero, poco a poco, mientras
ella gemía sobre el edredón. Esta vez Marcus temía que sus propios
ojos se salieran de las órbitas.
Muy. Apretado.
Tan jodidamente apretado. Lo habían hecho solo una vez, la
noche previa a que ella se fuera. Y Marcus había vivido de esos
recuerdos durante tantas noches solitarias…
Cora se flexionó, aferrándose a él, y Marcus perdió el maldito
aliento. Realmente estaba tratando de mantener el control. Pero
Dios, ella lo estaba poniendo a prueba. Tenía a su perfecta e
inocente mujercita lloriqueando y empujando sus caderas contra la
cama, buscando fricción mientras él follaba su culo virgen… casi se
corrió ahí en el acto.
Pero no. Joder, no. Iba a prolongar esto. Cora pudo haberlo
exigido, pero él se iba a asegurar de que exprimieran hasta la última
gota de placer de este reclamo.
Una vez que estuvo completamente sentado, el vello de su
pecho le rozó la espalda y le envolvió un fuerte brazo en la cintura.
—¿Esto es lo que querías? —preguntó, apenas logrando
mantener su voz mesurada.
—Esto es lo que quería. —Se agachó y acarició su muslo,
mirándolo por encima del hombro—. Eres tan fuerte. Todo ese
poder, a veces puedo sentirlo, ¿sabes? Cómo apenas lo mantienes
dentro. Apenas lo mantienes atado. —Le apretó el muslo, frunciendo
el ceño—. Pero no tienes que hacerlo. No conmigo. Soy tuya,
Marcus. —Sus ojos azules fueron tan claros como el cristal cuando
admitió la verdad—. Siempre lo seré. Tú lo sabes y yo lo sé. Así que
reclama lo que es tuyo y no te contengas.
Sus palabras activaron un interruptor. Ella era suya. Era suya y
confiaba en él completamente. Marcus se incorporó con sus puños a
ambos lados de sus caderas, y con un rugido, hizo lo que ella le
pidió. Dejó de contenerse.
Empujó sus caderas hacia adelante, golpeándola contra las
sábanas, llenándola. Cuando sus rodillas se doblaron, le rodeó la
cintura con un brazo y sus dedos buscaron su clítoris. Cora gritó y
se desplomó contra él, con la boca débil como todo su cuerpo,
incluyendo su culo, apretado y con espasmos debido a su orgasmo.
Oh Dios, estaba tan apretada. Su esposa. Suya. Suya, joder.
Para siempre. Una descarga le atravesó la columna vertebral, pero
aun así se hundió en ella, con sus embestidas volviéndose más
duras y salvajes. Con su peso, llevó las caderas de Cora hacia la
cama; su sexo se sacudía orgasmo tras orgasmo hasta que terminó
sollozando y retorciéndose sobre la cama.
—Mia moglie. Sono pazzo di te.
Mi esposa. Estoy loco por ti.
Suaves palabras que eran todo lo contrario a su cuerpo.
Marcus nunca había conocido una pasión como esta en su vida.
Nunca supo que podía existir. Nunca supo que podía amar tanto a
alguien o a algo. Tanto como esto.
Mantuvo el cuerpo de Cora pegado al suyo mientras sus caderas
se movían más violentamente que nunca; sus sudores se mezclaron
y empaparon la cama.
—Córrete —gritó—. Una última vez. Córrete conmigo.
Su enorme palma masajeó su hinchado coño, con los dedos
deslizándose dentro y fuera de ella mientras la llenaba por detrás.
Gritó mientras el orgasmo de Marcus lo atravesaba.
Su semen la llenó, chorreando de su trasero mientras se
retiraba, uniéndose a las sábanas ya mojadas.
Su hermosa esposa nunca había sido más perfecta que cuando
le sonrió, con una sonrisa de felicidad en su rostro, finalmente
saciada.
—Gracias. —Rodó hacia su lado, alcanzándolo con los ojos
cerrados. Él se desplomó a su lado.
Los dedos de Cora le recorrieron el rostro, la mandíbula, el
puente de su nariz, sus cejas y hasta su frente. Allí suavizó las
líneas. Marcus suspiró y dejó que su mejilla descansara en la palma
de su mano.
—He echado de menos esto. —Cora le quitó las palabras de la
boca.
Pero antes de que pudiera preguntarle la razón de haberse ido o
exigirle respuestas, sus ojos se cerraron y suavemente comenzó a
roncar.
CAPÍTULO 16

Cora se despertó con una jaqueca terrible. Agh. Se agarró la cabeza


con ambas manos y gimió.
Dios, ¿qué era todo ese ruido? Buscó a tientas la mesita de
noche y frunció el ceño, esta vez realmente abriendo los ojos.
¿Pero qué…? No estaba en su apartamento.
Se incorporó. ¡Ay! Nuevamente se agarró la cabeza. Vale, vale,
nada de movimientos bruscos. Entendido. Pero, ¿qué demonios?
Nunca antes había tenido migrañas.
Miró a su alrededor. ¿Dónde diablos estaba?
Entonces todo regresó de golpe. El sueño.
Porque eso era todo lo que había sido, ¿cierto? Eso es lo que
siempre fue. Sueños. Se movió y se estremeció por el dolor en su…
en su trasero.
¡Mierda! No se trataba de un sueño.
Eso significaba… Cora se giró, mirando de un lado al otro.
Estaba en una habitación decorada con tonos fríos y masculinos.
No, no, no.
Se puso de pie, hizo un gesto de dolor y caminó con las piernas
arqueadas hacia la puerta. La abrió de golpe y asomó la cabeza.
—¿Hola? —llamó.
No hubo respuesta, pero el ruido que la había despertado sonó
de nuevo. Era su teléfono sonando. Casi se muere del susto.
—¡Mierda! —gritó con la mano en el pecho mientras se dirigía
hacia la mesita de noche junto a la cama.
Frunció el ceño mientras tomaba el teléfono. De acuerdo con sus
vagos recuerdos, se presentó en la puerta de Marcus con nada más
que una sábana. Entonces, ¿cómo llegó su teléfono aquí?
Tocó el botón para contestar la llamada.
—¿Hola?
—¿Estás despierta, bella durmiente?
La voz de Marcus. Sonaba como si estuviera sonriendo. Cora se
hundió de nuevo en la cama. Echaba de menos el sonido de Marcus
cuando estaba feliz.
—Sí —dijo tímidamente.
—Bien. ¿Te sientes bien?
Cora parpadeó, y mil pensamientos se dispararon por su cabeza.
No, tengo una jaqueca de mierda y por alguna razón que no puedo
explicar, creo que anoche pasé por tu casa accidentalmente y
tuvimos sexo sin control, tuve un millón de orgasmos y te rogué que
me follaras el trasero, pero ya sabes, aparte de eso…
—Sí —dijo en su lugar—. Me siento bien. Un poco cansada.
Marcus se rio y los dedos del pie de Cora se retorcieron al
escuchar el ruido. ¿Por qué siempre tenía que sonar tan
malditamente sexy?
—Apuesto a que sí.
Cora sintió que sus mejillas se calentaban a unos mil grados.
—¿Hay alguna razón para que llames?
—De hecho, la hay —dijo, y siguió sonando divertido. Pero luego
se puso serio—. La agenda del alcalde fue reorganizada debido a
un evento de cortar la cinta de algo, pero todavía puede verte. Ahora
la reunión es a las 9:30 en lugar de las 11:00.
Los ojos de Cora se dirigieron al reloj de la mesita de noche.
—¡Ya son las ocho y cuarto! —gritó, poniéndose de pie de un
salto. No tenía ni idea de cómo lucía, pero considerando las
actividades de anoche, no quería ni imaginárselo.
—Por eso te llamo. Tuve que salir para ocuparme de unos
asuntos pendientes —Definitivamente sonaba menos que
complacido por aquello—, pero pasaré en media hora a recogerte.
Hablaremos en el auto.
—¿Media hora? —chirrió—. Pero tengo que ducharme. Tengo
que arreglarme el pelo. Y maquillarme. Y… ¡Mierda!
—Cálmate, nena. Podemos hacerlo. Ahora ve a ello, te veo en
treinta.
—Bien. —Se recordó a sí misma que se había ofrecido a ayudar,
convenciéndolo de que aceptara su ayuda. No podía empezar a
quejarse de eso ahora.
—Oh, y ponte algo de ropa antes de salir de la habitación —con
eso terminó la llamada.
Y Cora comenzó a tener un ataque de nervios sobre cómo
podría estar lista a tiempo. Iba a reunirse con el alcalde. El alcalde.
Marcus tenía poder sobre él, o al menos solía tenerlo, pero aun así,
era uno de los hombres más poderosos de la ciudad.
Cora se puso una de las camisas de Marcus y salió corriendo de
su apartamento. Apurada abrió la suya y frenó en seco con un grito
cuando vio a un hombre vestido de negro sentado en su sofá.
—Tranquila, señora Ubeli, estoy aquí por orden de su marido. —
El hombre desvió cortésmente sus ojos hacia la pared. Era idéntico
a todas las demás Sombras: pantalones negros, camisa negra y
tonos oscuros, sentado justo en su sala de estar. Mientras que el
pelo de Cora era un desastre y no llevaba nada más que una de las
enormes camisetas de Marcus.
—Pensé que ustedes debían esperar afuera. —Un pensamiento
vino a ella y preguntó un poco horrorizada—: ¿Cuánto tiempo has
estado aquí?
—Desde el amanecer.
¿Fue cuando Marcus dejó el apartamento? Dios, así que
obviamente estos sujetos sabían que ella había estado durmiendo
en su casa. Mordiéndose el labio, se debatió sobre si darse la vuelta
y ducharse o hacer café. No tenía tiempo, literalmente.
Sin embargo, no podía imaginarse enfrentarse al día sin cafeína.
Tal vez ayudaría con ese maldito dolor de cabeza. Ignorando al
hombre, cruzó la habitación y encendió la cafetera, alimentando a
Brutus mientras la bebida se preparaba.
—Lo sacaré, si quiere —le ofreció la Sombra—. Me gustan los
perros.
—Uh, gracias. Si no es mucha molestia.
—Mi compañero Fats esperará en la sala mientras te alistas —le
advirtió—. Tendrá a un hombre consigo todo el tiempo.
—Bien —murmuró, poniendo los ojos en blanco. Al menos no se
les había ordenado que esperaran en el dormitorio.
El hombre esperó hasta que Brutus terminó de comer, le puso la
correa y lo llevó afuera. Un hombre alto y flacucho entró.
—¿Fats? —preguntó con las cejas levantadas.
El hombre sonrió. Tomando una taza de café, Cora se escabulló
al dormitorio.
Se duchó y se vistió en tiempo récord, colocándose solamente
un poco de maquillaje. Cuando estuvo lista, las Sombras la
esperaban para acompañarla al auto de Marcus.
El mismo Marcus salió para sostenerle la puerta. Cora se quedó
sin aliento al ver su bella figura con hombros anchos y cintura
estrecha dentro un traje hecho a medida para lucirlos a la
perfección.
Y cada momento de la previa noche regresó con detalles vívidos
y en alta resolución. Sin ningún pudor, se restregó contra él justo allí
en la puerta. Suplicándole que la follara. Corriéndose alrededor de
sus dedos. Su pene. Suplicando por él en su culo…
—Necesitas un vestido —dijo Marcus después de que se
deslizaran en el asiento trasero.
—Lo sé —se sonrojó. La Sombra debió haberle reportado.
—Ven aquí —exigió.
Mierda. ¿Porque qué otra cosa recordaba de anoche?
¿Aparte del orgasmo tras orgasmo tras orgasmo?
Soy tuya, Marcus. Siempre lo seré. Tú lo sabes y yo lo sé.
¿Qué mierda pasaba con ella?
Más bien, ¿qué mierda pasaba con esas píldoras? Nunca
volvería a tomar otra, eso era seguro. Jamás debió haber tomado
dos, lo entendía, pero demonios… ¿no pudo Armand advertirle de
los posibles efectos secundarios? ¿Y, de todos modos, qué clase de
efectos secundarios eran esos?
Y ahora aquí estaba Marcus con sus expectantes ojos grises. Y
Cora tenía que enfrentarse al alcalde y tratar de que le diera
información sobre el cargamento…
Se acercó un poco más a Marcus, pero no demasiado,
poniéndose el vestido mientras se movía. Su atuendo era
profesional, pero coqueto. El vestido era de color coral con un cuello
redondo que rozaba la parte superior de su escote. Mostraba su
figura a la perfección y el color hacía que su piel brillara. Los ojos de
Marcus se deslizaron sobre ella y se estrecharon, pero no dijo nada.
—¿Segura que estás bien esta mañana?
Ahora su cara estaba muy roja.
—El café ayuda con el dolor de cabeza. —Sostuvo el termo que
había traído de casa mientras cruzaba las piernas, y luego se
retractó del movimiento una vez que se percató de lo que había
hecho.
Marcus confundió su inquietud con nerviosismo.
—No tienes que hacer esto si no quieres.
—Tienes una reunión con el alcalde en menos de doce horas.
Creo que justo ahora es demasiado tarde para que me eche atrás.
Por cierto, ¿cómo lo conseguiste?
—Pedí algunos favores. Armand ayudó.
—¿Armand? —Cora quería preguntarle cómo era que su amigo
tenía una relación con el alcalde, pero claro, Armand era un Merche.
Su apellido tenía todo tipo de peso con el más alto nivel, aunque
fuera un hijo desheredado o no.
Marcus nuevamente empezó a infundirle sobre qué decir.
Pasaron los siguientes quince minutos repasando la situación
mientras se arrastraban por el tráfico matutino.
—El alcalde jugará contigo. Y es bueno leyendo a las personas;
es probablemente su habilidad número uno. Pero tú, más que
cualquiera de nosotros, no tienes nada que esconder.
Cora asintió, pensando en la llamada que le hizo al detective
antes de huir de la finca e iniciar todo este lío. Sí, es cierto. Nada
que ocultar…
Su marido seguía hablando.
—… y relájate. Apégate al guion y recuerda, tienes una ventaja.
—¿Qué ventaja? —preguntó Cora, con la preocupación
comenzando a carcomerla.
—Tus piernas se ven jodidamente bien en ese vestido.
—Marcus —protestó, y se tiró del dobladillo.
Su cabeza oscura se acercó a la de ella.
—Tan pronto como este asunto termine, arreglaremos las cosas
entre nosotros de una vez por todas.
Si lo miraba más, se ahogaría. Durante el resto del viaje se
quedó mirando por la ventilla, repasando el guion en su cabeza.

—¿Señora Ubeli? Por aquí por favor. —Un joven con un traje azul
marino le hizo señas a Cora para que entrara a la oficina.
Dentro estaba parado Zeke Sturm, el líder de la ciudad más
poderosa del mundo, con sus rizos rubios y cortos rebotando con
energía aniñada.
—Por favor, llámame Zeke. —Tomó la mano de Cora y la besó,
guiándola hacia un asiento mientras su mirada recorría de arriba a
abajo su cuerpo.
—Gracias por reunirse conmigo en tan poco tiempo. —Le dedicó
una sonrisa.
—No hay problema alguno —dijo suavemente, aunque Cora
sabía que sí debía ser un gran problema.
Entre las nueve y el mediodía eran las horas de mayor audiencia
para un político, y habían concertado la reunión doce horas antes.
Pero si estaba molesto, no lo mostraba.
—Por favor, sírvete. —Zeke señaló la bandeja de plata de café y
té sobre el escritorio. Ella esperó, pero él, en lugar de volver a
sentarse en su silla, se apoyó en el escritorio y la miró.
Su posición le ofreció una vista perfecta de su escote, Cora se
dio cuenta, pero la sonrisa del alcalde era suave y nada más que
amigable.
—Así que —comenzó—, ¿estás aquí para convencerme de ser
el invitado de honor en la recaudación de fondos para los refugios
de animales?
—Un desfile de moda. —Cora se inclinó hacia adelante en su
asiento. A ella y a Maeve se les había ocurrido la idea hacía años, y
anoche Marcus y Sharo decidieron que era una buena tapadera
para que se reuniera con Zeke—. Con modelos y perros. Y Armand
y su equipo de Fortuna están a cargo de los diseños.
Zeke sonrió.
—La moda llega a los perros —bromeó y ella se rio.
—Exactamente. Solo preséntese para cortar el listón del nuevo
parque para perros y para una rápida sesión de fotos. A sus
electores les encantará.
—Nunca está de más apoyar una buena causa. Muy bien —dijo,
golpeando un lado del escritorio—. Lo haré.
—¿En serio? Eso es genial… Gracias.
Zeke también se encontraba sonriendo, pero de alguna manera
tenía mala pinta.
—¿Eso es todo? Su esposo movió todas sus influencias para
ponerla delante de mí, ¿y eso es todo lo que quiere?
Cora se sonrojó bajo su penetrante mirada y él extendió sus
manos en señal de disculpa.
—Soy un hombre ocupado, señora Ubeli. No tiene sentido
andarse con rodeos.
Se aclaró la garganta.
—Él tenía una pregunta para usted. Algunos bienes fueron
recogidos de los muelles hace un tiempo. Le gustaría que le
devolvieran sus bienes personales.
Ahora Zeke parecía divertido, pero se mantuvo callado mientras
continuaba:
—Cree que las cajas han sido manipuladas y el contenido ha
sido eliminado. —Antes de continuar, le echó un vistazo a la esquina
donde una cámara instalada la fijaba con su brillante ojo. Bajo su
mirada impasible, intentó recordar todo lo que Marcus y Sharo le
habían instruido esta mañana.
—Entrará en la guarida del león —había dicho Marcus, casi
cancelando todo el asunto justo antes de que Cora saliera del auto.
—A la luz del día, el león está amordazado —respondió Sharo,
mirando a todas partes como si estuviera a gusto. Cora sabía que
no era así.
—Ezequiel Sturm no hace negocios a la luz del día, nunca lo
olvides. La mayor parte de su mierda está enterrada en lo profundo,
como un iceberg. Pero está ahí —dijo Marcus, y respondió a la
pregunta de Cora antes de que la formulara—. Lo conozco desde
hace mucho tiempo.
En ese momento, mirando los ojos azules del alcalde, se dijo a sí
misma que respirara.
—¿Puede ayudarnos?
Zeke se detuvo, dejando que su mirada se desviara hacia ella.
—Fueron inteligentes al enviarte —dijo finalmente—. Me gusta
ver a una nueva y encantadora cosita en un vestido de verano cada
primavera. —Tomó un bolígrafo de su escritorio y fingió examinarlo
—. ¿Hasta dónde te dijo tu esposo que llegaras para suavizarme?
Cora se tensó y, agarrando el dobladillo de su vestido, lo bajó.
Él se rio.
—Relájate. No te quiero a ti.
La guarida del león, se recordó a sí misma.
—Bien, porque no puedes tenerme —escupió.
Zeke dejó caer el bolígrafo con el que había estado jugando
sobre su escritorio.
—Dile a Ubeli que no puedo hacer nada para devolverle sus
bienes personales. Son parte de una investigación policial. Si
presenta una solicitud, estoy seguro de que será resuelta en… unos
años.
Cora se puso de pie. La conversación obviamente había
terminado. Él no iba a darles nada.
—Nos vemos en la recaudación de fondos.
Él inclinó la cabeza y sus rizos rubios cayeron de manera
atractiva sobre su rostro.
—He oído que tú y Ubeli se separaron. ¿Están resolviéndolo de
alguna manera?
Quería decirle que no era asunto suyo.
—Aún estamos hablando.
La examinó con rápidos y mordaces ojos azules.
—Si quieres divorciarte de él, puedo protegerte.
—Gracias —dijo de manera educada—. Se lo haré saber.
No le dijo que había estado con su marido lo suficiente como
para saber que la protección tenía un precio.
—¿Has estado practicando la cara inexpresiva de tu esposo? —
Zeke parecía divertido y Cora ya estaba harta.
—Gracias por su tiempo. También le agradezco que nos haya
dado su suite del pent-house del hotel Crown. Sí que la disfrutamos.
La ira se reflejó en su rostro; Cora se giró sobre sus talones y se
apresuró a salir, asustada y eufórica por haber lanzado al menos un
golpe.
CAPÍTULO 17

Marcus se encontraba sentado en la parte trasera del todoterreno


afuera de la oficina del alcalde esperando a Cora. Estaba tenso y
nervioso mientras miraba fijamente al edificio.
—Ha estado allí mucho tiempo —gruñó.
Sharo le miró por el espejo retrovisor.
—Solo han pasado cuarenta y cinco minutos. Y ya conoces a
Sturm. Probablemente la hizo esperar afuera media hora más
porque sí.
—Estoy harto de que el alcalde Zeke Sturm abuse de su
posición. Es hora de recordarle quién está realmente a cargo de
esta ciudad.
Sharo levantó una ceja.
—Lo mejor sería que no le declararas la guerra directo en su
oficina hasta que escuches lo que tiene que decir. Y tal vez cuando
no tengas un objetivo en tu propia frente.
Marcus refunfuñó en voz baja y miró por la ventanilla.
Finalmente. Ahí estaba ella, abriéndose paso hacia la salida.
Marcus respiró hondo. Fue la primera vez que sintió haberlo hecho
durante cuarenta y cinco minutos.
No debió haberla dejado entrar sola. Nunca más. No le
importaba si en algún momento hubiera parecido lógico. Era su
trabajo ser su escudo y no podía hacerlo si estaba afuera esperando
en el maldito auto.
Bajó rápidamente las escaleras luciendo tan hermosa como
siempre en su ajustada y marcada falda hasta la rodilla y su chaleco
abotonado que acentuaba su estrecha cintura y sus curvas
femeninas. Había usado un abrigo al entrar. Lo que probablemente
había sido algo bueno porque si hubiera visto ese atuendo, de
ninguna manera la habría dejado bajar del vehículo.
Sharo saltó fuera y se movió rápidamente para abrirle la puerta.
Cora se deslizó con gracia dentro del auto, quedándose cerca de
la puerta mientras Sharo la cerraba. Como si pensara que Marcus le
permitiría poner distancia entre ellos. ¿Después de lo de anoche? Él
no lo creía así.
Rápidamente le quitó esa idea al agarrarla por su pequeña
cintura y deslizarla por el asiento hasta que estuvo a su lado.
Ella dejó escapar un pequeño chillido, pero esa fue su única
protesta.
—¿Cómo ha ido? —preguntó Sharo.
Cora frunció el ceño, todavía moviéndose para poner distancia
entre ella y Marcus.
—No muy bien. No nos ayudará.
Marcus no se sorprendió en absoluto. Había una razón por la
que Zeke había estado evitando reunirse con él. Algo estaba mal. O
Zeke lo había traicionado y vendido el cargamento a alguien más —
lo que sería un error fatal, y Zeke pronto lo sabría si Marcus llegaba
a descubrir que era verdad—, o algo más había sucedido y Zeke
estaba intentando ocultarlo. De cualquier manera, Marcus llegaría al
fondo del asunto. Con o sin la ayuda del alcalde.
—Dime lo que dijo. Todo, cada detalle.
Cora lo hizo, repitiendo la conversación detalladamente,
mirándose nerviosa al final de su historia, como si esperara a que
Marcus perdiera la cabeza. Ya debería conocerlo mejor. Valoraba
demasiado el control como para perderlo por alguien como Zeke
Sturm.
—Está bien, nena. —Marcus le dio una palmadita en el muslo—.
Recuperaremos el cargamento; tenemos otras formas.
No parecía convencida.
—¿Y si no lo haces para el fin de semana? ¿Qué hará Waters?
—¿Preocupada por mí? —Marcus sonrió.
Resopló y desvió la mirada.
—Solo estoy asegurándome de recibir la pensión alimenticia.
Marcus se rio, la acercó más y le besó la parte superior de la
cabeza. Tomó su mejilla y lentamente se la movió para que lo
mirara.
—Pero las cosas se están poniendo serias ahora. Necesito
volver al piso franco y tú tienes que venir conmigo.
Su cabeza inmediatamente comenzó a sacudirse en negación.
No. Esto otra vez no.
Marcus levantó su otra mano para poderle acunar ambas mejillas
y sostenerle el rostro inmóvil mientras dejaba caer su frente sobre la
de ella.
—Deja de negar lo que tenemos. Quién eres. Eres mi esposa y
perteneces a mi lado. Lo de anoche lo demostró. Lo dijiste tú misma.
Se alejó de él, lo suficientemente rápido como para que él
perdiera su agarre.
—Lo de anoche no cambió nada. Fue… —Sacudió la cabeza y
levantó las manos—. Vale, bueno, no sé exactamente lo que fue.
Una pausa del mundo real. Dos adultos desahogándose, supongo.
¿PERO QUÉ MIERDA?
¿Desahogarse?
—¿Una pausa? ¿“Dos adultos desahogándose”? —le dijo justo
en la cara—. ¿Decir que eres mía para siempre y suplicarme que
reclame tu coño y tu culo fue un maldito desahogo?
Sus mejillas se pusieron rosadas y trató de desviar la mirada,
pero Marcus le acunó la cara para obligarla a mirarlo.
—¿Por qué ya sabía que ibas a salir con esta mierda?
—Marcus, no era yo misma. Había tomado algunos
medicamentos para dormir y…
—¿Para qué demonios estás tomando medicación para dormir?
¿Y quién te la prescribió? Porque debería perder su licencia. Fue
irresponsable y…
—Para. ¡Para! —Se alejó de él—. Ya no puedes controlar cada
pequeña cosa en mi vida. Yo soy mi propia dueña. Puedo ir con
cualquier doctor que quiera. No eres mi dueño. Puedo hacer lo que
quiera, cuando quiera…
Marcus la miró con el pecho apretado y con sus palabras de la
noche anterior resonando en sus oídos sobre lo que cualquier pene
podría hacer.
—Será mejor que no te desahogues con otros adultos.
—¡Claro que no! —Lucía consternada y su estómago relajado,
pero solo un poco.
—Entonces ven conmigo.
—No. ¿Cuántas veces tengo que decirte que se acabó?
Nuevamente le dijo en la cara:
—Tantas veces como sea necesario para que se te meta en la
cabeza que nada nunca se acabará entre nosotros. Y en el fondo, tú
también lo sabes. Si no, no habrías terminado en mi puerta a las dos
de la mañana rogándome que te follara.
Su cabeza se sacudió rápidamente de un lado a otro, negando.
—Yo… yo no… esa no era yo. No podía dormir y estaba en la
cama y me puse a pensar en ti…
—Por favor, continúa.
Sus mejillas se pusieron rojas y se detuvo, con sus labios
frunciéndose en una línea delgada.
—¿Sabes por qué nunca iré contigo? ¿Por qué nunca más
estaré contigo? ¡Porque eres un idiota!
—Anoche ciertamente parecía que te gustaba mi culo. —Se
inclinó y le susurró en el oído—. Por la forma en que lo agarrabas y
exigías, “más duro, Marcus, fóllame más duro”... Tengo tus arañazos
para probarlo.
Si Marcus antes pensaba que sus mejillas eran de un rosa
brillante, ahora no eran nada comparado con el rojo cereza que
tenían.
—No lo hice.
—Me daré la vuelta y me bajaré los pantalones aquí y ahora
mismo. No es algo que Sharo no haya visto antes.
Era verdad. Sharo una vez le había ayudado a sacarle del
trasero fragmentos de una bala que rebotó. Marcus estaría orgulloso
de añadir las marcas de Cora a sus otras cicatrices.
—No te atrevas —escupió Cora, con su pequeña mano frente a
su bíceps.
Le sonrió.
—Así que está decidido. Vendrás al piso franco conmigo.
—¿Sharo? —llamó Cora hacia el vidrio divisorio que Sharo había
levantado una vez que se pusieron en marcha—. ¡Sharo! —gritó
cuando en un principio no le respondió.
Marcus pudo imaginar el receloso suspiro cuando Sharo
finalmente presionó un botón y el vidrio empezó a replegarse.
—Gracias Sharo. ¿Podrías dejarme en mi apartamento?
Vale, ahora Cora realmente lo estaba empezando a molestar.
—Esto no es un juego, Cora. —Marcus le agarró el muslo—.
Gente ha muerto.
Su cabeza giró en su dirección.
—¿Crees que no lo sé? —lo dijo con tanta energía, casi como si
lo estuviera acusando de algo.
Se sintió como si estuviera cubierto de hielo. ¿Acaso estaba
pensando en la madre de Marcus? ¿En Chiara? ¿Estaba pensando
en cómo las mujeres de su familia tenían el hábito de morir por su
cercanía a los hombres Ubeli?
Mi padre siempre mantuvo a mi madre al margen.
¡Y mira lo bien que le fue!
Marcus se recostó duramente en su asiento. ¿Cora tenía razón?
¿El lugar más seguro para ella era estando lejos de él?
—Ya la has oído —le vociferó Marcus a Sharo—. Llévala a su
apartamento.
Ignoró la sorpresa de Cora y Sharo simplemente dijo:
—De acuerdo, jefe. —Y giró el todoterreno hacia la parte norte
de la ciudad en vez de hacia el lado sur.
Cora no emitió palabra durante los diez minutos que tardaron en
llegar, y Marcus tampoco. De manera esporádica sentía sus ojos
sobre él. Quería gruñirle para que dejara de mirarlo porque estaba a
nada de cambiar de opinión, arrastrarla al piso franco con él y
encadenarla nuevamente a una cama. Por cada kilómetro que
recorrían, aquello parecía ser cada vez una idea mejor.
Finalmente, el todoterreno se detuvo frente a su apartamento.
Cora se detuvo antes de abrir la puerta y Marcus apretó los puños
para evitar alcanzarla.
—Marcus…
—No. —La interrumpió. La única manera que tenía para poder
salir de allí era irse en ese momento—. Mantente a salvo. No vayas
a ninguna parte sin las Sombras.
No esperó su confirmación. En el momento en que se bajó del
auto le ordenó a Sharo que condujera.
CAPÍTULO 18

Marcus definitivamente se había enojado con Cora cuando dos días


atrás la dejó en su apartamento. Y ella lo entendía. Realmente lo
entendía. Después de su noche juntos tener que volverse tan fría y
como una perra… agh, no quería pensar más en ello.
Pero pensar en ello era lo único que había estado haciendo sin
cesar desde la última vez que lo vio. Se sentía horrible. Darle
esperanzas de esa manera era cruel.
Sin embargo, ¡no había controlado completamente sus
facultades cuando se acercó sonámbula a su puerta! Vale, entonces
sí que recordaba casi todo lo sucedido esa noche. Muy
detalladamente. Ni siquiera sabía cómo describir la abrumadora
necesidad y desesperación que había sentido.
Y cuando Marcus finalmente cedió… Los ojos de Cora se
cerraron. Un escalofrío la recorrió al recordar.
Fue como si sus más profundos y sucios deseos hubiesen
surgido y ella tuviera que cumplirlos sin importar qué. Sin importar lo
que tuviera que decir, cómo tuviera que manipular o… Deseaba
poder decirlo, sin importar cómo tuviera que mentir.
Pero ese era el asunto. Además del comentario de una sola vez
sobre salir y buscar otro hombre si Marcus no la satisfacía, temía
que todo lo demás que hubiera dicho era verdad.
Era como si le hubieran hecho tragar un maldito suero de la
verdad. Cosas que ni siquiera se había admitido a sí misma se le
habían escapado de la boca. Gracias al destino, pero estaba
demasiado preocupada por atender su deseo sexual como para
hacer otra confesión…
Y cuando Marcus la acorraló en el auto después de la reunión
con el alcalde, ¿qué se suponía que debía hacer? ¿Ir a esconderse
con él en un piso franco? ¿Los dos solos?
No. La noche anterior había sido una locura temporal.
Era injusto seguir enviándole a Marcus señales tan confusas,
Cora lo sabía. ¿Saltándole encima un momento y al siguiente decirle
que se alejara, primero en la parte trasera del club y luego
nuevamente la noche siguiente? Dios, a veces ni siquiera conocía
su propia mente.
Porque no podía quererlo. Ella quería la luz. Y no quería tener
nada que ver con la oscuridad en la que estaba bañada la vida de
Marcus.
Así que no podía dejarse devorar nuevamente por él, por su
mundo. Sin importar lo tentador que fuera. Sin importar que algunas
píldoras hubieran confundido su cabeza por un tiempo. Sin importar
que no pudiera dejar de pensar en sus fuertes manos sobre su
cuerpo, el tono grave y dominante de su voz, el sabor de sus labios
sobre los de ella…
Todo eso la mantenía despierta por la noche. Y después del
incidente de haber caminado dormida, no se atrevió a tomar la
última píldora para dormir. La tiró por el inodoro. El miércoles se
volvió jueves y este en viernes, con Cora imaginando cada vez más
cosas horribles. ¿Qué iba a pasar el lunes cuando la cuenta
regresiva de Waters terminara?
Si se sincerara y les contara todo, tanto a Marcus como a
Waters, ¿ayudaría? ¿O ya era demasiado tarde para que importara?
Una mujer más fuerte habría confesado sin importar las
consecuencias. Una mujer más fuerte lo habría intentado.
El par de horas que lograba dormir por la noche siempre estaban
llenas de pesadillas. Se despertaba cada mañana sintiéndose
pesada y perezosa, como si su cuerpo estuviera lleno de cemento.
Ni siquiera caminar a Brutus la hacía entrar mucho en calor; el torso
le dolía y tenía un dolor de cabeza que no cesaba.
Sin vislumbrar cerca el final de la tensión y sin noticias de
Marcus, tomó algunos analgésicos y anduvo por su casa tratando de
concentrarse en volver a la normalidad. Tal vez si se acomodaba a
su rutina normal y se relajaba con sus amigos como solía hacerlo,
pensaría en una solución.
Así fue como se encontró usando un pequeño vestido negro con
el cabello peinado alrededor de su cara y con maquillaje negro,
entrando a una gran casa en Park Avenue. Dos Sombras la seguían
mientras se veían poco felices.
Armand la encontró en la puerta, con su característico look de
estrella de rock: pelo alborotado, jeans Fortuna, camiseta con
franjas negras y pies descalzos. Lucía sexy sin necesidad de
intentarlo, y no era la primera vez que Cora se preguntaba si habría
salido con él si no hubiera conocido a su marido primero.
—Querida, te ves fabulosa. Esta pequeña reunión no es tan
elegante como la fiesta que organizó Percepciones, pero los
canapés están para morirse y los tragos son gratis.
—Suena perfecto —murmuró. Estaba tan cansada. Había
dormido tal vez un total de tres horas en los últimos tres días. Pero
Armand la había llamado y convencido, diciendo que Anna asistiría.
—¿Estás bien?
—Estoy cansada.
No sabía cómo describir el dolor y el ardiente malestar que se
había asentado en sus huesos, pero lo atribuía a la preocupación y
a la falta de Marcus.
—¿Estás durmiendo?
—A veces.
Justo ahora, probablemente, no era el momento de preguntarle
qué demonios había en esas pastillas. De todos modos, ella
probablemente se encontraba en la minoría que sufría los extremos
efectos secundarios.
—¿Quiénes son los trajeados? —Armand miró por encima del
hombro de Cora.
—Mis guardaespaldas. Fats y Slim.
—Encantado de conocerlos. —Armand les sonrió ampliamente.
—Nada de fraternizar con los matones —le ordenó, tomándolo
del brazo y llevándolo a la casa.
—Cariño, no iba a dejar de fraternizar… —Armand levantó su
cuello para ver a los dos hombres seguirlos antes de apurarse
mientras Cora le daba un manotazo. La parte trasera de su camiseta
estaba un poco rasgada, así que la parte superior del tatuaje de su
ala de ángel se asomaba.
Cuando Armand dobló en la esquina, una demandante y
femenina voz retumbó al pronunciar su nombre.
—Armand, ahí estás. Los del catering se quedaron sin hielo y no
puedo encontrar a Buddy. Sin él son demasiado estúpidos como
para saber qué hacer.
Cora se asomó por un lado de Armand para ver a la mujer alta
que lo había detenido. Llevaba un largo caftán blanco y dorado que
se arremolinaba alrededor de sus brazos y piernas, permitiendo un
vistazo de su piel morena clara. Se detuvo en seco en cuanto Cora
dobló en la esquina.
—Hola, no sabía que teníamos nueva compañía.
Pero no sonrió cuando sus ojos se posaron sobre Cora. Su pelo
oscuro estaba peinado hacia atrás, lo que solo la hacía parecer más
severa.
Encogiéndose un poco bajo la mirada curiosa de la mujer, Cora
se sintió como una niña jugando a vestirse con la ropa de su madre:
puesta en la balanza y encontrándose culpable.
—Encontraré a Buddy —prometió Armand, poniendo su brazo
alrededor de Cora—. Olympia, te presento a mi amiga Cora. Cora,
ella es Olympia Leone, la dueña de la casa.
—¿Cora? ¿Cora Ubeli? —La miró fijamente, como un halcón, y
el saludo de Cora quedó atrapado en su garganta—. Supe todo
sobre lo de tu esposo. —La expresión de su rostro le dijo a Cora que
no aprobaba en absoluto a Marcus Ubeli.
—Estamos separados —soltó Cora, acobardándose bajo la
mirada de la mujer y dando gracias de que aquello era técnicamente
cierto. Olivia siempre le dijo que no podía mentir ni para salvarse.
Armand, sin embargo, parecía impenetrable.
—Vamos, Cora bella, reunamos al jefe de catering y te
presentaré a la gente de aquí.
—Espera —dijo Olympia—. ¿Quiénes son ellos? —Señaló a las
Sombras—. Los hombres de Ubeli no son bienvenidos en mi casa.
Ni ahora ni nunca.
—Relájate, son los guardaespaldas de Cora. Los tengo vigilados.
—Armand sonrió pícaramente y arrastró a Cora por delante de
Olympia, dándole un rápido beso en la mejilla que pareció suavizar
su duro rostro—. Vale. Vamos a revisar la situación del hielo —dijo,
señalando el camino a través del largo y abierto salón-comedor
hacia la cocina trasera. Unos cuantos invitados ya se encontraban
arremolinándose alrededor de la mesa llena de comida.
—¿Ya ha llegado Anna? —preguntó Cora. Era muy extraño
pasar de vivir con Anna y Olivia, viéndolas todos los días, a tener
ahora poca idea de lo que sucedía con sus buenas amigas. Las
echaba mucho de menos a ambas.
—Se supone que llegará pronto. Con Max Mars. ¿Son pareja?
—Los vi juntos en el estudio donde están filmando su película.
Definitivamente son pareja. —Cora sonrió mientras le compartía ese
jugoso chisme, viendo los ojos de Armand brillar felizmente mientras
lo procesaba.
Se sentía bien estar aquí, hablando de cosas frívolas y olvidando
su pesada realidad por un momento. La hacía sentir joven, como si
pudiera invertir las manecillas del reloj y retroceder, volver al
pasado…
—Esperemos que se deshagan de los paparazzi antes de venir
aquí —dijo Armand—. El resto de nosotros preferiríamos no ser tan
famosos.
Cora se sacudió fuera de sus pensamientos melancólicos y se
lanzó de lleno al momento.
—¿Quién más aquí es famoso?
—Olympia solía ser la fiscal de la ciudad. Ahora está pensando
postularse para alcaldesa.
—¿Contra Zeke Sturm?
—Sip.
Cora recordó que su reunión con el alcalde el día anterior había
sido obra de Armand.
—Espera, ¿cómo es que conoces a Zeke tan bien?
—Lo conocí a través de Olympia.
Los pensamientos de Cora retrocedieron un poco antes de atar
los cabos.
—Vale, bien, ella era la fiscal del distrito.
Armand se encogió de hombros.
—Eso, y que ella solía estar casada con él.
Cora se llevó una mano en la cabeza, frotándola.
—Necesito un trago. Ha sido una semana larga y New Olympus
es un gran estanque incestuoso.
Armand se carcajeó.
—Tienes razón. Incestuoso pozo del pecado. —Se dirigió hasta
la mesa de bebidas, llevándole un poco de vino blanco. Él tomó un
cóctel, levantándolo para saludar a alguien al otro lado de la sala.
—Olympia es genial. Me acogió cuando no tenía hogar y me dejó
claro que siempre tendría un hogar aquí.
—Bien. —Cora se sintió un poco mejor acerca de la matrona de
cara dura—. No pareció que Marcus o yo le agradáramos mucho.
—Oh, odia a Marcus. Apasionadamente. Fiscal de distrito,
¿recuerdas? —Armand tomó de su bebida—. Por supuesto no te lo
tomes personal. Al principio Olympia odia a todo el mundo. Por
cierto, ¿cómo fue la reunión con nuestro justo alcalde?
—No tan bien. Como dije, ha sido una semana muy larga. —Miró
a su alrededor hacia todas las personas riendo y pasándola bien.
Sintió envidia.
Sería tan encantador alejarse de todo, incluso por una noche.
Deseaba poder ser joven y tonta y emborracharse con bebidas de
color neón con sombrillitas dentro. Pero después de su experiencia
con los somníferos, no estaba de humor para nada que alterara la
mente.
—¿Supongo que no hay café?
—¿Café? —Se carcajeó y bebió el resto de su bebida—. Nena,
tienes que aprender a divertirte.
Dos horas más tarde, Cora se encontró deambulando por el
patio trasero, sintiéndose tan cansada que estaba al borde del
delirio. El césped se sentía bien bajo sus pies. Si se acostara,
¿finalmente podría dormir? Se dio la vuelta con los brazos
extendidos. Nunca se había dado cuenta de que podía llegar a un
punto de agotamiento donde sus miembros se encontraban tan
pesados que volvían a sentirse ligeros. Algo así como si estuviera
flotando.
Anna y Armand salieron al patio y él comenzó a aplaudir.
—Damas y caballeros, les presento esta obra: nuestra amiga y
un solo vaso de vino. —Armand extendió un brazo hacia Cora.
Anna se rio.
—¿Eso es todo? Supongo que no está acostumbrada a beber. Ni
siquiera es medianoche y ya está borracha.
Pero lo que no sabían era que ni siquiera había bebido ese único
vaso de vino. Había bebido agua embotellada toda la noche. Su
cansancio finalmente la estaba alcanzando.
Fats y Slim se encontraban de pie a ambos lados del pequeño
espacio del jardín, pareciendo incluso menos felices que hacía unas
horas, pero a Cora no le importó. No le importaba nada. Estaba
jodidamente cansada. Tan cansada que ni siquiera se encontraba
ocultándolo. Estaba exhausta. Agotada. Hecha polvo. Aniquilada.
Destrozada. No había suficientes palabras en el diccionario de
sinónimos para describir lo cansada que se sentía.
Cora se tambaleó hasta el borde del jardín y se apoyó en un
árbol.
Anna bajó el borde de piedra del patio y sus tacones de aguja de
doce centímetros se hundieron en el césped. Aun así, se acercó a
Cora.
—Oye, ¿estás bien, cariño? —La frente de Anna se arrugó con
preocupación—. Apenas has dicho dos palabras esta noche.
Pareces cansada.
Cora comenzó a reír mientras los pulgares de Anna se posaban
sobre las bolsas que indudablemente se encontraban debajo de sus
ojos.
—Estoy muy agotada —confesó.
—Oh, cariño —dijo Anna, atrayéndola hacia sí para darle un
abrazo—. Todo va a estar bien. Vamos a llevarte a un lugar donde
puedas sentarte. Tal vez recostarte.
—No, no quiero irme —protestó—. Nunca puedo verlos, chicos.
Y volver a su apartamento vacío era lo último que quería.
—¿Qué tal una siesta? —dijo Armand, uniéndoseles—. Hay
habitaciones arriba. Toma una pequeña siesta reparadora.
Cora asintió. Una siesta reparadora. Perfecto.
—Podemos cuidar de ella. —Las dos Sombras avanzaron. Cora
dio un paso para seguirlas, pero tropezó y casi cayó de cara.
—Vaya, te tengo —dijo Slim, y lo siguiente que Cora supo fue
que Slim la tenía sobre su hombro y el mundo entero se puso patas
arriba.
Se volvió débil sobre su espalda. En realidad, se sentía bien ya
no tener que mantenerse erguida. Realmente, realmente necesitaba
esa siesta.
—Marcus va a matarme —murmuró Armand. Anna le dio una
palmadita en el hombro.
—Volveré pronto —murmuró Cora con los párpados ya cerrados.
—Deberíamos llevarla a casa. —Fats avanzó, con la luz de las
antorchas tiki reflejando su sombra.
—Llevas gafas de sol por la noche —Cora se rio, señalando. De
repente todo pareció muy absurdo.
—¿Qué le diste? —exigió Fats, encarando a Armand.
Los ojos de Cora se humedecieron y se sintió mareada al mirar a
Fats y a Armand. Armand era más alto, pero delgado comparado
con el cuerpo más corto y compacto de Fats. No quería que se
pelearan por ella. Afortunadamente, Armand se echó para atrás ante
la desafiante postura de Fats.
—Nada más que un vaso de vino, lo juro. Y solo bebió sorbos.
Tampoco comió, pero aun así no debió haberle afectado tanto.
—Solo estoy muy cansada, chicos —intentó explicar Cora.
—Llévala arriba —Olympia apareció en la puerta de la cocina,
con su majestuoso vestido como el de una reina—. Ahora. Tú… —
señaló a Fats—. Fuera. Has sobrepasado tu tiempo de estancia
aquí.
—Ocúpate de Brutus —murmuró Armand—. Cora estará bien,
todos la vigilaremos.
Olympia continuó dando órdenes:
—Llévala arriba, acuéstala en la habitación del pavo real. Tiene
baño privado. Tú… —señaló a Slim, con una mirada en su cara
como si hubiera visto una cucaracha—. Puedes quedarte. Pero no
causes problemas. —Sacudió su cabeza, obviamente frustrada—.
Andrea Doria acaba de llegar y también trajo consigo mucha
seguridad. Hay más guardaespaldas que invitados. —Se dio la
vuelta, todavía murmurando.
Slim le hizo un gesto con la cabeza a Fats y llevó a Cora por el
pasillo con Armand mostrando el camino.
Cora dejó caer la cabeza contra el pecho de Slim, sintiendo de
repente el agotamiento más profundo de toda su vida. La buena
noticia era que estaba bastante segura de que sería capaz de
dormir en el momento en que pusiera la cabeza sobre cualquier tipo
de almohada.
En el pasillo de arriba, vislumbró a otra alta mujer de color
parada en la puerta de un dormitorio con una peluca rubia gigante
sobre su cabeza y un maquillaje fabuloso que resaltaba su oscura
piel. Miró sorprendida a Cora en los brazos de Slim.
—Lo siento mucho, Andrea. —Armand se acercó a la mujer
mientras Cora era llevada en brazos—. Bebedora novata.
—No hay problema, todos hemos pasado por eso. —La mujer
alta se rio. Cora estiró el cuello para mirar el rostro maquillado de
Andrea bajo la escandalosa peluca rubia. Lucía vagamente familiar
y Cora casi descubrió el porqué, pero el pensamiento se le esfumó
cuando Slim la puso en la cama.
—No creo que haber salido esta noche haya sido la mejor idea
—le murmuró Cora antes de que la oscuridad de la habitación se
cerrara sobre ella y, exhausta, finalmente se quedara dormida.
CAPÍTULO 19

En la mansión del alcalde, Zeke Sturm regresó de su despacho,


lanzándole su teléfono a un asistente. Con su habitual euforia, abrió
las puertas del comedor y miró hacia la larga mesa con los invitados
reunidos.
Cada noche lo mismo, como un mal chiste, Zeke pensó mientras
veía sus rostros expectantes. Un dignatario visitante, un héroe de
guerra condecorado y un ayudante besa traseros entran en un bar…
En voz alta dijo:
—Disculpen mi tardanza. Espero que el primer platillo haya sido
de su agrado.
Murmullos educados llegaron desde todos los rincones de la
mesa. Zeke se aseguró de compartir su sonrisa con todos. Las
personas podían ser muy malvadas si sentían que no se les había
prestado suficiente atención.
—Me dijeron que el chef recibió un regalo de uno de los barcos
que atracaron en nuestros puertos —dijo Zeke mientras tomaba
asiento—. Así que esta noche cenamos róbalo fresco. Fue
importado específicamente para la particular comida de un magnate
de la industria transportista, y ahora muy amablemente nos lo han
regalado.
Todos los invitados expresaron su agradecimiento.
—Por favor, disfruten. —Zeke sonrió y gesticuló, dando su primer
mordisco mientras todos lo esperaban—. Mmm. Mucho mejor que la
forma en que mi ex esposa solía carbonizarlo.
Los invitados alrededor de la mesa se rieron justo en el momento
oportuno.
—Lo que llamamos róbalo es en realidad dos especies de
merluza negra, rebautizada para que suene más deliciosa —dijo un
hombre a mitad de la mesa con una voz gravemente acentuada.
Tenía una barba entrecana bien recortada y unos penetrantes ojos
azules. Si Zeke recordaba bien, él era un profesor. ¿Profesor
Wagner o Ziegler? Algo así.
—Un pescado con cualquier otro nombre… sigue siendo
delicioso. —Zeke saboreó su bocado con tenedor y se dirigió a los
meseros, pidiendo más vino para la mesa.
Un gordo y calvo hombre se acercó a la mesa.
—Mis disculpas por llegar tan tarde.
—Comisario. —Zeke saludó al recién llegado, y solo el más
astuto captaría el ligero tic de sus labios, una micro expresión de
molestia. Pero Zeke pensó que el profesor barbudo se había dado
cuenta. Alguien observador.
—Lo siento, jefe. —El pesado hombre respiró, metiendo su
servilleta en su cuello y agarrando un panecillo. El hombre era lo
opuesto a la elegancia y su posición era la que le permitía sentarse
en la mesa—. Esta nueva droga nos tiene a todos luchando.
Zeke deseaba encontrarse sentado más cerca para poder patear
al hombre bajo la mesa.
—¿Nueva droga? —El dignatario de Metrópolis, Claudius,
reaccionó antes de que Zeke pudiera cambiar de tema.
—Acaba de salir a las calles —dijo el comisionado, ajeno a la
furiosa mirada de Zeke. Pero Bill no era el hombre más inteligente y
siempre había sido lento en captar el lenguaje social.
—Una cantidad limitada, pero creemos que eso cambiará. Un
par de niños ricos fueron detenidos por exposición indecente,
diciendo que habían tomado algo. Sus padres fueron a fiestas de
cambio de parejas y llegaron a casa con un par de píldoras. Los
chicos conocen su reserva oculta; imitan todo lo que hacen sus
padres. Los interrogamos en el hospital y todo salió a la luz.
El comisionado finalmente se detuvo a untar con mantequilla su
panecillo, percatándose de que cada par de ojos alrededor de la
mesa lo miraban con fascinación.
—¿Están bien los chicos? —preguntó una mujer, de la cual Zeke
olvidó su nombre debido a su furia emergente contra su
comisionado. Zeke había sido reelegido, era cierto, así que no se
preocupó de inmediato en nuevamente hacer campaña. Pero un
alcalde solo era tan fuerte como la confianza que inspiraba. Si sus
invitados se iban con la impresión de que no podía controlar el
narcotráfico en sus propias calles…
—Oh sí, los efectos desaparecieron hace horas —continuó Bill
—. Solo un poco aturdidos y deshidratados. Uno de ellos todavía
estaba drogado y tenía una erección del tamaño de… —Finalmente
vio el rostro de Zeke y se tragó el resto de la frase. Con las mejillas
coloradas, continuó—: Nos apresuramos a los laboratorios para
averiguar lo que estaba pasando.
—Interesante —dijo Zeke con tono frío.
El comisionado dio un respingo, obviamente percatándose de la
desaprobación de Zeke. Al fin. Pero ya era demasiado tarde. El
resto de los invitados se inclinaron al unísono.
—¿Cuál es el efecto de la droga? —preguntó el profesor en tono
académico.
—Una extrema embriaguez que lleva a una excitación casi
incontrolable. Provoca… eh, orgasmos que están… fuera de lo
normal, por así decirlo.
—De nuevo, nada como mi ex esposa —dijo Zeke, yendo por las
risas y esperando alejar la conversación de la charla sobre drogas.
—¿Y los efectos secundarios perjudiciales? —El tenedor del
profesor se detuvo a medio camino de su bigotuda boca.
—Es demasiado pronto para saberlo. Pero para algunos parece
causar agresión. En todos los casos, la embriaguez va seguida de
un choque. Sudor, temblores, un poco de deshidratación, dolores de
cabeza por abstinencia, ese tipo de cosas. —El comisario, con
sudor en la frente y obviamente tan desesperado como Zeke por
terminar la conversación, se metió todo el panecillo en la boca.
CAPÍTULO 20

Cora se despertó en la oscuridad con un leve dolor de cabeza y una


molesta sed. Su cuerpo estaba empapado de sudor. Agh, qué asco.
Un vaso de agua yacía en una mesita de noche; lo bebió y se
tambaleó hasta el baño contiguo para beber un poco más.
Sus zapatos no estaban, y Dios, ¿dónde estaba su bolso?
Nunca debió haber salido cuando estaba tan cansada. ¿Cuánto
tiempo había dormido? Miró alrededor pero no vio un reloj. Buscó su
bolso para poder mirar su teléfono, pero nuevamente no tuvo suerte.
Se tropezó alrededor de la habitación oscura pero aun así no
pudo encontrar su bolso. Se le debió haber caído en la planta baja
en algún lugar. Mierda.
Después de buscar una última vez y de manera inútil en el
dormitorio, se deslizó por el oscuro pasillo. Pasándose una mano
temblorosa por el pelo, se apoyó en la pared para descansar un
momento. ¿Dónde estaba Fats? ¿O Slim? El piso de arriba era un
largo pasillo con habitaciones fuera de él.
¿Qué dirección llevaba al piso de abajo? Bueno, no llegaría a
ninguna parte quedándose para allí, así que giró a la izquierda y
empezó a caminar. Cuando se acercó a lo que sospechaba que era
el frente de la casa, escuchó a un hombre hablando. Sonaba un
poco como Armand.
No fue hasta que abrió la puerta y su cuerpo estuvo mitad
dentro, mitad fuera, que se dio cuenta de que había entrado en otra
habitación.
Y estaba ocupada.
Bajo la poca luz de la lámpara, pudo ver claramente a una pareja
en la cama, y reconoció de inmediato a Armand. Era el de arriba.
Sus tatuadas alas de ángel en su espalda se movían mientras los
músculos de sus hombros se flexionaban. Las largas piernas de una
mujer se envolvían alrededor de su cuerpo mientras el trasero de
Armand, bastante bello, se movía al ritmo de la música.
Oh, mierda. No necesitaba ver esto. Retrocedió horrorizada,
buscando a tientas la manija de la puerta, pero no lo suficientemente
rápido.
Una nueva compañera entró por otra puerta lateral. Cora supuso
que acababa de salir del baño principal. La recién llegada era la
rubia, la impresionantemente bella Andrea Doria. Levantó la mano
para enderezar su peluca y Cora vio el gran anillo de ónix que
llevaba. La bata de Andrea se abrió para revelar un pecho muy
masculino y, más abajo, partes masculinas. Partes masculinas muy
impresionantes y excitadas.
—¿Están todos listos para mí? —La drag queen se acercó a la
pareja jadeante en la cama.
Armand se echó hacia atrás y Cora vio la cara de la mujer que
estaba debajo de él. Era Olympia. Su oscura piel se veía pegajosa
por el sudor, pero tenía la cabeza apoyada en las almohadas,
pareciendo una reina como siempre.
También vio a Cora, y la miró con cuchillas en los ojos mientras
se dirigía a Andrea:
—Está listo. Súbete. —Sus tonificados brazos tiraron de Armand
bajo ella y Andrea se inclinó hacia adelante, subiéndose a la cama.
Armand no la había visto, y Cora prefería que siguiera así.
Retrocedió hacia el pasillo antes de que Olympia pudiera avisarle
a alguien sobre su presencia. Pero Andrea notó el movimiento de la
puerta y la llamó, entrecerrando los ojos en la oscuridad.
—Entra, cariño, hay mucho espacio en la cama.
Dando marcha atrás fuertemente, Cora se giró y se dirigió hacia
el otro lado del pasillo, esperando que la alta drag queen no
decidiera perseguirla e insistirle en que se uniera.
Pasó por una segunda puerta que se había abierto, pero no miró.
El ruido de los gemidos y los lloriqueos hacían que pareciera una
entrada al infierno, pero estaba segura de que los ocupantes se lo
estaban pasando en grande.
Se apresuró a pasar. El pasillo giró y finalmente, ¡las escaleras!
Terminó en la cocina, así que debió haber sido una escalera de
servicio. Miró a su alrededor. ¿Dónde estaban todos? Sus ojos se
dirigieron al reloj digital en la estufa.1:30 a.m. En serio, ¿dónde
estaban todos?
Más importante aún, ¿dónde estaban sus guardaespaldas, sus
zapatos, su celular y bolso? Estaba lista para largarse de allí y
acurrucarse en su cama en su apartamento. Esta noche tal vez
rompería su regla y dejaría que Brutus durmiera a su lado en el
colchón. Le vendría bien un poco de consuelo como resultado de
acurrucarse, aunque solo fuera con su Gran Danés.
Continuando con su búsqueda, salió de la cocina. Las luces
estaban bajas y todo lo que podía oír era una música sexy y
vibrante. Sin pensarlo, encendió una luz del techo y jadeó, con la
mano disparándose hacia su boca.
La sala y el comedor de Olympia estaban llenos de gente
desnuda.
Algunos la miraron brevemente cuando las luces se encendieron,
pero el resto se encontraba demasiado atrapado en la agonía de la
lujuria para prestar atención. Por su parte, Cora no podía moverse.
Incluso su mano estaba congelada sobre el interruptor de la luz.
La comida había desaparecido de la mesa, dejando sitio para el
largo y sexy cuerpo de una mujer desnuda temblando de placer
mientras las bocas de tres hombres recorrían su pálida piel. Uno de
ellos se dio brevemente la vuelta, agarrando una cucharada de
crema batida espesa para frotarla sobre sus erectos pechos y
después lamerla.
Detrás de ellos había varias parejas abrazándose y besándose
mientras se apoyaban en la pared. Justo frente a Cora, una de las
parejas se enganchó cuando el hombre levantó a la mujer y empezó
a embestirla, presionándola contra la pared. Ella gimió y le envolvió
las piernas alrededor de su cuerpo desnudo, clavándole las uñas en
sus musculosos hombros y pidiéndole que fuera más rápido.
Por encima de todo eso, Anna estaba sobre el brazo de un gran
sillón desnuda, con su característico labial rojo, observando los
acontecimientos con una sonrisa satisfecha. Sentado debajo de ella
estaba Max Mars con sus piernas abiertas y una mujer arrodillada
entre ellas.
Mientras Cora miraba, la estrella de cine se acercó a Anna y ella
se bajó, de modo que se encontró de pie en el cojín del sillón con
una pierna levantada en el reposabrazos y a horcajadas sobre el
rostro de Max. Agarrando su pelo rubio, ella empujó su pelvis hacia
adelante, con su cabeza cayendo hacia atrás mientras la boca de él
se movía entre sus piernas.
Cora se sonrojó tanto que estaba segura de que su cara iba a
explotar. Marcus siempre se había burlado de ella diciendo que era
ingenua y recatada. Pero incluso después de dos años viviendo en
la ciudad y viendo a Armand coquetear con cada criatura caliente
que se movía y a Olivia deleitándose en decir las cosas más
gráficas para avergonzarla… Cora todavía no estaba preparada
para esto.
—Vamos, nena. —El hombre de la crema batida le hizo señas y,
cuando continuó congelada, él sonrió—. Oh, ya entiendo. Ten,
quedan unas cuantas. —Dejó el cuenco de la crema batida en el
aparador y alcanzó una bolsita llena de píldoras blancas—. Una de
estas te relajará enseguida.
Cora no pudo encontrar aire para hablar. El hombre agitó la
bolsa con impaciencia.
—A Olympia no le importará. Las consiguió para todos nosotros.
—Un desgarbado Adonis se acercó a ella; sonreía mientras ella lo
miraba con los ojos bien abiertos. Sus ojos verdes eran cautivantes
y tenía unas largas pestañas.
—Aquí, hermosa. —Tomó una pastilla de la bolsa y se la ofreció
—. Te llevará al país de las maravillas.
Un chillido pudo habérsele escapado de la garganta. Se alejó,
pero no dejó de mirar fijamente la píldora que era idéntica en forma
y color a las que Armand le había dado.
—Cora. —Escuchó a alguien llamándola y miró al otro lado de la
sala, agradecida por la interrupción.
Al principio sus ojos se dirigieron a Anna y Max Mars. Anna se
había desplomado en el sofá con su cuerpo arqueado sobre el brazo
del sillón mientras el hermoso y musculoso torso de Max se elevaba
sobre ella. La mujer que había estado entre sus piernas ahora
estaba arrodillada detrás de él, dando lo mejor para lamerlo
mientras él embestía a Anna agresivamente.
Cora apartó a regañadientes sus ojos del trío, mirando al otro
lado para ver al hombre que la había llamado por su nombre. Era un
hombre con un traje verde oliva, atractivo excepto por su pelo, con
inusuales mechones rubios como púas.
Oh, mierda. Era Pelo de púas. El matón de Philip Waters, el que
había estado allí cuando fue secuestrada.
Cora ni siquiera se detuvo para preguntar qué era lo que estaba
haciendo allí. Su mano se disparó para apagar las luces. Cuando
toda la sala se oscureció, se apartó del hombre que le ofrecía la
píldora y volvió a la cocina, escapando del hombre que la había
llamado.
CAPÍTULO 21

Alrededor de la mesa del alcalde, la conversación se detuvo


mientras todos los invitados esperaban a que el pobre comisario
terminara su bocado.
—Entonces, esta nueva droga, ¿cómo se llama? —dijo Claudius,
el diplomático, tan pronto como pareció que el hombre podría estar
cerca de tragar. Le dio otro mordisco al pescado mientras esperaba
escuchar la respuesta. Había terminado casi la mitad de su plato,
sin postergar su comida como el resto de la multitud debido a la
conversación.
Mirando nerviosamente a Zeke, el comisario respondió:
—En las calles se le llama ahora A, o Bro, o Brew. Abreviatura
de Ambrosía.
—Suena encantador —dijo la esposa de Claudius, con una
sonrisa hacia su marido—. ¿Causa una excitación extrema? Si el
único costo es un pequeño dolor de cabeza, podría ser algo que
querría probar. —Terminó con una maliciosa mirada hacia Zeke—.
Si no fuera ilegal, por supuesto.
—El deseo sexual es un impulso poderoso —dijo el profesor—.
Las emociones no expresadas nunca mueren, sino que son
enterradas vivas y salen más tarde de las formas más feas.
Suprimimos nuestros deseos de encajar en la sociedad, pero
cuando lo hacemos por demasiado tiempo, la sociedad puede
colapsar.
—Es de Freud, ¿no? —Zeke reconoció la cita.
El profesor asintió con la cabeza, luciendo satisfecho de que
alguien hubiera captado la referencia y levantó su copa hacia la
esposa de Claudius.
—Como ve, una mujer como usted, que mantiene oculto su
deseo sexual, podría ser peligrosa para todos.
Se rio encantada y el resto de la mesa pareció impresionarse
con las reflexiones del profesor. Zeke apenas evitó poner los ojos en
blanco. A su juicio, el profesor bajó unos cuantos escalones. Había
conocido a académicos como él, charlatanes engreídos que solo
eran relevantes para la burbuja del campus en la que vivían.
Aquel fue el último pensamiento que tuvo antes de jadear
involuntariamente y encorvarse un poco. Joder, su estómago. Un
calambre le atravesó el estómago para luego irradiarse al resto de
su cuerpo.
—Cariño, ¿qué pasa? —Oyó decir a la esposa de Claudius.
Mirando a través de sus ojos llorosos, Zeke vio a Claudius colapsar
hacia adelante de cara contra su comida, atragantándose.
Ayuda. Necesitaba ayuda.
Pero cuando Zeke abrió la boca para gritar por ayuda, todo lo
que logró fue otro desesperado y asfixiante gorjeo. El dolor. Zeke
nunca había sentido algo tan intenso. Dios, iba a morir. ¡Iba a morir!
Zeke se desplomó y los platos y cubiertos volaron. Sus socios de
la cena saltaron mientras su mano se ponía rígida, agarrando el
mantel mientras se hundía lentamente en el suelo.
—¿Señor alcalde? —La voz del comisario fue un grito lejano.
La visión de Zeke se volvió borrosa y rezó para desmayarse
porque el dolor, oh mierda. Sus ojos se abrieron de par en par
cuando otro espasmo le atravesó el estómago.
El profesor se agachó a su lado.
—¡Llamen a una ambulancia! —gritó con su marcado acento.
—¿Se está ahogando? —Alguien gritó.
El profesor miró fijamente a Zeke y él quiso rogarle que le
ayudara, que hiciera algo, maldita sea. Pero todo lo que el hombre
dijo fue:
—No lo creo. —Miró hacia la mesa—. ¿Dos asfixiados al mismo
tiempo? No puede ser una coincidencia.
Una mujer gritaba y Zeke se percató por su vista periférica que
se trataba de la esposa de Claudius. Su marido también se había
desmayado.
—¡Señora! —El profesor le gritó desde el suelo junto a Zeke—.
¿Su marido es alérgico a un alimento?
Zeke no escuchó su respuesta. Todo lo que supo fue que, al
instante siguiente, el profesor había sostenido su cabeza y le
ordenaba a alguien:
—¡Toma sus pies, ahora! Debemos llevarlo al auto.
—Pero, la ambulancia…
—Será demasiado tarde. Debemos irnos. Ahora.
—¿Qué hay del signore Claudius?
—Ya está muerto. ¡Ahora date prisa o perderemos al alcalde
también!
CAPÍTULO 22

¿Pelo de púas? ¿Aquí? Más tarde Cora podría preguntarse por qué
y cómo. No iba a permitirse ser una víctima de nuevo. Corrió al
patio. Y mientras rodeaba la casa, tropezó con las piernas
extendidas de un hombre.
—¡Oh! —gritó y se llevó la mano a la boca. Porque era Slim.
Tendido e inconsciente. ¿Estaba…? ¿Estaba…?
Se dejó caer y le puso los dedos a la altura de la garganta. Pero
antes de sentir los latidos de su corazón, sintió su pecho moverse
de arriba a abajo. Estaba respirando. Pero bajo la luz de las
lámparas del patio trasero, vio un pequeño chorro de sangre en el
lugar donde se había dado un golpe en la cabeza. Entre lloriqueos
revisó los bolsillos del hombre, pero quien lo hubiera noqueado y
atado debió haber tomado su arma y su teléfono. ¡Maldita sea!
Fue hasta después de mirar más de cerca que se percató de que
sus manos y pies estaban atados. Pero, aunque pudiera desatarlo,
no había forma de que pudiera cargarlo. Sus opciones eran: volver a
entrar e interrumpir a sus amigos que estaban… ocupados, o ser
posible y nuevamente secuestrada por Pelo de púas.
Mierda.
O podía correr y esperar que quien hubiera noqueado a su
guardaespaldas no regresara para terminar su trabajo.
—Te buscaré ayuda —le susurró a Slim, como si eso fuera a
cambiar las cosas—. Volveremos por ti.
Mierda, ¿cuánto tiempo había estado agachada allí, expuesta?
Era hora de volver a moverse. Descalza, escapó a través de la
hierba y corrió directamente hacia el follaje junto a la cerca trasera,
ajena a los arbustos espinosos raspándola.
La infancia en el campo le había enseñado cómo trepar un árbol.
Lo cual hizo ahora, agarrándose a una rama baja y balanceándose
hasta que sus piernas se sostuvieron. Subió más y más alto
mientras esperaba que uno de los soldados de Waters la derribara
en cualquier momento.
Pero fue lo suficientemente rápida para subir y caer del otro lado
de la cerca que dividía la casa de Olympia de la de su vecino.
Magullada y cojeando un poco por el impacto de caer descalza,
corrió alrededor de la casa y se escabulló a la calle.
Después de correr unas cuantas calles por la acera, disminuyó la
velocidad y la realidad la impactó. Mierda. No tenía dinero, las
palmas de sus manos estaban magulladas, no tenía zapatos ni
teléfono. Su guardaespaldas estaba herido, tal vez incluso muerto si
Pelo de púas decidía volver y terminar el trabajo… todo por su
frívolo deseo de ir a una fiesta.
Intentaba fingir que si cerraba los ojos y deseaba que todo
desapareciera, la realidad de quién era ella desaparecería. Pero no
funcionaba así. Había sido tonta e infantil y ahora personas podrían
salir heridas por su culpa.
Conteniendo las lágrimas, intentó pensar y estudiar la situación
de su entorno. En este momento el autocastigo no le haría ningún
bien a nadie. Armand, Anna, Olympia, el hombre de Waters… se los
sacó a todos de la cabeza para poder pensar qué hacer. Se
encontraba en Park Avenue; no el mejor lugar para estar en New
Olympus después de la medianoche, pero tampoco el peor.
Había un lugar cercano que conocía bien, el hotel Crown, donde
Marcus tenía su pent-house.
Después de orientarse, se deslizó por los callejones traseros,
moviéndose tan rápido como pudo mientras aún buscaba vidrios
rotos que pudieran cortarle los pies.
Cuando la brillante y dorada fachada del gran hotel apareció,
casi sollozó. A pesar de lo tarde que era, la puerta estaba ocupada
por los huéspedes que regresaban.
El portero titular, Alphonse, la reconoció.
—Señora Ubeli, ¿qué...? —Sus ojos se abrieron de par en par al
ver sus pies descalzos y sus brazos arañados—. Venga —dijo,
envolviéndola en su abrigo y llevándola rápidamente adentro.
Mientras la tela rozaba sus brazos desnudos, Cora caminó
lentamente hacia el ascensor con la cabeza gacha, agradecida por
su ayuda.
—No tengo mi tarjeta de acceso —dijo, sintiéndose
desesperada.
—No es problema alguno, señora Ubeli. Su marido querrá verla
enseguida.
—¿Está aquí? Perdí mi celular. Estaba en una fiesta y… se
descontroló.
—Ah —dijo el portero en un tono amable—. No importa. Ahora
está en casa a salvo. Usó su propia tarjeta para llevarla al piso del
pent-house, dejándola sola después de haberle insistido en que se
encontraba bien. Las luces del pent-house parpadearon en cuanto
entró.
No había estado aquí desde… Sacudió la cabeza, asimilándolo
todo. El lugar estaba limpio y perfecto, pero con las criadas viniendo
a diario aquello no era una sorpresa. Lucía igual, y la nostalgia la
golpeó fuerte.
Usando el teléfono del hotel, llamó al número que conocía… el
teléfono de Marcus. Se fue directo al buzón y dejó un mensaje con
la voz temblándole:
—Hola, soy yo. Algo salió mal en la fiesta donde estuve esta
noche. Nunca debí haber ido. Fue una estupidez, pero no pensé…
Como sea, uno de los hombres de Waters estaba allí. Slim está
herido… No supe cómo ayudarlo, así que lo dejé y corrí y ahora
estoy en el pent-house. Perdí mi teléfono —terminó torpemente—.
Llámame.
Después de ir al baño y lavarse los pies sucios, se quitó el
pequeño vestido negro y se miró en el espejo. Su sexy maquillaje
ahora parecía una burla. Se lo limpió y tiró su vestido a la basura.
Se miró a sí misma en el espejo, haciendo una lista de lo que hasta
ahora había sido su semana.
Secuestrada, drogada, traicionada. Se había mudado a un nuevo
apartamento y había conseguido que casi mataran a un
guardaespaldas.
Se miró a sí misma.
—Querías tu propia vida, ¿eh?
Cerró los ojos y soltó un largo suspiro a través de sus dientes.
Era hora de dejar de correr y crecer. Esta vez de verdad.
Necesitaba hablar con Marcus y resolver las cosas. Él merecía
saberlo todo. Ella no sabía lo que eso significaba para su relación o
lo que quería que significara… Y necesitaba enfrentarse a Armand.
Las píldoras que le había dado… Lo que le estaba sucediendo a
las personas de la fiesta se parecía mucho a lo que le había pasado
a ella la noche en que caminó dormida. Armand le había mentido.
Le dijo que eran píldoras para dormir cuando en realidad… ¿Cómo
pudo hacerle eso? Y luego, para colmo, ¿la invitó a una fiesta como
esa? Él tenía que saber en lo que aquello se iba a convertir, con
todos ellos repartiendo las píldoras como si fueran caramelos. Y él
ciertamente había estado participando con entusiasmo.
Cora se frotó los ojos y se dirigió al armario. Su ropa estaba tal
como la había dejado. Marcus no había movido nada. Abrió uno de
sus cajones y sacó una de sus camisetas, llevándosela a la cara e
inhalando. El olor familiar de su detergente la hizo sentir tranquila y
desesperada al mismo tiempo.
Se metió más en el armario y pasó las manos por encima de sus
sacos. Siempre era tan fuerte. A ella le vendría bien un poco de
fuerza ahora mismo.
Finalmente se puso un par de jeans, haciendo un pequeño gesto
de dolor por los rasguños en sus piernas. Se puso una simple
camiseta blanca y salió a revisar el reloj otra vez.
Casi las 2:00 a.m. No había llamadas.
Esperando, observó el reloj hasta que se convenció de que vio
titubear al segundero. Seguramente Marcus ya había recibido su
mensaje. O dondequiera que se estuviera escondiendo, ¿ni siquiera
tenía teléfono? ¿Y Sharo? ¿Dónde estaba?
Pero Alphonse dijo que Marcus se encontraba aquí. ¿O lo había
asumido? Una gran parte de Cora esperaba en secreto que este
fuera su piso franco… que hubiera dicho que se iba a esconder,
pero que en realidad se había escabullido al hotel para esperar aquí.
Frunció el ceño, mirando a su alrededor. Durante su matrimonio,
a Marcus sí que le gustaba hacer ejercicio antes de acostarse, y
normalmente optaba por la piscina privada del pent-house. ¿Quizás
estaba aquí y había subido para nadar un rato?
Vale, así que quizás ahora estaba tratando de encontrar una
aguja en un pajar, pero tenía que comprobarlo. Cualquier cosa era
mejor que sentarse allí sin hacer nada.
Caminando cautelosamente con sus pies desnudos y raspados,
salió del pent-house y subió las escaleras hasta el último piso.
El último piso del hotel Crown tenía un spa y un gimnasio para
los huéspedes más selectos, además de un patio al aire libre y unas
cuantas piscinas pequeñas y poco profundas también al aire libre,
junto con la piscina olímpica cubierta. Atravesó lentamente el área
de entrenamiento completamente a oscuras a esta hora de la noche,
y luego a través del vestidor de mujeres. Las luces se encendieron
cuando pasó por allí.
En su cabeza practicó la conversación que tendría con Marcus.
Sabía que se enfadaría. Dos pequeños errores eran suficientes para
ella durante una semana. Su insistencia en que la dejaran sola para
vivir su propia vida sonaba estúpida ahora.
Además, ¿sería realmente tan malo estar refugiada a solas con
él? Toda la semana había estado tan perdida y sola sin él.
La piscina yacía bajo un enorme techo de cristal; era un pozo
oscuro que no pudo dejar de mirar. En un momento estaba mirando
fijamente las profundidades, tan oscuras como el alquitrán, y al
siguiente las luces parpadearon y…
—¡Marcus! —gritó—. ¡No!
Un hombre flotaba boca abajo en el agua azul, completamente
vestido con un traje oscuro como los que colgaban en el armario de
su marido.
Corrió hacia el borde de la piscina.
—¡Marcus!
Su oscuro pelo ondeaba suavemente alrededor de su cabeza
sumergida y sus extremidades estaban completamente extendidas,
inertes en su totalidad.
Cora no se detuvo a pensar. Saltó al agua y nadó hacia su
marido con todas sus fuerzas.
Solo cuando se acercó vio la sangre enturbiando el agua a su
alrededor.
—¡Marcus! —gritó mientras lo agarraba y le daba vuelta. Dejó
escapar otro chillido, sacudiéndose hacia atrás.
El hombre estaba muerto. Lo habían golpeado en la cabeza.
Pero no era su marido. No era Marcus.
—Cora —llamó Sharo y ella se dio la vuelta en el agua—. Sal de
ahí. Vamos. Date prisa.
Cora nadó hacia la parte menos profunda con lágrimas
obstruyéndole la visión.
—¿Dónde está Marcus? ¿Está a salvo?
Sharo la encontró al borde de la piscina, agarrándole el codo y
arrastrándola fuera del agua.
—Acabo de hablar por teléfono con el señor Ubeli. Está bien.
Pero ese hombre está muerto. Y no deben verla aquí. —La voz de
Sharo era tan profunda que a Cora se le dificultó entender.
Sacudió la cabeza mientras miraba fijamente sus negros ojos,
perpleja. Marcus estaba a salvo. Pero un hombre estaba muerto.
Todo estaba sucediendo demasiado rápido.
—¿Quién es él?
—No lo sé. —Sharo emitió un sonido impaciente mientras se
agachaba y pasaba un brazo por debajo de sus rodillas,
levantándola—. Tenemos que salir de aquí.
La sangrienta escena de la piscina se alejó hasta que Cora
termino viéndola en su mente. Presionó su cara contra el cálido
hombro de Sharo. Lo estaba mojando todo, arruinando su traje, pero
no le importaba.
De vuelta en el pent-house, Sharo la bajó y ella hizo un gesto de
dolor cuando sus pies golpearon el suelo, pero no tomó asiento
cuando Sharo le indicó que debía hacerlo. Estaba empapada,
goteando por toda la alfombra.
Sharo ya sostenía un teléfono desechable en su oído.
—La tengo —dijo sin saludar.
—¿Es Marcus? Quiero hablar con él. —Cora podía sentir el
crepitar de su cerebro con los eventos de la noche quemándole tan
profundamente la memoria.
Sharo le respondió con una sacudida de cabeza.
Cora se puso de pie delante de él, con su cuerpo ensombrecido
por su corpulencia. Terminó la llamada y la miró fijamente,
imponiéndose con pantalones y camisa negros ajustada a su
impresionante cuerpo musculoso.
—No te alejes de mí hasta que llegue Marcus.
—¿Qué hay del cuerpo? —Su voz salió casi una octava más alta
de lo normal, pero Cora se sintió cerca del borde de su cuerda—.
¿Qué vamos a hacer?
—Nada.
—No podemos no hacer nada. Tenemos que llamar a la policía.
—¿Y que nos acusen de asesinato? Hoy no. —Sharo pasó su
mano por su cabeza calva mientras la miraba—. ¿Qué estabas
haciendo ahí arriba?
—Buscando a Marcus. —Arrugó su frente, mirándolo fijamente.
Tenía doscientos cincuenta kilos de músculo negro, y tan aterrador
que la mayoría de la gente ni siquiera lo miraría. Cora quería darle
una bofetada—. No sabía que iba a ser peligroso.
—Apuesto a que el cuerpo en la piscina te ayudó a ver que no
era así —dijo sarcásticamente y ella se enfureció.
—¡No es gracioso!
—Por supuesto que no es malditamente gracioso. —Sharo se
acercó a su espacio—. Pudiste haber sorprendido al asesino, o
recibir una bala. Tienes suerte de estar viva.
—Ese hombre… ¿quién es?
—No sé, probablemente algún pobre con traje que se
emborrachó abajo esta noche.
Cora inhaló.
—A nuestros enemigos no les importa la cantidad de cuerpos. —
Observó su cara pálida y se detuvo, sopesando su siguiente
declaración—. Es un mensaje para Marcus de sus enemigos. No
pueden encontrarlo, así que consiguen a un sujeto de complexión y
color de cabello parecidos a Ubeli. Encontramos el cuerpo;
recibimos el mensaje.
Mordiéndose el labio inferior para no gritar, Cora apenas se
atrevió a preguntar:
—¿Qué mensaje?
—Amenaza de muerte. Objetivo: Ubeli. Ahora, ve a cambiarte
esa ropa mojada antes de que te resfríes y el jefe me mate por no
cuidarte bien.
Cora asintió, balanceándose sobre sus pies.
—Dios, mujer, siéntate. —La tomó por los hombros y la condujo
hasta un sofá de cuero. Cora debería protestar. El agua clorada
podría estropear el cuero…
Pero antes de que pudiera decir algo, Sharo salió de la
habitación y volvió con otra de las camisetas de Marcus y un par de
sus calzoncillos.
Con la gentileza de una madre, la puso de espaldas a él y le
quitó la camisa para sustituirla con la de Marcus. Después la sujetó
mientras ella se ponía de pie y se quitaba los jeans. Él miró hacia
otro lado mientras se los quitaba y se ponía los calzoncillos negros.
La tomó del codo para que nuevamente se sentara. Se sentó a
su lado y, sin decir nada, le puso los pies en su regazo para
inspeccionarlos. Después de un segundo, gruñó molesto y se puso
de pie de nuevo, tomándola en sus brazos.
—¿Qué…? —Observó su sombrío rostro y se calló.
La puso en el lavabo del baño y buscó suministros de primeros
auxilios. Encontró el botiquín y le levantó el pie para empezar a
tratar sus heridas.
A mitad de camino, su teléfono sonó y comprobó el mensaje.
—Fats terminó con la fiesta.
—¿Sí? ¿Slim está bien?
Sharo parpadeó hacia ella.
—¿Te refieres a Jorge?
—¿Al compañero de Fats? Lo llamo Slim —dijo Cora.
Sacudiendo la cabeza, Sharo volvió a limpiar sus heridas.
—Tienes suerte de ser linda.
—¿Qué se supone que significa eso? —Se mordió el labio para
no gritar cuando el antiséptico que le aplicó comenzó a picar.
—Significa que eres una puta patada en las bolas, pero lo
soportaremos. —Sharo terminó con una pomada calmante para
después comenzar a vendar. Se puso a trabajar en las feas marcas
rojas que obtuvo al subir a ese árbol durante un ataque de pánico.
—Dios, mujer —murmuró, girando sus pantorrillas de un lado a
otro antes de tratar los arañazos. Cora se quedó quieta, tratando de
no hacer una mueca de dolor.
—No sabía que iba a ser una orgía —dijo en voz baja.
—Sí, claro.
—En serio —insistió—. Y obviamente tampoco sabía que el
hombre de Waters iba a estar allí. ¡No habría ido si hubiera sabido
que sería peligroso! —Empezó a tratar de levantarse desde el
mostrador, pero Sharo la agarró de la cintura para mantenerla quieta
y evitar que se moviera, para así poder encararla.
—Como si no hubieras ido por gusto al club de striptease del
enemigo.
No era justo. Aquello había sido completamente diferente.
—¡Una chica estaba desaparecida! ¡Quería ayudar! —le gritó, sin
importarle que su gran rostro enojado estuviera a solo unos
centímetros de distancia.
—Tienes que prestar más atención de lo que te rodea. Te pusiste
en peligro y fuiste para seguir haciéndolo. Hasta donde sabes, AJ
sigue ahí fuera, esperando su oportunidad.
—Oh por favor, sé que AJ está muerto —dijo antes de poder
detenerse—. Quiero decir, escuché… —Se calló ante la mirada
perdida y aterradora de Sharo.
—¿Qué sabes? —preguntó en voz baja. Sin ira, sin intimidación.
Solo un silencio aterrador.
El corazón de Cora se aceleró, finalmente dándose cuenta del
peligro.
—Vi a Marcus matarlo. Me escondí. Lo vi todo. Marcus lo mató a
golpes.
—Por eso corriste —Sharo pareció casi satisfecho—. No pudiste
soportarlo.
—Mató a un hombre a sangre fría. —Se agarró del borde del
mostrador.
Los ojos negros de Sharo examinaron su cara.
—El maldito se lo merecía.
—Crecí en un mundo donde la gente llama a la policía. Donde
ellos se encargan de las cosas.
—Sí, ¿para qué? ¿Para que escorias como AJ tengan un juicio
justo, libertad condicional? ¿Para que vuelvan a las calles?
—Sí, si es así como funciona el sistema.
—Sí, el sistema funciona a veces. Pero cuando no lo hace,
nosotros lo arreglamos.
—No pueden jugar a ser Dios, Sharo.
—No podemos huir. No ahora.
—Oh, sí, porque son mejores que los Titan —dijo Cora
burlonamente—. Porque siguen un estúpido código…
La mano de Sharo se movió tan rápido que Cora solo se percató
de ella por el rabillo del ojo.
Se estremeció, pero no la golpeó. En su lugar, le señaló la cara
con un dedo grueso.
—Nunca le faltes el respeto al código —dijo, y a Cora se le
encogió el estómago ante su tono. Podía sentir la tensión del cuerpo
de Sharo, pero cuando la levantó de nuevo en sus brazos y la cargó,
sus brazos fueron suaves.
La dejó en la cama.
—Descansa un poco.
—Sharo, ¿dónde está Marcus? ¿Cuándo podré verle?
—Está escondido. Ni siquiera yo sé dónde está. Un total silencio
hasta que eliminemos a Waters.
—¿No me dejó un mensaje?
—No enviará nada a un teléfono que pueda ser rastreado. Pero
si quieres un mensaje, te lo daré: quédate aquí, permanece en
silencio. —Sharo la miró, obviamente notando los oscuros círculos
bajo sus ojos—. Y duerme un poco.
—Genial, órdenes. Definitivamente Marcus. —El pent-house
estaba en silencio, excepto por ellos dos—. No tienes que cuidarme
personalmente. Estoy segura de que tienes mejores cosas que
hacer. ¿O te tocó la peor tarea?
—No. La mejor. Tu seguridad es la máxima prioridad ahora
mismo.
La cabeza de Cora se fue para atrás.
—¿Yo?
Sharo se rio, sorprendiéndola de nuevo. Esperaba que el suelo
se abriera ante sus pies antes de siquiera ver a Sharo reír.
El gran hombre sintió su confusión.
—La familia siempre es lo primero. El viejo Ubeli pensaba lo
mismo. Proteger el núcleo. —Se acercó lentamente hasta que se
elevó sobre ella. Cora todavía no se había movido—. El mundo
puede inclinarse sobre su propio eje, pero cuando estás en casa,
vuelves a estar de pie.
Cora esperó perfectamente quieta a que el gigante terminara lo
que tenía que ser el discurso más largo de su vida.
—Marcus y yo tomamos nuestra decisión hace mucho tiempo,
cuando perdimos a toda la familia que habíamos tenido. Si alguien
amenaza, lucharemos, sangraremos y moriremos antes de ver que
aquello se lleve a cabo.
Le agarró la barbilla suavemente.
—No tienes nada que temer, Cora. Marcus y yo somos duros
porque tenemos que serlo. Estamos hechos para este momento.
Su dedo se deslizó bajo su barbilla, inclinándola hasta que ella
se encontró con sus ojos.
—Confía en mí.
CAPÍTULO 23

Cora se encontraba acostada sobre su cama y la de Marcus, con la


mejilla sobre la almohada y el cuerpo envuelto en las mantas.
No dormía, simplemente miraba el techo donde la pintura lisa se
convertía en una piscina con un cuerpo flotando en ella.
¿Qué habría hecho si el cuerpo hubiera sido el de Marcus? Su
pecho se apretó inclusive al pensarlo. Reviviendo esos momentos
en su cabeza cuando estaba tan segura de que se trataba de él, que
lo había perdido, que todo había terminado…
La respiración se le aceleró. No podía… ¿Cómo podría vivir en
este mundo sin él?
Levantó la cabeza cuando escuchó voces afuera. Y ladridos.
¡Brutus!
Saltó de la cama sin importarle solo llevar puesta la camiseta y
los calzoncillos de Marcus.
Corrió a la sala y se arrodilló cuando vio a Brutus. Le rodeó el
cuello con los brazos y él ladró felizmente, lamiéndole la cara. Soltó
lágrimas tontas mientras abrazaba a su perro, riendo y acariciándolo
en la barriga mientras saltaba y se movía entusiasmado por
encontrarse viéndola de nuevo.
El reencuentro fue tan dulce que Cora tardó un segundo en
darse cuenta de que Fats se encontraba sentado frente a Sharo en
la sala de estar.
Parecía más viejo, cansado. La noche había pasado factura.
El labio inferior de Cora tembló al mirarlo. Era culpa suya que su
compañero hubiera sido herido y ahora posiblemente…
—¿Encontraron a Slim?
—Slim se ha ido —dijo Sharo de manera concisa—.
Desapareció. Waters debió habérselo llevado.
Cora se propuso no derramar más lágrimas.
—Lo traeremos de vuelta —le dijo Fats. No parecía que la
culpara en absoluto—. ¿Estás bien?
—Solo cansada. Lamento lo de Slim. Debí haberme escondido
con Marcus.
—Los policías están rodeando el lugar —dijo Fats—.
Encontraron el cuerpo en la piscina.
—Les llevó bastante tiempo. —Sharo no parecía impresionado.
—Diría que bastante rápido, considerando que todos están
preocupados con la situación del alcalde —dijo Fats.
—¿Qué situación con el alcalde? —preguntó Cora.
Fats miró primero a Sharo y el segundo al mano dio su
consentimiento con la cabeza. Cora apretó los dientes, pero
escuchó el informe.
—Anoche el alcalde Sturm fue llevado al hospital. Creen que fue
veneno. Tuvo una cena ya muy tarde por la noche; uno de sus
especiales de medianoche. Está en estado crítico y otro invitado
murió.
—Cora —llamó Sharo y ella fijó sus ojos en el gran hombre—.
Creen que Waters lo hizo.
—¿Philip Waters?
—También le están dando crédito por el cuerpo de arriba. Al
menos extraoficialmente.
Cora quería preguntar cómo Sharo sabía esto, pero recordó sus
lazos con la policía y cerró la boca.
Fats coincidió:
—Dos golpes en una noche. Intentar eliminar a un participante
importante y amenazar al otro. Tiene que ser Waters.
—Estás seguro de que no es mi… —Cora tragó—. ¿Estás
seguro de que no son los Titan?
Sharo sacudió la cabeza.
—No tiene sentido. No tienen ningún motivo para golpear al
alcalde. Él no hizo nada para adelantar sus planes.
—Entonces, ¿por qué estaba el hombre de Waters en la fiesta de
anoche? —preguntó Cora, sospechando que ella ya sabía la
respuesta.
—Buscándote —confirmó Sharo, y, por mucho que lo intentó, no
pudo leer su penetrante mirada.
Cora tragó.
—¿Y ahora qué hacemos?
Fats se puso de pie.
—Dejamos salir a este chico. —Movió la cabeza hacia Brutus—.
Iré contigo. Necesito estirar las piernas un poco.
Cora miró a Sharo para pedirle permiso, quien asintió con la
cabeza.
—Lleva al par extra de Sombras de abajo para que te sigan.
Fats asintió con la cabeza.
Después de un breve paseo por el parque frente al hotel,
esperaron a que Brutus hiciera lo suyo mientras veían las luces de
las patrullas inundando la fachada dorada.
—¿Vendrán a interrogarme?
—Probablemente no. Pero si lo hacen, te informaremos. —Fats
le entregó su celular—. Encontré a ese sujeto con alas y tomé tu
bolso.
Cora tomó su teléfono, evitando su mirada.
—Gracias. No tenías por qué hacerlo.
—Tenía refuerzos. En realidad, el placer fue mío —sonrió.
—Sharo dijo que habías terminado con la fiesta.
—No. Simplemente encendí las luces. Todo el mundo en gran
medida había terminado.
Con las mejillas calentándosele, Cora dudó.
—No sabía que de eso se trataba la fiesta. —Era importante
para ella que Fats lo entendiera—. Y no quería dejar atrás a Slim.
—Lo sé —dijo la Sombra, tan suavemente que se atrevió a
mirarle a la cara. Lo que vio allí fue más aterrador que cualquier
rencor. Devoción. Lealtad.
Cora tragó con fuerza.
—De ahora en adelante seguiré las órdenes.
—Vamos, no digas eso. —Fats le guiñó un ojo—. Es más
divertido cuando no lo haces.
CAPÍTULO 24

Cora se despertó con la boca seca y el corazón acelerado. Su mano


estaba vibrando; era su teléfono. Lo contestó antes de darse cuenta
de que era un número desconocido.
—¿Hola? —Contuvo la respiración, esperando que fuera
Marcus.
—¿Cora?
Le llevó un momento reconocer el dulce tono de su amiga.
—¿Anna? ¿Eres tú?
La voz de Anna sonaba tensa, débil.
—Estoy en el hospital.
—Oh, Dios mío. —Cora saltó fuera de la cama. Las orejas de
Brutus se levantaron al igual que su cabeza—. ¿Qué ha pasado?
—Max se metió en una pelea —se ahogó—. Pensé que todo
estaba bien. En la fiesta todos tomaron esas píldoras y luego fue, no
sé… fue como, libertad sexual, ¿sabes? Todo el mundo se besaba y
follaba con todos los demás. Un grupo de nosotros volvió a la casa
de Max y pensé que sería más de lo mismo. A Max le pareció bien
en la fiesta. Quiero decir, a todos. Pero un tipo empezó a besarme y
Max se puso furioso. Le dio un puñetazo y tuvieron esta gran pelea,
y un par de sujetos más se unieron…
Hizo una pausa y Cora pudo oírla llorar.
—Y uno de ellos comenzó a ponerse rudo conmigo,
abofeteándome y golpeándome. Max ni siquiera se dio cuenta,
estaba tan ocupado dándole una paliza al otro sujeto.
—Anna, te vas a poner bien —dijo Cora con el corazón roto
mientras iba a su armario a buscar zapatos—. Dime en qué hospital;
ya voy. —Colocando el teléfono entre el hombro y la oreja, metió sus
pies vendados en sus tenis.
—No quiero que me veas así. —El susurro de Anna estaba
destrozado.
—Anna, por favor. Déjame estar contigo. —Cora ya estaba
agarrando un gran bolso y metiendo en él lo esencial.
Anna le dijo el nombre del hospital.
—No se lo digas a nadie todavía, por favor.
—No lo haré.
Una Sombra se encontraba sentada en una silla junto a la
puerta. No era Fats ni nadie más que ella conociera. Su cabeza se
alzó cuando Cora salió corriendo de su dormitorio con su bolso de
diseñador sobre el hombro para dirigirse a la cocina a ponerle agua
y comida a Brutus.
—Buen chico —le dijo al perro antes de correr hacia la puerta.
La Sombra se puso de pie con la mandíbula como si estuviera
listo para impedirle salir. Sin embargo, Cora había aprendido la
lección. No iba a ir a ninguna parte sin protección.
—Necesito ir al hospital de inmediato —dijo y él parpadeó.
Agarrando una chaqueta del armario de los abrigos, salió por la
puerta—. Vamos.
Una mano le agarró el brazo antes de encontrarse a medio
camino. Miró hacia atrás para ver a la Sombra frunciéndole el ceño.
—Sharo dijo que tienes que quedarte aquí.
—Es una emergencia. —Vio órdenes militares en su rostro.
—Yo conduzco —dijo él finalmente y ella asintió.
Su teléfono sonó de nuevo cuando casi llegaron al hospital. Esta
vez se trataba de un número bloqueado. Marcus o Sharo llamando
para regañarla. Durante su segundo de titubeo, un auto apareció de
repente y Cora se deslizó hacia delante en su asiento. La Sombra
maldijo, extendiéndose para mantenerla quieta.
—Abróchate el cinturón —ordenó.
Cora obedeció con una mano en el panel de instrumentos.
Silenció su teléfono con un golpe. Tan pronto como llegaron al
estacionamiento de la sala de emergencias un par de minutos
después, ella abrió la puerta.
—Estaré dentro, puedes encontrarme allí.
Corrió hacia el edificio. La Sombra no se quedaría atrás por
mucho tiempo, y Cora no podía dejar de repetir en su cabeza cómo
la fuerte e intrépida Anna había sonado casi destrozada en el
teléfono. Cora tenía que verla. Ahora.
—Está en la habitación 210 —le dijo una enfermera—. Se
supone que no debemos dejar entrar a nadie, pero preguntó por ti
específicamente. Eres su hermana, ¿cierto?
—Claro —mintió descaradamente—. Su hermana.
Cuando la mujer la miró de manera escéptica, Cora enderezó los
hombros y clavó una mirada penetrante.
—Tenemos padres diferentes.
La enfermera asintió con la cabeza y Cora corrió por el pasillo
hasta la habitación de Anna. Trató de prepararse mentalmente para
la situación en la que podría estar a punto de meterse. ¿Qué había
pasado con el hombre que la había golpeado? ¿Quién la llevó al
hospital? ¿Y qué demonios le sucedía a su supuesto novio que
dejaba que una cosa así pasara frente a él y no la detenía?
Las luces se encontraban apagadas en la habitación del hospital,
pero Cora aún podía ver los moretones creciendo en la cara de su
amiga, luciendo oscuros y horrible.
El labio inferior de Anna tembló cuando Cora se acercó.
—Hola —dijo suavemente.
—Fue idea mía trasladar la fiesta a la casa de Max. Todo esto es
culpa mía. Lo arruiné todo.
—Shhh —Cora sacudió la cabeza—. No, cariño, no es tu culpa.
Tienes que saber que no fue tu culpa.
Lágrimas recorrieron la cara de Anna y Cora sacó un pañuelo.
Anna lo tomó y limpió su piel herida, haciendo un gesto de dolor.
—No se ve tan mal —dijo Cora, examinando el semicírculo negro
sobre el hueso orbital.
Anna se rio sin ganas.
—Gracias. Eres mala mintiendo. —Sorbió con la nariz—. Los
médicos quieren que me quede toda la noche para asegurarse de
que no tengo ninguna lesión en la cabeza.
—¿Debido al golpe?
—El sujeto también me tiró al suelo. Me golpeé la cabeza. No sé,
recuperé la consciencia y vi estrellas.
—Lo siento mucho, Anna. No tienes que hablar de ello si no
quieres.
—Tengo que decírselo a alguien o me volveré loca, pero no
quiero que todo el mundo lo sepa. —Se inclinó hacia atrás en la
almohada, girando la cabeza para ocultar el lado dañado de su
rostro. Contra la almohada blanca, su perfil era perfecto.
—Después de la fiesta fuimos a su casa… Todos nos
divertíamos, bebíamos. Max bebió mucho. Unos cuantos sujetos
tomaron más de esas pastillas que todos habíamos tomado en la
fiesta. Pareció natural cuando nuestro amigo Nathan empezó a
besarme. Como horas antes. Pero Max se enojó y empezó a
golpear a Nathan. Y uno de los amigos de Nathan decidió que era
mi culpa. —Se encogió de hombros, haciendo un gesto de dolor
ante el movimiento.
—¿Y simplemente te golpeó?
—Puede que haya gritado que él y todos sus amigos tenían
penes pequeños y flácidos. Luego se me vino encima.
—¿Max no lo detuvo?
Los ojos de Anna se volvieron distantes.
—Ni siquiera creo que pudiera verme. Estaba consumido por
esta rabia. No había forma de llegar a él. Pensé que iba a matar al
otro sujeto al que estaba golpeando. Alguien llamó a la policía.
Aparecieron y se lo quitaron de encima a Nathan. Fue entonces
cuando me vio e intentó llegar a mí. —Anna se desplomó sobre las
almohadas—. Hicieron falta dos oficiales para sacarlo, estaba
luchando mucho para llegar a mí. Pero me alegró que se lo llevaran.
Odio la violencia. Nunca podría estar con alguien así. Se acabó lo
nuestro.
Cora se mordió el labio. Marcus era violento. Lo había visto
golpear a alguien hasta la muerte y en el último minuto no hubo
policías que se lo sacaran de encima a AJ.
—Lo siento mucho —susurró Cora, casi demasiado bajo como
para que su amiga lo escuchara. Tomando una silla, le sonrió a
Anna hasta que ella finalmente le correspondió con una triste
sonrisa.
—Gracias por venir. Ya me siento mejor. Los médicos van a
hacerme una tomografía y me quedaré toda la noche.
—Eso suena muy serio, Anna.
—Oh, es solo mi doctor siendo quisquilloso. —Anna levantó un
poco la cabeza y confesó—: Es un antiguo cliente.
—Ah. Así que estás en buenas manos. —Sonrió y puso su bolso
en su regazo—. En ese caso, es bueno que te haya traído algo para
que te sientas más normal —sacó una pequeña camisola,
pantalones cortos de pijama, un cepillo de dientes aún en su
estuche y un libro—. Y apenas uso este maquillaje. —Cora agitó
una pequeña caja de sombra de ojos y brillo de labios.
Cuando miró hacia arriba, los ojos de Anna brillaban con
lágrimas contenidas.
—Gracias. Por todo. Es agradable tener a alguien que se
preocupe.
—Mucha gente se preocupa por ti, Anna. Olivia, Armand, casi
todos los que te conocen te aman.
—Max no. —Su voz vaciló—. Nunca dijo que me amaba.
—Max es un retorcido y estúpido hijo de puta. —Cora se
sorprendió a sí misma por su propia intensidad.
—Vaya. Nunca te he oído usar palabrotas. No imaginé que
sabrías alguna.
—Vamos, viví con Olivia durante un mes y medio. —Cora sonrió
—. Aprendo rápido. Y en serio, Max Mars no es digno de ti. Si
hubiera justicia, alguien le daría una patada en el culo y le enseñaría
a tratar a una dama.
Anna asintió y suspiró.
—O atarlo y hacer que vea sus propias películas una y otra vez
—dijo Cora con una sonrisa malvada.
Anna se rio, y esta vez, sonó sincero.
—Eso sería realmente cruel.
CAPÍTULO 25

Marcus irrumpió en el pasillo del hospital. Había estado corriendo


durante los últimos cuarenta y cinco minutos desde que recibió el
mensaje de que Cora había ido al hospital por una “emergencia”.
Fue todo lo que su hombre pudo decirle. Y que había estado
caminando erguida cuando entró en el hospital. Pero eso fue todo.
La enfermera del mostrador no le dio más información a su
hombre, declarando que no era de la familia y diciendo que llamaría
a seguridad si no se retiraba.
Ella continuó dando evasivas hasta que el propio Marcus llegó,
llamando al jefe de personal del hospital, un hombre que le debía
más de un favor. Así que para cuando Marcus llegó allí, todo el
mundo estuvo sobre él para guiarlo a donde necesitaba ir.
Y ahora, al final del largo pasillo, sentada en el suelo con la
cabeza en las manos, estaba su esposa.
—Cora.
Su cabeza se sacudió hacia arriba mientras Marcus corría por el
pasillo en su dirección. Se agachó delante de ella mientras se
limpiaba los ojos.
—¿Estás bien? —preguntó con el corazón al límite, aunque pudo
ver con sus propios ojos que estaba sana y salva—. Mi hombre dijo
que necesitabas venir al hospital.
Cora hizo un gesto de dolor.
—Yo no. Anna. Un hombre la golpeó. Debí haberme explicado.
¿Qué hombre se había atrevido a ponerle una mano encima a la
amiga de su esposa? Lo averiguaría y le haría pagar.
—¿Está bien?
—No. —Los ojos de Cora estaban llenos de lágrimas, pero
inclinó la cabeza hacia atrás para no derramarlas—. Se golpeó la
cabeza bastante fuerte cuando la tiró al suelo. Es por eso que se
quedará durante la noche. Los moretones desaparecerán en un
tiempo. El hombro se le dislocó y tiene una conmoción cerebral.
Cora se encogió de hombros una o dos veces, y luego se le
arrugó la cara.
—Lo siento. —Sollozó ligeramente, llevándose la mano a la su
cara—. Es difícil verla así.
Marcus se podía identificar con ella, si era algo parecido a lo que
sentía viendo a Cora tan destrozada. Su pecho se sentía apretado y
todo lo que quería hacer era arreglarlo. Ella estaba temblando, y la
idea de que estuviera sentada allí sola en ese suelo frío y
antiséptico era suficiente para volverlo loco.
Se quitó el saco de su traje y lo colocó sobre sus hombros. Sus
dedos se aferraron a la prenda como un salvavidas mientras se la
ponía alrededor y se apoyaba en el pecho de Marcus mientras
lloraba.
Él esperó. Exhaló; la tensión que había estado cargado durante
toda la semana desde la última vez que vio a Cora, finalmente se
estaba aliviando. Había sido un infierno, sentado en ese piso franco
sin poder comunicarse con nadie, sin saber dónde estaba o cómo
estaba, o si estaba a salvo.
Había terminado de ser el Señor Agradable. Cora iba a volver
con él. El único lugar en el que estaba ella a salvo era a su lado. Él
era la única persona a la que le confiaba su seguridad. Su vida.
Cuando sus lágrimas finalmente cesaron, Marcus tomó su
pañuelo y le limpió la cara, observándola cuidadosamente.
—¿Qué dijeron los médicos?
—Quieren que ella hable con un policía. Presentará cargos. Y
romperá con su novio que estaba demasiado involucrado en una
pelea para darse cuenta de lo que sucedía y detenerlo. Max Mars.
—Niño bonito. Sus películas apestan.
Cora no pudo evitarlo y terminó por reírse con tristeza.
—Sí, él apesta mucho.
Marcus tomó su mano y se la llevó a los labios. Quería tomarla
en sus brazos o mejor aún, arrojarla sobre su hombro y arrastrarla a
un sótano donde estaba seguro que estaría a salvo. En vez de eso,
se forzó a sí mismo a soltar su mano después de darle el más breve
beso.
No sabía qué hacer con las dos voces agitándose dentro de él;
una gritándole para que siguiera sus impulsos bárbaros y la otra
susurrando para luchar por su buen proceder. Las cosas en su vida
solían ser simples. Todo muy definitivo.
Pero después de conocer a Cora, nunca pudo volver a lo simple.
Ella era hermosa y maravillosamente compleja. Brillaba con la luz
del sol de mediodía y proyectaba un prisma de colores sobre su vida
previamente incolora. No podía volver al blanco y negro después de
vivir a todo color.
¿Pero cómo podía dejarla libre y también obligarla a hacer lo que
quería que hiciera? ¿Qué necesitaba que ella hiciera para que
supiera que estaba a salvo?
Cada día desde que ella lo dejó, Marcus solo se impacientaba
más y más, cruzando esa delgada línea. Pero aun así sabía, en
algún lugar en el fondo, que la única manera de que funcionara era
que ella lo eligiera a él. Cora tenía que elegir su vida juntos.
Sus ojos hinchados y llenos de lágrimas se encontraron con los
de él, repentinamente arrugados por la preocupación.
—¿No deberías estar escondido?
—Necesitaba asegurarme de que estabas bien.
—Oh. —Frunció el ceño—. Supongo que todavía estoy
compitiendo para ser la peor esposa de la historia. —Su labio
inferior tembló.
Marcus exhaló, casi riéndose.
—Ven aquí. —Se puso de pie y la levantó. Extendió sus brazos.
Ofreciéndole consuelo.
Cora se deslizó en sus brazos y todo su cuerpo se relajó por lo
bien que se sentía. Muy natural. Sus brazos se cerraron alrededor
de ella y los ojos de Marcus se cerraron. Necesitaba memorizar
cómo se sentía en sus brazos. Podría alejarse pronto y él
necesitaba esto como su combustible para alimentarlo hasta que
nuevamente volviera a estar en sus brazos.
—Gracias —dijo ella.
—Por supuesto.
Cora se quedó allí durante largos minutos.
—Puedo oír los latidos de tu corazón —susurró contra su
camisa.
Sus brazos se apretaron a su alrededor. Marcus quería sentir sus
latidos en el lugar que a él más le gustaba; su pulso palpitando
mientras le chupaba el clítoris.
La quería en su cama debajo de él, gritando su nombre,
reconociendo que era su esposa, que era suya, solo suya… no en la
agonía de la pasión de una noche, sino por la mañana y todas las
mañanas por el resto de sus vidas.
Cora se apartó y se obligó a sí mismo a simplemente acariciar el
pelo fuero de su cara. Para ella, Marcus podía y podría contenerse.
—¿Qué quieres que haga?
Cora se mordió el labio como si estuviera considerando su
oferta, cuando una mujer con bata blanca se aclaró la garganta.
Cora se dio la vuelta.
—¿Sí? ¿Cómo está?
La médica los miró imparcialmente.
—Tiene una conmoción cerebral, pero no hay hinchazón cerebral
que nos preocupe. Normalmente la daríamos de alta, pero
queremos vigilarla durante la noche.
Marcus asintió.
—Gracias, doctora. ¿Podemos darle nuestros números en caso
de que haya algún cambio?
—Por supuesto, señor Ubeli.
Cora se miró sorprendida, probablemente preguntándose cómo
la doctora sabía su nombre.
—Ella puede presentarle esto a la policía. Como agresión —dijo
el doctor.
—Hablaremos con ella. —Marcus le echó un vistazo a Cora.
—Está durmiendo ahora —dijo la doctora—. Recomendaría
dejarla descansar y visitarla por la mañana.
Cora asintió, inexpresiva como si estuviera paralizada. Marcus
necesitaba sacarla de allí. Se movió junto con la doctora hacia un
lado y por un momento para hablarle unos minutos sobre los
cuidados permanentes de Anna, pero sin dejar de mirar a Cora.
Volvió con ella tan pronto como terminó con la mujer.
—¿Cora?
Miró hacia arriba con los ojos empañados.
—¿Estás bien?
Pero que pregunta tan endemoniadamente estúpida. Por
supuesto que no estaba bien.
—Estoy bien. —Se quedó mirando ausente los botones de su
camisa. Se veía tan perdida; eso lo mataba.
Él extendió su mano.
—Vamos, diosa. Vámonos a casa,
Sin titubear, Cora deslizó su pequeña mano en la suya y lo siguió
fuera.
CAPÍTULO 26

Después del hospital, Marcus la llevó a su casa, a su apartamento.


Brutus los recibió; una de sus Sombras lo había traído. Cora se
relajó en cuanto entraron en el apartamento con su cálido y
acogedor diseño.
Marcus se encontraba parado con su gabardina puesta mientras
atendía los mensajes de su teléfono y Cora alimentaba a Brutus.
Pero en realidad se encontraba mirándola. El tazón de Brutus ya
estaba medio lleno, así que solo vertió un poco más.
—¿Cuándo fue la última vez que tú comiste?
Cerrando los ojos, ella sacudió la cabeza.
No estaba cuidándose. Tenía ojeras debajo de sus ojos. Lo
necesitaba a él. Necesitaba que la llevaran de la mano y…
Marcus se obligó a que esa forma de pensar se silenciara. Luego
exhaló por la nariz.
—Enviaré a un hombre con algo de comida. —No pudo evitar
continuar con el asunto—: Ve a acostarte.
Se preparó para que ella le respondiera que no era su dueño y
que podía hacer lo que quisiera en su propio apartamento. Pero no.
Parpadeó con sus vulnerables ojos azules hacia él.
—¿Puedes… puedes quedarte conmigo?
Perdió el aliento y asintió, sin confiar en sí mismo para hablar,
porque si lo hacía, podría arruinarlo.
La siguió mientras se dirigía al dormitorio, quitándose el abrigo
que él le había ofrecido hacía un rato mientras avanzaba.
No encendió ninguna luz, solo se fue a la cama y se acostó de
lado con la mejilla hacia la almohada y mirando a la pared.
Había una silla junto a su tocador y Marcus se sentó, todavía sin
atreverse a hablar. Solo estar aquí era suficiente. El hecho de que
ella lo quisiera allí… ¿Acaso eso era el principio de la marcha atrás?
¿O solo era por esta noche porque estaba muy afectada por ver a
su amiga herida?
Todo en Marcus quería cerrar el espacio entre ellos y reclamar a
su esposa de una manera que nunca olvidaría y que nunca podría
volver a negar.
Pero justo ahora era frágil como una flor. Si la estrujaba
demasiado fuerte, sus pétalos magullados no volverían a florecer.
Así que se quedó quieto. Con la ayuda de los cielos, se quedó
quieto.
Su hermosa esposa giró la cabeza hacia él. El dolor de su
mirada le atravesó las entrañas.
Abrió la boca para decir su nombre, para intentar decir algo
reconfortante, pero Cora se adelantó.
—Me… ¿me podrías abrazar?
No tuvo que pedirlo dos veces. En un abrir y cerrar de ojos se
levantó de la silla y se deslizó en la cama junto a ella.
Y finalmente hizo lo que había estado anhelando hacer toda la
noche. La rodeó con sus brazos y deslizó su cuerpo por detrás del
de Cora con una pierna enredada con la suya.
Era una posición familiar, una en la que normalmente se
acomodaban después del sexo, no antes. Y Marcus sabía que esta
noche no se trataba de sexo. Se trataba de consolar y hacerle saber
que no estaba sola.
Nunca tendría que volver a estar sola, ni enfrentarse a más
pesadillas sin él a su lado. Él lucharía todas sus batallas, mataría a
todas sus bestias. Las cosas estaban mal ahora, pero volverían a
estar bien. Cora lo vería. Marcus le daría la vida más hermosa que
nadie hubiera tenido jamás.
La arropó cerca de él y los cubrió con una manta. La cuidó
mientras caía rápidamente en lo que él esperaba que fuera un
sueño profundo.
Se quedaron así, con ella durmiendo en sus brazos y él
memorizando su tacto, su olor y su imagen durante más de una
hora. Cora solo se agitó cuando llamaron a la puerta. Un mensaje
de texto sonó en el teléfono de Marcus, haciéndole saber que su
Sombra había dejado su comida en la puerta.
Cora levantó la cabeza, pero él la instó a recostarse sobre su
pecho.
—Es solo la comida. ¿Tienes hambre?
—En realidad no. —Se movió de tal manera que terminó
acostada a su lado, de cara a él.
—¿Por qué no has podido dormir? —Levantó un suave dedo
para acariciar las sombras debajo de sus ojos.
Cora no se apartó.
—Tengo estos sueños. Pesadillas en realidad.
—Cuéntame.
—Mayormente sobre AJ.
Marcus sintió que todo su cuerpo se tensaba, pero se obligó a
relajarse. Estuvo a nada de estallar de la ira cuando Sharo le dijo
que Cora le había visto matar a AJ como el perro que era. De
alguna manera ella estuvo allí, y él no podía imaginar cómo debió
ser para alguien tan inocente como ella.
—Ese idiota no merece ocupar ningún espacio en tu cabeza.
Cora titubeó.
—Te vi matarlo.
—Sharo me lo dijo.
—Me asustó.
Marcus pensó en la violencia de esos últimos y brutales
momentos. Por supuesto que había estado asustada. Asustada de
él. Mierda.
—Habría hecho daño a más gente. Era mi responsabilidad
detenerlo. —Hizo una pausa y tomó un respiro. Justificar sus hechos
no ayudaría en nada. No lamentaba haber matado a AJ, pero sí
lamentaba que ella lo hubiera presenciado. Había sido una inocente
cuando se casó con él. Y todo lo que Marcus hizo desde ese
momento fue corromperla.
—Entiendo por qué huiste. —Se inclinó hacia adelante para
pasarle los dedos por su pelo claro, pero no pudo encontrarse con
sus ojos—. Te casaste con un asesino. Es una parte de mi vida que
nunca debiste ver. Pero si esto va a funcionar, no puede haber más
mentiras entre nosotros. Esto es lo que soy. Esto es lo que tengo
que ser.
—Eso no es lo que me asustó.
Levantó su mirada a la de ella y esta vez fue Cora la que
extendió la mano, poniendo su mano en su pecho. Sus cejas
estaban arrugadas, preocupadas.
—Vi cómo le aplastabas la cabeza, y… y me alegré. AJ mató a
Iris como si no fuera nada. Quería que muriera. Quería que fuera
brutal. —La mirada torturada de Cora se encontró con la suya—. Lo
odiaba. Te vi matar a un hombre a sangre fría y me alegré.
Empezó a apartar la mano, pero Marcus la capturó y se la puso
en el pecho. ¿Podía sentir su corazón latiendo?
Sus miradas se volvieron a encontrar.
—Me alegró —repitió, agarrando su camisa—. Quería que le
hicieras daño. Todos estos meses me he dicho a mí misma que
tenía que alejarme de ti porque tú eras la oscuridad y yo quería vivir
en la luz. Pero la oscuridad… —Pesadas lágrimas temblaban en los
bordes de sus ojos—. La oscuridad estuvo dentro de mí todo el
tiempo.
Marcus la acercó más y le besó la frente antes de acomodar su
cabeza debajo la barbilla.
—Querías justicia.
Estuvieron así por unos momentos. Su cuerpo tembló y él la
sujetó más fuerte. Su estómago estaba hecho nudos mientras
observaba su sufrimiento. Cora estaba sufriendo tanto que él podía
sentirlo. Y estaba mal, muy mal.
Se suponía que debía mantenerse alejada de todo eso. Se
suponía que viviría en un pedestal donde solo brillara la luz. La
oscuridad nunca debía tocarla. Pero él le había fallado, una y otra
vez.
—Siento haber huido —murmuró finalmente.
Él movió su cabeza hacia atrás para poder mirarla.
—No lo lamentes. Estabas asustada.
—No me fui porque lo mataste. Quiero decir, pensé que así
había sido. Fue lo que me dije a mí misma. Quería volver a una
época más simple. Una vida más simple. —Frunció el ceño y
sacudió la cabeza—. Pero creo que eso fue una ilusión. La vida
nunca ha sido sencilla. La oscuridad siempre ha estado ahí. En la
soledad de mi infancia. Cuando mi madre se enfadaba y me
golpeaba. Incluso la razón por la que nos escondíamos en la
granja… —Sus rasgos se estrujaron por el dolor—. Lo que mi familia
le hizo a tu hermana… Me dijiste una vez que los pecados del padre
caerán sobre los hijos.
—Dios, no, Cora, no quise decir… —Maldición. Él lo había dicho
en ese momento, pero eso fue antes de conocerla, de amarla—.
Eso fue hace mucho tiempo…
—No, tenías razón. Ese es el legado que me dejaron. —Se sentó
en la cama y movió las piernas a un lado, alejándose de él—. No
puedo ignorarlo o pretender que no soy parte de él. La oscuridad
está dentro de mí.
—Cora... —comenzó Marcus, moviéndose para sentarse a su
lado, pero ella lo interrumpió con ojos distantes.
—Quería vengarme por lo que AJ les había hecho a mis amigas.
Quería que su muerte fuera sangrienta y brutal. Con cada golpe que
dabas quería que el siguiente fuera el doble de fuerte. Estaba
asqueada de mí misma, pero aun así no podía apartar la vista.
Cora lo estaba matando, ¿acaso no lo sabía? Todo lo que
Marcus había querido hacer era protegerla, y aun así aquí estaba, la
mujer más fuerte y resistente que jamás había conocido… y estaba
tan cerca de quebrarse. Gracias a él. Gracias a su mundo.
Finalmente, finalmente, Cora lo miró con ojos bien abiertos y
perdidos.
—¿En qué me convierte eso? Me alegró que te deshicieras de
él. Tuvo lo que se merecía, pero cuanto más lo pensaba, más miedo
tenía. Porque, quiero decir, ¿cuál es el límite? ¿Cuándo es
demasiado?
—Yo trazo el límite —dijo Marcus con firmeza mientras agarraba
su mano. Si se sentía perdida, él sería su ancla. Arreglaría esto, juró
que lo haría.
—Es una responsabilidad muy grande y horrible, Marcus.
—Sí. Me lo tomo en serio. Y te equivocas. Tú no eres la
oscuridad. Bebé, he mirado el rostro de la oscuridad y lo perverso.
—Le acunó suavemente ambas mejillas—. Tú eres la luz.
Empezó a sacudir la cabeza, pero él la mantuvo quieta.
—Bien, así que has visto algunas cosas. Te alegraste cuando un
hombre malo murió. Tuviste una infancia de mierda y caíste en las
garras de un bastardo con malas intenciones.
Sus cejas se arrugaron, pero él continuó.
—Pero tú cambiaste a ese hombre. Un hombre que la mayoría
decía que estaba destinado para siempre en el infierno. Tú me
amaste. Y si tienes que tener un poco de oscuridad en ti para amar
a un hombre como yo, entonces, maldita sea, me alegro de que la
tengas. Pero diosa, de lo contrario brillas tanto que me ciegas la
mayoría de las veces.
Lágrimas le recorrieron las mejillas al mismo tiempo que se
inclinaba y lo besaba. Lo besó de manera tan dulce que Marcus
pensó que podría morir. Fue una ligera presión con su boca, pero
ella dejó que su lengua acariciara sus labios ligeramente, pidiendo,
invitando.
Su pene casi hizo un agujero en sus pantalones; se puso muy
duro en tan poco tiempo. Pero aun así no la presionó. La dejó tomar
las riendas. No se atrevió a asustarla, no ahora que parecía que
finalmente podría volver a él. De verdad. No por un juego frenético
en un baño después de haber sido secuestrada o una lujuriosa
locura en medio de la noche donde cualquier pene serviría.
No, Marcus llevaría las cosas con calma, con cuidado,
asegurándose de que ella estuviera con él en cada paso del camino.
Así que se quedó perfectamente quieto.
Los ojos de Cora se encontraban cerrados, y después de un
momento, dejó caer sus manos y retrocedió. Frunció el ceño y lo
miró con incertidumbre. Como si tuviera miedo de que él ya no la
quisiera.
Bien, con cuidado, maldita sea.
Marcus dio un paso adelante, con sus anchos hombros y su
cuerpo dominando el espacio entre ellos mientras sus brazos se
cerraban alrededor de ella.
Y le devolvió el beso. La besó con todo lo que había estado
reteniendo. La besó con su furia y con su anhelo y con su amor
porque, joder, la amaba muchísimo.
Le subió la pierna sobre la suya, colocándola en su regazo y ella
le devolvió el beso, hambrienta. No con la locura descuidada de
aquella extraña noche, sino con el hambre de una mujer que sabía
lo que quería. Y lo que ella quería era a él. Sus brazos lo rodearon y
sus dedos se clavaron en su pelo.
Cora se movió en su regazo, girando sus caderas contra el tubo
de acero que era su pene de una manera que lo volvió jodidamente
loco.
Suficiente. La agarró de la cintura y la volteó para que estuviera
debajo de él en la cama. Al instante siguiente, se cernió sobre ella,
moliendo su cuerpo contra el suyo. Joder. Sí. Esto era lo que
Marcus había estado soñando desde que la perdió de vista.
Ella estaba finalmente, finalmente, de vuelta a donde pertenecía.
Aparentemente Cora sentía lo mismo, porque sus pequeñas
manos se encontraban en su cintura tirando con impaciencia de la
hebilla y el botón de su cinturón.
—Así es, bebé —gruñó—. ¿Quieres esto? —Presionó con fuerza
contra su dulzura, imaginando la miel líquida acumulándose en sus
bragas. Necesitaba probarla, pero no, necesitaba más estar dentro
de ella.
Necesitaba reclamar lo que era suyo. Esta vez no sería sexo.
Estaba harto de follarse a su mujer una sola vez aquí y allá.
Le había dado espacio y finalmente habían sido completamente
honestos entre ellos. Ahora era el momento de que nuevamente
fueran marido y mujer. Era hora de hacer el amor con su esposa.
Le levantó los brazos, sacándole la delgada camisola por la
cabeza. Maldición, había olvidado lo perfectos que eran sus pechos.
Pensó que había memorizado todo sobre ella, pero al verla ahora,
sabía que su memoria no le había hecho justicia.
Temblaba bajo él con la espalda arqueada bajo su mirada. Sus
pezones se endurecieron hasta convertirse en pequeñas y afiladas
puntas.
Marcus se agachó y pellizcó uno. Su agudo jadeo, seguido de un
entrecortado gemido, fue casi su perdición. Pero no. Esto era
importante.
—¿Qué quieres, diosa?
—A ti.
Demonios, se sintió bien oírlo. La premió con una sonrisa.
—Dime qué es lo primero que quieres. —Se levantó sobre ella,
acercando sus labios a su boca, pero sin tocarla del todo.
Cora arqueó la espalda, obviamente necesitada de frustración.
—Tu boca sobre mí.
Marcus dejó caer sus labios sobre su piel, por su garganta y
suavemente sobre sus pechos; el más mínimo murmullo.
—Marcus —gimió—. Toma el control. Dime qué hacer.
—Di mi nombre —susurró—. Di mi nombre otra vez. —Él se
sintió vulnerable en el momento en que la orden abandonó su boca,
pero no pudo evitarlo. Su nombre en sus labios lo era todo. Su
reconocimiento de a quién pertenecía mientras estaba
completamente lúcida.
—Marcus. Marcus. Marcus.
Marcus arrastró su pezón a su boca, mordiendo y succionando
con todas sus fuerzas.
Cora gritó y se agachó debajo de él, con sus piernas rodeando
su cintura. Oh, a su diosa le gustaba eso, ¿verdad?
Se movió hacia el otro pezón incluso mientras bajaba su mano
entre ellos. Deslizó sus dedos en sus bragas empapadas. Siempre
tan ansioso por él, tan preparada.
Humedeció sus dedos con sus fluidos. Su pene se endureció aún
más, aunque no hubiera creído que eso fuera posible.
Se retorció debajo de él.
—Por favor, haré cualquier cosa.
—¿Cualquier cosa? Entonces déjate llevar, bebé. —Usó sus
dedos, rasgueándola como a un instrumento hasta que se abrió
perfectamente debajo de él—. Porque todo lo que siempre quise fue
a ti. Tal y como eres.
Respiró con dificultad cuando él se bajó los pantalones lo
suficiente como para deslizarse dentro de ella.
Demonios, estaba muy apretada. Tan caliente y tan
endemoniadamente apretada. Estaba hecha para él.
—Sí —jadeó con evidente satisfacción—. Marcus, sí.
Él se movió y todo fue perfecto. Nunca había nada de malo en
ello en la medida en que la embistiera. Poniendo su huella en ella.
—¿A quién le perteneces?
Cora echó la cabeza hacia atrás.
—A ti —gritó—. A ti, Marcus.
—Será mejor que lo creas, maldición —gruñó y la agarró por la
nuca, levantándola para que cuando su beso aterrizara, ella lo
sintiera en todo su cuerpo mientras continuaba su ataque rítmico a
sus sentidos. La agarró por el culo y le cambió la posición para que
se deslizara más profundamente que nunca.
Cora gimió dentro de su boca y le arañó el cuero cabelludo
mientras su placer aumentaba.
Eso es. Eso es, diosa. Dámelo todo.
Y lo hizo. No se guardó ni una sola maldita cosa. Gritó su
nombre cuando se corrió y apoyó sus caderas contra las suyas,
buscando sin pudor su propio placer de una manera que lo volvió
absolutamente loco.
Su propio clímax apareció cuando ella enloqueció debajo de él.
Empujó su miembro, y mientras su semilla salía disparada para
cubrir sus profundidades más íntimas, solo había una cosa en su
mente.
Atrajo a su esposa cerca de él y le susurró al oído una y otra vez:
—Te amo.
Cora lo rodeó con sus brazos y lo apretó tan fuerte que apenas
podía respirar, pero no le importó. Porque las siguientes palabras
que salieron de su boca fueron:
—Yo también te amo.
Jamás habían sido inventadas cuatro palabras más dulces en el
idioma español.
Marcus se apartó, necesitando mirarla a los ojos. Sonreía, pero
esa sonrisa era vacilante, como si no confiara en esta felicidad.
—¿Has terminado de huir, cariño? Porque si vuelves a mí, no sé
si alguna vez te dejaré ir.
La primera vez casi lo mató, y no estaba seguro de ser lo
suficientemente fuerte para volver a hacerlo.
Pero los ojos de Cora estaban libres de duda cuando dijo:
—Quiero estar contigo. Te quiero de vuelta.
Marcus no recordaba haber sentido una felicidad tan preciosa.
Puso una sonrisa.
—Lo sé.
Ella se rio y sacudió la cabeza.
—Engreído.
—Muy engreído. —Sacudió las caderas.
Los ojos de Cora se ensancharon al recordar que aún estaba
dentro de ella.
Arqueó una ceja.
—¿Tan rápido estás listo para la segunda ronda?
—Dispárame si alguna vez mi respuesta a esa pregunta es no.
—Se inclinó hacia adelante para besar a su esposa. Una vez no era
realmente suficiente para recordarle sobre su reclamo. Podría tomar
toda la noche.
CAPÍTULO 27

Armand se encontraba acostado en su cama con dosel mientras


jugaba con su teléfono. Cuando levantó la vista, Olympia estaba de
pie en la puerta de su dormitorio vistiendo otra de sus largas túnicas
de seda y pareciendo una antigua sacerdotisa.
—Aún estás despierta —dijo él. Cuando ella llegó y se sentó al
lado de su cama, él dejó su teléfono a un lado—. ¿Preocupada por
tu ex? —Ella y Zeke habían estado casados por años, sin importar
lo agrio que hubiera sido el divorcio.
—No me di cuenta de lo mucho que todavía extraño al bastardo
—admitió Olympia.
—Oh, ven aquí, Armand mejorará las cosas. —Extendió sus
brazos y ella se inclinó hacia ellos—. Sé de algo que te ayudará a
dormir —susurró contra la corteza oscura de su oreja.
Se apretó contra él, con fuego en sus ojos castaños.
Pícaramente, él sacó una bolsa de pastillas blancas de debajo
de su almohada.
—¿Hora de dormir? —Las sacudió.
—Esas no son pastillas para dormir, mon petit. —Ella se rio de
su mirada confusa.
—Pensé… me preguntaba por qué tomaste pastillas para dormir
en nuestra pequeña fiesta. —Examinó la bolsa—. ¿Qué son?
Ella descendió su cabeza más cerca de sus labios.
—Ambrosía. Alimento de los cielos.
Armand le parpadeó, aún sin estar seguro de lo que quería decir.
Ella le quitó la bolsa y la tiró en la mesita de noche.
—Pero no las necesitamos esta noche.
Poniéndole una mano en el pecho, lo empujó hacia las
almohadas.
—Quítate los pantalones, mon petit. Madame está hambrienta.
CAPÍTULO 28

Por primera vez Cora se despertó antes que Marcus. Se quedó allí
tumbada un buen rato examinando su rostro, con sus ojos trazando
la fuerte mandíbula y los sensuales hoyuelos en sus mejillas. Era la
personificación de la masculinidad. Y cómo lo amaba.
Estando con él aquí y ahora, con su gran cuerpo tan cálido junto
al suyo… Ella nunca quería que este momento terminara.
Pero lo haría, ¿no? Se mordió el labio. ¿Por qué anoche no le
había contado todo cuando por fin se estaban abriendo el uno al
otro?
Muchas veces había estado a punto de decirlo. Pero después de
todo lo sucedido con Anna… Y entonces sus brazos la rodearon y
se sintió tan bien, tan bien, que ella quiso un poco más, que durara
un poco más…
Cora todavía quería eso. Quería enterrarse en su marido y
esconderse del mundo por un tiempo más. ¿Eso estaba tan mal?
¿Robar un poco de felicidad mientras pudieran?
Marcus frunció el ceño y se agitó en su sueño.
Quería calmarlo y prometerle que haría las cosas mejor. Pero se
trataba de una promesa que no podía cumplir, así que hizo lo más
parecido.
Con demasiada suavidad, tiró de la sábana hacia abajo y de
inmediato sus ojos se ensancharon. Porque aunque Marcus podría
estar todavía dormido, su pene no lo estaba. La carpa en sus
calzoncillos era tan alta que se sorprendió de que la tela aún la
estuviera conteniendo.
Cora estaba feliz de remediar la situación.
Metió la mano por la abertura de sus calzoncillos y sacó su
miembro. Marcus se agitó ligeramente, pero no se despertó. Cora
sonrió mientras se inclinaba y se llevó la punta a la boca.
Sus caderas se movieron, introduciéndose efectivamente varios
centímetros más profundo. Ella sonrió. ¿Qué clase de sueño estaba
teniendo? Más vale que fuera sobre ella.
Succionó y se movió varias veces de arriba a abajo antes de
tocar fondo, tanto como le fue posible.
Marcus gimió. Se sentó con rapidez, colocó la mano en su
cabeza y se enredó en su pelo.
—Por todos los dioses, eres real. Realmente estás aquí.
Una traviesa sonrisa le alzó las comisuras de la boca mientras
levantaba la mirada hacia su estómago y rostro.
—Te apuesto lo que quieras a que lo estoy, bebé.
—Está bien. —El sudor le mojaba un poco en la frente mientras
sus caderas se levantaban involuntariamente y las obligaba a bajar
para tumbarse pasivamente debajo de ella. Cayó de nuevo sobre su
almohada.
Cora se apartó de él y Marcus cerró los ojos mientras un
músculo se sacudía en su mejilla. Lo tomó en su mano, trabajando
lentamente en él de arriba y abajo.
—¿Te gusta?
Gimió.
—Me encanta.
—He echado de menos esto. —Le habló a su pene mojado con
su saliva—. Soñé con él por la noche. Lo sentí en mí.
Dejó caer su boca en la punta de su pene y le dio una pequeña
lamida, moviendo su lengua a lo largo de la abertura como a él le
gustaba.
—Mírame —le ordenó, y se emocionó cuando él obedeció.
Marcus cerró los puños entre las sábanas. Cora no apartó la
vista de sus grises ojos; sabía que él le estaba prometiendo una
retribución.
Abrió la boca y lo tomó tan profundo como pudo.
—Maldición —soltó Marcus, echando la cabeza hacia atrás. Era
demasiado grueso para que Cora lo tomara hasta dentro, pero
deslizó su boca hacia arriba y hacia atrás, haciendo todo lo posible
para ir más profundo.
—Vas a matarme —gimió.
Cora lo sacó de su boca con un sonido de “pop” mientras
continuaba sosteniéndolo en la base.
—¿En dónde te quieres correr?
—Dentro de ti.
—¿Dentro de mi boca? ¿O dentro de mi coño?
—Dentro de tu coño. Tengo planes para esa boca.
Dándose la vuelta para encontrarse de cara a sus pies, se
introdujo en su pene, suspirando con satisfacción. Movió su culo de
arriba a abajo, mirándolo mientras alzaba las comisuras de sus
labios de manera sexy.
—¿Te gusta lo que ves?
—Oh sí. —Sus caderas se movían en dirección opuesta a las de
ella, y Cora podía oírse a sí misma apretarse alrededor de su
miembro.
—Estoy tan mojada por ti. —Se empujó hacia abajo.
—Sí, lo estás, nena. —Le agarró las caderas, estabilizándola—.
¿Lista para mí?
Ella se inclinó hacia adelante, apoyándose con sus manos entre
las piernas de Marcus.
—Lista, papi.
Enterró su miembro en su interior y ella se tambaleó hacia
delante ante la intensidad de sus embestidas, liberando a gritos su
placer cuando llegó al clímax.
El acto terminó rápidamente; Marcus se corrió y se empujó hacia
arriba con fuerza, y luego cayó hacia atrás, respirando con dificultad.
La tiró hacia él, levantándole el pelo sudoroso de su cuello para
besarla. Se acostaron juntos en silencio, con sus manos
acariciándole el vientre y pechos pálidos.
Cora pensó que él se había vuelto a dormir, pero luego
finalmente le preguntó:
—Bueno, señora Ubeli, ¿cuál es el siguiente paso?
Cora volvió a la realidad.
—Tengo preguntas. ¿Puedes respondérmelas con total
honestidad?
Incluso mientras lo pedía, sintió que su pecho se apretaba. ¿Vas
a darle tu total honestidad a cambio?
Marcus pensó que habían aclarado lo que había sucedido la
noche que ella había huido. Pero aún no tenía ni idea de qué era lo
que había puesto en marcha todos los acontecimientos.
Ella.
Sus acciones. Hacer el trato con AJ, dejar la finca, tratar de
rescatar a Iris con la ayuda de la policía. Cómo todo esto le había
explotado en la cara a Cora y había resultado en que la policía
hubiera confiscado su cargamento.
Marcus suspiró.
—Puedo hacerlo. Por ti, puedo. Te diré cuando haya algo que no
sea bueno que sepas. Pero si quieres, te lo contaré todo. —Tiró de
su pelo suavemente—. ¿Vas a hacer lo mismo a cambio? ¿Hablarás
conmigo?
Ahí estaba. Le estaba preguntando directamente.
Y en lugar de darle una respuesta directa, Cora le puso una
mano alrededor de su rostro.
—Te extrañé —susurró—. Vi a ese hombre en la piscina del
pent-house muerto y pensé que eras tú.
Allí. Esa era la verdad.
—Nena, tienes que ser honesta conmigo. No puedes ocultar todo
esto. —Le acarició el pelo y ella cerró los ojos. Se sentía tan bien.
Estando con él, en sus brazos, todo se sentía tan bien. ¿Estaba mal
que quisiera aferrarse a él solo por un poco más de tiempo?—. Vas
a seguir teniendo pesadillas.
—Lo sé —susurró. Su frente se arrugó—. ¿Dónde está Slim?
La expresión de Marcus también era seria, pero no respondió de
inmediato.
—Estamos buscándolo.
—¿No está muerto?
Marcus la acercó y le acarició el pelo; un acto dulce y gentil que
contradecía la perturbadora conversación que estaban teniendo.
—Tenemos razones para creer que Waters lo está reteniendo.
Por la forma en que estaban posicionados, no pudo ver la cara
de Marcus. Pero sí pudo sentir la tensión en su cuerpo debajo del
suyo.
—¿Por qué?
—Una jugada de poder. Quizá piensa que puede poner a Slim en
mi contra o quiere una garantía para cuando volvamos a hablar.
—¿Hablarás con él?
Una fuerte sacudida de su oscura cabeza le dijo a Cora todo lo
que él sentía respecto al tema.
—Pero… pensé que necesitabas ser su aliado. Pensé que era la
única manera de que pudieras ganar una pelea contra los Titan. —
Se levantó para poder mirarlo a la cara, pero Marcus estaba
mirando a la distancia—. No puedes dejar que ganen.
Cuando finalmente volvió su atención a ella, sus ojos grises la
miraron directamente y ella supo que él estaba viendo algo más.
—Marcus —dijo, y él salió del trance.
—Podemos superar esto, tú y yo —dijo, cambiando de tema—.
No importa lo que nos depare el futuro. Me enseñaron que estar
casado es para toda la vida y que hay que controlarse, ser fiel. Pero
estar casado significa que nos cuidamos el uno al otro para siempre.
Puede que no lo creas así —sus ojos buscaron los de ella—, pero
siempre, siempre querré lo mejor para ti. No soy perfecto, cometeré
errores. Y tú también. Los cometeremos juntos y los discutiremos.
—Bien, Marcus.
—¿Vas a huir de mí?
—Solo si me persigues. —Sonrió, recordando la vez que la
persiguió en el museo de arte.
—Oh, lo haré —gruñó y le azotó ligeramente el culo—.
Jugaremos. Tenemos dos meses de juego para ponernos al día. —
Se inclinó y deslizó su nariz a lo largo de la suya—. Pero ahora
mismo necesito oírlo directamente de ti.
Cora se congeló. ¿Lo sabía? ¿Era esto una prueba?
—Necesito saber que lo que dijiste anoche fue en serio. ¿No
más huidas?
Dejó escapar un suspiro de alivio.
—Estoy cansada de hacerlo. Creo que estaba huyendo de mí
misma tanto como tú.
—Muy bien, nena. —Le besó los labios—. ¿Qué tal si
conseguimos algo de comida?
—¿Podemos ir al hospital? Quiero ver a Anna.
Cora le contaría todo. Lo haría. Solo quería empaparse de esta
felicidad por un poco más de tiempo. Un poco más. Entonces se
sinceraría.
—Mientras lo hagas conmigo —le sonrió, con uno de sus
hoyuelos apareciendo de una inusual manera—, podemos hacer lo
que quieras, bebé.
CAPÍTULO 29

—¿Quién es ese? —Anna levantó la cabeza después de saludar a


Cora. Obviamente había visto a Marcus o a su silueta, al menos, a
través de la ventana del pasillo. La tímida sonrisa de Cora debió
haberle dicho el resto—. Marcus. ¿Están juntos de nuevo?
Cora asintió con la cabeza y levantó una bolsa.
—Una camiseta limpia, jeans, ropa interior y demás. —Hurgó y
sostuvo un bolso de maquillaje de color amarillo brillante.
—Gracias —suspiró Anna.
—¿Cuándo saldrás?
—Pronto. Hoy. Mi amigo productor va a venir a recogerme.
Cora asintió.
—¿Así que todo sigue bien con la película? Aunque tendrás que
volver a trabajar con…
—Max Mars —Anna hizo una mueca—. No me lo recuerdes. No
ha dejado de llamar y enviar mensajes de texto.
Cora puso mala cara.
—Si no entiende, Marcus puede…
Anna agitó su mano.
—No, está bien. Puedo manejarlo.
—¿Y el hombre que te atacó? ¿Qué dijo la policía?
—Todavía está tras las rejas. —Las sombras oscurecieron el
rostro golpeado de Anna—. Aparentemente Max usó sus influencias
para que no saliera bajo fianza. Como sea, es algo. Dicen que
podría cumplir hasta cinco años por asalto y agresión.
Tragando con fuerza, Cora tomó la mano de su amiga. El
bastardo se merecía algo peor que cinco años. No podía pensar en
nada más despreciable que un hombre golpeando a una mujer o a
un niño.
—¿Y la película? ¿Qué es lo que quieres hacer?
—Toda mi vida he querido ser actriz. Arrastré a mi madre a las
audiciones, practiqué durante horas frente a un espejo. Es todo lo
que siempre soñé. —Anna cerró los ojos, con la frente arrugada.
—Hay otras películas, otros directores.
—¿Otros actores imbéciles? —Anna hizo una mueca, moviendo
la cabeza—. No para mí. No lo entiendes, Cora. Hay un límite de
tiempo para mi éxito. Necesito salir ahora mientras sea joven y lo
suficientemente bella para que mi apariencia compense mi falta de
experiencia.
—Si Max no desiste o si te hace pasar un mal rato de alguna
manera…
—He estado cuidando de mí misma durante bastante tiempo.
Prometo que estaré bien.
—Pero si no lo estás podemos…
—Dije que estaré bien.
Cora se apartó ante las duras palabras de Anna, no queriendo
molestarla más. Pero de ninguna manera iba a dejar que se
enfrentara a esto sola. Ahora ella era de la familia.
Anna apretó la mandíbula y, aunque magullada, su cara seguía
siendo encantadora de una manera fría e intocable. Cuando habló,
Cora tuvo que escuchar con atención.
—Voy a hacerlo. Haré la película y mi carrera. Y luego…
—¿Y luego? —incitó Cora. A pesar de que estaba mirando
directamente a su amiga, vio a una mujer totalmente diferente.
—Nadie jamás me volverá a tocar.
Una enfermera se detuvo en la habitación y la intensidad
ardiente en los ojos de Anna desapareció mientras sonreía y le
hablaba de manera encantadora a la mujer.
Cuando Cora salió de la habitación del hospital, encontró a
Marcus parado en el pasillo.
—¿Todo bien, bebé?
Al cruzar el pasillo hacia él, se inclinó cerca y respiró hondo.
—¿Bebé?
—¿Pueden tus hombres vigilar a Max Mars? Y… ¿tal vez
enviarle un mensaje para que deje en paz a Anna?
Marcus asintió.
—¿La está molestando?
—Terminó con él después de lo que pasó, pero le cuesta aceptar
un no por respuesta. —Luego añadió apresuradamente—: Pero él
necesita su cara para la película. Así que…
—Entiendo. —Cora creyó ver la sombra de una sonrisa rondar
por su boca—. ¿Algo más?
—No. —Se acercó para poner sus brazos alrededor de su
cuerpo en traje y para presionar su mejilla contra su fuerte pecho. Él
la sostuvo mientras unos cuantos camilleros pasaban y apartaban
los ojos.
—Te amo, bebé.
Suspiró tan contenta que apenas se sentía real.
—Yo también te amo.
—Bueno, pero si son los tortolitos. ¿El matrimonio todavía no ha
matado su romance?
Cora sacudió su cabeza para ver una figura familiar envuelta en
un abrigo sucio.
Pete. El policía que la había traicionado.
Se acercó lentamente en un ligero ángulo como si esperara que
Marcus atacara si se acercaba a ellos directamente.
Lo que era exactamente lo que había hecho cuando Cora lo
llamó por última vez; había entrado de costado y encontrado la
debilidad de Marcus: ella. Pete la había engañado. Y dejó morir a
una mujer para poder hacer su gran arresto. Cora quería sacarle los
ojos, pero se contuvo. Marcus no lo sabía y no podía averiguarlo, no
de esta manera.
Pete se encorvó contra la pared, inclinando su cabeza afeitada
hacia ellos.
—¿Qué le diste de aniversario, Ubeli? ¿El resto del cadáver de
AJ? Escuché que su cabeza apareció en una zona de pandillas en
Metrópolis. Justo en la puerta de los Titan, por así decirlo.
Cora no pudo evitar jadear, y los brazos de Marcus se tensaron.
—Vámonos —murmuró.
—Vamos, vamos, ¿qué pasa? ¿No muestras respeto por el
hombre que te capturó? —Pete mostró su placa y sonrió—. ¿Qué
hay de ti, Cora? Hace tiempo que no sé nada de ti.
—Te voy a agradecer que no te dirijas a mi esposa de manera
informal —le dijo Marcus al hombre por encima de la cabeza de
Cora—. O que siquiera te dirijas a ella.
—Vámonos —dijo Cora, agachando la cabeza mientras su
marido la alejaba.
Pete corrió junto a ellos manteniendo su distancia, pero
permaneciendo lo suficientemente cerca para que Cora pudiera oírlo
de manera clara.
—La última vez que hablamos, ella fue muy amistosa.
Marcus frenó en seco, pero Cora se interpuso entre él y el
detective.
—Eres despreciable —espetó ella.
—Si tus amigas vuelven a meterse en problemas, siempre
puedes llamarme. —Pete mostró una sonrisa apagada y Cora se dio
cuenta de que era casi tan alto como su marido.
Girando, se arropó contra un costado de Marcus y caminó junto
a él por el pasillo. Sus brazos la estrujaron un poco más, pero aparte
de eso, él no reconoció al hombre que se encontraba viéndolos
mientras se iban.
Cora se deslizó en el asiento trasero del auto, sintiéndose
enferma. Pero que descaro del detective después de no ofrecer
apoyo alguno. No le importaban las mujeres necesitadas, la muerte
de Iris bajo su vigilancia, solo su propia carrera.
Llevó un tiempo darse cuenta de que había un silencio sepulcral
al otro lado del asiento trasero.
—¿Marcus?
Su marido miraba por la ventanilla.
—¿Cómo te conoce ese imbécil? —preguntó con una voz
engañosamente tranquila.
Cora sintió que su corazón se desplomaba.
—Yo…eh… me reuní con él una vez. Bueno, dos. La primera me
acorraló junto con Anna. La conocía. La segunda vez… le pedí que
me ayudara a encontrar a Iris. La prometida de The Orphan. —Cora
aún podía ver la foto de la encantadora joven y el cantante de
aspecto angelical, ambos muertos ahora. Dos hermosas vidas que
habían sido arrebatadas.
Su marido respiró fuertemente por la nariz.
—¿Eso es todo?
Cora exhaló mientras sus ojos se cerraban. Ahora o nunca. No
podía sentarse allí y continuar mintiéndole. Honestidad. Esta
mañana él le había pedido completa honestidad y no había por qué
continuar postergándolo.
—Puede que le llamara antes de ir a buscar a Anna e Iris.
—Ya veo.
—Estaba tratando de hacer lo correcto. Nunca quise que nada
de eso…
Marcus levantó una mano y ella se quedó en silencio. Se inclinó
hacia adelante y le ordenó al conductor:
—Hotel Crown. Ahora.
—Marcus, por favor…
—Suficiente.
Cora saltó ante la palabra gritada. Condujeron en silencio
durante cinco minutos. Diez. Quince.
Marcus miraba por la ventanilla. ¿Por qué no decía nada más?
¿En qué estaba pensando? Cora quería explicarlo todo. Las
palabras rodaban dentro de ella, cayendo una sobre la otra en su
intento de salir. Si pudiera explicarlo de la manera correcta podría
hacerle entender.
Su estómago se retorció cuando llegaron al Crown y Marcus
tomó su codo con un férreo control mientras la llevaba al pent-
house.
Todo el tiempo, ella rezó en silencio. Tenía que perdonarla. Tenía
que hacerlo.
Finalmente llegaron al apartamento y la puerta se cerró tras
ellos.
Alguien había quitado las flores que solían adornar el vestíbulo
sin molestarse en reemplazarlas. Aunque el lugar estaba limpio, las
sombras surcaban los cristales polarizados, haciendo que el lugar
se viese sombrío y sofocante. Una coraza en lugar de un hogar.
Marcus fue a servirse un whisky, puro, y ahora se encontraba
examinando el líquido ámbar.
—Creo que es mejor que me digas qué pasó la noche que
huiste. Empezando por cuando me fui, por favor.
Los ojos de Cora recorrieron el pent-house. Quería mirar
cualquier lugar, menos a él. En vez de eso, forzó su mirada a
encontrarse con la suya.
Durante meses la verdad había pesado como una bola de plomo
en su estómago, robándole el sueño y ensuciando sus sueños.
Tenía que contarle todo y no dejar nada oculto, incluso si, cuando
terminara, Marcus la odiara.
—¿Dijiste que fuiste a buscar a Anna e Iris?
—S-sí —susurró, odiando el temblor de su voz—. AJ se las llevó.
A Iris y a Anna. Me llamó y me dijo que, si no iba de inmediato con
el dinero del rescate, las mataría y…
Mierda, no lo estaba explicando bien.
—No iba a ir como él lo ordenó. Sabía que era una trampa. Pero
Olivia había entrado en el teléfono de Iris y obtuvimos la dirección
de AJ. Te habías ido y pensé que podía sacarle ventaja a AJ,
sorprenderlo en su escondite y tener a la policía conmigo para
arrestarlo… —calló, odiando lo estúpida e ingenua que sonaba. En
su momento todo parecía un plan brillante. Infalible.
Respiró hondo. Si no lo sacaba todo ahora, nunca lo haría.
—Cuando llegué allí se suponía que debía entrar, ofrecerme
como rehén en lugar de Anna e Iris, y tan pronto como dijera la
palabra clave, la policía debía entrar y arrestar a AJ.
Marcus examinó el vaso vacío que sostenía. Se dio cuenta que
desde el auto no la había mirado.
—Apostaste con tu vida.
—Sabía que AJ te tendría demasiado miedo para hacerme daño.
Y los policías estaban justo ahí —se quebró, tragando con fuerza.
Describió lo que había pasado cuando llegó a la casa de AJ.
—¿Pero la policía no fue al rescate? —Marcus estaba en el bar,
sirviéndose más. Cora aún no se había movido del pequeño rellano
frente a la puerta.
—Estaban escuchando, pero cuando oyeron a AJ llamarte,
obviamente decidieron que querían un arresto más grande. Usé la
palabra clave una y otra vez, pero no importó. —Su voz se quebró
—. La dejaron morir. Dejaron morir a Iris justo frente a mí.
—Déjame entender esto. Te fuiste de la finca por tu propia
voluntad. Llamaste a un policía pensando que te mantendría a salvo
de un psicópata que ya se había llevado a dos mujeres.
Cora se mojó los labios, mirando la oscura silueta de su marido.
—¿Es correcto? —incitó Marcus.
—Tenía un equipo SWAT con él —comentó débilmente—. Intenté
tomar todas las precauciones que pude.
—¡Excepto que en ningún momento me lo dijiste, a tu esposo! —
Bajó su vaso con fuerza, no tan violento como para romperlo, pero
Cora saltó cuando se chocó contra la vitrina—. En ningún momento
lo compartiste.
—Estabas ocupado con el cargamento…
—No confiaste en mí. Mi propia esposa.
—Lo siento —lloró—. Dios, lo cambiaría si pudiera. Es mi culpa
que la policía llegara. Es mi culpa… —No pudo terminar, pensando
en la forma en que la sangre brotaba de la herida de Iris. Cómo sus
ojos se quedaron vacíos cuando su alma dejó su cuerpo.
—Esa fue la razón por la que huiste. Tenías miedo de decírmelo.
No pudo ver la expresión de Marcus bajo las sombras.
—Sí —susurró. Se había mentido a sí misma sobre ello. La
violencia de Marcus le había dado una excusa, pero al final, esa era
la razón por la que había huido.
—Se está haciendo tarde. Tengo cosas que hacer. Buscaré a
alguien que te lleve de vuelta. —Ya había sacado su teléfono.
El corazón de Cora latía con lentitud, dolorosamente.
—¿De vuelta a dónde?
—Tu apartamento.
—Marcus, lo siento. —Las palabras le ardían en la garganta.
Todo lo que quería decir pero que al mismo tiempo no se atrevía a
decir—. Nunca debí haber ido con AJ. Debí haber confiado en ti.
Quería ir con él, convencerlo, rogarle que le creyera. Pero ahora
Marcus se encontraba parado junto a las ventanas con la bebida en
la mano y sus pies clavados al suelo.
—Le diré a Waters que fue mi culpa que los policías llegaran.
Fue un accidente.
—Mantente alejada de Waters. —Marcus giró y gruñó tan
violentamente que los pies de Cora se despegaron del suelo y,
aunque ella se encontraba al otro lado de la habitación, dio un paso
atrás—. Se acabó. Ya has hecho suficiente.
La puerta se abrió detrás de ella, sorprendiéndola, y entró una
Sombra mirando de un lado a otro entre ambos Ubelis, antes de
concentrarse en el que le daba las órdenes.
—¿Sí, jefe?
—Por favor, acompaña a la señorita Cora de vuelta a su
apartamento. O a cualquier lugar que ella quiera.
—Sí, señor. —la Sombra mantuvo la puerta abierta, esperando.
—Marcus —susurró Cora.
—Señora —llamó la Sombra. Obviamente estaba percibiendo la
tensión en la habitación y pensó que era prudente darle una
indirecta.
Con una última mirada a la espalda recta de su marido, Cora
salió.
En dos días el tiempo se agotaría. No tenían el cargamento de
Waters. Al menos Marcus finalmente sabía la verdad. Ese hecho era
un triste consuelo. Especialmente cuando se dio cuenta, en el auto a
medio camino de su casa, de que Marcus se había dirigido a ella
como señorita Cora.
Y no como señora Ubeli.
CAPÍTULO 30

El resto del día Cora vagó con aturdimiento por su apartamento,


analizando cada movimiento de Marcus.
Se acabó. Ya has hecho suficiente.
Cuando el sol se ocultó perdió la batalla consigo misma y marcó
su número privado.
—Marcus, tenemos que hablar. Puedo explicarlo. —Se detuvo
allí porque no sabía si podía explicarlo. ¿Importaba si había estado
intentando hacer lo correcto cuando todo resultó tan mal?—. Por
favor, llámame —terminó de forma lamentable.
Yendo de un lado a otro ansiosa, revisó la nevera para ver si
había algo apetitoso. No hubo suerte. Empezó a abrir una botella de
vino. Cuando su teléfono sonó con un mensaje de texto dejó caer el
sacacorchos para tomar el aparato.
El señor Ubeli no se encuentra en este número. El teléfono está
siendo monitoreado. Solo para emergencias.
Golpeó su teléfono con más fuerza de la necesaria. Su marido se
había ido, desapareciendo detrás de las anónimas Sombras que
usaba como ejército. Cuando ella huyó tuvo que luchar por su
espacio, pero él solo cambió su número y, bum, la apartó de él.
No era justo.
—¿Qué puedo hacer? —vociferaba mientras Brutus la miraba—.
Él tiene el control en la relación.
Su perro ladeó la cabeza y se frotó contra ella, tratando de
ofrecerle consuelo. Cora le rascó las orejas.
—Está bien, chico, no estoy enfadada contigo. Tú te sientas y te
quedas cuando te lo dicen.
Se rio de aquello mientras terminaba de abrir el vino.

Unas horas más tarde alguien llamó a su puerta.


—¿Quién es? —Cora hizo detuvo su interpretación ligeramente
desafinada de la canción sonando en la radio de su teléfono.
El fuerte golpe sonó de nuevo y Cora gimió, sin querer moverse
de su sitio. Se había puesto cómoda.
Marcus. ¿Y si era Marcus? Su bebida se derramó cuando la dejó
en el suelo.
Dentro de la confusión inducida por el vino, apenas recordó mirar
por la mirilla.
El hombre del otro lado de la puerta era tan alto que solo podía
ver su cuello.
—No —dijo Cora. Uy. Lo dijo en voz alta. Mierda. Quizás podría
esconderse en el dormitorio hasta que Sharo se fuera.
—Abre la puerta —ordenó con una voz que dejaba claro que no
debía pedirlo dos veces. ¿Marcus había enviado a su segundo al
mando para matarla por haber arruinado su negocio? Cora se rio. El
vino hizo que ese pensamiento fuera más fascinante que aterrador.
Abrió la puerta y miró hacia arriba y luego todavía más. Sharo
era alto, muy alto.
—Eh —hipó—. ¿Qué es lo que quieres?
—Vine a ver cómo estabas.
—¿Te envió Marcus? —Entrecerró los ojos contra el rostro
negro.
—No sabe que estoy aquí.
Eso le dio un respiro a Cora. Sharo era muy leal, y hasta donde
ella sabía, nada lo induciría a actuar a espaldas de Marcus.
Marcus. El que no lo había enviado a revisarla. El que la había
enviado lejos sin siquiera mirar atrás.
—Bueno, estoy viva. Gracias por comprobarlo. —Empezó a
cerrar la puerta, pero el pie de Sharo la detuvo—. Sharo, quiero
estar sola. —No se movió en absoluto y eso solo la hizo enfurecer
más—. No puedo creerlo. Muévete, enorme montaña.
Pero Sharo simplemente la condujo de vuelta al apartamento
hasta que pudo cerrar la puerta.
Brutus se acercó y olfateó la mano del gran hombre.
—Pero qué fantástico perro guardián eres. —Cora fulminó con la
mirada al Gran Danés, quien soltó un guau y fue a acostarse en la
chimenea.
Mientras tanto Sharo se estaba moviendo por su apartamento,
primero dirigiéndose a su cabina de sonido y acabando con la
música.
—¡Eh! —chilló, pero la ignoró, yendo al balcón y mirando hacia
fuera. Cerró las cortinas con firmeza, volvió a la puerta principal y
rodeó a Cora para atenuar la luz del techo. El regulador se había
instalado mágicamente después de que se mudara, como parte de
las “mejoras” que el encargado había instituido en el edificio del
nuevo dueño, es decir Marcus.
—Qué demonios… —escupió.
Sharo se inclinó y se plantó en su cara.
—Las personas pueden ver aquí dentro cuando tienes la luz
encendida —gruñó, mirándola.
Cora le miró fijamente con los ojos muy abiertos. Perdiendo todo
el sentido, empujó su pecho con ambas manos.
—Estaba teniendo una agradable y tranquila... —gruñó mientras
lo empujaba, sin importarle que no lo moviera ni un poco—... noche
en casa. ¡Sola!
—No tan tranquila. Te podía oír cantando desde el final del
pasillo.
Con un último gruñido, Cora dejó de empujar y se alejó.
—Bueno, ¿qué se supone que debo hacer ahora que Marcus ha
decidido que nos demos un tiempo? ¿Sentarme en la esquina y
tejer? —Se dejó caer en el sofá y buscó su copa de vino en el suelo,
casi inclinándola hacia ella misma cuando Sharo se sentó a su lado.
Cuando él se instaló en su propio lado, Cora notó que ocupaba casi
la mitad del sofá.
Levantando la botella para inspeccionarla, él le mostró una
mirada divertida. Le restaba alrededor de un vaso y medio.
Cora levantó la barbilla.
—¿Qué? Me emborracho rápido.
Sacudiendo la cabeza, Sharo se inclinó y, antes de que ella se
diera cuenta, le quitó la copa.
—Oye, estaba bebiendo eso —luchó, pero no fue rival para él.
La mantuvo alejada con una gran mano en su pecho mientras
drenaba el resto del líquido rojo de un solo golpe.
—No puedo creer esto —se enfureció—. ¿Qué estás haciendo
aquí?
—Recibí tu mensaje.
Cora tragó duro.
—Pensé que era el teléfono de Marcus.
—Lo es, pero él se ha vuelto a ocultar.
—¿Pasó… pasó algo más?
—Más amenazas. Waters está en acción. Algunos de nuestros
hombres han sido atacados, pero él parece preferir el secuestro al
asesinato. Todavía no hay peticiones.
Las sienes de Cora comenzaron a palpitar con otro de los
dolores de cabeza que últimamente había tenido y agh, sentía que
iba a vomitar. Se frotó la frente e intentó concentrarse en lo que
Sharo le decía.
—Waters está escondido en algún lugar, pero está en la ciudad.
Tiene que estar. Tiene una orden de arresto en relación con el
envenenamiento del alcalde. —Sharo agarró la botella de vino y se
sirvió una copa. Ella nunca le había visto beber—. Creemos que
está trabajando con los Titan.
—Los Titan quieren volver a entrar, ¿no? —susurró—. Ella no se
detendrá, ¿verdad? ¿Mi madre?
La miró a los ojos y sacudió la cabeza.
—Los Titan quieren volver a entrar y lo harán a menos que
hagamos que Waters se nos una. Pero por cómo se está llevando a
las Sombras, las cosas no se ven bien.
—¿Qué puedo hacer para ayudar?
—Nada. A menos que mágicamente puedas hacer aparecer a
Waters.
Cora se mordió el labio.
Aléjate de Waters. Se acabó. Ya has hecho suficiente.
Se acabó.
—¿Por qué me dices esto? —Cora trató de no sonar triste y
como si hubiera fracasado. Como siempre, su madre no tramaba
nada bueno, solo intentaba herir a su marido. Se estremeció porque
el dolor se agudizó. ¿Marcus era todavía su marido? ¿Quería serlo?
—. Marcus no quiere que me involucre.
—¿Te vas a rendir tan fácilmente?
Miró fijamente a Sharo, pero él no la miró.
—¿A qué te refieres? Le hice daño, lo sé. Sé que se siente
traicionado. Pero ni siquiera me habla.
Sharo soltó una risa sin mostrar alegría.
—No es divertido ser excluido, ¿verdad?
—No —dijo ella, con la barbilla cayendo a su pecho. Durante
meses había tratado a Marcus de la misma manera después de
haberlo dejarlo.
—Pasaron dos meses y tu fuerza de carácter creció. Pero sigues
sin madurar.
¿Se quebraría la mano si le diera un puñetazo a Sharo?
Probablemente sí.
—Tal vez cuando todos ustedes dejen de tratarme como a una
niña.
Sharo simplemente sacudió la cabeza, tomando un largo trago.
—¿Quieres saber lo que Marcus piensa? ¿Quieres saberlo todo?
Cora frunció el ceño, pero asintió con la cabeza, metiendo las
piernas debajo suyo sobre el sofá, convirtiéndose a sí misma en el
ovillo más pequeño posible. Brutus se sentó cerca, luciendo triste
hasta que ella extendió la mano y le acarició su suave cabeza gris.
—¿Estás segura? —Sharo finalmente la miró y la advertencia en
sus oscuros ojos fue seria.
—Sí.
—¿Segura que quieres despertar? Después de esto puede que
nunca más vuelvas a dormir.
De alguna manera Cora sabía que Sharo no se estaba refiriendo
al sueño común. Asintió.
—Está bien. —Jugueteó con su copa vacía, haciendo una pausa
tan larga que Cora se preguntó si se había olvidado de que ella
estaba allí. Pero no se atrevió a romper el silencio—. ¿Conoces a la
hermana de Marcus?
—Chiara.
—¿Sabes cómo murió? —Tomó la botella de vino para volver a
servirse. Mantuvo su mano en el cuello de la botella.
Cora miró sus propias manos.
—Mi madre la mató.
Sharo bebió su segunda copa.
—Eso no fue hasta después. Primero los hermanos Titan la
violaron. Los tres. La apuñalaron, varias veces… supongo que luego
tu madre llegó y descubrió lo que habían hecho. Tal vez estaba
enojada con Karl por engañarla. Tal vez odiaba demasiado al viejo
Ubeli. O tal vez era por el poder. Pero Chiara se desangró en el
colchón donde la tenían encadenada.
Cora se quedó allí congelada con la mano en la cabeza de
Brutus. Hacía tiempo que no había pensado en los detalles de esa
noche. No quería hacerlo, ahora lo veía. Se iba a enfermar.
Pero Sharo no tendría piedad de ella. Iba a contar la historia sin
importar lo mucho que le doliera a cualquiera de los dos. Y le dolía a
él. Era evidente por el brillo de sus ojos y el nudo en su voz.
—Chiara estaba a salvo en la finca, pero se puso rebelde y se
fue. Fue entonces cuando la secuestraron. Sabíamos que había
desaparecido e hicimos todo lo malditamente posible para
encontrarla. Al final, un soplón la encontró. Pero fue demasiado
tarde. Llevaba un día muerta. Los malditos la dejaron morir sola,
apuñalada y cubierta de su mugre.
La mano de Sharo tembló un poco sobre su agarre en la botella.
Un anillo de oro que llevaba en el dedo anular de su mano derecha
tintineó contra el cristal hasta que lo apretó lo suficientemente fuerte
como para que sus nudillos palidecieran.
—Marcus la vio y perdió la cabeza. Todavía era un niño. —Sharo
la miró a través del sofá con sus ojos llenos de malos recuerdos—.
Pero ese fue el día en que creció. No el día en que se llevaron a sus
padres, ni el año siguiente. Fue el día que encontramos a Chiara.
Allí fue cuando se fue. Ni siquiera esperó a que estuviera enterrada.
Lloró; fue la última vez que lo vi llorar, y desapareció.
Cora aferró sus brazos alrededor de sus piernas para evitar
temblar. Sus ojos estaban secos; no tenía lágrimas para esto. Sharo
continuó hablando, con su profunda voz resonando en el abismo de
esta noche interminable.
—Me llevó un año encontrarlo. Estuvo sin casa durante meses
antes de encontrar su camino. Se entrenó como luchador y luego
volvió a New Olympus. Para entonces, los Titan llevaban dos años
en el poder, y la mayor parte del imperio del viejo Ubeli había
desaparecido. Marcus lo reconstruyó y no se detuvo hasta que el
último de ellos fue expulsado.
Silencio.
Así que esa era la razón por la que la había dejado.
—Lo traicioné y le di a los Titan una entrada.
—Mujer. —Sharo le sacudió su cabeza como si Cora estuviera
actuando como una tonta—. Te envió lejos porque no puede lidiar
con eso. Todo lo que ha hecho ha sido para protegerte. Y tú dejas tu
hogar seguro, como Chiara, y corres hacia los malos. No importa
por qué lo hiciste. Ya perdió a su familia una vez. No puede perderte
a ti también.
Cora no supo qué decir respecto a eso. Pero Sharo no estaba en
lo correcto. Él no vio la mirada en la cara de Marcus. No escuchó lo
fría que era su voz cuando le dijo que se había acabado. Marcus era
un hombre que valoraba la lealtad por encima de todo. Y ella lo
había traicionado. Si no había confianza, ¿qué quedaba entonces?
—Me recuerdas a ella, ¿sabes? —Sharo dijo, rompiendo el
silencio—. Chiara. Era dulce, pero por debajo tenía fuego. —Su voz
se convirtió en un murmullo, así que Cora se esforzó por escuchar
—. Haríamos cualquier cosa para proteger eso.
La ternura de su profunda voz hizo que ella se volviera a mirarlo.
El musculoso cuerpo de Sharo era equilibrado y rígido, pero dejó
que la máscara surcara su rostro lo suficiente como para que Cora
viera al hombre que yacía debajo; a los años de dolor y tormento.
Cora se apoyó en el brazo del sofá, entendiendo de repente
demasiadas cosas.
—La amabas —susurró. El estómago se le revolvió,
provocándole náuseas—. ¿Cómo puedes siquiera soportar mirarme,
Sharo?
—Descansa un poco, Cora —murmuró. Y eso fue todo. Salió por
la puerta.
Pero todo lo que Cora pudo ver fue a esa joven violada una y
otra vez por los tíos de Cora… por su padre. Y mamá había
terminado el trabajo al…
Apenas alcanzó a llegar al baño antes de vaciar el contenido de
su estómago.
CAPÍTULO 31

Zeke Sturm miró al enfermero con pelo grueso y rizado y con


suficientes músculos en sus brazos para sugerir que bajo su ropa
había un buen cuerpo. Tenía que aplaudirle a su servicio de
atención médica a domicilio por haber contratado a un joven que era
exactamente su tipo. Mientras veía al muchacho de cabeza rizada
moverse por la habitación, contempló alejar el escritorio con ruedas
que escondía su erección para que el enfermero —Paul, se llamaba
—, no pudiera perdérsela. Con estos jovenzuelos, a veces eso era
todo lo que se necesitaba.
—Señor, es casi medianoche. Necesita descansar. —El
enfermero se inclinó para recoger algunas ropas que habían caído
al suelo y Zeke pudo ver su brillante tanga roja asomándose de su
uniforme turquesa. Bingo.
—He estado descansando todo el día —dijo Sturm, y era cierto.
Los médicos lo habían dado de alta de la terapia intensiva y había
hecho una sesión de fotos para asegurarle al público que su alcalde
se estaba recuperando. Pero eso había sido todo por hoy. Insistió en
volver a casa para dormir en su propia cama bajo el cuidado de su
médico privado—. Tengo tanto que hacer… es difícil para mí
relajarme.
El enfermero, Paul, se enderezó lentamente y le sonrió.
Voces fuera de la habitación los interrumpieron.
Zeke frunció el ceño y sacudió la cabeza.
—Ve a ver qué pasa.
El enfermero apenas tuvo tiempo de abrir la puerta antes de que
un ayudante entrara.
—Señor, Armand Merche ha venido a verle.
Zeke alzó una ceja. ¿Qué hacía el joven Merche aquí?
—Hazle pasar. Y tómate la noche libre, Jones. Estoy en buenas
manos.
—Sí, señor. —El ayudante desapareció y Armand apareció con
su grueso pelo alborotado por encima de su traje un poco más
formal.
—¿Interrumpo algo? —Armand llevaba su habitual sonrisa
traviesa.
Zeke suspiró.
—No, no, entra. —Vio al joven enfermero irse junto con su
ayudante y no se molestó en ocultar su decepción.
Como de costumbre, Armand se dio cuenta.
—Me alegra ver que te sientes mejor. ¿Ha habido suerte en
atrapar al bastardo que te hizo esto?
—Tenemos una orden de arresto contra Waters. Tenemos
pruebas suficientes como para acusarlo, pero por más que lo intento
no puedo pensar por qué me querría muerto.
—Yo sí. —Armand se acercó a la cama, se quitó el saco y lo tiró
en una silla. Debajo llevaba una camisa lavanda, cuyo corte delgado
delineaba su delgado y atractivo torso. Levantó una bolsa de
pastillas blancas y Zeke inmediatamente se puso tenso.
—¿Son lo que creo que son? —Sturm extendió su mano y
Armand le dio la bolsa sumisamente.
—Ambrosía. Brew o Bro, así las llaman en las calles ahora.
—¿Las has probado?
—De hecho, sí. Pensé que eran pastillas para dormir. Tomé una
y… —Armand sonrió tímidamente—. Bueno, en realidad se convirtió
en una noche bastante buena, pero eso no viene al caso.
—Ya veo. —Zeke no estaba de humor. El hecho de que Armand
tuviera ese contrabando era un problema—. ¿Y cómo las
conseguiste?
Evitando la silla, Armand se sentó en la cama de Zeke de cara a
él.
—En tu propia oficina de policía. Tienes un topo.
Maldición. Zeke frunció el ceño.
—¿Quién?
—Tu encantadora ex-esposa.
—¿Olympia? —Zeke trató de levantarse de su cama, pero luego
se quejó y se recostó—. Supongo que no debería sorprenderme.
Solía tratar el cuarto de evidencias como su propio casillero
personal. —Lanzó las pastillas hacia la cama y Armand las recogió
—. ¿Por qué se arriesgaría? Robar evidencia no es un gran paso en
la carrera de un ex fiscal de distrito, especialmente si tiene planes
de postularse para mi oficina.
Armand se encogió de hombros mientras tocaba la bolsa
ansiosamente.
—Supongo que todavía se preocupa por ti. Sabía que eran de
Waters y se los devolvió.
—¿Waters recuperó las pastillas? ¿Las está distribuyendo?
Las noticias se estaban poniendo cada vez peor.
—Lo último que escuché es que estaba en negociaciones con
los Titan para distribuir.
Zeke cerró los ojos, sintiendo que se acercaba un dolor de
cabeza. La mayoría de los efectos del veneno habían desaparecido,
pero se sentía tan agotado como si hubiera corrido un maratón, o
dos. Y ahora todo esto estaba llegando a un punto crítico mientras él
se encontraba en desventaja.
—Ignorar a Ubeli significará la guerra.
Zeke se quedó con la mirada perdida por un segundo, pensando
en los Titan nuevamente regresando a New Olympus. ¿Qué
significaría eso para él y su oficina?
La cara de Armand estaba cuidadosamente neutral.
—Conoces mi personal interés en el éxito del Señor Tenebroso.
Hablando de eso, ¿cómo salió la reunión con los Ubelis?
—Oh, bien. —Zeke empujó su escritorio un poco hacia atrás—.
Solamente envió a su linda mujercita. No pude darle las drogas y
consiguió que accediera a hacer una estúpida recaudación de
fondos que resultó ser el pretexto para la reunión. Lo que me
recuerda que tengo que librarme de ello. —Se inclinó hacia adelante
para hacer una nota.
—Ni siquiera lo pienses. —Armand se inclinó hacia adelante y
agarró la mano de Zeke sosteniendo el bolígrafo—. Te presentarás
en el desfile de moda. Yo también estoy ayudando con eso.
—¿También te tiene comiendo de la pequeña palma de su
mano? —Zeke podía estar cansado, pero eso no significaba que se
encontraba fuera de su juego. Le arqueó una ceja a Armand—.
Lástima que Ubeli ya le clavó sus garras. Claro que —musitó—, ella
dijo que estaban separados, y estoy seguro de que, a la luz de la
reciente amenaza de muerte, Ubeli se ha ido a “la guerra”.
Deberíamos invitarla a venir para que no se sienta sola. Y ponerla
en cuatro, como en nuestro propio show canino privado. Recuerda
cómo solíamos…
—Lo recuerdo —lo interrumpió Armand mirándolo mal, y Zeke
sonrió para sí mismo. Así que Armand tenía una debilidad por la
señora Ubeli. Zeke archivó esta información para más tarde.
—¿Qué vas a hacer con Waters?
Zeke aceptó el cambio de tema sin hacer comentarios.
—Él tiene que dar el próximo paso. Ya tiene su cargamento de
vuelta. ¿Cuándo dijiste que Olympia lo devolvió?
—El jueves por la mañana, creo.
—Pero… —Zeke pensó rápidamente—. ¿Quién ordenó que me
atacaran a mí y al doble de Ubeli el jueves por la noche si para
entonces Waters ya tenía su producto?
Armand se encogió de hombros.
—Tu sospecha es la misma que la mía.
—¿Qué es lo que sabes? —Zeke entrecerró los ojos.
Armand se rio.
—Solo lo que Olympia me dice. Ella quería que te diera estas
pastillas y que te hiciera saber que Waters ya tiene el resto, menos
unas cuantas que ella tomó como su comisión.
Zeke examinó a Armand, pero no encontró pistas en el
encantador rostro. El haber venido aquí no había sido una visita
social, ni siquiera para comprobar su salud. Armand quería que
supiera que no fue Waters quien ordenó el ataque. Interesante.
¿Cuál era exactamente su participación en todo esto?
—Asegúrate de agradecerle a Olympia. Por cierto, ¿cómo está?
—Te extraña, pero la mayoría de los días no lo admite. Igual que
tú.
Zeke expresó indignación y Armand se rio.
—Pero vaya gruñón. Aunque todavía hay una parte de ti que es
honesta, ¿cierto?
Armand levantó el escritorio con ruedas, teniendo cuidado de no
dejar que los papeles cayeran. La erección de Zeke estaba
claramente delineada bajo la delgada sábana, y no trató de
ocultarla.
—Ah, ahí está. Aunque también parece de mal humor.
—Te extraña. —Zeke miró a Armand directamente a los ojos.
Armand no había venido aquí para esto, o al menos no solamente
para aquello. Pero con la historia que había entre ambos, las cosas
normalmente siempre terminaban en eso. Armand era un niño
hermoso que se había convertido en un hombre hermoso.
Una sonrisa jugó alrededor de la boca de Armand y sus fosas
nasales se abrieron.
—Yo también le echaba de menos, por lo que pensé en hacerle
una pequeña visita. Claro que es más divertido cuando hay un
tercero, así que invité a un amigo a jugar. ¿Paul? —Armand levantó
la voz para llamar al enfermero.
El enfermero de cabeza rizada volvió a entrar, esta vez con nada
más que su tanga roja. Mientras Zeke contemplaba, Paul cerró la
puerta y Armand se mantuvo al margen con una actitud traviesa.
—Señor alcalde. —Paul posó por un momento antes de
arrastrarse hacia el borde de la cama—. Veamos si podemos lograr
que empiece la terapia física de esta noche.
CAPÍTULO 32

Llegó el lunes por la mañana y Cora se despertó, escuchando el


falso eco del teléfono sonando. Pero cuando lo comprobó no había
nada.
Salió del dormitorio para ser recibida por Brutus. Ninguna
Sombra hizo guardia en su apartamento y ningún guardaespaldas
bloqueó su puerta.
Volvió a revisar su teléfono: no había mensajes.
Anna saldría pronto del hospital y Olivia regresaría de su viaje.
Era lunes, el plazo que Waters había fijado para que Marcus le
devolviera su cargamento. ¿Qué era lo que estaba ocurriendo?
¿Haría Waters otro movimiento contra Marcus cuando no pudiera
cumplirle? ¿O solo iría con los Titan de inmediato para llegar a un
acuerdo con ellos? La preocupación la tenía yendo de un lado a
otro, dejando un rastro en su piso de madera.
Una hora después llamaron a la puerta. Se asomó por la mirilla,
la abrió y una hilera de Sombras apareció cargando cajas sobre
cajas.
—¿Pero qué demonios…?
—Directas del pent-house, señorita. El señor Ubeli quería que
las tuviera.
Al encontrar una caja con una tira de cinta adhesiva suelta, se
asomó y reconoció su ropa. Aturdida, se escabulló alrededor de las
Sombras que la rodeaban para encerrarse en el baño.
Llamó al número que tenía de Sharo y a la línea de emergencia
que creía que era la de Marcus. El de Sharo sonó y sonó hasta ella
que colgó, y la línea de emergencia solo le daba el tono de llamada.
Todas las esperanzas que tenía se esfumaron con ese sonido
vacío. Marcó de nuevo para confirmar que no había cometido un
error. No. No había nadie. Tiró su teléfono contra el lavabo.
Así que eso había sido todo. Había sido así de fácil.
Marcus la había sacado de su vida; suprimiéndola de cualquier
acceso a él.
No confiaste en mí. Mi propia esposa.
Todo este tiempo Cora había estado huyendo sin saber
exactamente de qué. No había sido de Marcus, sino de esto. Esto
era su peor miedo hecho realidad. Pero una vez que él lo supiera,
jamás iba a poder perdonarla. Cora había roto el vínculo entre ellos
y nunca podría volver atrás.
Se acabó.
Aquello la golpeó cuando salió del baño y cruzó por su
apartamento, a través de un mar de cajas marrones. Finalmente
estaba sola.
—Conseguiste lo que querías —se susurró a sí misma.
Cerrando la puerta después de que las Sombras salieran, se
deslizó hasta el suelo y las lágrimas se derramaron más rápido de lo
que Brutus podía lamer.

—¡Cora!
De inmediato la cabeza de Cora se alzó mientras Olivia irrumpía
en su oficina.
—¿Todo bien?
—Sí, muévete. —Olivia se inclinó sobre Cora para agarrar su
ratón de computadora. Había regresado de su viaje y, como
siempre, se encontraba demasiado llena de fuerza volcánica.
—¿Qué sucede? —Cora se reclinó y la vio navegar por la web a
la velocidad de la luz, llegando hasta un popular blog de noticias.
—Max Mars no apareció hoy en el set. —Anna apareció,
mirándose encantadora y bien descansada. Sus moretones
desaparecieron dos semanas después de que la dieran de alta en el
hospital. Resplandeciente y glamorosa, lucía como la naciente
estrella de cine que era.
—Aquí está —Olivia navegó hasta la barra de noticias lateral,
leyendo el titular—: Max Mars apaleado en una pelea de bar.
Asaltante desconocido; un hombre de negro.
—Oh, cielos —Anna se acercó a la pantalla de la computadora e
hizo que el ratón hiciera clic en el artículo—. Quedó totalmente
destrozado.
—Al igual que la película —murmuró Olivia.
—No necesariamente —Anna continuó leyendo—. Aquí dice que
tuvieron cuidado de no tocar su cara.
Cora pensó en su conversación con Marcus en el pasillo del
hospital y se permitió una sonrisa solo para ella misma.
Habían pasado dos semanas y no había visto a Sharo o a su
marido, ni siquiera pruebas de que un guardaespaldas la estuviera
siguiendo.
Su ira había decrecido en un dolor sordo mientras miraba y
esperaba que el silencio se rompiera. Leer sobre las actividades de
Marcus y saber que eran de él se sentía como un mensaje secreto,
una broma interna entre amantes. Le dolía, pero al mismo tiempo le
daba esperanzas.
—Gracias a los cielos que ya hemos rodado sus escenas
desnudas. Estará adolorido, pero puede dominarlo —dijo Anna.
Olivia resopló.
—Durante toda la película de El dios de la guerra pareció estar
adolorido. Era eso o se encontraba estreñido.
—No, esa es su cara de actor —dijo Anna—. Oh, mira, Cora,
aquí hay una foto tuya.
—¿En serio? —Cora se inclinó hacia adelante, pero de repente
Olivia y Anna le bloquearon el paso.
—Olvídalo, me equivoqué —dijo Anna apresuradamente de cara
a Cora mientras Olivia daba clics de manera frenética para salir del
navegador.
—Sí, no es para nada halagador —murmuró Olivia.
—Basta, chicas, déjenme ver. —Cora le dio un codazo a Olivia
para que se quitara de en medio.
Anna y Olivia intercambiaron miradas preocupadas.
—No pueden escondérmelo. Simplemente lo buscaría en mi
teléfono. —Cora puso los ojos en blanco.
A regañadientes ambas se alejaron y Cora regresó dando clics
hasta que vio lo que las había hecho encogerse de miedo.
Se trataba de una espontánea foto de ella y Marcus con una
línea que la atravesaba por el medio.
—El conocido capo y su esposa rompieron.
Luego otra foto de ella luciendo deprimida y solitaria mientras
paseaba a Brutus en la acera arbolada afuera de su apartamento.
Cora continuó desplazándose hacia abajo sin poder detenerse.
—¿Quién engañó a quién? —Leyó el melodramático texto en
rojo e hizo clic en las miniaturas para ver una foto de ella con Philip
Waters en la fiesta de Armand. Ambos habían estado parados lo
suficientemente cerca como para hablar, y su pose en el lujoso
escenario parecía bastante íntima, especialmente con la mano de él
suspendida cerca de su brazo de manera protectora.
Pasó a la siguiente foto y vio a Marcus caminando junto a una
rubia alta y de senos grandes. Su mano estaba en su codo,
ayudándola a bajar los escalones rojos afuera del hotel Crown.
—¿Pero qué mierda? —siseó Cora.
—Diablos —dijo Olivia—. Nunca te había oído maldecir.
—La estás contagiando —dijo Anna—. Cora, cariño, ¿estás
bien?
—Marcus Ubeli encendiendo de nuevo la llama con Lucinda
Charles, visto anoche saliendo del hotel Crown. —Cora leyó las
primeras palabras con un chillido.
—Oh no, no lo hizo. —Olivia se acercó para leer el artículo.
—Tal vez sea mejor si no sacamos conclusiones precipitadas. —
Anna se inclinó sobre el hombro opuesto de Cora.
—No puedo creerlo —gritó Cora—. ¡Voy a matar a esa perra! ¡Y
a cortarle los testículos a Marcus!
—Ahí tienes, ese es el espíritu —la animó Olivia.
—Para. —Anna se acercó a Cora para pellizcar a Olivia—. Tal
vez sea un malentendido. Una vieja foto como la tuya con Philip
Waters.
Pero Cora ya se encontraba sacudiendo la cabeza, con todo su
cuerpo temblando mientras sacaba el teléfono de su bolso.
—Lleva la corbata que le regalé para Navidad. Esa foto es
reciente.
Cora estaba tan furiosa que apenas pudo marcar el número con
el que sabía que contactaría a Sharo. Se levantó de un brinco y
caminó de un lado a otro mientras sus amigas la miraban,
terminando la llamada con un insulto.
—Oh no, no puede hacerme esto.
—¿Qué vas a hacer? —dijo Anna.
Dudando, el timbre de su teléfono la salvó de tener que
responder eso.
—¿Sharo?
—¿Qué? —No pudo leer su profunda voz.
—Necesito reunirme con Marcus.
—No será posible. Las cosas se están poniendo feas; está
ocultándose.
—Entonces, ¿por qué estoy mirando una foto de él y la puta
Lucinda afuera del Crown?
Silencio.
—Maldición.
—Sí, así es. Quiero hablar con él. Ahora.
Otro silencio, esta vez más largo, como si Sharo estuviera
hablando con alguien parado cerca.
—Eh, oh. —Cora oyó decir a Anna y se giró para ver que Olivia
había puesto otra foto en la pantalla, otra de Cora parada entre
Armand y Philip Waters; una foto más de la fiesta de hacía dos
meses. Al pie de la imagen decía: ¿Ménage a trois?
—Vaya, me han cortado —resopló Olivia.
—¿Sharo? —llamó Cora sin apartar la mirada de ambos
hombres a cada uno de sus costados en la foto, uno en un
esmoquin blanco y el otro en uno negro.
—¿Sí? —Ahora la voz del segundo al mando sonaba ahogada.
—¿Encontraste a Armand?
El que casi había desaparecido después de la orgía. Tal vez
había sido algo bueno, considerando que Marcus quería hacerlo
añicos cuando se dieron cuenta de que las llamadas “píldoras para
dormir” que le había dado a Cora eran en realidad Ambrosía.
—Está desaparecido. No pudimos atraparlo y no ha vuelto a su
casa.
—¿Qué pasó con Waters cuando el plazo venció?
Sharo no contestó.
—¿Y Marcus? —presionó.
—Está… ocupado.
La imagen de Marcus y de esa falsa zorra rubia cruzó su mente.
—A la mierda con eso. Dile. —Su visión se volvió un poco
borrosa mientras se balanceaba con ira—: Dile que, después de
esto, tendrá suerte si alguna vez lo quiero de vuelta. —Y colgó.
Sus dos amigas se quedaron paradas en su escritorio, mirándola
fijamente.
Olivia resopló.
—A alguien le crecieron agallas.
—Hombres. —Anna sacudió la cabeza—. Son todos unos
imbéciles.
—Oh, mierda —dijo Cora, con su ira desvaneciéndose—. ¿Esto
significa que realmente se ha acabado? ¿Qué voy a hacer?
—Emborráchate —sugirió Olivia—. Ten una orgía.
—Estuve allí y ya viví toda la experiencia —murmuró Cora y se
dejó caer en la silla de su escritorio.
—¿Quieres ir a tomar un café y hablar de ello? —preguntó Anna.
—No, no, tengo cosas que hacer. La recaudación de fondos para
el refugio es en menos de dos semanas y se tiene previsto que el
alcalde haga una aparición. Tengo que ponerme manos a la obra.
—¿Segura que no quieres salir y emborracharte? —Olivia
sonaba esperanzada, pero Anna ya la estaba empujando hacia la
puerta.
—Vamos, Olivia. Déjala en paz. De todos modos, tenemos que
terminar de grabar mi voz para tu videojuego.
—No es un juego, es un programa de software que estamos
diseñando para ser capaz de una auto-mejora recurrente para que
pueda lograr la singularidad…
—Guau. Hablando de cosas frikis…
Mientras la puerta de su oficina se cerraba entre broma y broma
de sus amigas, Cora hizo aparecer el artículo sobre ella y Marcus.
Miró fijamente la foto de Marcus y Lucinda hasta que le dolió
demasiado hacerlo. ¿Dos semanas? ¿Fue todo lo que se necesitó
para reemplazarla por otra persona que calentara su cama?
Empezó a hacer clic para salir del sitio, pero su ratón se deslizó y
una foto de Philip Waters en la fiesta apareció. En el esmoquin
blanco su piel de color era aún más llamativa, y el gran anillo de ónix
que llevaba le llamó la atención.
Un momento. Se congeló y entrecerró los ojos hacia la pantalla.
Amplió la foto.
Mierda.
Recordaba ese anillo. Lo recordaba de las largas horas de su
secuestro, pero lo había vuelto a ver, ¿no? En la casa de Olympia,
en la segunda noche más inolvidable de su vida.
La que comenzó con una orgía.
CAPÍTULO 33

Después de detenerse un minuto frente a la puerta de Olympia,


Cora finalmente tocó el timbre. Con el sonido todavía resonando por
toda la gran casa, golpeó la puerta por las dudas.
La pesada puerta se abrió. La propia señora de la casa la había
abierto. Olympia llevaba un ajustado top de cuero rojo y una falda
negra. Aunque estaba descalza, aún tenía la altura suficiente para
inclinarse y mirar hacia abajo para ver a Cora.
—Señora Ubeli. ¿Necesita algo? Me estoy preparando y
necesito ir al juzgado.
—Necesito hablar con su invitada. Andrea Doria. —Cora se
mantuvo firme. En este momento, tenía todo y nada que perder.
—¿Qué asuntos tiene con ella? —El tono de Olympia estaba al
límite de sonar grosero.
—Asuntos personales. No pretendo hacerle daño. Solo quiero
hablar. —Entonces Cora inclinó la cabeza—. Aunque me pregunto
qué le pasaría a un abogado si encontraran a un fugitivo escondido
en su casa…
Las fosas nasales de Olympia se ensancharon ante la amenaza,
pero terminó abriendo la puerta.
Cora pasó junto a ella hacia el interior la casa directo al pasillo
para entrar en el gran salón-comedor que, la última vez que había
estado allí, había sido escenario de una orgía.
—Querida, ¿tienes algo que no sea leche de vaca? —Una voz
llamó desde la cocina. Una agradable voz tenor que podía ser
modificada tanto hacia arriba como hacia abajo.
La voz de Philip Waters.
La persona que apareció en el umbral tenía la cabeza calva,
pero se encontraba totalmente maquillada. Andrea Doria, a mitad de
camino de su completa transformación.
La drag queen se detuvo cuando vio a Cora acercándose.
—Hola, señora Doria. ¿O prefiere señor Waters?
Olympia había seguido a Cora a la habitación.
—Te dije que no cagues donde comas —le dijo Olympia al
travesti alto, y luego volvió a fulminar con la mirada a Cora—. Tengo
que ir al juzgado. La leche de linaza está en la nevera. —Se alejó.
—No estoy aquí para hacerte daño —le dijo Cora a Philip
Waters/Andrea Doria—. Me hiciste la misma visita de cortesía.
—¿Cómo pudiste saber quién era yo? —preguntó Philip/Andrea.
—Tu anillo. El de la gran piedra de ónix. Lo usaste la noche de la
fiesta. Pasaron muchas cosas, pero nunca olvido un accesorio
llamativo.
Philip/Andrea levantó una ceja perfectamente delineada.
—¿Te estás burlando de mí?
—No, en absoluto. No me burlo de las personas, especialmente
si planeo pedirles consejos de maquillaje. —Cora sonrió.
Una pequeña sonrisa apareció en el rostro fabulosamente
contorneado.
—Entonces, ¿por qué estás aquí?
—Lo dijiste tú mismo cuando me secuestraste. Es fácil hablar
conmigo. Estoy aquí para dejar algunas cosas al descubierto y ver si
podemos llegar a un acuerdo.
La sonrisa desapareció.
—Tu esposo te envió.
—No, no lo hizo. Estamos mucho más que separados y yo
mucho más que sola. —Sostuvo una copia de la foto de Marcus y
Lucinda y se la entregó—. Fue tomada ayer. No he visto a mi marido
en varias semanas.
La drag queen examinó la fotografía y le dedicó a Cora una
mirada de compasión.
—Muy bien. Hablemos. ¿Café?
—Por favor. —Cora siguió al travesti a la cocina de Olympia y se
apoyó en la hermosa encimera de cuarzo de la gran isla mientras su
antiguo secuestrador iba al gabinete para bajar dos tazas.
—Por el momento agradecería que nos mantuviéramos en mi
disfraz. Nunca pensé que mis actividades recreativas servirían para
un propósito serio, pero luego me encontré siendo perseguida por
mis aliados y buscada por doble homicidio. —Philip/Andrea sirvió el
café y le guiñó un ojo—. Así que llámame Andrea.
—Encantada de conocerte, Andrea.
—Eres bastante valiente al venir aquí después de la última vez.
—Andrea colocó una taza humeante en la isla, lo suficientemente
cerca para que Cora la alcanzara.
Cora examinó a Andrea.
—Creo que tu intención nunca fue hacerme daño. Aunque, para
que sepas, secuestrarme no te dio ningún punto con Marcus. Mató
al último sujeto que hizo eso.
—Lo tendré en cuenta.
—Así que te busca la policía. —Cora tomó su taza y le agregó
leche de linaza y miel.
—¿Vas a entregarme?
Cora sacudió la cabeza, probó su espontáneo café con leche de
lino y luego agregó más miel.
—¿Entregarla, señora Doria? ¿Para qué? Quieren a Philip
Waters.
—Así que esto es un juego. —Andrea caminaba a lo largo de la
isla, dejando que esta las separara.
—Cuanto más pensaba en ello… no creo que hayas sido tú.
Envenenar al alcalde, amenazar a Marcus… nada de eso. Creo que
alguien te está tendiendo una trampa. —Cora volvió a tomar un
sorbo su creación y puso una sonrisa—. Perfecto.
Andrea la miró fijamente.
—¿Quién crees que lo hizo?
—Alguien que se beneficia de que Marcus y el alcalde peleen
contigo.
—Podría ser cualquiera de los involucrados.
—¿Quién se beneficia más con el hecho de que Marcus y Zeke
hayan cortado todos sus vínculos contigo?
—¿Quién crees? —Andrea no tocó su bebida. Se cruzó de
brazos.
—Mi madre.
Andrea se sorprendió.
—Maldición, ¿cómo no lo vi? Aparte del pelo rubio… —Sacudió
la cabeza—. Asumí que ella había muerto junto con Karl. Siempre
envían a Iván como su contacto cuando tratan de negociar conmigo.
—Ella no murió. Me ocultó. Cuando salí, Marcus me encontró.
Las cejas esculpidas de Andrea casi le llegaron a la línea de su
cabello mientras tomaba un sorbo de su taza.
—¿Y terminaste casada con él? Apuesto a que esa es una gran
historia.
—Para otro día. Lo importante ahora es que mi madre ha vuelto.
Es el cerebro que está detrás de los Titan; odia a Marcus y quiere
recuperar el control de los negocios en New Olympus.
—Bueno, jovencita, lo has descubierto todo. ¿Ahora eres una
criminal?
—No, solo estoy casada con uno. —Cora se encogió de
hombros—. Y soy hija de otro. Pero yo soy neutral. Nadie espera
nada de mí. Esa es mi debilidad y mi fuerza. —Vio a Andrea
reflexionar sobre aquello—. ¿Por qué no nos dijiste que habías
encontrado el resto del cargamento?
—Lo encontré el jueves por la noche en la fiesta de Olympia. Ella
lo recuperó para mí. Por la mañana, yo era una fugitiva buscada —
Andrea suspiró—. Y ahora Ubeli me presiona por todos lados, sin
mencionar el brazo legal del alcalde. Nuestra única esperanza de
mantener New Olympus fuera del alcance de los Titan es alinear
nuestros intereses. Sin embargo, estoy atrapada aquí. No puedo
volver a mis barcos.
Sus ojos brillaban y Cora recordó lo peligrosa que era esta
persona. Andrea/Philip era la dueña de los mares y lo había sido por
décadas.
—Ya ha pasado demasiado tiempo. Si las cosas no se
descontrolan, daré órdenes a mis hombres para que me saquen con
cualquier nivel de violencia necesario. Se perderán vidas en ambos
bandos y tu marido y Sturm me harán responsable. Entonces me
veré obligada a tratar con los Titan.
—Que es exactamente lo que mi madre quiere.
Andrea asintió.
—Al mismo tiempo, me impiden darle una ofrenda de paz a Ubeli
porque entonces los Titan sabrán que he elegido un bando.
Cora pensó en ello.
—¿Es por eso que estás raptando Sombras y siguiendo todos
los pasos de una guerra? ¿Para que parezca que estás peleando
con Marcus cuando en realidad no estás lastimando a nadie,
simplemente manteniendo a sus hombres prisioneros en algún
lugar?
El rostro de Andrea estaba alarmantemente pálido.
—¿Cómo sabes que no los maté?
—No lo sé. Excepto que el cuerpo de Slim no ha sido encontrado
en ninguna parte. Y si yo fuera tú y quisiera amenazar a Marcus,
dejaría un cuerpo. Así que… —Cora se encontró de manera directa
con la mirada de Andrea—. ¿Dónde está él?
Andrea se rio.
—Ciertamente le estás dando un nuevo significado a la frase
“Los niños son sabios”. —Se inclinó hacia adelante en la isla frente
a Cora—. Aunque sospecho que solo pareces una niña.
—Mi aura de inocencia ayuda. Y funcionará a tu favor. Puedo ser
un puente entre tú y Marcus, y estoy aquí para decirte que eso es lo
que estoy dispuesta a hacer.
—Tu esposo ha roto lazos contigo.
—Todavía tengo su atención. Y sé de una buena fuente que
prefiere una alianza contigo a una guerra total. Será razonable. —Al
menos Cora esperaba que lo fuera. A estas alturas, pensó más en
tratar con Sharo que con Marcus, el mentiroso e hipócrita hijo de
puta.
—Muy bien. —Andrea golpeteó sus dedos contra la encimera de
cuarzo—. Si tú fueras yo, ¿cómo subsanarías las diferencias entre
tú y Ubeli, así como con el alcalde, cuando difícilmente podemos
estar juntos en la misma habitación sin matarnos o que nuestros
enemigos se enteren?
Cora dejó su taza y sonrió.
—Creí que nunca me lo preguntarías.
CAPÍTULO 34

Cora y Andrea acababan de terminar su conversación cuando


Armand entró.
Hijo de… ¿Así que aquí es donde se había estado escondiendo
todo este tiempo? Su pelo se encontraba adorablemente
despeinado, sumándose a su adormilado desaliño, con su torso
desnudo y sus pies descalzos. Se detuvo cuando vio a Cora parada
en la cocina con Andrea.
—Cora, ¿qué estás haciendo aquí?
No lo pensó, solo le lanzó su taza de café vacía.
Afortunadamente para él, su puntería era horrible.
Armand se quitó de en medio mientras la taza golpeaba la
alfombra cerca de su pie y rebotaba. Se le quedó mirando a Cora
boquiabierto.
Sonriendo, Andrea caminó hasta el comedor.
—Veo que ustedes dos tienen algunas cosas de las que hablar.
Cora se quedó fulminando con la mirada a Armand.
—¿Acabas de tirarme una taza? ¿Quién eres y qué has hecho
con Cora? —Armand avanzó, pero ella levantó una mano.
—¿Pastillas para dormir, Armand?
Se detuvo en seco y se tornó pálido.
—Oh, cielos, olvidé que te di un poco. No sabía que no eran
pastillas para dormir, lo juro.
—Bueno, confié en ti y me las tomé. Una vez incluso cuando
todavía estaba con Olivia. —Pudo sentir el rubor en su cara, pero no
perdió el control de su arranque de cólera—. Y tuve… sueños.
Sueños locos, locos. Pensé que estaba enloqueciendo. ¡En otra
noche incluso caminé dormida! —Directo al apartamento de su
esposo.
—Entonces… ¿no pasó nada? ¿Con Anna o incluso con Olivia?
—Reaccionó, y Cora pudo ver como la fantasía lésbica se iniciaba
en su mente. Para detenerla, buscó otra taza para arrojarle.
Él se le acercó y ella trató de esquivarlo y luego forcejeó
mientras él hacía lo mismo con ella. Incluso con su constitución
delgada, todavía tuvo la suficiente fuerza para atraparle las manos y
forzarlas a bajar.
—¿De verdad estás tan enfadada conmigo? —Le dedicó ojos de
cachorro herido.
Cora trató de pisotear su pie y falló cuando él saltó, apartándose.
—¡Sí!
—Cora, no lo sabía. Lo juro. Olympia las tenía y yo las tomé
pensando que eran sus píldoras para dormir. Se veían iguales. Lo
siento.
—Tienes suerte de que no haya pasado nada cuando las tomé.
—¿Nada? ¿Ni siquiera con Marcus? —Parecía esperanzado.
Ella se soltó de su control y él la dejó, pero la vigiló por si
nuevamente se lanzaba a por una taza. Él no merecía una
respuesta. Especialmente una que era demasiado dolorosa para
soltarla justo ahora.
—¿No has visto las noticias? Me dejó por su antigua amante.
Esa perra de Lucinda.
—Imposible. —Armand jadeó.
Presionó contra él la fotografía de Marcus y la mujer.
—Esto tiene que ser fotomontaje. No hay manera… maldita sea.
Lleva la corbata que le regalaste en Navidad. —Armand se pasó
una mano por su pelo rebelde y lo despeinó, haciendo que se
levantara aún más.
—Marcus te está buscando —le dijo en voz baja—. Después de
lo que pasó esa noche en la fiesta de Olympia, Marcus dedujo
todo… ¿Recuerdas cuando te dije que había caminado dormida?
Bueno, caminé hasta la puerta de Marcus y… no me estaba
comportando como yo misma. —Cora sintió cómo le ardían las
mejillas—. Como sea. Marcus hizo la conexión después de decirle
que tú me habías dado las pastillas. Te conectó con el cargamento.
—Lo sé. Escuché que me estaba buscando. Por eso me
escondo aquí con Andrea. Olympia está siendo muy comprensiva
con todo esto.
—Lo que Marcus no sabe es que Waters ya tiene su cargamento
perdido de vuelta. Se lo voy a decir a Sharo hoy. Así estarás libre de
culpa.
—El alcalde también lo sabe. Waters me permitió decírselo.
—Bien. Así que me ayudarás con la siguiente fase del plan.
—¿Operación Reconquistar a Marcus? —dijo Armand y se lanzó
a agarrarle nuevamente las muñecas cuando Cora comenzó a ir por
su arma de cerámica de preferencia. Esta vez la hizo girar para que
sus brazos quedaran cruzados delante de ella. Por un momento
forcejeó, pero la estrujó más fuerte con sus huesudos bíceps a
ambos lados de sus brazos.
Cora se dobló hacia adelante.
—Quiero ayudarte. —La voz de Armand sonaba sorda contra su
cabello—. Eso, y le aposté a Olivia mil dólares a que ustedes dos
volverían al mes siguiente de la fiesta.
Cora no pudo evitar reírse. Lo soltó y corrió al otro lado de la isla,
manteniéndola como separación entre ambos. Su pelo estaba
alborotado, con mechones apuntando hacia todas las direcciones,
pero sus ojos marrones eran cautelosos.
—¿Me perdonarás?
—Ni en broma. ¡Me invitas a una fiesta, me emborracho y me
despierto en una orgía!
Armand dio un respingo.
—¡Antes de eso me drogaste accidentalmente! Y ayudaste a mi
esposo a acorralarme en una fiesta que yo te ayudé a organizar. —
Cuanto más hablaba, más se preparaba para rodear la isla y
derribarlo—. Y le avisas a mi esposo de mi nueva dirección y
termina comprando todo el edificio…
—Nada más me llevaré el crédito de eso. De todos modos, de
nada.
—Solo cállate. No sé si abrazarte o golpearte.
—Definitivamente a favor de los abrazos.
—En este momento eres demasiado valioso como para matarte.
—Es bueno saberlo. —Se inclinó en la isla frente a ella,
volviendo a su sonrisa burlona—. Lo siento, de verdad, Dime qué
puedo hacer para compensarte.
—Bueno, aparte de no volver a darme atención médica, hay una
cosa.
—Dila.
Cora se calmó.
—Necesito sacar adelante esta recaudación de fondos.
—Hecho. Mi equipo de diseño se encuentra trabajando en ello
mientras nosotros hablamos.
—Eso no es todo. —Se mordió el labio, preguntándose hasta
dónde llevar a Armand.
—Hay dos caras acerca de esta recaudación de fondos —dijo
Andrea Doria desde la puerta. Se acercó a la cafetera para ponerla
a calentar—. Una es para los perros. La otra. —Hizo un gesto con la
cafetera—, es para la ciudad. —Miró fijamente a Cora, quien suspiró
y le explicó a su amigo.
—¿Estás de acuerdo con el plan? —le preguntó Armand a
Andrea una vez que Cora terminó.
Andrea asintió.
—Es arriesgado. Y solo tenemos dos semanas para arreglar
todo y asegurarnos de que no se caiga en pedazos. No es tarea
fácil.
—Sí —dijo Cora—, pero va a funcionar.
Tiene que hacerlo.
—Por el bien de todos —dijo Andrea—. Espero que tengas
razón.
CAPÍTULO 35

Cora se paseó por su apartamento mientras esperaba que Sharo


contestara su teléfono, y luego dijo:
—Waters encontró el cargamento perdido hace dos semanas.
Zeke Sturm puede confirmarlo. Además, Waters está manteniendo
vivas a las Sombras, y no puede comunicarse contigo porque está
embaucando a los Titan hasta que ustedes dos puedan encontrarse.
Debes actuar como si estuvieras en guerra con Waters para
engañar a los Titan, pero no intensifiques más las cosas. —Respiró
hondo para terminar—. No me preguntes cómo sé todo esto.
Silencio.
—¿Por qué Sturm no nos informó de esto antes?
—¿Por qué crees? —replicó Cora. Waters y Armand habían
debatido profundamente con ella sobre el alcalde. Aparentemente
Zeke Sturm era un político consumado esperando ver en qué
dirección soplaba el viento antes de hacer cualquier cosa o elegir un
bando.
El suspiro de Sharo le informó a Cora que había entendido.
—Dame dos semanas. Entonces te tendré más noticias.
—Mujer, ¿qué estás planeando?
—Dos semanas —repitió y colgó.
El teléfono sonó de nuevo y dejó que se fuera al buzón de voz
mientras daba vueltas por su apartamento. Cuando sonó el timbre
de la puerta, sacudió la cabeza y le murmuró a Brutus:
—¿Ves? No puedo sentarme y hacer lo que me dicen, pero
esperan que yo…
Revisó la mirilla y se congeló cuando reconoció la cabeza rubia.
—Sé que estás ahí —susurró el guardaespaldas de Waters.
—¿Te ha enviado Andrea? —Llamó al otro lado de la puerta.
—Pobre Cora. Su esposo la dejó sola. —Pelo de púas inclinó la
cabeza y ella vio sus ojos inyectados en sangre. Revisando las
cerraduras, se apoyó contra la puerta, con el corazón palpitándole.
Saltó cuando él golpeó la puerta—. Abre, pequeña. Te haré
compañía.
—Por favor, por favor vete —se susurró a sí misma. Su celular
estaba en la encimera, pero no podía atreverse a moverse para
tomarlo.
Sintiendo su tensión, Brutus se puso a su lado. Se acurrucó en el
animal, pero él se mantuvo atento, vibrando en estado de alerta.
Cuando Pelo de púas volvió a hablar, ladró tres veces. Una
advertencia.
Temblando, Cora se sostuvo de su perro. ¿Había enviado Waters
a su matón para amenazarla? ¿Se podía confiar en que él seguiría
el plan o simplemente estaba engañándola? De ser así, ¿por qué
enviar a Pelo de púas para amenazarla de esta manera?
Mientras esperaba a que él se fuera, recorrió cada uno de los
recuerdos que guardaba sobre Waters. En todas las ocasiones
actuó como un caballero, un hombre de palabra. Pero lo dijo él
mismo: con los Titan acercándose, se veía obligado a ponerse en
contra de Marcus. ¿Eso la incluía a ella? Maldita sea, nunca debió
haber ofrecido voluntariamente la información sobre quién era su
madre. ¿Y si había contactado a Demi e hizo un trato que incluyera
entregarle a Cora?
—No puedes esconderte para siempre —dijo finalmente el matón
del otro lado de la puerta. Y cuando Brutus se relajó, Cora supo que
la amenaza había desaparecido. Cerró los ojos. ¿Quizás Waters no
se estaba retractando de su acuerdo y su hombre estaba actuando
de forma independiente? ¿O simplemente se estaba engañando a sí
misma como la ingenua idiota que siempre había sido? Aun así,
pasó mucho tiempo antes de que se sintiera lo suficientemente
segura para abrir la puerta.
—Dos semanas. —Abrazó a Brutus, y esperó aguantar hasta
entonces sin la protección de su esposo.
CAPÍTULO 36

—¿Lista, bella? —Llamó Armand y Cora se enderezó desde el


frente del escenario alquilado donde estaba fijando banderines con
tachuelas—. Se ve bien. Y son casi las tres. Tiempo suficiente para
ir a casa, tomar una siesta y prepararse para esta noche.
Retrocediendo, Cora contempló el resultado de la planificación
de un mes. La gran carpa ocupaba la mitad del nuevo parque para
perros. Trescientas sillas yacían frente al largo escenario en forma
de T; un verdadero desfile de modas. O, debería decir, un desfile de
perros.
Detrás del escenario, Cora sabía que los modelos se estaban
preparando, tanto humanos como caninos. Maeve se encontraba
ahí atrás, en algún lugar, junto con Brutus y alrededor de cincuenta
voluntarios.
—Bien —dijo Cora—. Un segundo.
Las dos semanas habían pasado volando. Después del incidente
en su apartamento, Olivia se había ofrecido de manera inexplicable
a recogerla y llevarla a la oficina de ida y vuelta, lo que significaba
que Cora trabajaba dieciocho horas diarias. Pero Maeve estaba más
que dispuesta a ir a ver cómo se encontraba Brutus, a veces incluso
llevándolo a visitar el refugio y a todos sus viejos amigos caninos.
Armand también había sido excepcionalmente dulce, yendo y
viniendo de su vida, apareciendo en su apartamento con comida
china, apoyándose contra la chimenea para hacer bromas sobre las
Sombras y vigilándola de cerca para asegurarse de que estuviera
comiendo.
No le contó a nadie sobre Pelo de púas o sus amenazas. La
tregua entre Waters y el resto de los líderes de la ciudad era
demasiado importante como para que ella o un guardaespaldas
comodín la volvieran un lío. Mantuvo la cabeza gacha, trabajando
exorbitantes horas para reunir todos los detalles de la recaudación
de fondos, además de no ir a ninguna parte sin al menos un amigo
allí para acompañarla.
Ahora el trabajo y la espera valdrían la pena. Al menos eso
esperaba. Todo dependía del éxito de esta noche.
—¿Qué haces aquí todavía? —Maeve salió de detrás del telón
del escenario, sosteniendo un adorable y pequeño cachorro—.
Tienes que ir a cambiarte. No puedes ser la reina del baile oliendo a
perro.
—Todo va a oler a perro esta noche. Esa es la intención —
bromeó Armand—. Además, ella no es la reina del baile. Esa sería
Queenie.
El perrito ladró cuando oyó su nombre. Era mitad chihuahua,
mitad terrier: con toda la actitud.
Maeve se rio y Cora intentó sonreír, pero la sonrisa rápidamente
se derrumbó bajo el peso de todo lo que tenía en mente.
—Vete a casa, Cora —dijo Armand—. Lo tenemos bajo control,
al menos hasta que las cosas se pongan en marcha a las siete.
—Está bien. —Le frunció el ceño una última vez a los banderines
y se enderezó—. ¿Me llevarás?
—Aquí tengo mis cosas para cambiarme. Iba a revisar el viejo
teatro.
Cora asintió despreocupadamente. El teatro era un edificio de
ladrillos que se encontraba al final del parque. Era demasiado
pequeño para el desfile de moda, pero jugaba un papel importante
en la segunda mitad de los eventos nocturnos, los eventos que
crearían o romperían la alianza entre tres poderosos participantes y
decidirían el destino de New Olympus.
—Cora —llamó Maeve, y Cora se dio cuenta de que su amiga la
había llamado dos veces—. Hay alguien que vino a recogerte. —
Armand le hizo señas para que saliera de la carpa.
—Bien —salió, ignorando las miradas preocupadas que sus
amigos intercambiaron. Sabía que no se encontraba actuando como
ella misma y todos los que la conocían se habían dado cuenta, pero
no podía evitarlo.
Un mes y no había visto ni oído nada del hombre cuyo apellido
aún llevaba. Los papeles del divorcio no habían llegado; él había
estado ocupado luchando una guerra simulada con Waters.
Al menos no había más fotos de Marcus en el periódico con su
brazo alrededor de otras mujeres.
Aparte de los informes sobre la creciente violencia entre las
pandillas de New Olympus y Metrópolis —enfrentamientos
callejeros, tiroteos y vandalismo en inmuebles pertenecientes a las
compañías de Marcus—, Cora no había visto ni oído acerca de su
marido, ni siquiera de Sharo.
Por eso cuando vio al gran y corpulento hombre de color al
volante de un auto, se detuvo en seco. Sharo salió del auto y abrió
la puerta. La costumbre la impulsó hacia el asiento trasero hasta
que se encontró sentada de manera segura detrás de un cristal a
prueba de balas. Le dolía el corazón por estar tan cerca de su
pasada vida.
—¿Cómo has estado? —Las oscuras gafas de sol de Sharo le
rodeaban la cabeza y ella pudo ver su rostro.
—Bien.
Sharo metió al vehículo en el tráfico, saliendo de él un minuto
después para desviarse por un callejón trasero.
—¿Estás comiendo?
—Sí. ¿Recibiste mi último mensaje? —Anoche le había dejado
un mensaje de voz—. ¿Cómo vamos?
—Todo listo. —Permaneció en silencio durante los pocos
kilómetros que el auto se movió por el denso tráfico—. Él está bien.
Cora exhaló. Ahora las lágrimas comenzaron a acumulársele en
las esquinas de sus ojos, ardientes. Mierda. Hoy no podía permitirse
el lujo de tener los ojos hinchados. Pero con Sharo sentado allí, la
pérdida se sentía demasiado reciente, demasiado cruda. Sin
embargo, respiró hondo varias veces y se las arregló para
controlarse.
Después de estacionar, Sharo la siguió hasta su apartamento.
Brutus ya se encontraba en el pabellón; era un líder en el desfile de
perros.
Pensando en Marcus, Cora dejó a Sharo en la sala mientras se
duchaba. Su vestido, de un azul etéreo, yacía en la cama.
Rápidamente se secó el pelo y luego lo llevó hacia atrás con una
antigua pinza de plata, dejando las puntas rizadas. Se maquilló lo
suficiente para darse a sí misma una luminosidad hidratada. Parecía
una adolescente lista para el baile de graduación, excepto por la
mirada distante en sus ojos.
El vestido le quedó como si se tratara de una segunda piel; el
escote era muy bajo, hasta el punto de no poder usar sostén. Por
mucho que lo intentara, inclinándose y moviéndose, los últimos
centímetros de la cremallera del vestido se le escapaban de las
manos. La última vez que lo usó fue cuando Marcus todavía estaba
a su lado. Él la había ayudado con eso. Sintió una punzada de dolor
al recordarlo.
Saliendo del dormitorio mientras sostenía las zapatillas, esperó
hasta que Sharo se apartara de las puertas del balcón.
—¿Me subes la cremallera? No puedo alcanzarla. —Fue hacia él
y se giró con la cabeza inclinada. Una pausa, y luego el corsé del
vestido se ajustó mientras él hacía lo suyo. Para un hombre tan
grande sus manos eran ágiles, subiendo la cremallera y
enganchando el pequeño gancho sin tocarla mucho.
Una vez que sintió el gancho sujeto, retrocedió y se inclinó para
ponerse los zapatos con tacones como rascacielos. Esta noche
estaría entre hombres poderosos y necesitaba la altura, la autoridad.
El color celeste de su vestido le daba un aire inocente,
complementado por el rosado de sus mejillas. Una dulzura accesible
hasta que alguien se acercara y se percatara de que el ajuste de la
prenda era tan apretado que podían detectar la piel de gallina en
sus piernas si querían. Y bastaba con un solo movimiento hacia el
costado y sus pezones quedarían expuestos. Algo más que sensual
porque era inesperado.
Sharo debió haber sentido el efecto, porque cuando Cora se
enderezó, sintió unas grandes manos rozar su espalda, levantando
sus rizos y arreglándolos para que cayeran por su espalda. Se
sentía bien.
—Tenías razón —dijo Sharo de repente—. Amaba a Chiara.
Estábamos comprometidos.
La voz de Sharo era muy profunda, y él normalmente hablaba en
una voz tan baja que Cora casi pensó que se lo había imaginado.
Mantuvo la cabeza inclinada, esperando a que él entendiera la
indirecta y siguiera hablando y alborotando su pelo.
—Lo mantuvimos en secreto. La gente no necesitaba saberlo.
Nosotros lo sabíamos. Desde la primera vez que nos vimos
sabíamos que estaríamos juntos. —Sus manos sobre sus hombros
le dieron la vuelta suavemente para que quedara de frente a él.
Incluso llevando sus tacones como rascacielos, él la hacía verse
más pequeña—. Estaba en peligro solo por el hecho de haber
nacido. Su padre tenía muchos enemigos. Y era tan pequeña y
tímida, hasta que la llegabas a conocer. Entonces era una revoltosa.
Pareció estar a punto de reírse. Tiró de uno de los rizos de Cora
y entonces su rostro se oscureció.
—Yo era joven. Engreído. Pensé que era lo suficientemente
fuerte para mantenerla a salvo.
Hizo una pausa tan larga que Cora envolvió sus manos en sus
muñecas, como si su roce lo llevara de vuelta a ella.
—Odias que te mantengamos al margen o en un pedestal. Pero
te digo que, si pudiera devolverle la vida a Chiara, la llevaría lejos,
muy lejos, y la encerraría en una torre si eso fuera necesario para
mantenerla a salvo.
Oh, Sharo. Quería cercársele y consolarle, pero no quería
romper el encanto. Él se estaba abriendo a ella y Cora vio la verdad;
que, dentro del gran y despiadado hombre que tenía delante, había
un gentil gigante. O al menos, alguna vez lo había habido.
¿Quedaba algo del chico que una vez había amado a una chica
antes de perderla de forma tan brutal?
Sus ojos buscaron los suyos, los del color como la noche. Y no
encontró nada más que oscuridad.
Y de repente, ella se encontró llorando. Últimamente sentía
como si hubiera llorado un mar de lágrimas. ¿Pero cómo no iba a
hacerlo? Primero Marcus, luego Sharo. ¿Cómo era posible que dos
hombres perdieran tanto?
Sharo la tranquilizó, llevándola hacia él y abrazándola
fuertemente. Su calor la envolvió mientras ella presionaba su cara
contra su traje, como si eso fuera a detener sus lágrimas. Tendría
que volver a maquillarse, pero no le importaba.
Una gran mano le acunó la cabeza.
—Crecí con ella en mi infancia. Cuidándola. Y cuando crecimos
lo suficiente, pasamos un año juntos. Un buen año. Luego sus
padres murieron y se quedó encerrada en la finca. Un buen año y
uno malo. Luego murió. —Colocó su cabeza cerca de la de Cora,
asegurándose de que lo escuchara—. Se escabullía de la finca para
intentar reunirse conmigo.
—Oh, cielos. —La imagen llena de color se proyectó de
inmediato en la mente de Cora: la dulce Chiara, la joven Chiara,
corriendo sobre el verde césped para encontrarse con su amor.
Luego… luego…
El estómago de Cora dio un vuelco y apretó los ojos para
cerrarlos. No. No podía perder la cabeza ahora. Sharo se merecía
que lo escuchara.
—Marcus y yo la encontramos una semana después. —Sharo
tomó su mano—. Le habíamos dicho que no era seguro. Ella lo
sabía y se fue de todas formas, sin un guardia, sin protección; solo
tuvo una loca idea y corrió a buscarme.
Cora se limpió los ojos, presionando sus dedos contra la piel
como si pudieran contener las lágrimas.
—Así que cuando me escapé…
—Fuiste Chiara nuevamente. Y su muerte es algo con lo que él
nunca ha lidiado. Fue demasiado. Pudiste haber sido Chiara de
nuevo, y fue demasiado.
Cora se dejó caer pesadamente en el sofá.
—Entonces, ¿por qué no estás enfadado conmigo? Tú más que
nadie tienes todas las razones. Mis padres…
—No son tú —dijo con firmeza, sentándose a su lado—. Y he
superado su muerte, Cora. Yo la enterré. La amé y murió, pero no se
ha ido. No mientras tenga mi memoria. Era el amor de mi vida y
nunca la perderé —suspiró—. Pero Marcus lucha contra ello. Piensa
que, si trabaja bastante duro y lo suficiente, si envuelve cada
centímetro de esta ciudad de forma tan apretada que no pase nada
sin que él lo diga, que de alguna manera salvará a Chiara y la traerá
de vuelta; a ella y a sus padres también. Ha pasado todos estos
años huyendo.
Cora se incorporó a su lado, examinando su rostro.
—¿Qué significa eso?
Sharo inclinó su cabeza hacia ella.
—Significa que necesita una mujer a su lado que le comprenda y
que pueda estar ahí para él. En su mundo los hombres destruyen y
las mujeres cicatrizan. Te necesita.
—Me alejó de él.
Le apretó la mano.
—Te necesita.
—¿Lo volveré a ver? —susurró.
Sharo dejó que sus rasgos se suavizaran para tornarse en una
sonrisa. Un dichoso dolor la atravesó ante la tierna mirada. El gentil
gigante seguía allí. Ese chico que alguna vez había amado a una
chica seguía dentro del hombre hasta el día de hoy.
—Eso puede arreglarse.
El labio inferior de Cora tembló, pero asintió con la cabeza.
—Bien.
La rodeó con un gran brazo y ella se relajó en el abrazo, dejando
que sus regulares latidos la calmaran.
Dijo que Marcus la necesitaba. Envuelta en el calor de Sharo,
sintió que todo era posible.
Un pensamiento la golpeó.
—¿Qué hay de ti, Sharo? ¿Te volverás a enamorar?
Se giró y le besó muy ligeramente la parte superior de la cabeza.
Su mejilla presionó su enorme pecho y parpadeó. Dejó que la
abrazara durante un rato y luego se giró, evitando sus ojos.
—Debería arreglarme el maquillaje.
Cuando permitió que sus ojos le miraran la cara, Cora apenas y
podía mirar su tierna expresión. Sharo parecía diez años más joven,
más cercano a su edad.
Con un movimiento de cabeza, la dejó levantarse y ella se puso
de pie.
Ya en el auto, compartieron un tenso silencio. La gran mano de
Sharo se apoyó en su pierna y Cora se movió hacia adelante para
tocar el anillo de oro que llevaba en su dedo anular derecho.
La miró con ojos todavía dulces.
—Gracias —dijo, mientras tocaba el anillo que ahora sabía que
usaba por Chiara. Su garganta se cerró antes de poder decir:
gracias por compartir, por cuidarme.
Sus ojos se arrugaron en una sonrisa y Cora supo que él había
escuchado sus palabras no expresadas.
Entonces su mirada descendió hasta su escote y luego volvió a
subir.
—Esta noche te protegeré —dijo, y no sonaba feliz—. No dejes
que nadie se acerque demasiado.
Cora leyó su disgusto y no pudo evitar sonreír.
—Marcus me compró este vestido —le recordó, y las fosas
nasales de Sharo se abrieron.
—Si fueras mía no te dejaría salir de casa con esa cosa.
—Menos mal que soy una mujer independiente. Porque ustedes
no podrían hacer esto sin mí.
CAPÍTULO 37

La primera mitad de la noche resultó bien. Los perros desfilaron


junto a los modelos y todos se comportaron de maravilla.
—¿Todos están entrenados?
Cora levantó la mirada hacia Andrea Doria, quien se le había
unido entre bastidores.
—Los perros sí. En cuanto a los modelos, no puedo asegurarlo.
Andrea sonrió. Su peluca rubia era gloriosa, bien arreglada sobre
su rostro perfectamente maquillado.
—Te ves increíble —le dijo Cora de manera honesta.
—Gracias, cariño. Eres muy dulce.
—Hablo en serio. Y hablaba en serio sobre la lección de
maquillaje. Quiero saber todos tus secretos. —Admiró los contornos
de los pómulos de Andrea, y luego se volvió para ver al alcalde dar
su discurso.
—Es un honor para mí dedicar este parque a nuestros amigos de
cuatro patas. Mi padre me enseñó que la humanidad de un hombre
se mide por cómo trata a sus semejantes.
—Lo hace sonar sincero, ¿no? —murmuró Andrea.
—Mmhmm —coincidió Cora.
—Y entonces estamos aquí para honrar a la más amorosa y leal
de las criaturas. Amigos míos, nunca pensé que diría esto con
orgullo, pero aquí estoy para decirles: esta ciudad… ¡se va con los
perros! —Zeke se dirigió a la multitud que felizmente aplaudía.
—Te veo después del entretiempo —dijo Andrea, y cuando Cora
se dio vuelta, ya se había ido.
Avanzando cuidadosamente sobre sus altos tacones, Cora se
encontró con el alcalde entre bastidores.
—Eso salió bien —dijo Sturm enérgicamente.
—Sí, gracias, señor alcalde. —Cora avanzó antes de que los
asistentes de Zeke pudieran intervenir—. ¿Podríamos molestarle
para una rápida sesión de fotos en el edificio de atrás donde hay
buena luz? El fotógrafo tiene su equipo allí atrás.
El alcalde parpadeó y Cora se dio cuenta de que no la estaba
aceptando por completo.
—Justo aquí atrás —repitió—. Hay alguien a quien quiero
presentarle.
—Claro, claro —dijo Zeke mientras les agitaba la mano a sus
asistentes—. Solo unos minutos.
—Ciertamente. —Cora sonrió y condujo al séquito a través del
césped del parque hasta el viejo teatro. Dentro, los llevó al
escenario. El espacio era grande y abierto, lo que era la cuestión
fundamental. Había pocos rincones ocultos además del backstage,
pero los hombres de Waters previamente lo habían asegurado. Y en
cuanto lo demás, todo yacía al aire libre.
—Qué lugar tan interesante —comentó Zeke. Él y sus asistentes
disminuyeron la velocidad cuando vieron la alta silueta de Andrea
Doria siendo flanqueada por dos guardias. Andrea también se
encontraba sujetando la correa de Brutus. Cora se apresuró a
tomarla y luego se posicionó entre ambas personas.
—Señor alcalde, le presento a Andrea Doria.
Zeke apenas y dudó, extendiendo su mano para que la alta drag
queen la estrechara.
—Un placer, señora.
—El placer es todo mío, alcalde Sturm. —Andrea no se molestó
en alterar el suave tenor de su voz—. Me alegra que se haya
recuperado tan bien después del envenenamiento.
—Sí. Fue un pequeño susto; a buen fin no hay mal principio. —El
alcalde mostró su risa falsa y miró a su alrededor—. ¿Dónde están
las cámaras?
—Creo que conoce a la señorita Doria con otro nombre —dijo
Cora, interponiéndose entre ambos.
Los ojos del alcalde se entrecerraron y entonces Cora supo que
sí la reconocía. Él abrió la boca, pero Philip Waters se robó el
espectáculo al quitarse la peluca rubia platinada y declarar de
manera clara su nombre.
La gente del alcalde reaccionó de inmediato, sacando sus armas
y formando protección alrededor de Sturm. Cora terminó en el
centro de un círculo mortal mientras los hombres de Waters también
respondían.
—Alto, ya basta —gritó. Extendiendo sus manos en señal de
“alto”, Cora miró de un hombre poderoso a otro—. Este es un
territorio neutral. Solo vamos a hablar.
—Vaya, vaya —dijo Zeke mientras miraba al alto hombre de
color—. Esta es una forma interesante de llamar mi atención.
Aunque la tuviste tan pronto como intentaste envenenarme.
—Soy inocente de eso —dijo Waters. La peluca yacía a sus pies,
pero aun cuando llevaba vestido y era respaldado por solo dos
hombres, parecía estar más que a la altura del grupo del alcalde—.
Tú fuiste el que permitió que me quitaran mi cargamento y luego
renegaste nuestro acuerdo.
—Basta —dijo Cora y, a sus pies, Brutus ladró; un sonido
profundo y peligroso que calmó a los hombres que lo escucharon—.
Waters nunca intentó matarte a ti o a mi marido. Y el asunto del
cargamento está resuelto, ¿estamos de acuerdo? —Los miró a
todos—. El verdadero problema es que te están engañando.
—El único problema que tengo… —comenzó Zeke, pero Cora
rápidamente lo interrumpió.
—¿No lo entienden? Los Titan los están poniendo uno contra el
otro. Nada les gustaría más que verlos eliminarse mutuamente.
Entonces así podrán tomar la ciudad sin que nadie se interponga en
su camino.
El estallido de ira de Cora pareció silenciar al alcalde, aunque
solo fuera porque no estaba acostumbrado a ser interrumpido.
—Señor alcalde, mírelo —continuó—. ¿Parece que le está
ocultando algo?
Ezekiel Sturm observó a Philip Waters de pies a cabeza. Luego,
para sorpresa de todos, se rio, y fue un sonido genuino y agradable.
—Bajen sus armas —les ordenó Zeke a sus hombres, y los
hombres de Waters hicieron lo mismo—. Esto es increíble. —El
alcalde sacudió la cabeza, pero tenía una sonrisa puesta—. ¿Tú
planeaste esta emboscada?
Waters también sonrió.
—La señora Ubeli lo hizo. Yo vengo en son de paz.
—Una alianza, ¿eh? Tú, yo y Ubeli. ¿Todos unidos contra los
Titan?
—Así lo dice la dama. —Waters asintió.
El alcalde examinó a Cora.
—¿Hablas en nombre de tu esposo?
—Lo hace. —Una voz cercana al techo resonó, y Marcus Ubeli
bajó las escaleras a un costado del escenario mientras era
flanqueado por varias sombras.
Al verlo, todo el aire abandonó los pulmones de Cora. En la base
de las escaleras, el telón se rasgó y Sharo salió de su escondite
mientras asentía con la cabeza hacia Cora, quien respondió con la
misma acción; luego se retiró del centro del escenario para ver al
alcalde, al magnate de la navegación y al jefe de la mafia conversar.
—Una alianza, entonces. —Zeke Sturm sonaba realmente
complacido—. Yo en la oficina, Waters controlando el mar y Ubeli...
—Agitó la mano como si eso abarcara las actividades de Ubeli en
ambos lados de la ley.
—De acuerdo —dijo Philip Waters y miró a Marcus, quien lo
observaba fijamente.
—Libera a mis hombres.
—Hecho —dijo Waters—. Aunque me gustaría contratarlos como
guardias. Los Titan intentaron matarlos a ustedes dos. Una vez que
sepan que no tengo intención de aliarme con ellos, vendrán a por
mí.
—Muy bien —dijo Marcus—. Yo daré las órdenes. Seguiremos
montando enfrentamientos para hacer que los Titan piensen que
estamos en guerra. Luego, cuando sea el momento, atacaremos.
Cora se giró lentamente mientras miraba a los tres hombres,
apenas creyendo lo bien que estaba resultando todo esto.
—Entonces, si estamos todos de acuerdo… —comenzó Zeke
cuando un poco de movimiento llamó la atención de Cora.
—Al suelo —chilló, y todos los hombres que estaban alrededor
del alcalde reaccionaron de inmediato, tirándolo al suelo y
levantando sus armas.
Fueron demasiado lentos para Pelo de púas, quien salió
corriendo del escenario y disparó antes de que cualquiera de los
hombres del alcalde pudiera reaccionar.
Pero no apuntó al alcalde.
—Marcus —sollozó Cora y Sharo se lanzó hacia delante, pero
fue demasiado tarde. El arma se disparó y Marcus cayó.
Alguien tiró a Cora hacia atrás.
—Venga, señora Ubeli, tengo que sacarla de aquí.
Era una Sombra. Angelo, así creía que se llamaba. Pero ella
tenía que llegar a Marcus para ver si estaba bien…
Pero no importó cómo luchara, Angelo la sacó de la escena con
mayor fuerza de la que parecía tener. Sharo había rodado fuera a
Marcus, pero ella no pudo ver… no pudo ver si…
Pelo de púas continuó disparando. Las balas rebotaban
alrededor del escenario. Todo había sucedido en segundos y Cora
no podía, no podía…
Angelo se encontraba sacándola de la sala y hacia un pasillo.
—En caso de que sucediera algo, tengo órdenes de llevarla a la
salida trasera —dijo, alejándola de Marcus y Sharo.
Quería zafarse de él y correr de vuelta, pero cielos, todavía
podía oír los disparos. ¿Pero qué bien le haría a Marcus si volviera a
entrar allí? Solo le sería una distracción, evitando que él mismo se
pusiera a salvo.
Marcus les había ordenado a sus Sombras que la sacaran en
caso de que algo sucediera. Por una vez en su vida, podía obedecer
y no empeorar más las cosas.
Así que, por mucho que quisiera golpear a Angelo en la cara y
volver corriendo para ayudar a los demás, se mantuvo a su lado
mientras él la apresuraba por el pasillo y hasta la salida, en el cálido
aire del atardecer.
Y para terminar justo en un callejón donde su madre, Demi Titan,
se encontraba de pie con media docena de guardias armados
esperando.
—Nena, es tan bueno volver a verte al fin.
CAPÍTULO 38

En un abrir y cerrar de ojos, Cora también lo vio claramente. Cómo


su madre los había manipulado a todos. Después de todo, solo
había tenido que hacer que dos hombres cambiaran sus lealtades:
uno dentro del bando de Philip Waters y el otro dentro del de
Marcus. Pelo de púas y Angelo, quien, ahora que Cora lo pensaba,
Marcus había mencionado que en el pasado había sido
problemático.
Y ahora allí se encontraba ella. Atrapada como una mosca en
una telaraña.
—Cancela el ataque —dijo Cora—. Ya me tienes.
Demi soltó una carcajada. No se parecía en nada a la mujer con
la que Cora había crecido, la que usaba overoles y rara vez se
acondicionaba el cabello.
Ahora su pelo castaño oscuro se encontraba peinado con
grandes rizos, además de llevar maquillaje dramático y un
empoderado traje con saco y falda.
—No es que no seas especial, querida, pero esto tiene más valor
que tú. Esto es sobre la historia. Y de enmendar los errores. Ubeli
me robó esta ciudad y quiero recuperarla.
—¿Enmendar los errores? —Cora se burló—. Hace dieciséis
años asesinaste a una chica inocente. Después de que mi padre y
mis tíos la violaran.
El rostro de Demi se tornó duro.
—Creí saber en qué me estaba metiendo cuando me casé con
un hermano Titan. Pero yo era joven. Karl era guapo y dijo que me
amaba. Nunca tuve un verdadero hogar o una verdadera familia, así
que casarme con él parecía un sueño hecho realidad. Pero él era
débil. —Demi dio un paso hacia ella—. Así que hice lo que tenía que
hacer mientras él bebía y se prostituía por toda la ciudad. Y luego
finalmente logró hacer algo bien: atrapó a la chica de Ubeli, pero no
pudo mantener su pene en sus pantalones. —Demi sacudió la
cabeza con asco—. Así que nuevamente tuve que intervenir y
limpiar su desastre.
—¡La apuñalaste repetidas veces! —gritó Cora—. Eres tan
bestia como lo fue él.
Demi cruzó el último espacio entre ellas y le agarró la muñeca
con un doloroso y contundente apretón.
—No me faltarás al respeto delante de mis hombres. Ya me has
avergonzado bastante, huyendo y confraternizando con el enemigo.
Esto termina aquí. Hoy.
—¿Qué vas a hacer? —Cora la miró con odio, a tan solo unos
cuantos centímetros del rostro de su madre—. ¿Mátame a sangre
fría? Eso es lo que se te da bien, ¿verdad?
—Hago lo que tiene que hacerse —dijo Demi con los dientes
apretados—. Algo que una chica como tú nunca entendería. Pero lo
harás. Te llevaré a casa y aprenderás la forma en que funciona el
mundo real. Eres mi hija, y de una forma u otra te comportarás como
tal.
—Nunca…
Cora empezó a gritar justo cuando la puerta trasera del teatro se
abrió y una profunda voz llamó:
—¡Cora!
—¡No! —gritó, pero fue demasiado tarde. El tiroteo ya había
comenzado—. ¡Sharo! —lloró.
Él sacó su arma y se las arregló para derribar a tres de los
guardias de Demi antes de caer de rodillas con sangre brotando de
varias heridas en su pecho.
—¡No, Sharo!
Cora luchó por alejarse de su madre, pero Demi la tomó por el
cuello y comenzó a arrastrarla hacia el todoterreno estacionado a
varios metros de distancia.
Cora resopló e intentó gritar, pero no podía respirar; el control de
su madre era demasiado fuerte.
¿Cuántas veces tengo que decirte que gires la cabeza a un lado
para liberar las vías respiratorias?
Las lecciones de autodefensa con Marcus.
Cora giró la cabeza a la derecha, liberando inmediatamente sus
vías respiratorias, tal y como había dicho Marcus. Respiró hondo y
luego golpeó con fuerza a su madre en el costado, una, dos, tres
veces, hasta que la mano de Demi se soltó. Y, por si acaso, pisoteó
su empeine; y luego, cuando Demi se encontraba respirando con
dificultad, le agarró uno de sus brazos y plantó firmemente sus pies
en el suelo, usando su firme postura como punto de apoyo para
derribar a Demi.
Demi gritó mientras su rostro se estrellaba contra el pavimento y
rodaba una vez. Aterrizó justo al lado de Sharo. Él había estado
inmóvil y Cora temía lo peor, pero de repente se alzó y atravesó el
corazón de Demi con un cuchillo. Y luego se desplomó.
—¡Sharo!
Cora lloró justo cuando la puerta trasera del teatro se abría y
unas cuantas Sombras más salían, quienes se encargaron
rápidamente del resto de los guardias de Demi; pero todo lo que
Cora podía ver era a Sharo.
—Sharo, por favor —sollozó y se agachó a su lado, presionando
con sus manos la herida de su pecho. Tenía que detener la
hemorragia. Había mucha sangre. Era justo como lo sucedido con
Iris—. Te vas a poner bien.
Él levantó su mano para acariciar su cara.
—Amaba…
—La amabas, lo sé. Me lo dijiste. Vas a estar bien. Vas a amar
de nuevo, ya verás. —Se ahogó con sus lágrimas mientras los ojos
del gran hombre se cerraban—. No. ¡No! ¡Ayúdenme! ¡Alguien!
¡Ayúdenme!
Marcus se encontraba a su lado, apartando sus manos mientras
varias Sombras se acercaban para presionar las heridas de Sharo.
—¿Marcus? —Lo agarró con las manos ensangrentadas—.
¿Estás vivo?
Al mismo tiempo, una ambulancia se detuvo en el callejón
trasero y aceleró hacia ellos. Sus luces no parpadeaban y las
sirenas no sonaban, pero tan pronto como el vehículo se detuvo,
varios paramédicos salieron por detrás y Marcus les vociferó
órdenes.
Pusieron a Sharo inmediatamente en una camilla y lo llevaron
dentro, donde los paramédicos empezaron a atenderlo.
Cora contempló todo en una cruda conmoción.
Marcus finalmente tomó su mano mientras la ambulancia se
alejaba, esta vez con las luces parpadeando.
—Tenía una ambulancia cerca en caso de que las cosas salieran
mal. Y yo llevaba un chaleco —dijo Marcus suavemente cuando ella
finalmente se giró hacia él, abriendo su camisa y tocando el chaleco
antibalas—. Debí haberle insistido a Sharo en que llevara uno
también.
Cora escuchó el dolor en su voz, pero se encontraba procesando
todo como para poder consolarlo.
—Ven conmigo, ahora, Cora...
Trató de poner su brazo a su alrededor, pero ella lo apartó.
—¿Podrán salvarlo? Sharo me salvó, mató a mi madre. Tiene
que estar bien…
—Se acabó. Cariño, ya se acabó.
Cora lo miró fijamente, con odio, furia y dolor combatiéndose en
su interior.
—No, todavía no. Pero sí muy pronto.
CAPÍTULO 39

Cora se encontraba sentada al borde del asiento de la limusina,


tensa, mientras pasaban por una larga hilera de monótonos y
pequeños edificios marcados con grafiti. Si New Olympus era la
brillante reina del baile, Metrópolis era su fea hermanastra.
—Ya casi llegamos —dijo Fats desde el asiento del conductor.
—¿Alguna señal de que nos están siguiendo? —Cora se
enderezó la peluca.
—No si ya hemos llegado tan lejos. —Philip Waters apartó las
manos de Cora y le arregló los rizos marrones oscuros. Después de
todo, Andrea le había dado una lección de maquillaje. Y ahora
llevaba mucho maquillaje para hacerla parecer mayor.
Como su madre.
—¿Cómo me veo? —Cora le sonrió cuidadosamente a Philip
para que el espeso maquillaje no se agrietara.
—Como una señora de la mafia.
—Bien. Porque eso es lo que soy.
—Hay un punto de control más adelante. A darle, que empieza el
juego —instruyó Fats mientras reducía la velocidad del auto. Dos
hombres con ametralladoras bloqueaban la carretera mientras un
tercero se acercaba al lado del conductor.
—Confiada —le murmuró Waters a Cora mientras Fats bajaba la
ventanilla.
—La señora Titan y su invitado —anunció Fats.
—¿Señora Titan? —preguntó el guardia.
Cora se inclinó hacia adelante para que los hombres de los Titan
la vieran.
—Por supuesto que soy yo —espetó, con la voz de su madre.
—¿Qué pasa con los de atrás? —El hombre señaló los tres
autos que los seguían.
—Son míos. —Cora agitó una mano.
—No los reconozco.
—Son nuevos. Mi guardia personal murió en New Olympus. Una
vez que forjamos nuestra alianza, el señor Waters tuvo la amabilidad
de prestarme algunos de los suyos. —El corazón de Cora latía con
fuerza mientras esperaba que el guardia le creyera la mentira.
—Tengo órdenes de no dejar pasar a nadie que no reconozca. A
los hermanos Titan no les gustará.
—No les gustará cuando sepan que Philip Waters retiró su oferta
de alianza porque no lo dejaste pasar a la reunión.
En el momento oportuno, Philip Waters bajó la ventanilla:
—Me estás haciendo perder el tiempo —le informó al hombre
con su grave y profunda voz. El guardia del puesto de control
palideció.
Cora se echó hacia atrás y se puso un gran par de gafas de sol
para mirar al frente como si el puesto de control no existiera.
—Date prisa y conduce —le vociferó a Fats—. Alex e Iván están
esperando.
Cora permaneció en el modo “Demi Titán” mientras el guardia les
hacía un ademán. Tan pronto como Fats pasó por delante de las
ametralladoras, Philip se rio:
—Eso fue perfecto.
Cora le estrujó su gran mano. La siguiente etapa del plan no
sería tan fácil.
—Llegamos —informó Fats mientras el vehículo se detenía
frente a una vieja iglesia—. Hace tres días los Titan se escondieron
aquí. Ambos están adentro, esperando a Demi y a Waters. Se
reunirán con sus capos en una hora.
—Tiempo suficiente para patear traseros —Philip se enderezó el
cuello y salió del auto, ofreciéndole una mano para ayudar a “Demi”
a salir.
Mientras avanzaban, brazo a brazo, otros tres vehículos negros
aparcaron en la iglesia. Hombres salieron… algunos eran Sombras
y otros hombres de Waters. Se infiltraron en la iglesia, eliminando en
silencio a cualquiera de los hombres de los Titan y tomando sus
puestos.
Cora y Waters esperaron en el vestíbulo hasta que Slim entró.
—Todo despejado. Tus tíos están en el sótano, distraídos. Solos.
Llegó el momento. Cora se dejó las grandes gafas de sol
puestas y dejó que Waters la guiara con una mano en la espalda
hacia las escaleras.
—¿Lista? —susurró cuando ella se detuvo a mirar las puertas
que conducían al sótano. En un instante, y por primera y última vez,
se encontraría con sus dos tíos.
—Lista —dijo finalmente, y abrió las puertas.
El sótano era caliente y sofocante, además de oler a cebolla y
salchichas. Dos hombres rubios se encontraban sentados alrededor
de una mesa de plástico jugando a las cartas con las mangas
remangadas. Se detuvieron cuando Cora entró con una falange de
guardias abriéndose en abanico a su alrededor y con Philip a su
lado.
—¿Demi? Ya era hora, maldición. —Uno de los hombres rubios
se giró. Iván. Cora lo reconoció por una vieja foto—. Philip —dijo,
poniéndose de pie—. Me alegro de verte aquí. Es bueno que hayas
entrado en razón. Tu producto estará seguro en nuestras manos.
Cora se detuvo justo dentro de la puerta, manteniéndose en las
sombras y dejando que sus guardias y los de Waters rodearan la
habitación.
—Sí, hemos llegado a un acuerdo —dijo ella.
—¿Entonces la alianza es un hecho? —preguntó el segundo
Titan mientras se ponía de pie. Su tío Alexander. Fulminó con la
mirada a Fats, a Slim y al resto, obviamente sospechando algo, pero
sin alcanzar su arma todavía.
No se atrevería delante de Philip Waters.
—La alianza está hecha —dijo Cora—. Pero ustedes dos y yo
tenemos asuntos pendientes. —Lentamente se quitó las gafas de
sol y se las metió en el bolsillo.
Alex frunció el ceño.
—¿Qué se supone que…? —Se detuvo en seco cuando Philip
sacó una pistola de su bolsillo y, antes de que pudiera siquiera
parpadear, le disparó. Se desplomó hacia adelante.
—¿Qué demonios? —gritó Iván y fue a por su arma, pero todos
los hombres de la habitación le apuntaron con una antes de que
pudiera hacerlo.
—Alto al fuego —dijo fríamente Cora.
Hubo una explosión de acción mientras las Sombras invadían la
mesa, asegurando a Iván y Alex, quien se encontraba gimiendo del
dolor.
—Tú no eres Demi —gruñó Iván.
—Hola, tío —lo saludó, quitándose la peluca—. Qué amable de
tu parte acompañarme para esta reunión familiar.
Los ojos de su tío se ampliaron.
—¿Dónde está Demi?
—Mi madre está ocupada en este momento. —Ocupada estando
muerta—. Ella me envió.
—Perra… —empezó Iván, solo para ahogarse cuando Slim le
puso un cinturón alrededor del cuello y lo apretó.
Mientras tanto, dos Sombras habían atado y amordazado a Alex.
—¿Qué hacemos con este?
—¿Está muerto? —preguntó Waters mientras se le acercaba a
Cora.
—Nop —informó Fats—. Le diste en el estómago.
—Me estoy oxidando —Waters sonrió—. Pero, de nuevo, los
disparos en el vientre son perfectamente dolorosos.
—Asegúrate de que le llegue a mi esposo en una sola pieza —
instruyó Cora y se dirigió a Slim y a las Sombras que sostenían a
Iván—. A él también.
Iván gorgoteó algo y Cora hizo un ademán para que liberaran su
garganta.
—¿Qué significa esto? —carraspeó Iván. De rodillas y rodeado
por los matones armados de Cora, no parecía tan grande.
—En un minuto explicaré todo —le informó dulcemente—. Pero
no a ti. Tu reinado ha terminado. Te vas a ir por un tiempo. Al menos
hasta que Sharo pueda volver a sostener un cuchillo. Estoy segura
de que se recuperará rápidamente, sabiendo que te tiene
esperándole para que se pueda vengar.
Antes de que Iván pudiera gritar algo más, Slim le puso una
mordaza y lo arrastró hasta su hermano.
Las puertas se cerraron, dejándola a ella y a Waters a solas.
Cora dejó que sus hombros se desplomaran.
—Bien hecho —dijo él—. Eso fue más rápido de lo que
esperaba. —Se inclinó para examinar su cara—. ¿No querías hablar
con tus tíos?
Sacudió la cabeza.
—Honestamente, no tenía nada que decirles.
Las puertas se abrieron y uno de los hombres de Waters informó:
—Los capos de los Titan están empezando a reunirse en el
santuario. ¿Quiere que les quitemos sus armas?
Waters asintió con la cabeza y el hombre desapareció. Vio a
Cora vagar por la habitación, perdida en sus pensamientos, tocando
la mesa donde sus tíos habían estado sentados.
—¿Ya hablaste con Marcus?
Cora parpadeó como si se hubiera despertado.
—Todavía no. El tiempo era esencial. Teníamos que llegar aquí
antes de que sospecharan demasiado cuando Demi no se pusiera
en contacto.
Philip inclinó la cabeza.
—Él quiere hablar contigo.
—Lo hará. Pero primero tengo que hacer esto.
El hombre de Waters volvió.
—Estamos listos para su orden.
—¿Los capos están desarmados? —preguntó Waters.
—No les alegró a todos, pero usamos esa cosa de pulso de
Aurum que la señora Ubeli nos dio en el camino y sus armas se
atascaron. Disculpe, quise decir señora Titan.
—Señorita Titan —corrigió Cora—. Diles que ahora los Titan
están aliados con Philip Waters y que la lealtad será generosamente
recompensada. Estaremos con ellos en breve.
El hombre salió y Cora sonrió. Resultó que le gustaba dar
órdenes.
—¿Señorita Titan? —preguntó Waters—. ¿Retomarás tu apellido
de soltera?
—En realidad nunca he sido una Titan —Cora tomó el brazo que
Philip le había ofrecido—. Pero es mi derecho de nacimiento, así
que mejor me voy acostumbrando. Así como todos los demás.
Con su propia sonrisa, Waters asintió. Cora dejó que la
acompañara al santuario antes de apartarse.
—Tengo que hacer esto sola.
Él volvió a asentir. Ella se acercó y le tocó la mejilla.
—Gracias —dijo antes de dejar caer su mano y entrar en el
santuario. Waters cubrió su mejilla con su mano.
Los capos se encontraban sentados en los primeros bancos
como enormes y malhumorados monaguillos con trajes que no les
quedaban bien. Por encima de ellos, en el balcón y en el coro alto,
las Sombras y los hombres de Waters vigilaban, equipados con
pistolas especiales que Olivia había diseñado para soportar su
dispositivo patentado de bloqueo de armas. Resultó que Olivia había
hecho más en sus aventuras por la costa oeste que solo molestar a
los proveedores. Había vuelto a casa con juguetes nuevos.
Con un guiño a Fats y Slim, Cora subió al escenario para
dirigirse a sus nuevos capos.
—Bienvenidos —llamó, y esperó mientras todos la observaban.
—¿Quién demonios eres tú? —llamó un hombre.
—No nos conocemos. Soy Cora Titan. Me tratarán con respeto.
—¿O?
—Morirán —respondió Slim.
Cora esbozó una sonrisa.
—Entiendo que tienen preguntas. En un minuto las responderé,
pero por ahora sepan esto. Hay una nueva Titan en la ciudad. A
partir de ahora yo estaré a cargo de todo.
Los capos murmuraron entre ellos.
—¿Quién murió y te puso a cargo? —preguntó otro.
—Mi madre y mis tíos, en realidad. Si no están muertos, pronto
lo estarán.
Unos pitidos llenaron la sala y los capos se palmearon los
bolsillos, sacando en conjunto sus teléfonos en vibración.
Gracias, Olivia.
—Acaban de enviarles fotos de mi difunta madre. Fíjense en el
parecido. —Cora inclinó la cabeza hacia un lado, dándoles su perfil.
—Es su maldita viva imagen —murmuró un viejo capo—. Demi y
el viejo, ¿cuál era su nombre? Karl.
—Verán que tengo mucho en común con mis padres —dijo Cora
—. Y solo una diferencia. Mientras que ellos disfrutaban de la
guerra, yo prefiero la alternativa. La paz.
—Paz —repitió un capo.
—En efecto. Después de todo, es mucho mejor para los
negocios. —Cora extendió las manos—. Imaginen esto. Una ciudad
en paz. Hombres y mujeres visitando sus burdeles. Multitudes de
fiesteros probando Ambrosía y volviendo una y otra vez para
comprarles a sus distribuidores. Tenemos una nueva alianza con
nuestro buen amigo, Philip Waters.
Se volvió para sonreírle a Philip mientras entraba. Cora se
detuvo un momento para dejarle saludar a los capos y estrechar
algunas manos. Se sentó en un banco al final; con su gran altura
empequeñeció al resto.
—Con Waters de nuestro lado y acceso ilimitado a las
importaciones marítimas, los beneficios llegarán. Imaginen las calles
llenas de personas que han venido a la fiesta. New Olympus es
donde hacen negocios. Metrópolis es donde llegan a divertirse.
—Me gusta —dijo el viejo capo—. Especialmente la parte de las
ganancias, y la alianza con el viejo Waters aquí presente. Conocí a
tu padre —le dijo a Waters.
—¿Y los policías? —mencionó otro capo.
Cora lanzó su siguiente sorpresa:
—Mañana el alcalde de New Olympus presentará una propuesta
para hacer legal la Ambrosía. Una sustancia controlada. Será el
nuevo Viagra, pero recreativo, y para hombres y mujeres. Podemos
esperar que el alcalde de Metrópolis siga el ejemplo.
Sip, el alcalde también estaba de su lado, y Cora vio el impacto
que la noticia tuvo en la multitud. No se requirió de mucho tiempo
para convencer a Sturm y a Waters de apoyarla una vez que explicó
que, con ella asumiendo el control de la pandilla de los Titan, era la
forma más rápida de llevar una paz definitiva a las calles.
—Con unos cuantos sobornos, compraremos todos los derechos
de distribución. Legalmente.
—¿Esto es verdad? —le exigió un capo a Waters.
—Cada palabra —confirmó, y los murmullos se hicieron más
fuertes.
—Maldición. Nunca pensé que me enderezaría en mi vejez —
murmuró el canoso capo—. Pero si hay beneficio en ello, ¿qué más
da?
—Esto es una tontería —espetó uno de los capos—. Eres una
puta mentirosa. —Su disparo resonó en las vigas. Así como el
sonido de cien armas apuntándole.
Cora levantó una mano.
—Bajen las armas —dijo lentamente—. Disfruto de un debate
riguroso entre mis líderes. Siempre y cuando recuerden cuál es su
lugar.
Fats y Slim agarraron al hombre y lo llevaron hasta Cora
mientras continuaba maldiciendo, obligándolo a arrodillarse.
—Pero no hay lugar para los hombres que no ven mi visión.
Hubo un destello de un metal y enseguida tuvo un cuchillo
puesto en la garganta del hombre.
—¿Juras tu lealtad a los Titan?
—No eres una Titan —escupió el hombre, y luego murió entre
balbuceos mientras le cortaba la yugular.
El estómago de Cora se rebeló ante lo que estaba viendo. Pero
este único acto de violencia más tarde podría detener la violencia
interminable. Tenía que demostrarles a estos hombres que era
fuerte y despiadada o nunca respetarían su gobierno. Ahora
entendía algunas de las elecciones y sacrificios que Marcus tenía
que hacer cada día para mantener su ciudad bajo control. Ahora ella
haría lo mismo.
Waters se acercó a su lado y le ofreció un pañuelo blanco. Cora
se limpió la sangre de su cara y manos, pero no se molestó en
detenerse sobre su vestido blanco. Esperaba ser bautizada esta
noche. Una vez que devolvió el pañuelo, neutralizó a los capos con
una fría mirada que había aprendido de su marido.
—¿Alguien más?
El silencio absoluto fue su respuesta hasta que el viejo capo se
rio.
—Es una Titan después de todo. Una maldita visionaria, como
sus padres. Es su viva imagen.
—¿Alguna otra pregunta?
—¿Y qué hay de Ubeli? Con el debido respeto —añadió el capo
—. ¿Solo vamos a ceder y dejarle ganar?
Cora sonrió.
—No, en absoluto. A partir de ahora consideren la guerra como
un fin entre nosotros. Ustedes ocúpense de los negocios como de
costumbre. Yo me ocuparé de mi esposo.
Otra risita del capo más viejo. Le dio un codazo al que se
encontraba junto a él mientras los demás intercambiaban miradas
de complicidad.
—Sé que algunos de ustedes no estarán contentos con el nuevo
régimen —continuó Cora—. Espero que vengan a discutir las cosas
conmigo. Respetuosamente. De lo contrario, sentirán toda la fuerza
de las Sombras y de los hombres de Waters, sin mencionar los
problemas que tendrán con la ley. Oh sí, la policía tiene órdenes de
respaldarme. El alcalde de New Olympus me presentó al jefe de
policía de Metrópolis y pronto nos hicimos amigos —soltó una
pequeña risa.
Otro coro de pitidos hizo que los capos volvieran a revisar sus
teléfonos.
Slim le mostró la pantalla a Cora para que pudiera ver la
espeluznante imagen.
—Parece que mi marido recibió mi pequeña ofrenda de paz. Una
señal de benevolencia. Alexander Titan fue útil después de todo. Era
su principal líder, ¿correcto?
Algunos de los capos se habían puesto pálidos.
—No tengo que advertirles lo que sucederá si alguna vez llegan
a traicionarme. Espero que todos nos llevemos bien, sobre todo
cuando empiecen a llegar las ganancias. Esta semana pasaré a
visitar cada uno de sus negocios. Espérenme en cualquier
momento. Espero que se comporten lo mejor posible. Háganlo y no
les mostraré mi lado malo.
Un ladrido rompió el silencio. Brutus se soltó de su domador en
la parte trasera para dirigirse al lado de Cora, quien se arrodilló un
momento para acariciar su cabeza antes de levantarse. Slim se le
acercó con un abrigo rojo. Con su ayuda, Cora se lo colocó por
encima de su vestido.
—Ahora Philip y yo vamos a cenar. Están todos invitados a
presentar sus respetos. —Sabría quién era leal en cuanto le
mostraran pleitesía—. Si no, los veré más tarde esta misma
semana.
Haciéndole una seña a Brutus, caminó hacia el altar con sus
guardias a su espalda y su perro a su lado. Waters se detuvo un
momento antes de seguirla.
—El rey ha muerto —dijo sordamente—. Larga vida a la reina.
CAPÍTULO 40

Una semana después, Slim estacionó la limusina en los muelles.


—¿Vas a estar bien? —preguntó Waters.
Habían pasado la semana en Metrópolis, consolidando el
dominio de Cora sobre los negocios de los Titan.
Cora levantó su barbilla.
—No te preocupes por mí.
Los capos no estaban contentos de que ella se hubiera
involucrado, pero habían sacrificado a los que con más probabilidad
la traicionarían, y al resto los aplacaron con una mayor reducción de
las ganancias.
—Ese es el espíritu. —Le dio una palmadita bajo el mentón—.
Hazme saber si alguien te causa problemas.
—Lo haré. Gracias por todo.
—No me agradezcas todavía —anunció mientras salía y rodeaba
el vehículo para abrirle la puerta—. En un minuto querrás gritarme.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Esta es mi limusina. Tu transporte está por allí —retrocedió y
Cora miró en el embarcadero un auto negro parado en la acera. Una
familiar figura se encontraba esperando con las manos en los
bolsillos y con la cabeza oscura inclinada.
Marcus.
Cora respiró hondo.
—Me ha estado llamando como un loco —refunfuñó Waters—.
Exigiendo pruebas de que te encontrabas bien. Slim, Fats y yo
teníamos que reportar cada hora.
Cora se llevó una mano al cuello mientras miraba fijamente en el
cuerpo oscuro de su marido.
—Yo no… no dejamos nuestra situación en buenos términos. Sé
que él llegó al teatro, pero no sé…
—Está aquí, ¿no? —Waters extendió una mano y ella
automáticamente la tomó. Cuando salió del auto, él le dio un
pequeño empujón—. Ve a por él, niña.
Caminó sobre el asfalto. Marcus se veía tan serio apoyado en su
auto. La semana pasada había hablado con él por teléfono, pero
solo acerca del progreso de Sharo después de sus múltiples
cirugías. Cada vez que él intentaba llevar la conversación hacia
temas más profundos, ella ponía excusas y colgaba.
Había mucho entre ellos. Muchas mentiras. Muchas cicatrices.
¿Podría llegar a perdonarla? Si realmente hubiera estado con
Lucinda, ¿podría ella perdonarlo? ¿Había seguido adelante?
¿Siquiera la quería?
Se tambaleó sobre sus talones y se detuvo.
—Cora —la llamó por su nombre y su cabeza se levantó. Tenía
los brazos abiertos.
Quitándose sus tacones altos, corrió.

Marcus la abrazó tan pronto como saltó a sus brazos, pero Cora giró
la cabeza cuando él bajó su boca para darle un beso.
Ella pudo haber completado su golpe de estado en Metrópolis,
pero entre ellos había asuntos pendientes.
—Gracias por llevarme —dijo Cora desde su lado de la limusina.
No hizo ningún movimiento para reducir el incómodo espacio entre
ellos.
Con calma. Con cuidado. Dale tiempo. Marcus prácticamente
podía oír a Sharo asesorándolo. Extrañaba a su amigo más de lo
que podía expresar con palabras. Sharo había entrado en un coma
inducido médicamente, pero el doctor dijo que todo indicaba que se
recuperaría por completo. Aunque no iban a saberlo con seguridad
hasta que se despertara. Pero habían pasado días y todavía no
había abierto los ojos.
Será mejor que no te mueras, hermano. No te necesito
atormentándome. Marcus casi pudo oír la risa de Sharo llenando el
auto.
Habían pasado horas hablando durante las semanas en que
Marcus se había separado de Cora. Y justo ahora él intentaba reunir
todos esos consejos.
Muy bien, hermano. Lo intentaremos a tu manera.
—Estuviste magnífica. —Marcus procesó atentamente el
delgado cuerpo de su esposa, apenas creyendo que era real. Se
veía diferente. Más madura. No dura o insensible, solo más sabia de
alguna manera—. Waters y las Sombras me lo contaron todo. Hice
que lo filmaran.
Se encogió de hombros y luego lo miró con ansiedad.
—¿Cómo está Sharo?
—Sin cambios. Todavía.
Cora se mordió el labio y él tuvo que apretar su mano en un
puño para no rozarlo con su pulgar. Entonces se relajó y preguntó:
—¿De verdad lo crees? ¿Realmente crees que puedo hacer
esto? ¿Liderar a los Titan?
—No me creas a mí. Compruébalo por ti misma. —Agarró el
periódico del asiento y se lo enseñó—. Reina del Inframundo.
Tendrás que acostumbrarte a que te persiga la prensa.
—Ya estoy acostumbrada. Me casé contigo, ¿recuerdas?
—Mmm.
Siempre había odiado que lo llamaran Rey del Inframundo, pero
aceptaría el término mientras ella estuviera a su lado como su reina.
Pero su reina parecía exhausta mientras lo miraba, y se
encontraba sentada demasiado lejos, casi abrazando la puerta
opuesta.
—Ven aquí —extendió su brazo.
Ella suspiró.
—Marcus, solo porque todo esto haya terminado… —Sacudió la
cabeza y miró por la ventanilla con expresión distante—. No
significa… —se quebró, llevándose las manos a la cara.
Había sido tan poderosa como cualquier general mientras exigía
lo que le correspondía como líder del imperio Titan; pero aquí con él,
estaba tan vulnerable como siempre.
Y estaba harto de dejarle poner distancia entre ellos. Se le
acercó y la tomó en sus brazos.
—Casi te pierdo, y que me parta un rayo si paso otro minuto
lejos de ti.
Pero Cora forcejeó, y cuando se apartó de él, sus ojos ardieron
como llamas.
—Fue bastante fácil para ti alejarte de mí hace tres semanas. Y
vi la foto tuya con esa mujer. Tu amante.
Tenía que estar hablando de Lucinda. Marcus había enfurecido
cuando vio la foto por primera vez, pero ahora solo sonrió.
—¿Celosa, gatita? —Podía soportar cualquier cosa, menos su
indiferencia.
Si antes creía que sus ojos eran abrasadores, no eran nada
comparados con la furia que sus palabras provocaron:
—Suéltame, enorme patán. —Lo empujó en vano y él
simplemente apretó sus brazos a su alrededor.
—No la toqué. Me la encontré afuera del Crown y ella se tropezó
conmigo. Probablemente a propósito. Ahora que lo pienso,
probablemente fue ella quien llamó a los paparazzi. Siempre fue una
puta necesitada de atención. La estabilicé y luego continué mi
camino. Esa fue la totalidad de nuestra interacción.
Buen trabajo, dijo Sharo. Ahora dile la verdad.
Sal de mi cabeza, Marcus casi murmuró en voz alta antes de
seguir su consejo. Inclinando la cabeza hacia su bella esposa, dijo:
—No hay forma de reemplazarte, amor. Nunca la habrá.
El semblante de Cora de inmediato cambió. En lugar de
apartarlo, se sostuvo de las solapas de su saco.
—Estaba tan asustada. Cuando caíste estaba tan asustada. —
Sus ojos se llenaron de lágrimas—. Y luego Sharo.
—Justo ahora nos dirigimos al hospital de New Olympus. Sabía
que querrías verle a primera hora.
—Bien. —Se hundió en él, con la cabeza contra su pecho—.
¿Realmente se ha acabado?
La apretó cerca suyo y respiró el dulce aroma de su cabello.
—Sí, diosa. Se acabó. Pero el resto de nuestra vida apenas
comienza.
Sintió que ella asentía contra su pecho. Pero al segundo
siguiente se estaba apartando.
—Sharo intentó explicar. Lo siento. Siento haber dejado la finca
de esa manera y haberme ido directamente hacia el peligro. No
tenía ni idea de lo de Chiara.
Lágrimas se derramaron por sus mejillas y Marcus las acunó
mientras sacudía la cabeza.
—No podrías haberlo sabido. Yo solo… no podía… —Miró hacia
abajo y exhaló con frustración. Pero luego se forzó a sí mismo a
encontrarse nuevamente con su mirada—. Juré protegerte. Pasara
lo que pasara. Incluso si eso significaba que el lugar más seguro
para ti fuera estar lejos de mí. Me mató estar lejos de ti. Peor que la
primera vez. Mucho peor, porque tenía miedo de que fuera a ser
para siempre.
Marcus no quería pensar en cómo habían sido las últimas tres
semanas. Había ido a trabajar, pero ni siquiera eso podía distraerlo
de extrañarla. O de preguntarse cada hora de cada día, cada
minuto, si se encontraba bien, qué estaba haciendo, si lo odiaba. Si
estaba continuando con su vida. Su sueño había sido atormentado
por las pesadillas de ella siendo feliz… en los brazos de otro
hombre, usando el anillo de otro hombre.
Diez veces al día había tenido que luchar por no decir “a la
mierda” y entrar en su auto y romper todas las leyes de tráfico
conocidas por el hombre para volver con ella. Toda su disciplina,
todo su control, nada de eso contaba cuando se trataba de ella.
Tal vez Cora vio algo de su tormento en su rostro porque llevó
una mano a su mejilla y susurró:
—Nunca más. De ahora en adelante, somos tú y yo juntos.
Siempre. No más secretos. No más mentiras. No importa si crees
que es por mi bien o no. Ahora somos pareja en todo. ¿Lo juras?
Marcus se encontró con sus ojos solemnemente.
—Juro por ti, Cora Ubeli, no volver a mentirte nunca más.
—¿Ni siquiera si crees que es por mi propio bien? Necesito que
lo digas, Marcus.
Él sonrió ante su tenacidad.
—Nunca volveré a dejarte ni renunciaré a ti. Nunca volveré a
mentirte ni a guardar secretos, aunque piense que es por tu propio
bien. Ahora te toca a ti.
Cora le sostuvo las manos sin ninguna sonrisa puesta en sus
labios. Se estaba tomando seriamente esto.
—Yo, Cora Ubeli, juro no dejarte ni renunciar a ti, y nunca más te
mentiré o te ocultaré secretos, incluso si creo que es por tu propio
bien.
—Ahora solo queda sellarlo con un beso —dijo Marcus,
moviendo su cabeza lentamente hacia la de ella.
Se alzó hacia él, y cuando sus labios se encontraron, Marcus
pensó que después de todo sí podría morir debido al suave toque
angelical de sus labios.
En sus peores momentos, había pensado que no volvería a
experimentar esto. Incluso recordar cómo se sentía lo volvía loco.
No podía hacerlo suave, no justo ahora. No después de todo lo que
habían pasado con su separación.
La apretó contra él y ella le abrazó el cuello, aparentemente igual
de desesperada por tenerle. Sus bocas se encontraron en un lío
hambriento. Labios, lenguas, dientes. No podía tener suficiente de
ella. La necesitaba toda. Ahora.
Pero justo cuando la movió para que estuviera sobre él, el
todoterreno se detuvo y la voz del conductor sonó a través de las
bocinas:
—Llegamos.
Cora se separó de la boca de Marcus con los ojos bien abiertos.
—Sharo.
Ella apenas se molestó en reacomodar su ropa antes de abrir la
puerta. Marcus tuvo que correr tras ella; estaba a medio camino de
la entrada del hospital en el momento en el que él salió por su
propia puerta.

Pasaron dos días en vela junto a la cama de Sharo antes de que


finalmente abriera los ojos.
Se encontraba atardeciendo cuando su gran ceño finalmente se
arrugó y parpadeó para abrir los ojos.
—¡Sharo! —Cora lloró, saltando y agarrando su enorme mano
entre la suya muy pequeña—. Estás despierto. Marcus, ¡está
despierto!
Marcus se paró detrás de ella, sonriéndole a su más viejo amigo,
a su hermano.
—Gracias al destino —exhaló. Sharo había sido una constante
en su vida. No podía imaginar continuar sin él. Era de la familia.
Sharo miró a su alrededor, evidentemente confundido.
—Ten. —Cora le soltó la mano solo lo suficiente para tomar un
vaso de agua con una pajita de la mesilla de noche y llevarlo hasta
la boca de Sharo.
Tomó varios tragos antes de reclinarse en sus almohadas de
nuevo.
—¿Qué… pasó?
Cora le tomó nuevamente la mano.
—Salvaste el día. Me salvaste la vida —le estrujó la mano.
—Y por eso tienes mi eterna gratitud, hermano —dijo Marcus.
Sharo se encontró con sus ojos por encima de la cabeza de Cora
y compartieron una mirada silenciosa. Sharo asintió y Marcus supo
que lo entendía. Marcus le debía todo. Era una deuda que nunca
podría pagar, pero de todas formas pasaría el resto de su vida
intentándolo.
—Mi madre se habría salido con la suya si no hubieras aparecido
cuando lo hiciste —continuó Cora—. Y entonces te dispararon.
Tantas veces —se le quebró la voz—. Pensé que estabas muerto. El
doctor dice que tenemos suerte de que estés vivo. Si una de las
balas hubiera estado media pulgada más cerca de tu lado
izquierdo... —se quebró, sacudiendo su cabeza y con lágrimas
cayéndole por las mejillas.
—Estoy bien —dijo Sharo, y Cora inmediatamente le llevó el
agua de vuelta a los labios.
Luego se giró para mirar a Marcus.
—Está despierto. Tenemos que llamar al médico. Dijeron que le
llamáramos cuando se despertara.
Marcus asintió y presionó el botón para que la enfermera entrara.
La enfermera y el médico llegaron varios minutos después.
Marcus y Cora fueron sacados de la habitación mientras el médico
atendía a Sharo.
Tan pronto como salieron, los hombros de Cora se desplomaron.
Estaba exhausta. A pesar de que Marcus había intentado
convencerla de que se fuera a casa a descansar, se negó a irse.
Había dormido pocas horas en una pequeña camilla que habían
instalado en la habitación, pero no mucho.
Pero ahora que Sharo estaba despierto, Marcus se encontraba
insistiendo en que fuera a casa y descansara toda la noche.
La mano de Cora se deslizó junto a la suya y sus dedos se
entrelazaron.
—Te amo, Marcus. —Se detuvo en medio del pasillo del hospital
y lo miró—. Gracias por darme esta vida. Gracias por todo. ¿Sabes
cuánto te amo? ¿Siquiera puedes comprenderlo?
Marcus le sonrió a la mujer a la que amaba más que a la propia
vida.
Estaba a punto de inclinarse para besarla cuando sus ojos
repentinamente se pusieron en blanco, y luego se desplomó.
Apenas tuvo tiempo de atraparla antes de que se golpeara contra el
suelo.
CAPÍTULO 41

Todo era oscuridad y no había estrellas.


—¿Hola? —llamó Cora, en medio de la oscuridad.
Nadie respondió.
Extendió sus brazos y sintió todo a su alrededor. Nada. No había
nada.
—¿Marcus? ¿Marcus? —Su voz era aguda, casi frenética.
¿Dónde se encontraba? ¿Por qué no podía ver nada? Se dio la
vuelta, pero lo único que había era más vacío; hasta que, con los
brazos extendidos, su mano finalmente se encontró con una pared
de ladrillos.
El aire olía agrio y húmedo y fue entonces cuando Cora lo supo.
Mamá la había encerrado en el sótano otra vez.
Todo había sido un sueño. Marcus. New Olympus. Nada de
aquello había sido real.
Marcus nunca había sido real. Nunca la había amado. Nunca lo
haría. Porque no existía. Nada de aquello había existido. Olivia.
Anna. Sharo. Armand. Se los había inventado a todos.
¿Cuántos días llevaba aquí abajo? ¿Cuánto tiempo hacía que no
tenía comida ni agua? ¿Cuánto tiempo hacía que no dormía?
Ya lo había experimentado; el delirio de estar confinada en
espacios solitarios durante períodos prolongados.
Cayó de rodillas.
Estaba sola.
Sin amor.
Su madre finalmente la había vuelto loca.
—¡Noooooo! —gritó, golpeando el suelo de barro con sus puños
—. ¡Por favor! —No sabía la razón de su súplica. Tal vez era para
que la tierra se abriera y se la tragara entera.
Pero entonces se congeló. Porque escuchó algo.
Se incorporó y oyó con atención.
—Cora. ¡Cora!
El sonido venía de tan lejos que apenas podía oírlo. Pero estaba
allí. O era eso o una alucinación auditiva.
Pero se encontraba tan desesperada que no le importó.
—¿Hola? —Se tropezó hacia el sonido—. ¿Hola?
—Cora. —La voz se escuchó más fuerte esta vez—. Cora, nena,
vuelve a mí.
Marcus. Era la voz de Marcus.
Empezó a correr hacia la voz. Debió haber corrido hacia la pared
trasera del sótano, pero no lo hizo. La oscuridad simplemente siguió
y siguió y mientras corría, empezó a iluminarse. Primero a un gris
oscuro y luego… y luego…
Parpadeó para abrir los ojos e hizo un gesto de dolor ante las
luces brillantes.
—¡Cora! —El rostro borroso de Marcus se asomaba sobre el
suyo. Estaba sonriendo y llorando al mismo tiempo. Nunca lo había
visto llorar desde que lo había conocido.
Alto. ¿Esto era real? ¿O se trataba simplemente de otra
alucinación?
Pero cuando Marcus dejó caer sus labios sobre los suyos, Cora
decidió que no le importaba una mierda. Se quedaría.
CAPÍTULO 42

Cora le había quitado unos diez años de vida a Marcus cuando se


desplomó en el pasillo del hospital.
Pero entonces, solo diez minutos después, se encontró
parpadeando, despierta. Y si tenía que desmayarse, no pudo haber
elegido un mejor lugar para hacerlo.
Las enfermeras y los médicos se apresuraron a ayudarla y la
subieron a una camilla para llevarla a una habitación.
Estaba deshidratada, algo por lo que Marcus nunca se
perdonaría; debió haberse asegurado de que bebiera más líquidos
mientras cuidaban a Sharo, especialmente después de los
traumáticos acontecimientos de los días anteriores.
Los médicos habían tomado muestras de sangre y se
encontraban esperando los resultados. Marcus nunca había sido un
hombre religioso, pero ahora le estaba rezando a todos los cielos
que conocía e incluso a los que no, para que el análisis de sangre
saliera bien y no hubiera nada malo con ella.
Esperaron lo que parecieron horas pese a que, con su rostro
más intimidante, amenazó al doctor para que priorizara el análisis de
sangre de Cora. En realidad, pasaron alrededor de cuarenta y cinco
minutos antes de que el doctor entrara por la puerta.
Marcus se puso de pie de un salto. El doctor llevaba una carpeta
y se encontraba sonriendo. Una sonrisa tenía que significar buenas
noticias, ¿cierto? Si no, Marcus haría más que destrozarle el rostro
al sujeto.
—¿Qué es? —exigió—. Díganos.
—Marcus. —Cora le estrujó suavemente la mano—. Dale al
hombre la oportunidad de tomar un respiro.
Miró a su esposa sobre la cama del hospital. Estaba demasiado
pálida para su gusto. Y desde que se despertó, ella no paró de
preguntarle si él era real, agarrándole la mano como si fuera a
desaparecer si llegaba a soltarlo por lo menos un segundo.
—Aparte del leve problema de deshidratación, tienes una salud
maravillosa —le dijo el doctor a Cora, evitando la mirada de Marcus
y caminando hacia el otro lado de su cama—. Y tengo buenas
noticias —Cora le frunció el ceño, pero él continuó—: ¡Estás
embarazada!
—¿Qué? —dijeron ella y Marcus al unísono.
Cora jadeó y miró fijamente al doctor en estado de shock. Luego
miró a Marcus con una sonrisa temblorosa en su rostro. Le estrujó la
mano aún más fuerte mientras parpadeaba rápidamente.
—Supongo, quiero decir… olvidé reponer mi inyección
anticonceptiva porque…
Porque se habían separado.
Cora sacudió la cabeza y soltó una pequeña risa.
—Y entonces ni siquiera pensé en ello, pero debí haber tenido mi
período hace tres semanas. Todo ha sido una locura con los
preparativos de la recaudación de fondos y todo lo demás. —
Terminó con otra risa.
Pero Marcus no se estaba riendo. Miraba al doctor.
—¿Cuánto lleva?
—¿Cuándo fue la fecha de su último período?
Cora continuaba moviendo la cabeza con asombro, y luego sus
ojos se dirigieron al techo mientras calculaba:
—Eh, ¿hace unas seis semanas? ¿Quizás siete? La segunda
semana del mes pasado, creo.
Marcus hizo los cálculos en su cabeza. No tenía mucho
conocimiento en cuanto a la salud reproductiva de las mujeres, pero
una vez una mujer intentó afirmar falsamente que era el padre de su
hijo y entonces había aprendido un poco sobre ello. Si su último
período fue hacía siete semanas, lo que significaba que el bebé
había sido concebido hacía cinco semanas… justo en el momento
en que volvieron a estar juntos y tuvieron sexo por primera vez.
Pero si ella se había ido, y aunque no hubiera sido por mucho…
Ellos habían estado separados durante meses. Ella lo había dejado
y él nunca preguntó si hubo alguien más durante ese tiempo.
Francamente, no quería saberlo. Vale, eso era una mentira.
Marcus habría querido saber para vengarse, pero también se
conocía a sí mismo demasiado bien. Si algún otro hombre había
tocado a Cora, tanto si ella lo hubiera permitido o no, ese hombre no
permanecería respirando mucho por tiempo después de que Marcus
descubriera su nombre.
Pero ahora había un niño…
Su mandíbula se tensó y pudo oír los latidos de su corazón en
sus oídos. Había un niño. Sin importar qué, el niño era mitad de
Cora. Y todo lo que fuera mitad de ella, él lo amaría hasta su último
aliento.
Se inclinó y le tomó la mano.
—Pase lo que pase, amaré a este niño como si fuera mío.
Cora parpadeó confundida hacia él.
—¿Qué dices? Es tu hijo. —Entonces pareció comprenderlo. Y
alejó su mano—. No me acosté con nadie más mientras estábamos
separados. ¿Y tú? —sus ojos escupían fuego y el color regresó a
sus mejillas previamente pálidas—. Te juro que si…
Marcus rio a carcajadas y luego se sentó en la cama, llevándola
hacia sus brazos.
—No. Nunca. Nunca nadie más que tú.
La besó con fuerza. Al principio ella no respondió, pero luego sus
labios se suavizaron y se entregó a él. Su dulce Cora. Su poderosa
y mandona reina.
Se apartó de ella y presionó su frente contra la suya.
—Vamos a tener un bebé —susurró.
Sus grandes ojos azules parpadearon hacia él, muy abiertos con
asombro. Posicionó las manos de Marcus hacia su vientre.
—Un bebé —dijo asombrada—. Tu bebé.
—Me has hecho el hombre más feliz del mundo. Te amo. Para
siempre —las palabras se quedaban cortas. Siempre.
Pero pasaría el resto de su vida demostrándoselas a su esposa.
A su amada. A su reina.
EPÍLOGO

Tres años después…

CORA SUPO en el momento en que su marido entró en el salón de


baile. Su columna vertebral se erizó. Tras ella y cerca de la puerta,
el murmullo de la multitud se calmó.
—Entrando, a las doce en punto. —Armand movió sus cejas
hacia ella. Cora giró en su vestido dorado e instantáneamente
distinguió a Marcus. Se veía sofisticado y encantadoramente guapo
en su esmoquin.
—¿Sin disfraz? —Armand hizo un puchero, poniéndose un falso
monóculo en el ojo. Cora le golpeó el brazo.
—No se lo pondría. Pero, ¿siquiera necesita uno?
Marcus la vislumbró. Su mandíbula sin afeitar se movió para
mostrar una sonrisa. Barba de un día, la favorita de Cora.
Últimamente había estado trabajando mucho y no había tenido
tiempo de afeitarse antes del baile. La compensaría más tarde con
el ardor de su barba contra sus muslos…
Presionando dos dedos sobre sus labios, Marcus le lanzó un
beso.
—Vaya. Hace una gran entrada. —Armand dejó caer su
monóculo.
—Lo sé —murmuró Cora.
—Me refería a Waters.
—Oh.
El gran magnate naviero acababa de entrar con un grupo de
mujeres que reían y llevaban diminutos disfraces verdes del color de
la espuma de mar.
—Ninfas de agua. Muy, muy astuto. —Armand admiró sus
atuendos—. ¿Vamos a saludar a tu esposo?
—No lo creo. Déjalo calmar a sus suplicantes.
Como de costumbre, Marcus se encontraba rodeado de gente
que quería estrecharle la mano y susurrarle al oído.
—Lo haces sonar como si fuera un emperador. —Armand alzó
su entrecejo indicando desaprobación—. ¿En qué te convierte eso?
—En una diosa. —Cora sonrió dentro de su bebida—. Déjalo en
paz. Él vendrá a mí.
—Por supuesto que lo hará. Ustedes dos están pegados cadera
contra cadera. O… en otras partes. —Lanzó una penetrante mirada
a su redonda panza.
—¡Armand! —se llevó una mano a su pancita de embarazada.
—Yyyy te has sonrojado. Aún soy bueno.
—Eres peor que Olivia. —Cora pretendió parecer remilgada.
—Gracias. ¿Qué número es este bebé? —Armand puso su
mano sobre su vientre—. ¿El segundo de diez? ¿Once?
—Dos de dos, muchas gracias. Queríamos un niño y una niña.
—Ya tienes al pequeño Vito, así que eso hace que esta sea…
—Una niña. —La piel rojiza de Cora parecía brillar—. Nos
enteramos la semana pasada.
—¡Señora Ubeli!
Ambos se volvieron para saludar a un hombre canoso con un
abrigo blanco.
—Doctor Laurel —les recordó el hombre mientras alzaba unas
cejas tupidas que pondrían celoso a Einstein—. Nos conocimos en
la última gala. No puedo decirle lo agradecidos que estamos por
toda su caridad. Estamos al borde de un gran avance.
—Doctor Laurel —murmuró Cora, permitiéndole que le
estrechara su mano—. Por supuesto que lo recuerdo.
Una esbelta joven dentro de una toga blanca y una banda para la
cabeza hecha de hojas verdes se encontraba parada a un costado
del doctor hasta que él la arrastró hacia adelante.
—Permítanme presentarle a mi hija, Daphne.
—Hola. —Daphne soltó un tímido saludo, riéndose cuando
Armand hizo una reverencia.
—Encantada de conocerte, querida —dijo Cora. La chica era una
belleza de piel morena y rasgados ojos verdes. Parecía recién salida
del instituto—. ¿Estás en la universidad?
Daphne se sonrojó mientras su padre se reía a carcajadas.
—¿En la universidad? Mi chica ya se ha graduado. Está en
camino de tener un doctorado. Es un genio. Se parece a su madre.
—Y a usted también, doctor Laurel, estoy segura. —Cora le
sonrió amablemente a la joven—. ¿Te importaría girar y mostrarnos
su disfraz? Déjame adivinar qué eres.
Con un elegante asentimiento, Daphne giró sobre sus talones.
—Su especialidad es la bioquímica —le decía el doctor Laurel a
Armand—. Su investigación ya está causando sensación. Es la
beneficiaria más joven de la beca Avicennius.
—Muy impresionante —dijo Armand.
—Ella no quería venir —anunció su padre—. Pero ha pasado
demasiado tiempo enjaulada detrás de un microscopio. Aún eres
joven. —Le sacudió un dedo a su hija.
—Te ves hermosa —le dijo Cora a Daphne—. Todavía estoy
tratando de adivinar de qué vienes disfrazada. ¿Un vestido blanco y
una guirnalda en tu cabeza?
—Soy una antigua atleta olímpica —explicó—. Una ganadora.
Estos son mis laureles.
—Astuta —dijo Armand y Daphne se ruborizó aún más.
—No puedes ser una atleta olímpica —interrumpió una profunda
voz. Un hombre alto y de pelo oscuro se detuvo entre Daphne y el
resto—. Los atletas olímpicos se presentaban al desnudo.
—Cielos. —Armand llevó su falso monóculo a su ojo para mirar
al recién llegado—. Hola.
—Logan, deja de ser un engreído —reprendió el doctor Laurel
con una sonrisa—. Señora Ubeli, le presento al doctor Logan Wulfe,
un inigualable investigador médico y aparentemente experto en
antiguas costumbres deportivas.
—No un experto —dijo el doctor Wulfe. Su rostro era firme, pero
había una inclinación maliciosa en sus labios. Sus dedos trazaron el
borde de las hojas de laurel de Daphne—. Podrías ser Daphne,
perseguida por Apolo, quien se convirtió en un árbol de laurel.
—Esa es una triste historia —dijo Daphne, un poco jadeante.
Levantó la mirada hacia Logan Wulfe como si fuera un dios que
acababa de cobrar vida.
Y no era de extrañar. Con su altura, pelo oscuro y rasgos
agudos, no era guapo, pero sí abrumadoramente masculino.
Perfecto para representar el papel de un melancólico héroe gótico.
Daphne no era la única que se encontraba bajo su hechizo. Armand
no le quitó la mirada de encima hasta que Cora le dio un codazo en
las costillas. Todo el mundo lo miró en cuanto comenzó a decir entre
dientes:
—Ella podría ser una conquistadora militar —dijo Armand
suavemente—. Los romanos robaron la práctica de coronar a los
ganadores con laureles, y les daban guirnaldas a sus generales
exitosos.
—Eso encaja. —Logan le asintió con la cabeza a Daphne, quien
parecía que se iba a desmayar de felicidad. Tenía corazones en sus
ojos.
—¿Quieres bailar? —preguntó ella, y una sombra cayó sobre la
cara del hombre alto.
—No bailo. Ni siquiera por ti.
—Yo lo haré.
Las sombras en el rostro de Logan se profundizaron cuando un
guapo modelo rubio irrumpió en el círculo.
—Aquí está mi otro estudiante estrella. Adam Archer, de
Industrias Archer —balbuceó el doctor Laurel mientras el rubio y
Logan se fulminaban con la mirada—. Su asociación ha sido
esencial para el éxito de nuestra compañía.
—Un placer ser útil —Adam les mostró a todos una sonrisa de
comercial, excepto a Logan—. Daphne, ¿vamos?
La joven colocó su mano sobre la suya extendida, dejando que él
la condujera. Pero cuando la canción comenzó, los ojos de ella
volvieron a Logan.
—Discúlpenme —murmuró Logan mientras pasaba una mano
por su grueso cabello antes de irse.
—Perdonen la grosería de mi protegido —dijo el doctor Laurel
para romper el incómodo silencio—. Logan y Adam solían ser como
hermanos, pero recientemente tuvieron una… una riña.
—¿Negocios o algo personal? —preguntó Armand mientras
estudiaba cómo Logan miraba a Daphne y Adam en la pista de
baile.
El doctor Laurel parpadeó.
—Negocios, por supuesto.
—Una amarga rivalidad. Qué delicioso —murmuró Armand y
Cora le volvió a dar un codazo—. Disculpen, debo ir… a ver si
puedo ofrecer consuelo. —Él y el doctor se alejaron en dirección a
Logan.
Una fuerte mano en la espalda de Cora la hizo girar.
—Marcus —exclamó. Había unas cuantas canas en la sien de su
marido, pero se veía aún más guapo que nunca.
—Mi amor. —Plantó un beso en su hombro—. ¿Te sientes bien?
—Mejor ahora que estás aquí. —Le acunó la mejilla.
Intercambiaron lo que Olivia llamaba una mirada “cursi-
empalagosa”.
—Me escapé tan pronto como pude. Waters tiene una nueva
entrega para nosotros. Sharo la está supervisando justo ahora.
—¿No viene a la fiesta?
—Dice que está muy ocupado.
Después de que Sharo se recuperara, insistió en ayudar a Cora
a asegurar su dominio en Metrópolis. Cazó a los opositores y acabó
con cualquier golpe de estado. Con sus responsabilidades en dos
ciudades, no hacía más que trabajar.
Cora frunció el ceño.
—Necesita una chica.
—Eso es lo que le dije. A esa linda y pequeña fisioterapeuta que
mencionó unas cuantas veces. Podría hacer que las Sombras la
atraparan y se la entregaran…
—No vas a secuestrar a alguien para darle una novia a Sharo.
—¿Por qué no? A mí me funcionó bien. —Sus manos se
deslizaron por sus caderas, atrayéndola hacia él.
—Marcus, aquí no, la gente verá…
—Como si me importara. —Pero la llevó a una alcoba privada
antes de reclamar su boca.
—Marcus —jadeó cuando la dejó tomar aire—. Me estás
arruinando el pelo.
—Arruinaré más que eso. —Con una sonrisa como la de una
fiera, la atrapó de nuevo—. No me canso de ti, mujer. —Pero una
vez que la tuvo en sus brazos, simplemente la sostuvo.
Cora frotó sus mejillas irritadas; ardor ocasionado por su barba.
Perfecto.
—Solo espera hasta que tu hija venga a este mundo. Te tendrá
comiendo de la palma de su pequeña mano.
Las manos de Marcus envolvieron su vientre.
—¿Has pensado en un nombre? —le susurró al oído.
—Por supuesto. Chiara.
—¿Estás segura?
Cora se giró para mirar a su marido.
—¿Te parece bien?
—Me parece bien si a ti te parece bien. —Jugueteó con un
mechón de su pelo.
—Marcus. —Le detuvo la mano—. ¿Qué pasa?
—Quiero llamar a nuestra hija por algo bueno. Algo feliz y
luminoso. Intacto.
—Tu hermana era todas esas cosas. —Cora presionó su frente
contra la de su marido—. Mi amor, el pasado siempre estará con
nosotros. Será una parte de nosotros. El dolor nunca desaparecerá.
Pero somos fuertes. Podemos recordar lo bueno y traerlo con
nosotros. Pongámosle a nuestra hija el nombre de tu hermosa
hermana y recordemos a Chiara como ella hubiese querido que lo
hiciéramos.
Sosteniendo a su marido cerca, Cora frotó su cara contra la
suya. Y si su mejilla se volvía húmeda, no habría forma de saber
quién había soltado las lágrimas.
—Eres tan hermosa —susurró Marcus. Con su pulgar dibujó
círculos en su perfecta piel—. ¿Cómo es que también eres tan
sabia?
—¿Estás insinuando que las mujeres hermosas no tienen
cerebro? —Levantó una ceja. Marcus agitó la cabeza—. Estoy
bromeando. Sé que te tengo impresionado.
—De ti. Y del hecho de que estés con un tipo como yo. ¿Por
qué?
—Hmmm. —Enroscó sus brazos alrededor de su cuello—.
Pensé que tenía algunas razones, pero no lo sé. Será mejor que me
beses antes de que lo olvide.
—Haré más que besarte. —Marcus la dobló en sus brazos,
reclamando su boca mientras ella reía, moviendo sus labios por su
garganta hasta que ella jadeó.
—Nos estamos perdiendo la fiesta —murmuró mientras él le
bajaba el cierre.
—A la mierda la fiesta.
—Marcus —se rio y cedió. Si Cora tenía suerte, nadie iría a
investigar su desaparición. De lo contrario, los alegres sonidos
emanando de la alcoba la delatarían—. Marcus —jadeó.
Después de un momento, él levantó la cabeza.
—¿Sí, mi amor?
—Te amo.
—Y yo te amo a ti.
—Dilo otra vez.
—Te amo. Per sempre. Por siempre.
Lo susurró una y otra vez, marcando sus besos en sus mejillas,
sus párpados, sus dedos y su palpitante pulso. Tenía una eternidad
para hacerle sentir su amor por ella.
Y el por siempre comenzaba ahora.

¿Q S
L ?

Ella saldará la deuda de su familia de una forma u otra…


Yo soy el monstruo en la oscuridad.
El mal del que su padre le advirtió.
Me la llevaré a mi castillo. La encerraré en mi torre. La haré mía de
todas las formas posibles.
Ella pagará por los pecados de su familia… para siempre.
Ella es la bella y yo soy la bestia.

¡Ordena ahora La bestia de la bella para que no te pierdas nada!


UNA NOTA DE LAS AUTORAS

Una nota de Lee:


¡Uf! ¡Pero qué gran viaje! Stasia y yo estamos muy contentas de
que hayan llegado al final de la historia de Marcus & Cora. Sin
nuestros lectores y fans, nada de esto sería posible. Muchas, pero
muchas gracias a nuestros amigos autores que nos animan y
apoyan moralmente durante los baches de la escritura.
Cuando empecé a escribir la historia de Marcus & Cora en la
universidad, no tenía ni idea de en qué se convertirían sus libros.
New Olympus es todo un mundo dentro del cual Stasia y yo
podemos jugar. Si tienen alguna petición sobre qué historia de cuál
personaje contaremos (*ejem* Sharo *ejem*) por favor háganosla
saber. :)

Una nota de Stasia:


¡Estoy de acuerdo en que escribir esta trilogía ha sido un intenso
y emocionante viaje! ¡Gracias por acompañarnos! Vivimos junto con
estos personajes, lloramos con ellos, celebramos con ellos, casi
matamos a algunos de ellos unos cuantos días antes de decidir:
¡nooooooooo! ¡No podemos matarlos!
Así que hurra, la mayoría de ellos han sobrevivido y sí,
escribiremos otra trilogía dentro del mundo contando la historia de
Daphne (mezclando la mitología con un poco de nuestro cuento de
hadas favorito: La Bella y la Bestia), y zas, ¡ya las ideas se
encuentran bullendo y pronto comenzaremos a esbozar y a empezar
todo de nuevo!
EL PANTEÓN: ¿QUIÉN ES QUIÉN?

Una nota de Lee: Siempre me ha gustado la mitología griega y


romana. “Inocencia” es un recuento del mito de Perséfone y Hades.
“El despertar” va más allá, usando la historia de Orfeo y Eurídice
como subtrama e introduciendo más del rediseñado Olimpo. Yo no
consideraba nada sagrado y me inspiré de Ovidio, Hesíodo,
Shakespeare, Homero, e incluso de la Biblia (¿por qué no?).
Algunas de las referencias son muy indirectas, pero si eres un
cerebrito en estas cosas como yo, apreciarás esta hoja de
referencia rápida (si no te importan las alegorías, ignora esto):
El Inframundo:
Cora Vestian: Perséfone, Proserpina. Su nombre viene de Kore.
Apellido inspirado en las Vírgenes Vestales.
Marcus Ubeli: Hades. Su apellido está inspirado en el dios
Eubuleo del Inframundo.
Demi Titan: Deméter. Apellido tomado de los Titanes, los
antiguos cielos enemigos del olimpo liderado por Zeus.
Sharo: Carón. Apodado El Enterrador.
Las Sombras: El ejército criminal de Marcus.
Styx (Estigia): Un área de crímenes del Nuevo Olimpo (New
Olympus)
Brutus: Cerbero.
The Chariot: El club privado de Marcus donde lleva a cabo la
mayor parte de sus negocios. Allí está la oficina donde él y Cora se
conocieron.
The Orphan: Orfeo.
Iris: Eurídice.
El resto del Olimpo:
AJ: Ájax el Menor.
Anna: Afrodita. Su nombre artístico es Venus.
Armand: Hermes. Tiene tatuajes de alas y es dueño de un
negocio llamado Metamorfosis, una referencia a Ovidio.
Elysium (campos elíseos): el popular club y recinto para
conciertos, propiedad de Marcus. El lugar para ver y ser visto en
New Olympus.
Hype y Thane: Hipnos y Tánatos. Dios del Sueño y de la Muerte,
respectivamente. Dirigen el club Elysium.
Maeve: Hécate, diosa de las Encrucijadas. Aconseja a Cora.
Max Mars: Marte. Dios de la guerra = estrella de cine de acción
volátil.
Oliva: Atenea. Su compañía es Aurum, la palabra latina para el
oro. Inspirada por Steve Jobs. Aurum más Apple = manzana de oro.
Philip Waters: Poseidón. Controla las vías de transporte marítimo
hacia New Olympus.
Zeke Sturm: Zeus. El estimado alcalde de New Olympus. Su
apellido, Sturm (tormenta), está inspirado en los rayos que usó
Zeus.
TAMBIÉN POR STASIA BLACK

R
Unidos para protegerla
Unidos para complacerla
Unidos para desposarla
Unidos para desafiarla
Unidos para rescatarla

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Lastimada
Quebrada
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S
La virgen y la bestia
Hunter
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La bestia de la bella
La bella y las espinas
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Inocencia
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Cuando el novio de Mia la lleva a comer a su restaurante favorito en


su sexto aniversario, ella espera una propuesta especial. Lo que no
se esperaba es que el viejo rival de su novio, Vaughn McBride,
apareciese y le ofreciese algo totalmente diferente: saldar todas las
deudas de su novio. ¿El precio?
Una noche con ella.
ACERCA DE STASIA BLACK

STASIA BLACK creció en Texas y recientemente pasó por un período de cinco


años de muy bajas temperaturas en Minnesota, y ahora vive felizmente en la
soleada California, de la que nunca, nunca se irá.
Le encanta escribir, leer, escuchar podcasts, y recientemente ha comenzado a
andar en bicicleta después de un descanso de veinte años (y tiene los golpes y
moretones que lo prueban). Vive con su propio animador personal, es decir, su
guapo marido y su hijo adolescente. Vaya. Escribir eso la hace sentir vieja. Y
escribir sobre sí misma en tercera persona la hace sentir un poco como una
chiflada, ¡pero ejem! ¿Dónde estábamos?
A Stasia le atraen las historias románticas que no toman la salida fácil. Quiere
ver bajo la fachada de las personas y hurgar en sus lugares oscuros, sus motivos
retorcidos y sus más profundos deseos. Básicamente, quiere crear personajes
que por un momento hagan reír a los lectores y que después los tengan
derramando lágrimas, que quieran lanzar sus kindles a través de la habitación, y
que luego declaren que tienen un nuevo NLS (Novio de Libro por Siempre; o por
sus siglas en inglés FBB Forever Book Boyfriend).

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SOBRE LEE SAVINO

Lee Savino tiene metas grandiosas, pero la mayoría de los días no puede
encontrar su billetera o sus llaves, así que se queda en casa y escribe. Mientras
estudiaba escritura creativa en la Universidad de Hollins, su primer manuscrito
ganó el Premio Hollins de Ficción.
Vive en los Estados Unidos con su fabulosa familia.

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